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La forma de ensayo que he elegido no me


invitaba a recordar discusiones entre especialistas
ni a lanzarme a una controversia erudita.
Mi ambición se limitaba a proponer una clave de
lectura para comprender la religión griega. Mi
maestro Louis Gernet tituló la gran obra, siempre
actual, que consagró al mismo tema Le Génie
grec dans la religión. En este pequeño volumen he
querido hacer patente al lector lo que de buena
gana llamaría el estilo religioso griego.

Jean-Pierre Vernant
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942098-4
MITO Y RELIGIÓN
EN LA GRECIA ANTIGUA
Jean-Pierre Vernant

MITO Y RELIGIÓN
EN LA GRECIA ANTIGUA

EDITORIAL ARIEL, S. A.
BARCELONA
INTRODUCCIÓN
< I L O " O F | A.
V LEȒcAS
Título original: Intentar bosquejar el cuadro de la religión griega
Mithe et religión en Crece ancienne en un breve ensayo, ¿no parece una apuesta perdida
de antemano? Desde que se toma la pluma para es­
Traducción de
Salvador María del Carril cribir, apenas seca la tinta, surgen tantas dificulta­
des, se plantean tantos problemas... ¿Tenemos dere­
1.a edición: enero 1991 cho a hablar de religión en el sentido que nosotros
1. a reimpresión: julio 1999
2. a reimpresión: mayo 2001 la entendemos? El politeísmo de los griegos no tiene
lugar en el «retorno de lo religioso» que, para ale­
© Éditions du Seuil 1990, collection la librairie du xxc siécle grarse o para deplorarlo, hoy nos sorprende a todos.
dirigée par Maurice Olender, pour la versión fran^aise et l’introduction
Porque se trata de una religión muerta, es cierto,
© Macmillan Publishing Company, 1987. Dans sa versión anglaise, pero también porque no puede ofrecer nada a las
ce texte a été publié le titre «Greek Religión» esperanzas de quienes buscan la salida de una fe ín­
dans le 6e volume de The Enciclopedia of Religión, Mircea Eliade (éd.),
New York et Londres, Macmillan, 1987, pp. 99-118
tima en una comunidad de creyentes, en un encua-
dramiento religioso de la vida colectiva. Desde el pa­
Derechos exclusivos de edición en castellano ganismo hasta el mundo contemporáneo, lo que ha
reservados para todo el mundo
cambiado es el propio significado de la religión, su
y propiedad de la traducción:
© 1991 y 2001: Editorial Ariel, S. A. papel y sus funciones, su lugar en la conciencia in­
Provenga, 260 - 08008 Barcelona dividual y en el grupo. A.-J. Festugiére —tendremos
ocasión de revisarlo más extensamente— excluye de
ISBN: 84-344-1096-6
la religión helénica todo el campo de la mitología,
Depósito legal: B. 22.453 - 2001 pese a que prescindir de él nos coloca en una posi­
ción difícil para concebir a los dioses griegos. Según
Impreso en España
ese autor, en la religión que nos ocupa el culto reem­
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puedo ser plaza a lo religioso; el culto o, mejor dicho, lo que
reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya
sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso
como buen monoteísta Festugiére cree poder pro­
previo del editor. yectar de su propia conciencia cristiana sobre los

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ritos de los antiguos. Otros eruditos llevan más lejos ni menos ricas espiritualmente, ni menos complejas
la exclusión. Suprimen de la piedad antigua todo y organizadas intelectualmente que las actuales. Son
aquello que le parece extraño a un espíritu religioso distintas. Los fenómenos religiosos tienen múltiples
definido con referencia al nuestro. Así, hablando del formas y orientaciones. La tarea del historiador es
orfismo, Comparetti afirma, en 1910, que es la única exponer lo que la religiosidad de los griegos puede
religión que merece ese nombre en el paganismo; tener de específico, en sus contrastes y analogías con
«todo el resto, salvo los misterios, no es más que los otros sistemas, politeístas ó monoteístas, que re­
mito y culto». ¿Todo el resto? Fuera de una corriente gulan las relaciones de los hombres con el más allá.
sectaria, totalmente marginal en su aspiración de Si no hubiera analogías, no se podría hablar, re­
huir de lo terreno para unirse a lo divino, la reli­ firiéndose a los griegos, de piedad e impiedad, de
giosidad de los griegos se reduciría a mito; es decir, pureza e impureza, de temor y de respeto a los dio­
desde el punto de vista del autor, a fabulación poéti­ ses, de ceremonias y de fiestas en su honor, de sacri­
ca y culto, a una serie de observancias rituales más ficio, ofrenda, oración o acción de gracias. Pero las
o menos emparentadas con las prácticas mágicas de diferencias saltan a la vista. Son tan fundamentales,
las que proceden. que incluso los actos de culto cuya persistencia pa­
El historiador de la religión griega debe, enton­ rece probada, y que de una religión a otra designan
ces, navegar entre dos escollos. Debe cuidarse de conceptos equivalentes, como el sacrificio, presentan
«cristianizar» la religión que estudia, interpretando en sus procedimientos, sus finalidades y su conte­
el pensamiento, las conductas y los sentimientos del nido teológico divergencias tan radicales que se pue­
griego que se entrega a sus prácticas piadosas en el de hablar, a su respecto, tanto de permanencia como
marco de una religión cívica, superponiéndolos al de mutación y ruptura.
modelo del creyente de hoy, que asegura su salva­ Todo panteón, como el de los griegos, supone dio­
ción personal, en esta vida y en la otra, en el spno ses múltiples, cada cual con funciones propias, ám­
de una Iglesia única, con potestad para dispensarle bitos reservados, modos de acción particulares y
los sacramentos que hacen de él un fiel. Pero tam­ patrones específicos de poder. Estos dioses que, en
bién debe guardarse de insistir en las diferencias, de sus relaciones mutuas, componen una sociedad je­
que las oposiciones entre los politeísmos de las ciu­ rarquizada en la que las competencias y los privile­
dades griegas y los monoteísmos de las grandes reli­ gios son objeto de un reparto bastante estricto, se
giones del Libro le induzcan a descalificar los pri­ limitan y se complementan unos a otros.
meros, a retirarlos del plano religioso para relegarlos Estos dioses múltiples están en el mundo for­
a otro ámbito, incorporándolos, como han llegado a mando parte de él. No lo han creado por medio de
hacerlo los partidarios de la escuela antropológica un acto que, como en el caso del dios único, marca
inglesa, siguiendo a J. G. Frazer y J. E. Harrison, a su total trascendencia respecto de una obra cuya
un fondo de «creencias primitivas» y de prácticas existencia deriva y depende totalmente de él. Los
«mágico-religiosas». Las religiones antiguas no son dioses han nacido del mundo. La generación de aque-

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líos a quienes los griegos rinden culto, los Olímpi­ de fuerzas o fenómenos naturales. Se trata de otra
cos, vio la luz al mismo tiempo que el universo, dife­ cosa. El rayo, la tempestad, las altas cumbres no
renciándose y ordenándose, tomó su forma definitiva son Zeus; son de Zeus. Un Zeus mucho más allá de
de cosmos organizado. Este proceso de génesis se ha ellas, puesto que las engloba en el seno de una Po­
operado a partir de Potencias primordiales, como el tencia que se extiende a las realidades, no físicas
Caos y la Tierra (Gaia), de las que han salido, simul­ sino psicológicas, éticas o institucionales. Lo que
táneamente y en virtud del mismo movimiento, el hace de una Potencia una divinidad es que reúne bajo
mundo, los humanos —que, habitando una parte de su autoridad una pluralidad de «efectos», completa­
él, pueden contemplarlo— y los dioses, que lo pre­ mente arbitrarios para nosotros, pero que el griego
siden invisibles desde su morada celeste. acepta porque ve en ellos la expresión de un mismo
Hay, pues, divinidad en el mundo, como hay poder actuando en los dominios más diversos. Si el
mundanidad en las divinidades. Por eso el culto no rayo y las alturas son de Zeus, se debe a que el dios
podría dirigirse a un ser radicalmente extrahumano, se manifiesta, en el conjunto del universo, a través
cuya existencia no tuviera nada que ver con el orden de todo aquello que lleva la marca de una eminente
natural en el universo físico, en la vida humana y superioridad, de una supremacía. Zeus no es fuerza
en la existencia social. Al contrario, el culto puede natural: es rey, dueño y señor de la soberanía en
dirigirse a ciertos astros, como la luna; a la aurora, todos los aspectos que ésta pueda revestir.
la luz del sol, la noche; a una fuente, un río, un ár­ ¿Cómo alcanzar con el pensamiento a un dios
bol; al eco de una montaña, y también a un senti­ único, perfecto, trascendente, inconmensurable para
miento, una pasión (Aidos, Eros); a una noción mo­ el espíritu limitado de los humanos? ¿En las mallas
ral o social (Diké, Eunomía). No es que se trate en de qué red la razón puede aprisionar el infinito? Dios
cada caso de dioses propiamente dichos, pero todos no es cognoscible; sólo se le puede reconocer, saber
manifiestan lo divino en el registro que les es propio, que es en lo absoluto de su ser. Entonces, para cu­
de la misma forma que la imagen cultual, exteriori­ brir la infranqueable distancia entre Dios y el resto
zando la divinidad en su templo, puede ser, con ra­ del mundo, son necesarios los intermediarios, los
zón, objeto de devoción para los fieles. mediadores. Ha sido necesario que Dios, para darse
En presencia de un cosmos lleno de dioses, el a conocer a sus criaturas, eligiese revelarse a algu­
hombre griego no distingue lo natural y lo sobrena­ nas de ellas. En una religión monoteísta, la fe hace
tural como dos ámbitos opuestos. Uno y otro están normalmente referencia a alguna forma de revela­
intrínsecamente ligados. Frente a ciertos aspectos ción: desde el principio la creencia se arraiga en la
del mundo, experimenta el mismo sentimiento de esfera de lo sobrenatural. El politeísmo griego no
sacralidad que en el trato con los dioses en las cere­ descansa en la revelación; nada hay que fundamente,
monias que establecen contacto con ellos. desde lo divino y por él, la apremiante verdad. La
No es que se trate de una religión de la natura­ adhesión se apoya en el uso: las costumbres huma­
leza y que los dioses griegos sean personificaciones nas ancestrales, los nomoi. Como la lengua, el modo

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de vida, los modales en la mesa, el vestido, la subsis­ más allá de la muerte. Hasta los misterios, como los
tencia, el estilo de comportamiento en privado y en de Eleusis, en que los iniciados obtienen la promesa
público, el culto no necesita otra justificación que de una suerte mejor en el Hades, no se ocupan del
su existencia misma: desde los tiempos en que viene alma: nada hay que evoque en ellos una reflexión
practicándose, ha pasado sus pruebas. Expresa, en sobre su naturaleza o el uso de técnicas espirituales
efecto, la forma en que los griegos han regulado des­ para su purificación. Como lo observa Louis Gernet,1
de siempre sus relaciones con el más allá. Apartarse el pensamiento de los misterios permanece lo bas­
del culto equivaldría a dejar de ser ellos, como si tante confinado como para que se perpetúe, sin gran­
perdieran el uso de su lengua. des cambios, la concepción homérica de la psyché,
Entre lo religioso y lo social, lo doméstico y lo fantasma de lo viviente, sombra inconsistente rele­
cívico, no hay oposición ni corte neto, no más que gada bajo la tierra.
entre lo sobrenatural y lo natural, lo divino y lo Así pues, el fiel no establece con la divinidad una
mundano. La religión griega no constituye un sector relación de persona a persona. Un dios trascendente,
aparte, encerrado en sus límites y que se superpon­ precisamente porque está fuera del mundo, más allá
dría a la vida familiar, profesional, política o de ocio del alcance terrenal, puede encontrar en la concien­
sin confundirse con ella. Si podemos hablar de «re­ cia de cada devoto, en su alma, si ésta se ha sometido
ligión cívica» para la Grecia arcaica y clásica, esto a una preparación religiosa, el lugar privilegiado de
significa que lo religioso queda incluido en lo social un contacto y de una comunión. Los dioses griegos
y que, recíprocamente, lo social, en todos sus niveles no son personas, son Potencias. El culto los honra
y en la diversidad de sus aspectos, está penetrado en razón de la extrema superioridad de su condición.
de lado a lado por lo religioso. Si bien ellos pertenecen al mismo mundo que los hu­
De ahí una doble consecuencia. En este tipo de manos, si tienen en cierta forma el mismo origen,
religión el individuo no ocupa, como tal, un lugar constituyen una raza que desconoce todas las imper­
central. No participa en el culto a título puramente fecciones que señalan a las criaturas mortales con
personal, como criatura singular a cargo de la salva­ el sello de la negatividad —debilidad, fatiga, sufri­
ción de su alma. Desempeña el papel que le asigna miento, enfermedad, muerte— y no encarna lo abso­
su posición social: magistrado, ciudadano, miembro luto ni el infinito, pero sí la plenitud de los valores
de una fratría, de una tribu o de un demos, padre de que componen el premio de la existencia en esta
familia, matrona o joven (muchacho o muchacha) tierra: belleza, fuerza, juventud eterna, eclosión per­
en las diversas etapas de su ingreso en la vida adulta. manente de la vida.
Es una religión que consagra un orden colectivo y Segunda consecuencia. Decir que lo político está
que integra, en el lugar que conviene, a sus diferen­ impregnado por lo religioso es reconocer, al mismo
tes componentes, pero que deja fuera de su campo tiempo, que la religión misma está ligada a lo polí-
las preocupaciones concernientes a la persona de
1. Louis Gernet, «L’Anthropologie de la religión grecque», 1955,
cada uno, a su eventual inmortalidad, a su destino en Anthropologie de la Gréce antigüe, París, 1968, p. 12.

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tico. Toda magistratura tiene un carácter sagrado, como el dionisismo, cuyo espíritu es tan contrario
pero todo sacerdocio depende de la autoridad pú­ al suyo.
blica. Si los dioses son los de la ciudad, y si no hay Religión cívica, dionisismo, misterios, orfismo:
ciudad sin divinidades polladas velando por su sal­ no está cerrado el debate sobre sus relaciones en el
vación, dentro y fuera, es la asamblea del pueblo la curso del período que trata nuestro estudio, ni sobre
que manda sobre la economía de los hiera, de las la influencia, el alcance y el significado de cada uno.
cosas sagradas, decide la organización de las fiestas, Los historiadores de la religión griega que como
el reglamento de los santuarios, los sacrificios que Walter Burkert pertenecen a escuelas distintas a la
deben cumplirse, los dioses nuevos que van a aco­ mía, sostienen puntos de vista diferentes a los que
gerse y los honores que les son debidos. Porque no yo expongo. Y entre los investigadores más próximos
hay ciudad sin dioses, los dioses cívicos requieren, a mí, el acuerdo sobre lo esencial no está libre de
como contrapartida, ciudades que los reconozcan, matices o divergencias sobre ciertos puntos.
los adopten y los hagan suyos. En cierta forma, como La forma de ensayo que he elegido no me invitaba
escribe Marcel Detienne,2 volverse ciudadanos para a recordar estas discusiones entre especialistas ni a
ser completamente dioses. lanzarme a una controversia erudita. Mi ambición
En esta introducción hemos querido prevenir al se limitaba a proponer una clave de lectura para
lector contra la tentación, muy natural, de asimilar comprender la religión griega. Mi maestro Louis Ger-
el mundo religioso de los antiguos griegos al que hoy net tituló la gran obra, siempre actual, que consagró
nos es familiar. Pero, al destacar los rasgos diferen­ al mismo tema Le Génie grec dans la religión? En
ciales, no podemos evitar el riesgo de forzar un poco este pequeño volumen he querido hacer patente al
el cuadro. Ninguna religión es simple, homogénea, lector lo que de buena gana llamaría el estilo reli­
unívoca. Aun en los siglos vi y v antes de nuestra era, gioso griego.
cuando el culto cívico tal como lo hemos recordado
domina el conjunto de la vida religiosa de las ciuda­
des, no coexisten con él corrientes más o menos mar­
ginales de orientación diferente. Hace falta ir más
lejos. La misma religión cívica, por más que modele
los comportamientos religiosos, no puede asegurar
plenamente su dominio si no es haciendo un lugar
en su seno a los cultos de misterios, cuyas aspira­
ciones y actitudes le son en parte extrañas, e inte­
grando, para englobarla, una experiencia religiosa

2. Marcel Detienne, La Vie quoíidienne des dieux grecs (en


colaboración con G. Sissa), París, 1989, p. 172; véase también, 3. Louis Gernet y Andró Boulanger, Le Génie grec dans la
pp. 218-230. religión, 1932. Reeditado en 1970.

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MITO, RITUAL E IMAGEN DE LOS DIOSES

La religión griega arcaica y clásica presenta, en­


tre los siglos viii y iv antes de la era cristiana, mu­
chos rasgos característicos que es necesario recor­
dar. Como otras culturas politeístas, es ajena a toda
forma de revelación: no ha conocido ni profetas ni
mesías. Ahonda sus raíces en una tradición que en­
globa, íntimamente mezclados con ella, todos los
demás elementos constitutivos de la civilización he­
lénica, todo aquello que da a la Grecia de las ciuda­
des su fisonomía propia, desde la lengua, los gestos,
las formas de vivir, de sentir, de pensar, hasta los
sistemas de valores y las normas de vida colectiva.
Esta tradición religiosa no es uniforme ni está estric­
tamente fijada; no tiene ningún carácter dogmático.
Sin cásta sacerdotal, carece de clero especializado y
de Iglesia. La religión griega no conoce un libro sa­
grado en el que se encontrará la verdad, depositada
de una vez para siempre en un texto. Tampoco im­
plica «credo» alguno que imponga a los fieles un
conjunto de creencias sobre el más allá.
Si es así, ¿sobre qué descansan y cómo se expre­
san las convicciones íntimas de los griegos en mate­
ria religiosa? Sus certezas no se sitúan en un plano
doctrinal, no generan para el devoto la obligación
de adherirse en todo y al pie de la letra, bajo pena
de impiedad, a un cuerpo de verdades definidas. Para

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que realice los ritos es suficiente dar crédito a un cuna. Estos cuentos, estos mythoi, tanto más fami­
vasto repertorio de narraciones conocidas desde la liares cuanto que se escuchaban relatar al mismo
infancia, cuyas versiones son lo bastante diversas y tiempo que se aprendía a hablar, contribuyen a dar
las variantes lo suficientemente numerosas como forma al cuadro mental en el que se induce a los
para dejar a cada cual un extenso margen de inter­ griegos, con toda naturalidad, a representarse lo di­
pretación. En este marco y bajo esta forma toman vino, a situarlo, a pensarlo.
cuerpo las creencias sobre los dioses, y se produce A continuación, por la voz de los poetas el mundo
un consenso de opiniones seguras en cuanto a su de los dioses, en su distancia y su rareza, se torna
naturaleza, funciones y exigencias. Rechazar este presente a los humanos. A través de los relatos que
fondo de creencias comunes sería lo mismo que no las ponen en escena, las potencias del más allá asu­
hablar griego, no vivir a la manera griega, dejar de men una forma familiar, accesible a la inteligencia.
ser uno mismo. Pero no por ello se ignora que exis­ El canto de los poetas, acompañado por la música
ten otras lenguas y otras religiones además de las de un instrumento, no sólo se escucha en privado, en
propias, y que siempre se puede caer en la incredu­ un ambiente íntimo, sino también en público, du­
lidad; tomar, con respecto a la religión, suficiente rante los banquetes, las fiestas oficiales, los grandes
distancia como para entablar una libre reflexión crí­ concursos y los juegos.
tica sobre ella. Y esto no les está prohibido a los La actividad literaria, que prolonga y modifica,
griegos. por el recurso a la escritura, una tradición muy anti­
gua de poesía oral, ocupa un lugar central en la vida
social y espiritual de Grecia. Para los oyentes no se
La voz de los poetas trata de un simple entretenimiento personal, de un
lujo reservado a una élite instruida, sino una verda­
Esta masa de «saberes» tradicionales, conteni­ dera institución que hace las veces de memoria so­
dos en narraciones sobre la sociedad del más allá, cial, de un instrumento de conservación y comuni­
las familias de los dioses, la genealogía de cada uno, cación del saber cuyo papel es decisivo. En la poesía
sus aventuras, sus conflictos y acuerdos, sus respec­ y por la poesía se expresan y se fijan, adoptando una
tivos poderes, sus competencias y su modo de ac­ forma verbal fácil de memorizar, los rasgos esen­
ción, sus prerrogativas, los honores que les son de­ ciales que, más allá de las particularidades de cada
bidos, ¿cómo se conserva y se transmite en Grecia? ciudad, fundan una cultura común para el conjunto
En lo que concierne al lenguaje, de dos maneras de la Hélade, especialmente en lo relativo a las re­
esenciales. La primera, a través de una tradición pu­ presentaciones religiosas, ya se trate de los dioses
ramente oral que se transmite en cada hogar, sobre propiamente dichos, o de demonios, héroes o muer­
todo a través de las mujeres: cuentos de nodrizas, tos. Si no hubieran existido las obras de la poesía
fábulas de viejas abuelas —para hablar como Pla­ épica, lírica y dramática, podríamos hablar de cul­
tón— cuyo contenido asimilan los niños desde la tos griegos, en plural, pero no de una religión griega.

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Homero y Hesíodo tuvieron un papel privilegiado gión griega es, en primer lugar, ese tesoro, múltiple
en este aspecto. Sus relatos sobre los seres divinos y copioso, de historias legendarias que nos han trans­
han logrado un valor casi canónico; han funcionado mitido los autores griegos, relevados luego por los
como puntos de referencia tanto para los autores latinos, y en el que el espíritu del paganismo ha per­
que los siguieron, como para el público que los escu­ manecido lo bastante vivo como para ofrecer al lec­
chó o leyó. tor de hoy, en un mundo cristiano, el camino más
Sin duda los otros poetas no han tenido una in­ seguro de acceso a la comprensión de lo que fue el
fluencia comparable. Pero mientras la ciudad perma­ politeísmo antiguo.
neció viva, la actividad poética continuó desempe­ Además, adoptando este punto de vista, los mo­
ñando este papel de espejo, devolviendo al grupo dernos se contentan con pisarles los talones a los
humano su propia imagen, permitiéndole aferrarse antiguos, con seguir el camino que éstos han tra­
a su dependencia con respecto a lo sagrado, definir­ zado. En el siglo vi a. J.C., Teágenes de Regio y He-
se frente a los Inmortales, integrarse en lo que ase­ cateo inauguran una trayectoria intelectual que se
gura a una comunidad de seres perecederos su cohe­ perpetuará después de ellos: los mitos tradiciona­
sión, su duración, su permanencia a través del flujo les no sólo son retomados, desarrollados y modifi­
de las generaciones sucesivas. cados, sino que son objeto de un examen razonado;
Por tanto, al historiador de las religiones se le se someten los relatos, los de Homero en particular,
plantea un problema. Si la poesía toma a su cargo a una reflexión crítica en la que se les aplica un
el conjunto de afirmaciones que un griego se cree método de exégesis alegórica. En el siglo v se pon­
autorizado a sostener sobre los seres divinos, su con­ drá en marcha un trabajo que será sistemáticamente
dición y sus relaciones con las criaturas mortales; continuado desde entonces y que adopta dos direc­
si corresponde a cada poeta exponer, modificándolas ciones esenciales. En primer lugar, la recopilación y
a veces en alguna medida, las leyendas divinas y he­ la comparación de todas las tradiciones legendarias
roicas cuya suma constituye la enciclopedia de cono­ orales propias de una ciudad o de un santuario: éste
cimientos concernientes al más allá de que dispone será el empeño de los cronistas que, a la manera de
el griego, ¿habría que considerar estos relatos poé­ los atidógrafos para Atenas, se proponen fijar por
ticos, estas narraciones dramatizadas, como docu­ escrito la historia de una ciudad o de un pueblo,
mentos de orden religioso, o no atribuirles más que desde los orígenes más lejanos, remontándose a sus
un valor puramente literario? En resumen: los mitos tiempos fabulosos, cuando los dioses mezclados con
y la mitología, en la forma que la civilización griega los hombres intervenían directamente en sus asun­
les ha dado, ¿deben adjudicarse al campo de la reli­ tos para fundar las ciudades e iniciar los linajes de
gión o al de la literatura? las primeras dinastías reinantes. Así será posible, a
Para los eruditos del Renacimiento, como des­ partir de la época helenística, el proyecto de com­
pués para la gran mayoría de los investigadores del pilación llevado a cabo por los eruditos y que desem­
siglo xix, la respuesta es obvia. A sus ojos, la reli­ boca en la redacción de verdaderos repertorios mito­

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lógicos: Biblioteca del Pseudo Apolodoro; Fábulas y conocimiento más verídico, para los antiguos es lo
Astronómicas, de Higinio; libro IV de las Historias mismo que reconocer el papel intelectual que fue
de Diodoro; Metamorfosis, de Antonio Liberal, reco­ comúnmente atribuido a esos mitos, en la Grecia
pilación de los Mitógrafos del Vaticano. de las ciudades, como medio de información sobre
En segundo lugar, y paralelamente a este esfuer­ el mundo del más allá.
zo que tiende a representar, resumido y siguiendo
un orden sistemático, el fondo común de las leyen­
das griegas, se ven aparecer ciertas vacilaciones e Una visión monoteísta
inquietudes, apreciables ya en los poetas, sobre el
crédito que en estos relatos merecen los episodios Sin embargo, una orientación nueva se perfila en
escandalosos que parecen incompatibles con la emi­ los historiadores de la primera mitad del siglo xx.
nente dignidad de lo divino. Pero este interrogante Muchos de ellos, en sus investigaciones sobre la re­
adquiere toda su amplitud con el desarrollo de la ligión griega, se distancian de las tradiciones legen­
historia y de la filosofía. La crítica alcanza entonces darias, que rehúsan considerar documentos de orden
al mito en general. Confrontada a la investigación propiamente religioso, con valor de testimonio eficaz
del historiador y al razonamiento del filósofo, la fá­ sobre el estado real de las creencias y acerca de los
bula se ve privada, en tanto que fábula, de toda sentimientos de los fieles. Para estos investigadores,
competencia para hablar de lo divino de una manera la religión reside en la organización del culto, en el
válida y auténtica. Así, al mismo tiempo que se dedi­ calendario de las fiestas sacras, en la liturgia cele­
can con mayor cuidado a catalogar y fijar su patri­ brada para cada dios en su santuario. Frente a estas
monio legendario, los griegos se ven impulsados a prácticas rituales, que forman el auténtico mantillo
ponerlo en entredicho, a veces radicalmente, plan­ donde enraízan los comportamientos religiosos, el
teando con toda claridad el problema de la verdad mito hace el papel de excrecencia literaria, de pura
—o la falsedad— del mito. En este aspecto, las solu­ fabulación. Fantasía siempre más o menos gratuita
ciones serán diversas: desde el rechazo, la negación de los poetas, sólo podría mantener relaciones leja­
pura y simple, hasta las múltiples formas de inter­ nas con la convicción íntima del creyente, compro­
pretación que permiten «salvar» al mito, sustituyen­ metido en lo concreto de las ceremonias cultuales,
do la lectura banal por una hermenéutica erudita en la serie de actos cotidianos que, poniéndolo en
que, bajo la trama de la narración, saca a la luz una contacto directo con lo sagrado, hacen de él un hom­
enseñanza secreta análoga, detrás del disfraz de la bre piadoso.
fábula, a las verdades fundamentales cuyo conoci­ En el capítulo dedicado a Grecia en la Histoire
miento, privilegio del sabio, abre el único camino genérale des religions, publicado en 1944, A.-J. Fes-
de acceso a lo divino. Pero tanto si atesoran cuida­ tugiére advierte al lector en estos términos: «Sin
dosamente sus mitos, como si los interpretan, los duda, poetas y escultores, obedientes a las exigencias
critican o los rechazan en nombre de otro tipo de mismas de su arte, se inclinan a representar una so­

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ciedad de dioses muy caracterizados: forma, atribu­ ces, se lo coloca fuera de la inteligencia, en el sen­
tos, genealogía, historia; todo queda netamente defi­ timiento de terror sagrado que el hombre experi­
nido, pero el culto y el sentimiento popular revelan menta cada vez que se le impone, en lo que tiene de
otras tendencias.» Así, desde el comienzo, se encuen­ irrecusablemente extraña, la evidencia de lo sobre­
tra acotado el campo de lo religioso: «Para compren­ natural. Los griegos disponen de una palabra para
der bien la verdadera religión griega, olvidando, designar esta reacción afectiva, inmediata e irracio­
pues, la mitología de los poetas y del arte, recurri­ nal, ante la presencia de lo sagrado: thambos, el
mos al culto, y a los cultos más antiguos.»1 temor reverencial. Tal sería el pedestal sobre el que
¿A qué responde este prejuicio exclusivo en favor se apoyarían los cultos más antiguos, las formas
del culto y este predominio reconocido a lo más ar­ diversas adoptadas por el rito, respondiendo, a par­
caico? A dos tipos de razones muy distintas. Las pri­ tir del mismo origen, a la pluralidad de circunstan­
meras son de orden general y obedecen a la filosofía cias y de necesidades humanas.
personal del investigador, a la idea que se hace de De análoga manera, tras la variedad de los nom­
la religión. Las segundas responden a exigencias más bres, las figuras y las funciones propias de cada
técnicas : el progreso de los estudios clásicos, en par­ divinidad, se considera que el rito pone en práctica
ticular el desarrollo de la arqueología y de la epigra­ la misma experiencia de lo «divino» en general como
fía, han abierto a los estudiosos de la Antigüedad, poder suprahumano (to kreitton). Este carácter di­
junto al campo mitológico, nuevas áreas de investi­ vino indeterminado, en griego to theion o to daimo-
gación que conducen a censurarlo para modificar, a nion, subyace en los dioses particulares y se diver­
veces profundamente, el cuadro que ofrece de la reli- sifica en función de los deseos o los temores a los
gió griega la sola tradición literaria. que el culto debe responder. En este entramado co­
¿Qué hay hoy en día de estas dos razones? Sobre mún de lo divino, los poetas trazaron a su vez las
la primera pueden hacerse muchas observaciones. figuras singulares, y las animaron, imaginando para
La descalificación de la mitología descansa sobre un cada cual una serie de aventuras dramáticas, hasta
prejuicio antiintelectual en materia religiosa. Tras la llegar al punto que A.-J. Festugiére no duda en llamar
diversidad de las religiones, como, por otro lado, tras una «novela divina». Por el contrario, para todo acto
la pluralidad de dioses del politeísmo, se postula un cultual no hay otro dios que aquel que se invoca.
elemento común que formaría el nudo primitivo y Desde el momento en que uno se dirige a él, «en él se
universal de toda experiencia religiosa. Desde luego, concentra toda la fuerza divina, sólo se le considera
no podrá encontrárselo en las construcciones, siem­ a él. Seguramente, en teoría, no es un dios único, ya
pre múltiples y variables, que el espíritu ha elabo­ que hay otros y se sabe que los hay. Pero en la prác­
rado para tratar de representarse lo divino; enton­ tica, en el estado en que se halla el alma del fiel, en
ese momento el dios invocado suplanta a los otros».2
1. A.-J. Festugiére, «La Gréce. La religión», en Histoire gené­
rale des religions, bajo la dirección de M. Gorce y R. Mortier, 2. Ibid., p. 50.
tomo II: Gréce-Rome, París, 1944, pp. 27-197.

22 23
El rechazo a tomar en cuenta el mito muestra así un modo muy distinto los problemas de la mitología
su secreto: se llega, más o menos conscientemente, griega: ¿qué alcance intelectual reconocerles, qué es­
al mismo punto de partida que se intentaba probar. tado asumen en la vida religiosa? Ya no es tiempo de
Borrando las diferencias y las oposiciones que, en un hablar de mitos como si se tratara de la fantasía
panteón, distinguen a unos dioses de otros, se su­ individual de un poeta, de una fabulación novelesca,
prime al mismo tiempo toda verdadera distancia en­ libre y gratuita. Hasta en las variantes a las que se
tre los politeísmos del tipo griego y el monoteísmo presta, un mito obedece a presiones colectivas muy
cristiano que, entonces, se propone como modelo. estrictas. Cuando, en la época helenística, un autor
Este achatamiento de los universos religiosos que se como Calimaco retoma un tema legendario para ofre­
busca fundir en el mismo molde es incapaz de satis­ cer una nueva versión, no tiene oportunidad de modi­
facer al historiador. Su primera preocupación ¿no ficar arbitrariamente los elementos rehaciendo el ar­
debe ser, al contrario, extraer los rasgos específicos gumento a su placer. Se inscribe en una tradición, y
que dan a cada gran religión su fisonomía propia si se acomoda estrictamente a ella o se desvía en
y que hacen de ella, en su unicidad, un sistema ple­ algún punto, está contenido por ella, se apoya en ella
namente original? Fuera del temor reverencial y del y debe referirse a ella, al menos implícitamente, si
sentimiento difuso de lo divino, la religión griega se quiere que su narración sea comprendida por el pú­
presenta como una vasta construcción simbólica, blico. Louis Gernet ya lo ha señalado: aun cuando
compleja y coherente, que cede un lugar al pensa­ parece todo inventado, el narrador trabaja en el
miento y al sentimiento en todos los niveles y en cauce de una «imaginación legendaria» que tiene su
todos los aspectos, comprendido el culto. El mito modo de funcionamiento, sus necesidades internas y
cumple un papel en este conjunto, lo mismo que las su coherencia. Sin que lo reconozca, el autor debe
prácticas rituales y las representaciones gráficas de plegarse a las leyes de este juego de asociaciones,
lo divino: mito, ritual, imagen, tales son los tres oposiciones y homologías que la serie de versiones
modos de expresión —verbal, gestual y gráfica— a anteriores establece y que constituye el armazón con­
través de los cuales se manifiesta la experiencia reli­ ceptual común a este tipo de narraciones. Para que
giosa de los griegos. Y cada uno de esos modos cons­ tenga sentido, cada una de ellas debe ser releída y
tituye un lenguaje específico que, aun en asociación confrontada con las otras porque componen, reuni­
con los otros dos, responde a necesidades particula­ das, un mismo espacio semántico cuya configuración
res y asume una función autónoma. particular es como la señal característica de la tra­
dición legendaria griega.
El análisis de un mito en la totalidad de sus ver­
La interpretación del mito siones o de un cuerpo de mitos diferentes centrados
en torno a un mismo tema, debe permitir explorar
Los trabajos de Georges Dumézil y de Claude este espacio mental, estructurado y ordenado.
Lévi-Strauss sobre el mito conducen a plantear de La interpretación del mito opera entonces si­

24 25
guiendo otros caminos y responde a otras finalidades intelectuales: implica, en efecto, cierta idea del dios,
que el estudio literario. En efecto, tiende a desentra­ las condiciones de su acercamiento, los resultados
ñar, en la composición misma de la fábula, la arqui­ que los diversos participantes, en función de su pa­
tectura conceptual que se encuentra oculta, los gran­ pel y de su condición, tienen derecho a esperar de
des cuadros de clasificación implicados, las seleccio­ este trato simbólico con la divinidad.
nes operadas en el desglose y la codificación de lo La representación gráfica tiene el mismo carácter.
real, la red de relaciones que el relato establece, por Si bien es cierto que en la época clásica los griegos
sus procedimientos narrativos, entre los diversos ele­ otorgaron un lugar privilegiado a la gran estatua
mentos que hace intervenir en el curso de la intriga. antropomórfica del dios, han conocido también todas
En resumen, la mitología busca reconstituir lo que las formas de representación de lo divino: símbolos
Dumézil llama una «ideología», entendida como una anicónicos, ya sean objetos naturales como un árbol
concepción y una apreciación de las grandes fuerzas o una piedra en bruto, ya productos elaborados por
que, en sus relaciones mutuas y su justo equilibrio, la mano del hombre: cerámica, postes, pilares, ce­
dominan el mundo —naturaleza y sobrenaturaleza a tros; figuras icónicas diversas: un pequeño ídolo mal
la vez—, los hombres y la sociedad, y hacen de ellos desbastado, en el que la forma del cuerpo, disimu­
lo que deben ser. lada por los vestidos, ni siquiera es visible; figuras
En este sentido, el mito no se confunde con lo monstruosas en las que lo bestial se mezcla con lo
ritual ni se subordina a ello, pero tampoco se le opo­ humano; una simple máscara cuyo rostro profundo,
ne tanto como se ha dicho. En su forma verbal es con ojos fascinantes, evoca lo divino; una estatua
más explícito, más didáctico, más apto y dado a totalmente humana. Todas estas figuras no son equi­
«teorizar». Lleva así el germen de ese «saber» cuya valentes ni se adaptan de manera indistinta a todos
herencia recogerá la filosofía para hacerla objeto pro­ los dioses o a todos los aspectos de un mismo dios.
pio, traspasándola a otro registro de la lengua y del Cada una de ellas tiene su forma propia de traducir
pensamiento. La filosofía formulará sus enunciados ciertos aspectos de lo divino, de representar al más
utilizando un vocabulario y unos conceptos despoja­ allá, de inscribir y localizar lo sagrado en el espacio
dos de toda referencia a los dioses de la religión co­ de lo terreno: un pilar o un poste clavados en el
mún. El culto es menos desinteresado, está más afe­ suelo no tienen la misma función ni el mismo valor
rrado a consideraciones de orden utilitario, pero no simbólico que un ídolo que se desplaza ritualmente
es menos simbólico. Una ceremonia ritual se atiene de un lugar a otro, que una imagen encerrada en un
a un argumento cuyos episodios están tan estricta­ depósito secreto con las piernas encadenadas para
mente ordenados, tan cargados de significado como impedirle huir, que una gran estatua cultual insta­
las secuencias de una narración. Cada detalle de esta lada inmóvil en un templo para mostrar la presencia
puesta en escena a través de la cual el fiel, en circuns­ permanente del dios en su casa. Cada forma de repre­
tancias definidas, empieza a vivir su relación con tal sentación implica para la divinidad simbolizada una
o cual dios, comporta una dimensión y una mirada manera particular de manifestarse a los humanos y

26 27
de ejercer, a través de sus imágenes, el tipo de poder
sobrenatural cuyo dominio posee.
Si mito, figuración y ritual operan en el mismo
registro de pensamiento simbólico siguiendo diver­
sas modalidades, se comprende que puedan asociarse
para hacer de cada religión un conjunto en el que,
para volver a citar a Georges Dumézil, «conceptos, EL MUNDO DE LOS DIOSES
imágenes y acciones se articulan y forman con sus
conexiones una suerte de red en la cual toda la ma­
teria de la experiencia humana debe tomarse y dis­ Si mito, ritual y gráfica constituyen esta «red» de
tribuirse legítimamente»? la que habla Dumézil, haría falta identificar las ma­
llas de la trama, como lo ha hecho él, delimitar las
configuraciones que la dibujan. Tal debe ser la tarea
del historiador.
Para el caso griego se ha revelado mucho más
difícil que para las otras religiones indoeuropeas, en
que el esquema de tres funciones —soberanía, gue­
rra, fecundidad— se mantiene en lo esencial. Sir­
viendo de esqueleto y de base a todo el edificio, esta
estructura, allí donde permanece claramente expues­
ta, confiere al conjunto de la construcción una uni­
dad de la que parece estar muy desprovista la reli­
gión griega.
Dicha religión presenta, en efecto, una comple­
jidad de organización que excluye el recurso a un
código de lectura único para todo el sistema. Cier­
tamente, un dios griego se define por el conjunto de
relaciones que lo unen y lo oponen a las otras divi­
nidades del panteón, pero las estructuras teológicas
así liberadas son muy variadas y, sobre todo, de or­
den muy diverso para poder integrarse en el mismo
esquema dominante. Según las ciudades, los san­
tuarios, los momentos, cada dios ingresa en una red
heterogénea de combinaciones con los otros. Estos
3. Georges Dumézil, L'Héritage indo-européen á Rome, París, reagrupamientos de dioses no obedecen a un solo
1949, p. 64.

28 29
modelo que tendría un valor privilegiado. No; ellos tado de aproximar a Varuna, forma pareja en el mito
se ordenan en una pluralidad de configuraciones que con Gaia, la Tierra, no con Zeus.
no se superponen exactamente, sino que componen Como soberano, y frente a la totalidad de los
un cuadro con muchas entradas, con ejes múltiples, otros dioses, Zeus encarna la fuerza más grande, el
cuya lectura varía en función del punto de partida poder supremo: Zeus de un lado, todos los olímpicos
o de la perspectiva adoptada. reunidos, del otro. Una vez más, Zeus prevalece. Fren­
te a Kronos y a los dioses Titanes, aliados contra él
para disputarle el trono, Zeus representa la justicia,
Zeus, padre y rey el reparto exacto de honores y funciones, el respeto
de los privilegios que cada cual puede invocar, la
Tomemos el ejemplo de Zeus: para nosotros es atención que se les debe incluso a los más débiles.
tanto más instructivo cuanto que el nombre de este En él y por él, en su realeza, la fuerza y el orden
dios revela claramente su origen: en él se lee el sig­ se conjugan, reconciliados. Todos los reyes vienen de
nificante «brillar», la misma raíz indoeuropea que Zeus, dirá Hesíodo en el siglo vil a. J.C., no para opo­
en el latín dies-deus y el védico dyeus. Como el Dyaus ner el monarca al guerrero y al campesino, sino para
pita indio, como el Júpiter romano, Zeus pater, Zeus afirmar que no hay entre los hombres un verdadero
padre, continúa directamente al gran dios indo­ rey que no se imponga la tarea de hacer triunfar la
europeo del cielo. Sin embargo, es tan manifiesta la justicia sin violencia. De Zeus vienen los reyes, repe­
diferencia entre la condición de este Zeus griego y tirá Calimaco cuatro siglos más tarde; pero este pa­
la de sus correspondientes en la India y en Roma, la rentesco de los reyes y de la realeza con Zeus no se
distancia queda tan acentuada, que se impone en inscribe en un cuadro trifuncional; corona una serie
este punto —hasta en la comparación de los dioses de enunciados similares, relacionando en cada caso
más seguramente emparentados— la comprobación una categoría concreta de hombres con la divinidad
de una desaparición casi completa de la tradición que la patrocina: los herreros con Hefaistos, los sol­
indoeuropea en el sistema religioso griego. dados con Ares, los cazadores con Artemisa, los can­
Zeus no figura en ningún agrupamiento trifun- tores que se acompañan con la lira con Febo (Apo­
cional análogo a la tríada precapitolina Júpiter-Mar- lo), como los reyes con el dios rey.1
te-Quirino, en la cual la soberanía (Júpiter) se ar­ Cuando Zeus entra en la composición de una
ticula, oponiéndose a ella, a la acción guerrera (Mar­ tríada, como la que forma con Poseidón y Hades, es
te) y a las funciones de fecundidad y prosperidad para delimitar el reparto de los niveles o dominios
(Quirino). Ni se asocia tampoco, como Mitra con res­ cósmicos: el cielo a Zeus, el mar a Poseidón, el mun­
pecto a Varuna, en una potencia que traduce en sobe­ do subterráneo a Hades, y a los tres en común, la
ranía, junto con los aspectos regulares y jurídicos, superficie del suelo. Cuando se asocia en pareja con
los valores de la violencia y de la magia. Ouranos,
el nombre del cielo nocturno, que a veces se ha tra­ 1. Calimaco, «A Zeus», en Himnos, I, v. 76-79.

30 31
mui illuhri l,i Ji.kI.i .r.i i i>1 r.liIuida traduce los aspec- versos grupos que componen la comunidad cívica.
ln 'lili i< iih ih I ilur. •.< >lxi ano según la divinidad En las ciudades de Jonia convierte a todos los ciuda­
l< na...... a qiii In .i,....... pana. Conjugado con Gea o danos en auténticos hermanos que celebran, en el
'.ni l.i I hii.i Madre, Zeus representa al príncipe seno de sus respectivas fratrías, como si se tratara
< . I. i. . lio y generador, cuya lluvia fecundante
iii.k
de una misma familia, las fiestas de las Apartourias,
d.u.i a luz, en las profundidades del suelo, a los jóve­ es decir, de aquellos que se reconocen hijos de un
nes retoños de la vegetación. Enlazado con Hera mismo padre. En Atenas, junto a Atenea Polias, Zeus
patrocina, bajo la forma de una boda regular, pro­ es Polieus, patrón de la ciudad. Señor y garante de
ductora de una descendencia legítima, la institución la vida política, hace pareja con la diosa cuya fun­
que, «civilizando» la unión del hombre y la mujer, ción, como poder tutelar de Atenas, es más precisa
sirve de fundamento a toda la organización social y, podríamos decir, más localizada. Atenea vela so­
cuyo modelo ejemplar lo da la pareja formada por bre su ciudad, en su condición de ciudad particular,
el rey y la reina. Asociado a Metis, su primera espo­ en aquello que la distingue de los otros Estados
sa, a la que engulle para asimilarla íntegramente, griegos. La diosa «favorece» a Atenas acordándole,
Zeus se identifica con la inteligencia astuta, la suti­ con preferencia sobre cualquier otra, el doble privi­
leza retorcida que necesita para conquistar y para legio de la concordia interior y la victoria en el exte­
mantener el poder, para asegurar la perennidad de rior.
su reinado y poner su trono al abrigo de las artima­ Celeste, encarnación sagaz del poder supremo,
ñas, las sorpresas y las trampas que el porvenir ame­ fundador del orden, garante de la justicia, señor del
naza reservarle si no está siempre en condiciones de matrimonio, padre y antepasado, patrón de la ciu­
adivinar lo imprevisto y adelantarse a conjurar los dad, el cuadro de la realeza de Zeus incluye también
peligros. Casándose en segundas nupcias con Temis, otras dimensiones. En estrecha connivencia con Hes-
fija para siempre el orden de las estaciones en la tia, Zeus manda tanto sobre el hogar de cada vi­
naturaleza, el equilibrio de los grupos humanos en vienda —ese centro fijo que es como el ombligo don­
la ciudad (Horai) y el curso ineluctable de los desti­ de se enraíza la casa familiar— como sobre el Hogar
nos (Moirai). Se hace ley cósmica, armonía social y común de la ciudad, en el corazón de ésta, en la Hes-
destino. tia Koiné donde velan los magistrados pritanos. Zeus
Padre de los dioses y de los hombres, como ya lo Herkeios, Zeus del recinto, encierra el territorio don­
señala La Ilíada, no porque haya engendrado o crea­ de legítimamente ejerce su poder de jefe de familia;
do a todos los seres, sino porque ejerce sobre cada Zeus Klarios, el distribuidor que delimita y fija las
uno de ellos una autoridad tan absoluta como la del fronteras, dejando a Apolo Aigieus y a Hermes el
jefe de familia sobre sus parientes, Zeus comparte cuidado de proteger las puertas y controlar los acce­
con Apolo el calificativo de Patroos, el ancestral. Al sos. Zeus Hikesios, Zeus Xenios, recibe al suplicante
lado de Atenea Apatouria asegura, en calidad de y al huésped, los introduce en la casa que les es ex­
Phratrios, la integración de los individuos en los di­ traña, asegura su salvaguarda acogiéndoles en el al­
32
33
tar doméstico, aunque sin asimilarlos por completo el aire hacía escuchar el ramaje de este árbol sagra­
a los miembros de la familia. Como guardián de las do, brindaba a los consultantes la respuesta a las
riquezas, Zeus Ktesios, Zeus de la posesión, vela so­ preguntas que ellos habían ido a proponer al sobe­
bre los bienes del jefe de familia. Como olímpico y rano del cielo. Por lo demás, cuando Apolo daba sus
celeste, Zeus se opone a Hades, mientras que, como oráculos en el santuario de Delfos, no hablaba tanto
Ktesios, erige su altar en el fondo de la bodega y por sí mismo como en nombre de su padre, al que
toma el aspecto de una serpiente, animal ctónico por está asociado y como sometido en su función oracu­
excelencia. El soberano puede así integrarse a esta lar. Apolo es profeta, pero profeta de Zeus; él no
parte ctónica del universo de la que son responsables hace más que prestar su voz a la voluntad del Olím­
sus poderes subterráneos, en contraste con Zeus, el pico, a sus decretos, a fin de que, en el ombligo del
cual, no obstante, es capaz también de expresarlos mundo, resuene en los oídos de quien pueda enten­
en virtud de una especie de tensión, de polaridad derla la palabra del Rey y del Padre. Los diferentes
interna, incluso de desdoblamiento. Al Zeus celeste, calificativos de Zeus, por amplia que sea su variedad,
que reside en lo alto del éter brillante, responde en no resultan incompatibles. Se sitúan en un mismo
contrapunto un Zeus Chthonios, Katachthonios, campo cuyas múltiples direcciones subrayan. Toma­
Meilichios, un Zeus de abajo, sombrío y subterráneo, dos en conjunto, dibujan los contornos de la sobera­
presente en las profundidades de la tierra, donde, nía divina tal como la concebían los griegos; jalonan
en la proximidad de los muertos, hace madurar las las fronteras delimitando los ámbitos constitutivos;
riquezas o las venganzas, prontas a salir a la luz con­ marcan los aspectos variados que puede revestir la
ducidas por Hermes ctónico, si él lo consiente. Potencia del dios-rey, las diversas modalidades de
Cielo y tierra: Zeus se erige en vínculo entre uno su ejercicio, en relación más o menos estrecha, según
y otra mediante la lluvia (Zeus Ombrios, Hyetios, el caso, con las otras divinidades.
Ikmaios, lluvioso y húmedo), los vientos (Zeus
Ourios, Euanemos, ventoso, de buen viento), el rayo
(Zeus Astrapaios, Bronton, Keraunios, fulminante, Mortales e inmortales

tonante). Y aún asegura de otra manera la comuni­


cación entre lo alto y lo bajo: por los signos y los No ocurre lo mismo con el Zeus cretense, el Cre-
oráculos que transmiten a los mortales de esta tierra tagenes, Diktaios o Idaios, adolescente cuya infancia
los mensajes que les envían los dioses celestes. El estaba asociada a las Curetes, a sus danzas y ritos
oráculo de Dodona, al decir de los griegos el más orgiásticos, al estrépito de sus armas entrechocadas.
antiguo que ha existido entre ellos, era un oráculo De este Zeus cuyo nacimiento se sitúa en Creta, se
de Zeus. Él estableció su santuario allí donde había relata también la muerte y se muestra su tumba en
crecido un gran roble que le pertenecía y que se ele­ la isla. Pero el Zeus griego, pese a que presenta mu­
vaba derecho hacia el cielo como una columna im­ chas facetas, no puede tener nada en común con un
pulsada a lo más alto. El rumor de las hojas, que en dios que muere. En el Himno que consagra al dios

34 35
«siempre grande y siempre rey», Calimaco rechaza sus mismos dioses, sus rasgos distintivos. Durante
firmemente, como extraña a su dios, la tradición de los siglos oscuros que siguen a la caída o declinación
esas narraciones. El verdadero Zeus no ha nacido en de los reinos aqueos después del siglo xn, la conti­
Creta, como cuentan los cretenses, esos mentirosos. nuidad entre la religión micénica y la de la edad de
«Ellos han llegado a construirte una tumba, oh Rey; Homero no está señalada solamente por el mante­
pero no, tú no mueres jamás; tú eres eternamente.» nimiento del nombre de los dioses y de los lugares
La inmortalidad, que traza entre los hombres y de culto. La semejanza de ciertas fiestas celebradas
los dioses una frontera rigurosa, es a los ojos de los por los jonios en ambas costas del Mediterráneo
griegos un rasgo demasiado fundamental de lo divi­ prueba que debieron celebrarse ya en el siglo xi,
no para que el señor del Olimpo pueda ser asimilado cuando comenzó esta primera ola de colonización en
de alguna manera a una de esas divinidades orienta­ la cual Atenas, único asentamiento micénico que per­
les que mueren y renacen. El andamiaje del sistema maneció intacto, habría sido el punto de partida de
religioso indoeuropeo, al que remite el nombre de los grupos de emigrados que se instalaron en el lito­
Zeus, bien pudo venirse abajo en el curso del segun­ ral de Asia Menor para fundar ciudades griegas.
do milenio, entre esos hombres que hablaban un No hay que hacerse ilusiones, sin embargo, sobre
dialecto griego, que llegaron en sucesivas oleadas esta permanencia. Tampoco el mundo de los poemas
para instalarse en tierras de la Hélade, y cuya pre­ homéricos es el de los reyes micénicos, cuyas haza­
sencia está comprobada en Creta, en Cnossos, a par­ ñas intenta evocar el aeda con una diferencia de
tir del fin del siglo xv a. J.C. Los contactos, los inter­ cuatro siglos. El universo religioso de Homero no es
cambios y las mezclas fueron numerosos y continuos; el de esos tiempos pasados; entre una y otra época,
se tomaron préstamos del fondo religioso egeo y mi- tras las aparentes continuidades, toda una serie de
noico, como se irán tomando de los cultos orientales cambios e innovaciones ha introducido una verda­
y traco-frigios durante la expansión griega por el dera ruptura que el texto de la epopeya desdibuja,
Mediterráneo. Más aún, entre los siglos xiv y XII, la pero cuya amplitud puede medir la investigación ar­
mayor parte de los dioses reverenciados por los queológica después de la lectura de las tablillas micé-
aqueos —cuyos nombres figuran en las tablillas en nicas.
lineal B de Cnossos y de Pylos— son los mismos que
se encuentran en el panteón griego clásico y que los
helenos, en su conjunto, reconocen como suyos:
Zeus, Poseidón, Enyalos (Ares), Paiawon (Peán=Apo-
lo), Dionisos, Hera, Atenea, Artemisa y las Dos Reinas
(Wartasso), es decir, Deméter y Core. El mundo reli­
gioso de los invasores indoeuropeos de Grecia bien
pudo modificarse y abrirse a las influencias extran­
jeras; asimilándolas, conservó su especificidad y, con

36 37
LA RELIGIÓN CÍVICA

Entre los siglos xi y VIII, época en que se incor­


poran los cambios técnicos, económicos y demográ­
ficos que condujeron a la «revolución estructural»
de la que habla el arqueólogo inglés A. Snodgrass, y
cuyo resultado es la ciudad Estado, el mismo sistema
religioso se reorganiza profundamente en estrecha
conexión con las nuevas formas de vida social que
representa la ciudad, la polis. En el marco de una
religión que en adelante será esencialmente cívica,
creencias y cultos, remodelados, satisfacen una do­
ble y complementaria exigencia. Responden, en pri­
mer lugar, a las particularidades de cada grupo hu­
mano que, como ciudad ligada a un territorio defi­
nido, se coloca bajo el patronazgo de los dioses que
le son propios y que le confieren su peculiar fiso­
nomía religiosa. Toda ciudad tiene, en efecto, su o
sus divinidades políadas, cuya función consiste en
cimentar el cuerpo de ciudadanos para convertirlo
en una auténtica comunidad; en unir en una totali­
dad el conjunto del espacio cívico, con su centro
urbano y su chora, su zona rural; en velar, en defi­
nitiva, por la integridad del Estado —hombres y te­
rruño— frente a las otras ciudades. Pero, en segundo
lugar, también se trata de instaurar o acomodar en
el plano religioso las tradiciones legendarias, los ci­
clos de fiestas y un panteón reconocido igualmente

39
por toda la Hélade, a través del desarrollo de una instalados en sus templos, la comunidad establece
literatura épica despojada de toda raíz local, de la entre hombres y terruño una suerte de simbiosis,
construcción de grandes santuarios comunes y de la como si los ciudadanos fueran hijos de una tierra de
institución de los juegos y las panegirias panhelé- la que en el origen surgieron ya como indígenas. En
nicos. virtud de esta íntima ligazón con quienes la habitan,
Sin pretender hacer un balance de las innovacio­ esa área se eleva al rango de «tierra de la ciudad».
nes religiosas que aporta la época arcaica, hace falta Así se explica la aspereza de los conflictos que, entre
al menos, señalar las más importantes. Y, ante todo, los siglos viii y vi, opusieron a ciudades vecinas para
la aparición del templo como construcción indepen­ apoderarse de los lugares fronterizos de culto, a ve­
diente del hábitat humano, palacio real o casa par­ ces comunes a ambos Estados. La ocupación del san­
ticular. Con su recinto que delimita un área sagrada tuario y su incorporación cultual al centro urbano,
(temenos) y su altar exterior, el templo constituye tiene valor de posesión legítima. Cuando funda sus
desde entonces un edificio separado del espacio pro­ templos para asegurar un cimiento inquebrantable
fano. Sus dioses van a residir permanentemente en a su base territorial, la polis implanta sus raíces en
el templo por intermedio de su gran estatua cultual el mundo divino.
antropomorfa allí entronizada. Esta «casa del dios»,
contrariamente a los altares domésticos, a los san­
tuarios privados, es cosa pública, bien común a to­ Los DIOSES Y LOS HÉROES
dos los ciudadanos. Consagrado a la divinidad, el
templo no puede pertenecer a nadie que no sea la Otra novedad, cuya significación es en parte aná­
misma ciudad, que lo ha erigido en los lugares pre­ loga, marcará profundamente el sistema religioso.
cisos para señalar y confirmar su dominio legítimo En el curso del siglo viii se desarrolla rápidamente
sobre su territorio: en el centro de la ciudad, acró­ la costumbre de rehabilitar las construcciones micé-
polis o ágora; en las puertas de los muros que deli­ nicas, más frecuentemente funerarias, caídas en de­
mitan la aglomeración urbana respecto de su peri­ suso durante siglos. Rescatadas, sirven de lugar de
feria inmediata, esa zona del agros y de las eschatiai,' culto para las honras fúnebres rendidas a personajes
de las tierras salvajes y de los confines, que separa legendarios, sin relación con estos edificios durante
cada ciudad griega de sus vecinas. La construcción mucho tiempo, pero de quienes se reivindican los
de una red de santuarios urbanos, sub y extra urba­ linajes, gene nobiliarios o grupos de cofrades. Estos
nos, jalonando el espacio con lugares sagrados, fijan­ antepasados míticos que, como los héroes épicos cu­
do desde el centro a la periferia el recorrido de las yos nombres llevan, pertenecen a un pasado lejano,
procesiones rituales, que movilizan a fecha fija, de a un tiempo distinto del presente, constituirán des­
ida y de regreso, a toda o a parte de la población, de entonces una categoría de Potencias sobrenatura­
tiende a modelar la superficie del suelo siguiendo un les diferenciada tanto de los theoi, los dioses pro­
orden religioso. Por mediación de sus dioses polladas piamente dichos, como de los muertos ordinarios.

40 41
Más aún que el culto a los dioses, incluidos los po­ Los primeros son ajenos al tránsito hacia la muerte
lladas, el de los héroes tiene un valor a la vez cívico que define la condición de la existencia de los segun­
y territorial. Está asociado a un lugar preciso; por dos. Los dioses son los athanatoi, los Inmortales;
ejemplo, una tumba con la presencia subterránea de los hombres, los brotoi, los perecederos, condenados
un difunto cuyos restos a veces se han ido a buscar a las enfermedades, la vejez y la muerte. También
a países lejanos para trasladarlos a ese sitio. Tumbas las honras fúnebres rendidas a los muertos se sitúan
y cultos heroicos, a través del prestigio del personaje en un plano distinto que los sacrificios y la devoción
que se honra, cumplen para la comunidad el papel exigida por los dioses como su parte de honra, como
de símbolo glorioso y de talismán. Su lugar a veces privilegio que les está reservado. Las bandas de tela
se guarda en secreto, porque de ello depende la sal­ que adornan las tumbas, las ofrendas de pasteles al
vación del Estado. Instalados en el corazón de la muerto, las libaciones de agua, leche, miel o vino
ciudad, en plena ágora, otorgan entidad al recuerdo deben ser renovadas al tercero, noveno y trigésimo
del fundador más o menos legendario de esa ciudad, días de los funerales y, luego, cada año en la fiesta
héroe arquegeta o, en el caso de una colonia, ecista. de los Genesia, en el mes de Boedromion (septiem­
Desde allí ejercen el patronazgo de los diversos com­ bre): pero más que un acto de veneración hacia los
ponentes del cuerpo cívico: tribus, fratrías y demos. poderes superiores, tales conmemoraciones parecen
Diseminados en diversos puntos del territorio, con­ una prolongación temporal de las ceremonias fúne­
sagran las afinidades particulares que unen a los bres y de las prácticas de duelo. Abriendo al difunto
miembros de los sectores rurales y de las aldeas, de las puertas del Hades, se trata de hacerlo desapare­
las komai. En todos los casos su función es reunir a cer para siempre de este mundo, donde él ya no
un grupo en torno a un culto del que tiene la exclu­ tiene lugar. Sin embargo, gracias a los diversos pro­
siva y que está estrictamente implantado en un pun­ cedimientos de conmemoración (desde la estela, con
to preciso del suelo. epitafio y figura del muerto, hasta los regalos depo­
La difusión del culto heroico no responde sola­ sitados en su tumba), este vacío, este no ser del
mente a necesidades sociales nuevas que surgen con muerto, puede adoptar la forma de una presencia en
la ciudad. La adoración de los héroes tiene un sig­ la memoria de los supervivientes. Presencia ambigua,
nificado propiamente religioso. Por su doble vertien­ es cierto, paradójica, como puede ser la de un ausen­
te, la institución heroica repercute sobre el equili­ te relegado al reino de las sombras y del que todo el
brio general del sistema cultual: de un lado con el ser, en adelante, se reduce a esta condición social de
culto divino, obligatorio para todos y de carácter muerto que el ritual fúnebre le ha hecho adquirir,
permanente; por el otro, con los ritos funerarios re­ pero que está destinado a desaparecer, engullido por
servados al estrecho círculo de los parientes, y de el olvido, a medida que se renueve el ciclo de las ge­
duración limitada. Entre los dioses que son los bene­ neraciones.
ficiarios del culto y los hombres que son sus servi­
dores, hay para los griegos una oposición radical.

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LOS SEMIDIOSES amorosos entre divinidades y humanos de ambos se­
xos. Como dijo Hesíodo, ellos forman «la raza divi­
Todo lo anterior se presenta de forma distinta en na de héroes que llamamos semidioses (hemitheoi)».
el caso de los héroes. Ciertamente, ellos pertenecen Si su nacimiento les otorga a veces una ascendencia
a la especie humana y han conocido, por tanto, los divina, su muerte también los coloca más allá de la
sufrimientos y la muerte. Pero, hasta en la muerte condición humana. En lugar de descender a las tinie­
se distinguen por una serie de rasgos de la multitud blas del Hades, son «arrebatados», transportados por
de muertos ordinarios. Han vivido en una época que gracia divina —algunos aún en vida; la mayor parte
constituye para los griegos «los viejos tiempos» ya después de su muerte— a un lugar especial, diferen­
pasados, y cuyos hombres eran diferentes de los ac­ te: a las Islas de los Bienaventurados, donde conti­
tuales: más corpulentos, más fuertes, más bellos. núan gozando, en una permanente felicidad, de una
Cuando se parte en busca de los huesos de un héroe, vida comparable a la de los dioses.
se lo podrá reconocer por su estatura gigantesca. Sin cubrir la infranqueable distancia que separa
Esta raza de hombres, ahora extinguida, es aquella a los humanos de los dioses, la condición heroica
cuyas hazañas canta la poesía épica. Celebrados por parece abrir así la perspectiva de una elevación del
los aedas, los nombres de los héroes, contrariamen­ mortal a una situación si no divina, al menos pró­
te a los de los otros muertos que se funden bajo la xima a lo divino. Pero durante todo el período clá­
tierra en la masa indistinta y olvidada de los no- sico, esta posibilidad queda estrictamente confinada
numnoi —los «sin nombre»—, permanecen vivos a un estrecho sector. Queda contrarrestada, por no
para siempre, radiantes de gloria, en la memoria de decir inhibida, por el mismo sistema religioso. La
todos los griegos. La raza de los héroes constituye piedad, como la sabiduría, ordena, en efecto, que no
el pasado legendario de la Grecia de las ciudades, se pretenda igualarse a los dioses. Los preceptos
las raíces con las cuales enlazan las familias, los gru­ de Delfos «Sabe quién eres», «Conócete a ti mismo»
pos, las comunidades de los helenos. Siendo hom­ no tienen otro sentido. El hombre debe aceptar sus
bres, estos antepasados se consideran más próximos límites. La heroización se restringirá entonces, apar­
a los dioses, menos alejados de lo divino que la hu­ te las grandes figuras legendarias como Aquiles, Te-
manidad presente. En esos tiempos pasados, los dio­ seo, Orestes o Heracles, a los primeros fundadores
ses se mezclaban de buena gana con los mortales, se de colonias o a los personajes que han adquirido
invitaban a sus casas, compartían su mesa en comi­ un valor simbólico ejemplar a los ojos de una ciu­
das comunes, se deslizaban hasta sus lechos para dad, como Lisandro en Samos o Timoleón en Sira-
unirse a ellos y engendrar hijos hermosos, cruzando cusa. Los casos de heroización de la época clásica
así las dos razas, la perecedera y la inmortal. Los que conocemos son sumamente raros. Jamás con­
personajes heroicos, cuyos nombres han sobrevivido ciernen a un personaje todavía vivo, y sí a un muerto
y cuyo culto se celebra en sus tumbas, se presentan que aparece, después, como portador de un numen,
muy a menudo como el fruto de estos encuentros de un poder sagrado temible, sea en razón de par­

44 45
ticularidades físicas extraordinarias —estatura, fuer­ rejada una estricta especialización. Muchos héroes
za, belleza—, sea por las circunstancias mismas de no tienen otra realidad que la estricta función a la
su muerte si ha sido herido por el rayo o ha desapa­ que están destinados y que los definen por completo.
recido sin dejar rastros, o bien por fechorías atri­ En Olimpia, en torno a la pista, hay una tumba sobre
buidas a su fantasma, al que es necesario apaciguar. la cual los concursantes ofrecían sacrificios: es la
Un solo ejemplo: En pleno siglo v, el pugilista Cleo- del héroe Taraxippos, terror de los caballos. De la
medes de Astipalea, poseedor de una fuerza excep­ misma forma se encuentran héroes médicos, porte­
cional, mató a su adversario durante un combate. ros, espantamoscas, un héroe de la comida, de la
Privado del premio por decisión de los jueces, regre­ haba, del azafrán y un héroe de la mezcla del agua y
sa a su casa ciego de furor. En una escuela, arremete el vino o de la molienda del grano.
contra una columna que sostiene el techo. El tejado Si la ciudad ha podido reagrupar en una misma
se derrumba sobre los niños. Perseguido por la mul­ categoría cultual a las figuras bien individualizadas
titud que pretende lapidarlo, se esconde en el san­ de los héroes de antaño, cuya biografía legendaria
tuario de Atenea, encerrándose en un cofre. Por fin fúe fijada por la epopeya, a los contemporáneos ex­
se logra forzar la tapa: el cofre está vacío. Ni ras­ cepcionales, a los difuntos anónimos de los que no
tro de Cleomedes, ni vivo ni muerto. Consultada la queda más que el monumento funerario y a una es­
Pitia, recomienda instituir un culto heroico en honor pecie de demonios funcionales, es porque desde sus
de este pugilista cuya fuerza, furia, fechorías y muer­ tumbas respectivas manifiestan las mismas relacio­
te lo colocan fuera de lo común: es necesario sacri­ nes con las potencias subterráneas, porque compar­
ficarle «como si no se tratara de un mortal». Pero el ten idéntico carácter de localización territorial y
oráculo señala su reserva proclamando, al mismo pueden ser utilizados igualmente como símbolos po­
tiempo —como informa Pausanias— que Cleomedes líticos. Instituido por la ciudad naciente, ligado al
es «el último héroe». terruño que protege, a los grupos de ciudadanos que
Nadie debe llamarse a engaño. A través de los ho­ patrocina, el culto de los héroes no desembocará, en
nores que se les rinden, los héroes constituyen una época helenística, en la divinización de personajes
categoría de seres sobrehumanos; su papel, su po­ humanos ni en el establecimiento de un culto de los
der y los ámbitos en los que intervienen no inter­ soberanos: estos fenómenos revelan una mentalidad
fieren los de los dioses. Se sitúan en otro plano y religiosa diferente. Solidario con la ciudad, el culto
jamás asumen el papel de intermediarios entre tierra a los héroes declinará al mismo tiempo que ella.
y cielo. Son potencias «indígenas» ligadas al punto Pero su advenimiento no habrá sido en vano. Por
del suelo donde tienen su morada subterránea; su su novedad, el culto heroico condujo a un esfuerzo
eficacia se vincula a su tumba y a sus huesos. Hay de categorización y definición más estrictas de las
héroes anónimos a los que se designa solamente por diversas potencias sobrenaturales. Hesíodo es el pri­
el lugar donde está su tumba, como en el caso de mero, en el siglo vil, que distingue de manera clara
los héroes de Maratón. Este carácter local lleva apa­ y nítida, como lo señalará Plutarco, las diferentes

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clases de seres divinos repartidos en cuatro grupos:
dioses, demonios, héroes y muertos. Retomada por
los pitagóricos y por Platón, esta nomenclatura de
las divinidades a las que los hombres deben venera­
ción es lo bastante corriente, en el siglo iv, como
para figurar entre las preguntas que los consultantes
dirigen al oráculo de Dodona. En una de las inscrip­
ciones que se han hallado, cierto Euandros y su mu­ DE LOS HOMBRES A LOS DIOSES:
jer interrogan al oráculo para saber «a cuál de los EL SACRIFICIO
dioses, héroes o demonios» deben sacrificar y dirigir
sus súplicas.
Para orientarse en la práctica cultual, el fiel debe
tener, pues, en cuenta el orden jerárquico que pre­
side la sociedad del más allá. En la cúspide, los
theoi, los dioses grandes y pequeños que forman la
raza de los Bienaventurados Inmortales. Son los
Olímpicos, agrupados bajo la autoridad de Zeus. Se
trata, por tanto, de divinidades celestes principales,
aunque algunas de ellas implican aspectos ctónicos,
como Poseidón y Deméter. Es cierto que hay un dios
del mundo subterráneo. Hades, pero precisamente él
es el único que no tiene templo ni culto. Los dioses
se hacen presentes en este mundo en los espacios
que les pertenecen: en primer lugar, en los templos
donde residen, pero también en los lugares y los ob­
jetos que les son consagrados y que, especificados
como hiera —sagrados— pueden ser objeto de prohi­
bición: bosque (alsos), bosquecillo, fuente, cima de
un monte, terreno delimitado por una cerca o por
mojones (temenos), encrucijada, árbol, piedra, obe­
lisco. El templo permanece reservado al dios como
su domicilio, no sirve como lugar de culto donde los
fieles se reúnen para celebrar los ritos. Esta función
la ejerce el altar exterior, el bómos, un bloque cua-
drangular de mampostería: en torno a él y sobre él

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se cumple el rito central de la religión griega, es En principio, todo ciudadano, si no está mancillado
decir, el sacrificio, la thusia. por una impureza, tiene plena potestad para proce­
Se trata normalmente de un sacrificio sangriento der al sacrificio. Tal es el modelo corriente sobre el
de tipo alimentario: un animal doméstico, engala­ cual habrá que definir el alcance religioso, despe­
nado, coronado y adornado con cintas, es conducido jando las implicaciones teológicas. Pero antes son
en procesión al son de las flautas hasta el altar y se indispensables algunas precisiones para matizar este
le rocía con agua lustral. También se arroja un pu­ cuadro.
ñado de granos de cebada al suelo, al altar y sobre Ciertas divinidades y ciertos rituales, como los
los participantes, asimismo coronados. Entonces se de Apolo Genetór, en Delfos, y Zeus Hypatos, en el
levanta la cabeza de la víctima y se la degüella con un Ática, en lugar de sacrificios sangrientos exigen
golpe de machaira, una espada corta disimulada bajo ofrendas vegetales: frutas, ramos, granos, cocido
los granos en el kanoun, la cesta ritual. Se recoge en (peíanos) o pasteles regados con agua, leche, miel o
un recipiente la sangre que fluye sobre el altar, y el aceite; se excluyen la sangre y el vino. Hay casos en
animal es eviscerado: se le extraen las entrañas y que este tipo de ofrendas, casi siempre consumidas
especialmente el hígado, que se examina para saber por el fuego, pero depositadas a veces sólo sobre el
si los dioses aceptan el sacrificio. En caso afirmativo, altar, sin ser quemadas (apura), toman un carácter
la víctima es descuartizada de inmediato. Los huesos de marcada oposición a la práctica habitual. Consi­
largos, totalmente limpios, se colocan sobre el altar. derados como sacrificios «puros», contrariamente a
Envueltos en grasa con plantas aromáticas, son con­ los que implican la muerte de un ser vivo, sirvieron
sumidos por las llamas y, en forma de humos per­ de punto de referencia a las corrientes sectarias. En
fumados, se elevan en dirección al cielo, hacia los su modo de vida, órficos y pitagóricos los invocarán
dioses. Algunos trozos, entrañas, los splachna, en­ para predicar un comportamiento ritual y una acti­
sartados en espetones, se ponen a asar sobre el al­ tud con respecto a lo divino que, rechazando como
tar, utilizando el mismo fuego que envía a la divi­ impío el sacrificio sangriento, se apartarán del culto
nidad la parte que le corresponde. Se establece así oficial y se presentarán como ajenos a la religión
el contacto entre la Potencia sagrada destinataria cívica.
del sacrificio y los ejecutantes del rito, a los cuales Por otra parte, el sacrificio sangriento comporta
se reservan estas carnes asadas. El resto, puesto a dos formas diferentes según se dirija a los dioses
hervir en calderos y dividido luego en partes iguales, celestes y olímpicos o a los ctónicos e infernales. El
se consume en el mismo lugar, se lo lleva a su casa idioma ya los distingue: los griegos emplean para
cada uno de los participantes, o se distribuye des­ los primeros el término thuein y para los segundos,
pués entre una comunidad más o menos amplia. Los enagizen o sphattein.
trozos considerados de honor, como la lengua o la La thusia, como hemos visto, tiene por centro un
piel, corresponden al sacerdote que ha presidido la altar elevado, el bómos. El sacrificio ctónico no re­
ceremonia, aunque su presencia no es indispensable. quiere un altar semejante sino uno bajo, eschara,

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con un orificio para que la sangre se derrame en la menos importante que todos los cortes del animal,
tierra. Normalmente se celebra de noche, sobre una cuidadosamente recogidos y tratados, se destinan a
zanja que abre el camino hacia el mundo infernal. El los hombres, quienes los consumen en conjunto. La
animal no se inmola con la cabeza elevada hacia lo inmolación misma se produce en una atmósfera de
alto, sino inclinada hacia la tierra que inundará la ceremonia fasta y alegre. Toda la escenificación del
sangre. Una vez degollada, la víctima no es objeto ritual está dirigida a borrar las huellas de la violen­
de manipulación ritual alguna: ofrecida en holocaus­ cia y de la matanza para poner en primer plano el
to, es íntegramente quemada sin que los celebrantes aspecto de pacífica solemnidad, de fiesta feliz, desde
estén autorizados a tocarla y, menos aún, a comerla. la procesión en la que el animal, con gran pompa, es
En esta clase de rito, en el que la ofrenda es aniqui­ conducido libremente, sin ataduras, hasta el disimulo
lada para ser entregada en su totalidad al más allá, del machete en la canasta y el temblor de la víctima
se trata menos de establecer un comercio regular de rociada con agua, que se interpreta como su confor­
intercambio con la divinidad, en recíproca confianza, midad a la inmolación. Agregaremos que en la eco­
que de alejar las fuerzas siniestras, aplacar a una nomía de la thusia, los procedimientos de descuar­
Potencia temible cuya aproximación exige defensa y tizamiento de la víctima, la cocción de los trozos,
precaución para no resultar nefasta. Se puede decir asados o hervidos, su reparto regulado en lonjas
ritual de aversión más que de aproximación, de con­ iguales, su consumo en el mismo lugar o después
tacto. Se comprende que su empleo esté esencialmen­ (agophora) no tienen menos importancia que las ope­
te reservado a las divinidades ctónicas e infernales, raciones rituales para dar la muerte. Esta función
a los ritos expiatorios, a los sacrificios ofrecidos a alimentaria del rito se expresa en un vocabulario que
los héroes y a los muertos en el fondo de sus tumbas. no distingue entre sacrificio y carnicería. La palabra
hiereion, que alude a un animal como víctima sacri­
ficial, lo designa al mismo tiempo como bestia de
Comidas de fiesta carnicería, apta para el consumo. Los griegos sólo
comían carne en ocasión de los sacrificios y confor­
En el sacrificio olímpico, la orientación hacia las me a las reglas sacrificiales; la thusia es, a la vez,
divinidades celestes no se indica solamente por la un ceremonial religioso o una ofrenda piadosa, fre­
luz del día, la presencia del altar y la sangre que sal­ cuentemente acompañada de plegarias y dirigida a
pica a lo alto tras el degüello. Un rasgo fundamental los dioses, y una cocina ritualizada conforme a las
de este ritual es que, indisociablemente, se trata de normas alimentarias que los dioses exigen a los hu­
una ofrenda para los dioses y una comida festiva manos, un acto de comunión social que, por el con­
para los hombres. Si bien el momento culminante de sumo de partes de una misma víctima, refuerza los
la acción es sin duda el instante, marcado por el grito lazos que deben unir a los ciudadanos y hacerlos
ritual, el ololugmos, en que la vida abandona a la iguales.
víctima y pasa al más allá, junto a los dioses, no es Pieza central del culto y elemento cuya presencia

52 53
es indispensable en todos los niveles de la vida colec­ común para ser válida, exige la práctica de un sacri­
tiva, en la familia y en el Estado, el sacrificio ilustra ficio. En la guerra como en la paz —antes de librar
la estrecha vinculación de lo religioso y lo social una batalla, o de la apertura de una asamblea, o de
en la Grecia de las ciudades. Su función no es alejar investir de su cargo a los magistrados—, la ejecu­
al sacrificante y a los participantes, durante el tiem­ ción de un sacrificio es tan necesaria como en el
po que dura el rito, de sus grupos familiares y cívi­ curso de las grandes fiestas religiosas del calendario
cos, de sus actividades ordinarias, del mundo huma­ sagrado. Como lo recuerda justamente Marcel De-
no que les pertenece; al contrario, se propone insta­ tienne en La Cuisine du sacrifice en pays grec, «hasta
larlos en el lugar y en las formas requeridas, inte­ una época tardía, una ciudad como Atenas mantiene
grarlos en la ciudad y en la existencia de esta tierra en sus funciones a un arconte-rey, una de cuyas atri­
conforme al orden del mundo que los dioses presi­ buciones principales consiste en la administración
den: religión «intramundana» en el sentido de Max de todos los sacrificios instituidos por los antepasa­
Weber, religión «política» en la acepción griega del dos, del conjunto de gestos rituales que garantizan
término. Lo sagrado y lo profano no forman dos ca­ el armonioso funcionamiento de la sociedad».1
tegorías radicalmente opuestas y mutuamente ex- Si la thusia se revela tan indispensable para ase­
cluyentes. Entre lo sagrado totalmente prohibido y gurar validez a las prácticas sociales, es porque el
lo sagrado plenamente utilizable, se cuenta una mul­ fuego sacrificial, elevando hacia el cielo el humo de
tiplicidad de formas y de grados. Además de las reali­ los perfumes, de la grasa y de los huesos, y cociendo
dades consagradas a los dioses, reservadas para su la porción destinada a los hombres, abre entre los
uso, hay sacralidad en los objetos, los seres vivien­ dioses y los participantes del rito una vía de comu­
tes, los fenómenos de la naturaleza, como la hay en nicación. Inmolando una víctima, quemando sus
los actos corrientes de la vida privada —una comida, huesos, comiendo la carne según las reglas rituales,
una partida de viaje, el recibimiento de un huésped— el hombre griego instituye y mantiene con la divi­
y en los más solemnes de la vida pública. Todo padre nidad un contacto sin el cual su existencia, abando­
de familia asume en su casa las funciones religiosas nada a sí misma, se hundiría carente de sentido.
para las cuales está calificado sin preparación espe­ Este contacto no es una comunión: no se come al
cial. Cada jefe de familia es puro si no ha cometido dios, ni siquiera bajo su forma simbólica, para iden­
una falta que lo manche con la deshonra. En este tificarse con él y participar de su fuerza. Se,consume
sentido, la pureza no debe ser adquirida u obtenida: una víctima animal, una bestia doméstica, y se come
constituye el estado normal del ciudadano. En la de ella una parte diferente de la que se ofrece a los
ciudad nunca se encuentra el límite preciso entre dioses. El lazo que el sacrificio griego establece sub­
sacerdocio y magistratura. Hay sacerdotes que son raya y confirma, en la comunicación misma, la ex-
destinados y utilizados como magistrados, y todo ma­
1. Marcel Detiennc y Jean-Pierre Vernant (eds.). La Cuisine
gistrado, en sus funciones, reviste carácter sagrado. du sacrifice en pays grec, con otros colaboradores, París, 1979,
Todo poder político para ejercitarse, toda decisión p. 10.

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trema distancia que separa a mortales e inmor­ preparadas por el Titán es un ardid, una trampa. La
tales. primera, disfrazada bajo un poco de apetecible gra­
sa, no contiene más que los huesos mondos; la se­
gunda, bajo la piel y el estómago, de aspecto repug­
Las astucias de Prometeo nante, esconde todo lo que hay de comestible en el
animal. A tal señor, tal honor: Zeus, en nombre de
Los mitos de fundación del sacrificio son muy pre­ los dioses, es el primero en elegir. Ha comprendido
cisos en este aspecto. Exponen a plena luz las signi­ la trampa, y si finge caer en ella es para afinar me­
ficaciones teológicas del ritual. El Titán Prometeo, jor su venganza. Opta, pues, por la porción exterior-
hijo de Japeto, instituyó el primer sacrificio, fijando mente apetitosa, la que disimula bajo una fina capa
así para siempre el modelo al cual se ciñeron los de grasa los huesos incomibles. Ésta es la razón por
hombres para honrar a los dioses. El episodio suce­ la cual, sobre los perfumados altares de sacrificio,
dió en un tiempo en el que dioses y hombres aún no los hombres queman para los dioses los huesos blan­
estaban separados: vivían juntos, festejando en las cos de la víctima cuyas carnes van a repartirse. Guar­
mismas mesas, compartiendo la misma felicidad, dan para ellos la porción que Zeus no retuvo: la de
lejos de todos los males, ignorando los humanos, en la carne. Prometeo se figuraba que, destinándola a
ese entonces, la necesidad de trabajar, las enferme­ los humanos, les reservaba la mejor parte. Pero, pese
dades, la vejez, las fatigas, la muerte y la especie a su astucia, no sospechó que les hacía un regalo en­
femenina. Habiendo sido Zeus promovido a la digni­ venenado. Al comer la carne, los humanos firmarán
dad de rey del cielo, y habiendo procedido a un justo su sentencia de muerte. Dominados por la ley del
reparto de honores y funciones entre los dioses, llega vientre, se comportarán en adelante como todos los
el momento en que es preciso hacer lo mismo entre animales que pueblan la tierra, las olas o el aire. Si
dioses y hombres, y delimitar exactamente el género sienten placer en devorar la carne de un animal al
de vida propio de cada una de ambas razas. Prome­ que la vida ha abandonado, si tienen una imperiosa
teo es encargado de la operación. Delante de dioses necesidad de alimentos, es porque su hambre, jamás
y hombres reunidos, presenta, sacrifica y descuartiza aplacada, siempre renovada, es la marca de una cria­
un gran buey. Divide en dos partes los pedazos obte­ tura cuyas fuerzas se gastan y se agotan poco a poco,
nidos. La frontera que debe separar a dioses y hom­ que está condenada a la fatiga, al envejecimiento y
bres sigue la línea divisoria entre lo que unos y otros a la muerte. Contentándose con el humo de los hue­
se apropiarán del animal inmolado. El sacrificio apa­ sos, viviendo de olores y de perfumes, los dioses tes­
rece así como el acto que ha consagrado, al efectuar­ timonian su pertenencia a una raza cuya naturaleza
se por primera vez, la segregación de las condicio­ es totalmente distinta de la humana. Son los Inmor­
nes divina y humana. Pero Prometeo, en rebelión tales, siempre vivos, eternamente jóvenes, cuyo ser
contra el rey de los dioses, quiere engañarlo en be­ no tiene nada perecedero y que no mantienen con­
neficio de los hombres. Cada una de las dos partes tacto alguno con el ámbito de lo corruptible.

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Pero en su cólera, Zeus no pone límites a su ven­ para no ser devorada cruda. Esta relación ambigua
ganza. Antes de hacer de tierra y de agua a la pri­ entre los hombres y los dioses en el sacrificio alimen­
mera mujer, Pandora, que introducirá entre los hom­ tario, se repite en una relación igualmente equívoca
bres todas las miserias que ellos no conocían ante­ de los hombres con los animales. Linos y otros tienen
riormente —el nacimiento por gestación, las fatigas, necesidad de comer para vivir, ya sean sus alimentos
el duro trabajo, las enfermedades, la vejez y la muer­ vegetales o carnes, y también comparten su condi­
te— decide, para hacer pagar al Titán su parcialidad ción de seres perecederos. Pero los hombres son los
a favor de los humanos, no concederles la alegría del únicos que ingieren sus alimentos cocidos, según las
fuego celeste del que disponían hasta ese momento. reglas, y después de haber ofrecido a los dioses, para
Privados del fuego, ¿deberán los hombres devorar la honrarlos, la vida del animal que les está dedicada,
carne cruda, como las bestias? Prometeo roba enton­ con los huesos. Si los granos de cebada, esparcidos
ces, en el hueco de una férula, una chispa, una simien­ sobre la cabeza de la víctima y sobre el altar, están
te de fuego que lleva a la tierra. A falta del estallido asociados al sacrificio sangriento, se debe a que los
del rayo, los hombres dispondrán de un fuego técni­ cereales, alimento específicamente humano, implican
co, más frágil y mortal, que será necesario conservar, el trabajo agrícola. Representan por ello, a los ojos
preservar y nutrir, alimentándolo sin cesar para que de los griegos, el modelo de las plantas cultivadas,
no se extinga. Este segundo fuego, derivado, artificial que a su vez simbolizan la vida civilizada, en contras­
en comparación con el fuego celeste, distingue a los te con la existencia salvaje. Triplemente cocidas (por
hombres de las bestias porque cuecen el alimento, y una cocción interna que favorece la labranza, por la
los instala en la vida civilizada. De todos los anima­ acción del sol y por la mano del hombre que las con­
les, sólo los humanos comparten con los dioses la vierte en pan), esas plantas se asimilan a las víctimas
posesión del fuego. Éste es también lo que los une sacrificiales, animales domésticos cuya carne debe
a lo divino al elevarse hasta el cielo desde los altares ser ritualmente asada o hervida antes de su ingestión.
donde se enciende. Pero este fuego, celeste por su En el mito prometeico, el sacrificio aparece como
origen y su destino, es también, por su ardor devo­ el resultado de la rebelión del Titán contra Zeus en
rante, perecedero como las otras criaturas vivientes el momento en que hombres y dioses deben separar
sometidas a la necesidad de alimentarse. La frontera y fijar su suerte respectiva. La moraleja del relato
entre dioses y hombres es a la vez atravesada por el es que no se debe esperar embaucar el espíritu sobe­
fuego sacrificial que une los unos a los otros, y sub­ rano de los dioses. Prometeo lo ha intentado, y los
rayada por el contraste entre el fuego celeste, en ma­ hombres deben pagar las consecuencias de su fraca­
nos de Zeus, y aquel que el robo de Prometeo ha so. Sacrificar es, pues, al conmemorar la aventura del
puesto a disposición de los hombres. La función del Titán fundador del rito, aceptar la lección que de
fuego sacrificial consiste, por otra parte, en distin­ aquélla se desprende; es reconocer que a través del
guir en la víctima la parte de los dioses, totalmente cumplimiento del sacrificio y de todo lo que éste ha
consumida, y la de los hombres, cocida lo justo como entrañado para el hombre —el fuego prometeico, la

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necesidad del trabajo, la mujer y el matrimonio para precisa nutrirse de sitos, de harina cocida de plantas
tener hijos, los sufrimientos, la vejez y la muerte—, domésticas regularmente cultivadas. Y para que se
Zeus ha situado a los hombres en el lugar en que sobreviva a sí mismo, debe engendrar hijos mediante
deben mantenerse: entre las bestias y los dioses. Sa­ la unión con una mujer, a la que el matrimonio ha
crificando, el hombre se somete a la voluntad de sacado de su estado salvaje para domesticarla, asig­
Zeus, que ha hecho de los mortales y de los inmor­ nándola al hogar conyugal. En el sacrificio griego, y
tales dos razas distintas y separadas. La comunica­ en razón de esta misma exigencia de equilibrio, sa­
ción con lo divino se instituye en el curso de una ce­ crificante, víctima y dios normalmente no se confun­
remonia de fiesta, de una comida que recuerda que den, pese a hallarse asociados en un mismo rito; an­
la antigua simbiosis ha terminado: dioses y hombres tes bien, se mantienen a buena distancia, ni muy
ya no viven juntos, ya no comen a las mismas mesas. cerca ni muy lejos. Que esta poderosa teología, acor­
No se podría sacrificar siguiendo el modelo que Pro­ de con un sistema social en su forma de establecer
meteo ha establecido y pretender, a la vez, de cual­ las barreras entre el hombre y aquello que no es él,
quier manera que sea, igualarse a los dioses. En el de definir sus relaciones con el aquí y el más allá de
mismo rito que tiende a unir a los dioses y a los lo humano, se mida por el rasero de los procedimien­
hombres, el sacrificio consagra la distancia infran­ tos alimentarios, explica que las extravagancias dieté­
queable que en adelante los separará. ticas tengan una significación propiamente teológica
y traduzcan profundas divergencias en la orientación
religiosa de los órficos y los pitagóricos, por una par­
Entre bestias y dioses te, y en ciertas prácticas dionisíacas, por otra. El
vegetarismo, la abstinencia de alimentos cárnicos, es
Mediante el juego de normas alimentarias, el sa­ el rechazo del sacrificio sangriento, asimilado a la
crificio coloca al hombre en la situación que le es muerte de un prójimo. En el otro polo, la omofagia,
propia: a la distancia justa del salvajismo de los el diasparagmos de las bacantes, es decir, la ingestión
animales que se devoran crudos unos a otros, y de cruda de una bestia acorralada y despedazada viva,
la inmutable felicidad de los dioses que ignoran el es la inversión de los valores normales del sacrificio.
hambre, la fatiga y la muerte porque se nutren de Pero el sacrificio puede deformarse por arriba, nu­
perfumes y de ambrosía. Esta preocupación por triéndose, como los dioses, de materias enteramente
la delimitación precisa, por el reparto exacto, une puras e incluso de perfumes; o puede subvertirse por
estrechamente —en el ritual y en el mito— el sacri­ abajo, haciendo saltar todas las distinciones, borran­
ficio y la agricultura cerista. Y el maridaje que am­ do las fronteras entre hombres y bestias, de manera
bos definen señala la posición concreta del hombre que se instaure un estado de perfecta comunión que
civilizado. De la misma forma que éste, para sobre­ cabe considerar un retorno a la dulce familiaridad
vivir, necesita consumir carne cocida de un animal de todas las criaturas, propia de la edad de oro, tan­
doméstico sacrificado según las normas, también to como una caída en la confusión caótica del salva-

60 61
jismo. En ambos casos se trata de instaurar, por
ascesis individual o por frenesí colectivo, un tipo de
relación con lo divino que la religión oficial excluye
y prohíbe a través del procedimiento del sacrificio.
En ambos casos, también, por medios inversos y con
implicaciones contrapuestas, la distancia normal en­
tre el sacrificante, la víctima y la divinidad se entur­ EL MISTICISMO GRIEGO
bia, se difumina y desaparece. El análisis de la cocina
sacrificial conduce así a distribuir, como en un cua­
dro, las posiciones más o menos excéntricas, más o El sacrificio sangriento y el culto público no ocu­
menos integradas o marginales, que ocupan diversos pan todo el campo de la piedad griega. A su lado
tipos de sectas, de corrientes religiosas o de actitudes existen corrientes y grupos, más o menos desviados
filosóficas, rompiendo no solamente con las normas y marginales, más o menos cerrados y secretos, que
regulares del culto, sino también con el marco insti­ traducen aspiraciones religiosas diferentes. Es cierto
tucional de la ciudad y con todo lo que ello implica que han sido integrados totalmente o en parte en el
concerniente a la condición del hombre cuando está culto cívico, pero en otro aspecto han permanecido
ordenada social y religiosamente. extraños a él. Todos han contribuido de distinta ma­
nera a abrir el camino a un «misticismo» griego ca­
racterizado por la búsqueda de un contacto más di­
recto e íntimo con los dioses, asociado a veces a la
conquista de una inmortalidad bienaventurada, unas
veces concedida después de la muerte por favor espe­
cial de una divinidad, y otras obtenida por la obser­
vancia de una regla de vida pura, reservada a los
iniciados, que les otorga el privilegio de liberar, des­
de la existencia terrestre, la parte divina que perma­
nece presente en cada uno de ellos.
En lo que concierne al período clásico, es nece­
sario distinguir claramente sobre este esquema tres
tipos de fenómenos religiosos. No hay manera de
asimilarlos, pese a algunos puntos de contacto, difí­
ciles de delimitar con precisión, pero que se eviden­
cian por la semejanza de ciertos términos utiliza­
dos para designarlos: teleté, orgia, mystai, bakchoi.
No son realidades religiosas del mismo orden; no

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tienen ni la misma condición ni la misma fina­ nías y antropogonías «heterodoxas»; de otra parte,
lidad. a personajes predicadores itinerantes, que preconi­
En primer lugar, los misterios. Los de Eleusis, zan una forma de vida contraria a la norma, un régi­
ejemplares por su prestigio y su brillo, constituyen men vegetariano, y que disponen de técnicas de cura­
en el Ática un conjunto cultual bien delimitado. Ofi­ ción y de recetas de purificación para esta vida y de
cialmente reconocidos por la ciudad, se organizan salvación para la otra. El destino del alma después
bajo su control y con su tutela. Quedan, sin embar­ de la muerte es objeto en estos medios de preocupa­
go, al margen del Estado por su carácter iniciático y ciones y disertaciones a las que los griegos no esta­
secreto, por su modo de reclutamiento abierto a to­ ban acostumbrados.
dos los griegos y no fundamentado en la condición ¿Cómo se sitúa, con relación a un sistema cultual
social, sino en la elección personal de los indivi­ fundado sobre el acatamiento de nomoi, de reglas
duos. socialmente reconocidas por la ciudad, cada uno de
Seguidamente, el dionisismo. Los cultos dioni- estos tres grandes fenómenos religiosos?
síacos son parte de la religión cívica, y las fiestas en
honor de Dionisos, con su lugar en el calendario sa­
cro, se celebran con la misma legitimidad que cuales­ Los MISTERIOS DE ELEUSIS
quiera otras. Pero, como dios de la manía, de la locu­
ra divina, por su forma de tomar posesión de sus Ni por las creencias ni por las prácticas, los mis­
fieles, librados a sí mismos a través del trance colec­ terios contradicen la religión cívica. La completan y
tivo ritualmente practicado en sus thiases; por su le agregan una nueva dimensión, adecuada para sa­
irrupción repentina en este mundo bajo la forma de tisfacer las necesidades a las cuales ella no responde.
revelación epifánica, Dionisos introduce en el cora­ Las dos diosas que patrocinan, con algunos acólitos,
zón mismo de la religión de la que él constituye una el ciclo eleusino, Deméter y Core-Perséfona, son gran­
pieza, una experiencia de lo sobrenatural extraña y, des figuras del panteón; y la narración del rapto de
también en ciertos aspectos, opuesta al espíritu del Core por Hades, con todas sus consecuencias, hasta
culto oficial. la fundación de las orgia, los ritos secretos de Eleu­
Finalmente, lo que llamamos orfismo. No se tra­ sis, es parte del fondo común de las leyendas griegas.
ta, en este caso, de cultos particulares ni de devoción En la serie de etapas que debía recorrer el candidato
a una divinidad singular, ni tampoco de una comu­ para alcanzar el último término de la iniciación —el
nidad de creyentes organizados en secta a la manera myste debía aguardar un año para acceder al grado
de los pitagóricos, cualesquiera que hayan podido ser de epopte, desde la etapa preliminar de los Pequeños
las interferencias entre las dos corrientes. El orfismo Misterios de Agrá, hasta la participación renovada en
es una nebulosa en la que se encuentran, de una par­ los Grandes Misterios, en Eleusis—, todo el ceremo­
te, una tradición de libros sagrados, atribuidos a Or- nial se desarrollaba a los ojos de todos, a pleno día:
feo y a Museo, que constan de teogonias, cosmogo­ en la misma Atenas, en Faleros para el baño ritual en

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una relación personal muy estrecha, en íntima con­
el mar, en el camino que conduce de Atenas a Eleu-
nivencia y familiaridad con ellas, se convertía en un
sis, la inmensa procesión agrupada detrás de los ob­
jetos sagrados, el clero eleusino, los magistrados de elegido, seguro de tener en esta vida y en la otra
Atenas, los mystes, las delegaciones extranjeras y la una suerte diferente de la común. «Bienaventurados
multitud de espectadores. El arconte-rey, en nombre —canta el Himno a Deméter— quienes han tenido la
del Estado, tenía la responsabilidad de la celebración plena visión de estos misterios. El no iniciado, el pro­
pública de los Grandes Misterios; también las fami­ fano, no conoce semejante destino después de la
lias tradicionales de los Eumólpidas y de los Kéru- muerte, al ser relegado a las Tinieblas.» Sin presen­
kes, especialmente ligados a las dos diosas, eran res­ tar una concepción nueva del alma, sin romper con
ponsables ante la ciudad, que tenía el poder de regla­ la imagen tradicional del Hades, los misterios abrían
mentar mediante decreto el detalle de las festivi- la perspectiva de continuar bajo la tierra una exis­
tencia más feliz. Este privilegio descansa en la libre
da des.
Solamente cuando los mystes llegaban al lugar y elección de individuos decididos a someterse a la ini­
penetraban en el recinto del santuario, se imponía el ciación y a seguir el trayecto ritual en el que cada
secreto y nada debía filtrarse fuera. La prohibición etapa marcaba un nuevo avance hacia un estado de
era tan rigurosa como para haber sido respetada a lo pureza religiosa. Pero de regreso en su casa, reincor­
largo de los siglos. Pero si los misterios han conser­ porado a sus actividades familiares, profesionales y
vado su secreto, hoy se pueden tener algunos datos cívicas, nada distinguía al iniciado de lo que había
por seguros. No había en Eleusis ninguna enseñanza, sido antes, ni de quienes no habían conocido la ini­
nada que se asemejara a una doctrina esotérica. El ciación. No presentaba signo exterior alguno, ni se­
testimonio de Aristóteles es decisivo en este punto: ñal de reconocimiento y tampoco observaba la me­
«Aquellos que se han iniciado no deben aprender nin­ nor modificación en su género de vida. El iniciado
guna cosa que no sea sentir sus emociones y colo­ regresa a la ciudad y se reinstala en ella para hacer
carse en ciertas disposiciones.» Plutarco evoca, por lo que hace todos los días, sin que nada haya cam­
su parte, el estado de alma de los iniciados, que pa­ biado en él como no sea la convicción de haber ad­
san de la angustia al arrobamiento. Esta conmoción quirido, a través de esta experiencia religiosa, la ven­
interior, de orden afectivo, se obtenía mediante las taja de pertenecer al número de Jos elegidos después
drómena, cosas actuadas y mimadas, y las deiknu- de la muerte: en las Tinieblas ahora habrá para él
mena, cosas mostradas, exhibidas. Se puede suponer luz, alegría, danzas y cantos. Estas esperanzas con­
que tenían relación con la pasión de Deméter, el des­ cernientes al más allá pudieron, ciertamente, ser asi­
censo de Core al mundo infernal y el destino de los miladas, alimentadas y desarrolladas entre las sectas
muertos en el Hades. Lo cierto es que, al término de que utilizaron el simbolismo de los misterios, su ca­
la iniciación, después de la iluminación final, el fiel rácter secreto y su jerarquía de grados. Mas para la
tenía el sentimiento de haber sido transformado in­ ciudad que los patrocina, para los ciudadanos, ini­
teriormente. Ligado desde entonces a las diosas por. ciados o no, nada en los misterios se opone a que la

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religión oficial los reivindique como una parte de ella años acuden al Parnaso para hacer, conjuntamente
misma. con las de Delfos, de bacantes en plena montaña, ac­
túan también en nombre de la ciudad. No forman un
grupo segregado de iniciadas, una cofradía marginal
Dionisos, el extraño extranjero de elegidas, una secta de extraviadas. Son un colegio
femenino oficial al que la ciudad confía la responsa­
La situación del dionisismo puede parecer, a pri­ bilidad de representar a Atenas junto a las délficas
mera vista, análoga a la de los misterios. El culto en el marco del culto rendido a Dionisos en el san­
implica también los teletai y las orgia, las iniciacio­ tuario de Apolo.
nes y los ritos secretos que no tienen derecho a co­ No consta que hayan existido en el siglo v, en el
nocer quienes no han sido instruidos como bakchoi. Ática ni según parece en el resto de la Grecia conti­
Pero, en Atenas, las fiestas invernales de Dionisos, nental, asociaciones dionisíacas privadas que reclu­
Oschoforias, Dionisíacas rurales, Leneas, Antesterias taran adeptos para celebrar en la intimidad de un
y Dionisíacas urbanas, no forman como en Eleusis grupo cerrado un culto específico o una forma de
un conjunto ordenado y replegado en sí mismo, un convivencia puesta bajo el patronazgo del dios, como
círculo cerrado, sino una serie discontinua repartida será el caso, algunos siglos más tarde, de los Iobak-
en el calendario al lado de fiestas de otros dioses y choi. Cuando, hacia el siglo v, la ciudad de Magnesia
que depende de las mismas normas de celebración. del Meandro quiere organizar un culto de Dionisos,
Todas son ceremonias oficiales de carácter plena­ funda, después de haber consultado en Delfos, tres
mente cívico. Algunas entrañan un elemento de se­ thiases'. es decir, tres colegios femeninos oficiales co­
creto y requieren un personal religioso especializado, locados bajo la dirección de sacerdotisas calificadas
como la boda anual de la reina, esposa del arconte- llegadas especialmente de Tebas a este efecto.
rey, con Dionisos, al que se une durante las Antes­ ¿En qué consiste pues, en relación con los otros
terias en el Boucoleion. Un colegio de catorce muje­ dioses, la originalidad de Dionisos y de su culto? El
res, las gerarai, la asisten en esta función y ejecutan dionisismo, contrariamente a los misterios, no se si­
en el santuario de Dionisos, en Marais, los ritos se­ túa junto a la religión cívica para prolongarla; ex­
cretos. Pero lo hacen «en nombre de la ciudad» y presa el reconocimiento oficial por parte de la ciudad
«siguiendo las tradiciones». Es el mismo pueblo, se de una religión que, en muchos aspectos, escapa a la
nos ha precisado, el que ha decretado estas prescrip­ propia ciudad, la contradice y la supera. Instala en
ciones y las ha hecho depositar en lugar seguro, gra­ el centro de la vida pública comportamientos reli­
badas en una estela. La boda secreta de la reina tiene giosos que, bajo una forma alusiva, simbólica o
entonces un valor de reconocimiento oficial por la abierta, presenta rasgos de excentricidad.
ciudad de la divinidad de Dionisos. Consagra la unión Y es que, hasta en el mundo de los dioses olím­
de la comunidad cívica con el dios, su integración en picos en el que ha sido admitido, Dionisos encarna,
el orden religioso colectivo. Las Tíadas que cada tres según la bella fórmula de Louis Gernet, la figura de

68 69
lo Otro. Su papel no consiste en confirmar y confor­ no. Esta contigüidad que el trance establece con lo
tar, sacralizándolo, el orden humano y social. Dioni­ divino se repite también en una nueva familiaridad
sos pone en entredicho este orden; lo hace estallar con el salvajismo animal. Lejos de su hogar domés­
revelando con su presencia otro aspecto de lo sagra­ tico, de las aldeas y de las tierras cultivadas, se des­
do, ya no regular, estable y definido, sino extraño, cubre a las Ménades, en los montes y en los bosques,
inasible y desconcertante. Único dios griego dotado jugar con las serpientes, amamantar a animalillos
de un poder de maya, de magia, está más allá de como si fueran sus crías, y también perseguirlos, ata­
todas las formas, escapa a todas las definiciones, re­ carlos, descuartizarlos (diasparagmos) y devorarlos
viste todos los aspectos sin dejarse encerrar en nin­ crudos (omophagia), asimilándose así, en su conduc­
guno. A la manera de un ilusionista, juega con las ta alimentaria, a las bestias salvajes que, contra­
apariencias, mezcla las fronteras entre lo fantástico' riamente a los hombres, consumidores de pan y de
y lo real. Ubicuo, no está nunca allí donde está, sino carne cocida de animales domésticos ritualmente sa­
que se halla siempre presente a la vez aquí, en otro crificados a los dioses, se devoran entre sí lamién­
lado y en ninguna parte. En cuanto aparece, las ca­ dose la sangre los unos a los otros, sin regla ni ley,
tegorías tajantes, los opuestos nítidos que dan al sin reconocer nada salvo el hambre que los mueve.
mundo coherencia y racionalidad se difuminan, se El menadismo es asunto de mujeres. En su paro­
fusionan y pasan de ser unos a ser otros: en él y por xismo contiene dos aspectos opuestos. A los fieles,
él se reúnen lo masculino y lo femenino, con los que en comunión feliz con el dios, les aporta la alegría
está emparentado; el cielo y la tierra, que une cuando sobrenatural de una evasión momentánea hacia el
surge, insertando lo sobrenatural en plena naturale­ mundo de la edad de oro, donde todas las criaturas
za, en el mismísimo centro de los hombres; lo joven vivientes se encuentran fraternalmente mezcladas.
y lo viejo, lo salvaje y lo civilizado, lo lejano y lo Mas para aquellas mujeres y ciudades que rechazan
próximo, el más allá y este mundo. Más aún, Dioni­ al dios y a las que él castiga a fin de someterlas, la
sos anula la distancia que separa a los dioses de los manía desemboca en el horror y la locura de las más
hombres y a los hombres de las bestias. Cuando las atroces ignominias: un retorno al caos en un mundo
Ménades de su thiase, enloquecido el espíritu, se sin leyes en el que las mujeres rabiosas devoran las
entregan al frenesí del trance, el dios toma posesión carnes de sus propios hijos, cuyos cuerpos han des­
de ellas, se instala en ellas para someterlas y guiar­ trozado con sus mismas manos, como si se tratara
las a su voluntad. En el delirio y el entusiasmo, la de animales salvajes. Dios doble, que une las dos
criatura humana encarna al dios y, además, el dios, caras en su persona, tal como lo proclama en Las
dentro del fiel, representa al hombre. Las fronteras Bacantes, de Eurípides, Dionisos es, a la vez, «el más
entre ambos se mezclan y desaparecen en una pro­ terrible y el más dulce».
ximidad en la que el hombre se encuentra desterrado Para que se revele benéfico, en toda su dulzura,
de su existencia cotidiana, de su vida ordinaria, des­ esta Potencia del desconcierto, cuya irreprimible
prendido de sí mismo, transportado a un lugar leja­ exuberancia y cuyo dinamismo invasor parecen ame­

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nazar el equilibrio de la religión cívica, es necesario fuerza a convertirnos en otro distinto del que somos
que la ciudad acoja a Dionisos, lo reconozca como de ordinario.
suyo y le asegure un lugar en el culto público, al Sin duda es esta necesidad de evasión, esta nos­
lado de los otros dioses. Celebrar solemnemente con talgia de una unión completa con lo divino lo que,
la comunidad entera las fiestas de Dionisos; organi­ más todavía que el descenso de Dionisos al mundo
zar para las mujeres una forma de trance controla­ infernal para buscar a su madre Semele, explica que
do, dominado, ritualizado, en el marco de tiases ofi­ el dios haya podido encontrarse asociado, a veces
cializadas y promovidas a instituciones públicas; de­ muy estrechamente, a los misterios de las dos diosas
sarrollar para los hombres, en la alegría del cornos, eleusinas. Cuando la esposa del arconte-rey parte a
por el vino y la embriaguez, el juego y la fiesta, la celebrar sus bodas con Dionisos, es asistida por el
mascarada y el disfraz, la experiencia de un extra­ heraldo sagrado de Eleusis, y en las Leneas, posible­
ñamiento del curso normal de las cosas; fundar, en mente las fiestas áticas más antiguas dedicadas a
fin, el teatro en cuya escena toma cuerpo y se anima Dionisos, el portador de la antorcha de Eleusis eleva
la ilusión, y lo ficticio se presenta como si fuera la invocación, coreada por el público: «Iacchos, hijo
realidad: en todos los casos se trata, integrando a de Semele.» El dios está presente en Eleusis desde
Dionisos en la ciudad y en su religión, de instalar al el siglo v. Presencia discreta y papel menor en unos
Otro, con todos los honores, en el centro del dispo­ lugares donde no tiene templo ni sacerdote. Inter­
sitivo social. viene en la forma de Iacchos, al que está asimilado,
Plenitud del éxtasis, del entusiasmo, de la verda­ y cuya función es presidir la procesión de Atenas a
dera pasión, ciertamente, pero también bienestar del Eleusis durante los Grandes Misterios. Iacchos es la
vino, de la fiesta, del teatro; placeres del amor, exal­ personificación del jubiloso grito ritual, lanzado por
tación de la vida en lo que implica de alumbramiento el cortejo de las mystes, en un ambiente de esperanza
y de imprevisto, alegría de las máscaras y del disfraz, y de fiesta. Y en las representaciones de un más allá
felicidad de lo cotidiano; Dionisos puede aportar del cual los fieles del dios de la manía apenas pare­
todo esto si los hombres y las ciudades aceptan reco­ cen preocuparse en esta época (excepción hecha, tal
nocerlo. Pero en ningún caso llega para anunciar una vez, del sur de Italia, se ha podido imaginar a Iac-
suerte mejor en el más allá. No preconiza la huida chos conduciendo bajo tierra el coro de iniciados,
del mundo, no predica el renunciamiento ni pretende como Dionisos capitanea en el mundo la thiase de
preservar las almas con un género de vida ascético sus bacantes.
para el acceso a la inmortalidad. Actúa para hacer
surgir, desde la vida de este mundo, alrededor de
nosotros y en nosotros, las múltiples figuras de lo El orfismo. En busca de la unidad perdida
Otro. Nos abre, en esta tierra y en el mismo marco
de la ciudad, el camino de una evasión hacia una des­ Los problemas del orfismo son de otro orden.
concertante extranjería. Dionisos nos enseña y nos Esta corriente religiosa, en la diversidad de sus for­

72 73
mas, pertenece en esencia al helenismo tardío, en el miento progresivo de un orden diferenciado por una
curso del cual alcanzará mayor amplitud. Pero mu­ caída en la división seguida, y como rescatada, por
chos descubrimientos recientes han venido a confir­ una reintegración en el Todo. En la narración de su
mar la opinión de los historiadores convencidos de desmembramiento por los Titanes que lo devoran,
que debía hacérsele un lugar en la religión de la épo­ de su reconstrucción a partir del corazón preservado
ca clásica. Comencemos por el primer aspecto del . intacto, de los Titanes fulminados por Zeus, del naci­
orfismo: una tradición de textos escritos, de libros miento de la raza humana a partir de sus cenizas
sagrados. El papiro de Dervéni, hallado en 1962 en —relato que nos es testimoniado en la edad helenís­
una tumba cerca de Salónica, prueba que circulaban tica, pero al cual parecen aludir Píndaro, Herodoto
en el siglo v y, sin duda, a partir del siglo vi, teogo­ y Platón—, el mismo Dionisos asume en su persona
nias que pudieron conocer los filósofos presocráticos de dios el doble ciclo de dispersión y de reunifica­
y en las que Empédocles parece haberse inspirado ción, en el curso de una «pasión» que compromete
en parte. Un primer rasgo del orfismo aparece así directamente la vida de los hombres porque funda­
desde su origen: una forma «doctrinaria» que se opo­ menta míticamente la desgraciada condición huma­
ne tanto a los misterios y al dionisismo como al culto na, al mismo tiempo que abre a los mortales la pers­
oficial, para aproximarse a la filosofía. Estas teogo­ pectiva de la salvación. Surgida de las cenizas de los
nias las conocemos bajo múltiples versiones, pero su Titanes fulminados, la raza de los hombres arrastra
orientación fundamental es la misma: toman la tra­ la herencia de la culpabilidad por haber desmembra­
dición hesiódica a contrapelo. En Hesíodo, el univer­ do el cuerpo del dios. Mas, purificándose de esa falta
so divino se organiza según un progreso lineal que ancestral por los ritos y el género de vida órficos,
conduce del desorden al orden, desde un estado ori­ absteniéndose de toda carne para evitar la impureza
ginal de confusión indiferenciada hasta un mundo del sacrificio sangriento —que la ciudad santifica
diferenciado y jerarquizado bajo la autoridad inmu­ pero que recuerda, para los órficos, el monstruoso
table de Zeus. En los órficos sucede a la inversa: el festín de los Titanes—, cada hombre, habiendo con­
origen, Principio, Huevo primordial o Noche, expre­ servado en sí una parcela de Dionisos, puede retor­
sa la unidad perfecta, la plenitud de una totalidad nar también a la unidad perdida, reunir al dios y en­
cerrada. Pero el Ser se degrada a medida que la uni­ contrar en el más allá una vida propia de la edad de
dad se divide y se disloca para hacer aparecer for­ oro. Las teogonias órficas desembocan, pues, en una
mas distintas, individuos separados. A este ciclo de antropogonía y en una soteriología que le da su ver­
dispersión debe suceder un ciclo de reintegración de dadero sentido. En la literatura sagrada de los órfi­
las partes en la unidad del Todo. La llegada de Dio­ cos, el aspecto doctrinal no está separado de una bús­
nisos órfico, cuyo reino representa el retorno al Uno, queda de salvación. La adopción de un género de
la reconquista de la plenitud perdida, ocurrirá en la vida puro, la eliminación de toda impureza y la elec­
sexta generación. Pero Dionisos no cumple su parte ción de un régimen vegetariano traducen la ambición
solamente en una teogonia que sustituye el surgi­ de escapar a la suerte común, a la finitud y a la

74 75
muerte, de unirse totalmente a lo divino. El rechazo su carácter singular testimonia más bien el particu­
del sacrificio sangriento no constituye sólo una repul­ larismo de la vida religiosa en la colonia de Olbia,
sa, una desviación de la práctica corriente. El vege­ con su entorno escita.
tarismo contradice aquello mismo que el sacrificio
implica: la existencia de un foso infranqueable, en­
tre hombres y dioses, incluso en el ritual que les Huir fuera del mundo
permite comunicarse. La búsqueda individual de la
salvación se sitúa fuera de la religión cívica. Como De hecho, el impacto del orfismo sobre la men­
corriente espiritual, el orfismo se presenta ajeno y talidad religiosa de los griegos durante la época clá­
extraño a la ciudad, a sus reglas y a sus valores. sica ha afectado esencialmente a dos ámbitos. En lo
Pero su influencia se deja sentir en otros ámbitos. que atañe a la piedad popular, ha alimentado las in­
A partir del siglo v, ciertos escritos órficos parecen quietudes y las prácticas de los «supersticiosos» ob­
vincularse a Eleusis, y cualesquiera hayan sido las sesionados por el temor a las impurezas y a las en­
diferencias —o, mejor dicho, las oposiciones— entre fermedades. Teofrasto, en su retrato del «Supersti­
el Dionisos del culto oficial y el de los escritos ór­ cioso», lo muestra acudiendo cada mes, con su mu­
ficos, las asimilaciones se han podido producir bas­ jer y sus hijos, a renovar su iniciación junto a los
tante temprano. Eurípides, en su Hipólito, evoca por orfeotelestes, que Platón, por su parte, ■ describe
boca de Teseo al joven «haciendo de bacante bajo la como sacerdotes mendicantes, adivinos ambulantes
dirección de Orfeo», y Herodoto, recordando la prohi­ que sacan dinero de su pretendida competencia en
bición de hacerse amortajar con vestimentas de lana, materia de purificaciones e iniciaciones (katharmoi,
atribuye esta prescripción «a los cultos que se llaman teletai) para los vivos y para los muertos. Estos
órficos y báquicos». Pero estas aproximaciones no sacerdotes marginados que, caminando de ciudad en
son decisivas, pues el término báquico no está reser­ ciudad, apoyan su ciencia de los ritos secretos y de
vado exclusivamente a los rituales dionisíacos. El los encantamientos sobre la autoridad de los libros
único testimonio de una interferencia directa entre de Museo y de Orfeo, son fácilmente asimilados a
Dionisos y los órficos, al mismo tiempo que de una una cuadrilla de magos y charlatanes que explotan
dimensión escatológica de Dionisos, se sitúa al mar­ la credulidad pública.
gen de Grecia, en las costas del mar Negro, en la Pero, en otro campo más intelectual, los escritos
Olbia del siglo v. Se han descubierto inscripciones órficos están insertos, al lado de otros, en la corrien­
sobre placas de hueso en las que se pueden leer, es­ te que, modificando los marcos de la experiencia re­
critas una al lado de otra, las palabras Dionysios ligiosa, ha influido en la orientación espiritual de los
Orphikoi, y a continuación bios thanatos bios («vida griegos. La tradición órfica, como el pitagorismo, se
muerte vida»), Pero, como se ha hecho observar, este inscribe a este respecto en la línea de estos persona­
rompecabezas es aún más enigmático que esclarece- jes fuera de serie, excepcionales por su prestigio y
dor y, en el estado actual de la documentación, por sus poderes. Desde el siglo vil, en efecto, se venía

76 77
recurriendo a estos «hombres divinos» para purificar aquí; de un alma, psyche, que ya no será, como en
las ciudades, y a veces se les ha definido como los Homero, una sombra sin fuerza, un reflejo inconsis­
representantes de un «chamanismo griego». En pleno tente, sino un daimon, un poder emparentado con lo
siglo v, Empédocles testimonia la vitalidad de este divino e impaciente por reencontrarlo. Poseer el con­
modelo de mago, capaz de dirigir los vientos, de res­ trol y el dominio de esta psyche, aislarla del cuerpo,
catar a un difunto del Hades y que ya no se presenta concentrarla en sí misma, purificarla, liberarla, al­
a sí mismo como un mortal, sino como un dios. Un canzar por ella el lugar celeste del cual se experi­
rasgo distintivo de estas figuras singulares que, al menta nostalgia: tales pudieron ser, en esta línea, el
lado de Epiménides y Empédocles, cuentan con mi­ objeto y el fin de la experiencia religiosa. Sin embar­
sioneros inspirados, más o menos míticos, como Aba- go, en tanto tiempo como la ciudad ha permanecido
ris, Aristeas y Hermótimo, es que, con su disciplina viva, ninguna secta, ninguna práctica cultual, ningún
de vida, sus ejercicios espirituales de control y de grupo organizado ha expresado, en estricto rigor y
concentración del aliento respiratorio, sus técnicas con todas sus consecuencias, la exigencia de salida
de ascesis y de recuerdo de sus vidas anteriores, no del cuerpo, de huida del mundo, de unión íntima y
se colocan bajo el patronazgo de Dionisos, sino de personal con la divinidad. La religión griega no ha
Apolo, un Apolo Hiperbóreo, señor de la inspiración conocido el personaje del «renunciante». Es la filo­
extraviada y de las purificaciones. sofía la que ha tomado el relevo, trasponiendo a su
En el trance colectivo del thiase dionisíaco, es el propio registro los temas de la ascesis, de la puri­
dios quien desciende a este mundo para tomar pose­ ficación del alma, de su inmortalidad.
sión del grupo de sus fieles, cabalgarlos, hacerlos Para el oráculo de Delfos, «Conócete a ti mismo»
danzar y saltar a su gusto. Los posesos no se alejan significó: Sabe que tú no eres dios y no cometas la
de esta tierra; aquí se vuelven otros por el poder falta de pretender serlo. Para el Sócrates de Platón,
que los habita. Por el contrario, en el caso de los que hace suya la fórmula, ésta quiere decir: Conoce
«hombres divinos», por diferentes que sean, es el al dios que, en ti, es tú mismo. Esfuérzate en aseme­
individuo humano quien toma la iniciativa, guía la jarte en lo posible al dios.
acción y pasa al otro lado. Gracias a los poderes ex­
cepcionales que ha sabido adquirir, puede dejar su
cuerpo abandonado, como en estado de sueño cata-
léptico, viajar libremente por el otro mundo y volver
a esta tierra conservando el recuerdo de todo cuanto
ha visto en el más allá.
Este tipo de hombres, el modo de vida que eligen,
sus técnicas de éxtasis, implicaban la presencia en
ellos de un elemento sobrenatural, extraño a la vida
terrestre, de un ser venido de otra parte y exiliado
! L O S .J F IA
78
Y 1 ?TR A?

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84 85
1

ÍNDICE ALFABÉTICO

Abaris, 78 Comparetti, 6
Agrá, 65 Core, 36, 65-66
Antonio Liberal, 20 Creta, 25-36
Apolo, 31-36, 51, 69, 78 Curetes, 35
Apolodoro (Pseudo), 20
Aqueos, 36-37
Aquiles, 45
Delfos, 35, 45, 51, 69, 79
Ares, 31, 36
Deméter, 36, 49, 65-67
Aristeas, 78
Dervéni (Papiro de), 74
Aristóteles, 66
Detienne, Marcel, 12, 55
Artemisa, 31, 36
Diodoro, 20
Atenas, 19, 33, 37, 54, 65-66,
Dionisismo, 13, 61, 64, 69, 74
68-69, 73
Dionisos, 36, 64, 68-73, 74-76,
Atenea, 32-33, 36, 46
78
Atica, 51, 64, 69
Dodona (Oráculo), 34, 48
Atidógrafos, 19
Dumézil, Georges, 24-28, 29

Bacantes, 61, 71, 73, 76


Bienaventurados, Islas de Eleusis, 11, 65-66, 68, 73, 75,
los, 45 76
Burkert, Walter, 13 Empédocles, 74, 78
Enyalos, 36
Epiménides, 78
Calimaco, 25, 31> 36 Euandros, 48
Cleomedes de Astipalea, 46 Eumólpidas, 66
Cnossos, 36 Eurípides, 71, 76

87
Faleros, 65 Lévi-Strauss, Claude, 24
Prometeo, 56-60 Temis, 32
Febo, 31 Lisandro, 45
Pseudo Apolodoro, 20 Teofrasto, 77
Festugiére, A.-J., 5, 21-23 Pylos, 36 Teseo, 45, 76
Frazer, J. G., 6 Tíadas, 68
Frigios, 36 Magnesio, 69 Timoleón, 45
Marais, 68 Quirino, 30 Titán (Ref. a Prometeo), 57-
Maratón, 46 59
Gaia (Gea), 31, 32 Marte, 30 Titanes, 75
Gernet, Louis, 11-13, 25, 69 Meandro, 69 Roma, 30 Tracios, 36
Ménades, 70-71
Metis, 32
Hades, 11, 31, 34, 45, 49, 65- Misterios, 12-13, 65-68, 69, 74 Varuna, 30, 31
Salónica, 74
67, 78 Mitógrafos del Vaticano, 20 Samos, 45 Vaticano (Mitógrafos del), 20
Harrison, J. E., 6 Mitra, 30 Semele, 73
Hecateo, 19 Museo, 64, 77 Siracusa, 45
Hefaistos, 31 Snodgrass, A., 39 Wanas so, 36
Hélade, 17, 36, 40 Weber, Max, 54
Helenos, 36
Hera, 32, 36 Olbia, 76, 77
Olimpia, 47 Taraxippos, 47
Heracles, 45 Teágenes de Regio, 19 Zeus, 9, 30-35, 36, 49, 51, 56-
Hermes, 33-34 Olímpicos, 8, 49, 66
Olimpo, 36 Tebas, 69 58, 74-75
Hermótimo, 78
Herodoto, 75-76 Orestes, 45
Hesíodo, 18, 31, 45, 47, 74 Orfeo, 64, 76-77
Hestia, 33 Órficos, 51, 61, 74-76
Homero, 18-19, 37, 79 Orfismo, 6, 13, 64, 73-74, 77
Higinio, 20
Hipólito, 76
Paiawon, 36
Pandora, 58
India, 30 Parnaso, 69
Islas de los Bienaventura­ Papiro de Dervéni, 74
dos, 45 Pausanias, 46
Peán, 36
Perséfona, 65
Jonia, 33 Píndaro, 75
Jonios, 37 Pitagóricos, 48, 51, 61, 64, 77
Júpiter, 30 Pitia, 46
Platón, 16, 48, 75, 77, 79
Plutarco, 47, 66
Kérukes, 66 Poseidón, 31, 36, 49
Kronos, 31 Presocráticos, 74

88 89
ÍNDICE

Introducción ................................................................ 5
Mito, ritual e imagen de los dioses..................... 15
La voz de los poetas........................................... 16
Una visión monoteísta............................... ¡ . 21
La interpretación del mito................................. 24
El mundo de los dioses ......... 29
Zeus, padre y rey.......................................................30
Mortales e inmortales............................................ 35
La religión cívica............................................................ 39
Los dioses y los héroes............................................ 41
Los semidioses............................................................ 44
De los hombres a los dioses: elsacrificio ... 49
Comidas de fiesta.......................................................52
Las astucias de Prometeo............................... 56
Entre bestias y dioses............................................ 60
El misticismo griego.......................................................63
Los misterios de Eleusis.......................................65
Dionisos, el extraño extranjero............................ 68
El orfismo. En busca de launidad perdida 73
Huir fuera del mundo............................................ 77
Bibliografía....................................................................... 81
índice alfabético............................................................ 87

91
Impreso en el mes de mayo de 2001
en RomanyA/Valls, S. A.
Pla^a Verdaguer, 1
08786 Capellades
(Barcelona)

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