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Amor de sábanas blancas

La escena se repite cada día al morir la tarde. Desde el balcón la ve


parquear el auto y descender de él con la misma prisa y el mismo encanto de mujer
vigorosa y jovial. La ama desde el primer día. Sueña con las olas fugaces de sus
cabellos, mecidas al aire, tarareando un himno a la libertad. Ama el uniforme de
oficina que le da ese toque de ejecutiva y a esas medias que acentúan la suavidad de
su piel.

Mario espera en el balcón la muerte de la tarde, sólo para verla. Sabe que
lleva por nombre Julia y que su esposo es un vacacionista permanente en la casa.
Él sabe que no la ayuda en nada; que pasa todos los días viendo televisión,
practicando ejercicios para estar en forma y leyendo libros que ella misma le
compra.

A Mario le molesta el doble estatus de ejecutiva y esclava, explotada por un


hombre; sobre todo, de un hombre inútil; un mantenido holgazán. Él, Mario, es un
próspero empresario que vive solo en la lujosa casa, frente al apartamento donde
vive ella con aquel holgazán. Y se pregunta, ¿por qué yo, Mario, hombre trabajador
y honrado, próspero empresario, no puedo ser el esposo de Julia? ¿No merece ella
un hombre como yo?

Pero Julia desciende del auto a toda prisa, abre la puerta, corre y cae en los
brazos de su esposo; se besan con pasión y él la envuelve, la mima y la acaricia
hasta sentir que se relaja y arroja el estrés de la oficina, de los registros contables, de
las nuevas transacciones. Ella le narra lo que hizo y los planes para el día siguiente;
luego, extiende las sábanas blancas como la paz, sobre la cama, sobre el piso y se
revuelcan y se miman y se tocan y se aman.

Mario se mantiene al acecho, como gato cazando al ratón. Espera con


paciencia el cansancio, el aburrimiento; la reflexión lógica de una mujer inteligente,
ejecutiva, con estampa de alcurnia. Aguarda el día en que lo eche de la casa, como
lo que es, un inútil que pasa horas mirándose al espejo. Confía en que se convertirá
en afeminado de tanto gustarse a sí mismo.

Julia ignora la existencia de Mario. En la azotea, las sábanas blancas agitan


sus alas sobre la alambrada, como túnicas celestiales. Cuando sube a recogerlas
observa la estatua en el balcón de enfrente; la imagen de un hombre con una copa en
la mano. Por años ha sentido la sensación de que la estatua la vigila, la acecha. En
ocasiones, hasta se le ha erizado la piel; pero luego se convence de que no es más
que un disparate mental.

El esposo la ve cuando baja la escalera que da a la azotea. Trae una brazada


de sábanas blancas, se las arroja en la cara y se lanza sobre él. Los dos sonríen y
juegan como niños, hasta que ella se queda dormida sobre su pecho. Con las
primeras luces del alba, se levanta, prepara el desayuno y ordena las sábanas; luego
se marcha en su auto, mientras él continúa dormido como un príncipe.

Pocas personas visitan el apartamento de Julia. En la mañana, Mario ve llegar


al conserje; una joven con demasiada belleza para su oficio, uniformada y arreglada
hasta los pies. El esposo de Julia la quiere mucho y comparte con ella todo el día.
Además de atender a los quehaceres de la casa, ella se encarga de recortarle los
cabellos y las uñas. A veces, hasta salen a pasear en el automóvil que Julia le regaló
en el décimo aniversario de boda.

Los años han pasado y Mario no pierde la fe. Sospecha que pronto llegará su
turno. Hasta ha ensayado, por escrito, las primeras palabras y dramatizado el primer
acercamiento. En su casa de lujo, colecciona sábanas de lujo, de todos los colores,
menos blancas. Ellas sólo le recuerdan a ese hombre inútil que le ha robado tantos
años de felicidad.

A Julia sólo la visitan los parientes de su esposo: el padre, una hermana y un


canino vira latas. Hoy, al caer la tarde, Mario los vio llegar a todos primero que a
julia. Él sabe que hoy celebran el décimo segundo aniversario de boda. Lo recuerda
porque un día como hoy ella entró a la oficina de su padre y le dijo delante de sus
colegas.

_ Papá, me haría muy feliz si asistiera a mi boda esta noche.

El padre la tomó del brazo, la llevó hasta la puerta y le respondió.

_ Con el permiso, Julia; no ves que estamos trabajando?

Uno de esos colegas era Mario. Al verla entrar a la oficina quedó atrapado en
su imagen. Esa misma noche observó la celebración de la boda escondido detrás del
auto de Julia.

Pero esta tarde ella se retiró temprano de la oficina. Recorrió varias cuadras
hasta llegar a la floristería donde una vez conoció a Javier; un joven de pueblo, con
los cabellos alborotados que le cubrían literalmente la cara; una sonrisa tan franca
como la sencillez de su espíritu y una vibrante energía cargada de amor a la vida.
Trabajaba como mensajero en la floristería. Ella compró más flores de las previstas
y él la condujo a la casa.

En el camino le contó que estudiaba ingeniería electromecánica y que


trabajaba en la floristería para pagar los estudios. Aquella noche, Julia detuvo las
horas para dedicarse a pensar en Javier y, en pocos días, ambos quedaron atrapados
dentro de la red invisible que liberta y esclaviza al corazón.

Hoy, doce años y cuatro meses después, Julia volvió a comprar flores; esta
vez, para Javier, su esposo, quien la espera en el apartamento, junto al conserje, al
padre, a la hermana y a un canino vira latas. En el automóvil lleva un juego de
sábanas blancas, como cada año. Mientras conduce, sonríe y llora al mismo tiempo,
recordando el día de su boda.

Aquella noche extrañaba la presencia de su padre y la de su difunta madre.


Pero se sentía feliz como ningún otro ser sobre la tierra. Javier le había demostrado,
en cuatro meses, que era el hombre de más valor que había conocido. Y la amaba.
Fue una boda sencilla, sin invitados de renombre ni alardes de poder. Ambos se
juraron amor eterno, ante Dios y ante el altar.

Ya a media noche viajaban embriagados en el amor rumbo a la luna de miel.


La avenida se extendía, sudorosa, bajo las manchas de luna y de faroles. El aire olía
a perfume de azahar, ya a caña, ya a cadáver putrefacto; ya a tierra mojada. De
pronto, el golpe en el asfalto, el rechinar agudo, la inclinación violenta hacia la
derecha. Él acude a los frenos. El neumático pasa rozando y toma la delantera, se
rompe el equilibrio. El árbol frente a ella y, a la luz de un reflejo, él gira el guía un
poco más hasta colapsar con la planta asesina.

Mientras conduce, Julia sonríe y llora al mismo tiempo, recordando aquel


día. Mira por el retrovisor y ve la pequeña cicatriz que lleva como recuerdo en el
mentón. Ahora, Mario la ve llegar y descender del auto a toda prisa. Lleva en las
manos el juego de sábanas blancas. Abre la puerta y corre a los brazos de aquel
pedazo de hombre que, en la noche de boda, dejó su voz, sus piernas y su hombría
bajo la sombra de un árbol.

José Martínez Flete

Guía de análisis

1 Desarrolle, en seis oraciones, el orden secuencial de los hechos.

2 Extraiga del cuento las palabras que no conoce y busque su significado.

3 Determine cuál es el tema principal del cuento y explique por qué.

4 Extraiga del cuento las situaciones sociales que reflejan a nuestras

comunidades. Explique con ejemplos.

5 ¿Qué interpretación realiza usted del título del cuento?

6 Enseñanza que le deja el cuento.

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