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HORA SANTA – DICTADA A MARÍA VALTORTA

I. “SI NO TE LAVO NO TENDRÁS PARTE EN MI REINO”

Dice Jesús:
A ti, a quien tanto amo, y todos ustedes a quienes amo escúchenme. Yo soy quien les hablo porque
quiero pasar con ustedes esta hora.
Yo, Jesús, no los alejo de mi aunque vengan dañados por llagas que perjudican su libertad espiritual y
los arrojan en poder del mal.
Soy siempre Jesús, a quien los leprosos, los paralíticos, los ciegos, los epilépticos gritaban con voz
fuerte diciendo: "Hijo de David, ten piedad de mí". Soy Jesús, quien extiende la mano a quien se ahoga,
diciéndole: "¿Por qué dudaste de Mí?". Soy quien dice a los muertos: "Levántate y vete. Lo quiero. Sal
de tu sueño de muerte, de tu sepulcro y camina."
¿Quién los ama con un amor verdadero, no egoísta ni voluble? con un amor desinteresado, cuya única
meta es darles lo que para ustedes ha acumulado, y les dice: "toma, es todo tuyo, todo esto lo he
hecho para ti, para que sea tuyo y seas feliz. ¿Quién? El eterno Dios. Yo los devuelvo a Él que los ama.
Yo no los alejo de mi altar, porque este altar es mi cátedra, es mi trono, es la morada del Médico que
cura todo mal. Desde aquí les enseño a tener fe. Desde aquí, doy la vida, me inclino sobre sus
enfermedades y las curo con el aliento de mi amor.
Hago más todavía, hijos míos, desciendo de este altar y voy a buscarlos. Salgo al umbral de mi casa,
donde muy pocos entran y menos con fe segura. Con mi imagen de paz, me asomo a sus caminos. Les
tiendo las manos porque los veo vacilar agotados, bajo el peso de pedruscos que se han cargado, en
lugar de la cruz que Yo les había entregado para que fuese un apoyo, como lo es el bastón para el
peregrino. Les digo: "Entren, descansen, beban" porque los veo agotados y sedientos.
Pero ustedes no me ven, a veces por ofuscamiento de vista espiritual; algunas veces me miran, pero
comprenden que están sucios y no se atreven a acercarse a mí. Conózcanme, hombres, que desconfían
de Mí, porque no me conocen.
Escúchenme. He querido dejar la libertad y la pureza y descender a este mundo para ayudarles porque
los amo. Hice todavía más: Me privé de mi libertad de Dios y asumí un cuerpo, sujeto a sentir las voces
de esta carne, a la cual es penoso el frío y el sol, el hambre, la sed, el cansancio. Todo lo podría ignorar,
pero quise conocer los tormentos del hombre decaído de su trono de inocente para amarlos más.

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(tiempo breve de silencio y meditación personal)

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HORA SANTA – DICTADA A MARÍA VALTORTA

Más no me bastó, por lo cual quise sufrir el asalto de todos los sentimientos, para probar sus luchas,
para comprender la astuta tiranía que les pone en la sangre el Mal; para comprender cómo es fácil
permanecer hipnotizados por él, y les hace olvidarse de la luz, y los mantiene en lugares sombríos, que
parecen sosegados pero son engañosos; estas sombras tienen un nombre: dinero, poder, egoísmo,
sensualidad, ambición. En medio de ellas está el mal. Parece un collar, pero es la cuerda para el
ahorcamiento de ustedes. Quise conocer esto porque los amo.
No ha bastado todavía. A Mí me habría bastado; pero la justicia del Padre podría haber dicho a su
Verbo Encarnado: “Tú has triunfado sobre el engaño, pero el ser humano, no sabe triunfar y es por eso
que se ha castigado. Por eso he tomado sobre Mi sus debilidades, las pasadas, las presentes y las
futuras, todas. Para ocultar sus culpas, Yo estuve, cuando inundado por el pecado, no me atrevía a
levantar los ojos a buscar el Cielo; sufría al sentir pesar sobre Mí la justicia del Padre.
Yo era más inocente que un bebé a quien su madre besa al regreso de su bautismo. Sin embargo, el
Altísimo se horrorizó de Mí, porque era el Pecado mismo, por haber cargado sobre Mí todos los
pecados. Al sufrir esta tortura, se ha unido lo amargo de ser sucio, porque en esa hora no era el Verbo
de Dios: era el Hombre. El Culpable.
¿Puedo, Yo que he conocido sus penas, no comprenderlos y no amarlos? Yo los amo. No tengo más que
recordar aquellos momentos, para amarlos y llamarlos: “hermanos”. Pero llamarlos así no basta para
que el Padre los pueda llamar: “hijos”. Y Yo quiero que así los llame.
Entonces les digo: “Vengan a que Yo los lave”. Vengan, no hay otra agua como ésta. Existen
enfermedades corporales. Pero esta agua es superior a ellas. Esta fuente brota de mi pecho, aquí está
mi Corazón del cual brota el agua que lava. Mi sangre es el agua más limpia que exista en lo creado, en
ella desaparecen enfermedades e imperfecciones. Es blanca y vuelve pura su alma para que sea digna
del Reino.
Vengan, Dejen que les diga: “Yo te absuelvo”; ábranme su corazón, dejen que Yo entre, dejen que
desate sus vendas. ¿Les dan pena sus sufrimientos? Vistos con mi Luz se ven como son: muy grandes.
No los miren, Miren mis llagas, déjenme obrar, tengo la mano ligera y sentirán solamente un beso y una
lágrima y todo quedará limpio.
Entonces, ¡cómo serán bellos en torno a mi altar! Ángeles entre ángeles del sagrario, y gran alegría
habrá en mi Corazón, porque soy el Salvador y no desprecio a ninguno. Me complazco en estar rodeado
de blancura, porque para hacerles limpios vine y les di la Vida.
¡Oh, cómo veo sonreír al Padre porque ya no están manchados de pecado!
Vengan a la fuente del Salvador. Que mi Sangre descienda sobre ustedes y mi voz diga: “Yo te absuelvo
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. ¡Ven, acércate a la confesión!.
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(tiempo breve de silencio y meditación personal)

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HORA SANTA – DICTADA A MARÍA VALTORTA

II. “UNO DE USTEDES ME TRAICIONARÁ”.

Dice Jesus:
¡Uno de ustedes, Sí, en la proporción de uno a doce, uno de ustedes me traiciona!.
Cada traición es más dolorosa que una lanza. Miren a su Redentor, de la cabeza a los pies es toda una
herida. Ustedes que me traicionan, me flagelan el corazón y hace siglos que lo hacen.
Yo los amo, los compadezco, los perdono; Yo los limpio derramando mi sangre, y ustedes me traicionan.
Soy el Verbo de Dios, soy glorioso en el Cielo, pero no estoy sólo con mi espíritu, estoy también con mi
cuerpo. ¿Por qué quieren renovar en Mí, el fuego lejano? No, hijos que me traicionan. Yo estoy cercano
a ustedes y ustedes me queman con la llama de su traición.
Yo estoy entre ustedes para beneficiarlos. ¿Por qué quieren hacerme daño? Yo les traigo mis dones.
¿Por qué me desprecian? Yo los llamo “amigos” ¿por qué me responden “no te conozco”? ¿Qué les he
hecho? ¿A quién conocen que sea más bueno y paciente que Yo?
Cuando ustedes son felices ninguno les vuelve la espalda, pero si lloran, si la riqueza los abandona, si
tienen una enfermedad contagiosa, todos se alejan de ustedes. Yo permanezco, los recibo porque me
buscan. Ya no tienen a nadie con quien llorar y hablar; y se acuerdan de Mí. Yo no les digo: “vete, no te
conozco”. Lo podría decir, de hecho -mientras eran ricos, sanos y felices- nunca vinieron a decirme: “soy
feliz y te doy gracias”.
Pero no, no pretendo ni siquiera esto, las “gracias” no las pretendo; bastaría que me dijeran: “soy feliz”.
Díganmelo, no me consideren extraño a ustedes, las “gracias” las diría Yo por ustedes a Dios: Padre mío
y suyo. Sin embargo, ustedes no vienen nunca, y podría decir: “no los conozco”. Por el contrario, les
extiendo los brazos y digo: “Ven, lloremos juntos”.
Observen, estoy en las cárceles, en las humillantes y pequeñas celdas, sentado en el mismo tablón del
reo; le hablo de una libertad más verdadera que la que hay afuera de esas cuatro paredes; que no teme
ser afectada por culpas que deben castigarse. Sin embargo, ese reo es uno que me traicionó
ofendiendo mi Ley de amar. Quizás mató. Tal vez robó, pero ahora me llama y llego a él. El mundo lo
desprecia, Yo lo amo. Yo llamé “amigo” al que me traicionó entregándome a quienes me mataron.
Puedo llamar amigo a este hombre que vuelve a Mí.

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(tiempo breve de silencio y meditación personal)

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HORA SANTA – DICTADA A MARÍA VALTORTA

Estoy, junto a los enfermos; sus fiebres conocen mi caricia, su sudor mi sudario, sus desfallecimientos
mi brazo que los sostiene, sus angustias mi Palabra que los consuela. Sin embargo, muchos han
enfermado por haber traicionado mi Ley. También, en este caso, soy el único que velo con ellos, sufro
con ellos, sonrío a sus esperanzas, y en cuanto el Padre lo decreta convierto en realidad esas
esperanzas.
Pero si veo que el decreto es de muerte, tomo bajo mi cuidado a este hermano mío diciéndole: “no
temas, tú crees que son tinieblas: es Luz; tú crees que es dolor: es alegría. Dame tu mano, conozco la
muerte, la conocí antes que tú, sé que es un momento y que Dios, sobrenaturalmente, socorre y
amortigua la sensibilidad para no abatirte en la lucha extrema. Confía, mírame, ¿Ves? Has pasado el
umbral; ven conmigo ahora, con el Padre, no temas tampoco ahora, Yo estoy contigo y el Padre ama a
quien yo amo.
Estoy en las casas desiertas. Antes estaban llenas de voces, pero ahora que han pasado la muerte o la
miseria, el sobreviviente se encuentra solo. Los amigos se fueron, los seres queridos están lejos por sus
ocupaciones o por fallecimiento. Hay sol en el cielo, pero a él todo le parece tinieblas. Hay paz en el
aire nocturno, pero él está inquieto. Muchas veces en esta casa me han traicionado, al hacer ídolos de
las creaturas, amando idólatramente a las creaturas, traicionando mi Ley. Sin embargo, yo entro y
pongo un rayo de luz en las tinieblas, e infundo paz donde hay tempestad. Aquel sobreviviente me ha
llamado… quizás distraídamente, tal vez sin verdadera voluntad de tenerme, pero, de todas maneras,
Yo acudo sin retardo.
¡Cuánto deseo estar con ustedes! Cualquier recuerdo de errores pasados se olvida cuando me invocan:
“Jesús”.
¡Pero no me flagelen el Corazón! Ya está abierto y desangrado. No abran su herida. A los que han
comprendido mi dolor les digo: “uno de ustedes me traicionará”. Lo digo a todos, a los santos, los
favoritos míos como Dios. A los pecadores, los favoritos míos como Jesús. Porque también los
pecadores, por los cuales me hice Jesús, pueden curarme esta herida.
Son samaritanos, lo sé. Pero mi parábola habla de un samaritano bueno que cura las heridas, no
curadas por los hijos de la Ley, que pasan de largo, absortos en la prisa de servir a Dios. No saben que a
Dios se le sirve más amando, que cumpliendo formalidades.
Ustedes cúrenme, aunque sean samaritanos. Denme su aceite y vino: el aceite es el amor, el vino es el
arrepentimiento de su “yo”. Cúrenme, no los rechazo, la pecadora que refrescó mis pies cansados que
les diga si Yo desprecio al pecador.
Pero ya no me traicionen. No pequen más, Todo les perdono si ustedes me aman; denme un beso
sincero. Cúrenme con el beso de la fidelidad.
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(tiempo breve de silencio y meditación personal)

III. “ÁMENSE UNOS A OTROS COMO YO LOS HE AMADO”

Dice Jesús:
Desde la cuna a la cruz, desde Belén al monte de los Olivos los he amado. El frío y la miseria de mi
primera noche en el mundo, no me han impedido amarlos desde lo profundo de mi espíritu.
La agonía de mi última noche sobre la tierra, no me ha impedido amarlos. ¿Cuál amor es más grande
que el que sabe amar sintiéndose rechazado? Yo los he amado así. El primer ademán de mis manos:
una caricia, el último: una bendición. Correspondientes a otros tantos movimientos de amor. Amor de
milagros, amor de Maestro, amor de Benefactor, amor de Amigo, amor, amor, amor…
Amor más que humano en la última cena. Antes de ser amarradas y traspasadas mis manos, ellas
lavaron los pies de los apóstoles, incluso de aquel al que hubiera querido lavarle el corazón. Mis manos
partieron el pan, partiéndoseme el corazón en aquel pan que les di, porque sabía que ustedes olvidan
fácilmente, y quise que estuvieran como hermanos sentados a una sola mesa, en torno a mi mesa para
que pudieran decirse unos a otros: “Somos de Jesús”.
¿Qué amor es más grande que el que sabe amar a quien lo tortura? Sin embargo, Yo los amé así y por
ustedes supe orar mientras moría…
Ámense como Yo los he amado. Dios es paz, es luz, porque Dios es amor. Pero si ustedes no aman,
amando como yo los he amado, no podrán tener a Dios. Por eso, ámen sin soberbia.
De este tabernáculo, de esta cruz, de este Corazón únicamente salen palabras de humildad. Soy Dios y
soy siervo de ustedes; estoy aquí esperando que me digan: “tengo hambre” para darme como Pan a
ustedes. Soy Dios y les ruego que amen mi Corazón. Porque si me aman, ustedes mismos se benefician.
Yo, con o sin el amor de ustedes soy siempre Dios. Pero ustedes, sin mi amor no son nada: son polvo.
Los quiero conmigo. Quiero hacer de su polvo una luz de beatitud. No los quiero muertos sino vivos,
porque Yo soy Vida y quiero que ustedes tengan la Vida.
Ámense sin egoísmos, no hacerlo sería un amor impuro destinado a morir de tan débil. Ámense
deseando para los demás un mayor bien que el que esperan para ustedes. Es muy difícil, lo sé.

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(tiempo breve de silencio y meditación personal)

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¿Ven este Pan eucarístico? Él ha formado a los mártires. Eran criaturas miedosas y débiles, pero este
Pan los ha convertido en héroes.
Ya les he señalado mi Sangre para su purificación. Ahora les señalo esta mesa y este Pan para hacerlos
santos. La Sangre vuelve justos a los pecadores. El pan vuelve santos a los justos. Un baño limpia pero
no nutre, refresca, alegra, pero no se hace carne en la carne. En cambio el alimento se vuelve sangre y
carne, se vuelve nosotros mismos. Mi Alimento se vuelve ustedes mismos.
Lo mismo es para su yo espiritual. Nútranlo con el alimento verdadero que desciende del Cielo y les
trae todas las energías para hacerlos fuertes en la Gracia. Miren cuán fácil es ver a un enfermo áspero y
sin benignidad ni paciencia; en cambio mi alimento los hará sanos y fuertes en el espíritu y sabrán amar
a los demás más que a ustedes mismos, como Yo los he amado.
Porque observen, que yo los he amado más que a Mí mismo. Tanto que me entregué a la muerte para
salvarlos. Si aman así, conocerán a Dios. Conocerán el gusto de la verdadera gloria, de la verdadera paz,
de la verdadera amistad.
¡La amistad, la paz, la gloria de Dios! Es el premio prometido a los bienaventurados, que ya es
concedido a quien ama sobre la tierra con todo su ser.
El amor para ser verdadero, no ha de ser únicamente de palabras, sino también de obras. Activo como
su fuente que es Dios.
¡Ay de la persona sí se aleja del sol! El sol es mi Eucaristía porque en ella está bendiciendo el Padre,
amando el Espíritu. “Vengan y tomen, esto es mi cuerpo, esta es mi Sangre”. Este es el alimento que
ardientemente pido sea consumido por ustedes.

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(tiempo breve de silencio y meditación personal)

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IV. "SI PERMANECEN EN MI Y MI DOCTRINA PERMANECE EN USTEDES, SE LES


CONCEDERÁ LO QUE PIDAN "

Dice Jesús:
Yo desciendo a ustedes y me hago su alimento. Ustedes se nutren de Mí, y yo me nutro de ustedes.
Por eso ustedes deben permanecer en Mí, como Yo en ustedes. Divididos, morirán.
Yo soy alimento para el espíritu y para el pensamiento. El espíritu, se nutre de la Carne de Dios, pues no
puede alimentarse sino de lo que es su esencia. El pensamiento se nutre de mi Palabra, que contiene el
pensamiento de Dios.
La inteligencia es la que los hace semejantes a Dios, porque en ella está la memoria, el intelecto y la
voluntad, así como en el espíritu está la semejanza por ser espíritu libre e inmortal.
El pensamiento de ustedes, para ser capaces de recordar, entender, querer lo que es bueno, debe ser
nutrido de mi doctrina. Ella los hace comprender el bien y discernir el mal, los hace querer obrar el
bien. Sin mi doctrina se vuelven esclavos de otras "doctrinas" que son errores; En tal caso ¿cómo
podrían decir "Dios me ha abandonado", cuando son ustedes los que lo han abandonado?.
Permanezcan en Mí. Si no lo hacen es señal de que me rechazan, y mi Padre rechaza a quien me
rechaza, porque quien me rechaza, rechaza al Padre, pues Yo soy uno con el Padre. Obren de tal
manera que el Padre no pueda distinguir dónde termino yo y dónde comienzan ustedes, por ser tanta y
tan plena la semejanza, pues quien ama, termina por imitar del ser amado.
Quiero que ustedes sean como Jesús. Esto porque deseo que obtengan cuanto pidan -unidos a Mí, no
pueden pedir más que cosas buenas- y así no se las negarán. Además, quiero que tengan más todavía
de lo que piden, pues el amor de Dios se complace en su Verbo, y quien está en el Hijo, goza de esta
infinita efusión. Yo soy el cuerpo y ustedes los miembros, por eso la gloria que me inunda y viene del
Padre, se transmite a ustedes, que son parte de Mí, inseparables aquí y en el más allá.

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(tiempo breve de silencio y meditación personal)

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HORA SANTA – DICTADA A MARÍA VALTORTA

Vengan y pidan. No tengan miedo de pedir. Todo pueden pedir porque Dios todo puede dar. Pidan por
ustedes y por todos. Yo se los he enseñado. Pidan por los presentes y los futuros. Pidan por esta su
jornada y por su eternidad, pidan por esta y por aquella persona que aman.
Pidan por todos, por los buenos para que Dios los Bendiga. Por los malvados para que Dios los
convierta. Repitan conmigo: "Padre, perdónalos". Pidan: la salud, la paz en la familia, la paz en el
mundo, la paz para la eternidad. Pídanle junto con la vida que les da, también la santidad, y la fuerza
que viene de Él.
No tengan miedo de pedir. El pan de cada día y la bendición cotidiana. Ustedes no son solo cuerpo, ni
sólo espíritu. Pidan por éste y por aquél y se les concederá. No tengan miedo de atreverse demasiado.
Yo, para ustedes, he pedido mí misma gloria. Más bien se las he dado sin rodeos, para que sean
semejantes a Nosotros que los amamos, y así el mundo conozca que ustedes son los hijos de Dios.
Vengan. Aquí en mi Corazón está el Padre. Entren, que Él los pueda reconocer y decir: "Que se haga
gran fiesta en el Cielo porque he encontrado un hijo".

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(tiempo breve de silencio y meditación personal)

PETICIONES PERSONALES

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