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Texto de Alejandro Dolina” Cómo reconocer a un artista”

A lo largo de la historia, muchas personas inteligentes han reclamado el


establecimiento de normas precisas para reconocer puntualmente a un
artista.Ocurre que mientras resulta relativamente fácil distinguir a un
plomero de un impostor, la condición artística puede fingirse durante largos
períodos sin que nadie sospeche el engaño.El arte es un sutil asunto y las
chambonadas no se hacen tan patentes como en la plomería: cuando una
canilla gotea, uno ve el agua y se moja con ella; cuando un poema está mal
escrito, no hay cataclismos exteriores que lo denuncien.
Hay algo más: en la civilización moderna, los artistas suelen alcanzar
renombre y riqueza. Y ante estas recompensas, nada cuesta calcular que los
postulantes a artistas deben ser muy numerosos.A decir verdad, casi todas
las personas del mundo sienten alguna vez en su vida la tentación de
emprender tareas artísticas. Y muchos creen hacerlo sin haberse asomado
siquiera al más pequeño de los misterios.
El estudiante que dibuja la cara de su novia, el comerciante que se compró
un órgano eléctrico, la secretaria que busca palabras que rimen con
Remigio, el publicitario que diseña anuncios para vender zoquetes, el
periodista que explica el funcionamiento de la defensa de San Lorenzo…
todos ellos habrán examinado sus módicas obras con un secreto orgullo de
artistas. Sin embargo, los hombres de corazón saben bien que el arte es otra
cosa, más cercana al llanto y a la fatalidad que al pasatiempo y al ingenio de
los bachilleres.
Uno de los intentos más serios que se hicieron para terminar con la
proliferación de falsos artistas, fue la creación de la escuela integral El Arte
Sano.Esta institución del barrio de Flores se proponía enseñar lo poco que
puede enseñarse en estos asuntos y –fundamentalmente– someter a sus
alumnos a pruebas durísimas cuyo improbable cumplimiento permitía
obtener la ya legendaria tarjeta azul del artista sin cuento. Esta distinción –
que nadie alcanzó jamás– acreditaba al poseedor como hombre de
verdadero espíritu artístico y, según dicen, permitía obtener descuentos en
algunas farmacias.Vale la pena examinar ciertos aspectos del
funcionamiento de esta escuela.La primera materia que se cursaba era
Incomprensión del Artista. Durante el curso los postulantes recitaban sus
poemas, exhibían sus cuadros o cantaban sus canciones ante una mesa
examinadora integrada por karatecas, médicos, cirujanos, vigilantes de la
43ª y patoteros profesionales. Estas personas se burlaban de los alumnos,
los insultaban y llegado el caso los echaban a patadas. Es decir, seguían el
criterio de Van Wyck Brook, quien –citado por Sabato– afirma que el artista
necesita de cierta aspereza en el ambiente para revelarse o quizá para
rebelarse. Los halagos y el aliento de los amigos y favorecedores generan
una atmósfera complaciente. Y ya se sabe que no hay peor cosa que un
artista satisfecho de sí mismo.El segundo curso consistía en realidad en una
continuación del primero. La asignatura se designaba con el nombre de
Sufrimiento. Durante largos años, un grupo de educadores y personal
contratado se encargaban de promover la desdicha del discípulo. Cada uno
de los inscriptos era engañado por mujeres, atropellado por camiones y
sometido a toda clase de vejámenes, no sólo durante las clases sino
también en su vida particular.
Como se ve, los directores de la academia pensaban que el dolor y el arte
son inseparables. Se trata de un concepto interesante, pero hay que aclarar
que no todo dolor produce arte. Todos sabemos que Benjamin Franklin,
cuando niño, estudiaba de noche a la luz de una vela. Lo que no significa
que cualquier pibe que repita esta operación vaya a inventar el pararrayos.
Sin embargo, la escuela integral recomendaba la imitación de los genios. Y
así muchos alumnos repetían las pequeñas manías de los grandes
creadores, creyendo que con eso bastaba. Todavía hoy puede observarse
que cualquier sordo se cree Beethoveny que los mansfloras sienten que han
escrito El retrato de Dorian Gray.La disciplina de El Arte Sano era
sumamente severa. Se obligaba a todos los aspirantes a conducirse como
artistas en todas las horas de sus vidas. Esta medida se inspiraba en un
pensamiento acertado: no se puede ser artista en los ratos libres. Hay que
serlo siempre. Sin embargo, debemos confesar que el precepto se
observaba con demasiado rigor. Los inspectores recorrían la barriada y si
sorprendían a algún alumno destapando una canaleta, le gritaban:–¿Qué
clase de poeta es usted, que pierde tiempo en tonterías…? ¿Por qué no
reflexiona acerca de la soledad y la muerte, caramba?
Y ahí nomás lo expulsaban.No vaya a creerse que tanta insistencia en los
asuntos éticos implicaba un desdén por la técnica.Al contrario, los
programas educativos contemplaban la realización de complicadísimos
ejercicios de destreza: esculpir hormigas en mármol, escribir novelas
prescindiendo de la letra “e”, tocar la trompeta con un gajo de limón en la
boca, hacer zapateo americano en la arena y extraer en forma de soneto la
raíz cuadrada de 564.
Sin duda, la historia del arte es también –como decía Arnold Hauser– la
historia de los esfuerzos del artista por vencer las dificultades que se le
oponen.Pero esta loca gente de Flores razonó que cuanto mayor fuera la
cantidad de dificultades, más grande sería la obra obtenida. Por esa causa
se enseñaba siempre a elegir el camino más difícil. Lo que no está tan mal,
después de todo.
Los jerarcas de la escuela integral firmaron numerosas solicitadas abogando
por la implantación de la censura, entendiéndola precisamente como
escollo destinado a fomentar la imaginación y templar el espíritu. Cada vez
que alguna de sus publicaciones circulaba libremente, El Arte Sano ponía el
grito en el cielo denunciando el infame atropello de las autoridades al no
hostigar debidamente a los escritores.
En sus épocas de mayor esplendor, la institución de Flores cobijó diferentes
corrientes de pensamiento. Como siempre ocurre en el barrio del Angel
Gris, cada cuestión despertaba polémicas interminables y a cada momento
surgían grupos de signo opuesto.Por ejemplo, un sector docente sostenía
que la misión del arte es la obtención de la verdad. Suena bastante bien.
Pero hubo desaforados que pretendieron que todo lo verdadero es
artístico.Los más lúcidos hicieron la siguiente objeción: la lista de precios
del restaurante La Aurora es ciertamente una colección de verdades
irrefutables, sin que se advierta en ella el menor atisbo de arte. Más justo
sería decir que todo lo artístico es verdadero.
Un movimiento interesante fue el de los Vindicadores de la Torre de Marfil.
Afirmaban que los artistas con inquietud social estaban encerrados en otra
torre, tal vez de cemento, en la que sólo se podían ver las injusticias y el
sufrimiento, sin vislumbrar siquiera el amable mundo de las formas puras.
Finalmente, en un gesto grandioso, la dirección decidió demoler ambas
torres.
En épocas más recientes, un grupo de profesores jóvenes insistió en la
conveniencia de desmitificar el arte. Liberarlo de sus elementos mágicos y
académicos y bajarlo de su pedestal.Los resultados fueron más bien
lamentables. No resulta muy divertido que un mago explique sus trucos en
el escenario, ni que los actores representen sus papeles sentados en la
platea. Sin artificio no hay arte. Y todos sabemos que, en artísticas
cuestiones, muchas veces las cosas deben ser falsas para parecer
verdaderas. También se supo que estos profesores heréticos afirmaban que
un artista es un hombre como cualquier otro, blasfemia que les ocasionó el
despido.
Tampoco tuvo mucho éxito la corriente que reclamaba la activa
participación del público en las obras artísticas.Se intentaron exposiciones
en las que los cuadros eran terminados por los asistentes a la muestra.
Después, durante la representación de la ópera Falstaff, el director de la
orquesta le gritó al público:–¡A ver esas palmas…!
Más tarde, los poetas publicaron poesías a las que les faltaba el último
verso, para que el lector las completara. Por lo general lo hacían con rimas
chuscas y zafadas. Finalmente se realizó una experiencia teatral insólita: el
escenario había sido reemplazado por otra platea y otro gallinero, con
gente, acomodadores y carameleros. En un momento dado ya no se sabía
quiénes eran los actores y quién era el público, lo que daba lugar a toda
clase de confusiones.
Tantas bagatelas despertaban la reacción del cuerpo directivo. En sus
últimos años, la escuela integral fue más dura que nunca. Un maestro de
piano llegó a imponer a sus alumnos la tuberculosis obligatoria.Si bien es
cierto que El Arte Sano no nos dejó ningún artista, es necesario admitir que
por lo menos desenmascaró a más de un farsante.No es verdad que las
calamidades conduzcan el arte. Pero es indispensable hacer saber a todo el
mundo que para ser artista hay que pagar un alto precio. Debe uno
resignarse a estudiar las arduas cuestiones técnicas. Debe uno sufrir y
hacerse mala sangre allí donde otros pasan de largo. Debe uno aprender a
ver secretas señales donde nadie ha visto nada. Debe uno atormentarse
cuando siente que hay un verso que no será capaz de escribir nunca. Debe
uno seguir ciegamente misteriosos llamados que conducen casi siempre a
la desdicha. Debe uno pelear contra el destino, aun sabiendo que será
derrotado.
Después –si tiene suerte– es probable que obtenga fama y dinero. Pero ya
no le importará demasiado.La escuela demencial de Flores se ha disuelto
para siempre.Pero no es inoportuno recordar algunos de sus postulados
justamente ahora, cuando los fotógrafos y los locutores inscriben sus
nombres en la historia de la creación artística.Yo no sé, desde luego, qué
cosa es el arte. Sospecho, sí, que debe ser algo fatal.Y, como ya les dije
alguna vez, me parece que algo tiene que ver con el llanto.

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