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La niña sonriente

Todo comenzó aquel día. Iba caminando hacia casa desde la escuela, cuando a
mitad del camino, me topé en la calle con una niña que me miraba. Iba vestida
con ropa vieja, tenía una mirada profunda y una sonrisa de oreja a oreja que me
causó escalofríos. La ignoré y continué con mi camino. Justo cuando estaba a
punto de llegar a mi hogar vi que ella estaba afuera, sonriéndome.

Nervioso, traté de evadirla y entré lo más rápido que pude.

Un rato después estaba hablando con algunos de mis amigos por Facebook,
acerca de la escuela y del cuento corto que nos habían encargado escribir para el
día siguiente. En ese momento me llegó una solicitud de amistad y sin pensarlo
mucho, presioné el botón de aceptar.

No fue sino hasta segundos después, cuando me fijé en la foto de perfil de aquel
usuario desconocido, que el miedo se volvió a apoderar de mí. Era la fotografía
de la misma niña sonriente que me estaba acosando. Rápidamente cerré mi
portátil y la desconecté. Lo que no sospechaba era que la verdadera pesadilla
estaba a punto de comenzar.

A lo largo de los siguientes dos meses, llegué a verla en cada sitio al que iba y
también fuera de mi casa. No soportaba esa maldita sonrisa.
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Lo peor de todo, era cuando mis amigos me aseguraban que ellos no veían a
nadie. Si estaban jugándome una broma con aquello, definitivamente era la más
cruel que habían intentado conmigo.

Un día, cansado del acoso, decidí encararla con furia.

—¿Por qué me sigues? ¡¿Quién eres?!

La pequeña ensanchó su sonrisa hasta tal punto, que dejó de parecer humana.

—Tu peor pesadilla —acto seguido se echó a reír de una manera tan malsana, que
tuve que salir corriendo para no morir de miedo ahí mismo.

Seis meses transcurrieron, largos e insoportables. La niña sonriente me estaba


volviendo loco.

Finalmente tomé una decisión: si ella no me dejaba en paz, yo tendría que acabar
con ella. Así que tomé un cuchillo y salí de casa una vez más.

Pero nada salió como lo había planeado.

La chiquilla me arañó, herida y llena de furia, mostrándome dos espantosos


colmillos en su sonrisa malévola. Apenas logré escapar. Por lo menos, ahora mis
amigos podían verla. Pero solo cuando quería acercarse a mí.
Ahora me sigue desde lejos, sin dejar de sonreír, como advirtiéndome que no
importa lo que haga, ella nunca se alejará de mí.

Han pasado doce años desde que aquella locura se desató. Últimamente no he
visto tanto a la niña, lo cual es un alivio. Pesé a mis temores, logré enamorarme y
me casé con la mujer a quien considero el amor de mi vida. Juntos acabamos de
tener una bebé, es hermosa, la pequeña más linda del mundo. Aunque… hay algo
en ella que me incomoda un poco.

Y es que, desde la primera vez que la vi, me di cuenta de que mi hija no dejaba
de sonreír.

Tiene una sonrisa tan amplia, que no parece humana.

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El visitante nocturno
Cuando Leonor y su madre se mudaron a esa casa antigua en el centro de
Madrid, la niña tuvo un mal presentimiento. El lugar era grande, pero oscuro,
como la mansión encantada de aquel relato corto de horror que había escrito
para la clase de Lengua. Los escalones crujían al subir y bajar, y en todo
momento sentías como si alguien estuviera observándote desde los rincones. Le
daban escalofríos.

No obstante, no se atrevió a poner ninguna objeción al ver a su mamá tan


entusiasmada con el cambio. No era para menos, a ella le encantaba restaurar
casas viejas. Era su trabajo y nada más ver la propiedad en la que ahora vivían, se
había enamorado por completo.

Por la noche, Leonor dejó una lamparilla encendida para poder dormir mejor. La
primera noche fue una pesadilla. Los ruidos del jardín y el crujir de la casa la
atemorizaron tanto, que apenas y pudo pegar ojo. Tres días después se había
acostumbrado a todos esos espeluznantes sonidos, aunque no dejaba de sentir
que alguien la observaba.

Una noche, la niña se despertó a causa de un viento intenso que abrió su


ventana de par en par. Afuera había una tormenta terrible. Su lámpara estaba
apagada. Trató de encenderla, en vano. Un ruido la sobresaltó y asustada, salió
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corriendo hasta el dormitorio de su madre.

Durante el trayecto tocaba la pared con su mano extendida, para asegurarse de


no chocar con nada. En ese instante, sus dedos hicieron contacto con un mechón
de cabello y Leonor se paralizó. Un fuerte trueno iluminó la estancia y fue
cuando lo vio: frente a ella, había un niño de su misma edad y casi de su misma
estatura, pálido, observándola con ojos inexpresivos.

La chiquilla gritó y se alejó para buscar a su madre, quien salió de su habitación


consternada.

—¿Lo viste? ¿Tú también lo viste? —le preguntó la mujer, aterrorizada.

Leonor asintió con la cabeza y las dos, todavía en pijama y sin hacer el equipaje,
salieron inmediatamente de la casa, se metieron en el auto y la madre arrancó a
toda velocidad.

No volvieron sino hasta la mañana siguiente, todavía temerosas de ver al


fantasma.

Revisaron cada habitación. Al parecer no había nada fuera de lugar, todo estaba
tal y como lo habían dejado. Lo único extraño yacía en el cuarto de Leonor. Ahí,
sobre el espejo de su tocador, alguien había dejado un mechón de pelo y un
escalofriante mensaje en el vidrio: FUERA.
Ese mismo día, madre e hija volvieron a mudarse.

Meses después, mientras Leonor estaba en el colegio, su maestra les dio a ella y
a sus compañeros unos periódicos antiguos con los que harían una dinámica
escolar. Todos tenían que recortar fotos y noticias para crear su propio
periódico. La pequeña se quedó de piedra al toparse con la fotografía del mismo
niño fantasma que habitaba en la casa del centro, bajo un titular que le puso los
pelos de punta:

MENOR ES ENCONTRADO MUERTO EN EXTRAÑAS CIRCUNSTANCIAS.

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Nunca sonrías a medianoche
Laurie era una joven universitaria que vivía sola desde que decidiera trasladarse
a una gran ciudad, para llevar a cabo sus estudios. Con sus ahorros y un empleo
de medio tiempo, había conseguido alquilar un piso pequeño donde contaba con
lo indispensable. Lo que la pobre muchacha no podía ni sospechar, es que allí
estaba a punto de vivir la experiencia más aterradora de su vida.

Eran cerca de las dos de la mañana, cuando Laurie escuchó como alguien tocaba
la puerta de su apartamento. Molesta, intentó ignorar a quien quiera que
estuviera afuera, pensando que debían haberse equivocado.

“Algún vecino despistado, que se olvidó de las llaves y piensa que está en su piso”, se
dijo a sí misma, intentando volver a dormir.

Pero cuando los golpes se hicieron más fuertes, no tuvo más remedio que
levantarse para echar a quien quiera que estuviera tocando. Más valía que no
fuera una broma.
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Sin embargo cuando abrió la puerta, no había nadie en el umbral y el pasillo
estaba desierto.

—¿Quién está ahí? —preguntó, consternada.

No hubo respuesta.

Malhumorada, Laurie decidió volver a su habitación. Apenas entró en el


dormitorio, las luces de un auto que transitaba por la avenida iluminaron
brevemente la ventana, revelando un mensaje aterrador: “Nunca sonrías a
medianoche”.

Laurie contempló estupefacta aquella frase, escrita con lo que parecía ser sangre
fresca sobre el vidrio y liberó un grito lleno de terror.

Rápidamente cogió su teléfono y huyo hacia la pequeña sala de estar, en donde


se apresuró a marcar el número de la policía. Mientras lo hacía no dejaba de
mirar hacia su cuarto, temerosa de que alguien saliera de la nada para atacarla.

El teléfono marcó un tono y luego, se percató de que cogían la llamada.

—¿Hola? ¿Hola? ¡Por favor, ayúdenme! ¡Creo que alguien entró en mi


apartamento!
Silencio. Nadie contestaba, aunque escuchaba una inquietante respiración tras el
auricular.

—¡¿Hola?!

—Nunca sonrías a medianoche —respondió una voz grave y desconocida, seguida


por una risa perturbadora que le puso los pelos de punta.

Desesperada, Laurie salió de su piso a conseguir ayuda.

Media hora después, la policía entraba con ella para inspeccionar el lugar, en el
que aparentemente no faltaba nadie. El mensaje escalofriante seguía intacto en
la ventana, pero ni rastro de quien lo había escrito.

Laurie se sintió desfallecer cuando los oficiales la miraron escépticamente, casi


insinuando que tal vez solo quería llamar la atención. Por suerte ella contaba con
una pequeña cámara de seguridad, que probablemente había grabado los
incidentes de aquella noche.

Al ver la grabación, tanto ella como los policías se quedaron estupefactos. Allí
aparecía ella, durmiendo antes de que tocasen a la puerta. De pronto, un hombre
alto y de sonrisa macabra salía arrastrándose desde debajo de su cama y se la
quedaba observando fijamente, exponiendo dos hileras de dientes afilados.
Permaneció allí dos, tres, cuatro horas sin moverse, solo observándola.
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Por la mañana, Laurie decidió salir de aquel departamento para no volver jamás.
Nunca atraparon a aquel hombre.
El camionero fantasma
Dicen que la siguiente historia ocurrió en una carretera que discurre por un
tramo montañoso, lleno de curvas y barrancos. Normalmente, los camioneros
que pasan por este lugar extreman sus precauciones para evitar accidente. No
obstante una noche, un camionero de nombre Ignacio Velázquez se saltó todas
las normas de velocidad y piso el acelerador de su vehículo. Sus motivos eran
urgentes: le habían comunicado por radio que su esposa estaba a punto de dar a
luz.

Ignacio tenía que llevar el dinero que faltaba para que atendieran el parto. Por
desgracia, su extrema negligencia al conducir ocasionó lo inevitable y el hombre
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se mató al salirse del camino por accidente.

Sin embargo, su propósito de ayudar a su esposa era tan fuerte que ni la muerte
misma le permitiría dejarla desamparada…

Varias noches después, un muchacho llamado Daniel conducía por la misma


carretera, tranquilo y despreocupado. De pronto, una sombra apareció de la
nada a un lado del camino. Cuando Daniel se fijó con más atención, se dio cuenta
de que se trataba de un hombre, cuyo rostro lucía desesperado. Pensando que
estaba haciendo autostop, se detuvo un momento para ver si podía ayudarlo.

—¿A dónde se dirige, señor?

—Joven, necesito de su ayuda —imploró él—. Tuve un accidente con mi camión y


no podré llegar a casa. Necesito entregarle a mi mujer este sobre, para que
pueda pagar su parto y las necesidades del bebé. Le ruego que se lo lleve, es de
vital importancia que ella reciba este dinero.

Por un instante, Daniel se quedó dudando, pero bastó ver la impotencia y


bondad que surcaban el rostro de aquel hombre para convencerse de que debía
hacer lo correcto. Así pues tomó el sobre y después de que le indicara la
dirección en la que debía entregarlo, se quedó mirándolo un breve instante.
Cuando levantó la mirada para volver a hablar con el desconocido, comprobó
con estupefacción que este había desaparecido.
Un par de horas más tarde, llegaba a la casa donde vivían Ignacio y su mujer, solo
para enterarse de que la susodicha se había mudado hacía meses, después de
tener a su bebé.

Preguntando, le indicaron en donde podría encontrarla y atravesó la ciudad


completa con tal de entregarle aquel sobre. Al tocar a la puerta de aquella casa,
lo atendió una joven con un bebé pequeño en brazos, quien se identificó como
Matilde, la esposa del camionero.

—Hace unas horas, su marido me envío con este sobre para usted —le reveló
Daniel, entregándoselo.

—Imposible, mi marido murió hace unos meses, el día en que nació mi hijito.

Dentro, Matilde encontró una suma considerable de dinero, producto del último
salario de su esposo y la venta de una finca, que le permitiría vivir holgadamente
por un tiempo. Mientras Daniel se ponía pálido, los ojos de ella se llenaron de
lágrimas al leer el último mensaje de Ignacio.

Siempre cumplo con mis promesas, aquí tienes el dinero. No olvides que yo siempre
estaré con ustedes. Los amo.

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El cuadro del payaso
Cuando un padre de familia fue transferido una nueva ciudad por su trabajo, él
se fue a vivir a una casa recién remodelada junto con su mujer y sus hijos, de
espaciosas habitaciones y con un gran jardín. No obstante lo hermosa que era
por fuera y por dentro, había un detalle que los hizo sentir un tanto incómodos
desde el principio: en el vestíbulo de la vivienda se encontraba colgado un
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enorme cuadro, el cual mostraba a un colorido y sonriente payaso. Este tenía una
mano levantada con el puño cerrado.

Había algo en ese retrato que les daba mala espina. No obstante, como no
encontraban la forma de descolgarlo decidieron dejarlo donde estaba por el
momento y ocuparse de completar la mudanza.

Por la mañana, al levantarse, el padre se llevó una terrible sorpresa: su esposa


yacía muerta a su lado. Mientras dormía había sufrido un infarto silencioso y él
no había sido capaz de darse cuenta. Sumida en un shock profundo, la familia
llevo a cabo el entierro de la pobre mujer, sin darse cuenta de que ahora el
payaso del cuadro mostraba uno de los dedos de la mano extendido.

Días después la vida de todos continuaba, con la tristeza de haber perdido a la


madre. Deprimido, el padre se sintió al borde de la desesperación cuando su hijo
pequeño enfermo gravemente y tuvo que ser internado en el hospital, donde
estuvo muy grave. Una mañana, el desdichado hombre regresó junto a sus hijos
mayores para comunicarles que el niño había fallecido. El payaso ahora tenía dos
dedos extendidos.

Las desgracias apenas comenzaban.

Poco después la hija de en medio murió también, al ahogarse en la bañera


mientras tomaba una ducha y el payaso extendió entonces su tercer dedo. Como
en un cuento corto de horror, la vida del padre se estaba transformando en un
auténtico infierno, por culpa de estas tragedias. Lentamente se dio a la bebida y
dejó de prestarle atención al único hijo que le quedaba.

No fue sino hasta que él también perdió la vida en un accidente de automóvil,


que el hombre se percató de la naturaleza de aquel cuadro maligno. El payaso
sonreía más que nunca y tenía levantados cuatro dedos de la mano.

Lleno de rabia y de terror, el padre fue a por cerillas y gasolina, dispuesto a


quemar aquel objeto. El fuego se extendió rápidamente por toda la casa pero el
endemoniado retrato parecía repeler las llamas. Cuando los vecinos se dieron
cuenta del incendio y llamaron a los bomberos, era demasiado tarde: el hombre
había muerto carbonizado.

Los bomberos recién terminaban de combatir el fuego cuando salió el sol.


Revisaron los escombros de la casa, por si podían rescatar algunas de
pertenencias de la familia o documentos de identidad, en vano. Absolutamente
todo había sido reducido a cenizas.

Lo único que encontraron fue un enorme cuadro lleno de color, que mostraba a
un payaso estrafalario y sonriente con la mano derecha extendida, mostrando los
cinco dedos.

Errores 10
Has cometido varios de ellos, sin siquiera darte cuenta.

Pero de alguna manera siempre te las has ingeniado para no afrontar las
consecuencias, hasta el día de hoy. ¿Te parece familiar ese minúsculo
movimiento que captas por el rabillo del ojo? Tú sabes, ese movimiento que está
fuera del alcance de tus ojos, pero que sigues captando con la visión periférica. Y
después, cuando volteas para mirar, descubres que no hay nada en donde creías.
Esa ha sido una de esas veces en las que te equivocaste sin saberlo.

¿Alguna vez has sentido escalofríos al imaginar que alguien te está observando?
¿Has fantaseado con que hay algo oscuro y siniestro cerca de ti? ¿Algo que te
está mirando y que nadie más puede ver? Te lo advierto, no te conviene tomarte
esto como un juego. Esas señales son el resultado de la experiencia acumulada a
lo largo de miles de años, siglos heredados de instinto que conservas en tu
cuerpo te están diciendo a gritos que estás a nada de cometer otro error.

¿Y que hay de ese golpe inexplicable, de aquella herida aún fresca que no
recuerdas haber sufrido, de esas veces en las que despiertas empapado en
sudor, gritando y con la respiración tan agitada como si acabaras de echar una
carrera y no puedes explicarte por qué? Esas son las veces en las que estaban a
punto de atraparte.
¿Y qué es lo que son? Verás, es algo complicado de explicar, imagina que
tuvieras que explicarle a un invidente de nacimiento como es el color rojo.
Realmente no puede explicarse, es algo que tienes que experimentar en persona.
Y no te gustará hacerlo. Lo único que puedo asegurarte es que ellos te ven
solamente como una cosa: comida. Y mientras te están devorando podrían
mantenerte vivo por un largo rato.

Lo más probable es que mientras estás leyendo esto, hayas escuchado un sonido
extraño en la misma habitación. Quizá no se trate de nada; sin embargo, hay
veces en las que es uno de ellos intentando encontrarte, tratando de llegar hasta
ti. Descuida, no lo harán. Casi nunca pueden hacerlo… a menos claro, que
cometas otro error. Y cuando te equivocas, es prácticamente como si estuvieras
agitando un pedazo de carne fresca enfrente de una un montón de animales
hambrientos. Normalmente nunca reaccionan con la suficiente velocidad,
aunque a veces sí que lo hacen. A lo largo de los siglos ha habido tantas
desapariciones inexplicables, tantos misterios sin resolver, que no es fácil
determinar cuanta gente ha sido víctima de esa siniestra especie, ni cuántas
cometieron más errores de los que sin saber, tenían permitido.

Y es que te diré otra cosa, cuando las personas se preocupan en exceso de no


cometer estos errores, es cuando más suelen echarlo todo a perder. Te estarás
preguntando, ¿cuáles son esos errores que se pueden cometer? Si te lo revelara,
tendrías mucho cuidado de no volver a cometerlos y eso sería desventajoso para
nosotros.
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La última vez casi logramos atraparte.

La estatua
Hace bastantes años en Oklahoma, Estados Unidos, se cuenta que un
matrimonio decidió salir una noche a cenar, para festejar su aniversario. Pocas
veces tenían la oportunidad de disfrutar un momento a solas, pues eran padres
de dos niños muy inquietos. Parte de la planeación de aquella velada, incluyo
contratar a una niñera para cuidar de los pequeños.

La elegida fue una estudiante universitaria, bastante joven pero con experiencia
al tratar con niños.

Cuando ella llega, los niños ya se encontraban durmiendo en sus respectivas


habitaciones. Los padres le advirtieron a la niñera que se mantuviera alerta, por
si alguno de ellos se despertaba. Tras darle las indicaciones de rigor y dejar su
número apuntado en la nevera, salieron para dar comienzo a su cita.

Al principio, la niñera subió para comprobar que los niños no habían despertado.
Su habitación se encontraba en penumbras, los infantes yacían acurrucados
debajo de las sábanas y en medio de sus camas, una estatua sombría miraba
hacia la puerta, con una expresión que a la joven le causó escalofríos.

Decidió salir inmediatamente.

Luego bajó al salón de estar, para ver la televisión. No contaba con que el único
televisor que tenía cable era el del dormitorio de los padres, pues estos no
deseaban que sus hijos miraran cosas inapropiadas a su edad. Aburrida, la
muchacha decidió llamarles para preguntar si podía mirar la tele en su cuarto.

Al otro lado de la línea, ellos le dieron autorización para hacerlo. Pero antes de
colgar tenía una última petición que hacerles.

—¿Les molesta si cubro con una toalla la cabeza de la estatua en el dormitorio de


los niños? —preguntó.

—¿Qué estatua? —preguntó el padre con extrañeza.

—La estatua que se encuentra en medio de sus camas. Puedo verla desde aquí y
la verdad es que pone algo nerviosa.

Una pequeña pausa en la conversación alertó a la niñera de que algo no andaba


bien. Las piernas le temblaron cuando volvió a escuchar como el padre le
hablaba, asustado y con voz apurada.
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—Nosotros no hemos puesto ninguna estatua en el cuarto de nuestros hijos.
¡Tómalos y vayan a la casa del vecino inmediatamente!

Nada más colgar, la pareja llamó a la policía y regresó a toda velocidad a su casa.
Ahí, se encontraron con una escena que les heló la sangre.

Tanto la niñera como sus pequeños hijos, habían sido asesinados y estaban
tendidos en un charco de sangre. La policía comprobó que habían sido muertos a
causa de las heridas provocadas con un arma punzocortante. Registraron toda la
casa con cautela, esperando encontrar pistas del perpetrador de aquel crimen
más todo fue en vano. El asesino había escapado antes de que ellos llegaran.

Desde luego, tampoco fueron capaces de encontrar ninguna estatua.

Esta historia es una de las leyendas urbanas más conocidas en los Estados Unidos.
Algunas personas aseguran que ocurrió de verdad aunque hasta la fecha, no se ha
comprobado la existencia de ningún crimen como el que se describe en el relato.
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Las fugadillas
Dicen que esto ocurrió hace varias decenas de años, cuando las costumbres de
las parejas prontas a casarse, ciertamente eran más estrictas que hoy en día. En
aquel tiempo, las señoritas de buena familia no podían aspirar a tener una cita
con sus futuros esposos. Estas debían cortejarlas en presencia de toda su familia
y desde luego, celebrar el compromiso pertinente por todo lo alto.

Matilde y Alonso, eran dos jóvenes novios que acababan de comprometerse


para alegría de todos sus seres queridos. Los dos tenían apellidos respetables en
la sociedad y su unión significaba una gran alianza entre sus familias.

Una noche, poco antes de la boda, la pareja se reunió en un viejo caserón con
todos sus amigos. Iban a ofrecer una fiesta para compartir la dicha de su
compromiso.
Después de cenar, todos los invitados se reunieron en el salón de estar para
proponer alguna diversión. El alcohol había sido consumido de manera
abundante entre ellos y los ánimos estaban muy por los cielos.

—Juguemos a las fugadillas —propusieron las amigas de la novia—, ¡todos a


esconderse!

Así, cada uno de los invitados se dispersó por la casa para buscar un escondite,
mientras el novio contaba en un rincón y se disponía a ir a buscarlos.

Una a una fueron encontradas las personas convidadas a la fiesta, y cada vez que
alguna era descubierta, esta tenía la obligación de sumarse a la búsqueda, hasta
que ya no quedara nadie por hallar. Después de la medianoche prácticamente
todos los asistentes habían aparecido.

Pero Matilde no se hallaba por ningún sitio.

—Seguramente habrá encontrado un excelente lugar para esconderse, y está


riéndose de nosotros —dijo alguien para tranquilizar al novio, que comenzaba a
ponerse nervioso ante la ausencia de su prometida.

Buscaron por todos los rincones posibles del caserón, desde el sótano hasta el
olvidado ático. Nadie halló a la novia.

Cuando la búsqueda se extendió a los alrededores


14 del caserón, sin éxito, el
nerviosismo inicial de Alonso se trasformó en terror y más tarde, en furia, pues a
esas alturas, a nadie le quedaban dudas de que la muchacha seguramente se
habría arrepentido de la boda, y aprovechado aquel juego para fugarse.

El casamiento fue cancelado y el tiempo transcurrió sin que nadie volviera a


tener noticias de Matilde. Aunque como solía pasar en los pueblos, no faltó
quien asegurara haberla visto huyendo en medio de la noche; a veces en
compañía de otro hombre.

Alonso finalmente se casó con otra joven, al cabo de un año y juntos se fueron a
vivir al caserón donde comenzó todo.

Ahí, los sirvientes limpiaban todo para recibir al nuevo amo.

Una de las criadas encontró la llave de un viejo baúl, el cual no sabía si conservar
o deshacerse de su contenido. Con mucho cuidado lo abrió y soltó un grito de
horror al mirar adentro.

Allí yacía el cuerpo sin vida de Matilde, roído y en descomposición. La pobre se


había quedado encerrada después de ocultarse, aquella fatídica noche.
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Caramelos envenenados
Este Halloween, no voy a dejar que mis hijas salgan a pedir dulces. No después
de lo que ocurrió el año pasado. La mitad de los padres en el pueblo siguen de
luto desde la tragedia.

El año pasado se les dieron a los niños caramelos envenenados. Más de


cincuenta se pusieron enfermos; y más de treinta fallecieron. Seguramente
vieron la historia en los noticieros. Mis niñas corrieron con suerte, pues las dos
tienen alergia al maní y regalaron sus caramelos a sus amiguitos. Amiguitos que
ya no están.
Aun puedo recordar aquella noche en la sala de emergencias, cuando los niños
empezaron a llegar. Fue cosa de días. La primera fue Regina, de cuatro años.
Tenía problemas para respirar. Creíamos que tenía una reacción alérgica, pero no
respondió a ningún tratamiento. Tuvimos que hacerle una endoscopía en sus
pulmones para darnos cuenta de lo que sucedía, pero ya era muy tarde. Murió en
plena operación.

Esa misma noche llegaron otros tres chicos. Todos murieron.

Luego comenzaron a llegar los niños mayores, todos ellos en peores condiciones.
El Centro de Control de Enfermedades se hizo presente poco después  y rastreó
el origen de los caramelos. Fue así como se descubrió que la fábrica de chocolate
local era la culpable. La clausuraron. Las propietarias todavía enfrentan un juicio
por negligencia.

Este incidente sigue atormentando a numerosas familias. Por respeto a ellas,


pocas casas se han atrevido a decorar por Halloween. Ya no se hizo ninguna
exhibición real… excepto una.

Una familia de japoneses se mudó en agosto, sin saber de la tragedia. Decoraron


el jardín delantero con esqueletos, murciélagos, calabazas y arañas. Tuvimos que
explicarles lo sucedido para que retiraran todo.

No era que las decoraciones disgustaran realmente a los demás. Si solo hubiesen
dejado un par de cosas, nadie se habría16molestado. Sin embargo para algunos,
ver aquella cosa específica era escalofriante.

A mí me hizo acordarme de Regina. Recordé la sonda en sus pulmones y lo que


nos aterrorizó en pantalla.

Los niños no habían muerto por ningún monstruo o esqueleto. Si no por las
arañas. Millones de arañas diminutas, cuyos huevos impregnaban el polvo de
cacao que bañaba sus dulces de chocolate y mantequilla de maní.

Los que se asfixiaron antes de que las arañas salieran de sus pulmones tuvieron
suerte. Otros tosían y escupían cientos de arañas mientras morían.

La familia japonesa ofreció disculpas antes de quitar sus decoraciones. Mientras


los veía a través de la ventana, vi que miraban algo en el jardín con horror. No
pude ver lo que era, pero ya lo sabía.

Desde noviembre del año pasado, hay telarañas en todos lados. Muy pequeñas.
Son de la misma araña hondureña que importada accidentalmente en la fábrica
de chocolate. Estamos infestados de ellas.

No he vuelto a comer chocolate. Siento terror al usar la sonda en la sala de


emergencias. Todas las noches me despierto, asustado, sintiendo como esas
arañas que inundan mis pulmones y fosas nasales.
Esta historia fue originalmente publicada en inglés dentro del sitio, Unsettling Stories,
de Max Lobdell.

17

Le llamo para informarle


Cuando el teléfono sonó aquella noche, la mujer no esperaba que se tratara de
nada importante. Quizá su esposo llamando desde el trabajo o una de esas
molestas promociones que les repetían a cada instante desde el canal de
compras.

Sin embargo se sintió desconcertada al descolgar y contestar la llamada.

—¿Hola?

—¿Qué tal? ¿Hablo con Karen Maitland?

—Sí, ella es quien está hablando.

—Mis disculpas por llamarle a esta hora. Es solamente que… yo conozco a su hija.

—¿A Anna? ¿Ella se encuentra bien?

—Eh, um… no, este… la otra. Voy a clases con Sarah en la universidad.

—Ah… sí, vaya. ¿Dónde quedaba?

—En Chicago.

—¿En Chicago?

El extraño rió al otro lado de la línea, incómodo.


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—A juzgar por su reacción, puedo asumir que Sarah siempre ha sido una chica
solitaria, ¿no es cierto?

—Sí, podría decirse que sí —contestó—. Pero en fin, me da gusto escuchar que
tiene amigos en la universidad. ¿Te molesta si pregunto a que se debe esta
llamada?

—En realidad, llamaba para preguntarle si ha contactado con su hija en los


últimos días.

—Bueno… realmente no. Hace tiempo ella rompió todo contacto. Siempre le dije
que podía llamar si lo deseaba… no hemos cambiado nuestro número, por si
acaso. Aunque supongo… que ella ya cambió el suyo.

—Lo lamento. Eso… se escucha como algo que ella haría. Mire, este… discúlpeme
por ser yo quien tenga que contarle esto, pero Sarah fue reportada como
desaparecida.

—¿Qué? ¿De qué hablas? ¿Por cuánto tiempo ha estado desaparecida?

—Eh… ya son casi tres días.

—¿Tres días? Pe-pero… no entiendo… alguien la está buscando, ¿verdad?


—Pues, ese es el punto. En realidad no creo que nadie la esté buscando. Quiero
decir, usted ya sabe como era ella de reservada. No llegó a tener ningún amigo
cercano… y también era propensa a ausentarse con demasiada frecuencia.
Parece que nadie ha notado que desapareció. Ya se lo he notificado a la policía,
pero ellos tampoco están haciendo gran cosa.

—¡Oh Dios mío! Pero eso… eso no puede ser. Es decir, sí, Sarah ha sido bastante
asocial desde su niñez. ¡Eso no significa que no deban investigar! Oye… ¿podrías
pasarme el número de tu campus? Creo que puedo coger un vuelo esta misma
noche y llegar hasta allí temprano por la mañana.

—Por supuesto, estamos en el campus Westgate. Simplemente le llamaba para


informarle. ¿Sabe? Eh… sinceramente, es un alivio que por fin alguien se tome
esto en serio.

—Claro, realmente lo aprecio mucho. Muchísimas gracias por llamar para


decirme. No sé lo que habría hecho sin haberme enterado.

—No, ni lo diga, soy yo quien debe agradecerle a usted. Yo, eh… ya he hecho
esto algunas veces en el pasado, pero… no es divertido cuando no hay nadie a
quien le importe.

—¿Disculpa? ¿A qué te refieres?… ¿Hola? ¿Hola?

Esta historia se encuentra basada en una 19


creepypasta compartida en los foros
de Reddit. Originalmente se escrita por el usuario NeonTempo. Quien llamaba a la
madre, era nada menos que el asesino o secuestrador de su hija.
Mi hijo me ha contado algo
espeluznante
Cuando tenía cuatro años, algo aterrador solía ocurrirme por las noches. No sé
porque de repente alucinaba escuchar voces, susurrando en la oscuridad, como
si estuvieran observándome. Eran sarcásticas y desagradables. Solían hacer
preguntas como “¿se ha dormido ya?”, para luego responder, “no, solamente está
fingiendo”.

Acto seguido se reían maliciosamente y yo literalmente, me hacía pis del susto.


Lo peor era cuando soñaba con ellos. No podía verles las caras pero en las
pesadillas que sufría, siempre acababan pegándome una paliza.

Yo vivía únicamente con mis padres en casa y desde luego, sabía que no eran
ellos quienes me hacían tales cosas.

En ese entonces me refería a las voces como “los chicos malos de la cocina”.

Pero el tiempo pasó y afortunadamente, esa oscura fantasía se quedó muy atrás,
como suele pasar con todos los temores de la infancia.
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O eso pensaba, hasta lo que ocurrió hace poco.

Tengo 39 años en este momento y un hijo de seis con una imaginación muy
activa. Últimamente se ha vuelto adepto a los amigos imaginarios. Me contó que
contaba con un amigo llamado Ben, con el cual se enojó por algo que había dicho
acerca de mí.

—¿Qué fue lo que te dijo, campeón?

—Ben dice que cuando tú eras niño, él y sus colegas solían hacer que te orinaras
de miedo en los pantalones.

Reí, hasta que mi pequeño comenzó a darme una descripción demasiado


detallada de la casa en la que había vivido a los cuatro años y hasta bien entrada
mi adolescencia. Un lugar que él no había conocido en lo absoluto.

—Ben y sus amigos dicen que tú los llamabas “los chicos malos de la cocina” y
también que te daban palizas horribles —prosiguió él, haciendo que un escalofrío
de puro terror me corriera por la espalda.

Imposible, pensé, aquello era simplemente imposible.


—¡Y yo me molesté mucho con él, papá! Porque tú eres mi héroe y nadie puede
darte palizas —prosiguió mi hijo, ignorando el miedo que acababa de provocarme
con sus palabras—, es por eso que no he vuelto a dirigirle la palabra a Ben.

Me esforcé por sonreír, aunque estaba paralizado por el temor. Revolví con una
mano sus cabellos y traté de parecer despreocupado.

—Tú no hagas caso de lo que te diga ese chico —le dije, tratando de tranquilizarlo
—, estoy seguro de que Ben solo tiene celos. Por eso te dijo todas esas mentiras.

Mi hijo me devolvió la sonrisa y se fue a jugar. Desde entonces, no he parado de


pensar, no he parado de observarlo.

Creía que esas cosas de mi niñez no eran más que pesadillas de crío.

Y aunque he tratado de olvidarme del asunto, lo cierto es que no puedo evitar


mirar a mi hijo con recelo, cada vez que habla con el aire y finge estar con
alguien que yo no veo.

Este relato corto está basado en la experiencia de un usuario de Reddit, donde las


personas compartieron las cosas más macabras que han visto hacer o decir a los
niños.

21
Papá, hay alguien en mi armario
Eran las 2:38 de la mañana, cuando sentí que alguien me sacudía en la cama. Me
desperté lentamente y vi que mi hijo había entrado a la habitación. Estaba de pie
junto a la cama y tenía una expresión asustada en el rostro.

—Papá —me habló—, hay algo en mi armario. Tengo miedo.

A mi lado, sentí como mi mujer se desperezaba y rodaba sobre el colchón para


acercarse a mí.
22
—¿Qué ocurre ahora, cariño? —me preguntó.

Yo reí suavemente, sin alarmarme por lo que había dicho mi hijo.

—Tal parece que tenemos un monstruo en el armario —le contesté, logrando que


me sonriera somnolienta.

—Oh, eso es algo nuevo —dijo ella, antes de tenderle los brazos al niño—. Ven
conmigo, amor. Deja que papá se ocupe del señor monstruo, mientras estás un
rato en la cama con mami.

Salí de la cama con lentitud mientras mi hijo se metía debajo de las sábanas. Vi
que ella se disponía a dormir de nuevo y le solté una broma.

—¿Segura que no quieres acompañarme? Tal vez entre los dos podamos vencer
al monstruo.

—No, sé que tú solo puedes con él. Y si no regresas… bueno, al menos fuiste un
buen marido.

Riendo, salí del dormitorio. El cuarto de mi hijo se hallaba al otro lado de la casa,
por lo cual tuve que subir la escalinata para acercarme. Vi que la puerta de la
habitación se encontraba abierta de par en par, más no así la del armario, que
estaba completamente cerrada.

Justo cuando me encontraba a un par de metros de distancia, pude escuchar un


raro sonido proveniente del interior, era algo así como un zumbido
distorsionado. Aminoré la velocidad, pensando que tal vez algún dispositivo
electrónico se había quedado encendido dentro. No era la primera vez que
pasaba.

Sin embargo y por precaución, tomé el bate de béisbol que reposaba cerca de ahí
y tras respirar profundamente, me atreví a girar el picaporte.

Mientras la puerta se abría, pude comprobar que mi hijo decía la verdad. En una
esquina, un montón de ropa se hallaba apilada desordenadamente y el sonido
provenía de debajo de ella.

El ruido persistía mientras algo bajo la ropa se sacudía.

Era la voz amortiguada de una persona. Un niño. Apretando el bate con fuerza y
dominado por el miedo, comencé a tirar lentamente de las prendas, incluso
cuando el sudor bajaba a raudales por mi frente. Estaba ejerciendo tanta presión
con mi mano, que los nudillos se me habían puesto blancos y el corazón me latía
de forma frenética.

Entonces lo vi, la fuente de la que provenía


23 el sonido. Pero era imposible…
Ahí estaba mi hijo. Atado, con una mordaza entre los labios y el rostro lleno de
lágrimas. Se había esforzado tanto por soltarse, que tenía la cara completamente
enrojecida.

Rápidamente le quité la mordaza y él pronunció unas palabras que me helaron la


sangre:

—¡Quiere a mi mamá!
No abras la puerta
24 con su hijo Jonás, en un pueblo en el
María era una madre soltera que vivía sola
que nunca pasaba nada. Pero aquella noche, los dos se sobresaltaron al ver en
las noticias que un peligroso asesino había escapado de prisión. Se trataba de un
hombre tan trastornado, que incluso los conductores del programa habían
palidecido al informar la novedad.

Lo malo era que María debía hacer un turno esa noche en su trabajo y por lo que
se sabía, aquel enfermo bien podía estar rondando por el pueblo. Así que antes
de salir, le hizo una advertencia muy seria a su hijo.

—Escucha Jonás, no quiero que le abras la puerta a nadie mientras no estoy —le


dijo—. No importa quien sea, ni lo que te diga, no debes abrir. Tampoco te
asomes a las ventanas. Yo tengo las llaves de la casa conmigo, pero en caso de
que alguna cosa llegara a ocurrir, voy a tocar tres veces para que sepas que soy
yo.

Jonás le prometió que así lo haría y su madre partió más tranquila al trabajo.

El niño pues, se dispuso a cenar y a ver la televisión, tratando de olvidarse de las


macabras noticias de esa tarde. En ese momento, estaban pasando una película
basada en el relato corto de uno de sus escritores favoritos, muy terrorífica y
entretenida.
De pronto unos golpes en la puerta lo asustaron, alguien estaba tocando
desesperadamente.

Paralizado, José miró hacia la entrada, la cual parecía que de un momento a otro
podría derrumbarse debido a la fuerza con la que llamaban desde el otro lado.

—¿Mamá? ¿Eres tú? —preguntó con miedo.

Una voz espeluznante gritó desde la calle, emitiendo palabras indescifrables.

—¡JABEME DA PUETA!

Al escuchar esto, Jonás corrió a esconderse en su habitación, rogando porque su


madre volviera pronto del trabajo. Pero ella nunca regresó.

Por la mañana, sus vecinos se encontraron con una espantosa escena en la


entrada del niño. Allí estaba María, muerta y con el cuerpo ensangrentado. Le
habían cortado las piernas y parte de la lengua, lo que explicaba porque no había
podido hablar correctamente la noche anterior, mientras pedía ayuda.

Las autoridades determinaron que en algún momento de la noche, la pobre


mujer se había cruzado con el loco escapado de la cárcel, quien no había tenido
piedad con ella. La había mutilado de la manera más cruel.

Pero de alguna forma, María había conseguido


25 arrastrarse hasta su casa, donde
intentó pedir auxilio. Si tan solo no le hubiera hecho aquella advertencia a Jonás,
tal vez podría haber entrado en casa y salvado su vida.

Luego de ver lo que había ocurrido con su mamá, el pobre chico enloqueció y
tuvo que ser internado en un psiquiátrico. A partir de entonces, no dejaba de
tener pesadillas sobre lo sucedido y no soportaba que hubiera puertas cerradas,
pues tenía un pánico extremo a que alguien tocara y no saber quien se
encontraba del otro lado.

Nunca llegaron a encontrar al asesino de María.


26

La casa maldita
Tomás, Mateo y Lucas, eran tres amigos adolescentes que una noche acudieron
a una casa abandonada a las afueras de su pueblo. Alguna vez habían escuchado
una leyenda corta, que aseguraba que ahí pasaban cosas extrañas, pero ellos no
le habían dado la menor importancia. Se creían invencibles, como todos los
muchachos de su edad.

En medio de risas y bromas, entraron en la propiedad a medianoche y sacaron


una tabla Ouija. Después de abrir una sesión como era debido, empezaron a
preguntar toda clase de cosas, sin tomarse el juego en serio.

Ni siquiera se inmutaron cuando notaron que el puntero comenzaba a moverse,


pues ninguno de ellos se creía que esa cosa pudiera cambiar de posición sola.
Llegó un momento en el cual, al preguntar si había alguien acompañándolos, la
respuesta fue un rotundo sí y únicamente Lucas empezó a sentir algo de miedo.

—¿Quién eres? —preguntó Mateo, aún sin poder aguantarse la risa.


En la Ouija, poco a poco se fue deletreando la respuesta. Hablaba con ellos una
niña pequeña, que hace mucho tiempo había muerto en el lugar donde se
encontraban.

Lucas se levantó de inmediato y anunció que se iba a su casa, ya sin poder


disimular el temor que se había apoderado de él.

Sus amigos se burlaron de su terror, pero no tardaron en seguirlo al considerar


que el juego se había puesto demasiado aburrido. A la noche siguiente sin
embargo, volvieron a acudir los tres juntos para volver a usar la Ouija.

Lucas se veía extraño y sin muchas ganas de seguir con aquello.

Lo primero que hicieron, fue preguntar si la niña aún se encontraba allí y ella no
tardó en responderles que así era. El ambiente se había vuelto sumamente
tétrico y conforme las horas pasaban, las preguntas fueron subiendo de
intensidad.

En ese momento, Tomás lanzó el cuestionamiento fatal:

—¿Cómo fue que moriste?

El espíritu de las niñas se dio a la tarea de deletrear una nueva contestación. Ella,
les dijo, había sido asesinada cruelmente por su propia madre entre aquellas
mismas paredes. Nunca habían logrado27 atraparla, pues se había dado a la fuga
inmediatamente después de cometer el crimen. Y ahora ella no podía descansar
en paz.

Y lo más importante, era que la casa estaba maldita y ellos estaban en peligro.

Para este punto, los tres jóvenes se encontraban sumamente asustados. Aquello
había dejado de ser una broma para pasar a ser un juego muy arriesgado.

Escucharon un ruido y se sobresaltaron, sintiendo que ahora sí, alguien más


estaba con ellos y no solo en espíritu.

Esa noche ninguno de los adolescentes fue capaz de salir de la casa.

Al día siguiente, el pueblo entero salió a buscar a los muchachos, que no habían
regresado a sus casas. La búsqueda concluyó en la vivienda abandonada, donde
fueron encontrados sus cuerpos en medio de un charco de sangre.

Todos estaban muertos y tenían en sus rostros una grotesca mueca de terror.

Desde aquel entonces, nadie volvió nunca a la casa.


28

El repartidor
Cuando salí de la secundaria, decidí tomar un trabajo como repartidor de pizzas
para ayudar a pagarme la matrícula de la universidad. No mentiré, me tomó un
gran esfuerzo soportar aquel empleo no solo por la mala paga, sino también por
lo exhausto que terminaba luego de conducir en mi moto a diferentes sitios de la
ciudad.

Sin embargo, no fueron aquellas cosas las que finalmente me hicieron decidir
renunciar para buscar una cosa mejor.

Nunca voy a olvidar aquel día en el que dentro de la pizzería, recibimos una
inquietante llamada. Yo estaba a punto de terminar con mi turno y como era ya
muy tarde, era prácticamente el único repartidor que permanecía en el
establecimiento.

Con desgana, descolgué el teléfono y contesté. Del otro lado de la línea, una voz
muy rara me habló. Parecía un hombre que intentaba imitar un tono muy agudo,
como si estuviera jugando o haciendo una broma.

—Quisiera ordenar una pizza de peperonni —me dijo.

Maldiciendo para mis adentros y esperando que aquello no fuera una jugarreta,
decidí obedecer a mi jefe y entregar la orden, pues me dijo que después de eso
podía marcharme directamente a casa.

Tomé la comida y me subí en la moto, con destino a un domicilio que quedaba a


las afueras de la ciudad. Estaba oscureciendo pero aun así, al llegar, pude notar
que se trataba de una vivienda en deplorables condiciones. El jardín estaba lleno
de maleza y hierbas, las ventanas estaban obstruidas por gruesas cortinas y los
muros de madera se veían algo carcomidos en la fachada.

Parecía como si en realidad nadie hubiera habitado allí por años.

Dudando, me acerqué a tocar la puerta y como nadie me respondió, me atreví a


gritar.

—¿Hola? ¡Traigo la pizza que ordenó! 29


Escuché una risita desagradable y tuve la intuición de que algo no andaba bien
ahí.

Al mirar hacia arriba, mi corazón se detuvo al ver a una silueta que corría un
poco la cortina y se asomaba para mirarme. No pude distinguir bien su rostro
pero al instante, la misma voz fingida que me había hablado por teléfono se dejó
oír.

—Entra. Sube a darme la pizza.

—Lo siento, no me permiten entrar en las casas —dije, asustado—, ¿puede bajar


por ella?

Como el extraño insistiera en que entrara, decidí dejar la pizza en el pórtico e


irme de ahí, ya convencido de que era peligroso entrar. En cuanto hice eso,
escuché como la persona que estaba adentro bajaba corriendo por las escaleras
y presa del pánico, eché a correr hasta la moto y arranqué a toda velocidad, sin
mirar atrás.

Lo último que escuché, fue la puerta abriéndose con violencia y una risa aguda y
frenética, que solo un demente podría haber emitido.
Tan pronto como llegué a la ciudad, hablé con la policía y unos oficiales
decidieron investigar el lugar. Su respuesta no me dejó tranquilo: habían entrado
en la casa sin encontrar a nadie. La propiedad había estado abandonada desde
siempre.

Días después renuncié a mi trabajo.

30

Vecino molesto
Cuando era joven, me fui a vivir a un edificio que se encontraba en el centro de
la ciudad, la típica construcción antigua pero con pisos baratos en la que uno
puede iniciar su vida de soltero. No había demasiado espacio, pero las ventanas
eran amplias y el lugar muy tranquilo.

Sin embargo, tiempo después terminaría acumulando razones para mudarme,


entre ellas el mal vecindario, el ruido y la frecuencia con la que los servicios
básicos fallaban en ese edificio.

La más importante de todas, fue mi vecino.

Yo en ese entonces estaría pasando por mis veinte, y necesitaba concentrarme


de pleno en mi primer trabajo, el primero que me permitía pagar mis propias
cuentas.

Pero siempre era lo mismo.

A altas horas de la noche, mientras me encontraba en mi habitación frente a la


computadora, comenzaba una serie de sonidos molestos, unos golpes que se
repetían una y otra vez como si alguien golpeara contra el piso. Eran golpecitos
ligeros pero constantes, que a mí me recordaban al ruido que hacían los tacones
de una mujer cuando caminaban.

Lo más curioso era que, además de comenzar después de la medianoche,


parecían llevar un patrón definido, a tal31
grado que llegué a contar el número de
golpes exactos que se producían y los intervalos en los cuales lo hacían.

A veces me preguntaba si mi vecino haría aquello con los nudillos de las manos,
o si pondría alguna grabación para molestarme.

Y es que a mí nunca me cayó bien esa persona.

Era un muchacho aproximadamente de mi edad, que vivía en el piso de arriba,


muy reservado, jamás hablaba con ninguno de los vecinos que habitábamos allí.
Tampoco salía mucho de casa, siempre que nos lo cruzábamos nos miraba con
recelo y creo que jamás lo escuché hablar.

Simplemente había algo en él que me daba mala espina.

A lo largo de un año, las cosas continuaron de la misma manera: yo despierto


hasta después de medianoche, tratando de trabajar o de dormir, escuchando esa
serie de golpecitos que llegué a grabar en mi memoria como un tatuaje
irremplazable.

No obstante, eventualmente me mudé y terminé formando mi propia familia


hasta que esos hechos quedaron en el olvido. O al menos esa era lo que
pensaba, pues años después, ocurrió algo que aún me sigue helando la sangre.
Todo comenzó cuando estaba ayudando a mi hija pequeña a hacer su tarea. A
ella y a sus compañeros les estaban enseñando código morse en el colegio.

La vi golpear la mesa con los nudillos de su pequeña maño, reproduciendo


exactamente el mismo sonido que solía escuchar en mi apartamento de soltero y
un escalofrío me corrió por la espalda.

—¿Qué significa eso, hija? —le pregunté, sorprendido.

—Es el código más fácil de todos, papito —me respondió con inocencia—. Este se
usa para pedir ayuda.

Hasta hoy, las dudas no han dejado de acosarme desde que sé el significado de
esos golpes. ¿Quién estaría pidiendo ayuda desde el apartamento de mi vecino y
por qué?

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