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por 

Mikkel Bolt Rasmussen y Dominique Routhier

El ensayo introduce la obra de Robert Kurz y la especie algo marginada de


crítica del valor con la que se le asocia: la Wertkritik. Sobre la base de un
relato historiográfico crítico de la «Nueva lectura de Marx», sostiene que las
diferencias teóricas y políticas entre la Wertkritik y otras corrientes críticas del
valor no pueden pasarse por alto ni descartarse como meras luchas
territoriales, sino que deben entenderse como la expresión de un desacuerdo
más fundamental sobre la naturaleza del capitalismo y el papel de la «crítica»,
cuyo rasgo distintivo es, por supuesto, la insistencia en una teoría propia de la
crisis. El ensayo presenta la particular versión de Kurz de la Wertkritik, pero
argumenta en contra de su abandono de la noción de lucha de clases y propone
complementar el análisis de Kurz con el análisis de Théorie Communiste, más
fundamentado históricamente, del actual periodo del capital.

Palabras clave: Crisis, Robert Kurz, Revolución, Crítica del valor, Clase


obrera, Théorie Communiste
La sustitución del movimiento Nuit Debout por el movimiento Gilets Jaunes en Francia y el
reciente movimiento Rif en el norte de Marruecos parecen confirmar la tesis de Alain Badiou de
que vivimos actualmente “una era de revueltas”. La crisis financiera que estalló en 2007 es el telón
de fondo inmediato del nuevo ciclo de protestas que se ha desplazado de forma desigual del sur de
Europa al norte de África, luego de vuelta al sur de Europa y después a Estados Unidos y Canadá,
para resurgir en el norte de África, Oriente Próximo, Sudamérica, y así sucesivamente. Las protestas
nos parecen señalar una profunda transición o ruptura histórica en la que la llamada hegemonía
neoliberal está siendo desafiada o, al menos, ya no se deja de desafiar, como ha sido el caso durante
los últimos treinta años en Occidente. Aunque las protestas adoptan formas muy diversas según el
lugar en el que se materializan, desde El Cairo a Estambul o Sao Paulo, y aunque las
reivindicaciones expresadas en las protestas tienen todas características locales, ellas, no obstante,
parecen estar claramente conectadas como expresiones de una crisis económica y política general.

La crisis y las protestas —que sólo parecen extenderse, formando una red discontinua de
desesperación y resistencia— están conectadas y constituyen una especie de unidad (véase Bolt
Rasmussen 2015). La cuestión trata, entonces, acerca de cómo entender la coyuntura actual en el
tiempo, y comprender de qué son expresión los numerosos levantamientos mundiales. ¿A qué tipo
de crisis nos enfrentamos? ¿Hasta dónde llega su profundidad? ¿Estamos ante el principio del fin
del capitalismo “neoliberal”, o quizás incluso del capitalismo como tal? ¿Estamos viviendo el paso
de una época liderada por Estados Unidos a otra en la que China se está convirtiendo en la potencia
dominante de la economía mundial? ¿O estamos ante la expresión de una crisis más grave del modo
de producción capitalista y no simplemente ante un cambio de hegemonía política y económica?
Las preguntas se amontonan tan rápido como parece desmoronarse el mundo. Un análisis adecuado
de las transformaciones estructurales que se están produciendo en la actualidad es más urgente que
nunca.

En este contexto, no es una sorpresa que con la emergencia de la crisis financiera de 2007 se haya
producido un auténtico renacimiento marxista. Se han presentado multitud de competentes análisis
marxistas que intentan explicar la crisis más allá de las acusaciones de los medios de comunicación
(la culpa es de los banqueros codiciosos, la culpa es de la clase media estadounidense, la culpa es de
los griegos, la culpa es de los alemanes, etc.), algunos con más éxito que otros. La serie de
seminarios de Alain Badiou y Slavoj Žižek sobre el comunismo —que han tenido lugar en Londres,
Berlín y Nueva York desde el otoño de 2008— han atraído a grandes multitudes y son un ejemplo
de ello. Tanto Badiou como Žižek han escrito libros sobre la crisis actual, pero ninguno de los dos
propone un análisis marxista útil de los problemas inherentes al modo de producción capitalista,
sino que prefieren quedarse en un nivel puramente filosófico (Badiou) y cultural (Žižek) de
explicación.

Si queremos combinar una crítica de la economía política con el comunismo revolucionario, puede
que sea necesario mirar más allá de esa crítica “blanda” de la ideología y su crítica un tanto
reductora de las representaciones dominantes del neoliberalismo. Antonio Negri y Michael Hardt
están, por supuesto, comprometidos en tal empresa, pero su optimismo —cualquier cambio en la
composición del capital es una expresión del poder constitutivo de la multitud; el trabajo inmaterial
hace redundante la mediación del capital sobre la capacidad de cooperación y creatividad de la
multitud— no parece realmente capaz de dar cuenta del alcance de la crisis actual y de la violenta
destrucción que ya ha causado[1]. El vitalismo optimista de Hardt y Negri no se adapta bien a la era
de los disturbios. Frente a una grave crisis estructural de la economía mundial, en curso desde la
década de 1970, las obvias limitaciones culturalistas del “Marxismo Occidental” (Anderson 1976) y
sus sucesores posmarxistas —desde Laclau y Mouffe hasta Badiou y Žižek o, más recientemente,
Srnicek y Williams— se han vuelto cada vez más evidentes. Por muy diversos que sean estos
discursos posmarxistas, todos parecen compartir la falta de interés por la necesaria tarea de
identificar, exponer y criticar las contradicciones fundamentales y las limitaciones inherentes a un
modo de producción basado en la forma de valor. En otras palabras, la coyuntura actual exige una
atención renovada hacia la crítica de la economía política.

[1] Aunque Hardt y Negri (2012, 7) han tenido que moderar un poco su optimismo en Declaración, su análisis de los
levantamientos de 2011, el tono general sigue siendo el mismo: «Los movimientos de revuelta y rebelión… nos
proporcionan los medios no sólo para rechazar los regímenes represivos bajo los que sufren estas figuras subjetivas, sino
también para invertir estas subjetividades en figuras de poder.» Y así una y otra vez.

Si hoy en día nos enfrentamos —como se podría argumentar, por ejemplo, siguiendo a Immanuel
Wallerstein (2003) y Giovanni Arrighi (1994)— a un régimen de abstracción y dominación social
que lleva mucho tiempo tendiendo hacia un cataclismo virtual, sostenemos que nuestro momento
actual también se ha topado con las limitaciones de la propia “crítica” postmarxista. Por lo tanto, a
continuación, proponemos dirigir nuestra atención hacia desarrollos marxistas continentales
alternativos, correlacionando el análisis alemán de la forma-valor —más específicamente, los
escritos de Robert Kurz— con la teoría francesa de la comunización, tal como la presenta Théorie
Communiste, para encontrar algunas coordenadas más útiles para una crítica marxista radical del
capitalismo y su actual régimen de acumulación en crisis. Puede que Kurz no tenga todas las
respuestas —su abandono de la noción de lucha de clases es problemático, como mostraremos—,
pero su análisis marxista hegeliano de las contradicciones fundamentales del capital constituye una
importante contribución a la continuación del análisis crítico de la sociedad capitalista tardía. Este
ensayo es un intento de mostrar las fortalezas de su enfoque, pero terminamos con una discusión
crítica de los límites de la crítica del valor de Kurz, en la que introducimos el análisis más histórico
y específico de Théorie Communiste del periodo actual, volviendo a la cuestión de la crisis actual y
sus potenciales para una nueva ofensiva proletaria.

La teoría de la forma valor

Una primera coordenada y fuente contemporánea más potente para entender la situación histórica
actual proviene de una rama específica del pensamiento marxiano que actualmente se está
importando al mundo anglosajón desde Alemania bajo la etiqueta de “teoría de la forma-valor” o
“crítica del valor”.

La teoría de la forma-valor se presenta a menudo como un cuerpo de pensamiento más o menos


coherente que se remonta a los turbulentos tiempos de Mayo del 68 y su inmediata secuela política,
una época durante la cual gran parte del dogma marxista tradicional estaba siendo ampliamente
cuestionado. El desafío a la doxa marxista se hizo evidente en todo el mapa continental de la Europa
de posguerra, desde las corrientes estructuralistas y postestructuralistas en Francia hasta el
pensamiento operaísta y posoperaísta en Italia y más allá, constituyendo lo que llegó a conocerse
como el “giro crítico” en el marxismo o el surgimiento de una Nueva Izquierda.

Desgraciadamente, la teoría alemana de la forma-valor suele ser pasada por alto o simplemente
ignorada en las narrativas historiográficas anglosajonas dominantes del marxismo crítico; lo más
llamativo quizá sea su ausencia en el libro canónico de Perry Anderson (1976) sobre el “marxismo
occidental”. Sin embargo, como se argumenta en este ensayo, hubo alternativas marxistas viables
junto y fuera del nexo franco-italiano anunciado por Anderson y muchos otros como el centro
fundamental del giro crítico del marxismo. Quizá en ningún otro lugar encontremos una
contestación más clara y teóricamente elaborada de la ortodoxia marxista tradicional que en los
debates alemanes de la década de 1970. Aquí, la necesidad de liberar el pensamiento de Marx de las
afirmaciones dogmáticas del “marxismo tradicional” se formuló programáticamente como un
llamamiento a una “reconstrucción” teórica bajo el nombre (aplicado retroactivamente) de “Neue
Marx-Lektüre”; o, como se traduce al español, la “Nueva lectura de Marx”[2]. En las páginas que
siguen, volveremos a estos debates alemanes para permitir una nueva evaluación de sus méritos
históricos, así como también de sus ramificaciones contemporáneas[3].

[2] Para un relato rico y canónico, aunque no exento de problemas, de la Neue Marx Lektüre, véase Ingo Elbe (2010).

[3] Aquí nos centramos en el contexto de Alemania Occidental, ya que es en este entorno geográfico donde los debates
produjeron resultados sustanciales en términos de desarrollo de una metodología crítica para entender la crítica marxiana
de la economía política. No vamos a analizar aquí las razones históricas y políticas específicas de este hecho. Sin
embargo, hay que reconocer que estos debates en Alemania Occidental no se desarrollaron de forma completamente
aislada, sino que se basaron en parte en impulsos teóricos que vinieron de fuera, por así decirlo. Dos nombres que
deberían mencionarse si se prestara la debida atención al contexto intelectual —lo que desgraciadamente no entra dentro
del alcance del presente ensayo— serían Isaak I. Rubin (nacido en 1886; ejecutado durante la Gran Purga de 1937) y
Evgeny B. Pashukanis (nacido en 1891; igualmente desaparecido durante las purgas de 1937). Ambos eran estudiosos
soviéticos de Marx que hoy son ampliamente reconocidos como precursores de la metodología crítica de la forma-valor
desarrollada posteriormente en el debate alemán. Entre las influencias teóricas más o menos contemporáneas a los debates
de Alemania Occidental, Elbe (2010, 10) menciona a Louis Althusser, Jacques Rancière, Lucio Colletti, Moishe Postone y
John Holloway.

Los debates alemanes y la Nueva Lectura de Marx

A pesar de la introducción del término Neue Marx-Lektüre en 1997 —como un intento retroactivo
de agrupar las diferentes corrientes del pensamiento marxiano alemán bajo la misma rúbrica[4]—
no había, estrictamente hablando, ninguna posición teórica homogénea disponible, sino más bien
una pluralidad de perspectivas diferentes pertenecientes a una Nueva Lectura de Marx. Como tal,
quizás sería más apropiado referirse a los debates alemanes en plural. No obstante, todos los debates
alemanes intentaron ir más allá de las deficiencias ideológicas del marxismo oficial y del llamado
“materialismo histórico” o “dialéctico” que era su núcleo teórico.

[4] Es muy probable que Hans-Georg Backhaus (1997, 9) introdujera el término en el sentido específico que ha adquirido
en la actualidad, aunque Elbe (2010, 31n8) sugiere que podría remontarse a 1973.
Uno de los textos clave para despertar un renovado interés crítico por Marx fue la tardía recepción
de los Grundrisse, los manuscritos preparatorios de El Capital de Marx. La primera edición de
los Grundrisse fue publicada en 1939(-41) en Moscú por el Instituto Marx-Engels bajo el título
completo de Grundrisse der Kritik der Politischen Ökonomie (Rohentwurf)[5]. Sin embargo, esta
primera edición de Moscú no estaba completa y sólo unas pocas copias de esta obra llegaron
inicialmente al público occidental. Sólo mucho más tarde, en 1953, la editorial Dietz Verlag Berlin
publicó una versión completa que contenía los siete manuscritos más un añadido de diverso material
relacionado con la obra (Rosdolsky 1977, xi; Nicolaus 1973, 7). Pese a ello, bastante tiempo
después de que esta edición de 1953 se pusiera a disposición de un público más amplio fuera de la
Unión Soviética, la discusión de este trabajo pionero siguió siendo bastante limitada, confinada, por
así decirlo, a un público de habla alemana —aunque con algunas excepciones importantes, como en
el libro seminal de Alfred Schmidt de 1962 Der Begriff der Natur in der Lehre von Karl
Marx (véase Schmidt 1971; la traducción inglesa apareció con el título The Concept of Nature in
Marx)— que parecían prestar alguna atención a estos “borradores” de El Capital (quizás por la falsa
suposición de que El Capital de Marx ya agotaba el tema de la crítica de la economía política).
Hubo que esperar hasta finales de la década de 1960 para que esta situación cambiase radicalmente.

[5] El trabajo editorial se llevó a cabo bajo la autoridad de Pavel Veller y no formó parte de la primera edición
de MEGA (Marx-Engels Gesamtausgabe), que cesó antes de su finalización ya en 1935 (Bellofiore y Fineschi 2009, 2).

Desde este punto de vista, lo que realmente encendió el giro crítico en el marxismo fue la
publicación en 1968 de un extenso comentario sobre los Grundrisse por el lingüista ucraniano
exiliado y estudioso de Marx Roman Rosdolsky, una obra sugestivamente titulada Zur
Entstehungsgeschichte des Marxschen “Kapital”, o, en la traducción al inglés de 1977, The Making
of Marx’s Capital. En este libro, Rosdolsky (1977, xii) intentaba reconsiderar todas las verdades
establecidas de la “economía política marxista” sobre la base de una investigación más seria sobre
el método crítico de Marx, “el más descuidado” de todos los problemas de la teoría económica de
Marx.

Para Rosdolsky (1977, xii), entonces, los Grundrisse —o, en sus propios términos, el borrador—
eran exactamente el libro que compensaría plenamente esta “indiferencia total hacia el método de
Marx” y ayudaría a liberar las obras maduras de Marx de sus (malas) interpretaciones
“economicistas”, al tiempo que haría posible una nueva evaluación de su método crítico-dialéctico.
Rosdolsky abogaba por una reconsideración de las raíces hegelianas del método dialéctico de Marx
y de la relación de las categorías de El Capital (vol. 1 en particular) con la noción de totalidad o,
más precisamente, con el concepto de “capital en general” (Kapital im Allgemeinen).

Aparte del material puesto a disposición con la publicación de los Grundrisse, los alemanes también
tuvieron la ventaja de acceder a un rico archivo de manuscritos en el alemán original, las
respectivas ediciones de MEGA (la primera y la segunda edición) que comprendían, entre otras
cosas, documentos tan importantes como el Urtext, Contribución a la crítica de la economía
política (respecto a la cual, El Capital era visto por Marx como una continuación) y los Resultados,
por mencionar sólo algunos de los textos en el centro de los debates alemanes de la época. Un
denominador común en los debates alemanes fue la centralidad dada al análisis de la forma de valor
de la mercancía (y el problema del fetichismo que está implicado en este análisis, como veremos
más adelante).

El foco en el análisis de la forma de valor de la mercancía fue impulsado por algunos estudiantes de
Adorno –Hans-Jürgen Krahl (1943-70), Hans-George Backhaus (1929-) y Helmut Reichelt
(1939-)–, quienes notaron que la cuestión de la forma de valor de la mercancía fue tratada de
manera muy diferente por Marx en la primera edición de El Capital de 1867 –en la que se
encontraba un apéndice, o Anhang, que trataba exclusivamente de la forma de valor– que en sus
ediciones posteriores, donde aparentemente había popularizado su enfoque en un grado
considerable. Profundamente desconcertados por los enigmas de la forma de valor presentados allí y
en otras partes de la obra de Marx, y descontentos con las “soluciones” dialécticas ofrecidas por los
teóricos de la Escuela de Frankfurt[6], estos jóvenes herederos (o heresiarcas, si se prefiere) de la
tan aclamada Teoría Crítica se aventuraron en profundas especulaciones sobre los motivos de Marx
para alterar su análisis del valor, el dinero y el fetichismo en las ediciones posteriores de El Capital.

[6] Como dijo Reichelt (1982, 166) en una polémica presentación oral, «había muy poco que aprender» de la Escuela de
Fráncfort porque seguía «encallada en el punto de vista del sujeto burgués».

Reconstruyendo la crítica marxiana de la economía política

Para autores como Krahl, Backhaus y Reichelt, el enfoque analítico de la forma revelaba un carácter
incompleto en la estructura interna de El Capital, debido, según creían, tanto a una ambigüedad en
el propio pensamiento de Marx como a la interferencia editorial de Engels. En consecuencia,
apostaron por un programa metodológico de reconstrucción del sistema de pensamiento de Marx
con el fin de apreciar la amplitud y profundidad teórica y práctica de su crítica de la economía
política —un programa acertadamente resumido por los traductores del influyente artículo de
Backhaus (1980, 96) “Sobre la dialéctica de la forma-valor”:

“Para nosotros, el análisis de la forma-dinero del trabajo social en el capitalismo es el primer paso
de una crítica teórica del conjunto de la “sociedad moderna”, tal como la concibió Marx, que hará
reconocible la necesaria crítica práctica revolucionaria. Esta crítica no se limita a la economía, sino
que debe ir más allá de la base de una “crítica de la economía política” completa hasta la (según la
afirmación programática) “superestructura” que surge sobre la base determinada por esta forma. Por
lo tanto, este proyecto sistemático sólo puede hacerse efectivo cuando (i) se reconstruye el
fragmento sistemático marxiano y (ii) se completa el fragmento hasta convertirlo en un sistema”.

El «fragmento” al que se refiere aquí es el primer capítulo de El Capital (“Mercancías y dinero”) y,


en particular, la tercera parte de este capítulo, “La forma-valor o valor de cambio”. El sistema que
hay que completar o reconstruir es la estructura del concepto de “capital en general”, de las formas
determinadas del capital tal como aparecen en el capitalismo. El proyecto sistemático consiste,
entonces, en el desarrollo lógico-dialéctico de la forma-valor del dinero a partir de la necesidad
interna a priori de esta categoría misma.

Sin embargo, en opinión de estos autores, el propio Marx fue incapaz de completar esta tarea
sistemática por una serie de razones relacionadas con lo que entonces se describió como
preocupaciones “exotéricas” en la propia construcción de la teoría marxiana: es decir,
preocupaciones consideradas externas a la estructura interna y necesaria de un análisis del capital en
sí mismo (es decir, preocupaciones políticas o populares)[7]. La idea era que Marx (1999) había
concedido coherencia dialéctica a las preocupaciones sobre la legibilidad popular, por lo que más o
menos inadvertidamente había llegado a ocultar su verdadero método esotérico explicado mucho
más claramente en el análisis del valor, el dinero y el capital en la edición original de 1867 de El
Capital y el Anhang al mismo. En consecuencia, los autores se encargaron de reconstruir la
dialéctica interna del capital en El Capital, mostrando cómo el núcleo de esta dialéctica ya estaba
contenido en el elemento más simple distinguible en el análisis: a saber, en la mercancía con su
doble naturaleza de valor (valor de uso y valor de cambio).

[7] La distinción los aspectos exotéricos y esotéricos de la teoría de Marx se remonta a Stefan Breuer (1977).

Es una u otra versión de este programa metodológico de “reconstrucción” la que ha resurgido


recientemente en los discursos marxianos contemporáneos, en ocasiones bajo los nombres genéricos
de Nueva Lectura de Marx, Crítica de la Forma-Valor, Crítica del Valor, y a veces más
específicamente como una “dialéctica sistemática” (teoría de la forma-valor en su actual mutación
anglófona) o alguna noción relacionada. Aunque las diversas tendencias contemporáneas de la
crítica del valor comparten, de hecho, un énfasis en las cuestiones metodológicas relativas al
análisis de la forma de valor de la mercancía, no son en absoluto meras variaciones de la misma
Nueva Lectura de Marx, tal como la presentan a menudo sus partidarios y comentaristas[8].

[8] Véase, por ejemplo, Endnotes (2010), Leslie (2014), y Mediations (2013).

Por el contrario, hay algunas diferencias teóricas —y, por tanto, políticas— muy fundamentales que
no pueden esconderse bajo la alfombra de la “Nueva Lectura de Marx”. Por muy pegadizo que
pueda sonar, la llamada Nueva Lectura de Marx es un término genérico que, hay que recordar, se
aplicó retroactivamente y fue promovido conscientemente por los partidarios de una lectura
específica, o eso sostenemos, más bien apolítica y (rayana en) neoescolástica de Marx —una lectura
que se inscribe conscientemente en un linaje de venerable erudición marxiana y teoría crítica
alemana—. Más que nadie probablemente, la voz principal de la actual Nueva Lectura de Marx, el
matemático y estudioso de Marx Michael Heinrich, encajaría en esta categoría[9].

[9] Pero la crítica se aplicaría —hasta cierto punto— también a nombres como Wolfgang Fritz Haug, Dieter Wolf, Ingo
Elbe y otros asociados a la promoción de la marca «Neue Marx Lektüre». Para algunos comentarios críticos sobre la Neue
Marx Lektüre, véase, por ejemplo, Reitter (2015).

El malestar en la teoría marxiana del colapso [The Marxian Theory of Collapse and Its Discontents].

A principios de la década de 1990, Heinrich se embarcó en una ambiciosa exégesis de la obra de


Marx. Como resultado, su obra sobre Marx, que comprende numerosos artículos y libros —el más
popular en el mundo anglófono es quizás su manual An Introduction to the Three Volumes of Karl
Marx’s Capital (Heinrich 2012)—, está ampliamente considerada como uno de los relatos más
autorizados sobre Marx en lengua alemana.

Una afirmación central de la obra de Heinrich es que la crítica de Marx a la economía política fue
una revolución teórica que sólo se llevó a cabo parcialmente y que, en última instancia, Marx
permaneció constreñido dentro del campo de la economía política con el que inicialmente trató de
romper. El carácter incompleto de la teoría crítica de Marx en su conjunto se debió, según Heinrich,
a algunas “ambivalencias” fundamentales en la teoría del valor de Marx[10]. Por consiguiente, la
teoría crítica del valor de Marx debe ser depurada de estas ambivalencias teóricas y restablecerse
sobre la base de una sólida “teoría monetaria del valor” (en este punto y en varios otros, Heinrich
está fundamentalmente de acuerdo con el enfoque de la escuela de la forma-valor seguido por
Christopher J. Arthur y sus consortes, aunque Arthur opera con un énfasis más abiertamente
hegeliano en la “dialéctica sistemática” supuestamente inherente a la obra madura de Marx en El
Capital)[11].

[10] «Pero esta revolución científica, esta ruptura con el campo teórico de la economía política, no fue completa. En
algunos puntos de su exposición Marx se aferró al campo con el que rompió en ese mismo momento. En el mismo texto
podemos observar una ruptura con este campo y la presencia continua de algunos elementos de este campo» (Heinrich
2004).

[11] Desde el punto de vista de Arthur, Hegel es una referencia natural para la teoría de la forma-valor en la medida en
que uno puede identificar, además de una dialéctica histórica, otro tipo de teoría dialéctica en Hegel, que se encuentra
particularmente en escritos como la Ciencia de la Lógica y la Filosofía del Derecho. Según Arthur (2011, 2), esta otra
dialéctica en Hegel —que desde una perspectiva teórica de la forma-valor proporciona la clave para entender el modo de
presentación empleado por Marx en El Capital— “puede denominarse ‘dialéctica sistemática’ porque se ocupa de la
articulación de categorías diseñadas para conceptualizar un todo concreto existente”.
La percepción de Heinrich de que la obra de Marx está plagada de ambigüedades e incoherencias
teóricas internas le lleva a descartar la existencia de una teoría de la crisis y la necesidad inmanente
de un colapso total del modo de producción capitalista. Heinrich rechaza explícitamente la potente
idea expuesta por Marx, quizás con mayor claridad en los Grundrisse, de que el modo de
producción capitalista tiende a socavarse a sí mismo y, a través de una serie discontinua de crisis
cada vez más profundas, acabará colapsando —por así decirlo— por su propio peso. En su lugar,
argumenta que, independientemente de lo que puedan creer los defensores de una “teoría marxiana
del colapso” —Heinrich (2012, 177) menciona esta “teoría del colapso” como operativa en las
teorías de Rosa Luxemburgo, Henryk Grossmann y, más recientemente, en el enfoque crítico del
valor defendido por Robert Kurz y el entorno que le rodea (al que volveremos en un momento)—,
la enigmática declaración sobre un colapso en los Grundrisse fue simplemente algo parecido a un
error teórico por parte de Marx: “En sus obras posteriores Marx no retoma esta idea de
los Grundrisse. Al contrario, Marx rechazó implícitamente sus anteriores argumentos a favor de un
colapso”. En otras palabras, Heinrich niega rotundamente cualquier noción de una posible “crisis
final” y “colapso”, acusando a Marx de sacar una “conclusión extremadamente rebuscada” sobre la
base de meras observaciones empíricas carentes de una referencia conceptual adecuada (206-7).

El argumento de Heinrich (2012, 206-7) de que la teoría de la crisis planteada por Marx se basa en
una extrapolación ilimitada a partir de observaciones empíricas sin fundamento (a efectos de este
ensayo, omitimos los detalles específicos del argumento) le lleva a concluir que es del todo
“asombroso que el propio Marx no se diera cuenta de lo débil que es el argumento”.

(Como cualquier otro liquidacionista, Heinrich entierra y encumbra a Marx al mismo tiempo.
Pobrecito señor que no vio que no existiría la crisis que auguraba. Es, a lo mucho, un crítico
espiritual de nuestro tiempo. Cuando menos la comunización de Camatte, y todos sus offshoots
teóricos le dan una validez de tipo histórico al marxismo. Cuando menos Kurz trata de recuperar
su espíritu y su vena crítica, ensuciada por el pesimismo. Nada en el marxismo es entendible sin las
categorías de proletariado, revolución, crisis y dictadura del proletariado. Sin ellas es que el
comunismo es meramente una bonita utopía).

Robert Kurz: Wertkritik, Krisis y Exit!

Como se ha indicado, el argumento de Heinrich contra una “teoría marxiana del colapso” se
desarrolló en una polémica y continua disputa teórico-política con Robert Kurz (1943-2012), cuya
contribución al campo teórico de la crítica del valor consiste más que nada en la continua insistencia
y elaboración de una teoría sobre una crisis terminal para el capitalismo.

El enfoque radical y específico de la crítica del valor seguido por Kurz se conoce como Wertkritik,
o en español, “crítica del valor”, como los editores de Marxism and the Critique of Value (Larsen et
al., 2014), la hasta ahora única introducción anglófona al tema, han optado por traducirlo. Como se
señala debidamente en la introducción a esta aguda colección de traducciones de alta calidad de la
teoría crítica radical del valor (Wertkritik), existe un riesgo inminente de confundir esta corriente
radical de pensamiento con otras ramas contemporáneas de crítica del valor (como la de Heinrich)
cuyos “orígenes precisos en la Alemania Occidental de los años setenta y ochenta siguen siendo
objeto de cierta controversia”, como diplomáticamente dicen. Además, especifican que “Wertkritik
en este sentido sistemático designa en la práctica el trabajo acumulado de probablemente no más de
treinta o cuarenta individuos que forman dos colectivos orientados a la teoría que actualmente no
cooperan, el núcleo central de cuyos miembros han vivido y trabajado durante años en la ciudad
bávara septentrional de Nüremberg y sus alrededores, y cuya actividad principal ha sido producir
dos revistas anuales —Krisis y Exit—, con Streifzüge, una publicación vienesa más panfletaria y
vagamente aliada con Krisis, como tercera sede” (Mediations 2013, xi).
A pesar de las diferencias claramente identificables (la importancia concedida a la teoría de la crisis
de Marx es un ejemplo de ello) que separa esta rama específica de la crítica del valor (Wertkritik) de
las variantes marxistas más genéricas, a menudo se agrupan todas juntas bajo la misma narrativa
historiográfica maestra de la Nueva Lectura de Marx[12], o de lo contrario se ignoran por
completo[13].

[12] Este es el caso en Elbe (2010). Roswitha Scholz ha criticado a menudo la historiografía de Elbe por ser
(euro)androcéntrica a expensas de un subconjunto de contribuciones marginadas del pensamiento marxiano que van desde
la «Wertabspaltungskritik» —la perspectiva problemática de género que distingue la crítica del valor de Scholz, Kurz y el
grupo Exit! de otras posiciones dentro de las críticas del valor— hasta la teoría poscolonial. Véase, por ejemplo, Scholz
(2016).

[13] Este es el caso en la ambiciosa, pero problemática, historiografía global de Jan Hoff (2009).

Para complicar aún más las cosas, después de 2004, una parte de la gente que rodeaba a Krisis —
entre ellos el propio Kurz, Roswitha Scholz y Anselm Jappe, entre otros— decidieron separarse
de Krisis para formar Exit!, y empezaron a referirse a su teoría como Wertabspaltungskritik,
enfatizando así, al ritmo de Scholz, la problemática de género inherente a la dinámica de la forma
de valor misma. Este aspecto “disociativo” (y, por tanto, todo el giro feminista en la crítica del
valor) queda lamentablemente relegado en la elección, seguramente más conveniente, de narrar la
historia bajo el encabezado unificador de Wertkritik. Otra desventaja desafortunada en esta
narración es la tendencia a borrar no sólo las diferencias internas dentro de la “escuela Wertkritik de
Núremberg”, como se la ha llamado en otros lugares (véase Fleischer 2011), sino también, y mucho
más gravemente, las diferencias teóricas más sustanciales en la controversia de una década entre
Heinrich y Kurz, en la que (entre muchas otras cuestiones) la cuestión del estatus de una teoría de
las crisis en Marx ocupa un lugar central. En las siguientes páginas reconsideraremos la crítica del
valor asociada a la posición de Kurz para ver cómo y por qué hay que distinguirla de la de Heinrich
y la llamada Nueva Lectura de Marx.

Polémicos y académicos

Como ya se ha mencionado, las dos ramas más importantes de la crítica del valor asociadas a Kurz
son las revistas Krisis: Kritik der Warengesellschaft [Krisis: Crítica de la sociedad
mercantil] y Exit! Krise und Kritik der Warengesellschaft [Exit! Crisis y crítica de la sociedad
mercantil], constituyendo esta última un grupo escindido de la primera revista[14]. Krisis comenzó
con el nombre de Marxistische Kritik [Crítica Marxista] a mediados de la década de 1980, pero
cambió de nombre en 1989, distanciándose así de la mayor parte de lo que aparece bajo el epígrafe
de marxismo. Kurz fue un autor extremadamente productivo dentro de este medio y llegó a escribir
catorce libros antes de morir en 2012 a los 68 años. Hasta los tiempos recientes, ningún libro de
Kurz había sido traducido al inglés y, aparte de la colección de ensayos comentada anteriormente —
Marxism and the Critique of Value—, sólo se encuentran unas pocas (y a menudo muy dudosas)
traducciones al inglés.

[14] Ambas revistas tienen páginas web con amplios catálogos de textos de los autores asociados: véase
http://www.krisis.org y http://www.exit-online.org. Según el grupo que se escindió y formó Exit!, la ruptura se produjo
por diferencias relacionadas con la teoría de la disociación del valor de Roswitha Scholz, según la cual todos los aspectos
de la vida humana no inmediatamente conciliables con la producción capitalista de valor se disocian y atribuyen a la
mujer.

Kurz ha sido consistente en mantenerse alejado del mundo académico y de sus formas particulares
de retórica política y marxista, no muy diferente de pensadores revolucionarios más antiguos como
Amadeo Bordiga, Guy Debord y Jacques Camatte. Debido a su distancia de las instituciones
académicas, Kurz no ha sido objeto del mismo tipo de atención que alguien como Heinrich, que es
un académico profesional establecido y profesor de la Freie Universität, o como los dos teóricos de
la Escuela de Frankfurt Jürgen Habermas y Axel Honneth, ambos directores del prestigioso Instituto
de Investigación Social de Frankfurt, supuestamente portadores de la llama de la “teoría crítica”.

(Si somos honestos, esta ha sido la única forma real de hacer teoría marxista. No se me ocurre un
libro que considere importante y se haya producido de una forma académica, ni siquiera Teoría del
Sujeto, de Badiou).

Aunque Kurz ha preferido permanecer un tanto en la sombra, en 1999 recibió cierta atención del
público en general —incluso aunque sólo fuera momentáneamente— debido a la publicación de
su Schwarzbuch Kapitalismus (Ein Abgesang auf die Marktwirtschaft) [El libro negro del
capitalismo (Un canto de cisne a la economía de mercado)]. El libro tiene más de 800 páginas y
contiene una exposición histórica inmensamente detallada del desarrollo capitalista y de los
regueros de sangre que dejó tras su desastrosa estela. Como Kurz deja claro en el prefacio de la
edición ampliada de 2009, el libro pretendía ser una pieza de historia a contracorriente, una
intervención teórica en una época demasiado exaltada de euforia capitalista general. Cuando el libro
vio la luz por primera vez en la segunda mitad de 1999, exactamente diez años después de la caída
del muro de Berlín y al borde de la llamada «Nueva Economía”, el proclamado “fin de la historia”
seguía siendo el lema del momento. En tal contexto de consenso neoliberal, Schwarzbuch
Kapitalismus causó naturalmente revuelo, recibiendo elogios y críticas a partes iguales. No
obstante, la obra de un teórico de ultraizquierda relativamente desconocido llegó a las páginas de
los principales periódicos alemanes, como Frankfurter Rundschau, Süddeutsche Zeitung y Die Zeit,
entre otros. Die Zeit publicó nada menos que dos reseñas del libro, una de ellas calificándolo de la
publicación más importante en una década (Lohmann 1999).

Pero el estilo polémico de Kurz y sus excursiones teóricas, a menudo densas, no eran especialmente
aptos para el éxito popular ni académico a largo plazo. Su enfoque ultracrítico y no precisamente
cortés de los teóricos contemporáneos roza a veces la arrogancia despectiva. Y aunque cabría
suponer que Kurz tendría al menos algo en común con otros defensores del pensamiento marxista y
postmarxista, está claro que no es así, al menos según el propio Kurz. Consideremos, por ejemplo,
este pasaje nada atípico de la introducción a su último libro, Geld ohne Wert [Dinero sin
valor] (publicado póstumamente):

“Todos los conceptos «post» derivan de la ideología postmoderna y son fundamentalmente


incompatibles con la crítica marxiana de la economía política, así como con el «tipo de teoría» y la
comprensión conceptual que le pertenecen. El único propósito [de la ideología posmoderna] es
sabotear cualquier avance teórico hacia la comprensión de la nueva situación histórica y ahogarlo en
el eclecticismo. … El término «postmarxismo» resume todos los intentos de “postmodernizar” la
teoría marxiana, es decir, de eliminar cualquier aspecto espinoso de esta teoría y, en lugar de
superar críticamente el movimiento obrero y el marxismo de partido, virtualizarlo para hacerlo
compatible con los intereses de la clase media. (Kurz 2012, 16)”

(En esto estamos de acuerdo en lo fundamental con Kurz, en contenido y en espíritu).

Este profundo desdén hacia toda la tradición del marxismo —desde el movimiento obrero
tradicional hasta sus formas “posmodernizadas”— se expresa evidentemente también como uno de
los rasgos distintivos del inimitable estilo de escritura de Kurz. El hecho de que Kurz no rehúya la
polémica queda patente en la forma en que trata a Heinrich en el libro antes mencionado —Geld
ohne Wert— que es básicamente una larga refutación de la interpretación de Heinrich sobre la
teoría del valor de Marx, basada como está, según Kurz, en un “individualismo metodológico” que
contrasta fuertemente con el enfoque más holístico del propio Marx.
Aunque —o exactamente debido a que— Heinrich es partidario de un enfoque “crítico del valor”,
que superficialmente parece estrechamente emparentado con el de Kurz, se le convierte en la
personificación de todo lo que está mal en el marxismo actual y, más concretamente, en la llamada
corriente de la crítica del valor. Una tendencia que hoy, media década después de la prematura
muerte de Kurz, parece estar cobrando impulso lentamente también en el mundo anglófono, donde
algunos de los desacuerdos subrayados en este ensayo parecen estar siendo desatendidos en favor de
una historiografía unitaria y, sin duda, algo más conveniente. Como señala Esther Leslie (2014,
410) —en una de las escasas reseñas anglófonas de la obra de Robert Kurz— hay “muchas
discusiones sobre la procedencia y la genealogía del enfoque de la Wertkritik, y la mayoría de ellas
son agrias y territoriales”. No es de extrañar que haya habido disputas, teniendo en cuenta la
naturaleza altamente politizada de estos debates. Lo que está fundamentalmente en juego para
alguien como Kurz va más allá de la narcisista idea académica de “ocupar un nicho” y, desde luego,
no puede reducirse a una cuestión de “diferenciar su propia marca”, como Leslie, en un tono
extrañamente sugerente, opta por enmarcarlo (422).

La cuestión más importante que hay que plantearse no es si las ideas de Kurz son “originales” o no,
si son “reinvenciones” de discusiones existentes o “selecciones” de éstas, sino si tienen o no fuerza
explicativa con respecto a la situación histórica actual, presentando una perspectiva adecuada de
antagonismo al capital. Es exactamente la continua insistencia en la noción de crisis en Marx lo que
permite a Kurz —en contradicción con Heinrich, y aparentemente también en contradicción con
Leslie (2014, 416), quien encuentra que el enfoque de Kurz en las crisis señala la “debilidad de la
teoría” y tiende hacia “una especie de inevitabilidad económica”— desarrollar una teoría adecuada
del colapso del modo de producción capitalista.

Crisis y colapso

Parafraseando el relato de Leslie (2014, 416) sobre Kurz: “crisis” es el término privilegiado en toda
la obra kurziana. No hay nada más que crisis, y es permanente. En otras palabras, la teoría de las
crisis de Kurz corre como un hilo rojo a lo largo de toda su obra, desde Schwarzbuch
Kapitalismus hasta Geld ohne Wert, y el mismo argumento central se encuentra en diferentes
formas en los numerosos artículos y ensayos publicados a lo largo de los años, desde el primer
ensayo de 1986 en Marxistische Kritik (que más tarde pasaría a llamarse Krisis), titulado “Die Krise
des Tauschwerts” [La crisis del valor de cambio], hasta una de sus últimas iteraciones en el
ensayo “Die Klimax des Kapitalismus” [El clímax del capitalismo] de la revista Konkret en 2012.

En resumen, Kurz diagnostica una crisis sistémica fundamental del capitalismo originada en el
agotamiento de la fase final de acumulación de capital alrededor de los años setenta. Según Kurz, la
última reestructuración del capital vino acompañada de una importante transformación tecnológica
de la producción, lo que él denomina la “tercera revolución industrial”, que alteró profundamente la
composición orgánica del capital —es decir, la proporción entre trabajo vivo y trabajo muerto
(acumulado), o capital—. Con la automatización del proceso de producción, que hace —como
efecto secundario necesario— que cada vez más personas sean superfluas para la producción de
plusvalía, el capitalismo entra en abierta contradicción consigo mismo. Mientras lucha con sus
propios presupuestos internos, el trabajo es necesario para la producción de valor, pero al mismo
tiempo se hace superfluo para el proceso de producción mismo; el capital no es capaz de sostener ni
su propio ciclo vital (es incapaz de valorizarse a sí mismo en grado suficiente) ni las crecientes
poblaciones excedentes que son continuamente excluidas de su metabolismo.

Con la introducción de la computadora y la microelectrónica, cada vez más trabajadores son


expulsados del metabolismo del capital; son simplemente excluidos y se han vuelto redundantes
para la producción capitalista. La lógica expansiva del modo de producción capitalista contiene sus
propias barreras y contradicciones internas. De la mano con el desarrollo del modo de producción
capitalista, las posibilidades de expansión se agotan gradualmente, y el trabajo vivo, que es el punto
de partida para la creación de plusvalor, es sustituido gradualmente por las máquinas y la
tecnología. La competencia de los capitales individuales y su búsqueda de “ganancias” les obliga a
sustituir a los trabajadores por una tecnología cada vez más avanzada, excluyendo así la verdadera
fuente de plusvalor. De esta manera, según Kurz, la tercera revolución industrial constituye la
última barrera para el modo de producción capitalista.

Que el capitalismo tienda al colapso no significa, sin embargo, que el capitalismo vaya a abolirse a
sí mismo prontamente, ya que el potencial destructivo del colapso es indefinido y puede
prolongarse durante décadas, volviendo aún más necesaria la crítica del modo de producción
capitalista y de sus formas societales.

Una “crítica categórica”

De acuerdo con Kurz, una verdadera crítica revolucionaria debe aspirar a una ruptura “ontológica”
completa con todo el edificio de la sociedad capitalista y la racionalidad ilustrada inherente a ella.
Esto implica ir más allá del superficial paradigma de pensamiento marxista tradicional, para el que
las categorías más básicas del capitalismo —trabajo, valor, mercancía, política, etc.— no son
problemáticas en sí mismas y, contrariamente a Marx, adquieren un carácter “transhistórico”. El
trabajo no es algo que haya que liberar, y el valor no es algo que haya que distribuir más
equitativamente. Por el contrario: sólo un cuestionamiento radical de todas las categorías
fundamentales de la economía capitalista bastará para cumplir los estándares que Kurz estableció
para una auténtica crítica de la economía política.

(Hay mucho en la crítica del marxismo por los marxianos y la marxología que es en realidad una
crítica a los peores exponentes del marxismo).

Mientras que Heinrich y otros han tratado de valorizar el término Nueva Lectura de Marx para sus
propios fines de marca, la relación de Kurz con ella se puede definir mejor negativamente, como un
proceso continuo de distanciamiento y crítica. Para Kurz, la mayoría de los autoproclamados
marxistas y los llamados teóricos críticos del valor, asociados o no a la Nueva Lectura de Marx, no
eran más que falsos discípulos incapaces de comprender y comprometerse críticamente con el
“evangelio” [gospel]. En el panteón sagrado del marxismo occidental y más allá, sólo unas pocas
excepciones, que van desde el propio Marx hasta Benjamin y Adorno, están —aunque sólo sea
hasta cierto punto— exentas de la mordaz crítica de Kurz. Pocos pensadores marxistas pasan el
corte.

Kurz se basa más bien en ideas dispersas de figuras marginadas como el estudioso ruso de Marx
Isaak Ilich Rubin y su colega Evgeny B. Pashukanis, o de una selecta línea de herejes comunistas de
izquierda como Antonie Pannekoek y Guy Debord. En adición a este linaje de pensamiento para-
marxiano, Kurz recurre en gran medida a estudiosos de la antropología y la historia como Marcel
Mauss o Jacques le Goff, al igual que entre sus contemporáneos parece que alguien como Giorgio
Agamben ocupa para él un lugar más destacado que la mayoría de los santos caballeros de la
alineación marxista clásica, desde Bernstein a Badiou. Una excepción significativa a la aversión
general de Kurz hacia los autoproclamados marxistas y postmarxistas es el historiador
estadounidense Moishe Postone, que en la década de 1990 desarrolló un análisis del capitalismo que
guarda un parecido sustancial con el de Kurz y al que se invoca continuamente como fuente de
referencia positiva no sólo en la propia obra de Kurz, sino también en los textos producidos en las
revistas Krisis y Exit!
Mucho más importante para Kurz que cualquier otra obra en particular es el libro seminal de
Moishe Postone Time, Labour, and Social Domination: A Reinterpretation of Marx’s Critical
Theory, que se distancia de lo que se denomina “marxismo tradicional” al analizar la forma de valor
del capital como una estructura de dominación cuasi objetiva y socialmente mediada. Esto implica
un cambio de enfoque basado en la noción de lucha de clases hacia  un análisis con respecto a la
emergencia de un nuevo tipo de dominación social, mediada por la forma de valor, en la que el ser
humano está subordinado a imperativos estructurales impersonales. Es la crítica de Marx a la
economía política, “la puesta al desnudo de la ley económica del movimiento de la sociedad
moderna”, la que Postone y, mutatis mutandis [cambiando lo que haya que cambiar], Kurz quieren
actualizar. Así, lo más importante para Kurz es una crítica negativa de la sociedad capitalista y no la
lucha de la clase obrera contra la burguesía; en otras palabras, el marxismo como crítica radical de
la economía política y no como proyecto político cuya meta es la emancipación de la clase obrera.

Como tal, Kurz reconoce a Postone como un importante precursor de una crítica radical de la
sociedad capitalista, a la par de alguien como Lukács, de quien deriva originalmente la noción de
“crítica categórica”, pero no obstante es criticado junto con Heinrich por carecer de alguna teoría de
la crisis. Por lo tanto, el movimiento central de la crítica del valor de Kurz es reinstalar el conflicto
dentro de la forma más elemental de riqueza en la sociedad capitalista: a saber, la mercancía. Este
conflicto esencial atraviesa todos los niveles del análisis y alcanza su punto culminante en la teoría
de la crisis. La crisis no puede reducirse a una mera perturbación inesencial en una maquinaria que,
por lo demás, funciona sin problemas, sino que debe reconocerse como un componente intrínseco
de un “sistema de maquinaria” avanzado programado, por así decirlo, para autodestruirse. La
revolución, en el verdadero sentido de la palabra, implica una ruptura con todas las categorías
fetichistas derivadas de la forma de valor de la mercancía, una desfetichización de la racionalidad
burguesa in toto [en su conjunto]. La forma de valor de la mercancía es una forma que ya contiene
de manera latente el potencial de crisis, una esencia que —parafraseando a Hegel— no puede sino
aparecer.

Una genealogía de la disidencia antipolítica

Como debería ser evidente a estas alturas, la teoría de la crisis implica una postura antipolítica
consistente; no hay un programa proletario, no hay un plan político —ni en la obra de Marx ni en la
propia teoría crítica del valor— sobre cómo se supone que debe tener lugar la emancipación. Todo
lo que tenemos es una concepción negativa de un sistema al borde del colapso autoinfligido. Que
Marx ensayara salvar la noción de “esperanza” revolucionaria conectando su crítica del capital con
la entonces emergente clase obrera y que intentara teorizar a la clase obrera como el Sujeto
histórico, el proletariado —destinado a abolir el capitalismo y acabar con la explotación,
deshaciendo el robo por el capital de los frutos del trabajo de los obreros— fue poco más que un
“error”, una mera expresión de las circunstancias históricas específicas de la época.

La evolución histórica desde Marx ha demostrado que la clase obrera es una parte interna del modo
de producción capitalista y, en tal determinación, no constituye ningún tipo de desafío sistémico
para el capital, argumenta Kurz. A través del movimiento obrero, la clase obrera ha luchado por el
reconocimiento dentro del capitalismo, no por la supresión del capitalismo. La lucha de clases del
movimiento obrero ha sido una competición interna dentro de las categorías inmanentes del
capitalismo. El desafío es, en otras palabras, historizar a Marx e ir más allá del marxismo. Sólo así
será posible restablecer la crítica radical de Marx al modo de producción capitalista. La
emancipación ya no debe proyectarse en el futuro como una noción abstracta del proletariado como
sujeto revolucionario, sino que debe estar conectada a un análisis crítico continuo del capitalismo
como un sistema profundamente irracional al borde del colapso sistémico. La tarea no consiste en
distribuir la riqueza de forma diferente, sino en alterar radicalmente el modo de producción sobre el
que descansa el obsoleto programatismo del marxismo del siglo XX.

La crítica del valor se opone así no sólo al movimiento obrero establecido —en sus diferentes
expresiones políticas y filosóficas, en su lucha por una distribución diferente de los bienes de la
sociedad y en sus esfuerzos por frenar la avaricia pantanosa del capital—, sino también a los
marxismos autoidentificados como revolucionarios que se han esforzado por revolucionar el
capitalismo mediante una revisión socio-material en la que se supone que la propiedad de los
medios de producción pasa de la burguesía a la clase obrera. La crítica del valor à la Kurz considera
al proletariado como una parte interna del modo de producción capitalista; es, por así decirlo, una
crítica postproletaria. Los proletarios unidos no destruirán el capitalismo; el capitalismo se
derrumbará por sí mismo. Sin embargo, esta ruptura inevitable no implica en modo alguno una
transición suave a un comunismo de lujo completamente automatizado, como algunos han
argumentado recientemente (Srnicek y Williams 2015). No hay transición ligera a la vista, solo
conflicto social y barbarie. Así pues, la cuestión es: ¿cómo (re)organizarse, más allá de formas
históricamente obsoletas de políticas identitarias, ante un colapso planetario en curso?

Revolución: ¿teoría o movimiento?

El capitalismo está condenado. Se caracteriza por contradicciones irreconciliables presentes en las


categorías fundamentales del modo de producción capitalista. Ese es el análisis de Kurz. El
capitalismo va a autodestruirse inevitablemente. No debido a las acciones de la clase obrera ni a las
acciones concertadas del movimiento obrero. El antagonismo entre el capital y el trabajo es interno,
y no se trata de transformar a las clases trabajadoras locales en un sujeto consciente, el sujeto
histórico. Para Kurz no existe un proletariado, en el sentido de una fuerza interna/externa capaz de
acabar con la explotación capitalista. El proletariado está plenamente inscrito en el funcionamiento
de la modernidad capitalista, y no hay ninguna perspectiva revolucionaria en la cultura de la clase
obrera. No hay “formación de la clase obrera” en el sentido de la aparición de un sujeto rebelde
capaz de trascender el capitalismo. Radicalizando la crítica de Debord al movimiento obrero
establecido y a su lenta integración en el Estado del bienestar de la posguerra, Kurz no sólo rechaza
las posturas reformistas y gradualistas que privilegian a la clase obrera y la consideran una especie
de comunidad sin máculas capaz de enfrentarse a la “falsa” burguesía y a sus instituciones
represivas, sino que también rechaza la noción del proletariado como clase para sí misma. No hay
una esencia proletaria fuera del modo de producción capitalista desde la que lanzar un ataque al
capitalismo. No hay oposición. Una “liberación” o el fin de la dominación no subjetiva del capital
sólo puede tener lugar como eliminación de los fetiches fundamentales: mercancía, valor, trabajo y
dinero. Las diferentes ideas de una revolución contra el capitalismo fracasarán todas
inevitablemente a menos que sean capaces de desencadenar un proceso que vaya a las raíces del
mal, acabando con las formas de dominación cuasi-objetivas que caracterizan al capitalismo. La
Unión Soviética se erige como un trágico ejemplo de tales esfuerzos que se quedan en la superficie,
tomando el poder pero reproduciendo necesariamente al final la producción de plusvalía,
emprendida ahora en nombre del proletariado. Como deja claro Kurz, haciéndose eco de Debord,
esto sólo equivale a que los trabajadores controlen de algún modo su propia alienación. La idea
socialista de un Estado socialista en cualquiera de sus formas es una ilusión. No hay transición ni
solución eurocomunista a la contradicción interna del capitalismo. No se trata de un modo mejor de
dirigir la economía. Nunca lo ha sido.

Tal y como Kurz lo expresa en la introducción a la edición de 2009 de Schwarzbuch Kapitalismus,


no existe una “fuerza social visible” capaz de llevar a cabo la “emancipación social” (27). Esto
tiende a dar a su análisis un tono elegíaco; escribe en tono irónico. Pero Kurz ha dejado atrás la
noción de sujeto revolucionario. Tanto si aparece bajo la forma de la clase obrera china, la multitud,
el precariado o simplemente el proletariado, la idea de un sujeto revolucionario es un resto
problemático de la ilusión ideológica de “libre albedrío” del sujeto burgués. Como idea y práctica
de la revolución, el punto de vista de clase ha quedado obsoleto.

(Es por este punto del abandono de la lucha de clases que Kurz no puede ser considerado
apropiadamente como un comunista, puesto que su formulación no parte de las clases políticas;
aunque claro, el tiene sus argumentos para ello)

El grandioso abandono de la lucha de clases por parte de Kurz se ha encontrado con la crítica de
otras partes de la ultraizquierda[15]. Que el movimiento obrero occidental establecido sólo haya
contribuido, sin duda, a fortalecer la sociedad capitalista (aunque también, por supuesto, a asegurar
los derechos de una larga lista de temas anteriormente excluidos del estatus “político”) no significa
que los trabajadores no hayan intentado negar la relación capital-trabajo en una serie de situaciones
históricas, desde la Comuna de París, pasando por Barcelona en 1936, hasta hoy. Como escribe
Kurz, el movimiento obrero ha intentado arrebatar el poder a la burguesía y controlar el proceso de
producción capitalista, controlando así su propia alienación y no poniendo fin a la dominación
capitalista, pero también han rechazado el trabajo asalariado y se han negado a participar en la
gestión de la producción de plusvalor; de nuevo, en otras palabras, un intento de negar el capital. El
proletariado es —como escribe Maurice Blanchot (1971, 117), haciéndose eco de Marx— una
identidad inestable caracterizada por una cualidad autocrítica, “tensa” y necesariamente
“incómoda”, a la vez sujeto y objeto, mercancía y propietario de la mercancía.

[15] Principalmente Guigou y Wajnsztejn (2004).

Creemos que el análisis de Kurz de las contradicciones fundamentales del capital es muy
importante, pero nos resistimos a aceptar que el rechazo de Kurz a la noción de lucha de clases. Por
lo tanto, proponemos complementar su teoría crítica del valor con el análisis históricamente más
sensible realizado por el grupo ultraizquierdista francés Théorie Communiste. Théorie Communiste
surge del movimiento post-situacionista francés e italiano, posterior a Mayo del 68, y han estado
activos desde finales de los años 70s publicando una revista con el nombre del grupo desde 1977. El
enfoque de Théorie Communiste es mucho más histórico que el de Kurz, pero acaban llegando a
conclusiones algo similares, aunque formuladas de forma algo diferente. Contrariamente a Kurz,
Théorie Communiste se compromete de forma mucho más directa con la vieja empresa marxista: un
análisis de la situación histórica, seleccionando los acontecimientos considerados de importancia
destacada en el contexto histórico contemporáneo con vistas a situar al proletariado y permitirle
emanciparse de la explotación y la alienación. Théorie Communiste no ha renunciado al
proletariado, sino que utiliza ese concepto para continuar y actualizar el análisis ultraizquierdista y
situacionista de la sociedad capitalista. Sin embargo, al igual que Kurz, Théorie Communiste
sostiene que hemos cruzado un umbral decisivo en la historia del modo de producción capitalista
con la reestructuración de la economía que tuvo lugar en los años setenta y ochenta en forma de
nuevas tecnologías, externalización [outsourcing] e introducción de una enorme cantidad de crédito.

(La compatibilidad entre los de Théorie y Kurz es bastante poco probable. No puedes meter a
alguien que le da importancia al sentido de la autoabolición del proletariado como objeto del
comunismo, con otra persona que niega completamente su pertinencia, y que cree que el
proletariado viene a suplementar en Marx una carencia política, al punto de interpretar en Hegel
la existencia de una dialéctica formal contra una histórica).

El grupo utiliza la distinción de Marx entre la subsunción formal y real del capital para dividir la
historia de la lucha de clases en tres periodos, en el que hemos entrado en el último, la fase de
subsunción real, en la que se hace posible por primera vez una superación del capitalismo. Los dos
periodos anteriores son la primera y la segunda fase de la subsunción formal, que van desde 1830
hasta 1900 y después hasta 1970, cuando la lucha de clases tenía lugar en el marco de una serie de
organizaciones, como el partido y el sindicato, que mediaban y sostenían la relación capital-trabajo
en lugar de intentar atacarla. Todas las luchas anteriores tuvieron lugar como intentos de afirmar la
perspectiva obrera de la relación capital-trabajo, liberando a los trabajadores de la explotación
capitalista pero, en efecto, sin desmantelar las relaciones capitalistas básicas para poner a los
trabajadores a cargo de la sociedad capitalista. Este ciclo de luchas es lo que Théorie Communiste
denomina programatismo, que incluye tanto las luchas reformistas como las revolucionarias. La
clase obrera era o tenía una identidad autónoma sometida pero existente que había que liberar. El
programatismo es la autoafirmación del proletariado, ya sea mediante reformas sociales o mediante
la toma socialista del poder. Había un programa: el programa reformista era la garantía de derechos
a los trabajadores; el programa revolucionario era el establecimiento de un estado obrero. En ambos
casos, la identidad del trabajador era tanto el punto de partida como el programa.

(El único punto de encuentro entre Kurz y los de Théorie es en la importancia del periodo del
neoliberalismo para ambos, que puede ser considerado como su síntoma (pero para hacerle hay
que criticar apropiadamente sus determinaciones, como por ejemplo lo hace Brassier citando la
carencia de importancia del fenómeno del crédito hablando específicamente de la clase
trabajadora). Lo que en Kurz es el periodo de la crisis permanente, para los de Théorie sería
precisamente el punto de la realización del proletariado (aunque parezca que así hasta cierto
punto se opongan a Marx). Hay una vinculación dialéctica posible).

Hoy esta identidad ya no existe. Théorie Communiste argumenta eficazmente de este modo,
uniéndose a Kurz en una crítica radical de cualquier intento de continuar el antiguo movimiento
obrero. La reestructuración de la economía que ha tenido lugar durante los últimos cuarenta años ha
fragmentado a la vieja clase obrera. Ya no es capaz de reproducirse a sí misma. La externalización,
la precarización, el trabajo informal y el endeudamiento han disuelto las anteriores estructuras de
clase. Por lo tanto, ya no hay autonomía obrera que afirmar. Pero esto no sólo debe lamentarse
como la desaparición del “trabajador” y del movimiento obrero como posibilidad, argumenta
Théorie Communiste. Nos enfrentamos a la vez a un límite y a una posibilidad en la medida en que
el levantamiento revolucionario contra el capitalismo se hace posible por primera vez más allá de la
idea de una gestión diferente de la economía capitalista. Ya no se trata de una gestión socialista del
capitalismo, sino de la abolición del modo de producción capitalista y de la reproducción de la clase
obrera como sujeto/objeto interno al capitalismo. Como señala Théorie Communiste (2009, 34),

“La dinámica de este ciclo es la brecha [écart] que algunas prácticas actuales crean dentro de lo que
es el límite general de este ciclo de luchas: actuar como una clase. Actualmente, la actividad de
clase del proletariado se desgarra cada vez más de manera interna: mientras siga siendo la acción de
una clase, tiene como único horizonte el capital …simultáneamente, en su acción contra el capital
es su propia existencia como clase a la que se enfrenta y que debe tratar como algo a suprimir”.

De este modo, Théorie Communiste nos da cuenta de cómo y por qué la resistencia de la clase
obrera en los siglos XIX y XX siguió siendo parte integrante del desarrollo del capitalismo, cómo la
clase obrera se convirtió en su propio proyecto e identidad que había que producir y no en una
relación que había que negar. Esto ayuda a explicar la fusión del capitalismo con la clase obrera y
su movimiento. Durante un largo periodo, el resultado de este proceso fue la integración o la
recuperación. Pero desde los años 80, la fragmentación está a la orden del día. Los cambios
postfordistas de la economía han destruido tanto al sujeto reformista como al revolucionario de la
clase obrera en sus formas programáticas. Este es el trasfondo de la larga lista de protestas
“negativas” que hemos visto la última década, desde Francia en 2005 a Grecia en 2008, Egipto y
Estados Unidos en 2011, y así sucesivamente hasta el presente. Estamos viviendo la conclusión del
periodo programático en el que los trabajadores desafiaron pero sobre todo afirmaron el
capitalismo.

La lucha de clases del período de la subsunción formal nunca transgredió el capitalismo y, de


hecho, sólo con la transición a una nueva era se ha hecho posible una revolución comunista en el
sentido del fin del capitalismo. Poco a poco, la clase trabajadora puede problematizar las
condiciones que la hacen parte del capitalismo, cuestionarlas y posiblemente transgredirlas. En este
momento se trata sobre todo de un límite, de la incapacidad de los trabajadores para reproducirse
como lo han hecho hasta ahora. Los jóvenes de las banlieues de las afueras de París, de Grecia, de
Egipto, de todo el norte de África y de Oriente Medio, pero cada vez más también de Europa
Occidental, se encuentran aislados de la economía capitalista. Son superfluos, redundantes, y no
pueden entrar en el metabolismo del capital. Esta exclusión brutal es también una posibilidad,
sostiene Théorie Communiste: la relación capital-trabajo se enfrenta a un límite histórico y se abre a
algo diferente. En la lucha, los trabajadores se enfrentan directamente a su propia existencia como
trabajadores, como parte del capitalismo, pero también a la posibilidad de poner fin a esta relación,
es decir, a la revolución. La nueva ola de protestas tiene entonces una perspectiva revolucionaria,
precisamente porque no puede plantear reivindicaciones, sino que debe acabar inmediatamente con
las formas capitalistas básicas como la relación salarial y la propiedad privada en sus formas
actuales. La revolución ya no puede ser una meta lejana, sino que debe presentarse ahora mismo en
la lucha contra el capitalismo.

El análisis estructuralista de Théorie Communiste de la condición de posibilidad para el comunismo


comparte hoy en día una serie de similitudes con la teoría radical de la crítica del valor de Kurz —el
énfasis en el capitalismo como dominación sin sujeto y en la “complicidad” del trabajador, por
ejemplo—, pero no deja de lado la noción de lucha de clases y de comunismo como “el movimiento
real que suprime el estado de cosas existente”, como escribieron Marx y Engels. Como
provocativamente afirma Théorie Communiste (2016, 17), la teoría crítica del valor es una teoría
muerta porque carece de enemigo. La crítica del valor ha preferido hasta ahora avanzar en lecturas a
gran escala de la estructura fundamental del capitalismo, mapeando la existencia de imperativos
estructurales generales que determinan las decisiones políticas, sociales y económicas. Théorie
Communiste está más en sintonía con las luchas en curso.

El contraste quizá ponga de relieve un problema general de la perspectiva de la crítica del valor. Su
abandono de la lucha de clases acaba paradójicamente por eternizar la dominación capitalista, que,
por así decirlo, se ha tragado todas las contradicciones de clase, sin dejar grietas ni fracturas.
Mientras tanto, en parte lanzando invectivas que acusan al “marxismo tradicional” de ser
“afirmativo” y “acrítico”, los defensores de la tradición reproducen la vieja postura vanguardista de
la cabeza omnisciente que intenta movilizar a las masas dóciles. Existe el peligro de que los teóricos
críticos del valor acaben encerrando a los desprovistos de bienes en su carencia, al tiempo que les
gritan órdenes insultantes. Esta postura vanguardista, que divide a la gente en maestros y pupilos y
luego intenta desesperadamente deshacer la separación[16], probablemente se volverá irrelevante a
medida que la crisis empeore y las luchas continúen sus movimientos tartamudos por todo el
mundo.

[16] Para utilizar una formulación rancieriana. Véase Rancière (1983). Para una crítica de la postura vanguardista, véase
Bolt Rasmussen (2018).

Traducción: Pablo Jiménez Cea

Referencias

Anderson, P. 1976. Considerations on Western Marxism. London: New Left Books.


Arrighi, G. 1994. The Long Twentieth Century: Money, Power and the Origins of Our Times. London: Verso.

Arthur, C. 2004. The New Dialectic and Marx’s “Capital.” Leiden: Brill. 2011. “Towards a Systematic Dialectic of
Capital.” ChrisArthur.net. https://chrisarthur.net/towards-a-systematic-dialectic-of-capital-5.

Backhaus, H.-G. 1980. “On the Dialectics of the Value-Form.” Thesis Eleven, no. 1: 94–8. 1997. Dialektik der Wertform.
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