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La Biblia establece esta unión de dos maneras: el creyente está unido a Cristo a
través de un pacto y a través de su conversión. En primer lugar, el creyente está
unido a Cristo por medio de un pacto. En 1 Corintios 15:21-22, Pablo establece
que toda la humanidad fue llevada al pecado y a la condenación porque estaba en
pacto con Adán. De manera similar, todos los elegidos son salvos porque están en
unión con el Señor Jesucristo.
Segundo, cuando nacemos de nuevo, somos librados del poder del pecado. Pablo
dice que el poder que resucitó a Cristo de entre los muertos es el mismo poder
que nos regenera y que está obrando continuamente en nosotros (Rom 6:8-9; Ef
1:18-20). Así que, vivimos por el poder de Su resurrección (Gál 2:20); y por lo
tanto, nuestra unión con Cristo certifica que la obra de la mortificación no fallará.
¿Cómo, pues, utilizamos la realidad de nuestra unión en la muerte y resurrección
de Cristo para luchar contra el pecado? Primero, Pablo nos llama a practicar el
deber del pensamiento espiritual positivo (Rom 6:11). La doctrina sobre el poder
del pensamiento positivo es errónea, pero hay poder en el pensamiento
espiritual. Pablo nos exhorta a pensar espiritualmente sobre nuestra unión con
Cristo y considerarnos muertos al pecado.
Podrías pensar: “Si no puedo evitar mortificar la carne cuando vivo fielmente,
entonces, ¿por qué no solo concentrarme en la fe, la esperanza y el amor, y así
dejar que la mortificación ocurra por su propia cuenta? (siendo esta una manera
positiva de enfrentar el problema)”. Es cierto que si crecemos en fe, esperanza y
amor, el pecado disminuye; sin embargo, Dios dice claramente que Él quiere que
hagamos morir el pecado (Rom 8:13; Col 3:5), un llamado que requiere atención
(Rom 8:5-8). El lente de la mortificación nos permite apuntar a pecados
específicos para debilitarlos, herirlos y hasta matarlos de una manera más
directa. Piensa en cómo cuidas tu jardín: desyerbándolo y alimentándolo.
Alimentar tu jardín representa el cultivar la fe, esperanza y el amor; mientras que
desyerbar es encontrar esa mala yerba del pecado y arrancarla desde sus raíces.
Aun así, algunos consideran que la mortificación es como una cirugía opcional,
como si el doctor hubiera dicho que puedes pasar tu vida entera sin hacértela,
aunque pudiera ser que experimentes algunas molestias. Sobre la base de esta
premisa, algunos sopesan los supuestos beneficios de mortificar el pecado contra
el trabajo duro y obvio que representaría, y deciden que la recompensa es
demasiado pequeña. Podrían declararse “cristianos carnales”, sellar sus boletos
para ir al cielo y continuar con vida a la ligera: comiendo, bebiendo y
divirtiéndose.
Pero considera esto: “Si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el
Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Rom 8:13); “y todo el que
tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica” (1 Jn 3:3); y “ninguno que es nacido
de Dios practica el pecado” (1 Jn 3:9). Esta cirugía no es electiva; ninguno que
espera vivir en Dios puede rechazarla.
Al final, Dios nos librará de este desesperante “cuerpo de muerte” (Rom 7:24-25).
Hasta entonces, por el Espíritu, libremos esta guerra —esta guerra santa
intencional, radical y colaborativa— con premeditación y alevosía.
La práctica de la mortificación
Por Sinclair Ferguson
Las consecuencias de una conversación pueden cambiar nuestra opinión sobre
su importancia. Mi amigo, un ministro más joven, se sentó conmigo en su iglesia
al terminar una conferencia y me dijo: «Antes de que nos retiremos esta noche,
solo muéstrame los pasos necesarios para ayudar a alguien a mortificar o hacer
morir el pecado». Estuvimos sentados hablando de esto por un poco más de
tiempo y luego nos fuimos a descansar; espero que se haya sentido tan bendecido
como yo con nuestra conversación. Todavía me pregunto si estaba haciendo su
pregunta como pastor o simplemente para sí mismo, o ambos.
Varios pasajes vienen a la mente para este estudio: Romanos 8:13; Romanos
13:8-14 (texto de Agustín); 2 Corintios 6:14-7:1; Efesios 4:17-5:21; Colosenses
3:1-17; 1 Pedro 4:1-11; 1 Juan 2:28-3:11. Es importante destacar que solo dos de
estos pasajes contienen el verbo «mortificar» («dar muerte»). De igual manera es
importante notar que el contexto de cada uno de estos pasajes va más allá de la
exhortación a mortificar el pecado solamente. Como veremos, esta es una
observación que resulta ser de gran importancia.
De estos pasajes, Colosenses 3:1-17 es probablemente el mejor lugar para
comenzar.
Pablo nos da el patrón y el ritmo que necesitamos. Al igual que los saltadores de
longitud olímpicos, no tendremos éxito a menos que volvamos del punto de
acción a un punto en el cual podamos recobrar energía para el arduo trabajo de
luchar contra el pecado. ¿Cómo, entonces, nos enseña Pablo a hacer esto?
En tercer lugar, la exposición de Pablo nos proporciona una guía práctica para
mortificar el pecado. A veces parece como si Pablo diese exhortaciones («Haced
morir …», 3:5, RV60) sin dar ayuda «práctica» para responder a nuestras
inquietudes de cómo aplicar esas verdades a nuestras vidas. A menudo, hoy en
día, los cristianos van a Pablo para que les diga qué hacer, pero luego se dirigen a
una librería cristiana para descubrir cómo hacerlo. ¿Por qué este desvío?
Probablemente porque no nos detenemos lo suficiente para analizar lo que Pablo
está diciendo. No meditamos profundamente ni nos sumergimos lo suficiente en
las Escrituras. Digo esto porque, usualmente, cada vez que Pablo emite una
exhortación, la rodea con pistas sobre cómo podemos y debemos ponerla en
práctica.
Esto es absolutamente cierto aquí. Observa cómo este pasaje ayuda a responder
nuestro «¿cómo lo hago?”
1. Aprende a reconocer el pecado por lo que realmente es. Llama las cosas tal
como son; llámalo «inmoralidad sexual» no «estoy siendo tentado un poco»,
llámalo «impureza» y no «estoy luchando con mis pensamientos», llámalo «malos
deseos, que es idolatría» en vez de «creo que necesito organizar mis prioridades
un poco mejor». Este patrón corre a través de toda esta sección. ¡Qué manera tan
poderosa de desenmascarar el autoengaño y ayudarnos a quitarle la máscara al
pecado que acecha en lo recóndito de nuestros corazones!
2. Mira tu pecado por lo que realmente es ante la presencia de Dios. «Por causa
de estas cosas vendrá la ira de Dios» (3:6). Los maestros de la vida espiritual
hablaron de arrastrar nuestros deseos (aunque griten y pataleen) hasta la cruz, al
Cristo que llevó la ira de Dios sobre Sí mismo en nuestro lugar. Mi pecado me
conduce no solo a un placer efímero, sino también a un disgusto espiritual. Mira
la verdadera naturaleza de tu pecado a la luz del castigo que merece. Con mucha
facilidad pensamos que el pecado es menos serio en los cristianos que en los no
creyentes: «Es perdonado, ¿no es así?» ¡No si continuamos en él (1 Jn 3:9)! Ve el
pecado desde una perspectiva celestial y siente la vergüenza de aquello en lo que
una vez caminaste (Col 3:7; ver también Rom 6:21).
Estas son algunas de las cosas que mi amigo y yo hablamos aquella noche
inolvidable. No tuvimos la oportunidad de preguntarnos el uno al otro «¿cómo te
ha ido?» porque fue nuestra última conversación; él murió unos meses después.
A menudo me he preguntado cómo fueron los meses en su vida luego de esta
conversación. De cualquier manera, la seria preocupación personal y pastoral de
su pregunta aún resuena en mi mente. Tiene un efecto similar a lo que Charles
Simeon dijo que veía transmitido en los ojos de su amado retrato del gran Henry
Martyn: «¡No juegues con eso!»