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Los versículos marcados VIN han sido tomados de la Versión Israelita Nazarena.
© 2018
EB-600-K
ISBN 978-1-953663-27-6
Reimpresión noviembre 2020
Editorial Bautista Independiente
3417 Kenilworth Blvd
Sebring, FL 33870
www.ebi-bmm.org
(863) 382-6350
Esta obra de teología cristiana está dedicada a nuestros tres hijos:
Kevin, Kenton y Karla; y a tantos estudiantes que me han
escuchado, que han tomado notas y que me han desafiado en este
tema por más de cuarenta años.
PREFACIO
El campo de la teología sistemá tica me ha fascinado de manera particular
desde finales de la década de los años 50, época en la que me gradué de la
universidad y entré al seminario. Mi experto instructor de teología, el ya
fallecido Dr. Alva J. McClain, fue un gran maestro que no sólo hizo que mi
sed por la teología aumentara sino que aguzó mi deseo de ver el gran
cuadro doctrinal de las Escrituras en todas sus facetas.
Inevitablemente, los maestros influyentes dejan expresiones, ideas y
sugerencias que son imposibles documentar después de cincuenta años. A la
influencia del Dr. McClain confieso que está en deuda mi obra; pero
añadiría también que los maestros no son responsables de todas las
conclusiones a las que lleguen sus estudiantes, especialmente en un campo
tan vasto como es el de la teología cristiana. Tan solo yo soy responsable de
lo que he escrito.
Después de haberme especializado en Antiguo Testamento y teología
sistemá tica en el seminario, se me ha concedido el privilegio de enseñar
sobre estas á reas por cuarenta y dos años a nivel de seminario, de los
cuales má s de treinta los he dedicado a la teología sistemá tica y a la
apologética exclusivamente. Para mí, la teología sigue siendo la “Reina de
las ciencias” que reú ne dentro de su á mbito todos los frutos de los
estudios bíblicos.
Finalmente, debo expresar mi má s profunda gratitud al Seminario
Teológico Bautista de Detroit, a su presidente el Dr. David M. Doran y a su
junta directiva por reducir de manera significativa mi carga docente para
poder trabajar en este volumen. También quiero dar mi especial gratitud a
Jared Compton, Dan Huffstutler, Dan Winnberg y Joel Compton por su
ayuda en tener el manuscrito listo para ser impreso.
Rolland D. McCune
Noviembre 2008
ABREVIATURAS
Biblias
RV1909 Reina-Valera 1909
RVA Reina-Valera
Actualizada RVR60 Reina-
Valera 1960
NVI Nueva Versión Internacional
LBLA La Biblia de las Américas
NBLH Nueva Biblia para los Hispanos
VIN Versión Israelita Nazarena
La Idea de la Teología
La palabra teología proviene etimológicamente de las palabras griegas
theos (Dios) y logos (palabra), éstas sugieren “palabra acerca de Dios” o “el
estudio de Dios”. Entonces, la teología sistemá tica o teología cristiana,
en su sentido má s amplio, es sencillamente doctrina —la doctrina o
doctrinas de la Biblia expuestas segú n un plan u orden. La teología
propiamente dicha es el subconjunto de la teología sistemá tica que habla de
la persona y obra de Dios.
A continuación doy un listado de otras definiciones dadas por varios
teólogos que nos pueden ayudar a captar un sentido general de la amplitud
de esta disciplina, y también nos sirven para compararlas y contrastarlas
con la definición anteriormente dada.
•
A. H. Strong: “La teología es la ciencia de Dios y de las relaciones
entre Dios y el universo”.1
•
Charles Hodge: “La teología es la exhibición de los hechos de la
escritura en su orden y relación apropiados, con los principios o
verdades generales involucrados en los mismos hechos, y que
impregnan y armonizan el todo”.2
•
William G. T. Shedd: “La teología es una ciencia que se interesa tanto
en lo infinito como en lo finito, tanto en Dios como en el universo. Por
lo tanto, el material que ésta abarca es má s vasto que el de cualquier
otra ciencia. Es también la má s necesaria de todas las ciencias”.3
•
Lewis S. Chafer: “La teología sistemá tica puede definirse como el
coleccionar, ordenar científicamente, comparar, exhibir y defender todas
las verdades procedentes de cualquier fuente tocante a Dios y sus
obras”.4
•
James L. Garrett: “Aquella disciplina académica que estudia la
‘doctrina cristiana’”.5
•
Millard Erick son: “Aquella disciplina intenta desarrollar una
exposición coherente de las doctrinas de la fe cristiana, basada
principalmente en las Escrituras, situá ndose en contexto de la cultura en
general expresá ndose en un idioma contemporá neo y relacioná ndose
con los temas de la vida”.6
•
Wayne Grudem: “Teología sistemá tica es cualquier estudio que
responde a la pregunta “¿ Qué nos enseña toda la Biblia hoy?” respecto
a algú n tema dado”.7
•
Robert L. Reymond: “[La teología sistemá tica] en su sentido
más amplio aborda el discurso intelectual o racional acerca de Dios o las
cosas divinas”.8
•
Stanley Grenz: “[La teología] es la reflexión intelectual de la fe de la
comunidad de creyentes”.9
El Propósito de la Teología
Usando términos má s sencillos podemos decir que el propósito de la
teología es la correlación de las varias enseñanzas o doctrinas encontradas
en la Biblia. Las verdades bíblicas, una vez que se disciernen, se organizan
subsecuentemente de manera sistemá tica por tema o tópico. Al hacer esto,
la teología sistemá tica trabaja partiendo del supuesto de que la revelación
de Dios en las Escrituras es inherentemente sistémica y por lo tanto capaz
de ser sistematizada. (De hecho, Wayne Grudem señala que la alternativa
sería “teología desorganizada”,10 la cual, desafortunadamente, caracteriza a
mucho de lo que hoy se hace llamar teología sistemá tica o hasta incluso
bíblica). Los propósitos de muchos teólogos asumen esta naturaleza
sistemá tica inherente de la Escrituras; sin embargo, a la hora de hacer
teología, algunos van má s allá de la correlación de verdades bíblicas
sencillas a la integración de una gran variedad de material extra bíblico, en
particular filosófico. Esta tendencia es evidente en el primer grupo de citas
que damos a continuación. El segundo grupo muestra ejemplos de aquellos
que toman un enfoque má s estrecho:
Ejemplos de Objetivos Extensos
•
A. H. Strong dice que “el propósito de la teología es el discernimiento
de las realidades en cuanto a Dios y las relaciones entre Dios y el
universo, y la exhibición de estas realidades en su unidad racional, como
partes conectadas de un sistema formulado y orgá nico de la verdad”.11
•
William G. T. Shedd dice que “la teología sistemá tica busca exhibir el
orden lógico y la conexión de las verdades de la revelación”.12
•
John Murray dice que “la tarea de la teología sistemá tica es exponer de
manera ordenada y coherente la verdad acerca de Dios y sus relaciones
con los hombres y el mundo”.13
•
James L. Garrett enumera siete “raíces” o razones del porqué de la
teología sistemá tica: (1) “La teología sistemá tica es necesaria para
la correcta extensión de la función instructiva de la Iglesia
Cristiana… . Esta puede llamarse la raíz catequé tica”. (2) “La
teología sistemá tica es necesaria para la formulación ordenada o
integrada de la verdad bíblica”. A ésta la podemos llamar la raíz
exegé tica”. (3) “La teología sistemá tica es necesaria para la
aclaración precisa, el fundamento seguro y la ú til amplificación del
mensaje del evangelio que debe ser predicado por predicadores
cristianos y la proclamación total de la Palabra de Dios por todo el
pueblo de Dios. Esta es la raíz homilé tica”. (4) “La teología sistemá
tica es necesaria para la defensa de la verdad cristiana en contra de los
errores que surgen dentro de la iglesia o que provienen de los
movimientos cuasi cristianos. Esta es la raíz polé mica”. (5) “La
teología sistemá tica es necesaria segú n el contexto cultural del
cristianismo, ya sea en respuesta a los desafíos de una filosofía
dominante en un á rea específica, en respuesta a toda una situación
cultural de la época o en respuesta a las cuestiones acerca de la
realidad suprema supuestamente planteada por la humanidad. Cada uno
de estos [son aspectos] de la raíz apologé tica”. (6) “La teología
sistemá tica es necesaria como cimiento esencial para la
interpretación y aplicación de la ética cristiana, tanto personal como
social. Esta es la raíz é tica”. (7) “La teología sistemá tica es necesaria
para una propagación má s eficaz del evangelio cristiano
entre todos los seres humanos en todas las naciones y para el encuentro
correcto del cristianismo con religiones no cristianas relevantes. Estas
son las raíces misionera y dialogal de la teología sistemá tica”.14
•
Stanley Grenz insiste en que la teología debe contextualizarse y por lo
mismo moverse má s allá del “proposicionalismo evangélico”15 y situar
la teología en el contexto de la cultura general donde puede tener un uso
prá ctico.16 En resumen, para Grenz, la teología debe “[relacionarse] a
lavida y la prá ctica de la comunidad cristiana”.17
Ejemplos de Objetivos Menos Extensos
•
Robert L. Reymond dice que la teología tiene que ver con “el esfuerzo
inteligente que trata de entender la Biblia vista como verdad revelada,
como un todo coherente”.18 Reymond completa esto en otra parte
diciendo: “El teólogo sistemá tico que ve las Escrituras como una
revelación terminada, trata de entender de manera holística el plan, el
propósito y la intención didá ctica de la mente divina en las Santas
Escrituras; y trata de organizar ese plan, propósito e intención didá ctica
de manera coherente y ordenada como artículos de la fe cristiana”.19
•
J. Gresham Machen dice que la teología sistemá tica “trata de exponer,
ya no de manera cronológica de cómo fue revelada… sino en un orden
de relaciones lógicas, la gran suma de lo que Dios nos ha dicho en su
Palabra”.20
•
K laus Bock muehl dice que la teología sistemá tica es el “resumeno
sinopsis de los temas de enseñanza en las Santas Escrituras”. Má
s adelante él afirma que el teólogo debería “recopilar las
diferentes proposiciones dispersas sobre temas o tópicos esenciales
del AT y del NT y juntarlos en orden, de manera tal, que se
adecuen al asunto en cuestión”.21
•
Herman Bavinck , al usar el antiguo término dogmática, brinda la
siguiente definición acerca del propósito de la teología:
La tarea imperativa de los teólogos de la dogmá tica es pensar los
pensamientos de Dios respecto a él y trazar su unidad. Su trabajo no
se termina hasta que haya absorbido mentalmente esta unidad y la
haya expresado en la dogmá tica. Por consiguiente, estos teólogos no
se acercan a la revelación de Dios con un sistema preconcebido para
forzar, como mejor puedan, su contenido en esa revelación. Por el
contrario, aun en su propio sistema, el teólogo tiene la absoluta
responsabilidad de pensar lo que piensa Dios y reproducir la unidad
que se encuentra presente de manera objetiva en los pensamientos de
Dios y que han sido registrados para el ojo de la fe en las Escrituras.
No queda expuesta a la duda que tal unidad existe en el conocimiento
de Dios presente en la revelación; rehusarse a reconocerla sería caer
en el escepticismo, en la negación de la unidad de Dios.22
La Posibilidad de la Teología
Aunque a simple vista parezca relativamente fá cil hacer teología, no
obstante, esa posibilidad yace sobre una base teológica. Norman Geisler, en
su extenso prolegómeno, incluye no menos de once “condiciones previas”
necesarias para producir teología sistemá tica.23 Para Geisler, estas
condiciones previas forman la base racional para hacer una teología
evangélica y como tal reflejan la perspectiva de que lo sistemá tico debe ser
precedido por filosofía y apologética. En su opinión, estos once epígrafes
han de estar satisfechos antes que se haga uso de la Biblia. En otras
palabras, ha de formarse de manera independiente una cosmovisión correcta
y vá lida antes que se levante una superestructura bíblica de temas
correlacionados de forma sostenible.
Esta cosmovisión que Geisler y otros al igual que él tratan de establecer,
en realidad se encuentra fundada sobre un compromiso a priori con la
razón. Por ejemplo, en el enfoque de Geisler, el teísmo general debe estar
intelectualmente justificado antes de cualquier debate sobre el teísmo
cristiano; fundamentalmente, la verdad ha de encontrarse establecida
epistemológicamente antes de referirse a lo que alegan las verdades divinas.
Al final, la teología sistemá tica yace sobre las conclusiones autónomas
preconcebidas del razonamiento humano sin tener en cuenta a la Biblia (y
en ú ltima instancia sin tener en cuenta a Dios) —ni lo que dicen las
Escrituras sobre sí misma. Es por eso que solamente al tomar este curso,
Geisler y los demá s piensan que pueden evitar la circularidad inherente que
se adhiere a los sistemas epistémicos de aquellos que validan el cristianismo
con las aserciones de las verdades cristianas. Sin embargo, como se
mostrará , el teísmo general que esta dirección postula no es teísmo bíblico,
y su compromiso a prirori con la razón es en sí misma inherentemente
circular.
Antes de proceder sería ú til observar cómo algunos otros teólogos han
reflexionado sobre la posibilidad de la teología.
•
Herman Bavinck observa de manera correcta que para asimilar la
dogmá tica, Dios “debe existir en la mente del creyente, debe revelá rsele
y por ende, darse a conocer hasta cierto grado”.24
•
J. I. Pack er sostiene que la teología reposa sobre dos ideas: (1) “El
concepto de que los seres humanos son hechos a la imagen de Dios y
por eso pueden razonar… tal y como Dios lo hace”. (2) “El conceptode
que la Biblia es la palabra de Dios”.25
•
Harold O. J. Brown dice que hay cuatro aspectos que caracterizan a las
ciencias y estos son aplicables a la teología. Los tres primeros son ú tiles
para el debate en cuestión. “(1) Un objeto real de estudio [dígase, en
teología, este es Dios]”, (2) un medio de estudio adecuado a ese objeto
[dígase, la fe y la confianza en Dios], (3) un procedimiento sistemá tico
para llevar a cabo ese estudio [dígase, la autorevelación de Dios en la
Biblia con consulta de la tradición].26
•
A. H. Strong, de una manera similar, sostiene que la posibilidad de
teología posee un basamento constituido por tres aspectos: (1) la
“existencia real del objeto”; (2) “la capacidad subjetiva de la mente de
conocer ese objeto”; y (3) “la provisión de métodos definidos mediante
los cuales el objeto es puesto en contacto con la mente”.27
Lo que se sugiere a continuación es que la posibilidad de hacer teología
en realidad descansa en tres verdades reveladas en las Escrituras.28
La Existencia de un Dios que se Relaciona con el
Universo
Las primeras palabras de la Biblia demuestran el postulado de que Dios
existe y se relaciona con el universo: “En el principio… Dios” (Gn. 1:1).
Por lo tanto, Dios es un objeto adecuado de conocimiento, aunque
solamente se puede percibir de manera adecuada mediante la fe. En verdad,
Dios puede ser percibido sin fe; este es el campo de la teología natural (un
concepto humano de revelación general hecho posible por la imagen de
Dios en el hombre). En este terreno el verdadero conocimiento de Dios es
posible, por ser universalmente revelado y universalmente percibido. Sin
embargo, este conocimiento también es universalmente rechazado debido a
la depravación moral y total de la humanidad (Ro. 1:19-21, 28). Por lo
tanto, la fe que media en una verdadera percepción es una fe que es
ineludiblemente cognitiva, compuesta de conocimiento revelado. Y esta fe,
ademá s, tiene que ver con certidumbre, pues, se puede estar convencido de
conocer verdaderamente a Dios (He. 11:1).
Preparació n
La Biblia no nos fue dada mecá nicamente. Lo cierto es que Dios preparó
la personalidad, formación y experiencia de los que habían de escribirla
mucho antes de que comenzaran a hacerlo. Dios testifica de esto cuando le
dice a Jeremías: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que
nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer. 1:5). Cada una
de estas formas verbales paralelas (“formase”, “santifiqué” y “di”) sugiere
que Dios ciertamente había preparado a Jeremías para su tarea profética
mucho antes de que hubiese nacido. Pablo habla casi de la misma manera
en Gá latas cuando dice: “Pero… Dios, que me apartó desde el vientre de
mi madre, y me llamó por su gracia” (1:15). Existen muchas otras
ilustraciones de esta providencia. Moisés, por ejemplo, recibió una
formación especial (É x. 2:1-10), que le permitió dar la ley al pueblo
de Israel y dejarla registrada. David era pastor, cualidad valiosa y
providencial para transmitir
la imaginería pastoral que brinda el Salmo 23. Amós fue preparado
especialmente —fue rú stico y toscamente labrado— para poder transmitir
el mensaje particularmente enérgico que Dios le había dado. Isaías, por su
parte, fue equipado de manera especial para llevar un mensaje má s
refinado. Ninguno de los antes mencionados hubiese podido transmitir el
mensaje del otro, sino que cada uno de ellos fue especialmente preparado
para la tarea específica que Dios les había diseñado.
B. B. Warfield le da a este argumento una expresión clá sica, diciendo
que la preparación de Dios fue:
“Física, intelectual, espiritual; y debió haberles acompañado durante
toda su vida, y ciertamente esta preparación debe de haber comenzado
por sus ancestros remotos. El efecto de la misma era hacer que esos
hombres, que eran los adecuados, estuviesen en el lugar correcto, en el
momento preciso, y que fuesen poseedores de los atributos,
motivaciones y habilidades necesarios para escribir justamente los
libros que para ellos habían sido diseñados.”2
Luego amplía má s su idea y expresa:
“Se nos dice que la luz que atraviesa los vitrales de las ventanas de
las catedrales proviene del cielo, pero que se tiñe con los colores del
cristal por los cuales pasa. Asimismo, toda palabra de Dios, que pasa a
través de la mente y alma de un hombre, sale descolorida debido a la
personalidad a través de la cual es dada, y sólo hasta ese punto deja de
ser la palabra pura de Dios. Pero, ¿ qué sucede si esta personalidad
misma ha sido formada por Dios hasta convertirla precisamente en la
personalidad que es, con el objetivo expreso de comunicarle a la
palabra dada a travé s de ella ese color que só lo ella puede darle?
[énfasis añadido]. ¿ Qué tal si el arquitecto diseñó los colores de ese
vitral con el propósito expreso de darle a la luz que inunda la catedral
justamente ese tono y calidad que recibe de él? ¿ Qué tal si Dios
estructura la palabra que llega a su pueblo y la convierte en la Palabra
de Dios que es, precisamente a través de las cualidades de esos
hombres que él formó para el propósito a través del cual es dada?”3
Revelació n
Bernard Ramm dice que “en el sentido má s amplio la revelación, es la
suma total de las maneras que Dios tiene para darse a conocer”.4 Sin
embargo, para decirlo de una forma un poco diferente, la revelación es
también la comunicación de verdades e ideas anteriormente desconocidas
sobre Dios y sus propósitos. Es decir, para que se le conozca, Dios debe
revelarse. No se le puede descubrir desde abajo; la revelación siempre
fluye desde arriba y hacia abajo.5 Aquí también puede añadirse que esta
revelación se categoriza en dos grupos: general y especial, o universal y
particular.6
A pesar de que la revelación especial puede manifestarse de “muchas
maneras” (He. 1:1), cada dispensa siempre ha sido transmitida a través de, o
gracias a, un medio secundario (palabras, É x. 33:11; texto escrito,
É x. 31:18; sueños, Dn. 7:1; visiones, Ez. 1:1, et al.). 7
Las Escrituras constituyen un subgrupo dentro de la revelación especial, y
comprenden los registros preservados de la revelación transmitida. Pero
antes de continuar profundizando en el debate sobre la revelación escritural,
exploraremos brevemente la revelación general, su contraparte, para poder
así comparar su esfera de acción con la esfera de acción de la revelación
especial.
Revelación general
La revelación general es el testimonio que Dios da de sí mismo a toda la
humanidad, y que es transmitida a través del orden creado. De alguna
manera, todo lo que no es Dios revela información sobre él; el sello de
Dios está en todo aquello que él ha planeado, creado, en todo lo que él
sustenta en lo presente y en todo lo que él controla. En resumen, cada
aspecto del universo da testimonio o atestigua sobre Dios. A pesar de que
esta revelación es restrictiva en su contenido, es sin embargo
absolutamente clara y divinamente autoritativa.
La revelación general es, por tanto, en dos sentidos general: (1) ha sido
dada a la humanidad en general y no a un grupo restringido; y (2) brinda un
conocimiento general sobre Dios.8 Este conocimiento general incluye, por
lo menos, la existencia de Dios y algunos aspectos sobre su cará cter (Ro.
1:20, “poder eterno y naturaleza divina”). Pero no incluye ni el amor de
Dios, ni el cará cter del pecado, ni la necesidad de fe y arrepentimiento, ni la
persona y obra de Jesucristo, ni la promesa de perdón.
Resulta difícil decir qué es lo que la revelación general expresa
exactamente. Bruce Demarest, por ejemplo, ha hecho una lista de no menos
de dieciséis proposiciones:
1. Dios es (Sal. 19:1; Ro. 1:19).
2. Dios es Creador (Hch. 14:15).
3. Dios no es criatura (Hch. 17:24).
4. Dios es sustentador (Hch. 17:25).
5. Dios es soberano (Hch. 17:24, 26).
6. Dios es auto-suficiente (Hch. 17:25).
7. Dios es transcendente (Hch. 17:24)
8. Dios es inmanente (Hch. 17:26-27)
9. Dios es eterno (Ro. 1:20)
10. Dios es grande (Sal. 8:3-4)
11. Dios es poderoso (Ro. 1:20)
12. Dios es bueno (Hch. 14:17)
13. Dios es sabio (Sal. 104:24)
14. Dios es justo (Ro. 1:32; 2:11)
15. Dios debe ser adorado (Hch. 14:15; 17:24)
16. Dios juzgará el mal (Ro. 2:15-16).9
Esta lista pareciera ser demasiado amplia, pues algunos de los textos
evidenciables antes citados, especialmente los que está n entre Hechos 14 y
17, no se refieren a información revelada de forma general, sino a
proposiciones reveladas en las Escrituras, fundamentalmente en el Antiguo
Testamento. Paul Enns ofrece una lista má s preferible. É l describe ocho
aspectos divididos en tres grandes acá pites:
Naturaleza
Salmo 19:1-6 Revela que Dios existe y que es glorioso.
Romanos 1:18-21 Revela que Dios es omnipotente y es juez.
Providencia
Mateo 5:45 Revela que Dios es benévolo con toda la humanidad.
Daniel 2:21 Revela que Dios quita reyes y pone reyes.
Conciencia
Romanos 2:14-15 Revela que Dios ha puesto su ley en el corazón
humano.10
Los dos canales principales de la revelación general son la creación (Ro.
1:19-20; Hch. 14:17; Sal. 19:1-4) y la personalidad humana (Gn. 1:26-27
[la imagen de Dios] y Ro. 2:15 [la conciencia]), a pesar de que algunos
añaden la providencia (a la que a veces se denomina el control divino de la
historia).11 Y esta revelación parece tener un doble propósito. (1) Forma un
antecedente y un prerrequisito para la revelación especial. El Dios de la
Biblia y de la revelación especial es el mismo Dios que todos conocen ya a
través de la revelación general. En este respecto, la revelación general y la
especial son correlativas; son mutuamente dependientes y, cuando se
comprenden correctamente, son mutuamente fructíferas. (2) Incrementa la
condenación humana porque los hombres, deliberadamente, y por tanto
inexcusablemente, rechazan al Dios revelado (Ro. 1:20).12
Finalmente, como se ha señalado, la revelación general revela
inequívocamente las proposiciones sobre Dios; sin embargo, lo hace de
forma no verbal (Salmo 19:3, “No hay lenguaje, ni palabras”). Y como su
forma no es proposicional, la revelación general no es una fuente de la
doctrina de las Escrituras.
Revelación especial
La revelación especial es el conocimiento de Dios de forma concreta, que
es dado a una persona específica o una comunidad en particular.13 Es un
mensaje especial dirigido a un pueblo especial. Millard Erickson la llama:
“La manifestación que Dios hace de sí mismo en momentos y lugares
particulares a través de sucesos particulares”.14 Los canales principales son
la revelación directa (ej. “Dios dijo” en Gn. 1:28; 3:13-14; 6:13; et al.);
hechos poderosos (y su interpretación), tanto milagrosos (É x. 5:1-2;
6:1)
como providenciales (Ez. 11:9-10); las vidas de los creyentes (Mt. 5:13-16;
2 Co. 3:2-3); la Biblia (que He. 1:1b), y Jesucristo (He. 1:2).15
La doctrina de las Escrituras (Bibliología) aborda el tema de la revelación
especial de Dios en la Biblia y constituye la forma de auto-revelación de
Dios que proviene de la inspiración. No todos los datos o fragmentos de
información que se hallan en la Biblia constituyen técnicamente revelación
especial en el sentido de una auto-revelación directa de Dios. Como se
señalará , los escritores bíblicos a veces obtenían sus materiales de fuentes
no reveladoras y no inspiradas, tales como registros pú blicos, genealogías,
colecciones de baladas, diarios de ciertos individuos y relatos orales. Aun
así, en un sentido má s amplio, la Biblia es revelación especial, a diferencia
de, o en contraposición a, la revelación general. Esto significa que, en su
totalidad, constituye la Palabra de Dios de forma concreta y dirigida a
personas específicas.
Aquí será ú til delinear algunos rasgos descriptivos de esta forma
de revelación especial.
Una cognició n genuina de Dios
En primer lugar, la Biblia trae al individuo a un conocimiento y una
conciencia reales acerca del verdadero Dios. Se trata de una percepción
intelectual que involucra las capacidades racionales del hombre. En
resumen, Dios ha revelado algo sobre sí mismo que la mente humana puede
asimilar.
Sin embargo, esta idea ha encontrado objeciones, provenientes no pocas
veces de teólogos imbuidos de teorías como el existencialismo y otras
corrientes pos-Iluminación. Estos teólogos adoran al Dios Desconocido (e
Incognoscible). Desde su punto de vista, sólo se puede percibir a Dios en un
sentido místico o de otro mundo, en una suerte de encuentro personal, que
por lo general se asemeja mucho a la confianza ciega. Este tipo de
pensamiento tiene su fundamento, para algunos, en la aseveración de que
todo conocimiento comienza con una experiencia sensorial. Por tanto, como
Dios, segú n alegan, no se halla en la esfera de la experiencia sensorial, no
puede ser conocido. Immanuel Kant y David Hume ejemplifican este
pensamiento. Friedrich Schleiermacher, uno de los pioneros defensores del
liberalismo religioso sostenía también que la religión (la fe) se hallaba en el
sentimiento, y no en el conocimiento.
Otros han objetado basá ndose no en la naturaleza del conocimiento
humano, sino má s bien en los fundamentos de la naturaleza divina. Por
ejemplo, Karl Barth dijo que Dios es demasiado grande como para que el
hombre pueda conocerle. É l sostenía que Dios es absolutamente
trascendente, y por ende, totalmente incomprensible. Y de forma similar a
Kant, Barth argumentaba que cuando la revelación tiene lugar, el hombre se
encuentra con Dios en una esfera supra-histórica.
A manera de respuesta debemos decir dos cosas. En primer lugar la
Biblia indica que la revelación puede ser conocida, y de hecho, ha sido
conocida por multitudes innumerables de individuos. Y en segundo lugar,
las objeciones antes expresadas, sobre todo las que se basan en el
empirismo kantiano, al parecer excluyen el conocimiento genuino de
cualquier cosa. Un escepticismo semejante es, por tanto, autodestructivo.
Una formulació n en proposiciones
En segundo lugar, la revelación proposicional significa que la auto-
revelación de Dios en las Escrituras se presenta a través de afirmaciones de
verdad racional, o sea, construcciones sujeto-predicado. Esto se relaciona
con el punto anterior. Si el conocimiento que la Biblia transmite es
cognitivo, debe ser dado de forma que la mente humana pueda
procesarlo.16 La mente humana no puede procesar material no
proposicional. Para argumentar lo contrario, se deberían utilizar
proposiciones, demostrando la naturaleza axiomá tica de una comunicación
semejante. Y, al argumentar lo contrario, Por obligación se debería
argumentar contra la clara indicación de la Biblia, que emplea
proposiciones (y supone que existe una comprensión de las mismas) desde
el principio: “En el principio creó Dios”.
Una objeción actual es la que plantea que la revelación de Dios sólo
ocurre a través de hechos. Esto se asemeja a lo que plantean los
existencialistas acerca del encuentro. Los defensores de este punto de vista
hablan entonces del “suceso-Cristo”, en lugar de hablar de Jesú s de
Nazaret, la revelación de Dios en forma humana. El nú cleo de esta
objeción plantea que la Biblia es simplemente un testigo o indicador de
estos hechos, y no una revelación real en sí misma, pues Dios no se
comunica a través de proposiciones tan explícitas.
Como respuesta, debemos decir que no existe revelación de hechos
alguna que sea vá lida sin la existencia de una revelación proposicional.
Una revelación de hechos (como los poderosos hechos de Dios, por
ejemplo) sólo es vá lida si un intérprete infalible está presente para explicar
su trascendencia, y dicha explicación exigirá obviamente proposiciones.
Un ejemplo interesante de esto se halla en Juan 12:28-29, un texto que
describe a Dios hablando desde el cielo. Juan relata que algunos
malinterpretaron completamente el discurso de Dios, pensando que
simplemente había tronado o que un á ngel había hablado. Estos
individuos malinterpretaron, de cierta forma, porque no poseían ninguna
interpretación proposicional divina que hiciera que este hecho revelador
fuese inteligible para ellos.
Otra objeción es la idea de que la revelación es personal (y no
proposicional), y que la revelación nunca ocurre —la Biblia no se convierte
en la palabra de Dios— a menos que exista una respuesta personal. En
esencia, Dios se revela a sí mismo a las personas, no conceptos sobre sí
mismo. Segú n esta objeción, este tipo de revelación personal excluye su
objetivación en un libro; sólo puede conocerse como revelación y sólo
puede convertirse en tal cuando suscite una respuesta personal.
Como respuesta a esto, podemos decir que Dios sí se revela
personalmente, aunque esta revelación es, sin embargo, de naturaleza
conceptual.
O sea, no existen dos tipos de revelación o verdad distintos, una personal
y otra proposicional. Ninguna revelación de Dios pasa por encima del
intelecto; por tanto, debido a la naturaleza de la mente humana, no existe
revelación personal que no sea proposicional.17 Ademá s, la revelación es
revelación, sea cual sea la respuesta humana. La reflexión de Bavinck
resulta ú til aquí: “La palabra de Dios tiene un contenido objetivo que fue
establecido antes, y persiste en separación de nuestra fe, como mismo el
mundo de los colores y los sonidos existe, independientemente de que
algunos individuos sean ciegos y sordos”.18
La utilizació n del lenguaje humano
En tercer lugar, el lenguaje humano fue dado por Dios y es adecuado para
la recepción de la revelación. Esto está estrechamente ligado al hecho de
que el hombre fue formado a semejanza de Dios. Sobre este ú ltimo punto,
pudiera ademá s decirse que es la imagen de Dios la que
epistemológicamente valida el lenguaje como vehículo para la
comunicación. Para negar esto, habría que negar también que Dios sea
personal (pues el hombre es personal y las personas se comunican a través
del lenguaje) o negar que el hombre sea personal (y por tanto no hecho a
imagen de Dios).19
Aquí entran varias objeciones también. Consideraremos dos de ellas. En
primer lugar se ha objetado que el lenguaje humano es inadecuado para
revelar a Dios porque el lenguaje humano es inherentemente simbólico, y
por tanto, no puede transmitir verdad absoluta o literal sobre ningú n tema.
En segundo lugar se ha objetado que el lenguaje humano, siendo finito, no
puede transmitir los conceptos infinitos que la revelación de Dios
transmitiría.
Como respuesta a ambas objeciones, puede decirse, inicialmente, que el
lenguaje humano ciertamente tiene limitaciones dado a que es finito. Esto
ya se señaló anteriormente. Sin embargo, esto no excluye que el lenguaje
humano pueda transmitir verdad absoluta de una persona infinita, es decir,
de Dios. Ciertamente, esta declaración es difícil de hacer, y al final, es
incompleta, debido al hecho de que existen cosas que el lenguaje humano
sencillamente no puede revelar al no poseer las categorías infinitas para
expresarlas. Aun así, al negar categóricamente que el lenguaje tenga la
capacidad de trasmitir conceptos absolutos, estaríamos suponiendo lo que
se está negando y, fundamentalmente, estaríamos contradiciendo las
prá cticas del mismo Jesú s. Después de todo Jesú s utilizó el lenguaje
humano para transmitir verdad absoluta acerca de muchos temas (ej. Jn.
14:6). Es decir, que esta objeción conlleva en ú ltima instancia al
escepticismo con respecto a cualquier forma de comunicación, y conduce
también a la negación de la persona y obra de Jesucristo.20
Inspiració n
En cuarto lugar, la revelación especial no sólo debe ser dada (puesto que
la revelación general es inadecuada), e interpretada proposicionalmente
(puesto que es propensa a ser malinterpretada), sino que esta revelación
interpretada también debe ser infaliblemente preservada, es decir,
registrada.21 Esto introduce la obra necesaria de la inspiración.
Es necesario enfatizar en algunos aspectos para comprender la idea de la
inspiración. En primer lugar se debe recordar que no toda la revelación
especial disfruta del cará cter de inspiración. Los profetas no-literarios del
Antiguo Testamento son ejemplos claros de ello (ver Ap. 10:3-4). En
segundo lugar, en las Escrituras podemos tener un registro (inspiración)
infaliblemente preservado de materiales no-reveladores. Como se explicó
anteriormente, algunos autores bíblicos utilizaron documentos pú blicos,
historias, colecciones de baladas, y otros materiales provenientes de fuentes
no especialmente reveladas (ver Jos. 10:12-13; 1 Cr. 29:29; 2 Cr. 9:29;
12:15; 13:22; 20:34; 26:22; 32:32; Lc. 1:1-4; et al.). Finalmente, como
se explicará posteriormente, la inspiración tiene que ver sencillamente
con el registro, no con la persona (2 Ti. 3:16).22
Preservació n
En quinto lugar, teóricamente las Escrituras podrían corromperse,
perderse o destruirse. Por tanto Dios también preserva las Escrituras para
que su pueblo pueda, en cada generación, poseer la verdadera Palabra de
Dios.
La obra de preservar las Escrituras ha sido, y bá sicamente es, una obra
providencial y no milagrosa.23 Es decir, mientras la preservación milagrosa
involucraría una aplicación directa (y continua) del poder de Dios, la
preservación providencial utiliza una causalidad secundaria. Dios nunca
prometió que la primera tendría lugar, y por tanto, ningú n texto de las
Escrituras lo implica. Por ello, Dios no impide milagrosamente las
traducciones erróneas o las transmisiones erradas.24
Algunas personas han señalado que las Escrituras sí prometen algo má s
que una preservación providencial. Para argumentar su planteamiento,
utilizan a menudo el texto del Salmo 12:6-7. Este dice: “Las palabras de
Jehová son palabras limpias, como plata refinada en horno de tierra,
purificada siete veces. Tú , Jehová , los guardará s; de esta generación
los preservará s para siempre”. Sin embargo este texto no dice nada
en lo absoluto acerca de la preservación textual. En lugar de ello, la
frase que dice “los guardará s” se refiere má s naturalmente a los
afligidos y necesitados que se mencionan en el versículo 5. De la misma
forma la frase que dice “De esta generación los preservará s” se refiere a
ellos, y no a “las palabras de Jehová ”. De hecho, la Nueva Versión
Internacional (NVI) dice así: “Tú , Señor, nos protegerá s; tú siempre
nos defenderá s de esta gente… ” por tanto la referencia que se hace
de “las palabras de Jehová ” en el versículo 6 es sencillamente una
promesa cuyo objetivo es asegurarle al pueblo de Dios que sus santos
estará n protegidos de los mentirosos (v. 2), los labios lisonjeros (v. 3), y
de aquellos que calumnian a su antojo (v. 4). En otras palabras, las
palabras proféticas reveladoras de Dios son totalmente opuestas a las
palabras perversas y falsas del enemigo.
Enseñ anza directa de la preservación
Como muchos de los textos de prueba comunes para la preservación son
deficientes, algunos han argumentado de forma alternativa que la
preservación no es una doctrina explícita, sino má s bien se deriva de
la
observación empírica25 o por implicación de la doctrina de la inspiración.
Sin embargo, la preservación parece ser má s explícita de lo que éstos
sugieren. Por ejemplo, el Salmo 119:152 puede interpretarse legítimamente
como un salmo que enseña la preservación de forma explícita. É ste dice:
“Hace ya mucho que he entendido tus testimonios, que para siempre los has
establecido”. Es evidente que aquí el salmista se refiere a la revelación
escrita debido al contexto (vs. 145-152), en el cual se refiere a los
“estatutos”, “testimonios”, “palabras”, “juicios” y “ley” de Dios.
Brevemente, la frase los “testimonios” (v. 152) se refiere a la revelación
escrita de Dios, y éstos, él los ha “para siempre establecido” (en la NVI
dice: “los cuales estableciste para siempre”).26
Ademá s del Salmo 119:152, existen otros muchos textos que presentan
fuertes indicios de la doctrina de la preservación. Un ejemplo es el Salmo
119:160, que dice: “La suma de tu palabra es verdad, y eterno es todo juicio
de tu justicia”. Una vez má s el contexto de este versículo señala que
se habla de una revelación escrita (consulte vs. 153-159). Es la Torá (es
decir, “justos juicios”) la que es simultá neamente “verdad” y “eterna”.27
Enseñ anza indirecta de la preservación
Aparte de las pruebas de textos específicos, la preservación también se
enseña por inferencia de otras doctrinas.28 Por ejemplo, la autoridad
continua de la Palabra de Dios implica enérgicamente su necesaria
preservación. En Mateo 5:17-18 se demuestra esto. Jesú s allí dice: “No
penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para
abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el
cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se
haya cumplido”. Aquí las referencias a la “letra má s pequeña” (“jota”
RVR60), y al “acento” (“tilde” RVR60) son hiperbólicas, lo que indica la
inalterabilidad y por ende la continua autoridad de la revelación escrita de
Dios en su totalidad. Y si esta revelación posee autoridad continua, la
implicación es que el texto estará lo suficientemente preservado para que
pueda continuar gobernando a cada generación de creyentes. Juan 10:35
apunta hacia una dirección similar. Allí Jesú s dice: “… la Escritura no puede
ser quebrantada”. El término “quebrantada” (luo) denota anulación,
revocatoria o invalidación de su autoridad.29 En otras palabras, la autoridad
de las Escrituras no puede ser anulada, lo que una vez má s sugiere la
necesidad de una preservación suficiente.
Este argumento también se establece por el frecuente mandato de conocer
y obedecer las Escrituras. Por ejemplo, en Deuteronomio 6:6-9 Dios dice:
“Y estas palabras que yo te mando hoy, estará n sobre tu corazón; y las
repetirá s a tus hijos, y hablará s de ellas… Y las atará s como una señal
en tu mano, y estará n como frontales entre tus ojos; y las escribirá s en los
postes de tu casa, y en tus puertas”. Este mandato implica, por lo
menos, que “estas palabras” de Dios estarían lo suficientemente
preservadas, ostensiblemente de forma escrita, para que cada
generación sucesiva pudiese igualmente obedecer estos mandamientos.
Este también parece ser el caso en pasajes como Salmo 1:2, donde
David habla sobre el hombre bendito que “medita” en la ley “de día y
de noche”, una prá ctica que exigiría algú n tipo de preservación. A la
inversa, esto se ve en textos como Mateo 22:29, donde se reprende a
las personas por no conocer las Escrituras. En este pasaje Jesú s
censura a los saduceos por “ignorar las Escrituras”. Nicodemo recibió
una respuesta similar (Jn. 3:10). Esas respuestas de Jesú s implican la
responsabilidad de conocer (y comprender) las Escrituras, lo cual, a su vez,
da por sentada su preservación.
Ademá s, la idea de la preservación también se da a entender a través de
las advertencias contra corromper el texto de las Escrituras, ya sea
añadiendo o quitando sus palabras (ver Dt. 4:2; 12:32; Pr. 30:5-6; Dn.
12:4 y Ap. 22:18-19). Cada advertencia supone la existencia de una copia
existente, susceptible a ser alterada. En ese mismo sentido, se dan
advertencias contra la corrupción del mensaje de las Escrituras a través de
falsas hermenéuticas, tradiciones estériles, y aplicaciones hipócritas (ver
Mr. 7:9, 13; 2 Ts. 2:2). En cada advertencia, se da por sentada la existencia
de un mensaje preservado, que exige por sí mismo algú n tipo de vehículo
para su preservación, concretamente, un texto.
También es interesante observar que las Escrituras contienen referencias
a copias de revelación escrita, es decir, referencias a la preservación en
acción. En Deuteronomio 17:18-19, a un (futuro) rey de Israel se le ordena
que “escriba para sí en un libro una copia de esta ley”. Es de suponer que
durante la lectura de la Ley que se hizo durante la dedicación del muro en
Nehemías 8:8 se utilizaran copias existentes. Ademá s, los “pergaminos”
que Pablo le pidió a Timoteo que le trajese eran copias de las Escrituras (2
Ti. 4:13; ver también Lc. 4:16-21 y Hch. 17:2, 11).
Asuntos adicionales sobre la preservación
Aquí debemos afirmar que la preservación no necesariamente implica
disponibilidad de los textos escritos. Las Escrituras después de todo habían
estado escondidas y no disponibles de forma escrita antes de ser halladas
por el rey Josías durante la renovación del templo (séptimo siglo a. de C.; 2
R. 22:8).30 Habían estado ciertamente preservadas a pesar de no estar
disponibles. Así que, a pesar de que las Escrituras prometen su propia
preservación, no declaran cómo, y ni siquiera dónde, esto sucederá .
Esta situación ha conducido, en parte, al surgimiento de la disciplina de la
crítica textual (también llamada crítica inferior). En esta disciplina los
eruditos se esfuerzan por acceder a los términos originales de las Escrituras
tamizando diligentemente los manuscritos existentes, intentando percatarse,
entre otras cosas, de la relación y las variantes entre estos textos.
De hecho, esta situación suscita dos preguntas relacionadas. En primer
lugar: “¿ Se preservó cada palabra del documento original?”, y en segundo
lugar, de haber sido así: “¿ Cómo sucedió?”. Por lo general los teólogos
conservadores han respondido estas interrogantes de una de las siguientes
tres maneras: (1) Cada palabra ha sido milagrosamente preservada
(solamente) en un texto-tipo, texto o versión; (2) cada palabra ha sido
providencialmente preservada en la totalidad de su existencia, aunque no
necesariamente en manuscritos existentes (es decir, disponibles); y (3) el
mensaje esencial ha sido providencialmente preservado en la totalidad de
los manuscritos existentes.
La primera opción queda excluida porque se basa en textos-prueba que
supuestamente enseñan la preservación milagrosa, y también, porque no
existe evidencia empírica de tal preservación en la totalidad de los
manuscritos existentes. Es decir, no existen dos manuscritos, de los miles
de manuscritos que existen, que coincidan perfectamente. Ademá s,
asegurar que uno de los manuscritos contiene con certeza el original, siendo
superior a los demá s, exigiría el uso de criterios infalibles para semejante
selección, y esos criterios sencillamente no existen.
En cuanto a la segunda opinión, es también dudosa. Lo es porque la
mayoría de los eruditos reconocen que no todas las palabras del original han
sido preservadas. Primero de Samuel 13:1 es un ejemplo clá sico. Aun así,
esta opción es difícil de excluir completamente, pues se pudiera decir que el
texto de 1 Samuel 13:1 se ha preservado en su totalidad en el cuerpo de
algú n manuscrito existente, aunque (tal vez) aú n no disponible.31
Finalmente, debido a las desventajas de las dos otras opciones, la tercera
opción parece ser la mejor. El mensaje esencial de Dios en los manuscritos
originales es lo que ha sido (y es) preservado providencialmente en todos
los manuscritos existentes, versiones, citas patrísticas, y otros.32 B. B.
Warfield resume muy bien este punto, cuando dice que la ortodoxia afirma
“la transmisión adecuada de la verdad salvadora [énfasis añadido] en
cualquier y en toda traducción que se precie, para que la Palabra de Dios
sea accesible a todo el mundo en todo momento, y para todo propósito
comú n”.33
Iluminació n
En sexto lugar, la inspiración y la preservación aú n requieren ser
complementadas. Las consecuencias de la depravación en la mente humana
hacen que la obra adicional de Dios sea necesaria para que los seres
humanos puedan percibir apropiadamente su revelación de las Escrituras.
Estamos hablando de la obra de la iluminación, que también se hace llamar
por diversos nombres, como instrucción divina o sencillamente
regeneración de la mente. La iluminación comunica la importancia del
mensaje divino a sus receptores humanos; es decir, toma el mensaje divino
con su significado objetivo y lo convierte en algo personal, iluminando la
relación que existe entre ese significado y el individuo y su situación.34
Como la mente humana impenitente es una mente depravada, no puede
procesar las cosas espirituales de forma correcta porque posee una inherente
hostilidad contra Dios y contra todas las cosas que son de Dios. Esto en
teología se conoce como pecado noético (léase, los efectos que la
depravación causa en la mente). Es por ello que existe la necesidad de la
impartición de vida hacia la mente espiritualmente muerta del hombre, si se
desea que el mensaje de las Escrituras sea recibido por él. Es decir, el
hombre natural no es capaz de verse a sí mismo a la luz de la Palabra
Escrita de Dios sin la iluminación. É l (1) es congénitamente incapaz de
recibir (dechomai) las cosas del Espíritu (1 Co. 2:14); (2) es incapaz de
“sujetarse a la ley de Dios” (Ro. 8:7) y (3) posee un entendimiento
entenebrecido (Ef. 4:18).
Para explicarlo mejor, la iluminación disipa la hostilidad innata del
hombre hacia Dios y las Escrituras e imparte una certeza intuitiva de que las
Escrituras provienen de Dios y son, por tanto, verdaderas y autoritativas. En
cuanto a esto ú ltimo, la iluminación salva la diferencia entre la realidad
objetiva y la certeza subjetiva, y responde la interrogante: “¿ Cómo saber
que las Escrituras provienen de Dios, y son, por tanto, verdaderas?”.35
Ademá s, en el proceso de la iluminación, el Espíritu Santo no ilumina o
anima las Escrituras, haciendo que el mensaje en sí sea má s claro a través
de una revelación adicional. En lugar de ello, él ilumina a la persona,
agudizando el intelecto humano para que adquiera una nueva capacidad. En
otras palabras, esta iluminación no aporta una perspicuidad hacia las
Escrituras; sino que permite que esa mente, antes entenebrecida del
pecador, pueda comprender la importancia del mensaje central que en sí ya
es perspicuo —es decir el evangelio (ej. Jn. 3:16; Ro. 3:23; 6:23; et al.)—
y después captar de forma continua la importancia de las Escrituras como
un todo, una actividad sistemá tica sobre la cual tanto Pablo (Ef. 1:17-
18)36 como Juan (1 Jn. 2:20, 27)37 debatieron.38
Para resumir, la iluminación hace tres cosas: Brinda (1) una certeza
intuitiva de que las Escrituras provienen de Dios y son verdaderas y
autoritativas; (2) la eliminación de la hostilidad hacia las Escrituras
causada por la depravación y (3) una capacidad continua para comprender
la importancia de las Escrituras.
Finalmente, puede afirmarse nuevamente que la iluminación no descarta
o elimina la necesidad de un estudio diligente de las Escrituras. Los
minuciosos esfuerzos del creyente y la obra del Espíritu Santo trabajan en
conjunto. De hecho, las Escrituras dan evidencia de esto. Por ejemplo, el
Señor le dice a Daniel que “dispusiese su corazón a entender” la revelación
divina (Dn. 10:12). En otro pasaje Pablo le dice a Timoteo que trabaje con
diligencia para que pueda “usar bien la palabra de verdad” (2 Ti. 2:15) y
que considere lo que Pablo había dicho para que “el Señor le diera
entendimiento en todo” (2 Ti. 2:7).39
Interpretació n
La ú ltima etapa en este proceso es la interpretación. A pesar de que la
iluminación asegura la certeza de la procedencia de las Escrituras así como
su importancia, aun así dependemos de la interpretación para revelar el
significado de las Escrituras.40 Ademá s, a pesar de que la interpretación
transmite la revelación de Dios de forma autoritativa, también depende de
una correcta interpretación para que su autoridad se aplique a situaciones
específicas.41 También, la capacidad de interpretar supone dos basamentos
teológicos, que será n analizados brevemente a continuación.
La claridad de las Escrituras
A pesar de que en sentido general la totalidad de las Escrituras es
esencialmente clara, sólo se argumenta que existe perspicuidad en su
mensaje central, que incluye las enseñanzas de las Escrituras sobre la
creación, la caída en el pecado, la provisión de redención y la consumación
del escatón (las ú ltimas cosas). La confesión de Westminster describe muy
bien este aspecto:
Todas las cosas en las Escrituras no son igualmente claras en sí
mismas, ni tampoco son claras para todo el mundo: pero aquellas cosas
que es necesario conocer, creer y cumplir para salvación está n tan
claramente postuladas y abiertas en algú n fragmento u otro de las
Escrituras, que no solamente los eruditos, sino también los
desconocedores, a través del uso debido de los medios comunes,
pueden alcanzar una comprensión suficiente de ellas.42
La perspicuidad, en un sentido má s amplio, halla apoyo en pasajes donde
se exhorta a estudiar y escudriñar las Escrituras. En éstos se supone la
perspicuidad. Por ejemplo, Dios le ordena a Israel que obedezca su pacto
enfatizando en su claridad inherente: “Porque este mandamiento que yo te
ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos… . Porque muy
cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas”
(Dt. 30:11, 14). Pedro exhorta a los cristianos inmaduros: “desead, como
niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella
crezcá is” (1 P. 2:2). De manera menos obvia, la competencia de los
habitantes de Berea a la hora de comprender las Escrituras presupone
perspicuidad (Hch. 17:11).
La perspicuidad también se demuestra en textos de los cuales se dice que
las Escrituras tienen beneficio de accesibilidad, o capacidad de iluminar.
Por ejemplo, en el Salmo 19:8, David escribe: “El precepto de Jehová es
puro, que alumbra los ojos”. Dice algo similar en el Salmo 119:105:
“Lá mpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”; y otra vez
dice: “La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples”
(119:130; ver también los versículos 18, 33-34). Salomón también recalca
esto cuando dice: “Porque el mandamiento es lá mpara, y la enseñanza es
luz, y camino de vida las reprensiones que te instruyen” (Pr. 6:23).43
Las Escrituras nunca dan la impresión de que su significado esté oculto
para el creyente comú n por causa de su inherente incapacidad para
comprender. En realidad sucede lo contrario. La libertad de alma del
creyente, su competencia, derecho y deber de ir directamente a las
Escrituras guiado por el Espíritu, se basa en la claridad esencial de la Biblia
y su capacidad inherente de informar la conciencia del creyente en lo
tocante a sus creencias y prá cticas.44
Por ú ltimo, el cimiento epistemológico de la perspicuidad es la
naturaleza univocal del lenguaje humano. El lenguaje habla con “una voz”.
Esto quiere decir que una palabra dada sólo puede significar una sola cosa;
sólo puede tener un significado en cualquier situación. Una palabra puede
poseer un rango semá ntico amplio, pero sólo utilizará uno de sus
significados en cualquier uso dado.45 Por tanto, sin univocidad, el lenguaje
no puede comunicar exitosamente.46
La suficiencia de las Escrituras
El otro cimiento teológico que la interpretación asume es la suficiencia de
las Escrituras. Grudem define la suficiencia de la siguiente manera: “La
suficiencia de la Biblia quiere decir que la Biblia contiene todas las palabras
de Dios que él quería que su pueblo tuviera en cada etapa de la historia de
la redención, y que ahora contiene todo lo que necesitamos que Dios nos
diga para salvación, para confiar en él perfectamente y para obedecerle
perfectamente”.47
La suficiencia se remite a la objetividad de la revelación de Dios en las
Escrituras. La Biblia es una revelación completa y acabada que es
completamente suficiente para cumplir con su propósito divino diseñado.
No necesita suplementos tales como la razón, la experiencia, la tradición,
otras religiones ni ninguna otra cosa. No espera hasta enfrentarse al
individuo para ser suficiente, ni cesa de ser suficiente cuando es rechazada
o ignorada por estos.
Los que se inclinan por la suficiencia de las Escrituras en la
interpretación también se apoyan la interpretación gramá tico-histórico-
teológica de las Escrituras. En este método, la interpretación consiste en
hallar el significado de las palabras segú n la gramá tica, la sintaxis y
el entorno cultural, y en correlación con el resto de las Escrituras. En
esta interpretación normal o pura, le permitimos a la Biblia que hable
por sí misma de la mejor manera posible.
Un método má s popular entre los eruditos críticos es el método histórico-
crítico. Este método realiza una bú squeda exhaustiva de las formas
literarias, los patrones y tradiciones culturales de las palabras e ideas que
aparecen en las Escrituras. En este enfoque la autoridad real reside fuera del
texto en estas diversas esferas de investigación. Muchos defensores de este
enfoque también son naturalistas filosóficos, quienes niegan la validez de
los milagros y de la inerrancia, quienes prefieren hablar de mitos, sagas y
leyendas, y hasta de errores, en las Escrituras.
La Doctrina de la Inspiración
Una vez analizadas estas seis etapas en la doctrina de las Escrituras,
resulta ahora ú til examinar con má s detalle la etapa de la inspiración.
Definició n de Inspiració n
La definición de Warfield está muy bien elaborada: “La inspiración es…
una influencia sobrenatural que el Espíritu de Dios ejerció sobre los
escritores consagrados, por virtud de lo cual sus escritos poseen una
veracidad divina”.48 De la misma manera Louis Berkhof dice: “Por
inspiración entendemos esa influencia sobrenatural ejercida por el Espíritu
Santo sobre los escritores consagrados, y por virtud de lo cual sus escritos
poseen veracidad divina, y constituyen una infalible y suficiente regla de fe
y prá ctica”.49
La Evidencia de la Inspiració n
A menudo los teólogos brindan evidencias tanto bíblicas como no
bíblicas para demostrar la inspiración.50 Para estos teólogos, la evidencia
de la inspiración se ve supuestamente en las profecías cumplidas, en la
influencia e indestructibilidad de las Escrituras, y en la integridad de sus
autores, entre otras cosas má s. Sin embargo, sólo las propias aseveraciones
de las Escrituras acerca de su propia inspiración son vá lidas y será
n analizadas aquí.51
De hecho, todo el debate acerca de la inspiración e incluso la inerrancia,
se resume a si se debe aceptar o no el origen de las Escrituras, y
ulteriormente, lo que éstas afirman sobre sí mismas. Estos planteamientos o
se aceptan o se rechazan; no existen términos medios.52 Es ilegítimo
intentar abrir una brecha entre lo que las Escrituras dicen sobre sí mismas y
digamos, su mensaje central, y lo que dicen sobre otros temas, como la
ciencia. Si las Escrituras constituyen la autoridad final y suprema sobre
Jesú s y la salvación, entonces tampoco pueden dejar de ser la autoridad
final en otros asuntos, incluyendo su afirmación de tener origen divino
gracias al milagro de la inspiración verbal.
En resumen Bavinck está totalmente en lo cierto cuando afirma que, por
tanto, es insostenible decir que las enseñanzas de la inspiración, tal y como
plantea la iglesia cristiana, difieren de lo que las Escrituras dicen sobre sí
mismas. Sencillamente porque la inspiración es un hecho que las mismas
Escrituras enseñan. Jesú s y los apóstoles nos han dejado sus testimonios en
lo tocante a las Escrituras. É stas contienen también enseñanzas sobre sí
mismas. Aparte de todo el desarrollo dogmá tico o escolá stico de esta
enseñanza, el asunto es sencillamente si las Escrituras merecen o no crédito
en este asunto del auto-testimonio.53
El auto-testimonio de las Escrituras: la evidencia del Antiguo
Testamento acerca de su propia inspiración
El Antiguo Testamento está repleto de afirmaciones e indicios acerca de
su propia inspiración. Por ejemplo, la frase “Jehová dijo a Moisés”
encabeza cada conversación que aparece en É xodo del capítulo 6 hasta
el
14. En otros pasajes del Pentateuco, Moisés describe cómo se le ordenó
escribir en la Ley-Pacto las palabras exactas de Dios: “Escribe esto para
memoria en un libro” (É x. 17:14; ver 24:4, “Y Moisés escribió todas las
palabras de Jehová ”). Otro ejemplo de esto es la manera en la que los Diez
Mandamientos se atribuyen legítimamente a Dios y a Moisés (ver É
x.
24:12; 31:18; 32:15-16; 34:1, 27-28; Dt. 4:13; 9:10; 10:4; 29:1; 30:1;
31:19,
24; ver también Dn. 9:12-13).
Ademá s, Isaías dice de esta profecía: “… oíd la palabra
de Jehová ; escuchad la ley de nuestro Dios… ” (Is. 1:10). De la
misma manera, Jeremías dice: “Las palabras de Jeremías…
Palabra de Jehová que le vino… ” (Jer. 1:2). Ezequiel
también dice: “… vino a mí palabra de Jehová , diciendo… ” (Ez.
3:16). Los libros de Oseas, Joel, Joná s, Miqueas, Sofonías, Hageo y
Zacarías comienzan todos con la misma frase: “Palabra de Jehová que
vino a… ”. En Malaquías de la misma forma, se dice al principio:
“Profecía de la palabra de Jehová contra Israel” (1:1).54 Estas
aseveraciones evidencian una conciencia canónica de la propia identidad.
Es decir, los profetas eran conscientes de que sus escritos estaban realmente
contribuyendo al volumen total de la revelación especial.
El auto-testimonio de las Escrituras: la evidencia de Jesú s
acerca de la inspiración del Antiguo Testamento
Ademá s, el infalible Dios-hombre también es una evidencia de la
inspiración del Antiguo Testamento. Esto se demuestra claramente en las
consideraciones siguientes.
En primer lugar, Jesú s demuestra un conocimiento extraordinario del
Antiguo Testamento, lo cual pone de manifiesto un respeto absoluto hacia
dicha literatura. En toda su vida, él demostró su conocimiento acerca de
toda una inmensidad de acontecimientos que ocurrieron durante todo el
período histórico que abarca el Antiguo Testamento. Ademá
s, continuamente citaba o hacía alusión al Antiguo Testamento. De hecho,
su mente estaba tan saturadadel texto del Antiguo
Testamento, que espontá neamente expresaba sus ideas a través
de frases extraídas de éste; por ejemplo, cuando dijo en la cruz: “Dios mío,
Dios mío, ¿ por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46; ver Sal. 22:1).
En segundo lugar, Jesú s atribuye autoridad absoluta y má xima al
Antiguo Testamento. Por ejemplo, de forma autoritativa fustiga a los
cambistas a quienes había expulsado del templo dirigiéndoles estas palabras
del Antiguo Testamento: “Escrito está : Mi casa, casa de oración será
llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mt. 21:13; ver
Is. 56:7 y Jer. 7:11). En el mismo contexto, él reprende a los sumos
sacerdotes y a los escribas por su ignorancia a través de una simple
pregunta: “¿ … nunca
leísteis… ” (Mt. 21:16). Un rato má
s tarde a ese mismo grupo le hace otra pregunta: “¿ Nunca leísteis en las
Escrituras… ?” (Mt. 21:42). Y en otro
pasaje, cuando los saduceos intentaron poner a Jesú s entre la espada y
la pared, por medio del acertijo engañoso sobre la mujer con siete
maridos, Jesú s deshizo sus planes cuando volteó la situación y les
dijo: “Errá is, ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mt. 22:29).
Ademá s, Jesú s reprende a los fariseos y escribas por su tradición
codificada, y les dijo: “… invalidando la palabra de Dios con vuestra
tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a
estas” (Mr. 7:13). Jesú s incluso censura al diablo con respuestas que
comienzan diciendo: “Escrito está … ” (Lc. 4:4, 8, 10).55
Jesú s llega al punto de atribuirle autoridad absoluta y final al Antiguo
Testamento en su totalidad. En otras palabras, él no hace distinción entre la
autoridad que posee ningú n pasaje del Antiguo Testamento. Por ejemplo,
Jesú s, utilizando una comparación hiperbólica, le atribuye explícitamente
una completa autoridad al Antiguo Testamento en su totalidad cuando dice:
“Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota
ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mt. 5:18). Y
en otro pasaje, referente al uso del nombre Elohim en referencia a los
humanos, Jesú s argumenta de menor a mayor, demostrando un
razonamiento que se hallaba en un texto críptico y concluyendo de forma
programá tica al decir, “… la Escritura no puede ser quebrantada…
” (Jn. 10:35; ver también Sal. 82:6).
En tercer lugar, Jesú s da testimonio del origen divino del Antiguo
Testamento al aseverar que era necesario que las profecías del Antiguo
Testamento se cumplieran. Es decir, él da por sentado que si el Antiguo
Testamento era verdaderamente la Palabra de Dios, entonces sus
predicciones debían cumplirse. También da evidencia de esto, por ejemplo,
en el huerto de Getsemaní, cuando le dice a sus captores: “… pero es así,
para que se cumplan las Escrituras” (Mr. 14:49). Antes de estos
acontecimientos, durante la Ú ltima Cena, Jesú s dice, refiriéndose
indirectamente a Judas, “… para que se cumpla la Escritura: El que come
pan conmigo, levantó contra mí su calcañar” (Jn. 13:18, ver también Jn.
17:12). Después de su resurrección, Jesú s reprende a los dos discípulos que
iban por el camino a Emaú s por ser “tardos de corazón para creer todo lo
que los profetas han dicho… ”, diciéndoles que lo que le había pasado
al
Cristo era “necesario”, habiendo sido predicho por Moisés y los profetas
(Lc. 24:25-27). Y este fenómeno se ve repetido muchas veces má s, (ej., Mt.
26:31, ver también Zac. 13:7; Mt. 26:64-65, también Sal. 110:1 y Dn. 7:13).
En cuarto lugar, Jesú s da por sentada la validez de los milagros narrados
en el Antiguo Testamento, lo que implica que él también da por sentado el
milagro del origen divino del Antiguo Testamento. De hecho, Jesú s hace
referencia a once milagros que se narran en el Antiguo Testamento. Son los
siguientes:
1. La creación de Adá n y Eva, Mateo 19:3-6
2. El diluvio en tiempos de Noé, Lucas 17:26-27
3. La destrucción de Sodoma, Lucas 17:28-29
4. El juicio a la mujer de Lot, Lucas 17:31-32
5. La zarza ardiente, Lucas 20:37
6. La hambruna en tiempos de Elías, Lucas 4:25
7. La curación de Naamá n, Lucas 4:27
8. La serpiente de bronce, Juan 3:14
9. El maná , Juan 6:49
10. Joná s y el pez, Mateo 12:40
11. La conversión de Nínive, Mateo 12:41
A manera de conclusión, E. J. Young resume el testimonio que Jesú s da
del Antiguo Testamento de la siguiente manera: “El hecho de que Cristo
pusiera de esta manera el sello de su aprobación en las Escrituras judías de
su época, significaba que las consideraba divinamente inspiradas”.56
El auto-testimonio de las Escrituras: evidencias que brinda
Jesú s sobre la inspiración del Nuevo Testamento
Jesú s no solamente autenticó el Antiguo Testamento como divinamente
autoritativo, sino que también pre-autenticó el Nuevo Testamento. Es decir,
a pesar de que ningú n fragmento del Nuevo Testamento fue escrito
mientras Jesú s estaba en la tierra, él era consciente de su redacción
venidera y jugó un papel decisivo en ella. De hecho, él “se cercioró de que
su testimonio verdadero se transmitiera de forma pura y perfecta a la
humanidad. [Y] con ese objetivo escogió a los apóstoles”.57
Un ejemplo de la pre-autenticación del Nuevo Testamento por parte de
Jesú s se ve de forma indirecta pero vá lida cuando lava los pies de
sus
discípulos durante la Ú ltima Cena. Aquí Jesú s hace alusión a revelaciones
ulteriores que tendrían lugar evidentemente tras su muerte. Al preguntarle
Pedro si Jesú s le lavaría los pies, Jesú s le responde: “Lo que yo hago,
tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderá s después” (Jn. 13:7). El
término “después” (en griego, meta tauta, significa después de estas cosas)
hace una referencia inmediata a los acontecimientos que tuvieron lugar
durante la crucifixión. Pero también se refiere a una posible revelación
apostólica, en este caso una revelación que explicaría la teología de la
participación con Cristo (v. 8: “Si no te lavare, no tendrá s parte
conmigo”).58
En otro pasaje, Jesú s les plantea claramente a sus discípulos: “Aú n tengo
muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero
cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad… ”
(Jn. 16:12-13). Poco después Jesú s dice: “Estas cosas os he
hablado en alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por
alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre” (v. 25).
Jesú s había dicho anteriormente en Juan 15: “Pero cuando venga el
Consolador, a quien yo os enviaré del Padre… él dará testimonio
acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis
estado conmigo desde el principio” (vs. 26-27).
A medida que el tiempo de testificar se acercaba, Jesú s les reiteró sus
intenciones a sus discípulos, diciéndoles que recibirían una comisión divina
de llevar su mensaje hasta lo ú ltimo de la tierra (Hch. 1:8; ver también la
comisión de Pablo en Hch. 16:25 y en Ef. 3:1-10). Lucas desarrolla de
forma sistemá tica precisamente esta actividad testimonial en el libro de
Hechos. Por ejemplo, Lucas registra que el sustituto de Judas sería
necesariamente “… hecho testigo con nosotros, [los once restantes] de
su resurrección [de Jesú s]” (Hch. 1:22). Pedro también habla de sí
mismo como testigo en varias ocasiones. En una de ellas, mientras
hablaba en Jerusalén, Pedro dice: “… [Jesú s] a quien Dios ha resucitado
de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos” (3:14-15). En otro pasaje,
Pedro y Juan insisten ante las autoridades religiosas, diciendo: “no
podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (4:20). Lucas dice, en
la conclusión de este relato, que “los apóstoles daban testimonio de la
resurrección del Señor Jesú s” (4:33; ver también Hch. 2:32; 5:32; 10:39
y 13:31).
Este testimonio, cual comisión divina que era, incluía también los escritos
apostólicos. Juan reconoció poseer esta capacidad, y en sus narraciones
insistió en que él ciertamente había visto (Jn. 1:14) y conocido (1 Jn. 1:1-4)
al Verbo hecho carne. También aseveró haber sido testigo de la crucifixión
de Jesú s, cuando escribió: “Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es
verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creá is” (Jn.
19:35). É l incluso llega a finalizar su evangelio a conciencia
refiriéndosea su papel como testigo: “Este es el discípulo que da
testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su
testimonio es verdadero” (Jn. 21:24; ver 3 Jn. 12). Pedro habla de forma
similar, escribiendo que él mismo es “testigo de los padecimientos de
Cristo” (1 P. 5:1), y dice: “habiendo visto con nuestros propios ojos su
majestad” (2 P. 1:16).59
Jesú s no solamente predijo y ofreció revelaciones venideras, sino que
también les dio a sus discípulos un esbozo general de lo que esta revelación
incluiría, creando así un vínculo orgá nico má s amplio entre su autoridad
y el testimonio de ellos. Segú n Jesú s, esta revelación incluiría
los acontecimientos de su propia vida y enseñanzas (Jn. 14:26). Pero lo
má s importante es que incluiría enseñanzas sobre su propia Persona (Jn.
16:14- 15).60 También sería una revelación profética, pues les
informaría a los testigos acerca de las cosas que “habrá n de venir” (Jn.
16:13).61 Ademá s, Jesú s indica en este mismo pasaje que este
testimonio de sí mismo sería definitivo; el Espíritu de Verdad los “guiará
a toda la verdad” (Jn. 16:13).
Finalmente Jesú s acuña su autoridad en las futuras actividades
testimoniales de los apóstoles.62 Lo hace en Juan 15:20 cuando dice: “… si
han guardado mi palabra, también guardará n la vuestra”,
indicando implícitamente que los que aceptan su autoridad la reconocerían
también en el ministerio de los apóstoles. É l continú a indicando esto
a través de su oración de sumo sacerdote, cuando ora por aquellos “…
que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Jn. 17:20).63 En otras
palabras, las ovejas de Cristo escucharían su voz autoritativa a través
del testimonio de los apóstoles y seguirían a Jesú s (ver Jn. 10:27). El
Señor Jesú s pone el cuño final de su autoridad en el testimonio
apostólico al validar el testimonio del ú ltimo testigo apostólico, que fue
Juan. La carta de Juan comienza con las palabras “la revelación de
Jesucristo”, y “la palabra de Dios” y “el testimonio de Jesucristo”
(Ap. 1:1-2). Jesú s dice al final de esta carta, que él “… testifica a todo
aquel que oye las palabras de la profecía de este libro” que lo que éste
contiene posee la aprobación divina (Ap. 22:18; ver también los versículos
16, 20).64
Aquí pudiera hacerse una pregunta que tiene relación con este asunto.
Los demá s autores del Nuevo Testamento, que no eran apóstoles, ¿ fueron
pre-autenticados en sus tareas también? El Nuevo Testamento se refiere a
este grupo de autores como profetas (ver Hch. 11:27; 13:1; 15:32; Ef. 2:20;
4:11). Y estos profetas sí recibieron nueva revelación de Dios (Ef. 3:5), y
algunos de ellos ciertamente escribieron parte de las Escrituras —tal es el
caso de Marcos, Lucas, Santiago y Judas (ver Ro. 16:26).65 Como
respuesta, Pablo dice que estos profetas fueron escogidos por Cristo y dados
a la iglesia con propósitos particulares, como mismo había sucedido con
Pablo (1 Co. 12:28). Estos propósitos incluían ostensiblemente la redacción
de las Escrituras, entre otros. McClain añade ademá s que “los escritos de
estos profetas fueron aceptados por las iglesias primitivas en una época que
fue presidida por los Doce. Como Cristo había escogido directamente a los
Doce, su autoridad se extendió también históricamente a aquellos cuyos
escritos habían sido aceptados por los Doce”.66
El auto-testimonio de las Escrituras: la evidencia apostólica y
profética de la inspiración del Antiguo Testamento
Aquí el argumento es que los apóstoles y profetas, al igual que Cristo,
eran conscientes de que el Antiguo Testamento era un canon dado por Dios.
Podemos desarrollar esto a través de varias ideas.
En primer lugar, estos testigos divinos apelan a la autoridad del Antiguo
Testamento como base de su proclamación del evangelio. Por ejemplo,
Pablo expone la esencia del mensaje del evangelio, afirmando que era, en
su totalidad, “conforme a las Escrituras” (1 Co. 15:3-4), donde el término
“Escrituras” incluía la literatura del Antiguo Testamento (ver también Hch.
17:1-2; 18:5; ver el argumento similar de Apolo en 18:26).67
En segundo lugar, y de forma muy similar al argumento anterior, las
enseñanzas de los apóstoles y profetas acerca de la vida cristiana se basa en
las Escrituras. Pablo, por ejemplo, aconseja a los creyentes a no tomar
venganza por sí mismos, apelando al texto de Deuteronomio 32:35 y al
Salmo 94:1 (Ro. 12:19, ver también el llamado similar que hace el escritor
de Hebreos en He. 10:30). Pedro, por su parte, les encarece a los creyentes
que busquen la santidad personal, apelando a la descripción que la Ley hace
de Dios como el Santo, y quien exige santidad a sus sú bditos (1 P. 1:15-16;
ver también Lv. 11:44; 19:2; 20:7; et al.).
En tercer lugar, los apóstoles y profetas daban por sentado que las
profecías del Antiguo Testamento incluían las promesas de Dios y por tanto
que su cumplimiento era seguro. Esto se ve a la hora de elegir al sustituto
de Judas. Pedro escribe: “Varones hermanos, era necesario que se
cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de
David” (Hch. 1:16). Tanto la frase (“era necesario”, del término deo) como
el origen del mensaje de David (es decir, “el Espíritu Santo”) indican que
Pedro, y los demá s, enseñaban que las Escrituras provenían de Dios.
En cuarto lugar, los apóstoles y los profetas consideraban las palabras de
Dios y las Escrituras como una sola cosa. De hecho, en ciertos pasajes se
identifica a las Escrituras casi como una extensión de la personalidad de
Dios. Pablo dice, por ejemplo: “Porque la Escritura dice a Faraón”, citando
É xodo 9:17. De forma parecida él le escribe a los gá latas: “Y la Escritura,
previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de
antemano la buena nueva a Abraham...” (Gá . 3:8). Lucas registra que la
iglesia primitiva le atribuye un salmo de David al Espíritu Santo (Hch.
4:25), y el escritor de Hebreos también le atribuye el Salmo 95:7 al Espíritu
Santo (He. 3:7). Nuevamente, en otro pasaje, Pablo le atribuye a Dios las
palabras de Isaías (Hch. 13:34). Warfield apunta aquí que estos textos
“indican una cierta confusión entre los términos ‘Escrituras’ y ‘Dios’ en el
discurso utilizado, lo cual denota una convicción profundamente arraigada
de que la palabra de las Escrituras es la Palabra de Dios”.68
Finalmente, los apóstoles y profetas ven las Escrituras como orá culos
(logia), o palabras de Dios.69 Esteban dice que Moisés recibió “orá culos
vivientes” de Dios en el Sinaí que debía transmitir después al pueblo de
Israel (Hch. 7:36). Pablo habla sobre esto en Romanos 3:2 cuando describe
a Israel como el pueblo al que “había sido confiada la palabra de Dios” (ver
también Ro. 9:4-5). El escritor de Hebreos habla de manera similar en un
contexto que incluye citas del Antiguo Testamento. En este caso, él
reprende a sus oyentes por ser “tardos para oír” y por necesitar un repaso de
“los primeros rudimentos de las palabras de Dios” (He. 5:12).
El Auto-testimonio de las Escrituras: evidencias apostólicas y
proféticas de la inspiración del Nuevo Testamento
Existen también algunos ejemplos de apóstoles y profetas que dieron
testimonio de la inspiración de los escritos de otros apóstoles y profetas.
Pedro, por ejemplo, vincula el testimonio apostólico en general, y
notablemente el del mismo Jesú s, con la autoridad de los profetas del
Nuevo Testamento, diciendo: “Amados, esta es la segunda carta que os
escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio
entendimiento, para que tengá is memoria de las palabras que antes han sido
dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador
dado por vuestros apóstoles… ” (2 P. 3:1-2).70 Pedro se refiere
específicamente a documentos escritos má s adelante cuando dice:
Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para
salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, segú n la
sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas,
hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles
de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como
también las otras Escrituras, para su propia perdición (2 P. 3:15-16).
Como dice Kenneth Gangel: “El hecho de que Pedro se refiere a las
cartas de Pablo y después hace referencia a ‘las otras Escrituras’, indica que
los escritos de Pablo se consideraban ya como Escritura autoritativa”.71
En 1 Timoteo, Pablo apela tanto a la autoridad del libro de Deuteronomio
como al evangelio de Lucas para argumentar sobre la remuneración de los
pastores (5:18). En primer lugar, Pablo cita Deuteronomio 25:4, y dice: “No
pondrá s bozal al buey cuando trillare”, con lo que daba a entender que un
anciano tenía derecho a disfrutar de algunos de los beneficios materiales de
su trabajo. Pablo continú a su razonamiento diciendo: “Digno es el obrero
de su salario”, una cita de Lucas 10:7, lo cual indica claramente que ambos
textos poseían una autoridad similar. Homer Kent Jr. concuerda con este
planteamiento, y dice:
No se puede extraer ningú n otro significado de la elaboración de
Pablo, sino que él pone ambas citas al mismo nivel (ambas está n
unidas por la conjunción kai [y]) y a ambas llama Escrituras (he
graphe). Pablo escribió esta epístola alrededor del año 62 o 63 d. de C.,
y el evangelio de Lucas se escribió probablemente antes del año 60 d.
de C. De aquí que este versículo constituya una evidencia má s de que
los escritos que hoy llamamos Escrituras neotestamentarias fuesen
reconocidos como tal estando aú n en vida sus autores, y podemos
sugerir que en muchos casos ya se consideraban Escrituras desde el
mismo momento en que se escribían.72
Por ú ltimo, existen ocasiones en las que los apóstoles y profetas daban
testimonio de su propia autoridad y, por consiguiente, de su inspiración.73
Por ejemplo, Pablo, al abordar un malentendido acerca de los dones
espirituales-específicamente el hablar en lenguas y las palabras proféticas
en la asamblea pú blica- dice, bastante abruptamente: “Si alguno se cree
profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del
Señor. Mas el que ignora, ignore” (1 Co. 14:37-38). En otras palabras, si
alguien ignoraba las instrucciones apostólicas de Pablo, esto equivalía a
ignorar la autoridad del Señor y evidenciaría una seria falta de
discernimiento espiritual, o aun peor, un corazón de incredulidad (ver
1:18).74 Pablo habla de forma similar a los tesalonicenses, diciéndoles: “Si
alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése
señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergü ence” (2 Ts. 3:14).
Ademá s, en 1 Co. 2:12-13, Pablo afirma que sus escritos poseen autoridad
divina, apelando al ministerio del Espíritu Santo, quien a través de él, estaba
“acomodando lo espiritual a lo espiritual” para satisfacer las necesidades de
los cristianos de Corinto. Ademá s, el poder del Espíritu a través de la
palabra apostólica, trajo como consecuencia la conversión de los
tesalonicenses y confirmó la afirmación de Pablo de que su palabra era la
Palabra de Dios para ellos (1 Ts. 2:13). Juan también evidencia este auto-
entendimiento, advirtiendo que a cualquiera que alterase esta profecía, Dios
“[le] quitaría su parte del libro de la vida y de la santa ciudad” (Ap. 22:19).
La advertencia de Juan incluso nos recuerda advertencias similares en el
Antiguo Testamento, lo cual refuerza aun má s el hecho de su inspiración y
la de otros (ver Dt. 4:2, 5, 14, 40; 12:32; Dn. 12:4).75
La conciencia de la propia identidad y la autoridad divina que tenían los
apóstoles también se ponen de manifiesto cuando Pablo ordena que sus
escritos fuesen leídos en las iglesias. A los tesalonicenses les escribió, “Os
conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los santos hermanos” (1
Ts. 5:27). Y a los colosenses les escribe: “Cuando esta carta haya sido leída
entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses”
(Col. 4:16). De igual modo, estas epístolas que debían leerse en las iglesias
tenían que también obedecerse: “Así que, hermanos, estad firmes, y retened
la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra” (2 Ts.
2:15; ver también 1 Co. 14:37-38). Como sólo las iglesias locales, y no
cristianos individuales, poseían los manuscritos de estas cartas, se les
ordenaba leerlas en pú blico, y estas epístolas portaban un visto bueno
divino del cual ellas mismas daban testimonio, y el cual nadie ponía en
duda.
La Naturaleza de la Inspiració n
Teorías falsas acerca de la inspiración
Existe un nú mero de teorías falsas y/o inadecuadas acerca de la
inspiración bíblica. A continuación examinaremos algunas de ellas.
La teoría de los niveles
Esta teoría afirma que algunas partes de las Escrituras disfrutan de un
mayor nivel de inspiración que otras, y por tanto, que esas partes que son
fruto de una inspiración inferior pueden ser consideradas como material
extra-bíblico. Por ejemplo, James Orr argumenta que el cá ntico de Débora
(Jue. 5) se ubica en “un plano inmensamente inferior al de Pablo o
Isaías”.76 Dewey Beegle, por su parte, compara el nivel de inspiración de
algunos documentos bíblicos con el que (supuestamente) se observa en
algunos himnos litú rgicos famosos. En una ocasión dijo lo siguiente a
manera de comparación entre los Cantares de Salomón y el himno “La cruz
excelsa al contemplar”, de Isaac Watts: “[El himno] tiene mucho má s valor
en y de sí mismo que esa canción de amor del Antiguo Testamento”, porque
el himno “se basa en la revelación de la muerte vicaria de Cristo”.77 Beegle
especula ademá s que si algunos autores de himnos como George
Matheson, Charles Wesley, Augustus Toplady o Reginald Heber “hubiesen
vivido en la época de David y Salomón, y hubiesen estado no má s
inspirados de lo que estuvieron ellos en su día, algunos de sus himnos de
alabanza a Dios habrían podido entrar en el Canon Hebreo”.78
Como respuesta a esto, debe decirse sencillamente que un documento está
inspirado o no lo está ;no existen niveles. Y, de estar inspirado, posee
también todo el alcance del poder (ilimitado) del Espíritu para poner en
prá ctica esa inspiración.
La teoría moral
Esta teoría es similar a la anterior. También argumenta que existen
niveles de inspiración en las Escrituras. Específicamente, afirma que
solamente los materiales de índole moral y espiritual de las Escrituras está n
inspirados, como el material directamente relacionado con el evangelio, por
ejemplo. Simultá neamente también afirma que los (llamados) materiales
auxiliares, tales como debates acerca de asuntos científicos o históricos,
pueden ser erróneos. Los defensores de esta teoría plantean que el propósito
fundamental de las Escrituras es crear vida —y citan a 2 Timoteo 3:15,
“sabio para la salvación”— y no transmitir verdad en otras á reas. Con
respecto al resto de las Escrituras, Daniel Fuller se refiere a esta primera
categoría como material “doctrinal” o “revelacionista” inspirado. É l dice lo
siguiente del material “doctrinal”:
“Estos versículos doctrinales enseñan inequívocamente que la Biblia
le brinda al hombre enseñanzas infalibles e inerrantes sobre Dios, sobre
la perdida condición humana, y sobre cómo llegar a alcanzar absoluta
salvación en Cristo. Pablo dijo que las Escrituras pueden hacer a los
hombres sabios para alcanzar la salvación por la fe en Cristo (2 Ti.
3:15), y esto sólo puede significar que todas las aseveraciones bíblicas
que enseñan o implican un conocimiento que hace a los hombres sabios
para salvación son absolutamente inerrantes, porque, ¿ cómo podrían
aportar sabiduría afirmaciones falibles?79
Existen algunos errores evidentes en este enfoque, y el má s importante de
ellos es el hecho de que las Escrituras afirman ser inspiradas en su totalidad
(2 Ti. 3:16), un tema que abordaremos má s adelante. Aparte de esto,
se debe apuntar, primeramente, que si la Biblia contiene detalles erróneos
que pueden verificarse en lo concerniente a asuntos diversos, entonces
puede también contener errores aun mayores en á reas donde esa
verificación es imposible. Es difícil sostener que un libro que contenga
errores en asuntos relativamente triviales —sean científicos o
históricos— pueda simultá neamente ser confiable en asuntos de
significado eterno.
En segundo lugar, haría falta poseer omnisciencia, por no mencionar
autoridad divina, para sostener esta supuesta diferenciación. Es decir, no
queda claro en lo absoluto qué criterios deben emplearse para delinear cada
aspecto, ni en qué categoría estos entrarían; ni tampoco queda claro sobre
cuá l autoridad descansarían estos criterios y decisiones posteriores.80
De
hecho, no queda ni siquiera claro por qué sería legítimo presentar 2 Timoteo
3:15 como “revelacionista” en primer lugar.81
De forma similar, incluso el denominado material no moral, que se define
en este punto de vista, por lo general está tan estrechamente ligado al
llamado material moral (y viceversa) que este tipo de distinción tan sutil es
casi imposible de detectar, y por tanto de sostener en la prá ctica. El
material constituye un todo. 82
La teoría dinámica
Esta teoría plantea que sólo las ideas de los autores bíblicos estaban
inspiradas, mientras que la opción de las palabras a usar se dejaba a su
discreción.83 Una aplicación particular de esta teoría se halla en la neo-
ortodoxia, una teoría mencionada anteriormente, que afirma que las
Escrituras sencillamente registran las reflexiones humanas sobre sus
encuentros históricos con Dios.
La deficiencia de esta teoría radica en su evidente negación de la
revelación proposicional, ya que todo pensamiento ocurre a través de
proposiciones que requieren palabras. Un pensamiento sin palabras no tiene
sentido, en el sentido má s verdadero.
La teoría del dictado
Esta teoría postula que los escritores bíblicos eran completamente
pasivos, y escribían mecá nicamente lo que Dios dictaba. Es interesante
observar que los que se oponen a la inerrancia a menudo afirman que este
es el punto de vista de los que defienden la inerrancia, a pesar de que estos
ú ltimos han negado repetida y sólidamente esta afirmación.84
Aquí la respuesta es doble. En primer lugar, la palabra dictado casi
siempre se utiliza sencillamente como término peyorativo que surge como
resultado de lo que los no-inerrantistas suponen que los inerrantistas deben
creer por lógica.85 Sin embargo, los que defienden la inerrancia insisten en
que su teoría de la inspiración coincidente difiere bastante de un dictado. La
inspiración coincidente insiste en la participación (milagrosa) de tanto el
hombre como Dios en el proceso de redacción.86 De forma similar, a pesar
de que es cierto que los que defienden la inerrancia creen que Dios sí dictó
ciertas partes de las Escrituras, también insisten en que esas fueron
ocasiones excepcionales (ver É x. 34:1, 27-28; Dt. 10:2, 4; Is. 8:1; 30:8;
Jer.
30:2; 36:1-6). Esto se demuestra, por ejemplo, a través del elemento
humano claramente evidenciado por los autores de las Escrituras. John
Gerstener apunta:
Pablo… al parecer contradice… la inspiración… cuando
en 1 Corintios 1:16 dice que no recuerda si había bautizado a otras
personas. Pero nunca se muestra si de alguna manera, directa o
indirecta, esto niega su inspiración en ese momento. Sencillamente
se insinú a. La insinuación parece ser que Dios no puede inspirar
la mala memoria. Pero la inspiración de Dios garantiza solamente
la inerrancia y no necesariamente un recuerdo absoluto de las cosas.
Si Pablo recordase erróneamente, tendríamos un Pablo no inspirado;
pero un Pablo que no recuerda es un Pablo que está inspirado para
registrar ese mismo hecho para instruirnos (supuestamente en lo
tocante a la naturaleza de la inspiració n, lo que incluye y lo que
no incluye, lo que hace y lo que no excluye [por ejemplo, la
personalidad humana]) [énfasis añadido].87
La teoría bíblica de la inspiración
La visión correcta de la inspiración se brinda claramente en 2 Timoteo
3:16. A continuación se explorará n tres facetas de este texto.88
Significado de la frase “Inspirado por Dios” ( theopneustos)
Theopneustos es un adjetivo verbal que sólo se utiliza en esta frase de las
Escrituras y que significa literalmente “exhalado por Dios”. Warfield
añade:
Este término griego no tiene… nada que ver con inspirar o con
inspiración: habla solamente de “espirar” o “espiración”. Lo que dice
de las Escrituras no es que es “inhalada por Dios” o que es producto de
una “inhalación” divina hacia los autores humanos, sino que es
espirada por Dios, “exhalada por Dios, el resultado del aliento creativo
de Dios”.89
El argumento de Warfield es sencillamente que la inspiración significa
algo producido y no simplemente impulsado por Dios. Después de todo,
esta es la indicación que las Escrituras dan en otros pasajes. Por ejemplo,
Dios habla sobre el ministerio profético de Jeremías, diciendo, “He aquí he
puesto mis palabras en tu boca” (Jer. 1:9). De forma parecida, David dice:
“El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi
lengua” (2 S. 23:2). Ademá s, Jesú s da a entender esto cuando dice que el
hombre debe vivir: “No sólo de pan… sino de toda palabra que sale de
la boca de Dios” (Mt. 4:4).90
Pareciera como si esta palabra diese lugar de forma consciente a una idea
bien establecida de que el aliento de Dios representa su poder creativo. Por
ejemplo, el Salmo 33:6 dice: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los
cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca”. Aun má s, en el
relato de la creación, la palabra de Dios: “Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza” (Gn. 1:26) —se establece
paralelamente con el aliento de Dios— “… Jehová Dios formó al hombre
del polvo de la tierra, y sopló en su nariz [del hombre] aliento de vida, y fue
el hombre un ser viviente” (2:7). Es decir que la creación del hombre fue, al
mismo tiempo, producto del discurso de Dios y de su aliento.
Esto significa, por tanto, que las Escrituras, al igual que el resto de la
creación, es el resultado del poder creativo de Dios y, por ende, la frase
theopneustos —exhalado por Dios— es sencillamente otra manera de decir
lo mismo.91 Las Escrituras no está n simplemente animadas por Dios, sino
que también fueron producidas por Dios.92
El significado de “Escrituras” ( graphe)
El termino graphe se utiliza aproximadamente cincuenta veces en el
Nuevo Testamento y siempre hace referencia a las Escrituras (ver “Sagradas
Escrituras” en 2 Ti. 3:15).93 Aquí en 2 Timoteo 3:16, Pablo formalmente
enseña que es el graphe, y no los autores del graphe, el que es inspirado por
Dios.94
El significado de “todas” ( pas)
El debate sobre si el término pas se refiere a “todas las Escrituras”, o si se
refiere a “cada Escritura” es irrelevante en la presente discusión, pues
prá cticamente significan la misma cosa. Ademá s, los términos
“todas/cada” no se limitan al Antiguo Testamento existente en tiempos de
Pablo, sino que también incluyen todos los escritos que entran en la
categoría de “Sagradas Escrituras” (ver 2 Ti. 3:15). Y en tiempos de Pablo,
esta categoría era un conjunto que iba en aumento (ver 1 Ti. 5:18 y 2 P.
3:15-16). Teniendo esto en mente, D. Martin Lloyd-Jones ciertamente está
en lo correcto cuando dice: “La Biblia en su totalidad llega a nosotros y se
nos ofrece de la misma
manera en su conjunto, como un todo. No existe insinuación ninguna de
que… haya partes importantes y otras que no lo sean. Todo ha llegado
a nosotros de la misma forma”.95 De forma similar, Geisler asevera que
la inspiración “se extiende a cada parte de las palabras y a todo lo que
éstas enseñan o dan a entender”.96
El Mé todo de la Inspiració n
El texto fundamental que aborda el tema del método es 2 Pedro 1:19-21.
Allí Pedro escribe:
Tenemos también la palabra profética má s segura, a la cual hacéis
bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro,
hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros
corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la
Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue
traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios
hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.
Aquí Pedro habla de hombres que “hablaron” siendo “inspirados”
(RVR60) [phero: transportados o “impulsados” (NVI)] por el Espíritu
Santo” (v. 21). Lucas usa un lenguaje similar en Hechos cuando habla de
naves “dejá ndose [phero] llevar” por el viento (27:15; ver también
el versículo 17). Este argumento al parecer refuerza que no solamente
los autores humanos eran receptores en contraposición a ser creadores (vs.
20b y 21a) sino que también los autores humanos no escribían por sí
mismos, separados de Dios. Por el contrario, eran impulsados por él.97
Por supuesto, se podría objetar que Pedro no se refería a lo que los
profetas escribieron sino solamente a lo que “hablaron” (v. 21). Si este
fuese el caso, entonces Pedro simplemente estaría diciendo que las
profecías orales se originaban en Dios y eran dirigidas por él. Pero como
respuesta debe apuntarse que se habla claramente de profecías escritas, tal y
como sugiere la frase: “ninguna profecía de la Escritura”.98
También resulta importante apuntar que el resultado del ministerio del
Espíritu es diferente en los casos de las Escrituras con respecto a la profecía
o predicación oral, debido al hecho de que una es escrita, y las otras
habladas. La diferencia, sin embargo, sigue siendo relativamente pequeña,
tal y como se evidencia en la forma en la que las Escrituras hablan sobre la
obra del Espíritu en cada caso. A la predicación apostólica, por ejemplo, se
le llama hablar en “el Espíritu Santo” (Mt. 10:20; Jn. 14:26; 15:26; 16:7;
1
Co. 2:10-13, 16; 7:40; 2 Co. 2:17; 5:20; 13:3).99 Ademá s, al enviar a
los Doce, Cristo prometió que lo que habrían de hablar les sería dado:
“Porque no sois vosotros los que hablá is, sino el Espíritu de vuestro Padre
que habla en vosotros” (Mt. 10:20). Pablo habla de forma similar de su
predicación, diciendo que proviene del Espíritu (1 Co. 2:13; 7:40), de
Cristo (2 Co. 2:17; 13:3), y del Padre (2 Co. 5:20). Tal vez la mejor
manera entonces de establecer una diferencia sería decir que la
inspiración como tal pertenece solamente a la palabra escrita; sin
embargo, aparte de esto, no se puede establecer una gran dicotomía, si
es que se puede establecer alguna en lo absoluto.
El Alcance de la Inspiració n
Como argumentá bamos anteriormente, la revelación especial es
proposicional y, por tanto, necesariamente verbal. Por tanto, si las
Escrituras (graphe) son el registro divinamente creado (theopneustos) de la
revelación especial, entonces esta producción debe extenderse a todas sus
palabras. Esto se señaló anteriormente en el debate del término “toda” (pas)
en 2 Timoteo 3:16.
Aquí, una vez má s, bastará n unos pocos ejemplos para demostrar que la
inspiración produjo cada palabra de las Escrituras; esta aseveración se
conoce a veces como inspiración verbal plenaria. En primer lugar, las
Escrituras muestran que la revelación divina sí se ocupa de las palabras. Por
ejemplo, Dios le dijo a Moisés: “escribiré sobre esas tablas las palabras que
estaban en las tablas primeras que quebraste” (É x. 34:1; ver 31:18).
Balaam se refiere a su mensaje como “la palabra que Dios [puso] en [mi]
boca” (Nm. 23:12; ver 2:38; 23:5). En otro pasaje Dios le promete a todo un
linaje de profetas —el cual culminaría en Jesú s de forma significativa—
que él “pondría [sus] palabras en [su] boca” (Dt. 18:18). De forma similar,
David dice que “su palabra [de Dios] ha estado en [mi] lengua” (2 S. 23:2;
ver también Jer. 1:5; 1 Co. 2:13).
En segundo lugar, estas palabras eran a veces escritas también. Por
ejemplo, Dios le ordena a Moisés: “Escribe esto… en un libro” (É x. 17:14).
En otros pasajes se le ordena a Moisés que escriba la Ley y demá s
información relacionada que Dios deseaba preservar (ver É x. 24:4;
34:27-
28; Nm. 33:2; Dt. 12:32; 31:19). Esta misma orden fue dada a los
profetas, cuya literatura hoy está disponible (ver Is. 8:1; 30:8; Jer. 25:13;
30:2; 36:2,
4, 27-32; Dn. 12:4; Hab. 2:2).
La conclusión a la que podemos llegar es, entonces, que la inspiración de
las Escrituras abarca todas sus palabras.100
Las Doctrinas de la Infalibilidad y la Inerrancia
La infalibilidad y la inerrancia guardan correlación con la inspiración. En
otras palabras, si la autoría de Escrituras pertenece a Dios, entonces el
producto de esa autoría está natural y necesariamente libre de errores
(inerrante) y es incapaz de fallar en su propósito ordenado por Dios
(infalible).101 Hay que reconocer que los teólogos utilizan estos dos
términos de manera intercambiable. Aunque en sí esos términos son
diferentes; sin embargo, la diferencia radica en una cuestión de niveles,
porque podría argumentarse que la inerrancia en sí misma es una inferencia
necesaria de la infalibilidad, si esta ú ltima comprende la idea de planear una
revelación de la verdad.102 A continuación, ampliaremos má s a
profundidad ambos conceptos.
Infalibilidad
Como dijimos anteriormente, el término ‘infalibilidad’ significa incapaz
de fallar en propósito, y por tanto, poseedor de una autoridad divina final e
irreprochable. E. J. Young lo explica de la siguiente manera:
“Con el término infalible aplicado a la Biblia, sencillamente
queremos decir que las Escrituras poseen una autoridad indefectible…
no pueden nunca fallar en sus juicios o declaraciones. Todo cuanto
enseña posee una autoridad irrefutable y absoluta que no puede ser
contravenida, contradicha o refutada. La Biblia es indefectible, incapaz
de ser demostrada como falsa, errónea o equivocada. Aunque pasen el
cielo y la tierra, sus palabras de verdad permanecerá n para
siempre”.103
La ú ltima oración de Young indica que el mismo Jesú s afirma la
impecable autoridad de las Escrituras cuando les dice a sus discípulos que
“hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la
ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mt. 5:18). Jesú s habla de forma
parecida
cuando les dice a los judíos que “la Escritura no puede ser quebrantada”
(Jn. 10:35).
Por supuesto, no todos los teólogos concuerdan con esta idea, incluyendo
algunos evangélicos profesos. Clarence Bass, por ejemplo, prefiere definir
de manera má s restringida el propósito de las Escrituras, diciendo que su
propósito es sencillamente dar una revelación verdadera de Cristo, y no
brindar verdades precisas con respecto a otras contingencias.104 Sin
embargo, no existe base bíblica o teológica para este propósito infalible y
unidimensional. En lugar de ello, esta preferencia le permite a Bass y a
otros afirmar algú n tipo de infalibilidad bíblica al tiempo que niegan la
inerrancia verbal (palabra por palabra).
La dificultad de este tipo de definición estrecha es la falta de criterios
objetivos para determinar lo que comprende la “verdadera revelación sobre
Cristo”. Como afirmamos anteriormente en el debate sobre la “Teoría
moral” de la inspiración, el hecho de no tener criterios objetivos para tales
decisiones es un serio error.
Inerrancia
El significado de inerrancia
Inerrancia significa sin error. O, como declara Grudem de forma má s
completa: “La inerrancia de la Biblia significa que la Biblia en los
manuscritos originales no afirma nada que sea contrario a la verdad”.105
Paul Feinberg enfoca el problema desde otro á ngulo, diciendo que
la inerrancia significa que las Escrituras son “completamente verdaderas”,
y confiesa que también esto significa que “nunca son falsas”.106
Aquí resulta importante señalar que la inerrancia argumenta a favor de la
fidelidad de la afirmación, y no necesariamente a favor de la exactitud de
ésta. La fidelidad significa que lo que se afirma en las Escrituras es una
aseveración correcta de hechos o principios. Es decir, las Escrituras
representan una situación correcta a través de sus afirmaciones. Sin
embargo no hay garantía de que estas afirmaciones correctas estén
redactadas de forma exacta, como ilustra Feinberg: “La inerrancia no exige
una adherencia estricta a las reglas de la gramá tica”.107 A. A. Hodge y
Warfield concuerdan diciendo:
“Nadie afirma que la inspiración haya garantizado el uso de un
griego impecable o de un lenguaje marcado por una pureza rigurosa,
libre de toda forma de exageración e imprecisiones propias del lenguaje
coloquial. Lo que sí es seguro es que se utilizaron expresiones precisas
de verdad, aunque éstas fuesen comunicadas, por increíble que parezca,
a través de un idioma griego de muy bajo nivel como el que podía
escribir un pescador de Galilea, y a través de las figuras retóricas má s
asombrosas que un campesino hubiese podido inventar”.108
El argumento aquí es que las reglas gramaticales son prá cticas humanas,
que en ú ltima instancia no son obligatorias para Dios; él es libre de
comunicarse a través de sus propias reglas. De forma parecida, Sinclair
Ferguson apunta: “La gramá tica es una cuestión de costumbre y desarrollo,
y no (por lo general) de verdad y error. En cualquier caso, la infalibilidad de
las Escrituras [el autor parece referirse aquí a la inerrancia] no podía
comprometerse debido a desaciertos gramaticales, como tampoco su
significado podía verse alterado por ellos”.109 En resumen, la inerrancia
garantiza la verdad, no así una conformidad absoluta con las prá cticas
humanas.
La evidencia de la inerrancia
¿ Enseña la Biblia acerca de su propia inerrancia? ¿ O será la inerrancia
sencillamente una deducción lógica alcanzada por mentes piadosas, como
han afirmado recientemente algunos evangélicos? Indudablemente la Biblia
enseña su propia inerrancia al aseverar su propia veracidad. Para apoyar
esta afirmación brindamos aquí dos argumentos generales de evidencia
bíblica: (1) Se dice explícitamente que las Escrituras son veraces, y (2) El
cará cter de un Dios trino exige que su revelación verbal a través de las
Escrituras sea cierta.
En cuanto al primero, David asegura en el Salmo 12:6 que: “Las palabras
de Jehová son palabras limpias, como plata refinada en horno de tierra,
purificada siete veces”. Las palabras de Dios aquí se refieren a la promesa
divina de protección hecha en el versículo 5. Sus promesas son confiables
porque son “limpias” (tahor: limpio, sin tacha), purificadas siete veces; es
decir, absolutamente verdaderas. En el Salmo 19:7-9 David escribe seis
declaraciones acerca de la revelación especial de Dios en palabras; cada una
contiene un nombre especial, un atributo y el efecto que produce esta
palabra. Todos los adjetivos que aparecen entre el versículo 7 y el 9 dan la
idea de una verdad absoluta —perfecta, fiel, recta, pura, limpia y verdad—
todos estos términos son sinónimos de ‘inerrante’. Ademá s, en la profecía
de Agur en Proverbios 30:5, se dice que la Palabra de Dios es “limpia”
(tsaraph), término utilizado en la fundición de metales y que conlleva la
idea de que algo es purificado de toda escoria y refinado, (NVI, “digna de
crédito”).110
En cuanto al segundo argumento, Dios el Padre, quien inspiró las
Escrituras (2 Ti. 3:16), es veraz. Una ocasión inusual dentro del profetismo
del Antiguo Testamento fue cuando el hechicero Balaam fue obligado a
hablar la verdad de Dios sobre Israel, prologando uno de sus orá culos con
esta frase: “Dios no es hombre, para que mienta” (Nm. 23:19). El profeta
Samuel confrontó al apóstata Saú l por su desobediencia anunciando la
posterior disolución de su reino, una amenaza que fue irrevocable por el
hecho de que “la Gloria de Israel no mentirá ” (1 S. 15:29). Juan testificó
que “Dios es veraz” (Jn. 3:33, alethes: sincero, veraz, franco, confiable,
etc.). Pablo afirmó lo mismo acerca de Dios en Romanos 3:4: “… antes bien
sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso”. En otro pasaje él dice que “Dios,
que no miente” (Tit. 1:2). El escritor de Hebreos también dice: “es
imposible que Dios mienta” (He. 6:18). También, Dios-Hijo, el mediador
en la inspiración, es verdad. Cristo testifica de sí mismo diciendo que él es
“la verdad” (Jn. 14:6). Y Dios, el Espíritu Santo, el agente de la inspiración,
es verdad: “Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la
verdad [aletheia]” (1 Jn. 5:6).
Para explicarlo de forma má s sencilla aun, el siguiente silogismo
hademostrado ser conclusivo: (1) La palabra de Dios (es decir, su
comunicación) es completamente veraz e inerrante; (2) la Biblia es la
Palabra de Dios; (3) por tanto, la Biblia es completamente veraz e
inerrante.111 En resumen, el tipo de Biblia en la que el individuo cree es
directamente proporcional con el tipo de Dios en el que cree.
Paul Feinberg sugiere de forma muy ú til la siguiente evidencia a favor de
la inerrancia que se expresa en cinco partes:
1. La enseñ anza de la Biblia con respecto a la inspiración
– 2 Timoteo 3:16
2. La enseñ anza de la Biblia con respecto a la designación del
mensaje de Dios y sus mensajeros
– Deuteronomio 13:1-5; 18:20-22.
3. La enseñ anza de la Biblia con respecto a su propia autoridad
– Mateo 5:17-20; Juan 10:34-35.
4. La enseñ anza de la Biblia con respecto a su propia utilización
de Escrituras antecedentes.
– Utilizació n de una sola palabra- ej. “señor” en Mateo 22:43-45; ver
Salmo 110:1; también “dioses” en Juan 10:34-35; ver Salmo 82:6112
– El tiempo de un verbo— ej. “Yo soy” en Mateo 22:32
– El nú mero en singular de un sustantivo— ej. “simiente”, en Gá
latas 3:16
5. La enseñ anza de la Biblia con respecto al carácter de Dios
– Tito 1:2, et al.113
El Lenguaje Humano
Se debe reiterar que el lenguaje humano es un medio adecuado para
transmitir de forma inerrante la revelación verbal de Dios. La Biblia
claramente demuestra esto cuando equipara las palabras de los autores
humanos con las palabras de Dios. Por ejemplo, “las palabras de Jehová ” y
“las palabras de Jeremías” se usan indistintamente en un caso (Jer. 36:6, 8,
10-11). También, el mandato de Pablo a los corintios se equipara con la
palabra del Señor (1 Co. 14:37).
Ya en el primer capítulo debatimos sobre la lógica de la aptitud del
lenguaje humano. Allí se enfatizó que el hombre fue creado a la imagen de
Dios, y es, por tanto, un ser personal y comunicativo. De hecho, esto se
presupone en las pá ginas iniciales de las Escrituras cuando Moisés relata
las conversaciones de Dios con el hombre (ver Gn. 1:28-30; 2:16; et al.).
Aquí también es necesario decir que la soberanía de Dios hace que el
lenguaje humano sea adecuado. Es decir, Dios creó al hombre con
capacidad para el lenguaje para que este pudiese ser un medio suficiente
para la revelación. Por tanto, decir que el lenguaje humano es inadecuado es
equivalente a decir que la voluntad y el poder de Dios pueden ser
frustrados.
Unido a estas dos ideas es importante recordar que los idiomas bíblicos
—el hebreo, el arameo y el griego— son claramente lenguajes humanos, y
no lenguajes celestiales ni santos. Y las formas literarias de la Biblia son
distintamente humanas, y abarcan los géneros humanos frecuentes de la
poesía, la narrativa, la apocalíptica y la pará bola, entre otros.
Un apunte final resulta ú til. Dios ciertamente adapta las verdades
infinitas para permitir su comunicación a través del lenguaje humano finito.
Un claro ejemplo de esto es la ocurrencia del antropomorfismo. El
antropomorfismo es un recurso literario que atribuye descripciones
humanas y corporales a Dios con el objetivo de ilustrar metafóricamente
algo sobre él. Por ejemplo, las Escrituras describen a Dios como que posee
ojos (2 Cr. 16:9), manos y orejas (Is. 59:1), y brazos (Is. 30:30) mientras
que al mismo tiempo afirman que Dios es un Espíritu invisible (Jn. 4:24), y
que no posee forma intrínseca o corporal. Es por ello que estas
descripciones son claramente metafóricas.
Los objetivos metafóricos a los cuales estos tributan son los siguientes.
En primer lugar, el antropomorfismo es ciertamente una manera de adaptar
la verdad infinita sobre Dios a la finita comprensión humana. Tal y como
apunta Ramm: “Hacen que el conocimiento de Dios sea ‘representable’ es
decir, imaginable y por tanto asimilable”.124 Este tipo de lenguaje
adaptado era visto en la filosofía griega como crudo e impuro.
Curiosamente, esta forma de pensar puede haber influenciado a aquellos
que trabajaban en la Septuaginta y puede tal vez explicar por qué algunos
casos de antropomorfismo fueron eliminados.125 Un segundo objetivo es
que el antropomorfismo preparaba las mentes humanas para el
advenimiento de Cristo. Es decir, eran garantías y precursores de la
verdadera encarnación de Dios en forma humana.126
La Cultura Humana
El lenguaje y la cultura son inseparables. El lenguaje estructura el medio
ambiente del hablante, y su medio se refleja en su lenguaje. Las evidencias
de esta interconexión permean las Escrituras, y cada autor refleja su propia
cultura (por ejemplo, varias costumbres matrimoniales, la vestimenta, los
sistemas de medición, los ritos funerarios, etc.). Se podrían plantear dos
interrogantes: (1) Estas evidencias culturales, ¿ hacen que la Biblia sea un
libro atado a la cultura? (2) ¿ Se ve imposibilitada la inerrancia debido a la
situación cultural de un autor? Es decir, ¿ se ve afectado el mensaje
inevitablemente debido a la cultura pecaminosa del autor? Ambas preguntas
pueden responderse de forma negativa. La capacidad de la Biblia de
trascender la cultura está vinculada con su capacidad de comunicar verdad
infinita. Y en primer lugar, su capacidad de transcender los errores de la
cultura está vinculada con su capacidad de utilizar (de forma inerrante)
seres humanos errantes.
Acerca de este ú ltimo punto, algunos han sugerido ciertamente que la
adaptación de las Escrituras al lenguaje humano implica necesariamente
una adaptación de los errores culturales en su presentación de las
afirmaciones acerca de la verdad. Es por ello que a veces las afirmaciones
sobre la verdad deben ser separadas de la errónea cá scara cultural que las
rodea. Sin embargo, existe una diferencia importante entre el adaptarse a la
finitud humana y el adaptarse al error para enseñar la verdad.127 Tal y
como dice Warfield:
Una cosa es adaptar la enseñanza de la verdad al estado de
receptividad del oyente, y otra muy diferente es adoptar los errores de
la época como si fuesen los tópicos que realmente deben enseñarse.
Una cosa es abstenernos de despertar innecesariamente los prejuicios
del oyente para que la verdad penetre de forma má s pronta, y otra muy
diferente es adoptar esos prejuicios como nuestros e inculcarlos como
si fuesen verdades de Dios. Fue una cosa que Pablo se convirtiese en
“todas las cosas para todos los hombres” para poder ganarlos para la
verdad, y otra muy diferente que Pedro disimulara en Antioquía y
confirmara a la gente en su error.128
Personalidad Humana
Como ya hemos debatido también, las Escrituras dan clara evidencia de
las personalidades de los autores humanos. Sus distintos temperamentos,
reacciones, intereses, humores, y estilos se demuestran por doquier. Se
sostiene que éstas son expresiones genuinas de humanidad. Es decir,
Jeremías era ciertamente el “profeta llorón” (Jer. 9:1), a diferencia de Isaías,
quien era má s sofisticado y reservado. Los intereses de Lucas como médico
eran de cierta forma genuinamente diferentes de los de otros escritores de
los evangelios (ver Lc. 10:25; 14:1-14). Otros ejemplos podrían darse
ademá s.
Definición y Análisis
Charles C. Ryrie sentó las bases para el pensamiento dispensacional en la
ú ltima mitad del siglo XX con sus libros y artículos; y, su
pensamiento
bá sico se refleja aquí.1 Ryrie ha dado la definición má s precisa y
definitiva de dispensacionalismo; ésta será muy ú til para estructurar lo
que sigue: “Una dispensación es una economía, o administración, distinguible
en el cumplimiento del propósito de Dios”.2 Los tres elementos de la
definición se pueden explorar por parte.
Primero, Ryrie enfatiza la idea de una “economía,” una palabra que se
deriva de la palabra griega oikonomi.3 De hecho, tres palabras griegas
iluminan lo que Ryrie quiere decir: oikonomia, oikonomos, oikonomeo.
Estas palabras se usan colectivamente veinte veces en el Nuevo Testamento
y se refieren al oficio de mayordomo, al mayordomo mismo, y a la función
de mayordomía.4 Esto, como se mostrará , enfatiza en que una dispensación
es una mayordomía o administración de la revelación de Dios, lo cual es
má s apropiado que el énfasis en un período de tiempo, como lo hicieron
muchos dispensacionalistas anteriores, particularmente La Biblia de Estudio
de Scofield 5 y Biblia Anotada de Scofield.6
En segundo lugar, las dispensaciones son “economías que se distinguen”.
Es decir, hay algunos rasgos en cada economía en particular que la hacen
suficientemente diferente de las anteriores o las siguientes economías. El
rasgo que crea tales distinciones es la revelación, específicamente la
revelación progresiva. En otras palabras, no toda revelación da lugar a una
nueva economía. Por ejemplo, durante los quince siglos de la dispensación
de la Ley, los distintos profetas dieron de manera acumulativa una gran
cantidad de revelación nueva, pero el contenido no era progresivo en el
sentido que alteraba en esencia la economía existente.7 De hecho, a pesar
de toda esta nueva revelación, Jesú s indica que la relación que comenzó en
el Sinaí era aú n operante durante su propio ministerio (Mt. 8:2-4; 23:2-3;
ver también 5:17).8
En tercer lugar, estas distintas economías con su revelación progresiva
son parte del “propósito de Dios”. Es Dios quien traza el curso de la
historia, al dispensar revelación nueva e inaugurar nuevas economías segú n
su propia voluntad. Su propósito en todo esto, como en todo lo demá s,
es expresamente su propia gloria (Ro. 11:36) —no existe propósito má s
grande o sublime. En este sentido, las distintas administraciones
exigen responsabilidades sobre los seres humanos para que administren
la nueva revelación de tal manera que Dios reciba la gloria.
Discontinuidad: Revelació n Progresiva
La revelación progresiva es la maquinaria del dispensacionalismo. Esta
idea de revelación progresiva se presenta, por ejemplo, en Hebreos 1:1:
“Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados
en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha
hablado por medio de su Hijo”. En otras palabras, la propia revelación de
Dios antes de Jesucristo y el comienzo del escatón fue dividida. Dios
desplegó su revelación de una manera combinada de dos dimensiones:
Como él quiso darla y como los seres humanos la recibieron. Es, por tanto,
este énfasis en el progreso el que impide un punto de vista puramente lineal
del trato de Dios con la humanidad, que a menudo se reflejó en el antiguo
dispensacionalismo. La revelación progresiva enfatiza en el movimiento de
la historia hacia una meta, lo que la Escritura describe como “el
cumplimiento de los tiempos” (Ef. 1:10), un período que los
dispensacionalistas llaman el reino milenario. Esta idea de progreso
también ayuda a enfatizar en que cada dispensación se construye sobre la
dispensación que la precede, creando un enfoque escalonado que ve tanto la
discontinuidad (o sea, progreso) como también la continuidad.
Y, aunque todavía es un tema de debate interno, el dispensacionalismo ha
definido tradicionalmente siete economías. Estas aparecen en el siguiente
grá fico, junto con la ilustración del progreso y continuidad inherente al
enfoque.9
Continuidad y Discontinuidad
La nueva revelación de Dios y los principios continuativos le dan tanto
continuidad como discontinuidad al plan ú nico y revelador de Dios. Como
se ha demostrado, la nueva revelación que lanza una nueva dispensación da
una medida de discontinuidad al plan de Dios, mientras que la revelación
continuativa da una medida de continuidad.
Los teólogos de la Teología del Pacto justifican muy bien la continuidad
en su esquema, pero no dejan espacio para ninguna discontinuidad
fundamental debido a su énfasis en el tema redentor progresivamente
revelado. Por esta razón, una dispensación en el pensamiento basado en el
pacto es simplemente un desempeño cronológico del ú nico pacto de
gracia.13
Rasgos Primarios y Secundarios de una
Dispensació n14
Los rasgos primarios son aquellos sin los cuales no podría haber orden
dispensacional. Estos incluyen revelación específica de Dios, una relación
de gobierno entre Dios y el mundo (o una parte del mismo), y la
correspondiente responsabilidad del hombre. Los rasgos secundarios son
aquellos sin los cuales todavía sería teóricamente posible tener un orden
dispensacional. Estos incluyen una prueba, un fracaso, y un juicio, los
cuales son factores que, en verdad, ocurren con cada dispensación pero no
son necesarios para una dispensación. El dispensacionalismo tradicional los
incluía como ingredientes necesarios.
La prueba es similar pero no idéntica a la característica primaria de la
responsabilidad humana. En ese sentido, la prueba es la misma en todas las
economías: ¿ Obedecerá el hombre a Dios y cumplirá sus
responsabilidades dispensacionales con fe? De hecho, un período probatorio
fue una parte integral de la primera dispensación en el Edén, pero parece
que fue concebido para que fuese una experiencia ú nica. Es decir, no
parece que Adá n y Eva estuviesen sujetos a prueba todos los días hasta la
Caída, como tampoco está el pueblo de la Tierra hoy bajo una continua
prueba, como lo estaban los habitantes del Edén. De hecho, si Adá n
hubiera obedecido a Dios y no hubiera comido del á rbol prohibido,
probablemente hubiera sido confirmado en santidad y ni él ni su posteridad
hubieran sido probados otra vez. Dios podría haber introducido una nueva
dispensación en un plano superior con una nueva revelación y llevado
a cabo un programa dispensacional completo sin pruebas posteriores y sin
posibilidades posteriores de pecado.
Un fracaso es también parte de cada dispensación pero no necesaria. El
fracaso o caída no es un rasgo necesario. Aun así, aunque no es inevitable,
la mayoría de las economías, (si no todas), presentan caída culminante. Paul
Nevin formula la caída en cada economía en al menos dos dimensiones: (1)
gubernamental—en la que el hombre por lo general falló en el
cumplimiento de sus responsabilidades dispensacionales—y (2) redentora
—en la que el hombre, en su mayor parte, falló al no creer a Dios y recibir
reconciliación y perdón.15
Un juicio como clímax no es endémico tampoco de un programa
dispensacional pero puede verse como un suceso en cada una de las
administraciones, tales como la maldición edénica de la dispensación de la
Inocencia, la confusión de las lenguas y la dispersión en la Torre de Babel
en la dispensación del Gobierno Humano, la esclavitud egipcia en la
dispensación de la Promesa, el saqueo de Jerusalén y la dispersión de Israel
(ambos en 586 a. de C. y 70 d. de C.) en la dispensación de la Ley, y el
auge del Anticristo después del Arrebatamiento y el subsiguiente período de
Tribulación resultante de la apostasía de la iglesia profesante en la
dispensación de la Gracia.
Las Dispensaciones
A continuación será n analizadas las siete dispensaciones, con especial
atención en la revelación progresiva que dio lugar a cada una. Estas
exploraciones, que comienzan con una breve introducción, será n divididas
posteriormente en dos direcciones: (1) nueva revelación y (2) nuevas
responsabilidades.
Inocencia
La primera dispensación comenzó con la creación y terminó con la Caída
en el pecado. Se le llama Inocencia no porque Adá n y Eva fueran
moralmente ignorantes, sin conocimiento alguno de lo bueno y malo o
porque fueran moralmente neutrales, ni pecadores ni santos. Má s bien, esto
se refiere a la santidad auténtica, aunque no confirmada, con la que fueron
creados Adá n y Eva.22 Es decir, cada uno tenía una naturaleza santa pero
no un cará cter santo, algo que sólo viene a través de la experiencia, por el
ejercicio de la obediencia en la esfera moral.
Revelación nueva (inicial)
Lo siguiente es una lista de la revelación registrada que Dios les dio a
Adá n y Eva.
•
El Mandato de Reproducirse y Llenar la Tierra23
Génesis 1:28
•
El Mandato de Someter la Tierra24
Génesis 1:28
•
El Mandato de Gobernar Sobre los Animales25
Génesis 1:28
•
El Mandato de Comer V egetales26
Génesis 1:29-30
•
El Mandato de Cultivar el Jardín27
Génesis 2:15
•
El Mandato de Abstenerse del Árbol del Conocimiento del Bien y
del Mal28
Génesis 2:17
Nuevas (iniciales) responsabilidades
La responsabilidad del hombre era obedecer a Dios, al reconocer su
señorío y dominio, y así ser confirmado en santo cará cter. En su autonomía
centrada en el yo, el hombre se rebeló contra Dios y comió el fruto
prohibido. Entonces, el juicio de Dios, consistió en la maldición sobre el
hombre, la mujer, la serpiente y la tierra (Gn. 3:14-19). La entrada del
pecado también trajo la separación y la muerte (Ro. 5:12), ilustrada de
manera vívida por la expulsión de Adá n y Eva de la presencia de Dios en el
Huerto del Edén (Gn. 3:24).
Conciencia
La dispensación de la conciencia se extendió desde la Caída hasta el
Diluvio de Noé. En ella el gobierno de Dios fue mediado a través de la
interacción de su Espíritu con la conciencia humana. Por supuesto, la
conciencia humana era operativa en la dispensación precedente (y en
dispensaciones posteriores); sin embargo, no formó previamente la base
para el gobierno de Dios.29
El texto clave que demuestra el método de gobierno interno de Dios en
esta dispensación es Génesis 6:3:30 “Entonces el SEÑ OR dijo:
No contenderá mi Espíritu para siempre con el hombre, porque
ciertamente éles carne. Será n, pues, sus días ciento veinte años” (LBLA).31
Este versículo indica que el gobierno de Dios (“contender”) no sólo era
interno sino que también este arreglo era temporal (“ciento veinte años”).
Una confirmación posterior del gobierno interno de Dios se ve en la
“señal” dada a Caín (Gn. 4:15), la cual fue evidentemente algú n tipo de
milagro que acompañaba la promesa de la protección de Dios. Obviamente,
esto fue necesario para la sobrevivencia de Caín ya que no existía todavía
ninguna autoridad externa que pudiera proveer para su seguridad.32
Nueva revelación
La dispensación de la Conciencia se basa en dos (posiblemente tres)
líneas de revelación nueva. Primera, después del fracaso de Adá n y Eva,
Dios les dio lo que se llama el protoevangelio, las primeras buenas nuevas
(Gn. 3:15), recordá ndoles a ellos (y a todos los seres humanos) que el mal
sólo puede ser conquistado por prerrogativa divina. De manera específica,
el primer evangelio entrañó una antipatía divinamente colocada entre la
serpiente (Sataná s) y la mujer (Eva). Esto era necesario simplemente
porque si Eva (o cualquier humano) iba a recibir el rescate de la
depravación y la culpa, ella tenía que aborrecer a Sataná s.33 Má s allá ,
este primer evangelio también se refirió al odio entre la simiente de la
serpiente y la de la mujer, refiriéndose a la lucha a lo largo de la historia
entre creyentes y no creyentes.34 Por ú ltimo, este primer evangelio
también aludió a la victoria final de Dios sobre Sataná s, personificada en la
simiente de la mujer. Dios le dice a Sataná s que “ésta [la simiente de la
mujer] te herirá en la cabeza, y tú le herirá s en el calcañar” (Gn.
3:15).35 En resumen, esta promesa (de manera indirecta) indicaba que
alguien, en algú n momento, y de alguna forma derrotaría completamente
a Sataná s y derrotaría al mal (y sus efectos
—culpa y enemistad con Dios) en el proceso.36
La segunda línea de nueva revelación implicaba la necesidad de sacrificio
con sangre. Esto se ve en las cubiertas que les proveyó Dios a Adá n y a
Eva después que pecaron (Gn. 3:21) y en la narrativa que sigue
detallando los
diversos sacrificios de sus hijos, Caín y Abel (Gn. 4:1-5). Aunque existe el
debate en el primer caso, parece claro que la ropa de pieles de animales que
Dios proveyó no era simplemente para vestirse, ya que Adá n y Eva
noestaban técnicamente desnudos en ese tiempo (Gn. 3:7). Aun má s que
esto, varios factores adicionales sugieren algo má s aquí que la intención de
simplemente vestirlos.
En primer lugar, la muerte implícita de un animal sugiere que una pena
moral estaba a la vista, ya que antes de la Caída no había pecado y, por
tanto, no había muerte. En segundo lugar, la muerte fue impuesta por Dios
mismo. Esto parece implicar una satisfacción penal necesaria para la culpa
moral de Adá n y Eva. Y, en tercero, las tú nicas de pieles de Dios para Adá
n y Eva sugieren la aplicación de la muerte del sustituto en lugar de ellos
(o sea, animales sin culpa por pecadores culpables). Esta aplicación
también proclama propiciación, la satisfacción de la ira de Dios.
Una tercera línea posible de revelación nueva tiene que ver con los
apuntes que hace Judas en su corta epístola (vs. 14-15). En estos versículos
Judas habla de las profecías de Enoc concernientes a la venida del Señor
para juzgar a los impíos. Al ser el ministerio de Enoc contemporá neo con el
tiempo en cuestión (Gn. 5:18-24), su revelación figuraría necesariamente en
la estructura reveladora de esta administración, aunque es imposible decir
cómo iba a ser esto.
Nuevas responsabilidades
El hombre era responsable de responder ante Dios pues su gobierno era
mediado a través de la conciencia. La obediencia traería como resultado que
el hombre trajera un sacrificio de sangre que fuera aceptable, con un
corazón confiado en el protoevangelio. Por supuesto, añadido a esto,
estaban las responsabilidades continuativas de la primera dispensación,
concretamente la responsabilidad del hombre de “reproducirse y
gobernar”37 (traducción al español de la versión en inglés NET).
Desafortunadamente, esta dispensación también habla de fracaso
culminante. Caín rehusó traer la ofrenda prescrita y esa fue rechazada (Gn.
4:3, 7), conduciéndolo al asesinato de su hermano Abel como represalia
(Gn. 4:8). Esto a su vez dio lugar a la civilización impía de Caín, que fue
marcada por la sensualidad (Gn. 4:19) y la brutalidad (Gn. 4:23-24). Este
fracaso se eclipsa solamente por el matrimonio de los de la simiente justa de
la mujer (los creyentes) con los de la simiente impía de la serpiente (no
creyentes), algo que contribuye finalmente a llenar la tierra de maldad y
violencia (Gn. 6:5-12). Este fracaso culminante trajo aun má s juicio
culminante cuando Dios destruyó a todos excepto a ocho de la raza humana
con un diluvio universal (Gn. 6:13—8:19).
Gobierno Humano
La dispensación del Gobierno Humano se extendió desde el Diluvio hasta
Abraham.38 En ella, el gobierno de Dios fue mediado a través de
restricciones externas y judiciales de gobierno humano.39
Nueva revelación
Esta dispensación estaba compuesta de cuatro nuevas líneas de
revelación.40 La primera y má s esencial, Dios instituyó el gobierno civil, al
incluir la sanción (penal má xima) de la pena capital (específicamente por
asesinato, Gn. 9:6). La base de esta ú ltima sanción era que el asesinato
premeditado arremete contra el mismo centro de la personalidad humana —
el hombre como portador de la imagen de Dios. Por consiguiente, en
respuesta a esta clase de delito contra Dios y el hombre, la vida del asesino
era tomada por el estado —hombre en el sentido colectivo (“por el hombre
su sangre será derramada”).41 La segunda, Dios reveló que pondría en los
animales el temor al hombre (Gn. 9:2). Este parece haber sido un objetivo
muy prá ctico en este momento particular de la historia humana cuando la
raza humana se había reducido a ocho personas meramente. Es decir, para
que la humanidad se propagara y volviera a llenar la tierra, se necesitaba
algú n tipo de protección de las naturalezas rapaces de ciertas bestias que
habían sobrevivido al Diluvio, en el arca. En tercer lugar, Dios permitió que
el hombre tuviera una dieta de carne (Gn. 9:3-4).42 La cuarta, Dios hizo un
pacto con Noé y la raza humana, al prometer que nunca enviaría otro
diluvio universal (Gn. 9:8-17).43
Nuevas responsabilidades
El hombre era responsable de gobernar para Dios y creer en el Pacto
Noético. Al hacerlo, tenía que proteger la santidad de la vida humana
gobernando con disciplina y haciendo prevalecer la justicia sobre la tierra.
El fracaso del hombre es culminante otra vez, evidenciado por la falta de
autocontrol de Noé y, por lo tanto, su incapacidad para gobernar para Dios
(Gn. 9:21) y, aun, por la negativa de la humanidad en general a llenar la
tierra (Gn. 9:7; cp. 11:4).44 El juicio de Dios culminó con la confusión del
lenguaje humano y la consiguiente dispersión de la raza humana (Gn. 11:7-
9).
Promesa
La dispensación de la Promesa45 se extendió desde Abraham hasta el
Sinaí (aproximadamente del 2090 a. de C. al 1445 a. de C.).46 El nombre
de la dispensación, y su base reveladora, proviene de la nueva promesa de
Dios hecha a Abraham.47
Nueva revelación
Esta promesa a Abraham, llamada el Pacto Abrahá mico, constituyó
la nueva revelación de esta dispensación. Y, este pacto tenía tres
amplias provisiones. La primera, Dios prometió a Abram (Abraham, Gn.
17:5) una simiente, una posteridad (Gn. 12:2; 13:16; 15:13;
17:2, 6). Esta promesa extendió y
fomentó explícitamente la promesa que Dios había dado a Adá n y a Eva
después de su caída (Gn. 3:15).48 Esta simiente prometida, siguiendo el
linaje de Set (Gn. 4:25-26), se remontaba a Noé, su hijo Sem, y finalmente
a Tera y su hijo Abram (Gn. 10:21-31).49 La segunda, Dios prometió a
Abraham tierra (Gn. 12:1, 7; 13:14-15, 17; 18:18-21). Esta tierra tenía
límites específicamente definidos, al extenderse “desde el río de Egipto
hasta el gran río, É ufrates” (Gn. 15:18),50 y era la posesión eterna de
Abraham (cp. Gn. 13:15). La tercera, Dios prometió bendecir a Abraham y
bendecir a otros por medio de Abraham (Gn. 12:2-3; también 22:17).51
Esta bendición consistía tanto en bendiciones temporales, materiales (Gn.
13:2) como bendiciones espirituales, las cuales se extenderían desde
Abraham hacia “todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3; cp. 22:18; 26:4;
28:14). Esta ú ltima bendición aguarda el cumplimiento final cuando el Hijo
mayor de Abraham, Jesú s, gobierne el mundo en el reino milenario.52
Nuevas responsabilidades
En este pacto con Abraham se le confiere al hombre una responsabilidad
de cuatro dimensiones. Por supuesto, esta responsabilidad se aplicaba
especialmente a los patriarcas, pero también a cualquier otro que deseara
una relación correcta con Dios (ej., Melquisedec).
En primer lugar, el hombre era responsable de creer en las promesas del
pacto. Como en todas las dispensaciones anteriores, se requería la fe en la
revelación de Dios no sólo para la redención del pecado sino también para
el cumplimiento de las obligaciones dispensacionales (Gn. 15:6).
En segundo lugar, el hombre era responsable de recibir la señal del pacto
—el rito de la circuncisión (Gn. 17:10, 14, 23). Como en la mayoría de los
pactos bíblicos, el Pacto Abrahá mico incluía una señal como recordatorio
tangible del pacto.53 Y, este rito era tan importante que rechazarlo traía
como consecuencia la ejecución o exilio del miembro del pacto (“eliminado
de su pueblo” Gn. 17:14).54
En tercer lugar, el hombre era responsable de estar separado de las demá
s naciones. Esta separación fue esencialmente una prohibición en contra de
los matrimonios mixtos con naciones paganas, porque los mismos diluirían
la simiente prometida de Abraham y finalmente disolverían el pacto, con
todas sus provisiones y ramificaciones.55 Esta obligación se ilustra cuando
ambos, Isaac y (después) su hijo Jacob está n listos para casarse. Ambas
esposas se escogen de entre los familiares y no de la civilización canaanita
de los alrededores (Gn. 24:3-4, 10; 27:46—28:4). De hecho, en el primer
caso, Abraham prohíbe de manera específica la selección de una mujer
canaanita para su hijo Isaac.
En cuarto lugar, el hombre era responsable de permanecer en la tierra de
la promesa. Dios le declara esta responsabilidad a Isaac en un tiempo de
hambruna en Canaá n, prohibiéndole que saliera de Canaá n y se
restableciera en la tierra, potencialmente má s fértil, de Egipto (Gn. 26:2-
3a).56
Esta dispensación evidencia el fracaso culminante y también el juicio que
le seguía. El fracaso se hace evidente en la mentira, la desconfianza y la
(misma) presencia57 de Abraham en Egipto (Gn. 12:10-12). El fracaso de
Abraham también es evidente estando en Gerar, durante un tiempo de
hambruna, en su actuación repetida de duplicidad en Egipto (Gn. 20), en su
falta de fe en asumir la paternidad de un hijo con Agar (Gn. 16), y en su
postura de que la simiente del pacto vendría a través de este hijo (Gn.
17:18). Se evidencia un fracaso posterior en el engaño de Isaac en Gerar
(Gn. 26) y en el engaño de su hijo Jacob a su hermano Esaú (Gn. 27).
El fracaso culminante llega con la ida de Jacob a Egipto y la subsiguiente
esclavitud de Israel durante cuatrocientos años en ese lugar (É x. 12:40).
Aunque la providencia de Dios ciertamente reinó en la persona de José
(concediéndole a Israel gracia aun después de su muerte), la dureza de la
vida en Egipto (É x. 1:8-14) parece apuntar a un juicio fundamental causado
por la desconfianza y la desobediencia de Israel, actitudes que son má
snotables en su mayú scula, suprema apostasía, (Lv. 17:7; Jos. 22:17;
23:14- 15; Ez. 20:7; Am. 5:25-27).58
La Ley
La dispensación de la Ley se extendió desde el otorgamiento de la Ley en
el Sinaí (ca. 1445 a. de C.) hasta el Día de Pentecostés (primer siglo d. de
C.). El título Ley proviene de la Ley de Moisés, la cual era el instrumento
legal gobernante que mediaba el gobierno de Dios en esta era (É x. 19:6). Y,
fue esta Ley la que proveyó el nuevo orden dispensacional.59
Nueva revelación
La nueva revelación consistía en el Pacto Mosaico, un código legal
exhaustivo que comprendía aspectos civiles, ceremoniales y morales. A la
vez que regía la vida en estas tres á reas, la Ley misma era una unidad
indivisible (Stg. 2:10).
Nuevas responsabilidades
Solamente a Israel fue dada esta nueva Ley y sus responsabilidades. Por
ejemplo, Moisés deja dicho: “Así dirá s a la casa de Jacob, y anunciará s
a los hijos de Israel” (É x. 19:3). Y, Dios resume la entrega de la
Ley, diciendo, “Estos son los estatutos, ordenanzas y leyes que estableció
Jehová entre sí y los hijos de Israel en el monte de Sinaí por mano de
Moisés”. (Lv. 26:46). Má s adelante, con respecto a las añadiduras al pacto
que se hicieron en las llanuras de Moab al final de la peregrinación por el
desierto, Moisés informa: “Estas son las palabras del pacto que Jehová
mandó a Moisés que celebrase con los hijos de Israel en la tierra
de Moab, ademá s del pacto que concertó con ellos en Horeb” (Dt. 29:160).
El salmista de igual manera fue restrictivo en relación con los
destinatarios de la Ley: “[Dios]Ha manifestado
sus palabras a Jacob, sus estatutos y sus juicios a Israel. No ha hecho así
con ninguna otra de las naciones; y en cuanto a sus juicios, no los
conocieron” (Sal. 147:19-20). De hecho, uno de los ú ltimos mandamientos
a Israel en el Antiguo Testamento es “Acordaos de la ley de Moisés mi
siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel”
(Mal. 4:4). Pablo de manera similar afirmó que de Israel “de los cuales
son... la promulgación de la ley” (Ro. 9:4).
Entonces, la responsabilidad de Israel (y los prosélitos) fue sencillamente
preservar toda la Ley (Lv. 18:5). Esto significaba perfecta obediencia a toda
la Ley, todo el tiempo y con los motivos perfectos. Pablo afirma esto, al
decir en Gá latas 3:10 que “...todos los que dependen de las obras de la ley
está n bajo maldición, pues escrito está : Maldito todo aquel que no
permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas”.
Santiago, también, habla de obediencia total, al argumentar que la
desobediencia en un á rea significaba desobediencia en todas las á reas (Stg.
2:10).61
Esta dispensación también terminó con fracaso culminante y juicio
subsecuente. De forma específica, Israel intentó establecer su propia justicia
y rechazó someterse a la de Dios (Ro. 10:1-3). Dios respondió a este fracaso
sistémico con las cautividades asiria y babilónica. Sin embargo, aú n
habrían de venir fracaso y juicio mayores. Israel crucificó al mesías
prometido de Dios y esto condujo al rechazo de la nación por parte de Dios,
la tardanza del programa de su reino (Mt. 21:43), la destrucción de
Jerusalén y la resultante dispersión de la nación en el 70 d. de C. (Lc.
19:42-44).
Digresió n: Cumplimiento perfecto de la Ley
La mención del requerimiento de perfecta obediencia suscita la pregunta
obvia: ¿ Se podía cumplir la responsabilidad plenamente? O, planteá
ndolo de otra manera, ¿ podría alguien realmente cumplir toda la Ley de
forma perfecta (todo el tiempo con móviles o intenciones perfectos)? Existe
una respuesta de dos dimensiones a la pregunta, una hipotética y otra real.
Hipotéticamente, o en principio, el cumplimiento perfecto de la Ley
prometía aceptación ante Dios. Levítico 18:5b afirma lo mismo: “Por tanto,
guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre,
vivirá en ellos. Yo Jehová ” (cp. Dt. 30:16; Neh. 9:29; Ez. 18:9; 20:11).
“Vivir” podría entenderse en un sentido estrecho para significar las
bendiciones de esta vida temporal (ej., longevidad) que normalmente
acompañaba a la fidelidad del pacto (cp. É x. 20:12; Dt. 5:16, 33; 28:1-14;
Pr. 3:9-10). Sin embargo, parece difícil limitar su foco de esta manera y
excluir toda la dimensión espiritual. Es cierto que un israelita podía
demostrar consentimiento externo y conformidad con el pacto y disfrutar
estos beneficios temporales, aun sin un corazón renovado. Pero, la vida
verdadera en el Antiguo Testamento va mucho má s allá de la inclusión de
las bendiciones redentoras que nacen de la fe en el Dios del pacto y su rey
teocrá tico. Moisés aclara este punto cuando dice que la Ley en efecto
ofrecía “la vida y la muerte y el bien y el mal” (Dt. 30:15) y “la vida y la
muerte, la bendición y la maldición” (v. 19). Pero, esta “vida” (que sí
incluía longevidad, cp. v. 20) se basa en el amor a Dios, la obediencia a su
voz, y el guardar sus mandamientos (30:16).
Jesú s refleja este pensamiento en su respuesta a la pregunta del joven
rico: “Maestro bueno, ¿ qué haré para heredar la vida eterna?” (Lc. 18:18).
La respuesta de Jesú s es, “Los mandamientos sabes” (v. 20), una
declaración (al parecer) enraizada en la promesa de Moisés en Levítico 18:5
e implicando que el cumplir los mandamientos traía vida. Pablo también
refleja este pensamiento al decir, “los hacedores de la ley será n
justificados” (Ro. 2:13) y en otro lugar que la Ley “era vida” (Ro. 7:10).62
Por otro lado, en realidad, o en la prá ctica, la Ley no era un medio de
justificación. Pablo dice, por ejemplo, “si por la ley fuese la justicia,
entonces por demá s murió Cristo” (Gá . 2:21) y “si la ley dada pudiera
vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley” (Gá . 3:21). El punto
de estos textos no es contradecir la conclusión anterior que la perfecta
obediencia de la Ley trae vida. Es decir, el problema no era con la Ley; de
hecho, como dice Pablo, “la ley a la verdad es santa, y el mandamiento
santo, justo y bueno” (Ro. 7:12). Má s bien el problema era que los que
guardaban la Ley la hicieron “débil por la carne” (Ro. 8:3). En resumen, la
pecaminosidad humana impidió la perfecta obediencia de la Ley y la vida
que esta obediencia prometía.
Gracia
La dispensación de la Gracia se extiende desde el Pentecostés hasta la
segunda venida de Cristo para establecer su reino milenario. El nombre
Gracia proviene de Juan 1:17, donde Juan dice que “la gracia y la verdad
nos han llegado por medio de Jesucristo,” y de Efesios 3:2, donde Pablo
habla “del plan de la gracia de Dios que él [le] encomendó...” La
dispensación de la Gracia es una economía que se caracteriza especialmente
por la gracia que vino con la vida y muerte de Jesucristo; su nombre no
implica que no había gracia anteriormente.
Nueva revelación
La nueva revelación de Dios es tan vasta que no puede reducirse
fá cilmente a un buen catá logo. En realidad se compone de nuevas
provisiones, promesas, mandamientos, y exhortaciones que resultaron de la
vida y muerte de Jesucristo. Esto incluye cómo acercarse a Dios por el
“camino nuevo y vivo” (He. 10:20), la iglesia como “un nuevo hombre”
(Ef. 2:15) y toda la revelación que acompaña esta nueva humanidad.
Nuevas responsabilidades
Las responsabilidades del hombre en esta dispensación tienen al menos
tres dimensiones. En primer lugar, él debe recibir el regalo de la justicia de
Dios, ofrecida a todos, por medio de la fe (Hch. 16:31). En segundo lugar,
debe unirse a una iglesia local. Esto incluye la responsabilidad de bautizarse
y las otras responsabilidades relacionadas con la membresía en la iglesia
(ej., asistencia, adoración, participación en la Cena del Señor, et al.; cp.
Hch. 2:41-42; He. 10:25). En tercer lugar, él tiene la responsabilidad de
llevar el evangelio al mundo (Mt. 28:18-20). Esta responsabilidad incluye
hacer discípulos, un término que señala conversión, bautismo y
participación en la vida de la iglesia.63
No es sorprendente que esta dispensación también termine en fracaso
culminante, algo que se ve de modo especial en el debate de Pablo sobre la
gran apostasía que ha de venir (2 Ti. 3:13) y el “inicuo” que será aceptado
universalmente seguidamente del Arrebatamiento de la iglesia (2 Ts. 2:6-
12). El juicio culminante seguirá otra vez al fracaso culminante, má
s notable en este caso en los siete años de tribulación.
Reino
Esta dispensación se extiende desde la segunda venida de Cristo,
siguiendo a la Tribulación, hasta la disolución de los cielos y tierra
presentes. Pablo habla de este tiempo como “reunir todas las cosas en Cristo
en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que está n en los
cielos, como las que está n en la tierra” (Ef. 1:10). Su nombre se deriva del
hecho de que Cristo gobernará en la tierra desde el trono de David. En
palabras de Isaías, el gobierno del universo “reposará sobre sus hombros”
(Is. 9:6, LBLA). Esta es la era dorada de la historia a la que los profetas y
apóstoles de Dios apuntan y para la cual la humanidad fue creada.
Nueva revelación
La nueva revelación vendrá de todo cuanto proceda del gobierno y reino
directamente de Cristo (Is. 2:3). Y también, habrá una gran explosión de
actividad reveladora al comienzo de esta era, que vendrá específicamente de
la nación elegida de Dios, Israel. Joel habla de esto cuando dice, “Y
después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizará n
vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñará n sueños, y
vuestros jóvenes verá n visiones. Y también sobre los siervos y sobre las
siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Jl. 2:28-29). Israel tendrá la
tarea de difundir esta revelación a través de todo el mundo, como lo
describe Isaías, “Y diréis en aquel día: Cantad a Jehová , aclamad su
nombre, haced célebres en los pueblos sus obras, recordad que su nombre
es engrandecido” (Is. 12:4).64
Nuevas responsabilidades
El hombre será responsable de obedecer al Rey y recibir las bendiciones
del nuevo pacto. Estas responsabilidades son principalmente para aquellos
en sus cuerpos naturales, no glorificados (aquellos creyentes que entraron al
Reino, de la Tribulación y los nacidos de éstos en el Reino).65 Los otros
ciudadanos del reino (creyentes del Antiguo Testamento, la iglesia, y los
má rtires de la Tribulación) para este tiempo estará n glorificados, y, por
consiguiente, su santificación será completa.
Asombrosamente, el fracaso humano aquí será culminante también,
demostrado por las multitudes innumerables que siguen a Sataná s luego de
ser liberado de la prisión (Ap. 20:8). Como se ha de esperar, el juicio de
Dios será culminante y final. El fuego descenderá del cielo y consumirá
a los rebeldes (Ap. 20:9) y, a la postre, los cielos y la tierra también (2
P. 3:10). Y, con el fin de la historia (de la tierra) vendrá el final del
programa dispensacional.66
Definición de Dios
A pesar de su monismo ético, Strong ha dado la mejor definición
teológica de Dios: “Dios es el espíritu perfecto e infinito en el cual todas las
cosas tienen su origen, sustento, y final”.4 El Catecismo Menor de
Westminster similarmente expresa: “Dios es un Espíritu, infinito, eterno e
inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad”.5
Introducción
Habiendo negado la validez de la prueba de la existencia de Dios por la
vía de las pruebas tradicionales, al teólogo cristiano le queda solo una
alternativa — la revelación. Dios debe auto revelarse o no será hallado.
Delos varios canales de la auto revelación de Dios (ej. milagros, naturaleza,
etc.), hay solo uno con el cual el teólogo puede trabajar en la construcción
de la doctrina — la Escritura. Por supuesto, esta no impide que los otros
canales realmente revelen a Dios; simplemente limita al teólogo a la ú nica
fuente en la cual estos otros canales son comprendidos apropiadamente. En
resumen, estos otros canales no son testigos independientes para la tarea del
teólogo.
En la Escritura la afirmación central no es que Dios existe, sino que Dios
ha hablado. Si Dios ha hablado, entonces, él existe necesariamente. De esta
manera el testimonio de la Biblia puede ser usado para probar la existencia
de Dios, si fuera necesario, a pesar de la objeción filosófica de que esto es
un razonamiento circular, es decir, probar al Dios de la Biblia por medio de
la Biblia de Dios. De hecho, en el pensamiento cristiano, todo razonamiento
referente a Dios y su relación con el universo es circular. Uno debe razonar
partiendo de Dios hacia los hechos dados por Dios y desde ahí hacia los
hechos interpretados por Dios. No existe otra alternativa.
Ademá s, Dios no se revela en la Escritura de manera polémica, él
se revela de manera directa e inmediata. (Lo mismo pudiera decirse de los
otros canales de la revelación). Entonces, la revelación no es un esfuerzo
especulativo. Es decir, esta no deja al receptor con la labor de razonar,
inferir o deducir que hay un Dios. La revelación no puede ser descubierta
por humanos, es inmediata.
Sin embargo, no toda verdad es revelación, pero sí toda revelación es
verdad. Por tanto, la verdad descubierta por la investigación humana es,
ciertamente, verdad, pero no revelación. Millard Erickson expresa de modo
semejante, “El conocimiento genuino y la moralidad genuina en los seres
humanos no creyentes (y en los creyentes) no son logros propios. La verdad
que llega aparte de la revelación especial sigue siendo la verdad de Dios”.1
En contexto, Erickson presenta esta verdad como un aspecto de la
revelación especial (una idea que es teológicamente cuestionable). Norman
Geisler afirma de forma explícita esta conexión al expresar, “La mayoría de
las verdades de la ciencia, la historia, la matemá tica y el arte no se
encuentran en la Palabra de Dios; gran parte de la verdad en todas estas
á reas se encuentra solamente en la revelación general de Dios”.2 Geisler
insiste en enfatizar que esta verdad puede ser descubierta por medio del
razonamiento humano:
Las leyes bá sicas del razonamiento humano son comunes para
creyentes y no creyentes.... Sin ellas ningú n escrito, pensamiento o
inferencia racional sería posible. Pero en ninguna parte de la Biblia se
explican estas leyes del pensamiento. Má s bien, estas son parte de la
revelación general de Dios y el objeto principal del pensamiento
filosó fico [énfasis añadido].3
Es importante observar que, para Geisler, estas verdades filosóficas de la
revelación general son parte de las condiciones previas de la revelación para
elaborar la teología. La unión de todas estas ideas nos lleva a una
conclusión poco agradable: Si toda la verdad extra bíblica es revelación
general, y si la revelación general es el objeto principal del pensamiento
filosófico, y si el pensamiento filosófico es una condición previa para
elaborar la teología, entonces la filosofía es una condición previa para la
teología, y por lo tanto, la revelación general hace una contribución original
a la sistemá tica.
No obstante, esto es endeble. Si la revelación general consiste en
demostrar que Dios existe y probar algo de su cará cter moral (dejando al
hombre inexcusablemente culpable por pervertir esta revelación, Ro. 1:20),
es difícil ver cómo las ideas de Geisler sobre la revelación general y la
verdad pueden cumplir esta función sin un sistema altamente complejo de
razonamiento lógico. Nuevamente, las Escrituras indican que la
condenación del hombre está basada en su rechazo al conocimiento
intuitivo de Dios otorgado por él por medio de la revelación general. Si esto
significa conocimiento inmediato, intuitivo, y que no puede ser descubierto,
entonces la verdad general de Geisler no es revelación en el sentido
teológico.4
Los siete canales (enumerados a continuación) de la auto revelación de
Dios será n abordados en base a sus contribuciones distintivas.5
1. La creación material y animal
2. La naturaleza y constitución del hombre
3. La revelación directa
4. Los hechos poderosos de Dios (milagros y providencia)
5. Las vidas del pueblo de Dios
6. La Escritura
7. Jesucristo
La Revelación Directa
El Antiguo Testamento presenta la comunicación de Dios con el hombre
en un conjunto de ocasiones (ej. Adá n, Noé, Abraham, Agar, Moisés, los
profetas, entre otros), y a menudo por medio de una voz audible. Esta
revelación primitiva y directa era accesible para (1) aquellos a los que se les
hablaba; (2) aquellos que leyeron los relatos inspirados (particularmente
después de Moisés, aunque hubo otros escritos antes de él, ninguno de los
cuales eran Escritura inspirada); y (3) aquellos que recibieron la tradición
oral de generación a generación.
No es sorprendente que este canal tenga también sus límites. Primero, es
parcial. Nadie recibió la revelación total de Dios de manera directa.
Después de todo, Dios habló a los padres judíos a través de los profetas
“muchas veces” (He. 1:1). Segundo, la tradición oral de la revelación
directa se corrompió (ej. La creación babilónica politeísta [Enuma Elish] y
las epopeyas sobre el Diluvio [Gilgamesh Epic]).
Muchos hoy afirman tener cierta conexión directa y mística con Dios por
medio de la cual reciben mensajes divinos. Otros, con una naturaleza
extremadamente devota, de la misma manera dan la impresión de que su
andar como cristianos incluye una revelación directa (ej. el tan repetido
“Dios me dijo”). Sin embargo, Dios no da revelación directa en la
actualidad. É l solamente habla a través de su Palabra—el canon completo
de la Escritura—comprendida correctamente por medio de la interpretación
gramatical, histórica y teológica.17
Aunque los extensos argumentos sobre un canon cerrado para esta época
son muy largos para ser explicados aquí, al menos puede decirse que el
creyente puede “probar los espíritus si son de Dios” (1 Jn. 4:1). Esta prueba
tiene referencia específica con la Cristología atípica, y el criterio para
semejante prueba son los datos correspondientes a la completa y genuina
deidad y humanidad de Jesú s de Nazaret. Pero este mandamiento del
apóstol puede ser justificadamente aplicado en otros contextos en los cuales
uno debe discernir si la información proviene de Dios o no. Nuevamente, la
norma para encontrar dirección es la enseñanza de la Escritura; cualquier
otra fuente de instrucción divina es peligrosa.
El apóstol Pablo señaló que la actividad reveladora finalmente cesará (1
Co. 13:8). El momento en el que esto sucedería es motivo de debate, pero el
texto indica que hablar en lenguas (y por implicación, todos los dones
reveladores) es considerado un aspecto de la etapa que dice que es “en
parte” y “cuando era niño” la cual cesaría con la llegada de “lo perfecto” (to
teleion), la adultez o el conocimiento completo (1 Co. 13:9-12). Esto
sugiere con firmeza el fin de la actividad reveladora con la llegada del
canon completo del Nuevo Testamento para la era de la Iglesia.18 Burlar
esta autoridad absoluta a favor de alguna forma de revelación directa es
abandonar la estabilidad de la experiencia cristiana.
La Biblia
Como fue señalado anteriormente, la Biblia es una prueba de la existencia
de Dios, y ademá s revela a Dios. En el primer caso, si Dios ha hablado (en
la Biblia), entonces él existe. Por ejemplo, Dios habló a Israel en la época
del Antiguo Testamento a través de los profetas (He. 1:1, que habla de los
profetas literarios). En el segundo caso, el evangelio de Dios que se
manifiesta por sí mismo fue “prometido antes por sus profetas en las santas
Escrituras” (Ro. 1:2). Luego, en el camino de Emaú s, después de su
resurrección, Jesú s “comenzando desde Moisés,… [y] siguiendo por todos
los profetas, [les] declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lc.
24:27; compá rese vs. 44-45). De hecho, Jesú s afirmó que las Escrituras
testificaban de él como el Hijo de Dios (Jn. 5:39).
No todo acerca de Dios es revelado en la Biblia. Sin embargo, todo lo
necesario para conocer a Dios para salvación y la vida cristiana está
claramente explicado (2 Ti. 3:15, las Escrituras “te pueden hacer sabio para
la salvación por la fe que es en Cristo Jesú s”). Pero hay miríadas de otros
aspectos en muchas á reas de la vida que se revelan de forma perfecta.
Si bien la Palabra de Dios es en sí misma infinita e ilimitada, existen, sin
embargo, algunas limitaciones en el proceso revelador completo de la
Biblia. Primero, está la limitación del lenguaje humano. El lenguaje
humano es finito, y aunque éste es un vehículo de revelación adecuada,
posee algunas limitaciones obvias al revelar al Dios infinito. Segundo,
existen los límites de la traducción. Es extremadamente difícil expresar
todos los significados de los manuscritos bíblicos originales en diferentes
idiomas. Siempre se pierde algo en la traducción. Aquí podemos incluir el
problema de la crítica textual con su difícil tarea de determinar las palabras
originales escritas en los manuscritos. Tercero, existe la limitación del
analfabetismo. Al fin y al cabo, hay que ser capaz de leer antes que el
mensaje de Dios en la palabra escrita pueda ser discernido. Unido a esto se
encuentra el hecho de que aú n existen alrededor de dos mil tribus o
dialectos que no tienen las Escrituras.
Jesucristo
Jesucristo es también una revelación del ú nico y verdadero Dios
viviente. Uno de sus nombres —Emanuel (“Dios con nosotros”) — lo
describe como un importante vehículo revelador. Jesú s afirma ser, en cierto
sentido, una revelación exclusiva del Padre: “Nadie conoce al Hijo, sino el
Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo
quiera revelar” (Mt. 11:27). El apóstol Juan, en el prólogo de su evangelio,
dice: “El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a
conocer” (Jn. 1:18). Cristo declaró que verle a él era lo mismo que ver al
que le envió (esto es, Dios el Padre, Jn. 12:45). También le dice a Felipe,
con mucha franqueza, que haberle visto a él era haber visto al Padre (Jn.
14:8-9). Pablo, hablando en un lenguaje má s teológico, también es muy
definitivo: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la
Deidad” (Col. 2:9). Y el
autor de Hebreos plantea que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios y
la representación exacta de la naturaleza de Dios (He. 1:2).
En Cristo existe una revelación directamente correspondiente de Dios;
Jesú s es una extensión de la esencia divina. Esta revelación es completa,
total y perfecta; toda la plenitud de la deidad está en él. É l es la “imagen
misma” de Dios (He. 1:3). Como lo expresara Homer Kent, Jr.: “Como la
huella del dado representa el diseño original de forma perfecta, así está en
Cristo la representación para aquellos que tienen ojos para ver la misma
esencia de Dios”.21 Cristo es “la imagen (eikon) del Dios invisible” (Col.
1:15), el ekion tiene el mismo significado teológico que charakter (“imagen
misma”) en Hebreos 1:3. La revelación de Dios a través de Cristo es
también definitiva. Esta es la implicación de Juan 14:9: “El que me ha visto
a mí, ha visto al Padre”. También es lo que afirma Hebreos 1:1-2. El Hijo
de Dios es la palabra definitiva de Dios hacia el hombre luego de haberse
revelado a sí mismo en muchos momentos y de muchas maneras en el
pasado. Jesú s es la ú ltima palabra de Dios en los “ú ltimos días”, esto
es, el tiempo del Mesías que comenzó en el primer siglo d. de C.
Dios no pudo haberse revelado de una forma má s completa que a través
de Cristo. É l no podía haberse convertido en las otras formas de revelación.
É stas no son extensiones de la esencia divina y no poseen una naturaleza
divina como la posee Jesú s. Al comparar los otros canales con Jesú s, uno
no puede decir: (1) en cuanto a la creación— el que ha visto una petunia o
un copo de nieve, ha visto al Padre; (2) en cuanto a la naturaleza y
constitución del hombre— el que ha visto a otro ser humano ha visto al
Padre; (3) en cuanto a la revelación directa— el que ha escuchado
revelación directa de Dios ha visto al Padre; (4) en cuanto a los hechos
poderosos— el que ha visto al mar Rojo abrirse en dos ha visto al Padre;
(5) en cuanto a las vidas de los cristianos— el que ha visto a un cristiano
ha visto al Padre; (6) en cuanto a la Biblia— el que ha visto la Biblia ha
visto al Padre.
Una pregunta afín que pudiera hacerse es si las Cristofanías del Antiguo
Testamento son extensiones de la esencia divina. Al parecer lo fueron. Esto
significa que fueron apariciones (temporales) pre encarnadas de Jesucristo.
Así que, aunque estas no fueron encarnaciones reales, fueron, sin embargo,
apariciones genuinas de Dios. Entonces, uno podría preguntar si las
teofanías (ej. las columnas de nube y de fuego) fueron extensiones de la
esencia divina. Al parecer estas no lo fueron (excluyendo de esta categoría
las Cristofanías, por supuesto). Por lo tanto, uno podría decir, el que ha
visto al Á ngel del Señor (esto es una Cristofanía) ha visto a Dios (Jue.
13:22); sin embargo, uno no podría decir, el que ha visto la zarza ardiente o
las columnas de nube y de fuego ha visto a Dios. En otras palabras, las
teofanías no tuvieron una naturaleza divina y no fueron extensiones de la
esencia divina, las Cristofanías sí. Después de todo, el Á ngel era deidad,
aunque no tuviera una genuina naturaleza humana en estas apariciones.
Ademá s, la ú nica limitación de este canal es la capacidad limitada de la
mente humana. Dios sigue siendo el Dios infinito e incomprensible, aun
cuando se haya revelado en Jesucristo. De hecho, los escritores de los
evangelios expresan que había mucho má s acerca de la revelación de
Dios en Cristo de lo que pudiera contenerse en la Escritura. Juan dice, por
ejemplo, que Jesú s realizó “muchas otras señales… en la presencia de
sus discípulos que no está n escritas en este libro”. Juan declara que él
eligió solo ocho señales, de este gran grupo de revelaciones, con el
propósito personal de demostrar que “Jesú s es el Cristo, el Hijo de Dios”
(Jn. 20:30- 31). Juan afirma un poco después que el mundo no podría
contener todos los libros que pudieran escribirse acerca de las cosas que
Jesú s hizo (Jn. 21:25). Tan solo podríamos imaginar la cantidad de
revelación de Dios en Cristo que Dios decidió que no quedara registrada.
Finalmente, ante la ausencia de Jesucristo, la Biblia es la expresión má s
alta de la auto revelación de Dios. En la Escritura podemos leer sobre todos
los demá s canales así como también conocer exactamente qué revela cada
uno. La Palabra escrita de Dios da la revelación original en su forma
infalible y pura. Ademá s, las Escrituras son en el presente, la ú nica
revelación auténtica y autoritativa de Jesucristo. Por ejemplo, en la
literatura contemporá nea del primer siglo puede encontrarse muy poco
acerca de Jesú s de Nazaret. De hecho, existe prá cticamente nada en cuanto
a apoyo teológico o prá ctico. Ningú n libro auténtico o registro de la vida
de Cristo ha sobrevivido, excepto los evangelios (a pesar de los evangelios
apócrifos del Nuevo Testamento y escritos similares que han sido
providencialmente excluidos del canon sagrado).
1 Millard J. Erickson, Teología Sistemática, 2a edición (Barcelona: CLIE, 1998), 199.
2 Norman Geisler, Systematic Theology, 4 tomos (Minneapolis, MN: Bethany House, 2002-
2005), 1:70.
3 Ibid., 1:71.
4 Es mucho mejor, entonces, entender la verdad en general como algo que puede ser captado por la
mente humana por medio de la ayuda de la gracia común. La gracia común es la obra
universal del Espíritu Santo por medio de la cual éste contiene ciertos efectos de la depravación y
capacita a las personas para realizar el bien cívico o cultural. Vista así, no es una precondición ni
funciona como base para la teología sistemática. Entonces, la verdad extraída no es revelación
general en el sentido bíblico/ teológico.
5 Estos siete canales, junto con otras de sus ideas fundamentales, son tomados de Alva J. McClain,
“The Doctrine of God” (notas de teología, Grace Theological Seminary, Winona Lake, IN).
6 Para discusiones más completas, ver John C. Whitcomb, The Origin of the Solar System
(Filadelfia: Presbyterian & Reformed, 1964) y David W. Diehl, “Evangelicalism and General
Revelation: An U nfinished Agenda,” JETS 30 (1987): 441-455. Norman Geisler refleja una teoría de
doble revelación (Systematic Theology, 1:77-79). Ver también la discusión mencionada
anteriormente sobre “Naturaleza y Teología Natural” en el capítulo 1.
7 Ver Douglas Bookman, “The Scriptures and Biblical Counseling”, en An Introduction to Biblical
Counseling (Dallas: Word, 1994), 93-97; ver también comentarios más recientes sobre las ideas
integracionistas, 69. También ver Robert L. Thomas, “General Revelation and Biblical
Hermeneutics,” TMSJ 9 (1998): 18-22.
8 Russell D. Moore, “Natural Revelation”, en A Theology for the Church, ed. Daniel L. Akin
(Nashville, TN: Broadman and Holman, 2007), 73-74.
9 Ibid., 74.
10 Ibid., 72.
11 Geisler mantiene una visión contraria acerca de la capacidad del hombre natural de recibir la
revelación de Dios en la naturaleza. De acuerdo a su punto de vista, el hombre natural puede
responder positivamente y buscar a Dios a través de la luz de la creación. Geisler sugiere que ante
esta actitud Dios responde enviando una revelación especial sobre Cristo y la salvación, es
decir, él enviará la luz de redención. Esta luz puede llegar a través de diferentes canales, como
misioneros, ángeles, sueños, visiones y otras vías milagrosas (Systematic Theology, 1:416, 432,
462-465).
12 En otras palabras, no hay evangelio en las estrellas (contra Kenneth Kantzer, “The
Communication of Revelation”, en The Bible: The Living Word of Revelation, ed. Merrill C.
Tenney [Grand Rapids, MI: Zondervan, 1968], 67-68; también Henry Morris, Many Infallible
Proofs, [San Diego: Creation Life, 1974], 334-343).
13 Isaías, por ejemplo, dice que Dios crea (o causa) tanto el bienestar como la calamidad (45:7). La
palabra hebrea ra’, traducida como “maldad” en la KJV (Versión King James de la Biblia, por sus
siglas en inglés), no se refiere a la maldad moral sino a la calamidad física o desastre. U na
pregunta que se hace a menudo es si el VIH/ SIDA es el castigo de Dios sobre los homosexuales. La
respuesta es que no es su castigo sobre ese grupo específico, de otro modo sería difícil explicar por
qué otras personas, además de los homosexuales, contraen esta enfermedad (de hecho, es un grupo de
enfermedades). El VIH/ SIDA es el castigo de Dios sobre la sociedad por su pecaminosidad; de
hecho, todas las sociedades se convierten, hasta cierto punto, en víctimas del pecado. De forma más
específica, Pablo dice que el sexo no natural tiene un “castigo correspondiente” (Ro. 1:27), y
esto supuestamente incluye al VIH/ SIDA, entre otras enfermedades venéreas y muchas más.
Tristemente, este castigo afecta a aquellos que no participan en lo no natural.
14 Ver discusiones similares en Cornelius Van Til, An Introduction to Systematic Theology
(Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 1978), 80; Gordon Lewis y Bruce Demarest,
Integrative Theology, 3 tomos. (Zondervan, 1987), 1:72; y Bruce Demarest y Richard J. Harpel,
“Don Richardson’s ‘Redemptive Analogies’ and the Biblical Idea of Revelation,” BSac 146 (1989):
336.
15 Dios ha puesto “eternidad” (‘ olam) en el corazón del hombre (Así lo ponen estas versiones de la
Biblia, RVR60, LBLA y RVA). La NVI pone “el sentido del tiempo” en el texto.
16 U na pregunta afín es si el hombre perdió la imagen de Dios cuando pecó. Si bien la
imagen de Dios fue dañada, no fue eliminada en la caída. Fue afectada pero no borrada
(compárese Gn. 9:6; Stg. 3:9.)
17 Nuevamente, como se planteó en el capítulo 1, pasar por alto nuestro intelecto en el estudio de la
Biblia (ya sea en cuanto a encontrar la voluntad de Dios o algún otro tema) es caer en misticismo
y sentimentalismo devoto, ninguno de los cuales representa un alto nivel de madurez cristiana.
18 Habrá nuevas revelaciones y canales de revelación revividos en el período escatológico de la
Tribulación y la era del reinado (Ap. 11:3-7; Jl. 2:28-29). También para una excelente discusión
exegética y teológica de 1 Co. 13:8-13, ver R. Bruce Compton, “1 Corinthians 13:8-13 and the
Cessation of Miraculous Gifts”, DBSJ 9 (2004): 97-144.
19 A. H. Strong define como milagro a un suceso causado por la acción inmediata de Dios que no
viola la ley natural. Esta definición es demasiado naturalista y, quizás, hasta algo contradictoria. Es
decir, se queda sin responder la pregunta de si un milagro es sobrenatural o natural, o una sinergia
confluente entre las dos cosas (Systematic Theology, 3 tomos en 1 [Valley Forge, PA: Judson,
1907], 117-120).
20 U na pregunta afín es si Dios realiza hechos milagrosos en la actualidad. Si por milagro se
entiende un hecho público, espectacular e innegable (Hch. 4:16) o, como expresa C. Samuel Storms,
“un hecho directo de Dios independiente del diferente orden natural de causa y efecto” (Reaching
God’s Ear [Wheaton, IL: Tyndale, 1988], 272), entonces, “no.” Dios no obra de esa forma en la
actualidad. Ahora, si la regeneración se interpreta como un milagro bíblico, entonces sólo ésta
evidencia el poder milagroso de Dios en el presente (y con regularidad). Más aun, si Dios obrara
realmente un milagro físico hoy día, éste estaría tan fuertemente rodeado de providencia que sería
imposible detectarlo en verdad, especialmente dado a que hoy día nadie recibe revelación directa
(pues el canon está cerrado) para interpretar de manera infalible el presunto milagro (ver John C.
Whitcomb, Does God Want Christians to Perform Miracles Today? [Winona Lake, IN: BMH
Books, 1973] y B. B. Warfield, Miracles: Yesterday and Today, Real and Counterfeit [Londres:
Banner of Truth, 1972]).
21 Homer Kent Jr., The Epistle to the Hebrews: A Commentary (Grand Rapids, MI: Baker, 1972),
37.
Capítulo 6
La Personalidad de Dios
El Significado de Personalidad
Una de las verdades má s importantes acerca de Dios es que él es
personal. No obstante, como es lógico, los teólogos difieren sobre qué
significa personalidad.1 En ocasiones la personalidad se describe por medio
de tres cualidades: intelecto, emoción y voluntad. Otras veces, se indican
sólo dos cualidades: conciencia de uno mismo (es decir, la capacidad de
hacerse uno mismo el objeto de sus propios pensamientos) y
autodeterminación (es decir, determinación o voluntad que emana del
interior). Existen variaciones de éstas. Por ejemplo, E. Y. Mullins sugiere
que personalidad significa “alguien que es inteligente, consciente de sí
mismo, con decisión propia y moral”.2 Millard Erickson dice que la
personalidad de Dios significa que “él es un ser individual, con conciencia
de su propia identidad y voluntad, capaz de sentir, elegir y tener una
relación recíproca con otros seres personales y sociales”.3 Alva J. McClain,
no obstante, da la definición má s preferible (y extensiva), diciendo: “La
personalidad es un nombre dado al nú cleo de un grupo definido de
funciones y características”. É l continú a explicando que “personalidad
es espíritu viviente, inteligente, determinado, activo, libre, consciente
de sí mismo y emocional”.4 Esta definición será el patrón en la
discusión a continuación de la personalidad de Dios.
Finalmente, es imposible hacer una clara dicotomía entre atributos y
personalidad. Dios es tanto personal como absoluto (ej. él es autosuficiente
en cada atributo, y sus atributos y su persona son correlativos). En otras
palabras, Dios es lo que sus atributos son. Los atributos no son simples
abstracciones sino lo que le caracteriza como persona. Y su personalidad no
es abstracta ni libre de sus atributos, sino está , má s bien, caracterizada
por ellos.5
Los Componentes de la Personalidad
Espiritualidad
La espiritualidad es considerada por algunos teólogos un atributo divino,
algo que pertenece a la misma esencia divina, en vez de un componente de
la personalidad. Erickson, por ejemplo, hace del espíritu un atributo de la
grandeza de Dios.6 Louis Berkhof entiende la espiritualidad de Dios como
uno de sus atributos comunicables, uno de aquellos que pertenecen a Dios
como un Espíritu personal (junto con los atributos morales e intelectuales y
aquellos atributos de soberanía).7 Ambos refuerzan el hecho de que la línea
entre atributos y personalidad es delgada.
Sin embargo, lo que es claro es que Dios es ciertamente un ser espiritual.
Por ejemplo, Jesú s afirma que “Dios es Espíritu” (Jn. 4:24). Aquí Jesú s
estásimplemente reflejando la teología del segundo mandamiento, el cual
testifica de la espiritualidad de Dios cuando dice, “No te hará s imagen,
ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra,
ni en las aguas debajo de la tierra” (É x. 20:4;
compá rese Dt. 4:12, 15; Ro.
1:23). En fin, este es un mandamiento para adorar espiritualmente a Dios
porque Dios es Espíritu. É l es, en resumen, el Espíritu infinito y perfecto,
y debe ser percibido y adorado espiritualmente.
Dos ideas está n contenidas en el hecho de la espiritualidad de Dios.
Primero, está la idea de que Dios es personal. Es decir, las funciones,
características o atributos de la personalidad surgen del espíritu. El espíritu
es, en este sentido, la fuente metafísica de la personalidad pero no
necesariamente un sinónimo de personalidad.8 Gordon Lewis y Bruce
Demarest, en su sección sobre la espiritualidad de Dios, concuerdan al
sugerir que “Dios es Espíritu” significa que Dios es un ser indivisible,
personal [énfasis añadido], viviente y activo.9 Herman Hoeksema
concuerda con ellos, diciendo brevemente, Dios (quien es espíritu) “es una
Personalidad absoluta y autoexistente. En cada lugar de las Escrituras se
nos presenta como El Ego, en quien la conciencia y la conciencia de sí
mismo son absolutamente una e idénticas”.10 Erickson, no obstante, objeta
sosteniendo que la espiritualidad no implica personalidad porque
Aristóteles, el Hinduismo y otros sugieren que la realidad es una gran mente
pensante o algú n otro tipo de espíritu impersonal.11 A pesar de la
observación de Erickson, esta idea de Espíritu impersonal es ajena al
pensamiento bíblico, pues en la Escritura un ser espiritual es, por
definición, personal.12 En resumen, en la teología no existe lo que se dice
un espíritu impersonal.
Finalmente, debido a la personalidad de Dios, se puede tener
compañerismo y comunión con él. A raíz de su triple personalidad, uno no
solo puede estar en compañerismo y comunión con Dios sino que también
puede ser su morada a través del Espíritu Santo. El cristianismo es la ú nica
religión que pone al adorador en contacto personal con su Fundador y le
hace ser habitado personalmente por ese Fundador.
Una segunda idea que la espiritualidad de Dios contiene es su
incorporeidad e invisibilidad. En esencia, el espíritu no tiene conexión
necesaria con la materia, no tiene naturaleza física ni aspecto. Por lo tanto,
Dios no es ni material ni dependiente de la materia. Como Strong plantea,
“El espíritu… es una sustancia inmaterial, invisible, no compuesta,
indestructible”.13 Y puesto que el espíritu mismo no tiene cuerpo ni partes
corpóreas, Dios tampoco.
Una vez má s, la prohibición del segundo mandamiento muestra a Dios
como un espíritu incorpóreo (É x. 20:4; 34:17) quien es legítimamente
adorado só lo espiritualmente (Jn. 4:24). Ademá s, Moisés relata claramente
que cuando Israel oyó la voz de Dios en el Sinaí, ellos no vieron una forma
porque Dios es invisible (Dt. 4:12). Pablo lo expresa de manera similar en
Colosenses cuando habla de Cristo como “la imagen del Dios invisible”
(1:15) y en 1 Timoteo cuando ora “al Rey… invisible, el ú nico Dios”
(1:17).
En resumen, Dios tiene una esencia que lo hace un ser por sí mismo,
distinto del universo. É l es inmaterial, invisible, sin composición ni
extensión.14 Así como la materia tiene características que se manifiestan
directamente a los sentidos corporales, el Espíritu tiene características que
lo manifiestan directamente a la conciencia de la propia identidad.15
No obstante, esta discusión da lugar a algunas preguntas. En primer lugar,
¿ cómo se explican los textos que describen a varias personas que vieron
aDios? Por ejemplo, Moisés (y algunos otros) “vieron al Dios de
Israel…
vieron a Dios, y comieron y bebieron” (É x. 24:10-11). De hecho, Moisés
describe a Dios hablando “cara a cara [con él] como habla cualquiera a su
compañero” (É x. 33:11). Isaías describe una situación similar en la cual él
vio “al Señor sentado sobre un trono” (Is. 6:1).
É stas se entienden mejor como teofanías (es decir, apariciones de Dios).
Dios no fue visto como un Espíritu invisible sino en una forma visible que
eligió para manifestarse, aunque la manifestación particular, como tal, no
tenía una naturaleza divina. En otras ocasiones, la Escritura relata que Dios
escogió manifestarse como una paloma (Jn. 1:32) y una zarza ardiente (É
x. 3:2-6). Ademá s cuando Dios escogió manifestarse en una persona
humana, siempre fue en el Cristo pre-encarnado. Desde la encarnación,
Dios ha escogido manifestarse permanentemente en Jesucristo. Es decir,
ver a Jesú s es ver a Dios (Jn. 14:9; Hch. 7:56).
En segundo lugar, si Dios es un Espíritu invisible, ¿ cómo puede tener
manos, pies, ojos y oídos como varios textos indican? É stos se entienden
mejor como antropomorfismos, que son, como se describen en el capítulo 2,
la atribución metafórica de partes del cuerpo a Dios. Estas expresiones son
ayudas retóricas para el pueblo comú n, para el cual la Biblia fue escrita. Es
decir, la Escritura no fue escrita primordialmente para el filósofo y sus
indagaciones filosóficas. La mayoría de las personas no pueden pensar en
una persona puramente espiritual sin algú n tipo de extensión corporal. El
antropomorfismo en sí es extremadamente ú til, pues permite a la mente
finita entender al Dios infinito y espiritual. De hecho, la encarnación fue el
episodio final del antropomorfismo (y de las teofanías también). Dios se
reveló a sí mismo de forma completa y perfecta, y finalmente por medio de
un cuerpo físico. La encarnación fue en la forma física a partir de la cual el
cuerpo humano está diseñado; 16 esta no fue una forma de abstracción
platónica y formulista.
Vida
En varias ocasiones la Escritura llama a Dios el Dios viviente. Por
ejemplo, los israelitas preguntaron, “¿ qué es el hombre, para que oiga la
voz del Dios viviente?” (Dt. 5:26). Jeremías escribe “Mas Jehová es el Dios
verdadero; él es Dios viviente y Rey eterno” (Jer. 10:10). Pablo habla de los
tesalonicenses diciendo que dieron evidencia de su conversión en que se
“habían convertido de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Ts.
1:9). En otra ocasión, Pablo dice que creyentes pusieron “su confianza en el
Dios viviente” (1 Ti. 4:10; compá rese Jos. 3:10; Sal. 42:2; Mt. 16:16 y 2
Co. 6:16). Otra manera en que la Escritura habla sobre esto es con la frase
del Antiguo Testamento “vive Jehová ”, que es un tipo de juramento (1 R.
17:1; 2 R. 2:2, 4, 6; entre otros), de hecho, un juramento que Dios en
ocasiones se impuso a sí mismo (ej. “Vivo yo, dice Jehová ”, Is. 49:18;
Jer. 22:24; entre otros).
La vida de la que se habla aquí se refiere, en su sentido teológico, a
energía potencial o actividad dirigida por su propia inteligencia. En otras
palabras, Dios es capaz de hacer cosas externas a él mismo, mientras que
los que no tienen vida no son capaces de hacer nada.17 Ademá s,
internamente, Dios es activo en sí mismo. Es decir, esta vida habla de la
energía autosuficiente, autorreferencial, autoafirmante y autosustentadora
por medio de la cual él es capaz de hacer cosas externas a él mismo.18
Los teólogos difieren en sus descripciones sobre esta vida. Por ejemplo,
Both Heinrich Heppe y Strong conectan la vida a la actividad mental,
hablando de ello como la energía de la mente.19 Por otro lado, Gerald Bray
observa la diferencia en las palabras griegas dunamis y energeia y sugiere
que la vida de Dios no es solo potencial (dunamis) sino también activa
(energeia) en sí misma, independiente de su actividad creadora o lo que sea
externo a él mismo. Entonces, sus actos creadores emanan de su propia
acción intrínseca o pura, de su propia energía autosuficiente.20 Robert D.
Culver habla sencillamente de la vida como un auto movimiento, el cual,
sugiere él, indica dicha vida.21 John Gill se expresa de manera similar al
llamar “la vida… un principio en la criatura por la cual ésta se mueve…
Solamente el auto movimiento muestra que la criatura está viva”.22
Finalmente, como el Dios de manera inconfundible viviente, Dios es
capaz de (1) impartir vida a otros (Gn. 2:7); (2) hablar (Dt. 5:26); (3)
crear y preservar el universo (Jer. 10:10-13); (4) liberar a su pueblo (Dn.
6:26-27);
(5) hacer milagros (Jos. 3:10-17); (6) salvar a los hombres del pecado (1
Ti. 4:10); y (7) juzgar y castigar a los pecadores (He. 10:30-31).
Inteligencia
Algunos teólogos ponen este aspecto de la personalidad de Dios bajo el
atributo de la omnisciencia (que lo sabe todo) de Dios. Aunque la
inteligencia abarca la sabiduría, ésta parece ser má s amplia. Se puede
pensar que la inteligencia está compuesta de conocimiento, entendimiento y
sabiduría, como la Escritura sugiere. Por ejemplo, los hijos de Isacar son
descritos como “entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía
hacer” (1 Cr. 12:32). Ana, en su oración de palabras proféticas, declara,
“Porque el Dios de todo saber es Jehová ” (1 S. 2:3). Isaías describe al
Espíritu del Señor como un Espíritu de sabiduría, entendimiento, consejo y
conocimiento (Is. 11:2). Proverbios dice que “Jehová con sabiduría fundó
la tierra; afirmó los cielos con inteligencia. Con su ciencia los abismos
fueron divididos, y destilan rocío los cielos” (3:19-20). Pablo, después de
enseñar sobre la soberanía de Dios en la elección de Israel y la
responsabilidad del hombre en la desobediencia de Israel, exclama, “¡ Oh
profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ” (Ro.
11:33).
Tal como es usado aquí, el conocimiento es la percepción de hechos, el
entendimiento es llegar a comprender bien el significado de los hechos
percibidos (correlación), y sabiduría es la habilidad de juntar los hechos
para propósitos buenos.23 Dios posee estas cosas en su personalidad a
niveles infinitos.
Propó sito
McClain observa que “propósito es reaccionar a una meta futura, la cual
en verdad existe sólo en la mente, como si la meta estuviese ya presente”.24
Un buen ejemplo del propósito de Dios es la manera en que él considera y
trata a los creyentes. É l los llama santos, lo cual es su meta, sobre la base
del trabajo terminado aunque todavía futuro. De hecho, propósito es la base
de toda verdad posicional en la teología. Y má s aun, Dios es personalidad
perfecta en términos de propósito. Es decir, solo él actú a en vista de sus
metas eternas (Ef. 1:11; 3:11), metas que él establece por sí mismo (su
decreto) y para su propia gloria. Es importante resaltar que los propósitos de
Dios no pueden ser frustrados, como dice Isaías; “Porque Jehová de
losejércitos lo ha determinado, ¿ y quién lo impedirá ?” (14:27).
Acció n
La actividad de Dios significa no sólo que él es capaz de hacer todas las
cosas externas a él mismo por su propia inteligencia sino que
verdaderamente las hace. En otras palabras, como el Dios Viviente, él es
capaz de hacer cosas externas a él mismo y como el Dios activo, las hace.
En esto, está n comprendidas todas las obras de Dios en la creación, los
milagros, la preservación, la providencia y la salvación. Esto es lo que
algunos teólogos llaman “energía aplicada”. Dios actú a desde su energía
interna autosuficiente y de esta manera, sus actos no añaden a él ni
satisfacen alguna necesidad o potencial interior. Dios no necesita ni
depende de algo externo a él mismo para nada, incluyendo su propia
actividad fuera de él mismo.
Los escritores bíblicos se refieren constantemente a la actividad de Dios.
Por ejemplo, el salmista exclama, “Por cuanto me has alegrado, oh Jehová
, con tus obras; en las obras de tus manos me gozo. ¡ Cuá n grandes
son tus obras, oh Jehová ! Muy profundos son tus pensamientos” (Sal.
92:4-5). Moisés recuerda a Israel en las llanuras de Moab, al final de la
estancia en el desierto, que “vuestros ojos han visto todas las grandes obras
que Jehová ha hecho” (Dt. 11:7). Jesú s testifica de la actividad de Dios,
especialmente en las esferas de preservación y providencia, diciendo,
“Mi Padre hasta ahora trabaja” (Jn. 5:17). Una de las obras má s
grandes de Dios es su santificación y preservación del creyente, lo cual
resulta en la perseverancia del creyente en la experiencia cristiana.
Como dice Pablo, “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor,
porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por
su buena voluntad” (Fil. 2:12-13).
Libertad
Libertad significa que Dios tiene total autodeterminación. É l no está
atado por nada fuera de él mismo. É l es independiente de todo lo que él
ha creado. Dios está auto limitado solamente por su propia voluntad y
naturaleza, lo cual implica, que aunque libre, hay cosas que Dios no puede
hacer. Tal como Lewis y Demarest observan, “Aunque libre para ser él
mismo, él no puede negarse a sí mismo”.25 Ellos continú an diciendo que “la
esencia de la libertad es el poder de delimitar el yo aparte de la obligación
externa segú n su propia naturaleza y propósitos”.26 La libertad también
implica la idea de espontaneidad racional, lo cual es la capacidad de tomar
decisiones sobre la base de nuestra propia razón.
Las Escrituras dan fe de la libertad de Dios diciendo, en Job por ejemplo,
que Dios “… es ú nico, ¿ y quién le hará cambiar? Lo que desea su
alma, eso hace” (Job 23:13, LBLA). El rey Nabucodonosor aprendió por la
vía difícil (sufriendo siete años de demencia) que Dios “… hace segú n su
voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay
quien detenga su mano, y le diga: ¿ Qué haces?” (Dn. 4:35). Pablo
observa del mismo modo que Dios “… hace todas las cosas segú n el
designio de su voluntad” (Ef. 1:11; compá rese Job 42:2; Sal. 33:11;
115:3; 135:5-7; Is. 46:9-10).
Hay, por supuesto, una enorme diferencia entre la libertad de Dios y la
del hombre y los animales. La libertad de un animal es totalmente
conductista, gobernada por sus instintos divinamente pre-programados. La
libertad del hombre, aunque mayor a la de los animales, sigue siendo
diferente a la de Dios. La libertad del hombre está controlada por su
naturaleza, pero hasta cierto punto, su entorno también la controla; y así no
sucede con la libertad de Dios. Y esto es de esperarse, pues nada existe en
el hombre como existe en Dios.
Finalmente, la libertad de Dios contrasta con el fatalismo, el panteísmo y
la neo-ortodoxia. El fatalismo sostiene que las cosas pasan por casualidad o
está n determinadas por el destino. El panteísmo dice que Dios está
encerrado dentro de este mundo. Y la neo-ortodoxia dice que la libertad de
Dios es absoluta, en el sentido de que puede convertirse en lo opuesto a sí
mismo o que puede cambiar su decreto de elección en reprobación. Los
neo-ortodoxos sugieren que Dios no es verdaderamente libre si no puede
hacer estas cosas. Sin embargo, la autodeterminación no demanda la
posibilidad de autodestrucción. Ademá s de esto, la inmutabilidad de Dios,
abordada má s adelante, descarta el tipo de cambio que la neo-ortodoxia
concibe.
Conciencia de Sí Mismo
La conciencia de uno mismo es la habilidad de objetivar el yo. Es decir,
es la habilidad de hacerse uno mismo el objeto de su propio pensamiento,
una definición a la cual W. G. T. Shedd muy ú tilmente añade, “y sabiendo
que lo ha hecho”.27 Conciencia, como tal, es simplemente la habilidad de
objetivar algo aparte de uno mismo. De hecho, hasta los animales hacen
esto de cierta manera. No obstante, solo esa consciencia sobre uno mismo
puede decir, “Yo soy”, y al mismo tiempo saber que no es. Así que, aunque
los animales pueden ser capaces de objetivarse sólo a ellos, éstos no pueden
hacerse ellos mismos los objetos de sus propios pensamientos (ej. “Soy un
gato y no un perro”). El hombre, no obstante, es consciente de sí mismo
pero esta conciencia está incompleta (compá rese Sal. 19:2; 139:23-24).
Por lo tanto, Dios es la ú nica personalidad con autoconocimiento
exhaustivo. Herman Bavinck, hasta sugiere que la afirmación “Dios es Luz”
(1 Jn. 1:5) implica perfecta conciencia de sí mismo.28
La Escritura acentú a la conciencia que tiene Dios de sí mismo,
registrando las propias palabras de Dios a Moisés: “Y O SOY EL QUE SOY” (É
x. 3:14). La Escritura habla también de la conciencia de sí mismo que tiene
el Espíritu, observando que él conoce la mente de Dios de manera
exhaustiva porque él es Dios (1 Co. 2:10b). Al Hijo se le describe de
esta manera también, aunque un poco indirectamente (Jn. 6:6, “[Jesú s]
él sabía lo que había de hacer”).
Emoció n
En Dios hay emoción genuina. Y, al igual que las otras cualidades
personales aquí descritas, la emoción también surge del espíritu. No todas
las expresiones de emoción en Dios son antropopá ticas (atribuirle
emociones humanas a Dios), aunque algunas lo son (ej. risa, Sal. 2:4; temor,
É x. 13:17; Dt. 32:27). La emoción verdadera, aun en los seres humanos,
emana de una fuente no física, esto es, del espíritu. Los evolucionistas
sugieren, por supuesto, que las emociones evolucionaron junto con la
mente. Incluso algunos sugieren que las emociones son totalmente
glandulares, simplemente un mecanismo de los reflejos. Sin embargo, estas
ideas, claramente no son bíblicas. Las emociones, aunque ciertamente
conectadas a los procesos físicos (ej. órganos del cuerpo y la química), son,
no obstante, aspectos de lo inmaterial. Y esto es aun má s respecto a Dios,
quien es un Espíritu puro e incorpóreo.
Las descripciones bíblicas de las emociones de Dios prá cticamente
recorren toda la gama de emociones humanas.29 Por ejemplo, uno lee del
amor eterno y selectivo de Dios por Israel (Jer. 31:3), su compasión por
Sion (Sal. 103:13), su ira contra el pecado (É x. 4:14; Dt. 4:25; Ap. 14:10)
e incluso su aborrecimiento por los pecadores (Sal. 5:5).30
1 Ver A. H. Strong, quien menciona diferentes definiciones (Systematic Theology, 3 tomos en 1
[Valley Forge, PA: Judson, 1907], 253.
2 E. Y. Mullins, The Christian Religion in Its Doctrinal Development (Valley Forge, PA: Judson,
1917), 217.
3 Millard Erickson, Teología Sistemática, 2a edición (Barcelona: CLIE, 2008), 293.
4 Alva J. McClain, “The Doctrine of God” (Notas de teología, Grace Theological Seminary, Winona
Lake, IN).
5 Ver John Frame, The Doctrine of God (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2002), 602.
6 Erickson, Teología Sistemática, 287. Ver también Laney Jr., J. Carl, “Dios,” en Understanding
Christian Theology, ed. Charles R. Swindoll y Roy B. Zuck (Nashville, TN: Thomas Nelson,
2003), 180.
7 Louis Berkhof, Teología Sistemática (Grand Rapids, MI: Libros Desafio, 2016), 76– 77.
8 Esto contrarresta el criterio puramente materialista de la personalidad, el cual sugiere que ésta surge
del cerebro, aunque hay que admitir que existe una conexión innegable y necesaria entre ambos. Dios
es la mera esencia de la personalidad porque él es espíritu puro (Jn. 4:24; compárese He. 12:9).
9 Lewis y Demarest, Integrative Theology, 3 tomos (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1987), 1:197.
10 Herman Hoeksema, Reformed Dogmatics (Grand Rapids, MI: Reformed Free Pub, 1966), 59.
11 Erickson, Teología Sistemática, 293.
12 Por ejemplo, la Escritura habla de espíritus que perciben (Mc. 2:8), tienen propósito (Hch.
19:21), se regocijan (Lc. 1:47) y adoran (Jn. 4:23) — todas éstas, actividades que atañen a seres
personales.
13 A. H. Strong, Systematic Theology, 249.
14 Berkhof. Teología Sistemática, 77.
15 A. A. Hodge, Outlines of Theology, edición reimpresa, (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1977),
140.
16 John Gill. Body of Divinity, edición reimpresa, (Atlanta: Turner Lasseter, 1965), 32.
17 Como McClain dice, vida “significa que [Dios] es capaz de hacer cosas, cosas que lo impersonal no
puede hacer” (“The Doctrine of God”).
18 Esto contrasta, digamos, con la dinamita que ciertamente tiene energía potencial, pero su poder
no está dirigido por su propia inteligencia; su existencia no se puede describir como una existencia
viva ni tampoco decir que tiene personalidad.
19 Compárese respectivamente Reformed Dogmatics, edición reimpresa. (Grand Rapids, MI:
Baker, 1978), 68 y Systematic Theology, 252. Strong también define la vida de Dios como “el tener
en su propio ser una fuente de existencia y actividad, tanto para él mismo como para otros” (ibid.). El
punto de Strong parece reflejar la afirmación de David que “… contigo [Dios] está el manantial de la
vida” (Sal. 36:9) y la de Pablo “en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hch. 17:28). De manera
similar, Mullins dice que “la vida de Dios es su actividad de pensamiento, sentimiento y voluntad”.
The Christian Religion in Its Doctrinal Expression, 219.
20 Gerald Bray, The Doctrine of God (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1993), 59 y sigs.
21 Robert D. Culver, Systematic Theology: Biblical and Historical. (Fern, Ross-shire, RU : Mentor,
2005), 72.
22 John Gil, Body of Divinity edición reimpresa (Atlanta: Turner Lasseter, 1965), 32. Más adelante él
dice que “la vida de Dios es de é l mismo”, 51.
23 McClain, “The Doctrine of God”.
24 Ibid.
25 Lewis y Demarest, Integrative Theology. 1:237. 26
Ibid.
27 Alan W. Gomes, Dogmatic Theology 3a edición (Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed,
2003), 169; ver también 182.
28 Herman Bavinck, Reformed Dogmatics 4 tomos, trad. John Vriend, ed. John Bolt (Grand Rapids,
MI: Baker, 2003), 2:191.
29 Shedd, Dogmatic Theology. 166. Él sugiere que todas las emociones de Dios pueden ser
reducidas fundamentalmente a dos emociones primarias, amor e ira. Todas las demás, emanan de
éstas.
30 El Salmista declara, “Aborreces a todos los que hacen iniquidad”. Esto puede señalar la voluntad de
Dios de castigar a los pecadores como un acto de justicia punitiva (compárese Mal. 1:2 donde
aborrecer es sinónimo de rechazo, lo opuesto a amar [elección]).
Capítulo 7
Los Atributos de Dios
Perfecció n
Dios está completo en sí mismo; él tiene integridad total como el ser
divino que es. No le falta nada, no está destituido de nada y es todo lo que
Dios debe de ser. La palabra hebrea bá sica para perfección es tamim, que
significa completo, cabal, entero o intacto. La palabra griega es teleios, la
cual también denota perfecció n. Dios es “perfecto en sabiduría” (Job
37:16) “El camino de Dios es perfecto” (tamim) (Sal. 18:30 NVI). “La ley
de Jehová es perfecta” (Sal. 19:7). Igualmente, Jesú s describe al Padre
celestial como perfecto (Mt. 5:48) y Pablo añade que la voluntad de Dios es
perfecta (Ro. 12:2).
Las Escrituras sí indican, de vez en cuando, que las criaturas también son
perfectas en algú n sentido. De Noé, por ejemplo, se dice que fue perfecto
(tamim) entre sus contemporá neos (literalmente “de su tiempo”) (Gn. 6:9
RVR95) De igual modo, de Job se dice que fue perfecto (tam) (Job 1:1). El
mismo Sataná s fue perfecto (tamim) en los días antes de su caída (Ez.
28:15). Se le describe como quien tuvo el “sello de la perfección” (takenith)
y fue perfecto (kalil) en hermosura (Ez. 28:12, NBLH). Curiosamente, la
NBLH elige traducir (tamim) como íntegro en los casos de Noé y de Job. La
propia palabra conlleva probablemente la idea de ser maduro; es decir, eso
es lo que se esperaba que fueran los santos para esa dispensación y ese nivel
de los tratos y de las revelaciones de Dios. El sello de Sataná s de takenith
parece conllevar la idea de simetría o proporción, bien medida. Y su
hermosura, descrita como (kalil), probablemente denota el haber sido
intacto, mientras que su perfección (tamim) má s probablemente indique
inculpabilidad moral (como en los casos de Noé y de Job). En resumen,
esas perfecciones, no está n a la par del nivel de perfección de Dios.
Por otro lado, en las Escrituras se demanda la perfección de las criaturas,
siendo el texto clá sico Mateo 5:48: “Sed, pues, vosotros perfectos, como
vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Esto se puede explicar en
un nú mero de formas. (1) Puede referirse a glorificació n final ya que “ser”
es futuro en forma (esesthe, futuro del indicativo de eimi). Sin embargo, eso
no se ajustaría muy bien al contexto y los eruditos tratan al verbo como
imperativo en fuerza, a pesar de que su forma es futura. (2) Puede referirse
a madurez, en un sentido comparativo. Es decir, los creyentes deben ser
maduros y completos en un nivel finito, así como lo es Dios en un nivel
infinito. (3) Puede referirse a perfecció n restringida. Aquí algunos sugieren
que la perfección está limitada por el contexto (vs. 43-47) en el hecho de
que los creyentes son llamados simplemente a ser perfectos en su
imparcialidad hacia las demá s personas (es decir, a amarlas como las ama
Dios). (4) Se refiere a un estándar ideal. O sea, la perfección moral de Dios
es el está ndar supremo e ideal del hombre. Dios no podría demandar menos
y aú n ser Dios, a pesar de la incapacidad del hombre de lograr tal
perfección. En otras palabras, Dios no tiene una escala que disminuye o
grados cambiantes de aceptabilidad moral para otros porque él no tiene
ninguna para él mismo. La idea de “perfecto” aquí es bondad completa, sin
dudas aludiendo a las demandas de la ley de que uno se conforme a la
perfección moral (Dt. 18:13) y la santidad (Lv. 19:2) de Dios.39 Esta ú ltima
opción es la que se debe preferir.
Omnipotencia
Omnipotencia significa, que por su poder exhaustivo, Dios puede hacer
todas las cosas consistentes con su naturaleza y propósito. Frame añade que
“Dios puede hacer cualquier cosa que sea compatible con sus atributos”.40
El poder exhaustivo de Dios se refiere a su habilidad de producir efectos.
Para decirlo de otra manera, Dios puede hacer todo lo que él quiere pero no
va a hacer todo lo que él puede. Jesú s puede hacer hijos a Abraham de las
piedras pero no lo hará (Mt. 3:9). É l pudo haber llamado doce
legionesde á ngeles en el huerto de Getsemaní pero no lo hizo (Mt. 26:53).
La omnipotencia de Dios no quiere decir que Dios pueda hacer un mal bien
o hacer una piedra demasiado grande para que él la mueva. Esos pueden ser
enigmas mentales filosóficos, no obstante son necedades teológicas porque
tales sugerencias hipotéticas no son elementos de poder. Uno simplemente
podría también preguntar si una explosión nuclear tiene el poder de hacer
que 2+ 2=6.41 En otras palabras, no puede haber cosas tales como círculos
cuadrados o triá ngulos redondos. Como provechosamente observa Culver,
hay una diferencia importante entre “todas las cosas son posibles” y
“cualquier cosa puede suceder”.42 Charles Hodge observa que no es
limitación en omnipotencia cuando ésta no puede efectuar aquello que no es
un elemento de poder, no má s que el conocimiento de Dios sea limitado
por su inhabilidad de comprender lo absurdo o la inhabilidad de su bondad
infinita de hacer el mal. En resumen, la omnipotencia es ser capaz de hacer
todo lo que uno quiere. Ser incapaz de hacer lo que uno no quiere no es
debilidad.43 De hecho, el poder de auto-limitación y de auto-restricción son
señales reales de poder verdadero.44
Los arminianos y los teístas del libre albedrío dicen que al hacer criaturas
libres, Dios, dado el caso, se limitó él mismo a los impredecibles actos
libres de esas criaturas. Por consiguiente, el hombre tiene “libertad
auténtica”; él siempre puede hacer tan solo lo que Dios quiere. Dios,
entonces, no es omnipotente sino “omnicompetente”.45 Este realmente es
un triste comentario sobre su concepto de Dios. De hecho, en los asuntos
humanos normales, las personas son procesadas por hacer algo que no
pueden controlar o que no podrá n controlar.
La omnipotencia de Dios se enseña en las Escrituras en diversas
expresiones. Se describe a Dios, por ejemplo, como “Todopoderoso” (Gn.
17:1; Ap. 19:6). Al final de su juicio, Job confiesa: “Yo conozco que todo
lo puedes” (Job 42:2). En una oración, Jeremías afirma: “¡ Oh Señor
Jehová ! he aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, y con
tu brazo extendido, ni hay nada que sea difícil para ti” (Jer. 32:17). Isaías
habla de forma similar: “El SEÑ OR es el Dios eterno, creador de los
confines de la tierra. No se cansa ni se fatiga” (Is. 40:28, NVI).
Ademá s de la creación original, hay otras manifestaciones de la
omnipotencia de Dios.
LUGAR REFERENCIA EXPLICACIÓN
En sus nubes envuelve las aguas (NVI).
Job 26:7-14
Naturaleza Hace los relá mpagos con la lluvia, y saca el viento
Jeremías 10:13
de sus depósitos.
Nabucodonosor aprende que “el Altísimo gobierna el
Historia Daniel 4:17 reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da”
[el poder y la autoridad].
Nabucodonosor reconoce que Dios “hace segú n su
Hombres y
Daniel 4:35 voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de
ángeles
la tierra”.
Job 1:12
Dios le permite a Sataná s hacer cosas.
Satanás Apocalipsis
Dios arroja a Sataná s al abismo.
20:3
La redención, en todos sus aspectos relacionados,
Redención Efesios 1:18-22 incluyendo la resurrección de Cristo, es
indudablemente el mayor ejercicio del poder de Dios.
46
Omnisciencia
La omnisciencia se refiere al conocimiento eterno, simultá neo e
inmediato de Dios de todas las cosas pasadas, presentes y futuras ya sean
reales o posibles. Para simplificarlo, Dios todo lo sabe. Lewis y Demarest
definen provechosamente la omnisciencia al decir: “De forma inmediata,
consciente y detallada, Dios está al tanto de toda realidad invariable y
eterna (él mismo, sus atributos y propósitos, así como las decisiones y actos
que las ejecutan) y de toda la realidad temporal que alguna vez fue, que es,
o que será ”.47 Strong proporciona una opinión ligeramente diferente al
sugerir que la omnisciencia pertenece sólo al conocimiento que tiene Dios
del universo, no a su propio conocimiento, al cual Strong llama la verdad de
Dios.48 Esto sin embargo, parece ser má s un subterfugio filosófico que una
definición alternativa y también puede sugerir que Dios obtiene su
conocimiento sobre el universo del universo, lo cual sería incorrecto.49
Descripciones teológicas: inmediatas y simultáneas
El conocimiento de Dios es inmediato (o intuitivo e instantá neo); no es
demostrativo o discursivo. Dios no aprende. É l no obtiene su conocimiento
por ningú n proceso temporal tal como la inducción, la deducción, la lógica,
la comparación, el uso de los sentidos, o de otra manera yendo de lo
conocido a lo desconocido. De hecho, teológicamente es má s exacto decir
que Dios es omnisapiente que decir que él tiene todo el conocimiento, a
pesar de que lo ú ltimo es en verdad cierto.
El conocimiento de Dios también es simultáneo, no sucesivo. Es decir, él
conoce todo de un vistazo. É l sabe todo en un acto de intuición y cognición
simultá neo e indivisible. É l ve todos los objetos de conocimiento de
inmediato, exhaustivamente y en su totalidad. Su conocimiento no es el
resultado de ningú n proceso temporal; es, en ese sentido, eterno. Como dice
Bavinck: “todas las cosas está n eternamente presentes en su visión
mental”50
Geerhardus Vos observa que el conocimiento de Dios no se deriva de sus
objetos “sino que se ejerce sin receptividad o dependencia”. Ademá s, Dios
“saca su conocimiento directamente de la base de la realidad ya que reside
en sí mismo… . El conocimiento de Dios del mundo tiene su origen en su
autoconocimiento. Debido a que el mundo es una revelación de Dios, todo
lo que es real o posible en éste es un reflejo en forma creada de lo que
existe increado en Dios”.51
Descripciones Escriturales
Las Escrituras dicen que Dios es “mayor que nuestro corazón… , y él sabe
todas las cosas” (1 Jn. 3:20). La región de los muertos está “desnuda” ante
Dios, abierta a sus ojos (Job 26:6; cp. He. 4:13). Dios “mira hasta los fines
de la tierra y ve cuanto hay bajo los cielos” (Job 28:24). Desde los cielos,
Dios ve todo acerca de la raza humana (Sal. 33:13-15), incluyendo los
detalles de la vida cotidiana (Sal. 139:1-4; Pr. 5:21; Mt. 10:30) y los
pensamientos y las intenciones del corazón humano (Hch. 1:24). Dios
“cuenta el nú mero de las estrellas, y a todas ellas les pone nombre” (Sal.
147:4). Ningú n gorrión cae sin el conocimiento de Dios (Mt. 10:29). En
resumen, Dios conoce todos los eventos futuros y pasados; É l declara el fin
desde el principio incluyendo lo que no ha sido hecho (Is. 46:9-11).
Hay algunas otras características del conocimiento de Dios. Primero, el
conocimiento de Dios es perfecto: “del perfecto en conocimiento” (Job
37:16, NBLH). Puesto de manera simple, no hay errores en el conocimiento
de Dios; él, por supuesto, conoce acerca de todos los errores, pero los
conoce como errores. Segundo, el conocimiento de Dios es eterno; él “…
hace conocer todo esto desde tiempos antiguos” (Hch. 15:18). Dios siempre
ha conocido, conoce y conocerá todas las cosas. Tercero, el conocimiento
de Dios siempre tiene propósito moral: “Los ojos de Jehová está n en todo
lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Pr. 15:3). Su conocimiento no
es como una computadora; má s bien él sabe cómo darle buen uso. En este
sentido, Dios no es sólo un espectador intemporal, simplemente viéndolo
todo desde arriba y todo de una vez (semejante al dirigible Goodyear). Al
contrario, su conocimiento ve todas las cosas a la luz de su propio cará cter,
plan y propósito. Cuarto, el conocimiento de Dios es activo, no está tico.
O sea, el conocimiento de Dios corresponde a su ilimitada energía interna
(es decir, a su vida) y a su omnipotencia, con referencia a todas las
cosas externas a él mismo. É l es, por lo tanto, el “Dios pensante y…
sapiente”.52
Digresión 1: el conocimiento de Dios sobre las posibilidades
Un á rea que a menudo se debate es la de la naturaleza del conocimiento
de Dios sobre las posibilidades. Segú n las Escrituras parece evidentemente
claro que Dios conoce las posibilidades; no obstante, lo que este tipo de
conocimiento abarca o excluye es lo problemá tico. Por ejemplo, cuando
David estaba huyendo de Saú l por su vida, él le pregunta a Dios, al parecer
por el Urim, si los hombres de Keila lo iban a entregar a Saú l. Dios dice que
lo iban a hacer si él se quedaba allí, entonces David coge otro rumbo (1 S.
23:11-12). En otra parte, Jesú s dice que si Tiro, Sidón y Sodoma hubieran
oído la revelación de Dios que Corazín y Betsaida oyeron, se hubieran
arrepentido (Mt. 11:21, 23). Hablar sobre lo que podría pasar origina una
cantidad de preguntas acerca del plan de Dios para los eventos futuros y el
conocimiento de estos. Se ofrece una aclaración cuá druple de este
fenómeno.
Primero, se debe hacer énfasis en que no hay ninguna posibilidad
inexplorada en el universo. Todos los eventos y todas las cosas posibles,
bajo todo tipo posible de circunstancia, son conocidos por Dios. O sea, Dios
sabe todo lo que podría suceder.
Segundo, Dios conoce todas las posibilidades como posibilidades (o
como ideas).53 Dios no las prevé como eventos futuros o como certezas.
Teológicamente, a esto a veces se le refiere como el “conocimiento
especulativo” de Dios.54 A lo largo de estas líneas, algunas cosas
simplemente no son objetos del conocimiento de Dios en este sentido. Por
ejemplo, Dios no conoce la posibilidad de que él pudiera pecar. Por
supuesto, él conoce la posibilidad de que alguien pudiera concebir ese
pensamiento. De hecho, él ha decretado permitirlo y, de esta manera,
conoce con antelación que una persona en particular lo concebirá . No
obstante, que él realmente pueda pecar no es una posibilidad que la
omnisciencia de Dios puede considerar como una posibilidad.
Parece que Dios sólo puede saber lo que pudiera tener lugar y lo que va a
ocurrir. Algunos, sin embargo, sugieren que Dios también sabe lo que
ciertamente podría pasar en cada situación posible. Es decir, Dios sabe,
cuá l sería la verdadera decisión con relación a toda elección libre y posible.
Filosóficamente, esta es una idea que se conoce como conocimiento
intermedio, y tiene sus raíces en la filosofía de los jesuitas católicos de la
post-reforma y está detrá s del actual resurgimiento del arminianismo
teológico.55 Al conocimiento medio también se le refiere como al
conocimiento de Dios de lo contrafá ctico, lo cual es el conocimiento de
Dios de las contingencias que es lógicamente anterior a su decreto.
Hay, sin embargo, serios problemas con el conocimiento medio,
incluyendo los siguientes.56 Primero, esto supone que, en algú n punto, el
conocimiento de Dios incluyó puras contingencias. Es decir, Dios conocía
posibles eventos como realidades (al menos alguna forma de realidad o de
certeza), no como posibilidades irreales. Segundo, y relacionado, con tal
pura contingencia, el conocimiento medio supone a Dios como quien
aprende u obtiene conocimiento y que ese conocimiento se basa en algo
excepto en su voluntad. De hecho, éste supone que ese conocimiento se
basa en las elecciones (absolutamente) libres de los hombres; rama ésta de
la libertad conocida como libertad libertaria (es decir, total indiferencia
humana que es volitiva, psicológica y racional). Esto, por supuesto, niega la
omnisciencia de Dios como tradicionalmente se entiende. Tercero, el
conocimiento medio supone que la mente de Dios puede ser abarrotada de
información errónea. O sea, de todas las posibilidades infinitas para una
acción o un evento que Dios “conoce” en su conocimiento medio, sólo una
es cierta y ésa es la que realmente llega a pasar (la cual Dios aprende ex
post facto [posterior al hecho]). Por consiguiente, las “posibilidades
infinitas” en realidad se hacen infinitas ¡ menos una! Es decir, los datos
infinitos menos un dato significa que todos, menos un dato que es cierto, es
conocimiento erróneo en la mente de Dios.
Segú n se observa arriba, 1 Samuel 23:10-13 plantea algunos de estos
problemas y, no de manera sorpresiva, es usado frecuentemente por los que
proponen el conocimiento medio. Sin embargo, es mejor entender el texto
como el que da el conocimiento de Dios sobre el propósito de los hombres
de Keila, es decir, lo que ellos se proponían hacer. No es lo que ellos iban
ciertamente a hacer, como una de un nú mero infinito de puras
contingencias a las cuales Dios debe de reaccionar para rescatar a David
(sin decir nada de todo el programa del pacto de Israel y de la casa de
David)57 y al resto de la historia humana.
Tercero, el conocimiento de Dios de las posibilidades se debe a su razó
n y a su poder. É l sabe todo lo que él puede hacer. Por tanto, él conoce
las realidades futuras como realidades y las posibilidades como
posibilidades porque el futuro procede conforme a su propó sito y a su
plan.
Cuarto, el conocimiento de Dios de las posibilidades no significa que
Dios lleve en su mente toda clase de conocimientos inú tiles de un nú
meroinfinito de posibilidades como exceso de equipaje. Esto es así por las
siguientes razones. (1) El nú mero de posibilidades en un universo finito y
creado no es infinito. Si bien puede haber habido un nú mero infinito de
posibles universos finitos en la mente de Dios, no hay posibilidades
infinitas en un universo finito.58 (2) El conocimiento de Dios está , segú
nse observó, siempre relacionado con el propósito (Pr. 15:3), aun su
conocimiento de las posibilidades. (3) Dios no puede conocer una pura
contingencia; ésta no es un objeto de conocimiento. Su omnisciencia tiene
que ver con todo lo que es un objeto de conocimiento.59
Digresión 2: el conocimiento de Dios de la acción humana
Otra pregunta teológica y persistente en esta á rea es si Dios conoce (de
antemano conoce o prevé) los actos libres del hombre. Que él sí los conoce
parece bastante obvio, teniendo en consideración que todo el material
profético de las Escrituras está basado en este hecho. Por ejemplo, Dios
conoce de antemano y en gran detalle los actos libres de los asirios
escatológicos (Is. 10:5-11). O, en otra parte, Dios conoció de antemano a
Ciro (hasta de nombre) y lo que él haría por Israel, al anunciarlo un siglo y
medio antes del nacimiento de Ciro (Is. 44:28; 45:13; cp. Esd. 1:1-3).
Las elecciones libres de los hombres no acrecientan el conocimiento de
Dios. Esto no es como si las acciones del hombre descansaran en la pura
contingencia (la casualidad) y no pudieran conocerse, ni siquiera por Dios,
hasta que se ejecuta el acto o la elección. Ademá s, si las acciones de los
hombres se basan en una contingencia, Dios conoce la contingencia. La
conoce porque la ha planificado. En este caso, ésta no es una contingencia
pura sino sólo temporal, en el caso de las criaturas, que ha sido ejecutada y
planificada completamente por Dios. Es una contingencia sólo desde el
punto de vista humano. Una cosa es cierta, có mo todo esto se elabora en
el conocimiento de Dios es un misterio para el hombre, parte del
problema má s amplio de la libertad/soberanía, el cual probablemente
nunca será comprensible para una mente finita. De todas formas,
simplemente se debe afirmar que Dios conoce todas esas cosas porque las
ha decretado.
Clark Pinnock objeta. É l dice que Dios no puede conocer los actos libres
y excluye hasta una comprensión tradicional de la profecía. Pinnock
rechaza el punto de vista tradicional y lo llama “la variedad de la bola de
cristal de la omnisciencia divina”,60 y prefiere creer que hay “novedad
genuina en el universo que no se puede predecir siquiera por Dios”.61
Si Dios en verdad conoce los eventos futuros, entonces los eventos son
ciertos. De todas formas, la propia omnisciencia de Dios no es causativa.
No es pre-determinista pero sí supone o presupone predeterminación o
predestinación. La diferencia radica en el hecho de que todos los actos
libres son determinados por Dios de manera causal, pero la causalidad es
no-restringente.62 Dios conoce los eventos futuros porque los ha decretado,
É l ha predestinado cualquier cosa que llegue a ocurrir, por tanto él conoce
como una certeza lo que llegará a ocurrir.63 Si los eventos futuros no son
certezas, como Dios las conoce que son, entonces el conocimiento de Dios
sería erróneo. De nuevo, Dios no puede conocer una pura contingencia
porque, al ser inexistente, no es un objeto de conocimiento. La pura
casualidad simplemente no existe, ni siquiera como una posibilidad, en un
universo creado y controlado por el Dios de la Biblia.
Y se debe recordar que el futuro es futuro sólo para el hombre. Para Dios
todos los eventos y los objetos de conocimiento son un simple hecho de
intuición eterna. Técnicamente, Dios no tiene ni memoria ni conocimiento
previo (presciencia) porque todo su conocimiento está presente perpetua y
simultá neamente. Pero él puede ver en un instante todos los eventos
secuenciales. En este sentido, él conoce el futuro.
Finalmente, en la comprensión tradicional de la omnisciencia de Dios hay
un gran beneficio para los creyentes. Dios conoce sus necesidades antes que
ellos siquiera le pidan. Por ejemplo, en el Milenio, la promesa divina es: “Y
antes que clamen, responderé yo; mientras aú n hablan, yo habré oído” (Is.
65:24; cp. Mt. 6:8). O, como dice David, las huidas y las lá grimas
delpueblo de Dios le son totalmente conocidas (Sal. 56:8). En resumen, para
que haya comunión absoluta y verdadera con Dios, él debe ser exhaustiva y
completamente conocedor de la vida de cada persona en todo momento.64
Omnipresencia
Omnipresencia significa que Dios está en el universo, presente en todas
partes al mismo tiempo, llenando cada parte de éste con todo su ser. Dios es
trascendente o está por encima de todo lo creado y en todo su ser infinito él
está también inmanente o en la creación.65 Algunos teólogos incluyen este
aná lisis bajo el atributo de la inmensidad, el cual ademá s incluye las
antedichas doctrinas de la inmanencia y la trascendencia. Técnicamente, a
lo que los teólogos se refieren por inmensidad es, sin embargo, negativo en
fuerza, la contraparte de omnipresencia. En otras palabras, inmensidad
significa que Dios no está limitado por el espacio ni confinado a éste. La
omnipresencia es, entonces, má s positivo en fuerza: Dios está presente en
todas partes.
La Biblia está repleta de evidencias sobre la omnipresencia de Dios.
Por ejemplo, David, reconociendo bien las realidades prá cticas de esta
idea, pregunta: “¿ A dónde me iré de tu Espíritu? ¿ Y a dónde
huiré de tu presencia?” (Sal. 139:7; cp. también vs. 8-10). La oración de
su hijo Salomón en la dedicación del templo refleja una
idea similar, específicamente la de la futilidad de pensar que
Dios pudiera estar confinado en un edificio: “He aquí que los cielos, los
cielos de los cielos, no te pueden contener” (1 R. 8:27). En otro lugar, de
forma retórica, Dios les pregunta a los falsos profetas en los días de
Jeremías: “¿ Soy yo Dios de cerca solamente, dice Jehová , y no Dios
desde muy lejos? ¿ Se ocultará alguno, dice Jehová , en escondrijos que
yo no lo vea? ¿ No lleno yo, dice Jehová , el cielo y la tierra? (Jer. 23:23-
24). Pablo, de igual modo, les dice a los filósofos ateos de Atenas que el
Dios verdadero no estaba lejos de cada uno de ellos; por tanto debían
buscarle (Hch. 17:27).
La omnipresencia de Dios se explora de manera prá ctica en cinco
aspectos. Primero, la omnipresencia no significa que Dios esté en todo y
que todo esté en Dios (o sea, el panteísmo). Dios es un ser espiritual. É l
llena el universo con su presencia metafísica y personal, pero esa llenura no
está en un modo de masa-espacio. Ademá s, la presencia de Dios en
el universo es libre, no necesaria ni compelida. Si Dios en verdad fuera
todo, él estuviera en una relación necesaria con todo.
Segundo, la omnipresencia no significa que parte de Dios esté en un lugar
y parte de él esté en otro. É l está presente en todas partes en todo su ser. Eso
es lo que la doctrina de la simplicidad de Dios implica; él es indivisible. Su
ser espiritual e incorpóreo no puede ser dividido y repartido a varios
lugares. La omnipresencia es, por consiguiente, una extensión infinita del
ser indivisible de Dios. Dios habita en todas las cosas en todo su ser
metafísico, pero él no habita en todo o en todos en su plenitud
corporalmente. Esta ú ltima idea sólo se logra en Jesucristo (Col. 2:9) y
resulta del hecho de que Jesú s es una extensión de la propia esencia divina,
mientras que el universo no lo es.
Tercero, omnipresencia no significa que Dios esté presente en todas
partes en el mismo sentido. É l no habita en la tierra como lo hace en
el cielo. É l no está en los animales como está en el hombre. É l no está en
los malvados como está en los justos. Es decir, las manifestaciones
de su
presencia varían. É l mora en los creyentes de forma salvadora; él no llena
el universo entero de tal manera.
Cuarto, la omnipresencia implica la presencia personal de Dios, no
simplemente la presencia de su poder. Esto es opuesto a las afirmaciones
del Deísmo, el cual sugiere que las operaciones de Dios está n aú n
presentes, mientras que el propio Dios está lejano. Al contrario, Dios está
presente por doquier en sus operaciones. Como Grudem lo expone, Dios está
presente para castigar, bendecir o sustentar.66 La omnipresencia de Dios
expresa su inmanencia con referencia a su creación. Ademá s, si bien Dios
es trascendente e intemporal, él, no obstante, se relaciona conscientemente
con el tiempo, a pesar de que esta relación es bastante diferente a la de los
seres humanos. El decreto de Dios fue hecho en el pasado eterno e
intemporal, pero es ejecutado por él dentro del patrón de las secuencias
temporales (Is. 37:26: “...desde tiempos antiguos yo lo hice, que desde los
días de la antigü edad lo tengo ideado? Y ahora lo he hecho venir...”).
Quinto, la omnipresencia no implica que Dios desplace algo en el espacio
a causa de su presencia; es decir, nada es excluido espacialmente por la
presencia de Dios. De nuevo, la presencia de Dios es metafísica (o sea,
espiritual) no física. Como dice Samuel Storms “Dios está donde todo lo
demá s está ”.67 Ademá s, la omnipresencia y los efectos de la infinidad
no sugieren que Dios se pueda expandir.68 El espacio y el tiempo
son fenómenos finitos y creados, y para los seres creados, son
formas de existencia necesarias. Pero, debido a que Dios es un
Espíritu increado, infinito y puro, el espacio (en este caso) no puede ser un
modo de existencia para él.69
Puede surgir la pregunta de cómo Dios puede estar en el infierno (Ap.
14:10). Aquí se debe hacer una distinción entre la presencia metafísica de
Dios y la presencia de comunión y de compañerismo. No hay ningú n
compañerismo con Dios en el infierno, ni en un nú mero de lugares,
digamos, por ejemplo, en un copo de nieve. Sin embargo, su presencia
metafísica, personal e indivisible está en todas partes. (Por supuesto, eso no
es insinuar que Dios esté en el infierno o en el copo de nieve en el mismo
exacto sentido).
Una pregunta afín es cómo puede ser localizado un Dios omnipresente.
Por ejemplo, el salmista declara: “A ti que habitas en los cielos (Sal. 123:1)
De igual manera, Jesú s enseña a los creyentes a orar al Padre “que está en
los cielos” (Mt. 6:9). La tensión, entonces, es que si Dios es omnipresente,
en qué sentido está él confinado a la localidad del cielo, o a cualquier otra
parte, en realidad. La respuesta es que la presencia de Dios está en todas
partes pero no se manifiesta de la misma manera dondequiera. Strong, de
forma correcta observa, entonces, que “la auto-manifestación má s
gloriosa y especial de Dios está en el cielo”.70 Dios ha elegido
manifestarse permanentemente en el cielo hasta el estado eternal. Pero, aun
hasta ese momento, él se ha manifestado especialmente en la tierra en
varias ocasiones (ej., 2 Cr. 7:16).
Omnisapiencia
Eso significa que Dios lo sabe todo. É l tiene sabiduría infinita. Dios
aplica su conocimiento de tal manera que para lograr los fines má s
sublimes se emplean los mejores medios para así glorificarse a lo sumo.
Dios tiene control perfecto y absoluto de su conocimiento. Como observa
Bray: “La sabiduría es má s que mera inteligencia porque incluye la
capacidad de controlar y dirigir la mente”.71 La sabiduría de Dios no es
intelectual de manera abstracta sino es intensamente prá ctica. Todo el ser
de Dios, incluyendo su conocimiento, es diná mico, no está tico. Para
exponerlo de otro modo, la sabiduría es el conocimiento de Dios con
propósito moral.72
Pablo habla de la sabiduría de Dios, al exclamar su incomprensibilidad:
“¡ Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría… de Dios! ” (Ro. 11:33).
En esa misma carta, Pablo concluye, adscribiéndole gloria “al ú nico y
sabio Dios” (Ro. 16:27). El salmista ancla todas las obras del mundo a la
sabiduría de Dios (Sal. 104:24; cp. Ro. 8:28). De hecho, Pablo dice que la
iglesia estará en la urna del trofeo eterno de Dios como un testimonio de “la
multiforme sabiduría de Dios” en la redención (Ef. 3:10).
Eternidad
La existencia de Dios no se puede medir por el tiempo. El pasado, el
presente y el futuro de Dios son poseídos por él en un presente indivisible.
É l no tiene antes ni después, ni má s temprano ni má s tarde. De hecho,
Dios trasciende todas las limitaciones temporales y no tiene principio ni
fin. Como tal, Dios es el autor o la causa del tiempo. Ryrie dice que
eso
significa que la existencia de Dios es interminable al decir: “Su existencia
se extiende sin límite de tiempo hacia atrá s y hacia adelante (segú n nuestro
concepto del tiempo) sin ninguna interrupción o limitación causada por el
acontecer de los eventos”.73 Storms concuerda, al añadir que: “Dios existe
totalmente fuera de la secuencia temporal”.74 De igual modo Grudem
sugiere que: “Dios no tiene principio, fin, ni sucesión de momentos en su
propio ser, y ve todo el tiempo con la misma lucidez. Sin embargo, Dios ve
los hechos en el tiempo y actú a en el tiempo”.75
Culver ademá s explica que el tiempo se debe entender como duración. La
relación de Dios con el tiempo es tal que él está por encima del tiempo.76
Aun él sugiere que: “no parece bastante correcto decir que [Dios] vive en el
eterno ahora, como ocasionalmente leemos, ya que el pasado y el futuro
está n presentes en la mente de Dios tan ciertamente como el presente”.77
É l dice ademá s que: “hay sucesión lógica en los pensamientos de Dios
pero no sucesión cronológica; sin embargo, debido a que la creación sí
existe ahora en una sucesión de eventos, Dios los ve y los conoce. El
tiempo es por tanto tan real para Dios como lo es para nosotros”.78 Para
repetir un asunto que se trató anteriormente en el aná lisis de la
impasibilidad e independencia de Dios, la inmutabilidad de Dios no
significa que él sea en lo má s mínimo inmóvil ni tampoco sugiere que, al
ser eterno, Dios habite en algú n tipo de tiempo presente que es interminable
y está tico. En resumen, Dios al estar en su plenitud diná mica y perfecta no
quita de él la realidad del tiempo. Las relaciones de Dios con su creación
son cualquier cosa excepto irreales o surrealistas para él.
El atributo de Dios de la eternidad se ve en numerosos lugares. Abraham
llama a Dios el Dios Eterno (el ‘olam) (Gn. 21:33). En su canto del cisne
para Israel en la llanura de Moab, Moisés dice: “El eterno (quedem) Dios es
tu refugio, y acá abajo los brazos eternos (olam)” (Dt. 33:27). Y, en
contraste con la tierra y sus montañas, las cuales fueron siempre
consideradas muy antiguas y casi eternas, Moisés habla de la existencia de
Dios como “desde la eternidad y hasta la eternidad [olam]” (Sal. 90:2,
LBLA). El hombre está destinado a secarse como la hierba, dice el
salmista, pero Dios permanece para siempre (olam) (Sal. 102:11-12). Job,
luchando con la incomprensibilidad de Dios, observa que “el nú mero de
sus años es inescrutable” (Job 36:26, LBLA). Dios tiene “propósito eterno”
(aionon) y
su “poder eterno” (aidios) se revela en el orden natural (Ro. 1:20). Ademá s,
Dios es nombrado el “Rey eterno” (ton aionon) en la breve, pero temprana
confesión de fe de Pablo (1 Ti. 1:17). Y el Apocalipsis de Juan describe a
Dios como el “que es y que era y que ha de venir” (Ap. 1:8; cp. 4:8).
La relación de Dios con el tiempo es muy difícil de entender. Se entiende
el tiempo como una unidad de medida marcada por una sucesión de
eventos. É ste involucra una relación entre las cosas cambiantes. En este
sentido, el tiempo comenzó cuando Dios creó el universo y las relaciones
cambiantes dentro de éste. Dios entonces causa el tiempo a lo largo de su
creación, pero él no está sujeto al tiempo ni a nada finito. É l es eterno y
en su trascendencia habita una eternidad intemporal. Por lo tanto, el tiempo
en el nivel humano recibe su significado de la mano creadora de Dios
pero el tiempo no es un modo de la existencia de Dios.79
Dios trasciende el tiempo en que él es inmutable. É l posee su ser en un
presente indivisible. É l es eternamente quien él es; él es su propia
eternidad.80 Su conocimiento de todas las cosas no es sólo completo sino
simultá neo (un acto simultá neo de cognición intuitiva y eterna) y él esta
simultá neamente en todas partes en toda su presencia. É l no añadirá ni
disminuirá en relación alguna de su persona o de su ser. En este sentido,
la existencia de Dios no se puede medir por el tiempo. Con respecto
al hombre, él puede elevarse por encima del tiempo en un sentido
finito y débil a través de la memoria, el propósito, la predicción y la
comunicación. El hombre puede, de igual modo, conocer varias cosas
simultá neamente; sin embargo, sólo Dios trasciende el tiempo de manera
infinita.
Inmutabilidad
La inmutabilidad, a la que a veces se le llama la constancia de Dios,
significa que Dios es invariable en su ser y sus propósitos. Ademá s
significa que Dios es incapaz del crecimiento o la decadencia en relación
alguna. Como dice Robert Reymond de forma similar, Dios ni cambia ni
puede cambiar “ontológica y decretalmente”.81 Dios no ha crecido o
disminuido, aprendido u olvidado. É l no es algo hoy que no lo fuera ayer,
tampoco es má s ni menos santo, amoroso o misericordioso que alguna vez
fuera o que será . É l no ha añadido o sustraído, ni siquiera disminuido en
ninguno de sus atributos.
Las Escrituras enfatizan que Dios es invariable en varios aspectos.
Primero, Dios es invariable en su persona y en sus perfecciones. Por
ejemplo, Malaquías registra la afirmación de Dios en ese efecto: “Porque yo
Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos”
(Mal. 3:6). Santiago sugiere que en Dios “no hay mudanza, ni sombra de
variación” (1:17). El autor de Hebreos, al contrastar a Cristo con la
creación, dice:
Tú , oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra
de tus manos. Ellos perecerá n, mas tú permaneces; y todos ellos
se envejecerá n como una vestidura, y como un vestido los
envolverá s, y será n mudados; pero tú eres el mismo, y tus años
no acabará n (He. 1:10-12).
El mismo autor posteriormente dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy,
y por los siglos” (13:8). Bavinck entonces está en lo cierto al observar que,
en contraste con Dios, las criaturas pueden cambiar de no ser a ser y de
buenas a malas.82 Una vez má s, esto es imposible para Dios, quien no sólo
es eternamente no-causado de manera ontológica sino que es infinitamente
perfecto en cada detalle. É l es la plenitud de la moralidad eterna e infinita.
É l es la ley moral e inmutable.83
Segundo, Dios es invariable en su plan y propósito decretados. Por
ejemplo, a través de Ezequiel él anuncia que “Yo Jehová he hablado;
vendrá , y yo lo haré. No me volveré atrá s” (24:14). El salmista afirma
que “El consejo de Jehová permanecerá para
siempre; Los pensamientos de su corazón por todas las generaciones” (Sal.
33:11). Esta característica se extiende al plan redentor de Dios. É ste,
de igual modo, es inmutable e incapaz de fallar. Pablo afirma esto
con una convicción indubitable: “estando persuadido de esto, que el que
comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día
de Jesucristo” (Fil. 1:6).
Tercero, Dios es inmutable en su verdad revelada, en sus afirmaciones y
promesas. É l no está sujeto a un cambio de opinión. É l no es “hijo
de hombre para que se arrepienta” (Nm. 23:19). Esto es
especialmente pertinente a los pactos de Dios con la nación de Israel y
con la pertinencia duradera de Israel en la historia del Antiguo Testamento
y hacia el escatón [fin de los tiempos]. El Salmo 89, en particular los
versículos 19-37, resalta este atributo y su relación con el pacto
davídico, un pacto que le dio a
David y a su posteridad derechos diná sticos y permanentes al trono en el
reino de Dios y que tiene como su cumplimiento supremo el gran reino
mesiá nico del má s grande Hijo de David al final de la historia humana. La
seguridad de esas promesas se resume de este modo:
Mas no quitaré de él mi misericordia [chesed, pacto de amor y
fidelidad], ni falsearé mi verdad. No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo
que ha salido de mis labios. Una vez he jurado por mi santidad, y no
mentiré a David. Su descendencia será para siempre, y su trono como
el sol delante de mí. Como la luna será firme para siempre, y como un
testigo fiel en el cielo (vs. 33-37).
Dios habla de manera similar por medio de Isaías al decir: “Yo anuncié, y
salvé, e hice oír” (43:12). Y Dios es el que “anuncio lo por venir desde el
principio, y desde la antigü edad lo que aú n no era hecho; que digo:
Mi consejo permanecerá , y haré todo lo que quiero” (46:10). Ademá s,
“Porque los montes se moverá n, y los collados temblará n, pero no se
apartará de ti mi misericordia (chesed), ni el pacto de mi paz se
quebrantará , dijo Jehová , el que tiene misericordia de ti” (54:10).
Miqueas también afirma la fidelidad del pacto de Dios y su devoción a
las promesas hechas a Israel: “¿ Qué Dios como tú , que perdona la
maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo
para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia (chesed). É
l volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras
iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados.
Cumplirá s la verdad a Jacob, y a Abraham la misericordia (chesed),
que juraste a nuestros padres desde tiempos antiguos” (Mi. 7:18-20).
Digresión: ¿Puede Dios Cambiar de Parecer?
La Biblia no sólo afirma de modo reiterado la inmutabilidad de Dios, ésta
también describe a Dios como quien se arrepiente o, por otra parte, como
quien parece cambiar de parecer.84 Esto ha causado conflicto en las mentes
de los creyentes y mucho desacuerdo entre los teólogos. Por ejemplo,
anterior al diluvio de Génesis, Moisés escribe que “se arrepintió Jehová
dehaber hecho hombre en la tierra” (Gn. 6:6). Luego, en É xodo, en el
incidente del becerro de oro, Moisés dice que “Jehová se arrepintió del mal
que dijo que había de hacer a su pueblo” (É x. 32:14). Ademá s, cuando
Saú l
desobedeció a Dios y perdonó al rey amalecita, junto con algunos de los
animales, el Señor dijo: “Me pesa haber puesto por rey a Saú l” (1 S.
15:11). Al día siguiente Samuel le dice a Saú l que “la Gloria de Israel no
miente ni cambia de parecer, pues no es hombre para que se arrepienta” (1
S. 15:29, NVI). En otro lugar, cuando un á ngel estaba por destruir a
Jerusalén debido al pecado de David de hacer un censo, el texto dice que
“Jehová se arrepintió de aquel mal, y dijo al á ngel que destruía al pueblo:
Basta ahora” (2 S. 24:16). Luego, en la historia de Israel, Dios le dice a
Ezequías que moriría. A lo que Ezequías responde con una dolida oración,
lamentando su consiguiente fallecimiento. Dios entonces, por lo visto,
cambia de parecer y le añade quince años a la vida del rey y aun provee un
milagro que autentica su promesa (Is. 38:1-8). Otra vez, Dios cambia de
parecer con respecto a destruir a Nínive cuando la ciudad se arrepintió
(Jon. 3:4-10). Se podrían dar otros ejemplos. El problema obvio revelado
en esos textos es cómo Dios puede ser inmutable (o invariable) y aun
cambiar de parecer. Para decirlo de otra forma, cómo se puede decir en un
pasaje que Dios no puede cambiar de parecer y luego en otro que Dios
sí. Ya que la Escritura tiene sólo un sistema de verdad y ya que ese
sistema es parte de una red infinita de verdad unificada y no
contradictoria, la solución no se puede establecer por una apelación a la
contradicción, mucho menos resolverse sólo lexicalmente o por una
insistencia (pedante) sobre la noción de la libertad humana absoluta. La
coherencia bíblica (es decir, la teología sistemá tica) tendrá que prevalecer
o uno habrá de resignarse finalmente a una teología llena de conceptos
filosóficos y anti-bíblicos, a la obvia contradicción o simplemente a los
disparates.
Algunos sugieren que éstos, así como textos similares, han de entenderse
como antropopatismos (es decir, la atribución de emociones humanas a
Dios) a la luz de la doctrina de la inmutabilidad de Dios.85 Otros los
entienden como antropomorfismos.86 Por lo tanto, las expresiones de que
Dios se lamentó, se arrepintió o cambió de parecer se designan para ayudar
a los seres humanos a comprender cómo un Dios inmutable no obstante
responde a algunas situaciones. Probablemente hay un elemento de verdad
en esto, aunque no una respuesta completa.
El “cambio” en esos textos casi ciertamente se asocia a las relaciones y
los tratos de Dios con la gente voluble. Para estar seguro, en su naturaleza,
sus actitudes y propósitos Dios permanece invariable. Una buena manera de
expresar esto es que un Dios invariable debe cambiar en sus tratos con los
hombres volubles para permanecer invariable en su ser y en su carácter.87
De nuevo, inmutabilidad no significa inmovilidad. En lugar de eso, la
actitud inmutable de Dios, en particular en relación con el pecado, acoplada
con la presencia de malos y libres agentes morales significa que los tratos
de Dios cambian. Es decir, su manera de tratar a la gente cambia; Dios
cambia la orientación cuando el hombre se mueve hacia una relación moral
diferente con él. Como observa Grudem, el lenguaje de arrepentimiento
implica “que la acción previa de Dios condujo a acontecimientos que, a
corto plazo, lo hicieron entristecer, pero que con todo a largo plazo, en
ú ltima instancia lograrían sus buenos propósitos”.88 Luego Grudem
pregunta, de manera perspicaz, cómo sería si Dios pudiera cambiar. Si él
pudiera cambiar para mejor, entonces ahora no sería lo mejor posible; si él
pudiera cambiar para peor, entonces la posibilidad de un ser infinitamente
malo entra en perspectiva.
No obstante, queda un problema. Ciertas profecías, declaradas sin
ningunas reservas, se dicen que involucran un cambio en su cumplimiento
divinamente prometido. En tales casos, debe haber habido una condición
tá cita vinculada, que diera ocasión a la notada alteración. Por ejemplo,
a Ezequías se le dijo que ordenara sus asuntos porque moriría y no viviría,
sin embargo, como se observa, el desenlace fue que él oró a Dios y
vivió quince años má s. La condición implicada seguramente fue,
entonces, que si él oraba, iba a vivir. La proclamación de Joná s a la ciudad
pagana fue: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jon. 3:4). Lo
que debió haberse entendido, a pesar de no declararse, era que los
ninivitas iban a ser destruidos a menos que se arrepintieran.89 Joná s
expresa una apreciación a esta condición al decir: “Ahora, oh Jehová , ¿
no es esto lo que yo decía estando aú n en mi tierra? Por eso me apresuré
a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso,
tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal”
(Jon. 4:2). De hecho, conforme al decreto real emitido, el rey y los
ciudadanos de Nínive, evidentemente conocían de esta contingencia,
dice: “¿ Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará
del ardor de su ira, y no pereceremos?” (3:9). En conclusión, en esos
casos, la voluntad decretada de Dios también
implicó la contingencia decretada no registrada, el medio secundario hacia
el fin supremo.90
La teología del proceso falla totalmente aquí. Esta dice que Dios siempre
está cambiando, él y el mundo tienen una reciprocidad de dependencia
mutua. Todo está en proceso de convertirse. En otras palabras, Dios se está
desarrollando en la perfección. O sea, el mundo le añade algo a Dios
continuamente. No mucho mejor es la opinión abierta de Dios o el teísmo
del libre albedrío. Por ejemplo, Richard Rice dice que los textos sobre la
invariabilidad de Dios significan que él es confiable y que es diná mico
en relación con el mundo.91 Segú n este parecer, Dios es afectado por lo
que acontece; el arrepentimiento está “entre las características
esenciales de Dios”, es parte de “las cualidades que hacen a Dios lo que él
es, que define la esencia de la realidad divina”.92
Estos teólogos postulan un universo abierto de novedad y casualidad en
donde cualquier cosa puede suceder. Esto, en esencia, apiña a Dios dentro
de un á ngulo de “omnincompetencia” en donde él está cambiando
constantemente para hacer frente a los caprichos del libertarismo humano y
absoluto, la suprema autonomía volitiva y la aleatoriedad fundamental del
universo. Al final, esto le roba a Dios la independencia, ciertamente de
todos sus atributos, al sustituir la convertibilidad absoluta o la pura
potencialidad por su plenitud de ser no causada.
Incomprensibilidad
Incomprensibilidad significa que Dios no puede ser completamente
conocido por una mente finita. É l es eternamente incomprensible para la
mente finita y creada.93 Hay una pregunta legítima con relación a si éste es
un atributo de Dios en el sentido má s verdadero. Algunos eligen no
llamarle un atributo sino má s bien una descripción de la incapacidad
humana de comprender a Dios. Morton Smith, por ejemplo, dice que
éste no es un atributo porque Dios no es incomprensible para sí mismo,
tampoco lo son los que conforman a la Deidad el uno para el otro. É ste
no es un atributo intrínseco pero “tiene referencia sólo al conocimiento que
la criatura puede tener de Dios”.94 Parece preferible, no obstante,
considerar a la incomprensibilidad como un atributo.95
David dice del conocimiento de Dios: Es “demasiado maravilloso para
mí; alto es, no lo puedo comprender” (Sal. 139:6). “Maravilloso” se
traduce peli (inefable o incomprensible), el cual se describe en paralelo con
“demasiado alto” e inalcanzable para el pensamiento humano (cp. Jue.
13:18; Is. 9:6). La Escritura ademá s dice que la grandeza de Dios es
inescrutable (Sal. 145:3); su entendimiento es infinito (Sal. 147:5); y su ser
de inagotable profundidad (Job 11:7-11). Ademá s la Biblia describe que
los pensamientos de Dios son má s altos que los de los hombres como son
má s altos los cielos que la tierra (Is. 55:8-9), un eufemismo para
infinidad. En otros lugares describe los juicios de Dios como inescrutables,
sus caminos inimaginables (Ro. 11:33), su revelación má s allá del
descubrimiento humano (1 Co. 2:10-12) y su amor insuperable (Ef. 3:19).
Incomprensibilidad no significa que Dios sea incognoscible, segú n
sugiere la neo-ortodoxia (entre otros). Una mente finita puede conocer la
verdad absoluta sobre Dios, pero no puede saber toda la verdad absoluta
que existe sobre Dios. Dios no necesita ser conocido exhaustivamente para
ser conocido con certeza y verdad. Juan dice: “nos ha dado entendimiento
para conocer al que es verdadero” (1 Jn. 5:20). Por tanto, aun cuando es
incomprensible, Dios no es inaprensible. El Señor Jesucristo, por supuesto,
está excluido de la finitud (excepto por su naturaleza humana). É l es
infinito y conoce a Dios completa y exhaustivamente (Mt. 11:27).
Incomprensibilidad no significa que haya algunas cosas que Dios no nos
puede revelar porque no nos las ha revelado, por otra parte, declaraciones,
como las de Smith, parecen ir un poco lejos al sugerir que “suponer que
algunas á reas está n má s allá del campo de la revelación sería suponer
que éstas son supremas que su ser esencial y sus relaciones
Trinitarias”.96 Simplemente porque Dios ha revelado algunas de esas
cosas (ej. Las relaciones Trinitarias y la soberanía divina / la libertad
humana), eso no deduce necesariamente que éstas sean inentendibles para
las mentes finitas y humanas.
Santidad
Santidad implica la simple idea de separación o apartamiento. Significa
ser apartado del uso comú n u ordinario o ser consagrado. Tanto el
término hebreo (qadesh) como el griego (hagios) implican la idea de
separación. De manera interesante, el término originalmente no tenía
connotaciones morales. Por ejemplo, una prostituta de templo era una
qadeshah, o sea, una apartada para propósitos religiosamente inmorales
(Gn. 38:21). El monte Sinaí también era llamado santo (É x. 19:11-13). De
manera similar, el suelo donde ocurrió la teofanía era también santo (ej. É
x. 3:5), como también lo era la fuente del taberná culo (É x. 40:11). Una
casa o un campo se podían consagrar o apartarse (Lv. 27:14, 16). Y el
taberná culo y, posteriormente, el templo tenían un “lugar santísimo” (É
x. 26:33; 1 Reyes 6:16). No sorprende, entonces, que de esa idea bá sica
de separación, se hizo fá cilmente una transición hacia la idea de la
pureza moral (es decir, separación de lo que era pecaminoso, impuro o
malo).
Características de la santidad de Dios
La santidad de Dios se ve específicamente en dos esferas. Primero se ve
en la idea de apartamiento de todo lo que es creado, una santidad de
trascendencia majestuosa. La canción de Moisés después del éxodo de
Israel de Egipto declara: “¿ Quién como tú , oh Jehová , entre los
dioses?
¿ Quién como tú , magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas,
hacedor de prodigios?” (Ex. 15:11). El Salmo 99 contiene una gran
apología de alabanza a la singularidad trascendente de Dios: É l está
“sentado sobre los querubines” (v. 1) y “exaltado sobre todos los pueblos
[gentiles]” (v. 2) Ellos tienen que “alabar [su] nombre grande y temible” (v.
3); “É l es santo” (vs. 5, 9). El profeta Isaías de manera similar exclama:
“Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo
nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad (Is. 57:15) En la
oración profética de Ana, la santidad de Dios es equivalente a su
singularidad. Ella dice: “No hay santo como Jehová ; porque no hay
ninguno fuera de ti” (1 S. 2:2). En la visión apocalíptica del apóstol Juan,
los cuatro seres vivientes no cesaban de decir: “Santo, santo, santo es el
Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir” (Ap.
4:8).
Segundo y má s comú n es la separación de Dios de todo lo que es
éticamente impuro, una santidad de pureza moral. El tema de Levítico,
muchas veces reiterado, es “Porque yo soy Jehová vuestro Dios;
vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo”
(11:44). La santidad ética de Dios es alabada por Isaías, quien declara:
“Pero Jehová de los ejércitos será exaltado en juicio [justicia], y el
Dios Santo será santificado con justicia” (5:16). Ambas ideas de
trascendencia y de pureza moral está n incluidas en Isaías 6:1-
5. Aquí el profeta ve al Dios trascendente en un
trono sublime e inmediatamente tiene que confesar su impureza moral.99
Después de esta experiencia, el nombre favorito de Isaías para Dios es “el
Santo de Israel” nombre éste usado unas veinte y cinco veces. Habacuc
habla acerca de la santidad de Dios al decir que los ojos de Dios son “tan
puros que no puedes ver el mal” (1:13, NVI). Ademá s, la pureza moral
es el foco casi exclusivo de la idea en el Nuevo Testamento. Pedro, por
ejemplo, manda a los creyentes a ser santos en toda su conducta “como
aquel que los llamó [a ellos] es santo” (1 P. 1:15-16).
Delineaciones teológicas de la santidad de Dios
El atributo de Dios de la santidad parece mejor resumido teológicamente
por la delineación triple de Strong.100 Primero, la santidad de Dios es
pureza de sustancia. Dios es puro en su ser o naturaleza moral. Su ser y su
voluntad se conforman eternamente la una a la otra, pero teológicamente
hablando, su ser precede a su voluntad. La santidad de Dios como pureza de
sustancia asevera que su santidad no es meramente negativa; no es
meramente la ausencia de pecado o ser libre de lo erróneo. No es una
abstracción o un estado vacuo. Má s bien, la santidad es positiva—pureza
moral y rectitud. Segundo, la santidad es energía de la voluntad. Shedd
enfatiza esto al definir la santidad como “la perfecta rectitud de la voluntad
[de Dios]. La voluntad divina está en armonía absoluta con la naturaleza
divina”.101 Eso enfatiza bien el aspecto volitivo o el aspecto activo de la
santidad de Dios. Sin embargo, Dios no es simplemente santo porque él
quiere serlo por decisión divina. Al contrario, la santidad de Dios es activa;
él se conforma activamente a su ser en todas las formas. Y, como ser
personal entonces, Dios expresa, no causa, su naturaleza. Tercero, la
santidad es auto-afirmación. La santidad es voluntad de pureza en sí misma.
É sta se afirma o se asevera como el fin y motivo supremo. (Con respectoa
esto, las personas son santas cuando hacen la voluntad de Dios). Dios es el
Santo porque él lo quiere en conformidad con su ser. Dios quiere lo bueno
porque eso es bueno (en sí mismo) y es bueno porque él lo quiere (o sea, su
pureza auto-afirmante). Ambas son ciertas y necesarias. Hoeksema expresa
esto bastante bien, al decir que la santidad es “la perfección ética, divina e
infinita [de Dios] concentrada en y consagrada a sí mismo, o sea, esa virtud
divina segú n la cual él eternamente quiere, busca y está
consagrado sólo a sí mismo”.102
Digresión: la santidad como atributo fundamental de Dios.
La santidad de Dios es su atributo fundamental. Mientras que algunos
teólogos tratan comparablemente con todas las perfecciones morales de
Dios, parece que sí hay justificación para ver a la santidad, segú n
seentiende aquí, como un atributo que gobierna a los otros atributos de la
bondad de Dios (o sus atributos morales). Esto, por supuesto, es una
prioridad teológica y no tiene la intención de sugerir que originalmente
Dios sólo fue santo y añadió el resto de estos atributos de bondad. Esto
tampoco tiene la intención de sugerir que la santidad de Dios es má s
importante que el resto de los atributos ni que esos otros atributos con el
tiempo pueden dispensarse, teológicamente. Dabney provechosamente dice
que “los atributos morales [de Dios] pueden decirse estar calificados por el
atributo moral consagrado —la santidad— la gloria que corona el cará cter
divino”.103
La Biblia sugiere esa prioridad en algunos sentidos. Por ejemplo, el
nombre de Dios (es decir, su ser, su cará cter, su naturaleza esencial) es
santo (Is. 57:15). Su trono es santo (Sal. 47:8). Dios jura por su santidad
(Sal. 89:35; Am. 4:2). Lo que impresiona al serafín es la santidad de Dios,
como se ve en el trisagio de Isaías 6:1-3 (cp. Ap. 4:8): “Santo, Santo,
Santo”. Ademá s, en la oración del Señor, la santidad ética de Dios
(“Santificado [santo] sea tu nombre”) se sitú a primero, inmediatamente
después de reconocer la santidad trascendente de Dios (“que está s en los
cielos”, Mt. 6:9; Lc. 11:2). Entonces, teológicamente, se puede argü ir que
no todos los actos de Dios son actos de amor (o de misericordia o de gracia)
aun cuando todos son actos de santidad. Es decir, en lo que respecta a tratar
con el pecado, la santidad castiga, mientras que el amor, la gracia y la
misericordia corrigen.
Si la santidad es un atributo moral que gobierna, uno bien puede
preguntar cuá l es su relación precisa con los otros atributos de Dios, tales
como el amor. Se puede decir que la santidad es la auto-afirmación o el
auto-mantenimiento de Dios y que el amor es la auto-impartición de Dios.
De modo que antes que Dios pueda dar, debe haber algo que dar. En ese
sentido, el amor de Dios se entiende como el deseo de Dios de impartir su
santidad.
Algunos sí hacen al amor el atributo moral y primario, con la sugerencia
de que el amor es el motivo primario de Dios. O sea, que toda la creación,
dicen éstos, fue diseñada y hecha para satisfacer el amor de Dios. Chafer,
por ejemplo, aseveró que “como ningú n otro atributo, el amor es el motivo
primordial de Dios, y para satisfacer su amor toda la creación ha sido
formada”.104 Pero el amor no es auto-regulador y auto-director; por lo tanto,
la santidad debe gobernar al amor porque el amor en y de sí mismo tiende a
ser tornadizo. Y lo que regula o forma una norma para el amor debe, en ese
sentido, tener prioridad sobre éste. En resumen, la santidad de Dios regula
al amor de Dios. Como sugiere Strong: “La santidad es el carril por donde
la locomotora del amor debe rodar”.105
Para la opinión abierta de Dios, analizada anteriormente, el amor de Dios
verdaderamente es primario. Como observa Richard Rice: “El amor es
central, no incidental, para la naturaleza de Dios… . Es la ú nica actividad
divina que revela má s vívida y plenamente la realidad interior de Dios. El
amor, por consiguiente, es la misma esencia de la naturaleza divina. El
amor es lo que significa ser Dios”.106 Para satisfacer su amor, afirman
estos teólogos, Dios hizo a la humanidad significativamente libre, permitió
novedad genuina en el universo y responde amorosamente a las acciones no
planificadas e imprevistas creadas por esas criaturas libres. Esto es, sin
embargo, un uso excesivo, y por ende, un mal uso del amor de Dios.
Aquí también es necesario analizar la relación entre la santidad de Dios y
su justicia. La santidad se manifiesta en la justicia. De hecho, la santidad
crea una norma perfecta o lo que es correcto. Y la justicia de Dios es
conformidad con esa norma perfectamente correcta, la santidad de Dios.
(De igual modo, el hombre es justo cuando se conforma a la norma de
justicia de Dios).
Ademá s, la justicia de Dios es justeza o equidad perfecta en la
administración del está ndar absolutamente justo de la santidad. La justicia
es, en este sentido, una expresión de la santidad de Dios en su actividad
judicial, algo que le da a cada uno su justo pago y que trata a cada uno de
acuerdo a su merecido. La justicia de Dios es la base ética de la expiación
de Cristo. Esta base consta de dos componentes de la justicia de Dios.
Primero, existe la justicia retributiva, que se muestra en ira y castigo. La ira
santa de Dios es suscitada por el pecado (la inconformidad al está ndar de
santidad de Dios) y la justicia santa de Dios castiga a este pecado en forma
de retribución apropiada. Este requerimiento de pago por el pecado explica
la necesidad de la obediencia pasiva de Cristo. La expiación satisface las
demandas de la justicia perfecta en este sentido. Segundo, existe también la
justicia remunerativa de Dios, la cual se muestra en su bondad. Aquí Dios
recompensa toda conformidad a su perfecto está ndar de santidad por
su amor para impartir santidad. Y, para que alguien sea aceptado por Dios,
necesita un mérito infinito, perfecto y absoluto. Ese requerimiento explica
la necesidad de una activa obediencia a Cristo. La expiación satisface las
demandas de justicia en este sentido.
Finalmente, unas pocas relaciones má s se exploran provechosamente.
Primero, la relación entre la santidad de Dios y su verdad se ve en que la
verdad es el conocimiento y el ser de Dios conformá ndose eternamente el
uno al otro. Esta es la auto-coherencia intelectual y eterna de Dios. La
verdad de Dios, entonces, es verdad santa. Como analizamos anteriormente
(ver “Omnisciencia”), el conocimiento de Dios siempre tiene un propósito
moral. Segundo, la relación entre el celo y la santidad de Dios es que el celo
de Dios es el amor santo de Dios que demanda atención exclusiva (Jos.
24:19, “É l es Dios santo y Dios celoso”). Dios desea poseer sus objetos;
esta es una aserción de sus demandas morales (es decir, santas) y de su
derecho moral a la posesión exclusiva de su pueblo. Es una aserción de su
derecho absoluto al primer lugar en todas partes y en cada cosa.
Verdad
Las palabras del Antiguo Testamento para “verdad” son amé n y emet.
Esas palabras implican la idea de verdad en ciertos contextos, aunque a
veces también implican la idea de fidelidad (junto con otras palabras de la
raíz amán). Dentro de la idea de verdad, esas palabras parecen transmitir las
dos ideas de verdadero y veraz. Las palabras del Nuevo Testamento para
verdad son alethinos y alethes. Alethinos es la verdad frente a lo espurio,
aquello que es genuino, verdadero, real y auté ntico, mientras que alethes es
lo verdadero contra lo falso (o lo que es mentira) —lo que es veraz y
verídico.
Características de la verdad de Dios
Dios es, por lo tanto, verdadero en al menos tres sentidos teológicos.
Primero, Dios es el Dios genuino o verdadero en que sólo él en su ser, sus
atributos y sus actividades se conforma a todo lo que Dios debe ser. Esto es
simplemente decir que Dios es quien él es. É l no responde a ninguna
norma fuera de sí mismo. É l es su propio criterio de lo que Dios debe ser.
Sólo él responde plenamente a la idea de Dios.107 Como dice Ryrie, la
verdad significa “un acuerdo a aquello que se representa” e incluye las ideas
de veracidad, fidelidad y coherencia. Por consiguiente, decir que Dios es
verdadero es decir “que es consecuente consigo mismo, que es todo lo que
él debe ser, que se ha revelado como verdaderamente es, y que él y su
revelación son completamente confiables”.108
Dios como la verdad en ese sentido se ve, por ejemplo, en 2 Crónicas
15:3: “Muchos días [probablemente refiriéndose al período de los Jueces]
ha estado Israel sin verdadero [emet] Dios”. Igualmente, Jeremías proclama
que Yavé es el Dios genuino [emet] o verdadero (Jer. 10:10). Ademá s,
Jesú s define la salvación como conocer al ú nico Dios verdadero
(alethinos) (Jn. 17:3). Pablo habla de la evidencia de la conversión
genuina de los tesalonicenses en el hecho de que ahora ellos estaban
sirviendo “al Dios vivo y verdadero [alethinos]” (1 Ts. 1:9; cp. también
1 Jn. 5:20; Ap. 3:7; 6:10 los cuales usan todos alethinos con referencia a
Dios).
Esta idea de Dios como verdadero es ampliamente reforzada por otras
expresiones del Antiguo Testamento donde no se usa el grupo aman. Por
ejemplo, Moisés escribe en Deuteronomio 6:4 que “Jehová uno es [Yahveh
‘echad]”. Este término ‘echad no enseña una unidad numérica (ej. Los tres
en uno); má s bien, éste acentú a la unicidad y el absolutismo, la idea de
él ú nico. Esto se ve en lugares donde Cristo, el rey milenario, es
descrito como “el ú nico Dios, y su nombre será el ú nico nombre” (Zac.
14:9, NVI). Esto también se ve cuando David pregunta: “Porque ¿ quién
es Dios, sino sólo Jehová ?” (2 S. 22:32). Salomón también sugiere
esto cuando oraba para que Israel obedeciera a Dios: “a fin de que
todos los pueblos de la tierra sepan que Jehová es Dios, y que no hay
otro” (1 R. 8:60). Isaías también registra la declaración de Dios de que
“Yo soy Jehová , y ninguno má s hay; no hay Dios fuera de mí… . que
no hay má s que yo; yo Jehová , y ninguno má s que yo” (Is. 45:5-6)
Jesú s ademá s corrobora este asunto cuando corrige a los líderes
religiosos y buscadores de gloria por no buscar “la gloria que viene del
Dios ú nico (monou theou)” (Jn. 5:44). De manera similar Pablo dice:
“sólo hay un Dios, el Padre… y un Señor, Jesucristo” (1 Co. 8:6; cp. Ro.
3:30; 1 Ti. 2:5).
Segundo, Dios es verídico en que su conocimiento y declaraciones se
conforman eternamente a su ser. É l es el Dios veraz, que conoce y
representa las cosas como en realidad son. Esto se corrobora en textos como
1 Samuel 15:29 cuando Samuel le dice a Saú l: “la Gloria de Israel no
mentirá ”. El salmista concuerda, al decir que “Los juicios de Jehová son
verdad [emet]”. (Sal. 19:9) y Jesú s dice “Tu palabra es verdad [alethes]”
(Jn. 17:17). Pablo igualmente asevera que Dios no puede mentir (Tit. 1:2).
Y el autor de Hebreos también dice que es imposible que Dios mienta (He.
6:18).
Tercero, la veracidad de Dios tiene su fundación en su ser y su naturaleza.
Como la ontológica Trinidad auto-coherente y auto-contenida, Dios es la
fuente de toda la verdad. David sugiere esto cuando dice: “Tú me has
redimido, oh Jehová , Dios de verdad” (Sal. 31:5). Juan el Bautista,
igualmente, dice que Dios es veraz (alethes) (Jn. 3:33). El Dios-hombre
dice de sí mismo: “Yo soy la… verdad [aletheia]” (Jn. 14:6). Juan, el
apóstol, dice también que “el Espíritu es la verdad” (1 Jn. 5:6). Este
aspecto fundacional del atributo de Dios de la verdad es la base de una
filosofía verdaderamente cristiana de la verdad. O sea, la verdad es
aquello que se corresponde con el ser y la voluntad del Dios de la
verdad. Cualquier verdad o realidad que así se denomine logra
veracidad, factibilidad o inteligibilidad porque cada una es en esencia un
hecho teístico, y es verídico debido a su lugar en el consejo eterno del Dios
de toda verdad.
Todas las perfecciones y virtudes divinas pertenecen al Dios de la
integridad y la verdad absolutas. La bondad de Dios, por ejemplo, es
genuina; es todo lo que la bondad debe ser. Y la gracia de Dios no quedará
invalidada cuando se conozca toda la verdad concerniente a su
misericordioso plan de redención. Muchos ejemplos como tal podrían
corroborar el asunto.
Amor
McClain define el amor como “aquello en Dios que lo mueve a darse a sí
mismo y dar sus dones de manera espontá nea, voluntaria, justa y eterna
para el bien de los seres humanos, sin tener en consideración sus méritos o
réplicas”.109 La definición de Strong es igualmente ú til: “Como amor
denotamos a aquel atributo de la naturaleza divina en virtud del cual Dios se
mueve eternamente a la auto-comunicación”.110 Gordon Lewis
correctamente sugiere que “el amor es un propósito establecido de la
voluntad que involucra a toda la persona en la bú squeda del bienestar de
otros”111 Y Ryrie dice que “en Dios es la perfección de la santidad y todo lo
que ese concepto implica. El amor en Dios es la bú squeda del bien y la
gloria de sus perfecciones en el grado má s alto.”112 Como cuestión de
aclaración, Lewis y Demarest observan correctamente que el amor no se
debe clasificar como una característica emocional ya que “este implica un
compromiso de toda la persona, que se inicia en la voluntad. El amor es el
propósito establecido de la voluntad que involucra a toda la persona en la
bú squeda del bienestar de otros.”113
La Biblia es la ú nica fuente del conocimiento del amor de Dios. O sea, el
amor de Dios no se puede encontrar en la naturaleza ni en ninguna otra
parte en forma autoritativa. Evidentemente, el amor transitivo de Dios, en
el sentido de la benevolencia general, al cual por supuesto no le falta
ninguno de los ingredientes redentores, se puede discernir a partir de la
revelación natural (Hch. 14:17).
La Escritura está llena de declaraciones con respecto al amor de Dios.
Dios se describe como quien redime a Israel, en su amor y misericordia (Is.
63:9) y quien envía un elemento expiatorio que carga con el pecado como
muestra de ese amor (Jn. 3:16). Incluso se habla del amor cristiano como
señal del creyente que persevera porque “Dios es amor” (1 Jn. 4:8).
Características del amor de Dios
Al ampliar la idea del amor de Dios, se necesitan algunas aclaraciones
específicas. En primer lugar, el amor de Dios es voluntario. No está bajo
ninguna coacción y no espera por ninguna respuesta de su objeto (ej., “no
en que nosotros hayamos amado a Dios” 1 Jn. 4:10). Esto se ve claramente
cuando Dios habla de “amar[é] [a Israel]… de pura gracia [nedabá:
voluntariamente, de buena gana]” (Os. 14:4). Segundo, el amor de Dios es
desinteresado. No es para beneficio personal, o sea, lo que Dios pueda
obtener de las personas de manera egoísta. En lugar de eso, Dios ama
bá sicamente por lo que él puede dar, aunque él sí recibe gloria en dar. Este
asunto se ve especialmente en la elección divina de Israel, donde el amor
electivo de Dios se demuestra como soberano y auto-extensor. Dios amó a
Israel simplemente porque les amó (Dt. 7:7-8). Tercero, el amor de Dios es
justo, no es sentimental, no aprueba el pecado ni tampoco hace el mal por
amor a quien ama. Ademá s, es gobernado por la santidad de Dios y
siempre hace el bien. Esto se ve en textos que hablan de Dios como ser
justo, de rectitud (Sal. 11:7) y justicia amorosa (Sal. 33:5). Jesú s habla del
amor de Dios hacia el mundo de una manera particular (Jn. 3:16, houtos), es
decir, en una manera que incluía la provisión de una expiación por el
pecado. El
amor de Dios por el mundo fue un amor moral que involucraba la
satisfacción penal de la justicia santa. En resumen, Dios amó al mundo de
esta manera: que entregó a su Hijo. Si bien la santidad hizo que la plena
satisfacción fuera necesaria, el amor hizo que fuera voluntaria. Y si bien la
santidad la demandó, el amor la sufrió. Cuarto, el amor de Dios es eterno.
Dios se está auto-entregando eternamente, aunque no siempre a los mismos
objetos. Su amor no es inconstante. Dios ama a Israel con un amor basado
en un pacto, es un amor electivo y eterno (Jer. 31:3). En las palabras de
Pablo, “El amor nunca deja de ser” (1 Co. 13:8).114
Objetos del amor de Dios
Como sugiere la anterior definición de McClain, los objetos del amor de
Dios son los seres humanos. No obstante, McClain, observa ademá s que
“el amor de Dios requiere un objeto que hasta cierto punto se asemeje a él
mismo”.115 Dios no ama a la naturaleza ni siquiera a los animales, aunque
puede ser benevolente para con ambos ya que su benevolencia se extiende
hacia la creación irracional (Mt. 6:26, 28, 30; 10:39; ej., los lirios y los
pá jaros). Dios, sin embargo, ama solamente a los seres personales.
Erickson aparentemente no está persuadido de que Dios ame solamente a
los seres personales. Para empezar, su definición del amor de Dios no
designa específicamente los objetos del amor de Dios. Má s bien, él dice:
“En general, el amor de Dios se puede entender como su eterno darse o
compartirse a sí mismo”.116 É l ademá s sugiere que la benevolencia es un
aspecto del amor de Dios y arguye que ésta se extiende a “la creación
infrahumana”.117 De hecho, razonando que “Dios ama y cuida de toda su
creación” (Mt. 6:26-30; 10:29)”,118 Erickson extiende el amor de Dios hacia
los fenómenos ecológicos y los constituyentes de la “naturaleza” o de las
entidades puramente materiales. É l dice: “Como el material inanimado
también procede de Dios, segú n esto, yo también soy uno con la naturaleza,
porque somos miembros de la misma familia”.119 Ese razonamiento, sin
embargo, está ciertamente sobregirando el testimonio bíblico del amor de
Dios. O sea, los objetos de la benevolencia genérica de Dios no son por
consiguiente necesariamente objetos del atributo divino del amor. En
realidad, la extensión de Erickson del amor de Dios de esta manera parece
tener que ver má s con las sensibilidades ambientales y sociales que con la
enseñanza teológica/ bíblica.
El fin supremo y má s sublime de Dios, segú n se observó, es glorificarse
a sí mismo en todo lo que hace. Por tanto, su amor se centra en aquellos
que, hasta cierto punto, reproducen su cará cter y atributos, lo cual de
nuevo obviamente excluye a las criaturas irracionales. Como dice
Berkhof, Dios “ama a sus criaturas racionales a causa de él, o, para
expresarlo en otra forma; se ama en ellas, las virtudes de él, las ama en
ellas; el trabajo de él, lo ama en ellas, los dones de él, los ama en
ellas”.120 Por ende, su amor variará en su manifestación o expresión
conforme a la réplica del objeto de Dios mismo. Algunos teólogos llaman
a esto auto-amor (amor a sí mismo), el amor complaciente de Dios.121
Es su deleite o satisfacción en sus perfecciones infinitas, que incluye
el amor recíproco entre los tres que conforman a la Trinidad.122
Debido a esto, Dios ama a Jesucristo en un sentido mayor que otros
porque el cará cter de Dios se manifiesta perfectamente (uno-por-uno) en
Jesú s. Como el mismo Jesú s señala: “Por eso me ama el Padre, porque yo
pongo mi vida, para volverla a tomar” (Jn. 10:17). En su bautismo, el
comienzo de su misión terrenal, Dios declara con aprobación: “Este es mi
Hijo amado” (Mt. 3:17) De manera relacionada, Dios ama a los creyentes
porque el cará cter suyo se está manifestando en ellos, aunque de un modo
imperfecto. Jesú s testifica a esto al decir que: “El que me ama, mi palabra
guardará ; y mi Padre le amará , y vendremos a él, y haremos morada con
él” (Jn. 14:23). Má s tarde, esa misma noche, Cristo les dice a sus
seguidores: “pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis
amado, y habéis creído que yo salí de Dios” (Jn. 16:27). Ademá s, Dios
ama a la nación de Israel porque su cará cter se manifiesta en
ellos, aunque bastante imperfectamente. É l eligió a Israel para que
fuera su pueblo especial y en los tiempos del fin su cará cter será
reproducido especialmente en ellos. En Jeremías 31:3, Dios dice: “Con amor
eterno te he amado” refiriéndose a la elección nacional de Israel. É l
habla de manera similar en Oseas, al decir: “Cuando Israel era muchacho,
yo lo amé” (11:1), lo cual muestra una vez má s su amor electivo que
ocasionó la liberación inicial de Israel de Egipto. Finalmente, Dios ama a
todos los pecadores no salvados porque son personas a imagen suya
(ej. Jn. 3:16): “de tal manera amó Dios al mundo”).
El resumen de Erickson sobre este asunto es ú til. É l observa que el
amorde Dios no es del todo por causa del hombre (lo cual arriesgaría la
gloria de Dios) ni exclusivamente por causa de él (lo cual comprometería la
cualidad intrínseca del amor [es decir, su naturaleza dadora y continua]).
Má s bien, “Dios nos ama sobre la base de esa semejanza de sí mismo que
él ha puesto dentro de nosotros (Gn. 1:27)”. Y, al igual que Berkhof
anteriormente, él concluye: “Por lo tanto, [Dios] en efecto, se ama a sí
mismo en nosotros”. En conclusión, Dios no ama al hombre
completamente por su propio bien sino que definitivamente lo ama por
causa de sí mismo.123
Manifestaciones del amor de Dios
La Biblia menciona numerosas manifestaciones del amor de Dios,
algunas de las cuales se pueden listar aquí. Primero, Dios muestra su amor
en su benevolencia hacia todas las personas, tal como señala Jesú s en
Mateo 5:43-48; Dios hace que el sol salga y que la lluvia descienda sobre
los justos y los injustos. Teológicamente, a eso se le llama la gracia comú n,
o sea, los favores no redentores que son manifestaciones transitivas del
amor benevolente de Dios que se extiende indiscriminadamente hacia todas
las personas. Segundo, el amor de Dios se despliega en el regalo de su Hijo
por el pecado del mundo (Jn. 3:16). É sta bien puede ser la demostración
superlativa del amor divino (Ro. 5:8 “Mas Dios muestra su amor para con
nosotros, en que siendo aú n pecadores, Cristo murió por nosotros”).
Tercero, el amor divino se manifiesta en el hecho de que Dios hace hijos
suyos a los creyentes. Como dice Juan: Mirad cuá l amor nos ha dado el
Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Jn. 3:1). Cuarto, el amor
de Dios se ve brillantemente al elegir a determinados individuos para vida
eterna. Pablo advierte esto cuando dice: “Porque conocemos, hermanos
amados de Dios, vuestra elección” (1 Ts. 1:4).124 Quinto, el amor de Dios
se ve cuando castiga a sus hijos-creyentes (cp. Pr. 3:12, “Porque Jehová al
que ama castiga”; también He. 12:5-8).125
Complejidades del amor de Dios
Algunos problemas evidentes surgen al entender el amor de Dios. Por
ejemplo, Dios dice de Israel: “Toda la maldad de ellos fue en Gilgal; allí,
pues, les tomé aversión… no los amaré má s” (Os. 9:15). El sentido
aquí implica la expulsión de Israel de parte de Dios de la bendición y del
favor
del pacto debido a la idolatría de Israel; este texto no indica que el amor de
Dios sea variable (cp. Jer. 16:5).
En Malaquías Dios hace una distinción contrastante entre Jacob y
Esaú ,al decir: “Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí” (1:2-3). Para
propósitos de elección nacional, Jacob fue elegido (amado) y Esaú
fue rechazado (aborrecido).126 Aquí, el Israel del post-exilio se pregunta
cómo Dios los amó y Dios responde apuntando hacia la pasada elección
amorosa de Jacob y a su consiguiente rechazo de Esaú , todo como
resultado de su soberana y buena voluntad. En esencia, Dios enfatiza que
Israel no hizo nada en el pasado para merecer su atención benevolente
y Edom (Esaú ) no podría hacer nada en el futuro para deshacer su
condición de rechazado (Mal. 1:3- 4).
Ademá s, en el Salmo 5:5 David hace un comentario algo sorprendente
sobre la actitud de Dios hacia los pecadores. Ahí David dice: “Los
insensatos no estará n delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen
iniquidad”. Si, como se mostró, Dios ama al mundo de pecadores, cómo se
puede decir también que él ademá s los aborrece. La razón es que Dios
puede tanto amar como aborrecer a los mismos objetos al mismo tiempo
debido a las perfecciones infinitas de su ser. Por lo tanto, hay un sentido
teológicamente legítimo en el cual Dios aborrece a los pecadores. Como
resultado, no es del todo correcto decir que Dios ama al pecador pero que
aborrece sólo su pecado.127 Uno no puede separar al pecador de su pecado
no expiado ni perdonado el cual provoca el aborrecimiento y la ira de Dios.
Pero, de nuevo, debido a que el pecador es a la imagen de Dios y debido a
los beneficios universales de la expiación que le hacen salvable, el pecador
es también un objeto del amor de Dios. Ademá s, el amor es un atributo y
elaborrecimiento/la ira es, como ya se observó, una disposición transitoria,
capaz de ser aplacada. Si ambos fueran atributos, habría ciertamente un
conflicto en la naturaleza de Dios.
Una complejidad final es la relación entre el amor de Dios (y su
mandamiento a los creyentes de amar) y las expresiones, por lo visto
legítimas, de odio de parte de algunos creyentes. Las palabras de David son
emblemá ticas: “¿ No odio a los que te aborrecen, SEÑ OR?”
(Sal. 139:21, LBLA; cp. también v. 22 y Sal. 69:22–28; 109:6–20;
139:19a; et al.). ¿ Está bien que los creyentes odien a otros?
Para responder a esta pregunta, primero se debe entender que éste es un
ejemplo de la idea veterotestamentaria de imprecació n. Es decir, los
creyentes invocarían los juicios de Dios sobre los pecadores, aun hasta el
punto de desearles la muerte y el daño corporal. Algunas de las razones
bá sicas para hacer esto eran las siguientes: (1) celo por el nombre de Dios y
su santidad; (2) la estrecha relación entre el pecado y el castigo en la
teocracia del Antiguo Testamento; o sea, esas eran peticiones para que
Dios cumpliera su Palabra y respondiera de manera apropiada a quienes
habían violado su pacto o le odiaban; (3) la falta de detalles con relación al
juicio final; es decir, el Seol (la muerte y el sepulcro) y esta vida eran las
maneras del juicio de Dios en sus mentes; y, juntamente con esto, (4) la
falta de revelación de la vida bajo la gracia. Respecto a este ú ltimo detalle,
los creyentes del Nuevo Testamento no tienen base para orar (ni por otra
parte pronunciar) imprecaciones.128
Justicia y Juicio
Justicia significa conformidad a un estándar correcto, entereza o
rectitud, ser recto o lo que es como debe ser. La justicia en Dios, entonces,
es esa perfección de su cará cter o ese aspecto de su santidad en el cual sus
acciones y actitudes está n siempre en conformidad con su propia naturaleza
o su ser perfecto y por el cual él demanda una conformidad absoluta al bien
perfecto en otros. La justicia de Dios se puede resumir bajo dos
encabezamientos: (1) La rectitud de Dios por la cual sus acciones se
conforman eternamente con su ser y (2) la ley de Dios que es la expresión
de su naturaleza, es decir, su está ndar perfecto y la demanda de absoluta
avenencia.
El juicio en Dios, como brevemente se observó arriba, es ese aspecto de
su santidad por el cual él recompensa la avenencia y castiga la desavenencia
a su perfecto está ndar de lo correcto. A esto a veces se le llama juicio
distributivo de Dios de remuneración y retribución. Dicho de forma simple:
Dios le da al hombre lo que es debido. É l recompensa la justicia por su
mérito y castiga el pecado por su desmérito intrínseco.
Características del juicio y de la justicia de Dios
Las palabras (tsadiq, tsedeq, tsedeqah) del Antiguo Testamento y
(dikaios, dikaiosune) del Nuevo Testamento para justo y justicia significan
conformidad a una norma ó un está ndar apropiado. En hebreo la palabra
‘tsadiq’ tiene a derecho, firme o consistente como sentido bá sico. Moisés
sugiere que la justicia de Dios significa positivamente que él es recto
(tsaddíc), justo e íntegro, mientras que al mismo tiempo significa
negativamente que él es “sin injusticia” (Dt. 32:4, LBLA). David también
dice que “Jehová es justo” (Sal. 11:7) y que “Justo es Jehová en todos sus
caminos” (Sal. 145:17). En otro lugar, el salmista describe a la justicia y al
juicio como el cimiento de su trono (Sal. 89:14). Jeremías igualmente
observa que el trono de Yavé es la misma morada de justicia (Jer. 50:7). Y,
má s notablemente, la cruz de Cristo demuestra pú blica y absolutamente la
justicia de Dios (Ro. 3:21-26).
Hay también numerosos textos que hablan del juicio de Dios. Abraham
pregunta: “El Juez de toda la tierra, ¿ no ha de hacer lo que es justo?” (Gn.
18:25). Pablo dice que: “(Dios) pagará a cada uno conforme a sus obras”
(Ro. 2:6) y Pedro dice “Y si invocá is por Padre… sin acepción de personas
juzga segú n la obra de cada uno” (1 P. 1:17).129
Manifestaciones del juicio y de la justicia de Dios
É stos se manifiestan en numerosas maneras, entre las cuales está n, (1)
los requerimientos de Dios para las actividades cotidianas de los
seres humanos, ilustrados por sus estipulaciones con relación a los justos
pesos, medidas y otros (Lv. 19:35-36); (2) el castigo de Dios a los
malos (Ap. 16:4-7), “Justo eres tú … porque has juzgado estas cosas…
lo merecen”; (3) la recompensa de Dios al justo, el autor de los Hebreos
lo señala cuando dice: “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra
obra y el trabajo de amor que habéis mostrado… habiendo servido”
(He. 6:10); (4) el castigo de Dios a su pueblo, como señala Daniel, Dios
“porque justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras que ha hecho”
(9:14) incluyendo la calamidad que trajo sobre Israel; (5) el perdón de
Dios de los pecados, como señala Juan: “él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados” (1 Jn. 1:9).
Fidelidad
La fidelidad de Dios es su honradez de actuar o de hacer en conformidad
con su palabra, sus promesas o dichos. En ese sentido, Dios “nunca se
puede comprometer a hacer algo que sería incapaz de hacer”130 Las
palabras del Antiguo Testamento (aman, ’amen, ’emuna, ’emeth) y del
Nuevo testamento (pistos) para fidelidad connotan ser firme, constante,
fidedigno y fiel. La idea es que si Dios es verdadero en sí mismo, él será
fiel a los demá s. En otras palabras, la fidelidad es la verdad transitiva de
Dios.
Características de la fidelidad de Dios
El éxodo de Egipto fue una demostración gigantesca de la fidelidad de
Dios al pacto (Dt. 7:8-10). David dice que la fidelidad de Dios “hasta los
cielos llega” y “alcanza hasta las nubes” (Sal. 36:5) prosiguiendo a alabar la
fidelidad de Dios a su Palabra (119:90; cp. el salmista de 89:1-2, 5, 8). En
medio del sitio babilónico de Jerusalén, cuando el pueblo fue degradado al
canibalismo, Jeremías pudo exclamar: “Grande es tu fidelidad” (Lm. 3:23;
cp. 2:20; 4:10). En ese mismo contexto y situación histórica se exalta la
“misericordia” de Dios (Lm. 3:22) —su amor basado en el pacto, su lealtad
y fidelidad (ké sed) .
Manifestaciones de la fidelidad de Dios
Hay muchas manifestaciones de Dios que se observan en la Escritura. Por
ejemplo, Dios cumple sus promesas. El autor de Hebreos dice:
“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza,
porque fiel es el que prometió” (He. 10:23). Segundo, Dios preserva a su
pueblo en tiempos de pruebas. Como dice Pablo: “fiel es Dios, que no os
dejará ser tentados má s de lo que podéis resistir, sino que dará … la
salida” (1 Co. 10:13) Tercero, Dios responde la oración. David ora: “Oh
Señor, escucha mi oración,… , respóndeme por tu fidelidad” (Sal.
143:1, LBLA). Cuarto, Dios perdona el pecado. Juan escribe”: Dios
“es fiel… para perdonar nuestros pecados” si los confesamos (1 Jn.
1:9). Y, quinto, Dios envía aflicciones conforme a su fidelidad. David
escribe: “Y que conforme a tu fidelidad me afligiste” (Sal. 119:75). Esto
probablemente se refiera al sentido de no enviar má s de lo que se pueda
soportar, estando él siempre allí para auxiliar y obrar grandes propósitos
(sobre esta ú ltima idea, cp. el v. 71 “Me hizo bien haber sido afligido,
porque así llegué a conocer tus decretos” [NVI]).
Misericordia
La misericordia de Dios es su compasión, piedad, bondad, ternura y
gentileza hacia los miserables pecadores. Strong define la misericordia
como “aquel principio eterno de la naturaleza de Dios que le conduce a
buscar el bien temporal y la salvación eterna de aquellos que se han opuesto
a su voluntad, incluso al costo del auto-sacrificio infinito”.131 Algunos
describen la misericordia en un sentido un tanto negativo como el juicio
merecido y aplazado de Dios,132 pero esto probablemente se considera
mejor como longanimidad, la cual está implicada en toda la idea de la
misericordia de Dios.
Características de la misericordia de Dios
La palabra principal del Antiguo Testamento para misericordia es
racham, la cual es una palabra que expresa un profundo y tierno
sentimiento de compasión y piedad (lit., entrañas). Las palabras principales
del Nuevo Testamento son oiktirmos (compasión, piedad, misericordia; lit.,
las vísceras) y eleos (misericordia, bondad, buena voluntad). La inmensa
mayoría de los textos sobre la misericordia se encuentran en el Antiguo
Testamento; sin embargo, el Nuevo Testamento está lleno de la idea de
la misericordia, como por ejemplo, la que se muestra hacia los dos ciegos
(Mt. 9:27), hacia la mujer cananea con una hija poseída de demonio (Mt.
15:22), hacia el hombre poseído de demonio (Mr. 5:19), el viajero
robado y agolpeado en el relato del buen samaritano (Lc. 10:37) y la sú
plica del rico en el Hades (Lc. 16:24, “ten misericordia de mí…
porque estoy atormentado en esta llama”).
También prominente en la idea bíblica de la misericordia está “la
disposición compasiva de perdonar a un ofensor o adversario y de ayudarle
o perdonarle en su condición de arrepentido”.133 Por ejemplo, Moisés habla
de Dios como el Dios compasivo (’el rachum, Dt. 4:31). David invoca al
Señor para recordar su compasión (racham, Sal. 25:6) y ademá s observa
que Dios corona al creyente de compasión (racham) Sal. 103:4). Zacarías
profetiza que en el escatón los judíos, a pesar de estar bajo los sufrimientos
del Anticristo, verá n a Dios regresar triunfalmente a Jerusalén con
compasión (racham) para construir el templo del milenio (Zac. 1:16). Pablo
escribe de Dios como “Padre de misericordias” (oiktirmos, 2 Co. 1:3).
Manifestaciones de la misericordia de Dios
Algunas manifestaciones de la misericordia de Dios se ven de las
siguientes maneras. Primero, la misericordia de Dios se ve en su salvación a
los pecadores perdidos (ej. “rico en misericordia”, Ef. 2:4-8; también la
misma experiencia de Pablo, 1 Ti. 1:3). Segundo, la misericordia de Dios se
ve en el cuidado de él por sus criaturas. David describe las misericordias de
Dios como algo que está “sobre todas sus obras” (Sal. 145:9; cp. también
vs. 15-16).134 Tercero, la misericordia de Dios se ve en la ayuda que le da a
su pueblo. Por ejemplo, Nehemías observa la compasión de Dios hacia
Israel, en particular al darles jueces a ellos (Neh. 9:17-21, 27-32). Cuarto, la
misericordia de Dios se ve en su cumplimento de los propósitos electivos de
él. Aquí la misericordia de Dios es genuina pero es también absolutamente
soberana. Como dice Pablo, Dios tiene misericordia de quien él quiere tener
misericordia (Ro. 9:15-18).
Aclaraciones teológicas de la misericordia de Dios
Hay una diferencia teológica entre la misericordia de Dios y su amor, su
gracia y su longanimidad. La misericordia es el obrar del amor de Dios en
la esfera prá ctica. Contrasta esto al amor, el cual es, prá cticamente
hablando, lo que Dios es. Es decir, la misericordia acentú a má s lo que Dios
hace (aunque técnicamente, Dios también se puede describir como
misericordioso). Pablo habla de Dios, quien es rico en misericordia por su
gran amor (Ef. 2:4-6). La gracia, entonces, es la actitud de Dios de favor
hacia los culpables (o infractores de la ley). É sta opera en la esfera judicial.
La misericordia es la actitud de Dios de piedad hacia los desdichados (o
aquellos que está n en aflicción). É sta opera en la esfera práctica. Bavinck
distingue la misericordia y la gracia. É l de manera similar observa que la
misericordia tiene que ver con el sufrimiento y que la gracia es jurídica, al
tener que ver con “el veredicto de la muerte” (es decir, la culpa).135 John
Piper hace distinciones similares, aunque su idea de la gracia involucra al
pecador, pero no explícitamente a su culpa. De este modo, él sugiere que la
misericordia y la gracia está n entretejidas: “Ya que el pecado siempre
trae sufrimiento y el pecador siempre experimenta sufrimiento, por
consiguiente, todos los actos de gracia de Dios son también actos de
misericordia y todos sus actos de misericordia son también actos de
gracia”.136 Si bien hay similitud entre misericordia y gracia, uno en verdad
se pregunta si existe esa tal estrecha conexión o “entretejimiento” entre los
dos.
Algunos teólogos incluyen a la paciencia bajo el atributo de la
misericordia, mientras que otros la tratan separadamente. Probablemente es
mejor seguir la línea anterior, aunque reconociendo que la longanimidad no
es del todo sinónima con la misericordia. De forma específica,
longanimidad tiene la idea de que Dios tiene paciencia con los malos y
restringe el merecido castigo de ellos por un tiempo (cp. “lento para la ira”,
Nm. 14:8, et al.; de ’erek ’aph, tardo en ira; cp. también el griego
makrothumia, tardo de ira).
Gracia
La gracia de Dios es el favor de Dios hacia la humanidad que es
inmerecido, no ganado, no recompensado, y, para los incrédulos, indeseado.
Es la benevolencia judicial y condescendiente de Dios hacia la culpa
merecida de los pecadores. É sta, así, enfatiza la necesidad de perdón (es
decir, la remoción de culpa). Ademá s, la gracia no sólo se muestra a los
indignos sino a los que son dignos de mal. De hecho, la gracia actú a sin
referencia absoluta a desertar. El verbo principal del Antiguo Testamento
para gracia es chanan, que significa mostrar favor, ser benigno (la forma
sustantiva es chen).137 La palabra principal para el Nuevo Testamento es
charis.
La relación entre la gracia y la culpa de pecado está ampliamente
demostrada. Se describe a los creyentes como a aquellos que recibieron
abundancia de gracia, en particular: “cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia” (Ro. 5:17, 20). Pablo muestra esto en otro lugar, al
preguntar de forma retórica: “¿ Perseveraremos en el pecado para que la
gracia abunde?” (Ro. 6:1). Y, Pablo, una vez má s, describe a los creyentes
como los que han recibido el perdón de pecados “segú n las riquezas de su
gracia” (Ef. 1:7).
Características y manifestaciones de la gracia de Dios
La gracia se describe tanto como una actitud/disposición (Ef. 2:8,
“Porque por gracia sois salvos”) como un poder/habilidad (Dios derramará
el Espíritu Santo en el remanente de Israel de los ú ltimos tiempos en
la capacidad de gracia [chen] regeneradora y eficaz y la habilidad de
hacer ruegos de arrepentimiento y fe que traigan como resultado que ellos
invoquen a Dios en un renacimiento/regeneración nacional, Zac. 12:10; ver
también 2 Co. 12:9, “Bá state mi gracia”). Y esto se manifiesta de varias
maneras. Primero, la gracia de Dios se manifiesta en la justificación, o sea,
en la acción de haber sido constituidos y luego declarados justos (Ro. 3:23-
24). Segundo, la gracia de Dios se manifiesta en la regeneración, o sea, en
la impartición de la vida espiritual (Ef. 2:8-9). Tercero, la gracia de Dios se
manifiesta en la formación de la iglesia del Nuevo Testamento (Ef. 2:8; 3:7-
8, “el don de la gracia de Dios… dado a [Pablo]”). La iglesia es
la manifestación má s brillante de la gracia de Dios, su mayor trofeo.
Cuarto, la gracia de Dios se muestra en la santificación de los
creyentes. Pablo le habla de esto a Tito, al decir: “Porque la gracia de
Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñá ndonos
que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en
este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tit. 2:11-12). Quinto, la gracia
de Dios se manifiesta en la capacidad que él le da a los creyentes para
perseverar en la experiencia cristiana (Stg. 4:6, “Dios da gracia a los
humildes”; 2 Co. 12:9, “Bá state mi gracia; porque mi poder se perfecciona
en la debilidad”). Sexto, y a menudo pasado por alto, la gracia de Dios se
manifiesta en la deferencia de Dios consigo mismo. Hoeksema lo
explica al decir: “La gracia es esa virtud divina segú n la cual Dios es
la perfección de toda belleza y hermosura y segú n la cual, con deleite
infinito, se contempla a sí mismo como tal”.138
Dios y Su Semejanza a Cristo
Aquí resulta ú til considerar aun má s la pregunta: “¿ Cómo es Dios?” y
dar una respuesta algo inesperada: “Mira a Jesú s y ve ahí cómo es
Dios”. Al principio, esto parece estar en el orden inverso, es decir,
normalmente se habla de Jesú s como semejante a Dios y como quien es
Dios mismo. Con todo, hay una gran verdad aquí, no discutida a menudo
por los teólogos.139
Jesú s es, sin embargo, el revelador de Dios por excelencia porque él es,
después de todo, la revelación uno-por-uno de Dios.
•
Juan 1:18. Jesú s ha “explicado” al Dios invisible.
•
Juan 12:45. Jesú s dice: “el que me ve, ve al que me envió”.
•
Juan 14:9. Jesú s dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”.
•
2 Corintios 4:6, (cp. Éx. 33:18-23). El evangelio da “iluminación del
conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”.
•
Colosenses 1:15; 2:9. Pablo dice: “[Jesú s] es la imagen del Dios
invisible” y “porque en [Jesú s] habita corporalmente toda la plenitud de
la Deidad”.
•
Hebreos 1:3. El autor de Hebreos dice, Cristo es la “imagen misma” de
la sustancia de Dios.
Por tanto, debido a esta misma imagen, la pregunta “¿ Cómo es Dios?”
puede responderse de las siguientes maneras:
TEXTO EXPLICACIÓN CARACTERÍSTICA
Jesú s es movido a
Mateo compasión porque las
Dios es compasivo.
9:35-36 multitudes estaban como
ovejas sin pastor.
Mateo Jesú s dice: Venid a
Dios es misericordioso y compasivo.
11:28-30 mí… .
Yo os haré descansar.
Mateo Jesú s dice: ¡ Ay de
Dios posee ira beligrante, denuncia y emite
23:25-33, vosotros, escribas y
juicio.
37 fariseos, hipócritas!
Juan Jesú s echa afuera a los Dios muestra celo e ira santos por lo que
2:13-16 cambistas. le pertenece.
Dios es amable, misericordioso, no hace
Juan 8:1- Jesú s responde a la mujer acepción de personas y no juzga sólo las
11 sorprendida en adulterio. apariencias externas; él expone el pecado
indiscriminadamente.
Juan Dios es comprensivo, compasivo, está
11:32-35, Jesú s llora. enojado por la incredulidad y tiene poder
43-44 sobre la muerte.
Juan Jesú s lava los pies de Dios tiene un espíritu de servicio y
13:1-5 sus discípulos. limpia los pecados.
Apocalipsis Juan cae temblando a Dios es digno de adoración e inspira
1:12-18 los pies de Jesú s. asombro.
La Unidad de Dios
Los teólogos difieren en cuanto a entender y a tratar la unidad de Dios.
Muchos la dividen en dos secciones: (1) la exclusividad de Dios, y (2) la
unidad idéntica y numérica de la esencia de la Deidad. Esta forma de
tratarla desarrollará la unidad numérica bajo el título de “Unidad de Dios”,
habiendo desarrollado la idea bá sica de la exclusividad de Dios basada en el
atributo de la verdad antes mencionada.
La Tri-Unidad de Dios
La tri-unidad de Dios constituye una de las doctrinas fundamentales en
cuanto a Dios. De hecho, sin ella no existiría posibilidad alguna de la
encarnación de Dios Hijo, y sin la encarnación, tampoco la redención
llevada a cabo por el Hijo; ni habría aplicación alguna de la redención por
parte del Espíritu.
Desde el punto de vista teológico, el término tri-unidad es realmente má s
descriptivo que la palabra trinidad. Trinitario significa tripartito, que tiene
tres partes o aspectos. Por otra parte, tri-unidad significa tres en uno. Es
decir, Dios no es triple, sino trino; no es tres-y-uno, sino tres-en-uno.
Ademá s, la tri-unidad de Dios significa que la esencia divina subsiste de
forma integral e indivisible, de manera simultá nea y eterna, en Padre, Hijo
y Espíritu Santo. Dios es tres personas en una esencia. En teología la
tendencia ha sido o bien negar las distinciones personales en la Deidad (un
Unitarianismo bá sico), o aferrase a la idea de tres dioses (tri-teísmo).
La Encarnación: Definición
La palabra encarnació n proviene del latín incarnio, que significa
personificar en la carne. En teología sistemá tica, la encarnación se refiere
a la personificación de Dios Hijo, el acto por medio del cual la segunda
persona del Dios trino se personificó permanentemente en carne y
naturaleza humanas.1
La encarnación es una doctrina fundamental del cristianismo verdadero.
Aun así, ésta descansa sobre una doctrina má s elemental y primitiva, la
trinidad de Dios. Sin la trinidad, no pudiera existir encarnación y sin la
encarnación no existiría la salvación del pecado. Llegamos a estas
conclusiones partiendo del siguiente silogismo: (1) Un sustituto humano
perfecto y sin pecado tenía que pagar la penalización del pecado humano;
(2) Dios no podía enviar a su Hijo (ni el Hijo al Espíritu) si no existiera
unidad trina en la Divinidad y (3) Dios tenía que ser enviado a humanarse si
se quería que hubiese salvación para el pecado de la humanidad2 (y el
Espíritu tenía que ser enviado si la salvación iba a ser puesta en prá ctica en
los individuos).
Aunque la encarnación es fundamental para la salvación humana, ésta no
es esencial para la deidad del Hijo. É l era Dios antes de su encarnación y
hubiera seguido siéndolo aunque no la hubiera habido.
La Encarnación: Descripciones Bíblicas
No parece que a los escritores del Nuevo Testamento les fue fá cil hablar
o describir la entrada de Dios Hijo a la existencia humana. Habitualmente
evitaban referirse a su ser concebido o nacido, debido a que la comprensión
comú n de estas palabras implicaba el origen de algú n tipo. Má s bien,
los
escritores del Nuevo Testamento ingeniosamente encuentran otras
descripciones adecuadas para describir el evento colosal de la encarnación
del Hijo eternamente preexistente. Algunas de éstas incluyen las siguientes:
Descripción Texto
Es Dios revelado en la carne 1 Timoteo 3:16
Es el segundo hombre, el Señor del cielo 1 Corintios 15:47
É l vino Mateo 20:28
Vino al mundo 1 Timoteo 1:15
Bajó del cielo Juan 6:51, NVI
Descendió del cielo Juan 3:13
Fue enviado Juan 3:17
Apareció 1 Juan 3:5
Se despojó a sí mismo Filipenses 2:7
Se hizo pobre 2 Corintios 8:9
Tomó forma de siervo Filipenses 2:7
Se hizo un poco menor que los á ngeles Hebreos 2:9
Un cuerpo fue preparado para él Hebreos 10:5
Fue nacido de mujer Gá latas 4:4
Fue hecho carne Juan 1:14
Participó de carne y sangre Hebreos 2:14
Era del linaje de David, segú n la carne Romanos 1:3
Fue enviado en semejanza de carne de pecado Romanos 8:33
Fue hecho semejante a los hombres Filipenses 2:7
Fue hecho como sus hermanos en todos las cosas Hebreos 2:17
La Encarnación y la Ké nosis
El autovaciamiento de Cristo es a menudo llamado ké nosis, un término
que proviene del verbo griego kenoo, el cual Pablo utiliza en Filipenses 2:7
diciendo: “se despojó [ekenosen] a sí mismo”. De esta manera, la pregunta
que surge de la declaración de Pablo es: ¿ De qué se despojó Jesú s?
El contexto en el que aparece la declaración de Pablo parece indicar que
Cristo se vació de algo en particular, en vez de indicar que este
vaciamiento describe simple y metafóricamente la total condescendencia y
humildad de
Cristo al convertirse en hombre.3 Esta lectura se corrobora con las
consideraciones exegéticas siguientes:
Un Bosquejo Exegé tico de Filipenses 2:5 -8
V ersículo 5: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo
también en Cristo Jesú s”
Pablo aquí continú a exhortando (cf. 1:27) a los filipenses a actuar con
humildad y autosacrificio, así como con preocupación y estima en general
por otros (2:3-5).4 É l utiliza el autovaciamiento de Cristo como el modelo
de tal comportamiento.
V ersículo 6
“existía en forma de Dios”
Como anteriormente se ha dicho, “forma” (morfé ) hace referencia a las
características reales y esenciales de una cosa, lo que realmente expresa el
ser o identidad de algo. Por consiguiente, “forma de Dios” se entiende
justamente como la “naturaleza [de] Dios” (NVI). “Existía” (huparchon,
tiempo presente) denota una condición continua. Así, Pablo está diciendo
que Jesucristo era y continú a siendo Dios.
“igual a Dios”
“Igual” (isa) habla de la relación de Jesú s con Dios Padre, una relación
de paridad y equivalencia. Es, por ende, similar pero no precisamente
idéntica a “forma de Dios”. La diferencia entre ambas radica en que
“forma de Dios” se refiere a la identidad de esencia o sustancia (deidad),
mientras que “igual a Dios” denota una identidad de relación personal entre
Dios Padre y Dios Hijo.
“cosa a que aferrarse”
La palabra traducida como “aferrarse” proviene de la rara palabra en
griego harpagmos, la cual cuando se emplea positivamente5 significa “una
buena fortuna, beneficio, premio, ganancia”; ya sea poseída o que se
intenta poseer (aferrarse).6 De acuerdo con el contexto, el complemento que
esta palabra modifica es “existencia de manera igual a Dios”,7 por lo que
harpagmos aquí se refiere a algo ya poseído.8 De esta manera, el punto
parece ser que Jesú s eligió no asirse a esta paridad con el Padre sino que
decidió “despojarse a sí mismo”. También el contexto indica que la causa
de esta decisión fue la elección del Hijo de proveer redención a los
pecadores. En este sentido, la kénosis fue una transacción soteriológica; se
realizó en vista de la cruz (v. 8).
V ersículo 7: “tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres”
Estas dos clá usulas definen o explican el vaciamiento del versículo 6, y el
participio (“hecho”) puede ser traducido alternativamente como
“haciéndose” (cf. NVI). La “forma” (morfé ) de siervo, similar a la “forma
de Dios” en el versículo 6, significa que Jesucristo asumió las
características intrínsecas y esenciales de un siervo; por lo que se convirtió
real y verdaderamente en siervo. Así, esta actitud de siervo es otra manera
de referirse tanto a su verdadera humanidad como al servicio redentor que
prestó como humano. Ademá s, adoptar esta forma de siervo no significa
que Cristo haya cambiado su forma de Dios (v. 6) por esta forma de siervo,
de ser así dejaría de ser Dios. Má s bien la adopción de la forma de siervo
fue en adición a la forma de Dios. En resumen, Cristo era Dios-hombre.
Ademá s, el hecho de “[ser] hecho semejante a los hombres” no implica,
contrario a la descripción previa (es decir, “tomando forma de siervo”), que
Cristo fue menos humano. Aun así, “semejanza” (homoioma) denota
precisamente parecido, semejanza o similitud, de esta manera este
sustantivo puede comprenderse en una de estas tres formas. (1) Pudiera
indicar que aunque Jesú s fue un humano real, no era exactamente como
otros hombres debido a su naturaleza divina (es decir, el Logos). (2)
Pudiera significar, en coordinación con Romanos 8:3, que Jesú s fue
solamente como los pecadores pero, a diferencia de ellos, no pecó. (3)
Pudiera denotar un parecido, semejanza o similitud que equivale casi a
igualdad o identidad”.9 Entonces, la expresión denotaría simplemente su
humanidad genuina, igual o idéntica a lo esencial de la humanidad (es decir,
la expresión del Concilio de Calcedonia, “verdadero hombre del verdadero
hombre”). Después de todo, el pecado no es un ingrediente necesario para
la condición humana.
V ersículo 8
“estando en la condició n de hombre”
“Condición” (sjé ma) enfatiza la apariencia externa visible de Cristo, es
decir, cómo apareció a otros. Entre otras cosas, esto incluiría sus rasgos
físicos, ropas, costumbres y comportamientos; todo lo que caracterizaría a
un hombre comú n.10
“se humilló a sí mismo”
El autodespojado, el Dios-hombre/siervo fue má s allá y se humilló
haciéndose obediente hasta el punto de la muerte, y muerte del peor tipo:
muerte de cruz. Las crueldades, sufrimientos y tormentos de las
crucifixiones romanas son legendarias, lo que ofrece una dimensión añadida
a las palabras de Hebreos: “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió
la obediencia” (5:8). Estas palabras, aunque no se limitan a la cruz, con
certeza la incluyen.
Marcos y Juan
Aunque solamente Mateo y Lucas reportan el nacimiento virginal,
Marcos y Juan dan algunos indicios de evidencia de su conocimiento sobre
tal nacimiento. Por ejemplo, el evangelio de Marcos comienza con la
identificación de Jesú s como hijo de Dios (Mr. 1:1), una identificación que
íntegramente está en consonancia con el relato de Lucas sobre el mensaje
de Gabriel a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser
quenacerá , será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1:35). Quizá s Marcos también
entendió que la identidad de Jesú s como hijo de Dios comprendía un
nacimiento virginal.
De manera similar, Juan habla del “Verbo [(logos) que] fue hecho carne,
y habitó entre nosotros... unigénito del Padre” (Jn. 1:14; cf. 1 Jn. 1:1-3).
Aquí, con la frase “y habitó entre nosotros”, se supone que Juan toma el
tema de Emanuel del que habla Isaías 7:14. Entonces, el nacimiento
virginal, consiguientemente, se encuentra cercano.14
Pablo
Pablo no hace referencia explícita en sus cartas al nacimiento virginal, lo
que conduce a algunos a pensar que él no conocía sobre este tema. Entre
otras razones, su contacto con los discípulos de Jerusalén hace que esta
premisa no sea probable.15
Jesú s
Tampoco Jesú s hace referencia explícita a su nacimiento virginal en la
literatura del Nuevo Testamento. A pesar de esto, existen algunos indicios.
Por ejemplo, en el incidente cuando el joven Jesú s se quedó atrá s en
el templo “escuchando y haciendo… preguntas” entre los teólogos
residentes en Jerusalén (Lc. 2:46), Jesú s pregunta a sus padres sobre
su bú squeda: “¿ Por qué me buscabais? ¿ No sabíais que en los
negocios de mi Padre me
es necesario estar?” (v. 49). Esto implícitamente indica el conocimiento de
Jesú s sobre quién era su padre (sin mencionar su propio estatus
mesiá nico).16
En otra ocasión, Jesú s habla de su descenso del cielo (Jn. 6:38) y el
hecho de que habla sobre su origen es subrayado por la respuesta de sus
oyentes judíos: “¿ No es éste Jesú s, el hijo de José, cuyo padre y madre
nosotros conocemos? ¿ Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido?”
(v. 42).
De igual manera, en otra ocasión, Jesú s hace una afirmación idéntica, al
decir a los fariseos que había sido enviado por el Padre (Jn. 8:16, 18). Esto
dio lugar a que ellos preguntaran sobre su origen: “¿ Dónde está tu Padre?”
(v. 19). Esta atención a su origen continú a má s adelante, cuando los
fariseos responden a la acusación de Jesú s sobre su paternidad (diabólica),
diciendo: “Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos,
que es Dios (v. 41), implicando que, a diferencia de Jesú s, ellos eran
legítimos.17
La Personalidad de Jesú s
El nacimiento virginal es necesario para explicar la personalidad de Jesú
s. Jesú s es la segunda persona de la trinidad. Consiguientemente, era
necesario un milagro para convertirse en humano sin tener también dos
personalidades (una divina y otra humana), porque, como se expuso
anteriormente, el producto natural de la procreación humana es una nueva
personalidad humana. Por lo tanto, el nacimiento virginal provee el
medio.26
1 Causaría demasiada confusión, no menos debido a la larga historia de esta doctrina, hablar de
estos dos puntos bajo diferentes títulos, como concepción virginal y nacimiento virginal.
2 Otro textos que supuestamente señalan el nacimiento virginal son Isaías 53:2 y Génesis 3:15. Sin
embargo, la conexión encontrada entre estos versículos y el nacimiento virginal son bastante tenues.
3 Rezín era rey de los arameos y Peka era el rey de Israel. Estos dos reyes, debido a la amenaza de
Asiria y su rey Tiglat-pileser III, formaron una alianza y querían que Judá y su rey Acaz se les
unieran. Su negación causó la guerra siro-efrainita (2 R. 16:5).
4 He encontrado muy útil el trabajo de Edward J. Young sobre este tema (véase Studies in Isaiah
[Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1954]). Mi interpretación aquí está basada, en gran parte, en su
análisis. También útiles son los artículos escritos por Edward Hindson (“Development of the
Interpretation of Isaiah 7:14: A Tribute to Edward J. Young,” GJ 10 [primavera 1969]: 19-25) y
Richard Niessen (“The Virginity of the Almah in Isaiah 7:14,” BSac 137 [abril-junio 1980]: 133-
147).
5 La palabra bethulah en Joel 1:8 se traduce en la Septuaginta no con parthenos, la palabra precisa
para virgen, sino con la menos precisa numphe. Además, la palabra traducida como “esposo” es
ba’al, una palabra que siempre hace referencia a un hombre casado, mientras que ‘ ish se usa para el
hombre desposado (cf. Dt. 22:23); y un hombre que tiene concubina se llama ‘ adon (Jue. 19:27)
(Young, Studies in Isaiah, 181).
6 El hijo de Acaz, Ezequías, había nacido seis años antes, basado en una fecha del 734 a. de C. para
este episodio y una fecha del 715 a. de C. para el comienzo del reinado de Ezequías a la edad de 25
años (2 R. 18:2), poniendo su nacimiento en el 740 a. de C. Esto ocurrió seis años antes del
encuentro de su padre Acaz con el profeta Isaías en el 734 a. de C. Isaías también tuvo un hijo
(Is. 7:3). Por supuesto, alguien pudiera postular que tanto la esposa de Acaz como la de Isaías
habían muerto, o; aunque improbable sea el caso, alguien pudiera apelar a poligamia o concubinato
por parte del rey y/ o del
profeta. Pero estas sugerencias tendrían aún que enfrentarse a la carencia de reportes contemporáneos
sobre un niño con el nombre Emanuel, sin mencionar que un doble cumplimiento refuerza el
axioma de la univocidad del idioma por sugerir un sensus plenior.
7 Es la tarea de la teología sistemática, hacer uso de la totalidad de la revelación bíblica. Así, la
fórmula de cumplimiento de Mateo tiene que ayudar a nuestro entendimiento de Isaías 7:14.
8 La mayor parte de esta información proviene de mi profesor de teología, Alva J. McClain, “The
Doctrine of the Son” (notas de teología, Grace Theological Seminary, Winona Lake, IN).
9 Mateo señala que “José [era] marido de María, de la cual nació Jesús” (1:16). El pronombre cual en
la frase “la cual” es femenino y, por consiguiente, se refiere exclusivamente a María. Además, se
hacen necesario tres comentarios sobre Lucas 3:2:
(1) Cuando Lucas dice “Jesús... hijo, según se creía, de José,” la frase “según se creía” se
entiende mejor como parentética y consiguientemente debe plantearse: “Jesús... el hijo (según
se creía) de José, el hijo de Elí”. (2) La ausencia de un artículo definido con José puede además
implicar que él está fuera de la genealogía que Lucas está desarrollando. (3) Finalmente, Lucas
parece entonces estar dando la genealogía de Jesús a través de María. Por lo tanto, Elí sería el
padre de María y no de José.
10 Véase, p.ej., Robert Gromacki, The Virgin Birth: Doctrine of Deity (Nashville, TN: Thomas
Nelson, 1974), 154; Norval Geldenhuys, The Gospel of Luke, NICNT (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1951), 151; Lewis Foster, “Luke,” en The NIV Study Bible, ed. Kenneth Barker (Grand
Rapids, MI: Eerdmans, 1985), 1543. Aparentemente Lucas recibió su información de la misma
María, o de alguien cercanamente conectado a ella, debido a que este material no parece haber
sido conocido públicamente. Es decir, el público suponía que Jesús era el hijo de José (Lc. 3:23).
Lucas probablemente también recibió gran cantidad de información (quizás incluso información
sobre el nacimiento virginal) de la predicación y enseñanza de Pablo (en la mayoría de los
relatos, Pablo había escrito varias cartas, p.ej. Romanos [alrededor de 57 d. de C.] y Gálatas
[alrededor de 49-50 d. de C.], antes que Lucas escribiera su evangelio y sus hechos de los
apóstoles [alrededor de 56-58 d. de C. y 59-61 d. de C. respectivamente]; cf. Gromacki, The
Virgin Birth, 154). Sobre el reporte de Pablo del nacimiento virginal, véase abajo.
11 Esta no fue una maldición biológica, pues Jeconías sí tuvo, de hecho, siete hijos (1 Cr. 3:17-18);
más bien, Dios maldice judicialmente sus descendientes de manera que ninguno disfrutaría los
derechos dinásticos que anteriormente habían sido dados a su linaje por medio del pacto
davídico (2 S. 7:8-17).
12 Jeconías o Joaquín era el último rey davídico legítimo antes del exilio a Babilonia.
13 Véase W. W. Barndollar, Jesus’ Title to the Throne of David: A Study in Biblical
Eschatology (Findlay, OH: Dunham, 1963).
14 Se puede suponer también que la relación cercana de Juan con María le habría dado acceso a
mucha información sobre Jesús (cf. Jn. 19:25-27).
15 Algunos sugieren que el uso de Pablo de ginomai en Gálatas 4:4 para describir el nacimiento de
Cristo y gennao en, p.ej. el v. 23 para describir otros nacimientos, señala que Cristo tuvo un
tipo de nacimiento diferente. La dificultad con esta sugerencia radica en que ese ginomai, como
gennao, se emplea para denotar un nacimiento ordinario en otros lugares (cf. Mt. 11:11 y Jn. 5:58).
Además, gennao se emplea en otros lugares para describir el nacimiento de Jesús (cf. Mt. 1:16;
Jn. 18:37). Para una conclusión similar, véase Raymond E. Brown, The Birth of the Messiah: A
Commentary on the Infancy
Narratives in the Gospels of Matthew and Luke, edición actualizada (Nueva York: Doubleday,
1993), 518-519.
16 Con certeza, parte del crecimiento de Jesús en sabiduría (Lc. 2:52) involucraba la explicación de
sus padres sobre los detalles concernientes a su nacimiento.
17 Esta no fue la última de sus acusaciones; más bien, en el versículo 48, los fariseos acusan a
Jesús de ser un samaritano poseído por un demonio. Su depravación no podía ser expuesta más
claramente. Estos fariseos entendieron y rechazaron las afirmaciones de Jesús, prefiriendo
perpetrar esta calumnia. Aquellos que en la actualidad, mediante la desacreditación del nacimiento
virginal, niegan la deidad completa de Jesús son, como los fariseos, “de abajo” y “de este mundo”
y, como tal, “morirán en sus pecados” (Jn. 8:23-24). Más adelante, Juan expresará lo mismo de
aquellos que niegan la humanidad verdadera de Jesús (1 Jn. 4:1-6). Además, mientras sea cierto, una
persona puede convertirse en cristiano sin comprender completamente todo lo que las Escrituras
enseñan, un verdadero cristiano cuando le presentan una verdad de la Escritura la abrazará.
18 La veracidad de Pablo también se cuestionaría ya que él pone el evangelio de Lucas a la par del
resto de las Escrituras (esto es, el Antiguo Testamento) (1 Ti. 5:18). En todo esto, la integridad
de María y José también están en juego. Después de todo, ellos son los proveedores iniciales de
la idea (cf. Mt. 1:18-25 y Lc. 1:34).
19 Millard Erickson, Teología Sistemática, (Barcelona: CLIE, 2008), 769.
20 Ibid. Cf. A. H. Strong, Systematic Theology, 3 tomos en 1 (Valley Forge, PA: Judson,
1907), 677.
21 Ludwig Ott, Fundamentals of Catholic Dogma, trad. Patrick Lynch, ed. James Canon
Bastible (St. Louis, MO: B. Herder, 1954), 202ff.
22 “Defectos morales personales son irreconciliables con la llenura de gracia” (ibid., 203).
23 Ibid., 199. Cf. también The Catechism of the Catholic Church, el cual cita la proclamación
(1854) del Papa Pius IX sobre el hecho de que María fue “preservada inmune de toda mancha de
pecado original” ([Nueva York: Doubleday, 1996], 137-138 [nos. 490-491]). También John A.
Hardon, S. J., Pocket Catholic Dictionary (Nueva York: Doubleday, 1980), 187-188.
24 Aunque un poco anticuado, Roman Catholicism escrito por Loraine Boettner (Filadelfia:
Presbyterian & Reformed, 1965) es bastante útil en este punto (cf. 158ff.).
25 Strong, Systematic Theology, 677.
26 Erickson objeta, alegando que, como Adán, “Jesús [esto es, su naturaleza humana] podría
haber sido una creación directa especial. Y según esto, debería haber sido posible que Jesús tuviera
dos padres humanos y no obstante ser completamente el Dios- hombre” (Teología Sistemática,
768). Sin embargo, cualquier creación especial de la humanidad de Jesús parecería desconectarlo de
su humanidad común.
Capítulo 13
La Deidad de Cristo
Problema
Isaías dice del Mesías: “… no hay parecer en él, ni hermosura; le
veremos, mas sin atractivo para que le deseemos ” (53:2). ¿ Acaso
esto sugiere que había alguna imperfección física en Jesú s y por
ende denigración de su perfecta y completa humanidad? La respuesta
corta es “no”.
Má s bien esto se refiere a lo que la gente esperaba de Jesú s. É l no tenía
la apariencia de un príncipe coronado ni la pompa externa de la realeza.
La brutalidad de los soldados romanos tuvo mucho que ver con la razón
por la cual Jesú s fue rechazado en cuanto a su apariencia. Isaías nos
cuenta que le arrancaban la barba (Is. 50:6), sin dudas, lo que hizo
que su rostro se hinchara y sangrara. Isaías también nos hace ver que
como resultado de estas brutalidades el Señor no parecía un ser
humano, su apariencia de hombre fue desfigurada (preposición min) y su
forma como miembro de la raza humana también (Is. 52:14).
1 R. S. Wallace, EDT, s.v. “Christology: New Testament Christology”, 221. También los que se
oponían a Jesús daban esto por sentado (ver Mr. 6:3).
2 “Hombre” se traduce del griego anthropos y aquí no posee el artículo definido. Homer Kent,
Jr., basándose en esto llega a la conclusión que aquí Pablo está “enfatizando el sentido genérico y no
el espécimen en particular. Nuestro mediador, aunque igual a Dios, se hizo hombre” (The Pastoral
Epistles: Studies in 1 and 2 Timothy and Titus [Chicago: Moody Press, 1958], 105).
3 Para una perspectiva diferente, ver Robert L. Reymond, quien argumenta que el título enfatiza el
carácter mesiánico de Jesús, refiriéndose a Daniel 7:13-14. Él también
observa que el título está conectado en varias ocasiones a la divinidad de Jesús (Jesus, Divine
Messiah: The New Testament Witness [Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 1990], 52-
61). Aunque algunas de las asociaciones del término reflejan actividad divina, yo sugeriría que
estos contextos y estas asociaciones, y no el término Hijo del Hombre, indican el ejercicio de la
deidad que Jesús hace en esos lugares. El término como tal está arraigado en el pensamiento
hebreo.
4 Estas referencias incluyen el cuerpo de Jesús pero apuntan más aun a su total humanidad, pues
“carne” habla aquí de su naturaleza humana (cf. Gordon Lewis y Bruce Demarest, Integrative
Theology, 3 tomos [Grand Rapids, MI: Zondervan, 1987], 2:269; también Mt. 16:17).
5 De manera interesante podemos encontrar descripciones similares tanto de Juan el Bautista (Lc.
1:80) como de Samuel (1 S. 2:26). De hecho, este último parece ser el patrón que usa Lucas
para narrar la infancia de Jesús y la de Juan el Bautista.
6 Millard Erickson, Teología Sistemática (Barcelona: CLIE, 2008), 718-719.
Capítulo 15
La Persona de Cristo
La Biblia nos enseña claramente que Jesú s de Nazaret fue tanto humano
como divino; él era Dios y hombre en una sola persona. Poseía una
naturaleza humana y divina. Cuando se habla de naturaleza se hace
referencia a la suma total de todas las cualidades fundamentales de algo. Se
trata de la esencia misma de un individuo, animal u objeto. G. C.
Berkouwer habla sobre las “propiedades” de una naturaleza.1 Oliver
Buswell dice que la naturaleza no es una entidad o sustancia, sino un
conjunto de atributos que distinguen a algo.2 En ese sentido Jesú s tuvo dos
naturalezas, dos series de atributos— una divina y otra humana.
La personalidad no es una parte esencial de la naturaleza. Una persona es
una naturaleza con características adicionales— subsistencia independiente,
individualidad, conciencia de la propia identidad, autodeterminación y má s.
Robert Gromacki apunta que Dios es una persona con naturaleza divina, un
á ngel es una persona con naturaleza angélica y un hombre es una persona
con naturaleza humana. Un animal posee una naturaleza animal pero no es
una persona.3
Esto hace surgir muchas preguntas interesantes relacionadas con la
relación de estas dos naturalezas en la persona de Jesú s. ¿ Cómo pudo
Cristo ser tanto Dios como hombre sin convertirse en dos personas?
¿ Cómo era la relación entre el aspecto humano y el divino, y viceversa?
¿ Tenía Jesú s dos voluntades? Dado el hecho de que Jesú s es Dios, resulta
imposible dar una explicación puramente psicológica de su persona.
En teología la persona de Cristo en su rol de Dios-hombre ha sido
llamada persona teantró pica. En la teología esta unión de las dos
naturalezas se conoce como unió n hipostática, este ú ltimo vocablo
proviene del término griego hupostasis, que significa persona. A. H.
Strong definió
claramente la unión de estas dos naturalezas en una sola persona.4 Resulta
mejor hablar de Jesú s diciendo que es el Dios-hombre en vez de decir
que es Dios y hombre, o incluso Dios en un hombre.
Existe un misterio legítimo y bíblico acerca de la persona de Cristo. Solo
el Padre conoce al Hijo completa o exhaustivamente. “...nadie conoce al
Hijo, sino el Padre...” (Mt. 11:27). El apóstol Pablo hace referencia a ese
mismo asunto al expresar lo que debe haber sido una declaración de fe
rudimentaria: “...grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en
carne...” (1 Ti. 3:16). La Biblia, sin embargo, nos exhorta a estudiar este
misterio; pues no es totalmente incognoscible. Jesú s invitó al escéptico
Tomá s a que lo tocara para que pudiese así percatarse de que estaba
tocando al Cristo resucitado. Cuando en su testimonio Pablo dice,
“...estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento
de Cristo Jesú s, mi Señor” (Fil. 3:8), estaba refiriéndose sin dudas no solo
al simple conocimiento experiencial que obtendría en Cristo, sino también a
la información sobre su persona. En otro relato muy similar dirigido a los
colosenses, el apóstol habla profusamente sobre su deseo de que todos sus
lectores de Colosas, Laodicea y otros lugares alcanzaran un profundo
conocimiento de Cristo. É l luchaba para que “...sean consolados sus
corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno
entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en
quien está n escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del
conocimiento” (Col. 2:2-3).
La teoría infralapsaria
Infra significa por debajo, o posterior. En esta teoría, el decreto de elegir
es lógicamente posterior al decreto de permitir la caída. La configuración
aquí sería:
La teoría sublapsaria
Esta teoría a veces se identifica con la teoría infralapsaria. La diferencia
tiene que ver sobre todo con el lugar donde el decreto de elección encaja
con el decreto de proveer salvación. El orden es:
La teoría sublapsaria con su definición anterior parece má s bíblica y má
s en armonía con el cará cter de las Escrituras por varias razones.
(1) Concuerda con los datos bíblicos que dicen que Dios entregó a Jesú s
debido a su amor por todo el mundo, y no solo por los escogidos.90 (2)
Concuerda con las declaraciones bíblicas que hablan de una provisión y
ofrecimiento universal de salvación, entre otras nociones similares.91
Tanto la provisión como la oferta son genuinas. (3) Es má s bíblico decir
que Dios escogió a algunos para que se beneficiasen de una expiación
que ya había sido concebida. En Efesios 1:4 se defiende esta idea.
Los creyentes son “escogidos en (en, en conexión con) Cristo antes
de la fundación del mundo”. Esto parece sugerir que ya se había
considerado lógicamente brindar la salvación en Cristo incluso antes de
planear que esos individuos específicos disfrutaran de sus logros
redentores. Otras teorías sugieren que Dios, antes de planear teóricamente
una salvación, eligió a las personas que habrían de salvarse. La teoría
supralapsaria se ve incluso má s afectada bajo este principio. Segú n ella,
Dios habría escogido y reprobado a aquellos que aú n no han sido creados
y mucho menos han caído. En esta teoría, tampoco él habría considerado
una salvación como destino de algunos, ni una condenación como
final de otros.
La verdadera pregunta, que de manera muy prá ctica planteara Charles
Smith, es, “¿ A favor de quién se tomó la decisió n de proveer a Cristo como
Salvador?”92 Parece claro que se ofreció a Cristo a favor de todo el mundo
y no sólo de los escogidos. Esto deja aú n muchos cabos sueltos en lo
concerniente a los esfuerzos por ser bíblica, teológica y lógicamente
sistemá ticos en este aspecto. No parece haber una respuesta totalmente
satisfactoria, y por momentos perdemos las esperanzas de ahondar en el
orden del decreto de Dios en primer lugar.
1 Thomas J. Crawford, The Doctrine of Atonement (Grand Rapids, MI: Baker, 1954), 182.
2 Aparte de Crawford, se puede consultar el libro de Loraine Boettner, Studies in Theology (Grand
Rapids, MI: Eerdmans, 1947), 295-297; de A. A. Hodge, The Atonement (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1953), 34-47; ver W. G. T. Shedd, Dogmatic Theology, 3a edición, ed. Alan W. Gomes
(Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2003), 732-739; R. L. Dabney, Lectures in
Systematic Theology (edición reimpresa, Grand Rapids, MI: Baker, 1985), 487, 503; Francis
Turretin, The Atonement of Christ (edición reimpresa, Grand Rapids, MI: Baker, 1978), 16.
3 Dabney, Lectures in Systematic Theology, 504. 4
Ibid., 505.
5 Shedd, Dogmatic Theology, 732.
6 Algunos arminianos han sugerido que Dios podía aceptar un pago de valor inferior como una especie
de expresión de justicia gubernamental (ver John Miley, Systematic Theology, 2 tomos [edición
reimpresa, Peabody, MA: Hendrickson, 1989], 2:135, 155ff.).
7 A. H. Strong, Systematic Theology, 3 tomos en 1 (Valley Forge, PA: Judson, 1907), 713-
715.
8 Ver Shedd, Dogmatic Theology, 704. Aquí retrocedemos a la idea de que algunos atributos de
Dios se expresan de forma necesaria y otros de forma voluntaria. Cuando hablamos del demérito
infinito y de la culpa del pecado, se necesita justicia, pero no se necesitan ni el amor ni la
misericordia ni la gracia. En el mejor de los casos, estas últimas pueden expresarse voluntariamente
solo cuando la primera ha sido cumplida. De otra forma, la bondad de Dios no poseería una base
ética o moral.
9 Miley, Systematic Theology, 2:155ff.
10 Este capítulo es, en esencia, la oración del remanente creyente de Israel en el período de
tribulación escatológica cuando observan, de forma crédula, a Aquel a quien habían traspasado
haciendo nuevamente su entrada en la tierra durante la segunda venida (Zac. 12:10).
11 BDAG, ver “anti,” 87.
12 BDAG, ver “huper,” 1030.
13 U n pasaje que ilustra claramente la idea de huper como sustitución es el de 2 Corintios 5:20—
“somos embajadores en nombre de Cristo…os rogamos en nombre de Cristo”. U n pasaje que
combina el uso de anti y huper es 1 Timoteo 2:6— “...el cual se dio a sí mismo en rescate
(antilutron) por (huper) todos”. De esa manera, teniendo en cuenta el propósito de la teología, estos
dos términos pueden verse prácticamente como sinónimos cuando hacen referencia a la obra
sustitutiva y expiatoria de Jesucristo. Para acceder a un debate más profundo sobre este tema, lea
Dogmatic Theology, 691, de Shedd.
14 BDAG, ver “peri,” 798.
15 La sinonimia prácticamente absoluta entre estas preposiciones impide llegar a una conclusión
acerca del alcance o diseño de la expiación sobre la única base de las preposiciones utilizadas.
16 Aquí se puede ver un paralelo de esta idea en Filemón (vs. 18-19), donde Pablo estaba dispuesto a
asumir la responsabilidad o consecuencias de las malas obras de Onésimo, aunque no la culpa
inherente y la depravación de la estafa o el robo. También podemos observar que Strong opina que la
unión de Cristo con la humanidad de alguna manera supuso su involucramiento con la culpa de la
raza. Esta depravación de la raza fue purgada en el vientre de la Virgen gracias a su conexión con
el Verbo. Esta depravación era la culpa del pecado adámico, el cual él heredó al ser un
descendiente de Adán (Systematic Theology, 754-761). Esta teoría sin embargo forma parte de la
filosofía del monismo ético de Strong, según la cual Jesús es el “hombre universal”. Y esta idea es
insostenible desde el punto de vista teológico.
17 El primero en sugerirme la idea de estas categorías fue John Murray, en su libro Redemption
Accomplished and Applied (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1955), 19-50. Otro libro muy útil es el
de Leon Morris, The Apostolic Preaching of the Cross (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1955). U
n libro más reciente es The Atonement (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1983), que contiene
bastante del primer libro en forma simplificada. Ver también Morris, The Cross in the New
Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1965).
18 BDAG, ver “atheteo,” 24.
19 Ver Hobart E. Freeman, “The Problem of the Efficacy of Old Testament Sacrifices,” GJ 4 (invierno
1963): 21-28.
20 Douglas J. Moo, Romans 1 – 8 , WEC (Chicago: Moody, 1991), 405.
21 TWOT, ver “ga‘ al,” por R. Laird Harris, 1:144.
22 Robert D. Culver lo llama un “destello de fe” (Systematic Theology: Biblical and Historical
[Fern, Ross-shire, R.U .: Mentor, 2005], 1048).
23 TWOT, ver “padah,” por William B. Coker, 2:716.
24 TWOT, ver “kopher,” por R. Laird Harris, 1:453.
25 Ver por ejemplo, John E. Hartley, The Book of Job, 2a edición, NICOT (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1988), 447.
26 BDAG, ver “lutron,” 605.
27 Ver B. B. Warfield, “The New Testament Terminology of Redemption,” The Person and
Work of Christ (Filadelfia: Presbyterian & Reformed, 1950), 429-475.
28 BDAG, ver “lutroo,” 606.
29 BDAG, ver “lutrosis”, 606.
30 BDAG, ver “apolutrosis”, 117.
31 BDAG, ver “antilutron”, 89.
32 BDAG, ver “agoradzo”, 14.
33 El BDAG dice, “asegurar la liberación de... liberar” (ver “exoradzo,” 343). 34
BDAG, ver “peripoieo”, 804.
35 De esa manera, el postulado acerca de Dios del imperativo categórico de Immanuel Kant es
totalmente impersonal y por tanto no abarca este punto necesario; su filosofía aquí no es
cristiana en lo absoluto.
36 BDB, ver “chalah,” 318. (Algunos cuestionan esto; ver TDOT, ver “chalah,” por C. P. Weber,
1:287).
37 BDAG, ver “hilaskomai,” “hilasmos,” “hilasterion,” 473-474.
38 Ver por ejemplo la NBE (Nueva Biblia Española) y la RVA (Reina Valera Actualizada). La NVI no
traduce hilasmos como “sacrificio expiatorio” con la fuerza suficiente, y esta frase, desde el punto
de vista teológico, hace referencia a expiación y no a propiciación. Hans- Georg Link y Colin Brown
explican el punto de vista de los liberales en NIDNTT, ver “Reconciliation,” 3:151-166.
39 Lewis S. Chafer, Systematic Theology, tomo 7 (Dallas: Dallas Seminary Press, 1947- 48),
7:258-262.
40 Lewis S. Chafer, Teología Sistemática, 2 tomos (Waukesha, WI: Publicaciones Españolas,
1986), 1:213.
41 Biblia Anotada de Scofield, ed. C. I. Scofield (Milwaukee, WI: Publicaciones Españolas, 1987),
1151. Biblia de Estudio Scofield, ed. E. Schuyler English (Nashville, TN: Holman, 2001), 1025.
42 J. Dwight Pentecost, Things Which Become Sound Doctrine (Grand Rapids, MI: Zondervan,
1970), 93ff.
43 John F. Walvoord, Jesucristo Nuestro Señ or (Puebla, México: Ediciones las Americas, 2002),
141, 158.
44 Paul Enns, Compendio Portavoz de Teología (Grand Rapids, MI: Portavoz, 2008), 325. 45
Zane Hodges, “1 John,” en The Bible Knowledge Commentary: An Exposition of the
Scriptures, ed. John F. Walvoord y Roy B. Zuck (Wheaton, IL: Victor, 1983-85), 2:887. 46
Charles Ryrie, Teología Básica (Miami: U nilit, 1993), 335-336.
47 Charles R. Smith, Did Christ Die Only For the Elect? (Winona Lake, IN: BMH Books,
1975), 8.
48 Curtis Vaughn, Romans, en el tomo 10 de The Expositor’s Bible Commentary, ed. Frank
E. Gaebelein (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1976), 186.
49 John Murray, “The Reconciliation,” WTJ 29 (noviembre 1966): 9.
50 Philip J. Nei, NIDOTTE, ver “shalom,” 4:130, 134; también G. Lloyd Carter, TWOT, ver
“shalom,” 2:931.
51 T. Fretheim, NIDOTTE, ver “ratsah,” 3:1184-1185; también William D. White, TWOT, ver
“ratsah,” 2:859-860.
52 BDAG, ver “katalasso, katallage,” 521, y “apokatallaso,” 112.
53 Chafer, Systematic Theology, 7:258.
54 Enns, Compendio Portavoz de Teología, 233.
55 Ibid. 324.
56 Murray, Redemption Accomplished and Applied, 35-36.
57 Murray, “The Reconciliation,” 20. Ver también Philip E. Hughes, The Second Epistle to the
Corinthians, NICNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1988), 209.
58 Charles Hodge, Commentary on Second Corinthians (Londres: Banner of Truth, 1959), 145; H.
A. W. Meyer, Critical and Exegetical Handbook to the Epistles to the Corinthians (Nueva
York: Funk and Wagnalls, 1884), 537; Murray J. Harris, 2 Corinthians, en el tomo 10 de The
Expositor’s Bible Commentary, ed. Frank E. Gaebelein (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1976),
354.
59 Enns, Compendio Portavoz de Teología, 324.
60 Robert D. Culver, Systematic Theology: Biblical and Historical (Fern, Ross-shire, R.U .:
Mentor, 2005), 585.
61 Enns, Compendio Portavoz de Teología, 324.
62 Murray, Redemption Accomplished and Applied, 19-24. Ver también en el índice la palabra
“obedience” en la página 191.
63 Robert Letham, The Work of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1993), 130. Ver
también 116-117.
64 G. C. Berkouwer, The Work of Christ (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1965), 315. 65
Ibid., 316.
66 Ibid., 321.
67 Anthony Hoekema, Saved By Grace (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1989), 181. 68 A.
A. Hodge, The Atonement, 262.
69 Earl D. Radmacher, “Salvation: A Necessary Work of God,” en Understanding Christian
Theology, ed. Charles R. Swindoll y Roy B. Zuck (Nashville, TN: Thomas Nelson, 2003), 822-823.
70 Robert Lightner, The Death Christ Died (Des Plaines, IL: Regular Baptist Press, 1967), 17-22,
123-124.
71 Larry D. Pettegrew, reseña de John Piper, Counted Righteous in Christ, en TMSJ 15 (primavera
2004): 127.
72 Ibid.
73 Hoekema, Saved by Grace, 181.
74 Ibid. R. B. Kuiper explica: “Cuando los teólogos describen la obediencia de Cristo como “pasiva”,
la cual se manifestó a través de sus sufrimientos, están pensando en el vocablo latino pati, que
significa sufrir, y no desean transmitir la idea de que en sus sufrimientos Cristo simplemente fue el
receptor de sus congojas y que no tuvo parte activa en ellos. Él sí se comportó activamente en su
propia muerte, porque él, ‘puso su vida por nosotros’ (1 Jn. 3:16)” (For Whom Did Christ Die?
A Study of the Divine Design of the Atonement [Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1959], 73).
75 Ver, p.ej., Miley, Systematic Theology, 2:304-26; y especialmente las páginas 310-311.
76 Algunos arminianos refutan esto, argumentando que Dios le atribuye le fe al individuo como
justicia, aunque Miley no piensa de forma similar (ver Ibid., 2:320). Pero esto huele a una fe que
se está analizando como si se tratase de obras o justicia meritorias, lo cual la Biblia no acepta.
77 Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 4 tomos, trad. John Vriend, ed. John Bolt (Grand
Rapids, MI: Baker, 2003), 3:401.
78 Charles Hodge, Teología Sistemática, (Barcelona: CLIE, 2010), 639.
79 Ibid. 639-640.
80 John Owen, The Death of Death in the Death of Christ (edición reimpresa, London: Banner of
Truth, 1963), 182-204.
81 Ibid., 185.
82 Strong, Systematic Theology, 773.
83 John Murray, “The Free Offer of the Gospel and the Extent of the Atonement,” Torch and
Trumpet (marzo 1965): 21.
84 Ibid., 19. Aunque Murray se adhiere a la teoría Reformada que plantea que la expiación al final
es limitada, su sinceridad teológica y exegética hacia los aspectos universales vinculados a la muerte
de Cristo es refrescante.
85 Ibid., 18.
86 Ya he argumentado previamente que los distintos vocablos utilizados para significar
sustitución (anti, huper, peri), poseen una sinonimia teológica, y como preposiciones individuales
no suponen una diferencia notable (si es que la hay) en el alcance o diseño de la expiación de
Cristo.
87 Murray, “The Free Offer of the Gospel,” 21.
88 Cf. Jeremy Pittsley, “Sanctified by the Blood: Common Grace and the Atonement in Hebrews
10:29” (documento no publicado presentado en un seminario de postgrado en el Detroit Baptist
Theological Seminary, Allen Park, MI, 6 de noviembre de 2007).
89 Bavinck, a pesar de ser un defensor de la expiación particular o limitada, hace una excelente
interpretación de los beneficios generales o “significado universal” de la expiación (Reformed
Dogmatics, 3:470-475).
90 Smith, Did Christ Die Only For the Elect?, 15.
91 Ibid.
92 Ibid., 16.
Capítulo 18
La Resurrección y Ascensión de
Cristo
La Resurrección de Cristo
Evidencias Bíblicas de la Resurrecció n de Cristo
V arias profecías y alusiones
En el camino a Emaú s, Jesú s habló extensamente sobre lo que el
Antiguo Testamento decía sobre su reciente muerte y resurrección. Los dos
discípulos que caminaban con él estaban consternados por los
acontecimientos que habían tenido lugar en Jerusalén en los días anteriores,
y habían llegado a la conclusión de que, prá cticamente, la redención
de Israel había desaparecido (Lc. 24:21). Sin embargo, Jesú s les indica que
revisen las profecías del Antiguo Testamento que decían que era necesario
que él “padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día” (v. 46). Lucas
no registra los textos del antiguo Testamento a los que Cristo se refirió,
pero sí se indica que fueron numerosos.
Lo mismo sucedió con el discurso de Pablo ante Festo. El apóstol vindicó
su mensaje apelando a la ayuda de Dios que le permitía “dar testimonio a
pequeños y a grandes”. É l continú a, “no diciendo nada fuera de las cosas
que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder —que el Cristo
había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para
anunciar luz al pueblo y a los gentiles” (Hch. 26:22-23). Indudablemente,
Pablo reunió muchísima evidencia del Antiguo Testamento para apoyar la
muerte y resurrección del mesías de Israel, pero Lucas no registra ninguno
de las profecías o los argumentos específicos que se deben haber usado.
El discurso que hace Pablo en la sinagoga de Antioquia de Pisidia
relaciona la resurrección de Cristo con la promesa de Isaías 55:3 de “las
misericordias firmes a David” (Hch. 13:34). Su argumento es que estas
bendiciones no podían dejar de cumplirse, y como el mesías de Israel había
sido crucificado, él ciertamente se levantaría de entre los muertos para
conceder estas misericordias.
Salmo 16:10
Posiblemente la profecía má s clara de la resurrección de Cristo esté en el
Salmo 16:10 —“Porque no dejará s mi alma en el Seol, ni permitirá s que tu
santo vea corrupción”. La relación exacta del mismo salmo, o del salmista
con aquel del cual se habla, presenta problemas que no se pueden resolver
aquí. Pero sí se puede decir esto: Pedro apunta que David fue un profeta y
sabía explícitamente que su salmo era mesiá nico. “Pero siendo profeta...
viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo” (Hch. 2:30-31). Pedro,
en su predicación, comprendió que este salmo hablaba de la resurrección
corporal de Jesú s de Nazaret. En su sermón el día de Pentecostés, Pedro
predicó al pueblo de Israel que Jesú s era el Cristo aprobado por Dios con
maravillas, prodigios y señales (Hch. 2:22) y que su muerte fue segú n “el
determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (v. 23). Al igual
que en otras predicaciones y enseñanzas apostólicas, la resurrección
constituye la conexión entre las profecías del Antiguo Testamento sobre las
glorias futuras de la nación y la muerte del mesías: “...al cual Dios levantó,
sueltos los dolores de la muerte” (v. 24), y lo hizo segú n el Salmo 16:10
(Hch. 2:27, 31). El Cristo crucificado había resucitado de entre los muertos
por el poder de Dios y era ahora quien había “derramado esto que vosotros
veis y oís” (v. 33) en el gran día de Pentecostés.
Refiriéndonos nuevamente al discurso de Pablo ante los judíos en
Antioquia de Pisidia, Pablo también, como Pedro, apela al Salmo 16:10.
Este salmo demuestra que Cristo había sido resucitado de entre los muertos
para concederle a Israel “las misericordias firmes” del pacto davídico (Hch.
13:34-35).
Isaías 53:10
Isaías 53:10 también habla sobre la resurrección de Cristo. La sección de
Isaías que habla sobre el Siervo Sufrido (Is. 52:12—53:13) es la enseñanza
má s clara del Antiguo Testamento sobre la pasión y muerte del mesías.
Casi al final de esta sección, el profeta dice del Siervo, “Cuando haya
puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por
largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada” (Is.
53:10).
El ú ltimo fragmento que habla sobre el Siervo Sufrido (Is. 53:10-12),
retoma los aspectos que se habían abordado primero en la introducción en
el capítulo 52:13-15. En esta introducción, se le garantiza al Siervo
prosperidad y gran exaltación, y que asombrará a los reyes y a todos
aquellos que habían llegado a la conclusión lógica de que él había sufrido
una muerte horrible como un miserable fracasado. La resurrección
constituye el vínculo entre la muerte expiatoria del Siervo y su exaltación
gloriosa hasta la supremacía mundial. El Siervo, al parecer una víctima de
una indescriptible brutalidad física, ostracismo social y al final de la muerte,
“vería linaje”. El linaje era esencial para el bienestar de una familia hebrea;
morir sin descendencia era considerado una tragedia. Aquí el linaje del
Siervo es una simiente espiritual, “la posteridad [que] le servirá ” (Sal.
22:30) y los “muchos hijos” que será n llevados a la gloria gracias a su
sufrimiento vicario y su muerte (He. 2:10).
El siervo también “vivirá por largos días” (53:10). La duración de la vida
era también una señal de bendición bajo el pacto mosaico (É x. 20:12;
Dt. 25:15; Pr. 3:1-2). Prolongar sus días era una referencia a su
resurrección y a la vida eterna como Hijo de Dios. El Siervo Sufrido
presenta una paradoja aparente entre sus sufrimientos y sus glorias, y la
resurrección aclara esto. En otros fragmentos del pasaje, se dice que él
fue “cortado de la tierra de los vivientes” (Is. 53:8), que tuvo una
sepultura (v. 9), y que fue expiación por el pecado (v. 10). En ello la
voluntad de Jehová y su soberanía será n prosperadas y tendrá n éxito (v.
10) porque el Siervo se levantará en gran victoria del otro lado de la muerte
y la tumba.
Predicciones y afirmaciones del mismo Cristo
Jesú s también habló sobre su resurrección y muerte, comenzando por la
expresión críptica: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn.
2:19). É l habló de poner su vida para tomarla de nuevo y de hacerlo por
iniciativa propia (Jn. 10:17-18). É l también hizo afirmaciones en
consonancia con las predicciones antes mencionadas acerca de la
resurrección del mesías: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn.11:25).
Existen numerosas afirmaciones directas en los evangelios que el mismo
Cristo hizo o que hacen referencia al hecho de que él moriría y se levantaría
de entre los muertos (Mt. 17:22-23; 20:19; 26:32, 61; 27:63; Mr. 9:9,
31;
10:33-34; 14:28, 58; Lc. 18:33).
La primera declaración inequívoca y clara que Cristo hizo sobre su
resurrección tuvo lugar aproximadamente un año antes de los sucesos de la
cruz, en una reunión de sus discípulos en Cesarea de Filipo (Mt. 16:13-28;
Mr. 8:27-38; Lc. 9:18-27). Después de que la nación de Israel, a través de
sus líderes religiosos habían rechazado inequívocamente sus intentos de
acercamiento y ofrecimientos del reino mesiá nico, atribuyendo sus méritos
al poder de Sataná s (Mt. 12:22-45), Jesú s recurre al método de
formularel destino de su reino a través de pará bolas (Mt. 13:1-52). Lo
hizo para esconder las nuevas verdades del reino mesiá nico de sus
implacables enemigos y para intrigar a sus seguidores a profundizar y
comprender mejor sus verdades (Mt. 13:10-17). Poco después de esos
sucesos, Cristo reunió a sus discípulos en Cesarea de Filipo para
brindarles un seminario teológico
donde revelaba claramente por primera vez su muerte inminente: “Desde
entonces comenzó Jesú s a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a
Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y
de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mt. 16:21). Marcos
apunta que él hablaba sobre estas cosas “claramente” (parresia,
abiertamente, con franqueza1) (Mr. 8:32). Esto provoca una respuesta
negativa de Pedro, y el Señor discierne que éste está siendo influenciado
por Sataná s (Mt. 16:22-23). Tras los acontecimientos de Cesarea de Filipo
tiene lugar la transfiguración, una previsión del reino mesiá nico en forma
diminutiva, donde Cristo reiteró su próxima muerte y resurrección (Mt.
17:9, 22-23).2
Todos los autores del Nuevo Testamento testifican de la resurrección de
Cristo. Como se indicará má s adelante, debido a su naturaleza y
significado, la resurrección fue el milagro má s importante de todos los
tiempos, y su existencia nunca se cuestiona en las Escrituras, a pesar de los
débiles intentos de los incrédulos de la época, así como de los críticos
posteriores, por desmentirla.
La Naturaleza de la Ascensió n
Al igual que su resurrección, la ascensión de Jesú s fue personal, literal y
corporal, y tuvo lugar en un día del calendario dentro del orden natural. Los
relatos de Lucas en su evangelio y los de Hechos no admiten ninguna otra
interpretación normal. La ascensión corporal del Señor al cielo posee una
verdad correlacionada, esto es, su regreso personal y corporal a la tierra.
Esta fue la promesa que los á ngeles que asistieron a la ascensión de Cristo
le hicieron a los que observaban la escena, así como a todos los creyentes
que han existido desde entonces: “Este mismo Jesú s, que ha sido tomado
devosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”
(Hch.1:11).
Esta promesa corrobora aun má s las palabras de Cristo en el discurso del
monte de los Olivos donde él describió su segunda venida para establecer el
reino mesiá nico: “Entonces aparecerá la señal del Hijo
del Hombre en el cielo; y entonces lamentará n todas las
tribus de la tierra, y verá n al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del
cielo, con poder y gran gloria” (Mt. 24:30; ver Mr. 13:26; Lc.
21:27). Ante Caifá s, el sumo sacerdote, Jesú s también afirma durante
su juicio su regreso personal y corporal a las nubes para establecer su
reino: “...desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del
poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mt. 26:64; ver Mr.
14:62).
La referencia que se hace al regreso de Cristo en Hechos 1:11 por lo
general se cree que hace alusión al arrebatamiento de la iglesia, la primera
fase de la segunda venida que tiene lugar antes de la tribulación
escatológica. Pero las palabras de los á ngeles parecen hablar de la segunda
venida de Cristo en gloria tras la tribulación para establecer el reino
milenario de Dios. Ese es el contexto del discurso en el monte de los Olivos
donde Jesú s habla acerca de “la tribulación de aquellos días” y de algunas
de las señales que precederían su venida en las nubes en la inauguración de
su reino (Mt. 24:29). El arrebatamiento secreto de la iglesia es inminente y
no será anticipado por señales premonitorias. Ademá s, los discípulos en ese
momento sólo habían escuchado hablar del arrebatamiento por primera vez
unas semanas antes, en el discurso de despedida de Cristo (Jn. 14:1-3). Por
supuesto, no comprendieron la mayor parte de las implicaciones de esa
promesa en ese momento, y probablemente sería presumir demasiado
pensar que ellos estaban considerablemente mejor informados unas
semanas después cuando los á ngeles les dieron la profecía de la ascensión.
Ellos aú n estaban procesando la idea de dos venidas de Cristo por
separado, y no estaban tratando de definir las dos etapas de la segunda
venida.
La vida
La vida es la actividad o energía potencial dirigida por su mente o
inteligencia. El Espíritu Santo es capaz de hacer cosas. Su vida es una vida
que existe por sí misma. Jesú s habló del Espíritu en términos de una fuente
inagotable de “agua viva” que fluye desde el interior del creyente (Jn. 7:38).
Pablo hablaba de dos esferas de poder dentro de las que se pueden clasificar
a todos los seres humanos, salvos o no, es decir, aquellos que viven segú n
el Espíritu y los que viven segú n la carne (Ro. 8:1-13). A la carne se
le asemeja con la muerte y al Espíritu con la vida, de hecho, él es llamado el
“Espíritu de vida en Cristo Jesú s” (Ro. 8:2).
Inteligencia
La inteligencia la constituye bá sicamente el conocimiento, el
entendimiento y la sabiduría. El Espíritu de Dios conoce los pensamientos
de Dios (1 Co. 2:11). É l puede impartir el don de sabiduría y el de palabra
de ciencia (1 Co. 12:8). El Espíritu intercede por los creyentes porque
conoce la voluntad de Dios y Dios conoce la mente del Espíritu (Ro. 8:26-
27). La unción teocrá tica del mesías por medio del Espíritu Santo se
encuentra en la capacidad del Espíritu de poseer sabiduría, entendimiento y
conocimiento del Señor (Is. 11:2).
Propó sito
El propósito es la reacción hacia una meta futura como si estuviera ya
presente. El Espíritu es el “Espíritu de consejo” (Is. 11:2). La distribución
que aparece en el Nuevo Testamento de los dones espirituales a los
creyentes tiene sentido de propósito y no es puro capricho. Es uno y el
mismo Espíritu el que reparte “a cada uno en particular como él quiere” (1
Co. 12:11).
Acció n
Acción es ejecutar aquello que la persona es capaz de hacer. La vida es
actividad potencial dirigida por la inteligencia; la acción es llevarla a cabo.
El Espíritu Santo es capaz de hacer cosas y las hace. El listado de pruebas
específicas que pudiéramos dar sería interminable, como tal, lo siguiente no
es má s que una muestra de las muchas maneras en las que el Espíritu actú
a.
Él consuela Juan 14:26 (a los cristianos)
Él ordena Hechos 13:2 (iglesia de Antioquía)
Él crea Génesis 1:2 (el universo)
Él imparte poder Zacarías 4:6 (en la construcción del Segundo Templo)
Él guía Romanos 8:14 (creyentes guiados por el Espíritu)
Él intercede Romanos 8:26 (por los creyentes)
Él ora Romanos 8:26 (por los creyentes)
Él reprende Juan 16:8 (a quienes convence de pecado)
Él habla Hechos 8:29 (a Felipe)
Él enseñ a 1 Corintios 2:13 (una forma de revelación)
Él testifica Juan 15:26 (acerca de Jesú s)
Libertad
Libertad significa autodeterminación. El Espíritu Santo es independiente
de las cosas creadas. Como indicamos anteriormente, el Espíritu reparte los
dones como él quiere (1 Co. 12:11). El Espíritu, de acuerdo a su soberana
voluntad, guió a Pablo y a su grupo en su segundo viaje misionero. Del
mismo modo el Espíritu les prohibió “hablar la palabra en Asia” (Hch.
16:6), y cuando trataron de ir a Bitinia “el Espíritu de Jesú s no se lo
permitió” (Hch. 16:7, NVI).
Autoconciencia
La autoconciencia es la capacidad de objetivarse uno mismo, es decir,
hacer de uno mismo el objeto de su propio pensamiento. El Espíritu de Dios
conoce los pensamientos de Dios (1 Co. 2:11), así como su mente (Ro.
8:27). El Espíritu, al ser Dios, entiende la sabiduría de Dios, así como el
espíritu del hombre entiende la sabiduría humana. Hay ocasiones en las
Escrituras en donde el Espíritu habla directamente a ciertas personas, como
es el caso en la iglesia de Antioquía en donde dijo: “Apartadme a Bernabé y
a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hch. 13:2). Por supuesto, esto
impulsó la gran obra misionera de la iglesia primitiva al cumplir el
mandamiento del Señor de discipular a todas las naciones. Solamente los
seres personales que tienen consciencia de sí mismos tienen capacidades
sintá ctico-lingü ísticas, es decir, la capacidad de usar el
lenguaje y comunicarse en proposiciones.
Emoció n
El Espíritu Santo es capaz de amar porque Pablo les pidió
encarecidamente a los creyentes en Roma que “por el amor del Espíritu”,
oraran por él y sus ministerios (Ro. 15:30). El Espíritu puede entristecerse o
contristarse por la desobediencia en el creyente, es por eso que se nos da el
mandamiento de “no contristar al Espíritu Santo de Dios” (Ef. 4:30).
Es Puesto a Prueba
El Espíritu Santo puede ser probado, o sea, colocado en una caja por así
decirlo—haciéndolo actuar o responder segú n normas ajenas o haciéndolo
ajustarse a una norma incompatible a su cará cter o la voluntad de Dios.
Esta es una norma de incredulidad o pecado en cierta forma.
Por ejemplo, Ananías y Safira mintieron acerca de la contribución que les
correspondía ante la iglesia local en Jerusalén por una tierra que habían
vendido. En esta ocasión la pregunta del apóstol Pedro fue: “¿ Por qué
convinisteis en tentar al Espíritu del Señor?” (Hch. 5:9). Ellos, en efecto,
estaban pidiéndole al Espíritu que bendijera su duplicidad o que de una
forma u otra contribuyera a su beneficio personal por medio del engaño en
todo aquel asunto. Usaron al Espíritu en ese sentido, y ante los ojos de Dios
eso era una ofensa capital. Era algo que necesitaba ser corregido
inmediatamente en los ojos de la naciente iglesia en Jerusalén y en la
infancia de la iglesia en esa etapa. No podrían utilizarse seres impersonales
en el sentido de lo que la pareja quería. Se pueden usar implementos como
meros objetos para lograr algo, pero cuando se usan a las personas de esa
manera, es una violación de su ser personal.
Se le Hace Resistencia
Se puede resistir al Espíritu, o sea, rechazarse. Las entidades no
racionales pueden ser resistidas a expensas de nuestro propio perjuicio, pero
tal resistencia no se refleja en el objeto o la fuerza resistida. Uno puede
escoger por su propia cuenta ir en contra de la ley de la gravedad y pagar
las consecuencias, pero la ley en sí misma no es afectada; no reacciona má s
allá de las fronteras físicas que posee por medio de la creación
y providencia de Dios. Las consecuencias de su violación no son éticas en
el sentido de que la gravedad tenga una moral por sí misma que se vengue
en contra de lo que se le opone.
En el discurso de Esteban ante quienes serían sus verdugos, él resume la
historia de Israel como una historia marcada primordialmente por la
rebelión y la oposición contra el pacto que Dios les había dado y la religión
que éste le ofrecía a la nación. Sus palabras finales hicieron que la multitud
se lanzara a lincharlo: “¡ Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de
oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así
también vosotros” (Hch. 7:51). Haber resistido al Espíritu por 1.500 años
era algo que iba en detrimento de la nación en maneras infinitamente má s
allá que ir en contra de las tablas matemá ticas o la ley de gravedad, porque
el Espíritu Santo es personal y la aritmética y la gravedad no lo son.
Se le Insulta
El autor de Hebreos advierte con rigor a los cristianos judíos de los
peligros de no perseverar en la confesión de Cristo. Haciendo un
razonamiento partiendo de lo má s sencillo a lo má s sublime, este
autor habla de la justicia dada sin misericordia a quienes violaban la Ley de
Moisés basada en el testimonio de testigos competentes. Refiriéndose al
aspecto má s sublime concluye diciendo: “¿ Cuá nto mayor castigo pensá
is que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda
la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu
de gracia?” (He. 10:29). Solamente una persona es capaz de recibir insultos,
no así los objetos impersonales o los principios abstractos. No se
puede insultar a una mala yerba por haber crecido en nuestro patio o a una
urraca por su insoportable graznido. Insultar al Espíritu Santo que trajo la
gracia de Dios en Jesucristo a los creyentes es considerar su sangre
salvífica como inmunda, revelando ante todo una total falta de vida
espiritual. Peor aun, tal insulto amerita retribución eterna.
Se le Miente
Ananías y Safira le mintieron al Espíritu en su intento de ajustarlo a sus
normas pervertidas de moralidad en la transacción de su negocio (Hch. 5:3).
Pero mentir tan solo se hace a seres personales. En el mundo real, a las
entidades impersonales no se les puede mentir esperando efecto alguno,
cualquiera que intente hacer esto, pondrá en tela de juicio su propia
racionalidad.
Se le Obedece
El Espíritu Santo es capaz de dirigir y ser obedecido porque es una
persona. Por ejemplo, el apóstol Pedro obedeció al Espíritu y se fue a casa
de Cornelio trayendo consigo el nuevo entendimiento dispensacional del
mensaje de Dios (Hch. 10:19-21).
1 Sinclair B. Ferguson, The Holy Spirit (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1996), 16. 2
Ibid., 18.
3 Alva J. McClain, “The Doctrine of the Holy Spirit” (notas de teología, Grace Theological Seminary,
Winona Lake, IN).
4 Al comentar sobre este texto, Charles Hodge dice: “Aquí no hay posibilidad de justificar el uso del
pronombre personal Él (ekeinos) sobre ninguna otra base que la de la personalidad del Espíritu”
(Teología Sistemática, [Barcelona: CLIE, 2010], 289).
5 David F. Wells, God the Evangelist: How the Holy Spirit Works to Bring Men and Women
to Faith (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1987), 4.
Capítulo 2 0
La Deidad del Espíritu Santo
Omnisciencia
La omnisciencia es ese conocimiento que posee Dios y que incluye todas
las cosas pasadas, presentes y futuras, inmediata, simultá nea y
eternamente, sean cosas reales o posibles. Dios posee todo su conocimiento
en una intuición eterna. Isaías contrasta al Dios verdadero —el Dios de
Israel, el Dios del pacto— con ídolos y dioses falsos, a veces con un leguaje
altamente satírico (para no decir sarcá stico). En una ocasión él pregunta de
manera retórica: “¿ Quién enseñó al Espíritu de Jehová , o le aconsejó
enseñá ndole?” (Is. 40:13). Se cuestiona si en este pasaje ruach se refiere al
Espíritu Santo. (RVR60, LBLA, [NASB, KJV, NLT, ESV; versiones en
inglés]) o a la mente del Señor (las versiones en inglés NIV y NET). Si es el
Espíritu, la idea es que a él no le han enseñado nada ni ha aprendido nada
porque él es omnisciente; no necesita información concerniente a ningú
n aspecto de la creación (vs. 14-17).
En la Primera Epístola a los Corintios capítulo 2, Pablo tiene cuidado a la
hora de trazar el origen del mensaje cristiano a partir de la revelación de
Dios que es la sabiduría y el poder de Dios (v. 5). Era una información
cognitiva y proposicional de “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han
subido en corazón de hombre” (v. 9). La razón: “Dios nos las reveló a
nosotros por el Espíritu” (v. 10). El cristianismo es una religión revelada, y
dicha revelación vino a través del Espíritu Santo quien está eminentemente
calificado para revelar a Dios, porque él también es el Dios revelado. É l
“todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (v. 10). É l conoce la
personay
la mente de Dios de manera exhaustiva, lo cual quiere decir que él es
omnisciente porque él es Dios.
Omnipresencia
Omnipresencia significa que Dios está en el universo, presente en todas
partes al mismo tiempo, llenando cada parte de él con todo su ser. Dios se
encuentra por encima, o podríamos decir que trasciende infinitamente, la
creación porque él es el creador y todo lo demá s es su creación. Pero en
unsentido cierto y definido él también es inmanente en la creación en todo
su ser infinito. El Espíritu Santo posee el atributo divino de la
omnipresencia y por lo tanto es Dios.
David conocía a Dios de manera íntima y de una manera teológicamente
informada, y se encontraba, entre otras cosas, muy impresionado con la
omnipresencia de Dios y preguntaba: “¿ A dónde me iré de tu Espíritu? ¿
Y a dónde huiré de tu presencia?” (Sal. 139:7). Entonces continú a
enumerando una serie de lugares a donde no puede huir y esconderse
porque Dios siempre estará ahí.
Omnipotencia
Por medio de su inagotable poder, Dios puede hacer todo lo que sea
consistente con su cará cter y voluntad. É l puede lograr, sin esfuerzo
alguno, todo lo que sea objeto de su poder sin disminuir su energía en lo
absoluto. El Espíritu Santo es todopoderoso en ese sentido porque él es
Dios.
El Salmo 104 es un gran testimonio de la preservación del universo por el
poder de Dios. Lo que Dios ha creado por su omnipotencia lo preserva
mediante ese mismo poder el cual el salmista atribuye al Espíritu Santo:
“Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra” (Sal.
104:30). “Creados” (bara) y “renovado” son paralelos que sugieren
preservación en vez de creación ex nihilo.
El á ngel Gabriel le apareció a la virgen María y le anunció el futuro
embarazo milagroso mediante el cual llegaría el mesías de Israel. Esto se
lograría mediante la omnipotencia del Espíritu Santo. Gabriel anuncia, “El
Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con
su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá , será llamado
Hijode Dios” (Lc. 1:35). El Espíritu Santo es colocado en paralelo al
poder del Altísimo, poder que se refiere a la milagrosa omnipotencia de
Dios.
Eternidad
La eternidad de Dios quiere decir que su existencia no se puede medir por
el tiempo. É l posee el pasado, presente y futuro de su ser en un presente
indivisible que va má s allá de todas las limitaciones temporales, y así
lo hace sin comienzos ni final. En ese sentido el Espíritu Santo es eterno.
Jesú s promete a sus discípulos que en la nueva dispensación del Espíritu
él llevaría a cabo ministerios en el interior de las personas, ministerios que
hasta ese momento no habían sido experimentados, y él le atribuye todo
esto al hecho de que el Espíritu estaría con ellos siempre (Jn. 14:16). De la
misma manera, el autor de Hebreos habla del logro de la expiación de
Cristo diciendo que fue mediante el Espíritu. Fue por medio del Espíritu
eterno que Cristo se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios (He. 9:14).
Amor
El amor divino puede definirse como aquel que está en Dios y que lo
mueve a dar de sí mismo y sus dones de manera gratuita, espontá nea y
eterna a seres personales sin distinción de sus méritos o respuestas. Los
humanos son incapaces de un amor así, pero el Espíritu lo posee y lo
manifiesta constantemente.
Pablo insta a los creyentes de Corinto a que “por el amor del Espíritu”
oraran por él mientras hacía la voluntad de Dios, queriendo ser “librado de
los rebeldes que está n en Judea” y también para que pudiera tener un
ministerio aceptable a los santos (Ro. 15:30-32).
Santidad
El atributo de la santidad denota, en lo fundamental, la pureza moral de
Dios, su separación de todo lo que es moralmente inmundo y malvado. Su
mismo nombre, Espíritu Santo, da testimonio del hecho de ser partícipe del
atributo de la santidad divina que invade a los tres seres de la Deidad.
Padre, Hijo y Espíritu Santo son todos uno y la misma esencia y por lo tanto
todos son uno y el mismo Dios. Por el hecho de ser santo, el Espíritu no ha
de ser contristado por nada ajeno a su cará cter moral infinito de santidad
(Ef. 4:30).
Verdad
La verdad en este caso tiene que ver con la veracidad del Espíritu; su
conocimiento y sus declaraciones se conforman eternamente a su ser. Al
igual que el Padre y el Hijo, él conoce y representa las cosas tal y como son,
y las cosas son lo que son por virtud de su lugar en el consejo eterno del
Dios trino. Juan, a punto de culminar su primera epístola, afirma la persona
del Jesú s histórico como el Dios-hombre de la historia de la salvación,
especialmente su naturaleza total y genuinamente humana que fue tan
esencial para lograr la redención de los seres humanos. Esto fue atacado y
negado con argumentos platónicos por al menos un gnosticismo incipiente
que parecía ser la principal preocupación que tenía Juan.
En la doctrina juanina, el Espíritu Santo testifica (tiempo presente) del
Hijo “porque el Espíritu es la verdad” (1 Jn. 5:6). É l es la verdad má xima
y por lo tanto un testigo competente de Jesucristo, una revelación del
Dios verdadero en autentica humanidad. Este es un despliegue de
verdad tan exclusivo que ninguna categoría de cognición meramente
humana sería adecuada para clasificarla. Es una información tan
totalmente indescifrable para la investigación humana que solo puede ser
recibida de parte de Dios y luego anunciada o proclamada. Este testimonio
que da el Espíritu de Cristo nació en su bautismo (Jn. 1:32—el “agua” de 1
Jn. 5:6), y permaneció hasta su muerte en la cruz (la “sangre” de 1 Jn. 5:6)
y continú a hasta hoy (tiempo presente de “da testimonio” en 1 Jn. 5:6).
Creació n
El Espíritu Santo estuvo activo en la creación original y en otras
situaciones creativas ya sea directa o indirectamente. El relato de la
creación original afirma que en el día 1, después que Dios en un acto
creativo hubiese hecho los cielos y la tierra “desde cero” (Gn. 1:1), “el
Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gn. 1:2). “Se movía”
(participio piel de rachaph) denota rondar sobrevolando, un poco de manera
protectora, como un á guila que sobrevuela sobre su nido con sus crías (cf.
Dt. 32:11). Todo lo que esto implica no se expresa, pero sin dudas
trasciende las leyes naturales de la física. Como H. C. Leupold sugiere,
quizá s el Espíritu se encontraba en ese momento estableciendo las bases
mismas para todas las leyes de la física.6
Regeneració n
La regeneración es la impartición de la vida espiritual a lo que está
espiritualmente muerto. Es un milagro creativo en el á mbito moral que
solo Dios puede hacer. El profeta Ezequiel habla de la regeneración
escatológica de Israel en términos de una visión de huesos secos que
cobran vida en un valle (Ez. 37). Los huesos representan a Israel en un
estado de muerte nacional, esparcidos y dispersados en diferentes
“tumbas” entre todas las naciones del mundo gentil. Esta es una
condición de apostasía espiritual y de estar fuera del favor de Dios
establecido mediante pacto durante el tiempo de los gentiles. Lo que
se necesitaba era que nueva vida fuera soplada en los huesos secos, y
Dios hace esto mediante su Espíritu Santo quien regenera el remanente al
final del periodo de la tribulación y restaura la nación a su tierra y al favor
que había recibido mediante el pacto (vs. 12- 14). Las palabras de Dios
mediante el profeta son claras: “Y pondré mi Espíritu en vosotros, y
viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y
sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová ” (v. 14).
Jesú s le enfatiza esta misma obra vivificadora del Espíritu a Nicodemo,
un maestro de renombre en el Israel del primer siglo quien tenía dificultad
para entender el nuevo nacimiento. El mensaje del Señor fue directo y
sencillo: “que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”
(Jn. 3:3). La respuesta incrédula de Nicodemo fue: “¿ Cómo puede un
hombre nacer siendo viejo?” (v. 4). Jesú s aquí interpreta el nuevo
nacimiento en términos de nacer del agua y del Espíritu (v. 5), siendo
ambos elementos metafóricos de la regeneración. Solo Dios puede impartir
la vida espiritual y eterna, y debido a que el Espíritu puede llevar a cabo tal
nacimiento, él es Dios. La frase de Pablo para el milagro moral de la
salvación es “el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el
Espíritu Santo” (Tit. 3:5).
Convicció n de Pecado
Convicción significa estar convencido mentalmente de la verdad de un
dato o proposición en aná lisis. En este caso el Espíritu convence al mundo
perdido de su pecado moral, de la necesidad y la disponibilidad de la
justicia necesaria para presentarse delante de Dios, y del principio del juicio
divino que deben enfrentar todos los seres racionales (Jn. 16:8-11). Aunque
en el Antiguo Testamento la convicción se muestra a menudo en el caso de
una persona convenciendo o reprendiendo a otra (Pr. 15:12; Am. 5:10), ha
de entenderse que es el Espíritu obrando a través del instrumento humano el
que logra el verdadero convencimiento. Un ser humano puede lograr que
otro se sienta culpable por una razón u otra, pero solo Dios puede producir
una certidumbre de culpa moral por haber ofendido su santidad infinita.
Debido a que el Espíritu acompaña su ministerio de convicción en cada
contacto con la revelación verbal de Dios, él está haciendo lo que solo Dios
puede hacer.
Regeneración
La regeneración puede definirse sencillamente como la transmisión de
vida espiritual a los que está n espiritualmente muertos. En el Antiguo
Testamento existía ese ministerio del Espíritu Santo, aunque no se presenta
tan claramente como en el Nuevo Testamento. Debido a esta oscuridad,
algunos han negado la existencia de regeneración en el Antiguo
Testamento.2 Sin embargo, existen varias evidencias que apuntan de forma
acumulativa hacia el ministerio de la regeneración del Espíritu en el
Antiguo Testamento.
Textos
Cuando Dios le dio la Ley al pueblo de Israel, se le exigió cumplir con
todo el código, el cual, de obedecerse totalmente, traería como resultado
vida para el que lo guardara. Pero la ley no proveía expresamente ninguna
ayuda para su cumplimiento; no existían garantías del poder necesario para
cumplir con los requisitos de Dios dentro del pacto en sí. Esto tal vez era
parte del defecto de la ley al cual el autor de Hebreos hace alusión al debatir
sobre el nuevo pacto (He. 8:8). La fuerza necesaria estaba disponible a
través del poder regenerador del Espíritu Santo, pero no se trataba de una
promesa explícita para todos los que viniesen bajo el amparo de la ley o
para quienes estuviesen en la comunidad del pacto en general.
El hecho de que existiese una regeneración así, disponible en la
organización del Antiguo Testamento, se ve a través de lo que Dios deseaba
para Israel bajo la ley: “¡ Quién diera que tuviesen tal corazón, que me
temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a
ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre! ” (Dt. 5:29). Refiriéndose a la
falta de provisión en las reglas del pacto para la regeneración, Dios dijo, de
forma similar, “Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender,
ni ojos para ver, ni oídos para oír” (Dt. 29:4). Anticipá ndose al parecer al
nuevo pacto Dios le prometió a su pueblo lo que el antiguo pacto no incluía:
“Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia,
para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a
fin de que vivas” (Dt. 30:6).
El salmista, en una exposición prá ctica y elaborada de la ley (Sal. 119) le
pide a Dios que le otorgue esa energía espiritual necesaria para ser fiel al
pacto, lo cual muestra una vez má s que esa obra estaba disponible aun
fuera de las prescripciones del pacto. Es por ello que un fragmento de su
oración dice,
Enséñame, oh Jehová , el camino de tus estatutos, y lo guardaré hasta
el fin. Dame entendimiento, y guardaré tu ley, Y la cumpliré de todo
corazón. Guíame por la senda de tus mandamientos, Porque en ella
tengo mi voluntad. Inclina mi corazón a tus testimonios,... Aparta mis
ojos, que no vean la vanidad; Avívame en tu camino. Confirma tu
palabra a tu siervo,... Quita de mí el oprobio que he temido,...
Vivifícame en tu justicia (Sal. 119:33-40).
Ezequiel profetizó la regeneración de los tiempos del fin en Israel
hablando de un nuevo corazón y un nuevo espíritu. Aunque su
cumplimiento realmente ocurrirá durante el milenio, el principio de un
corazón limpio era frecuente de hallar en la época del Antiguo Testamento.
El profeta habló claramente acerca del propósito de Dios para su pueblo:
Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas
vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré
corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de
vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y
pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongá is por obra (Ez. 36:25-
27).
Estas palabras solo pueden entenderse en un contexto de regeneración y
traen a la mente, por ejemplo, la penitencia de David en los Salmos 32 y 51.
El ministerio de la regeneración del Espíritu en el Antiguo Testamento
sale a relucir claramente, aunque de forma algo indirecta, en el debate que
Jesú s sostuvo con Nicodemo acerca del nuevo nacimiento. En esa ocasión
la sentencia del Señor fue, “...el que no naciere de nuevo, no puede ver el
reino de Dios” (Jn. 3:3). Cuando Nicodemo mostró ignorancia acerca de lo
que esto implicaba, Jesú s lo reprendió diciéndole, “¿ Eres tú
maestro de
Israel, y no sabes esto?” (Jn. 3:10). En otras palabras, Nicodemo aú n
se regía por las directrices del Antiguo Testamento, y éste hablaba
claramente acerca del nuevo nacimiento. Al parecer Nicodemo y los
demá s debían haber sabido acerca de esto si en algo comprendían la
teología del Antiguo
Testamento.
Presuposiciones y Suposiciones
En relación con la salvación personal, el Antiguo Testamento pone
énfasis en las obras en diversos contextos. Esto ha provocado que algunas
personas erróneamente lleguen a la conclusión de que la gente se salvaba (o
mantenía su salvación) a través de obras cuando estaban bajo la ley, pero
que son salvos por fe bajo la gracia. Sin embargo, este énfasis que hace el
Antiguo Testamento en las obras debe comprenderse como evidencias de la
salvación y no como condiciones o base para ésta. Se presuponía la realidad
de la regeneración, y se daba por sentada su existencia o importancia si las
obras se podían llevar a cabo. En el Antiguo Testamento no se halla el
mandato específico a “nacer de nuevo”. En vez de ello, esta misma idea se
expresa a través de mandatos a hacer el bien, a ser bondadosos y justos con
los coterrá neos. Tales acciones y actitudes serían el fruto del nuevo
nacimiento y darían evidencias del mismo. Estas presuposiciones y
suposiciones constituían un lenguaje codificado para el ministerio de la
regeneración del Espíritu en el Antiguo Testamento.
Miqueas 6:8
En Miqueas 6:8 hallamos uno de esos mandatos, el cual ha estado sujeto
a burdas malinterpretaciones (por ejemplo, algunos han sugerido que este
pasaje enseña que la salvación es por obras, que habla de un evangelio
social de salvación o algú n otro plan religioso hecho por hombres). El
profeta aquí dice, “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué
pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y
humillarte ante tu Dios”. Una comprensión superficial y corta de vista
pudiera conducirnos a suponer que lo ú nico que Dios pide es una actitud
honesta, misericordiosa y humilde, pero éstas son cualidades que
caracterizarían a alguien lleno de fe y lealtad dentro del pacto, y como tal,
esto presupone un nuevo nacimiento.
Jeremías 22:16
El elogio que Dios le hizo a Josías a menudo es utilizado por los liberales
(e incluso por los evangélicos), quienes propagan un evangelio social o
desean hacer del activismo social una parte preponderante del mensaje del
evangelio. “É l juzgó la causa del afligido y del menesteroso, y entonces
estuvo bien. ¿ No es esto conocerme a mí? dice Jehová ” (Jer. 22:16). Josías
fue uno de los reyes buenos de Judá por haber temido a Dios y haber sido
fiel al pacto que Dios había hecho con Israel en el Sinaí. La ley de Moisés
poseía previsiones especiales para los pobres, los desventajados y los
oprimidos. Ademá s, una persona que tuviese fe en el Dios del pacto
manifestaba su fe observando la ley. Sin embargo, ese tipo de fidelidad a
Dios y a su revelación en el pacto solo era posible a través de un nuevo
corazón o un corazón circuncidado, lo cual era un eufemismo de la
regeneración.
Isaías 1:16-17
Isaías condenó al pueblo de Israel a través de un juicio relacionado con el
pacto que también tenía que ver con la observancia de la Ley mostrando
una sincera obediencia a Dios. Sus palabras les pueden parecer, al menos a
los inexpertos en el pensamiento veterotestamentario, una apología a la
salvación por obras en los términos má s crasos: “Lavaos y limpiaos; quitad
la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo
malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado,
haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Is. 1:16-17).
En el contexto del juicio que hace el profeta, está demostrando la falta de
valor de un simple ritual (Is. 1:10-15). No se opone exactamente al ritual de
las prescripciones mosaicas sino que se opone a su uso incorrecto. Las leyes
levíticas tenían significado y eficacia solamente cuando existía fe en los
corazones regenerados del pueblo (Sal. 15:1-5). Pero los rituales que
carecían de una fe generada por el Espíritu eran hipócritas y sin valor (Jer.
7:21-26; Os. 6:6; Am. 5:21-27). Aunque el llamado del profeta a hacer lo
correcto delante de Dios pareciera una simple sensibilidad social, se trataba
de un método frecuentemente usado en el Antiguo Testamento que quería
decir, “Deben nacer de nuevo”. Bajo la Ley el buscar justicia para los
huérfanos y viudas era una expresión de una vida regenerada de obediencia
al Dios de la comunidad del pacto. En otras palabras, la fe y la vida
espiritual del creyente del Antiguo Testamento estaba velada tras las
estructuras de la religión civil que funcionaba en el altar central y su
acercamiento ú nico a Dios.
Daniel 4:27
Al profeta Daniel se le concedió un puesto de prominencia en el imperio
neobabilónico por creer en el Dios de sus padres y por haberse propuesto en
su corazón obedecer la ley de su Dios que había sido dada casi mil años
antes en el Monte Sinaí. Tras interpretar para el rey Nabucodonosor el
inquietante sueño del á rbol de gran altura, él le dio testimonio al rey,
exhortá ndole al arrepentimiento, la fe y la posterior obediencia a la Ley,
conducta que solo la regeneración podía lograr. “Por tanto, oh rey, acepta
mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo
misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una
prolongación de tu tranquilidad” (Dn. 4:27).
Otras Expresiones de Regeneració n y Peticiones
para Alcanzarla
El clamor de la sabiduría
En Proverbios 1:20-33, la Sabiduría personificada clama en las calles y
exhorta a los simples, burladores e insensatos a prestar atención a su
mensaje. Aquellos a quienes ella advierte sobre el juicio inminente por su
terquedad son los incrédulos, aquellos que han menospreciado la
oportunidad de responder a la revelación de Dios que ella personifica y
ponerla en prá ctica en sus vidas. Su ruego, si es que no se trata de un
mandato, (“Volveos a mi reprensión”, Pr. 1:23) es la forma que tiene el
Antiguo Testamento de decir, “Deben nacer de nuevo”. El “llamado”, el
“extender la mano” (v. 24), el “consejo” y la “reprensión” (v. 25), que ella
brinda son parte del lenguaje del Antiguo Testamento, el cual formula así la
necesidad del nuevo nacimiento que era necesario para confiar en el Dios
verdadero y obedecerle.
Circuncisión espiritual
La frase “circuncidad...vuestro corazón” (ver Dt. 10:16; 30:6) es una
metá fora que hace alusión a la obra regeneradora del Espíritu Santo. El
lenguaje realista utilizado por Jeremías al dirigirse a la generación de su
tiempo que había quebrantado el pacto fue, “Circuncidaos a Jehová , y
quitad el prepucio de vuestro corazón” (Jer. 4:4). Este era el equivalente de
la frase usada por Dios de quitar el corazón de piedra y de darle a su pueblo
un corazón de carne, frase que es metafórica en sí misma, pues habla de
poner su Espíritu dentro de ellos y de hacer que tengan una actitud de fe y
obediencia a sus preceptos (Ez. 36:25-27).
Esto se ve aun má s claramente cuando nos percatamos de que el término
incircunciso significa pagano, infiel, espiritualmente depravado y muerto,
malvado, o aquellos que están en un estado de incredulidad (ver 1 S.14:6;
Is. 52:1; Jer. 9:26; Ez. 44:7; Hch. 7:51).
Moisé s
Moisés fue el primer mediador del reino de Dios establecido en el Sinaí.
É l era como un rey a todos los efectos, pues poseía todos los poderes
y prerrogativas de un monarca, a excepción de una dinastía
hereditaria. Esteban lo llama “gobernante” (Hch. 7:35). Para posibilitarle
llevar a cabo las funciones de su alto cargo teocrá tico, Dios lo dotó de
un ministerio especial del Espíritu. El Espíritu estaba en él (Nm. 11:17).
Josué
Como sucesor designado de Moisés, gobernante mediador de Israel, a
Josué también se le concedió el poder del Espíritu para que pudiese
desempeñarse en esa función. Se le describe, por tanto, como “lleno del
espíritu [¿ Espíritu?] de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos
sobre él; y los hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová
mandó a Moisés” (Dt. 34:9). La presencia del Señor, que habitaba en Josué
como había habitado en Moisés, debe comprenderse en relación con la
unción teocrá tica especial: “...como estuve con Moisés, estaré contigo”
(Jos. 1:5). Se trata aquí de algo má s que un elogio o una promesa indirecta
de naturaleza mística. El pueblo comprendía las implicaciones de esta
promesa hecha a Josué y a ellos: “De la manera que obedecimos a Moisés
en todas las cosas, así te obedeceremos a ti; solamente que Jehová tu Dios
esté contigo, como estuvo con Moisés. Cualquiera que fuere rebelde a tu
mandamiento, y no obedeciere a tus palabras en todas las cosas que le
mandes, que muera; solamente que te esfuerces y seas valiente” (Jos. 1:17-
18).
El gran milagro de Josué que autenticó su cargo como gobernante fue el
cruce del Jordá n sobre terreno seco en época de inundación (Jos. 3:7, 10;
4:14), un milagro bastante reminiscente de la autenticación de Moisés
durante el cruce del mar Rojo (ver É x. 14:31).
Los Jueces
De cuatro de estos jueces se dice expresamente, “el Espíritu de Jehová
vino sobre él” Estos jueces fueron, Otoniel (Jue. 3:10), Gedeón (Jue. 6:34),
Jefté (Jue. 11:29) y Sansón (Jue.15:14, et al). Aunque se dice que solo estos
cuatro recibieron esta unción, se piensa que vino sobre todos ellos o que
estaba disponible para todos ellos. Los jueces eran los verdaderos sucesores
de Moisés y Josué como líderes de la teocracia, y sus funciones eran reales
como las de Moisés y Josué. En otras palabras, antes de David, los líderes
del reino de Dios en el Antiguo Testamento eran reyes en toda la extensión
de la palabra, lo ú nico que no poseían era derechos diná sticos. Tras el
pacto davídico (2 S. 7), la monarquía se convirtió en la forma permanente
de la teocracia, y los derechos diná sticos fueron adscritos de forma
perpetua al linaje de David.14
Saú l
El relato de la elección de Saú l y su posterior unción como el primer
monarca de Israel está repleto de fenómenos sobrenaturales, comenzando
por la supervisión del Espíritu, quien los juntó a él y al profeta Samuel en
Ramá . Una vez que Samuel lo hubo ungido físicamente como gobernante
de Israel (1 S. 10:1), se le dijo al nuevo rey que debía seguir determinados
procedimientos que harían que él fuese “mudado en otro hombre” (1 S.
10:6). Como resultado de esto, “le mudó Dios su corazón”, y “el Espíritu de
Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos” (1 S. 10:9-10),
obviamente como identificación de la misma unción que había venido sobre
los setenta varones en la época de Moisés.
Pero parece que Saú l no experimentó una regeneración como resultado
de estos acontecimientos. De hecho, él no parece haber mostrado nunca
ningú n fruto del Espíritu o una obediencia verdadera a Dios, o un corazón
identificado con el pacto. Saú l fue transformado, pasando de ser un
campesino y una persona tímida, a ser alguien capaz de guiar el reino de
Dios. Como se debatirá má s adelante, todo lo que Saú l recibió del Espíritu
en ese momento, lo perdió después, y lo que él perdió fue recuperado por
David (1 S. 16:14). No sucedió lo mismo con su salvación. Al igual que le
ocurrió a los jueces a quienes él sucedió, el Espíritu descendió sobre Saú l
en medio de una campaña militar, lo cual hizo que derrotara a Nahas
el amonita en la batalla de Jabes de Galaad (1 S. 11:6). É sta parece haber
sido su acreditación a los ojos de la nación, e hizo que el pueblo
marchara a Gilgal para investirlo oficialmente como rey (1 S. 11:12-14).
David
Las Escrituras dicen, “Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en
medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová
vino sobre David... El Espíritu de Jehová se apartó de Saú l...” (1 S. 16:13-
14). El Espíritu de Dios se apartó de Saú l y vino sobre David. Esta
actividad no puede ser soteriológica, porque la redención no puede
perderse, ni tampoco nadie puede tomar la salvación que otra persona haya
perdido. La función del Espíritu que Saú l perdió fue la misma que Sansón
perdió temporalmente cuando sucumbió ante el ardid de los filisteos (Jue.
16:20). Se trataba de la unción teocrá tica necesaria.
El Espíritu había amenazado con abandonar a David. La oración de éste
en el Salmo 51:11 a menudo es malinterpretada: “No me eches de delante
de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu”. Lo que David le está pidiendo a
Dios no es seguir siendo salvo (o sea, no le está pidiendo preservar
susalvación). Lo que pide es que la unción teocrá tica no lo abandone. É
l no
quería que Dios le hiciera a él, por sus pecados, lo mismo que le había
hecho a Saú l. Cuando Saú l perdió la unción, dejó de estar apto para
gobernar, de hecho, se enloqueció. En resumen, la oración de David al
respecto era completamente no soteriológica, y nada tiene que ver con la
regeneración y la morada del Espíritu en los creyentes del Antiguo
Testamento, como a menudo se plantea.
Sinclair Ferguson, por ejemplo, ve la existencia de una conexión
“soteriológica, personal y subjetiva” en la plegaria de David y no solamente
un vínculo “oficial, objetivo y teocrá tico”.15 É l argumenta que esto guarda
relación con la comunión que David tenía con Dios. “Para David, la
presencia del Espíritu y la posesión de la salvación y el gozo de ésta eran
cosas correlativas”.16 Pero esta afirmación parece ignorar la historia
precedente de la obra del Espíritu en la dimensión teocrá tica antes descrita.
Es cierto que David había perdido el gozo y la comunión de su salvación,
pero decir que la salvación y el gozo son correlativos probablemente sea
una exageración. No se puede negar que existía bastante subjetividad en la
manifestación de la unión teocrá tica del Espíritu, pero habría que
preguntarse si lo que estaba en juego aquí era realmente el gozo y la
actividad soteriológicos.
Salomó n
A menudo se cree erróneamente que la petición de sabiduría por parte de
Salomón durante su inauguración como rey era una petición de sabiduría en
general que él deseaba. Por el contrario, lo que él deseaba era una sabiduría
que incluyera un corazón entendido, la capacidad de discernir entre el bien
y el mal, así como la capacidad de juzgar al pueblo y administrar justicia.
Su oración había sido hecha teniendo en cuenta los asuntos del gobierno y
el estado (1 R. 3:7-12, 28). Su primer ejercicio registrado de esta sabiduría
fue el tener que actuar como á rbitro entre dos mujeres, al haber muerto el
bebé de una de ellas. Al final, “...todo Israel oyó aquel juicio que había
dado el rey; y temieron al rey, porque vieron que había en él sabiduría de
Dios para juzgar” (1 R. 3:28).
Aunque las Escrituras nada dicen al respecto de las unciones que tuvieron
lugar tras el reino de Salomón y antes del cese de la teocracia en el 586 a.
de C., se presupone que haya sido otorgada, o al menos que haya estado
disponible, para todos los reyes davídicos. Es posible que esta unción haya
tenido lugar en contextos en los que los reyes davídicos clamaban a Dios y
experimentaban liberación inmediata, como en los casos de Abías (2 Cr.
13:13-17), Asa (2 Cr. 14:9-15) y Josafat (2 Cr. 18:31; 20:14-19). Aunque
Dios permitió la división del reino en 931 a. de C., (1 R. 11:9-13; 12:15,
22- 24), el reino de Samaria, al norte, era una zona ilegítima desde
varios á ngulos, uno de los cuales era la ausencia de un rey davídico y por
ende la ausencia de esta obra especial del Espíritu. No es de extrañarse
entonces que el reino del norte estuviese marcado por gobernantes
incompetentes, apostasía, confabulaciones y asesinatos, hasta que se
desintegró y cayó en manos del naciente imperio asirio.
Cuando la Nube de Gloria abandonó al pueblo en septiembre de 592 a. de
C., (Ez. 8—11), tuvo lugar la disolución oficial y formal del reino como
había funcionado en la historia del Antiguo Testamento. Sin dudas, la
unción teocrá tica también se desvaneció de la historia del Antiguo
Testamento en esa época. Es posible que hubiese desaparecido mucho
antes, en abril de 597 a. de C., cuando Joaquín, el ú ltimo rey davídico
legítimo que gobernó en Judá , fue llevado cautivo a Babilonia.
Jesucristo
En el momento del bautismo de Jesú s, Juan vio al Espíritu Santo
descender como paloma sobre él. Este no pudo haber sido el primer
contacto de Jesú s con el Espíritu Santo, pues él fue concebido por el
Espíritu (Lc. 1:35). De hecho tampoco fue la primera vez que él fue lleno
del Espíritu. Si Juan el Bautista había sido lleno del Espíritu Santo desde el
vientre de su madre (Lc. 1:15), ¿ cuá nto má s no lo sería el Dios-hombre?
Como el bautismo de Jesú s dio inicio a su ministerio pú blico de ofrecer
el reino de Dios a Israel, la venida del Espíritu solo puede
comprenderse adecuadamente en lo que respecta a la unción teocrá tica,
que le permitía funcionar como rey del reino mesiá nico que él presentaba.
Se trataba de la unción prometida del mesías como rey del reino, una
unción del Espíritu Santo que le otorgaría sabiduría e inteligencia,
consejo y poder, y conocimiento y temor del Señor (Is. 11:2). La
unción de Cristo al parecer incluía la capacidad de predicar el mensaje
del reino y de hacer milagros mesiá nicos, (Mt. 12:18–21 [ver Is. 42:1–
4]; Lc. 4:18 [ver Is. 61:1]; Hch.
10:38).
Gobierno Dispensacional
Durante la dispensación de la Conciencia (desde la Caída y hasta el
Diluvio), Dios trataba sus asuntos en la tierra a través de la conciencia, —o
sea, a través de la intercesión interna del Espíritu Santo que persuadía al
hombre a hacer la voluntad de Dios. Una dispensación no es má s que la
administración de la luz; pues el hombre es el administrador responsable de
la revelación de Dios. En la dispensación de la Conciencia la humanidad no
poseía restricciones externas. Esto se manifiesta claramente en la
protección especial que Dios le dio a Caín (Gn. 4:4-15) y en la imposición
de esas restricciones (incluida la pena capital) en la dispensación siguiente
(Gobierno Civil) (Gn. 9:6). El gobierno de Dios era la expresión interna del
Espíritu Santo con el espíritu del hombre y constituye el argumento de la
advertencia divina de Génesis 6:3: “No contenderá mi espíritu con el
hombre para siempre”. Esto muestra que el Espíritu de Dios gobernaba de
forma interna, sosteniendo su relación gubernamental con el hombre de esa
manera. La intercesión del Espíritu Santo en la conciencia era un método
viable y eficaz de mediación, aunque también fuese muy frá gil debido a la
susceptibilidad de la conciencia a la resistencia y el endurecimiento.
El verbo que se utiliza en Génesis 6:3 para “contender” es din, que
significa actuar como juez, administrar juicio, gobernar y ejecutar un
juicio.17 Robert D. Culver dice que este verbo es casi idéntico a shaphat y
su sustantivo derivativo, mishpat. Como tal, su significado real es
“gobierno”.18 En Génesis 6:3 se demuestra que el Espíritu Santo estaba
mediando la voluntad de Dios o administrando el gobierno divino en la
tierra a través de su expresión en la conciencia humana. Este versículo en su
contexto anuncia específicamente que este trato duraría 120 años y
terminaría con el diluvio de los días de Noé.
Profetismo y Revelación
El Espíritu Santo y el Profeta
En el profetismo del Antiguo Testamento, el profeta mismo quedaba bajo
el poder y control del Espíritu Santo, a veces de forma rara y singular.
Cuando Saú l buscaba deshacerse de David tras el incidente de Ramá ,
el Espíritu hizo que profetizara y diera gloria a Dios (1 S. 19:20-23).
Esto
sucedió a pesar de que, indudablemente, Saú l no había experimentado una
regeneración y se estaba comportando de forma bastante humillante. De la
misma manera, el Espíritu vino sobre Balaam, un adivino pagano de
Mesopotamia quien había sido contratado por Balac para maldecir a Israel
(Nm. 22:35; 24:2). Sin embargo se convirtió en un instrumento de
declaraciones proféticas con respecto a Israel que se extendieron hasta el
escatón, el cual es un tiempo futuro incluso hoy en día. En el tiempo de
Oseas se dijo, “Necio es el profeta, insensato es el varón de espíritu” (Os.
9:7). Miqueas, estableciendo un contraste entre él y los falsos profetas, dijo,
“Mas yo estoy lleno de poder del Espíritu de Jehová ” (Mi. 3:8).
A pesar de que los profetas verdaderos eran instrumentos del Espíritu
Santo, los falsos profetas “andaban en pos de su propio espíritu” (Ez. 13:3);
no poseían conexión alguna con el Dios sobrenatural del pacto y la nación.
El Espíritu Santo y el Mensaje
Así como existía un contacto a veces de naturaleza física entre el Espíritu
Santo y el profeta en el Antiguo Testamento, el ministerio del Espíritu
Santo siempre transmitía el mensaje divino al profeta y le asistía a la hora
de darle el mensaje al pueblo. A esto se le llama conciencia profé tica,
gracias a la cual el profeta y los demá s sabían que Jehová le había dado al
hombre de Dios un mensaje infalible, y que éste lo estaba pronunciando con
la mayor autoridad. El Espíritu acompañaba las palabras del profeta de tal
manera que éstas prá cticamente se personificaban para cumplir con el
propósito de Dios; esas palabras no volverían vacías, sino que cumplirían
el deseo del Señor (Is. 55:11).
David testifica que el Espíritu era la fuente de sus orá culos reveladores:
“El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, Y su palabra ha estado en mi
lengua” (2 S. 23:2). De la misma forma, Ezequiel sabía que el origen de sus
mensajes estaba en el Espíritu Santo: “entró el Espíritu en mí... y oí al que
me hablaba” (Ez. 2:2). A veces el mensaje de Dios no solo llegaba en
medio de circunstancias extrañas, sino también a través de métodos
extraños. Una vez má s Ezequiel testifica: “el Espíritu me alzó entre el cielo
y la tierra, y me llevó en visiones de Dios a Jerusalén” (Ez. 8:3).
1 Para acceder a un excelente libro acerca de esta temática, ver Leon Wood, The Holy Spirit in
the Old Testament (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1976). A pesar de ser dispensacionalista, los
escritos de Wood deben leerse con reservas porque ocasionalmente él va más allá de lo que
realmente está escrito y extrapola ideas del
Nuevo Testamento hacia el Antiguo Testamento. Ver también Gary Fredericks, “Rethinking the
Role of the Holy Spirit in the Lives of Old Testament Believers,” TJ 9 (primavera 1988): 81-104.
2 Ver por ejemplo, Herman A. Hoyt, The New Birth (Findlay, OH: Dunham, 1961), 4-5.
3 Por ejemplo, ver John F. Walvoord, The Holy Spirit (Findlay, OH: Dunham, 1954), 71-73; y
Charles C. Ryrie, El Espíritu Santo (Grand Rapids, MI: Portavoz, 1993), 48-50.
4 Para acceder a un debate muy esclarecedor ver Robert V. McCabe, “Were Old Testament Believers
Indwelt by the Spirit?” DBSJ 9 (2004): 215-264. Ver también B. B. Warfield, “The Spirit of God
in the Old Testament,” en Biblical and Theological Studies, ed. Samuel
G. Craig (Filadelfia: Presbyterian & Reformed, 1968), 127-156; J. Barton Payne, The Theology of
the Older Testament (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1962), 24-45; Wood, The Holy Spirit
in the Old Testament, 69 ff. Ver también las acepciones bibliográficas en Gary Fredericks,
“Rethinking the Role of the Holy Spirit in the Lives of Old Testament Believers,” 82-83, nn. 2-7.
5 Ver G. Charles Aalders, Genesis, 2 tomos. (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1981), 2:215; también
Derek Kidner, Genesis, TOTC (Londres: Tyndale Press, 1967), 196.
6 Concuerdo con el comentario de Allen P. Ross: “Faraón reconoció de inmediato que éste era el
hombre que él debía emplear, porque el Espíritu de Dios (Ruaj Elohim) estaba en él… Faraón pudo
haber llegado a la conclusión de que, como Dios le había revelado toda esta interpretación a José, no
existía nadie con tanto discernimiento y sabiduría… como José.” (Creation and Blessing: A Guide
to the Study and Exposition of Genesis [Grand Rapids, MI: Baker, 1988], 643).
7 Leon Morris, The Gospel According to John, NICNT (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1971),
650.
8 D. A. Carson, The Gospel According to John, PNTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1991),
510.
9 Ver John, en el tomo 9 de The Expositor’s Bible Commentary, ed. Frank E. Gaebelein (Grand
Rapids, MI: Zondervan, 1984), 146. Ver también Edwin Blum, “John,” en The Bible
Knowledge Commentary: An Exposition of the Scriptures, ed. John F. Walvoord y Roy B.
Zuck (Wheaton, IL: Victor, 1983-85), 2:323; Carson, The Gospel According to John, 510.
10 Es interesante observar que el ministerio actual del Espíritu, descrito de forma diversa aquí con los
términos meta, en y para, se describe en el libro de Hechos utilizando la preposición epi (“sobre”;
ver 1:8; 10:44-45; 11:15; 19:6).
11 Carson, The Gospel According to John, 324.
12 Morris, The Gospel According to John, 662-666.
13 Walvoord, The Holy Spirit, 75.
14 Samuel J. Andrews, God’s Revelations of Himself to Men (Nueva York: Scribner’s Sons,
1889), 50.
15 Sinclair Ferguson, The Holy Spirit (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1996), 24. 16
Ibid., 25.
17 BDB, ver “din”, 192.
18 Robert D. Culver, TWOT, ver “din”, 1:188.
Capítulo 2 2
El Espíritu Santo y Cristo
Convicción de Pecado
La Definició n de Convicció n de Pecado
La convicción es una obra del Espíritu Santo, que emplea la palabra de
Dios como medio, la cual convence al pecador y le demuestra la verdad
acerca de su pecado, de la justicia de Cristo y del juicio de Dios. Leon
Morris apunta que la naturaleza del “Consolador” (Jn. 14:26) es realmente
legal, pues es el abogado defensor, es decir, uno que está a favor del
acusado. Sin embargo, la obra de convicció n del Espíritu asume el papel de
fiscal, y lleva a cabo un proceso de contra-interrogación con un objetivo
refutatorio.4
Té rminos Bíblicos que se Utilizaban para Indicar
Convicció n de Pecado
Antiguo Testamento
La palabra principal que se utiliza en el antiguo Testamento para indicar
convicción es yacach, que significa reconvenir, convencer, condenar,
demostrar. La idea de que el Espíritu Santo convence a los hombres de
pecado no se afirmaba muy claramente en el Antiguo Testamento. Se
expresaba má s bien a través de una persona que reprobaba a otra por su
pecado. Esto ha provocado que algunos erróneamente lleguen a la
conclusión de que no existía un ministerio de convicción en el Antiguo
Testamento. Charles Ryrie, por ejemplo, dice que “no había ninguna
indicación de que el Espíritu convenciera al mundo de pecado en los
tiempos del Antiguo Testamento (como lo hace ahora, Juan 16:8)”.5 Si la
frase “como lo hace ahora”, es la frase ideal, entonces es cierto que en el
Antiguo Testamento el Espíritu no podía convencer a las personas sobre la
misma base reveladora que existió en el Nuevo Testamento. La convicción
en el Antiguo Testamento no era cristológica, a diferencia de la que aparece
en Juan 16:8-11. Pero el argumento principal de la afirmación de Ryrie
plantea que no existía convicción general de pecado por parte del Espíritu
en tiempos del Antiguo Testamento, y eso es problemá tico.
La nomenclatura utilizada en el Antiguo Testamento para indicar
convicción se ve en textos como éstos: “El escarnecedor no ama al que le
reprende” (Pr. 15:12); “...no será s a ellos varón que reprende” (Ez. 3:26)
y, “Ellos aborrecieron al reprensor en la puerta de la ciudad” (Am. 5:10).
Nuevo Testamento
Elenjo
La palabra elenjo se usa en Juan 16:8: “...Y cuando él venga, convencerá
al mundo...” Esta palabra significa traer a la luz, exponer, explicar (Ef.
5:11, 13); condenar o convencer, señalar (Jn. 16:8); reprender, corregir (1
Ti. 5:20).6 En otra acepción este término significa culpar, corregir,
castigar.7 Merrill Tenney sugiere que elenjo es un término legal que denota
el pronunciamiento de un veredicto a través del cual se define y se fija la
culpa de un acusado en un tribunal de justicia. El Espíritu Santo no
solamente acusa al hombre de pecado, sino que le infunde un sentido
inevitable de culpa. El Espíritu Santo es el fiscal de Dios que presenta la
acusación divina contra el pecador.8
Diakatalegjomai
Esta palabra es el intensivo de elenjo, y significa refutar completamente,9
convencer con gran vehemencia o refutar con rivalidad y esfuerzo.10
Solamente se utiliza en Hechos 18:28, en donde se lee que Apolos “con
gran vehemencia refutaba pú blicamente a los judíos”.
Exelenjo
Esto significa condenar, demostrar lo erró neo de algo, “exponer los
errores de alguien de forma demoledora”.11 En Judas 15 se utiliza este
término: “...para condenar a todos los impíos de todas sus obras de
impiedad” (LBLA).
El Alcance de la Convicció n: Juan 16 :8 -11
Jesú s habló sobre la obra de convicción del Espíritu refiriéndose a tres
aspectos, y en cada caso él cita lo que debe comprenderse como prueba de
la aseveración. Estas tres evidencias está n relacionadas cristológicamente.
Es decir, gracias a su relación con Jesucristo son lo que son, y son el objeto
de la convicción del Espíritu Santo.
Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de
juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto
voy al Padre, y no me veréis má s; y de juicio, por cuanto el príncipe de
este mundo ha sido ya juzgado (Jn. 16:8-11).
Convicción de pecado
Aquí se hace referencia al pecado como principio y no solamente como
acciones. Se refiere a la enfermedad y no solo a los síntomas. La evidencia
o demostración del pecado se manifiesta en el rechazo a Cristo. Para la
frase “por cuanto” se utiliza el término hoti, que transmite la idea de “en
ello”, “en cuanto al hecho de que”, “en consideración al hecho de que”.12 El
término hoti aquí introduce una evidencia, indica elaboración o presenta
una prueba.
La incredulidad es la evidencia suprema de que todos está n infectados
del principio del pecado o está n en un estado pecaminoso. Esto no
significa que la incredulidad sea el ú nico pecado del cual el mundo es
responsable, y que de alguna manera la expiación de Cristo cubra automá
ticamente todos los demá s pecados. Si tenemos en cuenta el propósito de
Juan al escribir este pasaje —o sea, presentar a Cristo como el hijo de Dios
(Jn. 20:31) —el pecado capital sería rechazar a Jesú s. Por el contrario,
creer en él significaría ser salvo y ser perdonado eternamente.
Convicción de justicia
Esto se refiere al principio de la justicia (es decir, la necesidad de y la
disponibilidad de una verdadera justicia). Esta justicia solo está disponible
en Cristo e incluye una comprensión de la santidad de Dios. El mundo
incrédulo busca establecer su propia justicia.
Esta justicia perfecta que el mundo necesita posee su evidencia o
demostración suprema en el hecho de que Cristo se levantó de entre los
muertos y regresó al Padre, mostrando que su justicia era aceptable delante
de Dios. El hecho de que el Padre haya aceptado a Cristo es una prueba
positiva de que la justicia está disponible, y solo está disponible en Cristo
para todos aquellos (el mundo) que estén convencidos de sus pecados. Esta
aceptación por parte del Padre estableció a Cristo como el está ndar
absoluto para toda la justicia humana. Tenney dice que anteriormente la
justicia se había establecido como un precepto, pero ahora es revelada en
una persona
—la persona de Cristo.13
Convicción de juicio
Esto se refiere al principio del juicio, a la responsabilidad ante el juicio de
Dios que el pecado trae consigo. Esto se demuestra en el juicio y derrota de
Sataná s en la cruz (ver Jn. 12:31). Cualquiera que siga a Sataná s también
sufrirá el juicio de Dios. Sataná s es una persona juzgada, lo cual es
un hecho objetivo (el término krino en tiempo perfecto, denota un estado
permanente e inamovible de condenación). Aquellos que se adhieren a él
compartirá n su misma condenación.
Digresión: La convicción de un cristiano
El Espíritu Santo también convence a los creyentes de pecado, pues ni
siquiera el mejor de los cristianos está libre de pecado. Santiago tenía esto
en mente cuando dijo: “Pero si hacéis acepción de personas, cometéis
pecado, y quedá is convictos por la ley como transgresores” (2:9). El autor
de Hebreos habla sobre el castigo del Señor que está reservado solo para
sus hijos, y la convicción está asociada con ese castigo. É l apunta: “Hijo
mío, no menosprecies la disciplina del Señor, Ni desmayes cuando eres
reprendido por él” (12:5). Otros textos hablan sobre un cristiano (o un
hermano) que reprende a otro por su pecado, lo que refleja el concepto que
existía en el Antiguo Testamento sobre la convicción (Mt. 18:15; 1 Ti.
5:20;
Ti. 2:15). Se presupone que el Espíritu Santo es el verdadero agente que
lleva a cabo la convicción.
Los cristianos son convencidos de pecado para poder disfrutar de
comunión con Dios. El mundo se convence de los principios del pecado, la
justicia y el juicio para ser salvos. Para un cristiano el perdón está vinculado
a una relación familiar (padre-hijo); el perdón para un incrédulo está
vinculado a una relación forense (juez-infractor).
Romanos 6 :3-4
¿ O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo
Jesú s, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados
juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como
Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en vida nueva.
Romanos 6 es una explicación del señorío de Cristo y en el capítulo 5:20-
21 se brinda una explicación del reinado de gracia. Esto fue en respuesta a
la hipótesis que surgió en el capítulo 6:1: “¿ Perseveraremos en el pecado
para que la gracia abunde?” La respuesta de Pablo fue decididamente
negativa y se basó en la unión, por medio del bautismo, del creyente con
Cristo en su muerte, sepultura y resurrección (Ro. 6:3-5). Surge la
interrogante de si se habla aquí del bautismo del Espíritu o del bautismo por
agua, o tal vez de ambos. Una definición que casi nunca se brinda al
comienzo es la de si el apóstol se refiere al bautismo cuya importancia
realmente logra la unión con Cristo, o si se refiere a un bautismo que se
basa en metá foras e ilustraciones y de cierta manera está indirectamente
relacionado con esa unión. Si el bautismo en cuestión realiza la unión con
Cristo, debe ser bautismo del Espíritu, pues el bautismo por agua no puede
efectuar tal transacción espiritual. Por otra parte, si se trata de bautismo por
agua como ordenanza cristiana, el bautismo del Espíritu Santo aun estaría
involucrado, pues la ordenanza es un símbolo del bautismo del Espíritu. En
otras palabras, el bautismo del Espíritu Santo da validez a la ordenanza
física. En el Nuevo Testamento el rito físico consiste en dar seguimiento a
la transacción espiritual de cada cristiano como un asunto de simple
obediencia. De esa manera, parece que el individuo debe llegar finalmente
al bautismo del Espíritu Santo como el medio para crear una unión judicial
con Cristo en su obra total contra el pecado. Es esta unión con Cristo la que
le da al creyente una plataforma desde la cual él inevitablemente
perseverará contra el pecado (Ro. 6:5-10).
Es también gracias a esta unión que el cristiano se ve libre de cualquier
base o recurso ante la impensable idea de que debe llevar una vida de
pecado para que la gracia abunde (Ro. 6:2). Si esta unión se interpreta desde
el punto de vista judicial y objetivo, el bautismo no puede interpretarse de
otra manera. A la inversa, si el bautismo es experiencial y subjetivo, así
debe también ser la unión con Cristo. Ademá s, parece difícil concebir una
unión subjetiva con Cristo. La unión con Cristo supone la ruptura objetiva y
definitiva con el reinado del pecado, la desintegración de todos los derechos
del pecado, y la eliminación de la obligación que el creyente tenía para con
éste. Es esta unión la que identifica judicialmente al creyente con Cristo en
su muerte y resurrección del siglo primero, y la que lo libera para que
experimente el progreso inevitable de la mortificación de los hechos de la
carne, el aumento gradual en santidad y el reinado de justicia en
santificación (Ro. 6:13, 18-19).
Gálatas 3:27
Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo
está is revestidos.
Al analizar Gá latas 3:27 se puede emplear el mismo razonamiento
empleado para Romanos 6 en lo que respecta al bautismo y a la forma de
ser bautizados en Cristo. ¿ Está el apóstol hablando de un bautismo que hace
realidad la unión con Cristo o está hablando del bautismo por agua del
creyente, el cual simboliza su bautismo por el Espíritu Santo que lo hace
unirse a Cristo? Como en Romanos 6, es mejor llegar a la conclusión de que
el texto se refiere al tema del bautismo del Espíritu, que identifica al
creyente con la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo, dá ndole la
posición de estar “en Cristo Jesú s” (Gá . 3:28) o de estar “en Cristo”
(v. 27).1 La ú ltima clá usula que aparece en Gá . 3:27, “de
Cristo está is revestidos”, también debe ser una metá fora acerca de la
posición judicial del creyente al estar “en Cristo”. ¿ Cómo puede el
creyente, a través del bautismo por agua, colocarse de forma
experiencial en Cristo y estar revestido de Cristo? Este es un misterio que
solo puede resolverse en manos de la teoría sacramental de las aguas del
bautismo eclesial. Pero esto va mucho má s allá de la soteriología y
eclesiología paulinas. Ernest DeWitt Burton, a pesar de considerar el
bautismo como una ordenanza, sugiere que la metá fora de “estar
revestidos” denota posición, y concluye diciendo que, al parecer, aquí se
describe una adopción o justificación.2
La expresión “estar revestidos de Cristo” no se refiere al hecho
experiencial de la regeneración sino que debe comprenderse en un sentido
posicional o judicial. La justificación por la fe es el tema de Gá latas 3:6-29
y está especialmente orientada a Abraham, a quien Dios declaró justo sin
tener en cuenta la observancia de la ley. Incluso el concepto de “vida” se
refiere a la justificación y no a la regeneración (vs. 11-12, 21). El estatus de
“hijos de Dios” (v. 26) que viene por fe es una posición legal del creyente
como miembro adulto de la familia de Dios por adopción. El propósito del
apóstol en este contexto probablemente no sea el de ser exacto y preciso
desde el punto de vista teológico, pues los términos bautismo del Espíritu,
hijo (por adopción) y justificación se usan de forma algo indiscriminada.
Sin embargo estos términos no deben verse como sencillamente
intercambiables. Aun así, ninguno es experiencial. Aunque el término
“vida” se interprete como “regeneración” (vs. 11-12; 21; ver 3:2), esto no le
daría necesariamente al bautismo del Espíritu una connotación experiencial,
pues eso demostraría demasiadas cosas; la justificación y la adopción
tendrían entonces que ser necesariamente interpretadas como
experienciales. Y por supuesto, ese argumento es insostenible.
La verdad posicional o judicial siempre es la base teológica para
cualquier compleción prá ctica de la experiencia cristiana. El hecho de estar
revestidos de Cristo a través del bautismo del Espíritu constituye la posición
no experiencial donde se origina una santificación prá ctica, experiencial y
progresiva. El estar revestidos (enduo) de Cristo es el aspecto posicional; el
imperativo de Pablo de “vestirse (enduo) del Señor Jesucristo” (Ro. 13:14)
es la compleción experiencial del estatus judicial. La metá fora de la
vestidura es similar a la explicación que da Pablo de una situación
esencialmente igual en Colosenses y Efesios, con la ú nica salvedad de que
con ellos él utiliza la terminología del “viejo hombre y el nuevo hombre”.
En Colosenses 3:9-10 el creyente se ha despojado (apekduomai como
participio aoristo; en el lenguaje usado en Romanos 6:6 se dice que el viejo
hombre fue “crucificado”) del viejo hombre, es decir, de su antigua
posición adá mica con respecto al pecado, la condenación y la muerte. De
esa forma el creyente se ha vestido (enduo como participio aoristo) del
hombre nuevo, es decir, de su nuevo estatus en justicia, justificación y vida
gracias a su fe en Cristo (Ro. 5:12-21). El creyente, como nuevo hombre
posicional, debe entonces despojarse (apotithemi en el infinitivo aoristo) de
forma prá ctica y experiencial del viejo hombre, y debe vestirse (enduo en
el infinitivo aoristo) del nuevo hombre en una santificación diaria (Ef. 4:22-
24).3
Juan el Bautista
La referencia que hace Juan el Bautista al bautismo de Cristo por parte
del Espíritu implica ciertos problemas para su comprensión dispensacional.
Se pudiera discurrir que antes de la época de Juan la verdad distintiva de la
iglesia del Nuevo Testamento aú n no había hecho su entrada en la corriente
de la revelación especial, y que por tanto él no poseía la propedéutica
necesaria para lidiar con el concepto de bautismo del Espíritu en un sentido
judicial. Se cree que la comprensión de Juan del bautismo del Espíritu
Santo debe interpretarse como surgida de la profecía de Joel de un
derramamiento escatológico del Espíritu Santo (Jl. 2:28-30), y de otras
profecías del Antiguo Testamento.4 De ser así, este ministerio del Espíritu
debe ser necesariamente experiencial y subjetivo y no una colocación
judicial del creyente en el cuerpo de Cristo. Desde el punto de vista
doctrinal, el resultado final de esto es que teológicamente se plantea la
existencia de dos bautismos del Espíritu Santo, uno subjetivo y experiencial
y el otro objetivo y judicial.
Una solución a esta dificultad pudiera ser sugerir que Juan habló sobre
algo que realmente no comprendía; es decir, que él estaba emitiendo una
nueva revelación sobre el ministerio futuro del Espíritu en su construcción
del cuerpo de Cristo en el Nuevo Testamento, sin tener idea de lo que esto
significaba. Sin embargo, una de las normas de la hermenéutica y de toda la
esfera del profetismo es que esos voceros de Dios sabían lo que
significaban sus palabras; ellos hablaban en pleno uso de sus facultades
mentales y referían cosas que para ellos eran comprensibles y lógicas. Esto
no quiere decir que ellos tuviesen conocimiento de ciertas implicaciones de
sus orá culos, puesto que nadie es consciente de todas las implicaciones
de su propio discurso. Aun así, esas implicaciones deben, de alguna
manera, ser identificables desde el punto de vista verbal o gramatical y estar
contenidas en la intención original del autor o ser coherentes con ésta. De
otra manera el lenguaje perdería su capacidad de comunicar proposiciones
unívocas. Esto significa que para Juan el tema del bautismo por agua
transmitía algunos aspectos acerca de la obra del Espíritu Santo que Cristo,
de quien él era el heraldo, emplearía después. A continuación
mencionaremos algunos de los posibles puntos relacionados.
Para Juan el bautismo por agua hablaba de identificación e iniciación,
procedentes indudablemente del bautismo de prosélitos judíos y de su
propia prá ctica del bautismo de arrepentimiento en vistas al inminente
reino mesiá nico que él le anunciaba a Israel. El bautismo por agua de Juan
identificaba a los bautizados como individuos que habían creído en el
mensaje que él predicaba, que consistía en la revelación con respecto al rey
mesiá nico de Dios y su reino segú n los profetas del Antiguo Testamento.
El bautismo de Juan incorporaba a esos creyentes en un grupo de
discípulos que se preparaban, por arrepentimiento y fe, para la venida
del mesías anhelado durante tanto tiempo en Israel, y para la inauguración
de su reino. De ser así, las ideas de identificación, iniciación e
incorporación eran, por tanto, los elementos bá sicos que Juan sabía
estaban relacionados con el uso que Jesú s daría al Espíritu Santo en un
bautismo no físico.
Por supuesto, Juan no podía prever la existencia de un nuevo cuerpo de
Cristo compuesto por judíos y gentiles como iguales, separados de la nación
de Israel, el cual, con el favor de Dios, reemplazaría a la nación apóstata por
un período de tiempo indeterminado, período que culminaría con la segunda
venida del mesías. Pero la incipiente ideología de Juan acerca del Espíritu
Santo no era antitética o incongruente con la posterior revelación con
respecto al cuerpo de Cristo. Por supuesto, él no vivió lo suficiente como
para verlo o escuchar hablar de él. Por tanto, Juan no tiene por qué haber
visto el bautismo del Espíritu Santo como una verdad de la iglesia y como
el referente deseado de los profetas del Antiguo Testamento. Esto tampoco
implica que solo se debe comprender su mensaje desde un punto de vista
estrictamente experiencial, pues su propio bautismo de arrepentimiento por
agua no fue una idea meramente subjetiva (arrepentimiento y fe
personales), sino que también le otorgó cierta categoría o inclusión entre los
que aguardaban la época dorada de Israel.
Corporalmente
El Espíritu Santo habita en el cuerpo del creyente sin idea alguna de
panteísmo, panenteísmo ni otro concepto filosófico que pueda pervertir la
distinción Creador-criatura que es tan fundamental en la Biblia y la
teología. El cuerpo es esencial para la unidad de la personalidad humana en
el pensamiento bíblico, y no es filosófica, teológica ni moralmente
reprensible sugerir que la inmanencia del Espíritu Santo en los cristianos es
corpórea. Mientras combatía la inmoralidad que existía entre algunas de las
personas en Corinto, Pablo enseñó que el cuerpo del cristiano es un
miembro de Cristo y es inconcebible que se pueda usar para gratificación
sensual de manera carnal o pecaminosa (1 Co. 6:15). La inmoralidad, en
especial, es un pecado en contra del cuerpo del creyente y debe ser evitada a
conciencia (1 Co. 6:18). El apóstol concluye esta sección breve con este
recordatorio: “¿ O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu
Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Pues por precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en
vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Co. 6:19-
20).
Cuando Pablo dice a los corintios “¿ No sabéis que sois templo de Dios,
y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Co. 3:16), él se está
refiriendo en el contexto a la asamblea local en conjunto, pero es que esa
asamblea está compuesta incluso de individuos. Una iglesia local verdadera
no es una abstracción amorfa de alguna especie sino que está constituida de
personas vivientes, regeneradas, espirituales y bautizadas en agua cuyos
cuerpos son moradas de Dios por medio del Espíritu (Ef. 2:22).
Cristo también sugiere que la inmanencia del Espíritu es corporal cuando
habla de la venida escatológica del Espíritu al creyente en su nueva plenitud
dispensadora: “de su interior correrá n ríos de agua viva. Esto dijo del
Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aú n no había
venido el Espíritu Santo, porque Jesú s no había sido aú n glorificado” (Jn.
7:39).
Permanente
La inmanencia del Espíritu Santo en el creyente es eterna. Jesú s promete
en la misma noche de su traición: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Jn. 14:16). Cristo
estaba con ellos temporalmente y estaba cerca su partida; el otro Paracletos
—el Espíritu Santo— tendría una presencia eterna y permanente.
Problemas
Juan 14:17
Mora con vosotros y estará en vosotros.
Este texto y sus implicaciones teológicas para la inmanencia, en
particular la de los santos del Antiguo Testamento, fue desarrollado
anteriormente. Juan 14:17 no significa necesariamente que la inmanencia
comenzará con el cumplimiento de la promesa de Jesú s acerca de la venida
del Espíritu. Aquí no se trata de la ubicación del Espíritu Santo como si él
hubiese sido externo a creyentes en dispensaciones previas (‘para’, con),
má s bien se refiere a que en la administración nueva el Espíritu sería
interiorizado personalmente (‘en’, en) en una residencia (inmanencia). Una
razón de peso es el hecho de que el ministerio fundamentado sobre la base
del vocablo griego, en, de la dispensación nueva después de Pentecostés es
también considerado un ministerio basado en el vocablo ‘para’ (Jn. 14:23).
Se muestra falta de convicción a la hora de erigir una teología demasiado
exagerada para determinar la ubicación de los ministerios del Espíritu
teniendo en cuenta estas dos preposiciones cuya sinonimia bá sica es
compartida.3 En ambos casos, se da a entender un ministerio interno.
Hechos 5:32
Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu
Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen.
¿ Es el Espíritu Santo dado solamente a ciertos tipos de cristianos,
es decir, aquellos que han alcanzado un nivel particular de obediencia o
consagración en un acto especial de rendición subsiguiente a la experiencia
de salvación? En este contexto el apóstol Pedro, junto a otros, había sido
liberado del encarcelamiento y estaba en pie ante el concilio religioso judío.
La predicación colectiva de los apóstoles había resultado en un nú mero
asombroso de conversiones y sanidades. Sin embargo, Pedro y los otros
apóstoles sencillamente reafirmaban el mandamiento que habían recibido
desde el principio de dar testimonio del Cristo resucitado y su poder para
conceder arrepentimiento y perdón a Israel. A aquellos que “obedecen” a
Dios a través de su predicación les será dado el Espíritu Santo.
Pedro aquí está hablando sobre el nuevo nacimiento en sí. Aquí, la
palabra “obedecer” (peitharcheo) es ejercitar la fe salvadora, incluyendo
arrepentimiento, lo cual resulta en la inmanencia personal del Espíritu.
Obediencia aquí es equivalente a fe. Esta idea puede ser confirmada por
medio de sinónimos que se encuentran en varios textos del Nuevo
Testamento:
•
Hechos 6:7: “Y crecía la palabra del Señor, y el nú mero de los
discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos
de los sacerdotes obedecían (hupakouo) a la fe”.
•
Romanos 1:5: “y por quien [Jesucristo nuestro Señor] recibimos la
gracia y el apostolado, para la obediencia (hupakouo) a la fe en todas las
naciones por amor de su nombre”.
•
Romanos 6:17: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del
pecado, habéis obedecido (hupakouo) de corazón a aquella forma de
doctrina a la cual fuisteis entregados”.
•
Romanos 10:16: “Mas no todos obedecieron (hupakouo) al evangelio”.
•
Romanos 15:18: “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho
por medio de mí para la obediencia (hupakoe) de los gentiles, con la
palabra y con las obras”.
•
Romanos 16:19 (LBLA): “Porque la noticia de vuestra obediencia
(hupakoe) se ha extendido a todos”.
•
Gá latas 5:7: “Vosotros corríais bien, ¿ quién os estorbó para no
obedecer (peitho) a la verdad?”
•
Hebreos 5:9: “Y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna
salvación para todos los que le obedecen (hupakouo)”.
•
1 Pedro 1:1-2 (LBLA): “Segú n el previo conocimiento de Dios Padre,
por la obra santificadora del Espíritu, para obedecer (hupakoe) a
Jesucristo y ser rociados con su sangre”.
•
1 Pedro 1:22 (LBLA): “Puesto que en obediencia (hupakoe) a la verdad
habéis purificado vuestras almas para un amor sincero de hermanos,
amaos unos a otros entrañablemente”.
Otra evidencia má s de que obedecer es ejercitar la fe en Dios y su
revelación, se encuentra en percatarnos de que lo contrario (desobedecer) es
aná logo a desconfianza o incredulidad. Jesú s formula el contraste entre fe
e incredulidad, e incluye los destinos finales del cielo o el infierno,
en términos de fe y desobediencia, diciendo, “El que cree en el Hijo tiene
vida eterna; pero el que no obedece (apeitheo) al Hijo no verá la vida, sino
que la ira de Dios permanece sobre él” (Jn. 3:36, LBLA). Varios textos
hablan de manera similar:
•
Hechos 14:2: “Mas los judíos que no creían (apeitheo) excitaron y
corrompieron los á nimos de los gentiles contra los hermanos”.
•
Romanos 10:21: “Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis
manos a un pueblo rebelde (apeitheo) y contradictor”.
•
Romanos 11:30-32: “Pues como vosotros también en otro tiempo erais
desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la
desobediencia de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes,
para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también
alcancen misericordia. Porque Dios sujetó a todos en desobediencia,
para tener misericordia de todos”. (N.B. apeitheo se usa en cada caso).
•
Romanos 15:31: “para que sea librado de los rebeldes (apeitheo) que
está n en Judea”.
•
Efesios 2:2: “el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia
(apeitheia)”.
•
2 Tesalonicenses 1:7-8 (LBLA): “Cuando el Señor Jesú s sea revelado
desde el cielo con sus poderosos á ngeles en llama de fuego, dando
retribución a los que no conocen a Dios, y a los que no obedecen
(hupakouo) al evangelio de nuestro Señor Jesú s”.
•
Tito 3:3 (LBLA): “Porque nosotros también en otro tiempo éramos
necios, desobedientes (apeithes), extraviados, esclavos de deleites y
placeres diversos”.
•
Hebreos 4:6 (LBLA): “Por tanto, puesto que todavía falta que algunos
entren en él, y aquellos a quienes antes se les anunció la buena nueva no
entraron por causa de su desobediencia (apeitheia)”.
•
Hebreos 3:18-19 (LBLA): “¿ Y a quiénes juró que no entrarían en su
reposo, sino a los que fueron desobedientes (apeitheo)? Y así vemos,
pues, que no pudieron entrar a causa de su incredulidad (apistia)”.
En resumen, desobediencia aquí es aná loga de incredulidad; la
desobediencia es incredulidad. Y en este sentido, obediencia es fe
salvadora.
Entonces, la obediencia no es un criterio especial que indique una cierta
experiencia singular de recibir el Espíritu después de la inmanencia inicial
que tiene lugar en el nuevo nacimiento. Los que obedecen segú n el sentido
del Nuevo Testamento, son simplemente aquellos que ejercitan la fe y se
convierten en morada del Espíritu. Lo que es má s, no se puede asegurar
una crisis subsiguiente de consagración, dedicación o un acto
específico de obediencia. Por otro lado, el término obedecer enfatiza el
aspecto volitivo de la fe salvadora y le confiere a la experiencia inicial de
salvación conceptos inconfundibles de rendición y confianza al señorío
de Cristo. Esto hace innecesaria una segunda experiencia de obediencia
como tal para que se logre el señorío que inaugure una vida especial de
victoria, paz, cese de guerra espiritual y el disfrute de descanso espiritual.
Hechos 8:14-20
En este contexto, los samaritanos recibieron el Espíritu Santo posterior al
ministerio evangelístico de Felipe. Estas personas se habían convertido en
creyentes en Jesucristo lo cual es evidente segú n Hechos 4:12 (“Pero
cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el
nombre de Jesucristo”) y 8:14 (“Cuando los apóstoles que estaban en
Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios”). Ellos
recibieron el Espíritu después que Pedro y Juan vinieron de Jerusalén y les
impusieron las manos (8:14-17) ¿ Acaso esto enseña o implica que sigue
siendo admisible o permitido un bautismo, unción, investidura u
otorgamiento de poder especial por parte del Espíritu? ¿ O hay otra
explicación mejor?
Se debe recordar que Samaria había sido para Jerusalén el rival en cuanto
al lugar de adoración desde el período intertestamentario. En la divulgación
global del evangelio a causa de la gran Comisión, era necesario demostrar
que fundamentalmente los nuevos grupos de personas que estaban
respondiendo eran continuidad de lo que había pasado en Jerusalén al
principio (Hch. 2). La postergación de la venida del Espíritu a los
samaritanos hasta que Pedro y Juan llegaron desde Jerusalén, mostró que
los cristianos samaritanos estaban experimentando el mismo derramamiento
del Espíritu que había sucedido en el Pentecostés y que la experiencia de los
nuevos ministerios dispensadores del Espíritu provenía de Dios. La demora
preservó la unidad de la iglesia en el período que daba sus primeros pasos
de expansión y ya no resulta una norma desde que tuvo lugar la transición
de la Ley a la Gracia.
Hechos 19:2
La postergación de la venida del Espíritu a los creyentes efesios en
Hechos 19 es similar al evento con los cristianos samaritanos. La diferencia
de criterio radica en si estos discípulos de Juan el Bautista en É feso ya eran
creyentes o no. Algunos sostienen que no fueron creyentes hasta que Pablo
vino a ellos con el nuevo mensaje dispensacional de Jesucristo y les impuso
las manos (Hch. 19:6). Fue entonces que ellos fueron salvos y recibieron la
inmanencia del Espíritu como sucede con todos los creyentes en Cristo.
Otra interpretación má s certera es que este grupo de É feso ya era
creyente, habiendo aceptado el evangelio del reino predicado por Juan y
otros en la época de los Evangelios. Ellos dieron a entender su fe en el
mesías y su reino venidero mediante la sumisión al bautismo de Juan, un
bautismo de arrepentimiento en vista al reino inminente del mesías (Hch.
19:4; cf. Mt. 3:2, 6). En esencia, ellos eran cristianos regenerados que
vivían en el período de transición que tiene lugar en Hechos, y quienes
todavía estaban viviendo segú n los fundamentos dispensacionales del
Antiguo Testamento. El mensaje de Pablo era el del Cristo crucificado,
resucitado y ascendido; incluyendo sin duda alguna, el rechazo de Israel y
la demora resultante del reino mesiá nico (19:4). Al asimilar esta nueva
revelación, ellos se sometieron al bautismo cristiano en el nombre de Cristo
(19:5). La imposición de manos por parte de Pablo trajo al Espíritu en su
nueva plenitud dispensacional acompañada de una demostración de lenguas
idéntica a la experiencia del Pentecostés (19:6). El propósito del bautismo
del Espíritu después de la regeneración fue preservar otra vez la unidad de
la iglesia.
La experiencia de los efesios mostró a todos que los santos del Antiguo
Testamento, que se encontraban viviendo en el período transitorio de los
Hechos, llegaron a ser participantes del mismo ministerio del Espíritu al
igual que los judíos en Pentecostés, y de esta manera se demostró que
tenían igual posición en la misma comunidad espiritual, la iglesia. La
experiencia de É feso no es la norma ni se repite ya que la transición de la
Ley a la Gracia con su transición contigua de Israel a la iglesia ha sido
completada. Este texto no puede ser usado para justificar una inspiración
del Espíritu posterior a la conversión que resulte en poder para hablar en
lenguas, predicar, ganar almas y/o tener vidas victoriosas.
El Sello
Tres textos del Nuevo testamento hablan del Espíritu Santo como un sello
de Dios sobre el creyente: 2 Corintios 1:21-22 (“Y el que nos confirma con
vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha
sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones”);
Efesios 1:13 (“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad,
el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados
con el Espíritu Santo de la promesa”) y Efesios 4:30 (“Y no contristéis al
Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la
redención”).
El sello es la propiedad divina del creyente y la garantía divina de
seguridad eterna a causa de la inmanencia del Espíritu, quien es, él mismo,
el sello. La idea del sello o de sellar es bien antigua y sus usos eran muy
similares a los de hoy día.4 Un sello era usualmente un medallón, anillo
(sortija) o, má s comú n, era un pequeño cilindro tallado con la insignia ú
nica y personal del propietario. En general, el propósito del sello era
para garantizar la certificación (Est. 3:10; 8:8-10), autentificación (Gn.
41:42), propiedad y seguridad (Dt. 32:34; Mt. 27:66). En el papiro del
primer siglo, el sello, en círculos legales, servía para validar un documento
y garantizar la legitimidad de un artículo.5
La inmanencia del Espíritu Santo en el creyente constituye el sello de
Dios sobre él. É l es el Espíritu prometido (Ef. 1:13), el ungido de Dios que
es puesto en el creyente como un sello (2 Co. 1:22). Como tal, la
inmanencia del Espíritu es la garantía por parte de Dios de que el santo es
propiedad y posesión de él en plena y perfecta seguridad eterna. El Espíritu
es “la señal ordenada por Dios que se recibe por fe [que] confirma la gracia
que esta representa”.6
El Espíritu Santo entra a una persona y se convierte en el sello cuando
tiene lugar el nuevo nacimiento, cuando obra la fe salvadora. En Efesios
1:13 el sello está relacionado con “habiendo creído en él” (pisteuo,
participio aoristo). En sí mismo, el participio puede denotar acción
precedente, coincidente con o siguiente a la acción del verbo principal. En
este caso, el sellado no precede ni ocurre seguido a la fe, sino que coincide
con la fe salvadora; sellar y creer son “dos aspectos de un mismo evento de
iniciación”.7 Esto demuestra que cada creyente tiene la inmanencia del
Espíritu y que el sellado en Efesios 1 es parte de las bendiciones que son
para todos los que está n “en Cristo”.8
Las Arras
Al igual que un sello, la inmanencia del Espíritu constituye un depósito o
garantía, una señal divina que garantiza la consumación final de la obra del
Espíritu Santo en la salvación. Los tres textos del Espíritu como arras son: 2
Corintios 1:21-22 (“Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que
nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras
del Espíritu en nuestros corazones”); 2 Corintios 5:5, (“Es Dios quien nos
ha hecho para este fin [es decir, de vida, inmortalidad] y nos ha dado su
Espíritu como garantía de sus promesas”. NVI) y Efesios 1:13-14 (“En él
también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de
vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu
Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención
de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”). El arrabon era
garantía, seguridad o anticipo, un primer pago de lo que sería una
transacción consumada. Era un pago por adelantado por parte del
comprador que legalizaba un contrato; una promesa de que el monto total
sería venidero.9 Este llevaba en sí la idea agraria veterotestamentaria de los
primeros frutos, los cuales eran las primicias de los granos madurados que
se presentaban como acción de gracias por la fidelidad de Dios en previsión
de toda la cosecha (ej. Lv. 23:10). Para algunos eruditos, la palabra griega
para arras (arrabon) es un préstamo lingü ístico semítico que significaba
elanticipo de una deuda, o “la fianza a base de la cual uno se obligaba al
cumplimiento de una promesa”.10
Teológicamente, la inmanencia del Espíritu en los creyentes es de índole
provisional en lo referente a que mira hacia el futuro para una consumación,
pero aú n participa de cierta forma en la consumación de la transacción de
lasalvación. En realidad esta es una anticipación o participación temprana
en la irrevocabilidad escatológica de la redención. “Lo que se nos ha
dado ahora es el Espíritu quien verdaderamente pertenece al futuro, cuya
presencia inmanente en los creyentes implica que la realidad futura se ha
vuelto presente de manera anticipada”.11 En medio de los sufrimientos de
la vida presente, el cristiano tiene esperanza. La intervención limitada de la
inmanencia del Espíritu en las bendiciones de la salvación presente, irá
produciendo toda la abundancia plena del ministerio del Espíritu en la
existencia glorificada del creyente, la cual Pablo describe como la
redención del cuerpo (cf. Ro. 8:23; cf. 1 P. 1:8; 4:13).
El Fruto
El fruto del Espíritu es la evidencia del control del Espíritu que se
manifiesta en la vida y servicio del creyente. En la primera sección de Juan
15 Jesú s brinda dos reflexiones ú tiles con respecto a esta idea de dar
frutos.
(1) La perseverancia en las cosas de Cristo (“permanecer”) es la evidencia
de la vida: “El que en mí no permanece [meno], será echado fuera como
pá mpano, y se secará ; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (v.
6). Un pá mpano que no persevera, y que no permanece es un pá mpano
sin existencia, un pá mpano que nunca ha tenido vida, y está apto
para ser destruido. (2) El llevar fruto es la evidencia de nuestra
permanencia en Cristo. La enseñanza de Jesú s es clara: “Permaneced
en mí, y yo en vosotros. Como el pá mpano no puede llevar [phero] fruto
por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no
permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pá mpanos; el que
permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de
mí nada podéis hacer”. (vs. 4-5).
Jesú s vuelve a referirse a este tema má s adelante en el mismo contexto.
En Juan 15:16 él dice: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí
a vosotros, y os he puesto para que vayá is y llevéis [phero] fruto, y vuestro
fruto permanezca [meno]; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi
nombre, él os lo dé”. Esto no parece referirse al fruto de ganar almas o
evangelizar. El creyente aquí “lleva” el fruto; éste emana orgá nicamente de
él. El contexto tiene que ver con la relación personal del individuo con la
vid y está relacionado con la evidencia de la vitalidad de nuestra relación
con la vid. El cristiano “recoge” frutos cuando gana almas, hace
evangelismo o testifica (Jn. 4:36).
Pablo enumera el fruto multifacético del Espíritu en Gá latas 5:22-23. El
uso singular de la palabra fruto denota que se trata de un sustantivo
colectivo, y no de una referencia a un fruto específico del cual emanan las
demá s virtudes. El apóstol oró para que los colosenses anduviesen “como
es digno del Señor, agradá ndole en todo, llevando fruto en toda buena obra,
y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1:10).
Todo esto demuestra que cada cristiano lleva algú n fruto. Es la evidencia
inevitable del nuevo nacimiento. En la pará bola del sembrador (Mt. 13:3-9,
18-23), por ejemplo, el fruto es la evidencia verdadera de la germinación y
crecimiento de la semilla. En ú ltima instancia ese es el objetivo en cada uno
de los cuatro tipos de suelo. En esta pará bola solo la persona que lleva
fruto se salva y está espiritualmente viva. En el caso del suelo duro “junto al
camino”, la semilla no pudo penetrar el suelo. En la fina capa de tierra que
había sobre el lecho de roca (el “pedregal”), la semilla no pudo enraizarse.
La semilla que “cayó entre espinos” no pudo crecer. Pero la que cayó sobre
tierra buena llegó, penetró, se enraizó, creció y llevó el fruto revelador que
es la evidencia de la fe que conduce a la vida eterna. Un “creyente” sin
fruto constituye una anomalía total, una perversión desde el punto de vista
bíblico, teológico y prá ctico. En realidad se trata de un incrédulo.
Los Dones
Terminología Utilizada
Existen varias palabras del Nuevo Testamento que se usan para denotar los
dones del Espíritu. Cada una enfatiza en algú n aspecto del don u obra del
Espíritu, pero sería un error construir rascacielos teológicos sobre estas
palabras por causa de su sinonimia evidente. Todas se refieren esencialmente
a lo mismo: los dones.
Esta palabra significa, muy literalmente, algo espiritual y
Pneumatikon describe los dones como algo que proviene del Espíritu Santo, y
como algo que debe ejercerse en la esfera y poder del Espíritu (ver
1 Co. 12:1).
Este vocablo significa un don obtenido por gracia, y considera
estos dones desde el punto de vista de regalos que son
inmerecidos, dados por Dios en su magnanimidad y misericordia.
Precisamente la base y naturaleza del don radica en la gracia de
Charisma Dios (ver 1 Co. 12:4;
1 P. 4:10). Thayer sugiere que esta palabra denota “poderes
extraordinarios que distinguen a ciertos cristianos y les posibilitan
servir a la iglesia de Cristo. La recepción de estos poderes se debe
al poder de la gracia divina que opera en sus almas gracias al
Espíritu Santo [énfasis añadido]”.22
Esta palabra enfatiza la utilidad de los dones (ver 1 Co. 12:5; ver
también 1 P. 4:10 donde se usa el verbo diakoneo: “minístrelo [el
Diakonia
don] a los otros”. El “don” es diakonia, pero la utilidad radica en el
servicio).
Esta palabra hace énfasis en el poder que opera a través de los
Energema dones; recalca el poder, la actividad y energía del Espíritu Santo
(ver 1 Co. 12:6).
Este vocablo “destaca el cará cter concreto del don má s que
Doma
su naturaleza benéfica” (ver Ef. 4:8).23
Esta palabra transmite la idea de distribución o compromiso y
Merismos sugiere la actividad y voluntad divinas en la repartición de dones
(ver He. 2:4).
22 23 Este vocablo enfatiza una revelación o anuncio. Esto parece
Phanerosis
Definició n
Un don espiritual es una capacidad soberana, dada por Dios, e infundida
por el Espíritu Santo. Esta puede ser heredada de forma natural y utilizada,
o recibida milagrosamente y utilizada, de forma temporal o permanente. Es
otorgada para servir en el ministerio y alcance de la iglesia local. Earl
Radmacher es uno de los pocos que establece un vínculo entre el ejercicio
de los dones espirituales y el ministerio de la iglesia local.24 La mayoría de
las personas, tal vez inconscientemente, dan a entender que los cristianos
“tienen libertad” y pueden vivir la experiencia cristiana en el marco amplio
de la iglesia universal, y no relacionados de manera significativa con una
asamblea local.
René Pache dice que un don espiritual es “un determinado requisito dado
por el Espíritu a cada creyente por separado, y que lo capacita para servir
dentro del marco del cuerpo de Cristo”.25 La pobreza de este argumento
radica en el hecho de que el concepto “cuerpo de Cristo” es demasiado
amplio pues excluye la función de la iglesia local y su primacía en esta
dispensación. Charles Ryrie apunta que un don espiritual “se puede definir
como la capacidad para servir dada por Dios”.26 Esto es demasiado
inclusivo también. De la misma manera, J. I. Packer dice que un don “es
una capacidad de expresar a Cristo siguiendo los instintos de nuestra
naturaleza renovada a través de actos de adoración y servicio”.27 Este
concepto también parece necesitar algo de restricción.
Explicació n y Descripció n
Constituyen una capacidad
Un don espiritual es una capacidad para ejercer el servicio cristiano. En el
caso de los dones no milagrosos, se necesita entrenamiento, desarrollo y
seguimiento. En otras palabras, el creyente no obtiene estas capacidades
completamente desarrolladas y listas para usarse de inmediato. Por ejemplo,
el don de enseñar requiere aprender un contenido y también hace falta pulir
las habilidades comunicativas. Por el contrario, los dones milagrosos eran
capacidades dadas directamente, desarrolladas por completo en el momento
de su otorgamiento y utilizadas completa e inmediatamente.
No constituyen un área de servicio
Un don es una capacidad o aptitud para servir, y no una esfera en la cual
deba usarse ese don. No existe el don de dirigir los cantos, o de trabajar con
los jóvenes, o de tocar el violín, de interpretar mú sica, de hacer
transmisiones radiales o de evangelizar a los judíos. Tampoco hay dones
que deban ejercerse solamente en una localidad geográ fica determinada
como Alemania, Israel o Hawá i.28
Natural o sobrenatural
Esto significa que un don puede ser milagroso o no milagroso en cuanto a
su otorgamiento y función. De cierta manera, cualquier don debe recibir una
energía sobrenatural para poder funcionar, pero esto no hace que sea
milagroso en el sentido que aquí se propugna.
Un don espiritual natural es aquel que es heredado o que está
latente en la genética o estructura personal del individuo. Fue
obtenido en el momento del nacimiento, pero estimulado o convertido
en ú til para el servicio espiritual en la iglesia local en el momento de la
regeneración y el bautismo del Espíritu. Este tipo de don presupone la
existencia de algú n tipo de sustrato natural. En ese sentido existe una
distinción teológica entre un don espiritual y un talento natural, aunque en
ciertos casos exista solamente una diferencia prá ctica muy sutil. Un
talento natural beneficia a todo el mundo; constituye un aspecto de la
gracia comú n. Un don espiritual existe estrictamente para el servicio en
la iglesia local. Packer afirma que “una capacidad productiva” solo será
un don espiritual si Dios la usa para edificar. De no
existir ningú n beneficio espiritual identificable que
aproveche a los demá s, esta capacidad no será un don.29 Al
parecer el concepto de Ryrie es demasiado amplio pues
incluye “capacidades adquiridas” como cocinar, manejar un auto y
cosas parecidas, en su “conjunto total” de dones en la vida cristiana
del individuo. También considera tanto el celibato como la
vida matrimonial como dones espirituales.30
Un don espiritual milagroso o sobrenatural es aquel que es impartido de
forma directa por Dios y produce una capacidad que la persona nunca antes
había tenido. Su función es obra directa del Espíritu Santo y no puede
explicarse de forma natural o comú n. Uno de ellos fue el hablar en
lenguas.
Distribució n
Distribuidos soberanamente
De los capítulos escritos por el apóstol Pablo y dedicados a los dones
(Ro. 5; 1 Co. 12—14; Ef. 4), el má s largo, 1 Corintios 12, enfatiza
la soberanía del Dios trino a la hora de otorgar sus capacidades
espirituales especiales. Los versículos del 3 al 6 hablan del mismo
Dios, el mismo Señor y el mismo Espíritu refiriéndose a las muchas
variedades de dones espirituales y ministerios. Los versículos 11, 18,
27 y 28 también incorporan a la deidad en la distribución de los
dones. De hecho, todo el capítulo gira alrededor de este tema. De esta
manera los corintios debían contentarse con lo que Dios en su soberanía
les había dado.
La carta de Pablo a los romanos insta a los lectores de esta manera: “De
manera que, teniendo diferentes dones, segú n la gracia que nos es dada”
(Ro. 12:6). De la misma manera, el autor de Hebreos habla acerca del
testimonio soberano de Dios ante los primeros testigos del nuevo mensaje
dispensacional de la obra acabada de Cristo y su sacrificio expiatorio final.
Dios estaba también “testificando... juntamente con ellos, con señales y
prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo segú n su
voluntad” (He. 2:4).
Nadie recibió don alguno por haberlo buscado. En 1 Corintios 12:31, la
amonestación a “procurar los dones mejores” no se refiere a buscar, y
mucho menos a codiciar de todo corazón estos dones. (El verbo usado aquí
es zeloo, en presente imperativo o indicativo). La iglesia local de Corinto
debía procurar los mejores dones. Se trata de una actitud en lugar de una
acción. El don de las profecías, por ejemplo, es un don mejor. Y los
corintios debían procurarlo má s que el don de hablar en lenguas, por
ejemplo (1 Co. 14:1, 39). Los corintios procuraban los dones espirituales, es
decir, hacían énfasis en ellos (14:12). Lo que necesitaban era una dirección
para alcanzar los dones mejores que producían edificación.
Cada cristiano posee uno o más dones espirituales
Como mismo sucede con el cuerpo humano, en el cuerpo de Cristo no
existen miembros inú tiles u órganos rudimentarios. Cada creyente posee su
función para servir en la iglesia local, y Dios le ha otorgado dones a cada
uno segú n su función. Nadie queda excluido de servir a Cristo en la
asamblea local por no haber sido preparado adecuadamente. A la iglesia de
Corinto, que poseía una fascinación excesiva con algunos de los dones má s
prominentes, Pablo le aconsejó: “Pero a cada uno le es dada la
manifestación del Espíritu para provecho” (1 Co. 12:7). El don de Timoteo
era ú nico por el hecho de haberle sido otorgado tras alcanzar la salvación y
mediante la imposición de manos. Esto puede haber sucedido en el
momento de su ordenación o al recibir algú n tipo de comisión en su
ministerio (1 Ti. 4:14; 2 Ti. 1:6). La enseñanza de Pedro acerca de los dones
de cada creyente era la misma de Pablo: “Cada uno segú n el don que ha
recibido, minístrelo a los otros” (1 P. 4:10).
Ningú n creyente posee todos los dones y los dones varían de un creyente
a otro (1 Co. 12:8ss. — “porque a este es dada... a otro... a otro”). Si un solo
creyente poseyese todos los dones no necesitaría de otros creyentes (o sea,
él mismo sería la mano, el ojo, el pie y todo lo demá s). Esto se opone a las
enseñanzas del Nuevo Testamento. Cada uno contribuye algo para el
cuerpo. Por otra parte, una iglesia local determinada puede no tener todos
los dones disponibles debido a factores tales como la madurez de su
congregación y su estado de crecimiento.
Los dones también difieren en valor, aunque todos son importantes y
necesarios para el funcionamiento saludable de la iglesia local (ver 1 Co.
12:28— “primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros,
luego...”; v. 31— “los dones mejores”; y 14:5, 19 — la profecía es mayor
que el hablar en lenguas).
Descripció n
Existe una enorme diferencia de opinión acerca de cuá ntos dones
existen, si existen dones cuyas características coinciden y cuá les son las
divisiones en las que pueden colocarse los dones. Algunos dividen los
dones de la siguiente manera:
•
Liderazgo, señales y servicio
•
Proclamación, señales y servicio
•
Señales, servicio, revelación, liderazgo y proclamación
•
Discursos y “samaritanismo” (o sea, reaccionar con amor ante las
necesidades físicas y materiales de los demá s31)
•
Revelaciones, milagros, liderazgo y servicio
Algunos de estos dones parecen tener tanto un aspecto funcional como un
aspecto posicional, es decir, un papel específico (no necesariamente un
“oficio”) en la iglesia local, así como capacidades funcionales que
acompañan a ese rol. Esto se aplica especialmente a maestros, evangelistas,
pastores, apóstoles y profetas (Ef. 4:11). Es probable que las capacidades
funcionales en estos dones hayan coincidido con otros dones. Algunos
sugieren que servir es uno de esos dones posicionales y funcionales (como
ser diá cono o pertenecer a algú n otro ministerio de servicio). En ciertos
casos es posible que algunos dones coincidan hasta cierto punto. Es por ello
que a veces no es posible trazar una sutil línea divisoria entre algunos de
ellos y es casi imposible brindar una definición precisa de cada don.
Es probable que las listas de los dones del Nuevo Testamento puedan
considerarse exhaustivas en el sentido de que todos los dones se mencionan
como tal o que algunos de los dones observables y potenciales realmente
forman parte de algunos de los dones nombrados (por ejemplo, ¿ cuá ntos
aspectos estará n incluidos en las palabras “ministerio” o
“administración”?). También ocurre que algunos de los dones aparecen en
plural, lo cual sugiere que pueden existir facetas o variaciones de las
capacidades en cuestión.
Propó sitos
No son para beneficio personal
Al parecer el Nuevo Testamento ignora totalmente el uso de los dones
para beneficio individual; siempre son para beneficio de los demá s. No se
enfatiza abiertamente los dones como requisito a la hora de escoger
personas para ocupar un cargo, un puesto, o para cumplir con un deber o un
servicio. Los requisitos para escoger un pastor o un diá cono por ejemplo,
tienen que ver con los rasgos del cará cter, y apenas deben tener en cuenta
los dones espirituales. Sin embargo en la actualidad a menudo sucede que
se tienen en cuenta los dones como lo primero para elegir a alguien para
ocupar un puesto importante o prominente. Los dones tampoco han sido
diseñados para hacernos má s espirituales. La iglesia de Corinto era la que
aparentemente poseía má s dones (1 Co. 1:7), sin embargo era la menos
espiritual.
Los dones deben ejercerse en la iglesia local
Un don espiritual debe ejercerse en el contexto del ministerio y alcance
de la iglesia local. Como las iglesias locales constituyen la ú nica expresión
legítima, visible y organizada de la Iglesia Universal, la función y ejercicio
de los dones espirituales debe estar en esa esfera. Aunque el cuerpo en su
perspectiva má s amplia (o sea, fuera de nuestra iglesia local) puede
beneficiarse de los dones, el ejercicio de los dones espirituales, como en
todos los empeños espirituales, debe estar bajo la salvaguarda de la iglesia
local. Esto se demuestra en varios contextos. En primer lugar, Pablo calificó
a la asamblea local de “...iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la
verdad” (1 Ti. 3:15). Esta es una referencia a la iglesia local y se puede
analizar desde dos perspectivas. En primer lugar, la primera epístola a
Timoteo forma parte de las llamadas epístolas pastorales, un corpus de tres
cartas que en su conjunto forman una especie de manual para la estructura y
el sistema de gobierno de la iglesia local. En segundo lugar, el propósito de
Pablo al escribir esta epístola (3:14), al menos el propósito del capítulo tres,
tiene que ver con los requisitos de los pastores y diá conos de la iglesia
local (3:1-13). En 1 Timoteo 3:15 Pablo argumenta que a la institución de la
iglesia local se le ha encomendado el destino de la verdad revelada, y
brinda parte de éste en una especie de confesión de fe resumida en 3:16.
Debido a la primacía y también a las enormes responsabilidades de la
iglesia local como institución, los pastores y diá conos debían cumplir con
elevados está ndares que Pablo describe detalladamente en este capítulo.
En otro contexto, 1 Corintios 12 y 14, el pasaje insignia del Nuevo
Testamento en lo que respecta a dones espirituales, Pablo enfatiza
enérgicamente en la iglesia local como sede del ejercicio de los dones del
Espíritu. É l comienza a enumerar los dones diciendo que “En la iglesia
Dios ha puesto, en primer lugar, apóstoles” (1 Co. 12:28). 1 Corintios 14
contiene un enorme volumen de información que explica que los dones
está n sujetos a la asamblea local, su servicio y su misión. La superioridad
de las profecías se debe al hecho de que “el que profetiza, edifica a la
iglesia” (v. 4). El que profetiza es mayor que el que habla en lenguas, a
menos que el que hable en lenguas las interprete, “para que la iglesia reciba
edificación” (v. 5). “Así también vosotros; pues que anhelá is dones
espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia” (v.
12). “...pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi
entendimiento” (v. 19). “Si, pues, toda la iglesia se reú ne en un solo lugar,
y
todos hablan en lenguas” (v. 23). “...pues Dios no es Dios de confusión,
sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos” (v. 33). “...porque es
indecoroso que una mujer hable en la congregación” (v. 35).
En tercer lugar, en Efesios 4 el ministerio de hombres dotados que Dios
le dio a la iglesia, debía funcionar “a fin de perfeccionar a los santos para la
obra del ministerio”. Esto ocurría obviamente en el contexto de la asamblea
local donde estos individuos debían poner en prá ctica sus capacidades y
deberes como pastores, maestros, profetas y evangelistas (v. 12).
Los propósitos de los dones espirituales dados a la iglesia institucional
(local) son diversos, aunque parece existir cierto nivel de coincidencia entre
algunos de ellos.
Establecimiento de iglesias locales
A la hora de comenzar una asamblea local los evangelistas, profetas,
pastores y maestros eran muy ú tiles. Los dones de revelación estaban
diseñados también para el establecimiento de iglesias locales antes de que el
Nuevo Testamento estuviese completo. Al no contar con un corpus de
eclesiología escrito, las primeras asambleas se instruían a través de la
revelación inmediata. Esto era necesario sobre todo en lo tocante a los
temas de verdades eclesiales distintivas. Como la iglesia era una institución
nueva y sin precedentes, estos temas no podían hallarse en el canon del
Antiguo Testamento.
Para el bien comú n
Pablo apunta que cada creyente en la era de la iglesia ha sido dotado para
el beneficio de todos. Sus palabras son, “Pero a cada uno se le da la
manifestación del Espíritu para el bien comú n” (1 Co. 12:7, LBLA). Este
término tan amplio podría incluir en su totalidad el propósito de los dones.
Edificación de la iglesia
La edificación mutua, la madurez y el crecimiento espiritual de los
creyentes deben estar en el contexto de una asamblea local saludable y
vibrante. Solo la iglesia local puede hacer un discípulo completo, al efectuar
la ordenanza del bautismo en nombre del Dios trino, y al instruir al
discípulo en los mandatos de Cristo, los cuales incluyen realmente todas los
aspectos de la experiencia cristiana (Mt. 28:18-30). Pablo enfatiza
constantemente la edificación como meta consciente en el ejercicio de los
dones (1 Co. 14:3-4 [2 veces], 5, 12, 17, 26; Ef. 4:12, 16).
La obra del ministerio
Los dones de Efesios 4:7-13 (los cuales, por extensión legítima, deben ser
con certeza indicios de los demá s dones y aplicables a éstos) deben
“perfeccionar a los santos para la obra del ministerio” (v. 12). Esto por lo
general se comprende como un enfoque de dos o tres aspectos en el
ministerio, en el cual (1) las personas dotadas perfeccionan a los santos,
quienes a su vez trabajan sirviendo y edificando, o (y preferiblemente) (2)
los hermanos dotados participan en el servicio y la edificación.32
Testimonio
El propósito del autor de Hebreos era hacer que los judíos que se habían
convertido al cristianismo comprendiesen totalmente la dispensación de la
gracia y la obra acabada de Jesucristo en la cruz. En otras palabras, el
objetivo era alejar a estos hebreos convertidos al cristianismo de la
dispensación de la ley mosaica con todos sus personajes principales y
protocolos levíticos, mostrá ndoles la superioridad y finalidad de la
revelación de Dios en Jesú s de Nazaret (He. 1:1-2). Para lograr este
objetivo, valiéndose de una severa advertencia, el autor comenta desde el
comienzo sobre la designación divina del Cristo y sobre el nuevo mensaje
dispensacional y sus mensajeros:
Por tanto, es necesario que con má s diligencia atendamos a las cosas
que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha
por medio de los á ngeles fue firme, y toda transgresión y
desobediencia recibió justa retribución, ¿ cómo escaparemos nosotros,
si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido
anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que
oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios
y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo segú n su
voluntad (He. 2:1-4).
Este propósito en particular, en lo que respecta a los dones, se aplicaba
sobre todo al don de las señales milagrosas. Estos dones acreditaban tanto al
mensajero como a su mensaje de verdad. Pero la pregunta era, ¿ qué verdad
se estaba acreditando?
En la iglesia primitiva existían dos verdades fundamentales que había que
validar: (1) la verdad del reino y (2) la verdad de la iglesia. Algunos
milagros, a pesar de haber ocurrido en los tiempos de la iglesia, guardaban
mayor relación con la verdad del reino. Segú n Hebreos 6:5, los milagros en
la iglesia cristiana primitiva eran “poderes del siglo venidero”. Otros
milagros estaban claramente vinculados con la iglesia y sirvieron para
validar el nuevo mensaje dispensacional de gracia, incluyendo las verdades
relacionadas con la ekklesia del Nuevo Testamento. El pasaje de 2
Corintios 12:12 es muy claro al respecto: “las señales de apóstol han
sido hechas entre vosotros” (ver también Hch. 11:15-18 —cuando se
repartieron lenguas en casa de Cornelio quedó demostrado que los gentiles
eran igualmente partícipes de la nueva verdad eclesial. “El mismo don” (v.
17) puede aquí entenderse como el don de lenguas o como el don del
Espíritu escatológico que fue validado por el don de lenguas).
Permanencia
Existe diferencia de opiniones acerca de la permanencia de los dones.33
Packer, un teólogo no pentecostal y reformado, probablemente habló en
nombre de muchos cuando escribió, “Aunque la teología carismá tica, con
sus características habituales, no es viable, la experiencia carismá tica
podría y debería justificarse desde el punto de vista teológico, y ser
aceptada sobre esa base como algo que proviene de Dios, y por ende como
algo valioso”.34 Pero su explicación no parece ser teológica sino má s bien
una explicación basada en la amistad y en el pietismo religioso. Si la
teología carismá tica no es viable, ¿ sobre qué base puede entonces la
experiencia carismá tica provenir de Dios y ser por tanto valiosa? ¿ O es que
acaso la experiencia no debe aceptar a la teología?
Parece ser cierto que algunos de los dones espirituales fueron de
naturaleza temporal y algunos fueron permanentes (1 Co. 13:8). ¿ Cuá les
fueron permanentes y cuá les temporales? No es nuestro objetivo
aquí delinear los dones específicos en cada caso, sino má s bien
exponer el criterio que parece haberlos diferenciado.
El principio que determinó cuá les dones permanecían en la iglesia y
cuá les cesaban es el principio del milagro. Los dones de señales o de
validación eran especialmente milagrosos por causa de sus propios
propósitos. (En Hebreos 2:4, para designar el término “don” se empleaba el
vocablo dunamesin― es decir, hechos poderosos, obras de poder. É stas
se consideran como parte de los milagros, señales y prodigios). Los dones
que eran de naturaleza milagrosa no fueron permanentes porque
sirvieron de base para la iglesia. Una vez que los apóstoles y los
profetas hubieron establecido los cimientos de la nueva dispensación (Ef.
2:20), ya no había necesidad de esos dones específicos. Los dones bá
sicos fueron en esencia aquellos de naturaleza reveladora y los que tenían
que ver con las señales. Una vez que se llevó a cabo la transición de la
Ley hacia la Gracia y se completaron los escritos del Nuevo
Testamento, los dones milagrosos cesaron.
En ese sentido, Thomas Edgar nos brinda perspectivas muy ú tiles.35
É l apunta que los milagros se realizaron, con pocas excepciones, por
parte de los apóstoles y no por la iglesia como un todo (p.ej. Hch. 2:43;
5:12). É l brinda dos evidencias para apoyar su afirmación. (1)
Evidencia bíblica general: En el Antiguo Testamento Moisés y
algunos de los profetas hicieron milagros, pero no se esperaba que los
israelitas en general los hicieran, ni tampoco los milagros continuaron
ocurriendo a lo largo de la historia de Israel. (2) Evidencia específica:
En primer lugar, la palabra “apóstol” significa representante, y éste era un
don milagroso (2 Co. 12:12). Los ú nicos apóstoles del Nuevo
Testamento fueron los Doce, Pablo, y tal vez Bernabé y Santiago. Desde
entonces no ha habido má s apóstoles. En segundo lugar, los está
ndares para convertirse en apóstol excluían la continuación del don.
Ademá s, para ser apóstol era necesario haber visto al Señor resucitado.
Pablo dice que él fue el ú ltimo en verle (1 Co. 15:8). En tercer lugar, los
apóstoles y profetas eran cimientos de la iglesia (Ef. 2:20); eran necesarios
en los inicios de la iglesia. Por ende sus milagros también eran solamente
para esos primeros tiempos (ver Stg. 5:14, donde Santiago habla sobre la
necesidad de llamar a los ancianos de la iglesia y no a alguien con poderes
para hacer milagros, como un apóstol por ejemplo).
El Período de la Tribulación
En el período escatológico de la tribulación el Espíritu Santo tendrá un
ministerio amplio. Muchos de los má s antiguos pre-tribulacionistas eran
indebidamente restrictivos en lo concerniente a la obra del Espíritu Santo
durante este tiempo, pues algunos al parecer, enseñaban que con el
arrebatamiento, el Espíritu sería quitado completamente de la tierra al no
existir má s la iglesia en la que moraba el Espíritu. Otros sugirieron que
“quitar al que lo detiene” (2 Ts. 2:7) significaba la salida del Espíritu del
escenario terrenal, mientras que otros tendían a igualar la obra del Espíritu
con la de la era del Antiguo Testamento, cuyo ministerio, en primer lugar,
era usualmente concebido de manera muy limitada.
Salvació n
Existe evidencia de un vasto nú mero de personas siendo salvadas durante
el período de la tribulación. Esto no se puede lograr independientemente de
los ministerios regeneradores, de convencimiento de pecado y de
inmanencia del Espíritu Santo. Varios grupos será n salvos en ese día,
incluyendo a aquellos representados por las almas bajo el altar del quinto
sello del Apocalipsis (Ap. 6:9), los 144.000 judíos que será n salvados y
preservados físicamente durante la tribulación (Ap. 14:4), una multitud
inexacta de má rtires (Ap. 7:9-10, 14), una multitud inexacta de judíos que
buscará n en fe a Cristo como su salvador y mesías cerca del fin de la gran
tribulación (Zac. 12:10; Ro. 11:26) y muchos gentiles que recibirá n una
naturaleza regenerada (una “pureza de labios”) cerca del fin del período
(Sof. 3:9).
Revelació n
Al principio de la tribulación habrá dos testigos a quienes Dios traerá ala
tierra y estos profetizará n “por mil doscientos sesenta días, vestidos
de cilicio” (Ap. 11:3). Este es un restablecimiento de la revelación directa y
las profecías, que cesaron con el canon terminado del Nuevo Testamento
(específicamente con el apóstol Juan a finales del siglo 1 a. de C.). El
contenido exacto de sus ministerios proféticos no se conoce.
Restricció n
Si bien el ministerio de restricción del Espíritu Santo, el cual en gran
parte se lleva a cabo a través de los santos de la iglesia en los que mora,
desaparecerá en el arrebatamiento (2 Ts. 2:7), habrá un ministerio
continuado de restricción, aunque a un nivel mucho menor. Ya que todos
los verdaderos creyentes de ese tiempo será n habitados por el Espíritu,
habrá algo de restricción. Sin embargo, la restricción no será muy
grande pues habrá pocos creyentes hasta la ú ltima mitad de la tribulación
y casi todos los creyentes será n sumariamente ejecutados (a excepción de
los 144.000 y aquellos que vivan en el final del período). También, la
restricción general de la gracia comú n, aunque muy reducida, no
será eliminada en su totalidad.
Omisió n
No hay mención del bautismo del Espíritu en el período de la tribulación.
Este no es completamente un argumento que viene del silencio ya que para
ese entonces no se esperará . El bautismo del Espíritu Santo forma a la
iglesia, la cual es el cuerpo de Cristo (1 Co. 12:12). Con el completamiento
de la iglesia y su traslado en el arrebatamiento cesará el bautismo del
Espíritu. No es sorpresa que no se registre absolutamente nada sobre éste
durante los períodos de tribulación y el milenio, ya que no existirá dicho
ministerio después del arrebatamiento.
El Reino de Dios
El ministerio del Espíritu durante el reino mesiá nico estará en su mayor
escala. John Walvoord expresa de manera correcta, “Está declarado que en
semejante período [el milenio] el Espíritu Santo tendrá un ministerio que
excede a las dispensaciones anteriores en plenitud y poder”.1
Salvació n
La salvación espiritual se extenderá en el milenio, especialmente en
referencia a la nación de Israel. La visión del profeta Ezequiel del valle de
los huesos secos (Ez. 37) es una profecía clá sica de la renovación espiritual
de Israel en el escatón, justo antes de su reunificación en la tierra como fue
prometida en el pacto con Abraham (Gn. 12:7; 15:18; y otros). Ezequiel
37:1-10 es la visión misma; los versículos del 1-6 describen la condición de
abatimiento de Israel en el escatón, durante el largo período del “tiempo de
los gentiles,” en el cual es descrito como un grupo de huesos de esqueletos
secos. Esto muestra su indefensa y desesperanzada condición de muerte
tanto espiritual como política. Los versículos del 7-10 muestran cuá n
sobrenatural será la obra para traer a Israel de su condición caída y apóstata
a la vida espiritual y al favor del pacto. Los versículos del 11-14 son la
interpretación divina de lo que el profeta vio en la visión. Dios los
regenerará , pondrá su Espíritu en ellos (v. 12) y los establecerá final
y permanentemente en la tierra prometida (v. 14).
Este gran milagro espiritual es confirmado por otros contextos. Dios
promete, “Ni esconderé má s de ellos mi rostro; porque habré derramado de
mi Espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor” (Ez. 39:29). Para
respaldar su elección como nación, Dios dice, “yo derramaré aguas sobre el
sequedal, y ríos sobre la tierra á rida; mi Espíritu derramaré sobre
tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos” (Is. 44:3).
Inmanencia
La regeneración o la impartición de la vida espiritual necesariamente
conlleva a una morada permanente del Espíritu Santo para alimentar y
sustentar esa vida. Este es un principio y doctrina transdispensacional
dentro de la soteriología y es una verdad para los santos del reino milenario.
Al explicar el nuevo pacto que funcionaría en ese día para la casa de Israel
y la casa de Judá (Jer. 31:31), Dios promete: “Daré mi ley en su mente, y la
escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me será n por
pueblo” (Jer. 31:33). En un lenguaje aun má s grá fico, a través del profeta
Ezequiel Dios declara acerca de los escogidos en el reinado mesiá nico:
Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas
vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré
corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de
vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y
pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongá is por obra. (Ez. 36:25-
27).
Revelació n
A un nivel jamá s oído, mucho mayor que el de la tribulación o cualquier
período previo de actividad reveladora, el Espíritu Santo será derramado
sobre jóvenes y ancianos de la misma forma, en un despliegue de profecías
sin precedentes. El indicio má s claro es Joel 2:28-29:
Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y
profetizará n vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñará
n sueños, y vuestros jóvenes verá n visiones. Y también sobre los
siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.
Esto se refiere al papel misionero y ministerial de Israel en el reino como
los líderes religiosos del mundo, llevando el mensaje del reino (Is. 12:4-6:
Zac. 4:1-14).
Transformació n de la Naturaleza
Una de las dimensiones del reino milenario mesiá nico es el aspecto
físico.2 Los escritores de la Biblia no vieron ninguna dicotomía absoluta o
ideas reprensibles entre los aspectos tangibles e intangibles del futuro reino
milenario del mesías. Un reino literal puede al mismo tiempo ser un reino
espiritual a causa del poder y la presencia del Espíritu Santo. Solo las
nociones platónicas bifurcarían lo literal y lo espiritual (o lo tangible y lo
intangible) en el futuro reino de Dios.
Entre otros, el profeta Isaías claramente predijo el papel del Espíritu
Santo obrando dentro del orden natural, con todas sus leyes, procesos y
poderes.
Sobre la tierra de mi pueblo subirá n espinos y cardos… los palacios
quedará n desiertos, la multitud de la ciudad cesará ; las torres
y fortalezas se volverá n cuevas para siempre, donde descansen
asnos
monteses, y ganados hagan majada; hasta que sobre nosotros sea
derramado el Espíritu de lo alto, y el desierto se convierta en campo
fértil, y el campo fértil sea estimado por bosque. Y habitará el juicio en
el desierto, y en el campo fértil morará la justicia (Is. 32:13-17).
Investidura Mesiánica
Esta es otra descripción para el ungimiento teocrá tico, el ministerio
especial del Espíritu Santo, descrito anteriormente, el cual estaba a la
disposición de la cabeza de la teocracia del Antiguo Testamento con su tipo
de gobierno civil-eclesiá stico ú nico. Este empoderamiento especial era
necesario si el estado teocrá tico fuera a funcionar correctamente bajo el
liderazgo del mediador elegido divinamente. Este ministerio del Espíritu
Santo comenzó con Moisés y culminó con Jesucristo en su bautismo.
El ungimiento del mesías, que ocurrió en el siglo primero, será ejercido
en su reinado milenario. Isaías profetizó concerniente al que habría de
venir: “Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vá stago retoñará de sus
raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová ; espíritu [¿ Espíritu?]
de sabiduría y de inteligencia, espíritu [¿ Espíritu?] de consejo y de
poder, espíritu [¿ Espíritu?] de conocimiento y de temor de Jehová ” (Is.
11:1-2).
La declaración del mismo mesías en forma profética se registra en Isaías
61:1-3.
El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió
Jehová ; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos,
a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a
los cautivos, y a los presos apertura de la cá rcel; a proclamar el año
de la buena voluntad de Jehová , y el día de venganza del Dios
nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los
afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en
lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y
será n llamados á rboles de justicia, plantío de Jehová , para gloria
suya.
Este es el mismo ungimiento teocrá tico de Isaías 11:1-2, un ministerio
del Espíritu que vino sobre Jesú s en su bautismo, un evento que
inició su ministerio pú blico que consistía en ofrecer el reino mesiá nico a
Israel en el primer siglo. Cristo dio cumplimiento a esta profecía al
comenzar su
ministerio en Nazaret, predicando y enseñando el reino de Dios (Lc. 4:14-
21).
1 John F. Walvoord, The Holy Spirit (Findlay, OH: Dunham, 1954), 232.
2 Alva J. McClain, The Greatness of the Kingdom (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1959),
234-341.
P arte 6
LA DOCTRINA DE LOS Á NGELES
Capítulo 2 7
Los Á ngeles
Creació n Directa
Cada una de las miríadas de á ngeles que existen fue creada por Dios de
forma directa e individual. Como tal, los á ngeles no poseen una naturaleza
comú n para todos, ni ningú n tronco comú n del cual proceden todos.
De hecho no existe parentesco entre los á ngeles, como tampoco
vínculo o conexión que los ate de forma familiar alguna. Jesú s afirma esto,
diciendo que, “como los á ngeles de Dios en el cielo”, la gente, “ni se
casará n ni se dará n en casamiento” (Mt. 22:30). Dios creó dos
humanos, así como dos animales de cada especie, cada uno de ellos
portador de un sistema genético autoduplicable. Sin embargo, él creó los
á ngeles sin referencia al género. Por tanto, sin un acto directo de
creación no puede existir una adición a las huestes angelicales. Ademá s,
la cantidad original de á ngeles que Dios creó aú n existe, puesto que el
nú mero no ha aumentado a través de una creación directa ni ha
disminuido a través de la reducción de algú n á ngel a un estado de no
existencia.
Ademá s, los á ngeles constituyen una compañía, y no una raza.7 Por
tanto, no existe salvador para esos á ngeles que pecaron, ni tampoco lo
habrá . Cada á ngel tendría que tener su propio redentor si fuese a tener
lugar una redención. Jesú s sin embargo, no hizo esto (y no lo hará ),
como dice el autor de Hebreos, “Porque ciertamente no socorrió a los á
ngeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham [es decir, a seres
humanos como él]” (He. 2:16). “Por lo cual”, dice el mismo autor,
“debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser
misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para
expiar los pecados del pueblo” (He. 2:17). En resumen, solo los
pecados de la raza humana fueron expiados gracias a la muerte de
Cristo.
Seres Espirituales
Los á ngeles son seres espirituales; a los á ngeles buenos se les llama
“espíritus ministradores” (He. 1:14), y a los á ngeles malos se les llama
“espíritus malos” (Lc. 8:2). Como espíritus que son, entonces, los á ngeles
no tienen necesariamente conexión con las cosas materiales; en lugar de
ello son incorpóreos e inmateriales. Jesú s afirma esta verdad bá sica de
la espiritualidad cuando dice, “Mirad mis manos y mis pies, que yo
mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos,
como veis que yo tengo” (Lc. 24:39). De forma similar Pablo habla sobre
la lucha de los cristianos, diciendo que no es “contra sangre y carne”
sino contra “huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef.
6:12).
Los á ngeles, como seres creados, son finitos y está n, en ú ltima
instancia, sujetos a ciertas limitaciones tiempo-espacio-masa. Son
poderosos, pero no omnipotentes. A pesar de poseer má s poder que los
hombres, no pronuncian juicio de maldición en contra de los apóstatas
delante del Señor (2 P. 2:11) ni contradicen lo concerniente a la libertad y
responsabilidad humanas. A pesar de que pueden exceder ciertas
limitaciones espacio-tiempo-masa, no son omnipresentes sino que se
mueven espacialmente de un lugar a otro (Dn. 9:21-23) y su actuar puede
estar reducido a determinado espacio (2 P. 2:4; Jud. 6; Ap. 20:1-3). A
pesar de poseer una vasta inteligencia, no son
omniscientes (ver Mt. 24:36). En vez de ello, pueden aprender y lo hacen (1
P. 1:11-12).9
También, aun cuando los á ngeles son criaturas finitas y creadas, sus
poderes y capacidades exceden grandemente los del hombre y no deben ser
subestimados.
David exclamó que los á ngeles son “Poderosos en fortaleza, que ejecutá
is su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto” (Sal. 103:20). De la
misma manera, poseen “gran autoridad” (Ap. 18:1), fuerza (ischuron,
Ap. 5:2; 10:1) y poder (dunamis, 2 Ts. 1:7). Pueden infligir ceguera (Gn.
19:10-11), abrir las puertas cerradas de una prisión (Hch. 5:17-19; 12:1-
11) e incluso atar al mismo Sataná s durante un encierro de mil años (Ap.
20:1-2).
Ademá s, contrario a la opinión popular, la actividad angélica no puede
detectarse de forma cierta porque los agentes angélicos son seres
espirituales. Como apunta Charles Hodge, un acontecimiento no puede
achacarse a la actividad de los á ngeles “si dicho suceso admite cualquier
otra explicación”.10 Hodge también alerta en contra de “ver a los á ngeles
como seres que intervienen entre nosotros y Dios, o a [atribuirles] a ellos
los sucesos que la Biblia en toda su extensión atribuye a la acción
providencial de Dios”.11 É l plantea que Dios utiliza a los á ngeles de
la misma forma que usa al “viento, y los relá mpagos.” (He. 1:7 [BLS,
NVI]), y que no debemos tener en cuenta los instrumentos ni en un caso
ni en el otro”.12 Los á ngeles no son una expresión de la providencia
autónoma e independiente a la que se puede acudir, sino má s bien,
como dice Strong, son “ministros de la providencia divina”.13 En otras
palabras, los seres humanos, especialmente los cristianos, no deben
invocar la ayuda de los á ngeles en momentos de crisis o desesperación.
Solamente Dios administra la providencia, y los á ngeles
sencillamente sirven, obedeciendo los designios soberanos de su
Creador.
Y a pesar de ser espíritus invisibles e incorpóreos, los á ngeles a veces
hacen su aparición en forma semejante a seres humanos, a menudo, si no
siempre, como seres humanos varones.14 Por ejemplo, a Abraham se le
aparecieron á ngeles bajo aspecto de hombres en Mamre, anunciá ndole
a Sara el nacimiento de un hijo, así como alertá ndoles sobre la
inminente destrucción de la perversa Sodoma. Ellos exhibieron
acciones y características de seres humanos y fueron vistos como
tales. Hablaron, estuvieron de pie, comieron y actuaron en todos los
sentidos como seres
completamente humanos (Gn. 18:1-22). De hecho, tanto Lot como los
hombres inmorales de Sodoma también tratan a estos á ngeles como
hombres (Gn. 19:1-5). En la visión de Ezequiel de la destrucción de
Jerusalén, los seis á ngeles que actuaban como verdugos de esa malvada
ciudad tenían aspecto de hombres y llevaron a cabo el plan divino de
saquear la ciudad (Ez. 9:1-10). El á ngel Gabriel, que tenía “apariencia de
hombre” se aparece ante Daniel y le da entendimiento acerca de la visión
del carnero y el macho cabrío (Dn. 8:15). Años después, ese mismo á ngel,
ahora llamado “el hombre Gabriel” da la gran profecía de las setenta
“semanas” (Dn. 9:21). Los á ngeles que aparecieron en la tumba del Cristo
resucitado tenían aspecto de “dos varones con vestiduras resplandecientes”
(Lc. 24:4). Y el á ngel que estaba dentro de la tumba y les dio instrucciones
a las mujeres que allí fueron, es descrito como “un joven” (Mr. 16:5).15
En tiempos remotos, comenzando con los padres de la iglesia primitiva y
también durante la Edad Media, existía la muy difundida opinión de que los
á ngeles tenían un cuerpo má s bien etéreo. Sin embargo, esta idea ha
dejado de ser popular hoy en día, puesto que no todos está n convencidos
de que los á ngeles no tienen algú n tipo de cuerpo. Por ejemplo, Lewis S.
Chafer dice, “Hay la implicación bíblica de que los á ngeles sí tienen cuerpo
en alguna forma”.16 É l confiesa que, a pesar de que un espíritu no tiene
carne ni huesos (Lc. 24:39), “esto no implica que un espíritu no tenga
cuerpo en lo absoluto, sino má s bien que sí tienen cuerpos, aunque
diferentes en su complexión a los del ser humano.17Algunos expresan
menos seguridad al respecto, como Donald Campbell por ejemplo, cuando
dice, “Como seres espirituales, los á ngeles puedan tal vez poseer un
cuerpo”.18
Seres Morales
Originalmente Dios creó a los á ngeles en un estado de bondad, al igual
que al resto de la creación (Gn. 1:31). Por tanto, con todo lo demá s que se
incluye en la “dignidad” original o “propia morada” que ciertos á ngeles
“abandonaron” y de la cual cayeron, se da a entender claramente que era
una condición de pureza y santidad moral. Esto se debe a que las
consecuencias de esa caída moral incluían quedar “guardado[s] bajo
oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Jud. 6). De
forma similar, se dice que Sataná s fue, en determinado momento, un santo
á ngel (tal vez perteneciente al má s alto orden) que posteriormente
cayó
junto con otros á ngeles (Ap. 12:3-4), en un estado de depravación
eternamente confirmada y de perdición irrevocable. (Ap. 20:10).
De hecho, la Biblia dice claramente que ahora existen dos divisiones bien
definidas de á ngeles teniendo en cuenta su cará cter moral: á ngeles buenos
(descritos como “santos”, Mt. 25:31; y como “escogidos” 1 Ti. 5:21) y
á ngeles malos (descritos como “los á ngeles que pecaron”, 2 P. 2:4; y como
“á ngeles que no guardaron su dignidad” Jud. 6). Es evidente que si algunos
á ngeles fueron escogidos, es porque todos deben haber pasado un periodo
de prueba, al igual que hicieron los seres humanos. Como dice Strong, “Si
algunos á ngeles, como algunos hombres, son escogidos… para obediencia,
parecería comprensible que hubo un periodo de prueba, durante el cual su
obediencia o desobediencia determinó su destino futuro”.19
Pero si la elección implica algú n tipo de decisión divina, entonces, ¿ para
qué fueron elegidos los á ngeles escogidos? Como debatíamos
anteriormente, no existe un redentor angélico ni redención para estos (He.
2:14-17), por tanto, ésta no puede ser una elección para salvación de
pecados. Por ende, resulta má s factible comprender que los á ngeles
escogidos fueron aquellos que optaron por perseverar de forma obediente
en su santidad original para no participar en la rebelión de Sataná s.20 De
forma inversa, los á ngeles malos o los no escogidos para perseverar en su
santidad original son confirmados en su apostasía, y por tanto son incapaces
de ser justos. Por ello su perdición eterna queda sellada (Mt. 25:41). Tanto
los á ngeles buenos como los malos permanecen así en su estatus moral.
Ángeles Buenos
Cantidad, Nombres y Organizació n
La cantidad de á ngeles que existe está prá cticamente fuera de los cá lculos
humanos. Moisés declara que Dios vino al Sinaí “… de entre diez millares
de santos” (Dt. 33:2). David hace referencia a esto, diciendo que “Los
carros de Dios se cuentan por veintenas de millares de millares; El Señor
viene del Sinaí a su santuario” (Sal. 68:17). Daniel narra una visión
escatológica en la cual el Anciano de Días tenía “millares de millares [que]
le servían, y millones de millones [que] asistían delante de él… ” (Dn.
7:10). El autor de Hebreos habla también de “millares de á ngeles” en la
presencia de Dios (He. 12:22). Asimismo Juan habla de “muchos á ngeles
alrededor
del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su nú mero era
millones de millones” (Ap. 5:11). Todos estos datos sugieren que el nú
mero de á ngeles es casi infinito; sencillamente no existe manera de
contarlos de forma adecuada usando una matemá tica temporal.21
Los á ngeles buenos poseen muchos nombres o títulos, y á ngel (que
significa literalmente mensajero) es uno de ellos. Existen otras
denominaciones como ministros (Sal. 104:4), ejércitos, (Sal. 103:20-21;
148:2), carros (Sal. 68:17; ver 2 R. 6:16–17; Zac. 6:5), hijos de
los
poderosos (Sal. 29:1; 89:6), hijos de Dios (Job 1:6; 2:1; 38:7), Elohim (Sal.
8:5; He. 2:7), santos (Job 5:1; 15:5; Sal. 89:6-7; Dn. 8:13) y estrellas
(Job
38:7; Ap. 12:3-4).
Existen también escalones o niveles dentro de la jerarquía y organización
de los á ngeles buenos, pero es difícil, si no imposible, tener certeza acerca
de la clasificación entre ellos.
Arcángel
Miguel
A Miguel se le llama específicamente arcá ngel y es el ú nico que
se identifica como tal (Jud. 9). Sin embargo, existe un debate sobre si
existe má s de un arcá ngel. Por ejemplo, en Daniel 10:13 se habla de
Miguel como “uno” de los principales príncipes, dando a entender que
tal vez existan má s. El libro pseudoepigrá fico de Enoc describe a Miguel
como uno de los varios (hasta siete) arcá ngeles que existen (9:1; 20:1-7;
40:9). Ademá s, Pablo dice que la voz de un arcá ngel (no se
identifica) acompañará el arrebatamiento de la iglesia (1 Ts. 4:16).
El nombre Miguel significa “¿ Quién como Dios?” Este nombre habla del
Dios incomparable verdadero y viviente. Algunas personas de hecho han
identificado a Miguel con Dios, o con el Verbo de Juan capítulo 1, pero
ambas suposiciones son erróneas. Algunos también suponen que Miguel es
el ministro específicamente asignado para actuar a favor de Israel, sobre
todo en su lucha.22 Esto parece ser cierto, porque se dice que Miguel es el
gran príncipe que “está de parte de los hijos de tu pueblo [de Daniel]” (Dn.
12:1). Y él llega para ayudar a Israel en su lucha celestial contra los poderes
malignos que peleaban por Persia (Dn. 10:3, 21). Este ú ltimo ejemplo
probablemente tenga que ver con el conflicto entre los judíos y los poderes
persas cuando los judíos intentaban reconstruir el templo y la ciudad en
Judea durante el Período de Restauración (Esd. 4; Dn. 9:25). Daniel
profetiza que Miguel vendrá a ayudar a Israel en medio de la Tribulación,
cuando comience la intensa e inédita persecución del Anticristo,
específicamente dirigida contra Israel (Dn. 12:1). Su destino también es
pelear contra el diablo y sus á ngeles en el segundo cielo durante este
mismo periodo, pelea que terminará cuando el diablo sea arrojado hacia la
tierra, donde vigorizará al Anticristo en las antes mencionadas masacres
antisemíticas organizadas (Ap. 12:7).
Por ú ltimo algunos sugieren que es la voz de Miguel la que se escucha
durante el arrebatamiento de la iglesia (ver 1 Ts. 4:16). Sin embargo, si
analizamos que el ministerio de Miguel parece especialmente centrado en
actuar a favor de Israel en su lucha, no queda claro qué relación tiene éste
con el arrebatamiento de la iglesia. Por otra parte, como el Arrebatamiento,
poco má s o menos, comienza con la Tribulación y sus efectos sobre Israel,
tal vez esto explique la relación de Miguel con estos acontecimientos.
Gabriel
El nombre Gabriel significa “poderoso de Dios”. No se le da un rango
específico pero posiblemente pertenezca al rango de los “principales
príncipes” (Dn. 10:13), suponiendo que Miguel no es el ú nico. El deber
deGabriel parece ser especialmente teocrá tico por naturaleza, pues es un
mensajero especial de todas las cosas relacionadas con el programa del
reino de Israel.23 Gabriel interpreta la visión de Daniel del carnero y el
macho cabrío, que estaba relacionada con Israel en el periodo
intertestamentario, así como lo estará durante el escatón (Dn. 8:15-26).
É l también viene a Daniel en un momento en el que el profeta se
hallaba fatigado y le revela la profecía de las setenta “semanas”, un plan
de acción divino del destino de Israel, desde su periodo de
restauración hasta la venida de su Rey y la inauguración de su reino (Dn.
9:20-27). Ademá s, se le aparece a Zacarías y le anuncia el nacimiento de
Juan el Bautista, quien es el precursor del Rey mesiá nico (Lc. 1:8-20).
Seis meses después le anuncia a María su próximo embarazo y
alumbramiento del Rey de Israel, así como su rol durante la edad de oro de
Israel y el mundo (Lc. 1:26-38).
Querubines
Como se ha apuntado, existe una gran dificultad y desacuerdo con
respecto a las posiciones de varios á ngeles especiales dentro de la jerarquía
angelical. Strong llega incluso a sugerir que los querubines, serafines y los
seres vivientes (Ap. 4; 5; 7; 19) no son en lo absoluto á ngeles, sino
má s bien “apariciones simbólicas, cuyo objetivo es representar a la
humanidad redimida, dotada de todas las perfecciones de cada criatura,
las cuales se perdieron por causa de la Caída”.24 Chafer sugiere
que estos tres mencionados pertenecen a la misma agrupación
general, y que sus diferencias radican en el servicio que prestan y
no en la posición que tienen.25 Tanto Dickason como Showers
plantean que los querubines pertenecen al má s alto orden dentro de los
seres angélicos.26
Vemos la presencia de estos querubines por primera vez en el huerto del
Edén, después de la caída, donde protegían el camino que iba hacia el á rbol
de la vida. Por determinadas razones, Dios no quiso que Adá n y Eva
comiesen del á rbol después que hubieron pecado, así que los expulsó del
huerto del Edén y puso querubines y una “espada encendida” para impedir
el acceso a esta á rea (Gn. 3:24). También vemos la presencia de dos
querubines de oro que estaban en los extremos del propiciatorio en el lugar
santísimo del taberná culo cuando estaban en el desierto; sus alas formaban
un arco sobre el propiciatorio, donde reposaba la presencia teocrá tica de
Dios (es decir, la Nube de Gloria o Shekinah) (É x. 25:17-22). De hecho, son
llamados “querubines de gloria” debido a su asociación con la presencia de
Dios en el propiciatorio (He. 9:5). Se dice en este sentido que Dios “reinaba
entre los querubines” [NVI] durante este período (1 S. 4:4; Sal. 80:1; 99:1).
También había figuras de querubines tejidas en las telas de las cortinas del
taberná culo (É x. 26:1) y en el velo que colgaba entre el Lugar Santo y
el Lugar Santísimo (É x. 26:31). En el templo de Salomón había
dos querubines de cuatro metros y medio de alto, hechos de madera de
olivo, que se hallaban en el santuario interior (1 R. 6:23), había
también querubines esculpidos en las paredes (2 Cr. 3:7). También se
describen tallas de este tipo en el templo del fin del milenio (Ez. 41:18-20).
Al final Dickason está ciertamente en lo correcto cuando sugiere que los
querubines son “proclamadores y protectores de la presencia gloriosa de
Dios, de su soberanía y de su santidad”. 27
Serafines
Los serafines solo se mencionan en Isaías 6:1-6. Este término hebreo
significa “los ardientes” (del verbo saraph, que significa arder). Esto puede
indicar su ardiente devoción hacia Dios, o puede indicar que expresan un
gran entusiasmo en su adoración hacia un Dios santo.28 Es su deber
ensalzar la santidad de Dios (Is. 6:3, “santo, santo, santo”), que en este
contexto incluye dos conceptos; la idea de la pureza moral de Dios
(expresada a través de la respuesta de Isaías, v. 5, y su purificación, vs. 6-7)
y su trascendencia majestuosa (expresada en la descripción de Isaías, v. 1).
Criaturas vivientes
A pesar de que los seres vivientes de Ezequiel 1:5 (et al.) se clasifican
como querubines (Ez. 10:20-22), puede ser que los también llamados “seres
vivientes” del Apocalipsis pertenezcan a un orden distinto, sobre todo por
su rol diferente. Se dice que éstos estaban ocupados en la adoración (Ap. 4;
5; 7; 19) y dirigiendo los juicios de Dios durante la Tribulación (Ap. 6:1, 3,
5, 7; 15:7 et al.).
Algunos sugieren que estos seres no son querubines sino serafines,
porque cada uno posee seis alas y cada uno se enfrasca en ensalzar la
santidad de Dios (“santo, santo, santo,” Ap. 4:8).29
Ministerios
A pesar de que el ministerio angelical es continuo y se halla presente en
toda la Biblia, sus servicios terrenales por lo general son trascendentales,
tales como sus servicios durante la creación, cuando se dio la Ley en el
monte Sinaí, cuando nació Cristo, durante el ministerio, resurrección y
ascensión de Cristo, la segunda venida de Cristo y en los acontecimientos
de los ú ltimos tiempos.
Ministerio dedicado a Dios
Los á ngeles adoran y alaban a Dios continuamente. A las huestes
angelicales se les ordena alabar a Dios (Sal. 148:2) y atribuirle la gloria
debida a su nombre (Sal. 29:1-2). Como se indicó anteriormente, los
serafines constantemente ensalzan la santidad de Dios (Is. 6:1-3), y los
á ngeles en general se regocijan en las obras de Dios (Job 38:6-7). Cuando
ocurrió el nacimiento de Cristo, un gran nú mero de á ngeles aparecieron
alabando a Dios con exclamaciones de “¡ Gloria a Dios en las alturas, y en
la
tierra paz, buena voluntad para con los hombres! ” (Lc. 2:14). Esta es la
descripción má s frecuente también de los á ngeles descritos en el
Apocalipsis (Ap. 4:8-11; 5:13-14; 7:11-12; et al.).
Los á ngeles también sirven a Dios en todo tiempo. David escribe,
“Bendecid a Jehová , vosotros sus á ngeles, poderosos en fortaleza, que
ejecutá is su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto. Bendecid a
Jehová , vosotros todos sus ejércitos, ministros suyos, que hacéis su
voluntad” (Sal. 103:20-21) en la misma presencia de Dios (v. 19). El autor
de Hebreos sencillamente los describe como “sus ministros [de Dios]”, una
palabra que por lo general denota servicio sacerdotal, y esto sugiere que
ellos siempre son conscientes de la presencia de Dios, y por tanto su labor
siempre es sagrada y santificada para la gloria de Dios.
Los á ngeles fueron agentes de la revelación de Dios. Como se indicó,
éstos fueron trascendentales cuando Dios dio la Ley a Moisés en el Sinaí
(Gá . 3:19), y esto explica parcialmente el respecto y la fascinación que
siente el pueblo de Israel por ellos. Moisés menciona este servicio en
particular cuando habla de cómo, “Jehová vino de Sinaí,... Y vino de entre
diez millares de santos...” (Dt. 33:2). David también menciona esto
diciendo, “Los carros de Dios se cuentan por veintenas de millares de
millares; el Señor viene del Sinaí a su santuario” (Sal. 68:17). De forma
parecida, Esteban reprende a los líderes de Israel por ser “entregadores y
matadores” de aquellos que habían proclamado al Mesías, lo cual solo
exacerbaba su apostasía, porque precisamente ellos habían “recibido la ley
por disposición de á ngeles, y no la guardaron” (Hch. 7:53). El autor de
Hebreos también habla de la Ley diciendo que es “la palabra dicha por
medio de los á ngeles” (He. 2:2).
Ademá s, como agentes de la revelación, los á ngeles juegan un rol
importante en las visones bíblicas. Daniel, por ejemplo, tiene esta visión de
las cuatro bestias, la cual le fue explicada por los á ngeles, es decir, por
“uno de los que asistían” (Dn. 7:16; ver también vs. 15-27). Igualmente,
estas criaturas le explican su visión del carnero y el macho cabrío, y
especialmente su cumplimiento escatológico (Dn. 8:15-26). Y fue un á ngel,
(Gabriel), el que medió en esta profecía de las setenta “semanas” (Dn.
9:21). Su visión final ocurrió a través del mismo medio (Dn. 10:1—12:13).
De la misma forma, la visión de Juan fue dada por un á ngel. Juan escribe,
“La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos
las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviá ndola por medio de
su á ngel a su siervo Juan” (Ap. 1:1). Y al final de su gran profecía, Juan
nuevamente habla sobre el á ngel que Dios había enviado para mostrarle
esas cosas (Ap. 22:6).
Finalmente, se dice que los á ngeles aparecen delante de Dios en
determinados momentos en una suerte de asamblea o concilio, que al
parecer tiene lugar en el cielo. Esto se menciona dos veces en Job, y se
describe como un día en el que “venían a presentarse delante de Jehová los
hijos de Dios” (Job 1:6; 2:1). La escena muestra a estos mensajeros
angelicales reportando acerca de sus servicios delante de Dios y recibiendo
nuevas órdenes.30 Esta escena parece ser aná loga a la que describe el
salmista como la “congregación de los santos” (Sal. 89:5), o su “gran
congregación de los santos” (Sal. 89:7). Y es muy similar a la convocación
angelical que se describe en 1 Reyes, donde, en un lenguaje sumamente
antropomórfico y figurado se describe a Dios como solicitando consejo de
sus á ngeles (2:19-23).31 Esta reunión, sin embargo, no es una reunión de
iguales, donde Dios y sus á ngeles hacen una tormenta de ideas de forma
colaborativa. Siempre se mantiene de forma cuidadosa la distinción
Creador-criatura, incluso en el cielo, y los á ngeles nunca ascienden de su
rol como siervos de Dios para pasar a ser sus colegas. Al final, Dios sólo
consulta consigo mismo.
Ministerio dedicado a Jesucristo
El ministerio angelical rodea la vida y ministerio terrenales de Cristo,
incluyendo su ministerio futuro en el escatón. Un á ngel (Gabriel) anuncia
su nacimiento ante María (Lc. 1:27-28) y otro le explica lo mismo a José
(Mt. 1:18-25). Otros proclaman su nacimiento ante un grupo de pastores
(Lc. 2:18-25). Los á ngeles lo protegen del peligro, instruyendo a su padre
para que huya a Egipto y escape de la ira de Herodes (Mt. 2:13). É stos le
fortalecen también durante la tentación que sufrió en el desierto (Mt. 4:11)
y durante su desgarradora agonía emocional y física en Getsemaní (Lc.
22:43). También es un á ngel el que rueda la piedra que tapaba su sepulcro
y anuncia su resurrección ante algunas mujeres (Mt. 28:1). En su
ascensión, los á ngeles predicen su regreso visible (Hch.. 1:11) y, de
hecho, asistirá n a ese regreso (Mt. 25:31).
Los á ngeles no solo sirven a Cristo de muchas maneras, sino que
también le adoran y veneran (He. 1:6). Ademá s, poseen un intenso deseo de
comprender la expiación y salvación que él llevó a cabo, algo que se ve
indirectamente en el gozo que sienten por un pecador que se arrepiente (Lc.
5:10) y directamente en la afirmación de Pedro de que ellos “anhelan mirar”
el evangelio (1 P. 1:12). Al parecer, estos á ngeles buenos, al estar libres de
pecado y al ser incapaces de experimentar la gracia de la redención, está n
ansiosos de complementar sus conocimientos teológicos sobre el tema. Ese
deseo también se satisface, evidentemente, cuando ellos observan la
multiforme sabiduría de Dios y las riquezas de Cristo a la hora de establecer
a la iglesia (Ef. 3:8-10).
Ministerio a las naciones
Los á ngeles, de alguna manera, velan por los intereses de las naciones y
controlan sus asuntos. Por ejemplo, algunos “observadores” o “santos”
angelicales asistieron a los sucesos del imperio neobabilónico,
especialmente durante el período del Exilio, cuando Dios castigó al pueblo
de su pacto por causa de su apostasía (Dn. 4:13, 17; ver también v. 23). En
este caso, Nabucodonosor le narra a Daniel su sueño del á rbol de gran
altura, y a estos santos, a estos observadores angelicales se les atribuye
haber entregado este sueño. De la misma manera, durante el dominio persa
en la época del exilio, Miguel da un paso adelante como el príncipe de
Israel para ayudar a las fuerzas angelicales en su batalla contra los poderes
angelicales malignos del imperio persa (Dn. 10:12-21).32 Miguel hará lo
mismo por Israel en medio de la Tribulación (Dn. 12:1), cuando el
Anticristo finalmente se alce con el dominio del mundo tras derrotar a una
coalición conformada por naciones norteñas en una confrontación
internacional (Dn. 11:40-45).33
Ministerio a los creyentes
Los á ngeles ejecutan toda una amplia serie de servicios para los hijos de
Dios bajo el sencillo nombre de “espíritus ministradores”. El autor de
Hebreos pregunta de forma retórica, “¿ No son todos espíritus
ministradores, [leitourgika: servicio sacerdotal, sagrado] enviados para
servicio a favor de los que será n herederos de la salvación?” (He. 1:14).
David dice que los santos disfrutan de la protección angelical: “El á ngel
de Jehová acampa
alrededor de los que le temen, y los defiende” (Sal. 34:7). En otro pasaje,
evocando una imprecación sobre sus enemigos, David dice, “Sean como el
tamo delante del viento, y el á ngel de Jehová los acose. Sea su camino
tenebroso y resbaladizo, y el á ngel de Jehová los persiga” (Sal. 35:5-6). Si
aquí se habla de un á ngel comú n y no de una Cristofanía (es decir, una
aparición del Hijo previa a su encarnación), esto sugiere entonces que los
á ngeles llevan a cabo un ministerio de protección a los santos. Jacob
experimentó una protección similar durante su encuentro con Esaú (Gn.
32:1-2), así como Eliseo la experimentó cuando los arameos lo asediaban (2
R. 6:8-18).
Otro ministerio de los á ngeles para con los creyentes es su observancia de
las actividades de la iglesia. Los á ngeles no son omnipresentes, pero como
su nú mero es tan elevado pueden estar casi en todas partes, y al parecer
asisten a todas las iglesias locales que existen y está n alrededor de ellas.
Pablo así lo sugirió cuando reconvino de forma sarcá stica a la iglesia de
Corinto por su arrogancia y presunción: “Porque segú n pienso, Dios nos ha
exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a
muerte; pues hemos llegado a ser espectá culo al mundo, a los á ngeles
y a los hombres” (1 Co. 4:9). La directiva de Pablo de que las mujeres
debían usar un símbolo de autoridad en la asamblea pú blica de la iglesia
local “por causa de los á ngeles” es mucho má s clara (1 Co. 11:10).
Aparte de cualquier otro significado que tenga este texto, está sugiriendo
por lo menos que los á ngeles está n observando lo que ocurre en la iglesia.
Ademá s, Pablo también indica esto cuando invoca las personas de Dios,
Cristo y a los á ngeles escogidos como testigos en el encargo que él le
hace a Timoteo en lo concerniente a la actitud y actividades de la iglesia
local con respecto a los ancianos (1 Ti. 5:21).
Los á ngeles también llevan a cabo otros ministerios a favor de los
creyentes, algunos de los cuales son continuados, algunos no lo son, y otros
aun constituyen parte del futuro. Por ejemplo, es un á ngel el que responde
la oración de la iglesia primitiva y saca a Pedro de la cá rcel (Hch. 12:5-7).
También durante el milenio, los á ngeles preservará n a los ciudadanos de
los peligros comunes y corrientes de la vida: “Pues a sus á ngeles
mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te
llevará n, para que tu pie no tropiece en piedra” (Sal. 91:11-12). En la
época neotestamentaria los á ngeles brindaron dirección y orientación a los
santos
de forma activa. Por ejemplo, fueron á ngeles quienes instruyeron (1) a
Zacarías acerca del nacimiento de su hijo Juan el Bautista (Lc. 1:11-19);
(2) a Felipe el evangelista para que tomara determinado camino donde
habría de hallar al eunuco etíope (Hch. 8:26); a Cornelio para que enviara
hombres a Jope para buscar a Pedro (Hch. 10:1-8); a Pablo en lo
concerniente a su viaje seguro hacia Roma (Hch. 27:23-24). Ademá s, al
parecer los á ngeles también acompañan a los creyentes al cielo tras su
muerte, tal y como se indica en el caso de Lá zaro, quien fue acompañado
hasta llegar al seno de Abraham (Lc. 16:22). Y los á ngeles reunirá n a
los judíos elegidos de la tierra durante la segunda venida de Cristo
para preparar su reino (Mt. 24:31).
¿ Tienen los creyentes ángeles guardianes?
Muchos han sugerido que cada creyente tienen un á ngel
guardiá n especial, lo cual se basa fundamentalmente en el texto de Mateo
18:10, que habla acerca de los á ngeles de los niños, y en Hechos
12:15, que habla sobre el á ngel de Pedro. Durante el periodo
intertestamentario, la tradición judía por momentos sintió preocupación por
los seres angelicales, obsesión que estaba llena de superstición y que
después suscitaría preocupaciones en la iglesia primitiva (Col. 2:18).
Incluida en esta especulación estaba la idea de los á ngeles guardianes, algo
a lo que el libro apócrifo de Tobías parece hacer alusión cuando Tobías
dice, “¡ No te preocupes! Nuestro hijo volverá tan sano y salvo como se
va… Un á ngel bueno lo acompañará ; le irá bien
en el viaje, y volverá sano y salvo” (Tobías 5:21-22, [Dios Habla Hoy]).
La teología católica romana también enfatiza en la existencia de los
á ngeles guardianes personales. Ludwig Ott, teólogo católico romano
desarrolló la idea de los á ngeles guardianes bajo la rú brica siguiente: “Cada
creyente tiene su propio á ngel guardiá n especial desde el momento en
que es bautizado”.34 Después amplía este concepto e incluye a “cada ser
humano, incluyendo a los no creyentes” de quienes dice, “tienen su propio
á ngel guardiá n desde su… nacimiento”.35 Otras fuentes literarias católico-
romanas apuntan lo mismo. Por ejemplo, uno de estos escritores dice que
un á ngel guardiá n es un “espíritu celestial a quien Dios le ha asignado la
misión de cuidar de un individuo durante toda su vida… el papel del
espíritu guardiá n no solo es guiar sino también proteger; guiarnos como
mensajero de la voluntad de Dios en nuestras mentes, y protegernos como
un instrumento de la bondad de Dios al protegernos del mal”.36
Aun así, la idea de la existencia de los á ngeles guardianes no tiene
ninguna base bíblica sólida. B. B. Warfield, por ejemplo, apunta que un
“guardiá n” siempre debe permanecer con su protegido, algo que no sucedió
en el caso del supuesto á ngel guardiá n de Pedro, quien se habría alejado
enormemente de éste si se hubiese aparecido a la puerta de los creyentes
mientras Pedro estuviese ascendiendo hacia el cielo.37 Hodge dice que “el
lenguaje [de Hch. 12] … no es el de una persona inspirada, sino el de una
sierva no instruida [Rode], y no puede ser tomado como de autoridad
didá ctica. Solo demuestra que los judíos de aquellos tiempos creían en
apariciones espirituales”.38 A pesar de que Hodge se equivoca al limitar
este informe a las palabras de Rode solamente, su aná lisis es ampliamente
aceptado. Y aunque él sostiene que los niños tienen á ngeles guardianes,
refiriéndose a que, “los á ngeles protegen su bienestar” (pará frasis de
Mt. 18:10), Hodge también añade que “esto no demuestra que cada niño o
que cada creyente tenga su propio á ngel guardiá n”.39 En resumen, a
pesar de que los creyentes tienen un nú mero indeterminado de á ngeles a
su servicio (He. 1:14), no existe ninguna base sólida para afirmar que cada
creyente tiene su propio á ngel guardiá n.
Ministerio a los incrédulos
Los á ngeles buenos también sirven a Dios llevando a cabo su plan en lo
que respecta a los incrédulos. Por ejemplo, el á ngel del Señor destruyó
a
185.000 soldados asirios como respuesta a la oración de Ezequías (2 R.
19:35; 2 Cr. 32:21) y su á ngel hirió a Herodes por su impertinente
terquedad y arrogancia (Hch. 12:23). Ademá s, los á ngeles reunirá n a
los simuladores incrédulos (es decir, a la cizaña/la mala hierba) y los
entregará n a la perdición cuando se establezca el reino de Dios en la tierra
(Mt. 13:30, 40-42). Y anunciará n y participará n en los juicios de los
sellos, las trompetas y las copas durante la Tribulación (Ap. 8—16).
Satanás
Al igual que hacen con los á ngeles, aquellos que critican la cristiandad
bíblica, niegan la existencia de Sataná s, considerá ndolo como
simplemente una personificación de malas influencias o como parte de los
vestigios que
dejaron las religiones paganas al ser adoptadas en la religión hebrea. A
pesar de estos puntos de vista, Sataná s sí existe y es una persona real, sin
mencionar que es beneficioso estudiar su persona. A continuación,
mencionaremos algunos de esos beneficios.40 En primer lugar, este tipo de
estudio les permite a los cristianos conocer a su enemigo y aprender a
combatir contra él. Es decir, es ú til saber que él se presenta como un á ngel
de luz, como león rugiente, como tentador, por nombrar solo algunos casos.
En segundo lugar, este estudio les advierte de forma adecuada a los
creyentes que no subestimen a su enemigo, porque Sataná s es un genio del
mal, y su inteligencia y astucia exceden con creces las de cualquier
creyente. Por este motivo los creyentes deberían, como mínimo, ser
cuidadosos y obedecer las instrucciones bíblicas a la hora de lidiar con él.
En tercer lugar, este tipo de estudio también impide que los creyentes
caigan en el pesimismo extremo del dualismo filosófico, porque, a pesar de
que Sataná s es excepcionalmente astuto, no deja de ser un ser creado
y finito, absolutamente inferior a Dios y destinado a la destrucción. En otras
palabras, él no es rival para Dios.
El Origen de Satanás
En el principio Sataná s fue creado como un santo á ngel, y al parecer
ocupaba un alto puesto entre los á ngeles. É l cayó de esta posición
elevada y acarreó contra sí mismo la condenación de un castigo eterno e
incesante y una retribución divina (1 Ti. 3:6, “la condenación del diablo”;
es decir, la condenación en la que cayó Sataná s).
Isaías 14:1-20
Existen diferencias de opinión, incluso entre los premilenaristas
dispensacionales, acerca de si este pasaje se refiere a (1) un rey histórico de
Babilonia; (2) a un rey escatológico futuro de Babilonia—el Anticristo de la
Tribulación; (3) a este futuro rey escatológico de Babilonia y al poder
vigorizante de Sataná s detrá s de él; o (4) a varios referentes, incluyendo
todos los antes mencionados.
Para comenzar, debemos descartar este significado mú ltiple ya que la
naturaleza unívoca del lenguaje exige que una palabra solo posea un
significado en un uso, y que este significado esté determinado por la
intención del autor. Ademá s, la primera sugerencia también queda
descartada porque esta descripción no coincide con la de ningú n rey
histórico de Babilonia. De hecho, no parece ser posible siquiera que esta
descripción se refiera a un ser humano, por lo que la segunda sugerencia
también queda descartada. Por tanto, la tercera sugerencia encaja mejor en
el contexto y el lenguaje del texto, como demostraremos posteriormente.
El contexto de Isaías 14 es escatológico, y apunta hacia una época en la
que Jehová obrará nuevamente para cumplir con la elección nacional en
Israel, para establecerla en su propia tierra y convertirla en la nación má s
importante del mundo. Incluso otras naciones se unirá n a Israel como
siervos (14:1). La perspectiva del relato se centra en Israel, mirando la
Tribulación en retrospectiva, pues acaba de salir de ella, y pronuncia un
proverbio (mashal) contra el enemigo má s grande que jamá s haya tenido
— el Anticristo, el rey escatológico de Babilonia. Al narrar este proverbio
del rey de Babilonia, la descripción profética se vuelve hacia un asunto
parentético—Sataná s, el instigador de las acciones de este rey escatológico
(vs. 12-14) —antes de volver al tema original (v. 15).
Entre los argumentos específicos a favor de esta lectura se encuentran los
siguientes:
1. El contexto que se describe en los versículos del 1 al 4 es escatológico, y
se refiere al período de mil años durante el cual Israel reinará y
descansará y triunfará finalmente sobre sus enemigos.
2. La Babilonia que aquí se describe es escatológica, y esta afirmación se
apoya en los siguientes argumentos: (a) Los textos escatológicos indican
que habrá una futura Babilonia escatológica cuyo rey será el Anticristo
(Ap. 13; 17:11-13); (b) aquí se dice que la Babilonia que aquí se
describe (Is. 13:1—14:32) cae en el escatológico Día del Señor (13:6,
9); se describe esta caída diciendo que ocurre por fuego, igual que la
caída de Sodoma y Gomorra, y destruye permanentemente a Babilonia
(v. 20), descripciones que no son aná logas a nada que haya sucedido
en la historia de Babilonia hasta hoy (incluyendo
por ejemplo el derrocamiento de Ciro en el año 539 a. de
47
C.) ; y (d) esta caída es similar a la caída escatológica descrita
en Apocalipsis (Ap. 14:8; 16:9; 18).
3. Otros pasajes indican que Sataná s sí ejerce influencia sobre ciertos
agentes hasta el punto que el discurso bíblico está dirigido
personalmente a él a través del agente manipulado. Como ejemplo de
esto tenemos a la serpiente (Gn. 3:14-15) y a Pedro (Mt. 16:22-23).48
4. El lenguaje empleado en Isaías 14:12-14 parece inapropiado si se aplica a
un ser humano, incluyendo a Belsasar, el ú ltimo rey del imperio
neobabilónico (cuya derrota trajo como consecuencia el retorno de Israel
del exilio), pero sí es apropiado si se aplica a una criatura extraordinaria,
como Sataná s.49
5. La frase “estrella de la mañana” (v. 12) podría indicar que Sataná s
gobernaba a otros á ngeles, que en otro pasaje se denominan estrellas
(ver Job 38:7).
6. La caída de Sataná s del segundo cielo hacia la tierra en medio de la
Tribulación se corresponde con el punto culminante de los tres años y
medio tras la llegada del Anticristo al dominio mundial50 y con su
condición de peor tirano y perseguidor que jamá s haya habido en Israel
(Is. 14:12; ver Ap. 12:9; 13:1). Como tal, la perspectiva de Isaías en esta
sección parentética transcurre de la expulsión original de Sataná s del
tercer cielo y hacia al segundo cielo, y hacia su expulsión escatológica
del segundo cielo y hacia la tierra a mediados de la Tribulación. En otras
palabras, Isaías ve estos dos sucesos en un solo resumen abarcador.
Ezequiel 28:1-19
Gran parte del argumento que se plantea en Isaías 14 puede postularse
también en este pasaje. Los versículos del 1 al 10 hacen referencia a un rey
humano51 y los versículos del 11 al 19 se refieren al ser que lo instiga. Una
vez má s vemos en esta segunda sección varios aspectos que son difíciles de
aplicar a un ser humano: (1) las frases “sello de la perfección” y “acabado
de hermosura” del individuo en cuestión (v. 12); (2) su presencia “en Edén,
en el huerto de Dios” (v. 13)52 y (3) su anterior estatus como “querubín
grande, protector”, (en referencia al querubín que cubría el propiciatorio en
el lugar santísimo [É x. 25:17-22] y al ministerio en general del querubín de
guardar la santa presencia de Dios.). Ademá s de éstas, existen otras dos
evidencias circunstanciales que parecen apuntar hacia Sataná s: (1) el
individuo en cuestión era “perfecto” con anterioridad hasta que en él se
halló maldad (Ez. 28:15), y (2) su caída fue causada por su soberbia (v. 17),
lo cual lo equipara en buena medida con las descripciones similares de la
caída de Sataná s debido a su orgullo (1 T. 3:16; ver también Is. 14:13-14 [se
menciona el tiempo futuro en primera persona cinco veces]).
La Personalidad de Satanás
En la Biblia, siempre se considera y se trata a Sataná s como a una
persona real, en clara oposición al pensamiento crítico que lo ha relegado al
plano de lo simbólico, figurativo y mítico. Los escritores del Antiguo
Testamento dan por sentado y aseveran sobre su existencia personal sin
evidencias formales (Gn. 3; 53 1 Cr. 21:1; Job 1:6; 54 et al.). Y todos los
escritores del Nuevo Testamento también le mencionan. Y lo má s
significativo de esto es que de las 29 referencias que existen sobre él en el
Nuevo Testamento, 25 provienen del mismo Cristo.
Pronombres personales, cualidades y responsabilidades
Cuando en la Biblia se habla sobre Sataná s se utilizan pronombres
personales. Por ejemplo, el Señor se dirige a Sataná s llamá ndole “tú ” (Job
1:6-12). Pablo habla acerca de Sataná s diciendo que se disfraza como á ngel
de luz, junto a “sus” ministros (2 Co. 11:14-15). Santiago también promete
que si los creyentes resisten a Sataná s “él huirá ” (Stg. 4:7).
También se describe a Sataná s con cualidades personales. Se describe
específicamente que tiene intelecto (Ap. 12:12, sabe que tiene poco
tiempo), que tiene emociones (Ap. 12:12, es capaz de sentir gran ira) y tiene
volición (Is. 14:13-14, cinco frases que expresan futuro).
Ademá s, se expresa que Sataná s es responsable de sus actitudes
y acciones. Un ser que es impersonal no puede ser responsable de sus
actos. Por ejemplo, como “príncipe de este mundo”, Sataná s ya ha sido
juzgado (Jn. 16:11) y sentenciado (Mt. 25:41), lo cual presupone que él
conoce la ley moral de Dios, es capaz de tomar decisiones, y de realizar
acciones en el plano moral, y deberá afrontar las consecuencias penales
de sus decisiones y acciones erróneas.
La Carrera de Satanás
La carrera de Sataná s por lo general puede resumirse en las seis etapas
siguientes.
1. Comenzó su existencia como un santo á ngel en el “santo monte de Dios”
(Ez. 28:14), el tercer cielo donde habita Dios.
2. Del tercer cielo fue expulsado al segundo cielo por causa del pecado (Ap.
12:3-4); y ahora es el príncipe de la potestad del aire (Ef. 2:2). Esta es la
actual morada de Sataná s y sus á ngeles, desde la cual tienen acceso
bastante libre a la tierra, aunque aú n bajo el control de Dios (Job 1:7;
1
P. 5:8), y acceso limitado a la presencia de Dios (Job 1:6; 2:1).
3. Sataná s será arrojado a la tierra desde el segundo cielo a mediados
dela Tribulación (Ap. 12:7-9; ver Dn. 12:1), donde provocará
penurias y masacres entre los habitantes de la tierra durante la segunda
mitad de la Tribulación.
4. Después de la Tribulación Sataná s será atado en el abismo durante mil
años (Ap. 20:1-3). Sus á ngeles también será n atados con él en
este período (ver Zac. 13:2; Is. 24:21-22).55
5. A Sataná s se le permitirá salir del abismo al final del Milenio y volver
a
la tierra para engañar a las naciones, en un ú ltimo intento suicida por
destronar a Dios y a los santos (Ap. 20:7-9).
6. Al final Sataná s será arrojado al lago de fuego para sufrir la ira de Dios
y el castigo eterno junto a sus á ngeles, la bestia y el falso profeta, y
junto a todos los humanos que le sigan (Mt. 25:41; Ap. 20:10; 21:8).
La Obra de Satanás
La actividad de Sataná s prá cticamente no se detiene. A continuación se
ofrece una lista abreviada de sus obras que dará una idea acerca de su
actividad. Sataná s calumnia a Dios y se opone a sus planes desde el jardín
del Edén (Gn. 3:4-5). É l calumnia a la nación de Israel y se opone a ella
(Zac. 3:1-2; Ap. 12:1-6, 13-17). También se opone a los demá s creyentes
(Ap. 12:10). É l imita a Dios y a su obra, reinventá ndose como un á ngel
de luz cuando conviene a sus propósitos (2 Co. 11:14-15). Sataná s
siembra cizaña entre los creyentes (Ap. 2:10). Tienta a la gente para que
peque. Por ejemplo, él tentó a Caín para que matara a Abel (1 Jn. 3:12), a
los líderes de Israel para que mataran a Jesú s (Jn. 8:40-44), y a Judas para
que traicionara a Cristo (Lc. 22:3-6; Jn. 6:70-71; 13:2). É l tienta a la
gente para que mienta (Jn. 8:44; Ap. 3:9). É l acosa a los creyentes (1
Co. 12:7) y también los tienta para que pequen (1 Co. 7:5). É l engañará
a las naciones y hará que se reú nan para la gran Batalla de
Armagedón (Ap. 16:12-16). Volverá a engañar a las naciones cuando
sea liberado del abismo después del Milenio (Ap. 20:3). É l arrebata la
palabra de Dios de los que la escuchan para que éstos no sean salvos
(Mt. 13:19) y también ciega la mente de todos los incrédulos (2 Co.
4:4). É l otorgará poder al hombre de pecado (2 Ts. 2:3; Ap. 13:4), al
Anticristo (es decir, al que está contra Cristo)56 quien será su má s
grande espécimen en la apostasía humana. É ste se “… opone
[antikeimenos: oponente, alguien hostil] y se levanta contra todo lo que se
llama Dios o es objeto de culto” (2 Ts. 2:4). É l es el antagonista de Cristo
en todas las maneras posibles.
El Cuerpo
El ser humano posee un cuerpo que está formado por elementos tomados
de su ambiente material (Gn. 2:7). Y como se ha apuntado, el cuerpo del
hombre es una parte esencial y permanente de su naturaleza completa como
ser humano; en resumen, el hombre debe siempre poseer un cuerpo
(aunque no necesariamente este cuerpo material actual). Por tanto, aunque
la Biblia enseña que la muerte física provoca la separación de las partes de
la persona como ser humano, ésta no constituye una separación total o
absoluta. Y es por esta razón que la Biblia también enseña que el hombre
recibe un cuerpo intermedio en el momento de su muerte.5
Ademá s, por causa de esta unidad de la personalidad humana, el desdén
hacia el cuerpo no es bíblico. Este tipo de desdén era frecuente en la cultura
griega, la cual se refería al cuerpo diciendo que era la cá rcel del alma. Este
pensamiento estaba arraigado a menudo en la idea platónica de que el alma
formaba parte del reino intrínsecamente bueno de formas, universales e
ideas. Esta idea también planteaba que el alma era prisionera del
intrínsecamente malvado cuerpo material. Este pensamiento dio paso a la
existencia de varias prá cticas que degradaban el cuerpo, buscando liberar el
alma del cuerpo.6
El Alma
Los términos bíblicos para designar el alma humana son al (en hebreo)7 y
psuche (en griego).8 La descripción que hace la Biblia del alma puede
explicarse usando los argumentos siguientes.9 (Estos no fueron diseñados
necesariamente para “demostrar” la tricotomía como tal, ya que siempre
existirá n cuestiones y propuestas adicionales sobre este tema. Los
siguientes argumentos se brindan como factores importantes dentro de esta
temá tica, que parecen inclinar la evidencia a favor de la tricotomía. El
principal interés en todo esto es, sin embargo, mantener la unidad de la
personalidad humana como material e inmaterial y no necesariamente
presentar una configuración tricotomía versus dicotomía).
(1) En sus orígenes y en ú ltima instancia, el alma se forma con la unión
del cuerpo y el espíritu. Esto se ve en Génesis 2:7: “Entonces Jehová Dios
formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y
fue el hombre un ser viviente [nephesh]”. La unión del cuerpo con este
aliento divino (“el aliento de vida”), el cual en sí mismo pareciera indicar la
creación del espíritu del hombre, hace que el hombre surja como un alma
viviente. Fue en esta unión de los componentes materiales e inmateriales
que surgió la identidad individual del hombre como persona. Y después de
esta unión original, todos los seres humanos se han generado a través de la
procreación humana.
(2) En el Antiguo Testamento, el vocablo nephesh a veces se refiere a una
persona, representá ndola como individuo diferenciado. De hecho, este es
el uso má s frecuente de este término.10 Esto se ve en textos como
Génesis 36:6, donde la frase “todas las personas de su casa” se podría
traducir má s literalmente como “todas las almas [nepheshot] de su
casa”― “Y Esaú
tomó sus mujeres, sus hijos y sus hijas, y todas las personas de su casa”. En
Proverbios 19:15 dice que “el alma negligente [nephesh] padecerá hambre”
y en Ezequiel 18:20 dice que “Todo el que peque [nephesh], merece la
muerte” (NVI).11 Esto también se ve en textos donde nephesh se utiliza
como pronombre personal, como en Deuteronomio 12:20-21:
Cuando Jehová tu Dios ensanchare tu territorio, como él te ha dicho,
y tú dijeres: Comeré carne, porque [tú , lit. tu alma /nephesh] deseaste
comerla, conforme a lo que deseaste [lit. tu alma /nephesh] podrá s
comer. Si estuviere lejos de ti el lugar que Jehová tu Dios escogiere
para poner allí su nombre, podrá s matar de tus vacas y de tus ovejas
que Jehová te hubiere dado, como te he mandado yo, y comerá s en tus
puertas segú n todo lo que [tú , lit. tu alma /nephesh] deseares.
Como se verá , el alma puede representar a la persona y el espíritu es el
asiento de la personalidad, por tanto se cree que estos dos conceptos por lo
general coinciden. Algunas personas sugieren que esta coincidencia es
completa, y por tanto, niegan cualquier diferencia teológica entre ambos.
Sin embargo, desde el punto de vista teológico (y tal vez psicológico) es
mejor verlos como distintos, aunque estrechamente paralelos, aun cuando
las diferencias exactas entre ellos sean difíciles de explicar.12
(3) Al parecer el alma del hombre posee una relación má s estrecha con su
espíritu que con su cuerpo, aunque sea diferente a ambos. Existen tres
argumentos que apoyan esta teoría. (a) Tanto el alma como el espíritu
tienen su origen en Dios (Gn. 2:7, Dios hizo al hombre como un alma
viviente [nephesh]; Zac. 12:1, el Señor “forma el espíritu del hombre dentro
de él”), y ambos abandonan el cuerpo en el momento de la muerte (Gn.
35:18, el
alma de Raquel se le salió al morir; Sal. 146:4, “Su espíritu (el del hombre
mortal) exhala, él vuelve a la tierra”, LBLA).
(b) El alma se relaciona con el cuerpo fundamentalmente a través del
cerebro (como también lo hace el espíritu), aunque es posible que algunas
funciones del alma operen a través del cuerpo (de las glá ndulas por
ejemplo). Sin embargo, tanto el alma como el cuerpo necesitan al espíritu
(la mente, la racionalidad) para tener control. Por ejemplo, todas las
emociones, impulsos y pasiones humanas que al parecer tienen su albergue
en el alma (por ejemplo, la simpatía [Job 30:25], la desesperación [Sal.
43:5], la amargura [2 R. 4:27], el odio [2 S. 5:8], el amor [Cnt. 1:7; 3:1-4] y
el dolor [Jer. 13:17]), son má s que simples funciones glandulares (es decir,
no racionales). Es decir, la moralidad y la inteligencia está n relacionadas
con tales acciones y por ello, estas acciones brotan del espíritu (ver É
x. 35:21, “Todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad, [vino]con
ofrenda a Jehová ...”), que es la sede de la racionalidad humana (la
mente/la inteligencia; ver 1 Co. 2:11, “¿ ...quién de los hombres sabe las
cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?” En Marcos
2:8, Jesú s era “consciente en su espíritu”; el Salmo 77:6 dice,
“Meditaba en mi corazón, y mi espíritu inquiría”; Ezequiel 11:5 dice,
“...yo conozco sus pensamientos [Heb. espíritu]”, NVI). El espíritu debe
tomar la iniciativa, pues de no ser así el cuerpo no puede funcionar. A
diferencia del hombre, los animales solo obedecen sus instintos
corporales, no pueden actuar reflexiva o racionalmente. Su conducta
está sencillamente programada en su código genético. Pero no sucede lo
mismo con el hombre.
(c) En la ideología bíblica, el alma expresa la individualidad del hombre
como ser humano, su humanidad, que reside a su vez en su espíritu. Por
tanto, aunque el espíritu alberga tanto la racionalidad como la personalidad
del hombre, el alma es la expresión de la individualidad del hombre (es
decir, de las cualidades personales, autoconscientes, volitivas y
emocionales). Tal vez sea por ello que, como se ha demostrado, a menudo
el término alma se refiere a la persona en su totalidad.
(4) El término alma (nephesh y psuche) a veces también se refiere a la
vida en un sentido abstracto (es decir, el vivificante principio de vida que
reside en cada humano). Por ejemplo, la frase “vida [nephesh] por vida
[nephesh]” es la base del castigo capital (É x. 21:23), es decir, si alguno
toma la vida de otro, pierde su propia vida por una cuestión de justicia. De
la misma manera, los que acompañaban a Joná s en la nave oraban que no
perecieran por causa de la vida [nephesh] de Joná s (Jon. 1:14). Y durante el
devastador sitio de Jerusalén, Jeremías describe cómo los niños desfallecían
“como heridos en las calles de la ciudad, derramando sus almas [nephesh]”
(Lm. 2:12; ver Is. 53:12). En el Nuevo Testamento Jesú s enseña que
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida [psuche] por sus
amigos” (Jn. 15:13; ver también 1 Jn. 3:16). Y Pablo les profetiza a sus
compañeros de travesía diciéndoles “la navegación va a ser con
perjuicio y mucha pérdida, no sólo del cargamento y de la nave, sino
también de nuestras personas [psuche]” (Hch. 27:11; ver también el v. 22).
En este sentido abstracto, la vida es, a pesar de todo, una vida individual,
personal, humana y no solamente una existencia física. Por tanto, la muerte
no solo involucra el fin del cuerpo, sino también la partida del alma (Gn.
35:18). Tal vez sea por esto que el Antiguo Testamento a menudo utilice el
término nephesh para referirse a un cadá ver (p.ej. Lv. 2:11; Nm. 5:2; 6:11;
Hag. 2:13) en lugar de sencillamente utilizar el término basar (carne).13
El Espíritu
Se pueden brindar varios argumentos acerca del espíritu del hombre.
(1) El espíritu es donde yace la personalidad humana (mientras que el
alma, como hemos apuntado, es donde yace la individualidad de cada
persona, la expresión del espíritu del hombre). Esta personalidad en sí
misma abarca varias facetas, entre las cuales está n las siguientes:
Faceta Texto
Esta conexión es visible, por ejemplo, cuando Dios le dice
a los judíos durante el periodo de la Restauración,
“Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seá is desleales
Racionalidad o para con la mujer de vuestra juventud” (Mal. 2:15), o cuando
inteligencia Pablo habla acerca de adorar a Dios con su espíritu (Ro. 1:9)
y del Espíritu mismo dando testimonio a nuestro espíritu
(Ro. 8:16, ver también Job 20:2-3). En cada uno de estos
textos el término espíritu se refiere a la capacidad racional
del hombre.14
Por ejemplo, cuando el Señor “despierta el espíritu de los
reyes de Media” para cumplir su propósito de “destruir” a
Autodeterminación Babilonia (Jer. 51:11). En otras palabras, sus espíritus
jugaban un papel decisivo en su volición. Se podrían brindar
otros ejemplos similares (véase. Hag. 1:14; Hch. 19:215).
Disposición La disposición humana no es sencillamente una actitud o
falsa apariencia que se asume, sino que má s bien es un
temperamento que surge del espíritu humano. Esto se ve
reflejado en pasajes que hablan de individuos que tienen un
“espíritu fiel” (Pr. 11:13), una “altivez de espíritu” (Pr.
16:18), un “espíritu quebrantado” (Sal. 51:17), un espíritu
temeroso (Jos. 2:11, (LBLA), lit. “no quedando ya valor”
[espíritu, BDJ, RV-BRG]), o un espíritu reanimado (Gn.
45:27; Jue. 15:19; 1 S. 30:12).
14 15
Creacionismo
La mayoría de los teólogos reformistas han compartido esta teoría.31 Esta
posición sostiene que el alma de cada ser humano es creada por Dios e
incorporada a un cuerpo inmediatamente en el momento de la concepción,
el nacimiento o en un momento intermedio entre ambos. Aunque el cuerpo
es procreado mediatamente por los padres, el alma es creada
inmediatamente (es decir, directamente) por Dios.32
Sin embargo, existen al menos dos problemas significativos en la teoría
del creacionismo. En primer lugar, esta teoría hace que Dios sea
directamente responsable de la creación de almas pecaminosas. Segú n este
planteamiento, o bien Dios crea un alma pecaminosa, o bien la coloca en
contacto directo con un cuerpo caído que la inevitablemente la corrompe.
Louis Berkhof intenta compensar este problema planteando que Dios le
imputa judicialmente a los seres humanos la desobediencia original de
Adá n, “y es por este motivo que Dios les niega la santidad original, y como
resultado la contaminación del pecado los invade de forma natural [énfasis
añadido]”.33 Esta explicación, sin embargo, no parece eludir los factores
teológicos, si no psicológicos, de la participación de Dios a la hora de crear
almas humanas continuamente.
En segundo lugar, destruye la unidad física de la raza humana. El
creacionismo asevera que solamente el cuerpo físico se transmite a través
de las líneas genéticas. Pero lo cierto es que la raza descendió de Adá n en
forma de personas, y no de simples cuerpos. Por tanto, el creacionismo no
puede explicar, entre otras cosas, el parecido psicológico entre padres e
hijos, como tampoco otros rasgos psicológicos obviamente heredados.
Traducianismo
A pesar de que el creacionismo ha sido la teoría predominante entre los
teólogos reformistas, existen otros que también se adhieren a la creencia
generalmente reformista que propugnan esta postura traducianista.34 El
término en sí proviene del vocablo en latín tradux, que significa retoñar o
germinar. Esta postura sostiene que los padres generan personas, es decir, el
cuerpo, el alma y el espíritu, a través de la procreación física. Strong lo
explica de la siguiente manera: el traducianismo “sostiene que la raza
humana fue creada inmediatamente [o tal vez sea mejor decir
potencialmente] en Adá n, y, tanto el cuerpo como el alma, fueron
transmitidos por él a través de generación natural, por tanto todas las almas
desde Adá n han sido creadas solamente por mediación de Dios como el
defensor de las leyes de transmisión originalmente establecidas por él”.35
Esta parece ser la postura bíblica debido a las razones siguientes. (1)
Preserva la unidad de la raza humana. Es decir, la Biblia es clara cuando
afirma que la raza humana tiene una unidad física y psicológica con Adá n
(Hch. 17:26) a través de Eva (Gn. 3:20). Esto se ve de forma especial
cuando Moisés narra el nacimiento de Set, el hijo de Adá n, diciendo que
Adá n “engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen” (Gn. 5:3).
Este texto saca a la luz dos aspectos importantes. En primer lugar, la
imagen de Dios es transmitida a la raza humana a través de la procreación
humana. Esto significa, en segundo lugar, que la procreación humana crea
personas, y no solo cuerpos, pues la imagen divina surgió gracias al aliento
que Dios infundió en el cuerpo inerte de Adá n, convirtiéndolo en un “ser
viviente” (Gn. 1:26-27; 2:7).
(2) Preserva la idea de la depravación heredada. La corrupción moral del
pecado se transmite, segú n esta teoría, a través de la genética humana. Y
como se procrea tanto el aspecto material como el inmaterial, esta
contaminación afecta, tal y como afirman la Escrituras, la personalidad
completa del hombre; el cuerpo (Ro. 8:10), la mente (Ro. 8:5-7), la
voluntad (Jn. 8:34) y el corazón (Jer. 17:9), desde el nacimiento (incluso
desde la concepción, Sal. 51:5).36
(3) Preserva el descanso del séptimo día de Dios. Es decir, Dios cesó todo
programa creador en el sexto día. Génesis 2:2 dice, “Y acabó Dios en el día
séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo”.
En resumen, el creacionismo necesita un programa sostenido de creación de
almas. (Por supuesto, esto es má s un argumento contra el creacionismo que
un razonamiento positivo a favor del traducianismo).
1 Históricamente, la Iglesia Occidental (Romana) ha apoyado la dicotomía, mientras que la Iglesia
Oriental (Griega) ha estado a favor de la tricotomía.
2 James Montgomery Boice y otros autores, (incluyendo a Ireneo), sugieren que solo los redimidos
poseen un espíritu. Este autor apunta que el término espíritu “sirve para expresar esa capacidad
especial de relacionar con Dios, que es la gloria de una persona redimida, en contraposición con
psiquis [el alma] que aun los que no han sido salvos poseen (2 Co. 2:9-16)” (Los Fundamentos
de la Fe Cristiana, edición revisada [Miami: U nilit, 1996], 153). Esto lleva a este autor a
atribuirle al alma personalidad e intelecto, mientras que yo se los atribuyo (como se verá) al espíritu.
3 Millard Erickson objeta, sin embargo, y sugiere la existencia de una unidad “condicional” y
plantea que solamente el “estado normal del hombre es un ser unitario materializado” (Teología
Sistemática, [Barcelona: CLIE, 2008], 550-552]). Desde su punto de vista, esta unidad se
quebranta en el momento de la muerte, a través de la incorporeidad, y se recobra en el
momento de la resurrección. En breve se demostrará que la idea de la incorporeidad humana es
insostenible desde el punto de vista bíblico y teológico.
4 Al parecer esto explica parcialmente el terror que sentían los creyentes del Antiguo Testamento ante
la muerte física. Por ejemplo, David exclama, “Vuélvete, oh Jehová,
libra mi alma [es decir, vida]; Sálvame por tu misericordia. Porque en la muerte no hay memoria de
ti; en el Seol, ¿ quién te alabará?” (Sal. 6:4-5). David dice en otro pasaje, “Hubiera yo desmayado, si
no creyese que veré la bondad de Jehová En la tierra de los vivientes” (Sal. 27:13; ver también
Job 10:21-22; Is. 38:10-20). Este temor se basaba en la aparente desintegración o dislocación de
los componentes de una persona al morir. Es decir se basaba en el miedo de que la muerte
concluyera la existencia personal. Y el alivio ante este temor radicaba en la verdad de la
resurrección corporal, un momento en el que la persona sería hecha nuevamente (Job 19:25-27).
5 En 2 Corintios 5:1-5 se apunta que “...si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere,
tenemos [tiempo presente] de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos...
[pues así] seremos hallados vestidos, y no desnudos [es decir, incorpóreos]” (vs. 1, 3).
6 Algunos vestigios del dualismo griego aún están presentes en ciertas ideas del mundo cristiano, y
esto se ve especialmente en declaraciones como la siguiente, “No me importa lo que hagan con mi
cuerpo después que muera; el verdadero ‘yo’ estará en el cielo”.
7 Estrictamente hablando, el idioma hebreo no poseía una palabra para el término alma, aunque el
vocablo nephesh es bastante flexible y denota ideas estrechamente relacionadas. Esta flexibilidad se
ve reflejada en que algunos autores plantean que nephesh proviene de naphash, verbo que
denota cobrar aliento, refrescarse, mientras que otros hallan sus orígenes en el vocablo en
idioma acadio napasu, que significa respirar libremente, e incluso otros identifican al vocablo
nephesh con la garganta y por tanto con aliento.
8 El vocablo griego psuche se traduce como alma en las traducciones en inglés y se usa para
traducir el vocablo hebreo nephesh. Pero el pensamiento bíblico concerniente al psuche es
diferente del pensamiento griego al respecto del mismo, sobre todo del dualismo platónico antes
descrito que provocaba desdén hacia el cuerpo.
9 Algunos textos indican que el hombre es un alma, mientras que otros dicen que él tiene un
alma. Aun cuando estas diferencias no llegan a ser antitéticas, es bastante difícil alcanzar una
armonización completamente satisfactoria.
10 Esto hace que R. Laird Harris ponga en duda si el término nephesh hace referencia en alguna
ocasión al alma inmaterial del hombre (Man — God’s Eternal Creation: Old
Testament Teaching on Man and His Culture [Chicago: Moody Press, 1971], 11). La
conclusión de Harris parece ser muy limitada, aunque la teoría algo contrastante de Gleason
Archer de que el Antiguo Testamento distingue claramente el alma del espíritu, es probablemente
demasiado amplia. (Encyclopedia of Bible Difficulties [Grand Rapids, MI: Zondervan, 1982],
259). Es mejor decir que existe una incipiente tricotomía en el Antiguo Testamento.
11 U n fenómeno similar ocurre en el Nuevo Testamento, donde el término psuche puede significar
también la persona en su totalidad, como en Hechos 7:14 (“en número de setenta y cinco personas
[psuchais]”) y en Hechos 27:37 (Y éramos todas las personas [psuchai] en la nave doscientas
setenta y seis).
12 Lógicamente, es más difícil identificar el alma y el espíritu como entidades ontológicamente
separadas y partes distintas, que identificar estas mismas diferencias entre espíritu y cuerpo.
13 Tal vez sea por esto también que las culturas civilizadas siempre hayan reconocido la enorme
diferencia entre un cadáver humano y el cuerpo de un animal muerto, y como consecuencia hayan
instituido leyes que regulan la manipulación de los cadáveres humanos. En resumen, las sociedades
han reconocido históricamente que la vida
humana no se reduce a una animalidad biológica, y que el cuerpo humano, aun después de
fallecida la persona, pertenece a una suerte de categoría sagrada, superior a la de un simple animal,
debido a su asociación con la personalidad humana.
14 Al igual que sucede con el alma, el espíritu del hombre se relaciona con su cuerpo a través del
cerebro. Los conceptos de mente y cerebro no son sinónimos, aunque su relación sea
obviamente muy estrecha. Los materialistas objetan, diciendo que el cerebro secreta pensamientos
como el hígado secreta bilis. Esta teoría, sin embargo, no explica adecuadamente la conciencia de la
propia identidad o la autodeterminación, ni los varios elementos que conforman la personalidad. Más
bien, como sostiene J. Gresham Machen, “la mente utiliza al cerebro como su instrumento” (The
Christian View of Man [Londres: Banner of Truth, 1965], 136). Por el mismo motivo, y debido a
esta estrecha conexión entre ambos, debemos ser cuidadosos con cualquier supuesta experiencia
espiritual que asegure poder ignorar el intelecto.
15 No queda completamente claro si este texto se refiere al espíritu de Pablo o al Espíritu Santo.
16 Comparar con el acápite del capítulo 11, “El espíritu de Adán fue creado gracias al aliento
directo proveniente de Dios”.
17 Al comentar acerca de este texto, John Hartley apunta que, “el espíritu de un ser humano es una
fuente esencial de discernimiento, pues escudriña los pensamientos más profundos de la persona” (1
Co. 2:10-16). Es la sede de los pensamientos reflexivos del individuo” (The Book of Job, NICOT,
2a edición [Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1988], 434).
18 Al principio de ese capítulo Pablo sugiere una vez más el papel que el espíritu juega como
conducto de comunicación con Dios (Ro. 8:10; cp. 1 Co. 5:5). Esto se ve también en la
exhortación que Pablo hace a los creyentes a renovar la mente (Ro. 12:2), la cual es un
componente del hombre que radica en su espíritu.
19 Frank Delitzsch, A System of Biblical Psychology, edición reimpresa (Grand Rapids, MI: Baker,
1971), 117.
20 Boice, Los Fundamentos de la Fe Cristiana, edición revisada (Miami: U nilit, 1996), 154. 21
Ibid., 153.
22 A. H. Strong, Systematic Theology, 3 tomos en 1 (Valley Forge, PA: Judson, 1907), 4. 23 Esto
también se ve cuando se describe que Jesús da su vida por los pecadores (Mt.
20:28; Jn. 10:11), y al mismo tiempo, encomienda su espíritu al Padre (Lc. 23:46; Jn. 19:30).
24 Charles Hodge, Teología Sistemática, (Barcelona, CLIE 2010), 372.
25 Filón enseña que las almas preexistentes eran prisioneras en el cuerpo. (Es interesante observar que
Platón, quien ejerció gran influencia sobre Filón, planteó que esta idea de la preexistencia era
responsable de ideas que no eran muy racionales).
26 Orígenes sostenía que las personas nacían siendo pecadoras, no debido al pecado de Adán, sino
debido a su propio pecado en un mundo pre-temporal (cp. Jn. 9:2: “Rabí,
¿ quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?”).
27 W. G. T. Shedd, History of Christian Doctrine, 9a edición, 2 tomos. (edición reimpresa.,
Minneapolis, MN: Klock and Klock, 1978), 2:9.
28 Ver Strong, Systematic Theology, 489-491.
29 Después de todo, el versículo de Juan 9:2 no es más normativo para la antropología que
Hechos 12:15 para la angelología.
30 Como apunta Strong, “Si el alma en este estado preexistente era consciente y personal, es
inexplicable que no tengamos ningún recuerdo de dicha preexistencia, y de tomar una
decisión tan importante en esa previa condición de nuestro ser”. A continuación añade,
perspicazmente, “si el alma era aún inconsciente e impersonal, entonces esta teoría fracasa al
intentar explicar cómo pudo ser tomada una decisión moral que implicaba consecuencias tan
amplias” (Systematic Theology, 490).
31 Ver, p.ej., Louis Berkhof, Teología Sistemática (Grand Rapids, MI: Libros Desafío, 2009), 234-
236; Hodge, Teología Sistemática, 374; Heinrich Heppe, Reformed Dogmatics (edición
reimpresa., Grand Rapids, MI: Baker, 1978), 227-231; y Francis Turretin, Institutes of Elenctic
Theology, trad. George Giger, ed. James T. Dennison, Jr., 3 tomos. (edición reimpresa.,
Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 1992), 1:477-482.
32 G. C. Berkouwer concuerda diciendo, “El creacionismo dice que nada puede servir como medio
entre Dios y el Alma” (Man: The Image of God, trad. Dirk W. Jellema [Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1962], 279).
33 Louis Berkhof, Teología Sistemática, 216.
34 Ver, p. ej., Robert Reymond, A New Systematic of the Christian Faith (Nashville, TN: Thomas
Nelson, 1998), 424-425; W. G. T. Shedd, Dogmatic Theology, 3a edición, ed. Alan W. Gomes
(Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2003), 429-493; J. Oliver Buswell, Jr., A Systematic
Theology of the Christian Religion, 2 tomos en 1 (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1962), 1:251-
252; Strong, Systematic Theology, 493-497; y John
S. Hammett, “Human Nature,” en A Theology For the Church, ed. Daniel L. Akin (Nashville,
TN: Broadman & Holman, 2007), 385-386.
35 Strong, Systematic Theology, 493.
36 Aquí se pueden mencionar varios pasajes, entre los cuales están (1) Job 15:14—“¿ Qué cosa es
el hombre para que sea limpio, y para que se justifique el nacido de mujer?”; (2) Job
14:1, 4—“El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores…
¿ Q uién hará limpio a lo inmundo? Nadie”; (3) Salmo 58:3— “Se descarriaron hablando mentira
desde que nacieron”; (4) Juan 3:6— “Lo que es nacido de la carne, carne es” [tanto física
como moralmente; cp. Gordon Lewis y Bruce Demarest, Integrative Theology, 3 tomos (Grand
Rapids, MI: Zondervan, 1987), 2:135]”; y (5) Efesios 2:3— “por naturaleza hijos de ira”.
Capítulo 3 0
La Imagen de Dios en el Hombre
La Prueba
La Naturaleza de la Prueba
El período de prueba de Adá n y Eva giró en torno a su reacción ante “el
á rbol de la ciencia del bien y del mal” (Gn. 2:17; 3:6-7). Este era un á rbol
real, comú n y corriente y el conocimiento que su fruto brindaba no
guardaba relación con ningú n poder fisiológico o má gico inherente.1
Má s bien los poderes del á rbol recaían solamente sobre Dios, sobre
todo en lo tocante a las consecuencias que trajo consigo su consumo
desobediente. Aun así, el á rbol en sí mismo era necesario para este
plan. Adá n y Eva tenían que comer del á rbol para así violar la voluntad
de Dios.
El resultado de comer del á rbol era llegar a poseer un conocimiento
basado en la experiencia acerca del bien y el mal. De esa manera, aunque
Adá n y Eva poseían un conocimiento descriptivo y cognitivo acerca del
bien y el mal, Dios quería que tuviesen este conocimiento por experiencia,
como él lo tiene (Gn. 3:22). Y no hacía falta haber sido desobedientes para
obtener tal conocimiento. Era posible obtener un conocimiento de esta
índole obedeciendo a Dios y haciendo lo correcto, como siempre Dios hace.
Por tanto, Sataná s estaba formalmente en lo cierto cuando dijo, “seréis
como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:5). Lo que nunca dijo fue que,
al desobedecer, Adá n y Eva recibirían ese conocimiento desde un punto de
vista depravado y espiritualmente muerto.
El Momento de la Prueba
La Biblia no nos indica cuá nto tiempo transcurrió entre la creación
de Adá n y Eva y este periodo de prueba y la posterior caída. Pudieron haber
transcurrido entre dos días y cien años después de la creación. Se sugieren
estos dos pará metros de tiempo por las siguientes razones. (1) Adá n y Eva
(quienes fueron creados en el sexto día) deben haber permanecido santos
hasta el séptimo día, porque Dios bendijo ese día. Es poco probable que una
bendición así haya tenido lugar al mismo tiempo que la maldición que Dios
pronunció tras la caída. Como tal, el octavo día parece ser la primera
posibilidad de fecha para la caída del hombre. (2) Adá n tenía 130 años
cuando Set nació (Gn. 5:3). El nacimiento de Set al parecer tuvo lugar
aproximadamente un año después de que Caín matara a Abel. Caín mató a
Abel después de que Adá n y Eva fueron expulsados del huerto.
Suponiendo que Caín y Abel hubiesen estado en la adolescencia tardía o a
inicios de su veintena, casi 110 años hubiesen podido pasar teóricamente
antes de la caída.
Sin embargo es má s probable que tanto el periodo de prueba como la
posterior caída hayan tenido lugar en cuestión de días o semanas, pues es
poco probable que Dios hubiese permitido que Adá n y Eva permanecieran
por mucho tiempo en una relación no puesta a prueba.
La Tentación
El Mé todo de la Tentació n
El método de Sataná s fue multifacético. (1) É l utilizó a una serpiente
comú n y corriente como “portavoz”,2 una criatura que en ese momento era
la má s astuta (‘arum; que se traduce como inteligente, ladino, taimado) de
entre los animales, aunque no existiese nada inherentemente maligno en tal
astucia.3 (2) Sataná s sembró la duda a través de la distorsión: “¿ Conque
Dios os ha dicho...?” (Gn. 3:1). Esta distorsión es evidente en dos aspectos.
(a) Sataná s dijo que Dios había prohibido “comer de todo á rbol” (mikol
‘ets) (Gn. 3:1); sin embargo, Dios nunca dijo tal cosa (cp. Gn. 2:16-17).4
(b) La respuesta de Eva ante la pregunta de Sataná s omite el hecho de que
ella y Adá n podían comer libremente de cualquier á rbol (Gn. 3:2; cf. 2:16-
17), menos de uno, y ella exagera esa ú nica prohibición de Dios, añadiendo
que no podían “tocar” el á rbol prohibido (Gn. 3:3).5 Ambas respuestas de
Eva indican que ella se había concentrado en las restricciones de Dios y no
en su generosa provisión, lo cual sugiere que la distorsión de Sataná s tuvo
éxito.6
(3) La tentación supuso un absoluto rechazo a la advertencia de Dios: “No
moriréis” (Gn. 3:4).7
Mé todos de la Tentació n
El método de Sataná s tuvo tres aspectos y reflejó las mismas tá cticas que
el maligno utilizó durante la tentación de Jesú s y las que utiliza en
la actualidad con los creyentes. (1) Sataná s apeló al apetito físico de Eva.
Eva apunta, en presencia de Sataná s, que el á rbol era “bueno para comer”
(Gn. 3:6). De la misma manera, Sataná s le aconseja a Jesú s “...dí que
estas piedras se conviertan en pan” (Mt. 4:3), y Juan habla de “los deseos de
la carne” que Sataná s inspira (1 Jn. 2:16). (2) Sataná s apeló también
a la apreciación estética de Eva. Ella vio que el á rbol era “...agradable
a los ojos” (Gn. 3:6). De la misma manera, Sataná s le mostró a Jesú s
“todos los reinos del mundo” (Mt. 4:8), y continú a apelando a “los deseos
de los ojos” hoy en día (1 Jn. 2:16). (3) Sataná s apeló ademá s a la
presunción y soberbia de Eva. Ella vio que el á rbol era “...codiciable para
alcanzar la sabiduría” (Gn. 3:6). De la misma manera, Sataná s le dijo a
Jesú s que confiara en la promesa de Dios de protección y que se “echara
abajo” desde el piná culo del templo (Mt. 4:6), y hoy en día continú a
apelando a “la vanagloria de la vida” (1 Jn. 2:16).
En la Serpiente
La serpiente también sufrió un cambio anatómico, pues pasó de ser una
criatura (al parecer) erguida, a una que se arrastra sobre su pecho. La
maldición de la serpiente la apartó (en hebreo min) de los demá s animales
haciéndola objeto de extraordinaria degradación y desdén (Gn. 3:14).
En la Raza Humana
El pecado como contaminación moral, así como la pérdida de la rectitud
y santidad originales, cayeron uno tras otro sobre todos los descendientes de
Adá n y Eva a través de la procreación natural. Esta es la corrupción y
depravación del pecado, que se transmite a través de la herencia. También
vino sobre ellos la condenación (Ro. 5:15, 18) a través de la imputación
divina, la cual incluía tanto la culpa o responsabilidad ante el pecado (es
decir, la obligación de satisfacer la justicia) como las consecuencias penales
del mismo (es decir, la sentencia de muerte).10
En la Creació n
Los instintos carnívoros se convirtieron en una maldición dentro del reino
animal. La tierra fue maldita y comenzó a producir espinos y cardos (Gn.
3:17-18). Y toda la creación fue maldita, habiendo sido sujeta a “la
esclavitud de corrupción” (Ro. 8:19-22).
1 A esto se opone Geerhardus Vos, Biblical Theology (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1954), 37-38.
2 Gordon Lewis y Bruce Demarest, Integrative Theology, 3 tomos. (Grand Rapids, MI: Zondervan,
1987), 2:195.
3 Esto se opone a lo que plantea C. F. Keil y F. Delitzsch, Commentaries on the Old
Testament: The Pentateuch, 3 tomos. (Grand Rapids, MI: Eerdmans, s.f.), 1:94; Edward
J. Young, Genesis 3 : A Devotional and Expository Study (Londres: Banner of Truth,
1966), 9. De hecho, si la astucia de la serpiente se ve como algo inherentemente
maligno, entonces la entrada del pecado en el mundo sería culpa de la serpiente y no de Adán; esto se
opone a lo que enseña Romanos 5:12.
4 Si esta frase pudiese traducirse como “de todo árbol” entonces no existiría distorsión, porque era eso
precisamente lo que Dios deseaba.
5 Sin embargo, si el verbo tocar denotara consumo, entonces no habría distorsión.
6 G. Charles Aalders también señala que Eva hace referencia al árbol prohibido de forma bastante
inocua, mencionando su ubicación (“del árbol que está en medio del huerto” Gn. 3:3) en lugar de
referirse a él utilizando el nombre que Dios le había dado, (“árbol de la ciencia del bien y del
mal”) (Genesis, 2 tomos. [Grand Rapids, MI: Zondervan, 1981], 1:100).
7 Satanás mismo debió de haber pecado contra Dios y haber sido expulsado del (tercer) cielo en
el intervalo de tiempo que trascurrió entre los capítulos 2 y 3 de Génesis.
8 Por supuesto, se pudiera argumentar que antes de la Caída los animales poseían capacidades lingü
ísticas; sin embargo, esto no posee respaldo en ningún otro pasaje.
9 Algunos autores sugieren que la multiplicación del dolor presupone la existencia de algún dolor
previo (cp. John J. Davis, From Paradise to Prison [Grand Rapids, MI: Baker, 1975], 94).
10 Esta muerte era tanto física como espiritual. Además, esta última traía consigo la posibilidad de
una muerte eterna, o sea, de la irrevocable confirmación de la muerte espiritual.
P arte 8
LA DOCTRINA DEL PECADO
Capítulo 3 3
La Definición de Pecado
La Definición
A. H. Strong provee una muy buena definición diciendo que “pecado es
falta de conformidad a la ley moral de Dios, sea en hechos, disposición o
estado”.1 Wayne Grudem, de manera similar, habla de pecado como una
falta de conformidad en hechos, actitudes y/o naturaleza.2
La Descripción
La Ley Moral de Dios
Como Strong plantea, “La idea esencial de la ley que aquí se usa es la de
una expresión general de la voluntad puesta en cumplimiento por medio del
poder”.3 Respecto a esto, Strong continú a diciendo, “Entonces, la ley de
Dios es simplemente una expresión de la naturaleza de Dios en la forma de
requerimiento moral y una expresión necesaria de esa naturaleza en vista de
la existencia de seres morales (racionales)”.4 Francis Turretin describe la
ley de Dios, diciendo que es, “La regla que Dios ha formulado para las
criaturas racionales, por medio de recompensas y castigos acerca de lo que
debe ser hecho o evitado”.5 Y éste, al igual que Strong, habla sobre la ley de
Dios como “natural” (basada en la naturaleza de Dios) y “positiva” (a
merced solamente de la voluntad o libertad de Dios).6 En resumen, la ley
moral de Dios es una expresión de la naturaleza santa de Dios, siendo la
santidad su atributo moral fundamental y rector, cuya expresión, a su vez,
crea una necesidad de perfecta conformidad.
La gran mayoría de las referencias a “la ley” en la Escritura tiene que ver
con la Ley de Moisés. No obstante, en varios lugares se sugiere la
existencia de esta ley má s amplia que se acaba de describir y de la cual
el
código Mosaico no es sino una expresión parcial. Por ejemplo, el
argumento de Pablo para la influencia representativa de Cristo sobre los
creyentes en Romanos 5:12-21, proviene de la declaración de Pablo sobre la
influencia similar de Adá n. Bajo el primero viene la justicia, justificación y
vida, bajo el ú ltimo viene el pecado, la condenación y la muerte. No
debemos dejar pasar por alto que los deméritos de la influencia de Adá
n está n extendidos universalmente, y estos deméritos son causados por la
violación original de Adá n, no de la Ley de Moisés, sino, como es de
suponer, de la ley moral de Dios. De hecho, Pablo dice que “la muerte pasó
a todos los hombres” y “reinó la muerte” antes que se diera “la Ley [de
Moisés]” (vs. 12-14).7
En otra ocasión, parece que Pablo se refiere a esta ley moral. É l confiesa,
“Porque segú n el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (Ro. 7:22),
y lo hace en un contexto en el cual ha hecho referencia explícita a la Ley de
Moisés (cf. vs. 7, 12). Igualmente, cuando Santiago dice que “Uno solo es
el dador de la ley, que puede salvar y perder” (Stg. 4:12), puede estar
refiriéndose también a la ley moral, aunque en el contexto, su interés parece
estar sobre la Ley de Moisés.
Ademá s, esta ley se explica con mucho sentido prá ctico a lo largo de siete
líneas.8 (1) La ley moral de Dios no es arbitraria, ni el mero producto de su
voluntad soberana. Má s bien, la ley moral de Dios es una expresión
necesaria de su naturaleza. Por lo tanto, no todo mandamiento y
prohibición de la ley mosaica, por ejemplo, disfrutaba de la misma relación
con la ley moral de Dios. Es decir, algunas expresiones del código mosaico
parecen, en realidad, ser arbitrarias, por ejemplo, las leyes de separación
que delineaban los animales limpios e inmundos, que limitaban arar con un
buey y un burro amarrados al mismo implemento y que prohibían sembrar
semillas diversas (Lv. 20:24-26; Dt. 14:1-20; 22:9-11). Estas prohibiciones
no parecen ser intrínsecamente morales, mucho menos por no ser
obligatorias en la actualidad, incluso cuando fueron expresiones de la santa
voluntad de Dios en aquel tiempo. Se pudieran dar otros ejemplos (ej. el
Sabbat). Turretin hace una explicación muy ú til de este fenómeno cuando
sugiere las categorías de leyes naturales y positivas.
Ahora, esta ley de Dios se divide generalmente en natural y positiva.
Como el derecho de Dios es dual (una parte natural basada en la
perfectamente justa y santa naturaleza de Dios; la otra parte, positiva;
dependiente solo de la voluntad de Dios en la cual él muestra su propia
libertad), existe entonces una ley positiva de Dios cimentada en el
derecho libre y positivo de Dios (con relación a lo cual las cosas son
entonces buenas porque Dios las ordena). Por consiguiente, Dios tenía
la libertad ya sea para no dar semejante ley o para instituirla de manera
diferente (como la ley en relación a la comida y la ley simbólica dada a
Adá n [Gn. 2:16-17] y la ley ceremonial del Antiguo Testamento, en
la cual no había benignidad moral o maldad como tal, sino solo por
parte del mandamiento de Dios). Hay otra ley (natural) basada en el
derecho natural de Dios, con relación a lo cual las cosas no son
llamadas justas por ser mandatos, sino que son ordenadas porque eran
justas y buenas anteriormente al mandato de Dios (estando basadas
en la propia santidad y sabiduría de Dios).9
(2) La ley moral de Dios no es temporal ni diseñada para satisfacer una
exigencia temporal. La ley moral es una manifestación de la naturaleza
esencial de Dios, no de estados de á nimos o deseos temporales. De por sí,
es tan eterna como Dios.
(3) La ley moral de Dios es inmutable puesto que Dios lo es. La ley de
Dios no puede ser modificada ni adaptada a las capacidades del hombre. En
otras palabras, la ley de Dios no tiene escalas desplazables; y, como se
observa anteriormente, algunas expresiones de la ley moral de Dios pueden
cambiar (o sea, algunas prohibiciones y mandatos varían entre
dispensación), pero la ley en sí no cambia.
(4) La ley moral de Dios no es simplemente negativa o prohibitoria. Sino
que la ley moral demanda obediencia positiva.
(5) La ley moral de Dios está dirigida a toda la personalidad humana. Es
decir, se requiere que el hombre en su totalidad cumpla con la ley moral de
Dios—pensamientos, motivos y acciones.
(6) La ley moral de Dios no está divulgada hacia afuera o lo exterior.
Sino que es interna. Ciertamente, la Escritura registra mucho de esta
ley, tal como lo hace la ley mosaica, no obstante, éstas son sólo
expresiones parciales.
(7) La autoridad de la ley moral de Dios no está limitada por la
conciencia humana. Es decir, la ley de Dios existe y opera sea reconocida o
no. La ignorancia no es excusa. Al respecto, las leyes morales de Dios son
algo aná logas a sus leyes naturales físicas; estas ú ltimas operan
independientemente al consentimiento humano y, en ocasiones, a la
comprensión.
También debemos decir aquí que hay una diferencia legítima entre
responsabilidad y obligación con relación a esta ley moral.10 La diferencia
es que no hay grados de responsabilidad, aunque puede haber grados de
obligación. Es decir, todos los humanos son responsables ante Dios; no hay
excepciones. No obstante, todos los humanos no tienen la misma
obligación; es decir, no todos recibirá n el mismo grado de castigo.
Má s bien, la obligación está basada en la propia comprensión
de los requerimientos morales de Dios. Jesú s indica esto cuando habla del
siervo fiel e infiel:
Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó,
ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin
conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a
todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará ; y
al que mucho se le haya confiado, má s se le pedirá . (Lc. 12:47–48).
El punto es que la ignorancia nunca libera a la persona de toda obligación
(y por ende, de responsabilidad) ante Dios por el pecado.
La autoridad de la ley moral de Dios no da por sentada la capacidad
humana ni se declara sobre ella. En otras palabras, simplemente porque la
persona debe cumplir no significa que pueda. Lo que es má s, la
incapacidad no le resta obligación a la persona.
Digresió n 1: Falta de Conformidad
Aquí se nos hacen necesarios algunos pensamientos má s sobre esta falta
de conformidad.11 Para comenzar, pecado o falta de conformidad a la ley
moral de Dios es algo que se dice solamente de los agentes personales y
racionales, o sea, aquellos que tienen poder para escoger, inteligencia,
conciencia de sí mismos y autodeterminación. De seguro, otras criaturas y/u
objetos pueden estar implicados en el pecado. Por ejemplo, la serpiente en
el Edén, aunque era una serpiente ordinaria e irracional, no obstante, fue
maldecida por participar en la caída de la humanidad (Gn. 3:4). Así
también, cuando los recipientes del taberná culo se contaminaban por
el
contacto con las ofrendas por el pecado, eran destruidos o lavados (Lv.
6:28). Sin embargo, a ninguno de ellos se les imputaba el cargo de culpa
personal u obligación. Ademá s, los humanos tienen la capacidad mental
del subconsciente (o sea, sueños y afectos) y la capacidad de acción no
volitiva (o sea, reacciones involuntarias). Como tal, el pecado, o
desavenencia, puede estar presente sin que ocurra un pensamiento
consciente o acción voluntaria (cf. Sal 19:12). Má s bien, puede ser un
estado en el cual la persona exista.12
Finalmente, como se observó anteriormente y se aborda má s adelante, la
ley moral de Dios está dirigida a las personas. Por lo tanto, ésta demanda
que el todo de la persona esté en conformidad, incluyendo su mente,
voluntad y emociones. Ademá s esta ley moral trata a toda desavenencia por
igual. Es decir, no solo los hechos pecaminosos son contrarios a la ley.
La Interpretació n Bíblica
La Escritura enseña que a todos los hombres se les ha imputado el pecado
de Adá n. Como se demostró anteriormente, Pablo, en Romanos 5:12-21,
dice siete veces que la persona que involucró a la humanidad en el pecado,
la condenación y la muerte fue Adá n. Sobre este punto, John Murray
concluye:
Estamos obligados a inferir que cuando Pablo dice “todos pecaron”
(v. 12) y cuando habla de la transgresión de un hombre (vs. 15-19)
tiene que estarse refiriendo al mismo hecho o evento, de forma tal que
el evento o hecho pueda ser expresado en términos de singularidad y
universalidad. Si esta identidad nos confronta, ¿ cómo podremos
explicarlo? La ú nica solución es el hecho de que tiene que existir
algú n tipo de relación entre “uno” y “todos” que permita que
el pecado contemplado pueda ser considerado al mismo tiempo y
con la misma relevancia que el pecado de “uno” o el pecado de
“todos”.5
Algunos todavía objetan, argumentando que la voz activa de “pecaron”
(hemarton) en el versículo 12b implica que cada persona participó en el
pecado de Adá n de alguna manera directa, personal e histórica. De esta
manera, estos sugieren que el versículo 12b habla del pecado personal de
cada individuo, no de la imputación del pecado de Adá n a cada individuo.
Sin embargo, esto es insostenible por varias razones. Primero, esto no
explica el énfasis sobre “el” pecado de Adá n. Segundo, esta objeción es
contradicha por el versículo 14 que dice que desde Adá n hasta Moisés
todos murieron, no pecando como Adá n—una coincidencia universal muy
poco probable de la decisión personal de cada uno. Tercero, en Colosenses
3:3 se encuentra un argumento (de cierta forma) paralelo. Pablo dice, en
voz activa, que sus lectores “habían muerto”. Es obvio que esto no se
refiere a su muerte natural sino a su judicial y representativa muerte en
Cristo.
Otros, como Millard Erickson, sugieren que la imputación de la culpa de
Adá n debe implicar una recepción voluntaria y consciente por parte del
individuo, como lo hace la atribución de la justicia de Cristo (o sea, la fe).
Erickson dice: “Nos hacemos responsables y culpables cuando aceptamos o
aprobamos nuestra naturaleza corrupta”.6 El problema con esta posición es
que no encuentra respaldo en las Escrituras, ni en otro lugar. Má s bien, lo
contrario es cierto; se habla del pecado de Adá n como imputado
directamente a toda la raza humana.
La Unión Involucrada
Mientras algunos sugieren que la Escritura no se refiere específicamente
a la transmisión del pecado de Adá n,7 este simplemente no es el caso,
como se demostrará en los siguientes puntos de vista.
El Punto de Vista de la Influencia Realista o Seminal
Declaración de la Posición
Los principales defensores del punto de vista de la influencia seminal son
A. H. Strong, W. G. T. Shedd y, má s recientemente, Millard Erickson. Este
criterio es expuesto sobre la base de los siguientes puntos.
La naturaleza humana, en su unidad no individualizada, existió
íntegramente en la persona de Adá n. En otras palabras, Adá n era la raza
humana en su totalidad; Adá n era el hombre universal.8 Esta sugerencia no
significa simplemente que Adá n era el ú nico miembro de la raza en ese
momento. Por el contrario, el punto es que Adá n era realmente cada
individuo de la raza humana; después de todo, la raza completa es, en un
sentido muy real, la posteridad de Adá n.
Cuando Adá n pecó, no solo él pecó sino también la humanidad comú
n que existía íntegramente en su persona. La raza completa pecó porque
Adá n era la raza.
Ya que cada persona que viene al mundo es una individualización de esta
unidad comú n, cada persona es, por lo tanto, culpable y digna de castigo
por el pecado cometido por la unidad. Como Shedd lo resume:
La unidad comete el primer pecado... Este pecado es imputado a la
unidad que lo cometió, se vuelve inherente a la unidad, y se propaga
fuera de la unidad. Consecuentemente, todos los detalles con respecto a
pecados relacionados con la unidad o naturaleza comú n se relacionan
igual y estrictamente con cada porción individualizada de la misma...
Consecuentemente, la comisión, imputación, herencia y propagación
del pecado original penetran indisolublemente en el todo
individualizado de esa unidad.9
Strong plantea de manera similar:
[Este criterio seminal] sostiene que Dios imputa inmediatamente el
pecado de Adá n a toda su posteridad, en virtud de esa unidad orgá nica
de la humanidad por medio de la cual toda la raza en el tiempo de la
transgresión de Adá n existía en él como su cabeza, no individual sino
seminalmente. Toda la vida de la humanidad estaba en aquel entonces
en Adá n; la existencia de la raza se encontraba solamente en él... La
voluntad de Adá n todavía era la voluntad de la especie. En el libre acto
de Adá n, la voluntad de la raza se rebeló contra Dios y la naturaleza de
la raza se corrompió.10
En resumen, al postular esta preexistencia implicada, el realismo intenta
evitar el problema de la culpa ajena. La humanidad estaba realmente, y de
cierta forma, personalmente involucrada en el pecado de Adá n.11
Objeciones en contra de esta posición
Existen muchos problemas con este punto de vista, entre los cuales se
encuentran los siguientes:12
No existe evidencia bíblica de que Adá n era la raza; es decir, no existe
evidencia de que la naturaleza humana existiera como una unidad no
individualizada en Adá n. Esto parece ser má s bien una asunción filosófica
que un hecho bíblico. Ademá s, una cosa es reconocer que Adá n fue
el progenitor de la raza humana, y otra muy diferente es afirmar que
la naturaleza humana de Adá n era esta unidad no individualizada. Hasta
donde llegó su naturaleza humana, Adá n era simplemente Adá n.
Este punto de vista no tiene éxito al demostrar cómo el hombre participó
personal e individualmente en el pecado de Adá n ya que la naturaleza
humana que era específica y numéricamente una en Adá n era claramente
impersonal y no individualizada. Acerca de este punto, S. Lewis Johnson
pregunta de manera perceptiva: “¿ Cómo podemos actuar antes de
existir?”.13 Esto es, si cada individuo era simplemente una parte de una
humanidad no diferenciada y genérica, uno se preguntaría cómo puede algo
exclusivamente personal ser adjudicado a semejante entidad. Como tal, a
pesar de que este punto de vista afirma liberar a Dios de la asignación de la
culpa ajena, algo arbitrario persiste en este criterio.
La influencia seminal no puede realmente hacer que la voluntad de la
raza se incluya en la voluntad de Adá n. En términos de esta posición, el
pecado seminal en comú n no tiene sentido sin la voluntad en comú n, de
lo contrario estamos volviendo al problema de la culpa ajena. Una vez
má s, parece claro que el realismo trae consigo una preexistencia implicada.
El paralelismo entre Adá n y Cristo en Romanos 5:12-21 argumenta en
contra de la influencia seminal. En primer lugar, si se sigue la idea de la
analogía entonces toda la humanidad participó seminalmente en el acto de
justicia de Cristo, lo cual llevaría al universalismo. Esto conmociona la
esencia de una base ética de expiación y los fundamentos principales de
nuestra salvación. ¿ Cómo se puede dividir la raza en este caso, es decir,
tanto en pecar y en ganar justicia en ambas partes? En segundo lugar, no
hay evidencia de que la naturaleza humana de Cristo fuera un conjunto no
individualizado del cual todos (o incluso solo los creyentes) compartirían.
La respuesta de Strong a esta pregunta es, por supuesto su noción
filosófica del monismo ético con su “Cristo todo incluido”,14 el corolario de
su idea de Adá n como el “hombre universal”. En el monismo ético el
universo existe dentro de los límites del ser de Cristo.15 Pudiera parecer que
este es el ú nico en poseer correlación lógica con el punto de vista realista.
Si optá ramos por la posición de Strong del realismo en Adá n, tendríamos
que balancearlo con su monismo ético en Cristo. No obstante, ningú n
teólogo que cree en la Biblia sigue su monismo ético por ser panteísta, a
pesar de las protestas de Strong en cuanto a lo contrario. A. A. Hodge
acierta al señalar que no podemos crear una línea divisoria lógica entre el
realismo y el panteísmo.16 La analogía entre Adá n y Cristo exige que las
dos influencias actú en de la misma manera, lo cual definitivamente
descarta al realismo en el caso de Cristo.
Oliver D. Crisp sugiere que puede algo de sustancia en la continuidad en
el realismo/seminalismo entre Adá n y Cristo.17 É l opina que el modus
operandi, en cuanto al pecado, entre Adá n y su posteridad por la vía del
realismo también es vá lido, en cuanto a la expiación, entre Cristo y los
escogidos. También señala que el usual punto de vista Reformado posee un
“representacionalismo coherente” en las dos influencias, pero que Shedd,
por ejemplo, tiene una “posición mediadora” con respecto al hecho de que
el realismo argumenta la jefatura de Adá n, pero el representacionalismo
lade Cristo. Crisp piensa que puede ser posible un “realismo congruente”,
pero entiende la complejidad de tal posición. É l escribe:
Por mi parte, pienso que un argumento realista [o sea, entre Adá n y
Cristo] es interesante, a pesar de los considerables obstá culos que
enfrenta. Pienso que tal argumento, como parte de un realismo
congruente, tendría los recursos metafísicos disponibles para resolver
los problemas de injusticia que se aplican a la imputación del pecado
de Adá n y a la doctrina penal de sustitución de la expiación.18
Pero, aquí el problema de los recursos no es metafísico sino exegético y
teológico, y este no tiene solución.
Hebreos 7:9-10 no prueba definitivamente el punto de vista seminal por
las siguientes razones. Primero, el texto indica que se está hablando de
manera no literal al decir que Leví pagó los diezmos en Abraham “por
decirlo de alguna forma” (7:9).19 Segundo, si se aplica el punto de vista
seminal y realista este socavaría la exposición del autor. Es decir, si Leví
pagó diezmos seminalmente como parte de la simiente de Abraham,
entonces también lo hicieron todos los descendientes de Abraham,
incluyendo a Jesucristo. Esto anularía el argumento del autor acerca de la
superioridad del sacerdocio de Cristo segú n el orden de Melquisedec con
respecto al sacerdocio aarónico/levita. En resumen, en este punto de vista,
Cristo no es superior a Leví puesto que ambos habrían pagado los diezmos
a Melquisedec a través de Abraham.
Este punto de vista está basado, en parte, en una aversión a la culpa
ajena20 y, por lo tanto, a la representación adá mica. Como tal, lo que este
punto de vista implica es que cada persona debe ser su propio representante
o defensor. En este caso, el pecado humano sería similar al pecado de los
á ngeles, esto es, algo que era estrictamente personal e individual, no
colectivo. La dificultad con esto es que sin una categoría para la
representación (como es el caso de los á ngeles), no hay vía para la
salvación humana. Si cada persona es su propio representante en su defensa
y pecado, entonces debería ser su propio representante para la sustitución y
la salvación. Esto es claramente insostenible.
Ademá s, este punto de vista no explica cómo la corrupción ajena es
menos injusta que la culpa ajena. Es decir, si es injusto que Dios imputara
la culpa a la posteridad de Adá n, ¿ cómo no es igualmente injusto que
permitiera que la prole de Adá n naciera corrupta?21
Este punto de vista no puede explicar cómo la prole de Adá n no
estuviera implicada en todos los pecados de Adá n (sin mencionar todos los
pecados de los antepasados genéticos de cada persona). La réplica de
Strong es: “Los subsecuentes pecados de Adá n y de nuestros ancestros
inmediatos ya no son actos que determinan o cambian la naturaleza—
simplemente muestran lo que es la naturaleza.”22 En resumen, existe una
diferencia entre el primer pecado y los subsecuentes. Pero, de ser así, se
rompería la cadena del seminalismo después del primer pecado de Adá n.
La cadena del seminalismo es clave para la participación del realismo en el
pecado de la raza de Adá n. Pero, si esa cadena se detuvo con el primer
pecado, no es posible continuar la sucesión seminal de Adá n en adelante.
Este punto de vista no puede explicar cómo Cristo escapó del pecado
original. Al fin y al cabo, él existió seminalmente en Adá n; él era parte de
esa naturaleza humana, numéricamente representada como uno, que
realmente pecó en Adá n.23 Ademá s, si se niega la conexión, entonces
también se debe negar la completa y auténtica humanidad de Cristo. Y, si se
hace esto, la expiación de Cristo sería anulada ya que se revocaría su
posición como el representante de la humanidad que carga sus pecados.24
Realismo resumido Objeciones resumidas
1. Ninguna evidencia bíblica para esta
Adá n es la raza humana; él contiene
declaración.
la naturaleza humana en su totalidad
2. Cristo no posee ninguna naturaleza aná loga
individualizada.
no individualizada.
Toda la humanidad peca 1. No se da una explicación satisfactoria para
personalmente cuando Adá n cómo la humanidad no individualizada peca
peca. personalmente en Adá n.
2. El creyente no participa aná logamente en
el acto de justicia de Cristo.
3. No se da una explicación satisfactoria del
porqué la participación en el pecado de Adá
n cesa en el primer pecado.
4. No se da una explicación satisfactoria para
cómo Cristo evita su implicación en el
pecado de Adá n.
La participación de todos en el
La justicia del creyente depende,
pecado de Adá n elimina la
aná logamente, de la atribución ajena.
culpa ajena.
La Imputación Involucrada
Aquí también predominan dos teorías: imputación indirecta y directa. En
primer lugar, la imputación indirecta plantea que el hombre recibe la
naturaleza depravada o corrupta de Adá n, y esta naturaleza corrupta, no el
pecado de Adá n (el pecado de la raza), es la base (o la mediadora) de la
subsecuente condenación del hombre. El segundo criterio, la imputación
directa, plantea que el hombre no solo recibe la naturaleza de Adá n sino
también su condenación (culpa) y castigo (muerte), y estas se reciben
directamente, sin ningú n intermediario. Este parece ser el punto de vista
bíblico por las siguientes cuatro razones.32
Pablo crea una relación directa entre el pecado de Adá n y la muerte de
su posteridad: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un
hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres,
por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). En resumen, Adá n pecó y murió;
la sentencia judicial (y los efectos físicos resultantes) fue directa. Así,
cuando Pablo dice “así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto
todos pecaron,” está diciendo que la misma sentencia
que Adá n recibió fue aplicada
directamente a todos sus descendientes. En ninguno de los casos existe un
agente intermediario, como la depravación. Esto lo confirman sus
declaraciones posteriores: “porque si por la transgresión de aquel uno
murieron los muchos” (v. 15) y “por la transgresión de uno solo reinó la
muerte” (v. 17).
Pablo crea una relación directa entre el pecado de Adá n y la condenación
de su prole: “el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación” (v.
16) y “por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres”
(v. 18). Nuevamente no interviene ningú n agente intermediario.
Pablo crea una relación directa entre el pecado de Adá n y el pecado de su
prole: “por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos
pecadores” (Ro. 5:19). En el pecado de Adá n pecó su prole y, por lo tanto,
“fueron constituidos pecadores”. La culpa por esta acción es imputada
(prá cticamente) por Dios a cada individuo en la concepción, mientras que la
corrupción resultante de esta acción se transmite seminalmente a través
Adá n y nuestros padres. De este modo, esta ú ltima depravación hereditaria
no se incluye en la relación legal original entre Adá n y su posteridad en el
huerto.
Pablo crea una relación directa entre Adá n y su posteridad a través de
una analogía: la imputación del pecado de Adá n a su posteridad con
relación a la atribución de la justicia de Cristo a su posteridad. Como
declara Murray:
Esta justicia no llega a los justificados por ningú n otro medio que no
sea la unión con Cristo; no es mediada por la justicia que obra en el
creyente en la regeneración y la santificación.... En otras palabras, la
persona justificada es constituida justa por la obediencia de Cristo a
causa de la relación establecida entre Cristo y la persona justificada.33
El Pecado Imputado
La pregunta aquí es, como sugiere Murray, “Si todos pecaron en Adá n,
¿ cómo podemos definir este pecado de todos en el pecado de Adá n?”.34
Aquí hay dos aspectos que se hacen necesarios. (1) El pecado imputado
involucra a toda la posteridad en los efectos del primer pecado de Adá n:
corrupción, condenación y castigo. Murray declara que “La desobediencia
de Adá n es una carga sobre su prole de tal modo que el juicio sobre ella
es el juicio que suscita y exige la desobediencia de Adá n.35 (2) El
pecado
imputado es imputado a la posteridad de Adá n en el momento de la
concepción. Después de todo, es así que surge una persona. Aun así, cómo
ya se explicó, la condenación o la culpa por el pecado de Adá n es imputada
directamente, no indirectamente a través de una depravación heredada.
Como expresa Murray, cada individuo “es eternamente visto por Dios como
pecador a causa de la relación con Adá n, y, siempre que la persona exista
realmente [énfasis original], es igualmente pecadora”.36
La siguiente tabla resume esta exposición de cuatro partes.
El Pecado
El primer acto de rebelión de Adá n en el huerto.
Involucrado
La Unión
Adá n representaba a toda la raza humana.
Involucrada
La Imputación El pecado de Adá n es directamente imputado en
Involucrada la concepción
El Pecado Imputado El pecado de Adá n y todos sus efectos son imputados.
La Definición de Elección
Las siguientes definiciones nos ayudan a introducir el tema en cuestión y
colocan esta doctrina en perspectiva, sobre todo en una perspectiva
histó rica.
La Confesión Bautista de Londres (1644):
En lo tocante a su criatura, el hombre, Dios había ordenado en
Cristo, antes la fundación del mundo, segú n el beneplá cito de su
voluntad, a algunos hombres para vida eterna por medio de Jesucristo,
para la gloria y alabanza de su gracia, dejando al resto en su pecado a
su justa condenación para honra de su Justicia.3
La Confesión Bautista de New Hampshire (1833), con las añadiduras
entre corchetes, hechas por J. Newton Brown en 1853:
[Nosotros creemos] que la Elección es el propósito de Dios por su
gracia, segú n el cual él [en su gracia] regenera, santifica y salva a los
pecadores; que siendo perfectamente afín con el libre albedrío del
hombre, abarca todos los medios en conexión con el fin; que es una
gran muestra gloriosa de la bondad soberana de Dios, que es
infinitamente [gratuita,] sabia, santa e inmutable; que excluye
abiertamente la jactancia y promueve la humildad, [el amor], la
oración, la alabanza, la confianza en Dios y la imitación activa de su
gracia; que promueve el uso de medios en el má s alto grado; que
es corroborada por los efectos que tiene en todos aquellos
que [verdaderamente] creen el evangelio, [que] es la base de la
seguridad del creyente; y que confirmarla en nosotros demanda y
merece toda nuestra diligencia.4
John Gill — La elección es “el escogimiento, para gracia y gloria, que
hace Dios de ciertas personas desde toda la eternidad”.5
James Petigru Boyce observa que la elección no fue de grupos, como es
el caso de naciones o iglesias, sino de individuos.6
W. T. Conner explica que la elección no es simplemente un plan general
de Dios y su decreto de que es elegido cualquiera a quien ese plan desee
salvar, má s bien, “significa que Dios ha decretado traer a la fe salvadora de
Jesú s como Salvador a algunos sobre los cuales su corazón se ha posado
eternamente, quienes son los objetos de su amor eterno”.7
A. H. Strong — “La elección es ese acto eterno de Dios mediante el cual
en su beneplá cito soberano, y no por haber previsto mérito alguno en ellos,
él escoge a algunos de entre los pecadores para que sean receptores de la
gracia especial de su Espíritu, y de esa manera sean partícipes voluntarios
de la salvación de Cristo”.8 (Louis Berkhof tiene una definición casi
idéntica a esta).9
Alva J. McClain tiene la mejor y má s concisa de las definiciones: “Que
Dios, antes de la fundación del mundo, escogió a todos los creyentes para la
salvación en Cristo con todas sus bendiciones y obligaciones”.10 Esta
definición demuestra que la elección es pre-temporal, personal, redentora y
abarcadora.
Aquí también hemos de observar que la elección y la predestinación
difieren.11 La elección siempre es predestinación, pero la predestinación no
siempre es elección. La elección es para vida eterna; la predestinación se
refiere al plan y al propósito eterno y global de Dios e incluye o abarca
todas las cosas. No hay nada fuera de la predestinación o decreto de Dios,
ya sea en su sentido permisivo o dirigido. Robert Reymond tiene razón al
decir: “Nunca hubo un momento en el que Dios tuviese la mente en blanco
o un tiempo en el que el plan de Dios con todas sus partes no estuviese
totalmente determinado”.12 Parece que Romanos 8:29 hace esta distinción:
Los que “conoció” (un sinónimo de elección, como veremos) son
predestinados (o asegurados) para ser conforme a la imagen de Cristo. La
elección es predestinación para salvación eterna (cf. también Efesios 1:5, 11
donde la predestinación se refiere a elección).
Millard Erickson ha preparado un esquema en donde considera que:
La “predestinación”, está a medio camino de especificidad entre
“predeterminación” y “elección” Consideramos la predeterminación
como el concepto má s amplio, que denota la voluntad de Dios con
respecto a todos las cosas que ocurren, ya se trate de la suerte que deba
correr un individuo o la caída de una roca. La “predestinación” hace
referencia a la selección que hace Dios de los individuos para la vida o
la muerte eterna. La “elección” es la selección de algunos para la vida
eterna, es la parte positiva de la predestinación.13
Charles Ryrie dice que la predestinación se limita a las personas
elegidas.14 R. L. Dabney hace esta distinción en su uso de los términos:
“Aunque el decreto de Dios es su propósito en cuanto a todas las cosas, su
predestinación puede definirse como su propósito concerniente al destino
eterno de sus criaturas racionales. Su elección es su propósito de salvar
eternamente a hombres y á ngeles. La elección y la reprobación está n ambas
incluidas en la predestinación”.15 B. B. Warfield habla de la predestinación
en dos á mbitos — el “cósmico” y el “soteriológico”.16 Esto resulta ú til.
En resumen, la elección tiene que ver con una fase o un aspecto del plan
global de Dios, la salvación. La elección tiene que ver con seres personales
solamente y es causativa o direccional, no permisiva.17 La elección
comprende solamente a los creyentes y su salvación.
Hay quienes niegan, por diferentes medios, una elección pre-temporal de
la salvación personal. (1) Existe el punto de vista de la elecció n colectiva la
cual sostiene que Dios elige la iglesia como una entidad o clase corporativa,
no a personas individuales. Dan Esterline dice: “¿ Qué escogió Dios antes
de la fundación del mundo? A la Iglesia, no a individuos, sino al cuerpo de
Cristo... todo aquel que entra a ese cuerpo por fe en Cristo Jesú s pertenecea
ese grupo de elegidos”.18 Roger T. Forster y V. Paul Marston dicen, “La
elección de la iglesia es colectiva y no algo individual. No es que los
individuos estén en la iglesia porque son elegidos, sino má s bien que son
elegidos porque está n en la iglesia, la cual es el cuerpo del Elegido”.19
William G. MacDonald habla acerca de la perspectiva colectiva de la
elección como una combinación de la iglesia y los puntos de vista acerca de
Cristo.20 (Nos referiremos a esta idea má s adelante).
Gordon Lewis y Bruce Demarest está n en lo cierto cuando observan que
la elección colectiva entonces denotaría también llamado, justificación y
glorificación colectiva en textos tales como Romanos 8:29-30.21 Por
supuesto, esto es bíblicamente insostenible. Ademá s, se hace má s bien
evidente que las entidades colectivas superficiales y abstractas carecen de
sentido sin el componente individual. Por otra parte, es concebible que
todos desde este punto de vista, en ejercicio de su libertad genuina y
significativamente volitiva, puedan optar por no recurrir a la fe y al
arrepentimiento y por ende dejar que el cuerpo elegido se vea privado de
sus miembros constituyentes. Esta teología está lejos de ser bíblica y es
internamente autodestructiva; por lo tanto no tiene peso alguno. (Es
interesante ver cómo C. H. Spurgeon arremete contra el punto de vista de la
elección corporativa que excluye al individuo).22
(2) Existe una segunda negación de la elección pre-temporal similar a la
primera. Esa es la perspectiva de la elecció n en Cristo. Esta dice que Dios
ha elegido a Cristo y que cuando alguien se convierte en parte de su cuerpo,
entonces tiene parte dentro de la elección de Cristo.23 Este punto de vista
recurre a Isaías 42:1 “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en
quien mi alma tiene contentamiento”, y al cumplimiento de este texto en el
Nuevo Testamento donde se habla de Cristo como El Escogido (Lc. 23:35;
Mt. 12:18). Robert Sumner aprueba esta noción al insinuar que un creyente
es elegido cuando escoge a Cristo.24
Este punto de vista de la elección de Cristo carece de apoyo bíblico y es,
tal parece, una estratagema para evadir la clara enseñanza que hay en las
Escrituras de la elección incondicional. Que Cristo es el elegido de Dios en
un sentido especial es algo totalmente cierto, pero usar este hecho para
construir un punto de vista soteriológico de la elección que niegue cualquier
elección pre-temporal del pecador individual a la vida eterna no es vá lido,
mucho menos cuando Pablo y Pedro son explícitos en que la elección es
para la salvación personal (cf. 2 Ts. 2:13; 1 P. 1:1-2).
Ademá s de esto, nos hemos de preguntar por cuá l propósito o por
cuá l razón Cristo fue el escogido del Padre. Es obvio, entonces, que
en este punto de vista la elección de Cristo y la del creyente deben ser
correlativas. Es decir, la razón por la cual Cristo fue escogido es la misma
razón por la que son escogidos todos aquellos que a la postre se insertan
en la elección de Dios y por lo tanto llegan a ser parte de los
“escogidos”. Desde la perspectiva del Hijo, su estatus como escogido
se basa en propósitos mesiá nicos y redentores. É l es el ungido de
Dios para mediar justicia a las naciones y liberar a los que se
encuentran espiritual y políticamente cautivos (Is. 42:1-9; el contexto de
este pasaje es el reino mesiá nico de Dios en el escatón). La elección de
Cristo fue elegido para ser el portador vicario de los pecados y para hacer
expiación por su pueblo. Es imposible que los pecadores lleguen a
participar en la elección de Cristo como una especie de cuasi corredentores.
Desde esa perspectiva, la elección de Cristo y por ende la elección
indirecta de los creyentes no puede y nunca podrá ser correlativa.
Por otra parte, esta perspectiva quiere acumular beneficios redentores
para quienes se convierten en escogidos al entrar por fe al estatus de la
elección de Cristo. En otras palabras, ellos también quieren que los
creyentes experimenten la salvación personal del pecado incorporá ndose a
la elección de Cristo. Ellos sencillamente no quieren que Dios sea el que
haga la elección de ellos desde la eternidad. Pero, ¿ acaso escogió Dios
a Cristo para que a la larga ganara la vida eterna? ¿ Fue acaso escogido él
para ser redimido y por ende hacer espacio en su salvación personal para
que otros participaran en ella? Ciertamente no. Por lo tanto, desde
esta perspectiva, la elección del creyente no es correlativa a la de Cristo.
(3) Una tercera negación de la elección pre-temporal es el punto de vista
de la elecció n para santificació n (o elección para ciertos estados
espirituales o posicionales, pero no para la salvación personal). Esto está
basado en Efesios 1:4— “segú n nos escogió en él antes de la fundación del
mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él”. A partir de
este pasaje se razona que la elección es para santidad y no para ser “puestos
en Cristo”. Variantes de esta perspectiva dicen que los creyentes son
escogidos para buenas obras, el servicio cristiano (Ef. 2:10) o para la
adopción (Ef. 1:5).25
No se explica cómo se puede ser escogido para un resultado de la
experiencia de salvación y no para la salvación misma, como si se pudiera
bifurcar la salvación de su resultado inevitable de santidad, adopción y
buenas obras. Todos los medios al igual que los fines, las causas al igual
que los efectos, se encuentran incorporados en la elección. Nadie puede ser
elegido para cierto elemento constituyente de la salvación y no para los
otros, o elegido para un aspecto posterior (por ej., la vida eterna, el servicio,
la glorificación) y no para uno má s cercano (regeneración, arrepentimiento,
fe). De nuevo, la elección es de los pecadores para salvación (2 Ts. 2:13;
1
P. 1:1-2), no para parte o porciones de ella.
(4) Existe una cuarta posición que es el punto de vista de la elecció n
basada en la fe previsible. Este es el punto de vista está ndar de la
perspectiva arminiana. Esta posición afirma que aunque la elección
técnicamente tiene lugar en el pasado, la misma se basa en el conocimiento
que tiene Dios del futuro. Es por eso que esto niega la elección pre-
temporal.
Para esta perspectiva, la fe previsible es el fundamento de la elección.
Esto se basa en el concepto medieval jesuita de “ciencia media”, la idea de
que Dios no solamente conoce lo que los individuos libres podrían hacer
como posibilidades, sino lo que ellos ciertamente harían en cualquier
contingencia hipotética (o sea, un conocimiento contrario a la realidad).
Sin embargo, hay varios aspectos que señalan la incompetencia de esa
posición: (1) Se encuentra fundamentada en la idea de pura contingencia o
azar irrealista. (2) A fin de cuentas, equivale a contribuir al conocimiento de
Dios, debido a que en ese sistema una pura contingencia no puede ser
verdaderamente un objeto de conocimiento anterior al hecho. Y (3) acumula
una cantidad infinita de conocimiento falso en la mente de Dios (en
realidad, ¡ menos una! , pues solamente una del nú mero infinito de las
denominadas posibilidades previsibles llega a suceder en realidad). Esta
posición será examinada má s minuciosamente en breve.
(5) Otra posición, la cual se puede se puede decir de todos los asuntos
teológicos controversiales, es la que se adhiere al agnosticismo. No son
pocos los eruditos, que como Garrett, han escogido dejar “sin resolver la
cuestión espinosa de si la elección está o no condicionada por la presciencia
divina de las respuestas humanas”.26 Pero esta posición no es muy viable
considerando la abundancia de material bíblico que hay sobre el tema.
El Material Bíblico
Declaraciones Directas
Elegir: eklegomai
Esta palabra significa escoger, elegir, seleccionar27 y en el Nuevo
Testamento se usa siete veces para referirse a la elección personal para
salvación. Por ejemplo, en Juan 15:16 Cristo dice: “No me elegisteis
vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que
vayá is y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca”.28 Pablo enseñó
enEfesios 1:4—“segú n nos escogió en él antes de la fundación del mundo”.
“En [en] él” significa algo parecido a en conexió n con é l, en vez de en
unión con Cristo; Cristo “es la base, la causa y la garantía de la elección
de individuos”.29
Elección: ekloge
Esta palabra significa un escogimiento, selecció n o elecció n especial,30
y se usa siete veces para referirse a quienes son objetos de la elección
de Dios. Pablo dice, en 1 Tesalonicenses 1:4, “Porque conocemos,
hermanos amados de Dios, vuestra elección”.
Los Escogidos: eklectos
Esta palabra significa los escogidos, los elegidos, los seleccionados,31y se
usa diecisiete veces para referirse a quienes son objetos de la elección de
Dios. Dentro de los ejemplos tenemos a Romanos 8:33 (“¿ Quién acusará a
los escogidos de Dios?”) y Colosenses 3:12 (“Vestíos, pues, como
escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de
benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia”).
Escoger: haireo
Esto significa tomar, seleccionar, escoger o preferir,32 y su uso para
referirse a la elección personal solo lo hace Pablo en 2 Tesalonicenses 2:13:
“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros,
hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el
principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en
la verdad”.
Ordenados para vida eterna: tasso
Este término significa preparar, elegir, ordenar, arreglar, poner en su
lugar,33 y su ú nico uso para referirse a la elección divina para salvación se
encuentra en Hechos 13:48 —“Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y
glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban
ordenados para vida eterna”.
Predestinar: prooridzo
Esta palabra significa predestinar, y se usa cuatro veces en referencia al
hombre y la salvación. La misma se encuentra en Efesios 1:5 (“en amor
habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de
Jesucristo, segú n el puro afecto de su voluntad”), Romanos 8:29 (“Porque a
los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos
conformes a la imagen de su Hijo”) y Romanos 8:30 (“Y a los que
predestinó, a éstos también llamó”).
La Presciencia de Dios
Existen dos textos que vinculan el decreto de la elección de Dios con su
presciencia: “Porque a los que antes conoció (proegno), también los
predestinó (proorisen) para que fuesen hechos conformes a la imagen de su
Hijo” (Ro. 8:29). Y Pedro escribe su epístola a los “...elegidos segú n la
presciencia (prognosin) de Dios...” (1 P. 1:2). Hay dos perspectivas bá sicas
concernientes al significado de presciencia y su uso en el aspecto de la
elección divina.
Antes de que podamos exponer estos dos puntos de vista se hace
necesario investigar las presuposiciones de ambos. Es decir, la relación que
existe entre la soberanía de Dios y la libertad del hombre se divide
teológicamente en dos campos: el libertarianismo y el determinismo.
El libertarianismo
Esta posición puede ser reducida a tres presuposiciones o ingredientes
que hacen que ésta sea lo que es.
El absolutismo de la libertad humana
En primer lugar, el libertarianismo da por sentado que la voluntad
humana no ha de tener trabas y no debe ser influenciada de manera alguna
por motivos internos, decreto divino o poder divino. De lo contrario, la
voluntad no es verdaderamente libre. Expresiones tales como libertad real,
libertad significativa, libertad genuina y otras parecidas se entretejen en el
debate de manera tal que sugieren que la voluntad humana es igual o, de
algú n modo significativo, superior a la voluntad divina. Se dice que cuando
Dios creó la raza humana con libertad volitiva, él, consecuentemente, se
destituyó de la soberanía absoluta y que no sostiene ni puede sostener un
control completo sobre la libre voluntad humana. Debido a que no pueden
existir dos absolutos, el libertarianismo ha de concluir al final en dualismo
(o paridad) en el mejor de los casos o en la má xima soberanía del hombre
en el peor de ellos.
La libertad de indiferencia
En segundo lugar, esta posición presupone que para que la voluntad
humana pueda ejercitarse de manera libre, la persona siempre ha de ser
capaz de escoger o hacer lo contrario a lo que hizo. Lo que sea menos que
esto es determinista y destruye el libre albedrío. El hombre debe ser capaz
de actuar a favor o en contra de sus motivos dominantes, y a favor o en
contra de cualquier intención divina con igualdad de condiciones, de
manera que pueda asegurarse la elección totalmente espontá nea.
La presciencia de los contrafácticos como certezas
En tercer lugar, la posibilidad de lo contrafactual o contrafá ctico se da
por sentado. Lo contrafá ctico es aquello que se declara hipotéticamente
(opuesto a la realidad) basado en situaciones de pura contingencia. Si una
situación específica llega a suceder, entonces la persona ciertamente actuará
de manera libre y específica. Pero si una situación levemente diferente llega
a suceder, entonces esa persona actuará con la misma seguridad y
especificidad aunque de manera diferente. Entre casi todos los libertarianos
se tiene como un hecho que Dios conoce como certezas todos los
contrafá cticos posibles (todas las situaciones imperantes hipotéticas y todos
los actos totalmente libres o casuales) y que éstos son infinitos. Esta idea de
los contrafactuales libertarianos no es compatible con el determinismo
divino.
En esta conexión se ha de observar que toda la teología, filosofía y
apologética no bíblicas yacen sobre lo casual. La probabilidad controla el
mundo de las denominadas realidades para el hombre natural, y el principio
imperecedero de la ló gica trata de traer orden o de hacer aseveraciones
inteligibles acerca del á mbito de lo fortuito (conocido también como
la esfera de la pura contingencia). Pero tal como Cornelius Van Til observa,
“en cuanto a lo fortuito no se puede hacer ningú n tipo de aseveración. La
idea como tal es irracional. ¿ Y cómo se puede hacer aseveraciones
racionales acerca de lo irracional?”42 La lógica (o sea, orden, coherencia,
consistencia, etc.) y la probabilidad (es decir, el azar, la contingencia, la
posibilidad abstracta pura, etc.) son mutuamente exclusivas. La
probabilidad gobierna la lógica; nada puede ser lógico sin tener en cuenta
al Dios trino y soberano que puso orden en su universo porque él es un
Dios de orden y coherencia.
Determinismo
El compatibilismo de la soberanía divina y la responsabilidad
humana
La otra alternativa en el problema de la soberanía divina y la libertad
humana es una versión del determinismo divino al que a menudo se le llama
compatibilismo. El compatibilismo es la idea de que la libertad humana está
generalmente en armonía con el determinismo divino. Es “la idea de que la
libertad es compatible con la necesidad, por ejemplo, la persona P sigue
‘libre’ con respecto a la elección C aunque C sea necesaria”.43 La agencia
humana libre es compatible con el decreto divino global y un futuro
ampliamente organizado. El determinismo divino no es de naturaleza
limitante, no existe la coacción como la que se le ha impuesto a la voluntad
humana. La libertad humana se define como la “libertad de espontaneidad”,
es decir, que el hombre toma decisiones espontá neas desde su interior,
a partir de la interpretación que su razón hace de la situación —“la libertad
de hacer lo que quieras hacer”.44 Esto reconoce dos niveles de libertad
correspondientes a la distinción Creador-criatura. La libertad de la criatura
no es paralela a la libertad del Creador, má s bien se sujeta a ella. La
libertad limitada del hombre se define, se ejercita o se sostiene en
referencia a la libertad absoluta e infinita de Dios. En ese sentido la
libertad humana es compatible con la soberanía divina porque Dios
controla a ambas. De esta manera las acciones del hombre tienen validez
genuina: son suyas, no pertenecen a Dios. El hombre es culpable de
seguir su motivación dominante (Lc. 6:43-45) aunque ésta al mismo
tiempo es parte del plan y control absoluto y consciente de Dios de
cualquier cosa que suceda (Pr. 21:1— “Como los repartimientos de las
aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová ; a
todo lo que quiere lo inclina” Cf. Sal. 33:14-15; 105:24; Pr. 16:1, 9;
19:21; Is. 6:9-10; 63:17; 64:7; et al.).
La presciencia como omnisciencia basada en el plan divino
No se puede cuestionar el hecho de que Dios conoce el futuro de manera
exhaustiva a causa de la presciencia, ésta es equivalente a la omnisciencia.
Dios es omnisapiente (1 Jn. 3:20; et al.). Dios conoce todas las cosas, las
pasadas, las presentes y las futuras; las conoce inmediata, simultá nea
y eternamente, ya sean las cosas posibles o las reales. Ha de establecerse
una diferencia en cuanto a lo que Dios sabe del futuro (todas las
posibilidades y las realidades) y sobre qué base él las conoce.
En el universo no existen posibilidades inexploradas. Dios conoce todas
las entidades posibles en el todo del tiempo y el espacio bajo todas las
circunstancias posibles. Pero Dios conoce las posibilidades futuras
solamente como posibilidades; él sabe lo que podría hacer a causa de su
razón y poder. Pero Dios también conoce como certezas o realidades lo que
él hará, es decir, cualquier cosa que llegue a suceder a causa de su
propósito y plan (n.b. la ciencia media se descarta en esta interpretación).
Por lo tanto, el conocimiento de Dios nunca se adquiere o se aprende;
nunca se deriva de sus objetos sino que “se ejerce sin receptividad o
dependencia... [Dios] extrae su conocimiento directamente de la base de su
realidad pues ésta yace en sí mismo... el conocimiento que Dios tiene del
mundo emana de su autoconocimiento. Debido a que el mundo es una
revelación de Dios, todo lo real o lo posible en él es un reflejo en forma
creada de lo que existe no creado en Dios”.45
Hay dos usos de presciencia en el Nuevo Testamento que se refieren a ese
conocimiento previo o adelantado (Hch. 26:5; 2 P. 3:17). Ninguno se
encuentra en un contexto donde se hable de la salvación o la elección.
El punto de vista arminiano de presciencia
Para algunos, presciencia significa bá sicamente previsión, percepción,
conocimiento previo.46 Esta se usa para dar a entender que desde la
eternidad, Dios, en su omnisciencia sabía de antemano o había previsto la fe
del creyente y lo eligió a la vida eterna sobre esa base. Esta perspectiva
elimina eficazmente la elección del á mbito pre-temporal. Casi siempre
junto a esto marcha la idea de la gracia preveniente o cierto tipo de
capacidad dada por igual a las personas, que le permite a cada una
responder en fe a Dios sobre la base de su voluntad sin ningú n tipo de
asistencia. Esto, entonces, alivia a Dios de cualquier acusación de injusticia
o discriminación.47 Jack Cottrell dice:
Por medio de este conocimiento previo, Dios ve quién creerá en
Jesú s como su Salvador y Señor y se unirá a él en el bautismo
cristiano; entonces, incluso antes de la fundación del mundo, él
predestina a estos creyentes a compartir la gloria del Cristo
resucitado.48
Como se ha destacado anteriormente, hay un uso del proginosko que se
refiere al uso estricto del conocimiento previo. Sin embargo, no hay ningú n
ejemplo de ello que tenga que ver con la elección o la salvación. Ademá
s, en contextos donde se habla de la elección divina, las Escrituras nunca
mencionan que Dios prevé la fe. La Biblia no dice nada de lo que Dios
prevé. Como tal, ha de suponerse o inferirse que él prevé la fe y las buenas
obras que siguen a ésta. Thiessen admite la verdad de todo esto pero todavía
piensa que la fe prevista o el conocimiento previo de Dios de la reacción
positiva del hombre a la revelación de Dios es un postulado necesario.49
Pero el arminiano no tiene bases para la presciencia de Dios excepto una
pura contingencia, la cual expone esta posición a la acusación de suponer
incertidumbre divina y de la posibilidad final de que la ratificación de Dios
de la libertad del hombre nunca pueda suceder realmente. Thiessen
responde ante esto diciendo que “debido a que Dios ha previsto todo lo que
sucede, y ha aceptado estas eventualidades al seguir adelante con el plan de
los tiempos, no nos atrevemos a decir que su plan es incierto y propenso al
fracaso”.50 Pero la interrogante persiste: ¿ De quién es el “plan” o “las
eventualidades” que Dios se siente obligado a “aceptar” al seguir adelante
con su “plan de los tiempos”? Este “plan” o grupo de “eventualidades” ya
estaban evidentemente colocados en su lugar antes de que Dios tomara su
decisión.
El conocimiento de pura contingencia, conocido en filosofía como
ciencia media, es lo ú nico que le da validez a esta perspectiva arminiana.
Pero es imposible que Dios prevea una pura contingencia. Si él prevé la fe
de alguien, él debe de haber decretado tal fe antes de verla. La
predeterminación precede a la presciencia. La elección debe preceder el
conocimiento previo en el sentido de presciencia.51 Es por eso que J. Carl
Laney está en lo correcto al usar el término “seleccionados de antemano”
para proginosko.52 Sin la previa determinación de Dios de cualquier cosa
que suceda (las “eventualidades”), no hay nada sino un vacío cognitivo; no
habría nada ahí para que Dios lo conociera. Como dice Warfield, el
conocimiento previo de Dios en el sentido de presciencia es meramente
“una transcripción de su voluntad”.53 Ademá s de esto, si Dios conoció de
antemano a manera de presciencia la conformidad al Hijo por parte de los
creyentes, ¿ por qué tendría necesidad de predestinarlos a esa conformidad?
(Ro. 8:29) En otras palabras, ¿ por qué Dios necesitó predestinar lo que ya
él había previsto?
El punto de vista calvinista personal
Esta posición sostiene que proginosko (conocer de antemano) y su
sinónimo teológico ginosko (conocer) es personal y expresa la idea de tener
consideración, interés o deleite especiales. No se trata de qué Dios conoce
anticipadamente o prevé, sino de a quié n (hous; Ro. 8:29). En este sentido,
Dios conoce a personas, no solo las acciones de las personas. Proginosko es
una expresión de elección o preordinación y lleva consigo una connotación
de favor y amor, no de una previsión intelectual abstracta.54 El compromiso
de Dios en la elección se reafirma en la predestinación. S. M. Baugh
observa, al comentar sobre Romanos 8:29, que Dios “nos predestina sobre
la base de su compromiso misericordioso para con nosotros antes que el
mundo fuese”.55
Esta posición sugiere que proginosko lleva consigo la idea de
instrumentalidad o pre-coordinación. La idea trasmitida es má s de
disposició n anticipada que de presciencia. Por ejemplo, en Hechos 2:23,
Pedro dice “a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado
conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos,
crucificá ndole”. Aquí la presciencia (prognosis) de Dios es instrumental en
la entrega de Jesú s; es paralela con el “plan predeterminado” de Dios (te
horismene boule), literalmente, la voluntad de Dios que ha sido establecida
(cf. Hch. 4:27-28). Pedro habla de igual manera en su primera epístola,
señalando que Cristo fue “...destinado desde antes de la fundación del
mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1
P. 1:20). Aquí, la presciencia (proginosko) es equivalente a preordenación.
Antes que tuviese lugar cualquiera de los fenómenos sujetos al tiempo y al
espacio o hubiese intercambio de energía, Cristo fue preordenado
divinamente desde la eternidad para ser el que llevaría nuestros pecados.
Otro ejemplo se encuentra al mismo principio de esta carta. Allí, el
apóstol Pedro escribe diciendo: “Pedro, apóstol de Jesucristo, a los
expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia,
elegidos (eklectos) segú n (kata) la presciencia (prognosis) de Dios Padre”.
Aquí dos perspectivas son viables. (1) Una dice que proginosko/ prognosis
quiere decir amor o favor especial. La elección de Dios estuvo de acuerdo
con, (o fue segú n [kata]), su “presciencia”—su aprecio especial por (el
centro de su atención sobre) alguien. Dios escogió a todos los que fueron
objeto de su conocimiento aprobatorio. (2) La otra perspectiva es que
proginosko/ prognosis significa preordenación como tal, con uno o dos
sentidos para kata. (a) Kata pudiera significar con relació n a, con respecto
a (similar a por virtud de). Es decir, la elección se origina en la voluntad y
los propósitos eternos del Padre.56 (b) Kata pudiera significar acorde con o
conforme a. En esta interpretación la elección está acorde con la
predestinación soberana de todas las cosas; está conforme a su proceso
global de preordenación mediante el cual todas las cosas se hacen ciertas.
Kata da, en este caso, la idea de una norma de acuerdo a la cual algo se
lleva a cabo.57
Un ejemplo final es la declaración de Pablo en Romanos 11:2, “No ha
desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció”. La presciencia en
este caso es equivalente a elección misma, se trata de la elección de un
pueblo, no de la elección de sucesos ni de la fe de alguien. “Conocer de
antemano” es una expresión del Antiguo Testamento que es importante para
la doctrina de la elección y esto se demuestra en la trascendencia del verbo
conocer (yada‘) en los siguientes textos. (1) La elección de Abraham, tanto
para salvación personal, como para ser el receptor de un pacto, es la razón
por la cual Dios lo salva de la destrucción de Sodoma: “Es un hecho que
Abraham se convertirá en una nación grande y poderosa... Yo lo he elegido
[lit. conocido] para que instruya a sus hijos y a su familia...” (Gn. 18:18-19,
NVI). Para alentar al líder Moisés, y también para su propia salvación,
después del incidente del becerro de oro, el Señor recalca la elección divina
de éste como mediador de Israel: “...has hallado gracia en mis ojos, y te he
conocido por tu nombre” (É x. 33:17). La diferencia definitiva entre la vida
de los justos y la de los malvados es que el Señor “...conoce el camino de
los justos” (Sal. 1:6). En Proverbios 27:23 existe un paralelismo
esclarecedor: “Conoce bien la condición de tus rebaños, y presta atención a
tu ganado” (LBLA). Este ú ltimo mandato dice literalmente “dirige tu
corazón”. “Conocer” es dirigir el corazó n o prestar atenció n. Dios
expresó de esta manera su elección de Jeremías para el ministerio
profético antes que éste naciera: “Antes que te formase en el vientre te
conocí” (Jer. 1:5). Daniel habló estableciendo un contraste entre quienes
conocen a Dios y los que no lo conocen: los quebrantadores de pacto
abandonan a Dios (11:30, 32) a diferencia de quienes le “conocen” (v. 32).
Dios expresó su desacuerdo con los líderes de Israel diciendo:
“...constituyeron príncipes, mas yo no lo supe” (Os. 8:4). En este caso, el
verbo “saber” presenta la idea de elecció n o aprobació n. Ellos escogieron
lo que Dios no había escogido o aprobado. El cuidado y el interés
providencial de parte de Dios para con Israel en su deambular, es puesto
en términos que tienen que ver con el conocimiento de Dios “Yo te
conocí en el desierto” (Os. 13:5). Dios, para dejar impreso en el pueblo sus
responsabilidades correlativas, le recuerda a Israel su elección como nación:
“A vosotros solamente he conocido de
todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras
maldades” (Am. 3:2).
En estos contextos la palabra hebrea para conocer es (yada‘) y esta
conlleva la idea de atención y favor personal. La misma también denota
intimidad, siendo a menudo usada para cohabitación (cf. Gn. 4:1). El
aspecto intelectual de conocer en estos usos no es prominente. Hay
cognición, por supuesto, pero ésta es má s remota. El pensamiento griego le
añadió al conocimiento una carga intelectual y ésta se ha filtrado en la
teología. Sin embargo, el vocabulario de los autores del Nuevo Testamento
a menudo aporta má s a los conceptos hebreos, aunque las formas sigan
siendo griegas como tal. Y, en el pensamiento hebreo, el conocimiento
denota amor personal, aprecio y elección (véase también É x. 2:25; 1
S. 2:12; Sal. 18:43; 144:6; y Pr. 9:10; cf. Mt. 7:23; Jn. 10:27; Gá . 4:9).
Baugh
ve la conexión entre los testamentos respecto a este asunto y comenta:
El simple verbo ginosko era usado por los griegos para cognición,
reconocimiento, percepción o estados intelectuales relacionados, y en
raras ocasiones refiriéndose a una persona como el objeto de
conocimiento. Discriminación (“escoger”) o afecto (“amar”) no son
connotaciones de esta palabra de las que se pueda dar fe en la literatura
griega secular. En cambio...deberíamos tener en cuenta el equivalente
hebreo, yada, para este tipo de significado que tiene ginosko en
Romanos 8:29.58
Entonces, en teología sistemá tica, presciencia encierra má s que tan solo
previsión intelectual o visión omnisciente. Ambas palabras, proginosko y
ginosko, cargan un sentido sobresaliente de atención especial, interés
personal, consentimiento o afecto electivo. John Murray explica con certeza
que presciencia en Romanos 8:29 y 1 Pedro 1:2 “ha de entenderse en el
sentido fecundo de amor selectivo y con propósito (ver Am. 3:2; Ro.
11:2)”.59
En realidad, lo que Dios había previsto desde la eternidad en el sentido
arminiano del término fue depravación e incredulidad (la Caída y todas sus
consecuencias), no fe y buenas obras como resultado. É stas ú ltimas son
el producto de la obra misericordiosa de Dios a favor del pecador.60
Si Dios simplemente preveía o conocía de antemano la respuesta positiva
de alguien hacia él, previo a su elección, entonces nunca habría escogido a
Israel para sus propósitos. Desde el principio y a lo largo de toda la historia,
el patrón de Israel ha sido de constante rebelión y desobediencia, a pesar del
amor por Dios y el pacto expuesto por un remanente fiel (Is. 1:2; 30:1, 9;
65:2).
En el escatón se requerirá de un acto unilateral de la gracia divina para
que Israel se vuelva a Dios en arrepentimiento y fe antes que se logre a
escala nacional el cumplimiento de su elección (Zac. 1:17; 12:10-14). “Dios
‘conocía de antemano’ al pueblo de Israel (Ro. 11:2) en el sentido de que él
los escogería soberanamente para que fuesen suyos a pesar de la
incredulidad que sabía que iba a caracterizar a esa nación” (Ro. 10:21).61
La Voluntad de Dios
Es razonable la pregunta de por qué Dios escogió elegir a algunos para
salvación. La respuesta debe ser que, él, por su gracia, tuvo el propósito
finalmente de salvarlos por medio de la fe en su Hijo. Y má s aun, ¿ sobre
qué base má s antigua Dios escogió a algunos para que fuesen creyentes y
heredaran la vida eterna? La Escritura da varias respuestas negativas al
respecto:
•
No por voluntad del hombre (Ro. 9:16: “no depende del que quiere”).
•
No por las obras del hombre (2 Ti. 1:9: “no conforme a nuestras
obras”; Ro. 9:11: “no por [ek] las obras”).
•
No por la santidad del hombre (Ef. 1:4: Los creyentes fueron
escogidos para santidad, no por causa de ésta).
•
No por la obediencia del hombre (1 P. 1:1-2: Los creyentes no fueron
escogidos por haber obedecido a Jesucristo, sino má s bien para que le
obedecieran).
•
No por la elección del hombre (Jn. 15:16 “No me elegisteis vosotros a
mí, sino que yo os elegí a vosotros”).
La base má s antigua de la elección divina ha de estar en Dios mismo y no
en el hombre; está en su beneplá cito soberano como se interpreta a la
luzde su gracia y su amor. No hay nada meritorio en el hombre, en lo que él
es, hace, haría o pudiera hacer para inducir a Dios a actuar de manera
salvífica a su favor. Sin su amor electivo, soberano y unilateral, nadie
pudiera ser salvo. “La depravación de la voluntad humana es tal que, sin
este decreto de impartir influencias divinas especiales sobre algunos,
todos, sin excepción,
habrían rechazado la salvación de Cristo después de habérsela ofrecido; y
por eso todos, sin excepción, deberían haber perecido”.62
Existe una gran gama de textos y evidencias bíblicas que muestran que la
elección se efectú a sobre la base de la voluntad de Dios; voluntad que no
puede ser trastornada. Jesú s dice “No me elegisteis vosotros a mí, sino que
yo os elegí a vosotros” (Jn. 15:16). Pablo usó a Jacob y Esaú como el
paradigma del amor electivo de Dios: “pues no habían aú n nacido, ni
habían hecho aú n ni bien ni mal, para que el propó sito de Dios
conforme a la elecció n permaneciese, no por las obras sino por el que
llama” (Ro. 9:11). En este mismo contexto el apóstol da esta conclusión:
“Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene
misericordia” (Ro. 9:16). A los efesios Pablo les enseña esto: “[Dios] en
amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio
de Jesucristo, segú n el puro afecto de su voluntad” (Ef. 1:5). En este
pasaje el apóstol también dice: “En él asimismo tuvimos herencia,
habiendo sido predestinados conforme al propó sito del que hace todas
las cosas segú n el designio de su voluntad” (Ef. 1:11). En otras
palabras, Pablo hace descansar todo el proceso de salvación sobre la
voluntad de Dios: “quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no
conforme a nuestras obras, sino segú n el propó sito suyo y la gracia
que nos fue dada en Cristo Jesú s antes de los tiempos de los siglos” (2
Ti. 1:9).
La base definitiva para la elección de la nación de Israel ha de
considerarse una vez má s: Dios los amó simplemente porque los amó (Dt.
7:6-7). Debido a que el modus operandi de la elección siempre es el mismo,
ya sea para propósitos terrenales o para salvación eterna, la elección de
Israel, es una analogía perfecta de la elección de los creyentes para
salvación personal. No se da explicación alguna en las Escrituras del porqué
Dios escogió a unos y no a otros, o por qué no eligió salvar a todos, excepto
que es producto de la voluntad y el beneplá cito propios de su
autodeterminación.
La Preterició n y la Reprobació n
No existe decreto positivo de reprobación o condenación. Los no elegidos
son simplemente pasados por alto, o no escogidos, o se les ha dado el justo
merecido por sus pecados. No hay doble predestinación en el sentido de dos
decretos positivos en esta á rea; o sea, un decreto para elegir y un decreto
para condenar. Este pasar por alto es inevitablemente paralelo con la
elección y en teología se le da el nombre de preterició n. El ú nico sentido
en el cual la doble predestinación estaría correcta es haciendo de la
preterición un decreto permisivo y no uno positivo, o sea, un decreto para
permitir que los seres humanos caídos continú en en sus pecados y
reciban por ellos el justo castigo. Pero esto no es generalmente lo que
se considera doble predestinación; má s bien, la doble predestinación,
requiere, una vez má s,de dos decretos positivos.
La preterición se apoya en los siguientes textos. Primero, Judas advierte a
sus lectores que “...algunos hombres se han infiltrado encubiertamente, los
cuales desde mucho antes estaban marcados para esta condenación, impíos
que convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje, y niegan a nuestro
ú nico Soberano y Señor, Jesucristo” (Jud. 4, LBLA). Los apóstatas
está n “marcados” para su condenación. La mejor manera de entender
prographo en este pasaje es sencillamente, escribir de antemano, sin
lugar a duda refiriéndose a profecías anteriores y no a un decreto divino de
reprobación o condenación. Las predicciones que se ajustan a lo que se
refiere Judas incluirían la reflejada en 2 Tesalonicenses 1:7-10, donde
Pablo habla del juicio de Dios en la segunda venida de Cristo sobre
los apóstatas y los incrédulos que han perseguido y afligido a los
cristianos. Posiblemente 2 Pedro 2:1-22, cumpliría de igual manera con la
intención de Judas respecto a los que está n “marcados” proféticamente,
dependiendo de cuá l de estos dos libros fue escrito primero. En ese
pasaje Pedro hace una advertencia que también habla claramente de los
falsos profetas y maestros que por un tiempo se muestran como genuinos
mensajeros de Cristo, pero que al final se vuelven a la apostasía mostrando
su naturaleza.
Pablo también menciona a quienes Dios, en su soberanía, endurece por
ser vasijas preparadas para la destrucción (Ro. 9:17-22). Del mismo modo,
el apóstol usa un lenguaje claro en términos de elección y endurecimiento al
explicar la gloria futura pactada para Israel frente a su condición apóstata
presente. En este caso, los elegidos son creyentes judíos de la era de la
iglesia que le dan continuidad redentora a Israel en su futura edad dorada
del reinado del Mesías. (Ro. 11:1-2). Los endurecidos o no elegidos para
este propósito son aquellos judíos de la dispensación presente, quienes han
rechazado su Mesías prometido y han retardado el reinado mesiá nico.
Pablo
escribe: “¿ Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los
escogidos sí lo han alcanzado, y los demá s fueron endurecidos” (Ro. 11:7).
Pedro usa un lenguaje semejante al analizar el presente estado espiritual
de Israel contrastá ndolo con el resplandor que describe de ellos el Antiguo
Testamento. Para ellos, Cristo es “Piedra de tropiezo, y roca que hace caer,
porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron
también destinados” (1 P. 2:8).
Estos textos pueden suponer (y han sido tomados para ello) doble
predestinación —dos decretos divinos positivos, uno para salvar y otro para
condenar, ambos igualmente definitivos. Es cierto que la correlación de
estos con el resto de las Escrituras es difícil, pero al final la preterición es la
interpretación correcta. Sin embargo, se ha de tener presente que es Dios, y
no el hombre, el agente activo en la preterición. Los intentos de reducir todo
este asunto a la libertad del hombre no son convincentes. Por ejemplo, en
ocasiones se dice que la frase “preparados para destrucción” (katertismenoi,
participio perfecto de kartaridzo) en Romanos 9:22, que técnicamente
puede ser voz pasiva o media (pues la forma es la misma), debe ser tomada
en voz media. Entonces, en este caso, los apóstatas se han “preparado a sí
mismos para la destrucción”. Pero esto va en contra de todo el contexto en
el cual Dios es el agente activo que tiene misericordia y endurece (v. 18) y
quien, cual alfarero soberano, forma de antemano tanto los vasos de ira
como los vasos de misericordia (vs. 20-24).
De igual manera se ha dicho que el hecho de que Dios endureció el
corazón del Faraón solamente tuvo lugar después que éste ú ltimo endureció
su propio corazón. Pero esta posición tampoco puede ser respaldada, pues
Moisés deja claro que ese endurecimiento divino precedió el de Faraón. El
Señor le dijo a Moisés mientras se encontraba todavía en el desierto de
Horeb, “Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón
todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su
corazó n, de modo que no dejará ir al pueblo” (É x. 4:21). Hay diecinueve
referencias bíblicas del endurecimiento de Faraón, solamente cuatro en las
que Faraón es el agente activo; el resto se refieren a Dios. Este
endurecimiento, aunque causado por lo divino, fue sencillamente una
retención de parte de Dios de la circunspección del Espíritu, una retención
que hace que el corazón depravado tome su inevitable curso, pues el pecado
y la depravación son inherentemente degenerativos. En otras palabras, Dios
no necesita infligir positivamente algú n tipo de cemento moral para
endurecer el corazón de alguien; éste se encuentra en un estado endémico
de endurecimiento, y su proceso de deterioro inherente se acelera cuando es
levantada la gracia de Dios que refrena. Esto no se refiere a la gracia
redentora de Dios.
La verdad es que este asunto es tan solo una parte de todo el dilema
acerca de la responsabilidad humana y la soberanía divina. Ambas
cuestiones son afirmadas bíblicamente pero sin ser igualmente definitivas.
Aquí no se trata de la existencia de dos absolutos o de algú n tipo
de dualismo volitivo. Se trata de Dios quien es el absoluto Creador
Todopoderoso y de todos los seres humanos que son criaturas finitas. La
voluntad humana habrá de limitarse a la luz de la voluntad divina y
supeditarse a ella.
Hay dos ideas concluyentes que cerrará n esta sección. (1) Dios no
da pasos para llevar a cabo un decreto positivo de reprobación como lo hace
en el caso de la elección. “Este endurecimiento y destrucción [del pecador
no elegido] no es debido a alguna eficiencia positiva de parte de Dios”.63
La preterición no hace pecadora a la persona ni la obliga a pecar. É sta lo
ve ya como pecador caído y simplemente lo deja en ese estado. Es el lado
opuesto al decreto de la elección, o, en el mejor de los casos, un decreto
negativo de pasar por alto a algunos en un sentido permisivo. Los escogidos
en la elección tienen su estado de caída invalidado por parte de Dios; en la
preterición, ese estado es totalmente fehaciente. La elección, entonces,
procede sobre la base de la gracia, el amor y la misericordia de Dios,
mientras que la preterición procede sobre la base de su justicia solamente.
La preterición enfoca a los no elegidos de esta manera: como ya
(lógicamente) habiendo sido decretados a ser creados y permitírseles caer
en pecado. Dabney lo describe mejor: “El pecado del hombre que se ha
visto con antelación puede ser la base de la preterición de Dios, porque no
es el efecto de esa preterición sino de otra parte de su propósito eterno,
dígase: aquella de permitir la caída”.64 Pudiéramos decir que el pecado es
“visto con antelación” tan solo en el sentido de que en el orden lógico del
decreto, Dios ya había determinado la creación y permitido la caída en
pecado de los seres humanos. La preterición divina deja a la criatura caída
en ese estado.
Hay una buena analogía de este proceso en Lucas 17:34-35, aunque el
contexto se refiere a la separación de los malvados y los justos, la cual
tendrá lugar en la segunda venida y no esté hablando directamente del tema
de la elección soteriológica: “Os digo que en aquella noche estará n dos en
una cama; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estará
n moliendo juntas; la una será tomada, y la otra dejada”. Las
“dejadas” (aphiemi) son sencillamente por defecto las no tomadas;
no existe implicación o necesidad de acción positiva hacia ellas.
(2) Los no elegidos en el Apocalipsis se contemplan como aquellos cuyos
nombres no se hallaron escritos en el libro de la vida. Es decir, fueron
pasados por alto. La idea que se trasmite es que sus nombres no fueron
escritos en ninguna parte, desde luego no en un libro de la muerte. Warfield
se refiere a este asunto con la claridad que lo caracteriza apuntando que, “en
el Nuevo Testamento el término ‘adoptados’ que se usa para expresar
[elección]—eklegomai — encierra una declaración del hecho de que en la
elección otros fueron pasados por alto y dejados sin el regalo de la
salvación... De esta manera la discriminación entre los hombres en cuanto
al asunto de su destino eterno se presenta claramente ocurriendo en interés
de la misericordia y con el propósito de la salvación”.65
La Parcialidad
¿ Es Dios parcial al escoger a algunos y no a otros? La respuesta corta es
“no”. La parcialidad tiene lugar cuando una parte tiene un reclamo sobre
otra y no puede recibirlo. Si Dios le debiera algo a todo el mundo o le
debiera algú n favor, él sería parcial en negarle a uno lo que le da a otro.
Laparcialidad es injusticia; pues no tiene en cuenta la igualdad de derechos
de todos los involucrados. Sin embargo, los pecadores no tienen derechos
en esta á rea, y Dios nunca es injusto (Ro. 9:14-15).66 Thiessen expone la
interpretación arminiana, probablemente de la manera que mejor se pueda
hacer, apuntando que la elección es parcial e injusta. É l escribe diciendo:
Si, como leemos, la justicia es el fundamento del trono de Dios, nos
resulta difícil comprender cómo él puede escoger a algunos de entre la
masa de hombres culpables y condenados, proveerles salvación y
asegurá rsela eficazmente, y no hacer nada respecto a los demá s. Dios
no sería parcial si permitiera que todos los hombres obtuvieran su
condenación merecida, pero, ¿ cómo puede ser imparcial si selecciona
a algunos de esta multitud y hace cosas por ellos y en ellos que no hace
por los demá s, si no existe nada en ninguna de las dos clases que
establezca una diferencia? Planteamos que la gracia comú n se extiende
a todos, y que cada uno posee la capacidad restaurada de “querer hacer
la voluntad de Dios”. La gracia de Dios que imparte salvación ha
aparecido a todos los hombres, pero algunos han recibido la gracia de
Dios en vano. Nos parece que solamente si Dios hiciese la misma
provisión para todos e hiciese las mismas ofertas a todos, él fuera
verdaderamente justo.67
Como respuesta inmediata a esta declaración se pueden decir dos cosas.
(1) Cualquier cosa que Dios hace, la hace en justicia infinita, y es por
definición absolutamente justo; no se sujeta a conceptos humanos finitos
acerca de cómo debe ser y no debe ser la justicia divina. La distinción
Creador-criatura se traduce necesariamente a dos niveles del entendimiento
de Dios y sus caminos, y entre los dos niveles se levanta la barrera
monumental de la má xima incomprensibilidad de Dios. Para exacerbar aun
má s el dilema humano, incluso esta incomprensibilidad es inescrutable al
entendimiento humano. Por lo tanto, la ú nica opción que le queda al
hombre es pensar lo que Dios piensa de él, es decir, entender y obedecer su
revelación.
(2) De hecho, existe una provisión universal y también una oferta
auténtica universal para la humanidad totalmente depravada. No hay
necesidad de que se postule gracia preveniente alguna para hacer que estos
universales sean genuinos. La gracia preveniente, tal como la postulan los
arminianos, no es gracia en ú ltima instancia, sino una incumbencia divina,
un deber impuesto a Dios con el propósito de satisfacer las expectativas
humanas. Por definición no hay gracia en el hecho de que Dios esté
moralmente forzado a darles a los humanos tal capacidad. Es má s, la
noción de la gracia preveniente reduce la depravación humana a un
estado de equilibrio moral y volitivo de manera tal que el hombre puede
tomar una decisión puramente libertaria de ser salvo. Esto está en contra
de todo lo que enseñan las Escrituras acerca de la incapacidad humana, la
necesidad de gracia divina unilateral, la naturaleza intrínseca de la
gracia, la
naturaleza del arrepentimiento y la fe como dones de Dios, la
responsabilidad humana y una gran cantidad de otras verdades.
Los Propósitos de la Elección Divina
La salvación y el disfrute personal no son las ú nicas metas en la elección
divina, aunque sí son metas (1 P. 1:2; 2 Ts. 2:13). Ni tampoco son los fines
principales o supremos. Los elegidos siempre son escogidos para propósitos
santos y ú tiles. Es bastante evidente que no es el propósito global de Dios
salvar a tantos como sea posible, de lo contrario todo el mundo sería salvo
al final, lo cual es la herejía del universalismo soteriológico.
La Gloria de Dios
El apóstol Pedro habla de los creyentes como un grupo elegido, “linaje
(raza) escogido” cuyo propósito es “(anunciar) las virtudes de aquel que os
llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9). Segú n Pablo, los
elegidos fueron escogidos por Dios para su auto-glorificación. Dios
“soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción,
y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos
de misericordia que él preparó de antemano para gloria” (Ro. 9:22-23). La
predestinación de los creyentes es “para alabanza de la gloria de su gracia”
(Ef. 1:6). Los santos han de ser también “para alabanza de su gloria” (Ef.
1:12). Todo lo que Dios hace ha sido planeado con anterioridad desde la
eternidad en su amorosa e infinita sabiduría para traer sobre sí mismo la
mayor gloria (auto-gloria) posible. Este es el está ndar má s alto para él
yes lo que le produce el mayor deleite que pudiera experimentar. La
elección a la salvación personal es una de las estrellas má s resplandecientes
en la galaxia de la alabanza, acción de gracias, honra, adoración y culto que
la persona y la obra de Dios provoquen de cada ser racional en el universo.
2 Tesalonicenses 2:13
Pablo escribe: “Dios os ha escogido desde el principio para [eis]
salvación mediante [en] la santificación por [de] el Espíritu y la fe en la
verdad” (LBLA). Si la “santificación del Espíritu” es un genitivo subjetivo,
esto se referiría a la santificación forjada por el Espíritu, la impartición de
nueva vida que ocurre en el momento del nuevo nacimiento. Esta
santificación concuerda con las palabras de Pablo a los Corintios: “Y esto
[ladrones, borrachos, et al.] erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya
habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor
Jesú s, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11). Su condición de
lavados, santificados y justificados habla de la experiencia total de
conversión que los hacía diferentes de lo que eran y de lo que seguía siendo
la comunidad pagana que los rodeaba. El imperativo implícito en este
pasaje es que estos creyentes dejaran de actuar como eran antes, lo que, en
este contexto específico, involucraba llevar a otros a la corte de manera no
bíblica. “Lavados” es el aspecto de la purificación; “santificados” se refiere
al aspecto vivificador, aquello que hace posible el arrepentimiento y la fe y
aparta a algunos de la muerte espiritual; y “la justificación” significa ser
constituidos justos por atribución divina, declarados como tal y tratados de
esa manera para siempre.
Esta santificación, juntamente con la “fe en la verdad” o la fe que acepta
la verdad, es el medio por el cual se cumple la elección para salvación. “Por
medio” es la traducción de en y muchos lo interpretan en un sentido
instrumental. Esta frase preposicional indica los medios mediante los cuales
la elección lleva a cabo sus generosos fines. La preposición en podría
interpretarse también en un sentido locativo, para referirse a la esfera del
Espíritu Santo. Esto probablemente no cambie la idea de manera apreciable,
aunque cualquier precisión teológica del término esfera es difícil de
determinar.
“Fe en la verdad” es el aspecto má s humano o subjetivo en la ejecución
de los medios de la elección. La elección se hace operativa en lo personal
por medio de esta fe que acepta la verdad.71
1 Pedro 1:1-2
Pedro escribe: “Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la
dispersión en el Ponto... elegidos segú n [kata] la presciencia de Dios Padre
en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de
Jesucristo”.
Este texto muestra que cada detalle del tiempo y el lugar de la salvación
estaba comprendido en la elección. “Presciencia” conlleva la idea de
preordenación, preparado de antemano, o pensado con antelación, como se
ha expresado anteriormente en este capítulo; y posee el mismo tipo de
fuerza instrumental que aparece en Hechos 2:23 donde Jesú s fue entregado
a sus enemigos con propósitos expiatorios “por...el anticipado conocimiento
de Dios”. Al igual que en 2 Tesalonicenses 2:13, la elección de Dios entra
en vigencia por la obra santificadora y vivificante del Espíritu, que tiene
como fin, u obra con vistas a (preposición eis), la obediencia a Cristo. Esta
obediencia es sencillamente la fe salvadora que lleva a ser rociado con la
sangre de Cristo, o sea, al perdón de los pecados. Lewis y Demarest
interpretan las preposiciones en 1 Pedro 1:2 de manera ú til y fá cil
de
entender. Kata es la base para la elección divina; es decir, amar y ordenar
de antemano. En “significa el instrumento mediante el cual la elección
eterna se actualiza en el tiempo”. Y eis “denota la meta o resultado de la
elección divina, dígase, la obediencia a Cristo y la aplicación de sus
beneficios expiatorios”.72
Las Evidencias de la Elección Divina
La elección no es un misterio en su totalidad, aunque gran parte de la
doctrina es incomprensible a la mente humana. También es algo que puede
ser discernido y conocido por medio de las evidencias.
La Fe Personal
Donde se ejercita y se exhibe una fe genuina, la elección también es
evidente. Al responder positivamente ante el mensaje de Pablo y Bernabé,
los gentiles de Antioquía de Pisidia dieron evidencias de su elección
personal: “Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la
palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida
eterna” (Hch. 13:48).
La Perseverancia
Solo los elegidos perseverará n. Quienes perseveran en fe y en las buenas
obras dan evidencia de ser verdaderos elegidos. Para saber si un verdadero
creyente perseverará en la experiencia cristiana, entonces ha de perseverar.
Una de las marcas que distingue a una oveja genuina es que ésta sigue al
verdadero Pastor. Cristo dice respecto a sus ovejas: “...yo las conozco, y me
siguen” (Jn. 10:27; cf. v. 4). Las ovejas verdaderas y creyentes no seguirá
n a ningú n otro “porque no conocen la voz de los extraños” (Jn. 10:5).
Pablo expresa esta verdad con palabras imperativas citando porciones de
las Escrituras antiguas: “Conoce el Señor a los que son suyos [o sea,
elección]; y: Apá rtese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de
Cristo” (2 Ti. 2:19). Juan dice que la perseverancia en las cosas del Señor
brinda seguridad de salvación: “Estas cosas os he escrito a vosotros que
creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepá is que tenéis vida
eterna” (1 Jn. 5:13). Las cosas escritas se refieren a las pruebas de la vida o
a las evidencias del nuevo nacimiento que se encuentran a lo largo de toda
la carta de Juan. É stas son evidencias de perseverancia.
La Convicció n Personal
La elección no es algo determinista que no pueda ser conocido. Un
creyente no tiene que esperar hasta la eternidad para estar seguro. Esta
convicción está mediada por las otras evidencias. La misma no parece ser
una certeza y seguridad directa, intuitiva y sin mediación. Má s bien está
mediada para el creyente por el conocimiento de la promesa de Dios de la
vida eterna, la obra expiatoria de Cristo y su aplicación por el Espíritu
Santo. Este conocimiento puede ser confirmado, o incluso, hasta socavado,
por la evidencia de perseverancia o la falta de ella.
Pedro habla de este punto diciendo: “Por lo cual, hermanos, tanto má s
procurad hacer firme vuestra vocación y elección” (2 P. 1:10). Una vez má
s, es oportuno percatarnos de que la elección para nada destruye
la responsabilidad humana.
El Testimonio de Otros
Pablo dice de los cristianos de Tesalónica: “Porque conocemos, hermanos
amados de Dios, vuestra elección” (1 Ts. 1:4). Y Juan dirige su segunda
carta “a la señora elegida” (2 Jn. 1), la cual puede ser una manera figurada
de llamar a la iglesia local o, menos probable, una señora cristiana en
particular.
Es difícil saber cuá n normativas son estas declaraciones. Pablo y Juan
escribían revelaciones bajo la agencia directa del Espíritu Santo (o sea, bajo
inspiración) cuando hicieron estas declaraciones. Por eso, hay que tener
cuidado cuando se trata de dogmatizar la elección de otras personas. Al
final, los seres humanos no pueden saber con certeza el estado espiritual o
el destino de los demá s excepto por iluminación divina y directa.
Conclusión
Se pueden reunir varias ideas concernientes a la doctrina de la elección.
(1) La evidencia de la elección divina forma una espada de dos filos. Por
una parte, es posible estar totalmente seguros de nuestra elección. Por otra
parte, parece imposible que alguien pueda decir con honestidad que es de
los elegidos mientras viva una vida de pecado y rebelión contra Dios.
(2) La Biblia es clara en cuanto a dos aspectos concernientes a la
elección. (a) Si alguien es salvo es porque Dios lo escogió a él primero. (b)
Si alguien se pierde es su propia responsabilidad; pues no se apropió de la
gracia de Dios, y por lo tanto, recibirá la retribución inevitable por su
pecado. En ninguna parte dice que la culpabilidad de la condenación eterna
del hombre es el resultado del decreto de reprobación ni el resultado de la
no-elección.
Por supuesto, algunos pueden sugerir que Mateo 7:23 presenta un
problema. En este pasaje Jesú s dice que el juicio final que tendrá n algunos
será : “Nunca os conocí [dice Jesú s]; apartaos de mí, hacedores de
maldad”. Esto es en realidad la declaración de hechos respecto a estos
‘hacedores de maldad’ y no una declaración de causa. Su condenación es
porque son “hacedores de maldad” y porque no obedecen la voluntad del
Padre celestial (vs. 21, 23). En otras palabras, su perdición eterna es el
resultado de su pecado. Jesú s nunca los conoció de la manera íntima en que
conoce a los creyentes. Su falta de fe puede vincularse en ú ltima instancia
y de manera indirecta en teología a su no elección, pero la causa inmediata y
que lleva todo el peso de la culpa del rechazo que hacen de Cristo es su
pecado y su incredulidad.
Algunos pueden sugerir que Juan 10:26 también presenta problemas.
Aquí Jesú s dice: “pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas”.
De nuevo, segú n el contexto inmediato, esta es má s bien una
declaraciónde hechos y no una declaración de causas. Ellos no creyeron
las credenciales de Jesú s (v. 25, “las obras que yo hago en nombre de mi
Padre”) porque no eran salvos, no eran de las ovejas/creyentes elegidos. Su
incredulidad sencillamente manifestó su naturaleza. Segú n el versículo 27
las ovejas son de las elegidas (“yo las conozco”), escuchan la voz de Cristo
(el llamado eficaz) y le siguen (perseveran). Jesú s no estaba diciendo, “no
pueden creer porque no son de los elegidos”, como cuestió n de
culpabilidad.
1 James L. Garret. Teología Sistemática, 2 tomos. (El Paso, TX : Mundo Hispano, 1990-95), 2:437.
2 Ver, por ej., Louis Berkhof, Teología Sistemática (Grand Rapids, MI: Libros Desafio, 2016),
128-147; W. G. T. Shedd, Dogmatic Theology, 3a edición, ed. Alan W. Gomes (Filadelfia:
Presbyterian & Reformed, 2003), 311-365.
3 W. L. Lumpkin, Baptist Confessions of Faith (Valley Forge, PA: Judson, 1959), 157. 4
Ibid., 364.
5 John Gill, Body of Divinity (edición reimpressa, Atlanta: Turner Lasseter, 1965), 180.
6 James Petigru Boyce, Abstract of Systematic Theology (Filadelfia: American Baptist
Publication Society, 1887), 341-356.
7 W. T. Conner, Christian Doctrine (Nashville, TN: Broadman, 1937), 155.
8 A. H. Strong, Systematic Theology, 3 tomos. in 1 (Valley Forge, PA: Judson, 1907), 779.
9 Louis Berkhof, Teología Sistemática, 134.
10 Alva J. McClain, “The Doctrine of Salvation” (notas de teología, Grace Theological Seminary,
Winona Lake, IN).
11 Cf. D. A. Carson, Divine Sovereignty and Human Responsibility (Atlanta: John Knox,
1981), 2.
12 Robert Reymond, A New Systematic Theology of the Christian Faith (Nashville, TN:
Thomas Nelson, 1998), 463.
13 Millard Erickson, Teología Sistemática (Barcelona: CLIE, 2008), 917.
14 Charles Ryrie, Teología Básica (Miami: U nilit, 1993), 356.
15 R. L. Dabney, Lectures in Systematic Theology (edición reimpresa, Grand Rapids, MI:
Baker, 1985), 223.
16 B. B. Warfield, “Predestination”, Biblical and Theological Studies, ed. Samuel C. Craig
(Filadelfia: Presbyterian & Reformed, 1968), 276-291.
17 Cf. Strong, Systematic Theology, 784.
18 Dan Esterline, “The Doctrine of Predestination,” Moody Monthly (febrero 1979), 89.
19 Roger T. Forster y V. Paul Marston, God’s Strategy in Human History (Wheaton, IL: Tyndale
House, 1974), 136.
20 William G. MacDonald, “The Biblical Doctrine of Election”, The Grace of God, The Will of
Man, ed. Clark H. Pinnock (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1989), 207-229.
21 Gordon Lewis y Bruce Demarest, Integrative Theology, 3 tomos. (Grand Rapids, MI: Zondervan,
1987), 3:38.
22 C. H. Spurgeon, Spurgeon’s Sermons, 10 tomos en 5. (Grand Rapids, MI: Baker, 1996), 2:79.
23 Cf. Robert Shank, Life In the Son (Springfield, MO: Westcott Publishers, 1960), 366;
MacDonald, “The Biblical Doctrine of Election,” 219-229; Robert Picirilli, Grace, Faith, Free
Will (Nashville, TN: Randall House, 2002), 49.
24 Robert L. Sumner, “Long Shadows,” The Biblical Evangelist (noviembre 1975), 11.
25 Andrew Telford, Subjects of Sovereignty (Filadelfia: Berachah Baptist Church, s.f.), 37- 38, 50,
55-56.
26 Garrett, Teología Sistemática, 2:458.
27 BDAG, s.v. “eklegomai,” 305.
28 Algunos interpretan a “fruto” como almas ganadas para Cristo en el evangelismo y las misiones.
Bruce Demarest en una tendencia similar se refiere a Juan 15:16 como el servicio o la misión
de los discípulos, a base de los verbos “elegir” (etheika) e “ir” (hupagete) (cf. Mc. 3:13-15; Jn.
6:70) (The Cross and Salvation: The Doctrine of Salvation [Wheaton, IL: Crossway, 1997],
119). Pero el contexto en Juan 15 trata de la permanencia en Cristo, quien es la vid. En este caso se
trata de la salvación inicial y la perseverancia continua de ésta exhibida por el fruto del Espíritu
(usando el lenguaje paulino—Gá. 5:22-23). Demarest añade con exactitud que una elección al
servicio no excluye una elección a la salvación la cual se necesita antes.
29 Ryrie, Teología Básica, 354.
30 BDAG, s.v. “ekloge,” 306.
31 BDAG, s.v. “eklectos,” 306.
32 BDAG, s.v. “haireo,” 28.
33 BDAG, s.v. “tasso,” 991.
34 Demarest cita muchos textos del Antiguo Testamento que según él, se refieren a la elección
personal, pero hay varios de dudosa interpretación en el mejor de los casos. La mayoría se refieren
a la elección nacional o a una elección para las responsabilidades
concernientes al pacto. Otros simplemente no mencionan la elección en lo absoluto, pero se da por
sentado que sí lo hacen (The Cross and Salvation, 121-124).
35 H. C. Thiessen, Lectures in Systematic Theology, rev. Vernon D. Doerksen (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1979), 260.
36 I. Howard Marshall, “Predestination in the New Testament”, Grace Unlimited, ed. Clark Pinnock
(Minneapolis, MN: Bethany House, 1975), 136.
37 Lewis y Demarest, Integrative Theology, 3:53. 38
Demarest, The Cross and Salvation, 28-29.
39 Demarest resume las diferentes interpretaciones teológicas de la gracia salvadora de Dios, desde los
pelagianos y liberales, con sus presuposiciones concernientes a la capacidad natural, hasta los
evangélicos reformados, que ven la elección (correctamente) como el favor especial de Dios que
sostiene la vida y que de manera paulatina y eficaz conduce a Cristo. (cf. Ibid., 40-69).
40 E. Y. Mullins, The Christian Religion in its Doctrinal Expression (Valley Forge, PA: Judson,
1917), 340.
41 Ibid., 338-39.
42 Cornelius Van Til, The Defense of the Faith, 3a edición (Filadelfia: Presbyterian & Reformed,
1967), 143-144.
43 “Glossary”, Divine Foreknowledge: Four Views, ed. James K. Beilby y Paul R. Eddy
(Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2001), 208.
44 John M. Frame, The Doctrine of God (Philipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2002), 136.
45 ISBE, edición revisada, s.v. “Omniscience,” por Geerhardus Vos, 3:599.
46 Norman Geisler, interpreta que el conocimiento previo en la elección es sencillamente un
aspecto de la omnisciencia de Dios; es decir, su conocimiento infalible y omnisciente del futuro
(Systematic Theology, 4 tomos [Minneapolis, MN: Bethany House, 2002-05], 3:221).
47 Thiessen, Lectures in Systematic Theology, 344-345.
48 Jack Cottrell, “Conditional Election”, Grace Unlimited, ed. Clark Pinnock (Minneapolis,
MN: Bethany House, 1975), 62.
49 Thiessen, Lectures in Systematic Theology, 344.
50 Ibid., 349.
51 Strong, Systematic Theology, 783.
52 J. Carl Laney, Jr., “God”, Understanding Christian Theology, ed. Charles R. Swindoll y
Roy B. Zuck (Nashville, TN: Thomas Nelson, 2003), 213.
53 Warfield, “Predestination,” 282.
54 TDNT, s.v. “ginosko, gnosis, et al.,” por Rudolph Bultmann, 1:715; cf. también NIDNTT,
s.v. “proginosko,” por P. Jacobs y H. Krienke, 1:693.
55 S. M. Baugh, “The Meaning of Foreknowledge”, The Grace of God, the Bondage of the Will,
ed. Thomas R. Schreiner y Bruce Ware (Grand Rapids, MI: Baker, 1995), 194.
56 H. A. W. Meyer, Meyer’s Commentary on the New Testament, 10 tomos (edición reimpresa,
Winona Lake, IN: Alpha Publications, s.f.), 10:203; A. M. Stibbs y A. F. Walls,
1 Peter, TNTC (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1983), 72.
57 Cf. Roger M. Raymer, “1 Peter”, The Bible Knowledge Commentary: An Exposition of
the Scriptures, ed. John F. Walvoord y Roy B. Zuck (Wheaton, IL: Victor Books, 1983-85), 2:840.
58 Baugh, “The Meaning of Foreknowledge,” 192.
59 “Election”, The New Twentieth Century Encyclopedia of Religious Knowledge, 2a edición
revisada, ed. J. D. Douglas (Grand Rapids, MI: Baker, 1991), 293.
60 Strong, Systematic Theology, 784. Para un estudio más profundo sobre presciencia ver
Berkhof, Teología Sistemática, 131-132, y Shedd, Dogmatic Theology, 324-326.
61 Laney, “God,” 213.
62 Strong, Systematic Theology, 784.
63 Strong, Systematic Theology, 790.
64 Dabney, Lectures in Systematic Theology, 241.
65 Warfield, “Predestination,” 327. Para un mejor estudio sobre el tema de la preterición y la
reprobación, consulte algunos de los teólogos reformados más prominentes, por ejemplo: Strong,
Systematic Theology, 789-790; Shedd, Dogmatic Theology, 333-352; Herman Hoeksema,
Reformed Dogmatics (Grand Rapids, MI: Reformed Free Publishers, 1966), 161-165; Dabney,
Lectures in Systematic Theology, 238-46; James Henley Thornwell, como lo muestra Morton
Smith, en Studies in Southern Presbyterian Theology (Phillipsburg, NJ: Presbyterian &
Reformed, 1987), 138-140; y Herman Bavinck, The Doctrine of God (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1951), 394-401.
66 Ver Shedd, Dogmatic Theology, 330-332.
67 Theissen, Lectures in Systematic Theology, rev. Vernon D. Doerksen (Grand Rapids, MI:
Eerdmans, 1979), 260.
68 Strong, Systematic Theology, 784.
69 Dabney, Lectures in Systematic Theology, 225.
70 Ibid., 226.
71 D. Edmond Hiebert, The Thessalonian Epistles: A Call to Readiness (Chicago: Moody, 1971),
324.
72 Lewis y Demarest, Integrative Theology, 3:45.
Capítulo 3 8
El Llamado de Dios
La Definición de Llamamiento
El llamamiento es la obra que Dios hace por medio de la cual, a través del
Espíritu, invita a todos los hombres a venir a Cristo, y es la que lleva los
pecadores a la salvación. Llamamiento y convicció n son virtualmente ( si no
es que son realmente) sinó nimos desde el punto de vista teoló gico. J.
I. Packer sugiere una buena explicación: “La idea bíblica de ‘llamamiento
de Dios’ es que Dios reú ne a los hombres por medio de su palabra y se
ase de ellos por su poder para que participen en, y disfruten de, los
beneficios que sus propósitos redentores les otorga por gracia”.1 Ha de
observarse que la elección divina a la salvación personal y al llamado,
son doctrinas bien relacionadas entre sí. El aspecto resultante del
llamamiento de Dios es coextensivo tanto con la elección como con
la predestinación segú n Romanos 8:29-30: “Porque a los que antes
conoció [elección], también los predestinó para que fuesen hechos
conformes a la imagen de su Hijo... Y a los que predestinó, a éstos también
llamó”.
Una interrogante fundamental en soteriología es cómo y por qué la gente
viene a Cristo para salvarse. Hay cerca de cuatro tipos de respuestas que se
han dado ante esta duda bá sica. Algunos dicen que la persona puede venir
por sí misma. Este es el punto de vista del pelagianismo (herejía) que
sostiene que el hombre posee la capacidad natural de venir a Cristo por su
propia cuenta—monergismo humano. Un segundo enfoque es la perspectiva
levemente modificada del pelagianismo. Este enfoque dice que una persona
puede iniciar la sugerencia para ser salvo y es entonces cuando Dios le
ayuda a llegar a la meta. También sostiene que el hombre posee cierta
capacidad natural, quizá s algunos deseos naturales leves de ser salvo, y que
Dios, por medio del Espíritu se le une para ayudarle a llegar a Cristo—
sinergismo humano/ divino. Una tercera respuesta modifica levemente la
segunda al sostener que Dios es quien inicia el proceso de salvación y la
persona coopera hasta lograrla—sinergismo divino/ humano. Usualmente
en esto se encuentra involucrado el concepto de “gracia preveniente”, una
obra del Espíritu en todas las personas, lo cual le da una pequeña medida de
vida espiritual a todos y que capacita a cualquiera que esté dispuesto a
responder de manera positiva a los toques de Dios. Este es el arminianismo
clá sico.2 La cuarta interpretación, que es la correcta, de cómo y por qué una
persona se salva, sostiene que solo Dios trae a la persona a Cristo para
salvación — monergismo divino.
El Aspecto Eficaz
Cuestiones a tener en cuenta en el tema de la salvación
El aspecto eficaz del llamamiento de Dios logra o produce lo que el
aspecto general del llamamiento tiende a lograr o a producir. Es la obra u
operación directa del Espíritu Santo que trae al pecador elegido a la fe y al
arrepentimiento, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, del
pecado a la comunión con Jesucristo. Es el aspecto que implementa o
realiza la elección (Ro. 8:28; 11:29).13 En la pará bola de la gran cena,
el llamado es enviado a todos, pero el aspecto que trae solo algunos a la
mesa es “imperativo” (anagkadzo, forzar; Lc. 14:23). Wayne Grudem lo
explica con mucha exactitud: “El llamamiento eficaz es un acto de Dios el
Padre, por medio de la proclamación humana del evangelio, en el que
convoca a las personas a que acuden a él de manera tal que
14
responden en fe salvadora”. E. Y. Mullins lo dice de esta manera: “El
evangelio es eficaz con algunos y no lo es con otros porque la gracia de
Dios es funcional en uno má s allá del grado de su acción en el otro”.15
Hay varias expresiones para referirse a la meta o propósito final del
llamamiento eficaz, pero todos ellos son sinónimos teológicamente
hablando—salvación. Los pecadores son llamados a la obediencia a la fe
(Ro. 1:5), a la comunión de Jesucristo, el Hijo (1 Co. 1:9), a la herencia de
una bendición (1 P. 3:9), a la libertad (Gá . 5:13), a la paz (1 Co. 7:15, en
el
contexto de la relación esposo-esposa), a la santidad (1 Ts. 4:7), a la vida
eterna (1 Ti. 6:12) y al reino y la gloria de Cristo (1 Ts. 2:12).
Aunque el llamamiento de Dios siempre es rechazado o resistido en
cuanto a su aspecto general, éste no es finalmente rechazado o resistido por
los pecadores elegidos a causa del aspecto eficaz. El llamamiento eficaz
produce la respuesta voluntaria de la persona, la respuesta de
arrepentimiento y fe. Norman Geisler16 y muchos otros se confunden en
este punto y malinterpretan lo que a menudo se le llama gracia irresistible,
un sinónimo teológico para el llamamiento eficaz. Este término significa
sencillamente que el llamamiento eficaz no es resistido finalmente y que
termina en la salvación; lo que no significa es que el llamamiento de Dios
no puede ser resistido. Por lo tanto, para éstos es irrelevante aducir textos
que hablen del llamamiento de Dios siendo resistido (Mt. 23:27; Lc 7:30;
Jn. 5:40; Hch. 7:51; et al.). El aspecto general del llamamiento da pie a tales
ejemplos.
Estos también sugieren que el llamamiento eficaz es coercitivo y, como
tal, hace que la gente ejercite una fe contraria a sus capacidades volitivas y
motivos dominantes. Esta crítica también está fuera de lugar. Es decir, hay
una respuesta humana necesaria para el llamamiento eficaz; ésta no viola la
voluntad (o, libertad) humana. Esta respuesta necesaria se ve en las
invitaciones divinas a ser salvos; todas van dirigidas a la voluntad humana.
Cristo llama, “Venid a mí” (Mt. 11:28); Juan habla de “recibir” a Cristo
(Jn. 1:11-12); Cristo también dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si
alguno oye mi voz [llamado] y abre la puerta” (Ap. 3:20); y “el que tiene
sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap.
22:17). Todas estas exhortaciones e invitaciones han de entenderse de que
nadie es llevado (de manera eufemística) a rastras y gritando a lo largo del
umbral de la fe, por así decirlo, como si se tratara de cierta contravención
irresistible de sus facultades racionales y volitivas.
Millard Erickson insinú a que el llamamiento eficaz es solo un poco
mejor para los elegidos que la gracia preveniente. Es una “obra intensa y
efectiva del Espíritu Santo” luego de lo cual viene la conversión y la
regeneración.17 Sin embargo, probablemente sea mejor considerar el
llamamiento eficaz como regeneración en sí (es decir, impartición de vida)
que asegura la respuesta inmediata de arrepentimiento y fe del pecador.
La vasta mayoría de los textos que tienen que ver con el llamamiento se
refieren al llamamiento eficaz. Los siguientes son un nú mero selecto;
y,
aunque el llamamiento soteriológico fue necesario en los tiempos del
Antiguo Testamento, éste no explica en detalle algunos de los procesos u
obras internas relacionadas con la experiencia de la salvación. (En el Salmo
65:4 está implícito el llamamiento eficaz—“Bienaventurado el que tú
escogieres y atrajeres a ti, para que habite en tus atrios”. También el
remanente escatológico de creyentes son los que “él habrá llamado” [Jl.
2:32]).
Jesú s tuvo mucho que decir acerca del llamamiento eficaz de Dios. É l
le responde a sus implacables enemigos: “Viene la hora, y ahora es,
cuando los muertos oirá n la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren
vivirán” (Jn. 5:25). Este llamamiento contrasta con el del versículo 28 en
donde “todos los que está n en los sepulcros” oirá n el llamamiento
divino y saldrá n en forma de resurrección física. Jesú s también se
refiere al llamamiento en Juan 6:45, observando que esto es una
enseñanza que proviene de lo profundo de Dios: “todo aquel que oyó al
Padre, y aprendió de él, viene a mí”. Luego añade un poco má s:
“ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Jn. 6:65). La
garantía de que sus ovejas elegidas se reú nen en el rebaño se halla aquí:
“Mis ovejas oyen mi voz” (Jn. 10:27; cf. vs. 3-4 donde las ovejas
escuchan y conocen la voz del pastor).
En numerosas ocasiones el apóstol Pablo identifica el llamamiento eficaz
con los que se convierten en santos o con la formación de un grupo de
redimidos que se beneficia de ese llamado. Por ejemplo, él se dirige a los
creyentes en Roma diciéndoles los “llamados a ser de Jesucristo” (Ro. 1:6)
y los que son “llamados a ser santos” (Ro. 1:7). Todas las cosas obran para
bien, “a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28). “Todas
las cosas” en este contexto se refieren a la cadena eterna que lleva la
elección hasta la glorificación. Los corintios eran aquellos que Dios
“[llamó] a la comunión con su Hijo Jesucristo” (1 Co. 1:9). El evangelio es
“poder de Dios, y sabiduría de Dios” para “los llamados” (1 Co. 1:24). Los
creyentes han sido llamados “con llamamiento santo” segú n la gracia de
Dios que los eligió (2 Ti. 1:9), y el autor de Hebreos se dirige a los
hermanos cristianos y los llama “participantes del llamamiento celestial”
(He. 3:1; cf. 9:15).
La regeneración y el llamamiento parecen ser una misma cosa18 pero
algunos establecen una distinción. Berkhof, por ejemplo, ve algunas
diferencias técnicas entre las dos, con la regeneración precediendo al
llamamiento.19 En este pensamiento, la regeneración implanta un oído
espiritual para que el pecador pueda escuchar y obedecer el llamado de
Dios. John Murray coloca la regeneración después del llamamiento.20
Demarest separa el llamamiento y la regeneración porque piensa que la
división es bíblica pero también porque ayuda a “evitar la dificultad de
declarar, por lo menos lógicamente, que la regeneración precede a la
creencia personal en el evangelio, el arrepentimiento de pecados y la
confianza sincera en Jesucristo”.21 Para él, el llamamiento es “un
movimiento preliminar a la regeneración; pero que no llega a lograr en los
creyentes una nueva creación radical (2 Co. 5:17), por medio de la cual esta
ú ltima es parte de la naturaleza divina (2 P. 1:4)”.22 Evidentemente, segú
n su su interpretación, llamamiento es la emisión de una pequeña cantidad
de vida espiritual que no logra alcanzar el don de la vida espiritual como tal
en la regeneración. En otras palabras, el llamamiento mitiga la
depravación total del pecador de cierta forma pero no lo suficiente para
salvarlo; es “la obra poderosa del Espíritu que vence el efecto destructor
del pecado en los corazones [no salvados]”.23 Sin embargo, se hace difícil
concebir una casa espiritual a medias entre la depravación total y la
muerte y la vitalidad espiritual y la vida. Una victoria parcial de la
muerte espiritual en una concesión no soteriológica es incomprensible y
vacua desde el punto de vista teológico. No se puede explicar cuá nto
difiere esto de la noción arminiana de la gracia preveniente, excepto que
para Demarest ésta llega a los elegidos en el momento de la fe salvadora y
no a todos en general.
William Klein, siguiendo el arminianismo clá sico en este punto, dice que
el llamamiento “especifica el acto divino cuando Dios nombra o asigna
personas de entre los judíos y gentiles para que sean pueblo suyo”.24 Sin
embargo, la idea de “nombrar” o ser “nombrado” sencillamente no encaja
en la diná mica espiritual del llamamiento eficaz, especialmente en textos
como 1 Pedro 2:9 (llamados “de las tinieblas a su luz admirable”), 2:21
(“Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por
nosotros, dejá ndonos ejemplo, para que sigá is sus pisadas”) y 3:9 (“no
devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario,
bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis
bendición”).
Hay que enfatizar que una persona no puede ser salva cuando quiera. El
mandamiento es, “Si oyereis hoy su voz, no endurezcá is vuestros
corazones” (He. 3:7-8, 15). Si el hombre fuese dejado a merced de su
voluntad depravada y sin ayuda, nadie sería salvo pues nadie busca a Dios
de manera natural (Ro. 3:11). Un énfasis desmedido sobre el libre albedrío
puede motivar a la complacencia sobre el pecado y la convicción porque el
pecador puede llegar a pensar que siempre puede, en cualquier momento,
clamar a Dios, o que puede hacer que Dios espere a salvarle hasta que a él
le dé la gana.
No viola la libertad humana
El llamamiento eficaz no fuerza u obstaculiza la voluntad humana. La
soberanía de Dios y la libertad del hombre forman un profundo misterio,
aun así ambos operan de manera compatible, y ambos han de tenerse en
cuenta si se quiere ser bíblico (cf. Pr. 21:1 y Jn. 6:45 con 2 P. 1:10; ver
ambos énfasis juntos en Hch. 16:14). Dios siempre tiene maneras de obrar
con la voluntad humana para que ésta, de manera libre y voluntaria, escoja
venir a Cristo para salvación,25 incluso siendo él quien instiga y controla
todo el asunto. En realidad, en ú ltima instancia, no hay sinergismo alguno
en el asunto. El llamado es totalmente de Dios.
Agustín habló de la gracia que renueva la voluntad y la restaura a su
verdadera libertad, para que escoja libremente el bien. No es una fuerza o
presión ajena a la voluntad. Ella le da a la voluntad la mayor libertad
posible, venciendo el deseo de resistir las oportunidades que le brinda para
que con certeza escoja a Dios.26 R. L. Dabney dice que la regeneración
influye en los hábitos del alma (la disposición, la inclinación, etc.), y de
esta manera influye en la voluntad.27
Se basa en el propósito eterno
La má xima y principal razón del llamamiento eficaz es el propósito
eterno de Dios. Dios llamó a los pecadores a la salvación con un
llamamiento santo “segú n el propósito suyo” (2 Ti. 1:9). A los creyentes se
les llama “vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria”,
una descripción a la cual Pablo añade: “a los cuales también ha llamado,
esto es, a nosotros” (Ro. 9:23-24). En este texto el llamamiento tiene sus
bases en el propósito y preparación divinos, razón por la cual son pre-
temporales en alcance. Por eso, la razón principal o propósito eterno del
llamamiento es la elección divina. Entonces, la elección y el llamamiento
son, por lo tanto, coextensivos: “Y a los que predestinó, a éstos también
llamó” (Ro. 8:30). Así de claro, aunque con diferentes palabras, Pablo
vincula el llamamiento divino al decreto previo de la elección soteriológica:
“a lo cual [o sea, la elección del versículo que precede] los llamó mediante
nuestro evangelio” (2 Ts. 2:14). No hay adición ni sustracción del nú mero
de los elegidos, de aquellos que fueron llamados con llamamiento eficaz.
Implementado por la Palabra de Dios
El agente crucial del llamamiento eficaz a la salvación personal es la
Palabra de Dios. El llamamiento es una operación del Espíritu Santo a
través de la revelación especial de Dios. El instrumento como tal es la
Palabra; el poder eficaz del llamamiento es el Espíritu Santo. En el texto
que acabamos de citar (2 Ts. 2:14), Pablo abiertamente conecta la
instrumentalidad del llamamiento eficaz con el evangelio que él y los suyos
predicaban. La experiencia genuina de conversión de los tesalonicenses era
debido a la venida del mensaje del evangelio de una manera
significativamente poderosa. Pablo escribe: “nuestro evangelio no llegó a
vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu
Santo” (1 Ts. 1:5). De una manera menos directa, Pablo también vincula el
llamamiento salvífico al mensaje de la muerte expiatoria de Cristo: “Porque
la palabra de la cruz... a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de
Dios” (1 Co. 1:18).
El énfasis que aquí se hace sobre el papel del Espíritu Santo en el
llamamiento eficaz sobresale como lo principal dentro de la configuración
administrativa del Dios trino, o a lo que se le llama la trinidad económica.
En esta disposición el Padre es el primero, el Hijo el segundo, y el Espíritu
es la tercera persona. Aunque coiguales en cada perfección de la deidad,
existe una subordinación funcional entre las personas de la trinidad; y en el
orden jerá rquico del uso, el Espíritu es técnicamente el miembro
“operante” de la deidad, y por tanto, su función ha sido resaltada en el
ministerio divino del llamamiento. Pero en sí, el Padre es el agente má ximo
y específico del llamamiento divino (cf. Jn 6:45; Ro. 8:28-30; 1 Co. 1:8;
Gá .
1:15; Ef 1:17-18; 2 Ti. 1:8-9; et al.), aunque, como hemos visto
anteriormente, el Hijo también participa, siendo el agente mediador de la
deidad, (Mt. 11:28; Jn. 1:11-12; 5:25; 10:27; Hch. 16:14; et al.).
Es irrevocable
El llamamiento especial cumplirá infaliblemente su propósito final de
traer a los pecadores escogidos a Cristo y a la inevitable gloria de su
bendición eterna y final. En la cadena de oro de Pablo que se expande entre
las dos eternidades, por así decirlo, aquellos a quienes llamó también
glorificó (Ro. 8:30). Puede que se espere ver aquí un tiempo futuro para el
verbo glorificar en este texto (es decir, “él glorificará ”) pero el estado
presente posicional del creyente y la certeza de la glorificación final que
esto encierra le lleva a emplear el aspecto aoristo del verbo doxa (glorificar)
obviamente en un sentido proléptico, “insinuando la certeza de su
cumplimiento”.28 La glorificación es un asunto ya hecho para el creyente
porque toda la experiencia de la salvación diseñada y vista desde la
perspectiva eterna de Dios es final y sin posibilidad de ser alterada. Este es
el sentido de las palabras de Pablo en Romanos 11:29 (“Porque irrevocables
son los dones y el llamamiento de Dios”) y 1 Tesalonicenses 5:24 (“Fiel es
el que os llama, el cual también lo hará ”).
La explicación que da Bavinck de los tres “tiempos” del llamamiento le
da una buena perspectiva a la doctrina. Los creyentes son “los llamados”
(Ro. 1:6), que participan en un llamamiento celestial (He. 3:1) y que está n
siendo llamados continuamente en un sentido real al reino de Dios hasta
que finalmente lo hereden (1 Ts. 2:12; 5:24).29
1 J. I. Packer, EDT, s.v. “Calling”, 184.
2 U na buena explicación de este asunto puede encontrarse en H. C. Thiessen, Lectures in
Systematic Theology (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1949), 155-156, 231.
3 Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, trad. John Vriend, ed. John Bolt, 4 tomos (Grand
Rapids, MI: Baker, 2003-08), 4:29, 33, 41.
4 Louis Berkhof, Teología Sistemática (Grand Rapids, MI: Libros Desafio, 2016), 548.
5 A. H. Strong, Systematic Theology, 3 tomos en 1 (Valley Forge, PA: Judson, 1907), 791.
6 Charles Hodge, Teología Sistemática (Barcelona: CLIE, 2010), 679.
7 Bruce Demarest, The Cross and Salvation (Wheaton, IL: Crossway, 1997), 226. 8
Thiessen, Lectures in Systematic Theology, 231.
9 Kenneth Kantser, “The Communication of Revelation”, The Bible, the Living Word of God, ed.
Merrill Tenney (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1968), 67.
10 Strong, Systematic Theology, 791.
11 John Gil, Body of Divinity (edición reimpresa, Atlanta: Turner Lasseter, 1965), 540.
12 W. G. T. Shedd, Dogmatic Theology, 3a edición, ed. Alan W. Gomes (Filadelfia: Presbyterian &
Reformed, 2003), 780-782. La idea de Shedd en este caso es parte de lo que los teólogos
reformadores llaman “gracia preparatoria”, gracia que ha sido dada solamente a los elegidos. La
explicación de Bavinck acerca de los beneficios del llamado general, incluyendo la idea de la gracia
preparatoria para los elegidos, da a qué pensar. Reformed Dogmatics, 4:38-40. En lo personal no
estoy completamente convencido acerca de la idea de lo preparatorio como se presenta en el
llamado general.
13 Bavinck, Reformed Dogmatics, 4:43-44.
14 Wayne Grudem, Teología Sistemática (Miami: Vida, 2007), 726.
15 E. Y. Mullins, The Christian Religion in its Doctrinal Expression (Valley Forge, PA: Judson,
1917), 343.
16 Norman Geisler, Systematic Theology, 4 tomos (Minneapolis, MN: Bethany House, 2002-05),
3:377, 485.
17 Millard Erickson, Teología Sistemática (Barcelona: CLIE, 2008), 941.
18 Strong, Systematic Theology, 793; John Piper, Desiring God: Meditations of a Christian
Hedonist (Portland, OR: Multnomah, 1986), 57; Bavinck, Reformed Dogmatics, 4:41-53.
19 Berkhof, Teología Sistemática, 562.
20 John Murray, Redemption Accomplished and Applied (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1955),
115, 119-120.
21 Demarest, The Cross and Salvation, 227.
22 Ibid.
23 Ibid.
24 William Klein, The New Chosen People of God: A Corporate View of Election (Grand
Rapids, MI: Zondervan, 1990), 212.
25 Strong, Systematic Theology, 792-93; Shedd, Dogmatic Theology, 332. 26
Agustín, Answer to the Two Letters of the Pelagians, 1.37.
27 R. L. Dabney, Lectures in Systematic Theology (edición reimpresa, Grand Rapids, MI:
Baker, 1985), 578, 584.
28 John Murray, The Epistle to the Romans, NICNT, 2 tomos (Grand Rapids, MI: Eerdmans,
1965), 1:321.
29 Bavinck, Reformed Dogmatics, 4:99.
Capítulo 3 9
La Regeneración
El Significado de Regeneración
Definició n
La regeneración es la impartición instantá nea sobrenatural de vida
espiritual a los espiritualmente muertos. Las definiciones dadas por otros
teólogos dicen en esencia lo mismo y vale la pena citarlas. Por ejemplo A.
H. Strong dice, “La regeneración es el acto de Dios por el cual se santifica
la disposición rectora del alma, y por la cual, mediante la verdad como
medio, se asegura el primer ejercicio santo de esta disposición”.1 Wayne
Grudem la enmarca de esta manera: “La regeneración es el acto secreto de
Dios mediante el cual nos imparte una vida espiritual nueva”.2 Lewis
Sperry Chafer enfatiza la impartición de una nueva naturaleza: La
regeneración es ser “participantes de la naturaleza divina al impartirles la
misma vida de Dios... recibir la naturaleza divina significa que la persona
que ha sido bendecida de este modo ha nacido de Dios”.3 La definición de
Louis Berkhof es má s amplia, preservando una distinción entre el
engendramiento de una nueva vida y el nacimiento o alumbramiento de la
nueva vida “de esas escondidas profundidades”4 en el alma humana: “La
regeneración consiste en la implantación del principio de la nueva vida
espiritual en el hombre, en un cambio radical de la disposición regente del
alma, la cual bajo la influencia del Espíritu Santo, da nacimiento a una
nueva vida que se mueve en dirrección hacia Dios. En principio este cambio
afecta al hombre completo: en su intelecto... en su voluntad... y en sus
sentimientos o emociones”.5 Todas estas definiciones está n diciendo lo
mismo, y los diferentes matices que expresan no le añaden ni le restan a la
idea fundamental de que la regeneración es la impartición de vida espiritual.
Prueba Bíblica
El sustantivo regeneració n aparece solamente dos veces en el Nuevo
Testamento. Uno se encuentra en Mateo 19:28, un texto en el cual Jesú s se
refiere al nuevo orden social y espiritual inaugurado por su reino mesiá
nico: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre
se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también
os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”. La
otra referencia, Tito 3:5, tiene un sentido má s directamente soteriológico:
“nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino
por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la
renovación en el Espíritu Santo”.
Hay un nú mero de sinónimos para regeneración, tal es el caso de
la metá fora del nacimiento “no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la
carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios” (Jn. 1:13, LBLA) y
“nacido de Dios” (1 Jn. 3:9). Pedro también habla de que “nos ha hecho
nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo
de entre los muertos” (1 P. 1:3; cf. 1:23; Jn. 3:3, LBLA). Santiago también
usa el lenguaje relacionado con nacimiento para hablar de la impartición de
vida nueva: “En el ejercicio de su voluntad, él nos hizo nacer por la palabra
de verdad” (Stg. 1:18).
El apóstol Pablo usa el lenguaje de la creación para referirse a la
regeneración: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las
cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17). É l le
da a regeneración el término de “creados en Cristo Jesú s para buenas
obras” (Ef. 2:10). También habla del “nuevo hombre, creado segú n Dios
en la justicia” (Ef. 4:24).
Al referirse a la regeneración del remanente de creyentes de Israel en el
escatón, Dios promete por medio del profeta Ezequiel: “Os daré corazó n
nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra
carne el corazón de piedra, y os daré un corazó n de carne” (Ez. 36:26).
En la plataforma para su reino mesiá nico y su sociedad regenerada en
esencia, Jesú s habla de los ciudadanos de ese día como “los de limpio
corazón” (Mt. 5:8).
Cristo también emplea la metá fora de la resurrección de la muerte
espiritual para describir la vida espiritual que iba a impartir: “De cierto, de
cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirá n la voz
del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Jn. 5:25).
En los tiempos veterotestamentarios también se habló de regeneración,
aunque es má s difícil de detectar debido a la diferencia en nomenclatura. En
otras palabras, la terminología para regeneración es diferente, pues se
expresa en términos de responsabilidad personal de la obediencia a Dios
durante la dispensación de la ley. Así, el Antiguo Testamento enfatiza los
efectos del nuevo nacimiento como evidencias de la regeneración. Se
presuponía que había regeneración si la persona obedecía a Dios y guardaba
la ley de Moisés, como Dios mandaba. Desafortunadamente, tal énfasis
sobre estos efectos del nuevo nacimiento ha sido confundido con la
salvación por obras.
En las llanuras de Moab, en la reiteración que hace Moisés del pacto,
justo antes a la entrada de Israel a Canaá n, Dios exclama con gran anhelo,
“¡ Oh si ellos tuvieran tal corazón que me temieran, y guardaran siempre
todos mis mandamientos, para que les fuera bien a ellos y a sus hijos para
siempre! ” (Dt. 5:29, LBLA). “Temer a Dios” en el lenguaje del Antiguo
Testamento es sencillamente ejercer la fe salvadora y preservadora. El
punto es que se necesitaba un corazón nuevo y regenerado para agradar a
Dios y guardar sus mandamientos, pero la ley mosaica como tal no era la
provisión específica para esa nueva vida ni tampoco brindaba el poder para
vivir diariamente en la experiencia de vida nueva. Este nuevo corazón
estaba disponible pero no se especificaba dentro del pacto de la ley. Ya al
final de su discurso, Moisés señala esta misma verdad: “Pero hasta hoy
Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para
oír” (Dt. 29:4).
Moisés usa la metá fora de la circuncisión de corazón para describir la
regeneración que se necesitaba para obedecer a Dios. El mandamiento era:
“Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcá is má
s vuestra cerviz” (Dt. 10:16). La nomenclatura del Nuevo
Testamento sencillamente usa la metá fora del nacimiento para la
misma transacción espiritual: “es necesario nacer de nuevo.” (Jn 3:7). Y
Moisés declara como anticipación al nuevo pacto: “Y circuncidará Jehová
tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para [prep. lamedh,
“a fin de”] que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu
alma, a fin de que vivas”
(Dt. 30:6). Jeremías de igual manera le dice a Israel: “Circuncidaos a
Jehová , y quitad el prepucio de vuestro corazón” (Jer. 4:4).
La circuncisión espiritual o de corazón, como metá fora, puede hacer que
se aprecie má s al contrastarse con un corazón incircunciso. Una vez má
s,es el profeta Jeremías quien iguala la incircuncisión con apostasía,
idolatría y deslealtad desmedida a Dios y la adoración a Yaveh. En la
teocracia, la adoración a Yaveh era la religión oficial del estado como se
ordenaba en el pacto legislativo.
He aquí que vienen días, dice Jehová , en que castigaré a todo
circuncidado, y a todo incircunciso; a Egipto y a Judá , a Edom y a los hijos
de Amón y de Moab, y a todos los arrinconados en el postrer rincón, los que
moran en el desierto; porque todas las naciones son incircuncisas, y toda la
casa de Israel es incircuncisa de corazón (Jer. 9:25-26).
Hay otras expresiones del Antiguo Testamento que colocan la
regeneración dentro de lo que pudiera parecer una religión que se basa en
las obras; entre ellas tenemos Isaías 1:17, la cual es la demanda legal de
acuerdo al pacto que el profeta hace contra la nación de Israel por su
apostasía. Este texto dice: “aprended a hacer el bien; buscad el juicio,
restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”. Tal
acción fue acreditada a Josías como evidencia de su fe personal y su
fidelidad a Dios y al pacto (es decir, en su obediencia a la ley que nació de
un corazón regenerado): Josías “juzgó la causa del afligido y del
menesteroso, y entonces estuvo bien. ¿ No es esto conocerme a mí?” (Jer.
22:16). Miqueas dice de manera similar: “Oh hombre, él te ha declarado lo
que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar
misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Mi. 6:8). En el exilio, Daniel dio
testimonio acerca del Dios verdadero haciendo un llamado a
Nabucodonosor a que ejercitase la fe salvadora, la cual se mostraría de la
misma manera que se muestran algunas de las marcas que reflejan la
obediencia a la revelación del Dios verdadero: “Por tanto, oh rey, acepta mi
consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo
misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una
prolongación de tu tranquilidad” (Dn. 4:27).
Análisis
Un cambio de corazón o disposición dominante
La regeneración es un cambio completo de la disposición rectora o
dominante del individuo. Antes del nuevo nacimiento, la actitud dominante
del corazón que controlaba nuestros motivos dominantes era la hostilidad,
la enemistad y el odio hacia Dios y las cosas espirituales. Es decir, nuestra
dirección e inclinación en los asuntos espirituales, el “que decide” en la
psique humana, estaba lejos de Dios, metido en el lodo de su total
incapacidad de hacer cualquier tipo de bú squeda autónoma de Dios y
despojado de poder alguno para responder correctamente a su llamado
convincente. La resistencia a Dios y la perversión de su bondad reveladora
son características distintivas del hombre natural (Ro. 1:18-32). Por lo
tanto, la disposición dominante ha de dirigirse primero en la aplicación
subjetiva al pecador del ordo salutis [orden de la salvación]. Sus motivos
dominantes han de ser transformados de las tinieblas a la luz y de la muerte
a la vida para que pueda ser capaz de dar una respuesta positiva al llamado
del Espíritu Santo por medio del evangelio. Esta transformación se logra
por el milagro moral de la regeneración y por eso precede los otros actos de
la participación humana en el suceso general y el proceso de salvación.
Jesú s empleó una figura agraria para ilustrar el cambio de corazón que
se necesita para manifestar un estilo de vida que agrade a Dios: “O haced
el á rbol bueno, y su fruto bueno, o haced el á rbol malo, y su fruto
malo; porque por el fruto se conoce el á rbol... El hombre bueno, del buen
tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro
saca malas cosas” (Mt. 12:33, 35). La primera promesa del nuevo pacto
que Dios hará con la casa de Israel y la casa de Judá en el escatón es
“Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón” (Jer. 31:33). Esta
es una manera indirecta de decir que Israel necesita un cambio en las
disposiciones dominantes de sus ciudadanos antes que alguien pueda
invocar al Señor y entrar en la era dorada de la gracia milenaria como
ciudadanos redimidos. Este cambio divinamente unilateral también es la
promesa de Dios por medio del profeta Zacarías al Israel de los ú ltimos
tiempos: “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores
de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirará n a mí, a quien
traspasaron” (Zac. 12:10). Será solamente entonces que será quitada la
rebelión y la apostasía que ha
caracterizado a la nación durante el tiempo de los gentiles y será
reemplazada con fe y obediencia a su Dios y al pacto.
Un milagro instantáneo
El nacimiento es un suceso, no un proceso largo o extendido que dure
toda la vida. Ningú n sistema de educación cristiana o de formación en un
ambiente cristiano puede producir el nuevo nacimiento; esta es, no obstante,
una de las declaraciones de Horace Bushnell. (É l apoyaba la idea de la
formación cristiana, es decir, que alguien pudiera crecer en ciertas
condiciones sin que alguien sospechara que no fuese cristiano). En
resumen, no hay terreno intermedio entre la muerte y la vida, y la transición
entre una y la otra es instantá nea. Las valoraciones de Strong en cuanto
a esto está n en lo cierto: “[La regeneración] es un cambio instantá neo;
enun á rea del alma debajo de la conciencia, y por lo tanto, se conoce solo
por los resultados... La regeneración no es una obra gradual”.6
Jesú s, de manera intencional y concisa, estructura la elección entre él y
todos los rivales que compiten por nuestra lealtad (juntamente con la vida
posterior que acompaña a cada opción) diciendo: “Ninguno puede servir a
dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al
uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt.
6:24). En ese contexto, el dinero es el rival por el afecto que es
exclusivo de Cristo, pero el principio es claro, no existen términos medios
entre el amor y el odio hacia él. Pablo también testifica del milagro de
la regeneración que trazó una línea de demarcación precisa y definida
entre la vida vieja y la nueva: “Porque nosotros también éramos en
otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de
concupiscencias y deleites diversos... Pero cuando se manifestó la
bondad de Dios... nos salvó ... por el lavamiento de la regeneración”
(Tit. 3:3-5). Aquí vemos que en la vida de los creyentes hay un “éramos
en otro tiempo” y un “pero cuando”, y el cambio (el “cuando...por”) es
el milagro instantá neo de la regeneración.
Solamente una obra de Dios
El hombre es el agente pasivo en la regeneración, él es el receptor. É l no
puede aportar o hacer contribución alguna a la regeneración. La
depravación/incapacidad total y la pará lisis moral del hombre natural
lo deja sin poder alguno para iniciar cualquier tipo de intento de
acercamiento
a Dios en busca de misericordia o para cualquier tipo de respuesta favorable
o correcta a los acercamientos que Dios ha hecho mediante su llamamiento.
En él como tal, su condición moral no le resulta de ayuda en lo absoluto. É l
depende de Dios y nadie má s para que le imparta la vida y la energía
necesaria para sacarlo de su estado de perdición. John Murray expone el
asunto con su acostumbrada claridad:
Si sucediera que en la regeneración nosotros no fuéramos el agente
pasivo, el objeto de una acción de la cual solo Dios es el agente, entonces
no hubiera ningú n evangelio. A menos que Dios, en su gracia activa y
soberana, hubiese vuelto nuestra enemistad en amor y nuestra incredulidad
en fe, nunca hubiésemos dado la respuesta de amor y fe.7
Aunque el hombre es esencialmente pasivo, él ejercitará la disposición
dominante despertada en arrepentimiento y fe. La regeneración como tal
ocurre debajo de la conciencia. El hombre es consciente, pero no lo es
respecto a la agencia regeneradora de Dios. La conversión y la santificación
son los resultados de la regeneración, los cuales son inmediatos y
reconocibles de manera consciente. El comienzo es una cosa; el
conocimiento de ese comienzo es otra, pero este será la consecuencia
inmediata e inevitable.8
La regeneración es la obra unilateral de Dios. El arrepentimiento y la fe
son la responsabilidad del pecador (es decir, su respuesta participativa
dentro de la obra rectora de Dios en la salvación). El mensaje divino en la
Palabra de Dios no es “naced de nuevo”, sino má s bien, “deben nacer de
nuevo”, enfatizando en la pasividad esencial del hombre natural y su
necesidad de que se actú e sobre él a causa de estar muerto espiritualmente.
Presentamos una selección de información bíblica acerca de la idea de
que el pecador es el recipiente y no el agente activo en la regeneración. Juan
está claro en que la persona regenerada no ha nacido espiritualmente por su
descendencia sanguínea ni por decisión humana, “sino de Dios” (Jn. 1:13).9
Segú n Pablo, sólo Dios es el que “confirmará hasta el fin” al creyente (1
Co. 1:8). Esto implica que el principio, la continuidad y el final de la vida
regenerada de un santo está n en manos divinas. É l también le da un nombre
a la experiencia de salvación del creyente: “somos hechura suya, creados en
Cristo Jesú s para buenas obras” (Ef. 2:10). Y Pedro le añade su
testimonioa
la acción unilateral de Dios en el nuevo nacimiento diciendo que “nos hizo
renacer para una esperanza viva” (1 P. 1:3).
Como obra de Dios, la regeneración no solamente es monergista (o
unilateral) sino, má s específicamente, precede al arrepentimiento y a la
fe.10
Textos
Moisés le prometió a Israel: “circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y
el corazón de tu descendencia, para (prep. lamedh, “para que de esa
manera,” “a fin de que”) que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y
con toda tu alma, a fin de que [prep. lema’an, “para que de esa manera”]
vivas” (Dt. 30:6). La circuncisión espiritual, una metá fora para la
regeneración en el Antiguo Testamento, precede y produce el amor que se
necesita hacia Dios para que se pueda vivir espiritualmente. Con la
misma construcción gramatical, Dios promete, por medio de
Jeremías, la regeneración escatológica y el regreso a la tierra del
remanente judío: “Y les daré corazón para que me conozcan que yo soy
Jehová ; y me será n por pueblo, y yo les seré a ellos por Dios; porque se
volverá n a mí de todo su corazón” (Jer. 24:7). Dados los miles de
años de su apostasía, esta fe sincera es una capacidad que solo el
Dios del pacto puede otorgar sobre su pueblo escogido, y su deleite
es hacer eso en el escatón, justo antes del reino milenario.
Sofonías apela a la gracia soberana y regeneradora de Dios como el
medio de conversión de una hueste de gentiles en el escatón: “En aquel
tiempo devolveré yo a los pueblos [’amim, Gentiles cuando aparece en
plural] pureza de labio [lit., “un labio puro”], para que [prep. lamedh, “a fin
de que”] todos invoquen el nombre de Jehová , para que le sirvan de comú
n consentimiento” (Sof. 3:9). Todo parece indicar que al acercarse
la regeneración masiva de Israel al final de los tiempos, de manera
unilateral y soberana, Dios actuará en la masa de gentiles con su poder
regenerador. Esto traerá como resultado que acudan a él en
arrepentimiento y fe, y unidos le den su servicio para ayudar a Israel
a reunirse en la tierra prometida (Sof. 3:10).
Ezequiel usa una construcción parecida para describir la gracia
regeneradora unilateral para el Israel de los tiempos finales: “Y les daré un
corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de
piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que
[prep. lema’an, “a fin de que”] anden en mis ordenanzas, y guarden mis
decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios”
(Ez. 11:19-20). En otra ocasión Ezequiel vuelve a anunciar, de una manera
igualmente directa, la intención soberana de Dios para con Israel, su
resolución de arrepentimiento y fe y su final reunificación en la tierra: “Os
daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré
de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y
pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y
guardéis mis preceptos, y los pongá is por obra. Habitaréis en la tierra que di
a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por
Dios” (Ez. 36:26-28).
Zacarías es bien claro al explicar la gracia soberana y unilateral de Dios
que será derramada por el Espíritu Santo y que traerá como resultado,
(o tiene el propósito de), el regreso futuro de Israel a su Mesías en una
fe personal en forma de arrepentimiento. “Sobre la casa real de David y
los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de sú
plica, y entonces11 pondrá n sus ojos en mí. Hará n lamentación
por el que traspasaron, como quien hace lamentación por su hijo ú
nico; llorará n amargamente, como quien llora por su primogénito”
(Zac. 12:10, NVI). Esto es totalmente un acto de la voluntad
misericordiosa de Dios; pues no hay nada en Israel que se merezca
que Dios la mire y la favorezca. Solamente la fidelidad de Dios a la
promesa de su pacto, el cual se originó como tal en su amor electivo, lo
hace intervenir en la condición apóstata de Israel. La cima de la perfidia de
la nación será cuando hagan el tratado con el falso Cristo al principio
del período de la tribulación (Dn. 9:27). No obstante, a Israel se le da el
Espíritu en capacidad de gracia (gracia eficaz es la idea) y en
capacidad de hacer sú plicas, ruegos o peticiones (tachanunim,
plural intensivo). Esta doble capacidad, mediada por el Espíritu,
resulta en la “mirada” de fe penitente de Israel a su Mesías
crucificado. Su doloroso arrepentimiento se describe detalladamente en los
versículos 11 al 14.
El apóstol Juan afirma, en un lenguaje inequívoco, que la regeneración es
un acto exclusivo de Dios que produce el estilo de vida de la fe en Cristo:
“Todo aquel que cree que Jesú s es el Cristo, es nacido de Dios” (1 Jn. 5:1).
El verbo “creer” aquí se encuentra en el tiempo presente de pisteuo, y “es
nacido” es tiempo perfecto perfecto de gennao. Por tanto, el que cree que
Jesú s es el Cristo ha nacido de Dios. La fe es la evidencia del nuevo
nacimiento el cual es obra de Dios en su totalidad (cf. otras evidencias del
nuevo nacimiento en 2:29; 3:9; 4:2-3, 7).
El arrepentimiento y la fe como “dones” de Dios
Decir que el arrepentimiento y la fe son dones de Dios implica que ha
habido una obra unilateral de Dios Espíritu Santo que permite ejercerlos.
Esto indica, ademá s, que la regeneración es una obra solamente de Dios, un
monergismo divino sin el cual no habría ni siquiera fe penitente. El
arrepentimiento y la fe son dones de Dios y este aspecto será manejado en
los siguientes dos capítulos, pero se puede encontrar pruebas preliminares
en Hechos 5:32; 11:18; 14:27; Filipenses 1:29; 2 Timoteo 2:24-25 y 2 Pedro
1:3.
Depravació n total/ incapacidad
La Biblia deja claro que la persona que no ha sido salva está “muerta” en
sus delitos y pecados (Ef. 2:1) y por lo tanto ha de recibir vida antes de
responder de manera espiritual a Dios. Desde la perspectiva humana, la
regeneración o la vida eterna viene después de la fe; brota de la fe. Pero
desde la perspectiva divina, la regeneración precede a la fe. Los seres
humanos ven los resultados de la generación después que la gente cree, pero
no pueden ver el acto espiritual anterior, la regeneración misma. Es por eso
que llegan a la conclusión de que la fe viene primero. Y es que a veces la
Biblia la describe de esta manera, especialmente en exhortaciones a ser
salvo (por ejemplo, Jn. 3:16; 20:31; et al.).12 También el término “vida
eterna” incluye má s que tan solo la impartición inicial de vida; ésta habla
de un “cambio total de vida” que es el resultado de esa impartición.13 Es
decir, la vida eterna o ser salvo puede entenderse como el paquete completo
que termina en gloria. Es natural que en el nivel humano esto fuese descrito
ocurriendo después de la fe salvadora.14
Se sabe que hay regeneración cuando se ven sus resultados
No hay explicación psicológica satisfactoria de cómo funciona el nuevo
nacimiento. Debido a que es una aplicación directa del poder de Dios sobre
la parte inmaterial de la constitución del hombre (o sea, el corazón, la
disposición dominante), no hay manera observable en que se pueda analizar
la regeneración a no ser por sus efectos y manifestaciones en el cará cter y el
comportamiento. Jesú s indica lo mismo cuando le explica a Nicodemo
acerca del nuevo nacimiento: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su
sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es
nacido del Espíritu” (Jn. 3:8). Merrill Tenney observa que “el origen y el
destino del viento es desconocido para aquel que lo siente y reconoce su
realidad. Del mismo modo, la nueva vida de quien ha nacido del Espíritu es
inexplicable por el razonamiento ordinario; y su resultado es impredecible,
aunque su realidad es innegable”.15 Este texto también pudiera traducirse de
esta manera: “El Espíritu sopla de donde quiere, y escuchas su voz, pero no
sabes de dónde viene ni a dónde va; de esta manera es todo aquel que es
nacido del Espíritu”.
La Obra de la Regeneración
La regeneración tiene a Dios como su autor, al Espíritu Santo como su
agente o causa eficaz y la Palabra de Dios como instrumento.16 Anthony
Hoekema observa, “La regeneración casi siempre ocurre durante la
predicación, la enseñanza o la lectura de la Biblia. Hemos aprendido de
Hechos 16:14 que la regeneración de Lidia tuvo lugar mientras escuchaba el
mensaje del evangelio que Pablo impartía”.17
Dios es el Autor
Esto fue demostrado ampliamente en el punto anterior pero vale la pena
repetirlo una vez má s aunque de manera breve. Juan declara
específicamente que el nuevo nacimiento significa “nacer de Dios” (Jn.
1:13). Al referirse a los comienzos y continuidad de la iglesia local en
Corinto, Pablo le atribuye solo al poder de Dios cualquier cosa que sea
espiritualmente positiva: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha
dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que
da el crecimiento” (1 Co. 3:6-7). Strong está en lo cierto al expresar: “El
poder que regenera es el poder de Dios, y aunque combinado con el uso de
medios, existe una operación directa de este poder en el corazón del
pecador el cual cambia su cará cter moral”.18
El Espíritu es el Agente
El apóstol Juan es especialmente claro en este punto. En su discurso a
Nicodemo, Jesú s dice que el nuevo nacimiento significa que se nace “del
Espíritu” (Jn. 3:8; cf. vs. 5-6).
La Palabra de Dios es el Medio
Ha de rechazarse cualquier noción de que el bautismo o cualquier otro
medio son agentes funcionales en la regeneración. La regeneración se lleva
a cabo por Dios a través del Espíritu Santo usando la Palabra de Dios. Jesú
s dijo de sus discípulos, quienes eran creyentes genuinos que permanecían
en la vid verdadera: “Ya vosotros está is limpios por la palabra que
os he hablado” (Jn. 15:3). Santiago dice de igual manera: “É l, de su
voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos
primicias de sus criaturas” (Stg. 1:18). Pedro afirma así mismo que
los creyentes son “renacidos, no de simiente corruptible, sino de
incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre”
(1 P. 1:23).
Hay puntos de vistas erróneos que contradicen lo anteriormente dicho,
que no sostienen que solamente Dios es el autor de la regeneración. Las
posiciones pelagianas y semi-pelagianas dicen que la regeneración es
bá sicamente la obra de los seres humanos como tal. El pelagianismo
sostiene que el hombre puede reformarse por sí solo, que tiene la capacidad
natural suficiente y la autonomía humana para hacer siempre lo que es
correcto y salvarse a sí mismo. Y si eso fallara, está siempre el evangelio
que puede salvarlo. El semi-pelagianismo dice que el hombre puede iniciar
el proceso de regeneración y que luego Dios coopera con los esfuerzos
humanos. Pero la doctrina bíblica de la depravación total del hombre
imposibilita tal actividad. El hombre no puede escoger la santidad por sí
mismo. La voluntad del hombre no puede separarse de sus afectos o
motivos dominantes, y no posee afecto por las cosas espirituales (Ro. 8:7; 1
Co. 2:14).
El arminianismo dice que Dios hace el acercamiento inicial para la
salvación y que el hombre coopera con las influencias de Dios. Dios inicia
la regeneración por medio de la verdad, pero el hombre continú a a partir de
ahí y coopera por medio de cierto tipo de capacidad innata o gracia
preveniente. La respuesta al arminianismo es la misma al pelagianismo, del
cual debemos decir que tomó material (es decir, el arminianismo es una
forma modificada del semi-pelagianismo, el cual es en sí una modificación
de pelagianismo categórico).
Las Evidencias de la Regeneración
Las evidencias son inseparables de la regeneración. Ellas se registran
inmediatamente en la vida consciente y las actividades de la persona. Esta
verdad bíblica es diametralmente opuesta a quienes dicen que no hay
necesariamente evidencias del nuevo nacimiento. É stos, a menudo
clasifican tales evidencias como obras erróneamente elevadas al nivel de
co-condiciones de la fe (llamadas de otra manera, “beneficios tempranos
(primicias) del evangelio”).19
El apóstol Juan es la principal fuente para las evidencias de regeneración
en la vida del creyente, evidencias que son en sí, marcas de la perseverancia
necesaria e inevitable de los santos. Las pruebas de confirmación que da
Juan han de ser analizadas má s detalladamente en un capítulo posterior,
pero aquí damos un listado de ellas:
•
Creer que Jesú s es el Cristo: “Todo aquel que cree que Jesú s es
el Cristo, es nacido de Dios” (1 Jn. 5:1). El verbo “creer”, pisteuo,
está aquí en el presente activo del indicativo, “está creyendo”. “Es
nacido” es el verbo gennao en el pasivo perfecto del indicativo, “ha sido
nacido”.
•
V ida piadosa: “Si sabéis que él es justo, sabed también que todo
el que hace justicia es nacido de él” (1 Jn. 2:29). La frase “el que hace”
justicia es ho poion, un participio en presente activo de poieo, “el
que está haciendo” justicia. “Es nacido” es gennao en el pasivo
perfecto del indicativo, “ha sido nacido”.
•
Cese de la práctica habitual del pecado: “Todo aquel que es nacido de
Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él;
y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Jn. 3:9). “Que es
nacido” es gennao en el participio del pasivo perfecto, “quien ha sido
nacido”. “No puede pecar” hamartano es en el presente activo del
infinitivo con, ou dunatai “no puede seguir pecando”. (Ver también 1
Juan 5:18: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica
el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el
maligno no le toca”).
•
Fe victoriosa: “Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido;
porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo”(1
Jn. 4:4).
•
Amor por los hermanos cristianos: “El que ama a su hermano,
permanece en la luz, y en él no hay tropiezo” (1 Jn. 2:10; cf. también
3:14 y 4:7).
•
Obediencia a los mandamientos divinos: “Y en esto sabemos que
nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos... el que guarda
su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado;
por esto sabemos que estamos en él” (1 Jn. 2:3-5).
Y Pablo nos da una evidencia adicional:
•
El testimonio del Espíritu: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu, de que somos hijos de Dios” (Ro. 8:16). Este testimonio es
mediado por las Escrituras y otras evidencias de perseverancia. El
asunto de la seguridad de salvación se tratará en la sección que continú
a.
1 A. H. Strong, Systematic Theology, 3 tomos en 1 (Valley Forge, PA: Judson, 1907), 809.
2 Wayne Grudem, Teología Sistemática (Miami: Vida, 2007), 733.
3 Lewis S. Chafer, Teología Sistemática, 2 tomos. (Waukesha, WI: Publicaciones Españolas,
1986), 2:939.
4 Louis Berkhof, Teología Sistemática (Grand Rapids, MI: Libros Desafio, 2016), 555. 5
Ibid., 559.
6 Strong, Systematic Theology, 826.
7 John Murray, Redemption Accomplished and Applied (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1955),
100.
8 Strong, Systematic Theology, 826.
9 “Nacido de Dios” es ek theou egennethesan. El verbo es un aoristo pasivo de gennao. El
nacimiento es una acción que solo Dios termina.
10 Para un debate útil de este punto, ver John Piper, Desiring God: Meditations of a Christian
Hedonist (Portland, OR: Multnomah, 1986), 49-50, 57; Robert L. Reymond, A New Systematic
Theology of the Christian Faith (Nashville, TN: Thomas Nelson, 1998), 708-10; John Murray,
Redemption Accomplished and Applied, 95-105; Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, 4:121-
126; y Mark A. Snoeberger, “The Logical Priority of Regeneration to Saving Faith in a Theological
Ordo Salutis,” DBSJ 7 (otoño 2002): 49-93. 11 El prefijo waw del verbo nibbat (mirar) es una
forma conjuntiva traducida “y entonces,”
que expresa resultado o propósito.
12 Grudem, Teología Sistemática, 736-738.
13 Ibid., 704.
14 Bavinck, Reformed Dogmatics, 4:52-53.
15 Merrill Tenney, “John,” The Expositor’s Bible Commentary, ed. Frank E. Gaebelein (Grand
Rapids, MI: Zondervan, 1984), 47.
16 Alva J. McClain, “The Doctrine of Salvation” (notas de teología, Grace Theological Seminary,
Winona Lake, IN).
17 Anthony Hoekema, Saved By Grace (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1989), 109. 18
Strong, Systematic Theology, 818-819.
19 Ver Zane Hodges, The Gospel Under Siege: A Study on Faith and Works (Dallas: Rendecion
Viva, 1981). Joseph Dillow quiere evidencias “iniciales” pero no evidencias de continuidad (The
Reign of the Servant Kings: A Study of Eternal Security and the Final Significance of Man,
2a edición [Hayesville, NC: Schoettle, 1993], 227, 253).
Capítulo 4 0
El Arrepentimiento
El Significado de Arrepentimiento
La Terminología Veterotestamentaria
La palabra fundamental para arrepentimiento en el Antiguo Testamento
es nacham, que se deriva de la raíz del verbo que significa “sacar aliento de
lo hondo” y que denota una expresión de sentimiento profundo ya sea de
alivio o lamento.1 En el Antiguo Testamento casi siempre se usa para Dios,
pero no de manera exclusiva; los humanos también se arrepienten (ej., Job
42:6; Jer. 8:6; 31:19). En algunos textos del Antiguo Testamento la palabra
shub, que normalmente significa “cambiar de dirección” se traduce
arrepentir.2 Por ejemplo, en la gran oración de Salomón en la dedicación
del templo, él le recuerda a la nación que si, desde la tierra donde hayan
sido llevados cautivos, “recapacitan... y se arrepienten y te hacen sú plica”
será n oídos (1 R. 8:47, LBLA). En Ezequiel 14:6 y 18:30 la frase
idiomá tica es shub weshashibu, que significa “arrepiéntanse y cambien de
dirección”.
La Terminología Neotestamentaria
El verbo metamelomai significa lamentar o sentir3 y enfatiza el
sentimiento de preocupación o pesar. Esto lo vemos en una de las pará
bolas de Jesú s en donde un segundo hijo es enviado a trabajar para su
padre. Este hijo primeramente rehú sa obedecer (“no quiero”), “pero
después” cambió de parecer (“se arrepintió ”) y obedeció (“fue”; Mt.
21:29). Metanoeo, otro verbo y el má s comú n, da la idea de cambiar de
mente.4 El mensaje de Juanel Bautista es “Arrepentíos, porque el reino de los
cielos se ha acercado” (Mt. 3:2). El mensaje divino a la iglesia de Laodicea
e, implícitamente, a la
mayoría de las otras iglesias en Asia Menor era “sé, pues, celoso, y
arrepié ntete” (Ap. 3:19). El sustantivo metanoia significa sencillamente
arrepentirse o cambiar de mente.5 La respuesta acertada de Juan el Bautista
a los fariseos y saduceos apóstatas que venían a él para bautizarse fue,
“¡ Generación de víboras! ...Haced, pues, frutos dignos de
arrepentimiento” (Mt. 3:7-8).
Definició n
Negativamente
Arrepentimiento no es simplemente reformación, portarse mejor, borrón
y cuenta nueva o hacer una nueva resolución. Todos estos son métodos de
autoayuda, que en el mejor de los casos, tratan tan solo algunos síntomas
pero nunca llegan al verdadero problema moral. Arrepentimiento tampoco
es simple perturbación emocional, aflicción, sentir pena por la situación en
que nos encontremos o por nuestro pecado. Como mostraremos, el
verdadero arrepentimiento tiene un aspecto emocional, pero una parte no
debe sustituir al todo.
Hay muchos ejemplos bíblicos de aflicción por el pecado y por
reconocimiento de pecado que no son casos de verdadero arrepentimiento.
Faraón (É x. 9:27), Balaam (Nm. 22:34), Acá n (Jos. 7:20), el rey Saú l
(1 S. 15:24) y Judas Iscariote (Mt. 27:4) todos ellos confesaron haber
pecado (cf. también Esaú en He. 12:27). Sin embargo, ninguno de ellos
llegó a alcanzar el arrepentimiento que es un regalo de Dios y que
produce un “fruto” inevitable y observable, segú n las palabras de Juan el
Bautista (Mt. 3:8).
El arrepentimiento bíblico no es penitencia—obras asignadas por un
sacerdote para ayudar a pagar el castigo temporal del pecado. Los católicos
romanos creen que algunos santos han realizado obras excesivas de
penitencia y que estas obras está n guardadas para ser dadas a otros
(llamadas obras de supererogación). La penitencia, en sentido amplio, es un
sacramento en la Iglesia Católica Romana que involucra tres aspectos: (1)
La confesión a un sacerdote; (2) el pronunciamiento de absolución que da el
sacerdote; y (3) la asignación de ciertas tareas de penitencia. Para ser má s
específico, la penitencia se refiere a aquellas obras asignadas que son
para ayudar a pagar el castigo temporal causado por el pecado. Debido a
que el purgatorio es un lugar en la otra vida donde la persona paga poco
a poco
esta deuda temporal, la penitencia que se pague en esta vida puede acortar
la estancia en ese lugar.6 Por lo tanto, la penitencia enseña que la expiación
de Cristo no fue suficiente para pagar todas las ramificaciones del pecado y
que la salvación no es totalmente por la gracia. Si analizamos bien, la
penitencia es má s para la iglesia que para Dios y se convierte en un terreno
donde hay que ganarse el perdón en vez de una condición de perdón.
Positivamente
El arrepentimiento es un cambio de mente que se aleja del pecado y se
acerca a Dios. No es un mero cambio de opinión; es un cambio de visión,
sentir y propósito respecto a Dios, al pecado y al mismo pecador.7 Así es
como funciona toda la personalidad humana, y así está asentado en nuestras
mentes no solo en las células cerebrales o en las glá ndulas. En la definición
hay dos aspectos generales del cambio/giro. (1) Un cambio de mente que se
aleja del pecado: “y no se arrepintieron de ( ek) sus homicidios, ni de sus
hechicerías... fornicación... hurtos” (Ap. 9:21). El autor de Hebreos hizo un
llamado a sus lectores, espiritualmente estancados, a abandonar las cosas
elementales de la experiencia cristiana y a perseverar hacia la madurez, “no
echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de ( apo) obras
muertas… ” (He. 6:1). (2) Un cambio de mente hacia Dios. Pablo le
recordaba a los ancianos de la iglesia en É feso cómo habían sido los
inicios de su ministerio en aquel lugar y les enfatizaba que no se había
limitado a decir lo que era conveniente “testificando acerca del
arrepentimiento para (eis) con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”
(Hch. 20:21).
R. Kearsley define el arrepentimiento de esta manera:
[El arrepentimiento] describe un cambio radical en la disposición del
individuo, porque el cambio de mente tiene que ver con el juicio que él
tiene de sí mismo y de su pecado, junto con una evaluación de lo que
Dios exige de él. Por lo tanto, la transformación que tiene lugar no es
un asunto de un simple juicio mental, sino de nuevas actitudes morales
y religiosas (volverse a Dios, 1 Ts. 1:9) y de nuevo comportamiento
(Hch. 26:20).8
W. G. T. Shedd señala de manera correcta que la “mente” que cambia en
arrepentimiento incluye las disposiciones, la voluntad o inclinación. En este
caso es sinónimo de corazón, segú n el uso que Pablo hace de la palabra
mente: “Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios” (Ro. 7:25).9
Millard Erickson tiene una definición excelente y concisa: “el
arrepentimiento es el remordimiento santo por el pecado de uno unido a la
resolución de alejarse de él”.10 Esta ú ltima observación, “una resolución a
apartarse de él”, es lo que normalmente falta en las diferentes maneras de
tratar el arrepentimiento. Por ejemplo, Charles Ryrie dice, “El ú nico tipo de
arrepentimiento que salva es el cambio de mente en cuanto a Jesú s —a una
aceptación del hecho de que él es Dios (Deidad, Señor)”.11 Joseph Dillow
dice que el arrepentimiento del que habla el Nuevo Testamento es un
cambio de mente en cuanto a confiar en Jesú s en vez de en el judaísmo
institucional.12 Estas perspectivas son reduccionistas y, de hecho,
deficientes.
Los Elementos del Arrepentimiento
Intelectual
El arrepentimiento incluye conocimiento del pecado (un cambio de
perspectiva); y tiene un contenido intelectual y cognitivo. Se trata del
reconocimiento y la aprensión de lo que realmente es el pecado y de lo que
significa. En la oración de arrepentimiento de David él confiesa: “Porque
yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí” (Sal.
51:3). Los incorregibles en el período de la tribulación “no se arrepintieron
de sus homicidios... hechicerías... fornicación... hurtos” (Ap. 9:21). El
arrepentimiento por el pecado no es un reconocimiento genérico de maldad
que sirve de cobertura. El pecado implicado en la oración de
arrepentimiento es, en primer lugar, el principio del pecado, pero parece
imposible desasociar el principio del pecado de los pecados específicos (ej.,
los “homicidios,”, “hechicerías” “fornicación” de Apocalipsis 9:21). David
habla de “transgresiones” en plural, sugiriendo que tenía un conocimiento
claro en su mente de cuá les pecados se estaba arrepintiendo (Sal. 51:3).
Emocional
El arrepentimiento involucra una tristeza o pesar por el pecado —un
cambio de sentimiento. Este es primeramente el aspecto metamelomai. Esto
es aflicción por el pecado cometido contra Dios y lo que es santo. Se ha de
distinguir entre un cargo de conciencia o vergü enza por haber sido
descubierto en pecado y un pesar y tristeza genuinos por haber ofendido al
Dios santo. Arrepentirse es poseer un dolor genuino por el pecado. Shedd
señala acertadamente que se trata de aflicción por el pecado en el sentido de
lo detestable y desolador que resulta. También, esta aflicción es indiferente
pero en el sentido de que no le preocupa la deshonra y la vergü enza que hay
sobre el individuo, sino má s bien le inquieta el estado pecaminoso frente a
Dios y su santidad.13 (Algunos no incluirían la tristeza como parte del
arrepentimiento).14
Pablo, en su segunda carta a los corintios, hace hincapié en la tristeza que
su primera carta había causado y el arrepentimiento que esto implicó:
“Porque si bien os causé tristeza con mi carta, no me pesa... pero ahora me
regocijo... de que fuisteis entristecidos para arrepentimiento... Porque la
tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un
arrepentimiento...sin dejar pesar” (2 Co. 7:8-10, LBLA). Entendemos mejor
esto al contrastarlo con el joven rico quien, “al oír esto, se puso muy triste”,
pero no se arrepintió (Lc. 18:23). El aspecto de la tristeza y el factor del
pesar en el arrepentimiento es visto en la comú n frase bíblica: “arrepentirse
en cilicio y en ceniza” (ver, por ej., Mt. 11:21), una imagen del
arrepentimiento que sale desde lo profundo y que causa tristeza.
Volitivo
El arrepentimiento también incluye el deseo de buscar el perdón—un
cambio de propósito. Esto implica el uso de la voluntad. Es la
determinación de abandonar la desobediencia y rendirse a la voluntad de
Cristo. John MacArthur dice: “Es un cambio de enfoque de la voluntad
humana, una decisión intencional de abandonar toda injusticia y buscar a
cambio la justicia”.15
El arrepentimiento, en este aspecto, es “darle la espalda al pecado en el
interior y disponerse a buscar el perdón y la purificación”.16 Este cambio de
dirección interno se expresa externamente o es seguido por el fruto o las
evidencias del arrepentimiento (es decir, la fe personal y el
acompañamiento de buenas obras). La oración penitente de David mostró
tal aspecto en que él clamó de manera volitiva en bú squeda de limpieza
interior: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio...” (Sal. 51:10). Juan el
Bautista le dio la responsabilidad a los líderes religiosos de Israel de hacer
“frutos dignos de arrepentimiento” (Mt. 3:8). Pedro les predicó a los judíos
en el pentecostés que debían “(Arrepentirse), y (bautizarse) cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hch.
2:38). En su defensa ante Agripa, Pablo testificó del mandato divino que
tenía de declararle a judíos y gentiles “que se arrepintiesen y se convirtiesen
a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hch 26:20).
En cada caso de los anteriormente mencionados era necesaria una
disposición o resolución interior a buscar externamente compensación y
perdón, explícitamente en cuanto a lo que arrepentimiento con tristeza se
refería. Es este aspecto volitivo del arrepentimiento el que se ignora, o por
lo menos no se aprecia, en la interpretación promedio de lo que implica el
cambio de mente. Ese cambio es mucho mayor que el ejercicio cerebral que
solo puede llegar un poco má s allá que a la adquisición de una nueva
opinión o un simple nuevo enfoque de los patrones de pensamiento que
tenemos.
La Definición de la Fe Salvadora
La fe salvadora es el conocimiento y la aceptación de la redención que
Cristo logró, así como la confianza total en ella tal y como lo revelan las
Escrituras. La fe salvadora es algo que atañe al pecador. Aunque su origen
es divino (hablamos de esto seguidamente), es el pecador, no Dios, quien
cree por medio de la Palabra de Dios en la obra consumada de Cristo en la
cruz.
El Objeto de la Fe Salvadora
La fe ha de converger sobre algo. La fe no es mejor ni má s fuerte que
aquello en lo que se cree. Tan solo creer o tener fe es un concepto
completamente vacío y un procedimiento sin valor a menos que se crea en
algo o en alguien (cf. la esterilidad del pensamiento posibilista y el
pensamiento positivista del movimiento del Nuevo Pensamiento). La fe ha
de tener contenido o un objeto del cual asirse, apropiarse y confiar. Esto
coincide de alguna forma con el lado intelectual de la fe.
Es muy posible que Hodge tenga el pensamiento má s claro y má
s teológicamente convincente en este punto. É l dice: “la fe significa
la creencia de cosas no vistas, sobre la base de testimonio”, y esto
significa que la fe “no se basa en los sentidos, ni en la razón, ni en los
sentimientos, sino en la autoridad de aquel por quien es autenticado”.15 A
quienes llevan el contenido de la fe salvadora se les llama “testigos” tal
como lo fueron Cristo (Jn. 3:11, 31-33) y los apóstoles (Lc. 24:48; Hch.
1:8; 2:32; 3:15;
5:32). Ellos son portadores del testimonio de la revelación que Dios le dio.
Este testimonio ha de ser recibido por el oyente sobre la base del testimonio
de Dios (1 Jn. 5:10-11). Esto da lugar al testimonio del creyente de que
Dios es verdadero (Jn. 3:33); lo contrario es hacer a Dios mentiroso (1
Jn. 5:9).16
A continuación, está n los ingredientes que constituyen el objeto de la fe
salvadora.17
La Palabra de Dios Escrita: el Objeto Tangible
Inmediato
Jesú s ora en vísperas de su muerte “por los que han de creer en (él, Jesú
s) por la palabra de ellos [de los apóstoles]” (Jn. 17:20). Pablo concluye
su tratado sobre la salvación de Israel señalando “Así que la fe es por el
oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17). A los tesalonicenses les
escribe:
“Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando
recibisteis de nosotros la palabra del mensaje de Dios, la aceptasteis... como
lo que realmente es, la palabra de Dios” (1 Ts. 2:13, LBLA). En contraste,
los no salvos no han “creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su
Hijo” (1 Jn. 5:10).
Zane Hodges limita bastante la fe salvadora a este objeto: “Lo que la fe es
realmente, en el lenguaje bíblico, es recibir el testimonio de Dios. Es la
convicció n interna de que lo que Dios dice en el Evangelio es cierto. Eso—
y solamente eso—es la fe salvadora”.18 Entonces, la fe salvadora es
sencillamente creer la veracidad del evangelio. Así mismo, Charles Ryrie
define la fe como “estar convencido de algo” o “dar crédito a algo”. Confiar
en el evangelio es confiar en su veracidad.19 Pero, aunque formalmente esto
es cierto, es una noción reduccionista que dice que esto es la esencia de la
fe salvadora.
Los Hechos Histó ricos Concernientes a Jesucristo: el
Verdadero Objeto Mediador
Aunque estos hechos se encuentran solo en las Escrituras en forma
autoritativa, siguen siendo la materia prima de lo que comú nmente
llamamos historia. La expiación de Cristo, eficaz por su obediencia pasiva
y activa, ocurrió en fechas del calendario, no en un á mbito existencial que
no tiene conexión con el continuo espaciotemporal. Este continuo u orden
natural con sus hechos, ha sido planificado, creado, sostenido y controlado
de manera consciente por el Dios vivo y verdadero hasta el ú ltimo á tomo
y el má s pequeño intercambio de energía. Estos hechos no constituyen
un objeto independiente de la fe salvadora. Sigue siendo el comentario de
las Escrituras sobre estos hechos lo que les da validez en la fe salvadora.
Pero no se puede separar la fe de la historia sin que quede sin sentido e
inerte.
Juan testifica acerca de este aspecto del objeto de la fe salvadora cuando
declara el propósito por el cual escribió su evangelio (Jn. 20:30-31):
Hizo ademá s Jesú s muchas otras señales en presencia de sus
discípulos, las cuales no está n escritas en este libro. Pero éstas se han
escrito para que creá is que Jesú s es el Cristo, el Hijo de Dios, y
para que creyendo, tengá is vida en su nombre.
Pablo también menciona de manera específica las ocurrencias históricas
de la muerte de Cristo y su resurrección como objetos de la fe, para dar
seguridad de que los muertos en Cristo tendrá n una parte integral (por lo
menos, favorable) en el arrebatamiento de la iglesia: “Porque si creemos
que Jesú s murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesú s a los
que durmieron en él” (1 Ts. 4:14).20
Dó nde no se Origina
La fe salvadora no se encuentra en el sentido de la experiencia
El empirismo no es el contexto del cual se origina la fe salvadora.
Aunque la fe opera en la esfera empírica de lo que puede ser llamado
realismo ingenuo, sus raíces no está n allí. La Biblia marca una diferencia
fundamental entre fe y vista; de hecho, la experiencia cristiana es “caminar
por fe, no por vista” (2 Co. 5:7). El apóstol Pedro preserva la misma
distinción cuando se trata de la fe en Cristo: “a quien amá is sin haberle
visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veá is, os alegrá is con gozo
inefable y glorioso” (1 P. 1:8). Las palabras del Señor lo ilustran cuando se
refieren a la confesión de fe de Pedro respecto a Jesucristo como el Hijo de
Dios: “porque no te lo reveló carne ni sangre” (Mt. 16:17). Una fuente
empírica no puede explicar la comprensión que tuvo Pedro acerca de Cristo,
no fue má s que un don de revelación proveniente de lo alto.
Ni siquiera los milagros, por muy grandiosos que sean, pueden forzar ni
son capaces de producir la fe salvadora. Ellos sí obligan el reconocimiento
de la actividad divina (Jn. 3:2; Hch. 4:16), y está n diseñados para fomentar
la fe (Jn. 10:38). Pero los milagros no obligan a la fe ni a la persona a creer
en Cristo o el evangelio.
Un ejemplo de la inefectividad de la evidencia empírica para producir
arrepentimiento y fe es el hombre rico en el Hades. A él se le dijo que sus
hermanos no creerían aunque alguien regresara del lugar de castigo y les
advirtiera (Lc. 16:30-31). Otro ejemplo es Simón el mago quien se
maravillaba con las señales de Felipe. Su profesión de fe en Cristo no era
sincera porque no vino de un corazón arrepentido, aunque estuviese
extremadamente entusiasmado con “las señales y grandes milagros” (Hch.
8:13). Cuando éste ofreció dinero para comprar los milagrosos dones del
Espíritu, Pedro discernió que él estaba realmente destinado a la perdición
juntamente con su dinero (Hch. 8:18-23).
No surge de la investigación histórica
Se entiende por investigació n histó rica la bú squeda de hechos
históricos independientes en los que no haya intervención divina o
influencia de la historia bíblica. Aunque la evidencia histórica puede
brindar razones que fomenten la fe, ésta no puede producir fe salvadora ni
tampoco puede ser su fundamento; excepto la información histórica de cará
cter redentor que se encuentra en la Palabra de Dios. Agripa conocía los
hechos históricos acerca de Jesú s pues “no se ha hecho esto en algú n
rincón”, aun así, no fue persuadido a ser creyente (Hch. 26:26).
No es producto de la razón humana
La fe salvadora y sobrenatural no es un simple apoyo de la mente en la
suficiencia de la evidencias, como muchas veces se alega en los libros de
apologética. Las evidencias está n sujetas a la interpretación humana, y la
fuerza de la interpretación de cada cual determinará la conclusión de la
investigación. La Biblia es clara en el hecho de que el hombre natural no
recibe bien las cosas del Espíritu (1 Co. 2:14); por lo tanto, sus procesos de
razonamiento se encuentran prejuiciados en contra de Dios en cada punto.
La razón humana está depravada y espiritualmente muerta (Ro. 8:5-8; Ef.
4:18) y nunca puede servir de base para la fe. La fe en cuestión se sostiene
en el poder de Dios y no en la sabiduría humana (1 Co. 2:4-5). En resumen,
“el mundo no conoció [y no conoce] a Dios mediante la sabiduría” (1 Co.
1:21).
Orígenes Positivos
La fe salvadora es, a la postre, un regalo de Dios. Aunque es el pecador el
que cree, su fe no se origina en él. La capacidad y poder para creer
solamente proviene de Dios en una obra de regeneración unilateral. Los
escritores del Nuevo Testamento le atribuyen a la gracia la capacidad para
creer. Podríamos decir entonces que la fe salvadora es creer como producto
de la gracia o el favor de Dios; o sea, una “gracia para creer” o “favor para
creer” de parte de Dios. Pablo le dice a los creyentes de Filipo: “Porque a
vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino
también que padezcá is por él” (Fil. 1:29). El verbo “conceder” es
charidzomai, que viene de charis, lo cual denota gracia o favor. Pedro hace
eco de la misma verdad: “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la
piedad nos han sido dadas por su divino poder” (2 P. 1:3).
Ademá s de esto se puede decir que la fe salvadora es la recepción de la
verdad del evangelio sobre la base de un testimonio autoritativo. Esta fe es
la obra del Espíritu Santo sobre la voluntad del pecador por medio de la
cual responde libre y voluntariamente al mensaje del evangelio en rendición
y confianza.
La necesidad de un poder divino como ese, lo ilustra el padre del
muchacho endemoniado que le pide a Jesú s que sane a su hijo. El Señor le
responde: “al que cree todo le es posible” (Mr. 9:23). Al sentir la tensión
entre las palabras del Señor y su propia impotencia espiritual ante tal
situación, el padre clama y le dice: “Creo; ayuda mi incredulidad.” (v. 24).
Tal es la sú plica del pecador que es confrontado con la verdad del
evangelio y la necesidad de fe personal en Jesucristo. Su incredulidad
necesita ayuda urgentemente y tiene que ser sustituida milagrosamente por
la fe salvadora. Y tal es el regalo de Dios que la ú nica conclusión que la
iglesia de Antioquía podía sacar del testimonio de los misioneros al regreso
de su primer viaje fue que Dios “había abierto la puerta de la fe a los
gentiles” (Hch. 14:27).
La conclusión de Pablo es que la fe se apoya, y por lo tanto se origina, en
el poder de Dios (1 Co. 2:1-5). Pablo abre su sección sobre los dones
espirituales en su carta a los corintios afirmando, “Por tanto, os hago saber
que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesú s; y nadie
puede llamar a Jesú s Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Co. 12:3).
Confesar a Jesú s como nuestro Señor es una afirmación de la fe salvadora,
y ésta viene como un regalo de Dios por medio de la obra del Espíritu
Santo.
El pasaje clá sico de la salvación por gracia, Efesios 2:8-9, habla de la
salvación por gracia por medio de la fe como un regalo o don de Dios,
mostrando quizá s indirectamente, que la fe es un regalo de Dios. Hechos
18:27 es un comentario de aquellos a quienes Apolo animó en Acaya. El
texto dice que él “fue de gran provecho a los que por la gracia habían
creído”.
El autor de Hebreos indica que Jesú s es el “autor... de la fe” (He. 12:2).
Sin embargo, este no es el cuerpo de verdad con el que a veces se
caracteriza a “la fe” (Jud. 3), pero es, en cambio, la fe salvadora personal
(He. 11:39, en donde la fe personal de los héroes del Antiguo Testamento es
llamada la fe). El autor/fundador de la fe del creyente, y también su
consumador/perfeccionador es Jesucristo. La fe, desde principio a fin, es un
regalo.
1 TWOT, s.v. “’aman, et al.,” por James B. Scott, 51-53.
2 Morton Smith, Systematic Theology, 2 tomos (Greenville, SC: Greenville Seminary Press, 1994),
2:444.
3 TWOT, s.v. “batach,” por John N. Oswalt, 233-234. 4
TWOT, s.v. “chasah,” por Donald J. Wiseman, 307. 5
TWOT, s.v. “galal,” por Earl S. Kalland, 162.
6 BDB, s.v. “chul,” 297.
7 Bruce Demarest presenta una sección muy útil acerca del uso de pisteuo con varios pronombres y
preposiciones que amplían el significado del concepto (The Cross and Salvation: The Doctrine
of Salvation [Wheaton, IL: Crossway, 1997], 257-258).
8 Charles Hodge, Teología Sistemática (Barcelona: CLIE, 2010), 721.
9 Robert L. Reymond, A New Systematic Theology of the Christian Faith (Nashville, TN:
Thomas Nelson, 1998), 727.
10 Wayne Grudem, Teología Sistemática (Miami: Vida, 2007), 744.
11 BDAG, s.v. “suneimi,” 968; NIDNTT, s.v. “sunesis,” por J. Goetzmann, 3:130.
12 Reymond, A New Systematic Theology, 728, y Smith, Systematic Theology, 2:446.
13 Joseph Dillow, The Reign of the Servant Kings: A Study of Eternal Security and the Final
Significance of Man, 2a edición (Hayesville, SC: Schoettle, 1993), 249, 272-273, 285). Zane
Hodges, Absolutely Free! (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1989), 31.
14 BDAG, s.v. “apeitheo,” 99.
15 Hodge, Teología Sistemática, 714-715.
16 Ibid., 441-42.
17 Alva J. McClain, “The Doctrine of Salvation” (notas de teología, Grace Theological Seminary,
Winona Lake, IN).
18 Hodges, Absolutely Free! , 31.
19 Charles Ryrie, So Great Salvation (Wheaton, IL: Victor, 1989), 30, 119-121.
20 Dentro del evangelicalismo hay una opinión errónea que sugiere que algunos van a ser salvos sin
conocer y creer en Jesucristo de Nazaret (cf. debates en A. H. Strong, Systematic Theology, 3
tomos en 1 [Valley Forge, PA: Judson, 1907], 843; W. G. T. Shedd, Dogmatic Theology, 3a
edición, ed. Alan W. Gomes [Filadelfia: Presbyterian & Reformed, 2003], 337-340; Millard
Erickson, “Hope For Those Who Haven’t Heard? Yes, But...,” EMQ [abril 1975]: 122-126). Clark
Pinnock habla de “santos paganos” y de otros que se salvarán sin haber conocido a Jesucristo (A
Wideness in God’s Mercy: The Finality of Jesus Christ in a World of Religions [Grand
Rapids, MI: Zondervan, 1992], 26, 93, 100-101, 104). Pero, a pesar de los argumentos de Pinnock,
no hay forma proposicional para la revelación general y ella no trasmite contenido redentor.
Capítulo 4 2
La Conversión
El Significado de la Conversión
Té rminos Empleados en el Antiguo
S h Testamento
u
Esta palabra significa volver, regresar, retornar, restaurar, y reparar.1
Es el término má s comú nmente usado para expresar esta idea. Por
ejemplo, “Se acordará n, y se volverán a Jehová todos los confines de la
tierra” (Sal. 22:27).
Haph ak
Esta palabra también significa volverse, girar, cambiar o convertir.2 “La
ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma” (Sal. 19:7). La oración
penitencial de David nos deja ver que, como consecuencia de haber sido
perdonado, éste dice: “Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y
los pecadores se convertirán a ti” (Sal. 51:13). La Sabiduría personificada
clama, “Volveos a mi reprensión; He aquí yo derramaré mi espíritu sobre
vosotros” (Pr. 1:23).
El Origen de la Conversión
La conversión, al igual que el arrepentimiento y la fe, es propiamente un
acto del hombre. Y como mismo sucede con el arrepentimiento y la fe, la
conversión tiene su verdadero origen en Dios. Como los dones del
arrepentimiento y la fe abarcan también la conversión, ésta es, en sí misma,
y necesariamente, un don de Dios.
La responsabilidad humana de participar en el proceso de la conversión,
el cual es impulsado por Dios, se ve a través de los numerosos imperativos
que varios individuos y grupos de personas han experimentado para
volverse al Señor en arrepentimiento y fe, tal y como vimos en la sección
anterior. La conversión también posee un aspecto divino, el cual, como
ocurre en todas las relaciones entre Dios y los seres racionales y volitivos,
supera y controla el aspecto humano. La voluntad de Dios siempre es
absoluta y la voluntad de la criatura siempre concierne a la volición divina
y está supeditada a ella. Esto se ve, por ejemplo, en Jeremías:
“...conviérteme [shub], y seré convertido [shub], porque tú eres Jehová
mi Dios.” (31:18). Por la parte humana la conversión o restauración
depende de que la gracia soberana de Dios convierta a la persona.
Durante el espantoso sitio que los babilonios impusieron a Jerusalén,
aquellos que
tenían una mente espiritual, no estaban obsesionados con su supuesta y
considerable libertad; sino que má s bien, estaban orando por alcanzar una
misericordia divina unilateral: “Vuélvenos [shub], oh Jehová , a ti, y nos
volveremos [shub]; ” (Lm. 5:21).
Desde el punto de vista teológico, la conversión tiene lugar tras la
regeneración. En la conversión, la nueva vida que es implantada gracias a la
regeneración se convierte en expresión activa en la vida consciente del
pecador durante el ejercicio de su arrepentimiento y fe. La regeneración en
sí tiene lugar en el subconsciente del individuo, pero la conversión ocurre
en la vida consciente de la persona. La conversión no es judicial sino
creativa. Berkhof habla sobre los dos aspectos de la conversión: el aspecto
divino y el humano, o el activo y el pasivo. (1) El aspecto activo es aquella
acción de Dios a través de la cual él hace que el pecador, de forma
consciente, se vuelva a Dios en arrepentimiento y fe. (2) El aspecto pasivo
es la acción del pecador (ahora regenerado) a través de la cual éste se
vuelve a Dios en arrepentimiento y fe.9
El Significado de la Justificación
Definició n
La justificación es el acto de Dios a través del cual él declara y constituye
perfectamente justo al pecador, y lo continú a tratando como tal para
siempre. A. H. Strong brinda una definición muy buena: “Cuando hablamos
de justificación nos referimos a ese acto judicial de Dios mediante el cual,
(por medio de Cristo, a quien el pecador está unido por la fe), él declara
alpecador libre del castigo de la ley, y lo restaura a su favor”.1
Términos empleados en el Antiguo Testamento
Tsadeq
Tsadeq es un verbo denominativo, cuya raíz transmite la idea
fundamental de ajustarse a una norma o estándar é tico.2 Esto se ilustra,
por ejemplo, en una de las reglas civiles de la ley de Moisés: “Si hubiere
pleito entre algunos, y acudieren al tribunal para que los jueces los juzguen,
éstos absolverá n al justo, y condenará n al culpable” (Dt. 25:1).
Tsedeq
Este vocablo significa justicia, rectitud, correcció n, conformidad a un
estándar o norma apropiados. En una de sus oraciones David dice,
“Respóndeme cuando clamo, oh Dios de mi justicia” (Sal. 4:1).
Tsadiq
Esto significa justo, lícito o recto: “Noé, varón justo, era perfecto en sus
generaciones” (Gé. 6:9).
Términos empleados en el Nuevo Testamento
Los términos del Nuevo Testamento transmiten el mismo peso y
significado teológico que los del Antiguo Testamento.
Dikaioo
Este vocablo significa declarar justo, justificar. El creyente es
“justificado por la fe” (Ro. 5:1).
Dikaios
Esto significa justo, estar correcto, en conformidad con una norma
apropiada. “El justo por la fe vivirá ” (Ro. 1:17).
Dikaiosune
Esto se refiere al estado de una persona justificada, justicia, absolució n.
“Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Ro. 4:3).
También está n los vocablos dikiosis, el cual hace énfasis en el proceso o
acción de declarar justo a un individuo: “[Cristo fue] resucitado para
nuestra justificación” (Ro. 4:25, ver 5:18); y dikaioma, el cual enfatiza la
declaración de justicia como algo ya cumplido: “el don vino a causa de
muchas transgresiones para justificación” (Ro. 5:16). El uso de todos estos
términos hebreos y griegos es una cuestión de sinonimia teológica bá sica.
Ampliació n de la Definició n
Justificación no significa hacer a alguien justo
La doctrina bíblica de la justificación significa fundamentalmente
declarar a alguien justo sobre la base de constituirse judicialmente como
justo a través de la atribución de la justicia de Cristo el Hijo, la cual él ganó
gracias a su perfecta obediencia de la ley moral, eterna y divina del Padre.
La justificación es objetiva, forense, legal o posicional, y no es subjetiva o
experiencial; y no significa hacer a alguien justo. Eliú comprendió el
significado judicial o declarativo de la justificación. É l se encendió en ira
contra Job “por cuanto se justificaba a sí mismo má s que a Dios” (Job
32:2). En esta queja no se acusaba a Job de hacerse justo a sí mismo de
forma subjetiva, sino de decir o declarar que él era justo delante de Dios,
cuando realmente, segú n Eliú , no lo era.
En el libro de Proverbios se dice, “El que justifica al impío, y el que
condena al justo, ambos son igualmente abominación a Jehová ” (Pr.
17:15). Aquí la abominación consiste en declarar a un impío como justo
cuando realmente no lo es. ¿ Quién condenaría a alguien que puede “hacer
justo” a un impío?
Cuando el pueblo y los publicanos escucharon la explicación de Jesú s
acerca del ministerio de Juan el Bautista, “justificaron a Dios, bautizá
ndose con el bautismo de Juan”. Esta gente no hizo a Dios justo, sino
que lo “justificaron”, lo declararon justo, o lo absolvieron en sus
mentes de cualquier mala obra.
El catolicismo romano enseña que la justificación es una infusió n de
gracia, una experiencia subjetiva equiparable a la santificación.3 El
catolicismo romano genera un pesimismo extremo acerca del destino eterno
del individuo, pues no logra comprender la verdad posicional al respecto de
ésta y otras doctrinas (ver la descripción de la muerte de algunos papas
narrada por Loraine Boettner4).
La justificación es judicial y no experiencial
La justificación es declarativa y esta característica debe distinguirse de su
eficiencia. Es externa al pecador en comparación con la obra de su
naturaleza interna. La justificación es lo opuesto a la condenación. Esto se
ve claramente en el paralelismo antitético del apóstol Pablo: “Así que,
como por la transgresión de uno vino la condenació n a todos los hombres,
de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la
justificació n de vida” (Ro. 5:18; 8:33-34). La condenación es una
declaración judicial de culpa, un pronunciamiento sobre la responsabilidad
del castigo merecido ante la infracción de la moralidad. La justificación es
una declaración de perfecta justicia. La justificación enfatiza la relació
n má s que la condición (es decir, hace énfasis en el estatus objetivo de
alguien en relación con la ley moral de Dios, má s que en la
condición moral, subjetiva y personal del individuo).
Los jueces del antiguo Israel que absolvían a los justos (Dt. 25:1)
sencillamente pronunciaban veredictos basados en la relación que tenía el
acusado con la Ley de Moisés. No se trataba solamente de una declaración
de inocencia, como concepto negativo, o de una valoración que planteaba
que el acusado no debía nada con respecto a los requisitos de la ley, sino de
hallar una posición moral correcta y positiva frente a los requisitos legales.
Sobre esta misma base el impío era declarado culpable o responsable; y era
condenado al castigo que la ley reservaba para cada caso. En cualquier
caso, la posición constitucional del individuo constituía la base, y no su
propia moralidad personal.
De la misma manera, la oración de Salomón durante la dedicación del
templo observó los mismos principios legales o forenses con respecto a la
relación del individuo con la ley moral divina como se expresaba en las
prescripciones de Moisés. “Si alguno pecare contra su prójimo, y le tomaren
juramento haciéndole jurar, y viniere el juramento delante de tu altar en esta
casa; tú oirá s desde el cielo y actuará s, y juzgará s a tus siervos,
condenando al impío y haciendo recaer su proceder sobre su cabeza, y
justificando al justo para darle conforme a su justicia” (1 R. 8:31-32). El
pronunciamiento en cualquier caso estaba basado en la posición objetiva de
la persona con respecto a la ley. Al individuo no se le atribuía
contaminación moral en el primer caso, ni se le otorgaba gracia y justicia en
el segundo caso.
Durante el incidente del pecado imperdonable, Cristo proclama las
consecuencias eternas de las palabras “ociosas” pues cada individuo deberá
dar cuenta de sus palabras en el día del juicio (Mt. 12:36). Estas palabras
será n juzgadas segú n el está ndar de justicia eterna, y en dependencia de
su conformidad o falta de ella, se determinará si el
individuo será justificado— declarado como
justo—, o condenado— declarado culpable (Mt. 12:37). Los elementos
subjetivos no será n tomados en cuenta.
El aspecto legal de la justificación también puede verse en usos donde
aparece en contextos de juicios forenses.5 David, al comprender esto, ora,
“Y no entres en juicio con tu siervo; porque no se justificará delante de ti
ningú n ser humano” (Sal. 143:2). Para la frase “se justificará ” se utiliza
aquí el termino tsadiq, que significa justificarse. El salmista sabía que él, en
sí mismo, no tenía la posición moral necesaria ante su Dios para ser
declarado justo.
De la misma manera, el apóstol Pablo comprendía y enseñaba la
naturaleza forense o declarativa de la justificación en contextos de juicio
divino. “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que está n
bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el
juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningú n ser humano será
justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del
pecado” (Ro. 3:19-20). La frase “bajo el juicio” (hupodikos) significa
responsable, sujeto a juicio, o sujeto a castigo.6 Aquí el asunto que se trata
es la responsabilidad objetiva, y no la corrupción moral personal.
Pablo enseñó acerca de la seguridad eterna y perfecta, ante cualquier
responsabilidad, de aquel a quien Dios justifica. “¿ Quién acusará a los
escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (Ro. 8:33). La pregunta es
retórica y exige una respuesta obviamente negativa: “nadie”. Y esta
respuesta se basa en la declaración de justicia que hace Dios, la cual refuta
al instante cualquier acusación de continua deuda de pago por el pecado del
creyente. Esto se debe a que, como veremos, Dios le ha atribuido a cada
creyente la justicia perfecta de Cristo. Esta atribución judicial de justicia no
es má s que el mérito que ganó el Salvador, y el pago que él brindó a través
de su expiación, gracias a su obediencia activa y pasiva de la ley moral y
eterna de Dios.
Otra evidencia de la naturaleza forense o legal de la justificación es la
vindicació n o absolució n que la justificación no salvadora conlleva en
las relaciones humanas normales. Por ejemplo, Jesú s apunta que “la
sabiduría es justificada por sus hijos” (Mt. 11:19). Como respuesta al astuto
intérprete de la ley que quería poner a prueba a Jesú s segú n sus
propios está ndares apóstatas, el Señor narró la pará bola del buen
samaritano (Lc. 10:25ss.). Viéndose reflejado en la imagen de los
individuos despreciables que le negaron ayuda al odiado samaritano, el
intérprete de la ley comienza a dar excusas declará ndose libre de
cualquier obligación ante la miserable víctima. La narración de Lucas
declara, “Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesú s: ¿ Y
quién es mi prójimo?” (Lc. 10:29).
El mismo principio se ve en Lucas 16:15: “Entonces les dijo: Vosotros
sois los que os justificá is a vosotros mismos delante de los hombres;
masDios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por
sublime, delante de Dios es abominación”. Aquí el asunto es el está ndar o
norma objetiva para el cual se declara la conformidad o la corrección. La
norma humana impone pronunciamientos de alta estima hechos por
hombres que el está ndar de Dios declara detestables. En ninguno de estos
casos ningú n individuo llega a obtener nada ni se beneficia personalmente.
El factor determinante es la posición objetiva y no el estado personal.
La Base de la Justificación
El Gran Problema Moral
Job plantea el antiguo dilema moral cuando pregunta, “¿ Y cómo se
justificará el hombre con Dios?” (Job 9:2). Bildad también pregunta,
“¿ Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios?” (Job 25:4). La
verdadera pregunta sería, ¿ cómo puede un hombre pecador justificarse
delante de un Dios justo y santo? (cf. Sal. 130:3; 143:2). Existen varios
factores éticos y morales relacionados con este gran problema:
(1) La pecaminosidad del hombre tal y como se describe
detalladamente en Romanos 3:21-23. ¿Cómo puede ser declarado
justo alguien que ha ofendido, de casi todas las formas imaginables,
el estándar moral del Dios infinitamente justo? Para Dios no es un
problema justificar a una persona recta, pero, ¿cómo puede él
justificar a una persona impía? (Ro. 4:5).
(2) La irrevocable ley moral de la santidad de Dios. El estándar de
moralidad de Dios es eternamente objetivo, inalterable e
inamovible. No admite niveles, y el individuo, o bien lo acata de
forma perfecta, o no lo acata de forma perfecta. Y en cada caso
existen consecuencias eternas. Cuando el individuo anda en
conformidad con las normas divinas obtiene la aprobación de
rectitud de Dios (o sea, la justificación). Pero el no andar en
conformidad con ellas le acarrea al individuo la sentencia de
responsabilidad legal (o sea, la condenación; Ro. 2:12-13, ver Éx.
23:7).
(3) El carácter santo y recto de Dios. La naturaleza moral inflexible
de Dios garantiza que su justicia sea irrevocable. Dios es
intrínsecamente justo, porque sus acciones están en conformidad
con él mismo, y cualquier persona, para ser declarada justa, tiene
que estar en absoluta y perfecta conformidad con esa misma
norma divina. Habacuc se vio en un dilema moral al preguntarse
cómo Dios podía usar a personas paganas para que juzgasen y
castigasen a la comunidad del pacto. Para este profeta, la justicia y
santidad inmutables de Dios descartaban esa posibilidad: “Muy
limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio” (Hab.
1:13).
Debe haber, por lo tanto, una manera en la que Dios pudiese ser justo y el
que justifique a los impíos. Los impíos deben recibir una posición recta
delante de Dios, y recibir una justicia que es ajena a ellos mismos. Es decir,
cualquier mitigación del pecado o disposición favorable para los pecadores
debe tener una base ética eternamente perfecta, pues de no ser así, todo el
plan de salvación sufriría un desmoronamiento moral eterno. La idea bíblica
de la justificación hace que el pecador creyente sea salvo y esté seguro
eternamente.
Lo Negativo
El carácter del hombre
La base de la justificación no radica en el cará cter de una persona. Para
que así fuese, el cará cter de la persona debería ser perfecto, y en absoluta
conformidad con la ley moral de Dios en todos los aspectos, todo el tiempo
y con motivos perfectos. Eso por supuesto es imposible para los pecadores.
Nadie posee un cará cter moral recto en cuya base Dios le pueda declarar
justo. David así lo reconoció, “Señor, si tú tuvieras en cuenta las
iniquidades, ¿ quién, oh Señor, podría permanecer?” (Sal. 130:3, LBLA).
Como ya vimos, David hace la siguiente oración, “Y no entres en juicio con
tu siervo; porque no se justificará delante de ti ningú n ser humano” (Sal.
143:2). Salomón dice de forma parecida, “Ciertamente no hay hombre justo
en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Ec. 7:20).
Las obras de los hombres
Las buenas obras, la conducta moralmente aceptable, la autodisciplina
moral, y otras cosas similares nunca podrá n constituir una plataforma para
obtener la aceptación y el elogio de Dios. En primer lugar porque Dios
afirma explícitamente que el caso es el siguiente: “mas al que no obra, sino
cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Ro.
4:5). Ademá s, a la luz del aspecto precedente, y dada la depravación e
incapacidad humanas, nadie puede llevar a cabo el tipo de obra meritoria
necesaria para ser declarado justo a través de ella (Is. 64:6; Hag. 2:14).
Como mínimo, cada palabra, pensamiento, intención y obra de los
pecadores está n llenos de motivos impuros y manchados, que no glorifican
a Dios.
La fe del hombre
En las iglesias evangélicas ha surgido una explicación casi arminiana de
la justificación que no es partidaria de la atribución del mérito o justicia de
Cristo. Robert Gundry, por ejemplo, ha expresado la opinión de que Dios
tiene en cuenta, o reconoce la fe del creyente y sobre esa base lo perdona.7
El texto clave en el que se basa Gundry es Génesis 15:6 (“Y [Abraham]
creyó a Jehová , y le fue contado por justicia.”), así como sus citas de
Gá latas 3:6 y Romanos 4:3, 5-6, 9, 11, 22-24. Su propuesta ha sido
analizada con mucha habilidad por otros eruditos, y no garantiza un
tratamiento amplio en este sentido, pues solo presenta la base positiva de la
justificación de forma elemental.8
Esta posición reciente no identifica la fe salvadora como una obra
meritoria de algú n tipo; en ella, Dios sencillamente considera la fe como
justicia. A través de una exégesis bastante presuntuosa que no valora las
contribuciones de la analogía de la fe, (y sobre todo las contribuciones de la
teología sistemá tica), se establece una distinción entre la justicia de Dios y
la justicia de Cristo en varios contextos del Nuevo Testamento. La teoría de
Gundry plantea que Dios es justo cuando él, (y no Cristo), cuenta la fe del
creyente como justicia, aunque no le atribuya la justicia de Cristo al
creyente. La justicia de Cristo consiste en su acción obediente de servir de
propiciación a Dios a través de su muerte. Sobre esa base Dios puede
declarar como justicia la fe no meritoria del pecador de forma justa.9
Lo anterior niega esencialmente la atribución de la justicia de Cristo al
pecador creyente. Esto, a su vez, debilita cualquier base verdaderamente
ética para el perdón y la restauración del favor divino, los cuales son
necesarios para presentarnos delante de Dios, ahora y en el día del juicio
final.
La observancia de la ley y los ritos religiosos
El mensaje de Pablo a Israel, pueblo que había conocido la ley durante
quince siglos, fue, “por las obras de la ley ningú n ser humano será
justificado delante de él” (Ro. 3:20). A los gá latas, quienes habían tenido
gran dificultad en efectuar la transición de la ley hacia la gracia, Pablo les
habló sin rodeos: “Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es
evidente, porque: El justo por la fe vivirá ; y la ley no es de fe, sino que
dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas” (Gá . 3:11-12).
No hay mérito en la observancia del ritual levítico. Las ceremonias
levíticas, tales como la circuncisión, las ofrendas, las fiestas, y demá s, eran
parte integral de la ley de Moisés. Pero la justificación no se basaba en la
circuncisión, como demostró la experiencia de Abraham, por ejemplo. É
l fue justificado por Dios antes de que fuese dada la ley (Ro. 4:9-11). Lo
mismo se aplica a cualquier observancia legalista de las leyes de la
conducta, o a cualquier prá ctica de ritos u ordenanzas religiosos.
Estos siempre han sido y continú an siendo totalmente iná nimes en y
por sí mismos. Ningú n objeto material o prá ctica externa le ha transmitido
jamá s a nadie ningú n bien espiritual.
Positivamente
El mérito y pago de Cristo
La base de la justificación radica en la justicia de Jesucristo atribuida a
favor del pecador. Esta transacción ética es completamente unilateral,
gratuita y soberana de parte de Dios. Judicialmente Dios constituye justo al
pecador a través de la atribución de la justicia de Cristo al pecador para
poder declararlo justo y sobre esa base tratarlo así para siempre. Existen
abundantes afirmaciones bíblicas que tratan este tema, y los textos que
abordan explícitamente este asunto son innumerables.
Cuando hablamos de la justicia que está presente en la atribución judicial
del creyente, no hablamos de algú n tipo de impartición, ni de que el
creyente comience a compartir los atributos divinos de Cristo, como por
ejemplo su justicia como Dios-hombre. Ningú n atributo de Dios puede ser
compartido, pues éstos no pueden ser disminuidos, aumentados o
transferidos de forma alguna, ya que ello implicaría despojar a Dios de su
deidad. La justicia de Cristo en la justificación es una justicia ética que se
hizo manifiesta cuando Cristo satisfizo la ley moral divina a través de su
obediencia al Padre. Es una justicia divinamente meritoria que él ganó al
cumplir perfectamente con todas las demandas de Dios (o sea, obediencia
activa), y al pagar todas las sanciones penales que se habían acumulado a
causa de la ofensa a la santidad, (o sea, obediencia pasiva). Esta obediencia
se denomina, genérica o colectivamente, “la justicia de uno”, y trajo como
resultado la justificación de los creyentes (Ro. 5:18). Es precisamente esa
“justicia divina y objetiva de Jesucristo” la que se le atribuye al creyente, en
el momento en que éste pone su fe salvadora en Jesú s, en un acto de Dios
que es judicialmente constitutivo.10 Esto tiene lugar cuando el creyente
pone su fe en Cristo por primera vez, porque la persona solamente puede
ser justificada a través de la fe en Jesucristo (Ro. 4:9-13).
Pablo habla sobre ese mismo acto constitutivo cuando dice que muchos
“será n constituidos justos” gracias a la obediencia de Cristo: “Así que,
como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres,
de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la
justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre
los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de
uno, los muchos serán constituidos justos” (Ro. 5:18-19). En el primer caso
la palabra “constituidos” no se refiere a una corrupción pecaminosa y
subjetiva, como tampoco se refiere a una infusión de gracia personal y
subjetiva en el segundo caso. En ambos casos el verbo es kathistemi, que
aquí significa nombrar, juzgar, ocupar un lugar; 11 y denota una verdad
posicional, un juicio divino de la culpa del primer pecado de Adá n, en el
caso de los condenados, y un juicio divino o reconocimiento de la
obediencia meritoria de Cristo, en el caso de los justificados.
1 Corintios 1:30
Es en este sentido que debe comprenderse el contexto de 1 Corintios
1:30. Pablo dice que Jesucristo “nos ha sido hecho” (ginomai) a los
creyentes, “por Dios sabiduría, justificació n, santificación y redención”.
Aquí Pablo se está refiriendo a la justificación de Cristo que se le atribuye
al creyente, y a través de la cual éste obtiene una posición ética perfecta
delante de Dios. Precisamente es el entretejemiento de la obediencia activa
y la obediencia pasiva de Cristo lo que reviste al creyente de una justicia
que no es suya en una aceptación moral y eterna de Dios quien es
infinitamente santo y justo. Solamente una exégesis viciada y miope,
impulsada por planes ajenos a la idea bíblica de la justificación, podría
negar la atribución de la justicia de Cristo en este pasaje, solo por el hecho
de que el apóstol dice que es, “por Dios”.
Ademá s, no es necesario que todos los beneficios de Cristo hechos
provenientes de Dios sean aplicados de exactamente la misma manera. Si
por ejemplo, la santificación es subjetiva, sería una incongruencia exigir
que la justicia de Dios fuese subjetiva, como si se tratase de una infusión de
gracia o bondad en el alma humana. Esto, ante todo, no sugiere la no
atribución al creyente de la justicia de Cristo que proviene de Dios. Lo
mismo podría decirse de la sabiduría y la redención que allí se mencionan.
Las diferencias entre cada concepto y la forma en la que éstos se aplican en
el creyente se explican ampliamente en otros pasajes de las Escrituras.
2 Corintios 5 :21
En 2 Corintios 5:21 se halla un pasaje que habla claramente sobre la
atribución de la justicia de Cristo al creyente: “Al que no conoció pecado,
por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de
Dios en él”. El término “hizo” (poieo) posee una fuerza judicialmente
constitutiva; Cristo nunca se vio corrompido por el pecado de manera
alguna, pero los pecados de su pueblo le fueron imputados. De la misma
manera, la frase “fuésemos hechos” (ginomai), es constitutiva en
significado y no puede ser una atribución subjetiva de bondad porque es
paralela a la clá usula anterior. Las dos ideas son correlativas, ambas está
n unidas por la preposición de propósito hina. Decir que Cristo fue
hecho pecado judicialmente, es equivalente a decir que el creyente fue
hecho judicialmente justicia de Dios en él. Como mismo a Cristo, quien
estaba libre de pecado, le fue imputada una culpa ajena, al pecador
creyente se le atribuye una justicia ajena. La imputación de la culpa a
Cristo fue la base para que éste fuese declarado un pecador
condenado, para que así el creyente pudiese ser declarado justo en
Cristo. Ambas declaraciones está n en conformidad con los está ndares
eternos de justicia santa, pues ambas constituyen la obra judicial del Dios
infinitamente justo.
Filipenses 3:8 -9
Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesú s, mi Señor, por amor del
cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser
hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la
que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe.
Aquí la esperanza de Pablo era la de ser hallado vestido de una justicia
que no era la suya; que era ajena a la suya propia, y cuyo origen estaba en
Dios, y estaba conectada con él a través de su fe en Cristo Jesú s. Desde el
punto de vista humano y legalista, él hubiese podido vanagloriarse,
haciendo uso de una larga lista de buenas obras y de un cú mulo
impresionante de hechos meritorios (vs. 4-6). Pero todo esto era basura y en
realidad era condenatorio segú n los está ndares divinos; y ademá s, la
feque Pablo tenía en Jesucristo y en su justicia atribuida, hacía que él se
percatara de la realidad. El adversativo “sino” (alla), es enérgico, e indica
un abandono de toda justicia humana, así como una apropiación, a través de
Dios, de las perfecciones atribuidas de la obediencia de Cristo por medio de
la fe salvadora.
No se puede afirmar que la justicia de Dios consistía realmente en la fe
que el apóstol tenía en Cristo, la cual Dios reconocía simplemente como
justicia como si se tratase de un decreto divino. Esta teoría se acerca
peligrosamente a la invención legal mediante la cual se niega la
justificación forense a través de la justicia de Cristo.12 Este enfoque debilita
la base, verdaderamente ética, de la expiación de Cristo y de la seguridad
eterna del creyente. En esa teoría no existe una genuina satisfacción de
justicia divina.
Romanos 10 :4
Aquí se hace patente nuevamente la necesidad de una justicia ajena al ser
humano, así como la disponibilidad de ésta solo a través de la fe en Cristo:
“...porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”.
Durante mucho tiempo se ha debatido si el vocablo “fin” (telos) significa
final o si significa meta, pero el contexto deja bien en claro que Israel
estaba intentando alcanzar méritos y justicia a través de la observancia de la
ley, y que fracasó al tropezar en Jesú s de Nazaret (Ro. 9:31-33). Por el
contrario, los gentiles que eran considerados apóstatas irremediables,
hallaron una justicia aceptable a Dios debido a su fe en él (Ro. 9:30). Los
gentiles se conectaron a una justicia basada en Cristo a través de la fe,
mientras que los judíos buscaban una justicia basada en la ley y no la
hallaron. De esa manera, los incrédulos de Israel fueron despojados de la
base para la aprobación divina, necesaria para la vida eterna, lo cual
condujo a Pablo a manifestar de forma quejumbrosa su deseo por la
salvación de éstos (Ro. 10:1).
En este contexto se ponen en contraste la fe en Dios y la observancia de
la ley como medios para alcanzar una declaración divina de perfección
moral (o sea, de justificación). No estamos sugiriendo con esto que no
existiese fe justificadora antes de la llegada de Cristo, incluso durante la
dispensación de la Ley. Israel sabía que su justicia a la larga vendría de
Dios (Is. 45:25; 54:17). Esto tampoco implica que los creyentes antes de la
llegada de Jesucristo creyesen en él como objeto consciente de su fe. Los
santos del Antiguo Testamento creían en Dios como el objeto consciente de
su fe, pero el contenido de su fe dependía de la revelación que Dios había
dado sobre la forma en que ellos debían acercarse a él. Esta luz redentora
que se reveló paulatinamente era acumulativa, y tuvo su fin en Jesucristo; y
pasá ndolo por alto, los judíos apostataron a través de la observancia de
la ley y los gentiles hallaron justificación a través de la justicia de Cristo
que obtuvieron por fe. Los gentiles comprendieron que Cristo era su
perfección; pues él constituía el fin de la ley, para dar justicia a los que en él
creen.
Romanos 10 :10
En el mismo contexto del pasaje anterior, Pablo resume el asunto
identificando la fe sencillamente como el instrumento que nos conecta con
la justicia de Cristo, (una posición moralmente perfecta delante de Dios a
través de la atribución de la obediencia de Cristo a favor del pecador).
“Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa
para salvación”. La preposición “para” se traduce de la preposición griega
eis. Aquí la preposición no es una aposición al verbo, es decir, una creencia
que es o consiste en justicia, como tampoco la confesión consiste en
salvación en la clá usula siguiente. Esta preposición tiene un rango
semá ntico amplio en dependencia del contexto y la teología, pero puede
usarse “con el resultado de una acción indicada en, para, para así”.13 La
idea es la de creer para recibir la justicia. Tomando en cuenta otras
consideraciones evidentes, se trata de la justicia de Jesucristo atribuida al
pecador creyente.
La fe contada por justicia
Queda aú n el problema de la interpretación de la clá usula que sostiene
que la fe de Abraham “fue contada por justicia” por parte de Dios (Gn.
15:6) y la de la frase “su fe le es contada por justicia” refiriéndose a todos
los creyentes (Ro. 4:5; Stg. 2:23). Independientemente de otras
consideraciones que puedan existir, (o sea, la analogía de la fe o de las
Escrituras interpretá ndose a sí mismas), una lectura superficial de estas
frases pudiera indicar que la fe es una obra meritoria que Dios tiene en
cuenta o considera como rectitud justificadora, o posiblemente como obra
no meritoria que él sencillamente le atribuye al creyente como justicia.
Como la Biblia aclara que esas proposiciones no pueden ser verdaderas, el
lector debe establecer una correlación hermenéutica y regular de verdad
bíblica. Si solo existe una red unificada y no contradictoria de verdades
bíblicas, que ciertamente es verídica, debido a la auto-coherencia eterna de
la independiente tri-unidad del Dios de toda verdad, entonces es lógico que
deba existir una tentativa sincera de resolver las dificultades dentro de las
Escrituras. Sencillamente no podemos darnos el lujo de regocijarnos en
antinomias bíblicas para caer al final en incomprensibilidades debido a la
majestad y espiritualidad de la Biblia y la finitud de la comprensión
humana. Las Escrituras fueron dadas en lenguas humanas para que fuesen
comprendidas por seres humanos, y transmiten una perspicuidad esencial e
innata. Existe una autoría unitaria entre Dios y los autores humanos que ha
traído como resultado una Biblia que transmite verdad divina infinita a
través de seres totalmente humanos y sus idiomas y categorías lingü ísticas.
Tanto los escritores como sus primeros lectores y oyentes comprendían la
esencia del mensaje de Dios y no quedaban atrapados en una niebla
impenetrable de ininteligibilidad lingü ística.
Una vez aclaradas estas cosas, debemos decir que la fe que se cuenta
como justicia hace referencia a una fe en Dios, quien le adjudica al creyente
la justicia de Cristo.14 Los versículos que se han explicado anteriormente
demuestran esta realidad. No existe realmente ninguna diferencia teológica
entre la justicia de Cristo, la justicia de Dios, y la justicia de la fe en el tema
de la justificación. La justicia de Dios, la de la fe y la de Cristo son
correlativas; de hecho, son sinónimas. Son justicias que poseen
propiedades divinas.15 Se trata de la justicia de Jesucristo, (la cual él ganó a
través de su obediencia), que proviene de Dios y se adjudica al pecador, y
de la cual éste
se apropia gracias a la fe. John Piper resume esto y dice: “En el texto de
Romanos 4:4 está claro que, para Pablo la frase ‘fe contada por justicia’ es
sencillamente otra manera de referirse a aquella fe que sirve de medio para
recibir una justicia externa que Dios nos adjudica, o sea, que esa fe no se
obtiene por obras sino confiando en aquel que justifica a los impíos”.16
Digresión: la Nueva Perspectiva de Pablo
Durante los ú ltimos años del siglo XX, y sobre todo entre los teólogos
evangélicos profesos, la doctrina de la reforma tradicional de la
justificación forense ha sido víctima de fuerte críticas. Pero entre los
objetivos de esta sección no está en lo absoluto exponer los hechos de estos
nuevos acontecimientos o criticarlos de forma significativa, por varias
razones.
La primera de ellas es que existen libros y artículos excelentes dedicados
al aná lisis teológico y exegético y a la refutación de las nuevas teorías
sobre la justificación. En breve le brindaremos información al lector a este
respecto. La segunda razón es que, a pesar de que el campo informativo
sobre este tema posee algunos puntos en comú n, siguen existiendo
abundantes propuestas diferentes que exigirían un aná lisis má s profundo
del que necesitamos hacer aquí. La tercera razón es que, como esta
nueva perspectiva proviene de épocas evangé licas recientes, su vida ú til es
de duración desconocida en estos momentos. Puede llegar e irse en un
período de tiempo relativamente corto y convertirse así pronto en una nota
al pie de pá gina para la historia. Otras propuestas creativas e ideas
controversiales surgidas en los ú ltimos treinta o cuarenta años han
tenido un destino parecido dentro de la trayectoria izquierdista de ciertos
elementos dentro del evangelicalismo. También es muy probable que las
controversias y divisiones que ya está n generando conduzcan a
mayor cantidad de separaciones eclesiá sticas y a la creación de
nuevas denominaciones y asociaciones. Aquellos que está n
comprometidos con la fe reformada, histórica y bíblica acerca de la
justificación no pueden cooperar con aquellos que niegan estas
verdades. La cuarta razón es que cualquier aná lisis que aquí se
hiciera tendría su origen en la doctrina bíblica reformada antes
presentada y estaría, por tanto, inclinado hacia ésta.
La esencia bá sica de esta nueva perspectiva posee varios nombres y
títulos, en dependencia del motivo teológico de lo que se propugne o de la
nomenclatura del aná lisis individual. Le han llamado neo-legalismo, la
nueva perspectiva de Pablo, la visión federal, el neo-nomismo, el nomismo
pactual, el hiper-pactualismo, la teología de la avenida Auburn y el
formalismo pactual, entre otros. Aquí se brinda una breve lista de las
fuentes analíticas. Allí está n mencionados las fuentes primarias y algunos
de los artículos periodísticos actuales, así como otra literatura relevante
disponible sobre este tema.17
Principios Generales
Jeffrey Smith ha extraído, en un aná lisis muy bien redactado, seis
principios resumidos de la Nueva Perspectiva, bajo sus diversas expresiones
locales.18
Judaísmo del segundo templo
Se dice que el judaísmo del primer siglo después de Cristo no era un
sistema legal basado en la justicia a través de obras, sino que era
fundamentalmente una religión basada en la gracia. En otras palabras, Jesú
s y Pablo no estaban contendiendo con una teología apóstata que creía en
la salvación por obras.
Los prejuicios judíos
Por consiguiente, a la luz del primer punto, la doctrina paulina de la
justificación fue diseñada para abordar el tema de la inclusión de los
gentiles en la comunidad del pacto sin la existencia de prejuicios. No se
trataba de la base sobre la cual Dios aceptaba a un pecador delante de él,
sino del hecho de que la fe en Cristo igualó el terreno ético y eclesiá stico
(es decir, los judíos ya no tendrían un estatus y derecho especiales dentro de
la gracia de Dios en Cristo).
Las “obras de la ley”
Con esta frase el apóstol Pablo hace referencia a ciertas costumbres y
prá cticas judías que se creía otorgaban categoría en la nueva comunidad
del pacto, algunas de las cuales eran la observancia del día de reposo, la
circuncisión y las leyes alimentarias. Estas leyes se habían establecido,
segú n se razonaba, como marcadores divisorios de la justificación (o sea,
aquellos que practicaban esas leyes lo hacían para mostrar que estaban entre
los justificados). Por supuesto, esto hacía que la justificación fuese solo
para los judíos, excluyendo así a los gentiles. Pero aquí se trataba de la
membresía de un pacto, y no de una determinada posición ética delante de
Dios. De hecho, se les decía a los gentiles (erróneamente) que debían
convertirse al judaísmo para poder alcanzar justificación (o sea, lo que
estaba aquí en juego era la eclesiología y no la soteriología).
La “justicia” involucrada
La justicia del nuevo enfoque consistía en ser un miembro leal de la
nueva comunidad. Para ellos la justicia de Dios consistía en la fidelidad a su
pacto, y para que Dios declarase justo a un individuo, éste debía mostrar
también fidelidad al pacto, obteniendo así prestigio delante del pueblo de
Dios.
Fe
La fe no es solamente una confianza personal en el Dios del pacto para
obtener el perdón de nuestros pecados sino que es también fidelidad a los
requisitos del pacto. En ese sentido la fe era el certificado de membresía
dentro del pueblo de Dios, el que lo identificaba como un individuo
perteneciente a la comunidad del pacto.
Atribución
Este nuevo enfoque a los escritos de Pablo niega claramente, (y en todos
los sentidos relacionados con la teoría reformada), cualquier idea de la
atribución forense, al pecador creyente y arrepentido, de una justicia ganada
por Jesucristo.
Problemas
Como se puede observar, de estas nuevas propuestas surgen numerosos
problemas serios y de profundas raíces. En primer lugar la fe en sí misma
ha sido redefinida mediante un proceso subjetivo (transformá ndose en
fidelidad), de manera tal que se ha borrado la clara distinción entre fe y
obras.
Se ha creado una tensión dicotómica entre fe y fidelidad en la idea bíblica
de la justificación por fe. En segundo lugar, la falta de una base forense para
la justificación debilita la existencia de una base verdaderamente ética para
la expiación e inserta un elemento subjetivo de control (o sea, la fidelidad al
pacto). En tercer lugar, se pone en duda la eterna seguridad del creyente, al
haber sido desprovista del cimiento moral genuino de la expiación. En
cuarto lugar, la naturaleza posicional de la justificación ha sido convertida
en una naturaleza relacional. Ya la justificación no tiene que ver con
“comenzar a ser parte” del pueblo de Dios, sino con “mantenerse” o
permanecer en esa relación o posición delante de Dios dentro de la
comunidad. La justificación se convierte así en el poder sostenido de
permanencia de la experiencia cristiana a través de la fiel obediencia al
pacto por parte del creyente. En quinto lugar, en esta situación, “la entrada”
a la comunidad del pacto se estructura sacramentalmente a través del
bautismo por agua, el cual une a la persona a Cristo de forma pactual. En
sexto lugar, el “cristiano” se define y se identifica de forma objetiva y
colectiva, y no de forma subjetiva e individual. En séptimo lugar, la
coherencia pareciera establecer, y de hecho para algunos así lo establece,
que un individuo no escogido puede unirse a Cristo a través del bautismo, y
después apostatar por falta de obediencia (esto resulta increíblemente
problemá tico). En octavo lugar, la justificación no es la vía para entablar
una relación correcta con Dios, sino que constituye, en sí misma, la
relación.
Alrededor de esta nueva perspectiva acechan muchas dificultades
teológicas e interrogantes (si es que no son herejías). Por falta de espacio no
podemos entrar en un debate exhaustivo acerca de estos temas (por
ejemplo, la relación entre la ley y la gracia, la ley y el evangelio, Israel y la
iglesia, el reino de Dios y la ekklesia, la fe y las obras, la fidelidad de Dios a
su pacto y la obediencia y fidelidad del creyente frente a la obediencia
activa y pasiva de Cristo, y cómo la negación de la atribución forense de la
justicia de Cristo al creyente interactú a con la imputación legal de la culpa
adá mica a los humanos, y sobre todo, la imputación forense del pecado de
las criaturas a Cristo).
El Significado de Adopción
Los Principales Vocablos del Nuevo Testamento
No existe una doctrina muy claramente discernible acerca de la adopción
en el Antiguo Testamento, aunque se menciona específicamente en un
sentido nacionalista tal y como apunta Pablo en Romanos 9:4 (“...que son
israelitas, de los cuales son la adopció n, la gloria, el pacto, la promulgación
de la ley...”). Indudablemente, existía una adopción soteriológica del
creyente como individuo en tiempos del Antiguo Testamento, pero, como
sucede con otras verdades redentoras del Antiguo Testamento, las
realidades personales de los creyentes estaban estrechamente ligadas al
marco del pacto nacional y a menudo hallaban su expresión en éste. Por
tanto existen dos términos utilizados en el Nuevo Testamento, ambos
provenientes de la misma raíz, que exponen la idea teológica de la
adopción.
Huioth esia
Este término significa adopció n; soteriológicamente significa, recibir
como un hijo adulto; Pablo utiliza este término en cinco ocasiones, y en
cuatro de ellas se refiere a la adopción redentora. “...habéis recibido el
espíritu de adopción” (Ro. 8:15); “nosotros también gemimos dentro de
nosotros mismos, esperando la adopción” (Ro. 8:23); “a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos” (Gá . 4:5) y “habiéndonos predestinado
para ser adoptados hijos suyos” (Ef. 1:5).
El término adopción es uno de los pocos vocablos usados en el Nuevo
Testamento cuya connotación es má s grecorromana que hebrea. Al parecer
las costumbres hebreas no contemplaban la adopción de niños como un
recurso para las parejas infértiles. Parece que en lugar de ello se practicaba
la ley del matrimonio levirato (e incluso la poligamia), aunque el
matrimonio levirato no había sido diseñado específicamente para casos de
infertilidad, sino con objetivos hereditarios. Puede que hayan existido casos
de adopción en el sentido familiar en el Antiguo Testamento, como el de
Moisés (É x. 2:10), el de Genubat (1 R. 11:20), y probablemente el de Ester
(Est. 2:7, 15) y el de Eliezer (Gn. 15:1-4). Es posible que existan alusiones
a la adopción en Proverbios 17:2 y 29:21, pero esto no es seguro. Hay que
repetir que estos ejemplos del Antiguo Testamento estaban realmente fuera
de la ley mosaica porque ésta no contemplaba específicamente la adopción
en caso de esterilidad en un matrimonio.
En Gá latas se establece un contraste entre el heredero menor de edad y
otro que es tratado como hijo con todos sus privilegios. Al parecer en
Efesios 1:5 se describe a una persona de otra familia que es legalmente
adoptada y obtiene todos los derechos y privilegios de la nueva familia,
pero para ello debe nacer de nuevo en la familia de Dios. Pero desde el
punto de vista teológico lo importante es el estatus de hijo, y no el proceso
de trasferencia.
Huios
Este vocablo significa sencillamente hijo, “un varón que tiene una
relación de parentesco, ya sea por medios biológicos o por acción legal”.6
Este término se traduce numerosas veces en la RVR60 como “hijo”, y otras
tantas como “hijo varón”. Estos términos no son estrictamente sinónimos
pero al parecer algunos eruditos los utilizan de manera intercambiable.7 (De
hecho, en algunos casos al parecer es mejor traducir “hijos” como “hijos
varones” [Mt. 5:9, 45; Lc. 20:36; Gá . 3:26; Ef. 1:5] y viceversa [Jn. 1:12-
13]).
La Biblia utiliza los términos hijo o hijos en varias maneras: los á ngeles
son hijos de Dios por creación (Job 1:6); Adá n también fue un hijo por
creación (Lc. 3:38). El estatus de ser hijo por creación también se describe
como ser “linaje” de Dios (Hch. 17:25-29) o que Dios es el “Padre de los
espíritus” (He. 12:9). Cristo es el hijo unigénito de Dios (Mr. 1:1; Jn. 3:16);
la nación de Israel era un hijo de Dios por medio de la adopción nacional o
pactual (Ro. 9:4). Y los creyentes también son hijos de Dios por adopción
teológica y soteriológica.
La Definició n de Adopció n
Ser adoptado significa ser aceptado como un hijo adulto de Dios y recibir
todos los derechos y privilegios de un hijo. Es una posición legal o judicial
y no una experiencia. Es la concesión de un estatus o posición delante de
Dios (o sea, es una relación). En la adopción también ocurre que Dios se
convierte en el Padre de los creyentes, en el sentido redentor (a diferencia
de la paternidad referente a la creación, por ejemplo). Los creyentes se
convierten en hijos de la primera persona de la Trinidad. La adopción
salvífica puede hallarse dondequiera que se halle la idea soteriológica de la
paternidad de Dios.8 Pero este estatus de hijo no es igual al de Cristo. Es
decir, no estamos hablando de la misma paternidad que Dios el Padre le
brinda al Hijo por generación eterna. Tras su resurrección Jesú s le aclaró a
María Magdalena, al menos semá nticamente, cuá l era esta diferencia,
(“Subo a mi Padre y a vuestro Padre” —Jn. 20:17).
Un hijo de Dios por adopción siempre es, ante todo, un hijo de Dios por
fe. En la mayoría de las culturas los padres humanos no adoptan a sus
propios hijos, y Dios nunca adopta a otros que no sean sus hijos. Dios tiene
hijos, pero no tiene nietos. La regeneración concede una naturaleza y
disposición que está n en conformidad con el hecho de ser miembros de la
familia de Dios. La adopción concede los derechos y privilegios propios de
los miembros de la familia de Dios. La regeneración precede a la adopción
y es un requisito esencial para obtenerla. El lugar que ocupa un creyente
gracias a la adopción es el de hijo varón y heredero; el lugar que ocupa
gracias a la regeneración es el de hijo. El concepto de hijo varón tiene que
ver con una relación legal con Dios, mientras que el concepto de hijo tiene
que ver con una relación vitalicia con Dios. Para Pablo el concepto favorito
era el de hijo varón, mientras que para Juan era el de hijo, aunque es posible
que en Romanos 8:17 (“Y si hijos, también herederos”) se indique que la
diferencia entre ambos términos no era tan marcada.
La Naturaleza de la Adopción
Desde el punto de vista redentor pueden observarse varias características
acerca de la adopción. (1) Es declarativa y legal, como ya se ha visto. (2) Se
basa en la muerte de Cristo (Gá . 4:4-5 —“Dios envió a su Hijo...a fin
de que recibiésemos la adopción de hijos”). Las bases de la adopción se
hallan en la infinita expiación de Cristo, la cual brinda una base ética
para que Dios le dé al creyente el estatus legal de hijo y heredero. (3) Se
recibe por fe (Gá . 3:26— “pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo
Jesú s; ”). (4) Tuvo su origen en la disposición soberana y misericordiosa de
Dios (Ef. 1:5
— “...habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio
de Jesucristo, segú n el puro afecto de su voluntad”). (5) Su propósito es el
de glorificar a Dios y su gracia (Ef. 1:5-6— “...en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, segú n
el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la
cual nos hizo aceptos en el Amado”). (6) Aunque es teológicamente
diferente, la adopción no puede separarse de la regeneración y la
justificación. La regeneración posee una prioridad lógica con respecto a la
adopción, porque Dios debe primero convertir al individuo en su hijo por fe
antes de poder adoptarlo legalmente como su hijo varón y heredero, ya que,
como apuntamos anteriormente, Dios solo adopta a sus propios hijos. De la
misma manera, la justificación posee una prioridad lógica con respecto a la
adopción porque un creyente debe ser aceptado por Dios antes de poder
recibir el estatus legal de hijo del Dios infinitamente justo, y antes de poder
convertirse en coheredero junto a Jesucristo, el Hijo divino de Dios.
El Significado de la Santificación
Terminología Bíblica
El término que má s se utiliza en el Antiguo Testamento para indicar
santificación es el vocablo kadash en sus diversas formas; y significa
apartar para su uso comú n, separar, consagrar. El término que se usa en el
Nuevo Testamento es hagiazo, que significa lo mismo. Estos términos no
connotan una bondad moral en o por sí mismos, pues para que existan
cualidades morales y éticas debe existir una relación con un está ndar
establecido de bondad moral, es decir, una correcta relación con Dios.2
La Necesidad de la Santificación
La necesidad o razón teológica suprema de la santificación puede verse
en lo que este ministerio del Espíritu puede lograr. Su meta final es hacer
que el creyente sea hecho conforme a la imagen de Dios en Jesucristo (Ro.
8:29). Este concepto se basa en las realidades de la creación original del
hombre a la imagen de Dios y de la caída en el pecado, la cual provocó una
distorsión de la imagen (Gn. 1:26—3:24). La santificación es la
restauración paulatina de esa imagen. El problema fundamental de la
humanidad es que “todos pecaron, y está n destituidos de la gloria de Dios”
(Ro. 3:23). La imagen de Dios en el hombre lo convirtió en una réplica
finita del Dios infinito en cuanto a su ser, pensamiento, voluntad y acción.
En el entorno edénico original, el hombre y la mujer debían reflejar esa
imagen en cada faceta de sus existencias y así dar gloria a su Dios y
Creador. Pero fracasaron durante su primer periodo de prueba, pues
asumieron su propia autonomía y se negaron a aceptar los pensamientos de
Dios (o sea, pecaron y quedaron destituidos de la gloria de Dios). En una
dimensión teológica, la imagen de Dios y la gloria de Dios está n
interrelacionadas.5 La santificación es necesaria para restaurar la imagen y
gloria de Dios en su sentido pleno, de forma progresiva en esta vida y de
forma completa en la vida futura. La santificación es el proceso en el que
los creyentes vuelven a ser aquello para lo cual fueron creados en el
principio, o en palabras de Francis Turretin, “La santificación es el
comienzo de la gloria”.6
El apóstol Pablo habla de la transformación espiritual presente del
creyente a la imagen de Cristo como una obra del Espíritu Santo que
progresa de forma gradual: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara
descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de
gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2
Co. 3:18). La frase “de gloria en gloria”, transmite la idea de “ir de un nivel
de gloria al próximo”. Durante la santificación, la restauración de la imagen
de Dios va incrementá ndose de un nivel al otro a medida que el individuo
observa o se apropia de la imagen de Cristo reflejada o revelada en la
Palabra de Dios.
La imagen de Cristo que se produce tanto en la santificación progresiva
como en la final no es má s que la imagen restaurada de Dios en Cristo.
Dios el Padre y Cristo el Hijo son correlativos aquí y no se puede
establecer
realmente ninguna disyunción o dicotomía entre ellos desde el punto de
vista teológico. La santificación produce en el creyente una renovación de
la imagen original de Dios que había sido estropeada por el pecado. Se trata
de la imagen de Dios como existe también en Cristo, el Dios-hombre. En
Colosenses 3:9-10 se puede leer la explicación que brinda Pablo sobre esto:
“No mintá is los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre
con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que
lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno...” (ver también Ef.
4:24). De la misma forma Pedro se refiere al proceso de transformación y
santificación de la reclamación de la imagen, aunque con términos
ligeramente distintos: “como hijos obedientes, no os conforméis a los
deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel
que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera
de vivir; porque escrito está : Sed santos, porque yo soy santo” (1 P. 1:14-
16).
Este proceso de restauración de la imagen se verá completo cuando todo
el pecado se haya erradicado de todos los creyentes durante el escatón,
cuando éstos sean trasladados o resucitados en sus puestos señalados. En su
gran tratado acerca de la resurrección, Pablo enseña que la restauración
final de la imagen de Dios y Cristo será el resultado inevitable de la
experiencia de la salvación: “Y así como hemos traído la imagen del
terrenal [es decir, de Adá n], traeremos tambié n la imagen del celestial” (1
Co. 15:9). El “celestial”, en este contexto, es el segundo hombre y el ú
ltimo Adá n, el hombre del cielo, el Señor Jesucristo (1 Co. 15:45, 47). El
apóstol Juan refiere esta misma verdad en términos algo diferentes:
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aú n no se ha manifestado lo que
hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes
a é l, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2). Esto no quiere decir, sin
embargo, que los creyentes se convertirá n en deidades de carne y hueso,
como lo fue Cristo, porque eso no puede volver a ocurrir. En lugar de ello, a
lo que Juan se refiere es a que su santidad se reflejará en nuestra
humanidad, como “una verdadera semejanza de Dios en forma humana”.7
La Provisión de la Santificación
Cualquier mitigación de los efectos del pecado en cualquier grado debe
poseer una base ética divina, y esa base es la expiación de Jesucristo. Por
tanto, para que un individuo sea completamente restaurado a la imagen de
Cristo, es necesaria la aplicación unilateral de la expiación a su condición
pecaminosa. La provisión de la santificación pudiera dar a entender que
Cristo se santificó a sí mismo por nosotros.8 El Señor resumió esta idea en
la magnífica oración que hizo la noche en la que fue traicionado: “Y por
ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados
en la verdad” (Jn. 17:19). Esto debe comprenderse como la separación total
de Cristo para hacer la voluntad de Dios en obediencia redentora, la cual
quedó demostrada tanto en la obtención del mérito como en el
cumplimiento de las sanciones penales del pecado que exigía la santidad de
Dios. Esa combinación de humanidad y santidad perfectas se personificó
primero en Cristo y luego en los creyentes a través de la regeneración y la
santificación. Cristo se separó a sí mismo para servir a Dios a través del
cumplimiento de la expiación por el pecado para que sus seguidores
pudiesen ser apartados del pecado y servir a Dios en la verdad (Jn. 17:19).
El Espíritu Santo llevó a cabo esta tarea utilizando la Palabra de Dios como
su instrumento (Jn. 17:17— “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es
verdad”).9
El autor de Hebreos también aborda el tema de esta provisión de
santificación en Cristo: “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas
las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar
muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la
salvación de ellos. Porque el que santifica y los que son santificados, de uno
son todos [son todos de un Padre, LBLA]; por lo cual no se avergü enza de
llamarlos hermanos” (He. 2:10-11). La expresión “de uno” o “de un” (ex
henos) sugiere un comú n origen o fuente, y en este contexto es una
referencia a la encarnación del Hijo en carne y forma humana con
propósitos expiatorios, salvíficos y santificadores para beneficio de los
seres humanos.
El apóstol Pedro expresa esta verdad diciendo que el creyente participa de
la naturaleza divina: “por medio de las cuales [todo aquello que pertenece a
la vida y a la piedad] nos ha concedido sus preciosas y maravillosas
promesas, a fin de que por ellas lleguéis a ser partícipes de la naturaleza
divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por causa
de la concupiscencia” (2 P. 1:4). Hay que aclarar nuevamente que esto no
significa que los creyentes reciban una pequeña cantidad de deidad infinita
de Dios, sino que se trata de una expresión de una nueva naturaleza que los
creyentes reciben gracias a la regeneración, una naturaleza que les ayudará
a caminar en una vida de santificación a través del conocimiento de Cristo
(2 P. 1:3).
El Tiempo
La futura santificación de los cristianos (o sea, de los santos de la era de
la iglesia) tendrá lugar en su totalidad durante la segunda venida de Cristo.
Sin embargo, gran parte de la santificación final del creyente ocurre cuando
muere físicamente..61 La santificación final de los santos de otras épocas
ocurrirá cuando hayan resucitado en sus grupos asignados en tiempos del
fin. La segunda venida de Cristo tendrá dos fases, separadas por el período
de la Tribulación, que durará 7 años. Estas fases son (1) El Arrebatamiento,
y (2) La revelación de Jesucristo. Los santos de la iglesia resucitará n
o será n transformados en el momento del Arrebatamiento. Como se apuntó
en el pá rrafo anterior, Pablo denomina el tiempo de la santificación futura
como “el día de Jesucristo” (Fil. 1:6) cuando todo lo que Cristo comenzó
por el creyente y en él, llegará a una conclusión gloriosa. En otros pasajes
Pablo ubica la santificación final en los tiempos de “la venida de nuestro
Señor Jesucristo” (1 Ts. 5:23). El autor de Hebreos también ubica la
salvación/santificación final en el momento de la venida de Cristo:
“Cristo... aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado” (He. 9:28).
Es decir, su primera aparición tuvo que ver con la provisión de la salvación
a través de la expiación del pecado, pero su segunda aparición tendrá que
ver con la consumación de la salvación por su pueblo.
El Logro
La santificación futura es la compleción del proceso de santificación y
traerá como resultado la eliminación total del pecado en el creyente. É ste
se librará por siempre de la misma presencia del pecado en su cuerpo,
alma y espíritu. Pablo ofrece una extensa explicación acerca de la
santificación del cuerpo del creyente durante la resurrección o
transformación de los santos de la iglesia (1 Co. 15). En otros pasajes
él promete que Cristo “transformará el cuerpo de la humillación nuestra,
para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:21) y que
“cuando Cristo... se manifieste, entonces vosotros también seréis
manifestados con él en gloria” (Col. 3:4). Judas hace alusión a la
santificación final cuando habla de la capacidad de Dios diciendo que él
“es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de
su gloria con gran alegría” (v. 24).
Los Resultados
La santificación futura conduce al creyente a un estado de santidad
perfecta. É l estará , “irreprensible en santidad delante de Dios nuestro
Padre” (1 Ts. 3:13). En palabras de Juan, “seremos semejantes a él” (1 Jn.
3:2), confirmados en santidad como criaturas, o en humanidad santa, como
lo está el Dios-hombre.
1 Sinclair Ferguson, The Holy Spirit (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1996), 139.
2 Louis Berkhof, Teología Sistemática (Grand Rapids, MI: Libros Desafio, 2016), 637.
3 David Peterson ha definido y descrito la santidad de Dios de forma excelente. Él apunta que la
característica fundamental de la santidad de Dios es la separación (es decir, su diferenciación y
alteridad). Dios es supremo, exaltado, trascendente y diferente (Possessed by God: A New
Testament Theology of Sanctification and Holiness, NSBT [Downers Grove, IL: InterVarsity,
1995], 17).
4 Berkhof, Teología Sistemática, 636.
5 Ferguson, The Holy Spirit, 139.
6 Francis Turretin, Institutes of Elenctic Theology, trad. George Giger, ed. James Dennison, Jr., 3
tomos (edición reimpresa, Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 1992), 2:691.
7 Ferguson, The Holy Spirit, 143.
8 Ibid., 142-143.
9 Ibid., 143. U na teoría alternativa es que la santificación que aquí se menciona es la
separación de los discípulos para servir o para hacer misiones, como mismo Cristo fue
santificado por el Padre y se santificó a sí mismo para ser enviado al mundo. Ver D. A. Carson,
The Gospel According to John (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1991), 565-567.
10 Los teólogos no siempre comprenden y definen esto de esa manera. Aun así, algunos sí lo
sugieren. Por ejemplo, Henry O. Holloman dice, “La justificación es similar a la doctrina de
santificación posicional” (“Sanctification”, Understanding Christian Theology, ed. Charles R.
Swindoll y Roy B. Zuck [Nashville, TN: Thomas Nelson, 2003], 949). W. G. T. Shedd dice en ese
mismo estilo, “La santificación atribuida es parte de la justificación” (Dogmatic Theology, 3a
edición, ed. Alan W. Gomes [Phillipsburg, NJ: Presbyterian & Reformed, 2003], 800).
11 Herman Hoeksema, Reformed Dogmatics (Grand Rapids, MI: Reformed Free Publishing,
1966), 520.
12 Turretin, Institutes of Elenctic Theology, 2:692.
13 Peterson, Possessed by God, 34.
14 John Murray, “Definitive Sanctification”, Collected Writings of John Murray, 4 tomos, ed.
Iain H. Murray (Carlisle, PA: Banner of Truth Trust, 1976-82), 2:277-284.
15 Í dem, Redemption Accomplished and Applied (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1955),
142.
16 Ibid., 172.
17 Ibid., 166.
18 Douglas Moo, Romans 1 —8 , WEC (Chicago: Moody, 1991), 390.
19 Turrentin, Institutes of Elenctic Theology, 2:691.
20 A. H. Strong, Systematic Theology, 3 tomos en 1 (Valley Forge, PA: Judson, 1907), 869. 21
James Petigru Boyce, Abstract of Systematic Theology (edición de 1887 reimpreso, n.p.:
Christian Gospel Foundation, 1979), 411.
22 Anthony Hoekema, “The Reformed Perspective”, Five Views on Sanctification (Grand
Rapids, MI: Zondervan, 1987), 61.
23 Berkhof, Teología Sistemática, 637.
24 B. B. Warfield, “On the Biblical Notion of ‘Renewal,’” en Biblical and Theological Studies,
ed. Samuel G. Craig (Filadelfia: Presbyterian & Reformed, 1968), 372.
25 Strong, Systematic Theology, 869.
26 William W. Combs brinda un compendio escueto sobre esto en su libro “Does the Believer Have
One Nature or Two?” DBSJ 2 (1997): 81-103. Su análisis final favorece la existencia de dos
naturalezas, aunque hay que reconocer que no resulta claro que las Escrituras favorezcan la elección
de una u otra.
27 J. Oliver Buswell, A Systematic Theology of the Christian Religion, 2 tomos en 1 (Grand
Rapids, MI: Zondervan, 1962) 1:55, 251, 303; 2:54.
28 Stanley D. Toussaint, “The Contrast Between the Spiritual Conflict in Romans 7 and Galatians 5,”
BSac 123 (octubre-diciembre 1966), 310. No estoy de acuerdo con lo que plantea el artículo sobre el
contraste entre los dos capítulos, pero Toussaint señala correctamente que el conflicto en
Romanos 7 es entre la naturaleza pecaminosa y la nueva naturaleza (311). A mi juicio se plantea
lo mismo en Gálatas 5.
29 Gordon Lewis y Bruce Demarest, Integrative Theology, 3 tomos (Grand Rapids, MI:
Zondervan, 1987) 3:196.
30 David C. Needham postula la teoría de los dos egos o dos personas en Birthright:
Christian, Do You Know Who You Are? (Portland, OR: Multnomah, 1979). Ver las incisivas
reseñas de Charles R. Smith (GTJ 3 [otoño 1982]: 287-289) y Frederic R. Howe (BSac [enero-
marzo 1984]: 68-78). Joseph Dillow también plantea esta teoría de los dos egos de forma algo
indirecta y enrevesada (cf. The Reign of the Servant Kings, 2a edición [Hayesville, NC: Schoettle,
1993], 168-169, 178-79).
31 Contra John MacArthur (“The Good Natured Believer,” Masterpiece [marzo/ abril 1990]: 18-21).
32 Ibid., 20.
33 Combs, “Does the Believer Have One Nature or Two?” 82, citando a D. Edmond Hiebert, Second
Peter and Jude (Greenville, SC: U nusual Publications, 1989), 48. Ver también de Renald E.
Showers, “The New Nature” (tesis doctoral, Grace Theological Seminary, 1975), 86-88.
34 Homer A. Kent, Jr., Ephesians: The Glory of the Church (Chicago: Moody, 1971), 35.
35 Entre otros se pudiera consultar el libro de Combs, “Does the Believer Have One Nature or
Two?” 92-95; ver también, Ferguson, The Holy Spirit, 158-159.
36 Ferguson, The Holy Spirit, 158.
37 Ferguson, The Holy Spirit, 160.
38 Ver Ronald Y. K. Fung, The Epistle to the Galatians, NICNT (Grand Rapids, Eerdmans,
1988), 249.
39 Combs, “Does the Believer Have One Nature or Two?” 92. 40
Ferguson, The Holy Spirit, 155.
41 Strong, Systematic Theology, 870.
42 Homer A. Kent Jr., Faith That Works: Studies in the Epistle of James (Grand Rapids, MI:
Baker, 1986), 147.
43 B. B. Warfield, “The Leading of the Spirit”, Biblical and Theological Studies, ed. Samuel
G. Craig (Filadelfia: Presbyterian & Reformed, 1968), 372. 44
Ibid., 557.
45 Ibid.
46 Ferguson, The Holy Spirit, 161-162.
47 Strong, Systematic Theology, 870.
48 Peterson aprecia un doble aspecto de parte de Dios en esta “obra santificadora del Espíritu”. Por
una parte, ésta consiste en una consagración, en una relación con el Padre en la iniciación
cristiana. Por otra parte, se trata de la obra de regeneración del Espíritu en el creyente. Esto le
sugiere que “la regeneración y la santificación son dos formas diferentes de describir la iniciación o
conversión cristiana” (Possessed by God, 63). Este doble concepto parece ser la comprensión
hipotética de Peterson sobre el significado e importancia de la “santificación definitiva”, la cual
en sus palabras, “es la clave de una vida santa” (14).
49 Robert L. Thomas, “2 Thessalonians,” en el tomo 11 de The Expositor’s Bible Commentary,
ed. Frank E. Gaebelein (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1981), 329.
50 Peterson plantea una teoría alternativa, pues él interpreta los tiempos presentes de Hebreos
2:11 y 10:14 de una forma “general y eterna”, y según él, “esto no implica una santificación
progresiva en términos de progreso moral” (Possessed by God, 35).
51 El sentido aoristo del verbo “presentar” (paristemi) bien puede sugerir una acción momentánea,
pero no denota ni una experiencia inicial ni una actividad única o decisión crítica como a menudo se
afirma. Ver Daniel B. Wallace, Greek Grammar Beyond the Basics (Grand Rapids, MI:
Zondervan, 1996), 500.
52 Ferguson, The Holy Spirit, 143.
53 Murray, “The Pattern of Sanctification”, Collected Writings, 2:305-312. Ver también Hoekema,
“The Reformed Perspective,” 66-68.
54 Homer A. Kent, Jr., Treasures of Wisdom: Studies in Colossians and Philemon (Grand
Rapids, MI: Baker, 1978), 118.
55 Ver John Murray, Principles of Conduct (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1957), 218-219. Wallace
interpreta la gramática de este pasaje de forma diferente, pero llega a la misma conclusión que
Murray (Greek Grammar Beyond the Basics, 605). El libro The Holman Christian Standard
Bible traduce estas construcciones gramaticales en tiempo pasado (Nashville, TN: Holman, 2004).
56 Hiebert, The Thessalonian Epistles, 250.
57 Millard Erickson es demasiado optimista cuando, en su forma habitual y casi hegeliana de
hallar una síntesis doctrinal en medio de opiniones conflictivas, dice, “Todos los cristianos que
participan en la cena del Señor lo consideran un beneficio espiritual. En este sentido, todos están
de acuerdo en que la cena del Señor es sacramental (énfasis original). Puede ser un medio, o al
menos una ocasión, de crecimiento espiritual en el Señor… la participación nos conduce o
contribuye a la salvación o al crecimiento en esta salvación”. (Teología Sistemática [Barcelona:
CLIE, 2008], 1116). Pero existen infinidad de situaciones que pudiesen ser “una ocasión, de
crecimiento espiritual en el Señor”. Por ello la noción de Erickson de lo que es “sacramental” se
reduce a la vacuidad (es decir, si prácticamente todas las experiencias de la vida cristiana pueden ser
sacramentales, entonces ninguna lo es realmente). Y su idea de que esta ordenanza “conduce
a la salvación o contribuye a ella”, no asumiendo la idea eclesiástica tradicional de la
sacramentalidad, resulta perturbadora. Hay que considerar que las posturas intermedias por lo
general están repletas de contradicciones e inconsistencias.
58 Boyce también brinda un acercamiento a los medios de santificación que es práctico, bíblico y por
lo general bien fundamentado (Abstract of Theology, 418-425).
59 Ibid., 418.
60 Robert D. Culver, Systematic Theology: Biblical and Historical (Reino U nido: Mentor Imprint;
Christian Focus Pub., 2005), 760-761.
61 Discrepo con aquellos que, como W. G. T Shedd, sostienen que la santificación se completa en el
momento de la muerte (Dogmatic Theology, 804).
Capítulo 4 7
La Preservación y la Seguridad
Eterna
Aclaraciones Introductorias
(1) La preservación y la seguridad eterna son sinónimos. Es necesario
ver la perspectiva de la preservació n desde el punto de vista
de Dios. Dios mantiene al creyente salvo y seguro. Existe una
doctrina análoga, la de la perseverancia, que analiza este tema
desde el punto de vista del creyente; o sea, el creyente continú a
progresando en la vida cristiana hasta el día de la redención final.
(2) La seguridad eterna solo se aplica a los que son verdaderamente
salvos, y no solo a los cristianos profesos. Solo los verdaderos
creyentes son tenidos en cuenta en este sentido. John Murray ha
escrito una larga declaración que es teológica y bíblicamente
correcta pero no siempre valorada o comprendida, incluso por
aquellos que simpatizan con sus conclusiones teológicas (es decir,
con el Calvinismo).
Las mismas Escrituras, [p. ej. He. 6:5-6; 2 P. 2:20-22] por tanto
nos llevan a la conclusión de que es posible experimentar de forma
edificante, ennoblecedora, reformadora y estimulante el poder y la
verdad del evangelio, y entrar en contacto estrecho con las fuerzas
sobrenaturales que operan en el reino de gracia divino, de forma tal
que estas fuerzas produzcan efectos en nosotros difícilmente
visibles para la observación humana y que apenas puedan
distinguirse de los efectos producidos por la regeneración y gracia
santificadora de Dios, y aun así no ser partícipes de Cristo ni
herederos de la vida eterna (énfasis añadido).1
(3) La seguridad eterna no significa que el creyente nunca tenga una
recaída. Un cristiano jamás podrá estar sin pecar en esta vida, y es
incluso posible que un creyente caiga en una desobediencia grave.
Pero, como vimos en el capítulo anterior acerca de la santificación,
existe un límite definitivo que establece hasta dónde un creyente
puede llegar en este sentido. El pecado nunca más se enseñ oreará
de él (Ro. 6:14). La ruptura eterna y decisiva con el pecado a través
de la unión con Cristo (en su muerte y resurrección, Ro. 6:2, 6-10)
descarta un abandono completo de la fe por parte del creyente, así
como la pérdida de la vida eterna.
(4) El tema de la seguridad eterna y los factores que la rodean solo
debe abordarse desde el enfoque de las Escrituras, y no desde la
experiencia personal o a partir de la experiencia de otros, pues
ciertamente existen testimonios anecdóticos de todo tipo, para cada
secta, religión falsa y rareza teológica. Y como esos testimonios
pueden demostrar casi cualquier cosa, no demuestran nada con
respecto a una autoridad suprema.
(5) A continuación ofrecemos una lista de respuestas esclarecedoras
ante la interrogante, “¿Puede perderse de nuevo una persona que
ya ha sido verdaderamente salva?”
El
catolicismo La salvación puede perderse debido a la comisión No hay
romano de un pecado mortal. seguridad
responde:
El Una persona que es salva puede perderse de nuevo, No hay
luteranismo y pero ninguno de los escogidos jamá s se perderá al fin. seguridad
el Como indica un teólogo luterano:
arminianismo aunque los escogidos caigan por un tiempo en pecado
responden: y se alejen de la gracia, esta situación no puede
continuar por siempre, y ellos no pueden perder la
salvación
eterna.2
Otro autor afirma:
Los escogidos, al cometer pecados mortales, pueden
perder totalmente y desterrar de sí mismos la fe, al
Espíritu Santo, y la gracia de Dios, y así por un
tiempo convertirse en objeto de la condenación, pero
no pueden carecer de ellos hasta el final y perecer
eternamente. La pérdida total de la gracia es una cosa,
la pérdida final de gracia es otra cosa distinta. La
pérdida total es aquella mediante la cual el individuo
se ve completamente privado de la gracia de Dios; la
pérdida final es aquella mediante la cual el individuo,
poco antes de su muerte, abandona la fe y muere en la
incredulidad.3
El
wesleyanismo
Cualquier persona salva puede perderse debido a No hay
y el
arminianismo pecados deliberados o apostasía. seguridad
responden:
Seguridad
La teología
y
reformada “...no perecerá n jamá s” (Jn. 10:28). certeza
responde:
perfectas.
La Resurrecció n de Cristo
La resurrección corporal de Cristo de entre los muertos validó los logros
de Cristo en la cruz. A menudo se consideran la resurrección y ascensión de
Cristo como aspectos teológicamente conjuntos en las enseñanzas
apostólicas. La resurrección dio validez a las afirmaciones de Jesucristo,
quien decía haber sido enviado por el Padre con la autoridad de perdonar
pecados y de sentarse en el trono de David y de gobernar en el reino
mesiá nico. Como reza el título de la obra monumental de John Owen, la
expiación fue, “La muerte de la muerte en la muerte de Cristo”, y su
resurrección demostró de forma singular ese hecho. Su ascensión al Padre
en el portal del cielo, donde fue bienvenido, mostró que su obra en la cruz
fue aceptable y agradable delante de un Dios justo (Jn. 16:10). A través de
la unión con Cristo por fe, todos esos beneficios y certezas le pertenecen
también al creyente. Esta fue la idea central de las palabras de Jesú s en su
discurso, poco antes de su muerte, “Todavía un poco, y el mundo no me
verá má s; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros tambié
n viviré is” (Jn. 14:19). Pedro también aseveró esta verdad cuando enseñó
que los creyentes habían “renacido para una esperanza viva, por la
resurrecció n de Jesucristo de los muertos” (1 P. 1:3).
La Intercesió n de Cristo
En el ministerio de la presente sesión de Cristo como sumo sacerdote ante
el Padre, él continuamente aboga por el mérito infinito de su sacrificio
perfecto, que garantiza que la salvación del creyente esté segura para
siempre en la eficacia eterna de ese pago. En vísperas de su crucifixión,
Cristo oró, “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy,
también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado” (Jn.
17:24). Aunque no se dice explícitamente que la petición de Cristo se base
en la expiación, el contexto aquí es la ú ltima noche antes de su muerte
expiatoria, y ademá s, constituye una parte importante del ministerio del
Señor entre sus discípulos como preparación para su muerte y ausencia. Así
que no resulta ilógico ver su oración aquí como un paradigma para todos los
creyentes y como su deseo de que todos se reú nan en él de forma segura
durante la consumación de todas las cosas en gloria.
Pablo al parecer se refiere a la intercesión de Cristo por los creyentes
cuando argumenta, exponiendo ideas de menor a mayor en Romanos 5:10
“Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte
de su Hijo, mucho má s, estando reconciliados, seremos salvos por su
vida”. Aquí la frase “su vida” no se refiere a su vida y ministerio terrenales,
sino a su vida de sesión intercesora ante el Padre en el cielo y a su
exaltación tras la resurrección. Es este ministerio el que añade un peso
adicional de garantía, o una dimensión de seguridad añadida, a la obra
reconciliadora de Cristo en la cruz por su pueblo. Si la expiación brindó el
terreno ideal para la reconciliación entre el pecador y Dios (o sea, si se
había logrado un estatus de paz y armonía cuando aú n los creyentes eran
enemigos de Dios) entonces, ¿ cuá nto má s, ahora que la
reconciliación ha sido asignada y aplicada, no será escatológicamente
salvo el creyente?
El autor de Hebreos, en su valiente esfuerzo por describir la finalidad de
la expiación de Jesú s de Nazaret como la ú nica manera (el camino nuevo
y
vivo [He. 10:20]) de llegar al Padre, también apela a la intercesión del Hijo
como aquello que da un significado aun mayor a su obra expiatoria. Cristo
“puede también salvar perpetuamente [completamente] a los que por él se
acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (He. 7:25). Este
capítulo ha definido el eterno sacerdocio de Cristo, que es del tipo de
Melquisedec, en contraposición con el orden de Aarón en el Antiguo
Testamento, y esto posibilita el ministerio de Cristo de abogar por el mérito
infinito de la expiación del pecado a favor de cada creyente. Como
resultado de ello el cristiano es “completamente” salvo; no quedan cabos
sueltos ni asuntos por resolver delante de Dios en lo tocante al pecado. Ya
todo ha sido completamente provisto, y esa provisión es llevada
perpetuamente ante el banquillo de la justicia divina a favor de cada santo
mediante las oraciones de Cristo.
Pablo añade la presente sesión de Cristo como una fuerza adicional de su
expiación contra cualquier acusación posible en contra de los escogidos.
“¿ Quién es el que condenará ? Cristo es el que murió; má s aun, el
que también resucitó, el que ademá s está a la diestra de Dios, el que
tambié n intercede por nosotros” (Ro. 8:34). El apóstol Juan escribe
instrucciones a los creyentes “para que no pequéis” (1 Jn. 2:1). Este
mandato refleja el ideal, del cual Dios no podía pedir menos, de que los
creyentes no deben pecar, ni siquiera una vez (hamartano, que significa
pecar, en el tiempo aoristo). Consciente de la imposibilidad de
alcanzar una exigencia tan elevada, (1 Jn. 1:10), Juan brinda el remedio
para los pecados de los santos: la intercesión del Abogado, el amigo del
creyente en el tribunal, el que lo representa ante el Juez de toda la tierra,
la seguridad del cristiano contra toda condenación. Cristo es el justo
que ha llevado nuestros pecados, apaciguando al Padre (él ha aplacado
la ira de un Dios Santo), y como Abogado, él pone en alto esa
pacificación infinita cada vez que un creyente peca (1 Jn. 2:2). La
preservación de los santos no podría ser má s explícita.
Nuestro Señor ilustra esta garantía en la vida real cuando reacciona ante
la traición inminente de Pedro. Cristo no solo profetizó la perfidia de su
discípulo, e incluso hizo alusión a la secuencia de tiempo en la que ésta
ocurriría, sino que reveló que ya él había intercedido por Pedro. Por
consiguiente, Pedro estaba a salvo y protegido del enemigo de su Señor y
de su propia alma eterna. La promesa divina fue, “Simón, Simón, he aquí
Sataná s os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado
por
ti, que tu fe no falte; y tú , una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc.
22:31-32). El pecado de Pedro trajo amargas consecuencias para muchas
personas, pero como él era un discípulo genuino, llegaría el momento en el
que él “volvería”. Esta es la misma palabra que se usa para el término
conversió n (epistrepho), y no sugiere que Pedro había perdido su alma y
necesitaba convertirse de nuevo. Lo que se trata de transmitir es que, en su
momento, él volvería a seguir a Cristo en obediencia y sin sentir vergü
enza. Las oraciones del Señor por los suyos no disminuyen la atrocidad del
pecado ni la responsabilidad del creyente por él, pero sí respaldan la
doctrina de la seguridad eterna de los santos.
Debe recordarse que las oraciones de Cristo está n respaldadas por su
propia confianza y promesa de que éstas son eficaces; siempre son
escuchadas por el Padre: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía
que siempre me oyes” (Jn. 11:41-42). El Hijo siempre está en “posición de
oración” para con el Padre, y cuando él intercede por los suyos no existe la
menor posibilidad de que sus oraciones queden sin respuesta o
desatendidas.
La Fidelidad de Dios
El atributo de la fidelidad de Dios se define como su verdad transitiva; se
trata de su veracidad para actuar o trabajar de acuerdo con su promesa. Si
Dios es verdadero en sí mismo, entonces es fiel para con los demá s. É
lno puede, y de hecho él nunca se compromete con una proposición o un
proceder del cual él fuese incapaz de ejecutar por cualquier motivo. De esa
manera, cuando Dios en la eternidad pasada escogió a los creyentes y los
condujo a la salvación, es porque constitucionalmente no puede
abandonarlos o cambiar sus planes en lo tocante a la herencia final de gloria
eterna de éstos. Pablo se refirió con toda certeza sobre este tema, “Fiel es el
que os llama, el cual también lo hará ” (1 Ts. 5:24). Aquí el contexto tiene
que ver con la garantía divina de la perseverancia presente y la santificación
progresiva de los santos. Dios se ha comprometido con la santificación final
del creyente durante la venida de Cristo y con el proceso intermedio de
construcción o formación de la imagen de Cristo en la experiencia del
creyente. Su propia fidelidad hacia sus intenciones eternas para con los
santos nunca quedará inconclusa, sino que proseguirá a la compleción
absoluta, y una consecuencia real y grata de esto es la seguridad eterna de
los santos.
El Poder de Dios
El poder de Dios es infinito; nada ni nadie puede frustrarlo ni prevalecer
contra él, y solo lo limita su cará cter y voluntad. El pecado, por otra parte,
es finito en cuanto a su origen y naturaleza. El pecado procede de la finitud,
surge del interior del individuo (Stg. 1:14-15), habiéndose originado en
Sataná s y sus subalternos, quienes participan de las limitaciones de la
finitud creada. El pecado es, por tanto, finito en su poder, aunque produzca
una culpa infinita debido a que se comete contra el Dios infinito. Pero un
poder finito, incluso un poder moral finito, no puede nunca vencer al
infinito. Como la salvación del pecado es el propósito del Dios omnipotente
en la esfera moral, el creyente está por siempre seguro en esa fuerza, que
inicia en el momento en el que el creyente ejerce una fe salvadora. Como se
debatió en el tópico anterior, Pedro afirma la idea bá sica de la
preservación, diciendo que estamos protegidos, guardados y cuidados por el
poder de Dios. Los creyentes está n “guardados por el poder de Dios
mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser
manifestada en el tiempo postrero” (1 P. 1:5). Esto también se sugiere en 1
Tesalonicenses 5:24 donde la fidelidad de Dios respecto al llamado de
muerte a vida que hace a los pecadores significa que él “lo hará ”. Su
constancia hacia sus planes y promesas se ve acompañada de su poder.
La Providencia de Dios
La providencia de Dios no es má s que su control del universo, pues él
conduce cada una de sus facetas hacia su propósito y meta predestinados.
No existen cabos sueltos en el universo de Dios; todo intercambio de
energía está entrelazado, nada sucede en el vacío o desligado del plan de
Dios. Ningú n acontecimiento está desconectado de los demá
s acontecimientos. Todo está interrelacionado y al final vinculado con
Dios para poder tener existencia y significado. Esto es ciertamente
verdadero en lo que respecta a la redención de los pecadores. En el
contexto de Romanos 8:28, todas esas “cosas” que ayudan a bien, son para
el bien de la formación de la imagen de Cristo en su pueblo. Este proceso
comenzó con la elección y la predestinación y continuará sin cesar hasta
el día de la glorificación
final. En medio de ello, el creyente se halla rodeado de toda la seguridad
que la providencia divina puede brindar.
Elecció n y Predestinació n
Hemos visto que la elección de Dios para salvación personal lleva en sí
misma tanto los medios como los fines, las causas y los efectos también.
También hemos observado en las Escrituras que Dios ni altera ni rescinde
sus decretos; su plan es inmutable porque él es constitucionalmente
inalterable. Cristo defendió la certeza del cumplimiento de su decreto de
elección durante su confrontación con los judíos tras la alimentación de los
cinco mil: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no
le echo fuera” (Jn. 6:37), y “Y esta es la voluntad del Padre, el que me
envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite
en el día postrero” (Jn. 6:39). La frase “echar fuera” (ekballo) se refiere a
perder la salvación o el estatus de escogido.11 El no ser echado fuera es
sinónimo de tener una seguridad garantizada por Dios, y esto es similar a
resucitar en el día postrero (v. 39).
Vuelve a relucir el texto de Romanos 8:29-30, y vemos cómo se establece
un maravilloso vínculo entre la elección y la predestinación en la eternidad
pasada y la glorificación final en el escatón, vínculo que abarca ademá s
todos los demá s acontecimientos intermedios. Y vemos cómo ni una sola
alma es abandonada, ni el nú mero de los beneficiados disminuye entre la
elección y la glorificación (o sea, nadie pierde su estatus de escogido o
justificado, o llamado, o conformado a la imagen de Cristo). Estas verdades
inalterables constituyen la base de la certeza que tiene el creyente sobre su
seguridad en los versículos del 31 al 39.
Otra faceta de esta doctrina que respalda la seguridad eterna es “El libro
de la vida del Cordero” A pesar de que numerosas ideas extrañas han estado
adheridas obstinadamente a esta gran verdad, una explicación sencilla
plantea que se trata simplemente del “catá logo de los escogidos”12 (o sea,
de los creyentes cuyos nombres fueron introducidos antes de la fundación
del mundo, y una vez introducidos, esos nombres no podrá n ser borrados
jamá s, de lo contrario se arruinaría el concepto en su totalidad). Jesú s hizo
alusión a este registro divino cuando reaccionó ante la euforia de los setenta
que habían tenido éxito en su misión: “Pero no os regocijéis de que los
espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres está n
escritos en los cielos” (Lc. 10:20).
No falta el testimonio apostólico al respecto de este libro tan excepcional.
La base teológica de la afirmación de Pablo de que la “ciudadanía” cristiana
estaba en los cielos (Fil. 3:20), radica en el libro de la vida del Cordero. É l
vuelve a hacer referencia a esto cuando dice que sus colaboradores de
Filipos tienen sus “nombres...en el libro de la vida” (Fil. 4:3). El hecho de
que aquí el apóstol omite le palabra “Cordero” no es razón para poner en
duda que el libro al que Pablo se refería era el registro divino de los
escogidos. El apóstol Juan hace varias referencias al libro del Cordero en
Apocalipsis. La promesa de Cristo a la iglesia de Sardis, y a todos los
santos de la era de la iglesia, es, “El que venciere será vestido de
vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré
su nombre delante de mi Padre, y delante de sus á ngeles” (Ap. 3:5). La
fuerte negativa de la frase (ou me) descarta cualquier noción de remoción
por cualquier causa. La seguridad de los escogidos queda clara al
analizar el aspecto negativo de la promesa del Señor (“no borraré su
nombre”) y al ver su fuerza positiva (“confesaré su nombre” delante de
mi Padre, y delante de sus á ngeles). A la Nueva Jerusalén, el hogar
específico de la esposa del Cordero, solo tendrá n acceso los redimidos de
todos los tiempos (es decir, “solamente los que está n inscritos en el libro
de la vida del Cordero”, Ap. 21:27).
Este libro posee también un aspecto negativo o pesimista; pues existen
personas cuyos nombres no está n escritos allí, y las consecuencias de esto
son eternas. Todos aquellos “cuyos nombres no estén escritos en el libro de
la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” se
convertirá n en adoradores voluntarios del anticristo del período de la
Tribulación (Ap. 13:8; se repite en 17:8). Esto sellará su perdición eterna
(Ap. 14:9-11). El juicio ante el Gran Trono Blanco, o sea, el juicio final de
todos los incrédulos de todos los tiempos traerá como consecuencia que
todos aquellos que comparezcan será n arrojados al lago de fuego. Y una
razón decisiva para que cualquiera comparezca ante ese tribunal y para que
sufra eterno encarcelamiento en el lago de fuego es que “no se halló inscrito
en el libro de la vida” (Ap. 20:15; ver vs. 11-14).
La idea del libro del Cordero proviene del trasfondo o ambiente histórico
del concepto del “libro de los vivientes” en el Antiguo Testamento, que era
un registro de los que poseían vida física, especialmente aquellos que vivían
en la comunidad del pacto de Israel. Decir que alguien era quitado o
borrado de este libro era un eufemismo por la muerte. La intercesión de
Moisés por Israel durante el incidente del becerro de oro fue también así: él
estuvo dispuesto a sufrir la muerte física o a perder su propia vida con tal de
apaciguar la ira de Dios que se había desatado a causa de la apostasía de la
nación tan poco tiempo después del milagroso éxodo desde Egipto. Sus
palabras quejumbrosas fueron, “...que perdones ahora su pecado, y si no,
rá eme ahora de tu libro que has escrito” (É x. 32:32). Aunque Dios le
respondió a Moisés que la persona que pecare sería raída de su libro (v.
33), la verdad teológica del asunto yace en que Dios aceptó la disposició
n de Moisés de poner su vida entre Dios y el pueblo como propiciación
por su ira (Sal. 106:23). Otras referencias o alusiones a este libro se
hallan en el Salmo 69:28 (sepher chayyim, que significa literalmente,
libro de los vivientes), en Isaías 4:3; y en Daniel 12:1. El Nuevo
Testamento toma esta metá fora del libro de los físicamente vivos y hace
que el libro de la vida del Cordero sea aná logo a él.
Iluminació n
La iluminación que brinda el Espíritu Santo es esencialmente la
regeneración de la mente, la cual elimina la hostilidad de la depravación
hacia Dios y hacia las cosas espirituales. También inculca una certeza
intuitiva de que la Biblia es verdadera y de que posee una autoridad eterna y
obligatoria sobre la vida del individuo. La Biblia es un libro que da
testimonio de sí mismo, y el Espíritu valida este auto-testimonio en la
mente humana a través de su obra unilateral, milagrosa y vivificante. Segú
n Juan, esta unción es constante; es continua y permanente (1 Jn. 2:27), y
por tanto, no puede perderse, como tampoco puede perderse la redención
en sí. Un creyente puede tropezar y caer en el pecado, pero siempre estará
convencido de que la Biblia es verdadera y vinculante en su vida. Y a ese
santo que ha pecado, el Espíritu siempre lo traerá de vuelta a la comunión
con Dios y a estar bajo la autoridad de su Palabra.
Problemas y Objeciones
Supuestos Fracasos
Existen textos que parecen sugerir que el creyente ha perdido su
salvación o puede perderla, o está en peligro de perderla. Esta afirmación
puede responderse al analizar el contexto o al observar la verdadera
importancia del pasaje. Como ningú n texto contradice a otro y la correcta
interpretación de un pasaje no puede ser antitética ante la correcta
interpretación de otros pasajes, es posible que algunos textos problemá ticos
o pasajes discutibles produzcan diferentes interpretaciones, pudiendo todas
ser erróneas, pero todas no pueden estar en lo cierto. A menudo, a lo má s
que se puede aspirar es a alcanzar una comprensión que sea posible desde el
punto de vista lingü ístico, y compatible desde el punto de vista teológico
con lo que sí es má s evidente.
Algunos se refieren a Judas Iscariote como a un hombre que conoció al
Señor y le sirvió como uno de sus discípulos, pero que terminó
traicioná ndole, poniéndose una soga en el cuello y yendo al infierno (Hch.
1:16-19). Pedro también negó al Señor tres veces y al final se dice que se
volvió, tras llorar amargamente (Lc. 22:32). Realmente no existe diferencia
entre traición y negación, así que aquí no se trata de la naturaleza intrínseca
del pecado de ambos. Las Escrituras no indican en ningú n lugar que Judas
fuese un creyente. De hecho, indican todo lo contrario. Judas era un ladrón,
sediento de dinero, que sustraía frecuentemente de la bolsa de los discípulos
(Jn. 12:6), y su avaricia al final lo condujo a traicionar al Señor de la gloria
por unas pocas monedas de plata (Mt. 26:14-16). Cristo lo conoció desde el
principio como aquel que lo iba a delatar (Jn. 6:71; 12:4; 13:11); y el mismo
Señor lo llamó diablo (Jn. 6:70). Y de él se dijo que era un discípulo
impenitente cuando Jesú s le lavó los pies a sus discípulos (Jn. 13:10). Nada
en su vida sugiere que él amaba al Señor, o que tuviese algú n
discernimiento espiritual (por ej., como cuando María ungió los pies de
Jesú s, Jn. 12:3-6). Ademá s, él es llamado hijo de perdición, lo que
significa que él compartía los rasgos característicos de un hombre
perdido, de alguien que estaba destinado a la perdición eterna (Jn. 17:12).
É l acabó su vida en remordimiento, pero no en arrepentimiento, a
diferencia de un verdadero discípulo (Mt. 27:3-5).
Pedro, por su parte, era un discípulo genuino, aunque fuese a veces
impetuoso. Cuando algunos discípulos desleales se apartaron de Jesú s,
Pedro afirmó que no tenía otro lugar adonde ir, pues solo Cristo tenía
palabras de vida eterna (Jn. 6:66-69). É l confesó su fe en Jesú s como el
Mesías cuando la mayoría no lo hizo (Mt. 16:13-17). Tras negar al Señor,
él lloró amargamente, arrepentido y sufriendo (Mt. 26:75) y Cristo lo
restauró a la comunión con él (Lc. 22:31-32, “fue vuelto”) y al servicio
(Jn. 21:15-
17). Se convirtió en un pilar de la iglesia neotestamentaria y en un
colaborador del canon sagrado. Pedro, a diferencia de Judas, reaccionó ante
su pecado como un verdadero creyente en Cristo (o sea, con un
arrepentimiento sincero).
Se ha sugerido que Demas fue uno que perdió su salvación al abandonar
su ministerio y desertar al apóstol Pablo, por haber amado al mundo (2 Ti.
4:10). Pero ningú n pasaje afirma realmente que él fuese un creyente
genuino.
Se dice que el rey Saú l había sido “mudado en otro hombre” y que “Dios
mudó su corazón” cuando el Espíritu Santo vino sobre él (1 S. 10:6, 9). Aun
así el texto dice que el Espíritu se apartó de él y que un espíritu malo lo
atormentaba (1 S. 16:14). Al final de su vida él confesó que Dios se había
apartado de él y que ya no tenía comunión con él a través de ningú n medio
revelador (1 S. 28:15). Algunos ven esto como un ejemplo clá sico
dealguien que ha perdido su salvación, y para ellos, este caso resulta una
evidencia indisputable de que la seguridad eterna es una idea falsa. Algunos
ven la oración que hace David, (cuando éste pidió a Dios que no le echara
de delante de él, ni quitara de él su Santo Espíritu tras los sucesos con
Betsabé [Sal. 51:11]), como evidencia de que un pecado grave puede hacer
que un creyente pierda su salvación.
Saú l y David compartían el mismo ministerio del Espíritu Santo en
tiempos del Antiguo Testamento. Hablamos de la unció n teocrática. Se
trata de un poder que tenía a su disposición el líder de Israel, como
gobernante de un estado teocrá tico (dirigido por Dios). Este atributo del
poder del Espíritu no estaba relacionado con el cará cter o la espiritualidad
del individuo, pero si éste desobedecía la constitución del estado (el pacto
de la ley) de forma grave, y si desobedecía a Dios (el verdadero rey de la
nación), podía perder su unción. Cuando Saú l recibió el poder del Espíritu,
él fue mudado en otro hombre (es decir, fue transformado, pasando de ser
un campesino inculto, a ser un líder competente en la naciente monarquía).
Como tal es mejor decir que Saú l nunca fue un individuo regenerado,
nunca parece haber demostrado tener un corazón para servir a Dios o al
pacto. Su insolencia trajo como consecuencia que el Espíritu detuviese su
ministerio teocrá tico en él, y que recibiese un espíritu maligno de parte de
Dios (al parecer se trataba de alguna forma de demencia, 1 S. 16:14, 23).
Dios transfirió su Espíritu a David, su sucesor teocrá tico (1 S.
16:13). Ese
abandono y cesación del Espíritu era lo que David temía que Dios le hiciera
a él por causa de su pecado con Betsabé y por ello ora pidiendo que el
Espíritu Santo (o sea, su unción teocrá tica) no le sea quitado, dejá ndolo así
incapacitado para gobernar. En ninguno de los casos se hace referencia a la
salvación personal del pecado, y por tanto, ambos casos son irrelevantes en
lo que respecta a la cuestión de la seguridad eterna.
La Definición de la Perseverancia
La Confesión de Westminster plantea, “Aquellos a quienes Dios ha
aceptado en su Amado, a quienes ha llamado eficazmente, y ha santificado
en su Espíritu, no pueden perder la gracia divina, ni de forma total ni final,
pero ciertamente deben perseverar en ella hasta el fin y ser salvos
eternamente” (17:1). James Petigru Boyce da una definición similar: “La
doctrina de la perseverancia final de los santos enseña que aquellos que han
sido llamados eficazmente por Dios a ejercer una fe genuina en Cristo,
ciertamente perseverará n hasta la salvación final”.1 Edwin Palmer apunta,
“El término perseverancia de los santos enfatiza que los cristianos...
perseverará n en su confianza en Cristo como su Salvador”.2 En su enfoque
él utiliza este término casi como sinónimo de seguridad eterna, como hacen
muchos autores. Las diferencias que existen entre estos dos términos,
preservación o seguridad eterna, y perseverancia, han sido expuestas en el
capítulo anterior.
Se podría resumir esta doctrina de manera sencilla diciendo que, si bien
es cierto que el creyente perseverará, es igualmente cierto que debe
perseverar. Como ocurre con otras verdades doctrinales, el indicativo aquí
transmite un imperativo.
La Base Bíblica de la Perseverancia
Afirmaciones Bíblicas
Existen contextos en los que la necesidad de la perseverancia en la fe se
describe como un requisito para la salvación (es decir, si no prevalecen las
condiciones exigidas, no existirá tampoco vida eterna o una experiencia
genuina de fe salvadora). A la luz de lo expuesto en el capítulo anterior,
debemos afirmar que estos requisitos no pueden interpretarse como
condiciones para la seguridad o condiciones para mantener la salvación y la
vida eterna. La tenacidad en la vida cristiana realmente es el resultado de
una santificación progresiva, aspecto necesario e inevitable del nuevo
nacimiento. El fruto del Espíritu constituye la evidencia de la existencia de
una vida espiritual. Cuando el individuo no logra dar fruto, está
demostrando falta de vida espiritual.
Ante la perseverancia la llamada creencia fácil (o creísmo fá cil) se
desmorona. Una fe verdadera en Cristo nos hace nuevas criaturas (2 Co.
5:17), y las características de la nueva vida en el Espíritu, con su fe
sostenida, tienen que hacerse presentes forzosamente. De éstas no
manifestarse se indicaría que nunca hubo nuevo nacimiento. La tendencia
de la creencia fá cil posee una visión extremadamente estrecha de la fe
salvadora, y niega que ésta posea aspectos volitivos de importancia, tales
como la confianza, el sometimiento o el compromiso. Segú n ese esquema,
no es necesario que este tipo de fe sea volitiva o manifiestamente activa, y
puede degenerar en una “fe muerta”. Pero como se indicó anteriormente,
una fe muerta no es fe; una fe muerta nunca existió realmente. Una fe
verdadera es una fe viva y perseverante.
La base textual de la perseverancia es abundante y obvia. “Dijo entonces
Jesú s a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi
palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres” (Jn. 8:31-32). Cristo también dice, “Como el Padre
me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si
guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn.
15:9-10). Las restricciones que Pablo se autoimpone pueden parecer
severas, pero lo que estaba en juego era de suma importancia: “...sino que
golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido
heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Co. 9:27). La
palabra “eliminado” es la traducción de adokimos, que significa reprobado.
El contexto habla de la vida eterna (vs. 19-23); esa misma palabra significa
reprobado en 2 Corintios 13:5 (“¿ O no os conocéis a vosotros mismos, que
Jesucristo está en vosotros, a menos que esté is reprobados?” [adokimos]).
Pablo estaba diciendo que el hecho de que un individuo no persevere en la
santificación es una señal de reprobación, de no ser salvo.
A los colosenses Pablo también les enfatiza que la perseverancia es un
indicador de la vida verdadera: “Y a vosotros también, que erais en otro
tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora
os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para
presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad
permanecé is fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del
evangelio que habéis oído...” (Col. 1:21-23). A Timoteo Pablo le da una
“palabra fiel”, y parte de ésta enfatiza la perseverancia que es indicadora de
una fe viva: “Si sufrimos, también reinaremos con él” (2 Ti. 2:12).
El autor de Hebreos hace gran hincapié en el mantenimiento de la fe
personal en Jesucristo y la confesión de él, basá ndose en la teología de la
finalidad eterna y la eficacia de su muerte expiatoria. La perseverancia de
los creyentes en una vida claramente cristiana dentro de la dispensación de
la gracia, en contraposición con un retorno a los elementos de la ley de
Moisés, significaba y era una evidencia indudable de que su fe era genuina
y no una simple observancia exterior. Algunas de las exhortaciones que el
autor transmite son: “Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal
que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” (He.
3:14); “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos,
Jesú s el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión” He. 4:14); “Pero
deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin,
para plena certeza de la esperanza, a fin de que no os hagá is perezosos,
sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las
promesas” (He. 6:11-12); y “Seguid... la santidad, sin la cual nadie verá al
Señor”(He. 12:14).
El propósito de Juan al escribir su epístola es claro: “Estas cosas os he
escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepá is
que tenéis vida eterna...” (1 Jn. 5:13). “Estas cosas” son las “pruebas de
vida” que Juan da a lo largo de su epístola, y son sencillamente evidencias
de perseverancia. Para Juan el progreso en la experiencia cristiana es una
señal de vida espiritual, y la falta de dicho progreso revela que el individuo
nunca tuvo un nuevo nacimiento. Pero el énfasis en el propósito de los
escritos de Juan es positivo: brindarles garantía a los verdaderos creyentes.
Las palabras de Judas acerca de la perseverancia muestran el equilibrio
bíblico de un imperativo basado en un indicativo: “conservaos en el amor
de Dios... Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y
presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría” (Jud. 21, 24).
La Importancia de la Doctrina
Desde el Punto de Vista de las Dispensaciones
Es necesario hacer una distinción bíblica clara entre las dispensaciones de
la Ley y la gracia, la Iglesia e Israel. Dios se ocupó de Israel como nación
bajo la Ley durante aproximadamente 1500 años. Ahora se ocupa de la
Iglesia en la dispensación de la gracia.
La Congregació n de Israel
Esteban habla sobre “la congregación [ekklesia] en el desierto” (Hch.
7:38), refiriéndose a la congregación de Israel en el Antiguo Testamento. El
autor de Hebreos también cita el Salmo 22:22 al referirse a la congregación
o asamblea de la nación (He. 2:12). Estos dos usos no está n má
s
relacionados con la iglesia del Nuevo Testamento que con la asamblea civil,
aunque algunos utilizan esto para demostrar que Israel era la versión de la
iglesia en el Antiguo Testamento.
La Iglesia del Nuevo Testamento
El término ekklesia se utiliza casi en su totalidad para referirse a la iglesia
neotestamentaria, y esta utilización es el tema de la doctrina de la Iglesia en
la teología sistemá tica. En el Nuevo Testamento, de todas las utilizaciones
del vocablo ekklesia, son muy pocas las que no hacen alusión a la iglesia
neotestamentaria.
Conclusió n
El término ekklesia tiene bá sicamente dos usos en la doctrina
neotestamentaria de la iglesia; local y universal, externa y espiritual, como
organización y como organismo. La iglesia histórica es, hasta cierto punto,
una subdivisión de la doctrina de la iglesia local. En algunos contextos
puede resultar difícil determinar a cuá l aspecto de la ekklesia se hace
referencia. Durante un tiempo la iglesia de Jerusalén abarcaba ambos
aspectos. Los aspectos locales y universales de la iglesia eran uno solo (Mt.
16:18) hasta que el primer miembro de la iglesia local moría e iba al cielo.
1 TDNT, ver “kaleo, et al.,” por K. L. Schmidt, 3:487ff. 2
NIDNTT, ver “ekklesia,” por L. Coenen, 1:291.
3 La palabra en inglés parece derivarse de un vocablo germánico proveniente de los siglos IV y V,
que a su vez provenía de la palabra griega kuriakos. Esta palabra germánica se utilizó para referirse
a un edificio (la casa del Señor) donde un ladrón había robado, y no a la fraternidad o grupo de
personas conectadas a éste (Hastings Encyclopedia of Religion and Ethics, ver “Church,” por
John Oman, 3:617).
4 Por lo general existen cuatro posibilidades en esta relación: (1) La iglesia que gobierna al estado (ej.
el Sacro Imperio Romano); (2) El estado que gobierna a la iglesia (como en algunos países
totalitarios); (3) La iglesia con los mismos poderes que tiene el estado (como en algunos países
escandinavos); y (4) U na iglesia libre en un estado libre, que es un principio bíblico y una
característica distintiva de la iglesia bautista.
5 Robert L. Saucy, The Church in God’s Program (Chicago: Moody, 1972), 12. 6
Ibid., 13.
7 Ibid., 14.
8 Para acceder a una opinión opuesta, ver el razonamiento que Wayne Grudem hace de la Septuaginta y
el uso de ekklesia para traducir qahal. Él plantea que éste es uno de los indicadores de que “Dios
pensaba de su pueblo [a Israel] como una ‘iglesia’, un pueblo reunido con el propósito de adorar a
Dios” (Teología Sistemática [Miami: Vida, 2007], 897). Sin embargo, este argumento es
bastante endeble.
Capítulo 5 0
Definición y Rasgos Distintivos de
la Iglesia como Cuerpo de Cristo
Obispo (episkopos)
La palabra episkopos significa supervisor (también se traduce como
obispo) y describe la función de la supervisión en la iglesia local. El
término episkopos se utilizaba para denotar el cargo de supervisor en el
mundo greco-romano. Sus antecedentes son probablemente má s helénicos
que hebreos; transmite las ideas de comisionado, inspector o
superintendente. En las culturas de Grecia, India, É feso, Roma y Rodas se
utilizaba de esa manera.9 Este uso es frecuente también en la Septuaginta
(ver 2 Cr. 34:12, “capataces”; v. 17, “encargados”; y Neh. 11:9, 14, 22,
“superintendentes” [LBLA]). El término obispo enfatiza la función
administrativa del funcionario y el papel de liderazgo que es necesario en la
iglesia local. El obispo es el superintendente de la iglesia local en su calidad
de conjunto de obreros.
Entre los pasajes representativos en los cuales se utiliza la palabra
episkopos está n los siguientes: (1) Tit. 1:7 (“Porque es necesario que el
obispo sea irreprensible, como administrador de Dios”); (2) Hch. 20:28
(“Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu
Santo os ha puesto por obispos”); (3) Fil. 1:1 (“obispos y diá conos”); y
(4) 1 Ti. 3:2 (“Pero es necesario que el obispo sea irreprensible”).
El autor de Hebreos da la idea de la naturaleza supervisora del cargo sin
utilizar específicamente el término episkopos. É l escribe, “Acordaos de
vuestros guías que os hablaron la palabra de Dios” (13:7, LBLA);
“Obedezcan a sus dirigentes” (v. 17, NVI) y “Saludad a todos vuestros
pastores” (v. 24). El término raíz aquí sería hegeomai, que significa tomar
el liderazgo, ser jefe, presidir, gobernar, o dirigir. Este vocablo de cierta
forma agrupa las funciones tanto del presbuteros como del episkopos.
Pastor o Apacentador (poimen)
La palabra apacentador, que es sinónimo de pastor, expresa el rol
protector, vigilante y defensor del cargo. La idea proviene del Antiguo
Testamento, donde Dios era el pastor de Israel (Sal. 23). También era un
vocablo que designaba a líderes políticos y militares (1 S. 21:8; 2 S. 7:7;
Jer. 3:15; 23:4; Ez. 34:1-31; et al.). En el Nuevo Testamento se utiliza 12
veces.
Esta función enfatiza la protección, guía, provisión, advertencia, á nimo,
amonestación, alimentación y cuidado en general de los miembros de la
asamblea local por parte de quien ostenta ese cargo. Pablo instruyó a los
ancianos de la iglesia de É feso para que “apacentaran la iglesia del Señor”
(Hch. 20:28) y Pedro también les dijo a los ancianos a los que se dirigía,
“Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros” (1 P. 5:2). Jesú s le
dice a Pedro algo similar tras el restablecimiento de este ú ltimo a la
comunión y el ministerio (Jn. 15:15-17).
Predicador (kerux)
Otras palabras relacionadas son kerusso (anunciar, proclamar) y kerugma
(predicación, proclamación, un llamado de afirmación). Un kerux era un
heraldo que debía entregar un mensaje que le había sido dado. El verbo
kerusso se usa en la Septuaginta para denotar un grito o llamado fuerte. Má
s de la mitad de los usos tienen que ver con el verbo qara’ (gritar, llamar).10
La palabra kerux se utiliza cuatro veces en la Septuaginta. No existe un
equivalente hebreo específico y la palabra, en el contexto de la literatura
griega, no tiene paralelo en la ideología del Antiguo Testamento.
El obispo no es necesariamente el ú nico que puede predicar, ni la
predicación es exclusiva del ministerio del pú lpito. Pero el obispo es el
anunciador formal y oficial del mensaje de Dios a la iglesia local. Su rol
como predicador es el de ser heraldo del mensaje de salvación y de
cualquier otro mensaje que el Espíritu le oriente para dar que se halle en la
Palabra. Entre los textos relevantes que señalan este rol se destacan los
siguientes: “Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a
Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la
locura de la predicación (kerugma)” (1 Co. 1:21). “Los ancianos que
gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los
que trabajan en predicar (kerusso) y enseñar” (1 Ti. 5:17). “...que prediques
la palabra (kerusso)” (2 Ti. 4:2; ver también 1 Ti. 2:7, 2 Ti. 1:11—El
mismo Pablo era predicador [kerux] y apóstol).
Maestro (didaskolos)
El obispo es quien explica oficialmente las doctrinas de la iglesia local. É
l es el responsable del ministerio de enseñanza para los creyentes de la
asamblea. Uno de los requisitos de este cargo es que debe ser “apto para
enseñar” (1 Ti. 3:2), y aquellos pastores que “trabajan en... enseñar”
recibirá n una compensación especial (1 Ti. 5:17).
Resumen
Toda Autoridad Eclesiástica Radica en la Iglesia
Local
Como no existe mayor autoridad que la de la iglesia local, la ordenación
de sus ministros debe ser responsabilidad solamente de ese cuerpo. Hay que
recordar que la ordenación no confiere ninguna autoridad eclesiá stica. Se
trata de un reconocimiento del llamado y de los dones previamente
otorgados por Dios, y constituye una elección formal del candidato para que
éste ejerza esos dones y ese llamado. El voto o decisión de la iglesia local le
confiere autoridad eclesiá stica.
Digresión 2: la Licencia34
Solo la iglesia local puede otorgar la licencia a un individuo, y éste debe
ser miembro de la iglesia que otorga la licencia. La licencia le da el derecho
al individuo fundamentalmente de predicar, mientras que la ordenación le
da el derecho de trabajar en el ministerio en su totalidad. Una licencia
bá sicamente reconoce el llamado que tiene la persona al ministerio y su
propósito de prepararse para cumplir con ese llamado. La licencia solo tiene
validez dentro de la iglesia que la expide. Se trata estrictamente de un
instrumento eclesiá stico local y solo es vá lido mientras el titular sea
miembro de la iglesia que lo expide.
1 Aunque parezca extraño, Edward T. Hiscox plantea que los funcionarios no eran necesarios para la
existencia de una iglesia local (The New Directory for Baptist Churches [Valley Forge, PA:
Judson, 1894], 83). Esto depende del significado de la palabra “existencia”. Al parecer, él tenía la
idea de que, aunque los funcionarios fuesen destituidos, la iglesia no dejaría de ser iglesia. Sin
embargo, esto, en el mejor de los casos, solo puede ser una condición temporal en el caso de
exfuncionarios que hayan sido retirados por algún motivo.
2 Ed Glasscock, “The Biblical Concept of Elder,” BSac 144 (enero-marzo 1987): 67-78. 3
Donald MacLeod, NDT, ver “Church Government,” 145.
4 Rodney Decker opina que esta autoridad apostólica fue “definitiva” y después fue transferida a la
iglesia como un todo, pero esa idea me parece algo dudosa (“Polity and the Elder Issue,” GTJ 9
[otoño 1988]: 260).
5 Richard V. Clearwaters ha sugerido estos términos y ha abundado brevemente en ellos en su
libro The Local Church of the New Testament (Minneapolis, MN: Central Press, 1954), 27-29.
6 Algunos manuscritos no contienen esta última frase. Para acceder a un debate al respecto, ver el
libro de Bruce Metzger, A Textual Commentary on the Greek New Testament, 2a edición
(Stuttgart, Alemania: German Bible Society, 1994), 625.
7 Glascock, “The Biblical Concept of Elder,” 68. 8
BDAG, ver “presbuteros,” 862.
9 J. B. Lightfoot, Saint Paul’s Epistle to the Philippians (edición reimpresa, Grand Rapids, MI:
Zondervan, 1953), 95-99.
10 “Kerux denota al hombre comisionado por su gobernante o el estado para anunciar en voz
clara alguna noticia, a fin de darla a conocer” (NIDNTT, ver “kerusso,” por L. Coenen, 3:48).
11 Thomas Edgar, The Miraculous Gifts (Grand Rapids, MI: Kregel, 1996), 50ff.
12 Ver el artículo informativo que William W. Combs escribió sobre esto: “The Biblical Role of the
Evangelist,” DBSJ 7 (2002): 23-48.
13 Daniel B. Wallace, Greek Grammar Beyond the Basics (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1996),
271-272.
14 Edgar, The Miraculous Gifts, 327-28.
15 T. David Gordon escribió un artículo muy útil al respecto, “‘Equipping’ Ministry in Ephesians 4?”
JETS 37 (marzo 1994): 69-78. Él argumenta que en lugar de un ministerio de dos o tres niveles
puesto en práctica por los hombres dotados para entrenar a otros, los mismos hombres que tienen
dones deben llevar a cabo las diversas funciones.
16 Manfred E. Kober, “The Case for the Singularity of Pastors,” Baptist Bulletin (junio 1982): 8-10,
19.
17 Strong, Systematic Theology, 3 tomos en 1 (Valley Forge, PA: Judson, 1907), 916.
18 Grudem, Teología Sistemática (Miami: Vida, 2007), 954.
19 BDAG, ver “time,” 1005. Ver también Ralph Earle, “1 Timothy,” en el tomo 11 de The
Expositor’s Bible Commentary, ed. Frank E. Gaebelein (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1981),
380.
20 David Mappes, “The Elder in the Old and New Testaments,” BSac 154 (enero-marzo 1997): 80-
92.
21 Ver el libro The Church and the Ministry in the Early Centuries (edición reimpresa,
Minneapolis, MN: James Family Publishing, 1977), 119, 153-154, de Thomas M. Lindsay para
acceder a algunas de las razones por las cuales el concepto de anciano no proviene de la sinagoga
judía. Ver también David Miller, “The U niqueness of New Testament Church Eldership,” GTJ 6
(otoño 1985): 315-327. Miller señala tres diferencias fundamentales entre la sinagoga y la iglesia:
(1) El funcionario principal de la sinagoga era el “líder de la sinagoga” y existía un funcionario así
para cada sinagoga; (2) El presidente de la sinagoga tenía un asistente que era un cargo
remunerado, un hazzan; y
(3) También existían tres funcionarios más en la sinagoga (el recolector de ofrendas, el mensajero y
el heraldo del Shemá).
22 TDNT, ver “presbuteros,” por G. Bornkamm, 6:651ff.
23 John MacArthur, The Master’s Plan for the Church (Chicago: Moody, 1991), 213. 24
Ibid., 201.
25 Ibid., 213.
26 Grudem, Teología Sistemática, 965-967.
27 MacArthur, The Master’s Plan for the Church, 191.
28 Strong, Systematic Theology, 918.
29 Hiscox, The New Directory, 344.
30 Ibid., 364.
31 Strong, Systematic Theology, 920.
32 El orden del día presentado a continuación es uno que yo he desarrollado personalmente, habiendo
constatado su buen funcionamiento. Para su confección me he basado en los casi ochenta consejos
bautistas de ordenación en los que he participado en mi propio ministerio.
33 Además del orden general de procedimiento, me gustaría añadir algunas sugerencias superficiales a
tener en cuenta para celebrar un consejo de ordenación y llevar a cabo el servicio de ordenación
también: (1) Se debe facilitar un atril para que el candidato lo utilice a la hora de responder las
preguntas del consejo, así como una silla para que se siente cuando no esté hablando (Facilitarle agua
también es un detalle amable). (2) Se debe facilitar un atril para que el moderador del consejo lo
utilice y una silla para que se siente cuando no esté hablando u oficiando (3) Se debe facilitar
una mesa y una silla para el secretario del consejo, así como los instrumentos suficientes para
registrar los procedimientos. (4) Es costumbre que la iglesia anfitriona le brinde almuerzo o
refrigerios al consejo. (5) Durante el culto de ordenación si el candidato se arrodilla para hacer la
oración, u oraciones de ordenación, se le debe facilitar una silla para que descanse los codos o los
brazos. Cuando diez o más manos eclesiásticas están sobre la cansada cabeza del candidato, el
peso llega a ser insoportable, sobre todo si la oración se alarga. A veces es más fácil y
recomendable que el candidato permanezca sentado durante las oraciones de ordenación. (6) Se
acostumbra recoger una ofrenda durante el culto de ordenación para que el candidato pueda comprar
libros para su biblioteca personal. Si no se recoge dicha ofrenda, entonces la iglesia que lo ordena
debe darle una ayuda generosa con ese propósito.
34 Ver Strong, Systematic Theology, 919; también de Hiscox, The New Directory, 300-304, 591-
592.
Capítulo 5 5
El Cargo de Diácono en la Iglesia
Local
La Naturaleza de la Iglesia
La iglesia es una compañía de personas bautizadas y regeneradas. Como
el bautismo es, en cierto sentido, un rito de iniciación, (lo cual se debatirá a
profundidad má s adelante) es preciso creer antes de recibir el bautismo y la
membresía de la iglesia. El individuo debe recibir el ministerio real del
bautismo del Espíritu antes de poder someterse de forma vá lida al bautismo
por agua que lo simboliza.
El Simbolismo de la Ordenanza
El bautismo por agua describe la muerte del ego y la identificación con
Cristo en su muerte, sepultura y resurrección. Se trata de una perfecta
demostración, de una representación ideal de la experiencia del creyente
que se une a Cristo, experimentando la unión con él a través del bautismo
del Espíritu Santo, y comenzando una nueva vida como nueva criatura
espiritual (2 Co. 5:17). Las palabras de Strong son ú tiles para expresar esto:
“Como expresión externa del cambio interno a través del cual el creyente
entra en el reino de Dios, el bautismo es el primero, desde el punto de vista
cronológico, de todos los ritos externos”.14
Es Emblemática: un Símbolo
La santa cena es un símbolo o expresión de la participación previa del
creyente de los beneficios de la expiación—o sea, del cuerpo quebrantado
de Cristo y de su sangre derramada. La santa cena es el símbolo de “comer
su carne y beber su sangre” (Jn. 6:53-54), y esa frase es una metá fora
referente a la participación por fe de los beneficios de su obra en la cruz. Se
trata de “participar en” el cuerpo y la sangre de Cristo, obviamente de una
manera simbólica y no sacramental (1 Co. 10:16).
Al participar de los elementos de la santa cena el creyente testifica haber
recibido el perdón de sus pecados gracias a la expiación de Cristo, ya que
“sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (He. 9:22). El pan y la
copa significan que un “camino nuevo y vivo” se ha proporcionado para
acceder a la presencia de Dios a través del velo de su carne en la crucifixión
expiatoria (He. 10:20), y que el creyente está disfrutando de ese nuevo
acceso permanente para recibir purificación y comunión. Como tal la santa
cena es símbolo de santificación, así como el bautismo por agua simboliza
el bautismo del Espíritu.
En cuanto a los elementos en sí, el pan partido representa su cuerpo
quebrantado por las espinas, los clavos y la lanza. (Ningú n hueso de Jesú s
se quebró— Jn. 19:33, 36). El fruto de la vid simboliza su sangre
derramada, la cual representa en sí misma sus sufrimientos y muerte. É l
“bebió la copa” del sufrimiento y la muerte en el Calvario (Mt. 20:22; Lc.
22:42). Tanto el cuerpo como la sangre representan el concepto hebreo del
hombre desde el punto de vista físico. Esto hace referencia a la unión de las
naturalezas divina y humana en la persona ú nica del Dios-hombre. El
Verbo tuvo que asumir en sí mismo una naturaleza humana (carne y
sangre) para poder morir por los pecados del mundo, mientras que el Verbo
como tal era necesario para que esta muerte fuese infinitamente eficaz. Esto
es parte de la explicación teológica del simbolismo del pan y el vino.
Bautismo
En la práctica de la iglesia primitiva
Vemos aquí, una vez má s, lo que se dice de la primera iglesia
neotestamentaria que surgió en Pentecostés, “Así que, los que recibieron su
palabra fueron bautizados”. Y éstos perseveraban, entre otras cosas, en el
partimiento del pan (Hch. 2:41).
En el simbolismo de la ordenanza
Como ya se ha apuntado varias veces anteriormente, el bautismo por agua
simboliza el bautismo del Espíritu (que es concomitante con la
regeneración). La santa cena simboliza la santificación. El bautismo del
Espíritu precede a la santificación. La regeneración precede a la
santificación, como mismo el nacimiento precede al crecimiento.
Membresía en la iglesia
Como la santa cena es una ordenanza de la iglesia local, es preciso ser
miembro para participar. (Se profundizará sobre este aspecto má s
adelante). Los que partían el pan (Hch. 2:42) eran aquellos que habían
recibido la palabra de Pedro, habían sido bautizados y habían sido
admitidos (“añadidos”) a la membresía ese día.
El bautismo es, a fin de cuentas, un rito de iniciación que da entrada a la
membresía de la iglesia local. El bautismo y la membresía de la iglesia son
inseparables en el Nuevo Testamento. Por tanto, la membresía de la iglesia
es la manera neotestamentaria oficial o formal de garantizar la vida y el
cará cter cristianos del individuo. La membresía en la iglesia y el bautismo
son la ú nica manera en la que la iglesia local puede, formal y oficialmente,
tener evidencia de la profesión de la regeneración del individuo. Es la ú nica
manera en la que una iglesia local puede oficialmente aprobar la vida,
conducta y elegibilidad del individuo para participar de la mesa del Señor.
“La membresía constituye el aval colectivo de la iglesia en lo referente a la
salvación de una persona. Necesitamos comprender esto: la membresía en
una iglesia es el testimonio colectivo de ésta de la salvación individual del
miembro en cuestión”.2
La membresía en la iglesia se convierte, por tanto, en una especie de
admisión legal a la santa cena. Por ello es un prerrequisito necesario para
participar de esta ordenanza.
Andar ordenadamente
Un creyente culpable de pecados serios, y que no está andando
ordenadamente puede ser excluido de la mesa del Señor. Este asunto se
convierte en un tema de disciplina de la iglesia. Un miembro que tenga una
buena reputación en la iglesia local tiene derecho de participar de la santa
cena de su iglesia, a menos que esté bajo exclusión disciplinaria. Ningú n
pastor, miembro de la junta o líder ministerial individual, puede privar a un
miembro de participar en la santa cena si éste ha sido aprobado por la
iglesia. Por supuesto, un pastor y una iglesia que se rijan por los preceptos
bíblicos aclarará n a sus miembros las condiciones espirituales y
eclesiá sticas necesarias para la observancia, de forma tal que nadie se
engañe con respecto a esta ordenanza. El resto depende de la conciencia del
individuo. La iglesia local no necesita un sargento que vigile a cada
miembro que llega para participar de la santa cena.
Comportamiento Arrogante
Los creyentes a los que Juan les escribió tenían en su congregación a un
miembro arrogante. Acerca de esto Juan dice, “Yo he escrito a la iglesia;
pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos
recibe” (3 Jn. 9). Juan continú a recordando las obras que este individuo
hace. Al parecer Juan está insinuando aquí que se trata de algo pú blico.
J. Carl Laney, haciéndose eco de David E. Wray, divide los pecados
sujetos a disciplina por parte de la iglesia en cuatro categorías.13
•
V iolación del amor cristiano. Esto incluye ofensas en privado contra
un hermano o hermana (Mt. 5:23-24).
•
V iolación de la unidad cristiana. Esto incluye acciones divisivas que
afectan el significado de la iglesia local (Ro. 16:17; Ti. 3:10).
•
V iolación de la ley o moralidad cristiana. Aquí se refiere a la
infracción de los códigos éticos o a la comisión de los pecados
enumerados tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
•
V iolación de la verdad cristiana. Aquí se refiere al rechazo de las
doctrinas esenciales de la fe, a las herejías, etc. (1 Ti. 6:3-5; Ti.
3:10; 2 Jn. 7-11).
Las Leyes que Rigen la Disciplina de la Iglesia14
La Ley del Amor
Jesú s presentó esta ley diciendo, “Un mandamiento nuevo os doy: Que os
améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a
otros” (Jn. 13:34).
La Ley del Arrepentimiento y el Perdó n
Nuevamente vemos que el Señor enseñó esta ley de forma clara (e hizo
una aclaración que sus oyentes probablemente no esperaban): “Si tu
hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si
siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo:
Me arrepiento; perdónale” (Lc. 17:3-4).
La Ley de la Restauració n
Pablo refleja esto en Gá latas 6:1 (“Hermanos, si alguno fuere
sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con
espíritu de mansedumbre”). Se debe comprender que la restauración de
alguien a una posición de liderazgo puede no ser inmediata (o incluso
posible en algunos casos) tras la confesión y el arrepentimiento, en
dependencia de la naturaleza del pecado, del cargo de la persona en la
iglesia, y de otras consideraciones similares. La restauración a la comunió n
y la membresía puede ser inmediata una vez que el individuo ha dado
evidencias creíbles de confesión y arrepentimiento. No existe registro en el
Nuevo Testamento de ningú n líder que, habiendo caído en inmoralidad,
haya sido restaurado al liderazgo pastoral. La prá ctica moderna que se
aplica en algunos círculos evangélicos de reciclar a un líder pecador tras
algunos meses, o incluso un año de consejería, no es bíblica.15
Definiciones
Es necesario comenzar con algunas definiciones bá sicas que facilitará
n una comprensión de este campo vasto de la enseñanza bíblica.
Gracias a Dios, existe un nú mero de diccionarios bíblicos, enciclopedias
de profecía y glosarios de términos que son muy ú tiles para aquellos cuyos
intereses y capacidades puedan extenderse desde quien se sienta en una
banca de la iglesia con tendencia promedio, hasta quien se sienta en
la silla de la teología con un alto nivel de pericia.
Escatología
En griego esta palabra significa el estudio de las ú ltimas cosas. En la
teología esta es el á rea de enseñanza que tiene que ver con el resultado
final del orden presente en el escatón, y puede ser entendida en función de
tres factores. Primero, el principio del orden presente sucedió en la creación
original cuando Dios creó ex nihilo (lit. de la nada) los cielos y la tierra
(Gn. 1:1). Todo en el universo —todo lo que no es Dios —comenzó con
esta relativamente reciente creación. Esto incluye, todas las entidades,
eventos e intercambios de energía que tienen lugar en el tiempo y el
espacio; todo esto fue el resultado del plan eterno del Dios verdadero (su
decreto) y fue ejecutado por su poder (creación) en seis días sucesivos de 24
horas.
Segundo, el orden creado es sustentado por Dios en una obra continua de
su preservación, una obra del Dios soberano por medio de la cual él
mantiene su universo en todas sus leyes, poderes, propiedades y procesos.
La gran oración de confesión post-exílica de Israel alababa al Dios
preservador: “Tú solo eres Jehová ... tú vivificas todas estas cosas [cielos,
tierra y mares]” (Neh. 9:6).
Tercero, Dios consumará el orden presente en el escatón. É l no solo
preserva el universo, él con pleno conocimiento lo controla en su totalidad y
lo trae a su propósito predestinado y anticipadamente planeado, una obra
que se conoce en teología como providencia. La atención infinita de Dios
siempre está totalmente concentrada en cada detalle de su universo; su
reinado de poder y soberanía providencial “domina sobre todos” (Sal.
103:19). Este orden presente será eliminado con el tiempo (2 P. 3:10) y un
orden nuevo será otra vez creado de la nada (Ap. 21:1). En este orden
nuevo, el Dios autosuficiente y trino dominará con una soberanía sin rival,
absoluta y eterna (1 Co. 15:28— Dios será “todo en todos”).
El Fin
Se usan dos palabras en griego (telos y sunteleia) y ambas hablan del
escatón o la consumación. Jesú s habla en el discurso de los Olivos sobre
cosas que deben suceder en el período de la Tribulación; “pero aú n no es
el
fin” (telos) (Mt. 24:6). En el mismo discurso él promete que “el que
persevere hasta el fin” (telos) de la Tribulación será salvo, tanto física como
espiritualmente para entrar al reino mesiá nico (Mt. 24:13). Anteriormente,
en las pará bolas del reino, Cristo presenta la cosecha del trigo y la cizaña en
“el fin (sunteleia) del siglo” (Mt.13:39). Ambas palabras griegas llevan la
idea escatológica y toman prestados conceptos de textos como Daniel 11:40
(“Y al tiempo del fin” [be’eth kets] el rey del Sur se enfrentará con el
Anticristo).
La Muerte Espiritual
La muerte espiritual es la separación de la persona de Dios. Esta
separación se refiere a la pérdida de compañerismo o cualquier relación
espiritual positiva con Dios. (En realidad, debido a la omnipresencia de
Dios, no puede haber separación metafísica definitiva de él en ningú n
momento). Pero resulta que una persona muerta espiritualmente es
insensible a las cosas de Dios y por lo tanto no puede y no quiere por sí
mismo iniciar cualquier tipo de acercamiento o de responder
adecuadamente a Dios. Para que tenga remedio es preciso que se actú e
sobre la persona porque es incapaz de ayudarse a sí misma; es preciso
que se le dé vida.
Dios dijo al antiguo Israel por medio de su siervo el profeta Isaías: “pero
vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios” (Is.
59:2). Pablo habla de estar “muertos en vuestros delitos y pecados” (Ef.
2:1) y de estar “muertos en pecados” (Ef. 2:5). Esto se interpreta como estar
“sin Cristo” (Ef. 2:12) y “ajenos de la vida de Dios” (Ef. 4:18).
El ú nico remedio para la muerte espiritual es la regeneración—la
impartición de vida espiritual a los que está n muertos espiritualmente.
La Muerte Segunda
La muerte segunda es la separación de Dios que experimentará la persona
de manera permanente y final. Es una continuación irrevocable de la muerte
espiritual, referida como “la muerte segunda, el lago de fuego” (Ap. 20:14)
y “el lago que arde con fuego y azufre” (Ap. 21:8). No hay remedio para la
muerte segunda.
La Muerte Física
La muerte física es la separación temporal del cuerpo, del alma y el
espíritu. De Raquel se dice: “y aconteció que al salírsele el alma (pues
murió)...” (Gn. 35:18). Santiago hace este comentario: “...el cuerpo sin
espíritu está muerto...” (Stg. 2:26). Así que el remedio para la muerte física
es la resurrección.
Por consiguiente, hay que entender, que la muerte involucra a la persona
completa. Al describir la muerte física, la Biblia siempre señala que la
persona muere, no sólo su cuerpo. La muerte trae la disolución de las partes
de la persona. El cuerpo va al polvo y el alma y el espíritu continú an en el
estado intermedio en la existencia consciente. Acerca del período de prueba
original Dios dice, “Ciertamente morirá s” (Gn. 2:17). En el incidente del
hombre rico y Lá zaro, “murió el mendigo... y murió también el rico” (Lc.
16:22). En el período intertestamentario se desarrolló la idea de que la
persona completa no moría, sólo el cuerpo moría. “El alma sigue viviendo
ya sea para esperar la resurrección (1 Enoc 10:2) o para disfrutar su
inmortalidad natural libre del cuerpo (Sabiduría 3:4; 4:1; 4 Macabeos
16:13; 17:12), lo cual era esencialmente un concepto griego”.2
Volvemos a recalcar, la idea principal de la muerte es separación, no
aniquilación o inexistencia. En el caso de la muerte física, no se trata del
sueño del alma, en el que la persona no tiene existencia consciente entre la
muerte y la resurrección. El verbo dormir (koimao) se usa unas 15 veces
con referencia a las personas muertas, pero es simplemente un eufemismo
para la muerte y la acción de morir. Pablo usa este verbo solamente para
referirse a la muerte de los cristianos. Otros simplemente mueren. ¿ Por qué
usar el eufemismo del sueño? Quizá s por la apariencia de sueño que da
el
cadá ver. O, como Murray J. Harris sugiere, quizá s es una alusión a
la certeza de despertar a la vida por medio de la resurrección.3
En resumen, la muerte espiritual es la experiencia de todos los hombres.
La muerte física es también la experiencia de todos los hombres, con
excepción de Enoc, Elías y aquellos cristianos que vivan en el tiempo del
arrebatamiento de la iglesia. La muerte segunda es la experiencia de todos
los que no hayan recibido el nuevo nacimiento (o sea, vida eterna
espiritual).
Los Perdidos
Los incrédulos, sobre todo los que tienen una actitud como las de los
epicú reos, verían la muerte como la pérdida suprema porque su filosofía
esque el bien supremo consiste en el placer o la felicidad. Esta visión del
mundo se refleja en un dicho citado por el apóstol Pablo en respuesta a los
que niegan el concepto de la resurrección corporal. Pablo razona que negar
eso es quedarse con la alternativa incrédula que dice: “comamos y bebamos
porque mañana moriremos” (1 Co. 15:32). Para otros, como el rey Saú l, la
muerte puede parecer como un pasadizo de escape de las cargas de la vida
(1 Cr. 10:4-5—el rey le pidió a su escudero que lo matara). Durante los
rigores increíbles del periodo de la tribulación, “los hombres buscará n
lamuerte, pero no la hallará n; y ansiará n morir, pero la muerte huirá de ellos”
(Ap. 9:6). La dura verdad es que para los no sean salvos, la muerte física es
tan solo el vestíbulo del juicio de Dios (He. 9:27).
Introducción
Se puede definir como estado intermedio al período de existencia
consciente del individuo entre la muerte física y la resurrección
escatológica corporal. En el sentido real es un estado de transición entre la
existencia histórica de la persona y su destino eterno final, y esto es cierto
tanto para el creyente como para el incrédulo. Willem VanGemeren provee
una definición breve de Seol y el estado intermedio: “[El Seol es] un estado
intermedio en el cual se trata a las almas de acuerdo a sus vidas en la
tierra”.1 En las Escrituras, y así en la teología sistemá tica, la resurrección de
los individuos es siempre un evento que acontece en el futuro y que se
asocia con la segunda venida de Jesucristo (o sea, el escatón). Para Job, el
patriarca, la resurrección significaba que vería a Dios “al fin” (Job 19:25)
desde la perspectiva de su propia carne, una referencia del final de los
tiempos. Para Daniel y su pueblo esto vendría después de un tiempo de
“angustia” sin precedentes (Dn. 12:1-2), una referencia al período
escatológico de la Tribulación (especialmente los 3 años y medio finales).
Pablo enseñó que la resurrección tendría lugar en el arrebatamiento de la
iglesia (1 Ts. 4:13-17), con “la ú ltima trompeta” (te eschate salpiggi, es
decir, una trompeta escatológica). Se pudieran citar otros autores en las
Escrituras ademá s de otros textos que pudieran demostrar el punto. Pero
ademá s, la idea de que la resurrección ya pasó fue considerada antibíblica,
incluso hasta herética (2 Ti. 2:18).
La resurrección, ascensión y entronización de Cristo a la diestra del Padre
marcan un punto decisivo en la doctrina del estado intermedio, pues
proveen la línea divisoria o el cambio entre las condiciones del período
entre la muerte y la resurrección en el Antiguo Testamento y el Nuevo
Testamento.
El Estado Intermedio Antes de la Resurrección de
Cristo
El Seol o Hades
La palabra que principalmente se usa en el Antiguo Testamento para
designar el lugar a donde van los fallecidos es Seol. Otras palabras que se
usan en conexión con el estado intermedio en el Antiguo Testamento son
qeber (sepulcro) y bor (foso). Seol se usa unas 65 veces en hebreo y la
versión Reina Valera 1960 las traduce “seol”. La Biblia de las Americas
también usa la palabra “seol”. La NVI usa principalmente “sepulcro”, pero
también “abismo” y “muerte” o “reino de la muerte”. Las consideraciones
etimológicas de la palabra sheol son totalmente inciertas e insatisfactorias.
De hecho, por lo general, la bú squeda etimológica de las palabras es un
método muy tenue y poco confiable para discernir los significados de éstas.
El uso (o sea, el contexto) determina el significado.
En el Nuevo Testamento la principal palabra es hades, usada 11 veces. La
RVR60 y la LBLA la traducen como “hades” 10 veces y una como
“sepulcro”. (La traducción que se hace en 1 Co. 15:55 como “sepulcro”, es
realmente la palabra griega para muerte no hades). La NVI usa “abismo” (2
veces), “reino de la muerte” (1 vez), “infierno” (5 veces), “sepulcro” (2
veces).
Sheol y hades se refieren al mismo lugar. Al citar el Salmo 16:10
respecto a la resurrección de Cristo (“Porque no dejará s mi alma en el
Seol”), Pedro usa la palabra hades (Hch. 2:27, 31). La Septuaginta usa
hades para traducir sheol cerca de 60 veces.
Posturas Principales1
La Postura Amilenarista
Segú n esta posición, no habrá milenio terrenal. El bien y el mal se
desarrollará n lado a lado hasta la segunda venida de Cristo, en
cuyo momento será la resurrección y juicio general y la entrada al estado
eterno. Este plan de eventos ve la era de la iglesia como un tiempo del
reinado de los santos, sea en la iglesia militante (aquellos en la tierra)
o la iglesia triunfante (aquellos en el cielo). La era presente en su final
presenciará una apostasía, una tribulación, un Armagedón y un “poco de
tiempo” para la soltura del diablo. Esto es seguido por la segunda venida
y la resurrección general y el juicio.
La Postura Posmilenarista
En general, existen dos variantes en la posición posmilenarista. (1)
Algunos posmilenaristas2 enseñan que el mundo entero, a través de la
predicación del evangelio y la influencia de la iglesia, será gradualmente
cristianizado, a tal punto que la sociedad será permeada de principios
cristianos. Una vez que esto ocurra habrá un “milenio” (de duración
indeterminada, no simplemente 1000 años) de justicia. A fines de este orden
cristiano habrá una apostasía, una tribulación, un armagedón y un “poco de
tiempo”. Después de esto viene la segunda venida de Cristo, la resurrección
general y el juicio general. (2) James H. Snowden3 sugiere un plan
posmilenarista muy similar al amilenarismo, argumentando que el Milenio
es la era presente completa durante la cual el evangelio permea la sociedad.
Posterior a este período Cristo regresa, ocurren la resurrección general y el
juicio y el estado eterno es implantado.
El posmilenarismo desconcertó a los comentaristas del siglo 18. É ste
había estado casi en un eclipse total hasta su renacimiento reciente en el
grupo de Calcedonia dirigido por Gary North, Greg Bahnsen, Rousas
Rushdoony y Kenneth Gentry, entre otros. La teoría socio-política de este
grupo, conocida como Teonomía, Reconstruccionismo Cristiano o Teología
de Dominio es atada al marco de postmilenarismo del pacto.4 Otros eruditos
má s recientes han adoptado también una forma de posmilenarismo.5
La Postura Premilenarista
La posición premilenarista dice simplemente que el segundo
advenimiento de Cristo será antes del milenio. Cristo regresará
y establecerá su reino terrenal. (Los Adventistas del Séptimo Día son
una excepción con su idea de un milenio no temporal; pero ellos
son históricamente premilenaristas). Dentro del premilenarismo
hay generalmente tres posturas sobre la ubicación de la iglesia con
relación al período de tribulación precedente al milenio: pretribulacionismo
— la iglesia será arrebatada antes de la Tribulación;
postribulacionismo— la iglesia será arrebatada despué s o en el
mismo fin de la tribulación; y mesotribulacionismo— la iglesia será
arrebatada a mediados de la tribulación). La nueva propuesta llamada
arrebatamiento pre-ira es una postura mesotribulacionalista modificada.
(Se dirá má s adelante sobre estas varias posturas del arrebatamiento).
Ho Erchomenos
El término significa ‘el que ha de venir’, y se puede observar en la
pregunta que le hace a Cristo Juan el Bautista, el heraldo del rey mesiá nico.
Juan se encontraba preso por el impío rey Herodes por su predicación del
reino, el lugar menos indicado para comenzar a participar en el reino
mesiá nico. Entonces, él le pregunta a Jesú s: “¿ Eres tú aquel que había
de venir?” (Mt. 11:3). Las multitudes en la entrada triunfal decían:
“¡ Bendito el que viene en el nombre del Señor! ” (Mt. 21:9; cf. Sal
118:26). De manera similar el autor de Hebreos expresa, “el que ha de
venir vendrá , y no tardará ” (He. 10:37; cf. Hab. 2:3).
Erchomai
Esta palabra significa venir, refiriéndose al acto de venir. Cristo dice en el
discurso del monte de los Olivos, explicando su venida postribulacionista
en gloria para establecer su reino: “Verá n al Hijo del Hombre viniendo
sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mt. 24:30; cf. Dn.
7:13).
Katabaino
Esta palabra significa bajar o descender. Pablo escribe, hablando del
regreso del Señor, “Pues el Señor mismo descenderá del cielo con voz de
mando” (1 Ts. 4:16, LBLA).
Heko
Esta significa venir en el sentido de haber llegado. “Vendrá el señor de
aquel siervo en día que éste no espera” (Mt. 24:50). Se usa dos veces en
Apocalipsis 3:3—“vendré sobre ti como ladrón, y no sabrá s a qué hora
vendré sobre ti”.
Parousia
Esto también significa venida en el sentido de llegada o presencia. Un
escalón en las resurrecciones escatológicas es “los que son de Cristo, en su
venida” (1 Co. 15:23). A los Tesalonicenses, quienes estaban siendo
perturbados con enseñanzas falsas acerca del regreso de Cristo, Pablo les
escribe, “Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y
nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover
fá cilmente de vuestro modo de pensar” (2 Ts. 2:1-2a).
Apokalupsis
Esta palabra significa revelar, develar o descubrir. Pablo elogia a los
corintios por estar “esperando ansiosamente la revelació n de nuestro Señor
Jesucristo” (1 Co. 1:7, LBLA). A los tesalonicenses perseguidos, Pablo
promete alivio y recompensa “cuando se manifieste el Señor Jesú s desde el
cielo con los á ngeles de su poder, en llama de fuego” (2 Ts. 1:7-8a). Pedro
les explica a los creyentes dispersados y perseguidos que su aflicción era
“para que la prueba de vuestra fe, má s preciosa que el oro que perece,
aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y
honor en la revelació n de Jesucristo” (1 P. 1:7, LBLA).
Phaneroo
Esta palabra significa mostrar, aparecer, hacer visible o manifestar o
develar. Pablo exhorta a los creyentes a centrar su atención en las cosas
celestiales porque ellos habían resucitado posicionalmente con Cristo y se
habían sentado con él a la diestra del Padre. Les decía esto en vista de la
futura venida de Cristo: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste,
entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3:4).
Pedro promete a los pastores que son fieles en el ejercicio pastoral que
“cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona
incorruptible de gloria” (1 P. 5:4). El apóstol Juan anhela la glorificación, el
pago final de la salvación, al decir, “sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2).
Epiphaino
Esta palabra denota traer a la luz o a una visibilidad completa, aparecer.
En su encarcelamiento final y enfrentando una ejecución inminente, Pablo
manifiesta una grande e inmutable fe: “Por lo demá s, me está guardada la
corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no
sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:8). Pablo
expone a Tito algunas de las lecciones pedagógicas de la gracia divina,
entre las cuales está : “aguardando la esperanza bienaventurada y la
manifestació n gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tit.
2:13).
Horao
Esto quiere decir ver con los ojos. Enfatizando con claridad el sacrificio
expiatorio definitivo de Cristo y la expiación final de la culpa que esto trae
a los creyentes, el autor de Hebreos compara esta certeza a la del juicio
después de la muerte: “Y de la manera que está establecido para los
hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también
Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y
aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que
le esperan” (He. 9:27-28).
1 Para una buena perspectiva general de las posiciones principales, completas con recuadros útiles,
ver H. Wayne House, Charts of Christian Theology and Doctrine (Grand Rapids, MI:
Zondervan, 1992), 137-145. También es útil Three Views on the Millennium and Beyond, ed.
Darrell L. Bock (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1999).
2 Ver, por ejemplo, Charles Hodge, Teología Sistemática (Barcelona: CLIE, 2010), 939ff.; y
Loraine Boettner, The Millennium (Filadelfia: Presbyterian & Reformed, 1957).
3 James H. Snowden, The Coming of the Lord (Nueva York: MacMillan, 1919).
4 Cf. Thomas D. Ice, “Reconstruccionismo Cristiano,” en Diccionario de Teología
Premilernarista, ed. Mal Couch (Grand Rapids, MI: Portavoz, 1999), 382-385. (Ice es un
premilenarista pretribulacionalista).
5 Ver, por ejemplo, John Jefferson Davis, Christ’s Victorious Kingdom (Grand Rapids, MI: Baker,
1986); Keith A. Mathison, Postmillennialism: An Eschatology of Hope (Phillipsburg,
NJ: Presbyterian & Reformed, 1999).
Capítulo 6 3
La Iglesia y la Segunda V enida
de Cristo
El Arrebatamiento de la Iglesia
Referencias Bíblicas del Arrebatamiento
Entre los textos que hacen referencia al arrebatamiento durante la
segunda venida de Cristo está n las propias palabras de Cristo a los
discípulos en vísperas de su muerte: “En la casa de mi Padre muchas
moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar
lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y
os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”
(Jn. 14:2-3). Esta es la primera mención que se hace en las Escrituras y en
la teología bíblica de lo que conocemos como el arrebatamiento. Pablo
explica que el arrebatamiento es un misterio, o sea, es una nueva revelación
que Dios se reservó, pero que reveló en un momento posterior
determinado.1 El misterio del arrebatamiento es esa nueva información de
que no todos los cristianos experimentará n una muerte física, pero aun así
serían transformados durante la venida de Cristo (1 Co. 15:50-57).
El apóstol Pablo habla acerca del arrebatamiento, y se refiere
indirectamente a su inminente llegada cuando confiesa, “Mas nuestra
ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al
Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra,
para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya...” (Fil. 3:20-21). De la
misma manera, Pablo presenta como una de las marcas de la autenticidad de
la conversión de los tesalonicenses el hecho de que estuviesen “esperando
de los cielos a su Hijo” (tiempo presente) (1 Ts. 1:10). Pablo también
instruye a los atribulados tesalonicenses “con respecto a la venida de
nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él” (2 Ts. 2:1). En su debido
momento se explicará la importancia de estos pasajes como contextos que
hablan sobre el arrebatamiento.
La palabra arrebatamiento como tal no aparece en las Escrituras. Este
término se deriva del vocablo latino rapio, que significa agarrar o
arrebatar, y se basa en el “arrebatamiento” (harpazo) de la iglesia que se
menciona en 1 Tesalonicenses 4:17.
El Hogar de la Iglesia
Ubicació n del Hogar
El ú ltimo hogar del cuerpo de Cristo se llama “la casa del Padre”, hacia
la cual los santos será n llevados tras el arrebatamiento, cuando él venga a
tomarlos a sí mismo (Jn. 14:1-3). Esta promesa, dada en las mismas
vísperas de la crucifixión y muerte de Cristo, era en sí misma una nueva
información acerca de su segunda venida. Hasta esa fecha los santos habían
esperado un día de resurrección en el que Dios vendría y moraría en la
tierra con ellos para siempre en su glorioso reino. Ahora se les decía a los
creyentes acerca de la perspectiva de la ausencia de Cristo, durante la cual
él prepararía moradas para ellos en una dimensión no terrenal, en un lugar
que él llamaba “la casa del Padre”. El Señor ascendió al cielo al finalizar su
ministerio post-resurrección, y era a ese mismo plano o dimensión que los
creyentes serían llevados, donde estaba la casa del Padre.
Esto ha representado un problema para los postribulacionistas, quienes
plantean que solo ocurrirá un arrebatamiento de santos en el aire, seguido
por un descenso instantá neo a la tierra. Gundry, por ejemplo, analiza
concienzudamente estos versículos intentando interpretar que la iglesia no
irá al cielo en esta venida de Cristo. É l dice que las moradas son “moradas
espirituales en la misma persona de Cristo”. Luego sugiere que el hecho de
preparar un lugar “fá cilmente se presta para referirse” a nuestra posición en
Cristo.56 Pero la frase “fá cilmente se presta” es, como mínimo, una
exageración.
La ubicación del hogar de los santos de la iglesia (o sea, la casa del Padre
en el cielo) también puede interpretarse como la nueva (Ap. 21:2, 10, 21,
23) o celestial Jerusalén.
Los Habitantes del Hogar
Los santos de la iglesia
La Nueva Jerusalén es la residencia oficial de los santos de la iglesia
durante las fases milenarias y eternas del reino de Dios. Se le llama “la
esposa del Cordero” (Ap. 21:9; ver v. 2), título que conviene a la posición
majestuosa y co-entronizada de la iglesia con Cristo el rey en la era
mesiá nica. A la ciudad se le llama la esposa de Cristo porque la iglesia se
casará con Cristo en una gran ceremonia celestial (Ap. 19:6-10).
Otros santos
Otros santos también tienen acceso a la ciudad, aunque ésta no parece ser
su residencia oficial como tal. Estos otros santos vivirá n en la tierra durante
el Milenio y en otras partes de la nueva tierra en el reino eterno. Existen
indicios de la presencia de otros santos que no son los de la iglesia en la
Nueva Jerusalén. Estos serían: (1) Hebreos 11:10— Abraham estaba
esperando “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor
es Dios”; (2) Hebreos 11:16— “Pero anhelaban [los que murieron en fe]
una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergü enza de llamarse
Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad” y (3) Apocalipsis 21:24
— “Y las naciones que hubieren sido salvas andará n a la luz de ella; y los
reyes de la tierra traerá n su gloria y honor a ella”.
El Dios trino
Aunque no se menciona al Espíritu Santo específicamente en los textos
siguientes como parte de la trinidad, él está presente implícitamente.
Aunque Dios es omnipresente él ha escogido localizar la manifestación de
sí mismo. Al parecer la Nueva Jerusalén es el lugar donde Dios localizará
eternamente su morada: Apocalipsis 21:3— “Y oí una gran voz del cielo
que decía: He aquí el taberná culo de Dios con los hombres, y él morará
con ellos;
y ellos será n su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios”.
Apocalipsis 21:22-23— “Y no vi en ella templo [en la Nueva Jerusalén];
porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La
ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la
gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera”.
Los ángeles
Se dice de la iglesia de los primogénitos que se ha “acercado al monte de
Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de
muchos millares de á ngeles” (He. 12:22).
La Doctrina de la Tribulación
Té rminos Bíblicos Usados Para Describir la
Tribulació n
Existen varias palabras o términos utilizados en las Escrituras para
describir el período de la Tribulación. (1) La Tribulación. En el uso general
neotestamentario la palabra tribulació n (thlipsis) significa problema,
persecució n o aflicció n. En la escatología se refiere a un período de tiempo
futuro, una era de gran angustia en la que Dios derramará sus justos juicios
sobre la tierra. Mateo habla de una “gran tribulación” (Mt. 24:21) y “e
inmediatamente después de la tribulación de aquellos días” (Mt. 24:29).
Juan ve una multitud incontable, y se le explica que se trata de “los que han
salido de la gran tribulación” (Ap. 7:14).
(2) La hora de la prueba. Cristo le promete a la iglesia de Filadelfia, y a
todas a las que ésta representa: “Por cuanto has guardado la palabra de mi
paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir
sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra” (Ap.
3:10).
(3) Un tiempo de angustia o aflicción. Este aspecto de la tribulación está
relacionado especialmente con Israel y tiene lugar en la segunda mitad del
período. Daniel lo llama “tiempo de angustia” para su pueblo, Israel (Dn.
12:1), y Jeremías lo denomina “tiempo de angustia para Jacob” (Jer. 30:7).
(4) Período de indignación o ira. Aquí la indignación se refiere a la ira de
Dios que se derrama en la tribulación. La visión de Daniel del carnero
(Persia) y el macho cabrío (Greco-Macedonia) adquiere una dimensión
escatológica denominada el “fin de la ira” que pertenece al “tiempo del fin”
(Dn. 8:19). Como Grecia es el tercer reino en la estatua de metal (Dn. 2) y
también la tercera bestia (Dn. 7), esto sugiere que habrá una etapa
escatológica en el tercer imperio (un imperio griego revivido) así como un
cuarto (una Roma revivida) que interactuará n en la escena internacional
durante la tribulación. Al remanente de Israel en la tribulación se le dice:
“Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas;
escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación”
(Is. 26:20). Pablo literalmente denominó a la Tribulación, “la ira venidera”
(1 Ts. 1:10), y Juan habla sobre la Tribulación diciendo que será un tiempo
en el que la ira de Dios y del Cordero vendrá n, de forma tan terrible que
la gente les pedirá a las
peñas y a los montes que caigan sobre ellos (Ap. 6:16- 17).
(5) El día del Señor. El día del Señor es un período de aflicción y
angustia, tras el cual habrá un tiempo de paz y dicha. El primer aspecto del
día del Señor es la Tribulación, descrita por ejemplo, por el profeta Zacarías
tras el exilio: “He aquí, el día de Jehová (layahweh) viene, y en medio de ti
será n repartidos tus despojos. Porque yo reuniré a todas las naciones para
combatir contra Jerusalén...” (en las etapas culminantes de la batalla de
Armagedón) (Zac. 14:1-2).
El Tiempo de la Tribulació n
Tras el arrebatamiento de la iglesia tendrá lugar la tribulación, y después
de ésta vendrá el milenio. Los argumentos que apoyan el arrebatamiento
pretribulacional de la iglesia sostienen esta postura. En la secuencia de
Mateo 24:29-31 se puede comprender que el período tribulacional
precederá al reino milenario de Cristo (la secuencia sería: la Tribulación, la
venida de Cristo, el arrepentimiento de los judíos, y la reunificación en la
tierra para esperar el reino mesiá nico de Cristo).
E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se
oscurecerá , y la luna no dará su
resplandor, y las estrellas caerá n del cielo, y las potencias de los
cielos será n conmovidas. Entonces aparecerá la señal
del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces
lamentará n todas las tribus de la tierra, y verá n al Hijo del
Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria.
Y enviará sus á ngeles con gran voz de trompeta, y juntará n a sus
escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el
otro.
La Cronología de la Tribulació n
Los siete añ os
La Tribulación es un período de siete años, lo cual se interpreta de la
profecía de las “setenta semanas” de Daniel 9:24-27. La profecía de las
setenta semanas fue diseñada para mostrar que el regreso de los cautivos de
Babilonia no implicaría la restauración final de Israel a su tierra, ni tampoco
daría paso al tiempo del Mesías. Hasta el momento de la aparición de esta
profecía la venida del Cristo y su reino era inminente. Los profetas
hablaban del día del Señor, diciendo que estaba “cercano” (Jl. 1:15; 2:1; et
al.). La gran profecía del nacimiento de Cristo (Is. 7:14) transmite la idea de
que la posibilidad de la concepción virginal y el nacimiento de Cristo en
días de Isaías no era nada desdeñable. Sin embargo, la profecía de las
setenta semanas eliminó cualquier idea de inminencia y má s bien la
enmarcó en el período de 490 años que transcurrió entre los días de Daniel
y la venida del Mesías. (El comienzo del período de 490 años en el año 445
a. de C. ocurrió má s de un siglo después de la profecía de Daniel, que
aconteció en el año 551 a. de C. (Dn. 9:1; ver Neh. 2:1-8).
Las “semanas” o “sietes” (heptads) de esta profecía son unidades de
sietes y el contexto debe decidir los que las unidades representan. Aquí se
trata de unidades de siete años cada una, debido a las razones contextuales
siguientes. (1) La preocupación de Daniel por los setenta años de cautividad
en Babilonia (Dn. 9:2). Su oración de sú plica establece una base para
comprender que las setenta semanas está n formadas por años. (2) El
concepto de año sabá tico (el séptimo año) del Antiguo Testamento le dio a
los judíos la idea de una semana formada por años (es decir, seis años de
trabajo que culminarían en el año séptimo como año de reposo para la
tierra; ver Lv. 25; Dt. 15). (3) Daniel sabía que los setenta años de exilio en
Babilonia eran parcialmente el resultado de la violación de 70 años
sabá ticos o 490 años (2 Cr. 36:21). (4) En Daniel 10:2-3 el profeta añade
las palabras “de días” tras la palabra “semanas”. Las versiones traducen esta
frase idiomá tica como “tres semanas completas” (LBLA) o algo similar. En
el idioma hebreo la frase dice literalmente “tres heptads de días”,
precisamente para establecer la diferencia de significado entre las semanas
del pasaje de Daniel 9:24-27. (5) Al analizar otros textos queda claro que la
ú ltima semana dura siete años y está dividida en dos secciones de tres
años y medio cada una (esto se mostrará má s adelante). Si la ú ltima
heptad es una unidad de siete años, también deben serlo las 69 heptads
anteriores. (6) La ú nica alternativa es recurrir al lenguaje o cifras
figurativos de tiempo indefinido, lo cual haría que las cifras precisas dadas
en la profecía prá cticamente no tuviesen sentido.
Dos mitades de tres añ os y medio cada una
Se puede decir que los años en esta profecía son años proféticos de 360
días, por dos razones. En primer lugar, la septuagésima semana (la
Tribulación) es un período de siete años formados por meses de treinta días.
La primera mitad de la septuagésima semana tiene 1260 días (Ap. 11:3, la
predicación de los dos testigos), y se dice que la segunda mitad consiste de
otros 1260 días (Ap. 12:6) o 42 meses (Ap. 11:2; 13:5). La ú ltima mitad
corresponde a “un tiempo, y tiempos [doble] y medio tiempo” en la profecía
de Daniel 7:25, 12:7 y Apocalipsis 12:14. Si la semana setenta consiste de
años de 360 días, es obvio que las primeras sesenta y nueve son iguales. En
segundo lugar, ya desde el Diluvio de Génesis existen indicios de que los
cá lculos se basaban en años de calendario de 360 días. En Génesis 7:11 y
8:4 se plantea que hasta ese momento el diluvio había durado cinco meses,
y se dice que se trata de 150 días.
La ruptura del primer sello (la salida del jinete del caballo blanco—el
anticristo) marca el comienzo oficial de los siete años de la tribulación (Ap.
6:1-2; Dn. 9:27). La segunda venida de Cristo durante la batalla de
Armagedón pone fin a la Tribulación. A menudo se piensa que el
arrebatamiento de la iglesia da inicio a la tribulación y esto es cierto en
sentido general. Sin embargo, estrictamente hablando, el comienzo oficial
ocurre tras la ruptura del primer sello, y esto ocurre tras el arrebatamiento y
el Tribunal de Cristo. Parece haber muy poco tiempo entre el
arrebatamiento y la ruptura del primer sello para el Tribunal de Cristo y la
organización de la escena del tribunal, en el cual se pronuncian los juicios
que preceden al establecimiento del reino (Ap. 4—5).
Definición de Milenio
Como definición general, el reino milenario es el gobierno y reino de
Jesucristo en la tierra durante mil años después de la tribulación.1 Tanto las
Escrituras como los eruditos se refieren a él de diversas maneras, tales
como el milenio, el reino milenario, el reino de Dios (Lc. 21:31), el reino
de los cielos (Mt. 3:2; ver 2 Ti. 4:18), el reino davídico, el reino mediador,
el reino mesiánico, el reino teocrático, o sencillamente los mil años (Ap.
20:1- 7).
Una definición formal del reino milenario o mediador posee tres
aspectos: (1) El gobierno de Dios a través de un representante escogido
divinamente, (2) Un gobierno que hace referencia especial a la tierra y (3)
Un gobierno que tiene como su gobernante mediador a uno que siempre es
miembro de la raza humana.2
El Tiempo del Milenio
El milenio vendrá tras el período de la tribulación en la tierra. En la
interpretación de Daniel del sueño del rey de la estatua metá lica, el
gobierno mesiá nico viene “en los días de estos reyes” (Dn. 2:44). Esta frase
se refiere a los diez dedos de los pies, la confederación de diez naciones de
la Tribulación. Es ahí que el reino de piedra, el reino del Mesías o el
milenio, se establece y llena la tierra. La profecía de Cristo en el discurso
del monte de los Olivos dice, “cuando veá is que suceden estas cosas [los
acontecimientos de la tribulación], sabed que está cerca el reino de Dios”
(Lc. 21:31). Los 75 días de Daniel 12:11-12, que transcurren entre la
tribulación y el inicio oficial del milenio, al parecer sirven para purificar el
ambiente tras la tribulación y para dejar la tierra lista para el reino
mesiá nico.
El milenio vendrá cuando Cristo y la iglesia desciendan del cielo al final
de la Tribulación. El discurso del monte de los Olivos que muestra Mateo
establece el tiempo de su llegada: “E inmediatamente después de la
tribulación de aquellos días” el Señor regresa y finalmente establece su
reino (Mt. 24:29-51). El relato de Lucas dice lo mismo con palabras
ligeramente diferentes: “Así también vosotros, cuando veá is que suceden
estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios” La frase “estas cosas”
hace referencia a los acontecimientos de la tribulación. Juan describe la
inauguración del reino milenario, cuando Cristo y sus ejércitos en caballos
blancos descienden del cielo a la tierra para dar por concluida la batalla de
Armagedón y para establecer el gobierno de los mil años (Ap. 19:11—
20:6).
El Aspecto Espiritual
Este es el aspecto fundacional o fundamental, sin el cual el reino de Dios
no podría existir. Es el aspecto integrador. Isaías compara esta faceta con el
sacar agua de las “fuentes de la salvación” inagotables (Is. 12:1-6,
especialmente el v. 3). Ezequiel habla de la promesa divina de que en esta
edad dorada, Dios esparciría agua limpia en los habitantes y les daría a
todos un nuevo corazón (Ez. 36:24-28), símbolos de regeneración y de
purificación moral.
Zacarías predijo la venida de Cristo en gloria: “...he aquí tu rey vendrá a
ti, justo y salvador” (Zac. 9:9). El texto usa el verbo yasha‘ en su raíz nifal
y pudiese interpretarse como un nifal antiguo o como reflexivo de la raíz
qal (“mostrá ndose como un salvador”) o como el pasivo del qal, que es má
s frecuente (“dotado, provisto, o vestido de salvación”). La diferencia en
el significado es leve. La frase “él es salvo” como voz pasiva, constituiría
un concepto excepcional y algo insustancial refiriéndose a Cristo.
Jesú s, haciendo uso de la terminología del Antiguo Testamento, le dice a
Nicodemo: “...el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”
(Jn. 3:3), para después explicar que se trataba de “nacer de agua y del
Espíritu” (v. 5).
Al analizar este aspecto del milenio, no debemos caer en el dualismo
platónico y sustituir la idea de intangible por el concepto de espiritual. En
el pensamiento bíblico una bendición espiritual puede ser algo totalmente
tangible o material (p. ej. el cuerpo espiritual de santos glorificados—1 Co.
15:44). Una bendición así es sencillamente causada o sustentada por el
Espíritu Santo. Por ende un reino espiritual puede, al mismo tiempo, ser
terrenal y literal. Todas las bendiciones espirituales del reino milenario
ocurren en un contexto empírico (p. ej. Ez. 36:29-30) y sin ningú n
conflicto censurable, excepto en las mentes de algunos teólogos y
comentaristas.
El Aspecto É tico
Este aspecto involucra un reajuste de los valores morales, del está ndar
objetivo mundial de lo que es correcto, y una valoración certera de la
verdadera moralidad, pues la verdad apoyará al reino. En Isaías 40:3-
4, las metá foras que se usan para indicar los movimientos terrestres
hacen referencia a un cambio en los valores morales
a través del nuevo nacimiento. É stos preparan el terreno
para el reino mesiá nico. El mismo profeta predice que el rey mesiá
nico “por medio de la verdad traerá justicia” (Is. 42:3). Y a cada
cual se le llamará y se le tratará segú n su cará cter moral:
“El ruin nunca má s será llamado generoso, ni el tramposo será llamado
espléndido” (Is. 32:5).
El Aspecto Social
Se restaurará una completa equidad social. Se abolirá n las guerras. La
justicia económica será una realidad. Los lugares yermos será n renovados.
La sociedad milenaria contará con multitud de beneficios similares a estos.
La abolición de la guerra será posiblemente la mayor bendición social
imaginable, pues todos los instrumentos bélicos y las monumentales sumas
de dinero destinadas a mantener a los ejércitos mundiales permanentes
será n dirigidas nuevamente para ser utilizadas en emprendimientos de paz
y productividad (Is. 2:4). Los ciudadanos del reino “reedificará n las ruinas
antiguas, y levantará n los asolamientos primeros, y restaurará n las
ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones” (Is. 61:4). Las
personas disfrutará n de todo el potencial de su inteligencia, laboriosidad e
iniciativa en la seguridad económica y el clima de paz que imperará n en el
milenio. “Edificará n casas, y morará n en ellas; plantará n viñas, y comerá
n el fruto de ellas. No edificará n para que otro habite, ni plantará n para que
otro coma” (Is. 65:21-22). En la visión de Miqueas de la edad de oro y
del valor de cada ciudadano del reino, él predice, “Y se sentará cada uno
[naciones, pueblos] debajo de su vid y debajo de su higuera, y no
habrá quien los amedrente; porque la boca de Jehová de los ejércitos
lo ha hablado” (Mi. 4:4). Esta es una ilustración de paz y justicia
económica.
El Aspecto Físico
Algunos de las bendiciones físicas son un clima beneficioso, una
agricultura fructífera y fértil, cambios en la fauna, eliminación de las
enfermedades y malformaciones. El ser humano se verá libre de los riesgos
que son habituales en la vida. Por ejemplo, Dios prometió que un “dosel”
estaría sobre “toda gloria” brindando abrigo y escondedero (Is. 4:5-6). Al
parecer se tratará de algú n tipo de escudo protector que posibilitará la
existencia de un clima muy beneficioso para (al menos) el centro del
gobierno y religión del reino. Una lluvia regulada y sobrenatural caerá
en forma de “lluvias de bendición” y así “el á rbol del campo dará su fruto,
y la tierra dará su fruto” (Ez. 34:26-27). Se recogerá n cosechas sin
precedentes por su superabundancia, las cuales creará n un problema feliz
para los que plantan y siegan, pues “el que ara alcanzará al segador, y el
pisador de las uvas al que lleve la simiente” (Am. 9:13). El verbo
“alcanzará ” (nagash, acercarse, aproximarse) sugiere que las cosechas
será n tan abundantes que no se podrá n recoger completamente antes
de que los que preparan el terreno para la cosecha siguiente quieran
comenzar su labor.
Los animales se volverá n dóciles hasta el punto de que sus instintos
carnívoros y voraces quedará n dominados, como era en el Edén (Is. 11:6-
8; Sal. 91:13). Los ciudadanos disfrutará n al verse libres de los
peligros y
escollos normales de la vida cotidiana: “Pues a sus á ngeles mandará acerca
de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevará n, para
que tu pie no tropiece en piedra” (Sal. 91:11-12). Ningú n ciudadano de
laera milenaria tendrá que decir, “Estoy enfermo”, y la ceguera, la sordera
y la mudez desaparecerá n (Is. 35:5-6).
El Aspecto Político
Existirá una autoridad internacional —el Rey en persona. Habrá también
una capital política internacional: Jerusalén o el monte Sion será la “La
ciudad del gran Rey” (Sal. 48:1-2). Cristo solucionará con equidad las
disputas entre las naciones (Is. 2:4— “Y juzgará entre las naciones”), y
sobre sus hombros descansará el gobierno universal (Is. 9:6-7).
El Aspecto Eclesiástico
El término eclesiástico hace referencia aquí a lo externo de la religión —
el lugar, las formas y los factores externos relacionados con la adoración.
Tal vez fuese má s adecuado emplear el término litú rgico. Existirá un rey-
sacerdote—el Mesías será un sacerdote en su trono (Zac. 6:12-13). Se
tratará en efecto de la unión de la iglesia y el estado, y la religión estatal
oficial será la adoración a Jehová , el Dios vivo y verdadero. El
templo milenario fungirá como centro internacional de adoración, y será
“casa de oración para todos los pueblos” (Is. 56:7). Este templo
incluirá un sacerdocio (Ez. 44:10-31), se celebrará n las fiestas de la
pascua (Ez. 45:21), de los taberná culos (Zac. 14:17-19), y otros días
sagrados (Ez. 45:17). A Israel como nación se le otorgará nuevamente la
primacía como mediador religioso mundial (Is. 61:6), cumpliéndose
así la disposición de su privilegio original como “reino de sacerdotes”
(É x. 19:5-6). Por ejemplo, el hurto y el perjurio manifiestos será n
purgados de la tierra sumariamente, prá cticamente en el acto (Zac. 5:4-
5).4 Y se les prohibirá definitivamente a los profetas falsos y apóstatas
que difundan sus mentiras, so pena de ejecución inmediata (Zac. 13:2-6).
Todos ellos será n juzgados rá pida y justamente, porque querrá n violar
licenciosamente y de manera sediciosa el orden teocrá tico y la fe
establecidos.
La Organización del Reino Milenario5
El reino milenario se divide en cuatro capas o niveles administrativos en
su organización. Esto tiene que ver con la función del gobierno del reino
solamente, y no con la felicidad o el gozo personal de sus ciudadanos. Será
la manera escogida por Dios en la cual “nosotros el pueblo” estaremos
configurados en la sociedad.
Implicaciones
Jesú s apunta que el incidente de la zarza que ardió cuando Moisés estuvo
en el Sinaí, fue una enseñanza sobre la resurrección corporal. Dios le dijo a
Moisés en esa ocasión, “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios
de Isaac, y Dios de Jacob” (É x. 3:6). Aunque puede parecer algo enigmá tico
para los intérpretes modernos, Jesú s da a entender aquí que este texto
enseña la inmortalidad corporal. La ocasión de su enseñanza se dio a raíz de
la pregunta capciosa que le hicieron los saduceos, quienes le preguntaron
qué sucedería en el cielo a una mujer que, en la tierra, había tenido siete
esposos. En otras palabras, le preguntaron con cuá l de ellos estaría ella
casada en el cielo. Jesú s respondió primero con una reprimenda,
criticá ndolos severamente por ignorar la Palabra y el poder de Dios. Luego
procedió a decirles que en la resurrección no habrá relaciones
matrimoniales. Como evidencia se refirió al incidente de Dios y Moisés en
la zarza, donde Dios le dijo que él era el Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob. La conclusión, que en palabras de Jesú s, debía ser obvia, es, “Dios
no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mt. 22:23-33).
Textos
Existe toda una variedad de textos pertenecientes a varios períodos de la
historia del Antiguo Testamento que muestran que la resurrección es la
esperanza de los santos. Ya desde la época patriarcal, Job expresó su fe, “Yo
sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y despué sde
deshecha esta mi piel, en mi [ preposición min] carne he de ver a Dios” (Job
19:25-26). En el siglo diez a. de C., David expresó su confianza en la
resurrección corporal: “Porque no dejará s mi alma en el Seol” (Sal. 16:10;
ver Hch. 2:29-32); “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré
satisfecho cuando despierte a tu semejanza” (Sal. 17:15); y “Pero Dios
redimirá mi vida del poder del Seol, porque él me tomará consigo” (Sal.
49:15).
Desde el siglo ocho a. de C., Isaías profetizó que durante el reino de Dios
se vería el triunfo de la resurrección sobre la muerte: “Destruirá a la muerte
para siempre” (Is. 25:8; ver 1 Co. 15:54). En una profecía sobre la
resurrección premilenaria de los santos del Antiguo Testamento, o sea,
aquellos que fueron antes de la cruz, Dios también prometió la certeza de la
resurrección a través de Isaías: “Tus muertos vivirá n; sus [en hebreo, my]
cadá veres resucitará n. ¡ Despertad y cantad, moradores del polvo! ...
y la tierra dará sus muertos” (Is. 26:19). Otro profeta del siglo ocho a.
de C. brinda un comentario esperanzador muy similar, “De la mano del
Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte;
y seré tu destrucción, oh Seol; ...” (Os. 13:14; ver 1 Co. 15:55).
Llegando al final del siglo seis a. de C., encontramos que una de las
ú ltimas palabras proféticas de Daniel fue una promesa de la resurrección
escatológica de los santos: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la
tierra será n despertados, unos para vida eterna, y otros para vergü enza
y confusión perpetua” (Dn. 12:2). Aunque algunas versiones de la
Biblia hacen que esta profecía parezca hacer referencia a una resurrección
y juicio generales (p. ej. la RVR60), se trata aquí realmente de un
acontecimiento selectivo; es decir, de una resurrección de creyentes a la
vida eterna. En el pasaje se dice que “muchos”, no todos, será n
levantados para disfrutar de la vida eterna. El uso doble del vocablo ’elah
se traduce mejor como unos y aquellos, o éstos y los otros. El vocablo
“unos” se refiere a los “muchos” que resucitará n de entre los que
duermen en el polvo de la tierra; se trata de creyentes que será n
resucitados para vida eterna en el reino mesiá nico. Los “otros” o
“aquellos” son los que duermen y permanecen en sus sepulcros, y
resucitará n tras el milenio para vergü enza y confusión perpetua (o
sea, todos los incrédulos que enfrentará n el juicio final ante el Gran
Trono Blanco).
La Unidad de la Personalidad Humana
En la teología del Antiguo Testamento se considera al hombre como un
ser completo y unificado (material e inmaterial, o como un cuerpo, un alma
y un espíritu en una cohesión funcional) y no se considera abstractamente
como una persona dicótoma o tripartita. Segú n la ideología del Antiguo
Testamento, la muerte disolvía los componentes de la personalidad, y se
generaba un anhelo por volver a estar completos nuevamente. Los
habitantes de los tiempos veterotestamentarios ansiaban la llegada de un
período en el que los efectos de la muerte se aboliesen, y el hombre fuese
una persona completa nuevamente. La resurrección satisfacía ese deseo.
El Orden de la Resurrección
La resurrección no es un acontecimiento ú nico. La Biblia no enseña que
exista una “resurrección general”. La doctrina bíblica completa sobre la
resurrección incluye o abarca una serie de acontecimientos vinculados a la
resurrección, que se esbozan en 1 Corintios 15:22-26.
Porque así como en Adá n todos mueren, también en Cristo todos
será n vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las
primicias; luego los que son de Cristo en su venida; entonces vendrá
el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, después que haya
abolido todo dominio y toda autoridad y poder. Pues él debe reinar
hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y
el ú ltimo enemigo que será abolido es la muerte (LBLA).
La palabra “orden” (tagma) que aparece en el versículo 23 es un término
militar que denota rango, clase, divisió n o compañía. En este contexto
existen tres rangos o compañías representadas en la resurrección (vs. 23-
24): Cristo como primicias, los que son de Cristo en su venida y la
resurrección final. Existe una secuencia temporal explicada por las palabras
“luego” (epeita) y “después” (eita). El término tagma como tal no denota el
orden de la sucesión, pero los adverbios de temporalidad indican una
secuencia de acontecimientos en la resurrección.
La Resurrecció n Final
La frase, “Luego el fin [telos]” (1 Co. 15:24), no significa simplemente el
tiempo del fin escatológico en sentido general, sino que en este contexto se
refiere a otro tiempo en el orden (tagma) de la resurrección. Estos son los
incrédulos de todos los tiempos, los “otros muertos [que] no volvieron a
vivir hasta que se cumplieron mil años” (Ap. 20:5). Las dos excepciones
son la bestia y el falso profeta, quienes, mil años antes, habrá n sido
resucitados, juzgados y remitidos al lago de fuego (Ap. 19:20).
La resurrección final ocurrirá tras el milenio como parte de los
acontecimientos transitorios que tendrá n lugar entre la fase mediadora y la
fase eterna del reino de Dios. Gordon Lewis y Bruce Demarest plantean
correctamente que el término telos “connota el fin del proceso de la
resurrección que involucra a los muertos impíos”.3 Juan describe la
resurrección final diciendo que es la resurrección de todos los fallecidos
incrédulos de todas las épocas, con el objetivo de que comparezcan en el
juicio final de los incrédulos ante el Gran Trono Blanco (Ap. 20:11-14).
Esta resurrección ocurrirá cuando Cristo “entregue el reino al Dios y Padre”
(1 Co. 15:24).
El Tribunal de Cristo
El tiempo
El tiempo del tribunal de Cristo será inmediatamente después del
arrebatamiento de la iglesia. Pablo instruyó a la iglesia de Corinto, “Así
que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual
aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de
los corazones” (1 Co. 4:5). El apóstol, ya a punto de morir, se aferraba a la
certeza de que le estaba “guardada la corona de justicia, la cual me dará el
Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que
aman su venida (2 Ti. 4:8). Una de las ú ltimas palabras de Cristo a
su iglesia fue, “He aquí yo vengo pronto, y mi galardó n conmigo, para
recompensar a cada uno segú n sea su obra” (Ap. 22:12). Si los veinticuatro
ancianos de Apocalipsis 4:4 representan a los santos arrebatados de las
iglesias, lo cual parece probable, sus coronas sugieren que ya han pasado
por el trono de Cristo y han sido debidamente recompensados. En ese
sentido, ya habrá n asumido sus cargos como jueces asociados en el gran
tribunal del cual provienen los juicios de los sellos, las trompetas y las
copas.
Wayne Grudem (como casi todos los postribulacionistas) combina el
tribunal de Cristo, el juicio de las ovejas y los cabritos (Mt. 25) y el juicio
ante el Gran Trono Blanco (Ap. 20) en un solo juicio, que segú n él,
ocurrirá tras el milenio.7 En ninguna forma de postribulacionismo se
informa acerca de una fecha funcional en la cual ocurrirá el tribunal
de Cristo, debido a que, durante el arrebatamiento, los santos ascenderá
n y descenderá n de
forma instantá nea, y todo ocurrirá en un abrir y cerrar de ojos. Un
arrebatamiento así descarta la existencia de tiempo suficiente para que
tenga lugar el tribunal de Cristo. Por tanto, es necesario combinarlo con
otro juicio o incluso con dos. Pero esto frustra los propósitos ú nicos de
cada uno de estos juicios.
El lugar
El tribunal de Cristo tiene lugar en el cielo inmediatamente tras el
arrebatamiento. El destino final de la iglesia, después del arrebatamiento, es
“la casa del Padre” (Jn. 14:1-3), un término utilizado para designar al cielo.
Es allí donde Cristo retornó al Padre, es allí donde él está preparando
moradas eternas para aquellos que pertenecen a su Cuerpo y es a ese lugar
adonde él los llevará cuando él venga antes de la tribulación. Los ancianos
con coronas, que representan a los santos de la iglesia que han sido
arrebatados y recompensados, estará n en el cielo, segú n la visión de Juan
(Ap. 4:1, 4).
Los participantes
Solo los santos de la iglesia participan en el arrebatamiento y solo los
santos de la iglesia, por tanto, participará n en el juicio inmediatamente
después de su resurrección y traslado durante la venida secreta de Cristo. En
2 Corintios 5:10 la palabra “nosotros” (en la frase “es necesario que todos
nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo”) debe referirse a los
santos de la iglesia; la carta a los corintios fue escrita para los santos de la
iglesia. La epístola de Pablo a la iglesia en Roma dice algo similar, “Porque
todos compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Ro. 14:10).
También, el proceso de eliminación hará que solo queden santos de la
iglesia para ser juzgados en el trono de Cristo. Esto se hará evidente al
analizar los juicios finales que ocurrirá n después.
Las bases
Aquí las bases del juicio será n las obras que cada creyente habrá llevado
a cabo después de su salvación. Pablo se refiere a este juicio llamá ndolo,
“el día” (1 Co. 3:13). Aquí él alude al escrutinio divino durante el juicio de
aquellos que ministran en la iglesia de Cristo en sus expresiones locales. Su
consejo al respecto es, “...yo como perito arquitecto puse el fundamento, y
otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica” (1 Co. 3:10).
Pablo había puesto el fundamento doctrinal de la iglesia neotestamentaria y
otros construirían sobre ese fundamento. El apóstol advierte que “la obra de
cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará , pues por el fuego
será revelada; y la obra de cada uno cuá l sea, el fuego la probará ”.
La “obra” a la que aquí se hace referencia es, sin dudas, el servicio de
calidad a la iglesia local que se hace para Cristo. Sin embargo, no se
puede excluir totalmente el principio general de las obras.
El mismo apóstol apunta que aquí las bases del juicio son las cosas que el
creyente “haya hecho mientras estaba en el cuerpo” (2 Co. 5:10). Pablo se
refiere a las obras que el creyente hará inevitablemente y que manifestará
n la experiencia de regeneración, así como a las naturalezas resultantes
del creyente; algunas obras será n buenas y otras malas. Aquí parece
mejor interpretar las obras “buenas” y “malas” como obras
recompensables o no recompensables.
Los resultados
El juicio del trono de Cristo para los creyentes de la era de la iglesia
traerá consigo recompensas apropiadas para ellos. Los juicios finales no
determinan dónde la persona pasará la eternidad. Ya eso ha sido
determinado antes de que el creyente comparezca siquiera ante Dios en
juicio. Los resultados de ese juicio son recompensas por el servicio, pues
éste es evidencia de la perseverancia del creyente en la experiencia
cristiana. Má s adelante se explorará este tema a profundidad, cuando
analicemos la relación que existe entre las recompensas y la vida eterna.
La obra que hace el ministro al construir sobre el fundamento de la iglesia
institucional que Pablo fundó se describe diciendo que es como madera,
heno, hojarasca, oro, plata o piedras preciosas. Estas obras se probará n con
fuegos de juicios (1 Co. 3:12-13). Delante el trono de Cristo cada santo de
la iglesia “recibirá ” una recompensa apropiada por las obras que “haya
hecho mientras estaba en el cuerpo” (2 Co. 5:10). La palabra “recibir” es
una forma de referirse a las recompensas que se dará n, tal y como la
promesa de Pablo en Efesios 6:7-8: “sirviendo de buena voluntad, como al
Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése
recibirá del Señor, sea siervo o sea libre”.
Otros pasajes hablan sobre “recibir” o “cosechar” en el sentido de las
recompensas del juicio final. Pablo les instruye y les promete a los
colosenses, “Y todo lo que hagá is, hacedlo de corazón, como para el Señor
y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiré is la recompensa
de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23-24). Y a los
corintios él les enseñó, en conjunto con la mayordomía cristiana, “Pero esto
digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que
siembra generosamente, generosamente también segará ” (2 Co. 9:6). En la
pará bola de las minas o denarios (Lc. 19:12-27), aunque no se habla
directamente sobre el trono de Cristo, se da a entender que las recompensas
celestiales se otorgan teniendo en cuenta la responsabilidad o capacidad de
gobernar ciudades en el reino de Dios.
La relación entre las recompensas y la vida eterna8
Existe una diferencia entre recompensas y vida eterna
Esta es la opinión tradicional de varios dispensacionalistas tales como C.
I. Scofield, H. A. Ironside y muchos otros. Segú n esta teoría, las coronas y
la vida eterna son dos cosas diferentes; las coronas solo son recompensas
por el servicio cristiano. Existen cinco coronas que el creyente puede ganar
si es fiel en su servicio al Señor:
La corona de la vida, para los que aman al Señor. Santiago 1:12
1 Tesalonicenses
La corona del gozo para aquellos que ganan a otros.
2:19
La corona incorruptible por correr la carrera
1 Corintios 9:25
satisfactoriamente.
La corona de gloria para los pastores fieles. 1 Pedro 5:4
La corona de justicia para los que aman su venida. 2 Timoteo 4:8
No existe diferencia entre recompensas y vida eterna
Segú n este punto de vista la vida eterna en sí misma es la recompensa por
una vida de servicio y perseverancia.9 Esta teoría posee validez, como se
verá má s adelante, sin embargo, es inadecuada en sí misma.
Las recompensas son sinó nimo de vida eterna, o son una categoría
dentro de ella
Esta posición es esencialmente una combinación de las dos anteriores.
É sta plantea que la recompensa es en sentido general la misma vida eterna
(es decir, la corona de la vida, del regocijo, de la justicia etc.). Sin embargo,
dentro de la esfera de esa vida eterna existen varias categorías o niveles de
bendición y posición.10 Estas gradaciones dependen de las buenas obras de
cada creyente, determinadas en el juicio divino, y consistirá n de la
capacidad y oportunidad de servir y glorificar a Dios en su reino, tanto en
su fase milenaria como en su fase eterna.
El pasaje de Romanos 2:6-7 parece sugerir con gran énfasis que la vida
eterna puede ser una “recompensa” por las buenas obras. En este texto
Pablo habla sobre “el justo juicio de Dios” enseñando que Dios “... pagará a
cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien
hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad”.
Segú n esta teoría, los pasajes que hablan sobre la pérdida de la corona
individual (1 Co. 9:27; Ap. 3:11) o sobre el peligro de perder el galardón
completo (2 Jn. 8) aluden a la necesidad de que los santos perseveren en
medio de tentaciones y seducciones de diversos tipos. El verdadero creyente
no puede perder su salvación, sino que deberá continuar, y continuará
perseverando en la fe, en la sana doctrina y en las buenas obras, ganá ndose
ciertamente la vida eterna. En esta posición, las “coronas” de los creyentes
representan la fase final de la vida eterna (es decir, la vida eterna como una
meta, resultado o “recompensa” de una vida de perseverancia). Pero dentro
de la esfera de esa vida eterna existen varias categorías y capacidades en el
reino de Dios.
Coronas
Las coronas de los creyentes pueden ser literales, pero es posible que
también signifiquen algo mucho mayor. Es prá cticamente inconcebible que
la recompensa por una vida de servicio sacrificial y fiel obediencia a Dios
consista solamente en algunas libras de metal. Las coronas representan
diversos niveles de bendición o categorías dentro del reino de Dios.
La respuesta que Jesú s dio ante la pregunta de Pedro y otros es un
ejemplo que viene al caso (Mt. 19:27-29). Pedro le preguntó, “He aquí,
nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿ qué, pues,
tendremos?” A lo cual Jesú s respondió,
De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del
Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis
seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las
doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o
hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras,
por mi nombre, recibirá cien veces má s, y heredará la vida eterna.
Aquí la “regeneración” es el reino de Dios, y la recompensa de los
discípulos por su abnegación y por dejar todo por Cristo, sería obtener la
vida eterna en su ú ltima fase. Aquí se describe como su participación en el
orden social milenario, gobernando a las doce tribus de Israel.
La interpretación de Pablo es similar. É l parece prever algú n tipo
de proporción entre la resistencia de los creyentes en esta vida y su
capacidad para “gobernar” en el reino: “Si sufrimos, también reinaremos
con él” (2 Ti. 2:12). Y el escueto resumen que hace Juan acerca de la vida
en el reino eterno es, de algú n modo, un resumen también de la vida
eterna como tal: “...sus siervos le servirá n” (Ap. 22:3).
En un sentido teológico genuino y sustancial, la vida de servicio fiel y de
obediencia de un individuo que ya es salvo, es recompensada con la
irrevocabilidad de la vida eterna en sí misma, la cual consiste en posiciones
de bendición y de servicio eterno al Dios trino. Este servicio como
recompensa debe contar con la base ética de una obediencia previa por
parte del creyente, la cual será recompensada.
Pé rdida de la recompensa
Algunos creyentes sufrirá n la pérdida de su recompensa debido a que sus
obras, tras ser salvos, fueron no recompensables, o porque el pecado y el
egoísmo corrompieron sus motivos, o porque su desobediencia abierta
provocó el castigo de Dios sobre ellos. Estos tendrá n una capacidad de
servicio y bendiciones reducidas o disminuidas en el reino de Dios. Pablo
describe esta situación: “Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida,
si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Co. 3:15). La
misma idea prevalece en su reprensión a la iglesia de Corinto con respecto a
la mayordomía: “El que siembra escasamente, también segará escasamente”
(2 Co. 9:6).
Parece ser que cada creyente tendrá al menos algo de recompensa. Si la
perseverancia de los santos es importante, entonces ningú n creyente puede
estar totalmente desprovisto del fruto del Espíritu o de otras evidencias del
nuevo nacimiento, que se expresa a través de buenas obras. En 1 Corintios
4:5 también se indica esto: “...entonces cada uno recibirá su alabanza de
Dios”. Aquí posiblemente se sugiera que cada creyente recibirá cierta
alabanza por parte de su Juez.
También está el asunto del juicio final de los cristianos por sus obras y
por sus pecados no confesados.11 Las doctrinas de la justificación, la
perseverancia final de los santos y la seguridad eterna del creyente, entre
otras cosas, descartan la perdición eterna de una persona que ha sido
verdaderamente salva. Todos sus pecados, pasados, presentes y futuros son
perdonados y expiados por medio de la fe salvadora. Pero solo Dios en
Cristo puede desenredar todos los factores que se entrelazan en la vida y las
obras de cada individuo. Solo Dios puede verdaderamente evaluar los
efectos a largo plazo de nuestras acciones pecaminosas o justas. Solo él
puede comprender la perspectiva total de las cosas para recompensar lo que
es realmente recompensable, y retener la recompensa de aquello que no es
recompensable. Todas las recompensas por una vida entera de servicios,
testimonio, enseñanza o predicación no se perderá n necesariamente por
completo debido a un solo pecado o falta notoria de un creyente. El Dios
vivo será absolutamente justo y equitativo en la distribución de las
recompensas en el trono de Cristo.
El Juicio de los Santos del Antiguo Testamento
El tiempo
Aquí se trata de un juicio postribulacional que ocurrirá tras la
reunificación final de Israel en su tierra. El tiempo apropiado para este
juicio pareciera ser durante los setenta y cinco días de Daniel 12:3, 11-12.
Estos días transcurrirá n entre la segunda venida de Cristo, a la tierra, y la
inauguración oficial del milenio.
El lugar
El lugar no se describe, pero muy bien pudiera estar en conjunción con el
juicio de los judíos vivos que sobreviven a la tribulación. Esto ocurrirá en el
“desierto de los pueblos” (Ez. 20:35). Se trata posiblemente del á rea de
Cades-barnea, pues Dios lo compara con el juicio de Israel que tuvo lugar
tras el éxodo (Nm. 13—15): “Como litigué con vuestros padres en el
desierto de la tierra de Egipto, así litigaré con vosotros, dice Jehová el
Señor” (Ez. 20:36).
Los participantes
Los participantes en este juicio será n todos los creyentes que existieron
hasta el día de Pentecostés, fecha en que nació la iglesia y comenzó
oficialmente la dispensación de la gracia.
Las bases
Es difícil establecer con exactitud las bases de este juicio, pues sus
participantes provienen de diversas dispensaciones, cada una de las cuales
abarca distintas cantidades de revelación. Se podría decir de forma general
que el juicio de estos santos del Antiguo Testamento se basa en su fidelidad
a sus distintas responsabilidades dispensacionales.
Daniel afirma simplemente que las bases consisten en tener
entendimiento (o sabiduría) y guiar a muchos a la justicia (los caminos de
Dios) (Dn. 12:3). El término “entendidos” (maskil) transmite la idea de
prudencia y prosperidad. Significa actuar de manera tal que se logre
completar de forma satisfactoria la tarea asignada. El significado de la frase
“los que enseñan la justicia a la multitud” es evidente. Ambos requisitos
implican fidelidad y obediencia ante los mandatos y obligaciones impuestos
por Dios, incluyendo la necesidad de tener una fe salvadora personal.
Los resultados
Dios dice que los que será n recompensados en este juicio “resplandecerá
n como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a
la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dn.12:3). En otro
pasaje, al hablar de un grupo específico de estos santos, Dios dice, “Y
será n para mí especial tesoro... en el día en que yo actú e; y los
perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve” (Mal.
3:17). Estas expresiones aluden a roles de privilegio y responsabilidad en
el gran reino mesiá nico, que es la fase final del andar del creyente del
Antiguo Testamento con el Dios de su pacto.
Para Siempre
La frase es eis ton aiona, comú nmente traducida para siempre (ver, ej.,
Jud. 13—“para las cuales [los apóstatas] está reservada eternamente la
oscuridad de las tinieblas”).
Al explicar la idea bíblica de eis ton aiona, se puede observar su
conexión con la idea de la durabilidad eterna literal, tal y como es la del
creyente que tiene vida eterna (Jn. 6:51), la de las ovejas del Señor que no
perecerá n sino que tienen vida eterna (Jn. 10:28; a la vida eterna se le
puede llamar vida para siempre), la de la eternidad del Dios-hombre (Jn.
12:24), la del sacerdocio eterno de Cristo segú n el orden de Melquisedec
(He. 1:8), la de la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1 P.
1:23) y la vida para siempre de quien hace la voluntad de Dios (1 Jn 2:17).
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