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Daniel Mauricio Vanegas Restrepo

Universidad Nacional de Colombia


Coloquio de estudiantes
1867-2017: 150 años de nación en perspectiva
Jorge Isaacs y su generación

Reivindicación de Olivos y aceitunos todos son uno (1868) de José


María Vergara y Vergara frente al canon literario nacional

La presente ponencia es un aparte del ensayo introductorio de mi trabajo de grado, que


consistió en elaborar una edición crítica de la única novela publicada del historiador
literario. Entre los distintos retos que representó el ejercicio, estuvo el enfrentamiento con
la recepción de la obra, en nuestro caso, Olivos y aceitunos todos son uno fue rápidamente
mal valorada por la crítica nacional y opacada por el prejuicio de que Vergara por su
afinidad al partido conservador, era “godo” o “tradicionista” tanto en política como en
literatura. No obstante, el santafereño era la persona más lúcida literaria e históricamente
hablando y tanto su genio artístico como pensamiento moderno, en el caso de la novela, no
fueron apreciados y despistaron a la crítica el siglo xx. La presente ponencia sostiene que la
novela de Vergara es la obra de mayor modernidad e innovación literaria del siglo xix, pues
adoptó un tono Cervantino y sarcástico para hablar de las costumbres políticas nacionales,
alejándose así de la norma romántica y costumbrista popular del momento. Hoy en día, a
casi 150 años de su publicación, los vicios denunciados por Vergara siguen vigentes y si
bien distintas obras han reflexionado sobre el tema, Olivos y aceitunos… capta la
idiosincrasia política colombiana como ninguna otra. Por lo tanto, es pertinente su inclusión
en el canon literario colombiano, pues complementaría significativamente el ideal de
identidad nacional. Además, justifica la elaboración de una edición crítica del texto, pues la
versión asequible es una reproducción facsimilar, al igual que la divulgación del ejercicio
en eventos como el presente coloquio.

De Olivos y aceitunos… no se conservan los manuscritos. Los archivos de Vergara


y Vergara no incluyen rastro alguno que nos pueda dar noticia sobre estos o de versiones
impresas con correcciones, hecho que resulta problemático, pues la primera edición de
1868 es la única referencia de lo que podría considerarse el “original” de autor. En este

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sentido, la historia textual de la novela es la de sus impresos y la recepción de estos. En
Bogotá, se encuentran dos ejemplares del primer tiraje, uno está en la Biblioteca Luis Ángel
Arango en la sección de Libros Raros y Manuscritos, y el otro en la Biblioteca de Filosofía
y Teología de la Universidad Javeriana, con la única diferencia de que el segundo tiene una
dedicatoria. En cuanto a la recepción de la novela sólo se cuenta con dos valoraciones, la
primera fue publicada en el periódico La Paz en 1868 en un artículo que lleva el nombre de
la novela, hecha por José María Samper, amigo íntimo de Vergara y parte del círculo de los
mosaicos, que incluye la obra entre “las mejores producciones de nuestra literatura
verdaderamente nacional” (Samper, 1868, p.341) y señala la inusual cantidad de errores
gramaticales. Justificados por el afán editorial de Vergara, pues el texto fue redactado en
tres noches y entregado a la imprenta. A su vez, Samper augura la necesaria reedición de la
obra para apreciarla dignamente, proyecto que no fue posible por la muerte de la esposa de
Vergara y el inicio de su enfermedad terminal. La segunda recepción fue publicada ochenta
y cinco años después, cuando Antonio Curcio Altamar en su estudio Evolución de la novela
en Colombia, que de hecho, en 1953 ganó el premio literario José María Vergara y Vergara,
otorgado por la Academia Colombiana, a pesar de celebrar la genialidad humorística y
literaria de la obra, deriva en una apreciación limitada. Altamar plantea un análisis temático
y termina calificando a la novela de “obrita que ha venido a ser generalmente tomada por
novela. En realidad, es una hilera de cuadros costumbristas contra los vicios políticos y
civiles y contra las inquinas lugareñas, enlazados en una tramita de amor” (Altamar, 1953,
p. #). Altamar no entiende el corte cervantino del discurso y sesga su análisis, despistado
por la modernidad del narrador. El crítico no logra concebir la unión entre la descripción
costumbrista tradicional de algunos pasajes y las recurrentes reflexiones artísticas,
filosóficas, sociales e interpelaciones al lector, que denuncian y evidencian la injusta
realidad política del país. Tal propuesta solo fue entendida en la crítica por Samper, que
tenía un perfil intelectual similar al de Vergara, de resto, los críticos desviaron su lectura
hacia el tono político, documental, hacia la simplicidad de la trama de amor, lo que opacó
la lucidez de la obra.
En este orden de ideas, es pertinente evidenciar cómo la particularidad de la novela
se presenta

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Si el lector me pide señas del territorio que voy a describir, no le podré dar otras sino las
que va a escuchar. La gran cordillera oriental alarga un brazo que se desprende de su
robusto tronco, y vuelve a juntársele algunas leguas más abajo, ni más ni menos que el
brazo de un pisaverde que se arquea para descansar la mano en la cintura” (Vergara y
Vergara 1972, 13)

De tal forma inicia el capítulo primero de la novela, momento en que Vergara


inscribe su obra en la norma costumbrista de la época (al retomar la descripción sensual de
la geografía nacional) al mismo tiempo que presenta un narrador moderno, consciente del
ejercicio narrativo. Tal elemento ha sido pasado por alto por la mayoría de la crítica
nacional, que no ha reparado en el papel que desempeña el narrador en el sentido global de
la obra. En primer lugar, Vergara no se identifica como éste ni como autor del texto, pues
su nombre sólo aparece en la versión en libro. La versión en folletín le daba crédito a “Un
ingenio de esta corte”. Para entender el porqué de la decisión editorial, debe tenerse en
cuenta el papel que Vergara ocupaba en el medio nacional. Este lo tachaba de conservador
o “godo” a pesar de haber militado también con los liberales. Este prejuicio afectaba más la
recepción de sus obras que su imagen pública, por lo cual, el acudir a un recurso narrativo
popular en la tragedia del siglo de oro español, por lo menos hasta la publicación en libro,
daba oportunidad a una recepción más objetiva de la novela.
En la política como en la guerra [Vergara] estaba por medidas conciliadoras, […]
Esta conducta le acarreó violentos ataques por parte de los conservadores militantes, que no
veían en él, como sucede en tales casos con todo el que quiere colarse en un término medio,
un tránsfuga. Esto, y la circunstancia de haber más tarde su hermano José Antonio tomado
armas con Mosquera, le atrajo simpatías de los liberales, lo que acabó de perderlo en el
concepto de sus copartidarios. (Martínez Silva 1879, 381)

Es preciso recordar que para el momento de publicación de la novela (1868), el


Olimpo Radical llevaba pocos años de haber iniciado, y el enfrentamiento entre liberales y
conservadores estaba en uno de sus puntos más álgidos. Por lo tanto, la imagen pública
influía significativamente en las creaciones artísticas, pues el círculo letrado (los mosaicos)
que asumió la labor de hallar en la literatura un símbolo nacional, participaba activamente
de los debates políticos y generalmente, eran parte del mismo círculo privilegiado que
ocupaba cargos públicos. Vergara, por ejemplo, fue Secretario de Hacienda, Legislador
provincial, Secretario de gobierno, y ocupó cargos en el exterior, entre otros. Ahora bien,
¿en qué medida hubiera afectado que el primer público conociera la identidad de Vergara?

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Para responder el interrogante he de señalar que Olivos y aceitunos todos son uno es
una obra de evidente corte político, pues aborda directamente el fenómeno del bipartidismo
y la guerra fratricida derivada de él. Para un lector ingenuo, esto hace difícil descifrar el
enigmático subtítulo “Novela de costumbres” pues ¿a qué costumbres se refiere? En la
medida que Vergara fue un gran promotor de la literatura costumbrista, se tiende a reducir
esta categoría al pintoresquismo y al folclor. Al respecto, el tono político despista. Más allá
de estos problemas, aquí retiene mi atención el hecho de que a pesar de su aproximación
particular a la situación de la época, entre otras particularidades, sea una obra obviada del
canon nacional, reducida a un mero referente de la capacidad creativa de su autor. Según lo
anterior, en mi concepto Vergara ocultó su nombre de la versión folletín para evitar un
posible rechazo tanto de liberales como conservadores, y pretendió que la primera
recepción de la novela fuera lo más alejada de los prejuicios y las riñas ideológicas del
momento. En este orden de ideas, según Iván Padilla, las actitudes radicales e
irreconciliables llevaron a algunos escritores a ubicarse en una posición moderada o de
“centro” que les permitió observar críticamente la situación y concebir novelas de alto valor
literario. Entre estos autores, Padilla incluye a Jorge Isaacs, Eugenio Díaz, José María
Samper, Soledad Acosta de Samper, Vergara y Vergara y Manuel María Madiedo (Padilla
2016: 189).
Vergara, en consecuencia, hace un severo balance de la realidad política nacional y
desde su posición de centro, en la que ni siquiera el narrador exhibe una afinidad política,
pues aclara “No soy autor sino a medias: casi todo lo he encontrado escrito” (V ergara, 12),
pausa la narración para reflexionar
Problema: ¿produce algo la política en la Nueva Granada? ¿Es una profesión en la
cual se pueda ganar dinero? ¡Disparate! Si hay alguno que gane dinero con la política, que
me lo claven en la frente; y si hay alguno que se ocupe sólo de la política y no gane dinero,
que me lo claven en la frente también. De otro modo: dado un hombre improductivo
ocupado en una ocupación improductiva, hacer que gane mucho dinero. Esto se ve todos los
días y se ve hasta en las noches oscuras. El tipo de este fénix se encuentra en Bogotá; pero
no por eso dejaba de haberlo en Chirichiqui, con tanta abundancia como en cualquiera otra
provincia. (Vergara, 93)

La denuncia política es contundente. La inconformidad con la clase gobernante, que


se aclara, está en toda la nación, se expresa a lo largo de la novela. El ataque permanente,
así sea atravesado por la sátira y el humor, no deja de ser síntoma de una toma de posición
respecto a un momento histórico violento y problemático, donde la clase dirigente no

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cumple a cabalidad su papel. En este sentido, la novela no aboga por ningún partido y el
título cobra sentido. El dicho “olivos y aceitunos todos son uno” hace referencia a la tarea
infructuosa de buscar diferencias entre dos cosas iguales, en este caso, entre los partidos
políticos colombianos. Pues desde la división entre bolivarianos y santanderistas están
“separados más por sus temperamentos que por sus ideologías ” (Caballero 6). A pesar de la
sátira del comentario de Antonio Caballero, era una realidad que Vergara conocía y que
enfrentaba en pasajes como el siguiente
El gran partido del orden había tenido durante su dominación tipos parecidos a los
del partido de la libertad: su representante-viajero, su periodista, su impresor y su director
de política. En uno y otro partido abundaban los tipos generales que hacen de nuestra
política un verdadero paraíso. (Vergara, 101)

La instauración de la constitución liberal de 1863 llevó a una radicalización de los partidos


políticos y del pueblo colombiano como tal. Al romper relaciones con el vaticano, la
cuestión política cristalizó una de las principales diferencias entre godos y liberales,
quienes habían compartido posturas al respecto y ayudó a definir las bases ideológicas entre
estos. Una de las principales consecuencias fue que sus miembros pasaran recurrentemente
de un partido al otro, como el mencionado caso de Vergara; o de Isaacs, que pasó de
conservador a liberal; o de Rafael Núñez, que tuvo el caso contrario y llegó al poder con el
lema “Regeneración o muerte” e instauró su gobierno conservador. En este sentido, el
transfuguismo es, desde entonces, una dinámica popular de la política colombiana que
Vergara satiriza en pasajes como el anterior.
Ahora bien, su genialidad artística no solo recae en la habilidad para captar las
dinámicas de la idiosincrasia política, también la naturalidad con que presenta sus
comentarios, cortos, severos, casi como máximas que facilitan su comprensión, son muestra
de ello. Requeriría un espacio de discusión distinto al que hoy nos reúne para tratar esta
cuestión a profundidad, sin embargo, es pertinente señalar unos casos. No obstante, preciso
aclarar que la cultura literaria de Vergara era tan vasta, que hay menciones a versos,
costumbres o usos lingüísticos que hoy en día, a pesar de la ayuda que ofrece la
investigación en línea como complemento a la búsqueda tradicional en bibliotecas, han sido
bastantes complejas de definir, de explicar y, en algunos casos, casi imposibles de
encontrar. Tal aclaración es pertinente pues su sátira está inundada de referencias a autores
clásicos, franceses y españoles, al igual que a obras pictóricas y musicales, entre otras, pero

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que a la vez enriquecen su ironía. Por ejemplo, en cuanto a la división de clases sociales,
tan fuerte aún hoy en día, menciona lo siguiente
Vergüenza nos da tener que confesar que la ciudad de la Paz tenía aristocracia, clase media
y pueblo, a pesar de ser tan republicana, y a pesar de la Constitución nacional; pero este
hecho era tan evidente que no podemos negarlo, aunque de ello se siga algún perjuicio a la
constitución. […] Largos años había permanecido la provincia en el sueño colonial, es
decir, en la división de clases; pero llegó un día en que la turbulenta Diosa de la República
metió su mano en aquel saco y lo removió todo. Este día fue el de la instalación de la
provincia. El coronel Sarmiento se vio en el deber de dar un baile en el salón de la casa de
Gobierno, y asistieron a aquel baile la aristocracia, la clase media y el pueblo; fue
casualmente en la madrugada de aquella noche que se inventó el populacho. (Vergara, 50)

En cuanto a la clase política, en el quinto capítulo, expone dinámicas típicas de los


diputados
¡Luego tienen los señores diputados un modo de entender las inspiraciones del Espíritu
Santo! “No trabajen ustedes sino sobre caminos y escuelas, que lo demás vendrá por sus
pasos contados”, dice el Dios que se disfraza bajo la amable figura de una cándida paloma,
al oído del diputado de más influencia; y este se levanta y dice: “esta Legislatura no debe
ocuparse sino de dar una buena ley de elecciones y otra mejor de contribuciones; que eso de
escuelas y caminos vendrá después por sus pasos contados.” ¡Hágame usted patria con esta
gente! (Vergara, 72)

Si por un lado la clase política es evidenciada en su absurdo e ineficiencia, el pueblo


también es puesto en tela de juicio
Pasemos a lo de la barra. Está compuesta de un malvado, de un hombre santo, de un
libertino, dos partidarios de la moral, tres filósofos, un militar, seis ociosos etcétera,
etcétera. El resultado de todo es que aunque cada uno aplaude diferente cosa, unos lo bueno
y otros lo malo, el total de aplausos es a lo malo. Esto no hay porqué extrañarlo, que lo
mismo sucede en la paleta del pintor. El bermellón pinta rojo, como llamas de infierno; el
blanco pinta blanco, como pecho de paloma; el azul pinta el color del cielo; y el negro pinta
negro, color de la tumba, de la noche. Revolved todos esos colores y dará… […] un negro
de veinte y nueve quilates; un negro arrogante, mucho más negro que el negro original.
Otro tanto sucede con la barra, o sea con el pueblo. Dicen (por fortuna quien lo dijo era un
perro pagano); ¡dicen que la voz del pueblo es la voz de Dios! la voz de tres mil diablos
será. (Vergara, 77)

Su denuncia tiene un carácter global. No solo expone a los políticos, sino a quienes
los eligieron, pues los primeros gozan de su posición gracias a los segundos; ambos son
responsables del desalentador panorama sin aparente solución. El final trágico, común en
las novelas de la época (María, Dolores, Manuela) no ofrece una posibilidad de salvación,
de esperanza de un futuro mejor, pues Antonio, el protagonista, muere injustamente y su
crimen queda impune. Para la época de la publicación, se entendía que el caos social y
político de la trama era consecuencia de la constitución liberal de 1863, en la cual el afán de
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consolidar una república federal trajo libertades para un pueblo y problemas para una clase
política que no estaba preparada para implementar una propuesta tan moderna. Sin haber
hecho el proceso social de entender a cabalidad lo que significaba una independencia
política, el reducido círculo gobernante, sin importar su afiliación liberal o conservadora,
cayó en los vicios de un poder que no tenía control. El pueblo, por su parte, siguió
funcionando bajo los esquemas coloniales sin saberse ellos mismos como ciudadanos, con
derechos y libertades, si no, como siervos nada más, perpetuando el funcionamiento de la
clase dirigente. Lo ecuánime del juicio es consecuente con la postura de Vergara expresada
desde el mismo título. Tanto gobernados como gobernantes tienen vicios políticos y son
culpables de una sociedad sin remedio. En consecuencia, la singularidad de esta novela dio
pie a innumerables recepciones, pues como señala José María Quijano Otero en su prólogo
al libro, “cada cual ha creído reconocer a determinado personaje en alguno de los que
figuran en este libro; y al leer este o aquel acontecimiento, ha exclamado: ¡eso no fue en la
Paz sino en mi Estado, o en mi provincia o en mi pueblo! (Quijano Otero 1972, 8)
Que hoy en día la realidad denunciada por Vergara siga igual, donde lo único que
cambia son sus actores, no es garantía de que el público del siglo xxi entienda a cabalidad
el sentido del libro. Las historias de la literatura colombiana la han obviado, o de lo
contrario, reducido a un renglón, a una mención su existencia. En esta medida, y como una
primera conclusión, el no contemplar a Olivos y aceitunos todos son uno en el canon
literario colombiano, ha opacado la denuncia social más lúcida sobre la realidad nacional en
su momento. Hasta la llegada de obras como 100 años de soledad de García Márquez, La
casa grande de Cepeda Samudio, Los ejércitos de Evelio Rosero y, sobre todo, de Sin
Remedio de Antonio Caballero, que continua el tono satírico pero trágico sobre la sociedad
colombiana, el acierto estético de Vergara no tenía igual. Éstas novelas pudieron haberse
nutrido de las reflexiones del santafereño, pues su obra, desde una perspectiva histórica,
adquiere un tono fundacional y de paso obligatorio si se quiere entender la sociedad
colombiana. Pues a 150 años de ver la luz, seguimos en el sueño colonial, divididos entre
aristocracia, clase media y pueblo; seguimos sin poder hacer patria con diputados centrados
en sus legislaturas sobre impuestos y elecciones; y el pueblo sigue aplaudiendo a los
mismos que a veces considera buenos, a veces malos, en fin, sigue aplaudiendo hacia lo
malo.

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Bibliografía
Biblioteca Nacional. (1990) Fondo Vergara y Vergara. Fondo Especial. Tomo 5. Instituto
colombiano de cultura. Preparado por. Martha Rosas de la Parra. 1990.

Caballero, A. (2017) Historia de Colombia y sus oligarquías (1492-2017). Biblioteca


Nacional de Colombia. Recuperado de http://bibliotecanacional.gov.co/es-
co/proyectos-digitales/historia-de-colombia/libro/index.html

Curcio, A. (1953). La evolución de la novela en Colombia. Biblioteca Básica Colombiana.


Bogotá, D.C., Colombia.

Jandová, J. & Volek, E. (2000). Signo, función y valor: estética y semiótica del arte de Jean
Mukařovský. Plaza & Janés. Bogotá, Colombia.

Padilla, Chasing, I. (2010) “Historicismo literario y americanismo católico hispanizante en


las historias de las literaturas hispanoamericanas del siglo xix” en Representaciones,
identidades y ficciones Lectura crítica de las historias de la literatura
latinoamericana. Ed. Carmen Elisa Acosta Peñaloza. Biblioteca Abierta, Colección
General, serie Literatura. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá D.C.

Samper, J.M. (1876) “José María Vergara y Vergara”. En La Patria. Bogotá, Colombia.
---------------- (1868) “Olivos y aceitunos, todos son uno” en La Paz. Bogotá, Colombia

Vergara y Vergara, J.M. (1868) Olivos y aceitunos todos son uno. Imprenta Foción
Mantilla. Bogotá, Colombia.

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