Está en la página 1de 2

INTRODUCCION:

Todos los peruanos sabemos o hemos oído en algún momento que la corrupción es un problema
fundamental en el Perú. ¿Pero que es la corrupción exactamente y como es vista desde un punto
de vista ético? En este informe esperamos poder aclarar estas dudas

¿Primero, que es la corrupción?

La corrupción, se define, como el uso ilegitimo del poder público para el beneficio privado, Todo
uso ilegal o no ético de la actividad gubernamental como consecuencia de consideraciones de
beneficio personal o político, o simplemente como el uso arbitrario del poder. Se define a la
corrupción como un fenómeno social, a través del cual un servidor público es impulsado a actuar
en contra de las leyes, normatividad y prácticas implementados, a fin de favorecer intereses
particulares. La corrupción también ha sido definida como el comportamiento político desviado
(falta de ética política); conducta política contraria a las normas jurídicas (falta de ética jurídica y
política) y usurpación privada de lo que corresponde al dominio público. Cabe destacar que el
interés personal no es un elemento que necesariamente debe incluirse en una definición, pues los
actos de corrupción no siempre benefician únicamente intereses particulares. El fenómeno de la
corrupción (ya sea en forma de tráfico de influencias, o en forma de obtención de favores ilícitos a
cambio de dinero u otros favores) constituye una vulneración de los derechos humanos por
cuanto que generalmente entraña una violación del derecho a la igualdad ante la ley, y en
ocasiones, llega a suponer una vulneración de los principios democráticos, conduciendo a la
sustitución del interés público por el interés privado de quienes se corrompen.

Preguntémonos: ¿hemos aceptado a la corrupción como un factor en nuestra sociedad? ¿Es ella la
causa o más bien reflejo de un cierto colapso ético de nuestra sociedad?

Creo que la respuesta se halla en la segunda opción: es manifestación de un problema moral que
tendría que ser asociado con la crisis de ciudadanía que vivimos, desde hace mucho tiempo, en el
Perú. Me refiero con ello a la casi generalizada aceptación pasiva de la corrupción como una
suerte de moral de la eficacia que consagra el “pragmatismo” y la “viveza”.

Dicha surge en un mundo cultural en el cual la experiencia de la ley como garante de nuestros
derechos es precaria y sumamente inequitativa, pero también en un mundo cultural en el cual no
consideramos a los demás como prójimos y ciudadanos, sino más bien como obstáculos para la
satisfacción de nuestras apetencias o como simples medios para obtenerlas.

Si nos preguntamos entonces por el “qué hacer” frente a este problema, la respuesta que
podemos dar se halla vinculada al inacabable fortalecimiento de una cultura democrática y de una
experiencia real de ciudadanía. Ciertamente, la gravitación de valores morales como honradez,
lealtad, justicia, igualdad se sitúa en el centro de la cuestión. Pero lo que tal vez englobe todo eso
en la experiencia colectiva, otorgándole sentido más asible, sea la idea de una vivencia real del
ejercicio de nuestros derechos y del cumplimiento de nuestros deberes, es decir, una situación de
igualdad ante la ley como bien deseable para mí, pero que solo me será asequible en la medida en
que sea también un bien del que disfruten los demás.
La corrupción es un cáncer espiritual que corroe las entrañas más profundas de la humanidad, con
grave impacto en el desarrollo humano. Afecta de manera devastadora al Estado, las instituciones,
la célula familiar y al individuo, con secuelas degradantes y disruptivas. Sus elevados índices la han
convertido en uno de los más grandes problemas de la posmodernidad, si no el mayor, por el daño
económico, político, ético y moral que acarrea en la población mundial y nacional.

En la posmodernidad está en auge la sociedad antiética, en la cual imperan los antivalores. La


sociedad antiética es individualista, materialista y deshumanizada, adherida a la banalidad y la
estulticia.

También podría gustarte