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Marc Bloch, un servidor de Francia

A 71 años de su muerte su legado intelectual y político continúan vigentes.

Marc Léopold Benjamin Bloch nació en Lyon el 6 de julio de 1886 en el seno de una familia judía asimilada
establecida en Alsacia desde el siglo XVIII. Nieto de un director de escuela e hijo de un catedrático en historia clásica,
ocupó las cátedras de historia medieval en Estrasburgo y La Sorbona y se convirtió en el medievalista de mayor
reconocimiento internacional de su generación. Bisnieto e hijo de patriotas veteranos en la defensa de territorio francés
contra prusianos y alemanes, sirvió en el ejército francés en las dos guerras mundiales, fue uno de los pocos
académicos franceses que participó activamente en la Resistencia y el único en morir por esta causa, fusilado por los
nazis el 16 de junio de 1944.

Bloch realizó sus estudios secundarios en la escuela más prestigiosa de París, en 1908 obtuvo la agregación de
historia y al año siguiente la beca de la Fundación Thiers con la que se inició en la investigación histórica. En 1912
publicó sus primeros artículos en historia medieval y se convirtió en profesor de historia y geografía en los liceos de
Montpellier y Amiens.

La entrada de Francia en la Primera Guerra Mundial el 3 de agosto de 1914 lo sorprendió de vacaciones junto
a Louis, su único hermano, en Suiza que abandonaron precipitadamente antes del cierre de la frontera. Louis se
incorporó como médico voluntario en el frente y Marc como sargento de infantería y recibió su bautismo de fuego
pocas semanas después en la desesperada defensa de París en las riberas del Marne. Terminó la guerra con el grado de
capitán, la Gran Cruz del Mérito Militar y cuatro menciones de honor que destacaron su “sangre fría”, “desprecio
absoluto por el peligro” y “fría determinación en el desempeño de sus misiones” en las que siempre se mostró
dispuesto a participar voluntariamente, incluso en las más peligrosas, como la que dirigió el 17 de noviembre de 1917
cuando “a pesar de que su observatorio fue destruido por un proyectil enemigo y era blanco de numerosos obuses,
siguió prestando servicio a cara descubierta”.

Con la firma del Armisticio los claustros académicos se constituyeron en uno de los campos de batalla en los
que se siguió librando la rivalidad franco-alemana. El nacionalismo a ultranza de la posguerra exigía purgar lo alemán
en la Alsacia recuperada para Francia a sangre y fuego por lo que fueron despedidos todos los profesores alemanes en
la universidad de la Estrasburgo. Para el cargo vacante de Profesor Adjunto en Historia Medieval fue designado el
todavía capitán Bloch, patriota francés probado, hijo, nieto y bisnieto de alsacianos dos de ellos también probados en
combate. Con su regreso a la vida civil contrajo matrimonio con Simonne Vidal; a los seis hijos que vendrían de esta
unión se agregaron al hogar familiar su madre viuda, luego de la muerte de su padre, y su nuera y sus dos sobrinos por
causa de la temprana muerte de su hermano Louis en 1922.

Convencido de que la victoria militar contra Alemania debía completarse con una victoria de la ciencia y el
espíritu francés, Bloch blandió la pluma con el mismo ardor con el que había empuñado las armas. Su maestro
intelectual fue el medievalista belga Henri Pirenne y su cruzada fue contra la historia de corte positivista escrita en
Alemania, siempre concebida como algo diferente de lo alemán o de los historiadores alemanes. Nunca se podrá
insistir demasiado en que su espíritu cosmopolita le permitía trascender los sentimientos vengativos de la Paz de
Versalles. Su rechazo era a la historia política y del acontecimiento de un Georg von Below (al que aconsejaba no

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leer) al mismo tiempo que rescataba todo lo que fuera digno de ser tenido en cuenta de las investigaciones históricas
alemanas que se encargaba de difundir en el medio francés.

La paz de la entreguerras coincidió con las dos décadas más fecundas en su producción historiográfica. En
este período publicó los trabajos que mejor reflejan su compromiso con lo que él llamaba una “historia total”: Los
reyes taumaturgos (1923), Los caracteres originales de la historia rural francesa (1931) y la que él consideró su obra
maestra, La sociedad feudal (1938), por la que los medievalistas franceses lo consideran el padre de la historia de las
mentalidades y es internacionalmente reconocido como el fundador de la historia antropológica.

Este combate de Bloch por otra forma de escribir la historia posiblemente se reflejó de forma más acabada en
su labor editorial en Annales, la ya legendaria revista científica de la que fue cofundador junto con su colega de
Estrasburgo, Lucien Febvre, cuyo primer número apareció en 1929. Los diez primeros años de esta publicación han
adquirido características casi míticas y constituyen un capítulo mayor de la historiografía del siglo XX. Desde sus
inicios Annales se constituyó en una revista orientada a problemas históricos e investigaciones rigurosas. Empezó a
circular en un mundo convulsionado por la Gran Depresión, la consolidación de los estados fascistas, la Guerra Civil
Española y el paulatino hundimiento de Francia luego de su costosa victoria de 1918. A pesar de su eventual
consagración académica, para sus editores significó una constante lucha para obtener un número suficiente de
suscriptores que garantizara su supervivencia, escasez crónica de colaboraciones de calidad, un retraso en la redacción
de sus obras maestras, tensiones en la amistad que los unía y angustia por vanamente intentar cumplir con los plazos
de edición. En 1935 se planteó muy seriamente la factibilidad de continuar su publicación. En perspectiva histórica,
tal vez el rasgo más singular de esta etapa de la revista constituya su visión cosmopolita e internacional en un mundo
de crecientes nacionalismos. El último número de su primera década salió luego de la declaración de la Segunda
Guerra Mundial con un Bloch otra vez movilizado en el ejército y la mayor parte de sus colaboradores en el frente.

El inicio de la ofensiva alemana sobre Francia del 10 de mayo de 1940 encontró al veterano capitán de reserva
Bloch apostado cerca de la frontera belga vistiendo nuevamente el uniforme militar. Una vez más la defensa de la
patrie lo arrancaba de su apacible oficio de historiador. Así como en 1914 estuvo entre los primeros que se enlistaron
tampoco rechazó en esta ocasión el llamado a las armas. A sus 54 años y como padre de seis hijos estaba formalmente
en condiciones de excusarse de prestar servicio militar pero declinó esta posibilidad. El desenlace de la contienda sería
muy diferente esta vez: si en septiembre de 1914 el ejército aliado logró frenar el avance alemán en las riberas del
Marne en mayo de 1940 la línea defensiva se desplomó en menos de una semana por la ominosa brecha del Sedán.
Seis semanas después se firmaba un nuevo Armisticio en el mismo vagón arrastrado hasta el mismo preciso lugar que
en noviembre de 1918 pero con inversión de vencedores y vencidos.

El capitán Bloch luchó en la campaña del Norte, se evacuó en Dunquerque y se volvió a reunir para seguir
luchando con el ejército francés en Normandía. Si bien ganó una nueva mención militar, para él la guerra al servicio
de un ejército regular terminó en Rennes el 18 de junio de 1940 cuando el invasor alemán entró en la ciudad. Para
evitar caer prisionero se desembarazó de su uniforme; el oficial quedaba así camuflado bajo el historiador de cabellos
grises y aspecto respetable. Más tarde explicaría que tomó esta decisión porque pensó que sería de mayor utilidad para
su familia libre antes que preso para un ejército que había dejado de existir. No podía saberlo entonces, pero al evadir
la captura selló su destino: los alemanes habrían de respetar las garantías de los pactos internacionales en su trato a los

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prisioneros de guerra franceses, incluso los de religión judía, pero no los de los civiles. Tampoco sabía aún que en
1943 retornaría a la lucha, esta vez de forma clandestina.

Al igual que muchos franceses entre los que finalmente se unieron a la Resistencia, Bloch necesitó tiempo
para tomar la decisión de pasar a la acción aún a pesar de ser desde sus inicios un crítico singularmente virulento del
régimen de Philippe Pétain. Antes intentó infructuosamente la reinserción en el mundo académico, se expuso en la
defensa pública colectiva de los judíos franceses en el marco de la UGIF (Union Générale des Israélites de France)
postulando su identidad con los intereses de la nación francesa e intentó gestionar el exilio a los Estados Unidos para
él y su familia. Sólo frente al fracaso de estas alternativas y posiblemente ante la progresiva radicalización del régimen
de Vichy optó por la militancia activa en la Resistencia.

Si bien se desprendió en 1940 de su casaca militar, la “náusea de la derrota” le impedía al académico retornar
del todo a la vida civil. Luego de la Gran Guerra le fue posible y vivió unos veinte años de forma apacible y dedicada
a su oficio. Esta vez el presente le resultaba demasiado trágico e incomprensible para poder volver a sumergirse en el
estudio del pasado. En tiempos de paz había bregado por el compromiso del intelectual con su tiempo. Hasta ese
momento su única actuación pública destacada había sido en un asunto muy sonado en el mundillo académico en
ocasión de la jubilación anticipada de su colega Alfons Dopsch por causa de la anexión de Austria: para demostrarle
su apoyo comprometió un artículo para las Mélanges en su honor pero luego de la Kristallnacht lo retiró en
solidaridad con sus colegas judíos amenazados. La caída de Francia lo enfrentaba ahora con lo que Bloch sentía era su
responsabilidad con la sociedad y con la historia porque sabía que algún día sus colegas querrían desentrañar las
causas de lo que él calificaba ¨el desmoronamiento más atroz de nuestra historia¨. Adolf Hitler se había erigido en amo
de casi toda Europa occidental y el ejército alemán había marchado triunfal bajo el Arco de Triunfo y a lo largo de los
Champs Elyssés. Lo consumía el desgarro de ver a su amada Francia entregada y la aceptación de sus compatriotas de
una cohabitación pacífica con el invasor.

Bloch se sabía un testigo con ¨un papel sumamente modesto¨ en esta debacle pero consideraba su primer deber
profesional dejar este testimonio para los historiadores del futuro. Así tomaron forma entre julio y septiembre de 1940
en su casa de campo de Fougères sus memorias que hoy se conocen como La Extraña Derrota. Son escritos de una
naturaleza bien diferente de los del Bloch medievalista. En ellos describe una guerra sin huestes de caballeros y
escuderos sino con brigadas y divisiones de guerreros desplazados en tanques y motocicletas que se avituallan de
gasolina y no de avena; no los acompañan halcones sino cazabombarderos que escupen terror y muerte. Es una fuente
invalorable para cualquiera que se interese en la historia de Francia en la Segunda Guerra Mundial y ha sido calificada
como ¨el análisis más penetrante y acertado” de las causas de su caída.
Bloch admite que se sienta a escribir en ¨pleno arrebato de rabia¨ frente al naufragio de su amada República
pero urgido porque ¨algunas cosas deben ser dichas, brutalmente, si es necesario¨. En su deposición de vencido el
historiador y el veterano se funden en la narración. La causa directa de la derrota, afirma, se encuentra en “la
esclerosis mental de la gerontocracia de los mandos” formados en academias militares que preparan para todo menos
para la guerra, en su ¨tara¨ por las formas burocráticas, en su incapacidad de corregir la estrategia frente a un enemigo
que se rehúsa a comportarse en el terreno como se anticipaba en el papel, en la fragmentación en los mandos
supremos, en las rivalidades entre servicios y jefes militares, en el embotamiento derivado por la línea Maginot y la
lista continúa. Luego de la Liberación un compañero de la Resistencia relataba cómo Bloch presumía de ser el capitán

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más viejo del ejército francés; pensaba que lo decía con orgullo ya que haber ascendido en una corporación con un
sistema de promociones tan deficiente habría sido para él una deshonra.
Bloch consideraba que Hitler entendía las vacilaciones en el coraje de los combatientes mucho mejor que los
jefes militares franceses. Muy especialmente, había entendido la capacidad “absolutamente única¨ de “sembrar
espanto por medio de los bombardeos. El grito estridente del silbido de los aviones, ¨odioso, salvaje¨ por sus solas
cualidades acústicas predisponía al pánico; había “algo de inhumano¨ en ellos. Se preguntaba angustiado si podrían
soportarlos los ingleses sobre los que descargaban su furia del otro lado del Canal mientras él escribía en su apacible
casa de campo ¨en la horrenda situación de que la suerte de Francia ha dejado de depender de los franceses¨. ¿Qué
sería de los ideales de la civilización y de las fuerzas progresivas de la historia si se rindieran? En esta guerra había
encontrado el coraje más extendido entre los soldados que en sus superiores. Los soldados pelearon bien. Presenció
tantos actos colectivos o individuales de coraje que en sus momentos de mayor desesperación recurría a estos
recuerdos que le devolvían la confianza en el pueblo francés.
Hacia el final de sus memorias toma la palabra el ciudadano Bloch para hacer su ¨examen de conciencia de un
francés¨. Es severo y conmovedor a la vez. Condena el derrotismo de las cúpulas militares; al régimen de Vichy, tan
repugnante como el nazi; a la política exterior francesa de entreguerras; a su burguesía, a su dirigencia sindical, al
pacifismo y hasta al sistema educativo francés. Pero por sobre todas las cosas menos se perdona a sí mismo o a los
franceses que como él al retornar de la otra guerra se volcaron a recuperar el tiempo perdido afanándose el doble cada
cual en su oficio intelectual. Por pereza o por abulia, dice, nada hicieron para alertar sobre los errores que se cometían.
¨Hemos dejado que sucediera¨, juzga implacable. No se atrevieron a ser ¨la voz que grita, al principio en el desierto¨.
¨Teníamos una lengua, una pluma, un cerebro¨, se indigna, pero ¨preferimos recluirnos en la tranquilidad timorata de
nuestro talleres (…) En la mayor parte de los casos, sólo tenemos el consuelo de decir que fuimos buenos obreros.
Pero, ¿fuimos siempre y con suficiencia buenos ciudadanos?”.
Es su deseo que el manuscrito de sus memorias se publique únicamente luego de la liberación de Francia.
¿Llegará alguna vez ese día, se pregunta, mientras lo escribe en 1940? Siente angustia de pensar que tal vez su
mensaje jamás sea leído salvo por unos pocos de su entorno pero abriga alguna esperanza de que finalmente pueda
salir a la luz. Tampoco sabe si su testimonio sobrevivirá la guerra y esta incertidumbre lo carcome. Poco después
escribirá posiblemente su obra más célebre, su inconclusa Apología por la historia también conocida como Oficio de
historiador, su legado más ecuménico a sus colegas presentes y futuros, que constituye todavía lectura obligada para
todos los estudiantes de historia.
Ambos manuscritos corrieron serio peligro de perderse. El de La extraña derrota habría de preservarse casi
por milagro: no fue advertido durante un registro de la policía de Vichy en la primer casa en que fue escondido, para
mayor seguridad fue trasladado a una casita en las afueras de Clermont-Ferrand que fue luego ocupada por un
destacamento alemán donde sí fue encontrado y arrojado al suelo por lo que tuvo que ser rescatado y vuelto a enterrar
en otro terreno cerca del cual poco después los alemanes instalaron campamentos y cavaron trincheras, pero sin
encontrarlo esta vez. Finalmente fue publicado según su deseo luego de la liberación de Francia en 1946 por Franc-
Tireur, el movimiento de la Resistencia Francesa en el que ingresó en 1943.

Entre 1940 y 1942 Bloch pudo continuar temporariamente con la docencia universitaria. Si bien se le quitó la
cátedra de La Sorbona en la París ocupada pudo regresar a la de Estrasburgo ya estuvo entre la docena de intelectuales
que gozó del „privilegio‟ de una exención en el estatuto de judío del régimen de Vichy por sus servicios
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extraordinarios a Francia durante la Primera Guerra Mundial. Como Alsacia fue anexada al Tercer Reich la
Universidad reabrió en 1941 en Clermont-Ferrand. Allí reencontró varios viejos colegas y alumnos entre ellos su
discípulo más notable, Robert Boutrouche, quien defendió su tesis doctoral bajo su dirección en este período. La
delicada salud de su esposa Simonne sumado a la rigurosidad del clima llevaron a Bloch a solicitar el traslado a
Montpellier a pesar de que el decano de esta universidad era ostentosamente antisemita y había recomendado que se
rechazara su designación. Fue aceptado pero se le impuso la prohibición de dictar clases públicas.

Los “días sombríos” trajeron aparejados la pérdida de todo lo que Bloch había alcanzado en sus veinte años de
práctica del oficio de historiador: su casa y su vida en París, su cátedra, su biblioteca personal y sus dossiers. Si bien
Gerôme Carcopino, el rector de la Sorbona, intercedió activamente por él al igual que por todos sus colegas judíos
desplazados de los claustros para que pudiera obtener trabajo en la zona libre y para que fuese invitado como profesor
a los Estados Unidos, terminó por renunciar a su cargo en protesta ya que sus mediaciones resultaron inútiles y la
legislación antijudía de Vichy se radicalizó.

Una pérdida personal más dolorosa para Bloch fue la de su cargo como editor de Annales: luego de un extenso
intercambio epistolar con Febvre finalmente aceptó retirar su nombre de su comité editorial para que pudiera mantener
un perfil aceptablemente ario en la Francia ocupada. Según su hijo Etienne esta polémica lo hirió profundamente. Bajo
la dirección de Febvre, la revista cambió su nombre por Mélanges d´Histoire Sociale y continuó apareciendo de forma
irregular durante la guerra. Sin separarse de ella totalmente Bloch realizó algunas colaboraciones bajo el seudónimo de
Fougères (el nombre de la localidad de su casa de campo). A través de sus escritos de esta época se puede apreciar que
a pesar de ver destruida la república por la que había luchado en dos guerras mundiales conservaba cierto optimismo
de que la ocupación alemana terminaría por caer. Su visión de historiador le llevaba a creer que finalmente triunfarían
las fuerzas más progresistas y lo que él consideraba el verdadero espíritu republicano francés

La situación iría empeorando progresivamente para todos los judíos en Francia, incluso para los
“privilegiados” como Bloch. Luego de la ocupación de la zona libre en 1942 las leyes raciales de Vichy lo obligaron a
la segregación forzada y a estampar “judío” en los cupones de racionamiento de alimentos por los que su esposa debía
hacer largas filas desde las cinco de la mañana. En el lapso de dos años de medievalista de renombre internacional,
ancien combattant condecorado en dos guerras, hijo de un defensor de Estrasburgo y bisnieto de un alsaciano que
combatió en la defensa de Francia Bloch fue convertido solamente en un judío.

Profundamente agnóstico, en su testamento redactado en 1941 el Bloch no ario dejó instrucciones para un
servicio funerario no religioso. Afirmaba que sólo reivindicaba su origen judío en un caso: “frente a un antisemita”. Se
consideraba ¨suficientemente buen historiador para no ignorar que las predisposiciones raciales son un mito y la
noción misma de raza una absurdidad particularmente flagrante¨. Ajeno a cualquier formalismo confesional o supuesta
solidaridad racial reclamaba la ciudadanía francesa como su identidad más esencial; aunque algunos franceses
conspiraban por expulsarlo y (quien sabe) lo lograrían, pase lo que pase, Francia sería siempre la patria de la que no se
podría desarraigar su corazón. Había nacido en ella, bebido de las fuentes de su cultura, hecho suyo su pasado y
tratado de defenderla con todas sus fuerzas

El endurecimiento del trato a los judío luego del desembarco aliado en el norte de África terminó por obligar a
Bloch a escapar con su familia de Montpellier a fines de 1942 a buscar nuevamente refugio en su casa de campo en

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Fougères. Se ocupó de poner a los suyos a salvo y hacia marzo/abril de 1943 se unió a las fuerzas de la Resistencia en
Lyon, uno de los dos grandes núcleos en el movimiento de la Resistencia junto con París, ya que la maquis operaba en
áreas rurales. Si en París los ataques se centraban en el invasor alemán, en Vichy el enemigo era el régimen francés de
Pétain, corrupto, antisemita y abiertamente obsecuente con los invasores. Para ilustrar los problemas que la
Resistencia de Lyon ocasionó al Tercer Reich baste con decir que enviaron a uno de sus cuadros más infames para
desarticularla: Klaus Barbie.

Algunos de sus hijos seguirían el mismo camino que su padre: los dos mayores tuvieron también participación
activa en la Resistencia. Como sobre uno de ellos se impuso la orden de captura y ejecución, Bloch se encargó
personalmente de embarcarlos junto con uno de sus sobrinos en un tren rumbo a España desde donde habrían de unirse
al ejército aliado. Otro de sus hijos se unió luego a la maquis. Dos de sus hijos menores, en cambio, se opusieron a las
acciones de su padre considerando que exponía innecesariamente su vida y la de su familia. Desde que pasó a la
clandestinidad, a fin de preservarlos, Bloch tuvo muy pocos encuentros con ellos y siempre lejos de su casa de campo
donde existían menores posibilidades de que fuera reconocido. Simonne realizó algunos viajes para visitarlo en Lyon.

No le resultó fácil a Bloch ser aceptado entre los cuadros de la Resistencia con su aire de respetabilidad, sus
57 años, su cabellera blanca, bastón y frecuentes ataques de reuma, pero terminó por lograrlo. Se inició desempeñando
tareas de bajo riesgo y responsabilidad hasta llegar a ocupar la jefatura de Lyon. Según sus camaradas sus acciones
fueron determinantes para llevar la organización de un plano local a uno regional. En cuanto a su aspecto respetable,
era plenamente consciente del mismo y lo explotó en más de una ocasión para encubrir su identidad seguro de que sus
“cabellos grises eran garantía de que bajo el universitario nadie buscaría un oficial”. El contacto que quiso
incorporarlo tuvo que hacer intensas gestiones para lograrlo porque solamente se aceptaban hombres jóvenes.

Bloch se integró al Directorio del MUR (Mouvements Unis de la Résitance) que reunía varias ramas diferentes
de un movimiento que comenzaba a cobrar forma en junio de 1943. La velocidad de su ascenso dentro de la
organización llevó a especular acerca de una participación suya más temprana en el movimiento pero no se conserva
evidencia oral o escrita que lo respalde. Adoptó diferentes noms de guerre: “Arpajon”, “Chevreuse”, fue apresado
cuando usaba el de “Narbonne”. En Lyon se fabricó la identidad pública falsa de Monsieur Rolin y luego la de
Maurice Blanchard, bajo la que fue arrestado,

Con su ingreso a la Resistencia Bloch logró unificar sus convicciones personales con todas las facetas de su
personalidad. Como padre, luchaba por un futuro mejor para sus hijos; como ciudadano francés estaba dispuesto a
asumir personalmente las exigencias de la rendición incondicional; como soldado, el capitán de la reserva más antiguo
de un ejército derrotado volvía a luchar por su patria pero esta vez para servirla con sus mejores armas. Todos sus
saberes de soldado, de ciudadano y de historiador pasarían entonces a servir a la misma causa: su experiencia como
profesor de universidad provinciana y enlace en el ejército le sirvió para desarrollar las redes locales y regionales de la
Resistencia; sus cualidades de mando y organización imprimieron disciplina y orden a las reuniones en las que se
discutían los planes de acción; su solvencia en idiomas fue puesta al servicio de la codificación de mensajes de radio;
sus conocimientos de cartografía y topografía rural sirvieron para encontrar lugares seguros para reuniones
clandestinas; su talento con la pluma lo utilizó en numerosos escritos en contra del régimen de Pétain; su experiencia
en Annales le permitió colaborar en los clandestinos Cahiers Politiques; su pericia en paleografía le sirvió para
confeccionar documentos falsos.
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El profesor universitario que como norma evitaba el tuteo se formó un nuevo núcleo esta vez de “camaradas”
en lugar de colegas. Entre ellos también se hizo de nuevos discípulos ya que aunque desconocían su verdadera
identidad pronto le apodaron “el maestro”. Algunos de los sobrevivientes relatarían cómo repartía publicaciones y
panfletos clandestinos entre los más jóvenes con la misma actitud que asume un profesor que distribuye exámenes
entre sus alumnos y que planificaba los futuros blancos de sabotaje como un padre que ayuda a sus hijos con los
deberes de la escuela.

Bloch era consciente del peligro que corría; hasta había programado una reunión para tratar el tema de su
sucesión. El 8 de marzo de 1944 fue detenido en una vasta redada de más de 70 resistentes por parte de la Gestapo de
Lyon encabezada por Klaus Barbie. Sobre el origen de la delación existen versiones controvertidas: para unos se
originó en una denuncia de su domicilio realizada por una colaboracionista, otra versión afirma que le fue arrancada
bajo tortura a “Lombard”, alguien muy cercano suyo, arrestado el día anterior, quien habría aclarado personalmente
con él el asunto en prisión.

En la cárcel de Montluc fue víctima de baños de agua helada, suplicios y torturas infligidas por alemanes y
franceses. “Lombard” pudo hablar directamente con él después del interrogatorio. La descripción que realizó de su
estado físico es escalofriante: le quebraron una muñeca, varias costillas y entró a la enfermería en estado de coma.
Aun así no habrían podido arrancarle más su verdadera identidad. Mucho se especuló sobre este punto: para algunos la
reveló porque esperaba ocasionar una reacción en la comunidad científica internacional similar a la del arresto de
Henri Pirenne en la Primera Guerra Mundial. Para otros ni siquiera la reveló. Si lo hizo, no trascendió. Sus captores
hicieron pública su detención bajo la identidad falsa que había adoptado en Lyon, Maurice Blanchard, y bajo la misma
fue ejecutado. Cuando se terminaron las sesiones de “interrogatorio”, en el encierro ocupó su tiempo en el dictado de
clases de historia a sus compañeros de prisión.

La noche del 16 de junio, 10 días después del desembarco aliado en Normandía, un régimen del terror más
cruel aún porque se sabía en retirada condujo a Bloch junto con otros 28 detenidos a un lugar apartado de la campiña
francesa cerca de Saint-Didier-de-Formans. Dos de ellos dados por muertos pero que sobrevivieron la ejecución
contaron el final. Sus compañeros de la Resistencia le atribuyeron un grito de ¡Vive la France!” antes de caer fusilado.
Su hijo Etienne, en cambio, niega rotundamente que su padre haya sentido la necesidad de condensar en una frase el
sentimiento que alentó toda su vida.
Hoy se alza un monumento en memoria de las víctimas en el lugar de la ejecución. En la fachada de piedra de
la Universidad de Estrasburgo está grabado el nombre de Marc Bloch.

Enlaces de interés

Texto completo del testamento de Marc Bloch http://cienciashumanasyeconomicas.medellin.unal.edu.co/revistas/


historiaysociedad/images/default/files /hys/pdf/hys_06/hys_06_12_documento_-_bloch_marc_-_testamento_espirtual.pdf.

Página oficial de Marc Bloch http://www.marcbloch.fr/liens.html.

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