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Los Héroes Son Mi Debilidad
Los Héroes Son Mi Debilidad
DEBILIDAD
Esa noche no había una deliciosa cena para dos, así que
Annie se preparó un emparedado y después llevó algunas
cajas del estudio al salón. Se sentó en el suelo con las
piernas cruzadas y abrió la primera. Estaba llena de
revistas, desde elegantes publicaciones de moda hasta
viejos fanzines fotocopiados. Algunas de ellas contenían
artículos que Mariah había escrito o que hablaban de ella.
Annie anotó en su bloc el nombre de cada revista, junto con
su fecha de publicación. No parecía probable que ninguna
de ellas fuera un objeto coleccionable, pero debería
comprobarlo.
La segunda caja contenía libros. Los examinó en busca de
autógrafos y se aseguró de que no hubiera nada importante
entre las páginas. Después, añadió todos los títulos en el
bloc. Le llevaría siglos comprobar todo aquello, y todavía le
quedaban dos cajas por repasar.
Aunque físicamente se sentía mejor que cuando había
llegado a la isla, todavía necesitaba más horas de sueño de
lo normal. Se puso un pijama de hombre de Mariah y sacó
las zapatillas de peluche de debajo de la cama. Pero al
meter el pie en la primera notó algo...
Soltó un alarido y sacó el pie de inmediato.
La puerta del estudio se abrió de golpe. Se estremeció de
pies a cabeza.
—¿Qué ocurre? —preguntó Theo, entrando como una
exhalación.
—¡Todo! —Se agachó y levantó con precaución la
zapatilla, sujetándola entre el pulgar y el índice—. ¡Mira
esto! —Inclinó la zapatilla y un ratón muerto cayó al suelo
—. ¿Qué clase de pervertido hace algo así? —Dejó caer la
zapatilla al suelo—. ¡No soporto este sitio! —prosiguió—.
¡No soporto esta isla! ¡No soporto esta casa! —Se volvió
hacia él—. Y no creas que me asusta un ratoncito. He vivido
en cuchitriles inmundos. ¡Pero no esperaba que un
psicópata me dejara uno en una zapatilla!
—Tal vez no haya sido ningún psicópata —comentó Theo,
metiéndose una mano en un bolsillo de los vaqueros.
—¿Te parece normal hacer algo así? —chillaba de nuevo y
no le importaba.
—Puede. —Theo se frotó la mandíbula—. Si eres un gato.
—¿Me estás diciendo que...? —Se quedó mirando a
Hannibal.
—Considéralo una carta de amor —dijo Theo—. Solo
ofrece estos regalos especiales a la gente que quiere.
Annie se volvió hacia el gato.
—Nunca vuelvas a hacer algo así, ¿me oyes? —le advirtió
—. ¡Es asqueroso!
Hannibal levantó los cuartos traseros para estirarse y
después cruzó la habitación y le dio un golpecito en el pie
descalzo con la nariz.
—¿Se va a acabar alguna vez este día? —gimió Annie.
Theo sonrió y recogió el gato del suelo. Lo sacó al pasillo
y cerró la puerta para quedarse con ella.
Mientras se ponía la bata que tenía colgada en la puerta
del vestidor, Annie recordó un incidente que había
intentado olvidar.
—Una vez me dejaste un pescado en la cama.
—Sí, es verdad. —Theo se acercó a la fotografía a tamaño
real de una cabecera de cama de madera tallada que hacía
las veces de cabecera de su cama y empezó a examinarla.
—¿Por qué? —preguntó Annie, mientras Hannibal
maullaba en el pasillo.
—Porque me pareció divertido —respondió, recorriendo el
borde superior de la fotografía con el dedo, prestándole
más atención de la que merecía.
—¿A quién más atormentabas aparte de mí? —quiso saber
mientras esquivaba el cadáver del ratón.
—¿Crees que una víctima no era suficiente?
Tras tapar el ratón con una papelera volcada, Annie abrió
la puerta para dejar entrar a Hannibal y lograr así que
dejara de quejarse. No le apetecía una charla con Theo esa
noche, especialmente en su cuarto, pero tenía muchas
preguntas.
—Estoy empezando a creer que detestas Harp House casi
tanto como yo. ¿Me gustaría saber por qué viniste a la isla,
entonces?
—Tengo un libro que terminar y necesitaba un sitio donde
escribir sin que nadie me molestara —explicó tras dirigirse
hacia la ventana y contemplar el desolado prado invernal.
—¿Y cómo te va hasta ahora? —preguntó ella, pues no se
le había escapado la ironía.
—No ha sido mi mejor idea. —Empañó la ventana con su
aliento.
—Todavía queda mucho invierno. Podrías alquilar una
casa en una playa en el Caribe.
—Estoy bien donde estoy.
Pero no lo estaba. Annie estaba harta de los misterios que
lo rodeaban, harta de lo impotente que la hacía sentir no
saber más cosas sobre él.
—¿Por qué viniste a Peregrine? —insistió Theo—. La
verdad. Quiero saberlo. —Se volvió hacia ella con una
expresión tan fría como el cristal helado—. Es que no lo
entiendo.
Su actitud altanera no la intimidó, y logró hablar en un
tono que esperaba que sonara desdeñoso.
—Atribúyelo a mi insaciable curiosidad por el
funcionamiento de una mente patológica.
—No hay nada más desagradable que escuchar a alguien
con un sustancioso fondo fiduciario y un contrato de
edición firmado lamentarse de lo injusta que ha sido su
vida —ironizó Theo con una ceja arqueada.
—Cierto. Pero el caso es que perdiste a tu mujer.
—No soy el único hombre al que le ha pasado —replicó
Theo, encogiéndose de hombros.
O estaba disimulando o era tan distante como ella
siempre había creído.
—También perdiste a tu hermana gemela. Y a tu madre.
—Se marchó cuando tenía cinco años. Apenas la
recuerdo.
—Háblame de tu mujer. Vi su foto en internet. Era muy
bonita.
—Bonita e independiente. Es la clase de mujeres que me
atrae.
Cualidades de las que Annie sabía poco.
—Kenley era también brillante —prosiguió Theo—.
Increíblemente lista. Y ambiciosa. Pero lo que más me
atraía de ella era su gran independencia.
En el partido de la vida, el resultado era claro: Kenley
Harp, cuatro; Annie Hewitt, cero. No era que estuviera
celosa de una difunta, sino que anhelaba ser muy
independiente también. Y poseer una belleza rutilante junto
con un megacerebro tampoco estaría mal.
Si hubiera sido cualquier otro, Annie habría cambiado de
tema, pero su relación distaba tanto de ser normal que
podía decir lo que quisiera.
—Si tu mujer poseía todas esas cualidades, ¿por qué se
suicidó?
Theo tardó en contestar. Primero apartó a Hannibal de la
papelera volcada y comprobó el pestillo de la ventana.
—Porque quería castigarme por hacerla infeliz —
respondió por fin.
Su indiferencia encajaba perfectamente con todo lo que
había pensado de él, pero que ya no le parecía cierto.
—También me haces infeliz a mí pero no voy a suicidarme
—replicó.
—Eso me tranquiliza. Pero a diferencia de Kenley, tu
independencia no es pura fachada.
Estaba intentando asimilar lo que acababa de decirle
cuando Theo pasó al ataque.
—Basta de tonterías. Desnúdate.
13
VOY A POR TI
VOY A POR TI