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ESTUDIOS

M ICH O ACAN O S VIII

Bárbara Skinfill Nogal


Alberto Carrillo Cázares
Coordinadores

Í S m fcjBfeiSÉM fclii

EL COLEGIO DE M ICHOACÁN
INSTITUTO
MICHO AC AN O DE CULTURA
ESTUDIOS
MICHOACANOS VIII

Bárbara Skinfill Nogal


Alberto Carrillo Cázares
Coordinadores

5 1
El Colegio de Michoacán Instituto Michoacano de Cultura
ÍNDICE

Presentación
Bárbara Skinfill Nogal y Alberto Carrillo Cázares 9

TRADICIONES MUSICALES 23

Macario Romero: Notas, acompañamiento


y corrido (1852-1878)
Alvaro Ochoa Serrano 25

De la glosa á la valona
Raúl Eduardo González 49

TRADICIONES INDÍGENAS 65

¿Cómo ser Uandari?


Agustín Jacinto Zavala 67

Erhamarhandikua y Ch’urhingua en la obra literaria


de Máximo Lathrop
Pedro Márquez Joaquín 85

Una historia singular


Moisés Franco Mendoza 107
HISTORIA 125

Los presagios de la conquista como forma


de conciencia histórica
G. Miguel Pastrana Flores \21

Fragmento de la Doctrina Cristiana


de Fray Maturino Gilberti
J. Benedict Warren 143

Michoacán reivindica su jurisdicción sobre el Río Verde.


La información dada por el guardián de Sichú fray
Francisco Martínez de Jesús en 1597. Documento inédito
Alberto Carrillo Cázares 159

“Yo y mi hija gozamos de distinción en nuestra clase...”


La oposición de los padres al matrimonio de sus hijos
en Valladolid (1779-1804)
María Isabel Marín Tello 201

La relación de las cajas de comunidad de los pueblos


indígenas michoacanos con la Real Hacienda
entre 1779-1810
Marta Terán 221

LINGÜÍSTICA Y LITERATURA 255

Palabras nuevas para conceptos nuevos. Un asomo


a la neología en la lengua de Michoacán
Frida Villavicencio 257

Alfonso Méndez Planearte,


artífice del humanismo mexicano
Herón Pérez Martínez 291
UNA HISTORIA SINGULAR

Moisés Franco Mendoza*

Pamatácuaro es un pequeño pueblo enclavado en la Sierra


P’urhépecha o Tarasca, de la diócesis de Zamora. Muchos de los
lectores tal vez lo conocen, y para los que no han estado allá, es un
lugar pintoresco, conflictivo últimamente, pero que no perturba el
sueño a nadie que no sea del lugar. Sobre este pueblo voy a hablar
un poco, con la intención de exponerles lo que pudiera llamar
apuntes o notas para una iglesia pueblerina, tal vez el nombre sea
muy pretencioso, pero como está en boga el problema indígena por
los sucesos del sureste de México, en alguna medida aprovecho el
momento para exponerles lo que a mi parecer considero un desas­
tre para una comunidad indígena, tal vez por no conocer su historia
o por ignorarla deliberadamente. Desde luego, el juicio sobre los
acontecimientos queda a cargo de historiadores y estudiosos de
cosas y lugares sin importancia, quienes puedan dedicarle al pue­
blo algunos momentos de ocio y lo saquen del anonimato.
Pamatácuaro, en la década de los cincuentas de este siglo, aún
no figuraba en los mapas del Estado de Michoacán, lo que puede
dar idea de la importancia que tiene. Sin embargo, su acta de
nacimiento se remonta al siglo dieciséis. Viejo pero desconocido.
Desde el punto de vista eclesiástico, fue parte de Tingüindín, hasta
que se separó por haberse erigido en parroquia. Ya como cabecera
parroquial tuvo a su cargo varias rancherías y tres pequeños pue­
blos: Sirio, Sicuicho y Atapan. Como parroquia ya cumplió su
primer centenario. Apenas el año pasado (1995) lo celebramos con

* Centro de Estudios de las Tradiciones, El Colegio de Michoacán.

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E studios michoacanos viii

circunstancia aunque no con pompa, como suelen celebrarse los


acontecimientos en los pueblos p ’urhépecha -echando la casa por
la ventana- a pesar de que las casas ni a ventana llegan, pero en
fin, se hizo ruido. El acontecimiento se celebró en un momento
-no a pleno sol- hablando en términos nostálgicos, debido a que
en esa fecha unos celebraban su fiesta y otros, siendo del mismo
pueblo estaban excluidos por los hechos que brevemente voy a ex­
poner. Queda bajo mi exclusiva responsabilidad determinar el cri­
terio para señalar los hechos que a mi parecer son sobresalientes.
Se dice que a la parroquia de Pamatácuaro mandaban a los
sacerdotes que por su mal comportamiento o simplemente por otra
razón, ameritaban un correctivo. Al purgatorio terrenal iban a parar
aquellos penitentes, que por otro nombre se llama, pueblo de
Pamatácuaro. No es difícil imaginar que algunos llegaban al lugar,
más que con ardor apostólico con otro tipo de ardor y tal vez
resentidos. Me vienen a la memoria escenas de películas norteame­
ricanas con temas de esclavos, que cuando el amo tenía problemas
con sus iguales, la manera de desquitarse era azotando, “civiliza­
damente”, a sus esclavos negros y de otra raza, hasta el cansancio
para calmar su enojo. De alguna manera a las gentes del pueblo en
cuestión, algunos sacerdotes -no todos por supuesto, ¡Dios nos
libre!- le han propinado golpes con efectos de larga duración. El
hecho es que por tradición o mala suerte, Pamatácuaro no se ha
quitado el estigma de pueblo purgatorial, pero, además, ha servido
como probeta para poner en práctica acciones personales de algu­
nos respetables representantes de Cristo, a costa y en perjuicio de
la comunidad. Como ya dije, queda a juicio de historiadores y
de analistas establecer si la causa se debe al desconocimiento de la
historia local o a la deliberada intención de no tomarla en cuenta.
Si se puede hablar de una historia local, en buena parte, la
historia del pueblo ha girado en tomo a la devoción a Cristo Cruci­
ficado.
Siendo yo niño, escuchaba de los ancianos del pueblo cuando
platicaban sobre la devoción a la imagen del Señor del Calvario,
que la veneración se remontaba a la inmemonalidad del tiempo.

108
U na historia singular

Por tal razón la imagen antigua -digo antigua porque formalmente


ya se le dio de baja- es la representación material de la historia del
pueblo y de la parroquia de Pamatácuaro. Como tal, se le había
considerado no sólo como símbolo de unidad, sino como el mayor
elemento de unidad y de religiosidad. Pero los tiempos cambian,
para bien o para mal, y en ello siempre hay actores y directores que
encaminan los rumbos de los pueblos. El caso es que el arquetipo
del símbolo de historia, de unidad y de religiosidad se rompió.
Como ocurre en toda ruptura hay fragmentos, y en estos días el
pueblo se encuentra fragmentado en dos grupos, de los cuales como
en toda contienda, unos son los buenos, y otros, los malos. Ambos
se califican recíprocamente de diversas maneras, según el encono y
la imaginación. Y por supuesto, también hay dos imágenes que se
tienen como banderas: los malos con su Cristo viejo y los buenos
tienen la nueva imagen. Antes de que cada quien tuviera su ima­
gen, el párroco había dado de baja a la imagen antigua y por esa
razón la consideró como un simple objeto de palo, ya sin ningún
valor religioso. Por tal motivo, los veneradores de esta imagen son
los rebeldes y se les dice que no pertenecen a la unidad parroquial.
En cambio, los integrantes del otro bando, autodenominados: cris­
tianos católicos parroquiales, por seguir o estar de conformidad
con el párroco en tumo, discurrieron mandar hacer otra imagen,
tomando como modelo a la imagen tradicional. El escultor, aunque
dicen que fue visitado en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, alrede­
dor de cincuenta y dos veces por los interesados, para que le quita­
ra, pusiera o modificara los detalles, por razones que desconozco,
la hizo menos morena en relación al modelo tradicional y por esa
razón le dicen el “Güerito”.
Voy a referir brevemente algunos hechos ocurridos en los últi­
mos diez años (1985-1996). Curiosamente, este período inicia con
el cambio de mando parroquial, al tomar el cargo otro sacerdote.
Dicen las malas lenguas, que todo empezó con la disputa por
una alcancía, entre el párroco y un mayordomo del Señor del Cal­
vario del barrio del Espíritu Santo. No tanto por la alcancía en sí,
sino por lo que pudiera tener adentro, monedas común y corrientes,

109
E studios michoacanos vin

no de oro y plata, pero que al fin y al cabo sirvieron para mostrar el


cobre. Muy pronto, uno y otro, formaron su pandilla respectiva. No
quiero aventurarme a afirmar que uno defendía el control fundado
en el derecho canónico, porque en tierra de ignorantes apelar a los
cánones es lo mismo que apelar a otra cosa, mientras que el otro
ingenuamente apelaba a la costumbre y a la organización tradicio­
nal que tenían en el barrio. Como en toda aventura novelesca, muy
pronto el párroco organizó las acciones que lo llevarían probable­
mente a aplicar el imperio del derecho canónico, quedando no sé
en qué lugar el texto o textos evangélicos. Lo cierto es que el
primer acto de autoridad consistió en darle un sablazo al Señor
Jesucristo Sacramentado.

E l primer golpe

En el pueblo existen dos templos: la iglesia parroquial consagrada


a San Juan Bautista -que por cierto ahora ostenta un letrero frontal
que dejó al Bautista descontinuado también- el otro edificio es la
capilla del Señor del Calvario. Posteriormente, en tiempos no muy
remotos, por motivos de disidencia con otro párroco, los habitantes
del Barrio de San Diego de quienes se decía que no tenían voz ni
voto en aquellos tiempos del respetable párroco, erigieron su pro­
pia capilla. Ahora ya son tres los lugares de culto. Pero volvamos
al tema. Se había hecho costumbre que en la capilla del Señor del
Calvario -ubicado en el Barrio del Espíritu Santo- cada viernes se
celebraba una misa para glorificar al Señor y para bienestar de
todos los fieles devotos de la sagrada imagen. También se guar­
daban las Sagradas Hostias en el sagrario de la capilla. Pues bien,
el párroco apeló a su autoridad y ejecutó lo que consideró un acto
de autoridad -yo diría, más bien, de represión- consistente en la
supresión de las misas semanales de los viernes, pero además,
recogió al Santísimo, y el sagrario, por supuesto, quedó vacío. Los
más avispados entendieron el mensaje en el sentido de que el sa­
cerdote no tenía obligación de multiplicarse celebrando misas en
todos lados, principalmente en el Barrio del Espíritu Santo, y si

110
U na historia singular

alguien quería hacer visitas al Santísimo, por eso estaba la iglesia


parroquial. Así las cosas, el Señor Sacramentado, se vio acotado
exclusivamente a la iglesia parroquial, que porque así lo ordenaban
los cánones.
El primer golpe, si no estaba bien calculado, sí estaba bien
asestado, porque a la gente hay que darle donde le duele. Es decir,
si la religiosidad del pueblo se ha centrado en la devoción a la
imagen del Señor del Calvario, y en los actos que en su capilla se
celebraban, de pronto se encontraron con la razón de que “aquel
que quiera azul celeste” que vaya a la iglesia parroquial.

El segundo golpe : desconocimiento de los cargos


DE LOS CARGOS

El segundo golpe se propinó a la organización tradicional del


barrio del Espíritu Santo, en relación al culto al Señor del Calvario.
Cabe señalar que en el pueblo existen tres barrios: San Juan, San
Diego y Espíritu Santo. Cada barrio escogía a sus representantes a
quienes les otorgaba el cargo de mayordomos del Señor del Calva­
rio, por un tiempo determinado. Pues bien, nuestro párroco designó
autoridades paralelas en los tres barrios, que tuvo como efecto
inmediato la división del pueblo. Con credencial y con la bendi­
ción del jefe, los nuevos mayordomos se lanzaron a las calles del
pueblo, charola en mano y con una corona del Señor del Calvario,
a recoger una raquítica limosna cada ocho días. Y empezó la com­
petencia. Los mayordomos desechados por el párroco continuaron
con su rutina de colectar como es la costumbre, con la única dife­
rencia de que unos iban adelante y otros más atrás.
La carga para los devotos del Señor del Calvario se duplicó o
en el mejor de los casos se repartió la aportación, unos pesitos para
los mayordomos tradicionales y otros para los del señor cura. Como
las colectas se encaminan a sufragar los gastos de la fiesta princi­
pal del Señor del Calvario que se celebra el tercer domingo del
mes de julio, llegada la fecha de la fiesta afloraron otros trastornos
para la comunidad.
E studios michoacanos viii

E l tercer golpe : el desorden introducido


EN LA FIESTA DEL SEÑOR DEL CALVARIO

Decía hace un momento que la fiesta principal del pueblo de Pa-


matácuaro y de la parroquia se celebra el tercer domingo de julio.
Hay un réplica o complemento de la misma fiesta en la fecha de
la fiesta de Cristo Rey. Esta última, era ocasión para trasladar la
imagen del Señor del Calvario del templo parroquial a su propia
capilla, pero no despierta el mismo entusiasmo como la de julio.
La fiesta del Calvario era preparada y esperada durante todo el
año. Era tradición contratar dos buenas bandas de música que ha­
cían resonar la fiesta. Entre los requisitos que debían satisfacer las
bandas se establecía, en primer término, el compromiso de tocar
música clásica, este género de música hacía entrar en competencia
a las dos bandas. Los músicos ya picados, la noche la hacían día,
instalados en el portal de la jefatura de tenencia, con un público
entusiasta que así como aplaudía también rechiflaba. La gente de
los alrededores, en los días ya cercanos a la fiesta se interesaba por
conocer a los grupos de músicos que estarían en competencia y de
alguna manera también la música fomentaba la devoción al Señor
del Calvario.
La fiesta también se caracterizaba por la solemne procesión de
traslado de la imagen del Señor del Calvario, de su capilla al tem­
plo parroquial. En el atardecer del sábado, las gentes del pueblo y
los visitantes de los pueblos aledaños se congregaban en la capilla
para efectuar el traslado de la imagen. El recorrido se hacía por la
única calle que se conoce con el nombre del Señor del Calvario.
Todos los concurrentes acudían con una o más velas y encendidas
todas ellas al entrar la noche, invitaban a la religiosidad de la
fiesta. Luces de las velas y luces en los aires efecto de la pirotec­
nia, más el estruendo surgido de los cohetes, evocaban la idea de
que el Señor del Calvario se merece todo y para El todo. Las
iglesias se adornaban de fiesta y los fieles religiosamente cumplían
con el triple precepto desde la víspera: “estar bien confesados, bien
bañados y listos con el estreno”.

112
U na historia singular

Esa idea de la fiesta ya tomó distancia porque a últimas fechas


cada quien celebra su fiesta. Sobre este punto volveré más adelan­
te, pero antes quiero señalar quiénes son y cuál fue el origen de

Los “cruz chapáricha”

En Pamatácuaro existía una antigua iglesia parroquial construida


de adobe y madera con un retablo también de madera de estilo
neoclásico que fue demolido en aras de la modernidad. En su lugar
se levantó otro nuevo edificio con soportes de concreto pero con
techo de lamina de asbesto, que no era del agrado general, y tam­
bién ha sido motivo de discordia. Por varios años estuvo inconclu­
so hasta que un párroco agarró al toro por los cuernos y sobre el
diseño logró darle otra cara, pero el párroco fue removido y dejó
inconcluso el trabajo. Cuando el nuevo párroco trató de arreglar el
retablo, el proyecto no agradó a toda la gente. Los disidentes pro­
pusieron otro proyecto del altar y retablo, alternativo al que ya
existía, y se convino que previa presentación del proyecto se
platicaría y se negociaría. Los disidentes presentaron sus estudios,
los que fueron rechazados verticalmente por el párroco y -según
dicen- por los informes que dio en las misas de algún domingo, no
se permitió ningún cambio ni negociación alguna porque el arqui­
tecto oficial de la diócesis no lo permitió. Conforme al proyecto
prevaleciente se levantó una cruz gigante de concreto que preside
la iglesia, con una argolla en algún punto del poste vertical, con
miras a sujetar ahí la imagen del Señor del Calvario. La idea so­
lamente fue del agrado de la pandilla parroquial. Los disidentes
tomaron como agravio que los hayan hecho presentar estudios que
para nada tomaron en cuenta. Un buen día algunos inconformes
se armaron de mazo y cincel dispuestos a echar abajo la cruz, y se
pusieron manos a la obra. Los cincelazos alarmaron al bando opo­
sitor y pronto les pusieron el alto. El enfrentamiento afortunada­
mente no terminó en linchamiento. El acto de tumbar la cruz, se
dice en lengua p ’urhépecha cruz chapani, de ahí que a los disiden-
E studios michoacanos viii

tes los hayan apodado los cruz chapáricha. A estas fechas el mote
se utiliza para significar que alguien es un disidente, que no va de
acuerdo con lo que dice y ordena el párroco.
Curiosamente sólo algunos de los cruz chapáricha eran miem­
bros del partido político oficial, el PRI, y por tal motivo tuvieron la
suerte de que les adjudicaran otro mote: “los caciques” del pueblo,
y “enemigos del párroco”. Pero además tuvieron la fortuna de ser
divulgadas como tales, fuera del pueblo, -con razón o sin razón-
por el periódico semanal Guía. Es cierto que no son unas palomitas
blancas, pero tampoco era para satanizarlos. En este contexto los
agravios se fueron acumulando y en cierta medida empujados por
las circunstancias los disidentes adoptaron el papel de “malos o
villanos”, y a darle “que es mole de olla”, por diversas acciones. El
problema surgido de una cuestión religiosa se llevó al terreno polí­
tico y a sumar enconos en los dos bandos. Naturalmente que la
división cobró fuerza, pues ya no era solamente por motivos de
origen religioso sino que se había agregado el motivo político. En
esas circunstancias se presentaron las elecciones locales para esco­
ger a las autoridades del pueblo y de la comunidad, y en la contien­
da ganaron los que hasta entonces se decían representar al pueblo,
pero no tardó tiempo para que los señalaran como los hijos del
PRD, y ahora sí, a sonarse, priístas y perredistas, por otro nombre:
los “cruz chapáricha” contra los “parroquiales o católicos”. Las
acciones que el grupo ganador emprendía de beneficio colectivo,
las impugnaban los del grupo opositor, y estorbaban en la variedad
de formas como la imaginación les permitía, aparecieron pintas en
las trojes del pueblo y en la misma casa parroquial con leyendas
que decían: “Cristo sí, fuera el párroco”, etcétera.
No obstante que la trifulca ya estaba en puerta, aún por esas
fechas, existía un elemento común de unidad en el pueblo, y ese
elemento era la devoción al Señor del Calvario representado en la
antigua imagen instalada en su propia capilla.

114
U na historia singular

E l centenario de la erección parroquial

Mientras que los bandos andaban en los dimes y diretes, estaba en


puerta el aniversario del centenario de la erección de la parroquia
de Pamatácuaro. El párroco y su grupo formularon un programa de
actividades para celebrar el acontecimiento y dentro de los planes
se incluía realizar un recorrido con la imagen del Señor del Calva­
rio en las poblaciones que pertenecen a la parroquia, pero además
se anunciaba que la imagen regresaría a su propia capilla, después
de buen número de meses. El párroco apeló a su autoridad y al
derecho de los poblados de tener la imagen en su lugar. Como era
de esperarse, el grupo disidente se opuso. El párroco y su grupo no
aceptaron una solución alternativa, es decir, llevar a cabo la visita
con una réplica de la imagen del Señor del Calvario. Encalzonados
unos y otros, los disidentes tomaron la delantera y se apoderaron
de la imagen del Señor del Calvario. En esas fechas se encontraba
en el templo parroquial y de ahí se la llevaron, no con la solemni­
dad debida como era costumbre sino a trote para evitar que el otro
grupo la recuperara, fue así como llegó a su propia capilla. Entre
paréntesis quiero recordar que el traslado de la imagen del Señor
del Calvario, del templo parroquial a su capilla, se vacía solemne­
mente en la fiesta de Cristo Rey. En ese año no se esperaron a la
fiesta para el traslado de la imagen a su lugar de or'.gen. Después
del suceso se montaron guardias por los dos bandos, y dicen que
hasta se fortificaron, unos en la iglesia parroquial y los otros en la
capilla. Tal como en las historias de las guerras de “los cristianos
contra los infieles, (moros contra cristianos)”, unos y otros estaban
dispuestos a sonarse, con el pretexto de cuidar o de rescatar la
sagrada imagen.
Este episodio marcó el inicio de lo que yo llamaría el desastre
final, porque el párroco con su vicario y el grupo que dice llamarse
“parroquial” acabaron con lo que venía siendo el símbolo de uni­
dad, comunidad, religiosidad, tradición y de su historia. Se pudo
evitar el resultado pero entiendo que no hubo voluntad de hacerlo
E studios michoacanos vtii

por parte de los sacerdotes y de su grupo, por las actitudes que


tomaron, lo que vino a establecer otra situación que podemos defi­
nirla como

E l cuarto golpe : sustitución de la antigua imagen


del S eñor del C alvario por otra nueva

Retomando el hilo de la fiesta, cabe señalar que cuando no había


división, el sentido religioso era prevaleciente aun en los actos que
se realizaban fuera de los templos. Enuncio algunos:

1. L a música y su función

Era tradición contratar dos buenas bandas de música, una de ellas


por el barrio del Espíritu Santo y la otra en forma alternativa por el
barrio de San Diego o el de San Juan. Materialmente hablando,
desquitaban lo que cobraban, porque sí cobran bien, y además da
prestigio ir a ese pueblo. Y en términos emotivos también desqui­
taban, ya que por horas, ininterrumpidamente, en forma alternada,
tocaban obras de los compositores clásicos.
¿Qué es lo que ha ocurrido en las últimas fiestas?
Se ha roto el sentido que representa la música, porque el primer
desorden en cuestión de las bandas de música consistió en meter
una tercera banda “en discordia”. Entre otras razones porque según
cuentan los de la iniciativa, el párroco no tenía música en el curato
a la hora en que daba de comer a sus invitados, ya que las bandas
estaban ocupadas en la plaza deleitando al común de las gentes.
Como si la fiesta no fuera una.
La discordia consistió en que a esa tercera banda le dio la
tentación de instalarse en el lugar de la competencia, en la hora
estrella, para alternar con las otras dos. Naturalmente que le dieron
oportunidad de tocar. No resultó de la calidad de las otras dos, y
como era de esperarse causó molestia al auditorio, pero sobre todo,
rompió con la idea de “desquitar la música”.
U na historia singular

El desastre se agravó en la siguiente fiesta, pues el grupo


parroquial contrató otras dos bandas por su cuenta, y así se eleva­
ron al número de cuatro. Ahora sí, parejos los disidentes con los
parroquiales. Evidentemente que se vino otro problema, el del es­
pacio. El lugar tradicional de las competencias de música, que es
un pequeño portal de la jefatura de tenencia resultó insuficiente,
pero el asunto se resolvió porque a últimas fechas el lugar fue
ocupado por las bandas del grupo parroquial, desplazando a las
otras. El resultado me parece pernicioso: “cada quien con su músi­
ca” y cada grupo se identifica con los suyos, donde mejor se pue­
dan acomodar. Ya no hace falta señalar el costo económico que
representa contratar cuatro bandas, sin que desquiten como ante­
riormente.

2. L a procesión con la sagrada imagen

El sábado por la tarde al oscurecer, en la calle que une el templo


parroquial con la capilla del Calvario, parecía un río de luciérnagas
debido a los miles de velas encendidas acompañando a la sagrada
imagen en su traslado de la capilla al templo. Los cohetes cintilaban
y retumbaban por todo el tiempo que duraba la procesión y la
música completaba la escena de fiesta.
A raíz de que el templo parroquial es para los parroquiales, y
por otra parte, los disidentes no son bien vistos por los primeros y
temen que les quiten la imagen del Cristo, se abandonó el trayecto
tradicional de la procesión pues ya no tiene sentido el traslado de
la capilla al templo.
Como no hay procesión sin santo, el párroco y su grupo pronto
se mandaron hacer una réplica del Señor del Calvario, al que le
dicen el Güerito, como ya lo expresé. Peso sobre peso acumularon
algunos milloncejos (veintidós millones, más o menos, según di­
cen) y resolvieron su problema. Así de sencillo se dio al traste con
el símbolo histórico de Pamatácuaro, que había sido la imagen
antigua del Señor del Calvario. La nueva imagen quedó entromza-

117
E studios micuoacanos vu i

da en el templo parroquial y a éste se le puso también un letrero en


la parte exterior, para que no quepa duda tal vez, que es del Señor
del Calvario. Todos los habitantes del lugar sabemos que el templo
fue consagrado a San Juan Bautista, pero la historia no cuenta y
también al titular del templo se le hizo a un lado.
Así las cosas, inició la competencia desleal. Mucho antes de
amanecer, con el uso de altavoces que se escuchan en todo el
pueblo se ahuyentaba a todos los “endemoniados” también deno­
minados “cruz chapáncha”, y en cambio, se prodigaban todos los
méritos a la nueva imagen. El párroco y su vicario de un plumazo
descalificaron a la antigua imagen, y el rescoldo de los enconos se
avivó. Los buenos con su nueva imagen y los malos con su imagen
descontinuada. Cada grupo con su santo, y, en la fiesta, su proce­
sión aparte, con la única desventaja de que unos iban primero y
otros después.
Pero la competencia también afectó a los vendedores de velas,
veladoras y objetos de devoción. Entre anuncios de actos religiosos
en los altavoces de la parroquia, se alternaba el anuncio de la
buena calidad de los productos que se vendían en el curato, moti­
vando al presunto comprador a obtener el mérito de colaborar con
la parroquia. El “servicio” de la venta tomó ventaja en la última
fiesta de julio, y para que no se diga que no se presta atención a los
fieles visitantes, se instaló un “zangarro”, como dicen algunos mal
pensados del pueblo -que por cierto da muy mal aspecto físico-
pues se colocó junto a la entrada del templo parroquial. Dicho sea
de paso, por razones que desconozco, este templo que había sido
consagrado a San Juan Bautista, ahora se lo arrebató su primo
Jesús, porque ostenta un letrero frontal que dice: “Templo del Se­
ñor del Calvario”.
Los programas que anuncian la fiesta del Señor del Calvario de
las últimas celebraciones, también tienen sus “asegunes”. Los que
ostentan el sello parroquial son “los buenos”, los demás, es decir,
los de la oposición, no cuentan. Si algo está en el programa oficial,
“vale”, de lo contrario, no vale, en el cual puede aparecer listado
hasta el gato del pueblo. Ocurrió que en la fiesta pasada no apare-
U na historia singular

cía listado el castillo que los disidentes mandaron hacer, y por ese
motivo no lo permitieron quemar en el atrio del templo parroquial,
lugar acostumbrado. Finalmente, lo quemaron en donde inicia el
ascenso de la escalinata de la capilla del Señor del Calvario, a la
hora en que aún el grupo parroquial recorría las calles haciendo su
procesión con la nueva imagen. Cada grupo hacía su ruido donde
mejor podía.
Así las cosas, tal vez por exceso de conocimiento o falta de él,
se llegó a la situación de:
Cada quien con su imagen, cada quien con su fiesta, cada
quien con su templo y cada quien con su Cristo.
A estas fechas el pueblo está dividido no solamente a nivel
pueblo, sino a nivel familiar y lo que es más grave, a nivel de niños
de primero, segundo y demás grados de enseñanza primaria, pues
entre ellos se ven en la escuela como enemigos. En muchas fami­
lias hay ciertas cosas que no se pueden hablar abiertamente, ha
habido violencia, injurias, agravios, etcétera, entre padres e hijos,
hermanos y demás miembros. Muchos compadres se ven con rece­
lo, que no debería existir, tomando en cuenta que el compadrazgo
es una institución sagrada para los p ’urhépecha ahora está amena­
zada, pues la desconfianza está latente.

La construcción de la torre y de la escalinata


EN LA CAPILLA DEL SEÑOR DEL CALVARIO

En el período de los diez años que estoy refiriendo, no todo fue


negro pues hubo alguna luz, ya que no se paralizaron algunas obras
de carácter material, emprendidas por iniciativa de ambos grupos.
Los disidentes, bien pueden adjudicarse la construcción de la torre
anexa a la capilla del Señor del Calvario y la escalinata frontal de
la capilla.
Buena parte de la construcción de esa torre se logró cuando aún
los ánimos no estaban tan exacervados y la división del pueblo no
había llegado al máximo, pero no por ello hubo conformidad con
E studios michoacanos vin

el párroco. Éste, intentó paralizar la construcción pero no logró


impedirla, aunque dicen que en la etapa final bajó el entusiasmo de
muchos participantes, porque argumentaban que había corrupción
en el manejo de fondos. En la torre se instaló un reloj dotado de
campanas que cada hora resuenan como si evocaran a la oración.
En cambio, cuando se construyó la escalinata que da acceso por la
parte frontal a la capilla del Señor del Calvario, ya fue en plena
división, se puede considerar que fue propiamente obra del grupo
opositor. Se tenía la esperanza de que en la fiesta de julio del año
pasado, se diera la bendición a la obra y fuera motivo para iniciar
el reencuentro, pero no fue así. Dicen los disidentes -muy resenti­
dos, por cierto- que habían recibido la promesa de que un repre­
sentante de la diócesis iría, por lo menos, a ver la obra que se había
realizado, pero no hubo consideración para ellos, m atención, ni
cortesía. Si bien es cierto, que el máximo representante de la dió­
cesis estuvo en el pueblo, sin embargo, no tuvo tiempo de acercar­
se a ese lugar, y como sucede, el tiempo no alcanza para cosas
menores.
El grupo “parroquiar también trabajó seriamente en el templo
parroquial, pues cambió la lámina de asbesto que cubría el techo
del templo por otro material que da el aspecto de una losa de
concreto, pero se deterioró la duela de madera del interior, en
cambio, la torre del templo, aún tiene el aspecto de armazón de
carrizo, como castillo barato de fiesta.
En otro orden de ideas, es de tomarse muy en cuenta la cohe­
sión de las personas que integran ambos grupos. Si esa unión se
hubiera aprovechado para acciones conjuntas en beneficio de la
comunidad, otro gallo nos cantaría después de diez años. Si a pesar
de la pugna se han hecho obras, es de esperar que se hubiera
logrado más.

Q uinto golpe : el autogol

El problema religioso-político fue creando una especie de oleaje


que llegó, finalmente, hasta su playa, la secretaría de gobierno del

120
U na historia singular

estado de Michoacán. Tanto los “parroquiales" como los “cruz-


chapáncha”, mutuamente, se habían acusado y por tal motivo ha­
bían formulado quejas ante la autoridad civil. De la cabecera muni­
cipal, Los Reyes, el asunto brincó a Morelia, donde los dos bandos
se vieron las caras. El propio obispo de la Diócesis de Zamora
acudió a la capital del estado. A partir de esos días vino una espe­
cie de distensión, como consecuencia de la firma de un documento
en donde se asentaron algunos acuerdos sobre el conflicto. Ese
episodio dio oportunidad para que el Estado metiera sus narices en
un asunto que pudo resolverse por las propias autoridades ecle­
siásticas y guardar la distancia con el Estado. Me podrán decir que
veo las cosas con exageración, pero a lo mejor no lo es, porque ese
acto abrió el camino para que los pueblos inconformes, por proble­
mas similares al caso de Pamatácuaro, en lugar de acudir al obis­
pado, o después de agotar la instancia en la diócesis, se vayan a
gobernación para que los oigan y los atiendan. No se sabe si la
comparecencia en Morelia influyó para que se diera la remoción
del párroco.

R elevo de párroco

Justamente a los diez años, -días más días menos-, vino otro rele­
vo de mando, aunque cabe decir que anteriormente ya se había
realizado uno, de hermano a hermano. Todo indicaba que el nuevo
párroco había llegado pisando con pie derecho, pero de improviso
apareció un primer prietito en la sopa de arroz. Según dicen, eso
ocurrió en la pasada fiesta de Cristo Rey.
Parece que ya no es válido el principio de cumplir con la pala­
bra dada, o tal vez, las gentes de Pamatácuaro han adoptado la
actitud del burro arisco después de los golpes. Se había anunciado
con anticipación que se restablecería el recorrido tradicional de la
procesión en la fiesta de Cristo Rey. En el pueblo le llaman la
“procesión grande” porque se transita por los tres barrios: San
Juan, San Diego y Espíritu Santo. No quiero pensar que el párroco

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E studios michoaoanos viii

pensó que sus anuncios sobre el itinerario de la procesión no tenían


importancia, el hecho es que cambió de idea y en el día de la
procesión tomó las calles tal como lo hacía su antecesor. Ese acto
provocó la desbandada, porque los procesionantes se dividieron,
tal vez porque consideraron que les habían tomado el pelo, o no sé
por qué razón, pero ello dio motivo para poner en práctica aquel
mandato de que hay que ir por las ovejas descarriadas. Lo cierto es
que se interrumpió la procesión, porque el ministro fue a atajar y a
devolver las ovejas, y como en todo acto memorable, se incorpora­
ron de nuevo a las filas y terminaron, tal vez, felizmente.

E pílogo

Así concluyo con estos hechos. Dice el dicho que “palo dado ni
Dios lo quita”. Es cierto que los acontecimientos ya se dieron, sin
embargo, pueden tomarse como motivos de reflexión.
Los errores se pueden evitar si el sacerdote cuando llega a
alguna comunidad de la región indígena ya conoce la historia del
pueblo, la tradición en general, el mando indígena, los cargos y su
función, el papel de los uandáricha, la formación de los líderes, la
fiesta, el significado del santo patrón, la razón de ser del cabildo
indígena, etcétera, porque así puede ayudar a conservar lo bueno
que puedan tener los pueblos indígenas.
Esta consideración plantea la necesidad de que en el plan de
estudios o en algún otro lugar, se incorpore en la formación de los
sacerdotes el conocimiento de las condiciones peculiares de esos
lugares para evitar daños que a veces son irreparables. El respeto a
la opinión de los que no piensan igual como el sacerdote es muy
importante, pues no siempre parte de una mala fe el modo de ver
distinto, el diálogo resuelve muchos problemas y es preferible bus­
carlo que adjudicarse toda la verdad.
A raíz de los problemas indígenas de Chiapas, se han alzado
voces defendiendo insistentemente los derechos humanos de los
indios de aquel estado y de México en general. Si desde el aspecto

122
U na historia singular

jurídico se está reconsiderando la situación del indio, yo estimo


que con más razón, desde el aspecto evangélico se debe echar un
vistazo a los métodos de evangelización y trato a los indígenas, si
el sacerdote cumple realmente con la función en la comunidad,
etcétera.
Los grupos protestantes andan muy activos en diversos pueblos
de la Sierra, ofreciendo una religión alternativa a la católica. Se
pueden predecir los resultados -aunque algunos dicen que no pasa
nada- a menos que la gente obtenga lo que ha esperado de sus
sacerdotes. Las comunidades indígenas esperan: comprensión, res­
peto, colaboración, que los sacerdotes se unan a ellas, trabajen
conjuntamente y que tengan sensibilidad para sus problemas.
En fin, cada quien podrá sacar sus propias conclusiones. A los
pueblos indígenas de la Sierra les queda la esperanza de que no
suceda lo que se ha dicho de Chiapas, que el problema no es
nacional sino local, y Pamatácuaro espera que de su problema no
se diga que no es diocesano sino local.

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