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Esta traducción fue realizada por un grupo de personas que de manera
altruista y sin ningún ánimo de lucro dedica su tiempo a traducir, corregir y
diseñar de fantásticos escritores. Nuestra única intención es darlos a conocer a
nivel internacional y entre la gente de habla hispana, animando siempre a los
lectores a comprarlos en físico para apoyar a sus autores favoritos.

El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al estar realizado por


aficionados y amantes de la literatura puede contener errores. Esperamos que
disfrute de la lectura.
Sinopsis ........................................................................................................................... 3

Yarrow, Resistente y Brillante, por Devon Monk ..................................................... 4

Caballo Fae, por Anthea Sharp .................................................................................. 19

La Reina de Hielo y Oscuridad, por Christine Pope .............................................. 35

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Huesos, por Yasmine Galenorn ................................................................................. 54

Magia después de la medianoche, por C.Gockel .................................................... 71

Danza con el diablo, por Donna Augustine........................................................... 116

Sin don de palabras, por Annie Bellet .................................................................... 132

El hermano sombrío, Audrey Faye ......................................................................... 146

La belleza interior de la bestia, por Danielle Monsch .......................................... 153

Faescorned, por Jenna Elizabeth Johnson .............................................................. 182

Atraída hacia el umbral, por Tara Maya ................................................................ 200

La corte de diferencia, por Alexia Purdy ............................................................... 215

La Morrigan, por Phaedra Weldon ......................................................................... 239

Alicia, por Julia Crane ............................................................................................... 301

Aun así roja, por Sabrina Locke ............................................................................... 320

El golpe final, por Jennifer Blackstream ................................................................. 340

El cazador de unicornio, por Alethea Kontis ......................................................... 368

Próximo Libro ............................................................................................................ 386

Saga Once Upon Series ............................................................................................. 388


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Diecisiete historias mágicas de escritoras de Bestseller de NY Times y USA
Today y autoras ganadoras de premios que te atraerán al lado más oscuro de los
cuentos de hadas. Más Grimm que Disney, en esta colección encontrarás giros en
Blancanieves, Hansel y Gretel, Rumplestilstskin, La Reina Nieve, El Flautista,
Alicia en el País de las Maravillas, y Caperucita Roja, además de nuevos cuentos
homenajeando las viejas tradiciones.

Las sombras no pueden existir sin la luz, de todas formas, y encontrarás


suficientes fueron felices para siempre para levantar tus espírits en esta antología
llena de aventura, poderes oscuros, y básicamente el poder duradero del amor
verdadero.
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Devon Monk
Las campanas de la ciudad resonaron en extraña armonía, de luto por la luz
moribunda del atardecer y llenando de miedo el corazón de Yarrow1.

Esta noche, a la salida de la luna de invierno, iría al bosque. Esta noche,


encontraría al hijo del sastre y lo traería a casa. Esta noche, estarían juntos de
nuevo, y no habría ninguna oscuridad que temer.

Él le había prometido, durante un beso de verano, que regresaría en un mes.


Había sostenido su mano con tanta fuerza que el dedal en su dedo había dejado
un pequeño patrón en su piel. Había prometido que la amaba.

Pero había transcurrido un año y algo, el verano había pasado una vez más, al
igual que el otoño. El mundo estaba cubierto de nieve, los árboles reducidos a
meras extremidades huesudas por el viento glacial.

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Amaba al hijo del sastre; con sus amables ojos dorados, sus palabras
tranquilas, sus manos hermosas y gráciles. Yarrow sabía que no era bella o
elegante o tranquila. Más bien, era resistente, y brillante, y fuerte, como la mala
hierba que llevaba su nombre.

Pero aquí, en este momento trémulo entre el día y la oscuridad, no se sentía


fuerte, no se sentía valiente. Más allá del borde del bosque, con la montaña salvaje
elevándose por detrás, existía una magia retorcida.

Algo peligroso.

Algo oscuro.

Algo que se había apoderado del hijo del sastre.

La salvaje montaña siempre la había hecho sentir a salvo y protegida. Pero esta
noche era una sombra amarga, una advertencia. Le advertía que regresara a su
pequeña casa donde su madre y sus viejas tías dormían. Que regresara al refugio
seguro de su abuela.

Se había cansado de esperar. Cansado de desear. Cansado de un sinfín de días


sin la risa del hijo del sastre, de su voz, de su toque. Se había cansado de estar
sola.

1 Yarrow: Milenrama, una mala hierba.


Se puso la capa roja de su abuela más apretada, y se quedó mirando fijamente
el borde del bosque. En una mano sostenía un farol, en la otra una daga de plata.

La daga había sido un regalo de su abuela que la había visto con ojos
conocedores cuando Yarrow llegaba a la casa del borde del bosque cada noche.

Su abuela le había dado la daga envuelta en el pañuelo de un soldado.

—Esto va a iluminar las sombras, dulce Yarrow —le había dicho, colocando la daga
en la palma de Yarrow. Era cálida, como si un fuego ardiera en su interior—. Esto va a
quemar el corazón del flautista2.

Yarrow había colocado sus dedos alrededor de la empuñadura negra de la daga y se

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maravilló de lo bien que se ajustaba a ella.

—¿Era del abuelo? ¿Lo llevo a la gran batalla?

Los ojos de su abuela fueron distantes mientras la luz del fuego de la chimenea la
iluminaba suavemente de dorado. Había más que recuerdos en sus ojos. Había una dureza.

—No —dijo—. Lo hice yo.

Yarrow vio entonces, no a una anciana ante ella sino una antigua guerrera, fuerte por
debajo de las líneas y las arrugas de la edad. Paciente, inteligente y triste.

—No pudimos detenerlo entonces, al flautista. No pudimos evitar que se los llevara
lejos de nosotros. Tantos. Tantos.

—¿Qué? —preguntó Yarrow, añorando saber esos cuentos de la gran batalla que solo
había oído en susurros robados—. ¿Qué se llevó el flautista?

—Nuestros hijos. Todos los niños en edad suficiente para arrastrarse. Fueron atraídos
durante la noche con su llamado, su música. Y nosotros, con los brazos fuertes, nuestros
poderosos gritos, nuestras armas inteligentes, no pudimos hacer nada para detenerlo, para
romper su canción, para hacer regresar a nuestros hijos a casa.

2 Se refiere a un hechicero (similar al Flautista de Hamelín, quien hechizaba con su


flauta).
—¿Lo cazaron? —preguntó, su pulso latiendo demasiado rápido—. El bosque no es
demasiado denso. No es demasiado oscuro.

—Él no se los llevó al bosque, querida Yarrow —dijo su abuela—. Los llevó a la
montaña, y la montaña se los tragó a todos.

Un escalofrío se disparó por la espalda de Yarrow. La acogedora cabaña se sintió fría


de repente.

Y su abuela continuó hablando.

—El flautista es una criatura malvada con necesidades malvadas. No le importó el oro
que arrojamos a sus pies, no le importó las riquezas y comodidades que le dimos, todo lo
que quería, todo lo que anhelaba, era las almas de nuestros hijos. Prometió que volvería

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cuando las estrellas cayeran del cielo y su hambre se volviera voraz. Hemos observado.
Hemos esperado. Todos estos años.

Yarrow mantuvo su silencio. Contuvo sus preguntas desesperadas. No quería que la


verdad fuera robada por el pesar de su abuela. Quería escuchar las palabras que nadie en
el pueblo se atrevía a hablar.

Pero, finalmente, no pudo esperar.

—¿Regresó? ¿El flautista?

Su abuela sacudió la cabeza, su cabello cubierto de nieve capturando las sombras


amarillas de la luz del fuego.

—Nunca regresó. Al igual que nuestros hijos nunca volvieron. Al igual que el hijo del
sastre no volverá.

Yarrow sintió que el miedo arañaba los espacios entre los latidos de su corazón.

—Debes encontrar al hijo del sastre. —Su abuela agarró ambos hombros de Yarrow
con manos fuertes y cálidas—. O lo perderás para siempre.

—Tal vez él todavía está buscando la llave de marfil que desbloqueará la montaña y
destruirá al flautista —dijo Yarrow, ansiosa por tener el consuelo de la esperanza—. Tal
vez aún no ha encontrado al flautista.
—Oh, niña —dijo en voz baja su abuela—. Estoy segura de que lo hizo. De otra forma,
estaría en casa. Esta noche, las estrellas caerán. Esta noche, el flautista será libre de salir
de la montaña y se comerá nuestras almas.

—No —dijo Yarrow—. Lo encontraré. Lo detendré.

—Entonces debes prometerme tres cosas.

Yarrow asintió, atrapada por las lágrimas no derramadas que se acumulaban en los
ojos de su abuela. Nunca había visto llorar a su abuela. Por la feroz expresión en el rostro
de su abuela, nunca lo haría.

—Toma la daga de plata. Lleva el farol de cobre. Usa una capa del color de la sangre.
Cuando encuentres la llave de marfil, encontrarás al hijo del sastre. Te conducirá al

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flautista así podrás atravesar su malvado corazón.

La anciana se levantó y sacó una tela doblada, gruesa, de un intenso color, de un


estante escondido en la esquina. La sacudió colocándola en torno a los hombros de Yarrow,
una capa del color de la sangre.

—¿Cómo voy a reconocer al flautista? —preguntó Yarrow.

—Por su voz. Por la magia en ella.

—¿Y si él está en silencio?

—Hay una marca en su cuello. —A continuación, llevó un dedo debajo de su propia


barbilla—. Justo debajo de la mandíbula, una cicatriz que va hasta su corazón.

—¿Cómo lo sabes?

Un destello de fuego afiló su mirada.

—Porque yo soy la que le hizo la cicatriz. Y tú, niña, debes ser la que le dé su fin.

La voz de su abuela resonó en sus oídos mientras permanecía allí, de pie,


ahora, en el borde del bosque donde no se podía encontrar camino alguno.
Yarrow anhelaba la calidez de la casa de su abuela, por la seguridad de su
habitación, por su propia cama.
Hacía rato que las campanas se habían quedado en silencio, ahogadas bajo el
peso de la nieve. La luna llena amarilla rodó sobre el borde del cielo.

Aquí, en esta noche oscura, aquí en esta quietud, la luz de la luna parecía débil,
un brillo tenue y lejano que no llegaba a tocar la tierra. Una luz demasiado frágil
para romper la profunda oscuridad del bosque.

Acarició la corteza de pan que había metido en su bolsillo, y con una última
mirada hacia atrás, a la calidez y la seguridad de su pueblo, de su familia, de su
casa, Yarrow entró en el bosque.

Las sombras eran tan inmóviles, que su propia respiración sonaba como un
océano, sus botas en la nieve eran como arena filtrándose a través de las olas. El
farol en su mano hacía arder una burbuja de luz a su alrededor, pero era solo lo

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suficientemente brillante como para revelar un par de pasos por delante.

Casi enseguida, supo que estaba perdida. Pero no se detuvo. No podía parar.

Las sombras flotaban cerca, y luego se alejaban, como si todo el bosque


estuviera respirando, como si sus pies fueran sus latidos, como si ella fuera la
única cosa viva en el mundo.

Hasta que por encima, oyó el sonido más débil de un aleteo y una voz suave y
hueca gritó.

—¿Quién anda por estos bosques llenos de silencio y oscuridad?

Sostuvo el farol en alto, por encima de su cabeza, y vio un hermoso búho rojizo
con ojos extraños del color de la nieve.

—Soy Yarrow, resistente y brillante, una mala hierba del campo. Busco la llave
de marfil.

El búho parpadeó, y luego inclinó bastante la cabeza a un lado.

—La llave de marfil está perdida, perdida está, pero si me das tu capa para
calentar mi nido, te llevaré con alguien más sabio que yo.

Yarrow no quería dar la capa de su abuela. No quería romper su promesa de


que la usaría. Pero tenía un abrigo resistente debajo de la capa, y no temía el frío.
Desató cuidadosamente los lazos y el búho voló a ella, levantando la capa
mientras se alejaba, y volando lentamente fue adentrándose más en el bosque.

Yarrow lo siguió, con su farol en alto. Le pareció que había caminado con
rapidez detrás del búho durante horas antes de que encontraran una pequeña
cañada que se plegaba como peltre martillado.

Allí, junto a la cañada, había un cuervo, con plumas de color negro brillante, y
suaves, como una noche de verano. Sus ojos eran de los colores de las alas de los
escarabajos.

—¿Quién está de pie junto a esta cañada de piedra congelada? —preguntó en


una voz que sonaba como una puerta oxidada.

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—Soy Yarrow, resistente y brillante, una mala hierba del campo. Busco la llave
de marfil.

El cuervo se alejó contoneándose del borde de la cañada, caminando un círculo


completo alrededor de ella antes de detenerse. Inclinó la cabeza hacia el otro lado,
sus ojos negros eran penetrantes.

—La llave de marfil está perdida, perdida está, pero si me das tu farol que
brilla de forma tan pura, te llevaré hasta alguien más inteligente que yo.

Su abuela también le había hecho prometer que mantuviera eso. Pero sus ojos
se habían acostumbrado a la oscuridad, y no lo necesitaba. Extendió el farol de
cobre hacia el cuervo que se puso en marcha con una ráfaga de alas, agarrando
el farol en sus garras.

Yarrow corrió para seguir a la rápida ave, la luz amarilla brillante


revoloteando justo fuera de su alcance, como las formas antiguas de las hadas.
Su respiración se hizo más rápida, las mejillas le ardieron por el frío de la noche,
y aun así corrió, adentrándose más en el bosque.

Finalmente llegaron a un árbol hueco, cuyas raíces eran nudosas y negras,


cubiertas de matas de musgo verde esponjoso.

Allí, en las raíces, se sentaba una rata, con el pelaje del color de la niebla, los
ojos brillando como ágata húmeda.
—¿Quién se detiene en mi árbol hueco? —le preguntó la rata en una voz que
sonaba como el silbido de un niño.

—Soy Yarrow, resistente y brillante, una mala hierba del campo. Busco la llave
de marfil.

La rata arrugó su nariz rosa, sus largos bigotes temblaron. Se movió hasta los
pies de Yarrow, luego se levantó sobre sus patas traseras, apoyando una pequeña
mano suavemente en su bota.

—La llave de marfil está perdida, perdida está, pero si me das el pan en tu
bolsillo, te llevaré donde está el deseo de tu corazón.

—La llave de marfil es el deseo de mi corazón.

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—No —dijo la rata—. Hay algo que deseas más.

Yarrow quería preguntar si era el hijo del sastre. Quería decir su nombre. Pero
las sombras del bosque se inclinaron, respirando frialdad contra la parte
posterior de su cuello.

El silencio estaba escuchando.

Agarró la daga de plata con más fuerza, sintió el calor de la empuñadura


contra su palma.

El pan era toda la comida que tenía. Si se la daba a la rata, el hambre la


atenazaría y estaría muy débil para encontrar su camino a casa.

Sin embargo, sacó el pan del bolsillo de su abrigo y se lo entregó a la rata.

—Aquí —dijo la rata, mientras corría hasta una caída de rocas, cada una
cubierta de denso musgo y nieve—. Sígueme.

Yarrow trepó las rocas, sus manos pronto estuvieron cubiertas de humedad, y
resbaladizas, sus botas resbalando contra el hielo que crujía bajo sus dedos de los
pies y talones. Era una alta pila de piedras irregulares, y viejas, como si las
lágrimas de los gigantes hubieran caído y congelado aquí a los pies de la
montaña.

En la parte superior de la pila, frente a una pequeña abertura, la rata


aguardaba.
—Solo en la luna llena de invierno se puede encontrar esta puerta —dijo la
rata, su voz fue un suave susurro—. El primer toque de la luz de la mañana la
sellará por un año lleno de días.

La luna ya había viajado por el océano del cielo, un siniestro ojo ciego
acercándose al otro horizonte. Y como chispas relucientes agitadas por un viento
celestial, las estrellas comenzaron a caer.

Le quedaba tan poco tiempo.

—Gracias —dijo, mientras se agachaba. Estaba oscuro más allá de la abertura.

Más oscuro que el bosque alrededor de ellos.

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La rata le dio unas palmaditas en la cara, exactamente donde los dedos del hijo
del sastre la habían tocado la última vez, y luego se escabulló antes de que
Yarrow pudiera hacer cualquier pregunta sobre qué, exactamente, yacía dentro
de la montaña.

Tenía que encontrar la llave. Con ella, podría encontrar al hijo del sastre antes
de que la luna hubiera desaparecido y el sol quemara los cielos del negro al azul.

Entró en la montaña. Estaba tan oscuro, que se sentía como si estuviera ciega,
envuelta en un pliegue de terciopelo. Aun así, caminó hacia delante, arrastrando
una mano ligeramente a través de la pared de piedra fría, la otra sosteniendo la
daga cerca de su pecho.

Las piedras se inclinaron más y tuvo que ponerse de lado para deslizarse entre
las paredes que parecían cerrarse. Si hubiera estado usando su capa roja, se le
habría enganchado aquí y habría quedado atrapada.

En su lugar, se deslizó fácilmente a través de la estrecha abertura.

Su respiración se hizo eco regresando hacia ella, un coro de jadeos y suspiros.


Entonces, el estrecho pasaje se abrió a una pequeña cámara no más grande que
la cabaña de su abuela.

No había luz aquí, pero sus ojos, que habían estado un rato sin el farol, se
habían acostumbrado finalmente a esta oscuridad. Si hubiera estado llevando su
farol, estaría ciega y nunca podría haber visto la verdad de este lugar.

La verdad era horrible.


Las paredes estaban cubiertas de huesos. Algunos de ellos pequeños, algunos
de ellos de gran tamaño. No eran huesos de animales. Eran huesos de personas.

Al principio, pensó que los huesos estaban cubiertos con una tela de gasa que
se movía un poco en el aire sofocante. Excepto que la gasa no era tela. Eran las
almas destrozadas de todos los niños desaparecidos de la ciudad, atraídos por el
flautista, tragados por la montaña.

Todos los ojos fantasmales la observaban. Todas las manos fantasmales se


estiraron hacia ella. Todas las bocas fantasmales se movían con palabras que eran
apenas más que un suspiro, advirtiéndole: “Corre, huye lejos de estas piedras
malditas. El flautista está hambriento de tus huesos”.

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Pero ella no necesitaba la advertencia.

En el centro de la habitación había dos figuras. Una de ellas era un hombre


delgado, alto, con el cabello oscuro y ojos que brillaban de color verde. Llevaba
un traje parcheado que le recordaba la colcha de su tía, cosida de trozos de telas
de colores brillantes. En su mano había una flauta, hecha de hueso. Cuando la
llevó a sus labios, la música más dulce que hubiera oído alguna vez llenó la
habitación, llenó su cabeza, llenó cada aliento de sus pulmones.

—¿Y quién eres tú, mi valiente hija? —Parecía preguntar la música—. ¿Quién
ha venido a escuchar mi canción?

Yarrow se esforzó por apartar la mirada del hombre. Quería


desesperadamente ver la otra figura en la sala, el hombre que conocía tan bien
como su propio latido del corazón.

El hijo del sastre permanecía en silencio. No parecía asustado, solamente


curioso. No estaba amarrado o atado, su rostro estaba limpio, su cabello rizado
peinado. Llevaba el mismo abrigo, pantalones, y botas que ella recordó que vestía
un año atrás, y, sin embargo, parecía como si no hubiera envejecido ni un día.

—Soy Yarrow, resistente y brillante —dijo—. Una mala hierba del campo. Y
estoy aquí para llevar a casa a mi amor verdadero.

—Por supuesto —dijo el flautista—. Por supuesto que viniste por él. Y ahí está,
esperando por ti.

Yarrow dio un paso hacia el hijo del sastre. Él sonrió.


—Mi bella Yarrow —dijo, con sus dorados ojos brillantes—. Quédate conmigo
aquí, donde los campos son verdes y los cielos son azules. Donde el verano nunca
termina.

La música sonaba suavemente, y mientras el hijo del sastre hablaba, la cámara


alrededor de ellos se desvaneció y se convirtió en el lugar que era la visión de sus
palabras. Campos verdes rodaron resplandecientes con las flores. Los árboles
cargados de fruta ofrecían una sombra perfumada, y el sol brillaba caliente entre
las nubes mullidas.

No había huesos clavados en las paredes de piedra fría. Solo había niños, cien
o más, algunos de ellos pequeños, algunos de ellos grandes, riendo, bailando,
retozando en el campo.

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—Quédate conmigo —dijo el hijo del sastre de nuevo, siendo su voz
extrañamente del mismo tono que el de la flauta que sonaba.

Los niños bailaron junto a ella, y uno le tiró de la manga. Yarrow no vio risas
en el rostro de la niña. Vio terror. Pensó que podía escuchar las palabras suaves
en la brisa: “Corre, huye lejos de estas piedras malditas”.

Pero la música sonó más fuerte, y se olvidó del terror, se olvidó de las palabras.

—Vamos a casarnos, tú y yo —cantó el hijo del sastre.

Otro niño dio una voltereta junto a ella y mientras rodaba, su boca gesticuló
unas palabras que apenas pudo oír: “El flautista está hambriento de tus huesos”.

Pero la música sonó más fuerte, y se olvidó de la advertencia, se olvidó de las


palabras.

—Toma mi mano y estaremos juntos para siempre. —El hijo del sastre le
tendió la mano, con los ojos brillantes.

Yarrow miró desde sus cálidos ojos hasta sus manos. Manos familiares. Manos
amables. Pero no había dedal en su dedo. Nunca lo había visto sin el protector de
marfil. Nunca supo que se lo quitara.

Un tercer niño saltó más allá de ella, rozando su muñeca, y Yarrow sintió un
fuerte ardor en la palma de su mano.
Llevaba una daga aquí en este hermoso campo. A pesar de que la música
sonaba cada vez más fuerte, la daga se mantuvo sólida en su mano, resistente y
brillante, recordándole a su abuela, recordándole su hogar.

Sin importar qué tan fuerte o cuán dulcemente tocara el flautista, ella sabía en
su corazón que este no era su campo, este no era su verano, y este no era el hijo
del sastre.

Levantó la daga y con una mano firme, hundió la hoja profundamente en el


corazón del hijo del sastre.

La música se detuvo. Los niños se detuvieron. El viento y el sol y las nubes en


el cielo quedaron inmóviles.

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Un gran chillido se elevó por todos lados a su alrededor, un viento que era
más que un viento. Era una voz, era poder, era furia. El hijo del sastre que seguía
en pie delante de ella se derritió como cera caliente, revelando a otro hombre en
su lugar.

Era el hombre alto, vestido de forma andrajosa. Una cicatriz blanca y ancha
tallaba un camino desde debajo de su barbilla hacia su corazón. Era el flautista,
con una flauta de hueso aferrada en su mano.

A cierta distancia, el otro hombre que había lucido como el flautista vaciló y
se transformó en una visión tan familiar, que su corazón dio un vuelco. El hijo
del sastre.

—Tú eres nada —siseó el flautista, sus ojos brillando verdes, las pupilas largas
y estrechas como los de una serpiente o de un demonio—. Tú eres nadie. No eres
más que una mala hierba en el campo.

—Soy valiente y fuerte, y estoy viva —dijo Yarrow—. Al igual que una mala
hierba en el campo. Y represento tu fin.

Los fragmentos finales de la ilusión del flautista se destrozaron. Ella estuvo


una vez más en la caverna profunda y oscura. Una vez más rodeada de paredes
tapizadas de huesos, almas fijadas por jirones contra ellos.

La sangre del flautista se acumuló alrededor de la daga. Cuando las gotas


cayeron al suelo rocoso, sisearon y encendieron las piedras en llamas.
Con cada gota de sangre, los fantasmas contra la pared empezaron a moverse,
desatándose a sí mismos de sus huesos como botones que se deslizan libres de
sus ojales.

Los fantasmas se lanzaron hacia delante, rodeando al flautista, tirando,


empujando, gruñendo. Alimentaron sus huesos como leña seca en llamas a sus
pies.

Y el flautista gritó.

Yarrow se abrió paso a través de los fantasmas flotantes, luchó para pasar a
través del humo y las llamas que llenaban la pequeña caverna.

El flautista gritó y gritó mientras el fuego lo devoraba entero.

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Tenía que encontrar al hijo del sastre.

Sus ojos se humedecieron, sus pulmones ardieron por las punzadas de humo.
Sabía que tendría que irse de la montaña antes de que el fuego también la
quemara a ella.

Sabía que el amanecer estaba a pocos minutos de sellar la montaña por un año
más.

En ese momento, sintió una mano cálida aferrar la suya propia. Esos dedos
familiares se entrelazaron junto con los de ella.

En el extremo de un dedo había una firme y fría presión de un dedal de marfil.

—¿Yarrow? —dijo el hijo del sastre, su voz áspera y sin usar debido a haber
estado un año atrapado en la montaña.

—Corre. —Yarrow agarró con fuerza su mano y corrió, guiándolo a través del
estrecho pasillo, a través de la oscuridad de la cueva, y luego saliendo a la pila
de rocas. El humo se derramó fuera de la cueva mientras Yarrow bajaba el
cúmulo de piedras.

Miró hacia atrás una sola vez, y vio a los fantasmas de todos los niños volar
libres de la montaña, sus risas y alegría eran como campanas repiqueteando en
el cielo de estrellas que caían.
El hijo del sastre la siguió por las rocas. Él no miró atrás ni una vez, con la
mano enlazada herméticamente con la suya.

Cuando llegaron al suelo del bosque, ella finalmente se volvió hacia él.

Parecía cansado y delgado. Un año atrapado dentro de la montaña había


quitado algo de la luz de sus ojos y el rubor de sus mejillas. Pero cuando le sonrió,
supo con su corazón que él era, sin lugar a dudas, el hijo del sastre.

—Lamento haber roto mi promesa —dijo—. Lamento no haber regresado.

—Lo sé —dijo Yarrow—. Ahora que te he encontrado, vamos a hacer nuevas


promesas.

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Yarrow echó un vistazo a los árboles. A pesar de que el amanecer estaba
empezando a devolver la luz al cielo, todavía estaba perdida y no sabía cómo
encontrar su camino a través del bosque.

—Ahí —dijo el hijo del sastre, señalando con una mano. Él no dejaría ir la
mano de ella que sostenía tan estrechamente, que ella podía sentir el latido de su
corazón—. Migas de pan.

Las migas de pan habían sido dejadas por la rata inteligente. Si no le hubiera
dado su pan a la rata, nunca podría haber encontrado su camino a través del
bosque, y estaría perdida.

Siguieron el sendero a través del bosque mientras el amanecer se elevaba y las


campanas de la ciudad resonaban en una armonía jubilosa. El búho sabio y el
reflexivo cuervo aletearon por encima de ellos como heraldos que anunciaban a
la realeza. Todos los fantasmas siguieron su estela.

El pueblo se alegró de su regreso, y se llevó a cabo una celebración en honor a


los niños que habían estado perdidos.

Los fantasmas asistieron a la celebración, las familias finalmente reunidas,


después de muchos, muchos años. Hubo bailes y cantos y música, aunque nadie
tocó las flautas.

Se contaron historias, se compartieron recuerdos, se dieron y recibieron


palabras de amor.
Yarrow observó, con el corazón rozagante, como su abuela, viejas tías, y
amigos se reían y bailaban con los espíritus de aquellos a los que nunca habían
dejado de querer.

Antes de irse, los fantasmas prometieron que volverían en un año para


celebrar con sus familias de nuevo. Yarrow no sabía si su corazón podría estar
más feliz.

Pero todavía no era el momento más feliz.

El próximo verano en una luna llena y hermosa, Yarrow y el hijo del sastre
intercambiarían su propia promesa de amor. Si bien muchos podrían ofrecer un
anillo para sellar un voto, Yarrow y el hijo del sastre se dieron en su lugar, un

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dedal de marfil entre sí. Los llevaban ese día y los usarían en sus dedos para
siempre.

Cuando se besaron, cuando se miraron a los ojos el uno al otro y contemplaron


la esperanza, y confianza, y bondad allí, supieron que su amor era resistente y
brillante.

Y que iba a durar para siempre, felizmente por toda la eternidad.

FiN
Anthea Sharp 19
Si los hombres la atrapaban, la atarían a la estaca y le prenderían fuego.

Eileen O'Reilly se agachó debajo de un árbol de espino, su ritmo cardíaco


latiendo en sus oídos tan fuerte que casi ahogaba el sonido de sus perseguidores.
La luz de las antorchas brillaba en la noche, la proyección de las diabólicas
sombras sobre los setos. Apretó sus manos en la falda de lana y jadeó por aire,
intentando arrastrar la respiración en sus pulmones temblorosos.

Había oído que no había peor agonía que ser quemado vivo.

Las llamas quemarían y ampollarían la piel antes de devorarla, gritando,


cuando sus huesos se carbonizaran. Eileen se tragó la bilis.

Las tiras de humo pasaron sobre la cara de la media luna. Un momento,

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haciendo señas a la oscuridad; al siguiente, los campos recién plantados fueron
lavados con plata, su seguridad arrebatada.

—¡La veo, allí, a través del campo!

Maldiciendo a la luna variable, y su cabello rubio, lo que sin duda le había


delatado, Eileen se levantó de un salto y corrió. Se estrelló a través de un matorral,
sin hacer caso de las espinas que arañaban su piel con sangre. En la distancia, oyó
las olas golpeando por debajo de los acantilados de Kilkeel.

Mejor una muerte por el agua que por la llama. No había otra salida.

Hacía cinco meses, cuando el nuevo pastor llegó a la ciudad con sus feroces
sermones y su mirada perforadora, no había visto el peligro. Había vivido en el
pueblo la mayor parte de su vida, primero como aprendiz de su tía, y más tarde
asumiendo los deberes de la curandera y la comadrona.

Pero el reverendo Dyer sembró el miedo y la superstición, una cosecha más


fácil de obtener que la caridad y el amor, para estar seguro.

Eileen tropezó, cayendo sobre sus manos y rodillas en el suelo blando. Se


levantó, y siguió corriendo. No debía ceder, a pesar de que su costado dolía como
si un hierro caliente hubiera sido conducido a través de él, y el aire raspaba sus
laboriosos pulmones.

—¡No hay escapatoria, bruja! —La voz del pastor, profunda y resonante,
resonó sobre los campos.
Las estrellas por encima de ella se emborronaron, y sabía a la sal de sus propias
lágrimas desesperadas. Se arriesgó a mirar por encima del hombro.

Si no encontraba un escondite, sería atraparla antes de que alcanzara el


acantilado. Se desvió hacia los restos del antiguo círculo de piedras que se
encontraba más allá de los campos. Solo dos de las piedras se mantenían en
posición vertical, el resto se desplomaron y se rompieron. Aun así, podría
encontrar algún refugio allí.

Llegó a las ruinas, y una figura apareció ante ella, grande y oscuro. Al carecer
de aire para gritar, Eileen se tambaleó a un alto. ¿Qué era este nuevo enemigo?

Cuatro patas y más negro que las sombras, soltó un relincho suave. Un caballo,

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sin ataduras, con un cabestro colgando de su cuello.

Bendiciendo su suerte, Eileen tomó la cuerda. Esta aguijoneó sus manos, como
si estuviera tejida de ortigas, pero no le importó. La esperanza se encendió,
dolorosamente brillante. Aún podría vivir para ver el amanecer.

—Fácil ahora —susurró, haciendo retroceder el pánico golpeando a través de


ella.

El caballo era alto, y le faltaba la silla y la brida. Ella levantó la mirada hacia él
y se atragantó en la miseria. Su fuga estaba en sus manos, pero no podía montar
sin ayuda.

—¡Rápido, muchachos! —bramó el pastor.

Ahora, tenía que irse ahora. Por un segundo estrangulado consideró patear al
caballo y aferrarse a la cuerda, dejando que la arrastrara a su muerte.

Un tenue brillo de color gris le llamó la atención, una piedra caída enredada a
la altura de las gramíneas. Ella tiró, y el caballo la siguió a la piedra. Con dedos
temblorosos, intentó ignorar los pasos que golpeaban de los hombres de Kilkeel,
gateó hacia la piedra y tiró del caballo más cerca.

—¡Agarren a la bruja! —Ese fue Donal Miller, cuyas insinuaciones había


despreciado—. Llamó a su familiar. ¡Deténganla!

La luz de la antorcha estalló naranja y rojo brillante contra la piel del caballo.
Este giró sus ojos, el blanco se mostró, y relinchó, alto y extraño.
Los hombres estaban casi encima de ella. Con un grito, Eileen enredó sus
manos en la crin y el caballo la lanzó hacia arriba.

—¡Un caballo del diablo! ¡Atrápenlo!

Como si solamente esperase a que montara, el caballo saltó hacia delante.


Cercado por los hombres, dejó escapar un relincho agudo y se levantó, los cascos
se agitaron. La crin del caballo cortó sus palmas mientras se aferraba allí, medio
cayendo. No debía deslizarse.

El caballo pisoteó y fintó. Ella oyó el golpe seco de los cascos sobre la carne, y
dos de los hombres gritaron de dolor. Luego fueron a través, lanzándose más allá
de las manos aferradas y gritaron maldiciones. Eileen se sujetó cuando el paso

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del trote se suavizó a un galope y los gritos de los hombres se volvieron distante.

Poco a poco, su respiración volvió, el borde marcado de su miedo embotado.


Se había escapado, por ahora.

Pero ¿qué pasaba con Aidan? Su nombre era un cuchillo a través de su pecho.

¿Su verdadero amor seguía vivo?

Cuando el joven Sean, el tonto del pueblo, había llegado a decirle que Aidan
había caído enfermo con una fiebre, había reunido sus hierbas y amuletos y corrió
a la casa de campo que compartía con su madre. La viuda había abierto la puerta
de mala gana, con los ojos estrechos con animosidad. Eileen había entregado a la
mujer las hierbas para una relajante tisana. Entonces, como estaba previsto, el
joven Sean causó un jaleo, liberando a los pollos de la viuda y persiguiéndolos
por el patio.

En el momento que la madre de Aidan fue a atender las aves, Eileen salió
disparada a la casa de campo y corrió al lado de Aidan. Su cabello oscuro estaba
lleno de sudor en su frente, y se estremeció sin control bajo las mantas. Ella le dio
un beso en su frente, estremeciéndose por el calor que subía de él. Cuando deslizó
el encantamiento sobre su cuello, su piel quemó sus manos, él murmuró. Un
espasmo de tos lo sacudió. Cuando terminó, estaba en un estado de estupor,
respiración jadeante dentro y fuera de sus pulmones.

—Paz, mo chroi —dijo ella, y luego tejió suavemente las palabras que le
enviarían a un sueño de curación.
Era peligroso, llevar a una persona entre el lugar, pero Aidan estaba
gravemente enfermo. Incluso unos pocos minutos de descanso encantado sería
muy útil para aliviar la enfermedad. Su encantamiento lo protegería mientras su
cuerpo luchaba por la vida.

Sin embargo, si se quedaba dormido demasiado tiempo la conexión se


deshilacharía, luego se rompería. El alma de Aidan se liberaría, y la muerte se lo
llevaría lejos al oeste.

Comenzó a cantar la canción para traerlo de vuelta.

—Eileen —susurró el joven Sean junto a la ventana—. El pastor Dyer está


llegando, la viuda fue a buscarle. ¡Vete!

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El miedo apuñaló a través de ella, pero debía quedarse. Debía terminar la
canción o Aidan volvería al mundo de la vigilia.

—¡Bruja! —El pastor se estrelló contra la casa de campo y la agarró por el


cabello.

Su cuero cabelludo quemaba y las lágrimas picaron en sus ojos por el dolor,
pero continuó cantando. Casi había terminado. Una frase más…

El pastor Dyer puso su mano a su boca, la piel apestando a cebollas.


Garantizando su silencio, le pellizcó las fosas nasales. Eileen arañó su brazo, sus
gritos amortiguados por su palma carnosa.

—No pienses en atraparme con tus hechizos —dijo.

—Expúlsela —exclamó la viuda, su rostro contraído por el odio—. Aléjala de


mi hijo.

—Vamos a hacer más que eso. —El pastor agarró el brazo de Eileen, sus dedos
se hincaron en su carne—. Vamos a quemarla.

El pánico le dio la fuerza para liberar su cabeza al azotarla.

—¡No! Debes dejar que despierte a Aidan. El peligro…

—¡Aiee! —La viuda había ido al lado de Aidan y espió el encantamiento de


Eileen. Ahora colgaba de sus dedos arrugados, rotos—. Prueba —escupió—. Esta
criatura maligna ha tenido diseños oscuros sobre el cuerpo de mi hijo desde el
día en que puso sus ojos sobre él. Mira, lo ha maldecido.

Eileen se retorcía en el agarre del pastor.

—Él morirá. —Jadeó ella—. Debo…

—¡Fuera! —gritó la viuda—. ¡Llévenselas!

—La encerraré en mi bodega hasta que la pira se construya —dijo el reverendo


Dyer, empujando a Eileen delante de él.

Ella tropezó con el umbral, y luego recuperó el equilibrio. A pesar de que se


dio cuenta que era inútil, se liberó de su agarre, recogió su falda y corrió.

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El pastor la habría vuelto a tomar, si no es por el joven Sean. Lanzó un pollo
en la cara del pastor, concediéndole un precioso tiempo para correr a toda
velocidad desde el patio. Él probablemente sería azotado por eso, pobre hombre.

Ahora el espíritu de Aidan estaba en grave peligro, volviendo a la niebla. Ella


debía girar su montura de nuevo hacia el pueblo y despertar a su amado, antes
de que fuera demasiado tarde.

El caballo negro galopó como loco toda la noche, evitando todos los obstáculos
con extraña precisión. Las plantas borrosas debajo de ellos con una velocidad
enfermiza.

—Gira —exclamó, tirando de la crin gruesa.

Una vez. Dos veces. Tres veces, hasta que sus manos ardieron, sus músculos
quemaron con el esfuerzo.

El caballo no respondió. Eileen bien podría ser un mosquito en su piel por toda
la atención que prestaba. Por un momento de locura, consideró arrojarse de él.
Pero el riesgo era demasiado grande. No podía volver a salvar a Aidan si se
rompía una pierna, o algo peor.

Entre el ruido sordo de los cascos de su montura llegaba el golpeteo y la caída


de las olas.

Oh no.
Estaban corriendo directamente hacia los acantilados. Por delante, las estrellas
eran un velo más allá del horizonte, desapareciendo en el mar oscuro de Irlanda.

—¡Para! Por favor, para. —Se echó hacia atrás con todas sus fuerzas.

Su montura no se detuvo. Debajo de ellos, el mar brillaba y se lanzó.

Eileen intentó liberar la crin del caballo, pero los filamentos estaban envueltos
herméticamente alrededor de sus dedos.

—¡Déjame ir!

Con el corazón acelerado, dio un tirón. Sus manos no se liberaron. Intentó


saltar de él, pero sus piernas fueron atadas rápidamente a los costados del

25
caballo. Gritó y fue golpeada por el pánico, golpeando los codos sobre los
hombros del caballo.

Alcanzaron el borde del acantilado.

El estómago de Eileen se revolvió cuando la hierba se convirtió en aire. Luego


fueron cayendo, cayendo en picado hacia la muerte.

Encontró que, después de todo, prefería desesperadamente vivir.

El agua se arremolinaba sin descanso por debajo de ellos. Eileen cerró los ojos.
No podía soportar ver la superficie cada vez más cerca, más cerca. O peor aún,
los dientes de las rocas con hambre, a la espera de aplastar su cuerpo y escupirla
en el mar.

Golpearon el agua con un crujido. Tragó una bocanada de aire cuando el mar
le agarró las piernas, los brazos, y luego se cerró sin descanso sobre su cabeza.

Apretó las piernas alrededor del caballo, lo único caliente en un mundo


temblando de sal. Su debilidad se amontonó, cuando nadó. Debían estar cerca de
la superficie. Debían estarlo.

Los pulmones se tensaron con la necesidad de respirar, inclinó la cabeza hacia


atrás y abrió sus ojos, parpadeando más allá de la picadura y el borrón.

La luna vacilante giraba en el agua, alta por encima. El caballo no estaba


luchando hacia la superficie. Traicionando su naturaleza Fey, nadó fuertemente
hacia abajo, sin problemas por la necesidad de aire. La superficie brillaba,
alejándose, y no podía liberarse.

Así que, debía ser la muerte por ahogamiento después de todo.

Eileen liberó su aliento en una corriente de burbujas de plata. Se alejaron de


sus labios, inalcanzables. Llorando, aunque no podía sentir las lágrimas, depositó
su mejilla contra el cuello del caballo de agua. En otro momento, debería tragar
el áspero trago del agua salada. Esta la llenaría, la asfixiaría, pero al menos sería
un final rápido.

—Eres valiente, para un ser humano. —Las palabras sonaban en su cabeza, la


voz baja y divertida.

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Era la criatura extraña que montaba, hablando con ella; o era su propia mente,
evocando visiones mientras descendía a su condenación.

—¡Libérame! —apuntó ella con el pensamiento a la cabeza negra flotando a


través del agua delante—. ¿O quieres un cadáver empapado atado a tu lomo
como una manta?

Ella debía respirar, su cuerpo exigía aire. En contra de su voluntad, la boca de


Eileen se abrió y se quedó sin aliento en el agua fría del mar. Ahogándose, se
dobló sobre el lomo del caballo cuando el agua invadió el calor de su garganta y
tapó sus pulmones.

Frío y amargo, el peso del mar pesaba sobre su pecho. Era vagamente
consciente de plata salpicando la superficie por encima de su cabeza.

Luego, con un empuje, el caballo estalló en el aire, las salpicaduras volaron en


unas poderosas gotas. Eileen se inclinó sobre el cuello de su montura y dejó
escapar el agua. Tosió y vomitó, la agonía en sus pulmones como mil alfileres
punzantes.

Por último, castañeteando los dientes y los dedos entumecidos, tomó una
dulce respiración de dulce aire. El caballo la sujetó a través de la fuerza de las
pesadas olas del mar, ya no tenía intención de ahogarla.

—Gracias —susurró en su espesa melena negra.


Su montura se desvió, nadando hacia la playa rocosa. Abajo, las colinas
sombreadas se levantaban detrás, y más abajo en la costa los acantilados
brillaban. Eileen volvió a toser y se acurrucó contra el calor ardiente del caballo
cuando las olas empujaban contra ella.

—No me des las gracias todavía, chica humana —fue la respuesta—. La noche
no ha terminado.

La voz que había oído debajo del agua no había sido su imaginación. Tenía el
eco del terror, una oscuridad de la que no quería hacer caso muy de cerca.

—¿Qué eres? —preguntó—. ¿Un kelpie?

Mientras decía la palabra, sabía que no era cierto. Un kelpie la habría llevado

27
directamente al fondo del mar, deleitándose en el ahogamiento.

—Nay.

—Entonces eres un púca.

Su tía le había criado con los cuentos de la gente justa. De hecho, debería
haberse dado cuenta de su propio riesgo mucho antes, pero el miedo le había
cegado un ojo, y la esperanza el otro.

—No cualquier púca. Soy Tromluí, triturador de la cordura, Waker en la


noche. Cuanto más tiempo permanezcas a horcajadas sobre mí, más parte de tu
alma mortal perderás. Deberías haber elegido ahogarte, chica.

Eileen se estremeció, enfriándola hasta la médula ósea.

Mejor estar atrapado en la espalda de un kelpie. Pero no, estaba a horcajadas


en la Pesadilla. Podría vivir para ver el amanecer, pero solo como una loca,
perseguida por piedras y la sospecha de pueblo en pueblo, riéndose en las garras
de sus visiones dementes.

La montura caminó desde el mar, los cascos repiqueteando contra las piedras
de la playa. Desde arriba, brillaba la media luna, un tazón de leche más blanco.
Al principio, el aire parecía cálido, pero en ese momento la piel de Eileen se erizó
con la piel de gallina. Su cabello colgaba en una trenza por la espalda empapada
de agua salada y goteaba en su rostro, escociendo en sus ojos.

—¿Vas a dejar que me vaya? —preguntó, desesperada ante la respuesta.


—¿Debería? —La voz de la montura era de hielo y medianoche—. Podría subir
a las estrellas y te liberaría allí, muy por encima de la tierra. Durante un breve
periodo de tiempo sabrías lo que es volar.

El sabor de la desesperación sabía a cobre en la boca de Eileen. De hecho,


montó una espantosa criatura. Pero no estaba muerta. Aún no.

Las posibilidades, agudas y dolorosas, la pusieron en posición vertical, su


mente acelerada. Era peligroso negociar con los fey —más allá de peligroso—
pero esta noche estaba llena de salvaje oportunidad. Ya se había escapado de la
muerte por el fuego, y luego por el agua.

—Permaneceré sobre tu espalda —dijo—. Pero exijo una gran ayuda.

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La Pesadilla giró su cuello, mirando a Eileen con un ojo del color de los rayos
de la luna.

—Me divierte escuchar tu petición. ¿Qué es lo que deseas?

Eileen tragó y obligó a su voz a afirmarse.

—Ayúdame a salvar a mi amado, Aidan.

Había enviado su alma girando de su cuerpo, y tenía que devolverlo. No


importaba las terribles consecuencias.

—No es poca cosa lo que pides —dijo la montura—. Habrá un precio, mortal.

—Pagaré —dijo Eileen imprudentemente.

El caballo dio un gran relincho. A través del claro, sin corrientes de aire, Eileen
oyó el anillo de las campanillas.

—Nuestro trato está cerrado —dijo la montura—. Ahora sujétate rápido, por
el momento tenemos un viaje largo, antes que el sol se levante.

Pesadilla saltó hacia delante, los músculos de abajo de las piernas de Eileen se
abultaron. El repiqueteo rocoso de la playa se quedó atrás cuando la montura
galopó por el largo ascenso de las colinas, saltando muros de piedra bajos y
bordeando marañas de zarzas. Eileen dejó de temblar cuando el viento de la
noche secó su vestido y el calor de Pesadilla se filtró en su cuerpo.
Con cada paso, algo quemaba la sangre de Eileen. Podía sentir los primeros
recuerdos triturándose y desgarrándose, pero se aferró fuertemente a todos los
pensamientos de Aidan.

Cerca de la parte superior de la colina más alta, la montura desaceleró, su


pezuña golpeó ya no en la frenética carrera de un pulso, sino en el tartamudeo
de un corazón moribundo. Unas fauces oscuras se abrieron en el lado de la colina;
la puerta de entrada a un tumulto de tumbas. La luz de las estrellas salía de las
piedras grises delineando la apertura, pero dentro era pura oscuridad.

Como si fuera consciente de su presencia, un viento frío y húmedo se trasladó


desde el fondo de ese agujero. Eileen, con las manos liberadas de la crin de
Pesadilla, se cubrió la nariz ante el hedor de viejas cosas muertas.

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Una piedra grande y plana tallada con espirales marcaba el umbral. La
montura levantó un casco y lo llevó muy por debajo de la piedra. Chispas
brillantes se deslizaron, seguidas de un lejano eco explotando. Dos veces más
llamó la montura, y cada vez el sonido se acercaba, hasta que hizo vibrar los
huesos de Eileen.

El aire de la puerta vaciló, como un estanque agitado por el viento.

—Pasamos ahora al Reino —dijo Pesadilla—. Debes permanecer en mi lomo,


sin importar las vistas que se ven o el peligro que enfrentemos. ¿Estás lista?

—Sí. —La sílaba flotó de la boca de Eileen, una polilla frágil perdida en la
noche.

La montura dio un paso adelante. Al pasar junto a la puerta, Eileen sintió un


dolor terrible, como si avispas furiosas se abalanzaran sobre ella. Se mordió el
labio y clavó las uñas en las palmas de sus manos, decidida a no gritar.

Dentro del tumulto una luz pálida se propagaba, iluminando un pasillo


empedrado con un techo voladizo. Hileras de hongos, pálidos y deformes,
crecían a lo largo del borde del suelo de piedra y se agrupaba en grietas en las
paredes. El dolor punzante pasó, pero el aire húmedo pesaba contra su piel.

Echó un vistazo por encima del hombro, esforzándose por un último vistazo
del cielo nocturno antes de que la montura entrara más profundo. Las estrellas
eran diminutos pinchazos de luz, tenuemente lavadas por la luna. A
continuación, la apertura fue bloqueada por una figura que arrastraba los pies.
La luz del tumulto iluminaba su forma esquelética, la antigua piel arrugada tensa
contra el hueso. Los harapos colgaban de sus extremidades y un torque de oro
rodeaba su cuello, marcándolo como un jefe de antaño.

Del cráneo como cara, las cuencas vacías la miraron. En lo profundo acechaba
una chispa de fuego arcano. El cadáver abrió su boca en una risa silenciosa.

Eileen se giró y se inclinó sobre el cuello de la montura, esperando que su


montura acelerara, pero Pesadilla continuó su ritmo medido por el pasillo. Otro
recuerdo se desenredó de la mente de Eileen, estalló y se quemó en cenizas.

El eco del ruido de los cascos pronto fue silenciado por el roce y deslizamientos

30
y de decenas de pasos.

Con la garganta seca, Eileen miró detrás de ellos otra vez, y sofocó un grito.
Los muertos les seguían, pacientes en su acecho. Tu amado pronto se unirá a
nosotros, sus bocas sin lengua parecían decir.

—No —susurró.

El tumulto amplificó el sonido, convirtiéndolo en un largo “ohhh” de


desesperación.

—Tranquila —dijo la montura—. ¿O deseas atraer a bean sidhe por una visita
también?

Eileen había tenido miedo antes, pero ese lento terror que se arrastraba la
sujetó casi paralizándola. ¿Y si Pesadilla optaba por detenerse y dejar que los
cadáveres inquietos la tocaran con sus dedos podridos? ¿Simplemente
acariciarían la capacidad de recuperación de su carne viva, o arrancarían grandes
puñados, alimentándose de ella en un intento vano de recuperar su propia
vitalidad?

Por las ávidas luces en las cuencas de sus ojos, mucho se temía eso último.

La montura la llevó por delante de una abertura de su izquierda, lleno con el


olor de la sangre y el susurro del mar. A continuación, una apertura hacia la
derecha, donde los vapores nocivos se arremolinaban. Con los ojos picando,
Eileen hundió la cara en el hueco de su codo y no intentó inhalar. Su corazón latía
fuerte y rápido, golpeando contra la frágil prisión de sus costillas.
No necesitaba mirar hacia atrás para escuchar a la muerte siguiéndoles.

A lo largo, su montura la llevó a la sala central. La pálida luz reveló tesoros


desmoronados en las esquinas: ropa de cama podrida, plata oxidada establecida
con relucientes joyas, una copa de oro con una cara aplastada en como si hubiera
sido utilizada como arma en una pelea vicioso.

En el centro de la habitación había una losa de piedra, y sobre esa losa…

—¡Aidan!

Ella pasó la pierna sobre el ancho lomo de la montura, y solo un relincho


estridente de advertencia la hizo detenerse. A meros centímetros de desmontar,
Eileen luchó de nuevo encima del caballo. Los muertos sisearon decepcionados

31
detrás de ella.

Temblorosas manos con impaciencia, se forzó a estar quieta cuando Pesadilla


caminó a la losa.

Aidan estaba como dormido, o sin vida. Tenía los ojos cerrados, y estaba
vestido con las ropas de un antiguo rey, con brazaletes de oro rodeando su bíceps
y una delgada diadema puesta en su frente.

Clavando las uñas en las palmas de las manos, Eileen observaba el pecho,
esforzándose por un signo de aliento. Por fin, se levantó en una inhalación larga
y lenta. Ella se dejó caer, las lágrimas picaban en sus ojos.

—Vive —susurró.

—No por mucho tiempo —respondió la montura—. Puedes retirarte ahora,


pero permanece en el borde del mármol. En caso de que el pie toque las losas,
estarás perdida, y tu amor también.

Eileen se deslizó hacia abajo, colocando sus pies con cuidado. Acunó la mejilla
de Aidan.

—Despierta, querido —dijo.

Él no respondió.

—Aidan, por favor, despierta.


Tomó sus hombros y le sacudió, suavemente al principio, luego más fuerte
cuando él continuó su sueño encantado. Un beso no lo despertaría, ni un grito.
Los ecos de su grito despertaron extrañas sombras que se deslizaron por el techo,
pero Aidan seguía dormido.

La garganta ahogada por las lágrimas, se giró hacia la montura.

—¿Qué debo hacer?

—Ha soñado demasiado tiempo, demasiado lejos del mundo de los mortales.
Tir na nÓg le llama fuertemente.

Como confirmando sus palabras, los muertos se alinearon en la cámara


agitados y crujiendo. El jefe caído dio un paso adelante. Pronto, Aidan estaría

32
entre su número.

No. Ella se negó a dejarlo escapar.

Eileen contempló su rostro fuerte, y amado. Su corazón le había pertenecido


siempre a Aidan, desde la primera vez que lo conoció mientras recogía hierbas.
Era valiente y amable, y se merecía una vida larga y plena. Y estaba perdido para
ella, ahora, si ella vivía o moría.

—Túmbate junto a él en la losa —dijo la montura—, y toma su mano.

La piedra heló su costado, pero los dedos de Aidan eran cálidos en los suyos.
Vio el muy lento ascenso y la caída de su pecho. Con un dedo trazó la pendiente
de su nariz, la línea de su mandíbula.

Debía cantar de nuevo.

Tomando una respiración del aire frío de la tumba, comenzó. Su espíritu había
viajado a lo largo del camino hacia el oeste, y el simple canto de la vigilia no sería
suficiente. Debía ser una llamada a casa, de vuelta al mundo de los humanos.

Su voz llenó la cámara mientras cantaba el calor del verano, la llamada del
empuje, el sabor de las bayas maduras en la lengua. Cada cálido recuerdo de vital
importancia que una vez fue suyo, que le dio a él, lo derramó sucesivamente.
Cada palabra llevaba más de su humanidad fuera de la concha de su cuerpo y
entraba en el suyo. La trenza dorada por encima del hombro se drenó de color,
las hebras se convirtieron en un blanco espectral.
Poco a poco, los muertos comenzaron a disiparse, cayendo bajo ese ataque
mortal.

Eileen cantó sobre el pan recién horneado, la risa de un niño. La hormigueante


sensación de su mano cerrada en la suya cuando reían por encima de los campos
maduros.

La respiración de Aidan se aceleró, sus mejillas enrojecidas con calidez y color.

Tres de los muertos permanecían. Luego dos. Solo entonces el jefe. Se le quedó
mirando, los huesudos dedos envueltos alrededor del torque de oro en su cuello.
La malevolencia fría de su voluntad humedecía la canción, helando el aire.

Los temblores se apoderaron de ella, pero levantó la voz, desafiante. Esta vez,

33
nada la haría parar.

Las últimas sílabas se desvanecieron. El jefe muerto dio otro paso hacia
adelante, y Eileen se quedó sin respiración. ¿Qué había fallado?

Entonces Aidan abrió los ojos. Al volver la cabeza, le sonrió con tanta libertad
que sentía que su corazón se rompía en dos. A partir de ese crujido, lo último de
su esencia mortal se filtró. La silueta oscura de Pesadilla golpeó su pata contra la
losa.

—¿Eileen? —preguntó Aidan, los ojos azules nublados por la confusión.

—Vive bien —dijo ella—. Larga vida, y felizmente. Nunca te olvidaré.

—¿Por qué necesitaría hacerlo? Estoy aquí, a tu lado.

Ella sacudió la cabeza, el pecho dolorido por el dolor.

—No hay futuro entre nosotros, mi amor. Tenemos que separarnos.

—¡No! Cásate conmigo, no me importa…

Ella detuvo sus palabras con sus labios, un último beso para llevarla hacia la
noche. Él sabía a manzanas y a la luz solar; todo lo que ahora había perdido para
ella.

El jefe muerto aulló. Los cascos de la montura resonaron contra la piedra. Y


entre un latido y el siguiente, Aidan había desaparecido.
Llorando, Eileen inclinó la frente hasta las rodillas. El aliento de Pesadilla
calentó su nuca y la piedra debajo de ella húmeda con sal, con sangre.

Sin embargo, ella se quedó.

Preguntándose, se incorporó y levantó la mano, doblando sus largos dedos


espectrales. Si fuera un espejo, el reflejo se parecería poco a sus rasgos humanos
que una vez había llamado suyos.

—El precio ha sido pagado —dijo Pesadilla—. Y tengo un nuevo jinete. Ven.

La pared del fondo del tumulto cayó para revelar una noche rica con sombras
y la luz de las estrellas, y un viento salvaje fey que les llamaba para montar.

34
La que era Eileen se levantó desde la piedra, su cuerpo vacío casi sin peso,
liberado de los recuerdos, liberado de la esperanza. Se montó en el caballo negro.

Juntos, volaron hacia adelante en la dulce oscuridad.

FiN
35
Christine Pope
—Es una lástima que tu cumpleaños caiga en pleno invierno —dijo la condesa
Anna Feodorovna Godunov mientras fijaba la última gardenia del invernadero
en los intricados rizos color miel del cabello de su hija—. Sin embargo, creo que
va a haber un número más respetable de invitados.

—Si usted lo cree así, mamá —respondió Galina Andreevna recatadamente. A


decir verdad, si nadie más que Karel apareciera, todavía contaría la noche como
un éxito. Parecía una tontería armar todo este alboroto para lanzarla dentro de la
sociedad, cuando todos sabían que el joven barón Karel Ivanovich Saburov y la
hija del conde Andrei Mikhailovich Godunov eran tan buenos como prometidos.
Pero supuso que las formas debían ser seguidas.

Al menos se había producido una ruptura en el severo clima de enero, y en

36
tres noches seguidas, donde el cielo era tan claro que las estrellas destellaban
como el magnífico juego de diamantes que su madre solo usaba en las ocasiones
muy formales. Esos diamantes brillaban ahora en la garganta y orejas de la
condesa Anna y en los cuidadosos bucles de su cabello rubio canoso, que fue
discretamente complementado por un buen número de agujas y trenzas falsas en
orden para conseguir el efecto requerido.

Galina no necesitaba de ese tipo de artificio; sus propios exuberantes rizos


llegaban casi hasta la cintura. De hecho, su cabello se sentía bastante pesado
fijado arriba como lo traía ahora, con cuidadoso orden sus rizos caían sobre sus
hombros y una tiara de perlas y diamantes estaba metida dentro de una masa de
trenzas a la altura de la coronilla de su cabeza. Pensó que parecía bastante adulta
ahora, con su cabello y el vestido de noche que enseñaba sus hombros y solo la
más mínima curva de sus pechos. Si, ella y Karel se conocían el uno al otro desde
que eran niños, y eran tan íntimos que muchas veces podían terminar las
oraciones del otro, pero él nunca la había visto así. Probablemente sería movido
por su nueva elegancia que podría preguntar por su mano en matrimonio
inmediatamente; después de todo, ella tenía dieciocho ahora, y era tiempo de
dejar el salón de clases atrás. Una oferta de ese tipo sería un apropiado desenlace
para el gran evento que sus padres tienen planeado, y creía que ellos estarían
muy contentos de eso.

Su madre hizo los ajustes de último minuto en la tiara de Galina, después dijo:
—Es tiempo. Debemos estar listos para recibir nuestros invitados, y casi son
las ocho.

La condesa arrastró a Galina afuera de su habitación y bajaron las escaleras de


amplio mármol, con sus talladas balaustradas doradas pasando el vestíbulo y
dentro del gran salón.

A pesar del invernal clima afuera, la habitación floreció con más flores del
invernadero, orquídeas y lirios y más gardenias, la combinación de sus perfumes
hacían que la cabeza de Galina diera bastantes vueltas, ella se sacudió, solo un
poco, para aclarar sus pensamientos. Un poco más que eso y se arriesgaría de
mover su tiara.

37
Tomó la posición designada entre su padre y su madre, y esperó a que el
primer invitado llegara. Con un poco de suerte, Karel sería uno de los primeros
en llegar temprano.

Él tendía a ser en cierto modo puntual, siempre y cuando no estuviera


retrasado por algunas razones de su club. A menudo se preguntaba que podría
haber en esos lugares para hacerlos infinitamente fascinantes para los hombres,
pero cuando había intentado preguntarle a su madre para que le informara sobre
el tema, solo recibió la cortante respuesta que una apropiadamente educada
joven señorita no debería de inquietarse con ese tipo de asuntos.

Pero aquí estaba Karel, luciendo muy bien mientras se quitaba su capa de
noche y se la entregaba a George, el mayordomo. Danzantes ojos azules y de tal
sorprendente contraste con su cabello negro como el carbón, Karel se inclinó ante
ella y sus padres, después dijo:

—La fiesta está muy tranquila, ¿no lo creen? Dime que no soy el primero aquí.

—Lo eres —le dijo la condesa—. Pero no debes de molestarte, Karel Ivanovich.
Tu puntualidad tiene el crédito.

—Y ahora has salvado a alguien más de la vergüenza de ser el primero de


llegar —dijo Galina—. Lo que te convierte bastante en el héroe de la noche.

Tanto su madre y su padre lanzaron miradas severas en su dirección por esa


muestra de impertinencia, pero Karel solo sonrió y dijo:
—Entonces como soy el primero en llegar, ¿puedo también reclamar el honor
del primer baile?

Por su puesto que Galina sonrió y asintió, y sus padres parecieron aliviados
que él no lo tomara como ofensa. Entonces el conde y la condesa Stroganova
aparecieron, seguidos de los Galitysns, y la noche se puso en marcha.

Al final resultó que Karel no solo reclamó la gran marcha que abrió el baile,
sino también un vals y después la mazurca. Galina sabía que no debía de
monopolizar a su viejo amigo durante toda la noche, pero realmente, bailaba tan
hermoso, y se veía tan elegante en su frac con la rosa blanca fijada en su solapa,
que encontraba tan difícil rechazarlo. Y era muy probable que estuvieran
comprometidos al final de la noche, o poco después, entonces ¿qué diferencia

38
habría si hacía algo que era un poquito inapropiado? Ciertamente ninguno de
sus otros prospectos para compañero de baile eran la mitad de atractivos.

La mazurca acababa de terminar, y Karel fue a buscarle una copa de


champagne, cuando de repente un silencio cayó en los invitados. Cabezas giraron
hacia la entrada del salón de baile, y Galina miró más allá de sus invitados
reunidos para ver qué era lo que atraía su atención.

Una mujer parada en el recibidor, enmarcada por arreglos florales iguales, con
filas de blancas orquídeas y elegantes lirios. Pero ella hacía que las flores
parecieran marchitas y amarillas, tan brillante era su belleza. Su cabello pálido
como la nieve poseía en lo alto una pequeña corona helada, con brillantes
diamantes, y su perfecta piel era igual de pálida. Vestía de blanco con efectos de
plata, algo que debió de haber sido un indignante error social ya que solo un
invitado de honor debía vestir de blanco en su debut, pero algo en el aire de la
mujer parecía decir que no era posible verla en cualquier color que no fuera
blanco.

Con una elegante mano ella extendió su brazo, y al mismo tiempo uno de los
criados se apresuró a colocarle una copa de champagne en sus largos y
enguatados dedos. Ella sonrió; sus dientes eran igual de blancos que su piel y
cabello.

—¿Quién es ella? —susurró Galina a su amiga Ekaterina Borisovna—. ¿Alguna


vez la has visto antes, Katya?
—Es la princesa Tatiana Vasilievna Zakharin —respondió Katya luciendo
desconcertada—. Estuvo viviendo en Moscow por un tiempo, pero escuché a
papá decir algo acerca de ella comprando una finca no muy lejos de San
Petersburg.

Galina no podía entender por qué semejante personaje estaba asistiendo a su


pequeña fiesta de presentación, pero ahí estaba su padre, avanzando hacia
adelante e inclinándose sobre la inesperada mano de la llegada. Y si el conde
Andrei Mikhailovich Godunov parecía más rojo del rostro y común al lado de la
pálida belleza de la princesa, al menos había rota la tensión de alguna manera
dándole la bienvenida a la fiesta.

La multitud empezó a fluir normalmente de nuevo, y Galina se dio cuenta de

39
que había perdido de vista a Karel. Entonces, oyó una risa ronca, y miró hacia
arriba para ver a su amigo en medio de una multitud de hombres jóvenes, los
cuales se habían agrupado alrededor de Tatiana Vasilievna como pequeños
pedazos de metal atraídos por un imán. Karel miraba fijamente el rostro de la
extraña mujer con una intensidad que a Galina le disgustó bastante.

Un tintineo de vidrios rotos, tan pronto como la copa de champagne de la


princesa Tatiana se deslizó de sus enguantados dedos y se estrelló en el piso de
mármol, ella susurró:

—Oh, ¡que torpe de mí!

Karel hizo una mueca de dolor y parpadeó, y Galina observó que él levantaba
una enguantada mano blanca y se tocaba la esquina de su ojo izquierdo como si
algo le estuviera doliendo. Pero entonces sonrió y extendió la copa de champagne
que él estaba deteniendo, el champagne que se suponía que debía de llevar a
Galina, y dijo:

—Acepte este, princesa. Y no se llame a sí misma torpe, por supuesto eso sería
una imposibilidad.

La princesa Tatiana sonrió y aceptó la copa. Y Galina se mordió su labio y se


obligó a mirar lejos. Si Karel quería hacer un tonto de sí mismo por una mujer,
había muy poco que ella pudiera hacer al respecto. Y realmente, la princesa debía
ser un poco más mayor que él, por toda su belleza, por lo que se vería doblemente
tonto después de que ella pasara de él y otorgara sus atenciones a alguien de
igual rango y edad.

Sin embargo, verlo sonreír como un tonto a otra mujer hacía que la sangre en
las venas de Galina corriera solo un poco más caliente, le murmuró una excusa a
Katya y se acercó a Karel que se cernía a unos centímetros del codo de Tatiana
Vasilievna.

—Karel, ¿no me habías prometido el siguiente vals? —inquirió, en un tono que


esperaba fuera dulcemente suplicante. No debería de verse desesperada, por
supuesto, aun y cuando deseara poder tomarlo del codo y arrástralo lejos de la
órbita de la belleza de hielo.

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Él volteó y la miró inexpresivamente, como si nunca la hubiera visto antes.
Después estrechó un poco sus ojos, y respondió:

—Creo que has bailado lo suficiente, Galya. Tu frente esta brillosa y tu nariz
está bastante roja.

Galina levantó una mano a su frente antes de que pudiera detenerse. Cierto,
había estado bailando por un buen rato, y quizás había adquirido un poco de
“brillo”, ya que su madre seguramente lo había puesto. Pero era bastante
inaceptable para Karel el haber mencionado ese tipo de cosas. Un caballero nunca
traía a relucir las deficiencias de una señorita, fueran reales o imaginarias. Y sobre
su nariz….

—Y si bailamos un poco más, supongo que estaré más brillosa y roja —


replicó—. Nunca note que te importaran ese tipo de cosas antes, Karel Ivanovich.

—Bueno, lo hacen ahora —dijo descuidadamente, y se dio media vuelta lejos


de ella, su mirada descansando en la princesa, perfecta y pálida entra los hombres
que estaban agrupados a su alrededor—. No deseo bailar.

La palabra “contigo” permaneció sin ser dicha, pero se quedó en el aire entre
ellos.

Calientes lágrimas se empezaron a formar en los ojos de Galina, pero las


parpadeó lejos y levantó su barbilla. No lo dejaría ver cuánto la había alterado.

—Muy bien —replicó—. Anatoly Andreovich ha estado molestándome toda


la noche para que le dé un baile. Le daré los tuyos. —Y con eso se pavoneó en
busca de un sorprendido pero muy agradecido Anatoly. Ese individuo, a pesar
de que alguien como Galina nunca lo podría tomar en serio como pareja debido
a su deficiencia de estatura y a su aún más deficiencia de fortuna, lo subió más
alto en su estima porque al menos parecía haber escapado del hechizo de la
princesa Tatiana. O quizás simplemente decidió que, si no podía tener éxito con
alguien como Galina Andreevna Godunov, entonces la princesa estaba tan lejos
de su alcance como lo estaban las estrellas en el cielo.

Cualquiera que fuera el caso, a Galina no le faltaría pareja por el resto de la


noche, aunque no tuviera al único que quería. Por la esquina de su ojo, lo veía
bailar con la princesa, o llevándole champagne y caviar, o parado en una esquina
y platicando con ella de una manera más íntima de lo que estaba permitido, y a

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través de todo, Galya sintió un nudo en el estómago que tenía muy poco que ver
con las filas de las ballenas ajustadas que rodeaban su esbelta cintura.

Cuando la velada finalmente termino en las primeras horas de la mañana, solo


podía pensar en cuán diferente había pensado que la noche iba a desarrollarse.

Pensó que Karel finalmente hablaría, que ella probablemente ascendería esas
escaleras con el toque de su primer beso, emocionando sus labios. En vez de eso,
se sentó en silencio mientras su doncella Oksana deshacía los lazos de su vestido
y después los de su corsé, y la ayudó a meterse en su camisón y cepilló la masa
pesada de su cabello antes de trenzarlo por la noche.

Galina no dijo nada durante toda la asistencia, tenía miedo de que, si abría la
boca, un sollozo escaparía en un instante. Entonces se sentó, callada, evitando los
ojos cuestionantes de Oksana, hasta que finalmente fue a la cama y puso el
terrible día detrás de ella.

La mañana siguiente o más bien, la tarde siguiente, ya que Galina no se levantó


de su cama hasta muy bien pasada la mañana. Oksana fue incapaz de mantener
su boca cerrada por más tiempo, y le informó a Galina que al parecer Karel
Ivanovich había tenido la más espantosa pelea con su madre y se había ido
cabalgando al final de la mañana a Dios sabe dónde y aún no había regresado.
La baronesa Dowager no había asistido a la fiesta de presentación de Galina,
como una mujer mayor sufría de una condición degenerativa que la había dejado
bastante incapaz de caminar, pero al parecer su condición no evitaba que se
enterara de lo que debía de enterarse, incluyendo cuán horriblemente él había
tratado a Galina Andreevna y cómo había sobre adulado a la princesa Tatiana,
quien era una horrible mujer que rompía corazones de derecha a izquierda en
Moscow y al parecer solo se había trasladado a San Petersburg porque deseaba
un nuevo deporte.

Incluso la noticia que la baronesa Natasha Alexandrovna Saburov apoyo a


Galina y no a su hijo hizo que levantara un poco el espíritu de Galya, a pesar de
que después de todo, importaría muy poco lo que la baronesa dijera o pensara;
no era ella quien preguntaría por la mano de Galina, sino su hijo. Y con la
princesa ahora en la escena, pereciera que ese día nunca llegaría.

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—Lo que es más —dijo Oksana en tono confidente, mientras le quitaba la
bandeja de la cena—. He oído decir que la princesa no es una mujer real del todo,
sino una hechicera que vendió su alma por belleza y riqueza. No es de extrañar
que hechizara a todos esos pobres jóvenes.

Galina deseaba que fuera así de fácil. Era mejor culpar la intervención
diabólica de Karel que el despreciable hecho que él prefiriera a otra mujer que
ella. No tenía duda que él se había ido con la princesa, o al menos un lugar cerca
de su propiedad. Quizás ellos se habían fugado. Él ciertamente parecía lo
suficiente enamorado para hacer algo estúpido.

Con este triste pensamiento, las lágrimas finalmente vinieron, deslizándose


por las mejillas de Galina y cayendo sobre la seda estampada de su acolchada
bata. Les había dicho a sus padres que estaba muy cansada y bastante
indispuesta, usando eso como excusa para permanecer en su habitación. No
había duda que ellos sabían la verdadera razón por la que se estaba escondiendo,
pero tendían a ser indulgentes, que no habían hecho ninguna pregunta o
demandando que los acompañara a la cena.

—Oh, mi pobre cordero —dijo Oksana, quien sacó un pañuelo y procedió a


secar las lágrimas de sus mejillas—. No es una cosa pequeña, tener una bruja
robándose a tu hombre lejos de ti.
—Él no es mi hombre —replicó Galina. Tomó el pañuelo de Oksana y limpió
sus ojos, luego hizo bolita la pieza de lino en su regazo—. Y si él piensa que la
princesa es tan fascinante, puede tenerla.

—Lo que él piensa no puede ser confiable. Uno solo tiene que mirarlo para ver
que estaba hechizado.

—¿Y cómo sabes eso? Tú no estabas en el baile.

Las mejillas de Oksana se sonrojaron un poco.

—En cuanto a eso, estaba mirando desde el descansillo de las escaleras. Lo vi


marchándose…con ella. ¿Y no debería conocer las expresiones del joven tan bien
como conozco las tuyas, considerando que él ha sido casi parte de la familia

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durante todas sus vidas?

Galina, quien estaba escondida lejos, en el pequeño salón con Katya y otros
pocos simpáticos amigos, no había sabido que Karel había escoltado a Tatiana
Vasilievna desde la fiesta. Una vez más sintió su estómago tensarse. Quizás
Oksana tuviera razón. Después de todo, qué otra explicación podría haber para
el raro comportamiento de Karel, de no ser que una bruja de alguna manera le
hubiera lanzado un hechizo.

—¿Y que si está hechizado? —demando—. ¿Qué en la tierra propones que


haga sobre eso?

—Por eso, iras tras de él, y lo traerás de vuelta. La magia negra no puede
prevalecer contra el amor verdadero. Y él te ama. Todos saben eso.

Todos excepto Karel, aparentemente. Pero Galya se había sentido segura sobre
su amor hasta la noche pasada, y también tenía a su familia y amigos. Tenía que
ser un hechizo que lo tuviera tan alterado, un poco de magia oscura que había
borrado el amor puro que compartían ella y Karel. Si tan solo pudiera verlo, estar
a solas con él, podría recordarle que sus espíritus siempre han parecido ser uno,
incluso si la conexión entre ellos aún no había sido santificada por la iglesia

-—¿Y cómo me iré?, cuando sabes que nunca he dejado la casa sola. —Incluso
mientras hizo la pregunta, una pequeña parte de ella se acobardó. Una cosa era
ser valiente en su habitación, en compañía de la doncella que la había conocido
desde que era un bebé y otra muy distinta salir al amplio mundo y enfrentar una
bruja.

—En cuanto a eso, vamos a salir juntas, diciendo que estás visitando a tu amiga
Ekaterina Borisovna. Nadie va a pensar algo raro sobre esa visita, incluso, tus
padres creerán que es natural que busques el consuelo de un amigo después de
sufrir una conmoción como la de la noche pasada.

Por lo que se decidió, y Galina permitió que Oksana la ayudara a meterse


dentro de su mejor traje de caminata, la lana de color canela quedaba tan bien
con el color miel de su cabello y sus ojos cafés. Los ojos de la princesa, recordó,
habían sido de un reluciente gris pálido casi plata. Bastante sobrenatural, como
uno podría esperar de una bruja y la consorte del diablo.

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El clima aún se mantenía bien, aunque una línea de nubes negras hacia el
noreste se veía como una señal de que el extraño y nítido hechizo estaría pronto
terminado. Oksana mandó a Gregor a llamar un carruaje de alquiler para Galina,
afortunadamente, la condesa también estaba haciendo una visita por la tarde, por
lo que nadie vio nada inapropiado en la hija de la casa y su doncella montando
un carruaje de alquiler.

Condujeron hasta las afuera del pueblo, por la inteligencia de Oksana habían
deducido que la finca de la princesa se encontraba a unos kilómetros al sur de la
ciudad. Exactamente dónde, nadie parecía saber, pero Galina supuso que era
mejor tener una dirección que nada.

El conductor las llevaría no más lejos de las afueras de la ciudad. Oksana


empezó a recriminarle, pero Galina puso la mano en su brazo.

—No podemos pedirle al hombre que conduzca más allá del campo. Él ha
acortado mi viaje, al menos.

—Nuestro viaje, querrás decir.

Galina sacudió su cabeza. Un sentimiento había estado creciendo durante todo


el camino hacia aquí, el conocimiento de que ella debía de ir a buscar a Karel sola.
Un caballero andante no salía de viaje en sus misiones acompañado por su
doncella, después de todo.
—No, Oksana. Debes quedarte aquí, y dejar que mis padres sepan lo que he
hecho si… —Vaciló; mientras de alguna manera sabía que era lo que debía hacer,
aun así, eso no le permitió mantener el miedo fuera de ella. En toda su vida nunca
había estado sola, y ahora se proponía ponerse en camino, exponiéndose a sí
misma, dentro de la oscuridad y la tormenta. Era una locura, pero tan cierto como
había sabido que Karel la amaba, sabía que solo podría salvarlo si iba
completamente sola.

—Pero señorita…

—Mi mente está muy decidida, Oksana —habló Galina firmemente, y


presionó las manos de Oksana—. Toma el carruaje de regreso a casa, y trata de
no ser vista. Cuanto más tiempo mis padres no sepan que yo me haya ido, mejor.

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Y ni se te ocurra permitir que te culpen, por cualquier cosa que ellos puedan
decirte, tú debes decirles que te ordené regresar a casa.

Al parecer, Oksana no sabía muy bien qué hacer con esa repentina autoritaria
e imponente señora, porque vacilo, y retorció sus manos, entonces dijo:

—Si usted piensa que es como debe hacerse…

—Lo hago. Ahora vete, el conductor se está volviendo impaciente.

Y así estaba; él cambiaba de un pie al otro y fruncía el ceño a las dos, y lanzaba
una mirada disgustada al tormentoso cielo sobre nuestras cabezas. Galina pescó
una moneda de su pequeña bolsa y la presionó dentro de las manos del
conductor, él a su vez se la metió en el bolsillo y se subió a su asiento sin darle
una segunda mirada a ella u Oksana. Parecía bastante claro que estaba listo para
marcharse sin ninguna de las dos si ellas tardaban más tiempo.

Así que abrió la puerta del carruaje. Oksana se detuvo, entonces le dio una
acusadora y final mirada antes de exhalar un resignado suspiro tan pronto como
subió al compartimento pasajero.

—Cómo alguna vez podré explicar esto…

—No te molestes —replicó Galina—. Yo voy a explicarlo todo, cuando llegue


a casa.

Y con eso cerró la puerta y giró lejos del carruaje, con orientación hacia el
cortante viento. Cierto, vestía su nueva capa forrada de piel de visón que
combinaba con su sombrero y su manguito, e incluso sus manos dentro del
manguito estaban cubiertas por calientes guantes de piel, pero todo eso no
parecía mucha protección contra la ráfaga cortante del este.

Como quiera, había decido su curso, y lo seguiría, sin importar qué pasara.

Al menos aún no había nevado recientemente, el camino era suficiente fácil de


transitar.

De vez en cuando un carruaje o una carreta sonaría, más seguido que no, con
sus ocupantes dándole una mirada más perpleja, pero Galina se mantuvo,
siguiendo la ruta como si fuera moviéndose lejos del sur y este.

Trato de decirse que no estaba demasiado helado, no realmente, pero después

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de un tiempo solo ponía un pie delante del otro porque sabía que eso era lo que
debía de hacer, no porque realmente pudiera sentir más sus pies. La luz empezó
a disminuir, y entonces los primeros copos de nieve empezaron a caer
suavemente, uno por uno al principio, y después en ráfaga, y al final en masas
blancas. En ese tiempo, Galina había renunciado a cualquier pretensión de seguir
en el camino, o incluso saber en qué dirección estaba yendo. Solo se tambaleaba
hacia adelante, sus manos apretadas dentro del manguito, estaba enteramente
concentrada en Karel. Pensar en él era lo suficiente para mantenerla viva.

La tormenta era demasiado intensa, y tan completamente oscura, que estaba


conmocionada al oír de repente el grito de una mujer.

—¡Espera!

Galina se detuvo, y vio el resplandor de una antorcha flotando a través de la


blanca oscuridad. Su corazón empezó a palpitar con fuerza. ¿Había la princesa
de hielo descubierto su misión?

La voz había sonado de lejos más áspera que la dulcemente fría voz de Tatiana
Vasilievna, de manera que, el personaje que se mostrara ahora era obvio que no
era la princesa. Las ásperas pieles amortiguaban su forma de modo que apenas
podía distinguir su sexo, y la punta de su nariz sobresalía entre su sombrero de
piel que llevaba puesto jalado debajo de su frente y una bufanda que cubría la
mayor parte de su barbilla, había una perceptible mancha de hollín en ella.
—¿Quién anda ahí? —demandó la aparición. Sostuvo la antorcha arriba y
contempló el rostro de Galina. La extraña mujer… o niña, algo en su estatura
parecía sugerir que no era mucho más grande que Galya, de hecho ladeó la
cabeza hacia un lado y dijo—: ¿Estás loca?

—No —respondió Galina, aunque se preguntó, incluso mientras negaba si


quizás se había vuelto loca, para empujarse dentro del corazón de una tormenta
tras un hombre quien quizás no la amaba como pensaba que él lo hacía.

—Hmm —dijo la áspera joven—. Yo pienso que debes de estar loca para estar
afuera en esto.

—Tú también estás afuera en él, ¿verdad?

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La extraña pareció considerarlo.

—Cierto… pero yo estaba de camino a casa, y sé que tú no vives en ningún


lugar alrededor de aquí.

—No, no lo hago —admitió Galina—. Estoy buscando el palacio de la princesa


Tatiana Vasilievna Zakharin.

—¿La reina de hielo y oscuridad?

De algún modo Galina sabía que esta reina y la princesa debían de ser la misma
persona. ¿De qué otra manera se podría describir a una mujer con semejante
belleza exterior helada, aun con su tan oscuro corazón latiendo dentro de su
perfecto pecho?

Ella asintió, y la joven mujer dijo:

—Y creo saber por qué. Solo esta mañana encontré a un joven cabalgando
hacia la finca de la princesa y nunca volvió de regreso. Alguien que conoces,
¿asumo?

Galina asintió, pero encontró bastante imposible responder, por sus dientes
que habían comenzado a castañear tan violentamente que no podía sacar
ninguna palabra afuera. La extraña ladeó su cabeza y dijo:

—Conozco el camino. Pero no podemos quedarnos afuera en esto, déjame que


te lleve a mi casa, y podemos ver si la mañana nos da un mejor clima.
Para esta sugerencia Galina podía solo asentir, e inclinó la cabeza en
agradecimiento. La joven la tomó del brazo y la dirigió dentro de la turbulenta
nevada. Cómo ella podría posiblemente encontrar el camino en esto, Galina no
sabía, pero después de lo que se sentía como una eternidad, pero fue más o menos
como un cuarto de hora, se tambalearon fuera de la tormenta y dentro de la
entrada de una cueva medio escondida por unos pinos oscuros.

Dentro había una veintena o más de hombres, rufianes y ladrones por la


mirada de ellos, y Galina se encogió contra su guía, con la bastante certeza que la
había dirigido por el mal camino con un propósito. Pero la joven gritó:

—Estoy aquí con una amiga. Harían bien en mirar a otra parte.

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Y los hombres se giraron, y Galina se encontró dirigiéndose a una pequeña
habitación equipada con una cama bastante caliente con pieles apiladas, y un
brasero que sirvió para tomar algo de la frialdad del aire.

—T-tú eres bastante amable —tartamudeó, y la extraña joven solo sonrió y


replicó—: En cuanto eso, espero un pago por mi asistencia. El manguito que tú
tienes es bastante bueno, pienso que eso debería de estar bien.

Algo en Galina se acobardo ante la idea de darle el manguito, que había estado
protegiendo sus manos demasiado bien, pero quizás la tormenta se habría
detenido por la mañana, y no lo necesitaría desesperadamente por más tiempo.
Además, qué era un manguito, comparado con el refugio y la posibilidad de
encontrar a Karel al día siguiente.

—Por supuesto —dijo—. Pero voy a dártelo solo después de que me hayas
llevado a la finca de Tatiana Vasilievna.

—Suficiente bueno —respondió la joven con una amplia sonrisa—. Es bueno


que tengas espíritu. Lo necesitaras.

Y con eso se acomodó dentro de la cama, y le hizo un gesto a Galina para que
se le uniera. Se durmieron, seguras y calientes en el corazón de la fortaleza de los
ladrones.
En la mañana siguiente partieron hacia el palacio de la princesa, con Sasha la
ladrona, que aseguraba que se encontraba a solo unos kilómetros. La tormenta
había pasado, y el campo estaba cubierto de blanco, resplandecía bajo el pálido
sol de la mañana. Galya entrecerró los ojos lo más que pudo y caminó
arduamente a lo largo, acompañada por una improbable compañera. A una hora
o más tarde, llegaron a un borde de setos oscuros medio enterrados debajo de la
nieve, los cuales Sasha dijo que marcaban el borde de la propiedad de Tatiana
Vasilievna.

—Y aquí está la puerta —dijo la ladrona y fabricó un juego bastante delgado


de ganzúas con su cinto. En un momento había despachado el grueso candado
que mantenía la puerta cerrada.

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—Eres muy ingeniosa —dijo Galina de forma honesta. Parecía que tenía
bastante habilidad, sonrió mientras se quitaba el manguito de las manos y se lo
daba a Sasha—. Te has ganado esto, y más.

—Lo tengo. Pero no puedo dejarte aquí, deja que te lleve a la puerta trasera.

Cómo Sasha había obtenido este conocimiento, Galina no lo sabía, pero estaba
segura que no preguntaría. Siguió a la otra chica por los alrededores de la casa,
lo que tomó algún tiempo, ya que realmente era un palacio, y no solo una buena
casa de campo como en la que se quedaba la familia de Galina en cada verano.
No parecía haber alguien, incluso ningún lacayo o una ayudante de cocina. Se
aproximaron a la puerta trasera, que estaba cubierto por un pequeño pórtico, una
pequeña y rara ráfaga de nieve se levantó del suelo y rodeó a las dos chicas. Por
unos pocos segundos, Galya se sintió como si fuera a cegarse por el torrente de
los copos, pero murmuró unas palabras en oración hacia el Señor en voz baja, y
pidió al santo padre protección para ella y Sasha. Tan pronto como se había
levantado, la nieve cayó al suelo.

Sasha la miraba con amplios oscuros ojos.

—Pensaba que estabas loca —dijo—. Pero quizás, solo estás tocada por Dios.

¿Era la mano de Dios lo que la había guiado tan lejos, el cual la había traído
aquí sin daño alguno? Galina pensó que eso era más probable que un simple
golpe de suerte, pero simplemente levantó sus hombros.
—No lo puedo decir. Solo puedo decir que debo traer a Karel de regreso a mí.
Si Dios me ha guiado tan lejos, entonces oremos para que lo continúe haciendo.

Su compañera hizo una torpe señal de la cruz sobre su pecho, y después


empujó la puerta hacia dentro.

—Tú primero. Me temo que no tengo la misma protección que tú tienes.

Galina no se molestó en discutir. Después de todo, esta era su misión; Sasha


era solo una imprevista, si bien bienvenida, acompañante. Dio un paso adentro,
con la ladrona en sus talones, caminando dentro de la fortaleza de la reina.

Era un palacio muy elegante, todo en mármol y dorado, pero adentro era tan
frío que la respiración de Galya se suspendía claramente en el aire como lo hacia

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afuera. No le envidiaba el manguito que ahora tenía Sasha, porque la otra chica
se había ganado eso y más. Todavía era demasiado, demasiado frío.

No había ningún movimiento, ninguna señal de vida. Las dos chicas miraron
habitación tras habitación, desde el salón y el cuarto de dibujo hasta el comedor
y bibliotecas, y aún no habían visto a Karel, ni a Tatiana Vasilievna, ni ningún
criado o criada.

Quizás esto no era el palacio de la princesa después de todo, sino más bien el
hogar de un desconocido conde o príncipe, retirado por los meses de invierno
hacia los climas soleados de Italia o Grecia. Galina no reprendería a Sasha, no
cuando la chica la había estado ayudando bastante, pero se preocupó que de
alguna manera las hubiera guiado a la casa incorrecta.

Pero cuando pasaron a través del grandioso vestíbulo, un perfecto glacial


retrato de la princesa Tatiana Vasilievna miraba hacia abajo, colgado desde una
pared de acero damascado, más allá del vestíbulo dos enormes puertas dobles se
abrían dentro de un espacio el cual dejaba de vuelta una exhalación tan helada
que Galina estaba segura que había venido directo del mismo polo norte. Se
estremeció, incluso Sasha le envió una cuestiónate temerosa mirada. De alguna
manera Galina sabía que debía avanzar sola. Levantó una mano, indicando que
Sasha debía de esperar en el vestíbulo, debajo de la pálida princesa, con la mirada
helada.

—No te preocupes —dijo Sasha enseguida, y se sentó en el piso de mármol,


aún con las manos metidas en el manguito.
Es por Karel, Galya se dijo. Mantuvo la imagen de su amigo en su mente,
divagando en los recuerdos de los días soleados, cuando sus ojos mientras le
sonreía se habían puesto azules como el cielo por la vergüenza. Él le había traído
flores silvestres ese día, en un racimo demasiado ancho que ella apenas podía
envolver sus dedos alrededor. Y era el recuerdo de esa calidez lo que la mantuvo
mientras avanzaba hacia adelante dentro de la congelada sala.

El piso era hielo, se extendía ante ella tan suave como la pista de hielo por
debajo de los muros del convento Novodevichy. En el centro había una silla tan
grande que solo podía llamarse trono, toda cubierta de madera oscura como el
ébano, con un almohadón azul hielo. Y a un lado de la silla, agachado sobre el
hielo, Galina vio la oscura forma de un hombre acurrucado.

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Supo enseguida que ese hombre era Karel, y entonces corrió sobre el hielo.
Incluso aunque sus botas resbalaron y amenazaron con tirarla con casi cada paso.
Pero no se detendría ahora, no cuando estaba tan cerca.

Ya al final, se tropezó y cayó, pero solo se deslizó a lo largo del piso de hielo
hasta que estuvo a pocos centímetros lejos de Karel. Incluso entonces él no
levantó la mirada, pero se mantuvo cerniendo piezas de lo que parecían como
esquirlas finas de hielo, poniéndolas muy juntas como piezas de rompecabezas.

—¿Por qué Karel? —dijo Galina. De alguna manera su extraña concentración


en una tarea intranscendente la asustó más que la tormenta de nieve de la noche
pasada, más que los ladrones que habían llenado la cueva donde Sasha vivía—.
¿Qué es lo que estás haciendo?

Finalmente, él levantó la cabeza y la miró, aunque ella no vio ningún destello


de reconocimiento en sus ojos.

—Ella dijo que debía de hacer esto, que si podía escribir la palabra correcta
podría estar por toda la eternidad con ella. Pero no puedo encontrar todas las
piezas, como puedes ver.

En ese momento el corazón de Galya se retorció, y vio al mismo tiempo que él


verdaderamente estaba hechizado.

—¿Quién dijo eso? ¿La princesa Tatiana Vasilievna?

Él asintió lentamente, mirándola todavía con esos desconcertados ojos.


—Querido Karel. —Galina empezó. Vaciló, tratando de decidir qué en la tierra
podría decir para romper el hechizo, para tenerlo realmente viéndola una vez
más. Al menos la estaba mirando, en lugar de esas incomprensibles piezas de
hielo dispersas a su alrededor.

Entonces pareció demasiado claro. Debía de hacer una cosa que le recordara
el calor, la luz, los rayos del sol.

El amor.

Se inclinó hacia adelante, y cuidadosamente quitó los guantes de sus manos.


Él aún la miraba, incluso cuando levantó sus manos, ahora desnudas en el frío, y
las colocó en sus mejillas.

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Su piel se sintió apenas más caliente que el frígido aire de la sala alrededor de
ellos. Tenía que ser.

Se acercó, después puso su boca contra la de él.

Al principio él no se movió, solo permaneció sentado allí, inmóvil, como si


finalmente hubiera sucumbido al aire helado. Lentamente después, tan lento que
al principio Galina no estaba segura que no lo había imaginado, sus labios se
presionaron contra los de ella. Y alzó una mano, y la otra, y después estaba
tocando su rostro, su boca explorando la suya mientras un calor que nunca había
imaginado atravesaba su cuerpo.

—Galina —dijo conmovido. Sus ojos brillaron con lágrimas, y ella vio que una
se deslizaba debajo de su mejilla, brillando en la luz pálida que atravesaba
inclinada por la alta ventana del salón. En esa mejilla destelló algo como un
brillante diamante, algo que ella estaba segura que no era una lágrima.

Ella se estiro y agarró el brilloso punto, se sintió filoso sobre sus dedos. Una
gota de sangre se deslizó contra su piel, sorprendentemente roja en el blanco
resplandor de la habitación llena de hielo. Así es cómo lo atrapo, pensó,
deliberadamente se inclinó y limpió su dedo contra el piso congelado, dejando
un fino rastro rojo contra el blanco

—¿Vendrás conmigo? —le preguntó.

Karel parpadeó.
—Claro —dijo y se puso de pie. Extendió una mano hacia ella—. ¿Cómo llegué
a estar aquí?

Si él verdaderamente no recordaba, Galina no vio ninguna razón para


reprenderlo por su defección. No había sido su culpa, después de todo, sino de
los hechizos negros de la mujer, que Sasha la había llamado como la reina del
Hielo y la Oscuridad.

—Una mota en tu ojo —dijo de forma ligera—. Pero se ha ido ahora. ¿Estás
listo para ir a casa?

—Sí —dijo Karel enseguida. Después se detuvo, y miro hacia ella con los ojos
que una vez más le recordaron el verano y la calidez que ella casi había

53
olvidado—. Eso es, si solo puedo compartir ese hogar contigo. ¿Querrías, Galya?

No era la propuesta que ella había imaginado. Recordó su habitación mientras


se preparaba para su baile de presentación, había pensado que se pondría en una
rodilla y diría algo sumamente florido. Pero eso no importaba, nada importaba,
salvo la mirada en sus ojos

—Sí, Karel Ivanovich —respondió—. Me gustaría.

FiN
54
Yasmine Galenorn
Teal, princesa del reino del bosque, miró fijamente fuera de la ventana de su
dormitorio a la luz de la madrugada. Un estremecimiento de excitación recorrió
su pecho. Miró sobre el ancho bosque de robles y arces que se extendía por
kilómetros alrededor del castillo. Era una madera antigua, y llena de secretos y
leyendas y fantasmas, pero conocía cada centímetro del bosque, había recorrido
cada sendero, y sin embargo, la cañada siempre la llamaba de vuelta.

Hoy era su cumpleaños, era casi una mujer adulta, y esta vez el próximo año
la vería tomando su lugar junto a sus padres, aprendiendo a ser reina cuando
llegara el momento de ascender al trono. Dejaría de lado su niñez y haría frente
al manto de su deber. Era el camino, siempre era el camino.

Diecisiete años había pasado en este castillo, bajo los ojos vigilantes de sus

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padres. Diecisiete años había escuchado, aprendido y obedecido sus órdenes,
como una buena hija. Hoy, sin embargo, anhelaba correr en los bosques, sin
escolta, divertirse a través de los árboles y encontrar… encontrar… no lo sabía.

Lo que quería encontrar. ¿Una aventura, tal vez? Algo salvaje y libre, ¿salvaje?
Después de todo, uno cumplía diecisiete años solo una vez en su vida.

Teal se volvió hacia su tocador y cepilló su largo y flotante cabello. Dorado


como la luz del sol, dorado como el brillante collar que abrazaba su garganta, su
cabello se deslizaba por su espalda para besar su cintura. Un bello contraste con
su mar de ojos verdes. Su madre la había llamado Teal por el color de sus ojos.
Eran como la espuma del mar, dijo su madre, olas que llegaban a la cima que
nunca descansaban.

Teal se vistió rápidamente con una falda verde ondulada y una camisa ligera
de seda, luego envolvió un chal con hilos de plata alrededor de sus hombros. Hoy
iría a deambular. El castillo estaba en silencio, todavía dormido, y ansiaba sentir
el viento besando su rostro, el sabor del calor del verano en su lengua.

Teal nunca antes había estado más allá de las fronteras de su tierra. Sus padres
decían que cuando se convirtiera en reina, viajaría y conocería a jefes de estado
vecinos, y encontraría a un príncipe para gobernar a su lado. Pero había mucho
tiempo para eso, y no debía preocuparse por otros lugares y otros pueblos. Su
reino era seguro y pacífico, pero el peligro se escondía más allá de las fronteras,
y sus padres le advirtieron repetidamente que no se aventurase demasiado lejos.
Por lo general, ella aceptaba, como siempre, y se contentaba con caminar a
través de los bosques, recogiendo flores y ocasionalmente escuchando al rey y a
la reina dispensar su sabiduría y justicia a la corte, adornada con madreselva y
rosas.

Pero hoy… hoy quería más que un viaje de jardín, más que un
acompañamiento a una excursión en los campos para recoger flores. Pasó por los
silenciosos pasillos, consciente de las pesadas piedras grises que la rodeaban.
Ellos llevaban el peso del linaje de su familia, y cada paso que daba a través de
los pasillos se hacía eco para recordar su deber, su herencia, su vida.

Dos guardias vigilaban las gigantescas puertas que permitían entrar y salir de
las murallas del castillo. Se inclinaron mientras ella se demoraba en la puerta.

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—Señora, llamaremos a una escolta por usted —dijo uno, pero ella negó con
la cabeza suavemente.

—No, iré sin escolta hoy. —Les sonrió, tratando de calmar sus
preocupaciones—. Es mi cumpleaños. Este es mi deseo, mi voluntad. Sean
amable y no despierten a mis padres, que necesitan su sueño y solo estoy
buscando un soplo de aire fresco y un paseo a la luz del sol.

Los guardias se miraron. Su voluntad era ley y no había nada que ellos
pudieran hacer. Asintieron y retrocedieron, permitiéndole el libre paso.

—Ella es hermosa —susurró uno de los hombres detrás de ella.

—Así es, pero sigue siendo una niña. El rey y la reina no ven que es casi una
mujer. No la han preparado para toda la vida. Me pregunto cómo la permiten
caminar solo así —respondió el otro.

El primer guardia sacudió la cabeza.

—Nadie en la tierra haría daño a la princesa.

Mientras paseaba por el bosque, Teal pensó en lo que los guardias habían
dicho. A decir verdad, tenían razón. Nadie dentro del reino de los bosques
pensaba levantarle la mano. Ella era su premio, su joya querida que brillaba
brillantemente en los caminos oscuros de la cañada boscosa. Incluso el agricultor
más pobre se arrodillaba ante ella sin quejarse.
La princesa observó todos los caminos que se extendían ante ella. Había
explorado mucho a lo largo de cada uno y hoy parecía demasiado tranquilo,
demasiado familiar. Sorprendida, se dio cuenta de que conocía el reino así como
sus padres, sus largas caminatas le habían dado una gran perspectiva sobre las
fronteras de la tierra.

—Así que he estado aprendiendo algo —susurró—. Pero, ¿a dónde debo ir


hoy?

Un susurro en la hierba le atrapó la oreja. Allí, entre los árboles, había un


camino estrecho que no había visto antes. Se mordió su dedo por un momento.
¿Lo había simplemente pasado por alto, o había aparecido por arte de magia?

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Pero la magia era rara en el reino en estos días. El dragón había sido asesinado
por un caballero valiente que se casó con la tía de su abuela, y como la tierra se
hizo más pacífica, las brujas tenían menos inclinación a usar sus poderes para
cualquier cosa además de pedacitos de curación y entretenimiento de niños
pequeños.

Debió haberlo pasado por alto, decidió finalmente. A sus padres no les
gustaría que atravesara por sí misma un camino desconocido. Se preocuparían y
se preocuparían, pero entonces se le ocurrió que en otro año, sería mayor de edad.
Debía comenzar a tomar algunas de sus propias decisiones ahora, tanto como
valoraba la sabiduría de su madre y el corazón de su padre. La indecisión
guerreaba dentro de ella. Quería explorar, correr libremente como la hija de un
granjero. Conocía su deber, pero por un día, una hora, quería rechazarlo y tener
verdaderamente diecisiete años, libre y llena de diversión y no preocuparse por
los peligros que podrían estar en el camino.

Finalmente, incapaz de resistirse, se subió la falda a un lado y la anudó para


evitar que arrastrara por el suelo, y luego partió por el sendero estrecho. Había
estado caminando durante más de una hora cuando se dio cuenta de que los
árboles estaban adelgazando. La luz la hizo estremecerse, y sombreó sus ojos
mientras escogía cuidadosamente entre las zarzas y que se arrastraban fuera del
suelo.

El bosque pronto se abrió a una amplia llanura, arcillosa y estéril, con el suelo
tan compactado que se agrietaba y elevaba hacia arriba como pintura vieja en un
fresco. Teal parpadeó contra el resplandor del sol y una inquietante sensación se
deslizó sobre ella, como si estuviera mirando algo que tal vez no estaba destinada
a ver. Buscó en sus recuerdos por cualquier mención que sus padres pudieran
haber hecho de una tierra vecina así, pero nada vino a la mente. ¿Qué debería
hacer? ¿Irse a casa? Bostezó, cansada y acalorada, al darse cuenta de lo doloridos
que estaban sus pies.

—Tal vez debería descansar un poco antes de regresar —se dijo, de repente
deseando la comodidad de una voz. Miró a su alrededor, esperando ver un
arroyo en el que pudiera lavarse, o un árbol en el que pudiera sentarse.

Pero aquí no había agua, y los árboles se habían vuelto oscuros y retorcidos.
Con una sensación más incómoda por el momento, Teal cambió su peso de un
pie a otro. El calor de los residuos se filtró a través de sus zapatos y quemó las

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suelas delicadas de sus pies. Decidió regresar ahora, antes de que se sintiera más
incómoda. Se volvió, pero el camino había desaparecido bajo un enredo de
salvajes zarzas y espinosos arbustos.

—No es posible —susurró—. No puede haber desaparecido.

Teal paseaba por los bordes del bosque, pero no podía encontrar ningún
camino. Intentó vadear el camino a través de la maleza, pero el follaje era tan
espeso y espinoso que sus brazos y piernas pronto estuvieron tatuados con
arañazos largos y sangrantes. Finalmente, renunció y se volvió hacia la tierra
estéril.

El rey y la reina le habían prohibido expresamente cruzar las fronteras del


reino Woodland, pero no había nada más que pudiera hacer. Tal vez alguien a lo
largo del camino podría ayudarla a encontrar su camino a casa. Empezó a
caminar a través de la tierra estéril, estremeciéndose mientras el incesante sol
ardía contra su piel. Si solo hubiera traído algo de agua o de comida. Con su
garganta reseca, su estómago vacío, lloró mientras se obligaba a seguir adelante.
Lloró por miedo, lloró por ira y hambre y lloró porque hoy era su cumpleaños, y
los cumpleaños nunca debían ser sombríos o aterradores.

—¿Voy a morir? —La idea de la muerte pasó por su mente, y por primera vez
en su vida, la princesa Teal tuvo miedo. Nunca había cuestionado su propia
mortalidad.

Jugueteó con el pensamiento, haciendo una mueca al darse cuenta de que si


moría, significaría ninguna coronación, ni bailes ni juegos ni niños riéndose
llamándola mamá. Su mano revoloteó hasta su garganta. Nunca había visto a
nadie morir y no sabía qué esperar. Pero las princesas no morían en cuentos de
hadas, lo sabía muy bien. Seguramente alguien vendría a ayudarla. Pero hasta
entonces, se dio cuenta de que estaba perdida en medio de un desierto sin sombra
ni agua y nadie sabía dónde estaba.

—No hay nada para ello, tengo que sobrevivir hasta que algún príncipe, o mis
padres lleguen. —Teal estrechó los ojos, buscando en el horizonte cualquier signo
de vida, pero nada se movía en la árida y seca tierra que la rodeaba. Cansada
tanto por el calor como por el miedo, decidió buscar refugio detrás de una gran
roca a cincuenta metros de distancia. Ofreció sombra del sol abrasador, y se

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acostó detrás de ella, agradecido por el respiro. En cuestión de segundos, se
deslizó hasta la inconsciencia.

Karamak el Oscuro, rey de Wraithland, llevó a su banda de jinetes hacia las


ardientes llanuras que separaban la tierra de los muertos de la tierra de los vivos.
Él era majestuoso en forma, con una fuerte aura de plata envolviendo los huesos
de su cuerpo, y los receptáculos de los ojos brillaban con llamas opalinas. Una
corona de plata adornada con zafiros y ópalos se situaba encima de su cráneo, y
una capa púrpura larga fluía suavemente en el contorno de plata alrededor de
sus omoplatos.

Condujo a su grupo de jinetes sobre caballos esqueléticos que, durante la vida,


habían sido sus monturas fieles. Viajaron a través de las grandes llanuras como
lo hacían con frecuencia en la búsqueda de vagabundos que se habían alejado
demasiado de la tierra de los vivos. Algunos los enviarían a casa, no es peor para
el desgaste que un susto menor. Otros, en quienes la chispa de la vida no era más
que un leve resplandor, los llevarían de vuelta a Wraithland. El rey disfrutaba de
esta diversión, le daba satisfacción y ocupaba los interminables días que pasaban
en la tierra de la inmortalidad.

Ellos estaban fuera este día, montando, cuando uno de sus compañeros señaló
hacia una roca que se situaba contra el suelo del valle. Detrás de la roca había una
mujer joven. Era hermosa y radiante, y la vida florecía llena dentro de ella,
todavía, y su cabello brillaba como oro hilado. Karamak la miró, encantado.

—Es como una mañana de primavera —murmuró.

Hizo un gesto a sus jinetes y la tomaron suavemente y empezaron a dirigirse


hacia la tierra de los vivos.

—No —dijo el rey, el viento silbando por su boca para convertirse en el soplo
de su voz—. No —dijo de nuevo mientras sus jinetes lo miraban, esperando.

—Pero ella es joven y todavía llena de vida. Deberíamos devolverla a su tierra.


Sin duda sus padres estarán preocupados.

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Karamak dejó su montura y se acercó a ellos con su manto púrpura
revoloteando detrás. Miró hacia el rostro dormido de la mujer. La sangre corría
a través de sus venas, suavizando sus mejillas y llenándolas con un rubor rosado.
El aliento susurró entre sus labios rosados. Karamak en silencio extendió un
huesudo dedo blanco y acarició los mechones dorados que cubrían su rostro.

—Tráiganla —dijo en voz baja—. Llévenla al castillo.

—Pero está viva, su alteza —dijo uno de los jinetes.

—Lo sé —respondió Karamak—. Lo sé.

Cuando Teal despertó, se encontró en la cama en un pasillo oscuro. Estaba


desnuda bajo una manta que le irritaba la carne. Confundida, se sentó,
apoyándose en sus codos, y examinó la habitación que la rodeaba. El mobiliario
era duro, pesado y oscuro con la edad y las almohadas y la ropa de cama eran
viejas y hechas jirones, aunque habían sido exquisitamente bordados con hilos
de oro.

Teal se empujó fuera de la cama, estremeciéndose mientras sus pies golpeaban


el suelo. Los levantó de nuevo y examinó las plantas ampolladas. Sus zapatos y
ropa no estaban en ningún lado para ser visto.
Estaba a punto de anudar una de las sábanas alrededor de sus hombros como
una túnica cuando la puerta se abrió. Teal contuvo la respiración, expectante. ¿En
qué reino había tropezado involuntariamente? Y entonces, olvidó su desnudez
cuando el miedo se alzó en su garganta.

Un esqueleto, rodeado de luz azul pálido que tomaba la forma áspera de un


cuerpo, entró en la habitación, llevando una bandeja. En la bandeja había un
tazón de fruta, marchito y enfermizo. La criatura puso la fruta en la mesita de
noche y se volvió hacia la princesa.

—Te has despertado —dijo, y sus palabras eran como el pálido viento—. El
rey estará aliviado al saber que sobreviviste a tu desafortunado viaje.

61
Teal reprimió un grito. Ella era una princesa y eso, en sí mismo, significaba
que tenía que mostrar coraje. Enderezó sus hombros, y silenciosamente se cubrió
con la sábana alrededor como una capa. Una mirada a la fruta le dijo que nunca
la comería. Un gusano salió de la manzana y su estómago se tambaleó.

—¿Quién eres tú? ¿Dónde estoy? ¿Puedes ayudarme a encontrar mi camino a


casa?

La criatura parecía reacia a responder.

Lo intentó otra vez.

—Mis padres se preocuparán por mí. Soy la princesa Teal del reino Woodland.
—tembló, su piel ondulando con frío. El salón era tan frío como la llanura del
desierto había sido caliente—. ¿Dónde está mi ropa? Exijo mi ropa.

—Métase de nuevo en la cama. Sus cosas serán traídas pronto. Le diré al rey
que ha despertado y él contestará a sus preguntas. —Cuando la criatura habló,
Teal pudo oír el más leve indicio de desaprobación en su voz—. Coma si quiere.
—Entonces se volvió y salió de la habitación.

La princesa se quedó mirando la fruta marchita durante un momento, luego


miró alrededor de la habitación. Una ventana cerca de la cama se escondía detrás
de las contraventanas tan viejas que se habían roto, y en su toque, cayeron al
suelo lleno de polvo con un estrépito. Ella saltó hacia atrás, sosteniendo su
respiración, pero en el silencio que siguió se dio cuenta de que nadie lo había
oído. Miró hacia la llanura de abajo. El crepúsculo hizo difícil perforar las
sombras que rodeaban el castillo. Tiró la fruta por la ventana, no queriendo
parecer ingrata al dejarlas en el plato.

Había una jarra de agua en el armario y se la llevó a los labios, pero se detuvo
cuando el olor del vinagre se elevó para nublar sus sentidos. El líquido era negro,
salobre, y silenciosamente puso la jarra en su lugar sin tomar una sola gota.
Apenas se había arrastrado hasta la cama cuando la puerta se abrió.

El rey. Había esperado a un verdadero rey, un señor de carne y hueso y su


decepción se apoderó de ella como una lluvia fría. Un destello de huesos y luz de
plata.

¿En qué pesadilla se había tropezado?

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—¿Entonces eres princesa? —preguntó, entrando en la habitación—. Soy
Karamak, rey de esta tierra.

Teal miró una vez a los ojos opalinos por un momento, buscando cualquier
señal de humanidad, y luego ladeó la cabeza.

—Sí —susurró ella—. Soy la princesa Teal, del reino del Bosque. Estaba fuera
para dar un paseo y parece que me he perdido. Hoy es mi cumpleaños —añadió
con impotencia.

Karamak se acomodó en la cama a su lado. Se apartó, tirando de la manta hasta


su barbilla. Cuando habló, hubo un nuevo gruñido en su voz.

—Debes saber mejor que no debes salir a caminar desatendida.

—En mi reino, nadie me haría daño —replicó ella, sin gustarle su tono. Él
estaba demasiado cerca para su comodidad. Enderezó su espalda, invocando la
dignidad que podía—. Somos una gente pacífica. Nuestro último dragón fue
asesinado hace años y el valiente caballero se casó con la tía de mi abuela. No
tenía razón para temer caminar sola.

—Entonces la tuya es una tierra inusual. ¿No tienes asesinos? ¿No hay
renegados? —Él escupió la pregunta tan duramente que la princesa se retiró
contra la cabecera.

Ella lo miró a través de los ojos entrecerrados y dijo:

—De vez en cuando esas cosas suceden, pero es raro y por lo general los
extraños están involucrados. Mis padres tratan con los criminales rápida y
eficientemente, como lo haré yo cuando sea reina.

Karamak se levantó, elevándose sobre ella. La miró con una ferocidad que la
hizo temblar. Había visto la misma mirada, ese mismo destello de luz, en los ojos
de unos pocos hombres en el reino de los Bosques y siempre la hacía sentir
valorada, pesada y medido, y atada con un arco bonito. No podía dejar de notar
que la luz plateada de su aura quemaba ferozmente cerca de su pelvis.

Se inclinó sobre ella y, con un dedo de marfil articulado, señaló hacia ella.

—Princesa Teal del reino de los Bosques, eres una mujer encantadora. No
deberías cubrir tu vergüenza, sino mostrarte con orgullo.

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—Quiero mi ropa —gritó Teal, enojada ahora y sonrojándose. Quería dar una
bofetada a su mano huesuda, pero estaba demasiado asustada para hacerlo.

Karamak asintió mientras se dirigía hacia la puerta.

—Ordenaré que te la traigan inmediatamente.

Algo molesta, Teal reordenó las mantas y preguntó:

—¿Son toda tu gente como tú?

Hizo una pausa y su voz quedó perpleja cuando habló.

—¿Qué quieres decir?

—¿Todos ustedes… huesos sin carne?

—Oh —dijo—. Sí, vivimos en hueso y fuego en lugar de hueso y carne.

—¿Qué tierra es ésta? —gritó Teal, pero Karamak había desaparecido por la
puerta. En unos instantes, el sirviente que había traído la fruta regresó con la ropa
de Teal y ayudó con su vestido, pero no respondió a sus preguntas.

El segundo día, Karamak volvió a visitar a Teal. Hablaron de su madre y su


padre y su reino y cuánto amaba y echaba de menos la cañada arbolada. Ella
esperaba que pudiera ayudarla a encontrar su camino a casa, pero cada vez que
se acercaba al tema él alejaba sus temores.

—He enviado un mensaje a tu familia —dijo—. Saben que estás a salvo.


Teal no confiaba en el esquelético rey y odiaba el oscuro castillo con sus
sombras y oscuridad perpetua. Ninguna luz de la mañana aparecía por las
ventanas, solo nubes y niebla cubriendo la llanura a través de la cual apenas
podía ver. Su corazón dolía por el sonido de la voz de su madre. Una vez más,
tiró la fruta por la ventana, pero roía el pan rancio hasta que comenzó a ahogarse
y fue obligada a tragar el agua salobre, que puso su estómago en fuego. Después
de eso, decidió no comer o beber en absoluto.

Cuando la dejó el segundo día, preguntó:

—¿Hay algo que pueda darte?

—Un pasaje seguro a casa —fue todo lo que dijo.

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Karamak se volvió y salió de la habitación en silencio, cerrando la gran puerta
detrás de él.

El tercer día le dijo que la amaba.

—Quédate conmigo —suplicó—. Eres como el sol dorado, radiante y hermoso.


Puedo no tener carne en mis huesos, pero mi fuego puede tomar sustancia y
puedo amarte como un hombre ama a una mujer.

Teal lo miró, horrorizado.

—¿Amor? ¿Qué sabrás del amor? Como te atreves a encarcelarme. Mi familia


destruirá tu reino para recuperarme.

—Pero el tuyo es un pueblo pacífico. ¿Tienes un ejército listo para montar? Ni


siquiera sabes dónde estás. —El aterrador rey se rió.

Teal se echó a llorar, sus sueños de fuga se fueron reduciendo a medida que
pasaba cada momento.

—Dijiste que se lo dijiste. Sabía que no debía confiar en ti. —Ella sospechó que
la engañaba, y ahora sabía que tenía razón. Cuando él la alcanzó, ella gritó y se
agitó contra su abrazo de marfil—. ¡Déjame ir! ¡No me toques! —Una oleada de
odio y miedo se apoderó de ella, la primera vez que Teal había odiado a alguien.
El sentimiento la hizo tambalearse con fuerza.

El rey la atrajo hacia él, el fuego plateado se arremolinó como un vórtice. Trató
de besarla, presionar su boca contra la suya, pero ella luchó contra él, chillando,
cortándose con los bordes afilados de sus huesos. Era más fuerte que ella, pero
entonces, un vistazo a su rostro ensangrentada lo detuvo. El fuego se extinguió
hasta parpadear.

Teal logró alejarse de él y retrocedió mientras buscaba un arma.

Karamak la alcanzó, luego se detuvo.

—Teal, por favor, no tengas miedo de mí.

El aliento de su voz tembló.

Ella miró su rostro de marfil y supo que él quería consolarla.

—Permíteme ir a casa. Ese será el único consuelo que me puedes dar, fantasma

65
de huesos y fuego.

Él se detuvo, luego se volvió silenciosamente y salió de la habitación. Unos


minutos más tarde, dos criados entraron y aunque Teal protestó débilmente, la
despojaron de sus vestidos y la vistieron con un vestido que alguna vez había
sido dorado, pero que ahora se había desvanecido y estaba raído. Después de que
se fueron, Teal trató de abrir la puerta, luego se arrastró a la cama y lloró hasta
quedarse dormida. Las pesadillas infernales plagaron sus sueños.

—¿Se puede hacer? —preguntó Karamak.

Rennard se encogió de hombros y los huesos de sus hombros se enredaron


mientras se levantaban.

—Puedo darte esa ilusión, pero ¿hará algún bien? La has aterrorizado. ¿Qué
te hace pensar que alguna vez confiará en ti?

Karamak golpeó la mesa. El polvo voló en el aire donde su puño aterrizó. El


castillo estaba lleno, pero el rey y su compañía nunca parecían darse cuenta. Eso
hacía ninguna diferencia en Wraithland, donde la sombra gobernaba.

—Tengo que probarlo. Debo intentarlo. —Se desabrochó la pesada capa y la


dejó a un lado. Estaba a punto de quitarse la corona cuando Rennard lo detuvo.
—El rey nunca debe estar sin su corona —dijo el mago suavemente. Karamak
asintió—. Tengo que hablar ahora. Esto es una locura. No puedes esperar que
esto funcione, su majestad. Te advierto —continuó Rennard—, ella es de carne y
hueso. ¿Cuánto tiempo crees que puede durar aquí? Nuestra tierra es para los
muertos, no para los vivos.

—Nosotros la alimentamos, tiene aire para respirar. Vivirá mientras yo quiera


que ella viva —dijo Karamak.

—Has visto el fruto debajo de la ventana de la muchacha cada mañana. Ella


los desecha.

—¿Me darás la ilusión o debo encontrar a otro mago para ayudarme?

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Rennard se encogió de hombros. Si no era él, otro le proporcionaría al rey lo
que quería.

—Muy bien —dijo—. Pero no creo que sirva para nada.

La princesa miró por la ventana hacia la tierra en sombras. Todavía no sabía


dónde estaba, pero estaba empezando a entretenerse con el pensamiento de subir
por la ventana, e intentar escalar la pared del castillo hasta la tierra de abajo. A
partir de ahí, podría ser capaz de salir de esta tierra fuera la que fuera.

Los cortes en su rostro habían cicatrizado, y tenía magulladuras donde él había


agarrado su muñeca demasiado fuerte, pero el miedo había llegado a su hueso
profundo. Cada vez que le miraba a los ojos, podía ver el cráneo de marfil de
Karamak cayendo sobre su rostro, sus cuencas de ojos ardían de lujuria pálida.
Se estremeció, intentando limpiarse la sensación de que los insectos corrían sobre
su cuerpo. Mientras se rascaba los brazos, notó que el vestido que él le había dado
estaba suelto y lo arregló con uno de los cordones que ataban las cortinas. Estaba
perdiendo peso por no comer.

Cuando la cerradura sonó, Teal retrocedió lejos de la ventana, no queriendo


alejarse. Se colocó junto a la mesa, manteniéndola entre ella y la puerta. Para su
sorpresa y alivio, un joven entró.
Era de carne y hueso, como ella, con el cabello largo y rojo y la barba llena.
Vistiendo una túnica descolorida que había sido de color púrpura real y
pantalones, podría haber sido guapo, pero luego notó que la corona de plata de
Karamak estaba encima de su cabeza y su corazón se hundió.

—¿Qué nuevo horror es este que me visita? ¿Llevas la corona de Karamak y


sin embargo eres mortal?

El rey cruzó la habitación en silencio. Se paró a lo largo del brazo y dijo:

—No puedes amarme como soy. Pensé, si era como tú… si fuera mortal,
podrías aceptarme y aceptar mi amor. —Extendió la mano hacia ella y la atrajo
hacia sus brazos.

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Teal luchó contra su abrazo helado.

—Tu toque sigue siendo el toque de la muerte, y apestas a todo lo que está
desvanecido y viejo y largo, largamente muerto. ¿Me encarcelas contra mi
voluntad y esperas que te ame? —Su estómago se retorció cuando sus manos se
deslizaron sobre su cuerpo.

Karamak se sentía avergonzado, pero aun así forzó su boca contra la suya y la
besó profundamente, su lengua coriácea y seca contra la suya húmeda. Ella
golpeó contra su pecho y finalmente la dejó ir. Cuando se fue, él la advirtió:

—Me dejaste una pequeña elección.

—Déjame ir a casa —dijo ella.

—¿No me querrás, ni siquiera en esta forma?

—Eres repulsivo en cualquier forma —dijo ella, lanzándole la jarra. Esta chocó
contra el suelo, rompiéndose en mil fragmentos mientras el agua salobre e
repartía por las tablas—. ¡Mientras viva, te odiaré!

Cerró la puerta cuando salió.

Rennard estaba esperando al rey. Karamak lo miró y sacudió la cabeza.


—Quita la ilusión.

—¿Entonces la dejarás ir a casa? —preguntó Rennard—. Su majestad, tenga


piedad de la niña.

—No tiene ninguna compasión por mí. —Karamak se acomodó en sus huesos,
la ilusión desapareció con apenas un débil indicio de pesar. Había pasado tanto
tiempo desde que había sido mortal que ya no lo echaba de menos—. No sé qué
hacer.

—Tienes que hacer algo, alteza. Ella está desapareciendo. Rechaza la comida
que le das cada mañana. Morirá de sed pronto porque solo bebe el agua.

Karamak miró fijamente al mago.

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—Ella dijo que nunca me amará mientras viva. Y, ¿cómo puede? Soy el rey de
Wraithland y ella es mortal. Estamos en mundos separados.

—Su alteza, le ruego que detenga esta locura. Su obsesión nubla su juicio. —
Pero sus palabras se perdieron en el rey. Mientras Karamak lo despachaba con la
mano, añadió—: Se lo advierto, estará muy decepcionado.

Pero Karamak no estaba escuchando.

El frío era casi más de lo que Teal podía soportar. La humedad se había metido
en sus pulmones y tosía ahora, un estremecimiento doloroso que arruinaba su
cuerpo. Cuando Karamak entró en su habitación la quinta mañana, se giró en
silencio. Ella casi había decidido probar su suerte en descender la pared del
castillo pero entonces miró fijamente en la neblina gris y una oleada de
impotencia la envolvió y se dio cuenta por fin de lo lejos que estaba su casa. Había
subido a la cornisa, estuvo de acuerdo en saltar, pero en el último minuto no
pudo hacerlo, así que se sujetó al cristal y volvió a colocarse en la mesa de escribir.

La habitación no tenía nada que le interesara, ni libros, ni juegos. Si hubiera


habido cualquier papel en el escritorio, hace mucho tiempo habría desaparecido
en polvo. Así que Teal se sentó a solas con sus pensamientos y cuando Karamak
entró, lo miró en silencio, esperando su próxima tortura.
Karamak cruzó suavemente la habitación.

—Estás en Wraithland, ¿sabes?

Teal lo miró, aceptando silenciosamente la frase. Ella supo entonces que estaba
condenada.

—La tierra de los muertos —susurró—. ¿Ya estoy muerta?

—No —contestó Karamak—. Aún no. Podría enviarte a casa otra vez. Tienes
la chispa dentro de ti que todavía habla de vida. Pero qué brillante eres en mi
reino de sombras. Qué hermosa y radiante, como el sol, traes luz a mi mundo.

Pasó el dedo por el plato vacío de fruta.

69
—Cada día el plato se vacía y sin embargo adelgazas. ¿Por qué no comes?

—El fruto está lleno de gusanos y el pan está rancio. El agua es salobre, llena
de salmuera —dijo.

—Ah, eso lo explica. No notamos cosas así aquí. No tenemos necesidad de


comida.

—¿Vas a dejarme ir a casa? —preguntó Teal, con una última chispa de


esperanza levantándose. Quería caer de rodillas, pero su cuerpo estaba
demasiado débil y cansado. De todos modos era una princesa, nacida y criada
para nunca mendigar.

Karamak se inclinó sobre el escritorio.

—Pensé que podría, pero ahora veo lo brillante que sigues siendo, lo hermosa
y llena de brillo y sé que no puedo. Te amo, princesa Teal del reino del Bosque.
Te amo y no dejaré que me dejes.

—No te quiero… No te quiero —dijo.

—No con el abismo que hay entre nosotros. Fui un tonto al pensar que mi
ilusión podía capturar tu corazón. Todavía era una ilusión. Pero, hay una manera.
Si somos iguales, entonces no tendrás ninguna razón para pelear conmigo.

Extendió la mano y tomó su barbilla en sus manos. Teal supo entonces que iba
a matarla. Ella enderezó sus hombros y cerró los ojos, tratando de no gritar
mientras le rompía el cuello. Mientras caía en la silla, Karamak esperó, viendo la
energía de su tierra trabajar en su cuerpo.

En cuestión de minutos, los huesos estaban claros y relucientes, y un brillante


fuego verde marino rodeaba a la princesa mientras ella se levantaba, alejando las
cortinas que habían sido su vestido.

Teal miró sus huesos desnudos y la fina línea de espuma de mar que los
rodeaba. Miró hacia Karamak y ahora no se veía tan aterrador. No tenía más
esperanza, no había más razones para huir. Lo miró fijamente sin pestañear.

—Has ganado la batalla, rey de los Muertos. Tú me posees. ¿Seré tu oscura


reina, ahora? —El viento que era su aliento y su voz silbaba como una calurosa

70
brisa de verano soplando a través de las cañas.

Karamak la miró con horror. La belleza brillante, la piel pálida y brillantes ojos,
la chispa de la vida que había prometido gozo y deseo a su alma, todo se había
ido y en su lugar, era simplemente otro espectro de sombra, fuego y muerte.

—No —susurró, retrocediendo—. No. ¿Dónde está mi luz del sol? Dónde está
mi princesa radiante. ¿Qué he hecho? —gritó—. ¡Tu voluntad y tu pasión!
¿Dónde se han ido?

Teal rió entonces, amargamente, porque vio su repulsión y comprendió de


repente. Él cayó de rodillas mientras ella se volvía. Con sus huesos haciendo clic
suavemente, con su fuego crujiendo en silencio, pasó por delante del afligido rey,
deteniéndose para levantar la corona de su cráneo y lo puso encima de su propia
cabeza. Entonces, sin una sola mirada atrás, la reina Oscura entró en el reino
sombreado que era su nuevo hogar.

FiN
71
C. Gockel
La madrastra malvada está a punto de encontrar a su igual...

Capítulo 1
—¿Estás sentada? —preguntaba la voz en el otro extremo del teléfono.

Sintiéndose enfriar, Marcia aparta una silla de la mesa, y lentamente se reclina


en ella. Marcia exhala.

—Ahora lo estoy —susurra. ¿Por qué, oh, por qué, había tomado el teléfono?

72
Porque esperaba que fuera Cindy...

—Es inoperable, lo siento. Si necesitas…

—¡Mamá! —llama Joshua desde el baño—. Mamá, Alicia va arreglarte el


cabello.

—Tengo que irme —dice Marcia.

Toma una respiración profunda y huele el olor de la basura, la basura que


Cindy tenía que sacar.

—Madame…

—He trabajado en un departamento de oncología durante los últimos diez


años, sé lo que esto significa —dice Marcia rápidamente. ¿Por qué tuve que
contestar el teléfono?

—¡Mamá! —llama Joshua de nuevo.

Marcia cuelga, y camina la corta distancia a través del apartamento hasta el


baño principal. Alicia y Joshua se dirigen hacia ella mientras entra. Tal vez sea la
iluminación perfecta de la vanidad, que hace que su piel sea excepcionalmente
dorada y que sus ojos oscuros brillen, o tal vez son las noticias aplastantes de
alma proyectando el momento en agudo contraste —la salud de ellos junto a su
enfermedad— pero ellos se ven especialmente hermosa y apuesto. Alicia lleva un
vestido de seda verde con un asombroso cinturón de oro y perlas. Joshua ha
teñido sus raíces púrpuras y las puntas rosadas. Él está usando un traje gris con
gemelos de triángulo rosa, una camisa azul y un gris más claro, ¿cómo lo llamó?
Un lazo estárter. ¿Algo que es popular en el reino de Vanaheim, o es
Svartálfaheim, tierra de los enanos? Sus hijos son tan perfectos, y Marcia se ríe a
pesar de todo, o quizás por todo. Siente las lágrimas llenar sus ojos y desbordarse.

—Mamá, ¿qué pasa? —pregunta Alicia, un cepillo en su mano. Su cabello


negro y grueso está levantado y sostenido con alfileres de perlas. Sus oscuros ojos
son amplios y preocupados.

—Es el traje —dice Joshua—, no debería haber usado el traje de papá, pero está
de nuevo de moda, mamá, y tú dijiste...

Ella sacude la cabeza y lo abraza.

73
—No, no, William habría querido que lo usarás. —El traje que Joshua había
usado hacía unos meses ya no encajaba, ya que sus hombros parecieron crecer
siete centímetros más durante la noche. Cuando la invitación sorpresa había
llegado, él había girado hacia la ropa vieja de su padre —de su padrastro— en
desesperación. Después de algunos ajustes, el traje encaja sorprendentemente
bien, y oculta el hecho de que Joshua no tiene mucho colgando en esos amplios
hombros.

Girando a Alicia, Marcia dice:

—Y tú te ves hermosa. —Siente lágrimas calientes en sus mejillas de nuevo. Su


hija está encorvada; siempre se encorva. Marcia no está segura si eso se debe al
peso del mundo en Alicia, su hija mayor y responsable, o si Alicia sólo se siente
eclipsada por sus hermanos. Cindy es más convencionalmente hermosa, y Joshua
es tan fuerte. Tal vez sea ambos. Marcia traga. El corte de la prenda de Alicia es
justo para sus anchos hombros y brazos entonados por la natación. Y el verde es
hermoso contra su piel dorada. Marcia le dice a su hijo—: Hiciste un trabajo tan
maravilloso en el vestido.

Joshua se ruboriza de su cuello hasta su frente.

—Te dije que aquellas cortinas valían la pena guardarse.

—Mamá, todavía estás llorando —dice Alicia.

—Sólo estoy emocional —dice Marcia, enjugándose los ojos y silenciosamente


dispuesta, no preguntes, no preguntes.
Alicia frunce el ceño, pero señala un taburete frente al espejo y dice:

—Siéntate.

Marcia toma asiento y Alicia comienza a cepillarle el cabello hacia atrás. El


vestido que Marcia lleva es algo que sacó del armario de tiempos mejores. Joshua
había declarado que el vestido largo negro "no coincide con el verde de Alicia,
pero al menos es tan viejo que es nuevo de nuevo". Marcia mira con ceño fruncido
las líneas en las comisuras de su boca, alrededor de sus ojos y en su frente. Parece
tan vieja como se siente. Levanta la vista a sus hijos. Joshua tiene apenas quince
años, Alicia tiene sólo diecisiete años. Son demasiado jóvenes para perder a su
madre tan pronto después de perder a William. Cierra los ojos. Oh, pero habían
perdido más que eso. El primer marido de Marcia había muerto cuando tenían

74
cinco y tres años. William había sido como un verdadero padre para ellos... para
perder dos padres, y ahora una madre.

—Esa franja gris a través de tu cabello negro te hace parecer Cruella Deville.
—Joshua cacarea—. Se ajusta a tu malvada reputación de madrastra.

Los ojos de Marcia se abren como resortes.

—Joshua —sisea Alicia, tirando de los rizos de Marcia contra su cabeza.

Él gira rápidamente la muñeca.

—Ella sabe que sólo estoy bromeando.

El teléfono de Marcia suena. Joshua mira hacia el mostrador donde lo había


puesto. Frunce el ceño.

—Llamada del diablo...

—Cindy no es el diablo —dice Marcia. Ella está…

—Pasando por un momento difícil —dicen sus hijos al unísono.

—Contesta —dice Marcia, secándose los ojos.

Suspirando, Joshua lo toma y sale del baño.

Arreglando el cabello de Marcia en un moño en la nuca, Alicia pregunta:

—¿Tu estómago se siente mejor, mamá?


—Sí —miente. Sonríe y más lágrimas caen de sus ojos. ¿Qué va a hacer? ¿Puede
hacerlo sólo tres años más, para ver a todos sus hijos llegar a la mayoría de edad?
¿Quién cuidará de ellos si no lo hace?

Joshua regresa pisoteando al baño, rodando los ojos.

—La cita de Cindy prueba-diseño vestido-cabello con su hada madrina está


con retraso y va a tomar el carro de su madrinita al baile.

—Por lo menos todavía estamos invitados —dice Alicia.

Joshua se ríe.

—¡Todavía tenemos que avergonzar a nuestros asquerosamente ricos

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parientes snob! —Choca el puño a Alicia—. ¡Fea hermanastra activar poderes!

Los ojos de Marcia se abren de par en par, y no por la declaración de su hijo


de sí mismo como una “hermana”.

—¡No son las hermanastras feas!

Alicia resopla:

—Por supuesto que no, mamá. Los cuentos de hadas no son reales.

—Mamá —dice Joshua—, estás perdiendo peso de nuevo. —Él agarra el


vestido mientras caminan por el gran vestíbulo de los suegros de Marcia, o
antiguos parientes políticos, o como quieras llamar a la familia de una viuda
cuando los miembros de control de dicha familia nunca le gustaron—. Debería
haberlo ajustado.

—Está bien —dice Marcia. Normalmente empujaría su mano, pero estaba


demasiado cansada. Se dice a sí misma no pensar en lo que significa ese
agotamiento mientras caminan hacia la sala de recepción principal y el zumbido
de la conversación.
—Sé que probablemente sólo estamos aquí porque algún planificador de
eventos cometió un error en una invitación que probablemente sólo se suponía
que era para Cindy —susurra Alicia.

Marcia afloja la mandíbula. Realmente había pensado exactamente eso... pero


sus hijos la habían rogado que aceptara la invitación. Había pensado que ellos
pensaron que la oferta había sido genuina.

—¡Pero todavía estoy muy emocionada! —dice Alicia con entusiasmo—.


Probablemente nos llevarán a una esquina como la última vez que estuvimos
aquí, pero aun así…

— Seremos las únicas personas en la escuela que han visto a Elfos de la Noche

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de cerca —dice Joshua, su voz borboteando de emoción.

Marcia se frota las sienes, en parte por el recuerdo de la última vez, en parte
porque tiene ganas de llorar de nuevo y quiere ocultar sus ojos. Tiene que darles
esto. Una última noche de emoción, esperanza y magia. No todo el mundo conoce
a los elfos, incluso desde la apertura de los reinos. Tienden a permanecer en
Alfheim. Pero los Elfos de la Noche, un reino menor aliado con los Elfos de la
Luz, están interesados en comerciar minerales... por qué, no está segura.
Agarrando su rostro, frota sus sienes. Sus bien conectados, ricos suegros hicieron
su fortuna en el futuro de mercancías; por supuesto habrían maniobrado para
que los Elfos de la Noche vinieran de visita.

Ellos entran en la sala de recepción, el remolino de voces y los cuerpos


apretados. Su extravagante hijo susurra dramáticamente:

—Oh, Dios mío. Creo que me he quedado embarazado.

Alicia jadea.

—Ellos son... ellos son...

Marcia baja la mano de su rostro. Mira a su alrededor. Hay hombres y mujeres


elfos entremezclados entre la multitud. Tienen orejas puntiagudas y rostros
demasiado perfectos. Son altos, elegantes, vestidos con brocados de seda que son
elegantes y extraños y...

—Son hermosos —susurra Alicia.


—Vampiros —susurra Marcia al mismo tiempo. Puede ver colmillos
asomando entre sus labios mientras hablan, dejan caer entremeses en sus bocas,
y tomar sorbos de su vino.

—Hermoso —susurra Alicia.

Joshua ríe y susurra:

—Sabemos que nuestra familia política son todos chupasangre. No te


preocupes, mamá, tendremos cuidado.

Alicia suspira y aprieta el brazo de Marcia.

—¿Cómo pudo papá ser tan amable cuando su familia es tan mala?

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No todos habían sido malvados. Los padres de William habían sido
encantadores... pero cuando su suegra fue internada en un asilo de ancianos, y
su suegro falleció, la fortuna había caído en manos de la madrina de Cindy.
Marcia no recuerda a los niños esto. Está demasiado petrificada. ¿Está
alucinando? Se vuelve lentamente en su sitio, temiendo lo que podría encontrar,
que se está volviendo loca o que sus alucinaciones son reales. Se encuentra
mirando a un hombre de pie tan cerca que podría estirarse y tocarla. Es uno de
ellos, alto, de piel verde oliva y cabello oscuro rizado en rizos alrededor de sus
puntiagudas orejas. Sus ojos son de color marrón claro salpicados de amarillo, y
sus pómulos son muy afilados. Sus labios están ligeramente separados, como si
estuviera sorprendido, y sus colmillos brillaban en la luz. Él debe haberla oído.
Tragando, da un paso atrás y parpadea.

Y los colmillos han desaparecido...

Está alucinando. La noticia de su enfermedad le ha puesto impresionable.


Tiene que tranquilizarse, solo esta noche. Una noche más.

—¡Yu-hu! —grita una mujer mayor detrás de Márcia.

Alicia refunfuña.

—Y aquí viene Cenicienta y su hada madrinita.

—Deja de llamarla así —dice Marcia, golpeando débilmente su pie.

Alicia y Joshua ya se han dado la vuelta.


—Oh, Dios mío —susurra Joshua—. Esos son vestidos de Vera Wang hechos
con seda élfica. Mi corazón acaba de romperse. Me siento tan mal. Creo que perdí
mi insta-bebé.

—Ella se ve hermosa. —Suspira Alicia con resignación. Y no hay duda de que


Cindy es hermosa. Junto con su cabello rubio, tiene enormes ojos azules, una
nariz delicada y una boca en forma de arco. Y Cindy sabe que es hermosa. A
menudo se queja de que, si fuera "sólo un poco más alta", podría ser una modelo.

—Ustedes dos también se ven hermosos —protesta Marcia. Intenta girar, pero
siente un dolor agudo en el costado. Toma aliento.

—Está bien, mamá —dice Joshua—. No somos el tipo de chicas que son

78
arrastradas por el príncipe Encantado. Hemos aceptado nuestro destino... pero
podemos disfrutar del paseo.

Poniendo una mano a su costado, Marcia logra girar, y ahí está Cindy con su
tía y madrina, Deidre. Cindy lleva un vestido azul cielo que brilla con magia
sobrenatural. Tiene una cola blanca diáfana que revolotea como una nube. Por
encima del escote corazón su piel pálida y cabello dorado son como el sol. Deidre
lleva un vestido negro que parece tener estrellas tejidas en la tela. Por encima del
negro, su cabello plateado es como la luna. Incluso junto a los elfos, las dos
parecen celestiales. Marcia se muerde el labio. ¡En qué mundo sus hijos están
madurando!; uno donde la magia es real. Sus posibilidades parecen infinitas.

Al ver el trío de Marcia, Cindy y Deidre caminan hacia ellos. No están a dos
metros de distancia, cuando, mirando el vestido de Alicia, Cindy exclama:

—¡Estás usando nuestras viejas cortinas! —Su voz es tan alta que se eleva por
encima del suave murmullo de la multitud. Marcia siente todos los ojos puestos
en Alicia. Los hombros de su hija se hunden más. Marcia cierra los ojos y se
recuerda que hay una oportunidad de cincuenta cincuenta que Cindy no quiso
ser hiriente.

—Ese traje y ese vestido parecen familiares —dice Deidre. Marcia abre los ojos
para ver a Deidre mirándola de arriba abajo con una clara expresión de desdén
en su rostro.

—La verdadera clase nunca pasa de moda —dice Marcia con los dientes
apretados.
—Ardeeeeee... —susurra Joshua, pero Marcia nota que sus ojos están un poco
húmedos después del comentario de la cortina.

Deidre resopla.

—Si tú lo dices. —Guiando a Cindy en sentido opuesto, Deidre dijo—: Cindy,


déjame presentarte al príncipe.

Los tres los ven marcharse, y Alicia traga.

—Tienes razón, mamá, realmente son vampiros.

Marcia oye una tos. Sus ojos se deslizan hacia un lado, y ve al hombre que
había visto antes. Su mirada se encuentra con la suya, y por un instante tiene

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visión de rayos X. Puede ver sus colmillos detrás de sus labios. Jadea y parpadea.
Y luego él se ha ido.

Marcia se sienta justo fuera del área de recepción principal, ahora llena de
gente bailando. Está en un pasillo abierto a la veranda trasera, detrás de una
planta en maceta, en una silla que los camareros muy agradables han traído para
ella. Mira su reloj. Son solo las 11:50, pero quiere ir a casa. Mira más allá de la
planta y ve a Joshua y Alicia bailando el foxtrot. Parece que están teniendo un
gran tiempo, y ella no quiere hacer que se vayan. Lo están haciendo bastante bien
en la pist a—William había insistido en que aprendieran el baile de salón— pero
ellos consiguen una gran distancia de todos los invitados. Supone que los Elfos
Nocturnos son tan hábil como los habituales asistentes de Deirdre en sentir a la
chusma. Siente la bilis aumentando en su estómago. La magia no parece ser una
posibilidad para sus hijos, sino un mundo de privilegios al que no pertenecen.
Cierra los ojos... no, lo había hecho sin dinero ni magia antes. Había nacido pobre,
se había metido en la clase media con su primer marido, el padre de Alicia y
Joshua, y logró aferrarse a eso después de su muerte. Y luego había conocido a
su segundo marido, William, el padre de Cindy, en un grupo de duelo y de
alguna manera terminó muy rica...
... y entonces los reinos se habían abierto y un dios noruego demente había
destruido varias manzanas de Chicago. William, su negocio y su casa habían sido
literalmente aplastados en un instante. Había perdido a su marido; los niños
habían perdido a su padre. El dinero habría sido un consuelo frío en ese
momento; Aun así, habría permitido que Marcia se tomara un tiempo libre para
ayudar a sus hijos a recuperarse de su pena. Desafortunadamente, las pólizas de
seguro tenían exenciones para los “actos de dios”. Apenas consigue estabilizarse
ahora, con una hipoteca por pagar una casa destruida, su renta y cuatro bocas
para alimentarse. Pero las cosas van a mejorar. Aprieta los ojos cerrados. No, no
lo harán, porque no estará viva...

Marcia muerde su labio. Después de todo lo que la “magia” había hecho por

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ella, ¿por qué ha traído a sus hijos aquí? Los reunirá y los llevará a casa. Mira más
allá de Joshua y Alicia por Cindy. Acompañada de Deidre, Cindy ha sido adulada
por el príncipe vampiro toda la noche. Marcia sacude la cabeza. No es un príncipe
vampiro —es un Elfo de la Noche. Marcia parpadea fuera del área de recepción.
Ve a Deidre, pero ¿dónde está Cindy?

Desde la terraza, oye una salpicadura de agua, y una risa que es familiar.
Marcia se pone fría. El dolor en su costado está repentinamente gritando, pero se
levanta rápidamente de su silla, y se mueve tan rápido como puede salir por la
puerta, y en la cálida noche.

Bajo un largo tramo de escalones, ve a Cindy, sentada en el borde de una


fuente, con el cabello oscuro del príncipe una sombra contra su cuello. Podría ser
el dolor en su lado, o las alucinaciones anteriores, pero Marcia corre a la parte
superior de la escalera, y grita:

—¡No le hagas daño!

El príncipe levanta la cabeza. Cindy se vuelve hacia Marcia y su mandíbula


cae.

Detrás de Marcia, una voz masculina dice:

—La has oído, Rayne.

Una mueca se forma en su hermoso rostro, el príncipe entorna los ojos a su


interlocutor masculino detrás de Marcia.
—Tiene sólo dieciséis años —susurra Marcia, como si eso pudiera hacer una
diferencia.

Los ojos del príncipe se abren de par en par y se levanta a toda prisa. Sin mirar
hacia atrás a Cindy, salta del muro de la fuente, sube las escaleras y se inclina
hacia Marcia.

—Madame, le pido disculpas, no tenía ni idea. —Al hablante masculino le dice


unas palabras en un extraño lenguaje musical, luego pone su mano sobre su boca
y, volviéndose visiblemente verde, huye. Marcia tiene una clara impresión de que
podría vomitar.

—¡Estropeas todo! —sisea Cindy, subiendo las escaleras—. ¡Te odio!

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Y luego corre por el pasillo. Marcia quiere ir tras ella, pero de repente se marea
con el dolor y sus propias náuseas.

El hombre al que el príncipe se había dirigido suspira.

—Adolescentes.

Aferrándose a su costado, Marcia levanta los ojos. Es el mismo hombre-


vampiro-Elfo-de la-Noche que había visto antes. Se ve de veintiocho años. Tal
vez. Esta vez no ve colmillos. Obviamente, había estado alucinando.

—Los años en que mis hijos eran adolescentes... —Él sacude la cabeza y cruza
los brazos, observando a Cindy.

Las palabras parecen fuera de lugar en su rostro juvenil, pero Marcia ha oído
rumores de que los elfos son inmortales.

Resopla, y dice lo que dice siempre en estos momentos.

—Ellos tienen cuatro veces las hormonas de un adulto. Eso los hace
prácticamente locos. —Se encoge de hombros y recupera el aliento.

—Esa es una interpretación muy generosa de su situación. —Él sonríe


irónicamente y dice—: Fue el peor siglo de mi vida.

Marcia parpadea, pensando en todas las peleas que había tenido este año con
Joshua y Cindy, y todas las veces que Alicia había ido a su habitación, su rostro
bañado en lágrimas, no queriendo hablar de ello.
—Nunca he considerado las ventajas de una vida corta —dice Marcia.

Las esquinas de los labios del hombre se levantan. Inclinándose ligeramente,


tiende una mano, la palma hacia arriba.

—Madame, pareces necesitar ayuda.

Marcia da un paso atrás, su mano temblando hasta su garganta. Los ojos de él


siguen sus dedos, su mirada intencionada, y ella jadea. Ve los colmillos, otra vez.
Congelada en su lugar, mira hacia abajo la mano del vampiro, y ve... un final, y
paz. Y de repente, eso es lo que quiere tanto. Su lucha no es sólo con sus
adolescentes emocionales. Se trata de su escuela, con los maestros que no están
ayudando a Joshua a lidiar con los matones, y con Deirdre, que llena la mente de

82
Cindy con cuentos de lo desprovisto de la niña, pero sólo quiere a Cindy cuando
es conveniente para ella. Y son las responsabilidades de Marcia con su familia
extensa, su continua batalla con las agencias de seguros, y el espectro de su
enfermedad cerniéndose como una sombra oscura.

Quiere tomar su mano, pero en lugar de eso retrocede.

—Tengo que estar con mis hijos —dice. Por todo el tiempo que pueda. Todavía
se siente enferma, su costado todavía duele, pero se va corriendo de la terraza.

En el coche no quince minutos más tarde, Cindy grita:

—¡Perdí mi zapato!
Capítulo 2
A la mañana siguiente, Marcia se despierta en el sofá con el hedor de la basura.
Su teléfono celular está sonando. Al ver el número de su hermano, contesta.

—Marcia —dice Fernando sin preámbulo—, el centro de vivienda asistida está


diciendo que has solicitado que me den poder judicial duradero para madre y
padre.

—Sí —dice Marcia—. Necesito que hagas eso, Fernando, estoy…

83
—Mi empresa va a cotizar en bolsa —dice Fernando—. Estoy trabajando
ochenta horas a la semana ahora mismo.

—¿Qué hay de Sarah? —dice Marcia, refiriéndose a la esposa de Fernando—.


Ella se queda en casa; tienes una niñera y…

—No podemos tener a Sarah tomando decisiones médicas para nuestros


padres —dice Fernando.

—Me gusta Sarah —dice Marcia—. Ella...

—Está demasiado ocupado con nuestros gemelos —dice Fernando.

Marcia aprieta los ojos cerrados.

—Pero tengo...

Hay un sonido metálico ligero en el otro extremo de la línea y Fernando dice:

—Son mis inversionistas, tengo que irme. —Y se fue.

Marcia pone la cabeza entre las manos. Han pasado años desde que perdió a
William, y pensó que estaba acostumbrada. Amaba a William. Puede que no
siempre hayan sido perfectos juntos, pero siempre estuvieron en el equipo del
otro. Ahora está jugando en solitario, y el peso de su ausencia de repente es tan
pesado que siente que no puede respirar. Inhala una respiración profunda, para
demostrarse a sí misma que aún puede... y se siente abrumada por el hedor de la
basura.

Con la garganta apretada, se levanta y va a la cocina. Las puertas de Alicia y


Joshua están cerradas. Cindy está apoyada contra el mostrador, comiendo yogur
del envase, el maquillaje de la noche anterior manchado por su rostro. Todavía
se ve hermosa, pero...

—¿Cómo puedes comer con el hedor? —pregunta Marcia.

Lanzando su envase de yogur en el fregadero, Cindy sisea:

—Deidre dice que eras ridícula. —Sale corriendo y golpea su puerta. Marcia
debe sentirse enojada, pero entonces oye a Cindy romper en sollozos.

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Siente el estómago revuelto. Si ella no saca la basura, Joshua podría hacerlo,
pero se quejará todo el tiempo. Cindy lo llamará una reina del drama, él dirá
"cacerola, eres negra," y la situación va a ir cuesta abajo desde allí. Si Joshua no
saca la basura, Alicia lo hará. Ella no se quejará, no dirá una palabra...
simplemente lo hará. Y por alguna razón, Marcia encuentra ese escenario peor.

Suspirando y tapándose la nariz, Marcia abre el cubo de basura. Un momento


después sale de su apartamento y corre por el vestíbulo en pijama, con la nariz
arrugada, su estómago, a punto de vomitar, llevando una bolsa hedionda y
goteante de puaj fermentado. Está casi en la puerta del contenedor cuando una
voz detrás de ella dice:

—Madame, ¿puedo ayudarle con eso?

Ella se vuelve, ve a un hombre con colmillos, grita, y rápidamente deja caer la


basura. El hombre se precipita, recoge la basura y apunta hacia la puerta en la
que Marcia estaba a punto de entrar.

—¿Este es el contenedor de basura?

Ella asiente sin decir nada. Es el mismo hombre-vampiro con el que había
hablado anoche, el de los adolescentes, no el que había intentado seducir a su
hija.

El hombre-tal vez-vampiro desaparece en el cuarto del contenedor.


La puerta del apartamento de Marcia se abre. Alicia cuelga del marco de la
puerta en el vestíbulo y demanda:

—Mamá, ¿sacaste la basura otra vez?

Marcia se precipita hacia la puerta. La voz indignada de Joshua se levanta


desde dentro del apartamento.

—¡Hiciste que mamá sacara la basura!

Oye a Cindy contestar airadamente.

—¡Ella decidió sacarla sola!

Josué rugió:

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—¡Porque eras demasiado perezosa y ahora la casa huele a pollo podrido!

—¡Estoy pegando este chicle en tu máquina de coser! —grita Cindy.

Sintiendo su estómago agitarse, Marcia se acerca a Alicia y le dice:

—¡Cierre la puerta! —Sin detenerse a respirar exclamó—: ¡Cindy, no te


atrevas!

—Ah, veo que he llegado al domicilio correcto —dice el hombre.

Marcia parpadea. Cindy sale corriendo de la habitación de Joshua con su


hermano en persecución tan rápido que la cabeza de Marcia gira. Se vuelve y
encuentra al tal vez vampiro en la puerta. Los labios de Alicia están separados,
sus ojos son anchos, y ella mira rápidamente entre Marcia y el tal vez
chupasangre.

—Mamá —susurra Alicia—. Lo reconozco de la fiesta. No debemos golpearle


la puerta en la cara.

Antes de que Marcia pueda protestar, el hombre pregunta:

—¿Puedo entrar? —¡Definitivamente es un vampiro! Marcia puede ver sus


colmillos cuando habla.

Levantando las manos, Marcia implora:

—No le dejes...
—Por supuesto —dice Cindy.

Él entra con una sonrisa, dando a Marcia una mirada extraña. Alicia cierra la
puerta detrás de él. Con los ojos muy abiertos, Marcia retrocede. Intenta pensar
en cualquier cosa en la cocina que podría usar como una estaca de madera y
gesticula para que Alicia se pare junto a ella. Alicia solo la mira con curiosidad.

—¿Cómo podemos ayudarte? —dice Joshua, rodando sobre sus talones. Cindy
le da un codazo. Él le da le un codazo de regreso.

Marcia se pregunta si puede golpear una cuchara de madera sobre un


mostrador con fuerza suficiente para romperla y darle una punta afilada.
Empieza a moverse lentamente hacia la cocina, indicando a Alicia que la siga.

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Alicia frunce el ceño, pero no se mueve. Marcia inhala una bocanada de aire.
Normalmente, piensa que su hija mayor es la más perceptiva.

El vampiro se aclara la garganta.

—Me disculpo por molestarlo. Mi nombre es Darerick Razvano... —Una larga


letanía de sílabas sigue. Él debe ver sus mandíbulas flojas porque se aclara la
garganta y añade—: Por favor, sólo llámeme Dare. Estaré trabajando con la
embajada de Elfos Nocturnos. Primero, quiero devolver esto. —Abre una cartera
y saca un paquete envuelto en papel de seda azul. Haciendo una reverencia a
Cindy, dice—: Su zapato, madame.

Cindy sonríe, pone una mano en su boca y camina hacia adelante para
tomarlo. Antes de que pueda, Marcia lo arrebata de su mano, y se lo da a Cindy,
mirando al vampiro. Cindy le da a Marcia una mirada de coraje, pero luego
sonríe a Dare y dice:

—¿Y?

El vampiro abre la boca como si fuera a hablar, ¡y los colmillos están allí! ¿No
los pueden ver sus hijos? ¿Están sólo cegados por lo guapo que es, como de otro
mundo?

—Si está aquí por la mano de Cindy en matrimonio, tómela —dice Joshua.

—Joshua —sisea Marcia, dirigiéndose hacia la cocina.


—¿Perdón? —dice el vampiro, con los ojos ensanchados y la piel enrojecida
hasta las orejas. Marcia advierte que esconde las puntas puntiagudas detrás de
sus rizos. Cuando los cuerpos de su familia se encuentren más tarde, los vecinos
no identificarán al hombre que entró en su casa como un elfo.

Cindy no escucha a Joshua o no le importa. Parpadeando hacia el vampiro,


ella borbotea:

—¿El príncipe? ¿Le envió?

La mandíbula del vampiro se cae y mira a Cindy.

—Ah —dice, y Marcia puede ver el momento exacto en que él entiende lo que
está insinuando—. Él no me envió. Tengo negocios en este camino, y pensé que

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podría devolver el zapato también.

El rostro de Cindy se desploma. Inclina la cabeza, gira sobre su talón, camina


hacia su habitación, y golpea la puerta. Marcia tiene un chico fuera del camino;
¿ahora, cómo conseguir a los otros dos detrás de ella? Gesticula de nuevo hacia
Alicia.

—Mamá, ¿te sientes bien? —pregunta Alicia.

El vampiro mira a la hija mayor de Marcia y regresa a Marcia.

—Mi orden primaria de los negocios es hablar con usted, madame. Es una
cuestión de extrema importancia.

Marcia dice:

—Usted es... —Casi dice un vampiro. Recobrando el aliento, huele basura,


sobre ella, y sobre él. Eso le da una pausa. ¿Había visto alguna vez una película
de terror donde un vampiro ayudó a sacar la basura?

—Él es un Elfo de la Noche, mamá —dice Joshua, en el mismo tono que usa
para decir, me estás avergonzando.

—No tan peligroso como usted tal vez piensa —dice el vampiro, con los ojos
salpicados de dorado en ella.

Los chicos miran entre ellos y se encogen de hombros.


El vampiro toma una respiración profunda y añade:

—La supervivencia de mi especie está en juego. —Él se estremece—. Si me


permite la expresión.

Marcia levanta una ceja. Los chicos fruncen los labios. Después de una larga
pausa, Alicia dice:

—Mamá, creo que tienes que ayudarlo.

—Sí, mamá, no creo que el Club Sierra jamás te permita regresar si te niegas a
salvar una especie en peligro de extinción —añade Joshua.

Marcia mira fijamente al vampiro. Se ve... ¿afligido? Está en su casa, y si iba a

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atacarlos, ¿no habría hecho eso ahora? Además, es de día, y él está fuera de casa.
Desde que los reinos se han abierto, los humanos han aprendido que muchas de
las cosas que creían acerca de las criaturas mágicas no eran ciertas. ¿Es posible
que el vampiro temible sea otro mito? O tal vez no es un vampiro en absoluto.
Tal vez chupa el néctar de las flores, o algo así con esos colmillos. Ella resopla.
No, no cree eso.

Mirando nerviosamente a un lado, él dice:

—Necesitamos hablar en algún lugar privado... ¿si no le importa?

Los vampiros en mitos y películas no hablan bien. Te muerden y drenan tu


sangre o usan magia para controlarte y drenarte más tarde. Marcia traga. Sólo
hay un lugar para hablar que no implica dejar a sus hijos.

—El balcón es privado —dice.

Él mira más allá de ella.

—¿Ah, ahí? —pregunta. El apartamento es bastante pequeño.

Marcia asiente.

—Sí.

Él levanta sus manos.

—¿Puedo lavarme primero? Mis manos huelen a pollo putrefacto.


Más que nada, eso hace que Marcia piense que no sería inmediatamente
peligroso.

Marcia señala a la derecha.

—Baño justo allí. —Lo observa entrar y luego mira al balcón. Es temprano por
la mañana, pero el balcón está orientado al oeste, así que no hay sol. Poniendo su
mano en su costado, se pregunta si él renuncia a su derecho de entrada tan pronto
como sale. También se pregunta si puede empujarlo por el balcón.

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El sol pasó su cenit. En otros treinta minutos más o menos, despejará el balcón
sobre Marcia y brillará sobre su "huésped". Se siente vagamente enferma, y
podría ser porque lo está, a un nivel intrínseco profundo, muy enferma. Y puede
ser por todo lo que Dare le ha dicho.

—Así que usted es un vampiro —dice.

—Nos gusta ser llamados Elfos de la Noche —dice Dare. Está sentado en la
única otra pieza de mobiliario en su balcón, una silla plegable que tiene una red
de goma. Es demasiado grande para ella, y su impecable traje Armani no encaja
mejor con el precio de la silla—. Vampiro evoca muchas imágenes de
depredadores...

—… y ustedes son más parásitos.

—Preferimos el término “simbionte” —dice Dare, haciendo una mueca.

Marcia estrecha los ojos.

—No ha explicado exactamente cómo usted es simbiótico. —Él había dicho


que los vampiros requieren sangre de los mamíferos para la supervivencia, pero
no bastante para ser dañino para el anfitrión, a menos que el anfitrión sea una
criatura muy pequeña, como un ratón. También había dicho que, para prosperar
y estar sano, necesitan sangre humana. No mucha, le había asegurado, y ni
siquiera consistentemente, cualquier nutriente que necesitan de la sangre
humana, aparentemente se pueden almacenar durante mucho tiempo. Pero sin
acceso a sangre humana, eventualmente se vuelven infértiles, enfermos y a
menudo tan deprimidos que mueren. "Se han ido" fueron las palabras que usó
para describirlo. Aun así...—. Simbióticos implica algún beneficio para el
huésped. No dañando al anfitrión no es lo mismo.

El rostro Dare se queda en blanco por un momento.

—No soy libre de divulgar el beneficio. —Él ríe fuerte, y mira fijamente hacia
fuera del estacionamiento al otro lado de la calle de su apartamento. Podría ser
la imaginación de Marcia, pero cree que se ve triste.

—Usted no puede convertirse en niebla —dice ella.

Él niega con la cabeza.

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—Aunque sería conveniente.

—Usted no convierte a nadie que muerde en un vampiro.

Él niega con la cabeza.

Marcia resopla una risa suave.

—Siempre pensé que no funcionaría. La relación depredador-presa nunca


sería equilibrada.

—Preferimos el término sim... somos parásitos —se corrige al vistazo agudo


de Marcia—. Pero funciona de la misma manera.

Marcia mira sus rodillas; todavía está usando su pijama.

—Y usted no es más fuerte que un humano, más rápido, o capaz de


cautivarnos. Y la extracción de sangre es una cosa consensuada. ¿Los vampiros
sienten un vínculo entre ellos y sus anfitriones y por lo tanto no quieren ponerlo
en peligro?

Él está callado un momento, y luego dice:

—Todo eso es cierto... —inclina la cabeza y agita los dedos—... para la mayoría
de nosotros.

Marcia levanta los ojos. Él se encuentra con su mirada.


—Todas las criaturas mágicas: Elfos de la Noche, Elfos de la Luz, Elfos
Oscuros, Ettins de Fuego, Vanir, Jotunn, Aesir y los Enanos... todos ellos poseen
un poco de magia innata que pueden hacer sin pensar. Para los Ettins de Fuego,
es la manipulación del fuego; para todos los elfos de todo tipo, esa capacidad
innata es... generalmente... la inmortalidad.

Marcia apoya su cabeza en su silla. La palabra misma tiene peso. Y luego se


traga una risa. Olvida para siempre; tomaría sólo tres años.

Dare continúa:

—Para los Vanir, Aesir, y el resto, la capacidad innata es más individual. Para
algunos, esto puede ser controlar el fuego o el hielo, gran fuerza, o longevidad, o

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pueden ser particularmente buenos en algún arte u oficio. Pero todas las criaturas
mágicas, si aprenden a aprovechar la magia, pueden aprender a hacer todas estas
cosas, ser fuertes, controlar el fuego, ser más rápidos, ser encantadores...

—Sin embargo, ¿no se convertirían en murciélagos? —pregunta Marcia


impulsivamente. Está empezando a sentirse mareada.

Él sonríe.

—Sería divertido, pero no.

Marcia frunce el entrecejo y levanta su pijama. Es demasiado grande. Ha


perdido tanto peso en los últimos meses.

—En nuestros mitos, los vampiros son...

—¿Sádicos y malvados? —ofrece Dare.

Marcia contiene la respiración, y se gira para mirarlo.

Encontrando su mirada, él dice:

—Hay alguna base en eso.

Marcia se sienta muy alta en su silla.

Dare suspira.
—Hay muy pocos vampiros lo suficientemente fuertes como para caminar por
los reinos. Además, ha sido ilegal para nosotros hacerlo durante casi mil años.
Los únicos que han venido...

Es el turno de Marcia de suspirar.

—Transgresores de la ley… poderosos transgresores de la ley. —Cuando


Alicia era una niña, se había obsesionado con todas las noticias de secuestros y
pedofilia. La gente de la red de noticias les encanta decir, "podría ser cualquier
persona". Eso es técnicamente cierto, pero Marcia había descubierto que es un
infierno mucho más probable de ser un cierto tipo de persona: Alguien que
rompe la ley está en la parte superior de esa lista. Un vampiro que violó la ley
para llegar a la Tierra era poco probable que fuera un vampiro que respetaba las

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leyes de los humanos.

—Creo... —dice Dare, suavemente—. Creo que ciertos miembros de mi


especie... que estaban acostumbrados a no poder cuidar ni amar... buscaban
matar a sus anfitriones para poder liberar ese vínculo.

Los ojos de Marcia se empañan. Hay una palabra perfectamente buena para
describir los seres humanos por el estilo.

Él hace una mueca.

—Sólo menciono esto porque quiero ser completamente honesto con usted.

Agarrando su costado, Marcia frunce el ceño. Hay un profundo agujero en su


historia.

—Su príncipe estaba a punto de vincularse con mi hija.

Dare resopla.

—No, es imprudente, pero incluso él no estaba a punto de romper una vena


con alguien que acababa de conocer.

—Entonces qué estaba él...

Dare le lanza una mirada que dice, ¿realmente?

Marcia se agacha en su silla.


—Ah, sólo algún inocente manoseo... —lo mira—… con una joven de dieciséis
años.

—En su defensa, ella... ahhh... tergiversó su edad y él tiene muy poca


experiencia con seres humanos. Un vampiro de dieciséis años... —Sostiene una
mano como si indicara la altura de la rodilla—. Usted puede haber notado que el
príncipe estaba bastante... molesto... por lo que ocurrió.

Lamentablemente, Marcia puede creer que Cindy "tergiversó" su edad, y ella


había notado la forma en que el príncipe se había puesto verde. Ella también
puede creer todo lo demás, y todavía no encuentra a su especie en particular...
malvada. No, no los encuentra malvados en absoluto. Puede creer fácilmente que
unas cuantas manzanas podridas podrían ser responsables de todos los crímenes

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atroces atribuidos a toda una raza. No había tomado muchos conquistadores
para acabar con los aztecas. Suspira. No es que los aztecas fueran también
ángeles. Traga. Y hay una minoría vocal, violenta de seres humanos que piden
volver a cerrar los reinos y el exterminio de cualquier criatura mágica que podría
quedar atrapada aquí.

Gira la mirada hacia el estacionamiento al otro lado de la calle, que está casi
vacío, ya que es domingo.

—Entonces, ¿cómo pueden mantener a los fuertes vamp... Elfos de la Noche


lejos de la Tierra? —pregunta Marcia.

Dare se pone rígido de una manera que parece casi a la defensiva, pero luego
se frota la frente.

—De hecho, hemos estado estudiando su tecnología... Creemos que no


tendríamos que enviar a nadie a través de... bueno, a excepción de un modesto
personal de apoyo y la extraña procesión de dignatarios. Tienen máquinas ahora
que permitirían que la sangre fuera transportada sin refrigeración ni aditivos
químicos. —Inclinando la cabeza, asiente, como para sí mismo—. Es... —
Suspira—. Va a estar bien. —Hay algo en su voz, algo resignado. Pero la mente
de ella se está volviendo demasiado difusa para preguntar, y por eso hace la
pregunta en la vanguardia de sus pensamientos.

—¿Por qué me cuenta todo esto?


—Así que no hablas —dice Dare. Muy pronto para que ella se aleje, él se
acerca y toma su mano. Sus dedos están secos y frescos—. Es una suerte que se
dé cuenta de la naturaleza de los Elfos de la Noche; y, si los humanos lo saben,
hará las cosas más difíciles.

Marcia mira fijamente sus manos entrelazadas, demasiado cansada para


alejarse, y no es sólo su enfermedad. También es por mentir. Trabaja en un
departamento de oncología —sólo como diseñadora de páginas web— pero sabe
lo suficiente sobre el cáncer para darse cuenta de que sus recientes síntomas
habían advertido de algo muy malo. Las exploraciones que tenía acababan de
confirmarlo. Ahora tiene que decirle a sus hijos y a su familia sobre lo que
realmente está pasando... tiene una reunión con un terapeuta... justo después de

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su próxima cita de oncología. Ella le preguntará... Siente lágrimas picando en el
borde de sus ojos. Está asustada de aguantar tanto tiempo, asustada de revelarlo,
también.

—No lo escondas, Dare —dice ella, mirando sus manos. Son grandes, pesadas
y masculinas; y en comparación sus propias manos parecen frágiles, pequeñas y
muy viejas. Raras veces nota lo arrugada que la piel alrededor de sus
articulaciones se ha convertido durante su medio siglo y algo más en el planeta,
o lo visibles que son sus venas, pero al lado de la juventud mágica de Dare no
puede dejar de notarlo. Recuerda a Alicia preguntando si se siente bien, y la ira
de Joshua contra Cindy "haciéndola" saca la basura—. Algo te dará al final, y
mentir lo hará peor.

Él toma su mano entre las suyas, y la da vuelta. Ella lo oye exhalar.

—¿Cómo podría incluso hacer eso?

Está inclinada en su silla, abrumada por la vida —y él— y esto. Lo mira.


Durante la mayor parte de la conversación, él mantuvo un aire de auto-seguridad
que desmiente la edad que aparenta. Pero ahora se ve de veintiocho años más o
menos, y Marcia lo siente más viejo que sus... ¿siglos? ¿Milenios?

Toma una respiración profunda, su cabeza despejada. Ha trabajado en un


departamento de oncología como su diseñador web, lo que realmente significa
diseñador, codificador y editor de copias. Sabe suavizar la terminología médica,
hacerla más fácil de entender y aceptar. Se le ocurre que tal vez la madurez está
basada en la experiencia, no en años.
Le dice lo que ella diría. Cuando ha terminado, se siente excepcionalmente
ligera. Supone que, si vas a morir, ayudar a salvar a toda una raza como una de
tus acciones finales no es un mal camino por recorrer.

—¿Crees que, enmarcándolo como una enfermedad hereditaria, como la


hemofilia, y nuestra gente como en gran necesidad de... transfusiones... los
humanos encontrarán esto aceptable? —pregunta Dare, apretando ligeramente
sus dedos. En algún momento de la conversación, él se había inclinado más cerca.

—Tienes necesidad de sangre —dice Marcia—. Algo que damos


voluntariamente, y ofreciéndolo a cambio del telurio y el litio, cosas que no
tenemos y necesitamos para nuestros nuevos convertidores de energía y baterías
mágicos. Funcionará. —Bendice el industrialismo humano y la avaricia, esto

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podría salvar una raza.

Lo mira. Él se inclina de lado en su silla, la luz del sol cubriendo un lado de su


rostro. Durante su conversación, había sacado un par de gafas de aviador de su
bolsillo y se las puso. En la mano que no sostenía la de ella, está agarrando un
pequeño tubo que se anuncia como dióxido de titanio protección solar para la
piel sensible del bebé.

—No tienes buen aspecto —dice ella.

Él agita vagamente más allá del balcón con la mano que sostiene el tubo.

—Tal vez un poco demasiado sol. —Sostiene el vial hasta su nariz—. Aunque
este ungüento es asombroso.

—Vamos a entrar —dice Marcia, saltando de su silla. Espera la marea de


náusea que espera pasar, pero ni siquiera llega. No soltando su mano, Dare se
pone lentamente de pie. Mientras lo conduce a la sala de estar, él se tropieza en
el marco de la puerta del balcón.

—¿Por qué no te acuesta? —dice Marcia—. Te llamaré un taxi. —Tal vez verlo
tan débil y en obvia necesidad le da su energía, porque cuando él se derrumba
sobre el sofá y ella va y viene, no se siente cansada en absoluto.

Unos minutos más tarde, está abajo esperando el taxi con él. Él se ve tan
horrible que le sugiere un hospital, pero él agita la mano menospreciándolo
balbuceando:
—Pasará.

El taxi acaba de llegar, cuando de repente se acuerda de lo resignado que había


parecido cuando habían discutido los bancos de sangre.

—Realmente no deseas utilizar los bancos de sangre... te resulta un poco... —


No sabe cuál es la palabra. Asqueroso no parece correcto. La palabra que quiere
es triste, o tal vez solitario, pero no sabe por qué encaja.

Por primera vez desde que salieron del balcón, él sonríe.

—¿Qué puedo decir? Soy un romántico.

Antes de que pueda pedirle que lo explique, él está tropezando fuera de la

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puerta, a la luz del sol, al taxi que espera, agarrándose el costado. Marcia sigue
reflexionando eso cuando vuelve a entrar en el apartamento.

—Un cuento de hadas —dice Cindy, mirando su zapato.

—Mira, no hay tales cuentos de hadas, —dice Alicia resignadamente.

Joshua dice:

—¡Todavía estamos pegados a ti, también! Perdedora.

—Joshua —gruñe Marcia en advertencia. Le da a su hija mayor un pequeño


asentimiento encubierto.
Capítulo 3
Marcia está justo fuera de la residencia oficial de los Elfos de la Noche. Una
mujer enana se encuentra ante ella. La cabeza de la mujer sólo llega hasta su
barbilla. Su rostro es infantil, redondo con ojos enormes. Pero es más amplia que
Marcia, y la ropa de deporte que lleva no hace nada para disimular que cada
centímetro de ella es músculo.

—¡Estoy aquí para ver a Dare! —dice Marcia, golpeando el suelo con el pie.

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La dama enana pestañea ante ella.

—¿Lo llamas Dare? —dice, retrocediendo, con los ojos amplios que se ponen
aún más amplios.

Aprovechando la oportunidad, Marcia pasa por delante de ella.

—Diamonds, ¿quién es? —Escucha decir a Dare, su voz extrañamente...


quejumbrosa—. ¡Haz que se vayan!

—Señora —dice la enana, presumiblemente Diamonds, agarrando la muñeca


de Marcia con tal fuerza que gira—. Él no está bien, déjalo en paz.

Con un movimiento que aprendió en clases de autodefensa que tomó con sus
hijos, Marcia retuerce su muñeca y grita:

—¡Dare, necesito hablar contigo!

—¿Marcia? —dice Dare.

—Señora —dice Diamonds. He sido gentil con usted, pero...

—Deja que entre —dice Dare, y ella no puede decir si suena resignado o
tortuoso.

Sin vacilar, Marcia avanza en la dirección de su voz, y se encuentra en una sala


de estar con persianas cerradas a la luz de la tarde. Él lleva pijama, un albornoz
y calcetines rojos mullidos que parecen que Elmo podría haber sido sacrificado
para hacerlos. Son aproximadamente las dos de la tarde, ella tiene un día
personal, los niños están seguros en la escuela, viene directamente de su cita de
oncología. Las palabras de su médico suenan en su cabeza. "No lo entiendo, Marcia.
Creo que debe haber sido un problema con los últimos escaneos... o... o... un milagro". Su
frente se había arrugado. "Ha habido algunas remisiones espontáneas extrañas desde
que los reinos se abrieron, el Alcalde Rogers ha pedido hacer un seguimiento de ellos. Pero
esos son generalmente cánceres de sangre y no estoy seguro de que esto cuente. ¿Cómo te
sientes?".

Se siente muy bien, ese es el problema.

—Dare, ¿por qué lo hiciste? ¿Qué quieres? —demanda.

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—Encantado de verte, también —dice, poniendo una mano sobre sus ojos.
Déjame en paz, tengo sueño.

—¡Me has hecho mejorar! —exclama Marcia.

Él olfatea y responde con petulancia:

—¿Hacerte mejorar? ¿Por qué?, nunca tuve la menor idea de que estabas
enferma. —Hay un sonsonete en su voz. Él está mintiendo. Ella puede sentirlo en
cada centímetro de su cuerpo.

—¿Por qué lo hiciste? —exige Marcia—. ¿Tienes intención de chantajearme?


¿Es esto una especie de extorsión vampírica? ¿Crees que podría estar en deuda
contigo? Porque, de ninguna manera, señor Sanguijuela. —¿Está él detrás de uno
de sus hijos? Eso siempre sucede en los cuentos de hadas, pero ella no va a dar
ninguno de ellos. Ni siquiera a Cindy, que la había llamado viuda negra esta
mañana.

Él se incorpora rápidamente.

—Si quisiera que estuvieras en deuda, habría habido un contrato firmado en


sangre antes de que te curara. —Él resopla—. No me acuses de incompetencia.

Marcia pone sus manos en sus caderas, y sus ojos se estrechan.

—Me has hecho mejorar.

Dejándose caer en el sofá, él le da la espalda y se acurruca en una posición


fetal... tanto como un hombre alto puede en un sofá angosto.
—No lo hice. —Levanta una mano y la agita con un movimiento de
ahuyentar—. Ahora vete.

—¡Todavía tengo preguntas para ti! —dice Marcia.

Él suspira.

—Oh, brillantes días soleados de verano —murmura, agarrando una


almohada y presionándola en su rostro.

Ella parpadea.

—¿Y bien? ¿Vas a preguntar? Termina con eso. Quiero volver a dormir. —Lo
último sale claramente un gemido.

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—¡Tienes hijos! —dice recordando que sin sangre humana los vampiros están
desnutridos y eventualmente estériles—. Has bebido sangre humana. —Y sin el
beneficio de un banco de sangre, así directamente de la vena.

Se da la vuelta, por lo que está en la posición fetal, pero frente a ella. Sus ojos
brillan, y no está segura si es magia o enojo.

—Sí, Marcia. Antes de que los reinos estuvieran cerrados, viví aquí y bebí
sangre humana. —Sus fosas nasales se inflaman, y siente temor frío que se asienta
en ella. Ella levanta las manos, de repente no queriendo que termine, pero se
encuentra incapaz de pedirle que se detenga—. Incluso estaba casado con la
mujer humana en cuestión. Ella fue quemada en la hoguera por ser una bruja —
continúa Dare, sus ojos definitivamente destellando—. Fui a casa con el cierre de
los reinos, me casé con una vampiro en una situación similar, y tuvimos cinco
niños encantadores.

—Oh... —dice Marcia.

Su mandíbula endurece.

—Pero después de nuestro quinto... y luego la misca... —Él toma una


respiración profunda y rueda sobre su espalda—. Ella era una de las que se
volvieron... enfermos. Ella se ha ido.

—Oh —dice Marcia. Traga y camina hacia él, como si fuera tirada por una
cuerda—. Lo siento.
Él se encoge de hombros, y lanza su brazo sobre sus ojos.

—Es todo... hace mucho tiempo. —Por primera vez ella se da cuenta de que
hay un ligero brillo en su rostro. Su cabello, escondido detrás de sus orejas
puntiagudas, parece que necesita ser lavado, y sus ojos están inyectados de
sangre. Se ve tan mal... siente algo torcido en su tripa que no es enfermedad.

—¿Por qué me ayudaste? —susurra, poniendo una mano en su boca.

Él resopla.

—No sé de qué estás hablando.

Inconscientemente, ella pone su mano en su garganta. Sus ojos, asomándose

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bajo su brazo, siguiéndolo. Ella ve su lengua salir por un instante, y luego sus
ojos se ajustan a los suyos. Ella sabe lo que él estaba pensando, y sabe que él sabe
que lo sabe. Ella simplemente no sabe qué hacer... ¿debería disculparse? ¿O él?
¿Pretende que ella no vio?

Acurrucado apretado en una bola, Dare grita:

—¡Guardias, ella tiene una estaca!

Los ojos de Marcia se abren. Antes de que pueda formar un pensamiento


coherente, mucho menos una oración, está siendo arrastrada y sobre las cabezas
de siete enanos. Mientras es llevada sobre su espalda, puede ver la espalda de
Dare, y sus pies vestidos con Elmo-calcetines, salir por debajo de su bata.

Lo siguiente que sabe, es que está siendo lanzada hacia fuera sobre el pórtico.

—¿Cómo te atreves a pensar en herir al tío Dare? —dice Diamonds.

Sentada en su trasero, Marcia levanta los brazos para que puedan ver dentro
de su sudadera con capucha abierta.

—¿Dónde en el mundo podría esconder una estaca? —Debajo de la sudadera


con capucha, está usando una camiseta ajustada, y debajo de ella, está usando
pantalones de yoga y zapatillas de deporte.

Detrás de Diamonds, uno de los otros enanos dice:

—No creo que ella tenía una estaca. El tío no se está sintiendo bien... me
preguntó por qué usó tanta magia que lo hizo tan enfermo.
Marcia traga. Oh no.

—Estás hablando inglés, idiota —dice uno de los otros enanos.

—¡Y tú también! —sisea alguien más, y entonces todos comienzan a discutir


en lo que presumiblemente es Enano.

—¡Hmpf! —dice Diamonds, y cierra la puerta.

Marcia se sienta, mirando la puerta durante un largo rato. Dare es responsable


de su milagro y curarla le hizo enfermar. Sabe eso con la misma certeza que sabe
respirar. Quiere hacer algo por él, pero es obvio, él no quiere reconocer el regalo.
Se frota la frente. Tal vez sea completamente opuesto a lo que ella asumió por

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primera vez. ¿Tal vez él no lo quiere reconocer porque no quiere nada de ella?
Bueno, muy mal, ella le está dando algo.

Poniéndose de pie, mira hacia el sol. Usó su último día personal para la visita
a su médico, y todavía tiene unas pocas horas de tiempo libre.

Dos horas y cuarenta y cinco minutos después, regresa a la residencia oficial


con su regalo. No es un regalo caro, pero espera que sea apropiadamente
personal: Un globo de helio brillante que dice: "Mejórate Pronto", no "Gracias".
El globo está asegurado a un lindo y pequeño murciélago que tiene una foto del
cielo nocturno en la parte inferior de sus alas; pensó que era más apropiado que
un oso. Llama a la puerta, pero nadie responde. Sin ninguna otra opción, deja el
regalo en el pórtico. Justo antes de que camine a través de la verja de la residencia
oficial, se vuelve a mirar hacia atrás. El pequeño murciélago y el globo parecen
patéticamente pequeños. Tan poco a cambio de una vida. Traga. ¿Pero quizá Dare
lo quiso así? La magia ha tocado la vida de su familia, pero ella decide, en honor
a los deseos de él, que no lo dirá. Se dirige a casa. El sol poniente le calienta el
rostro y sonríe. El cuento de hadas retorcido de la noche de Cenicienta de su
familia tenía un final inesperado, pero feliz.

Excepto que el cuento de hadas no termina allí...


Capítulo 4
Marcia mira la carta en el papel oficial de la embajada de Elfos Nocturnos.
Llegó en el correo. Ella no podría haber estado más sorprendida si hubiera
llegado por lechuza, o murciélago. En realidad, ninguno de los dos habría sido
tan sorprendente como el contenido de la carta en sí. Y no es sólo el hecho de que
Dare podría haber tergiversado ligeramente su posición en la embajada. No sólo
trabaja allí; él es el embajador.

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Tomando el teléfono, marca el número en la carta. La línea suena tres veces,
hay un clic, y luego la voz de Dare en el otro extremo de la línea.

—Bueno, ¿estás tomando en cuenta mi oferta? —Su voz al teléfono es


profunda y líquida, no enfermiza, ni joven.

—Oh, bueno, puedo decir que estás bien —dice Marcia, negándose a ser
desconcertada por la falta de preámbulo o su voz. Está sentada en casa, aunque
es mitad de semana.

—¿Y bien? —pregunta Dare.

Ella respira profundamente y se lame los labios.

—Es muy generoso. —La posición de jefe de recursos humanos que ofrece es
algo más que generoso; es perfecto. Quince minutos a pie puerta a puerta, Cindy
nunca tendrá una fiesta de cerveza "espontánea" antes de que Marcia vuelva a
casa del trabajo. El seguro de salud es más que decente, la política de día libre
exactamente lo que necesita con tres niños y dos padres en una situación de vida
asistida. También, viene justo cuando su hospital ha decidido externalizar su
trabajo.

—¿Cuál es el truco? —pregunta.

Dare resopla.

—¿No es el hecho de que tu jefe es un parásito chupa sangre trampa suficiente?


Marcia se queda en silencio por un momento, luego se ríe entre dientes.

—Pensé que preferías “simbionte”.

Cuando él vuelve a hablar, puede oír su sonrisa a través del teléfono.

—Lo hacemos, de hecho. Me alegro que estés de acuerdo que es el término


correcto.

—Yo no...

—No te dije que tu plan de divulgación de nuestra... necesidad... ha


funcionado bien.

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—Oh, bien —dice Marcia-. Había visto el artículo en el periódico con su foto;
describía un trastorno genético que afectaba a los Elfos de la Noche, y sobre
bancos de sangre siendo establecidos para contrarrestar el lento declive de su
sociedad. Ella no había notado en ninguna parte en el artículo la mención de
"vampiros." Ellos están controlando el mensaje, lo que es bueno.

—Hay algunos inconvenientes —dice él.

—¿Qué tipo de inconvenientes? —pregunta.

—Nada que una mujer con tu sentido de diplomacia no pueda manejar —dice
Dare con seguridad.

—¿Entonces crees que soy diplomática? —pregunta, alzando una ceja. Ella
sabe que lo es, pero esta curiosa de cómo llegó a esa conclusión después de que
ella entró en su casa hace unas semanas.

—Fuiste a una reunión con unos parientes bastante inhóspitos mientras


estabas muriendo y lograste mantener la calma —dice Dare.

No debería, pero no puede resistirse a burlarse de él un poco.

—Sabes, nunca te dije que me estaba muriendo. —La burla la hace sentirse
joven, y no como la mujer de cincuenta años que no reconoció en el espejo esta
mañana.

—Necesitarás toda tu diplomacia para tratar con nuestra familia real —dice
Dare con una voz tan suave que ella sabe no pudo haber perdido el chiste—.
Entre tú y yo —continúa—, han estado en el sol demasiado tiempo. ¿Quieres
venir a la embajada mañana, digamos las diez de la mañana, para el recorrido?

—Claro —dice Marcia—. ¿De nuevo, qué son esos inconvenientes?

—Ya lo verás —responde Dare, y por primera vez capta el toque de algo casi
pícaro en su voz—. Oh, y gracias por el murciélago —añade justo antes de colgar.

Ella parpadea al teléfono. ¿Está realmente bajando por el agujero del conejo
otra vez?

Más tarde esa noche, cuando le dice a sus hijos que va a trabajar para la
Embajada de los Elfos de la Noche, Joshua se lleva una mano a la boca y grita:

104
—¡Te haré un colgante de agua bendita!

Alicia dice:

—¡Mamá, no tienes que hacer eso para protegernos!

Cindy dice:

—No te preocupes, él no la morderá... cortesía profesional.

... y Marcia se da cuenta de que los Elfos de la Noche podrían no estar


controlando el mensaje tan bien como había pensado.

La puerta de la oficina de Dare golpea con fuerza. Fuera de su oficina, Marcia


salta de su escritorio y rodeándolo, gritando:

—¡Diamonds! —Mientras saca su llave.

Después de tres meses, Marcia debe reconocer un "inconveniente" en su plan


antes de que él o ella entre en la oficina de Dare. Pero esta mañana está revisando
a los solicitantes para la donación de sangre. Debido al "vínculo de anfitrión", las
donaciones son mixtas y anónimas, pero Dare sigue insistiendo en que los
donantes "no sean sociópatas o podemos terminar con una situación de Elizabeth
Báthory... pero no nos culpen por Atila, Hitler o ¡Stalin!".
—¡Marcia! —grita Dare, su voz amortiguada por la puerta, mientras Marcia
prueba la perilla. Está cerrada... por la reportera sin duda. Al insertar la llave,
escucha a Diamonds y a otros seis pares de pies detrás de ella. Ella gira la llave,
empuja, y la puerta se abre.

Dare está junto a la ventana, con un brazo delante de su rostro y el otro con el
murciélago de peluche que ella le había dado. Lo está agitando a la reportera
como un sacerdote que una agitó una cruz hacia él en la calle La reportera que
está sentada en su escritorio, el vestido abierto en la parte delantera. Ella se
inclina hacia atrás, exponiendo su cuello y sus pechos, diciendo:

—Tómame.

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—Haz que se vaya —gimotea Dare.

—¡Vamos a sacarla de aquí, chicos! —dice Diamonds.

—¿Otra? —Oye a uno de los enanos quejarse. Antes de que el "inconveniente"


pueda protestar, está siendo llevada de espaldas por la puerta, de la misma
manera que los enanos habían sacado a Marcia todos esos meses atrás.

Dare se asoma por detrás del brazo, y luego se acerca, pone el murciélago sobre
el escritorio, acaricia su cabeza y cae jadeando en su silla.

Sin decir una palabra, Marcia se dirige al percolador —el dispositivo que
impide que la sangre de cerdo fresca se coagule— y le sirve una taza.

Ha aprendido muchas cosas sobre Dare en los últimos meses. Por ejemplo,
sabe que Diamonds es la sobrina nieta de Dare, por matrimonio, por supuesto,
no por consanguineidad. Una de sus hijas está casada con un enano muy
agradable y ha adoptado cuatro pequeños enanos bebé. Dare ha exaltado con
frecuencia las virtudes de los nietos durante el almuerzo. Los vampiros comen.
La pequeña cantidad de sangre que beben no tiene muchas calorías.

También sabe que él era —y es— supuestamente uno de los vampiros más
temidos y respetados en todos los reinos. La razón por la que él es el embajador
aquí es porque tiene mucha experiencia en la Tierra, principalmente cazando a
los vampiros renegados que habían desobedecido la prohibición de viajar. A
veces es un poco difícil de creer. Éste es uno de esos momentos.

Le entrega la taza y la toma con manos temblorosas.


—Todo esto es culpa tuya, ya sabes —se queja Dare.

Él siempre dice eso. Los vampiros tienen más devotos seguidores de lo que
Marcia había imaginado. Ella asiente y dice:

—Lo sé.

Él termina la taza. Tiene acceso al banco de sangre, pero sólo bebe sangre
animal, por alguna razón. Marcia no está segura si es porque piensa que la sangre
humana debe ir a los menos afortunados, o si tiene alguna otra razón para su
abstinencia. No está segura de por qué no sólo pregunta.

Dare mira alrededor de su oficina y luego por la ventana.

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—Qué hermoso día de niebla. ¿Dónde quieres ir a almorzar, Marcia?

Su intestino hace un pequeño giro ante eso.

Él se levanta muy rápido.

—Oh, pero espera. Antes de que me olvide... —Caminando hacia un librero,


dice—: Sé que Joshua está sintiendo necesidad de inspiración para ese desfile de
moda, y pensé, tal vez, ah... —Recoge un paquete envuelto en papel, se acerca, y
lo entrega a Marcia. Está muy cerca. Ella agacha la cabeza y toma el paquete un
poco torpemente. El papel se cae, y está mirando un libro. Elfos en varios tipos
de vestimenta brillante caminan a través de la cubierta. Es mágico, literalmente—
. La moda élfica de los últimos dos mil años... necesitarías una enciclopedia para
todas las modas de la Tierra en el mismo período de tiempo —dice, retrocediendo
y sentándose en el escritorio—. Pero tal vez chispeará la musa de Joshua. —Dare
sabe acerca de la reciente ausencia de la musa de Joshua porque hace unos días,
durante el almuerzo, Joshua le había enviado treinta y un mensajes de texto. En
lugar de estar furioso, Dare había leído los mensajes sobre su hombro.

—Es hermoso —dice. E invaluable. Las obras de arte y literatura élficas son
aún raras, especialmente las originales. Podría vender este libro a Sotheby's y
todos sus problemas financieros habrían terminado... para siempre.

—Es un regalo —dice él casualmente.

Marcia traga. Nunca lo venderá.


—Entonces, ¿dónde debemos ir a almorzar? —pregunta él—. Creo que podría
estar de humor para ajo... ¿italiana o china te satisface?

¿Cómo ser diplomática?

—Tuviste italiano ayer —dice.

Él frunce los labios.

—Cierto. Pero no estabas conmigo.

—Cindy estaba contigo —dice. ¿Eso sonó brusco? No quiso que sonara brusco.

—Hmmmm... ella parecía estar vagando un poco lejos —dice Dare, moviendo

107
la cabeza.

Marcia resopla.

—Odio esa política de almuerzo fuera del campus. —Cindy, según ella, "solo
se topó con Dare", pero Marcia no está segura de creerlo.

Dare levanta una ceja hacia ella.

—¿Te molesta algo, Marcia?

Marcia mira el libro con los elfos brillantes a la deriva a través de las cubiertas.
Muchas cosas están mal. Pero piensa... piensa que esto podría ser la manera de
poner a todas a descansar. Clavar una estaca a través de ellas, por así decirlo. Se
estremece.

—Cindy... bueno, creo que ella podría haber pensado... bueno, la forma en que
estaba hablando con Alicia... creo que ella puede haber pensado que el almuerzo
de ayer... era una cita.

Recuerda a Cindy apoyada en la puerta de la habitación de Alicia, diciendo:


“Drácula me llevó a comer... pagó y todo. Es tan guapo, y la forma en que me miró, me
hizo sentir como si yo fuera la única persona en el mundo”.

Dare se echa a reír.

Cuando Marcia lo mira con alarma, se detiene.


—Oh, está bien, lo siento. Eso es... inquietante, y no debería haberme reído —
dice en tono arrepentido.

—Es fácil —dice Marcia, su mandíbula endurecida—, ver cómo ella pudo
haber tenido esa impresión.

Dare ríe y rueda los ojos.

—Sí, tenemos mucho en común.

—Es una niña de diecisiete años que perdió a su padre, que piensa que es
maltratada porque es utilizada como peón por su madrina... ¡y está buscando una
figura paterna que la salve! —estalla Marcia.

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El rostro de Dare vuelve a ponerse muy serio, y sus ojos se suavizan.

—Ah...

—Pasas mucho tiempo con nosotros —dice Marcia. Esto es verdad. Su casa
está delante de la suya, la parada del autobús de los chicos está en el camino, y
casi todas las noches él termina caminando con los tres a casa... A veces él habla
con Joshua, a veces habla con Alicia, y a veces habla con Cindy. Ha sido algo
bueno. Alicia se yergue un poquito cuando él habla con ella; ella dice que es
porque "no está a punto de mostrar miedo hacia él". Cindy ha comenzado a hacer
su tarea más regularmente. Marcia todavía no está segura de lo que Dare dijo
para alentar eso. Y Joshua ya no es intimidado, porque es encontrado en la parada
de autobús por “Drácula”. Algunas veces ella ha querido invitar a Dare a su casa
para la cena; pero, considerando lo emocionantes que las cenas con su familia
pueden ser, ha estado apenada y con miedo.

Marcia se lame los labios nerviosamente.

—Podría ser mejor... si nosotros, ya sabes, tomamos las cosas con calma por
un tiempo.

Ella cierra los ojos y exhala. Allí, está hecho. Ahora sólo sale con una razón
para saltarse el almuerzo.

—¿Es eso realmente lo que te molesta? —dice Dare.

No, no lo es. Marcia se abraza y mira al suelo. Lo que realmente la molesta es


que se siente atraída por su jefe, que no es sólo su jefe, pero fuera de su alcance y
malo para ella de muchas maneras. No está segura de cómo pasó. Generalmente,
con hombres más jóvenes los encuentra guapos... pero un poco... bueno, jóvenes.
Le gustan los hombres con plata en el cabello y pliegues en la frente, y líneas de
expresión. Hombres que han amado, perdido y vivido, a quienes no tiene que
explicar las cosas, sobre el dolor, los niños y la vida, porque ellos entienden. El
problema es que Dare también entiende. Y hace dos días, casi le había costado
todo. Él había tomado su brazo en el suyo después del almuerzo, un gesto que
ella está segura aprendió durante una visita corta a Nueva York en 1800. Ella
había alzado la vista hacia él, precisamente en el mismo momento en que él había
mirado hacia ella, y ella casi se derritió. Peor aún, se había puesto de puntillas y
casi lo había besado. Si ese camión no hubiera tocado su bocina... mejor no pensar
en ello.

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—Porque si es así, creo que tengo una solución... a los problemas de todos —
dice Dare.

—Oh —dice Marcia, sin saber a dónde va con esto, pero con la esperanza de
que haya una manera para ella de zafarse del almuerzo.

Lo ve ondear una mano en la periferia de su visión, y la puerta se cierra de


golpe. Ella jadea y gira su cabeza.

—¿Has usado magia para cerrar la puerta?

Él pone una mano sobre la izquierda de ella. Los brazos de ella están cruzados,
y la mano de él cubre su mano y parte de su brazo... y ella se calienta por todas
partes. Marcia siente que su rostro se pone completamente rojo. Mira hacia su
mano sobre la de ella, así que él no se da cuenta de que se está sonrojando como
una colegiala.

—Podría ser un verdadero padre para ellos, si me convierto en su padre.

Después de que esas palabras salen de la boca de Dare, toma lo que parece un
siglo para Marcia comprenderlas.

—¿Qué? —Deja escapar. Debe haber escuchado mal, porque las palabras
realmente no tienen sentido.

—Somos perfectos juntos —dice Dare—. Eres diplomática, y eres valiente...

Ella parpadea ante esto y él dice:


Pensaste que tu vida estaba en peligro cuando traje el tonto zapato de Cindy,
pero no perdiste la cabeza. Podía verte, pensando en dónde esconder a tus hijos,
posiblemente pensando en qué tipo de utensilio de cocina podías usar como
estaca. Casi esperaba que me empujaras del balcón.

Sus labios se separan y ella siente que su corazón se detiene. ¿Se había dado
cuenta de eso?

—Tu consejo es perfecto. Tu manejo de mi familia real... —Él hace una


mueca—. Las excentricidades, es acertado.

—Cualquiera podría haberles dicho que preguntar sobre la virginidad de los


potenciales donantes de sangre provocaría una tormenta política —dice Marcia.

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—Pero nadie lo hizo —dice Dare—. Hacemos un buen equipo... quiero decir,
creo que soy bueno para tu familia.

¿Y no había estado ella pensando exactamente eso? Traga. No es un discurso


que un joven pueda dar, no en absoluto. Es algo que un hombre mayor diría. Y
eso es lo que lo hace correcto, y más romántico, en lugar de menos.

Lo oye tragar.

—No podemos casarnos en la Tierra con el estado actual de las leyes


matrimoniales entre homínidos, pero en el reino de los Elfos Nocturnos sería
aceptable. Esto haría a muchos de mis compañeros elfos extremadamente
celosos, pero no me importa. —Él le aprieta la mano—. Y no tienes que
preocuparte de que sea una situación poliamor donde yo también tengo una
esposa vampiro. Ya he tenido hijos.

—¿Qué?

Él se estremece.

—Hubo un tiempo en que se practicaba. No sólo un vampiro masculino y una


mujer humana y una mujer vampiro; fue a la inversa también. Siempre he sentido
personalmente que con tres tiendes a triangular. —Él se estremece—. Tengo
bastante con ser diplomático con mi trabajo. No lo necesito en casa.

Ella lo mira con la boca abierta durante demasiado tiempo.

—Me veo como tu madre —balbucea al fin.


Sus labios se fruncen, y jala su mano a su estómago. Mira a un lado, y luego
de nuevo a ella.

—Nooooo... ella tiene orejas puntiagudas, y colmillos... y es rubia... —Su voz


dice, “Sé que esta es una pregunta con trampa. Sólo que no cuál”. Sonríe alegre—
. ¡Ella te adorará!

A veces parece viejo e inmensamente sabio, ya veces parece simplemente...


desorientado.

—Cuando salimos a comer —dice Marcia con voz lenta y cuidadosa—, al


menos tres veces, la gente me ha confundido con tu madre. Y... tú... ríes.

—Porque... es... divertido —dice él con la misma voz cuidadosa. Él sonríe de

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nuevo, y esta vez es perversa—. No pienso en ti como mi madre en absoluto. —
Su voz es tan perversa como su sonrisa. Una boca que acaba de beber sangre de
cerdo no debe verse tan sexy como lo hace.

Marcia todavía está congelada.

—Me voy a poner muy vieja... muy rápidamente... en el gran esquema de las
cosas. —No lo beses, se dice, piensa en la sangre del cerdo, piensa en la sangre del cerdo...

Dare se pone de pie, y está muy cerca, demasiado cerca. Aferra la mano de ella
a su pecho.

—En primer lugar... al igual que los vampiros se ven, me han dicho,
“demasiado hermosos” a los ojos humanos, los humanos nos parecen igual.
Pero... además, si eres mi esposa, mi anfitrión, no envejecerás. Incluso podrías
parecer más joven...

Ella levanta la vista y lo encuentra mirando su mano.

—Ese es el beneficio simbiótico de lo que no se supone que debamos hablar.


—Sin mirar hacia arriba, agrega—: Y no volverás a tener cáncer.

Ella puede ver por qué podrían querer mantener eso en secreto. Los vampiros
podrían terminar cazados hasta su extinción... o algo así. Pero entonces Marcia
respira hondo.

—Nunca te dije que tenía cáncer.


—No —dice—. Pero adiviné cuando me di cuenta de que podías ver nuestros
colmillos. —Se encoge de hombros, los ojos todavía abatidos—. Tenemos un
glamour innato que los oculta. Los seres humanos que están muy cerca de la
muerte... pueden verlos... y los humanos en otras, situaciones emocionales, no
mortales.

—Me curaste...

Sus ojos se encuentran con los de ella, y se ve muy viejo de nuevo.

—No, nunca diré que lo hice. Por favor... ni siquiera lo pienses. No hay
coacción de aceptar mi oferta, Marcia.

Marcia mira su mano y se ríe suavemente.

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—Normalmente, en la Tierra, una oferta que viene de mi jefe sería considerada
coacción.

Siente la mano de él aflojarse, mira hacia arriba y ve una expresión de dolor en


su rostro, como si le hubiera golpeado.

—Esa fue la observación más poco diplomática de todos los tiempos —dice
ella, acercando la mano de él a sus labios y cerrando los ojos para besarla.

Un mechón de cabello ha caído delante de sus ojos, y él lo alisa hacia atrás.

—¿Significa esto que vas...?

—Estoy diciendo que lo consideraré. —Traga—. Pero... debes cenar con mi


familia. Podrías cambiar de opinión.

Cuando lo mira, sus labios se separan. Por primera vez desde que estuvo
enferma, pudo ver sus colmillos. No tiene que explicarle que no tiene nada que
ver con la muerte esta vez.

Él no es la visión perfecta de un príncipe de cuento de hadas, pero entonces


ella no es una princesa tampoco.
Marcia no tiene a Dare para cenar esa noche. En su lugar, aborda el tema con
su familia primero.

—Eres muy vieja —dice Cindy—. Pero supongo que ambos son malvados y
hechos el uno para el otro. —Se levanta de la mesa, se va a su habitación y golpea
la puerta.

Alicia dice:

—Mamá, no tienes que hacer esto por nosotros.

Joshua, mirando su libro, dice:

—Adelante, mamá. He estado diciendo a todos en la escuela que llevas meses

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saliendo con él.

—¿Qué? —dice Marcia.

Él agita una mano.

—¿Por qué crees que todos los matones de la escuela me dejan en paz ahora?

Volviendo a Alicia, Marcia dice:

—Lo estoy haciendo por mí misma, también. Él me gusta.

Alicia se encoge de hombros.

—Si eres feliz.

Marcia mira en dirección a Cindy.

—¿Le ayudaría si le digo que él me quiere porque soy vieja? —Y luego se da


cuenta de que ha dicho el pensamiento en voz alta.

— Podría darle esperanza, mamá —dice Alicia—. Joshua tiene la moda. Yo


tengo buenas calificaciones... ella sólo piensa que es bonita.

Marcia se da cuenta de que ella no está encorvada en absoluto.


Cindy abraza a Marcia. Quizás a regañadientes, tal vez tímidamente, Marcia
no puede decirlo.

—Te ves hermosa —dice—. Joshua se superó a sí mismo con el vestido. —El
vestido de novia, hecho por Joshua de seda élfica que parece ser agua brillante,
es hermoso.

Marcia se aleja.

—Te ves hermosa, también —susurra en su oído—. Pero tú eres más que eso.
—Cindy asiente, y el momento es incómodo. Marcia no cree que jamás habrá un
momento mágico en que todo se junta, pero poco a poco, tal vez algún día.

Cindy está de pie frente a Dare.

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—Te ves viejo.

—No se ve viejo, parece mayor —dice Marcia. Él se ha dado algunos cabellos


grises, líneas de expresión y patas de gallo.

Dare se encoge de hombros.

—¿Magia? ¿Hay algo que la magia no pueda hacer?

Marcia no le había pedido que cambiara su apariencia. Lo había hecho él


mismo, diciendo que estaba preocupado por los niños "no respetándolo como
una figura de autoridad". Es una ilusión, y si Dare no la mantiene, se desvanecerá.
A juzgar por la forma en que Cindy responde a ello, fue una buena idea.

Del mismo modo, Dare no había preguntado la primera vez que bebió la
sangre de Marcia; ella se había mordido el labio y luego lo había besado. A juzgar
por lo fácil que se ha convertido para él mantener su ilusión de edad después de
que comenzó a darle sangre, fue una buena idea.

Detrás de ellos, un carruaje tirado por grifos se detiene.

—No te preocupes —dice Joshua, con su mano en Diamonds—. Nos


divertiremos con nuestros primos enanos mientras empiezas tu feliz para
siempre.

Diamonds resopla.

—No tendrás demasiada diversión.


Dare resopla.

—Feliz para siempre, en absoluto. Soy literalmente un dolor en el cuello, y tu


madre puede ser terca.

Marcia lo codea, y él la codea de regreso.

Alicia, callada todo el tiempo, rompe en sollozos ante las palabras de él. Todos
en la fiesta se callan.

—¿Alicia? —dice Marcia, yendo hacia ella.

Su normalmente estoica, insensible hija lanza los brazos alrededor de su


cuello.

115
—Gracias por darme un verdadero cuento de hadas. Un cuento de hadas en el
que puedo creer.

FiN
116
Donna Augustine
Capítulo 1
—¡Una vez más! —gritó el señor Bink desde el frente del estudio. Anastasia
evitó mirarlo mientras se dirigía a través de los movimientos, con la esperanza
de que pudiera mezclarse con el resto de los bailarines.

Desde el primer momento que Anastasia se había unido a la compañía de


ballet, el señor Bink había criticado casi todo sobre ella. Su postura era mala, sus
piernas demasiado gruesas, el arco de su pie demasiado plano, su moño

117
demasiado desarreglado. Nada salía sin ser visto o pasaba desapercibido.

—¡Más rápido! ¡Algunos de ustedes se están quedando atrás del ritmo! —El
señor Bink aplaudió con fuerza—. Anastasia, descuidada, descuidada. ¿Y crees
que puedes bailar un solo? —El señor Bink se volvió, pero no antes de dejar
escapar un sonido de disgusto que fue lo suficientemente fuerte para ser
escuchado sin duda por todos en la sala, incluso con el piano sonando.

Ana parpadeó rápidamente, con la esperanza de contener las lágrimas


mientras continuaba para moverse en ritmo con el resto de los bailarines. Hizo
caso omiso de las miradas de sus compañeros de baile, que variaban entre
disgusto y lástima. Sabía que después de un año de estar con la compañía,
debería estar más allá del punto donde el señor Bink podía hacerla llorar.
Claramente, no lo estaba.

—¡Suficiente! —dijo el señor Bink, el pianista deteniéndose cuando la mano de


Bink se sacudió en el aire—. Ya terminé de examinar al grupo. Hemos terminado
por el día de hoy. Será mejor que no actúen así mañana. No seré avergonzado
delante de nuestro invitado.

Los ojos de Ana se cerraron mientras aliviada se ponía de pie. Parecía que hoy
sería un día más fácil. Sería un infierno mañana, sin embargo, si no le hacían el
favor al señor Bink cuando Marcum Hills estuviera allí. Era el coreógrafo más
conocido en el noreste. Ana no agradaba al señor Bink, así que las cosas no se
veían bien para ella, pero eso era una preocupación para mañana.
Caminó hacia la esquina, y se instaló al lado de su bolso. Agarró su toalla
donde estaba apoyada en su bolso y se secó el sudor que aún corría por su rostro.
De espaldas escudándose parcialmente de la habitación, tiró de la primera
zapatilla de punta mientras se tensaba y esperaba por el dolor. La uña en su dedo
gordo se movió con el movimiento, y aspiró aire a través de sus dientes cuando
finalmente consiguió deslizarla fuera. Una menos, hizo una pequeña pausa antes
de recoger la fortaleza para hacer frente a la siguiente, que no debería ser tan
mala, ya que tendía a favorecer su pie derecho.

Hubiera oído al señor Bink acercarse si sus sentidos no hubieran sido


silenciados por el dolor de la segunda zapatilla deslizándose sobre carne dañada.
Olió la colonia fuerte y tiró la toalla rápidamente descartada hasta sus tobillos,

118
cubriendo sus pies dañados de la vista. Pero era demasiado tarde y lo sabía.

Se volvió ligeramente y miró hacia el señor Bink. Sus ojos se redujeron al


contemplar a Ana, su boca vuelta hacia abajo. Su zapato, uno de los diversos de
cuero negro brillante de su propiedad, la señaló. Esto era todo, lo que había
estado temiendo desde que se había unido a la compañía.

—Lamento informarle, pero no importa lo duro que intento mejorar esta


situación, no va a funcionar por más tiempo. —Nada acerca de sus palabras o la
voz entrecortada que utilizaba para decirlas hablaba de remordimiento.

—Por favor, trataré más arduamente. Practicaré el doble de duro que los
demás —dijo Ana, no divulgando que ya practicaba cada noche después de
terminar por el día.

Los ojos del señor Bink hicieron un recorrido obvio hacia abajo, hacia sus pies
ahora cubiertos, y las pocas hebras grises hacia la izquierda en su cabeza se
balancearon con la sacudida sutil de su cabeza. Hubo una larga y lenta exhalación
antes de que continuara:

—Te acepté como un favor a tu tía, pero ambos sabemos que no estás hecha
para esto.

Tal vez debería aceptarlo. Renunciar y darse cuenta de que nunca sería una
primera bailarina.

Miró a su alrededor a los bailarines lo suficientemente cerca para escuchar,


entre ellos María, la estrella brillante de su compañía.
Las formas de María eran siempre perfectas, sus arcos altos y el cabello
siempre suave. María era un recordatorio de todo lo que Ana no tenía. María era
una primera nacida.

Vio que María, y varios de los otros no estaban hablando. Sus orejas estaban
todas vueltas en la dirección de Ana, y más tarde esta noche, toda la compañía
habría escuchado alguna versión de esta discusión. La humillación se instaló un
poco más pesada; su espíritu se sintió un poco más sucio y desgastado.

Pero los sueños no mueren con una muerte fácil, no del tipo real. Ella habló,
sin preocuparse de que sumaría a la historia de mortificación.

—Por favor, sólo déjame terminar esta temporada.

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El señor Bink se cruzó de brazos, y un solo dedo huesudo dio unos golpecitos
contra la camisa de seda del otro brazo.

—Voy a dejar que te quedes hasta el final de la temporada debido a que tu tía
es una gran donante para esta compañía, pero no actuarás. Hay un límite para lo
que puedo sufrir. —Se inclinó hacia abajo, hacia ella—. Y yo no iría a quejarme a
ella, tampoco. Sé cosas sobre ti.

Su boca se abrió, pero nada salió mientras las piezas encajaban. Había sido él.

El señor Bink sonrió, y se veía como un perro rabioso dejando al descubierto


sus dientes, antes de volverse. Sus talones golpearon el suelo de madera y
resonaron en la habitación al salir.

Ana se dejó caer donde estaba sentada, los otros bailarines susurrando a su
alrededor hasta que la habitación se quedó en silencio y ella era la única que
quedaba.

Sabía que el otro día alguien había registrado su casillero. No habían hecho
que sea un secreto, sino que dejaron sus cosas apiladas y revueltas, en lugar de
las ordenadas pilas que ella siempre disponía. Las pastillas que tomaba para
mantener su horario riguroso se habían ido.

No importaba por qué las tomaba. Si se corría la voz, sería despedida de la


compañía. El señor Bink finalmente había ganado.
Capítulo 2
El diablo caminaba por la avenida oscura justo cuando el reloj en el centro de
la ciudad dio la medianoche. Las farolas destacaban su cabello negro y grueso y
el brillo de su traje italiano mientras se acercaba a ella. Estaba sentada en un
banco en el rincón más oscuro, su cabeza baja mientras miraba los adoquines.

Ella lo había estado llamando durante años. Había tenido diez años la primera
vez, después de que había perdido un recital de danza. Él no había venido a ella

120
entonces. Ella no había estado lo suficientemente desesperada.

Tenía catorce años la próxima vez que había llamado. Había sido justo después
de que no fue seleccionada para la primera compañía a la que se había aplicado.
Una vez más, él no se había interesado.

Ella lo había llamado de nuevo esta noche. Había ponderado sus diversiones
disponibles antes de decidirse a venir. No era como si no hubiera otras opciones.
Cualquier día de la semana, había miles de personas tratando de llegar a un
acuerdo con el diablo. Estaba en gran demanda y siempre lo estaría.

Lo que la mayoría de los humanos no comprendía era que la desesperación


tenía que madurar como un buen vino. Si se servía demasiado pronto, no
ofrecería el mismo sabor que uno con mucho cuerpo. Pero ahora ella estaba lista.
Valía la pena el viaje.

Se sentó a su lado, reclinado contra el banco, cruzó las piernas y apoyó su


brazo en el respaldo. Hubo un segundo de pausa antes de que su cuerpo se
sacudiera. Levantó la cabeza y lo miró, sorprendida que alguien se había sentado
a su lado y no se había dado cuenta de su aproximación.

—¿He oído que quieres hacer un trato, Anastasia?

Ella se alejó de él en el banquillo. Pero no se levantó. Oh, sí, estaba lista.

Su pecho subió y bajó notablemente cuando ella vio su rostro y luego su ropa.
Él sabía cómo le parecía a ella: Un hombre atractivo de unos veinte años,
financieramente pudiente y confiado. El tipo exacto de hombre con los que ella
había coincidido tantas veces en las recaudaciones de fondos del ballet; el tipo de
hombre que ella siempre esperaba llamar la atención y siempre había fracasado.

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó.

Debería haber estado más alarmada, pero podía ver el atractivo de su forma
actual instalarse en el rápido ritmo de su corazón. Su lengua salió para mojar sus
labios, en conflicto directo con la respuesta lógica a retirarse que la mayoría de
los seres humanos tendrían.

—Conozco el nombre de todos, pero especialmente de los que me llaman. —


Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó un cigarro. Eran enrollados por

121
cubanos, en un lugar mucho más cálido que Cuba. Echó un vistazo a una pequeña
imperfección en el cigarro. Ellos iban a pagar por ello más tarde.

—Pero no sé quién eres —dijo.

—Por supuesto que sí. —Sonrió antes de colocar el cigarro en su boca. Con un
movimiento de su mano, una llama apareció en la punta de su dedo y él sopló
suavemente.

—Tú eres... ¿eres...? —Mordisqueó sus uñas mientras él tomaba nota de su


apariencia andrajosa: Cabello opaco, piel cenicienta, nada demasiado notable.

Tomó el cigarro de su boca y observó la incomodidad visible de ella ante el


humo. El cáncer pronto no iba a ser un problema para ella. Tendría problemas
mayores si llegaba a un acuerdo con él, que por supuesto ella iba a hacer. Lo había
estado convocando durante mucho tiempo.

—¿Quién más? Me has estado llamando desde hace tiempo —dijo, al sentir la
fuerza de su fuerza vital. Ella no destacaba mucho, pero era sana y fuerte. Su
alma valdría la pena el esfuerzo. Con tantas personas en el mundo y muchas de
ellas estando dispuestas a llegar a acuerdos, él era mucho más selectivo de lo que
solía ser. Pero el alma de ella valdría la pena. No una recluta de primera línea,
pero lo suficiente como para molestarse con ella.

—¿Me puedes ayudar? —preguntó ella. Esas eran las palabras mágicas. Sabía
quién era y todavía quería su ayuda. Esto sería rápido. Iba a ser casi tan fácil
como ella apuntando en la dirección correcta hacia dónde ir en una encrucijada.
Él puso los ojos en blanco antes de contestar:

—Puedo hacer lo que quiera. Puedo hacerte la bailarina más famosa que jamás
vivió.

—¿Qué deseas a cambio?

Odiaba esta parte. Una noche de borrachera y habían sido siglos de contratos
desde entonces. Por lo menos, ahora mantenía a ese dolor en el culo que vivía
arriba fuera de sus negocios. Antes, eran peleas constantes.

Metió la mano en su traje nuevo, y esta vez sacó una sola hoja de papel vitela.
Con un chasquido de sus dedos, una pluma de ave apareció en la otra mano, y le
dio ambos a ella.

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—Todo lo que necesito de ti es una firma en la parte inferior de este contrato.

Ella levantó el pergamino hasta que fue iluminado por el farol, y entrecerró
los ojos mientras trataba de descifrar el latín. Siempre quería reír cuando trataban
de averiguar lo que había en él. Podría haber llegado a un acuerdo estando ebrio,
pero había maneras de evitar todo.

—Entonces, ¿qué pasa exactamente?

—Hago que todos tus sueños se hagan realidad, y cuando mueras, tú eres mía.

—¿Y qué significa eso exactamente?

—¿Importa? —Se puso de pie y extendió su brazo para ella. Se levantó,


colocando su mano en el hueco de su brazo, y empezó a caminar con ella—. Sé el
dolor que sientes todos los días, la insuficiencia. La forma en que te miran y
hablan de ti cuando no estás allí.

Mientras caminaban, la gente parecía como si saliera de las sombras,


mirándola, susurrando mientras pasaban. Personas que miraban igual que los
bailarines de la compañía.

—Imagínate en un escenario en este momento —dijo él, y de repente ya no


estaban caminando sobre adoquines sino atravesando la madera de un escenario,
las luces brillando en ellos a medida que avanzaban hacia el frente. De repente,
las luces se apagaron y una multitud rugía con aplausos, poniéndose de pie y
aplaudiéndola. Los pantalones de chándal negros y camisa que había estado
usando ahora eran el traje de una bailarina. Un hombre se acercó y le entregó un
ramo de rosas.

La dejó absorber todo por un momento. Él lo había hecho tan real que ella no
podía dejar de ser absorbida por la escena, sentir el flujo de energía de la multitud
sobre ella.

—Vas a tener una vida maravillosa. Serás la más bella bailarina que alguna
vez hizo piruetas en el escenario. Todo hombre te deseará. Vas a tener el mundo
al alcance de la mano. —Él se acercó más y dijo suavemente—: Ellos te amarán.
¿No quieres que todo lo que has deseado alguna vez se haga realidad? Y luego,
una vez que hayas vivido la vida más maravillosa que te puedas imaginar,
pasarás algún tiempo conmigo.

123
No soy tan malo. No debes escuchar todas las cosas que dicen de mí. Escucha
tu instinto. Hay una razón por la que me has estado llamando desde que eras una
niña. Sabes lo que debes hacer.

Ella asintió, mientras miraba a la multitud, hipnotizada.

Y luego ellos se desvanecieron, sus aplausos con ellos, y Ana y el diablo


estaban de nuevo de pie solos en la noche oscura y lluviosa.

—Todo lo que necesitas hacer es escribir tu nombre —dijo él mientras el


contrato y la pluma reaparecían en sus manos.

Ella sostuvo la hoja contra su pierna en su urgencia de encontrar un lugar para


firmar.

—¿Cuándo sucederá todo esto? —preguntó mientras le entregaba la hoja.

Él la dobló y la guardó.

—Ve a casa y ve a dormir sabiendo que toda tu vida está a punto de cambiar.

Ella no podía irse lo suficientemente rápido, sonriendo todo el camino.

—Entonces, ¿qué te parece, jefe? ¿Ella vale la pena el esfuerzo? —El demonio
de dimensiones reducidas preguntó mientras se paraba detrás de él. El hombre
joven que había parecido ser hace minutos dando rosas había desaparecido por
completo.
—Creo que sí, Bobber —dijo el diablo mientras fumaba su cigarro y la veía
desaparecer hacia su apartamento.

Ana se despertó a la mañana siguiente y tuvo que volver a pensar en la noche


anterior. ¿Había sido real? ¿Realmente había hecho un trato con el diablo?
¿Estuvo de pie frente a una multitud mientras vitorearon?

Agarró una diadema de su mesita de noche y recogió su cabello en una cola


de caballo, o intentó. Esa fue la primera señal de que las cosas estaban raras. Cada

124
día, ella hacía lo mismo.

Se levantaba y recogía su cabello en una cola de caballo y la banda la envolvía


alrededor de su cabello tres veces. Ahora apenas fue capaz de envolverla dos
veces.

Se levantó de la cama y se dirigió hacia el espejo encima de su tocador. Su


cabello todavía se veía como el de ella, pero se había vuelto más largo de un día
para otro. Su piel brillaba como si hubiera acabado de llegar de un lugar soleado
que dejó un cálido brillo. Sus ojos, que siempre habían sido de un azul apagado
parecían más brillantes. Todavía se parecía a sí misma, pero en una versión muy
mejorada. Tal vez la noche anterior había sucedido.

Se duchó y se cambió, preguntándose lo que traería hoy.

Cuando llegó a la compañía de ballet, no fue la única que se dio cuenta. Todos
sus compañeros bailarines estaban mirándola y susurrando detrás de sus manos.

—¿Ana? —Se volvió para ver a Scott, uno de los solistas principales, que nunca
había hablado con ella antes.

—Hola.

—Te ves… diferente. ¿Te hiciste algo? —preguntó mientras su mirada seguí
recorriendo sus rasgos, como si no pudiera poner el dedo en la diferencia.

—Nada —dijo mientras trataba de reprimir la sonrisa por atraer la atención


del bailarín más guapo de la compañía.
Él asintió y dijo algo acerca de ir por un café después de la práctica antes de
irse.

—Tal vez —dijo ella. Paso entre el resto de los bailarines mientras iban al
escenario y se preparaban para sus huéspedes.

Una hora más tarde, Ana se mantenía al margen de la escena mientras


Marcum, el coreógrafo invitado de quien había estado escuchando desde hace
meses, evaluaba a los bailarines que se movían delante de él.

125
Sus ballets podrían disparar a una bailarina a la fama, pero eso no sucedería si
ella nunca era vista. Mientras permanecía de pie, viendo su oportunidad de estar
en uno de los ballets más esperados en la historia olvidada de los cuerpos de
ballet, se preguntó de nuevo si el encuentro de anoche había sido un sueño.

El grupo de bailarines cambió de lugar con otro grupo de nombres llamados.


Era el último grupo para ir, y ella no había sido llamada para unirse a ellos, por
lo que supo que no iba a ser llamada. Vio las miradas. Todos lo sabían. El señor
Bink permitiría que se quedara, pero iba a permanecer con un alto costo. Marcum
nunca la vería bailar.

Oyó algunos forcejeos, y la cortina que protegía el lado del escenario en el que
ella estaba de pie de repente se vino abajo. Un grupo de sus compañeros de baile
parecían haber quedado atrapados en ella. El material se rasgó con un sonido
horrible, y luego se unió a la voz del señor Bink mientras él exigía saber lo que
había sucedido.

El señor Bink echó un vistazo a un Marcum molesto y le dijo al grupo que


hiciera silencio y que los bailarines reiniciaran.

Sin la cubierta de la cortina, Ana no podía dejar de echar un vistazo al apuesto


Marcum, rezando que de alguna manera se diera cuenta de ella, y más
convencida que nunca de que la noche anterior había sido nada más que una
ilusión desesperada.
Sus ojos oscuros se alejaron de los bailarines hasta que él estaba mirando
directamente hacia ella. Ella se dio la vuelta, pensando que debía haber sentido
su mirada fija.

—¿Quién es ella? —preguntó él, lo suficientemente alto que todo el mundo lo


escuchó y Ana miró hacia atrás.

Él la miraba con una intensidad que era casi inquietante.

—Ella no es una de mis mejores —dijo el señor Bink con un gesto de rechazo.

Marcum se mantuvo mirándola, ignorando al señor Bink.

—Hay algo en ella. Quiero verla bailar.

126
—Ana, un paso adelante —grito el señor Bink—. Has el solo del Lago de los
Cisnes.

Las entrañas de Ana se tensaron. No podía hacer ese solo, no importa cuántas
veces lo intentó sin tropezar en algún momento, y el señor Bink era más
consciente de ello que nadie.

Pero esta era su oportunidad y tenía que aprovecharla. Entonces pensó en la


noche anterior. Se suponía que las cosas cambiarían. Si era real, este sería su
momento.

Los bailarines despejaron el escenario, algunas rieron mientras lo hacían, ya


que muchos de ellos la habían visto tratar de realizar este baile antes. Tomó su
posición y el piano empezó a tocar y ella dejó caer todas sus preocupaciones, sus
inseguridades de toda la vida y cada palabra negativa que alguna vez había oído,
y saltó por el escenario como si hubiera nacido para bailar esta parte. La música
tomó el control de su cuerpo como si la condujera a algún otro nivel. Ella dio un
salto y se volvió con impecabilidad que habría puesto incluso a María en
vergüenza.

La música se detuvo cuando terminó con la barbilla inclinada hacia arriba y se


congeló. No había ni un sonido para ser escuchado, ni siquiera respiraciones.
¿Había fallado? Se había sentido tan natural, tan fluido.

Miró a su alrededor y no vio nada más que conmoción, excepto de Marcum,


quien estaba sonriendo. Él comenzó a aplaudir.
Capítulo 3
Cinco años después

—Ana, querida, te ves hermosa esta noche.

Ana levantó la vista hacia el hermoso rostro de Marcum mientras él se


acercaba a su tocador.

127
—¿Estás lista para tu actuación?

Ella jugó con el anillo de compromiso que él le había dado hace un mes.
Siempre se lo dejaba hasta el momento en que tenía que salir a escena.

—¿Contigo a mi lado? Claro que sí.

Él se acercó y tomó la silla vacía al lado de ella.

—Después de la actuación, hay algunas personas que me gustaría que


conocieras.

—¿Pensé que esta noche íbamos a ser sólo nosotros?

—Sólo nos reuniremos para tomar un trago. Ellos podrían estar dispuestos a
financiar ese nuevo ballet que estoy creando para ti. —Se inclinó y la besó en la
mejilla antes de decir—: Sabes que nadie puede tener suficiente de ti, yo incluido.

Hubo un golpe en su puerta.

—Ana, es hora.

Se quitó su anillo de compromiso y se lo entregó a Marcum.

—Te veré después. — Con un beso, salió para el escenario.

En cinco años, se había transformado de una bailarina de ballet mediocre con


ninguna vida amorosa para hablar de la actual primera bailarina en el mundo.
Estaba comprometida con un hombre tan guapo y encantador que, incluso
después de un año de noviazgo y teniendo un anillo en su dedo, todavía se
encontraba mirándolo fijamente.

Sólo había una cosa estropeando su vida, y era un recuerdo de una noche de
hace cinco años. ¿Cuál iba a ser el costo? ¿Había ocurrido alguna vez siquiera?
¿Y si se había imaginado todo el asunto? Después de todo, ¿el diablo existe
realmente?

Oyó su señal para entrar en el escenario, y cuando salió, sintió la emoción y la


adoración de la multitud sobre ella. Dejó que le quitara todos los recuerdos no
deseados de contratos y almas.

128
Él tomó su asiento de primera fila mientras el espectáculo comenzaba. Esta
sería la última actuación de ella, así que pensó que bien podría disfrutar de él.
Después de todo, ella era su creación. Y, sorprendentemente, había encontrado
que disfrutaba estar cerca de ella.

Cuando el telón comenzó a subir y el asiento de al lado no había sido ocupado


aún, tuvo un mal presentimiento de que iba a recibir una visita inesperada.

Dios entró, tan predecible en un traje de blanco inmaculado, y se sentó junto a


él.

—Dios —le dijo al recién llegado no deseado.

—Lucifer —respondió Dios.

Dios se cruzó de brazos y se acomodó, viendo como comenzaba la actuación.


Anastasia vino bailando por el escenario, pareciendo como si fuera ingrávida en
sus movimientos. Él tomó un sorbo de champán mientras la miraba, apreciando
la belleza de sus líneas.

Ella se había vuelto famosa de la noche a la mañana, su brillante forma de


bailar catapultándola a la fama, no sólo en el mundo del ballet, sino hasta que su
nombre era conocido por todos. Fue un hecho tan pronto como ella había
firmado.
—Lo hiciste bien, Lucifer —dijo Dios, inclinándose al decirlo.

—Lo hice.

—Así que, ¿esta noche es la última vez?—preguntó Dios.

Aquí venía. Él sabía cómo arruinar un buen momento. Había estado lloviendo
sobre todos sus desfiles durante miles de años, a veces incluso literalmente.
Infiernos, habían necesitado un arca una vez.

Se dio la vuelta para ver a Dios. Pero, ¿por qué ella? Sí, ella era exquisita ahora,
pero sólo con su ayuda se había convertido de esa manera. Realmente no había
nada especial en ella.

129
—¿De verdad la necesitas? ¿Otra alma cuando tienes tantas? —preguntó Dios,
sus ojos todavía en el escenario.

—Sí. La necesito. ¿A ti que te importa?

El diablo vio cómo Dios la estaba observando y la tristeza allí.

—Su familia ha estado orando por ella. Quería tratar y ayudarlos.

—¿Por qué orarían por ella? Su vida ha sido fabulosa. —Sólo el diablo y Dios
sabían la verdad detrás de su ascenso a la fama.

—Su abuela sabe lo que hizo —dijo Dios.

El diablo hizo una rápida búsqueda mental antes de que la mujer hiciera clic
en su cabeza. Por eso el alma de Anastasia se había sentido tan fuerte. Tenía una
pequeña muestra de la fuerza de la anciana. Su abuela tenía casi noventa años, y
qué alma en ella. Fuerte como un buey, esa dama era.

—¿Así que? ¿Qué piensas? —le preguntó Dios—. ¿Tal vez dejar esto pasar?

El diablo sacudió la cabeza.

—No puede hacerlo. Tengo un contrato firmado. Comienzo a dejar que la


gente escape a causa de unas pocas oraciones y ¿quién sabe qué ideas locas
sugerirán?

Dios asintió, como si se hubiera imaginado lo mismo, y luego se puso de pie y


se arregló su traje.
—¿No vas a permanecer para el resto del espectáculo? —preguntó el diablo.

—Lo sabes, nunca me han importado tus finales.

—Sólo recuerda… ella me llamó.

—Lo sé —dijo Dios, y luego se alejó.

El diablo se echó hacia atrás y observó el resto de la actuación. Ella era


exquisita, pero debía serlo. Ella era lo suficientemente joven como para tener
otros cinco, quizá incluso diez años más de carrera. Él disfrutó viendo su baile.
Tal vez debería permitirle vivir un tiempo más largo. De cualquier manera, no
interrumpiría la actuación, por lo que tenía tiempo para pensar en ello.

130
En el momento en ella terminó, incluso él estaba conmovido por ella. La
emoción, el amor y la dedicación que ella ponía en su oficio era inigualable. Se
dio cuenta de que esto no había sido todo él. Siempre había estado allí. ¿Tal vez
ella no lo había necesitado tanto como pensaba? Tal vez sólo necesitaba la
confianza que le había dado para convertirse en lo que siempre había estado allí.

La observó mientras se paraba al frente y al centro y un ramo de rosas se


colocaba en sus brazos. Sus ojos recorrieron su público de adoración y luego se
posaron en él. Su sonrisa se ensanchó.

Él le devolvió la sonrisa mientras se sentaba de nuevo y esperó a que ella


hiciera su reverencia final.

O tal vez no.

Los bailarines abandonaron el escenario y el público comenzó a salir. Se


levantó de su asiento y se dirigió de nuevo a su camerino.

Ella lo recibió con una sonrisa mientras él volvía a entrar, y metía la mano en
su bolsillo.

—Aquí tienes tu anillo, querida.

Ana lo tomó de regreso, una sonrisa asentada en sus labios mientras deslizaba
el anillo en el dedo.

—Marcum, sólo me tomará un momento cambiarme.


Él asintió y se instaló en un pequeño sofá a lo largo de la pared. La observó
moverse sobre el vestuario y se dio cuenta que no podía matar a esta mujer. Algo
extraño había sucedido mientras él se divertía con ella estos últimos cinco años.

Un movimiento de sus dedos y ella estaría muerta. Tenía el contrato firmado


que le daba el derecho. Sin embargo, no podía hacerlo. Él, el diablo, no podía
matarla.

Ella estaba de pie junto a un estante de ropa cuando dijo:

—¿Dónde estamos reuniéndonos con estas personas para las bebidas?

Él sacudió su cabeza.

131
—Lo cancelé. Vamos a ir a casa y estar solos.

Ella sonrió y asintió.

—Eso suena perfecto.

—Hay un par de cosas que deberíamos hablar —dijo él, mientras se


preguntaba cuán capaz de adaptarse ella estaría. Todos los seres humanos decían
que una buena relación se basaba en confianza y honestidad.

—¿Sobre qué? —preguntó, pareciendo preocupada.

—Nada demasiado importante. ¿Cómo manejas los climas más cálidos?

FiN
132
Annie Bellet
La luna menguante colgaba sobre las copas de los árboles baobab mientras
Afua se escurría de su catre y se dirigía por el camino del acantilado a la casa de
la bruja. Arcilla roja mojada con las lluvias nocturnas golpeaba bajo sus pies
pesados, sus pasos apresurados desmintiendo el temor revolviendo su estómago.
Era una cosa peligrosa robar a una bruja.

Pero después de esta noche, ella ya no sería llamada Sahona, la rana. Afua
siempre había ignorado los insultos, pensando que se volvería como su amiga
Talata que había crecido, alta y elegante. Afua se quedó bajita, sin embargo, con
un rostro puntiagudo como de un camaleón, piel llena de manchas y piernas
arqueadas más apropiadas para un lémur que para una mujer joven.

Dio la vuelta por el camino empinado por encima del pueblo, echando un

133
vistazo hacia abajo, hacia donde la luz de la luna se reflejaba en los arrozales de
abajo. La bruja, Mpamonka, se decía que era la mujer más bella de la isla,
renovada por la magia en su fitaratra, una jarra tallada por un rayo en las arenas
de la playa lejos hacia el oeste. Pensando en su plan a medio formar, Afua se
estremeció, aunque no de frío. El bosque se cerró y el camino se estrechó, la arcilla
roja volviéndose hierba gruesa. Sombras bailaban, de plata y negro, y en algún
lugar un ave nocturna gritó en advertencia.

La cabaña de la bruja estaba junto a un manantial de montaña que brotaba de


un peñasco y dejaba los acantilados en la oscuridad. Mordiéndose el labio con
fuerza suficiente para probar sangre, Afua se cernió en el borde del claro contra
un árbol de mango y escuchó. El bosque se movía y suspiraba a su alrededor,
insectos zumbando y hojas crujiendo. Sus oídos no registraron sonidos humanos.
Con una respiración profunda, caminó hacia adelante. Ahora sin hacer ruido de
pisadas contra el suelo.

El fitaratra colgaba de un cordón de seda a un lado de la cabaña. Una vez que


ella lo había visto, el recipiente pareció llamar a Afua, su escasa claridad brillando
como si estuviera absorbiendo la luz de la luna.

—No más Sahona —susurró el poder—. Te convertirás en la mujer más bella


de Vazimba. —Afua sería Hanuhane, admirada, querida.

Sus dedos se cerraron sobre el cristal fino y el agua fresca salpicó su piel
oscura. Bajó el recipiente, alejándose de la puerta con cortinas, sin atreverse a
respirar. Afua retrocedió hasta que sus pantorrillas tocaron la piedra lisa
rodeando el muelle.

Con una oración silenciosa a Zanahary, inclinó la fitaratra hacia sus labios y
bebió.

Fuego se encendió en su vientre como si se hubiera comido un puñado de


hormigas. Afua reprimió un grito y dejó caer el fitaratra. Se rompió sobre la
piedra, astillas de luz de luna volando en todas direcciones. El grito de una mujer
rompió la noche, procedente de la cabaña.

Afua corrió. Sangre caliente fluía de pequeños cortes en sus brazos, sus piernas
y su mejilla. Aguantó mientras se escapaba, tosiendo y escupiendo. Dolor
punzante quemaba su camino por sus muslos y ella cayó, curvándose en una bola

134
en el barro. Se sentía como si alguien estuviera tirando su propia piel en todas
direcciones.

—¡Niña! Ladrona en la noche —sonó una voz de mujer por encima de ella.

Afua se obligó a abrir los ojos y vio a la bruja, más como una sombra de una
mujer que la verdadera forma en la oscuridad. Afua abrió la boca para hablar,
pero sólo salieron gemidos.

—¿Por qué has robado mi poción? ¿Por qué has roto mi jarra?

Afua lamió sus labios temblorosos y sacudió su cabeza. Se preguntaba si la


bruja la mataría. Se preguntaba si se estaba muriendo de todos modos. Pero se
aferró a la esperanza de que la poción estuviera trabajando, aferrada con su
último aliento en su sano juicio.

—No lo hice —dijo, obligando salir a las palabras como piedras a través de su
lengua retorcida—. Estoy enferma, vine para curarme. —Era fácil mentir a una
sombra en el bosque.

—Mentirosa —dijo la bruja y ella escupió en la cara de Afua. Su saliva era


pegajosa y olía a vainilla—. Ya que te gusta mentir tanto, te maldigo a decirlas
siempre. Y ya que eres tan torpe, todo lo que sostengas se deslizará de tus dedos
como granos de arena a través de una abertura.

—No —gritó Afua, cerrando los ojos contra el horror y el dolor penetrante.
Trató de explicarse. Sólo quería belleza, el fin de las miradas de reojo y palabras
sarcásticas, una manera de recuperar su amistad con la hermosa Tatala. Las
palabras se atascaron en su garganta y encontró sólo mentiras subiendo como
bilis para ocupar su lugar.

—Te liberaré —dijo la bruja, a poca distancia—, cuando seas capaz de


disculparte conmigo y que sea en serio.

—Azafady, miala tsiny aho —Sollozó Afua, curvándose en su piel agrietada,


su vientre lleno de hormigas. Pero ahora sabía que la maldición había surtido
efecto, porque podía decir las palabras, pedir perdón, pero sin ser verdad. La
verdad se enrollaba como una serpiente, profundo en su corazón y susurraba
como el fitaratra lo hizo. Cualquier precio por la belleza.

Se deslizó en la inconsciencia; las falsas disculpas murmuradas una y otra vez

135
como una oración en la oscuridad.

Las cuerdas de rafia cortaban los hombros de Afua mientras arrastraba el


arado a lo largo de otra hilera, caminando con esfuerzo a través del barro
agrietado del arrozal en barbecho bajo el sol caliente. Una última fila antes de que
hiciera una pausa para ir a comer, pero la idea no le traía ninguna alegría. Llegó
al final y se liberó del arnés usando sus codos y su barbilla para ayudarse.

Talata, Zaza, y Alakamisy ya estaban descansando a la sombra de la arboleda


de mangos cuando llegó hasta ellas, sus piernas estiradas limpias en la hierba
suave, compartiendo una jarra de agua.

Afua les sonrió sólo con sus dientes.

—Les deseo un excelente día —dijo. A veces, sólo decir mentiras tenía sus
ventajas.

Las tres sonrieron mientras Talata señalaba a uno de los árboles.

—¿Tienes hambre, Anaombe?

Afua se volvió, ya sabiendo lo que encontraría. Su almuerzo envuelto en hojas


colocado en el hueco de un árbol, atado a una rama por el cordón que ella usaba
para transportarlo desde el pueblo. Podía usar sus dedos con movimientos
pequeños para desatar el nudo, pero tendría que saltar y utilizar sus brazos para
tirar hacia abajo el paquete ya que sus manos no agarrarían el tiempo suficiente
el material.

—¿Tienes sed? —Zaza se unió a las burlas mientras Afua se mantenía de pie
con los puños apretados, mirando hacia la comida.

Ella estaba reseca, su garganta llena de polvo y calor. Pero todo lo que salió de
ella cuando habló fue:

—Por supuesto que no, nunca he tenido menos sed.

En casa ella sólo podía asentir o negar, haciendo caso omiso de los labios
fruncidos de su madre y los ojos tristes de su padre. Aquí, sin embargo, no tenía

136
esa protección o comprensión.

El sonido de hombres y ganado en la carretera llamó la atención de las chicas


lejos de Afua. Rodeando la curva y por medio de los árboles baobab a lo lejos
llegaban dos bueyes blancos conduciendo una magnífica carreta adornada con
patrones de color amarillo y añil cortados en la madera.

—Un noble —dijo Tatala sin aliento—. ¿Me pregunto si es un rey?

Afua había tomado su distracción como una oportunidad y fue usando sus
dedos para desenganchar rápidamente su almuerzo, saltando arriba y abajo para
sacar el paquete de las ramas antes de que las chicas se volvieran de nuevo. Bajó
el arroz envuelto en hojas, equilibrándolo en sus pechos, metido debajo de su
barbilla.

Éste se deslizó hacia abajo y se abrió en el suelo cuando ella alzó la vista y vio
que el hombre en cuestión saltaba de su silla de buey y andaba a zancadas hacia
su pequeña arboleda. Era alto como cualquier hombre en el pueblo, con cerrados
rizos oscuros trenzados con seda y perlas de vidrio que tintineaban juntas al
andar. Su rostro era ancho y guapo y mientras se acercaba a ella se encontró con
su mirada y vio que sus ojos eran marrones y dorados con una banda naranja, al
igual que las flores andasibe que crecen en arboledas a lo largo de los acantilados
occidentales. Sus ropas eran de seda, de colores rojo brillante, amarillo y verde
como el lomo de un escarabajo debajo de un intenso sol.

—Manakory —dijo él a modo de saludo, su voz suave y profunda—. Estamos


de camino a Jofodiafotaka. Este es el camino correcto, ¿verdad?

—Lo es—dijo Talata, lanzando sus trenzas por encima de su hombro y dando
un paso adelante. Empujó sus pechos en contra de la tela brillante de su vestido.

El rey, porque Afua pensaba que debía de ser uno de los reyes de
Ambaniandro, ignoró a Talata y entró en la sombra, mirando directamente a
Afua. Ella bajó la mirada a sus pies y al barro y al arroz derramado delante de
ellos. Él sólo tenía curiosidad porque no la conocía.

La poción de la bruja había funcionado. Afua sabía lo que veía este extraño,
por qué estaba tan curioso. Ella había bajado de los acantilados al amanecer, sin
dolor en sus extremidades, pero con sólo mentiras en sus labios. No más piernas

137
arqueadas y rostro de lagarto, ya no más piel agrietada y cabello áspero. Afua era
elegante y alta, de piel oscura sin imperfecciones y ojos dorados. Era fácilmente
la mujer más bella de Vazimba.

Pero el precio era demasiado alto para pasar por alto. Pronto la admiración y
la sorpresa se desvanecieron y las burlas regresaron. Ningún hombre quería una
esposa cuyas manos no podían sujetar una herramienta o cargar a un niño, ni
nadie se interesaba en hablar con una mujer que no podía decir nada más que
mentiras.

Afua se mordió el labio y miró hacia arriba. El rey seguía mirando, con la
cabeza inclinada hacia un lado como un mono. Veía a una mujer hermosa en
harapos con los pies embarrados y brazos delgados. En realidad no la veía, nadie
lo hacía. Ella le devolvió la mirada, la vergüenza haciéndola enojar cuando junto
a ella las tres chicas empezaron a reír de nuevo.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó el rey.

—Anaombe —respondió Talata por Afua, mirándola antes de moverse hacia


adelante así casi tocaba al rey—. Ella jala del arado de arroz como un buey, pero
diferente. —Talata sonrió, tratando de atraerlo a la broma.

Soy Afua, que cambió la verdad y la habilidad por belleza, susurró en su mente.

—Soy Ratsibahaka —dijo Afua en voz alta, haciendo puños con sus manos
inútiles. No podía soportar las burlas, no delante de los ojos apreciativos de este
extraño—. Soy la reina de los lémures y toda esta tierra que ves es mía.
Detrás del rey algunos de sus esclavos, los andeva, se apiñaron, y se rieron de
sus palabras, pero el hombre levantó una mano y se quedaron en silencio,
devolviendo su atención a los bueyes.

—El nombre se ajusta mejor que llamarte un buey, creo —dijo el rey con una
sonrisa.

—Ella siempre miente y no puede hacer nada útil —dijo Talata rápidamente.

Afua la miró y se preguntó por qué su antigua amiga no podía ver cómo la
amargura había tomado la suavidad de su propia buena apariencia. Pero ahora
que ella no podía decir la verdad de nada, Afua sentía que veía mucho más de lo
que nunca se había fijado en esos pocos años atrás.

138
—Te deseo suerte, entonces —dijo el rey con una pequeña sonrisa jugando
como un rayo de sol a través de su boca ancha. Con sus ojos todavía curiosos y
extrañamente pesados sobre su piel, retrocedió y finalmente saltó de nuevo en su
silla de buey con tanta gracia como había descendido.

Talata rodeó a Afua, pateando el paquete de arroz a sus pies. Todas las
palabras de enojo que podría haber dicho se perdieron mientras Afua se volvía y
corría, corriendo a través de los campos de arroz. Algunos días casi no le
importaba su crueldad, porque al menos así hablaban con ella, aunque sólo sea
para burlarse.

El momento había cambiado con el rey. Él la había mirado, realmente mirado,


como si hubiera visto más allá del rostro bonito y la ropa andrajosa, el barro y las
mentiras y hasta la falsedad debajo. La había visto de verdad, y aun así la miró
como un hombre puede mirar a una mujer que deseaba.

La mirada del rey había abierto un agujero en su corazón y ella se negaba a


quedarse y dejar que Talata profundizara la herida. Ajena a los gritos detrás de
ella, Afua corrió hasta que su pecho se sentía como si fuera a partirse y luego se
dejó caer en el suelo, lágrimas bajando en rachas calientes por su rostro dolorido
mientras vertía su dolor en el polvo y la luz solar.
El lémur apareció dos días después de que el rey de Ambaniandro había
pasado, causando un agujero en las defensas cuidadosamente construidas de
Afua. Desde ese día, Talata y Zaza la habían evitado. El bosque de mangos era
tranquilo y Afua metió su pastel de arroz entre sus rodillas, sentándose doblada
en el suelo para poder inclinarse hacia adelante y tomar bocados. Los mangos
estaban madurando, su dulzura embriagadora flotando en el aire a su alrededor,
pero ella ni siquiera trató de arrancar ni comer uno o tocar los pesados frutos en
el suelo.

El lémur mangosta apareció en los árboles, el susurro de las hojas


sorprendiéndola. Él era tan largo como su brazo, con mejillas y ojos oro-
anaranjados de una puesta de sol. Su cara curiosa se inclinó desde un árbol,

139
parpadeando hacia ella, y deseó poder ofrecerle a la criatura divertida un poco
de arroz.

Él charlaba de una manera amigable y bajó más cerca mientras ella permanecía
muy quieta. Cuando estaba casi al alcance de la mano, Afua se atrevió a hablarle
en voz baja.

—Soy la reina de los lémures —murmuró, empujando lejos el dolor en su


corazón mientras sus palabras evocaban la sonrisa del apuesto rey—. Te puedo
dar todos los mangos en esta arboleda, mi súbdito leal. —Hizo un gesto con el
brazo suelto indicando eso. Era demasiado difícil para ella comer la fruta jugosa
y resbaladiza, después de todo. No hay daño en la magnanimidad.

El lémur, que decidió nombrar Komba, pareció casi entenderla e


inmediatamente cayó al suelo, agarrando una fruta madura en sus manos y
haciendo caso omiso de las abejas furiosas mientras subía de nuevo en los
árboles.

Afua terminó su comida, cepillando los granos de arroz de su bata áspera


mientras se levantaba. Casi le preguntó a Komba si se uniría a ella de nuevo
mañana, pero sus mejillas se pusieron coloradas al darse cuenta de lo patética
que se vería hablando con una criatura del bosque. Se colocó de nuevo su arnés
y se preguntó si se había vuelto así de solitaria. La respuesta flotó en su mente y
empujó al rey sonriente lejos. No podía decir la verdad, pero tampoco podía
esconderse de ella misma.

Komba volvió al día siguiente, y el siguiente. Ella terminó los campos


cercanos, contenta de que los equipos de hombres y bueyes sembraran los
arrozales inundados al norte del pueblo, dejándola hacer su trabajo en paz. Sus
manos no podían sostener las plantas o eliminar las hileras, ni siquiera guiar a un
buey. Jalaba el improvisado arado cada día y caminaba la distancia al bosque de
mangos para descansar a la sombra y contarle a su lémur historias.

Después de los primeros días se dio por vencida tratando de mantener su


lengua alrededor de la bestia curiosa. Le tejió historias de su reino y aventuras
entre la gente lémur. Komba actuaba como ningún lémur que había visto antes.
No era tímido en absoluto y en el medio de un campo a la luz del día, sus amplios
ojos parecían captar cada palabra que decía, leer cada gesto.

En la segunda semana de sus extrañas visitas, él se acercó lo suficiente para

140
que ella lo tocara. Afua cepilló suavemente su pelo con el dorso de su mano y
Komba no se alejó corriendo. En su lugar, desprendió la piel de un mango y se la
ofreció a ella.

Ella estaba sentada en su posición curvada normal y su pastel de arroz metido


entre sus rodillas para poder inclinarse hacia adelante y masticarlo. Cuando
Komba se volvió hacia ella, con la fruta madura goteando en sus pequeñas
manos, ella se congeló.

Durante un largo rato lo miró fijamente y el lémur le devolvió la mirada, la


fruta mantenida como una ofrenda. Él rompió la tensión al charlarle con
impaciencia.

Afua se inclinó hacia delante lentamente, con el corazón latiendo como


tambores ceremoniales contra su esternón. Sacó la lengua, la punta tocando la
pulpa del mango, degustando el penetrante sabor fuerte de la fruta antes de que
se echara hacia atrás. Komba no se retiró sino que mantuvo firme la fruta.
Valiente, Afua se inclinó hacia delante de nuevo y esta vez le dio un mordisco.
Jugo corrió por su barbilla y se quedó sin aliento cuando el fruto caliente se
deslizó por su garganta.

Rió, el sonido áspero y sorprendente para ella. Era demasiado orgullosa para
masticar la fruta en el suelo o hacer un lío de su ropa harapienta con ella al tratar
de comer por su cuenta, pero aquí estaba, la reina de los lémures, siendo
alimentada por su fiel Komba.
Bocado a bocado terminó el mango, usando el dorso de su mano y su lengua
para limpiar el residuo dulce de su barbilla y cuello.

—Komba —dijo mientras el lémur lamía sus propias patas y barbilla. Había
mucho más que quería decir, pero las palabras de agradecimiento y verdadera
alegría quedaron atrapadas en su garganta como pasta. Dentro su corazón se
llenó un poco, el hueco dolor menguando. Vertió toda la emoción que pudo en
sus ojos, agradecida por cualquier acto de bondad que ofreció tan libremente
incluso si Komba no podía entender.

Se levantó temprano a la mañana siguiente y danzó de camino hacia los


campos, haciendo caso omiso de las miradas de desaprobación de los hombres
subiendo hacia su propio trabajo. Sus fuertes pies golpearon un ritmo alegre en

141
la tierra roja y ella enganchó su arnés, pretendiendo que la rafia gruesa era hilo
de seda y el arado no pesaba más que una pesada bata de ceremonia.

Dejó su arnés al mediodía, después de pasar la mañana trabajando y el sol


dispuesto a acelerar hacia el cenit. La arboleda zumbaba con insectos a medida
que más mangos pesados caían de los árboles. Pronto los niños vendrían a
recoger los frutos desde lejos para secarlos, pero ella y Komba todavía tenían un
poco de tiempo para disfrutar de los que maduraron temprano.

—¡Komba, el peor lémur en mi reino! —gritó al entrar en la arboleda.

Charla feliz silenció a los pájaros por un momento mientras él bajaba de las
coronas de hojas oscuras y se posaba en una rama baja a su lado. Afua descansó
tentativamente sus dedos sobre su espalda y él se apoyó en el tacto. Sed tiró de
ella y rompió el contacto con desgana.

Beber de la jarra de agua siempre era incómodo, pero lo había dominado


agarrando la cerámica lisa con sus antebrazos e inclinándola sobre sus rodillas
que era equivalente a la forma en que tenía que comer. Komba bajó y ella inclinó
el recipiente pesado para él, riendo cuando él salpicó un poco hacia ella.

—Eres la peor parte de mi día— dijo.

Él inclinó la cabeza hacia un lado y le enseñó los dientes. Ella utilizó su boca
para volver a cerrar la jarra, sin preocuparse de lo incómoda que se veía frente a
su Komba.
Komba subió hasta cubrir parte del árbol mientras ella se estiraba para rodar
su paquete de arroz por sus piernas y entraba en su posición de alimentación. Un
movimiento por encima de él le llamó la atención y trató de gritar una
advertencia.

Verde y marrón, con una cabeza como una lanza, la serpiente de vid mortal,
una fandrefiala, se precipitó hacia abajo desde las ramas de arriba, molesta por
los movimientos lúdicos de Komba. Afua se puso de pie demasiado tarde.

La cabeza en forma de lanza golpeó a Komba en el hombro y el lémur gritó,


girando para atacar. Sangre carmesí roció las ramas cuando sus dientes cortaron
a la serpiente. Enredados juntos, cayeron.

142
Afua trató de agarrar mangos y luego palos caídos, tratando de mantener el
asimiento de algo el tiempo suficiente para ayudar a su amigo. Bien podría haber
estado tratando de aferrarse a las estrellas en el cielo o levantando su propio
reflejo en el agua. Cada grito, directo y verdadero de su corazón, atascado en su
garganta, sacudiéndose y golpeándose como la serpiente en las mandíbulas de
Komba.

Entonces se detuvieron, el suave cuerpo de Komba agitándose, la serpiente


muerta, sangrienta y quieta. Afua se arrojó de rodillas, rozando la serpiente
muerta del cuerpo del lémur con sus manos y brazos, inclinándose sobre su
amigo para ver lo mal que estaba herido.

El veneno de fiandrefiala era mortal para un hombre y Komba era mucho más
pequeño. Lágrimas ardían por su rostro. Había visto esto antes siendo una niña
pequeña cuando uno de sus tíos había sido mordido. Él había gritado y gritado
hasta que la bruja llegó y se ofreció a curarlo. Pero lo que sea que le había pedido
ella a la familia de Afua, ellos no habían estado dispuestos a darlo y su tío había
muerto, hinchado y feo.

La bruja, Mpamonka. Afua no había estado de nuevo en los acantilados desde


la noche en que había roto el jarro de la bruja. Incluso pensar en la mujer en las
sombras enviaba picos de terror por su vientre.

Mpamonka había ofrecido salvar al tío de Afua. Por un precio. Un precio


demasiado alto. Pero ahora, para Afua, ¿qué precio era demasiado alto?

No no no no, no mi Komba, no mi único amigo.


Lo recogió en sus brazos, empujándolo por encima de su hombro como lo
haría con un saco de arroz o sus correas del arnés. Sus manos no sostenían nada,
pero sus brazos y su cabeza sostenían su pequeño cuerpo lo suficientemente bien.

Afua corrió tan rápido como se atrevió en un vacilante y torpe paso. Voces la
llamaron mientras bordeaba el pueblo, pero el único sonido que le importaba era
escuchar el suave gemido doloroso de la respiración de Komba. Él se volvía más
pesado mientras ella caminaba, su cuerpo parecía alargarse mientras que
amenaza con deslizarse de su brazo.

Afua lo sostuvo más cerca, curvando su brazo hasta su cabeza. Su visión


borrosa por las lágrimas pero sus pies conocían el camino, subiendo hacia arriba
hacia las sombras verdes de la selva, marcando un desesperado y desigual

143
recorrido en el sendero de hierba.

La cabaña de la bruja surgió y esta vez Afua no mostró ninguna duda. Le


ardían los pulmones y el bulto de Komba se sentía como si pesara tanto como un
hombre, curvándola el doble bajo su cuerpo extrañamente pesado. Lo dejó
delante de la cabaña y alzó la voz en un grito sin palabras por la bruja.

La mujer que salió de la cabaña llena de humo se veía apenas mayor que los
tres años y medio que pasaron para Afua, pero llevaba sedas y collares de huesos
tallados de antepasados.

—La ladrona regresa —dijo la bruja, su voz como luz de luna y agua corriente
y grava crujiendo bajo pies de ganado.

Sálvalo, salva a mi Komba, pagaré cualquier precio.

—Esto es una cosa inútil —las palabras de Afua salieron mal—. Espero que
muera.

Ella cayó de rodillas junto al ahora Komba tamaño-hombre, cuya piel estaba
volviéndose del amarillo y óxido al color amarillo brillante y verde, como el
caparazón de un escarabajo. Empujó la verdad de su corazón a sus ojos, pidiendo
a la bruja con cada lágrima que viera la verdad que no podía decir.

La bruja levantó las cejas de color marrón rojizo y se arrodilló junto al lémur
gigante. Tocó la hinchazón de la mordedura de serpiente y sacudió la cabeza.

—¿Fandrefiala? —preguntó.
Afua asintió vigorosamente.

—Puedo curar esto, pero la poción requiere un sacrificio igual al acto. —La
bruja tenía una astuta sonrisa en su rostro que afectó profundamente a Afua.

Cualquier cosa, pensó.

—Az… —Trató de decir, la palabra enrollada como trocitos de madera sobre


brasas en su lengua—. Az... af... ady. —Por favor.

—Necesitaría una gota de sangre de tu corazón —dijo la bruja.

Afua dudó, pero luego Komba gimió de nuevo, el sonido profundo y casi
humano. Su pelaje se desvanecía, dejando piel oscura y suave en su estela en

144
lugares y ricas sedas en otros. Afua tocó las sedas y reconoció el patrón. Su rey,
el hombre sonriente que la había mirado a los ojos y que le permitió ser quien era
ella.

Komba. Su súbdito leal. Komba, su rey de Ambaniandro.

—Una gota de sangre no es nada para mí —susurró ella, sabiendo que una
gota del corazón era sangre que solo se obtenía con la muerte. Pero su vida era
inútil, encadenada a un arado y a la ridiculez. Si pudiera hacer una cosa hermosa
para compensar su acto vanidoso y su vida desperdiciada después, entonces tal
vez cuando su espíritu descansara en los huesos con sus antepasados y Zanahary,
tendrían piedad de ella.

La bruja se levantó sin decir nada y fue a buscar un cofre tallado del interior
de su cabaña. Afua se armó de valor y se inclinó sobre el pecho de Komba,
escuchando su respiración superficial y el gemido suave de dolor contenido en
su garganta.

—Veloma —articuló en su oído delicado, rozando sus labios a lo largo de la


suave piel de su rostro ahora totalmente humano. Adiós.

Mpamonka trajo una aguja tallada de hueso y un pequeño martillo de plata.


Apartó a Afua del rey y arrancó su blusón delgado en el centro. Afua no puso
ninguna resistencia, cerrando los ojos en su lugar. Evocó el sabor de mango en su
lengua, la alegría burbujeante del regalo de la amistad de Komba, dada tan
fácilmente y sin precio. Afua casi no sintió la punta de la aguja mientras le tocaba
la piel, dirigida entre sus costillas, por encima de su seno.
—Miala tsiny aho —murmuró, en trance de memoria y pesar, apenas
consciente de las palabras a medida que fluían como miel de sus labios.

El aire se volvió de repente demasiado brillante y blancas chispas calientes


saltaron de su piel. Su vientre se sentía de nuevo como si estuviera lleno de
hormigas y su lengua se retorció en su boca, enroscándose y desenroscándose.
Sus manos se hicieron puños con tanta fuerza que sentía sus uñas irregulares
cortando su piel, aumentando el olor metálico de la sangre en el aire. Durante un
largo momento el mundo fue dolor, viento y fuego y Afua no podía decir si estaba
a punto de quemarse o volar.

Luego desapareció y oyó el murmullo del manantial de montaña cercano.


Movió tentativamente un dedo del pie, probando para ver si aún vivía. La punta

145
del pie obedecido. Se humedeció los labios, saboreando mango y sangre.

Una mano cálida, grande y humana, metida en la suya. Afua abrió los ojos y
encontró al rey de Ambaniandro de rodillas sobre ella. Sus ojos volaron a su
garganta, pero estaba suave y libre de heridas. Miró alrededor del claro y
encontró que la cabaña de la bruja había desaparecido. Con los ojos bien abiertos,
se incorporó.

—Komba —dijo, su voz era un susurro rasgado mientras se volvía hacia el rey.
Se sonrojó entonces, dándose una patada a sí misma en su mente. Ese era sólo un
nombre estúpido que le había dado a un lémur, ninguno digno de un rey.

Él sonrió y entrelazó sus dedos con los suyos, sosteniendo con fuerza.

—Ratsibahaka —dijo él—, mi reina lémur. No recuerdo mucho de este día,


pero creo que me salvaste la vida.

Afua tomó una respiración lenta y profunda. Luego apretó su mano, sus dedos
cerrándose alrededor de los suyos.

—Como tú has salvado la mía —murmuró, sentándose.

Con sus manos entrelazadas, se sonrieron el uno al otro bajo el sol cálido y
brillante.

FiN
Audrey Faye 146
Algunos dicen que los niños no pueden ser malvados. Sé que eso no es verdad.

Estoy aquí, mirando el montículo de tierra fresca frente a la lápida de mi


hermana, y sé que he enterrado al mal en tierra consagrada. Para un cura, no hay
mayor pecado.

Para el hombre, que está de pie en el lugar donde encomendé su alma a Dios,
no sé qué sentir. Si ella tenía un alma, hacía tiempo que había sido prometida a
otro lugar.

No es el infierno a lo que temo, sino más bien, que mi hermana me espere allí.

Estoy mucho más allá de la redención. Tal vez todos esos años atrás cuando

147
regresamos de nuestra desaparición, tal vez entonces la verdad podría haber
salvado mi alma. Nunca lo sabré. Solo sé que, como un niño de siete años, vi
actuar al mal, y ella tomó mi voz.

Mi hermana mató a una mujer. Eso no es ningún secreto. La gente todavía


cuenta historias sobre los dos niños pequeños secuestrados y mantenidos como
rehenes durante toda una quincena. En cómo sufrimos tan terriblemente y
escapamos solo cuando mi hermana luchó para salvarme y mató a la terrible
mujer que nos mantuvo prisioneros.

Mi hermana vivió su vida deleitándose en la deferencia que viene como


recompensa por un momento de tal valentía. He vivido con la tranquila
vergüenza de ser un hermano mayor que necesitó ser rescatado por su hermana
pequeña.

No es la única razón por la que busqué refugio en el sacerdocio, pero la


profunda relación de la iglesia con la culpa y la vergüenza fue ciertamente parte
de mi vocación. Como sacerdote, busco expiar la culpa de los demás y acercarlos
a Dios, nuestro padre. No espero lo mismo para mí. Algunas cosas, ni siquiera
Dios puede seguramente perdonarlas.

Mi amigo Gregor diría que eso es herejía. Es una conversación que hemos
tenido durante la mayor parte de nuestras vidas, y que comenzó cuando éramos
estudiantes con los jesuitas en Olomouc.
Con todos esos kilómetros entre mi hermana y yo, fue fácil estar de acuerdo
con él por un tiempo. Él fue mi primer amigo verdadero, pero incluso Gregor no
sabe toda la verdad.

Es una verdad que nunca he dicho a nadie, y ahora la única otra persona que
la sabe está muerta.

En mi defensa, no esperaba que la gente creyera la historia de mi hermana.


¿Quién iba a creer que una niña pequeña mató a una mujer adulta, incluso en
defensa propia? ¿O que vagamos en el bosque durante días, pero mi hermana se
las arregló para no dejar caer las joyas apretadas en sus manos?

Parece que la credibilidad no es tan difícil cuando la historia es contada por

148
una niña pequeña, rubia, con los ojos traumatizados y una fortuna en su agarre.

Nuestro padre ciertamente nunca la cuestionó, ni siquiera cuando nuestra


nada amada madrastra enfermó y murió pocos días después de nuestro regreso,
junto con el niño por nacer en su seno. La historia que la gente cuenta ahora dice
que estaba muerta y que se había ido antes de que regresáramos. No es verdad.
No sé exactamente lo que hizo mi hermana. Solo sé que cuando ella tomó la mano
de nuestro padre en el funeral, sus ojos estaban felices.

Nadie más parece ver sus ojos.

Sus ojos también estaban felices cuando observó caer a la mujer anciana.

Fue mi culpa, siempre ha sido mi culpa. Yo soy el que llevó a mi hermana a la


casa de la colina.

Teníamos hambre. Había poco trabajo para mi padre, y su nueva esposa tenía
un bebé en camino. Mi madre murió al dar a luz a mi hermana. Tal vez, ella
entendió que el mal se movía en su vientre.

La casa de la colina era lujosa, con jardines de flores y cristal auténtico en todas
las ventanas. Pensé que la anciana que vivía allí podría tener algo de comida de
sobra.

Mi hermana era bonita, por lo que la gente a menudo le daba las sobras en
lugar del golpe en la cabeza que me daban a mí.
La anciana abrió la puerta ella misma. A veces me pregunto si es por eso que
mi hermana siempre se aseguraba de que hubiera criados en su casa. Vivir solo
es peligroso, nunca se sabe lo que podría llegar a la puerta.

Era amable, la anciana. Tal vez mi carga sería menor si no hubiera sido amable
con dos niños hambrientos. Ella nos hizo sentar a su mesa, nos alimentó con pan
con mantequilla de verdad y mermelada. Nunca he sido capaz de comer
mermelada de arándanos desde entonces. Sabe a muerte y cobardía.

Mi hermana le contó la triste historia de nuestra familia, el nuevo bebé que


venía, y que no había suficiente comida en la mesa. Nuestra miseria de casa,
pequeña y con muchas corrientes en el frío del invierno.

149
Fuimos bendecidos con un raro momento de bondad ese día. La anciana tenía
una casa en el bosque, dijo. Solo era una cabaña, pero era cálida y seca, con dos
pequeñas habitaciones de un tamaño adecuado para dos niños en crecimiento.
Había pertenecido a su familia por generaciones, pero solo quedaba ella.

Recuerdo cuando me sonrió y me preguntó si pensaba que me gustaría ir a


mirar la cabaña. Estaba seguro de que habíamos conocido a nuestra hada
madrina.

Mi hermana compartió mi alegría. Sea cual fuera el mal que se agitaba en su


interior, aún no había despertado cuando tomó la mano de la anciana para dar
un paseo por el bosque.

Creo ahora que la presencia del bien simplemente desencadenó la necesidad


para que el mal actuara.

Gregor me convenció de esta verdad eterna. Las fuerzas del mal se reunieron
para el nacimiento del hijo único. Es una historia que la humanidad repite con
demasiada frecuencia. A los siete años, sin embargo, yo solo sabía que la bondad
se había enfrentado a la muerte y perdido.

La cabaña en el bosque era robusta y estaba bien mantenida, como la que


recordaba de cuando éramos muy pequeños, cuando todavía quedaba trabajo
para mi padre. Tenía una chimenea, una cocina acogedora, y tres dormitorios
enteros. Fuera estaban los cobertizos para animales si teníamos, y un pequeño
sótano.
El camino de algunas vidas se determina por un solo momento.

Gregor me recuerda a menudo que la doctrina de la predestinación no está


destinada a ser interpretada con tanta severidad. Él no estaba allí cuando la vieja
se asomó por las escaleras hacia el sótano y mi hermana la empujó. Él no estaba
allí cuando mi hermana cerró la puerta del sótano y me llevó de vuelta por el
bosque. Él no estaba allí cuando nos sentamos a la mesa en la gran casa de la
colina y comimos más pan con mantequilla y mermelada de arándanos.

Si la intención de Dios para alguien como yo es ir al cielo, esos momentos


nunca habrían ocurrido. No sé si la anciana estaba muerta cuando cayó. Ese es
tal vez el más atroz de mis crímenes; yo podría haberla salvado. Nunca lo sabré.

150
Nos alojamos en la casa de la colina durante trece días. Salimos solo una vez,
en la oscuridad de la noche. Nos llevó mucho tiempo arrastrar a la anciana fuera
del sótano y dentro de la cocina de la cabaña. Ella era pequeña, y nosotros éramos
fuertes por acarrear la madera con nuestro padre, pero aun así tardamos una
eternidad. Nunca olvidaré la piel fría, acartonada, o sus ojos fijos. En la muerte,
ya no eran amables.

No supe por qué tuvimos que mover a la anciana hasta que mi hermana hizo
girar sus mentiras después de nuestro regreso. Solo sabía que ella tenía los ojos
aterrados, y yo hice lo que me dijeron.

Dormí muy poco en esos trece días, y comí mucho. Setenta años después, el
sueño todavía me elude muchas noches, y la comida me encuentra demasiado a
menudo.

Cuando hubimos consumido todo lo comestible en la casa, mi hermana buscó


algo para vender. Encontró la joyería de la anciana y se sentó a la mesa, tomando
las piedras de sus engarces, con cuidado. Una vez que has sido cómplice de
asesinato, la carga del robo apenas es una mancha sobre tu alma.

Esas joyas le compraron una vida de lujo a mi hermana. Se podría pensar que
mató por ellas, pero la anciana había muerto hacía más de una semana para el
momento en que se encontraron las joyas. En setenta años, nunca he entendido
realmente lo que hizo que mi hermana se apartara irremediablemente de la luz.

Después de desaparecer durante quince días, nuestro regreso fue una gran
noticia en nuestro pequeño pueblo a orillas del Rin. Mi hermana creó una historia
de brujería y secuestro, de locura y escape. Los restos de la anciana en la cocina
de la cabaña en el bosque parecían prueba suficiente.

Recuerdo muy poco del año siguiente. Muy pronto me enviaron a un colegio
en Deventer, y después de eso a los jesuitas en Olomouc, donde conocí a Gregor.
Que mi educación fuera pagada por las joyas de la anciana es uno de los más
pequeños de mis pecados. Mientras que encontré un poco de paz en la escuela,
la felicidad no era para que la encontrara. Mi pequeño grupo de amigos me llamó
el hermano sombrío. Gregor podía a menudo provocarme una sonrisa. Algunos
otros nunca lo lograron.

No fue un accidente, creo, que mis escuelas estuvieran demasiado lejos para
poder permitir viajes frecuentes al hogar. Vi a mi hermana solamente un par de

151
veces antes de que se casara, y luego otra vez en el funeral que la dejó como una
viuda joven. Ella asistió a mi ordenación, tal vez necesitando ser testigo de mis
votos de pobreza y castidad; mi obediencia ya había sido bien establecida.

Soy un buen sacerdote. No expía mis pecados, pero a veces me proporciona


un pequeño consuelo en las noches. No muchos de mi congregación se duermen
cuando hablo, y algunos vienen a la rectoría para hablar. Los niños escuchan mis
historias, y uno o dos suelen subir en mi regazo.

Mi hermana nunca tuvo hijos. En mis últimos años, esto es algo por lo que he
dado gracias a Dios todos los días. Mi amigo Gregor, después de muchos años
de trabajo con sus plantas de guisante, cree que los niños heredan las
características de sus padres. No sé qué cantidad de sangre de mi hermana corre
en mis venas, pero es bueno que la línea vaya a terminar con nosotros.

Yo no estaba allí cuando murió. No estaba en mí el concederle la absolución


final. No creo que Dios la quiera de vuelta. En mis sueños, cuando él se sienta en
juicio, con el hijo del hombre a su derecha, y la anciana amable a su izquierda, él
tampoco me quiere a mí de regreso.

Enterré a mi hermana hoy, y al final de una vida de oscuridad y desesperación,


no sé qué sentir. La gente asiente y sonríe, y repite las palabras que ella quería
grabadas en su lápida. Gretel Nussbaum. Tal Valentía.

Han enviado a una niña pequeña ahora a buscarme para que regrese a la
rectoría.
—Venga, padre Hansel —dice—. Es la hora del pan y la sopa.

Sus ojos son amables, como los ojos de una niña deben ser.

FiN

152
153
Danielle Monsch
Capítulo 1
—¿Papá? Papá… ¿qué has hecho?

154
Capítulo 2
—Nuestra siguiente invitada tiene una, por decir algo, fascinante historia.
Hace varios años cuando era una adolescente, fue falsamente acusada,
condenada y enviada a la cárcel por asesinato, únicamente fue liberada cuando
el verdadero asesino, espontáneamente, fue a la oficina del fiscal del distrito y
confesó el crimen después de que ella hubiese sido declarada culpable. Ahora es
una detective del departamento de policía, donde ha recibido numerosas

155
menciones por su valentía y servicio. Trabaja como oficial de enlace con varios
grupos sociales y es una activa voluntaria en nuestra comunidad y… oh, ¡sí! Ha
sido votada la mujer más hermosa por el Chronicle. Por favor, bienvenida,
detective Kenna Morgan.

La cámara se movió, yendo en un tenso giró hacia un hermoso hombre sin


expresión con un resplandeciente peinado de peluquería, un demasiado
bronceado rostro y unos dientes demasiado blancos, sentado en una silla de
cuero en una confortable y anodina plataforma de televisión, abriéndose para
mostrar a la mujer sentada junto a él. El rostro de Kenna Morgan traicionaba
suavemente su incomodidad, mostrando la gran familiaridad de estar delante de
las cámaras, sin tener claramente ningún deseo de estar ahí.

La audiencia del estudio aplaudió, ante la señal mostrada, y cuando los ecos
cesaron, el hombre continuó hablando.

—Detective Morgan, estoy encantado de que por fin esté aquí. Hemos
intentado que vinera durante largo tiempo

—Bien, señor Peterson…

El hombre le interrumpió.

—Luther, por favor.

—Luther —corrigió Kenna, dándole la respuesta esperada, antes de


continuar—. Como dijiste, tengo demasiadas cosas de las que ocuparme, mi
ausencia es porque hay demasiadas horas en mi agenda que no funcionan... Estoy
feliz de poder estar hoy aquí y hablar de una buena causa.

—Sí. —Intervino Luther, se inclinó para agarrar algo en el suelo junto a su silla,
levantándose con un calendario en la mano. En la parte delantera había una foto
de Kenna, pero contrastando con su oscuro atavío profesional, su discreto
maquillaje y su alto recogido que llevaba en el estudio, en el calendario vestía con
el glamour de los años cuarenta, su cabello de un profundo marrón chocolate
peinado en ondas, sus ojos maquillados de modo que sus verdes iris eran casi
increíbles por su intensidad. Sus labios de un rojo profundo a juego con el rojo
del ajustado vestido que llevaba. Un vestido que no mostraba mucha piel, pero
que sin duda te dejaba la boca haciendo agua ante las curvas bajo el tejido.

156
Unos pocos silbidos y piropos de la audiencia interrumpieron y Luther ofreció
una pequeña risa ensayada.

—Tiene algunos admiradores, detective.

Kenna dio un asentimiento a la audiencia, su labio se estiró en una media


sonrisa.

—Muchas gracias, pero esas fueron dos de las peores horas de trabajo. Nunca
subestimaré la importancia de la habilidad de los maquilladores y la ropa interior
correctora.

—Tonterías, está siendo demasiado modesta. —Luther cambió la página


abierta del calendario mostrándola a la cámara y empezó a pasarlas, todas las
otras mujeres posaban cada mes con vestidos similares, con el último mes
mostrando a Kenna de nuevo y esta vez su vestido era negro, auténticos
recuadros cuidadosamente colocados para mostrar las largas líneas de su espalda
y cuello mientras mantenía la ilusión de modestia—. Estoy seguro de que ha sido
una sorpresa para muchos de nosotros ver cuán extraordinariamente bellas son
muchas de las mujeres de nuestro cuerpo de policía. ¿Alguna razón por lo que
no es el típico calendario de lencería para caridad? Después de todo, muchos de
los calendarios masculinos muestran a los chico con el pecho desnudo.

Antes de que los murmullos de la multitud pudieran volverse más ruidosos,


Kenna le dio otra practicada sonrisa y respondió.
—No parecía apropiado, ya que este calendario era para recaudar dinero para
el hospital infantil y podría ser un poco más difícil que los testigos nos tomaran
en serio en nuestras funciones oficiales si han visto nuestras bragas.

—Testigos como los de la reciente avalancha de asesinatos en Forest Brook. —


La sonrisa de Luther fue de una insulsa amabilidad a una intensidad de tiburón,
todo muescas blancas e inclinada para la máxima masacre—. Usted es quien
dirige el caso, ¿verdad? ¿Lo han apodado como los asesinatos del Bosque
Aullador?

La línea de su espalda se puso rígida un instante, pero en contraste, la sonrisa


que adornaba el rostro de Kenna fue más suave, más intimidante que la más
formal en sus otras respuestas.

157
—Luther, puede estar seguro de que la policía está dedicando el máximo
personal y recursos a estos crímenes y continuará haciéndolo hasta resolverlos,
pero mientras estemos hoy aquí, déjeme hablarle de la bondad de la gente, cómo
podemos ayudar a los niños a conseguir la ayuda médica que necesitan para
conseguir curar desde el cáncer hasta las heridas por traumas, y ayudar
económicamente a las familias, cuando estas lo que deberían estar haciendo es
concentrarse en la mejoría del niño en lugar de preocuparse por cómo pagarán la
factura médica de su hijo. Para eso es para lo que se ha hecho este calendario, y
el porqué yo he estado de acuerdo en participar…

—Buena parada. Dudo que alguien haya salido de la entrevista con otro
pensamiento excepto dónde comprar el calendario, llorando por los niños
enfermos.

Kenna Morgan apartó la mirada de la TV atornillada a la esquina del techo de


la habitación cuadrada y se volvió hacia su compañero Zane Hanek.

—Haciendo de relaciones públicas, me dispararé a mí misma antes que volver


a ir a ese programa otra vez, así que mejor se aseguran de que quieren acabar con
un detective antes de que intenten enviarme de vuelta.
Zane abrió los ojos y la boca en un exagerado gesto de ofensa, la oscura piel
hacía que los dientes de Zane fueran aún más blancos de lo que habían sido los
de Luther, incluso con esa diferencia, el aspecto de Zane era todavía más natural.

—¿No querer estar cerca del genial Luther Peterson? Estoy impresionado de
que una extrovertida y consciente de la apariencia de dama como la tuya fuera
capaz de decir tal cosa.

—Quizá toda esa cosa de la apariencia sale por la puerta cuando mi vida diaria
es tratar con drogadictos vomitando en las esquinas

Zane cambió la mirada hacia donde estaba centrada la atención de Kenna, y


por supuesto, una mujer colocada, que era demasiado joven para tener tan pocos

158
dientes estaba sentada cerca de un charco de vómito.

—Llamaré a conserjería antes de que empiece a apestar demasiado. —


Mientras sacaba el teléfono, Zane continuó—. Más buenas noticias para ti en este
día. El alcalde desea hablar contigo. El capitán me llamó mientras estabas
haciendo la entrevista. Ya estás pavoneándote como la Más Bella hacia el palacio
inmediatamente

—Voy a prender fuego a las oficinas del Chronicle. —Su voz era baja, pero la
intención real en las palabras era inconfundible.

—Por fortuna, tengo sordera momentánea y no entendí lo que has dicho. Es


posible que quieras ir ahora. Al alcalde no le gusta que le hagan esperar
Capítulo 3
—¿No me tienes miedo?

Kenna se sentó en la hierba delante del desgreñado chico, que jugaba con el
barro y no la miró otra vez, excepto una única vez. Él era más grande que ella,
pero tenía que ser más joven. Ella tenía ocho años, todos sus amigos tenían ocho
y todos sabían leer. Si él tenía su edad sabría leer.

159
Así que era más joven que ella.

—¿Por qué debería tener miedo?

Él se encogió de hombros, un pequeño movimiento, sus ojos se volvieron


rápidos hacia ella de nuevo

Tenía bonitos ojos. Eran tan claros, brillaban pasando por la suciedad que
cubría su cuerpo entero.

—¿Me harías daño?

—¡NO! —Su cabeza se alzó y sus ojos se reunieron con los de ella otra vez, esta
vez no rehuyó la mirada. La respuesta era verdadera y enfadada. Su voz fue baja,
baja como los adultos cuando hablan de cosas serias.

Ella no pudo explicar por qué, pero Kenna agachó la cabeza, no dispuesta a
mirar al chico, ahora que la atención de él estaba en ella.

Sentados así, uno mirando y el otro rehuyendo la mirada, hasta que las
luciérnagas iluminaron contra el rojo profundo del cielo y solo entonces él tomo
la mano de ella entre las suyas.
Capítulo 4
El local de oficinas donde se alojaba el alcalde, sus múltiples asistentes y todos
los escritorios, sillas, ordenadores y todo lo esencialmente necesario para el
personal acaparaba la última planta del ayuntamiento entera. Fue aquí donde las
puertas del ascensor dejaron a Kenna, dentro de una zona que estaba decorada
con demasiada opulencia para tener un simple servicio civil.

Había hecho esta caminata un puñado de veces antes y nunca sola, pero Kenna

160
se trasladó, sin preguntar, a la oficina más grande, situada para ignorar la plaza
de la ciudad. Delante de la oficina había un escritorio y sentada tras él una mujer,
el estereotipo de una hermosa animadora y, desde luego, haciéndose las uñas.

La asistente no levantó la vista ante su aproximación, aunque Kenna intentó


hablar de todas formas.

—Soy la detective Morgan. Me han llamado para una reunión con el alcalde

Como esperaba, esta información no causó a la mujer ni siquiera un pestañeo


de reconocimiento o una mirada lejos de su manicura.

—Síp

Otra mujer se acercó, era más mayor y, aunque elegante para su edad, con un
menos evidente atractivo.

—Por favor, entre, detective. El alcalde Almos le está esperando.

No tenía sentido alargar la conversación aquí fuera, Kenna empujó la puerta


y, detrás de un majestuoso escritorio, para mayor gloria del alcalde, Sanson
Almos estaba sentado.

Tenía el tipo de rostro que amaban los votantes, algún imperfecto y duro
atractivo que sugería una reservada inteligencia y un entusiasta liderazgo, todo
ello encerrado en unos hoyuelos que cualquier abuela querría estrujar. Las
afiladas líneas de su traje carbón y las invisibles gafas posadas en su nariz
eliminado cualquier duda que quizá oyéndole podría surgir, además de su
abundante cabello castaño y sus perfectos ojos azules, pero, era finalmente el
acento lo que estaba en lo alto de todos sus otros encantos

—Ah, detective. —No se puso de pie, ni ofreció ninguno de los clichés usuales
sobre apreciar su presencia o agradecerle su rapidez. Sentado ahí, como un rey
esperando su tributo, y ella como un súbdito, alguien cuyo el objetivo era
satisfacer sus caprichos

Ella inclinó la cabeza ligeramente, lo mínimo para la representación requerida.

—Su señoría. ¿Qué puedo hacer por usted?

La expresión de incomodidad de su rostro se prolongó solo un momento, pero


ese momento fue suficiente para dejarle vislumbrar un niño consentido, alguien

161
desagradable si se le decepciona. No muchos venían sin toneladas de adulación
preparadas y a la espera de soltarlas y a él no le gustaba este cambio en el statu
quo.

—Kenna, ¿puedo llamarle Kenna?, necesito su ayuda esta noche y me he


asegurado por su capitán de que esté más que dispuesta a ayudarme.

Que él dejara caer el nombre de su capitán envió más un timbre de alarma


sonando en su cabeza.

—Como el capitán no me ha mencionado nada que le concierna a usted,


alcalde Almos, no puedo ni confirmar ni negar la declaración.

La puerta se abrió detrás de ella y Kenna inclinó la cabeza lo suficiente para


mirar detrás de ella, a un hombre con un cuerpo duro e incluso unos bordes más
duros, alguien que ponía todas sus alertas en rojo.

Él se movió hasta la esquina, en silencio y en calma, sus ojos centrados en ella,


con cada ápice de su energía, Kenna desplazó su peso, su posición, sin duda
notando el arma a su espalda volverse más que un ruido de fondo en su cerebro,
llevando el punto de atención delante y en el centro.

Almos empezó a hablar otra vez, como si este ser fuese su perro, necesitaba
prestar tanta atención al hombre que se daba importancia como a su arma.

—Asumo que ha oído que Harland Barrett da una fiesta este sábado para
celebrar el lanzamiento del calendario del que forma parte.
—Sí, señor, lo he oído. —Barrett era un millonario que apoyaba a la familia
Almos y la fuerza legal local y, a cambio, Barrett recibía mucha consideración por
los agradecidos destinatarios. La fiesta del sábado era una oportunidad para
todos ellos de estar juntos y felicitarse unos a otros con gran estilo

—Esperaba que estuviese ahí, y que fuese mi pareja esa noche. Como usted es
la modelo de portada, debería haberle dejado claro antes que su anterior rechazo
de la invitación no es aceptable.

Maldito Chronicle. Desde luego, Sanson la quería de su brazo. Esa estúpida


etiqueta de la más bella, estaba siendo su fin, porque un día ella iba a romperse
y acabaría en la cárcel debido a ello.

162
—De hecho, es aceptable, yo no tengo planes para asistir. Ya he hecho mi ronda
publicitaria y solo quiero volver a mi trabajo. Hay cosas importantes que
requieren mi atención.

—¿Los asesinatos? —Sanson agitó la mano ante las palabras con la misma
pereza con la que alguien espanta un mosquito molesto—. Hay otros detectives
y una noche no va a ser la clave para resolver el caso.

—Sea como fuere, no tengo intención de asistir.

Toda muestra de civilización cayó de su rostro como una máscara, sin


preocuparse de cómo mostraban las fotos su pose de belleza artificial, en este
momento Sanson era la viva imagen de una fea cáscara llena de ira hacia ella

—No entiendo por qué cree que tiene elección, detective. ¿Es tan estúpida que
no me conoce? ¿No conoce a mi familia?

El hombre en la esquina se tensó, Kenna se giró de modo que ahora tenía una
vista frontal de ambos, el alcalde y el hombre, su mano descansaba detrás de ella.

—Desde luego que lo sé, su señoría. Conozco a su padre, el verdadero


patriarca de la propiedad, dueño de media ciudad y que se asegura de que sus
hijos sean elegidos. Conozco al ilustre Almos, su hermano y miembro del senado.
Conozco la multitud de primos en negocios y política.

La fealdad no disminuyó de su rostro, aunque una triste satisfacción se


aposentó en ella.
—Entonces…

—Ahora, su señoría —interrumpió Kenna, antes de que el hombre pudiera


continuar—, le pregunto, si es tan consciente de lo importante que es conocer a
la gente, ¿por qué no me conoce?

La confusión se mostró en el rostro de Sanson, pero en la esquina… el hombre


no se movió, no se encogió ante sus palabras, solo se encontró directamente con
su mirada mientras ella le miraba a él, la falta de sorpresa traicionaba que estaba
mejor informado que su señor.

Ella lo dejó para explicarse.

—Le sugeriría que descubriera algunas cosas sobre mí antes de hablarme así

163
otra vez. Ahora, su señoría, voy a irme y encontrar al asesino que está acosando
actualmente su ciudad.
Capítulo 5
La carrasposa voz del cantante sonaba en el ambiente cargado de humo del
club, todo sobre promesas oscuras y trasfondos rotos, lleno con gente rota que
buscaba algo ilusorio y deseado.

Moviéndose a través de la presión de los cuerpos, Kenna caminó hacia la parte


de atrás, donde una larga hilera de asientos acolchados tras una mesa mantenía
a mujeres que iban y venían con hombres y, en el medio, sentada, una mujer con

164
una piel tan pálida que la débil luz del club le hacía parecer casi un fantasma
brillante, pero con cabello tan oscuro que cada vez que la luz le daba desaparecía
en una mancha negra sin fugas.

Mientras Kenna se acercaba a la mesa, los curvados labios rojos de la mujer le


dieron una sonrisa de bienvenida.

—Kenna —gritó, dando un pequeño empujón a la mujer sentada a su derecha


y llevando a la detective al asiento ahora vacío—. Ha pasado mucho tiempo.

—Yuki, te ves bien

Yuki dio un gracioso movimiento de cabeza en reconocimiento, Kenna se


movió hacia el asiento ofrecido, otro cuerpo chocó con ella, uno casi treinta
centímetros más pequeño que su uno setenta y ocho centímetros, el cabello rubio
largo, recogido en dos coletas ondeando al viento.

Delgados brazos rodearon la cintura de Kenna y un agudo chillido femenino


rasgó el aire.

—Kenna. —El tono era de pura felicidad, la chica frotó su rostro contra la
chaqueta de Kenna, sus brazos abrazándola apretadamente.

—Tori. —Kenna devolvió el abrazo, inclinándose para darle un beso en lo alto


de su rubio recogido, envolviendo en un flojo abrazo la espalda de la joven—.
¿Estás bien?
Tori asintió, sin dejar ir a la detective. La exuberancia de sus dieciocho años se
exponía por completo, aunque no dudaba de que en la identificación que traía
pusiera veintiún años. Considerando todas las leyes que Tori rompía diariamente
como chica de compañía, la identificación falsa era casi sin importancia.
Considerando toda la mierda por la que había pasado Tori en su corta vida, ser
una chica de compañía trabajando para Yuki era casi una bendición.

Con un último apretón Tori dejó a la chica, pero no dejó de mirar a Kenna, con
una sonrisa amplia y auténtica, quizá por primera vez en toda la noche.

—No nos has visitado desde hace mucho —dijo la joven, palabras solo a un
paso de un lloriqueo, aunque sin nada más que adoración detrás.

165
Kenna apartó un poco su cabello revuelto alejándolo de su rostro.

—He estado ocupada, pero intentaré no hacerlo otra vez.

Un practicado puchero se marcó con fuerza en los labios de Tori.

—Mejor

Antes de que la conversación pudiera ir más lejos, un hombre se acercó y tiró


del brazo de Tori.

—¿Me abandonas?

El cambio en Tori fue instantáneo, yendo de deslumbrante jovencita a


experimentada seductora.

—No, bebé. He venido a decir hola a mi amiga, pero soy toda tuya ahora.

El hombre dio una mirada a la otra mujer, pero sin hacer ningún movimiento
hacia ellas y agarrando fuerte a Tori, la condujo por la espalda dentro de la
multitud del club.

Kenna se movió al asiento al lado de Yuki, mientras las chicas de Yuki


mantenían sus viajes de la mesa al interior del club, buscando posibles clientes y
definitivas formas de olvidar.

Yuki le pasó a Kenna su bebida.

—Ginger whisky
Con un asentimiento en agradecimiento Kenna tomó un sorbo.

—¿Algo nuevo que contar?

Cuando venía a conseguir información necesaria, las chicas de Yuki eran una
fuerza a ser tenidas en cuenta y Yuki conocía la importancia y el poder de hacer
uso de esa información. Eso la hacia la madame de una poderosa casa y una
mujer que podría ser letal tenerla como enemigo.

—Esto es algo que te diría sin esperar nada a cambio, Kenna. Quien sea, él, ella
o ellos, deben ser detenidos.

Ninguna de las chicas de Yuki había sido tocadas, pero otros trabajadores de
ese negocio sí. Si no se detenía, no había duda de que llegaría a la puerta de Yuki,

166
o a la de su hermana. Síp, tenían un verdadero interés en encontrar a los asesinos.

—Me lo imaginaba, pero quería asegurarme. —Kenna terminó el resto de la


bebida, la familiar frustración golpeándole en las tripas.

Señalando a un camarero otras bebidas, Yuki preguntó:

—¿Has contactado con la Madrina ya?

—No he conseguido atraparla. —La Madrina era caprichosa y dura de pelar,


y maldita sea si eso no era suficiente para hacerle querer patear algo,
especialmente en una situación como esta—. Estoy empezando a desesperarme
lo bastante como para ir a Wasteland.

Yuki casi se cae de la silla, por la sorpresa.

—No puedes hacer eso. Sabes que no puedes.

—Sí, lo sé. —El tono no sonaba convincente ni para sus propios oídos, la
mirada de Yuki lo confirmaba.

El camarero volvió con un vaso de algo que parecía afrutado y Yuki tomó un
largo trago.

—Si estás tan desesperada como para ir allí, ¿por qué no dirigirte a él?

—Porque de algún modo esa idea me atemoriza más que cualquier bruja. —
La tensión ya empezaba a infiltrarse en sus miembros, el nudo en el estómago, la
respiración estrangulada en sus pulmones… no, el miedo no podía explicar la
cercana calidez que remarcaba la posibilidad de entregarse ella misma al poder
de él con esa petición.

—Hmmm. —Otra poco convincente mirada de Yuki y Kenna necesitaba


dejarlo

Lanzando algo de dinero a la mesa, Kenna se levantó. –

—Si averiguas algo…

—Antes de que te vayas, necesito que hables con Tori pronto. Podrías visitarla
en un par de días

—¿Por qué? ¿Qué pasa con Tori?

167
La delgada boca de Yuki se afinó aún más.

—Se está volviendo demasiado atrevida. Fanfarroneando con los clientes,


usando tu nombre para conseguir salir de problemas.

—Y ambas sabemos que mi nombre es más un obstáculo que una ayuda. —


Kenna detuvo el suspiro que intentaba salir de su pecho—. Síp, vendré pronto,
lo prometo.
Capítulo 6
Su piel era áspera

Si ella se hubiera parado a pensar sobre ello, ese hecho hubiera sido obvio.
Desde luego que su piel debía ser áspera. Debería.

Por supuesto que debería.

Aunque con ella había sido todo gentileza. Así que realmente no había

168
pensado en ello, ¿por qué debería haber asumido que sería diferente en el resto
del cuerpo?

La piel de sus manos, de sus dedos y cada una de sus yemas, era áspera como
cada célula que ahuecó sus mejillas, acariciando la curva de su mandíbula y su
cuello.

Incluso con toda su áspera piel, en todo lo que podía pensar era en dulzura.

—No lo tienes. Eres mejor que eso. Eres mejor que lo que ellos quieren que
hagas

—¿Qué más puedo hacer?

—¿Qué más? —La pregunta la dejó anonadada. ¿Cómo podía no saberlo? ¿De
verdad no lo sabía?—. Quédate conmigo

La mano de él se apartó como si le quemara, ella envolvió sus propios dedos


con los de él, manteniendo su mano con la de ella. Sus plateados ojos grises, casi
luminosos mientras eran bloqueados con los suyos, atrapando sus emociones por
ella, demasiado complejas y extrañas como para empezar a ponerlas en orden

Ella recorrió su ceja con la yema de su pulgar.

—Tan bello

Él se burló, las palabras sacándolo del trance al que sus emociones habían
llevado.
—No lo soy

—Tus ojos lo son

—Solo porque ellos te miran.

169
Capítulo 7
La fiesta fue tan mala como había pensado que sería.

La bronca del capitán había sido de proporciones épicas, dejando muy claro
que ella debería estar en esa fiesta y que debería disfrutarlo.

Por lo menos no había ido del brazo del alcalde Almos. Él estaba flirteando
abiertamente con una hermosa mujer de cabello oscuro y exuberantes caderas,

170
una mujer que Kenna conocía muy bien. La discusión aún estaba enrabietada en
su cabeza, desde el momento en que ella llegó. Alguien había invitado a varias
de las chicas de Yuki para mezclarse con los invitados y quien lo hubiera hecho,
sabía que ella conocía a estas chicas en particular, o ¿había sido una simple
coincidencia?

No es que no encajaran, incluso Tori, ya no parecía la fantasía de Lolita del


club, comprendía la elegancia de esta noche.

El aire alrededor de Kenna se dividió ante una repentina presencia malévola


y, Kenna se alejó antes de que se enfrentara a esa presencia, su rápido
movimiento fue la razón por la que Harland Barrett no había podido poner la
mano en su espalda, su postura y la posición de sus manos mostraba que lo había
intentado.

Con facilidad, Barrett se movió hacia atrás, poniendo una sonrisa educada en
su rostro.

—Detective Morgan. Un verdadero placer conocerla por fin. Permítame


decirle que el Chronicle ha hecho decididamente lo correcto con su elección.

La sonrisa de cortesía de Kenna estaba cerca de ser tan ensayada como la de


Barrett,

—Encuentro toda esta situación bastante desconcertante, dado lo pequeña que


es la publicación, pero me imagino que esto es el recurso publicitario que
necesitan las publicaciones para mantener sus puertas abiertas.
Los camareros con champán se mezclaron con los invitados, Barrett agarró una
copa de una de las bandejas.

—Por supuesto no sacaría el tema si fuese embarazoso para ti, pero encuentro
fascinante que rechazaras el título, siendo todavía parte del proyecto donde tu
belleza es exhibida.

Ya que no estaba bien visto en una sociedad educada, presionar el pasado del
anfitrión y huir, Kenna bebió de la copa en su mano y continuó.

—Fui requerida como modelo, no fue voluntario y es una causa muy querida
para mi corazón, con la que estoy de acuerdo. No sabía que se conseguiría este
tipo de publicidad. Debo admitir que si hubiese conocido toda la maquinaria

171
publicitaria que aparecería, probablemente no hubiese participado.

—Pero eso hubiese sido una vergüenza

—Por favor, señor Barrett. —Ella solo podía fingir su cara sociable durante un
tiempo y su capacidad se estaba debilitando. Kenna necesitaba escapar y
pronto—. Hay una docena de mujeres solo en esta habitación que hubieran
estado despampanantes en el calendario. Espero que no vaya a mencionar mi
título otra vez.

—No, detective Morgan, no lo haré. Simplemente quería decir que, si no


hubiera sido parte del proyecto y no hubiera estado aquí, él tampoco habría
estado aquí. —Barret se inclinó más cerca, su respiración, un duro, no bienvenido
jadeo contra su frente—. Y he querido conocerle desde hace largo tiempo.

Kenna aún estaba procesando sus palabras cuando él dio un paso atrás, en la
línea de visión de ella, un hombre…

Oh…

Ese esmoquin parecía perfecto y equivocado en él, de alguna forma llenando


ambos roles de manera simultánea. Él siempre era enorme en su recuerdo, pero
de algún modo, de forma imposible, era aún más grande en la realidad. Y esos
ojos…

Gris-plateado. Iluminados desde dentro. Hermosos

Y fijos en ella
Barrett estaba a su lado, empujándola. ¿Cómo lo había ignorado?, ¿cómo había
dejado que le tocara con el hedor a mezquindad que se aferraba todavía a él?

La guió hasta estar delante de él, esos ojos gris-plateado no la dejarían ir.

Las palabras de Barrett eran audibles, pero aunque registraba los sonidos, el
significado se perdía mientras estaba parada ahí, atrapada en un pasado que lo
significaba todo, y era todo lo que no podía dejar que sucediera de nuevo.

—Callen Beist. Sabía que aceptaría la invitación algún día. Estoy honrado de
que pudiera hacerlo.

La voz de Callen Beist combinada con la bestia del hombre delante de ella,
oscura, peligrosa y con un trasfondo de poder, con una inesperada sutileza

172
también.

—Gracias por la invitación, Barrett. Es una causa en la que siempre he creído,


así que no podía dejar pasar la oportunidad una vez más de mostrar mi apoyo.

—Estoy seguro de que esa repentina sociabilidad ha sido incrementada en una


parte no tan pequeña por nuestra modelo de portada.

—No. —La mirada de Callen estaba fija en ella, dejándola con la certeza de
que la conocía por debajo del cabello que adornaba su cabeza—. No una pequeña
parte.

La interrupción del teléfono fue en el momento perfecto, solo un deseo


concedido que un hada madrina podía ser responsable. Con un ligero
discúlpenme, Kenna respondió:

—Monroe

—Tenemos un cuerpo en Haywood. Odio arrastrarte de la fiesta, pero tu


presencia es necesaria.
Capítulo 8
La sangre aún goteaba de su mano, hombres caídos le rodeaban, algunos de
rodillas en lealtad, otros cortados en castigo a su desobediencia.

¿Cómo había pensado ella en él como gentil? Esto delante de ella era una burla
de la palabra.

—Era por ti.

173
—No.

—Todo por ti.

—¡No lo cargues sobre mí!

El aire libre traía un sabor dulce. Ella había soñado con ello durante mucho
tiempo, mirando fijamente las estrellas atravesar el metal oxidado en sus
enredados pensamientos. No imaginó que viniera así. No imaginó que fuese esto.

No imaginó que sucediera esto.

No imaginó que le costara ella.

—¡No lo cargues sobre mí!


Capítulo 9
Kenna se arrastró dentro de su apartamento, magullada de forma que no lo
había estado desde la primera vez que fue lanzada en la cárcel. Dejando aparte el
gancho uno-dos. La pasada noche había sido como un cuadrilátero de lucha de
épicas proporciones, cada asalto un fuera de combate sobre ella, después de que
alguien la incitara a lanzarse a otro asalto.

Procesar la escena había llevado toda la noche y, como era ya endiabladamente

174
familiar, no habían encontrado ningún testigo ni ninguna evidencia que les diera
algún tipo de pista sobre quién era el asesino.

No había similitudes, con la única excepción de los confusos “despreciables”


que estaban siendo asesinados. Seguro, las chicas de la calle formaban parte del
conjunto, pero también carteristas, violadores, blanqueadores de dinero y
traficantes de drogas. Incluso los métodos variaban, iban desde sangrientos y
brutales hasta de aspecto profesional.

La comisaria estaba dividida en dos grupos, los que creían que era una única
persona contra los que argumentaban que eran varias personas y eso les llevaba
a discutir entre algún tipo de colectivo o algunos cuantos solitarios
aprovechándose del caos.

Pero ahora mismo, incluso estaba dándole una vuelta a ello. Necesitaba dormir
y el caso tendría que esperar.

Kenna apenas tocó la almohada cuando su teléfono a su lado sonó. La


maldición fue amortiguada por las capas de tejido y plumas, Kenna levantó la
cabeza y contestó.

—¿Hola?... ¿Yuki?
Nunca le había parecido Tori tan joven, envuelta en vendas y tumbada en una
cama de hospital. Yuki todavía sentada, tan fría e intocable como la nieve tras la
ventana, toda la rabia en un glacial gesto de venganza.

—Fue Almos. No creí que la elegiría a ella, o le habría dicho a Tori que saliese
antes. —Las palabras de Yuki no tenían calor. Fueron recitadas, enumerando los
hechos limpiamente.

—¿Almos usa tus servicios a menudo?

—Tiene ciertos gustos. Un par de chicas pueden manejarlos, pero la mayoría


se mantiene alejada. Intento enviarle a otro sitio cuando puedo, pero Tori no lo
sabía. Por eso probablemente la eligió, porque era nueva.

175
Los pitidos de la máquina del hospital era algo que indicaba que Tori todavía
estaba viva a pesar de todo.

—¿Siempre hace tanto daño?

El primer signo de emoción cruzo el rostro de Yuki, una sonrisa de suficiencia


que no mostraba humor.

—Le recuerdo cerrar la boca con clientes, pero él empezó y ella… ella te
mencionó. Por lo menos es lo que decía la nota.

La nota. Quince palabras. Dile a Morgan que esto lo que pienso


de la gente que usa su nombre.

Los dedos de Yuki aletearon, un movimiento detenido imitando el agarre de


un cigarro.

—¿Harás algo?

No era una pregunta vacía. Había intención en las palabras. Una demanda.
Había una línea y quería conocer en qué lado de la línea estaba Kenna.

—No haré eso.

La sonrisa creció más fría, algo que parecía imposible diez segundos antes.

—Eres suya, todas tus palabras y acciones son un falso bálsamo para tu
inconsciente, una mentira que te dices a ti misma para fingir que no eres parte de
ello.
—No lo soy. —Ella no lo era. El tiempo que había pasado en la cárcel lo
probaba.

Yuki puso los ojos en blanco, alcanzó su bolso y agarró un cigarro, aunque
hasta ahora se abstuvo de encenderlo.

—Dependes de su protección y su poder. Pero siempre y cuando no uses las


palabras, puedes fingir que eres inocente. Maravillosa. Permaneces intocable,
mientras todos a tu alrededor se vuelven más vulnerables. Afortunadamente,
esto —y Yuki agitó la mano, la figura tumbada en la cama, la figura apenas
respirando y moviéndose—, no es tu problema.

Y, mientras Kenna se doblaba bajo el peso de las palabras, Yuki destrozaba el

176
cigarrillo sobre la mesa, como si lo hubiese encendido y estuviera ahora
apagándolo.

—Vete. No te necesitamos aquí


Capítulo 10
Con la iluminación nocturna, la mansión del alcalde estaba iluminada como
un faro. Pero falso. Los faros suponían una bienvenida, mostraban el camino
auténtico, enseñaban cómo hacer las cosas completas, como hacer las cosas bien.

Kenna se acercó a las escaleras a zancadas y, como esperaba, un guardia se


detuvo delante de ella antes de llegar a las escaleras.

177
Él había estado en la oficina ese día. Todavía irradiaba peligro, pero ahora
tenía el cuello inclinado ante ella, sus ojos ya no mostraban desafío. Kenna
preguntó

—¿Sabes quién soy yo?

—Solo alguien tan protegido como Almos no la conoce.

Sin ninguna otra palabra, ella le empujó pasándolo. No la detuvo, es más, la


siguió, sin más palabras, indicándoles a los demás que la dejaran pasar.

Una mujer estaba en el dormitorio cuando Kenna golpeó la puerta abriéndola,


dando un pequeño chillido se alejó del alcalde, quien todavía estaba vestido,
aunque iba camino de no estarlo.

—Lárgate y da gracias por eso. —La fría ira de la voz de Kenna llenó la
habitación y, sin una segunda mirada, la mujer agarró sus cosas y corrió.

Las venas sobresalían en la sien de Almos, un brillante rojo subió por su piel
hasta cubrir su rostro.

—Crees que puedes venir aquí…

—Escúchame. —El tono helado de su voz afectó algo en él, ya que aunque el
rojo estaba aún extendido por su cuerpo, sus palabras fueron detenidas. Kenna
continúo—. Habrá reparación. Vas a darme uno de tus mejores hombres como
pago, alguien de alto nivel. Le dices adiós y empiezas a resolver cómo vas a
reemplazarlo, porque se va a ir por un largo tiempo. Nunca tocarás ninguna chica
de la calle dentro de los límites de la ciudad, nunca más.

Almos encontró su voz.

—No escucho a putas, lo que tú eres, con o sin placa.

En respuesta, Kenna cambió a la mesilla de noche y marcó un número,


poniendo la señal del teléfono en el altavoz.

Del otro lado contestaron antes del segundo timbre.

—¿Sí, alcalde Almos?

178
—Soy la detective Kenna Monroe, póngame con el senador

Un momento de silencio y la voz femenina volvió.

—Espere, por favor.

Almos arremetió, pero fue detenido por la mano de su empleado, el hombre


más grande agarró hacia atrás al alcalde. La expresión perpleja y traicionada de
Almos podía haber sido cómica en otras circunstancias.

—¿Cómo te atreves…?

—Detective. —El brusco y frío tono del senador Almos salió del altavoz.

Sin rodeos, Kenna dijo:

—Voy a dejarle que su hermano le explique la situación y le diga qué espero a


cambio. Tiene diez minutos para darme una respuesta. —Con eso, ella dejó la
habitación y bajó las escaleras, para esperar en el despacho del alcalde, una
oficina que podría ver cómo era ocupada por Almos algunos años más todavía.

Almos llegó con dos minutos de sobra, su rostro ceniciento y agitado, aún
poniendo su mejor falsa pantalla.

—Mañana por la mañana alguien anónimo llamará acerca de un hombre


llamado Manuel García y su larga colección de drogas. Una vez en su casa, habrá
suficientes pruebas para asegurar que Manuel esté en la cárcel por una larga
temporada. La policía lo encontrará implicado en otra escena del crimen.
García le sonaba de algo, aunque no podía ubicarlo exactamente. Había hecho
lo mejor para eludir la política durante mucho tiempo. Además, el simple hecho
de que ella sabía el nombre implicaba que él mantendría las condiciones

—¿Cuánto de la evidencia será verdad?

—Por lo menos el 80%

No es que pudiera planear cuál de esos crímenes eran de García y cuáles


usarían a García como chivo expiatorio. Sin duda, García estaría muerto en un
mes y la parte que más le entristecía era que aceptaba ese conocimiento.

—Y, ¿mi otra condición?

179
Almos curvó los labios en una muestra de reto impotente, pero respondió.

—Nunca más.

Mientras ella caminaba hacia la puerta, le lanzó por encima del hombro:

—Le veré mañana en el ayuntamiento, su señoría.

En medio de los jardines de la ciudad, la estatua de un príncipe y una princesa


bailando le daban una imagen cautivadora. El lugar era popular para las
propuestas por muchas razones.

Considerando lo tarde que era, Kenna dudaba que chocara con una pareja de
otra época mientras se sentaba en el banco, disfrutando de poco complicados
romanticismos y maravillosos rubores.

Su teléfono sonó, respondió automáticamente.

—Morgan

—He oído que has hecho un posible enemigo esta noche.

Su voz era terciopelo áspero, rascando y aliviando cada nervio.


—Parece que tengo esa habilidad. Tiendo a hacer amigos de forma regular
bastante bien. A veces ambos al mismo tiempo.

Él le dio una risita ahogada, un raspado de humor que todavía le producía una
curva de placer atravesándola.

—Verdaderamente un don.

Su voz estaba en su oído después de tanto tiempo y toda lucha desapareció.


Se envolvió a sí misma en el sonido, dejándose llevar por la seguridad que sus
bajos tonos producían en ella.

—Tengo tus fotos. Tú siempre estás bella, pero eres una diosa en ese disparo.

180
Kenna se negó a admitir el rastro de rubor en sus mejillas ante el cumplido.

—Gracias por tu contribución al Hospital Infantil. Los niños lo apreciaran


seguro.

—Deberías estar sorprendida de encontrar que el fotógrafo no te mostró todas


las fotos que tomó.

Kenna maldijo suavemente.

—Debería haberlo sabido. ¿Qué está enseñando de mí?

Si su áspero tono le seducía, ahora su profunda voz le hizo morderse la lengua


para mantener un jadeo.

—Más de lo que deberías haber querido que fuera captado. Menos de lo que a
mí me habría gustado ver.

Le costó tres tragos para conseguir suficiente humedad en la boca y la garganta


para hablar otra vez.

—¿Y qué hiciste?

—Le dije que tenía un talento especial y, que si una situación así sucedía de
nuevo, un fotógrafo ciego no podría hacer su trabajo. No es necesario dejar que
tus colegas sepan de su existencia. Te prometo que serán destruidas.

—¿Las mías?
—Cómo te he dicho… tengo tus fotos

—Y nunca vas a dejarlas, ¿verdad?

—… creo que sabes la respuesta a eso.

FiN

181
182
Jenna Elizabeth Johnson
Una Historia de otro Mundo

Una brisa fría y húmeda descendió por la ladera cubierta de hierba, llegando
desde el este y provocando inquietud a través de mi ejército de faelah.

—¡Silencio! —siseé, dando vueltas para asegurarme de que se mantuvieran


firmes—. Estarán aquí en breve, y entonces, estarán demasiado ocupados para
preocuparse por el descontento de Eile.

183
El ruido disminuyó, pero su malestar no. Me volví hacia las colinas a poca
distancia, mis ojos se estrecharon y mi impaciencia creció. El amanecer no estaba
muy lejos, el cielo oscurecido por la nube palidecía lo suficiente como para
distinguir las formas de los monstruos que formaban un semicírculo detrás de
mí. Pasaron diez minutos y luego diez más. Los faelah comenzaron a revolverse
de nuevo, chocando y gruñendo uno contra otro. Justo cuando estaba a punto de
darme la vuelta y acabar con los más agitados para mantener el resto bajo control,
un oscuro caballo que llevaba dos jinetes coronó la colina que había estado
observando. Casi no los vi, porque el animal era casi del mismo color que los
truenos que se agitaban por encima.

Una figura blanca, el guía espiritual de mi hijo, les siguió varios pasos atrás, y
un sonido agudo en el cielo anunció otro. ¡Ah! Los pequeños cachorros
descarriados de Merlín. Inhalando, los alejé de mi mente. No eran lo
suficientemente poderosos como para ser una amenaza para mi ejército, o el
Cumorrig que estaba a mi lado. Me acerqué y acaricié la cabeza coriácea de uno
de mis perritos de cadáver, imaginando cómo podría usarlos si esa mañana
resultara más difícil de lo que esperaba.

—Sí, serás la vista perfecta si mi querido Cedehn eligiera la necedad sobre la


prudencia.

Una pequeña punzada de deleite malicioso se encendió dentro de mi pecho,


mi poderoso glamour ansioso por comenzar.
—Paciencia —le advertí, no queriendo suscitar la magia faeduhn allí también.
Demasiado tarde, me di cuenta, como un pinchazo de dolor ardiente parpadeaba
junto a mi fuente de glamour. Apreté los dientes y respiré tranquilamente,
deseando que la Oscuridad permaneciera dócil.

Mi maldición, una terrible geis3 puesta sobre mí hace tanto tiempo, los detalles
habían desaparecido de la memoria como montañas que se transforman en arena,
seguramente jugaría un papel en lo que vendría. Podía sentir la tensión en el aire
y sabía que este día no terminaría sin una pelea. Y yo, de todas las personas, sabía
que no había rival a mi maldición cuando quería jugar.

El latido de los cascos del caballo se hizo más cercano, y levanté los ojos,
echando a mi hijo y a la niña montada con él una mirada siniestra. Una ráfaga de

184
viento helado se abrió paso a través de mi largo cabello y azotó mis faldas
nebulosas en un frenesí, haciéndolas imitar las nubes agitadas del cielo. Por
voluntad propia, mis labios se contrajeron en una sonrisa amenazadora. Los
imbéciles habían caído en mi trampa, y con tanta facilidad.

Caedehn se inclinó hacia delante y le murmuró algo a la muchacha, las


palabras fueron transportadas por otra ráfaga de viento. Volvió a mirarme, su
tono verde oscuro lleno de odio y repugnancia. Descubrí mis dientes en un
desafío amenazador.

Bueno. Yo compartí el sentimiento, gracias a la maldición que me asaltaba el


alma.

Caedehn se deslizó de la espalda de su caballo, luego se volvió para ayudar a


su pequeña faelorah. Me burlé. El afecto que brotaba entre los dos me enfermó e
hizo que la Oscuridad volviera a la vida con un gruñido de furia.

Todavía no, le recordé, con la esperanza de retrasarlo un poco más. No


necesitaba el dolor de punción que causaba para distraerme hasta que tuviera el
control total de la situación. La magia faeduhn se erizó ante mi arrogancia, pero
se asentó de nuevo. Sabía que la sangre se derramaría ese día, así que no me
presionó más.

3 Geis: En la mitología irlandesa y el folclore, un geis (Pronunciación Irlandesa: [ɟɛʃ];


Inglés:/ɡɛʃ/; "geasa" en plural) es un peculiar tabú, ya sea de obligación o prohibición,
similar a estar bajo un voto o hechizo.
Caedehn y su hembra mitad-raza se acercaban ahora, tanteando sus pasos, la
tensión tirando de ellos con fuerza como una cuerda de arco. Mi glamour vibró
de nuevo, alimentándose del miedo de la chica.

Cuando estaban a unos pocos metros de distancia, Caedehn anunció en voz


alta:

—Queremos pasar por el dolmarehn.

A mi alrededor, mi faelah resopló y gruñó, su deseo de atacar a estos dos


nuevos aperitivos acabando con mis nervios. Levanté mi mano de mi vestido lo
suficiente como para enviar una ola de glamour invisible en su dirección.
Soplidos de sorpresa y pequeños gritos de dolor me aseguraron que entendieron

185
de qué humor estaba. Podían quejarse todo lo que quisieran, pero no
conseguirían nada hasta que yo lo permitiera.

Devolviendo mi atención a Caedehn, dije en tono apagado:

—No veo por qué lo harías. No queda nada en el mundo mortal al que valga
la pena volver.

La reacción horrorizada de la chica fue deliciosa, haciendo que mi maldita


magia ronroneara de placer. Si no fuera por la cercana proximidad de Caedehn,
ella podría haber caído al suelo. Que ella creyera una mentira tan obvia demostró
que era una pequeña ignorante. Realmente, ¿qué vio el chico en ella?

Mi hijo se volvió, sus ojos se oscurecieron de malicia.

—¡Mientes! —gruñó.

Girando los ojos, suspiré y admití:

—Sí, tienes razón, querido Caedehn. El tiempo no lo permitiría. Voy a tener


que exterminar a los mortales una vez que hayamos terminado aquí.

Por mucho que me gustara bromear con él, estaba ansiosa por conseguir el
glamour de la chica y escapar de este maldito clima. Podría ser la diosa del caos
y la lucha, pero las tormentas eléctricas en Eile eran intolerables. Al pensar en el
potente poder de los descarriados, la magia faeduhn levantó una vez más su
cabeza perversa, presionando dolorosamente en mi propio glamour natural.
Apenas pude ocultar una mueca y resistir el impulso de presionar mi mano
contra mi corazón. La última cosa que quería hacer era mostrar debilidad delante
de aquellos que pronto tendría, de una forma u otra.

Conversamos, Caedehn y yo, intercambiando palabras de un lado a otro como


si ninguno de nosotros quisiera realmente admitir por qué estábamos allí, en ese
campo estéril, bajo una tempestad que se estaba preparando. Disfrutaba
atormentándolo, porque cuanto más pinchaba y retorcía sus nervios, y los de la
muchacha, más se mantenía a raya la Oscuridad.

Cuanto más iniciaba la incomodidad y las disputas entre otros, menos tentado
era mi geis a forzarme a actuar. Y, todavía no estaba preparada para su ira
insoportable. Nunca lo estaba. Apartando esos pensamientos de mi mente,
entrecerré los ojos y acentué mi enfoque en los que estaban de pie, o en el asunto

186
de los descarriados, lloriqueando ante mí. En un momento de nuestra
conversación, supe que mi hijo no le había contado a su mascota nuestra relación.
La maldición infectando mi alma canturreó ante la reacción de la chica
sorprendida, y me reí, tratando de distraerme del dolor que causaba su agitación.
No eran sólo mis emociones de las que se alimentaba la Oscuridad. A veces, los
que estaban cerca proyectaban lo bastante fuerte como para absorber su malestar.

Así es, pensé interiormente, Caedehn es mi hijo, mi propia carne y sangre. A pesar
de la agonía que desgarraba mi glamour, esperaba que el conocimiento por sí
solo debilitara la resolución de la chica. Si era así, podría ser más fácil de someter
cuando llegara el momento de cosechar su glamour.

Entonces lancé a Caedehn una mirada de soslayo, frunciendo mi frente


mientras estudiaba la expresión de su rostro. No me miraba, sino a la chica. Y sus
ojos estaban… extraños. Y no sólo Faelorehn extraño. Una emoción tan
improbable como la luz del sol tocando el fondo del océano y tan poco familiar,
trató desesperadamente de agarrar mi corazón. Pero, este sentimiento en
particular era el que más despreciaba la magia faeduhn. Antes de que pudiera
detectar su suave caricia en mi alma, mi Maldición la asió y la devoró,
destrozándola y transformándola en algo feo.

Miré a Caedehn. El dolor y la ira de la Oscuridad me condujeron al


resentimiento y la antipatía.

—Nunca quise tener un hijo. Y aquí está la prueba de por qué —escupí,
señalando al joven alto y guapo que estaba delante de mí.
El dolor volvió a atravesar mi pecho, esa emoción milenaria y la magia
faeduhn luchando por dominar. Sabía qué ganaría, al final, pero no quería ceder.
Tal vez, si empujaba lo suficiente, podía sentir...

—Una decepción desde el nacimiento —siseé, la Oscuridad se liberó de mi


vacilante agarre y me azotó con su dominio venenoso una y otra vez.

Otra punzada de agonía, suficiente para limpiar mi memoria de lo que mi


corazón tan desesperadamente deseaba mostrarme, y luego, pude respirar de
nuevo. Pero la experiencia me dejó exhausta y peor, y mis amargas palabras
reflejaron mi estado de ánimo.

—Todo lo que te pedí, Caedehn, era que mantuvieras a mis sirvientes en fila y

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controlases cualquier Faelorehn perdido que pudiera ser útil. Y aquí tienes a la
progenie indeseada de Danua y algún cachorro de Fomorian, una combinación
que sabes es volátil y rica en potencial mágico, y la has mantenido lejos de mí
todo este tiempo. ¿Era eso tanto pedir de una madre a su hijo? ¿Qué me trajeras
esos tesoros? Pero tú te negaste.

Mis palabras ásperas y mi carácter volátil disminuyeron mi propio dolor, pero


sólo un poco. Mientras siguiera la dirección de mi Maldición, no me haría daño
tan severamente. La respuesta de Caedehn calmó aún más mi magia maldita,
pero luego, dijo algo que me hizo tambalear, un recuerdo que había intentado
borrar de mi mente arrancándolo del lugar donde lo había ocultado.

—No importa lo que elija hacer —gruñó suavemente—, nunca estarás


satisfecha. Nunca dejarás de enojarte con mi padre.

Me había alejado de él brevemente, para recobrar el aliento y darle a mi propio


glamour la oportunidad de someter al otro poder no deseado. Pero al oír esas
palabras, la Oscuridad resucitó como un dragón hambriento de batalla.

—Tu padre —exclamé—, se aprovechó de mi buena voluntad.

Caedehn, mi único hijo y la imagen casi esculpida de su padre, se echó a reír.

—¿Tu buena voluntad? Te engañó, llana y sencillamente, después de que tú


trataras de seducirlo. Así que, en realidad, solo tienes que culparte a ti misma.

Antes de que pudiera dar una respuesta, la magia faeduhn girando junto a mi
propio glamour pulsaba, buscando mi dolor y empeorándolo. Se precipitó como
una inundación que hacía crecer un río y me arrastró lejos de ese campo barrido
por la lluvia. Parpadeé una vez y me encontré de pie en uno de mis recuerdos, el
que había intentado, y fallado, borrar de mi mente. Un amargo arrepentimiento
y desdén se acurrucaron en mi estómago, y apreté los dientes. Enfurecida ante la
maldita magia que me atormentaba no haciéndome ningún bien, pero no podía
volver a revivir ese recuerdo.

Volviéndose un pánico inmediato, traté de encontrar un lugar para escapar.


Tal vez, podría superar lo que iba a suceder a continuación. El miedo se me clavó
en el corazón al notar la oscura boca de una cueva, abierta bajo una colina
cubierta de antiguos robles, justo delante de mí. La niebla obstruía el cielo, y la
límpida luz sugería que llegaba la hora de anochecer.

188
Todavía puedo escapar de esto, pensé. Simplemente alejándome de la cueva...

Pero fue demasiado tarde. Como el sol que rompe las nubes, una llama se alzó
en el corazón de la caverna, y un hombre salió. Alto y de hombros anchos, llevaba
largo su cabello rojo oscuro. Tenía el pecho desnudo y los pies descalzos. La única
ropa que llevaba era un viejo kilt que colgaba suelto alrededor de su cintura. Se
veía bien. Se veía mejor que bien. Supe enseguida que él era más que sólo
Faelorehn. Este hombre tenía sangre de Tuatha De en sus venas, pero, yo no
podía decir cuál.

Me burlé de él, lista para afirmar mi autoridad como una de las diosas de Eile.
Pero entonces, sonrió, su glamour saliendo de él como el olor embriagador de
madreselva que florece en una cálida mañana de verano. Había sido conocida
por seducir a aquellos hombres que me parecían atractivos, y conocía los
sentimientos que invocaban en mí, emociones que la Oscuridad consumía antes
de que pudiera reconocerlos. Esto era diferente.

—Pensé pasar esta noche solo —dijo el hombre con voz rica y profunda—,
pero aquí estoy, bendecido por los espíritus de Eile con tan hermosa compañía.

Tenía un comentario sarcástico listo para este desconocido que pensaba


encantarme, pero cuando abrí la boca para hablar, sólo un suspiro pasó por mis
labios.

Se acercó más, sus pasos silenciosos contra el suelo musgoso del bosque. Con
notable gracia para un hombre tan alto, alargó un brazo y lo extendió hacia mí.
Respiré profundamente y di un rápido paso atrás. Arqueó una ceja castaña,
sus cambiantes ojos verdes brillaban como la ondulante superficie de un
estanque calentado por el sol.

—Aquí ahora —murmuró, sin acercarse—. No te haré daño.

Esa declaración me hizo burlarme.

—¿No sabes quién soy?

El hombre sonrió de nuevo, enviando calor por mis venas. Esperé a que mi
magia faeduhn convirtiera esa sensación agradable en dolor o desdén, pero no lo
hizo. Volví a mirar al extraño, frunciendo el ceño. ¿Qué poder tenía para que

189
pudiera hacer que mi Maldición permaneciera inactiva?

—Tu eres Morrigan —dijo con un tono de voz que contenía cierta reverencia—
. Y yo tampoco soy un extraño para ti, creo.

Crucé los brazos y le eché una mirada mordaz.

—Me temo que no nos hemos conocido.

—Yo soy Cuchulainn.

Ah, sí. Había oído hablar de él. El joven, impetuoso medio Tuatha De hijo de
Lugh. Había estado vagando por Eile, y por el mundo mortal, durante los últimos
años enfrentando retos y ayudando a ganar guerras entre los mortales. Era
experto en glamour, y se decía que poseía el raro don de riastrad, una habilidad
para transformarse en una versión más violenta y poderosa de sí mismo en el
calor de la batalla.

Pero, en ese momento, no era una monstruosidad deformada. Era un


espécimen prístino de un hombre, aún más atractivo que la mayoría de los
hombres de Faelorehn que había conocido, y eran una raza bendecida con belleza
y fuerza. Incluso mientras admiraba la imagen que mostraba, esperé a que mi
Oscuridad me castigara, como siempre, cuando me encontraba disfrutando de
cualquier aspecto de la vida. Sin embargo, las olas de represalias nunca llegaron.

—Y, como Morrigan —dije finalmente, volviendo a nuestra conversación—.


Estoy muy ocupada.
Tenía que supervisar una batalla a la mañana siguiente, una que me ayudaría
a recuperar una parte muy deseable de mi reino y que me haría ganar un glamour
muy codiciado y necesario. Mi Maldición estaba siempre hambrienta de más, y
si no la alimentaba, era castigada. Todo lo que este hombre de Faelorehn me
estaba haciendo para mantener ese castigo a raya sólo podía significar que sería
peor para mí cuando me alejara de él.

Volviéndome, quería alejarme y olvidarme de este extraño encuentro.

—Espera —dijo, con su voz baja y húmeda.

Una mano pesada se apoyó en mi hombro. En cualquier otra situación, habría


gruñido y me habría sacudido para liberarme, maldiciendo a cualquier loco que

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se atreviera a tocarme sin mi consentimiento. Yo era la diosa de la guerra y la
lucha. Yo era la que seducía a otros a seguir mi capricho, no al revés. Pero, en el
momento en que sus dedos rozaron la piel sensible de mi cuello, sucedió algo. El
calor irradiaba de sus dedos y palma, corriendo a través de mí como una droga
embriagadora.

Me volví hacia atrás, mis ojos sin duda fundiéndose en una cálida sombra de
rubí. Ahora parecía diferente, este héroe renegado del Otro Mundo. Una
sensación extraña, pero no desagradable, envolvió mi corazón y la Oscuridad que
nunca me dejaba tranquila, permaneció en silencio. Latente. Como si ni siquiera
estuviera allí.

Antes de que pudiera protestar, su otra mano se extendió, acariciándome la


cara. Más de ese hormigueo de calor se extendió progresivamente, y yo jadeé.
Cuchulainn aprovechó mi momento de distracción e inclinó la cabeza,
capturando mi boca en un beso audaz y sensual. Yo había besado a hombres
antes, hombres que quería usar y manipular. Siempre controlé la situación. Esto
era diferente. Ahora, yo era la que estaba siendo manipulada, la que estaba
siendo seducida. Mi mente lo sabía, luchó contra el torrente de sensaciones
desconocidas y tentadoras que corrían a través de mi sangre, pero no podía
separarme de él. Renunciando a la lucha, y con toda honestidad, saboreando el
hecho de que mi maldita magia faeduhn no estaba haciendo nada para poner fin
a esta extraña alegría, cedí.

Sin romper nuestro beso, Cuchulainn me levantó y me llevó de nuevo a la


cueva. La batalla que aguarda sería condenada, mi horrible geis sería condenado.
Por una vez, sabía lo que era ser la deseada, la que se entregaba. Y, por una vez,
en mi larga, larga vida, esa oscuridad que controlaba todo sobre mí, aquella
magia venenosa que tanto odiaba y anhelaba, ese poder inquebrantable que me
causaba dolor cada vez que se le ocurría, se mantuvo a raya. Por una vez, podía
sentir, respirar, vivir sin el acompañamiento del castigo.

Esa noche, en una pequeña cueva metida en las colinas a las afueras de mi
reino, sucumbí a una felicidad que tantos antes de mí habían experimentado. Y
por primera vez en mi existencia, a lo que podría haber sido la primera brasa
ardiente de amor encendida dentro de mi corazón.

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A la mañana siguiente me sentí aturdida y desorientada, y por unos pocos
momentos, mi cuerpo olvidó lo que había ocurrido la noche anterior. Entre un
aliento y otro, todo volvió con vibrante detalle: El guapo guerrero, Cuchulainn,
mi rechazo a sus intentos de encantarme, su toque, rico con fundido glamour
seductor y la pasión que siguió ...

Suspirando, me volví para alcanzar al hombre que había ahuyentado mi


Maldición sólo para agarrar las mantas frías y abandonadas. El fuego que había
ayudado a atizar el calor entre nosotros también se había convertido en ceniza
fría.

—¿Cuchulainn? —grité tímidamente, encogiéndome ante el leve sonido de


desesperación en mi voz. Yo era la diosa de la guerra, nunca fui vulnerable.

No hubo respuesta. La cueva no era muy grande, quizá tres metros de alto y
nueve de profundidad, así que supe que no estaba allí conmigo. Eso significaba
que estaba fuera, en algún lugar.

Me puse de pie, con la cabeza agitada y los nervios sintiéndome como si


tuviera los nervios a flor de piel. Agarrando una de las mantas, salí de la entrada
de la caverna esperando encontrar a mi amante. El sol brillaba, atravesando la
niebla que se desvanecía y el denso dosel de hojas de roble de encima.
Determinada a encontrar a Cuchulainn, subí la ladera que ocultaba la cueva. Tal
vez había salido a cazar el desayuno. Cuando llegué a la cima de la loma y eché
un vistazo al ancho valle que había ante mí, mi corazón se hundió y el recuerdo
se vino abajo con una venganza.

Mi ejército de faelah y los hombres y mujeres de Faelorehn que había reunido


a mi última causa estaban muertos y destrozados, esparcidos por el suelo por
más de un kilómetro más allá de mi vista. Cuervos, habitantes de mi propio reino,
volando en círculos por encima, muchos aterrizando en el campo para participar
en la carnicería. Permanecí completamente inmóvil, recuperando más de mi
memoria como los efectos agradables de la noche anterior comenzaban a
disminuir. Durante años había entrenado a estos soldados y los había reunido
cuidadosamente y utilizado puro glamour para traer a la faelah a la vida. Horas,
días y meses de arduo trabajo para formar un ejército para recuperar una porción

192
de mi territorio de mi codicioso Tuatha De brethren, y ahora, todo había sido
destruido. Yo les había fallado. Me había fallado a mí misma.

La fría comprensión me inundó entonces, el reconocimiento de que


Cuchulainn me había utilizado, me sedujo para escabullirse después de que me
quedé dormida para destruir a mis soldados. Sin mi poder para ayudarlos,
habían estado indefensos, acampando durante la noche al aire libre hasta que
nuestro enemigo más débil se atrevió a enfrentarse a ellos al amanecer. El
amanecer estaba aquí ahora, sombrío y gris, manchado de humo y el olor oxidado
de la sangre derramada. Mi mezquino enemigo no tendría rival para reclamar lo
que me habían quitado ahora.

Caí de rodillas, con una cabalgata de emociones girando alrededor de mi


espíritu. Mi corazón aceleró, y mi respiración se convirtió en trabajosa. Espinas
afiladas atravesaron mis rodillas a través de la manta que llevaba como un manto.
Eché un vistazo hacia abajo, sin importarme, pero preguntándome si era mi
Maldición faeduhn finalmente despertando a la vida. No, no era la magia oscura
buscando y deseando amplificar mi dolor. Cardos. Los pálidos y blancos cardos
de los desechos de mi reino, con sus brillantes flores escarlatas, brotando de los
capullos como plumas cardinales, igualando el calor que ardía en mi corazón. Un
recordatorio del pecado lanzado contra mí, una bandera blanca de tregua
manchada con la sangre de la traición.

La ira, blanca y acre, se derramó de mi alma y estalló, lamiéndome los nervios


y palpitando como una herida infectada. La angustia me llevó a empujar mis
manos contra el suelo para evitar caer, y los cardos perforaron mis palmas
también. Ignorando el dolor ardiente, acurruqué mis dedos en puños, mi propia
sangre ahora fluyendo entre mis dedos. Allí, en esa ladera orientada hacia el este,
grité, con un lamento largo y agudo que se extendió desde el corazón mismo de
Eile.

El sufrimiento, la rabia y el dolor se arremolinaron juntos, cada vez más


rápido, la magia faeduhn uniéndose a ello y alimentándolo, hasta que se
convirtió en una cosa casi tangible que podía entender: El odio. Odiaba a
Cuchulainn, más que a nada. No porque me hubiera engañado, embaucándome
haciéndome creer que me amaba, sino porque me había mostrado algo que nunca
podría tener. No con mi geis. Cualquier sentimiento de amor, alegría o felicidad
se alejó y se transformó en algo malo. Pero ahora, sabía lo que era no estar

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Maldito. Durante unas horas gloriosas, había vivido. Y porque ese conocimiento
lo haría aún más doloroso que si nunca lo hubiese experimentado, mi odio tenía
un único objetivo. Yo encontraría al hombre que me había hecho esto, y le haría
sufrir tanto como yo lo hacía ahora.

Sí, la Oscuridad canturreó, acariciando mi mente y enviando fragmentos de


dolor a través de mi cabeza. Buscaremos al canalla, y le haremos sufrir. ¡Oh! Y qué
delicioso glamour tiene. ¡Piensa en el poder que esgrimiremos cuando lo hayamos sacado
de él!

Lágrimas de ira me escocieron los ojos y me quedé mirando a través de la


llanura empapada de sangre.

Aprendí mi lección, le dije a la Oscuridad. Nunca dejaré que esa debilidad me vuelva
vulnerable otra vez.

Al final, no fui yo quien mató a Cuchulainn, pero había abierto el camino, y yo


había estado allí, viendo cómo se desarrollaban los acontecimientos. Murió atado
a una piedra de pie. Cuando su espíritu estaba listo para pasar al inframundo de
Eile, tomé mi forma de cuervo y aterricé sobre su hombro, listo para absorber el
poderoso glamour que alguna vez se atrevió a usar contra mí.

Por el dolor que me causaste, entré en su mente, y por burlarte de mí con lo que
nunca tendré.

No podía decir si él estaba lo suficientemente lúcido para oírme, o para


entender mis palabras. En su último aliento, su glamour se elevó como una niebla
fina, y yo lo inhalé, la magia faeduhn junto a mi glamour lo tragó como una bestia
voraz. Cuando toda su magia fue recolectada, grazné una vez, un angustiado
grito de tristeza y arrepentimiento, luego volé al cielo. Mi maldición faeduhn
capturó mi dolor y lo amplificó hasta el punto de agonía. Ese aguijón que conocía,
ese tormento con el que podría vivir. Sin embargo, volé, tratando de superarlo
como a veces podía, en mi forma corvina.

El súbito surgimiento de la charla de mi faelah pasó junto a la profunda piscina


de recuerdos y me sacudió regresándome de nuevo al presente. Sacudí la cabeza
para aclarar mis pensamientos, luego entrecerré los ojos en Caedehn, el recuerdo
de mis remordimientos raspando mi paciencia. Se parecía mucho a su padre. El
enojo explotó y le pedí a mi hijo que entregara la fichita de la que se había

194
encaprichado. Qué tonto era, porque llamaría amor, a lo que sentía por la chica.
Si sólo fuera tan fácil, pensé amargamente.

Pero, yo quería su glamour. La Oscuridad quería su glamour.

—No la abandonaré —dijo Caedehn—. Yo lucharé contra tu faelah, y si gano,


perderás tu reclamo en Meghan.

Mi ceja se arqueó ante su afirmación. ¿Arriesgaría su vida? ¿Por esta chica?

Esa punzada primitiva se revolvió en mi alma una vez más, pero nuevamente,
mi geis la aplastó antes de que pudiera identificarla.

—Si ganan, les ofrezco todo mi glamour a cambio de su seguridad. Después


de todo, soy también el producto de una combinación volátil, y mi magia es
bastante potente también.

La niña gritó en protesta, pero la ignoré.

—Eso podría ser suficiente para tentarme —canturreé, mi Oscuridad


complacida con la idea de un desafío—. Te das cuenta del precio de tu sacrificio,
¿verdad, muchacho? Sólo hay una forma de que yo pueda conseguir tu poder.

Caedehn asintió, su expresión era dura.

—Lo sé. Haré un juramento de sangre si tengo que hacerlo.

Mi Maldición resurgió a la vida con esta declaración, el repentino alzamiento


de poder hizo que mi faelah silbara y escupiese. La agonía instantánea de ella
extrajo un jadeo de mis labios, pero lo disimulé con un grito que sonaba más de
triunfante que de dolor.

—Muy bien, querido —dije con desprecio—. Hazme entonces el juramento.

Hicimos la ceremonia, y le rechiné los dientes a mi hijo. Lo llamé tonto por su


decisión, pero estaba hecho, y no había nada que pudiera hacer para cambiar su
decisión. Incluso si quisiera poner fin a esta locura, mi Maldición nunca lo
permitiría. La Oscuridad, más que nadie o cualquier otra cosa, podía sentir
exactamente lo que yo sentía, y cuanto más angustia me causaba, más fuerte se
volvía.

Tan pronto como terminó el ritual, abrí mi glamour, permitiéndole fluir

195
libremente hacia mi transformado Cumorrig, ahora tres veces mayor a su tamaño
original y preparado para la batalla. Y luego, me quedé atrás y vi cómo mi hijo
tomaba su propia forma de batalla, el riastrad que había heredado de su padre.
A mi lado, la chica observaba, atrapada bajo un escudo protector de glamour.
Traté de alcanzarla, mi Maldición queriendo probar su poder oculto y las
emociones turbulentas que revolvían en su alma, pero el escudo era fuerte, y me
desvió fácilmente. La aguda sacudida no era nada comparada con lo que la magia
faeduhn repartía, sin embargo.

Aburrida de ver a la chica, volví a mirar a Caedehn, sintiendo su


debilitamiento como un dolor en mis huesos. Ese viejo recuerdo volvió a
despertar, pero esta vez, no tenía fuerzas para combatirlo. Sin obstrucciones,
llegó inundando mi mente. Pensé que mi tormento había terminado cuando
Cuchulainn había terminado conmigo, pero me había equivocado. Nueve meses
después de ser rechazado por él, yo llevaba a su hijo, un niño que no quería, un
hijo que no podía amar. Sola, en la fortaleza de la caverna de mi reino, lo traje a
este mundo, recordándome en cada minuto agonizante de aquel largo labor al
hombre que había sido tan cruel por mostrarme la vida, y luego se la llevó como
si no hubiera significado nada para él. Porque no significaba nada para él.

El niño nació sano, a pesar de mi alma enferma y el resentimiento que


albergaba contra él. Durante unos minutos después de su nacimiento, mientras
yo estaba tumbada, sosteniéndolo y recuperándome de mi calvario, me permití
vislumbrar la vida que podría haber tenido. Si yo no hubiera sido la diosa de la
guerra, si Cuchulainn no hubiera querido simplemente usarme y desecharme, si
la Maldición faeduhn nunca se hubiera enrollado alrededor de mi alma...

Cualquier luz que ese momento había traído pronto desapareció. Ese áspero,
amargo y ardiente resentimiento creció una vez más, alimentado por el glamour
oscuro, y yo quería deshacerme del niño. Llamé a una de mis sirvientes y le dije
que se llevara al niño y lo dejara en el límite de mi reino. Ella obedeció sin
cuestionar.

—Que los elementos de Eile lo maten —le dije, el dolor de la Oscuridad


aplastando mi corazón bajo su peso—, porque no puedo soportar mirarlo más.
Pero —añadí, recordando quién era su padre y sabiendo que yo era aún más
fuerte—, antes de hacerlo, déjame verlo por última vez.

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A regañadientes, la joven lo entregó. Era doloroso mirarle a los ojos, tan verdes
que conjuraban recuerdos de los vastos campos de Eile y del infinito dosel del
Weald brillando bajo un sol de verano. El dolor de mi Maldición penetró en mi
corazón, y casi grité. Cualquier paz que pudiera haber tenido se desvaneció, se
quemó transformándose en ceniza negra, ahogándome mientras trataba de
respirar.

—Coloco una geis sobre ti, hijo mío —gruñí, con los ojos ardiendo con ira
inminente.

Presioné mi palma contra su pecho y conjuré mi símbolo, la marca que ató una
vida de Faelorehn a mi servicio.

—Si sobrevives después de que te rechace, algún día volverás a servirme. Y si


me desobedeces, perderás tu vida y tu glamour.

Un sonido de agonía llamó mi atención hacia el campo de batalla cubierto por


la lluvia y la lucha menguante, el recuerdo de hacía tanto tiempo flotando como
humo esparcido por el viento. Caedehn había derrotado a todos menos a uno de
mis Cumorrig, pero su fuerza y su resolución, estaban fallando. Al igual que su
padre, su orgullo y su deformado sentido del honor serían su perdición. Dejaría
que su supuesto amor por esta fae descarriada lo destruyera.

—¡Utter tonto! —murmuré de nuevo entre dientes, mis ojos ardientes de


impaciencia y rabia. ¿No se dio cuenta de la angustia que el amor le traería?
Un instante después, mi Cumorrig encontró una grieta y hundió sus malvadas
garras en el abdomen de Caedehn.

La magia faeduhn se hinchaba dentro de mí, como una nube negra de humo y
fuego, tragando mi corazón y cualquier sentimiento que pudiera haber
conjurado. La agonía, como abrasador fuego mágico, recorrió mi sangre, y tuve
que luchar para mantener el control. Ese patético cachorro de Danua todavía
miraba, gritando el nombre de mi hijo. Ella no me prestaría atención, al menos
durante los próximos minutos. Tomé un soplo de aire húmedo y cerré los ojos.
La magia oscura, siempre tratando de alcanzarme, lamía mis sentidos, su
dominio no podía competir con el mío propio.

Ese era mi destino como Tuatha De, una diosa entre los inmortales, maldita

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sea Faeduihn. Cualquier hombre o mujer normal de Faelorehn sucumbiría y
perdería todas sus facultades bajo el hechizo de tal poder oscuro. Pero no yo. La
magia insidiosa me impulsó y me deformó para convertirme en lo que yo era
ahora, la diosa de la guerra y la lucha, incapaz de sentir lo que mis hermanos
podían sentir: La alegría, la felicidad, el amor... pero nunca se llevaría mi
memoria; nunca me concedería esa bendición. En su lugar, luchaba cada hora de
vigilia bajo su peso y su ira, sabiendo exactamente lo que me faltaba. Todo a causa
de una noche con un hombre cuyo glamour había superado de algún modo a mi
Maldición, un geis que nunca podría romper.

Abrí los ojos para ver a Caedehn caer con el último Cumorrig. La oscura magia
ardía aún más, ansiosa por apoderarse de su fuente de glamour. La pequeña
descarriada se liberó de su escudo protector de magia y se fue corriendo hacia él,
sollozando mientras su vida se agotaba.

—Bien —susurré para mí, la magia oscura regresó a su lugar junto a mi


glamour—. Está hecho.

Estaba entumecida. Había habido tanto dolor esta vez, tanto.

De alguna manera, me dirigí hacia el cuerpo sin vida de Caedehn. Le gruñí


algo a la chica, diciéndole que se alejara para poder reclamar mi glamour, y luego
el suyo también. No veía necesidad de cumplir mi promesa ahora, y dudaba que
mi Maldición me dejara alejarme de este campo de batalla mientras una deliciosa
y fresca magia se sentaba en el barro delante de yo.
Y entonces, lo vi en sus ojos, esa sensación tan ajena a mí, la mirada que
Caedehn le había dado no hacía mucho tiempo. De alguna manera, ardió a través
de mis defensas y chamuscó los bordes de mi maldición faeduhn, y por una
fracción de segundo, mi corazón se permitió experimentar lo que debería tener
esa mañana oscura: El amor, el orgullo y el dolor tan profundo, pensé que podría
caer dentro y nunca volver a resurgir. Una pequeña ráfaga de aire frío rozó mi
rostro, y sentí como si un hilo de hielo recorriera mi mejilla. Jadeando, retrocedí
cuando el propio glamour de la muchacha estalló como un trueno directamente
sobre las cabezas.

Había pensado que ella y Caedehn eran unos tontos, débiles por permitirse
enamorarse. Sabía por experiencia propia que ese particular sentimiento sólo

198
conducía a la ruina y al dolor. Sin embargo, esta mujer semejante a Faelorehn
ardía ante mí, no con el desdén atroz y castigador de la magia faeduhn, pero con
ese mismo resplandor y poder que había conocido sólo unas pocas veces en mi
vida. Esa chica Meghan, con su nuevo glamour y su ignorancia del Otro Mundo,
brilló como una estrella, su magia no fue impulsada por la magia de Eile o el
glamour robado a otro. Su poder provino del amor.

Nunca en mi vida había retrocedido ante un desafío, pues siempre fui el


oponente más formidable al que jamás se hubieran enfrentado, pero esta chica
había encontrado una manera de derrotar a mi maldita magia, y ella ni siquiera
lo sabía.

Gruñendo de frustración, invocaba lo que quedaba de mi poder cada vez


menor y me transformaba, convirtiéndome en mi forma animal. Agité mis alas
de cuervo negro y dejé que el viento racheado me llevara, casi sucumbiendo al
ataque de la descarriada. No me importó. Tenía que superar la venganza punitiva
de mi geis mientras la magia faeduhn trataba de aplastar lo que mi corazón se
había atrevido a sentir. Grazné con angustia y furia, me elevé más alto,
mezclándome con las oscuras nubes del cielo y desapareciendo fuera de su
alcance.

No olvidaría a esta muchacha y su ira, y como Cuchulainn hacía tanto tiempo,


me había mostrado una vez más lo que me negaron. Cuando me recuperara,
volvería, mi poder multiplicado por diez, para arrancar de su cuerpo lo único
que satisfaría el insaciable apetito de mi Maldición, al menos durante un tiempo.
Tal vez entonces, yo conocería un pequeño momento de tranquilidad.
Mientras recorría el cielo azotado por las tormentas, permaneciendo justo
delante de la ira del faeduhn, me permití, por primera vez en muchos, muchos
años, y muy probablemente la última vez, examinar la emoción más grandiosa
que cualquier cosa viviente pudiera poseer. Estiré mi mente, empujándola más
allá de la tenebrosa oscuridad que obstruía toda luz, y vislumbré un fragmento
de memoria: Una imagen del rostro de Caedehn la mañana en que nació, el olor
de su nueva y sedosa piel, el sonido de su diminuta voz mientras dormía, el
rápido latido de su corazón. Y justo antes de ahogarme, un dolor venenoso me
recorrió para llenar todos los espacios de mi corazón, un nuevo tormento me
atravesó: Un dolor mucho peor que todo lo que mi geis me había impuesto. Y
este dolor era peor, porque esta vez, era real.

199
FiN
200
Tara Maya
Una Historia Pintada del Mundo

Un umbral había escapado de todo lo intermedio, y cuando los glamures


dibujaron los colores, la cinta de Sajiana se plateó. Con un extravagante suspiro
de resignación, empaquetó sus papeles de lino, sus copias y sus nudos, fingiendo
una reticencia a salir a los pasillos aburridos de Mangcansten. Una vez suelta en
el páramo, con el urogallo y el brezo y el viento azotando al hombre a través de
su cabello, rompió en un silbido. No trotó por ningún camino y no necesitaba

201
ninguno. Sobre su espalda llevaba su gran cartera plana, su pergamino y una
mochila más pequeña de posibilidades y finales. Se compadecía solo porque el
umbral había dejado un rastro que un dibujante de primer año podía haber
seguido. En poco tiempo, tendría el cuadro de la criatura en un nudo. Una vez
dispusiera de él, el deber la obligaría a volver al triste Mangcansten.

Sin embargo, no estaba en peligro de superar el umbral ese día. Cuando el


atardecer llegara, esperaría a través del tiempo intermedio, luego encontraría un
punto probable en el vacío hacia el campamento por la noche. Tenía una carpeta
de grabados preparados, incluyendo muchos de pequeñas cabañas. Sajiana tenía
buen ojo para el detalle. Incluso esos sencillos bocetos incluían caprichos como la
hiedra rizada sobre las piedras en la chimenea y macetas situadas en las ventanas
con rábanos plantados. Colocó un dibujo en el centro de una extensión plana de
césped, y después fijó sus nudos a una distancia alrededor de él. Tres nudos
podían servir, como mínimo, pero debido a que Sajiana cazaba un umbral, serían
cuatro por seguridad. Cuando tiró tensamente del último nudo, el glamour
atrapó la pieza en el papel. La imagen se convirtió en realidad. Ahora una casa
acogedora, con rábanos en macetas en las ventanas y un fuego rugiente que
emanaba humo de la chimenea cubierta de hiedra, de pie, cómodo como te
gustaría, delante de ella.

La clave para un buen grabado era llenar la vista a través de las ventanas. Si
insinuabas lo que había dentro, eso bastaba. No había necesidad de dibujar todas
las entrañas por separado, siempre y cuando se mostrara suficiente en la imagen
para que el glamour operara sobre él. De la misma manera, si se dibuja una
imagen de un armario, se debía dibujar siempre un cajón lo suficientemente
abierto para mostrar algo del interior. De lo contrario, cuando uno abría la puerta
de la casa, o el cajón del armario, era capaz de encontrar un blanco vacío en el
interior.

En las ventanas de las cabañas que Sajiana esbozaba, uno siempre vislumbraba
una cama cómoda en un lado y una mesa cargada de comida en el otro. Cuando
abrió la puerta azul de la casa, por lo tanto, encontró una tetera justo empezando
a hervir, un plato de bollos, un huevo duro y pasteles de ternera empanada. Entró
con deseo. ¡Nada como un día de caminata para abrir el apetito! Ladeó el fuego
y se arrastró hacia la cálida cama.

El amanecer casi la sorprendió. Había pasado tanto tiempo desde que había
estado en el camino. Saltó a la cama justo cuando el intermedio del amanecer

202
disolvió los nudos en el glamour. Como de costumbre, una vez desaparecía el
glamour, ningún rastro de la hoja de papel se mantenía. Cama, mesa, chimenea,
cabaña, todo se mezclaba en la niebla de la mañana y dejaba a Sajiana temblando
en sus ropas de noche en el páramo desolado. Quejándose entre dientes, se
escabulló a su mochila —sin glamour— y se puso los pantalones y la chaqueta
de fieltro de lana, también sin glamour. Empujó el camisón en un arrugado bulto
en su mochila y reanudó su caminata por el páramo sin carretera.

Catorce dibujos más tarde, llegó a un pueblo llamado Paddiglum. El umbral


había llegado aquí hacía unos días, después de tomar una ruta mucho más casual
que zigzaguear a través del páramo. El umbral tendría hambre, y éste era
demasiado inexperto —quizá era joven— para saber que sería mejor estar al
acecho en el desierto y abordar a los viajeros que arriesgarse a entrar en un pueblo
humano.

Podría haberse dibujado un vestido de seda carmesí, cosido con hebillas y


campanas de oro y un sombrero en forma de luna alta haciendo juego. Sin
embargo, Sajiana prefería el anonimato proporcionado por su irregular, robusta,
ropa de viaje real. Marchó a través de la ciudad, silbando, pasando a los aldeanos
vestidos no mejor que ella, ignorando y siendo ignorada. Tenía una cuerda en
una mano, una copia y un trozo de papel en blanco en la otra. Un observador
cercano habría visto que la cuerda no le colgaba de la mano, sino que sacaba la
punta de esa manera y que, gentilmente tiraba hacia sus dedos. Estos eran los
tirones que la guiaban cada vez más cerca del umbral.
La cuerda de repente la sacudió con fuerza hacia un callejón a lo largo de la
calle de los queseros. Sajiana levantó la mirada y se encontró con los ojos de un
joven sorprendido. Su cabello revoloteaba alrededor de su cabeza, desordenado.
Sus ojos eran enormes en su rostro, obsesionados. Sus labios apretados bajo las
mejillas hambrientas. Era extraño que en todo ese tiempo desde que había
escapado del intermedio, no hubiera utilizado sus poderes considerables para
mantenerse mejor.

Algunos umbrales intentaban correr. Algunos intentaban luchar. El resultado


sería el mismo. Este umbral la miró un largo momento, duro. Él se marchó. Era
como si careciera de la humildad o del sentido de temerla.

203
Su rostro llamativo sería su ruina; no podía olvidar un rostro así. Sajiana se
sentó contra una pared junto a una tienda de quesos. Con plumas, cargas de
carbón de su copia, comenzó a dibujar el rostro que recordaba. Le tomó solo unos
cuantos minutos tener algo parecido. Le tomó más tiempo atar el nudo complejo
alrededor del retrato. Con su retrato anudado, Sajiana se levantó y entró en el
callejón.

—Ven a mí —dijo.

Lo oyó antes de verlo. Una caricia y un rasguño y trozos sonaron: Luchó a cada
paso del camino para responder a su llamada. No pudo resistir la compulsión,
sin embargo, y finalmente se arrastró a la vista. Sus ojos ya no parecían
atormentados. Ardían de odio.

—¿Te has atrevido a dibujarme? ¿Sabes quién soy?

—Solo otro umbral, por lo que a mí respecta —dijo Sajiana.

Cualquiera que fuera la respuesta que esperaba, no había sido esa. Él la miró
fijamente, desconcertado.

—¿Estás loca? ¿De qué estás hablando? No soy un umbral.

Su sorpresa la sorprendió. Nunca había encontrado un umbral que no sabía


que era un umbral. La mayoría se jactaba de su superioridad inhumana.

—¿Honestamente crees que eres humano? —preguntó, sobrecogida por la


curiosidad contra su mejor juicio. Los profesores de Mangcansten
universalmente desaconsejaban entrar en una discusión prolongada con un
umbral.

—Soy humano —dijo—. Y el hecho de que no puedes atarme lo demuestra.

Se soltó de la compulsión. Esta vez corrió.

El retrato de carbón se había convertido en un lío manchado de líneas sin


sentido. Rodó una maldición de elección alrededor del interior de su boca.
Porque no había atacado a nadie, robado algo, o provocado algún estrago, había
asumido que él era débil. En cambio, parecía que tenía una voluntad más fuerte
que cualquier umbral que había previamente encontrado. Sajiana comenzó a
preocuparse de que un glamour más experimentado hubiera sido asignado a este
umbral. Tenía una mano rápida, pero no la paciencia para el trabajo realmente

204
intrincado necesario para atar una voluntad extremadamente poderosa. El
umbral estaba equivocado si pensaba que los humanos no podían ser atados por
un retrato. Eso era lo que los seres humanos y los límites tenían en común. Sin
embargo, una voluntad fuerte podría convertir una línea dibujada en una plasta.
Tendría que poner más esfuerzo en ello.

Sopló el aire entre sus dientes. Desató y desenrolló su rollo de copias. Este
contenía un surtido de garabatos y pinceles. Eligió uno de los finos carbones para
los escribanos. Quitó una capa del papel encerado para revelar más fondos.
Empezó a dibujar el umbral de nuevo, esta vez todo su cuerpo. Llevaba un kora,
una espada curvada hacia delante que se ensanchaba en la punta. Su capa para
abrigarse había sido una vez elaborada, pero los cierres y las campanas habían
sido arrancados del terciopelo índigo. Debajo de esta, la blusa de blanca seda
podía haber sido prístina. La mayoría de los umbrales estaban pintados
ricamente adornados. Sin embargo, ¿por qué había dejado que las prendas se
desgastaran hasta casi harapos?

—¡Glamour! —Un alegre grito interrumpió la concentración de Sajiana.

La molestia amargó la sonrisa que le lanzó al hombre que la había


interrumpido con su saludo. Se recordó que Mangcansten era
sorprendentemente intolerante por golpear a los lugareños en la cara.

—¡Glamour! —Era un hombre corpulento, calvo, rico en seda, con una luna
que sobresalía como un cuerno desde el centro de su cabeza. El oro tintineante
cubría sus orejas, y los brazaletes sonaban en sus gruesas muñecas. Estaba
sentado en un veyance dibujado por los perros enormes de Tugger—. ¡Qué honor
conocer a uno de su maestría! ¿Qué te trae aquí a nuestra remota aldea?

—Nuestros asuntos no tienen por qué preocuparte —replicó ella con frialdad.
Para que nadie pudiera verla dibujando una forma humana prohibida, aunque si
sabía que era un glamour, sabría que tenía el derecho, Sajiana archivó el papel y
la copia de vuelta en su portafolio.

—Pero debes dejar que te ayudemos, soy la ciudad Honorable, señor maestro
Yorch. ¿Tienes un lugar para quedarte? Oh, sé que ustedes los glamour tienen
sus propias maneras de proporcionarse refugios, pero seguramente me
permitirás la vanidad de ofrecerte la hospitalidad de mi casa.

205
Sajiana suspiró y cedió ante lo inevitable. Tal vez sería mejor trabajar sobre el
retrato del umbral en el interior, sobre una superficie plana, con buena luz. Subió
junto al señor maestro Yorch y le permitió hablar con ella el resto del viaje a su
gran mansión. Tendría que reanudar su búsqueda del umbral más tarde.

La mayoría de las casas en Paddiglum estaban agrupadas desde la piedra, pero


la mansión de señor maestro Yorch era una cálida joya ámbar de bosques
tallados. Soldados en útiles capas de abrigo y cascos de hierro permanecía en el
interior de la casa. Una preciosa, sin embargo, apática sirvienta le mostró a
Sajiana una cámara de huéspedes.

Sajiana abogó por la fatiga y se escondió en la habitación de invitados hasta la


cena. Al atardecer; encendió las lámparas. Dibujó y quemó varios borradores del
retrato del umbral. Ninguno era lo bastante real como para sostenerlo, y no tenía
sentido anudarlo solo para dejarlo escapar de nuevo. Después de una frustrante
tarde, decidió permitirse garabatear para limpiar su paleta mental antes de
intentarlo de nuevo. Dejó a un lado el lienzo de fino lino en el que había estado
trabajando y sacó su cuaderno de bocetos. Siempre le gustaba practicar con
habitaciones reales, y le gustaba especialmente mirar el interior de las cosas
porque sin esas opiniones, un cuadro llevaría a un pobre glamour. Muchos
muebles de roble pesado adornaban la cámara de huéspedes. Sajiana esbozó la
cama, luego la ventana y la parrilla de bronce a través de ella, luego un baúl al
pie de la cama, y luego una cómoda grande contra la pared lejana. Abrió un
cajón…

Su interior estaba absolutamente en blanco. Blanco.


Sorprendida, Sajiana se quedó mirándolo un momento. Luego comprobó
debajo de la cama. Blanco. Detrás de las cortinas de cada lado de la ventana.
Blanco. Dentro del baúl en la esquina. Blanco…

¿Era posible? ¿Cómo? La mansión no había desaparecido al atardecer…

—Ah, sí, lo siento, esta habitación todavía tiene algunos puntos difíciles —
lamentó una voz burlona.

Sajiana se giró para mirar al hombre de la puerta. Señor maestro Yorch.

—Supongo que era solo cuestión de tiempo antes de que Mangcansten enviara
a alguien a investigar —dijo—. Pero los copistas de Mangcansten no son los

206
únicos que saben cómo hacer un retrato.

Levantó las manos, revelando un cuadro de mujer. Colores de agua,


precipitado y chapucero, sería posible para escapar, excepto que tenía un
verdadero talento para capturar el detalle. Había captado la curva de su cuello,
la forma de su frente, los mechones de su cabello que caían sobre su rostro.

Sajiana gritó y corrió hacia él, pero sabía incluso antes de sentir el golpe
abrasador de dolor que no lo detendría antes de que terminara el nudo alrededor
de su pintura. Tropezó cayendo sobre sus rodillas justo delante de él. Él rió
suavemente. Extendió la mano e inclinó su barbilla, forzando su rostro a
inclinarse a su escrutinio.

—Eres bastante bonita, y un hombre se cansa de las mujeres de papel. Quizás


te mantendré en mi cuerda un rato antes de que acabe contigo, glamour. Quítate
esos trapos.

Ella podía sentir el enlace en su mente, encadenándola a su voluntad.


Impotente en su rabia, ella le obedeció.

—Dibuja un vestido para ti —dijo—. Y acompáñame a cenar.

Aunque se fue, la compulsión de obedecerle permaneció. Se recordó que las


acuarelas no eran aceites. Debería ser capaz de retorcerse libremente. Sin
embargo, tomaría muchas semanas llenas de largas horas de concentración. Y él
estaría más alerta para cualquier intento esta noche. Así que hizo lo que le habían
pedido. Seda negra. Campanas de oro. Sombrero escarlata.
El dibujo y los nudos le llevaron solo unos instantes. Sin embargo, no se
detuvo. Sacó de su cartera otra hoja de papel, una de las tejidas de alta calidad.

Una vez más, comenzó a grabar el umbral.

Tal vez el peligro perfeccionó su concentración. Tal vez el odio indefenso que
hervía en ella le ayudó a captar el destello de esa misma emoción en el ojo del
umbral. La forma que se formó bajo su plumilla de carbón era más verdadera que
cualquiera que había sido capaz de dibujar nunca. Ató el nudo, rodeando cada
hilo con el mayor cuidado. Cuando había terminado, escondió el paquete en su
cartera.

Podía sentir al señor maestro Yorch tirando de su voluntad, exigiendo su

207
presencia abajo.

—Ven a mí —susurró al cuarto vacío.

A lo largo de la farsa de la cena, Sajiana se sentó rígidamente al lado del señor


maestro Yorch mientras él jugaba el genial papel del anfitrión. Tenía varios
invitados, magistrados de la ciudad y sus esposas, unos cuantos comerciantes,
un maestro del gremio. Ninguno de ellos parecía consciente de que el glamour
quien era la invitada de honor había sido encarcelada de la manera más vil por
su anfitrión. La risa inconsciente y la charla sin sentido de los otros huéspedes
hizo que las sonrisas conocidas de Yorch fueran aún más difíciles de soportar.

Ella estaba desconcertada con el misterio del poder de Yorch. Había anudado
a un glamour, pero ¿atado a qué? ¿Por qué la mansión no desapareció cuando
cruzó los tiempos intermedios del anochecer y el amanecer?

Sajiana no vio ningún signo del umbral. Debería haber llegado a la habitación
donde había ordenado su presencia y, en su ausencia, quiso liberarse del dibujo.
Al reflexionar más profundamente sobre el asunto, sintió alivio. No sabía por qué
había dibujado al umbral. Si Yorch la había dejado con sus copias y cuadernos de
dibujo, era porque sabía que mientras la controlara, controlaba su magia. Lo
último que quería hacer era entregarle un umbral.
—Ven conmigo —dijo el señor maestro Yorch a Sajiana después de que los
sirvientes apáticos se llevaran la cena.

Ella lo siguió por la escalera principal, cruzando el pasillo, por la escalera que
no había notado antes, al tercer piso.

—Quítate la ropa —dijo él. Cerró con llave la puerta pesada en la parte
superior de la escalera—. No las necesitarás para lo que tengo en mente.

Sajiana dejó caer el vestido. Cuando cayó, volvió a convertirse en una hoja de
papel, con el dibujo mezclado en la inutilidad.

Detrás de la puerta había un estudio de pintura.

208
Una enorme pintura al óleo, con la lona montada en un marco de madera,
dominaba la habitación. Sajiana reconoció la mansión de Yorch. Años de detalle
habían ido en cada minuto trazado de la pintura. Cada habitación se podía ver a
través de las grandes ventanas. Gente, sirvientes y soldados, se veían en las
habitaciones. Señor maestro Yorch intercambió su capa de abrigo y la espada
ceñida a la cintura por una bata de pintor.

Señaló un sofá.

—Reclínate.

Paso a paso, los pies de Sajiana la obligaron a ir al diván. Se acordó del caminar
a rastras cuando lo había llamado en el callejón. No disfrutó la ironía de estar al
otro lado del nudo.

—Pintas gente en el dibujo con la mansión —dijo en voz alta. Su cuerpo se


contorsionó en una postura en el diván—. Tus sirvientes y soldados no trabajan
para ti, son tus esclavos.

Yorch respondió, sin temor:

—Como tú lo serás.

Llegó a acomodar su cabello alrededor de sus hombros y el borde del diván.


Le quitó el brazo de su pecho y levantó su barbilla para que le mirara mientras la
pintaba.

Se dirigió a su gran lienzo, sumergió su pincel en una colección de tarros y


comenzó a pintar a Sajiana en el glamour de su mansión. Yorch pintaba con
aceites, y Sajiana no podía negar su habilidad. Pudo haber escapado a la acuarela,
con el tiempo. Sabía que nunca se liberaría de este cuadro. El umbral habría
dejado Paddiglum por ahora, y cuando Mangcansten enviara a otro glamour
detrás de él, el glamour pasaría por alto Paddiglum en conjunto. Yorch, con su
conciencia culpable, había asumido que Mangcansten había detectado su
ilegítimo uso de la magia. Sajiana lo sabía bien. Por malvado que fuera, la magia
de Yorch tenía un alcance limitado. No lo había percibido en los meandros
alrededor de Paddiglum.

—Vamos, vamos. —Rió Yorch—. Tus lágrimas no se mostrarán en la pintura,


así que no uses el llanto.

209
Bajo la compulsión, tuvo que hacerlo literalmente. Ya no podía ni siquiera
llorar mientras los minutos la arrastraban más cerca de su esclavitud.

Absorbido en su pintura, Yorch no oyó abrirse la puerta del estudio. Sajiana lo


oyó, pero bajo una orden para mantener su pose, no se pudo girar. No vio quién
era hasta que el umbral caminó a los suaves pies de su visión.

Su oscuro cabello castaño seguía desaliñado, su abrigo de terciopelo


desgarrado para exponer una camisa blanca y un hombro musculoso. Agarraba
su espada de kora en su mano. El umbral descansó la pesada punta de su kora
contra el cuello de Yorch.

—Levántate y lucha —ordenó el umbral con la voz acerada de alguien


acostumbrado al mando.

Entonces, como si fuera de hecho el hijo de una casa noble en lugar de una
criatura sucia de magia, el joven dio un paso atrás y permitió que Yorch se
tambaleara para intercambiar su pincel por la espada que había reservado
anteriormente.

Segundos en el duelo, era obvio que el umbral dominaba su espada como los
pintores más grandes de Mangcansten dominaban su arte. Yorch sudaba y estaba
sin aliento, intentando mover su cuerpo gordo fuera del camino más que
luchando. Sin embargo, una conocedora sonrisa retorció los labios de Yorch.
Desde el diván donde estaba, silenciosa e inmovilizada por las órdenes de Yorch,
Sajiana vio la causa de su confianza. Los soldados de Yorch, esclavizados por su
voluntad, subieron la escalera y entraron en la habitación.

Seis hombres presionaban ahora al umbral. Lo atacaron con fieros


movimientos de sus espadas kora, pero los esquivó una y otra vez, cortando y
rasgando con su propia espada mientras pasaba por ellos. Comenzaron a perder
miembros. Aquí una mano. Allí una pierna. Se hizo evidente que muy fácilmente
podían haber perdido la cabeza, excepto que el joven guerrero no parecía querer
tomar sus vidas. El terror se deslizó en sus rostros, y Sajiana sospechó que
habrían huido, pero la compulsión de Yorch los obligaba a seguir avanzando,
incluso cuando la sangre chorreaba de sus muñecas o rodillas.

Mientras tanto, otro soldado había entrado en el ático desde el exterior, a


través de la ventana abatible. Sajiana se esforzó en gritar, para advertir al umbral,

210
en vano. El recién llegado cortó con su kora directamente la parte posterior del
cuello del umbral. El golpe casi le cortó la cabeza de su cuerpo.

El umbral se volvió y golpeó al soldado por la ventana. La cabeza del umbral


colgaba en un ángulo tonto. Ese desarrollo no afectó o frenó al umbral, sino que
aturdió a Yorch el tiempo suficiente para que olvidara mantener su control sobre
sus soldados. Ellos huyeron de inmediato.

—¡Eres un umbral! —tartamudeó Yorch—. Espera, por favor, no me mates.


¡Podemos alcanzar un acuerdo, estoy seguro de eso! Además, toda la riqueza de
esta casa es un glamour. Si me matas, ¿quién lo mantendrá para ti? Te pintaré lo
que quieras. ¡Cualquier cosa!

—No soy un umbral —dijo el umbral—. ¡Y no quiero tus sobornos, vil perro!

Para énfasis, el umbral decapitó a Yorch.

El umbral finalmente notó el extraño estado de su propia cabeza. Sacó la


cuchilla todavía alojada en ella y se ajusta la cabeza de nuevo en su cuello. Su piel
se alisó sobre la herida, restaurándola a la salud perfecta.

El umbral miró la sangrienta kora, y luego se volvió hacia Sajiana en pánico.

—¿Cómo hice eso?

—Eres un umbral.

—¿Cómo sobreviví a esa herida? ¡Habría matado a cualquier hombre!


—No eres un hombre, eres un umbral.

—¡Deja de decir eso! —Él agitó su espada.

La muerte de Yorch, por desgracia, no alteró la magia que unía a Sajiana y a


los otros sirvientes de la mansión a la pintura. Las últimas órdenes de Yorch no
se mantendrían mucho más tiempo, por lo que fue capaz de sentarse e intentó
ocultar su desnudez con su cabello y sus brazos. Sin embargo, su espíritu
permaneció atado a la casa a través de la pintura. No podría salir mientras la
pintura sobreviviera. Desde que estaba en la pintura, no podía destruirse a sí
misma. Ansiaba agarrar la espada kora de Yorch donde había caído al suelo, pero
aunque esperaba que su esgrima superara poco al de Yorch, sabía que no estaría
a la altura de derrotar al umbral. Incluso si una puñalada lo hubiera matado, lo

211
que obviamente no haría.

—¿Tú también me matarás, umbral? —preguntó sin mucha esperanza.

Él envainó su kora.

—No puedo —dijo—. Incluso si quisiera, me tienes como rehén, incluso


cuando Yorch te retenía. Vine aquí porque me llamaste.

—Tú fuiste capaz de escapar fácilmente de mi otro dibujo.

—Este no me dejará ir, lo intenté.

Sajiana sintió una breve, irracional oleada de orgullo en su trabajo. Pasó


rápidamente, cuando recordó que ella también permanecía obligada. Y había una
manera simple de que el umbra la destruyera y se liberara sin atacarla
directamente.

—Si quemo esta pintura, destruirá esta mansión, incluyendo el cuadro que
dibujó —dijo, caminando hacia el lienzo—, y destruirá a todos los pintados,
incluyéndote. Eso me liberará, ¿no?

Ella no respondió, pero eso fue suficiente respuesta.

—¿No podrías prometerme que ya no me cazarías? Un intercambio. Yo corto


los nudos en esta pintura. Tú cortas los nudos del dibujo que hiciste de mí.

Ella rechazó la tentación de mentir.


—Tengo un deber con Mangcansten.

Sus enormes y húmedos ojos le suplicaban.

—¿Soy realmente un umbral? ¿Cómo puedo ser una criatura pintada en la


existencia cuando recuerdo toda mi vida? Los umbrales no crecen desde la
infancia hasta la edad adulta. Siempre son como se pintaron por primera vez.

—¿Recuerdas ser un niño?

—Sí. —Un pensamiento le trajo desesperación al rostro—. ¿Puede que todos


mis recuerdos sean falsos?

—No. Si fueras un umbral, no recordarías nada que no hubiera estado en tu

212
pintura antes de que fueras traído a la vida.

—Entonces… soy humano.

—No. Si fueras un hombre, estarías muerto, tú mismo lo dijiste.

—¿Soy inmortal?

Sajiana pensó que debía de ser una tonta por decirle sus fuerzas si no lo sabía.
Sin embargo, se encontró respondiendo suavemente:

—No. Pero no puedes ser asesinado por un hombre o por una mujer, por un
objeto hecho por el hombre o un objeto no hecho, dentro o fuera, de la tierra o en
el mar, durante el día o durante la noche. Solo un glamour puede destruirte.

Él absorbió eso.

—Dime lo que recuerdas —le animó—. ¿Hubo algo… uhm, inusual en tu


familia?

—Podrías decir eso. —Midió su confianza en ella, y debió de encontrarla


pequeña. Tal vez no la consideraba mejor que Yorch—. Durante muchos años,
mis padres no pudieron tener hijos. Mi madre dijo que era… afortunada… que
finalmente me tuvo.

—¿Tu madre pintaba?

Su doloroso silencio le respondió.


Sajiana silbó entre sus dientes.

—No me extraña que recuerdes tu infancia. ¿Tú…? —era una pregunta


ridícula hacérsela a un umbral—, ¿tienes un nombre?

—Drajoriano.

Ella alzó las cejas.

—Tus padres se atrevieron a poner nombre a un umbral en honor al heredero


del trono de Cammar.

—Por lo visto, mis padres se atrevieron de una manera que nunca imaginé —
dijo secamente—. Sabía que mi madre podía ser una mujer obstinada. Pero esto…

213
Debes entenderlo, no me crió en una aldea aislado. Crecí rodeado de luminarias.
Ninguno de ellos lo habría sospechado, o habría habido consecuencias años atrás.

Se preguntó cómo un poderoso umbral podría haber pasado tanto tiempo sin
ser detectado. Y ¿qué había cambiado tan de repente que Mangcansten lo había
notado?

—Ella debe haberte pintado por primera vez como un bebé.

—¿Pero entonces no habría seguido siendo un bebé?

—No si siguió cambiando el retrato. —Miró la gran pintura que Yorch debió
haber comenzado hacía más de veinte años, que había estado retocando hasta
ahora—. Año tras año… quizás incluso día a día…

Inclinó la cabeza.

—Así que es verdad, soy un monstruo.

No había mucho que Sajiana pudiera decir.

De repente, un gemido de desesperación salió de su garganta. Corrió a la


pintura, su hacha, como la espada kora levantada sobre su cabeza. Sajiana se
preparó. Se preguntó si se sentiría como si su carne estuviera siendo cortada si
cortaba el cuadro en trozos.

En su lugar, sintió que una carga se alejaba de ella.

Él había cortado los nudos.


Los nudos de veinte años se alejaron de la pintura. De todos en la mansión, los
alegres gritos de los sirvientes y soldados estallaron. Entonces la mansión se
disolvió. Sajiana y el umbral y dos docenas más o menos estaban en medio de un
campo sembrado de malezas. Aquí y allá, objetos y muebles reales que no habían
sido parte del glamour asomaban en la hierba. Sajiana reconoció su mochila y
corrió hacia ella. Se puso la ropa de viaje con una profunda sensación de alivio.

El umbral la siguió. Recuperó su cartera. El umbral sacó el dibujo que había


hecho de él y se lo entregó, nudo y todo.

—Termina tu trabajo —dijo—. Quémalo.

El viento le agitaba el cabello. Él la miró con esos ojos límpidos y obsesionados.

214
Sajiana tomó el papel. Este tembló en sus dedos.

—Si deshacemos los nudos —dijo ella—, lo percibirán a través de la tierra.


Simplemente enviarán a alguien más detrás de ti.

—Quémalo.

—No puedo.

—Preferiría que fuera ahora, preferiría que fueras tú.

—No puedo. —Cogió su cartera y colocó el dibujo, todavía anudado, en su


bolso—. Si no lo quemo, pero no lo desato, no te sentirán. No tiraré de tu
voluntad. No te convocaré. Ni siquiera sabrás que todavía tengo tu retrato.

Él la miró, lleno de preguntas.

—Vete —dijo ella—. Sé libre, es una orden.

Mucho después de que el umbral se hubiera ido, y después de que Sajiana


reanudara su vuelta a través del páramo a Mangcansten, volvió a sacar el retrato.
Estudió el pelo y los ojos grandes, las sombras en el rostro, el juego de luces a
través de los hombros, la postura. No lo convocó. No lo llamó. Después de un
rato, suspiró y alejó el retrato. Esa noche no hizo nudos en una cabaña glamurosa.
Quería dormir bajo las estrellas.

FiN
215
Alexia Purdy
Aylin nunca se aventuró a salir al mundo. Vivía en una tierra floreciente, con
verdor y llena de arbustos, hierbas y flores atestando su patio trasero. Nunca
había visto pueblos o ciudades, y apenas veía a otras personas. Esta pequeña
burbuja era todo lo que componía su mundo en la tierra de Diferencia, donde
había oído historias de gente mágica que vagabundeaba por la tierra.

No era mágica, sin embargo. Era peligroso vivir aquí sin magia en absoluto.

Aylin y su padre habían vivido en una pequeña casa al borde del bosque
durante toda su vida. Era una existencia pacífica; apacible, tranquila y llena de
naturaleza. Tenía los dulces frutos de sus trabajos en su jardín y los mantenía
bien. Nada y nadie alguna vez vino o se fue, y los días eran todos iguales, pero
nunca estaba aburrida. Aylin amaba la tierra y el consuelo. Le sentaba bien y la

216
mantenía ocupada con los quehaceres y la agricultura. Sin embargo, el lugar era
mágico y disminuyó sus curiosos poderes por doquier. Incluso las criaturas que
vivían entre los tocones y pequeñas madrigueras subterráneas la adoraban. Su
amabilidad y amor brotaba de cada poro de su cuerpo, y cada criatura en la tierra
lo sabía. Era casi como si fuera una verdadera Cenicienta.

Cuando Aylin tenía quince años, su padre murió. Había caído con una severa
neumonía después de una larga tormenta de invierno que lo había atrapado en
el camino a casa desde la ciudad más cercana, donde había ido a buscar
provisiones. Había sido su viaje anual a la ciudad. Pasó una semana con una tos
violenta y constante que no podía sacudir hasta que un día no se despertó de su
sueño, dejando que la pobre Aylin se las arreglara sola.

Ahora tenía diecisiete años y era una joven alta y elegante con piel de
alabastro, labios de color rosa y ojos profundos y terrosos. Su largo cabello
castaño siempre estaba cuidadosamente trenzado e inmovilizado, porque
trabajaba la tierra con sus manos, y todos los animales la ayudaban a cavar hoyos
en su pequeño jardín. Eran sus amigos e iluminaban la oscuridad que amenazaba
con engullirla con tristeza.

Sus días transcurrieron en paz, pero no sin dolor ni sufrimiento. Sola en la


cabaña por la noche era el peor momento. No había nadie con quien conversar y
nadie a quien leer sus historias antes de acostarse. Todo lo que podía hacer en el
crepúsculo menguante era leer los libros viejos alineados en las paredes de la
cabaña que una vez había compartido con su padre. Adoraba leer, y había
docenas de volúmenes llenos de palabras para consolarla. Al hojearlos a la luz de
las velas, podía perderse en las historias, imaginando mundos más allá de las
colinas y las montañas, en lugares en los que nunca había estado. Lugares como
ciudades y pueblos extranjeros donde los castillos se alzaban por encima y
colorida gente caminaba por todas las calles.

Gente.

No había visto a otra persona en mucho tiempo. Nadie sabía que existía, y a
nadie le importaba. Se preguntó si debería intentar ir a la ciudad. Nunca había
estado en la ciudad más cercana, y estaba muy baja en suministros. Había estado
reciclando muchas cosas y cosía parches en su ropa. Incluso sus zapatos eran casi
tan delgados como la nada.

217
Tarde o temprano tendría que ir. Había dinero que su padre le había dejado,
bolsas de monedas de oro que se había asegurado guardar para ella y para su
bienestar. Pero no estaba segura de cuánto costarían las cosas o si sería apropiado
tomar oro. Así que se quedó en su cabaña, escondiéndose del mundo donde nada
cambiaba. Tenía demasiado miedo a irse y experimentar cosas que nunca antes
había probado.

Un día lo haré, pensó ella. Algún día tendré mi deseo.

Pero por ahora, permanecería segura en su refugio.

Era una persona olvidada, sentado en la acera, agotado y marcado. A nadie le


importaba y nadie quería saber, mucho menos ver. Lanzar un vistazo en su
dirección era centrarse en los problemas que representaba, problemas que
mayoritariamente intentaba muy duro de ignorar: Los sin hogar, los
desempleados, los hambrientos, los necesitados y, en última instancia, los
codiciosos, que se negaban a compartir su riqueza. Nunca me contaba a mí
mismo como de dar mucho; diablos, apenas podía mantener mi propia cabeza
fuera del agua ya que la deuda de la universidad aumentó y mi despensa
permaneció eternamente escasa. Me mantuve solo y esperaba que los problemas
del mundo no me tocaran mientras trataba de abrirme camino en este mundo
implacable.

No estaba ciego, simplemente no tenía el tiempo o los recursos para hacer la


diferencia. Esa era la verdad abismal que me ayudaba a dormir por la noche.

En mi camino a mi apartamento, justo fuera del campus y cerca del asfalto del
desierto de Las Vegas, era donde lo vería, bajo el escaso pero exuberante dosel
de árboles de décadas de antigüedad. Siempre estaba sosteniendo una taza para
cambiar, ya fuera para dormir, revisando botes de basura o relajándose debajo
de un árbol cantando para sí mismo. Su polvorienta gabardina sucia cubría todo
lo que tenía debajo, y un sombrero resistente remataba el cabello grasiento que
colgaba en hebras fibrosas de negro carbón. Él lo usaba todo el tiempo, y se veía.

218
Una barba desaliñada cubría la mayor parte de su rostro y parecía que había sido
cortado por última vez hace un milenio. No podría decir de qué color eran sus
ojos. Nunca me había acercado lo suficiente como para echar un vistazo. Él era
una persona olvidada, alguien que la gente como yo rara vez notaba… hasta un
fatídico día.

Después de fracasar en mi examen de Microbiología a medio plazo, todo


cambió. Tuve que estudiar duro durante toda la semana, pero la maestra fue
horrible; saltó alrededor de los libros de texto, nunca se apegaba al plan de
estudios, siempre confundía a la clase. Realmente no supe qué hacer. Parecía que
iba a repetir el curso el próximo semestre.

Mi estado de ánimo se había agriado, y el calor del final del verano estaba
teniendo su camino a mi cabeza. Juré que nunca volvería a tomar otro curso de
verano. Me dejó con poco deseo de hacer cualquier cosa que no fuera llegar a
casa, sentarse frente al televisor y Netflix.

Apurándome en mi camino, pasé por delante de ese hombre por enésima vez.
Ni una sola vez me había hablado alguna vez. Nunca lo había pensado capaz de
una verdadera conversación, con su incesante balbuceo y canto. Hoy, sucedió
que lo observé aún más. Si era por la taza arañada y amarillenta de plástico sujeta
con dedos incrustados de suciedad o el brillo embrujado y lejano en sus ojos,
nunca lo sabré, pero me arrastró mientras trataba de escabullirme de él antes de
que me notara. Hoy no. Hoy lo escuché hablar por primera vez.

—Jovencita, ¿por qué tan triste?


Me detuve en seco, sintiendo su voz bañándome como una ducha helada. Me
volvió lentamente hacia el hombre como si hubiera estado hablando un idioma
extraño, confusa.

—¿Disculpe? —pregunté.

—Hay algo en tu mente. Te pregunté cuál es el problema. —Parpadeó hacia


mí con ojos coherentes. Pude ver claramente su llamativo color azul claro, un
tono translúcido como el cielo. La pupila oscura en el centro destacaba como una
mancha en el paisaje de sus iris

—Oh, yo… —tartamudeé. Las palabras se negaron a salir y se quedaron en mi


boca. Él estaba sorprendentemente interesante en cierto modo, porque mientras

219
lo miraba, no se veía como la sucia persona sin hogar ignorante de sus propias
necesidades y ajeno a la higiene que tenía previamente y que asumí que había
tenido. Podría haber jurado que vi destellos de otra persona allí, alguien con los
mismos ojos pero con cabello oscuro más corto y limpio y una sonrisa
encantadora para patear: Un hombre guapo vestido con la mejor ropa que jamás
hubiera visto.

Como la realeza. Solo las personas realmente ricas y elegantes usaban tales
cosas. Pero la universidad y los alrededores no estaban ni cerca de un barrio rico
y tan lejos de la realeza como cualquiera podría conseguiría.

—Nada —respondí finalmente—. Acabo de reprobar mi examen de


Microbiología. La profesora no es muy indulgente, y estudié toda la semana para
ello. O ella es terrible, o no soy muy buena en el tema. Realmente no importa,
¿verdad? Fallé. —Sentí la picadura de las lágrimas detrás de mis ojos, pero las
contuve. No podía descomponerme aquí, por el amor de Dios. No frente a una
persona sin hogar que ni siquiera conocía.

Los segundos pasaron, y no pude moverme. Me sentí congelada en el lugar.


Su rostro lentamente se transformó en una media sonrisa, un poco malvada pero
sobre todo atractiva y terriblemente guapo debajo de la barba que cubría su
rostro. Traté de mirar hacia otro lado, pero era como si alguna fuerza mantuviera
mis ojos pegados al hombre. Qué extraño que pudiera verlo ahora, debajo de la
fachada de suciedad, cabello y sudor, cuando antes, todo lo que había visto era
una pila de basura humana.
—No, supongo que no importa. Cosas tan triviales como calificaciones
escolares, maestros, tarea… nunca me molesté con semejantes cosas.

—Por supuesto que no —me burlé—. Esas cosas obviamente no son altas en
su lista de prioridades.

Sus ojos se oscurecieron, y sentí el pinchazo helado de su mirada correr a lo


largo de mi piel una vez más. Conteniendo la respiración, desearía no haberlo
insultado de una manera tan descarada. Estúpida, estúpida, estúpida.

Cuando finalmente pude arrancar mis ojos del hombre, el aire helado volvió a
su calor abrasador anterior. Me volví y comencé a caminar hacia mi apartamento,
que estaba justo al otro lado de la calle, cerca del campus, pero a poca distancia.

220
—Espere. ¡Espera, señorita! —gritó—. Tengo algo para ti.

Hice una pausa, nuevamente sintiendo que no podía moverme. ¿Por qué
estaba pasando esto? Pensé que podría obtener una orden de restricción contra
el hombre si no me dejaba en paz. ¿Qué podría tener él para mí? Él no tenía nada
que ofrecerle a nadie, y no era dueño de nada de valor, ¿cierto? ¿Qué tenía que
darle un hombre sin nada a alguien que tiene mucho más que él?

Extendió su mano, y en su palma manchada de tierra se situaba un


impresionante ópalo en un anillo de platino. No podía dejar de mirarlo, y me
pregunté de dónde había sacado una hermosa baratija. ¿Lo había robado?

—No lo robé. Me pertenece. Era el anillo de mi madre, y ella era la reina de


todas las hadas. —Sus ojos brillaron junto con el anillo. Era fascinante, y luché
para tragarme el miedo y no engancharme en sus palabras hipnotizadoras.
¿Cómo me estaba haciendo eso?

—Tienes que estar bromeando, ¿verdad? —pregunté, mi voz se quebró como


si él me hubiera mantenido firme—. ¿Por qué querrías darme eso?

—Es porque eres la única que puede ver la verdadera belleza en el mundo
donde otros no pueden. Además… —sus fríos ojos azules perforaron mi alma—
… esto pertenece a ti. Bueno, de alguna manera.

Casi me reí en voz alta, pero seguí mirándolo fijamente, endureciendo mi


resolución contra su misterioso hechizo. Me costaba respirar, me costaba hablar
y era difícil alejarme de esta persona o extraterrestre o lo que fuera en el mundo
que podría ser. Nadie más estaba notando nuestra interacción, y me preguntaba
si podría estar en casa, roncando en mi sofá, soñando con esta locura. Esperaba
que lo fuera. Era una pesadilla, y no quería estar aquí nunca más.

—Eso no es mío.

—¿Cómo lo sabes? Es hermoso y ligero. Hecho para ti, en cierto modo.

—No.

Él sonrió, y me recordó una imagen del diablo que había visto en una vieja
imagen de la Biblia de los niños cuando era pequeña. Era intrigante y
atemorizante, todo al mismo tiempo.

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—Tómalo, es tuyo. Te puede dar todo lo que siempre has querido; todo lo que
siempre has deseado. Es parte de ti. —Ladeó la cabeza hacia un lado, y todo lo
que pude ver fue su rostro guapo debajo de la barba. La fachada que llevaba era
una máscara que ocultaba su rostro guapo, mandíbula afilada, pómulos fuertes
y sonrisa perfecta. Él no era una persona sin hogar. Tenía que ser otra cosa. Algo
que probablemente hubiera imaginado.

No, pensé. Pensar que estaba imaginando cosas sería admitir que había
perdido mi mente, que fallar esa prueba me había llevado al límite de mi cordura.
No podría aceptar eso.

—Tengo que irme. —Di un paso atrás, aliviada de encontrar que la presión
hipnótica que tenía sobre mí se estaba rompiendo. Frunció el ceño y observó con
curiosidad cómo amplié el espacio entre nosotros. Todavía no podía reírme.
Apenas podía formar palabras. Tan duro como intente no hacerlo, mis dedos ya
estaban en su mano, curvándose sobre el anillo perfecto de ópalo de platino y
arrebatándolo de su grasienta palma.

Sintiendo el frío metal contra mi piel, lo moví a mi mano opuesta y lo deslicé


en mi dedo. No pude resistirme a salvar mi vida. No había quedado más fuerza
de voluntad. Todo lo que podía hacer era distanciarme con toda la determinación
que me quedaba. La banda de metal llamó a mi sangre de alguna manera, y no
podía irme sin ella. Lo extraño era que el anillo se ajustaba perfectamente, como
si estuviera destinado a estar en mi dedo. Como si siempre me hubiera
pertenecido.
Qué extraño, pensé.

—¿Cómo puede ser esto mío? Nunca antes lo había visto.

Él me miró, una sonrisa satisfecha destellando de vuelta.

—Siempre fue así. Pide un deseo. Cualquier cosa que tu corazón haya deseado
alguna vez.

—Tiene que haber una trampa.

Juraría que vi un brillo momentáneo de maldad en sus ojos. No había nada


que quisiera en ese momento, excepto volver a la seguridad de mi apartamento
y olvidar que alguna vez había hablado con este hombre.

222
—Hay una trampa para este poder. Te dará la fuerza para convocar a las
legiones de hadas de la Diferencia y la capacidad de conceder cualquier deseo
que desees o para otro. —Se rió—. Aunque recomiendo precaución cuando
concedas los deseos de los demás. La mayoría de ellos no saben exactamente lo
que quieren. Puede convertirse en un caos más rápido de lo que puedes
parpadear. —Suspiró, viéndose agotado por primera vez.

—¿La Diferencia?

—Es el lugar desde donde fluye toda la magia, el lugar donde viven las hadas.
Los gobernantes legítimos viven allí, pero… —De repente parecía perdido en sus
pensamientos, como si se hubiera transportado a un largo recuerdo perdido.

—¿Pero qué?

—Han estado perdidos para nosotros. —Se centró en mí—. Si alguna vez
encuentras que no quieres más este poder, encuentra a uno de los gobernantes
legítimos de la Diferencia y entrégale el anillo. Sabrán qué hacer con él, y tu
destino se hará a sí mismo conocido.

—¿Gobernantes, deseos y hadas? Estás completamente loco, ¿sabes?

Miré hacia la piedra que brillaba a la luz del sol, casi cegándome. Cuando volví
a mirar, el hombre ya no estaba.
Me giré, buscando en el campus al hombre sin hogar, pero él no estaba en
ninguna parte para ser encontrado. De hecho, nadie estaba mirando en nuestra
dirección. Era como si nunca hubiera existido, y hubiera estado hablando sola.

—¿Demonios?

Hice otro giro, estudiando a los más cercanos a mí. Nadie miró en mi dirección,
y ninguno se veía familiar. Ninguno de ellos se parecía al hombre en absoluto.

Gruñí, cerrando los ojos antes de que volviera a abrirlos y mirar hacia el anillo
una vez más, sorprendida de que no lo hubiera imaginado. El metal zumbó
contra mi piel, lleno de magia. Fue tentador por decir algo.

223
—Esto es una locura.

Me volví y corrí como para salvar mi vida, tan rápido como pude. No vivía
tan lejos; los apartamentos enfrente de la universidad eran todo lo que podía
pagar en este momento. Ojalá cuando me graduara, obtuviera un buen trabajo y
podría salir del ghetto infernal de estudiantes.

El estrés de fallar en mi prueba y el extraño encuentro con el hombre sin hogar


fue aumentando con cada paso apresurado que daba. Sintiéndome
absolutamente derrotada, no podía esperar a volver a casa para acurrucarme en
mi sofá con toda la comida barata que pudiera engullir y darme un atracón con
el televisor. Mientras corría por la calle, esquivando coches saltándome las luces
rojas sin importar la vida humana, los maldije entre dientes mientras
contemplaba los eventos del día. Una persona no solo regalaba una preciosa
pieza de joyería sin una razón. Algo me dijo que iba a pagar caro por eso. Si ese
vagabundo regresaba, tendría que estar preparada para devolverle el anillo.

Tenía la sensación de que iba a ser difícil de hacer.

De vuelta en casa, giré el anillo en mis dedos. Era maravilloso, pero no sabía
qué hacer con él. Probablemente lo llevaría de vuelta mañana y se lo devolvería
al hombre sin hogar. Definitivamente lo necesitaba más que yo. No tenía ni idea
de porqué incluso lo tomé de él en primer lugar. Fue extraño. Había sido como si
no pudiera evitarlo. Todo se redujo a que no podía resistir el regalo del hombre.

¿Fue un regalo?
Cansada y confundida, lo coloqué sobre la mesa de café, agarré el control
remoto, y encendí el televisor. Pasé por los canales hasta que se sintieron como si
fuera solo un zumbido una y otra vez. No podía entender lo que quería ver. No
se veía nada interesante, y mis ojos seguían siendo desviados hacia el anillo. Era
todo lo que podía hacer para no mirar fijamente su resplandor tenue en la tenue
luz de mi sala de estar. De alguna manera estaba rogándome que lo volviera a
poner en mi dedo. Estaba sudando por resistir el impulso de hacerlo.

Inclinándome hacia adelante, agarré el anillo. Qué demonios, pensé, no puede


dolor solo por usarlo en casa, ¿o sí? Lentamente, lo deslicé en mi dedo, sintiendo la
sensación nauseabunda de resistir su encanto desvanecerse junto con todo lo
demás.

224
El mundo desapareció.

Jadeé. Todavía estaba sentada en mi sofá, pero mi apartamento ya no estaba.


Moviendo mi cabeza alrededor, vi árboles y arbustos en todas direcciones. Un
dulce olor como a madreselva se aferraba a la corteza de los árboles, haciéndome
señas para que probara sus gotas de néctar. Las semillas de diente de león
flotaban en el aire mientras los pájaros gorjeaban y revoloteaban. Las ardillas,
conejos y zorros corrían por ahí, deteniéndose momentáneamente para
estudiarme con curiosidad antes de dirigirse hacia la hierba alta o desaparecer en
las ramas en el dosel que se cernía.

—¿Que está pasando?

Me quedé sin aliento en mi garganta, restringiendo mi habilidad para inhalar.


Esto era una locura. La privación de sueño de la larga semana me estaba
afectando, y ahora estaba alucinando vívidamente. Miré hacia el anillo en mi
dedo y me lo quité.

¡Bam! Estaba de vuelta en mi sala de estar, y todo era igual, como si nada
hubiera sucedido.

—¿Qué…? —Definitivamente estaba perdiendo la cabeza ahora. Llevé el anillo


al nivel de mis ojos, escudriñé la simple joya. Era solo un anillo, ¿verdad? A pesar
del latido en mi pecho por miedo o emoción, no podía decir cuál era, no pude
evitarlo mientras volví a ponerme el anillo. Al igual que antes, la totalidad de la
sala de estar se desvaneció, junto con mi sofá esta vez, ya que ahora estaba de pie.
Al menos cuando sucedió nuevamente, me sentí más preparada.
Definitivamente no estaba en Kansas, u Oz, o donde quiera que fuera este lugar,
pero iba a averiguarlo.

—¿Hola? —llamé al aire libre. No hubo respuesta. Probablemente estaba a


kilómetros de cualquier civilización. No sabía lo que esperaba. El aleteo de los
sonidos de los animales se calmaron por un segundo mientras mi voz se hacía
eco a través de los árboles pero luego se reinició en una venganza. Parecían estar
charlando entre ellos. Charlando sobre mí. Nada raro sobre eso.

Pero espera. ¿Cómo podía suceder eso? Eran animales. Cosas tontas, de
verdad. ¿Por qué se molestarían siquiera por mí? Probablemente tenían más
miedo de mí que yo de ellos, o eso decía el dicho.

225
—¿Qué es este lugar?

No tenía ni idea de lo que significaba todo. La ubicación era un bosque bonito,


lleno de vida y hermosa vegetación, pero eso era todo lo que era. Experimenté
con el anillo varias veces más. Siempre me llevó allí, pero en el momento en que
me lo quitaba, estaba de regreso en mi aburrido apartamento viejo. Finalmente
descubrí que mi apartamento era el único lugar donde ocurría la magia. No
sucedía afuera ni en ningún otro lado.

Caminé por el bosque durante horas hasta que mis pies se llenaron de
ampollas y mis extremidades dolieron, pero no había hadas y nada abiertamente
mágico en ese lugar. Estaba comenzando a pensar que me habían engañado.
Parecía que el anillo no tenía otra magia especial que llevarme a ese único lugar
en el bosque. Por qué eligió ese lugar no lo podía averiguar, así que hice lo que
mejor hacía cuando estaba estresada, cansada y decepcionada. Me fui a la cama.

Quizás por la mañana volvería a ver al indigente y podría preguntarle más


sobre el anillo y su magia peculiar. Tenía que iluminarme, ¿verdad? Cuando lo
giré entre mis dedos, suspiré. Esto tenía magia, pero seguro que no concedía
deseos. Eso era imposible.
Me quedé mirando la pizarra, tratando de comprender los diagramas, las
etiquetas, y fórmulas garabateadas a través de él. No importaba cuánto lo
intentara, era un raro lenguaje para mí. Las palabras no hacían clic, y los
diagramas me hacían querer sacarme los ojos y aplastarlos debajo de mi zapato.
Estaba completamente perdida, y mi maestra, a la señora Nathans ni siquiera le
importaba.

No ayudó que no estuviera segura de lo que estaba haciendo allí. Tampoco me


recordaba caminando o incluso qué día era. Me dejó perpleja mientras trataba en
vano entender la charla.

Fallé mi examen, y estaba fallando en este curso.

226
El pensamiento vino corriendo hacia mí mientras me sentaba en mi silla de
escritorio habitual. Confundida, me puse de pie, sintiéndome mal del estómago.

—¿Hay algún problema, señorita Peters? —La señora Nathans entrecerró sus
ojos hacia mí, y toda la clase se volvió para ver cuál era el problema. Sentí el peso
de su mirada succionando el oxígeno, y me atraganté con mis palabras mientras
intentaba responder.

—Fallé el examen —murmuré.

—¿Disculpe? Todavía no hemos llegado a la mitad del semestre. Eso es la


próxima semana. —Frunció la boca, y la mirada en sus ojos me dijo que
probablemente su preocupación involucraba llamar al consejero de la escuela
para examinar mi cabeza. ¿Realmente la estaba perdiendo?

—¿Qué? —dije. ¿Cómo podía ser esto?—. Pero lo suspendí. Entonces estaba
en casa… dormida. Um… ¿cómo llegué aquí?

Toda la clase se echó a reír, y sentí que mis rodillas se debilitaban. Me


desplomé en mi silla, que se sentía increíblemente pequeña. Quería salir
corriendo de allí.

—Debes prestar más atención en clase, pero no estoy segura de que valga la
pena ya que estás diciendo que vas a suspender el examen de mitad de semestre.
También podrías tirar tu matrícula a un cubo de basura en llamas.
Una vez más, toda la habitación rugió en una risa maníaca que cavó bajo mi
piel con mil alfileres. No había aire, y no podía pensar. ¿Qué estaba haciendo allí?
¿Todavía no habíamos hecho el examen? ¿Cómo era eso posible?

¿Lo había deseado en sueños? Oh no…

—Creo que necesito tomar un poco de aire —susurré, sintiendo que mi pecho
se tensaba. No podía estar allí. Estaba… mal de alguna manera. Lo sabía. Tal vez
era solo una pesadilla.

Busqué el anillo en mi dedo, y he ahí, la cosa plateada estaba allí, como si


estuviera encajado en mí para siempre.

227
Ojalá todos se callaran, pensé.

Inmediatamente, la conversación incesante y la risa se detuvieron. El silencio


completo me tomó desprevenida cuando salí de mi fila y me deslicé hasta el
fondo del pasillo alfombrado. Toda la habitación se levantó de sus sillas en un
pánico desesperado. La mayoría señalaban sus bocas, sus labios se abrían y
cerraban como peces moribundos fuera del agua.

¿Qué estaba pasando?

Incluso la maestra no podía hablar, y sus ojos se abombaron como peces


dorados que sufrían de hipoxia.

Extendí la mano hacia mi dedo, girando el anillo. ¡Había funcionado! ¿Pero


cómo? Observé cómo algunas chicas cerca de mí comenzaban a llorar mientras
intentaban en vano hablar. Ellos ahora estaban desesperadamente enviando
mensajes de texto a cada uno con sus teléfonos, tratando de dar sentido a lo que
estaba sucediendo

¡No puedo hablar!

¡Yo tampoco!

¿Qué está pasando?

¿Puedes hablar?

¡No! ¡Ayuda!
Me encogí contra la pared. Los estudiantes se marchaban, corriendo, incluso
más asustados de lo que alguna vez me sentí. La maestra, la señora Nathans
estaba en el suelo, desmayada por la sorpresa.

Oh… Desee que todos pudieran hablar de nuevo.

La habitación estalló con ruido, y todos se detuvieron en sus pasos,


sorprendidos una vez más. Su charla se calmó durante unos segundos mientras
todos compartían un momento de confusión, después se levantaron una vez más.
Nadie parecía sospechar que tenía algo que ver con su mudez temporal, pero no
iba a quedarme, por las dudas. Antes de irme, me detuve frente a la puerta y eché
un vistazo a la señora Nathans, que estaba siendo levantada por algunos
estudiantes y volviendo a la consciencia.

228
Desearía que mi calificación fuera A, en el examen de mitad del semestre en
Microbiología, y deseé que fuera ese día de nuevo.

Salí al pasillo, pero nada parecía cambiado. Saqué mi móvil para buscar mis
calificaciones en línea y verificar la fecha. Mi nota ya no era una F sino una
brillante A, y era nuevamente el día del examen.

Estaba aturdida por la emoción. ¡El estúpido anillo funcionaba! ¿Quién sabía
que semejante patética pieza de metal posiblemente falsificada tenía tales
propiedades mágicas? Iba a tener que agradecérselo a ese chico sin hogar por el
regalo.

¿Y si él lo quería de vuelta? ¿Lo haría? Hice una pausa mientras colocaba mi


mano en la puerta del edificio y miré a través del vidrio, a través del césped, y
hacia la calle ocupada. No lo vi en ningún lado. Eso no significaba que no pudiera
simplemente aparecer de la nada y exigir su regalo de vuelta. Sin embargo, dijo
que, si quería deshacerme de él, tendría que encontrar algún tipo de su raza para
dárselo. ¿Por qué querría hacer eso?

Me di la vuelta y me dirigí hacia la salida trasera del edificio. Tomaría el


camino largo para llegar a casa hoy. Eso era lo que haría. Pasara lo que pasara,
no podía recuperar su anillo. Al menos no todavía.

De vuelta en la luz del sol excesivamente brillante del día de Las Vegas,
entrecerré los ojos y deseé unas gafas de sol. Inmediatamente, un par oscuro y de
gran tamaño estaba en el puente de mi nariz. Sonriendo como una tonta, comencé
a pensar en todas las cosas que necesitaba, quería hacer o tenía que tener. Era una
larga lista, y tendría que escribir todo una vez que llegara a casa.
Apresurándome, mantuve un ojo atento por el chico sin hogar y otro en el anillo
brillante.

Lástima que no hubiera notado el Cadillac doblando la esquina con un poco


más de velocidad. El chirrido de las llantas me despertó de mis ensoñaciones y
me aceleró el corazón. El tipo detrás del volante pulsó su bocina mientras el olor
a goma quemada me rodeaba en una nube nauseabunda. Le maldije y golpeé mi
palma contra su capó. Finalmente detuve mi arroyo de maldiciones y me moví
hacia un lado de la carretera.

—¡Muévete, señora!

229
—¡Mira por dónde vas! —grité, enseñándole el dedo. Él respondió con un
rastro de obscenidades junto con un dedo medio coincidente mientras golpeaba
el pedal del acelerador, chillando. Casi le deseé un buen accidente
automovilístico, pero logré cortar ese pensamiento de raíz.

Tenía que tener cuidado. No sería prudente filtrar mis pensamientos un poco
más. Podría desear cosas terribles a las personas, y sucederían, tanto si las quería
como si no. Con este anillo en mí, no había forma de saber qué podría pasar o
qué tipo de deseos podrían deslizarse de mi mente subconsciente.

Silenciosamente me dirigí a casa, despejando mis pensamientos hasta que


llegué a un lugar seguro. No importaba cómo, tenía que mantener las cosas bajo
control.

Esa era la subestimación del año.

Salté. ¿Acababa de escuchar a alguien gritando por ayuda? Estaba de vuelta


en el claro del bosque donde el anillo me llevaba cada vez que lo llevaba en mi
apartamento. Por qué no lo hacía cuando estaba en la universidad o incluso fuera
de mi apartamento era un misterio. Me gustaba esta burbuja de bosque. Para mí
era tranquilizador de alguna manera, y era el único lugar en el que no podría
desear que alguien se convirtiera en un montón de mierda humeante por ser
grosero conmigo. Incluso inconscientemente, mi mente estaba causando estragos
en todo y todos en mi vida real.

Convertí al gato del vecino en un cactus, el vecino ahora tenía colmenas que
cubrían su cuerpo, y su hijo demonio ahora era calvo y llevaba pelucas para
cubrir su cuero cabelludo rosa brillante. Deseos infantiles, no, maldiciones, había
murmurado en voz baja. No podía pensar en nada más; todo se hacía realidad.
Era peligrosa, y tenía que ser contenida. Eso o deshacerme de ese anillo, pero el
hombre sin hogar se mantuvo evasivo. No lo había visto en semanas, y no tenía
ni idea de dónde encontrar al dirigente para darle el anillo.

Intenté tirarlo, pero volvería a mi mano en un instante.

230
—¡Ayuda!

Me di la vuelta. La voz había sonado como si viniera directamente de mi lado,


pero tenía que haber estado más lejos, porque no había nadie cerca.

—¿Quién está allí? —llamé. Quienquiera que estuviera allí necesitaba ayuda,
y yo era la única persona allí, así que era obvio que iba a tener que ponerme mis
bragas de superhéroe. Me dirigí hacia la dirección de la voz, esperando encontrar
algo tarde o temprano.

Muy pronto, encontré la fuente de la voz, pero también me estaba deslizando


hacia abajo en un hoyo profundo, oscuro como Alicia en el País de las Maravillas
y preguntándome si alguna vez dejaría de caer. El agujero era mucho más
profundo de lo que había imaginado, y seguí deslizándome por el túnel
humedecido de la tierra. Si no hubiera tenido tanto miedo de caerme hasta la
muerte en la oscuridad, me habría divertido deslizándome por ese túnel. Pero
definitivamente no estaba teniendo nada de diversión. Momentos después,
aterricé justo sobre mi trasero y sentí que mi cóccix picaba muy magullado por el
duro golpe.

Mierda, pensé. ¿Cómo se suponía que iba a salir de esto?

Miré a mi alrededor, pero no tenía una linterna conmigo, y todo lo que pude
ver fue el pequeño halo de luz muy por encima de mí. También podría haber
estado a kilómetros y kilómetros de distancia. No tenía cuerda y nadie sabía
dónde estaba. No había esperanza de rescate en este lugar abandonado.
—Algún rescate.

Me sobresalté por la voz. Alguien había hablado justo al lado de mi oreja. La


voz había sonado como el que había escuchado pidiendo ayuda. ¿Podría ser la
misma chica?

—¿Quién eres? —pregunté. Estaba lista para golpearla si fuera una amenaza.
Sentí en la oscuridad por una roca o algo para golpearla solo por si acaso me
atacaba. Todo lo que podía escuchar era a ella arrastrando los pies y el rechinar
de los zapatos contra los guijarros mientras cambiaba su peso en la oscuridad.

—Esperaba un rescate, no una compañera.

Deseé una linterna, y esta estalló en mi mano. La encendí, pero se apagó en un

231
milisegundo.

—Oh, eres del otro lado de la Diferencia. Tus instrumentos especiales no


funcionan aquí.

Estupendo.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté.

—Lo leí. En los libros. Leo mucho.

Escuché algo rozar contra otra cosa, tal vez un cuchillo o una piedra. No estaba
segura. La chica encendió una cerilla y la sostuvo en alto para poder ver su rostro
y luego sostenerla hacia la mía para que ella pudiera verme.

—¡Ay! —Ella la apagó mientras chamuscaba las yemas de sus dedos, y


estábamos de vuelta en la oscuridad junto con el hedor de la cerilla—. Bueno,
pensé que ibas a rescatarme, pero obviamente estaba extremadamente
confundida. —Ella suspiró melodramáticamente.

—Entonces —comencé—, ¿cómo terminaste aquí?

—Estaba persiguiendo a Runner. Es un conejo. La atrapé robando un montón


de mis zanahorias, así que la perseguí. Solo quería darle un buen susto, pero es
rápida y encontré este hoyo.

—Oh, está bien. —Eso sonó como la verdad para mí.


—¿Y tú?

—¿Y yo qué?

Ella gimió.

—¿Cómo terminaste aquí?

—Oh. —Me retorcí, preguntándome si tenía derecho a la verdad. Me imaginé


que no sería dañina. Ella era de esta extraña burbuja de bosque, así que quería
hacerla un montón de preguntas al respecto de todos modos.

—Me caí intentando encontrarte. No sé cómo funciona, pero cuando me pongo


este anillo termino aquí en este parche de bosque. Es este anillo estúpido. Siempre

232
empeora las cosas y a veces convierte mis deseos en cosas que no quiero.

La oí arrastrar los pies antes de encender otro fósforo, iluminando la oscuridad


con un destello repentino. Fue suficiente para que viera mi anillo brillar en la luz
del fuego antes de que se apagara.

—¡Oh, eso es magnífico! —exclamó.

—Sí —murmuré mientras giraba el anillo en mi dedo—. Es hermoso, como lo


era el chico que me lo dio. No sé por qué lo hizo; era un tipo sin hogar que podría
haberle dado más uso que yo. Sacar algo de dinero, ¿sabes?

Pude oír a la chica rascándose la cabeza, probablemente pensando si mi


historia era verdad o no.

—¿Por qué no nos quieres sacar de este lugar?

—Um… —Sí, ¿por qué no? Me hizo darme cuenta de lo cansada que estaba.
Tomando pruebas e ir a la universidad no era una broma. Después de cambiar
mi calificación de mitad de semestre, tomé la decisión de no usar el anillo para la
escuela. Se sentía como hacer trampa. Así que normalmente me levantaba al
amanecer y llegaba a casa cuando el sol se ponía, solo para quemar el aceite de
medianoche estudiando. Me iba todo el día y era un trabajo duro.

—Bueno, tal vez es peligroso. Las cosas nunca son lo que parecen aquí.

—Cierto. Este anillo no hace exactamente lo que yo quiero. Espera… ¿qué


quieres decir con las cosas que no son lo que parecen? —pregunté.
Ella no respondió de inmediato, y mis sospechas aumentaron.

—Bueno —dijo lentamente—, hay una leyenda sobre la que leí acerca de un
hombre que va alrededor y engaña a la gente. Suena como tu hombre sin hogar.
Vive en la Diferencia, pero probablemente fue a dónde vives e intentó engañarte.

—¿Quién es ese hombre del que estás hablando?

—Oh, es una especie de príncipe o algo así. No estoy realmente segura. Ha


pasado mucho tiempo desde que leí esa historia.

Me recosté contra la fría pared del túnel, suspirando. Ella no tenía sentido, no
más que el hombre sin hogar, pero realmente no quería usar mi anillo ahora.
Incluso me preocupaba que al quitármelo pudiera regresar a casa en este punto.

233
La chica me había llenado de dudas, y estaba lista para derretir el infierno si
alguna vez conseguía liberarme.

—¿Sabes de alguna otra manera en que podamos salir de aquí? —pregunté.

—No, pero estoy segura de que alguien vendrá tarde o temprano, y seremos
rescatadas antes de la cena. Estamos cerca de una ciudad.

—Pero ya es la hora de la cena —señalé. Casi podía sentir su ceño fruncido.

La había escuchado suspirar y tranquilizarse también.

—Bueno, en ese caso, va a ser una larga noche hasta que aparezcan los carros
de la mañana. Entonces podremos llamarlos.

Muy pronto, escuché sus suaves ronquidos en la oscuridad. Miré hacia el


tenue círculo de luz sobre mí. No había forma de que fuera a morir así, pensé. Si
alguien no venía pronto, comenzaría mi camino de regreso, arañando si tenía que
hacerlo. Solo usaría mi anillo si la situación se volvía desesperada. Pasara lo que
pasase, sería mejor que morir de inanición y deshidratación. Mientras tanto,
decidí que podría muy bien tomar ejemplo de la chica y dormir un poco. Me
recosté aún más, apoyando mi cabeza contra la pared del túnel. A pesar de que
era duro e incómodo, algo en la cueva era reconfortante, así que me acurruqué
en una bola apretada, apoyándome en mi lado, y me fui a dormir.
Aylin era el nombre de la chica. Ambas dormimos toda la noche, pero una vez
que estuvimos despiertas de nuevo, comenzamos a hablar para pasar el tiempo.

—Entonces, ¿nunca has dejado la Diferencia o has estado en otro lado? —


pregunté.

—No. Nunca he ido a ningún lado ni he visto nada realmente sorprendente, y


ahora aquí estoy atrapada en un agujero donde seguramente nunca volveré a ver
nada. —Suspiró, y casi podía verla frotándose el rostro y secándose las lágrimas,

234
pero estaba tan oscuro que no pensé que pudiera ver mi mano frente a mi cara.

—Mira, si estás realmente preocupada, podría pedir un deseo y sacarnos de


aquí —ofrecí—. Solo espero que salga como yo quiero.

El silencio que siguió no me dijo mucho de lo que estaba pensando. De hecho,


me pregunté si ella se habría dormido de nuevo.

—¿Cómo lo haces? ¿Cómo haces deseos? —Su voz finalmente rompió la


tranquilidad que nos presionaba.

—Solo deseo, en voz alta o incluso en mi cabeza. Todo lo que deseo sucede,
pero tengo que ser cuidadosa. A veces suceden cosas que nunca intento que
sucedan, y a veces el deseo sale mal y se vuelven locas y caóticas.

—¿Caóticas? —Aylin aparentemente nunca antes había escuchado la palabra.

—Como en locura. Enojado. No es el camino correcto.

—Oh. —La chica suspiró—. ¿Así que no desearás sacarnos de aquí?

—No lo sé. Intenté dejar de desear. Es una maldición, de verdad. No hay


ningún tipo de diversión ya. Pero supongo que si realmente quieres que…

Ella dejó escapar un pequeño y encantador sonido, y yo cedí.

—Está bien —dije—, pero quiero hacer todo lo posible para asegurarme de
que no salga mal. ¿Por qué no me agarras cuando pida el deseo? Tal vez eso
ayude a asegurarnos que ambas terminemos juntas fuera del hoyo. Agárrate
fuerte.

—Bueno.

Extendió la mano y agarró mi brazo lo más fuerte que pudo, hincando sus
pequeñas uñas afiladas en mi carne. Hice una mueca, pero me mordí la lengua.
No quería asustarla. Busqué el anillo y toqué su fría superficie. No podía verlo,
pero sabía que la joya era preciosa. Estaba agradecida de no haberlo perdido al
caerme por el abismo.

Deseé que tanto Aylin como yo ya no estuviéramos en el hoyo y en su lugar


que estuviéramos en el bosque. Apreté los ojos, esperando que el deseo saliera

235
bien y no mutara en algo obsceno. No pasó nada.

—¡No está funcionando! —Me entró el pánico. ¿Qué pasaría si teníamos que
morir allí? Nadie sabría dónde mirar, y eso se convertiría en nuestra tumba. Mi
pecho se tensó.

—¿Puedo probarlo?

Tomé aliento, preguntándome si funcionaría. Tenía que darle el anillo a un


regidor de algún tipo, no cualquiera, o nunca me liberarían de esta maldición.
Pero no lo hice saber eso a Aylin. Había una posibilidad.

—¿Eres… de la realeza?

—Ya no, pero mi padre una vez dijo que mi madre era una reina o… alguna
cosa. Él no hablaba mucho de eso. Ella perdió el título al casarse con mi padre.
Supongo que eso me convierte en una princesa, pero no tengo tierras, ni
personas, ni castillo.

Pude haber brincado de alegría. ¿Cómo había tenido tanta suerte de conocer a
esta chica? Ella era justo lo que necesitaba. Esperaba.

—Ten, póntelo —le dije, decidiendo que no había forma en que mi situación
pudiera ser peor. Me quité el anillo, medio sorprendida de no haber sido arrojada
a mi salón. Me había quedado en el pozo de tierra con Aylin. Se lo di a ella, y ella
rápidamente lo deslizó en su dedo. El aire se movió sobre nosotros como si algo
hubiera cambiado. Algo estaba pasando, pero se detuvo tan rápido como había
comenzado.
—Espero que esto funcione —murmuré—. Desea que salgamos de aquí, Aylin.

Ella asintió y me agarró de nuevo.

—Me gustaría que saliéramos a la superficie, de vuelta en el bosque de


Diferencia.

En el momento en que lo deseó, algo sucedió. El aroma húmedo y terroso del


agujero se desvaneció y dio paso a una cálida brisa enriquecida por el aroma
familiar de la madreselva. Pude sentir el aire caliente rodeándome, sintiéndolo
más como un abrazo que solo viento. No podría haber sido más feliz.

—¡Lo hice! ¡Estamos fuera del agujero! —gritó Aylin.

236
—Entonces debes ser una reina —dije, sonriéndole. La coincidencia de todo
era una locura, pero me sentí aliviada de liberarme del anillo. No había sido más
que un problema y nunca me había dado lo que realmente necesitaba.

Aylin sonrió y miró el anillo brillante en su mano sucia.

—Es bonito.

—Finalmente te he encontrado —dijo una voz extraña, cortando nuestra


alegría.

Ambos nos giramos para encontrar al hombre sin hogar de pie en medio del
claro, pero ya no estaba sucio ni vestía ropas rotas. Estaba vestido
majestuosamente, limpiamente afeitado, su piel blanca y reluciente. Era
impresionantemente guapo, y nosotras contuvimos la respiración mientras se
acercaba.

—Tú, tú eres ese chico sin hogar que me dio ese anillo infernal. —Señalé el
dedo de Aylin—. Fue una maldición, no un regalo. No hay legiones de hadas o
deseos. Todos salen mal. ¿Por qué me diste eso?

—Porque, hermana, tú eres la que podría encontrar a Aylin con este anillo. La
única.

Mis ojos se agrandaron. ¿Hermana?

—¿De qué estás hablando?


—Soy el príncipe Axlon de la corte de Diferencia. Mis hermanas
desaparecieron hace mucho tiempo, tomadas para la protección del hombre que
se casó con mi madre después de que nuestro padre muriera en la guerra que
nuestra familia libró contra las cortes más oscuras. Él ocultó a una en el mundo
humano y a una en Diferencia para mantenerlas seguras. Aylin no tiene magia
sin su anillo. Tú… —me señaló—… eras la única que podía manejar el anillo para
encontrarla, incluso aunque causara caos donde quiera que fuera. Yo soy el
regidor ahora, y quiero a mis hermanas en nuestra corte, sanas y salvas.

—Espera, ¿qué? —Di un paso atrás. ¿Era adoptada? Mis padres nunca me lo
habían dicho—. ¿Cuál es mi verdadero nombre entonces?

—Ainsley. Tu nombre es Ainsley. —Axlon tendió su mano, y en ella había otro

237
maldito anillo de ópalo—. Y este es tu verdadero anillo. Restaurará tus poderes.
No serán caóticos o impredecibles. Es puro poder y te ayudará a gobernar nuestro
reino.

Negué con la cabeza. No tenía sentido. Me volví hacia Aylin, quien estaba
sonriendo de oreja a oreja, como si siempre hubiera sabido que estaba destinada
a algo más. Nunca lo habría pensado. Nunca podría haber imaginado algo así.

—¿Qué pasa si no lo quiero? ¿Qué pasa si quiero regresar a mi mundo


humano?

La cara de Axlon cayó, y echó una mirada vacilante hacia Aylin antes de mirar
fijamente el suelo.

—Será difícil gobernar sin el triunvirato. Estamos casi sin poder el uno sin el
otro. Nuestro reino ha sufrido sin todos nosotros ayudando a equilibrar el poder
de la Diferencia. Es un trabajo difícil, pero debe haber tres para tener éxito en
mantenerlo a máxima potencia. Es la forma en que nos defendemos contra las
cortes oscuras y la magia malvada de la Diferencia.

Tragué saliva. Era una gran decisión, y no estaba segura de poder hacer lo que
pedía.

—Yo… no sé qué hacer.

—Únete a nosotros, Ainsley. Tú y yo podemos aprender juntas. —Aylin tomó


mi mano, y sus cálidos dedos se sentían familiares contra mi piel. De alguna
manera, conocía a estos dos, y el deseo de aprender más sobre ellos y este mundo,
la Diferencia, creció diez veces con solo escucharla decir mi verdadero nombre.

Ainsley. Mi nombre humano era Anna. Tan cerca, pero tan lejos.

Axlon me entregó el anillo, y me lo puse, esperando a medias que me llevara


a otro mundo extraño. Eso no sucedió. De hecho, el poder de este surgió a través
de mí como un chorro natural, calmando todos mis moretones y susurrando mi
historia a mi mente en destellos de memoria. Mi madre, mi padre, el reino, todos
estaban allí para mirar a la vez que yo. Se sentía cálido y acogedor, y de repente
me sentí más a gusto con todo eso.

Asentí.

238
—Está bien. —Era mejor que aprender más Microbiología—. Le daré un
vistazo.

Axlon se inclinó levemente.

—Gracias. Nuestras batallas contra las cortes oscuras siempre están en marcha.
Se están levantando de nuevo, haciéndose más fuertes. No te arrepentirás de
haber regresado a tu asiento en el trono. Esta es una promesa que forjaré en
sangre.

—No más deseos o promesas, por favor. —Negué con la cabeza—. He tenido
suficientes deseos para durar toda la vida.

Él me dio un asentimiento y sonrió mientras ofrecía su mano.

—A la corte de Diferencia.

FiN
239
Phaedra Weldon
Roble y cenizas y espina

Capítulo 1
Oh mierda

Ese era el pensamiento que atravesaba la mente de Tam mientras miraba al


grupo de matones formando un círculo amenazador a su alrededor. Era después

240
de la medianoche, y acababa de dejar un círculo de tambores dentro de uno de
los dormitorios en Harvard Yard. Desde que no vivía en el campus y había
comenzado como un lindo día de primavera en Cambridge, Tam había decidido
renunciar a su Harley y caminar por los jardines.

Gran error.

Algunos de los otros estudiantes de folklore, como él, lo habían puesto al


corriente de algunos ataques en el campus, todos los sospechosos habían sido del
mismo grupo, chicos con ropa a juego: Sudaderas negras y tuberías. Y no del tipo
para hacer música. Las víctimas habían sobrevivido, pero todas habían
terminado en el hospital.

—Deberías ser muy cuidadoso, Tam —dijo Janet Bostwick mientras metían en
las cajas su batería antes de irse.

—¿Por qué yo? ¿Me veo como una víctima?

Harold Jamerson, un estudiante de psique, pero entusiasta del folklore


irlandés, intervino.

—Te ves como las otras víctimas. Cinco en total y todas tenían tu aspecto
general.

¿Mi aspecto general?

—¿Están atacando a hombres de cabello corto y cabello oscuro con nombres


graciosos?
—Misma constitución, misma forma de cabello y rostro. —Janet había
asentido.

—¿Tengo estilo? —Las expresiones serias en los rostros de Harold y Janet


regresaron a él mientras miraba hacia lo que sospechaba que era la misma
pandilla encapuchada. La solitaria luz del edificio detrás de él no era lo
suficientemente fuerte como para romper las sombras creadas por sus capuchas.
Escogieron el lugar perfecto para rodearlo, a menos de un kilómetro de su casa.
¿Los accidentes nunca ocurrían a menos de un kilómetro de la casa de uno?

Tam no estaba totalmente indefenso. Tenía una mochila llena de tomos de


biblioteca, todos pesaban una cantidad considerable. También tenía el duro
estuche de su bodhrán4, algo que ahora estaba feliz de haber pagado más dinero

241
en lugar del estuche blando. En ese momento, había sentido ansiedad por gastar
tanto, pero dado que el bodhrán había pertenecido a su madre; haría cualquier
cosa para protegerlo.

Con la mochila y la maleta sobre los hombros, y vestido con un abrigo


marinero que restringía sus movimientos, Tam levantó las manos.

—Hola… miren, chicos. No tengo nada de valor.

—¿Crees que es él esta vez? —dijo el más alto a la derecha de Tam. La voz del
chico sorprendió a Tam. Era grave y profunda. No solía ser el tono de voz de un
chico universitario. A menos que estos no fueran universitarios.

—Entonces, ¿y si no es así? Debemos seguir buscando hasta que lo


encontremos, y luego tomarlo de él. —Esa voz vino de la izquierda de Tam, de
una sudadera de mediana altura. La voz tenía el mismo timbre grave. ¿Qué
pasaba con estos muchachos? ¿Fumaban demasiados cigarrillos?

—Estoy seguro de que está en ese estuche. Allí es donde lo guarda.

Oh diablos, no. Tam giró su cuerpo para que el estuche estuviera más alejado.

4 El bodhrán (AFI [ˈbɔːrɑːn] o [ˈbaʊrɑːn]; plural bodhráin) es un tambor de marco

(frame drum) irlandés.


—No hay nada de valor en el estuche. —Se sorprendió a sí mismo cuando su
voz no tembló, aunque la misma bravuconería que mantenía su timbre incluso
no hablaba con sus rodillas tambaleantes.

La adrenalina bombeó furiosamente en su sistema. Todo lo que había


aprendido en las clases de defensa le decía que esto terminaría en una pelea.
Tenía que estar listo. Por supuesto, había prestado más atención a sus clases de
baile irlandés últimamente, principalmente a causa de una mujer joven en
particular. Dudaba que fuera capaz de bailar para salir de esto.

—Entonces por qué lo proteges, ¿eh? —Todavía otra voz, grave y con un ligero
acento que sonaba vagamente irlandés, pero había sido contaminado con otra
cosa. Tam sabía cómo sonaba un acento más puro debido a su propia familia y

242
sus vínculos con Irlanda. No podía decir cuál de las capuchas oscuras hablaba.

—Hagámoslo rápido —dijo el primero, y para horror de Tam, sacó una tubería
de metal de su chaqueta.

Todos sacaron tubos de metal de sus chaquetas.

Janet y Harold habían dicho que golpeaban a las víctimas con objetos duros y
contundentes. Una de las víctimas permanecía en soporte vital.

—Miren… muchachos… realmente no tengo nada de valor. No tienen que


golpearme.

—Oh, sí tenemos que hacerlo —dijo el más pequeño—. Tenemos órdenes de


matar después de quitarte el premio.

¿Matar? Él entrecerró los ojos.

—Dejaron a las otras víctimas con vida.

—Porque no eran lo que estábamos buscando.

—¿No tenían el premio? —Tam cambió sus pies de posición para una de dos
opciones. Luchar o huir. Lo que hicieran a continuación determinaría cuál elegía.

—No. Pero estamos bastante seguros de que lo tienes tú. —El más pequeño
golpeó su tubería contra la otra mano—. Así que, podemos hacer esto fácil… nos
das el estuche y te matamos rápido, o tomamos el estuche y te matamos despacio.
—¿Cuál es el premio? —Pensó que era mucho pedir, pero ahora la curiosidad
tenía su agarre en él. Eso era algo que todos los Kirkpatrick de su familia tenían.
Una abundante curiosidad.

—El shill… —comenzó a decir el más pequeño, es decir, antes de que el que
estaba junto a él lo golpeara en la cara con su tubería. El más pequeño giró en el
aire y rodó en el camino vacío.

Tam aprovechó ese momento para hacer su movimiento. Era la distracción que
había esperado. Una cosa que podía hacer bien, además de tocar su bodhrán, era
correr. Rápido. No era un hombre alto, de pie medía uno setenta y tres sin
zapatos, pero era delgado y se mantenía en forma. Era algo que su padrastro le
había inculcado cuando era más joven, después de que su madre les abandonara.

243
“Mantente saludable, mantente en forma y un día tu cuerpo será tu mayor activo”.

Ahora era el momento de validar ese consejo.

Escuchó sus gritos y los siguientes golpes en el hormigón mientras iban detrás
de él. Tam bombeó sus brazos y piernas con fuerza mientras volvía sobre sus
pasos hacia el campus, la mochila y la caja golpeando contra sus costados y
espalda. Si pudiera hacer que lo siguieran a Harvard Yard, entonces la policía del
campus los vería, y tal vez incluso los arrestaría.

Oyó el metal deslizarse contra el hormigón segundos antes de que una de sus
tuberías se enredara en sus pies. El dolor le subió por la pierna derecha cuando
la tubería le rompió el tobillo. Cayó con cierta velocidad detrás de él, y se obligó
a caer para hacer que el impacto fuera menos doloroso. Tam no estaba seguro si
eso funcionaría o no, porque la agonía en su tobillo superó todos los demás
pensamientos racionales que tenía. También sintió la quemadura en su piel
expuesta, especialmente su mejilla izquierda, donde se arañó contra el hormigón.

El grupo descendió sobre él antes de que pudiera volver a ponerse de pie. Lo


empujaron sobre su costado, sosteniendo sus brazos y piernas, mientras tiraban
de su mochila y estuche de sus hombros. Uno de ellos lo golpeó repetidamente
en el estómago con una tubería. El dolor le dejó sin aliento, por lo que no pudo
conseguir suficiente aire para pedir ayuda.

A través de la niebla inducida por el dolor, escuchó sus voces, así como el
sonido rasgado del vinilo y el crujido de la caja alrededor de su bodhrán.
—¡Es solo un tambor!

—No lo rompas, Tolen. —Esa era la voz del más alto—. Podría ser eso. Pueden
cambiar de forma.

—Och —dijo otro—. ¿Es él?

—Compruébalo.

Tam se defendió cuando intentaron quitarle el abrigo y la camiseta. Él liberó


su brazo izquierdo, su brazo de juego, y lanzó un derechazo cruzado fuerte
contra la capucha más cercana. Dejó ir a Tam y retrocedió cuando Tam apretó la
mandíbula por el dolor desgarrador en su puño. ¿Qué demonios? ¿Estaba ese
tipo usando algún tipo de máscara de hierro?

244
Incluso con un caído, todavía quedaban cuatro más. Logró patear a uno de
ellos sujetando sus piernas justo antes de que una tubería golpeara un lado de su
cabeza. El sonido sonó en sus oídos y ralentizó sus reflejos. El dolor no se sintió
bien. Tam había sido golpeado en la cabeza muchas veces en su vida, peleando
con los amigos, en el dojo, e incluso con su maestro de espada, pero nunca el
impacto había causado tal distorsión en su sentido de la realidad.

Ya no tenía el control de su cuerpo cuando terminaron de quitarle el abrigo y


la camisa, aunque reaccionó a la temperatura fría. Podría ser marzo, pero hacía
frío todavía por la noche en Massachusetts.

—¡Mira su brazo!

—Es la marca, ¿lo ves? ¡Es él!

¿Marca? ¿Mi brazo? ¿Quiere decir mi tatuaje? Tenía un tatuaje de un nudo


celta alrededor de su brazo izquierdo superior. ¿Cómo era eso una marca? Y más
importante aún, ¿una marca para qué? Seguramente no de una pandilla, a menos
que hubiera bandas secretas irlandesas. Tan secretas, de hecho, ¿que escondían
sus tatuajes? Tam intentó hablar, pero sus palabras arrastradas, y su visión no
estaban funcionando bien. Para empezar, cuando levantó la vista hacia el que
sostenía su bodhrán, el más alto, creyó ver…

No… no era posible. La capucha del tipo había caído y su cabeza… Tengo daño
cerebral. Eso es. Golpearon mi cerebro contra mi cráneo, porque ese tipo se ve como un
troll. Un troll grande, que usa cuernos, y le brotan colmillos.
—Muchachos, encontramos nuestro premio. Pongan el torque sobre él y
traigan la camioneta.

¿El torque?

Su pregunta fue respondida cuando alguien puso algo frío y ardiente


alrededor de su cuello. Su cuerpo se relajó y sus pensamientos giraron en espiral
a un lugar confuso y oscuro. Podía ver y sentir, pero no tenía el control. Oyó unos
frenos chirriando, se sintió levantado sobre el hombro de alguien como un saco
de patatas y luego tirado a un suelo frío y metálico.

El alto con la cabeza de troll habló:

245
—Limpia la calle. No dejes ningún rastro. Y envía un cuervo a la Morrigan.
Tenemos al príncipe Unseelie.

Los siguientes pensamientos de Tam al despertarse eran de querer volver a


ponerlos donde los consiguió. Le hicieron daño. Gravemente. Y tembló. El frío se
filtró a través de su piel e hizo sus huesos frágiles. Nada lo preparó para esto.

Lo habían colgado de sus muñecas en lo que parecía, y olía, como un sótano.


Sus pies estaban atados en los tobillos con cadenas, y solo los dedos de sus pies,
si los estiraba, rozaban el suelo. Unas pocas bombillas colgaban del techo,
iluminando la habitación. Tam todavía no podía hablar o realmente controlar sus
movimientos. Solo cosas pequeñas como asegurarse de que su cabeza descansaba
contra sus brazos y no se caía hacia adelante, por lo que las únicas cosas que veía
eran sus pies y el suelo, y señaló sus dedos de los pies. Un dolor sordo plagó sus
músculos a lo largo de sus hombros y cuello mientras se balanceaba.

Su cuerpo era poco más que una conexión de puntos de moretones y cortes
donde se habían turnado para golpearlo con sus tuberías. Y con cada golpe el
dolor se había intensificado. Tanto que el impacto del golpe no fue lo que dolía,
sino el toque de la tubería contra su piel desnuda.

Su tobillo ardía donde la tubería lo había dañado. Perderse un mes de pasos


de baile era la menor de sus preocupaciones.
Lo habían dejado solo otra vez, durante un tiempo. Pero sabía que sus
preguntas comenzarían de nuevo. ¿Dónde está? ¿Cómo lo haces cambiar?
Terminaremos con tu dolor si solo nos das el secreto. Tam odiaba que, si hubiera
sabido lo que buscaban, se los hubiera dado mucho antes de llegar a este punto.
Era poco más que una isla aislada en un océano de dolor.

Si se movía de la manera correcta, podía ver a sus atacantes acurrucados sobre


los contenidos de su mochila y el tambor. Trataban el bodhrán como si fuera oro.

Lo que más le asustaba a Tam no era la muerte sino lo que seguía viendo como
el instrumento de su muerte. Pensó que cuando volviera a verlos los vería como
gente. Solo gente común golpeando a los chicos de la universidad. Pero cuando
todos se quitaron sus capuchas, todos parecían trolls.

246
Variaban, desde el tamaño de sus colmillos hasta el tamaño de sus cuernos.
Algunos cuernos se enroscaban para encontrarse con sus orejas puntiagudas,
mientras que otros se quedaban pegados e inclinados hacia atrás. Sus rasgos eran
diferentes. Había tenido suficiente tiempo para investigar sus rostros y
memorizarlos. Sus tonos de piel eran diferentes tonos de gris. Solo… gris pizarra.

Estoy alucinando Me estoy muriendo. Y mi mente quiere que piense que fui asesinado
por criaturas míticas de fantasías así no estaré tan molesto por morir a los veintidós. Eso
es. Eso tiene que ser. Porque si esto es real…

El grande, llamado Magnus, se movió de la mesa y se dirigió hacia Tam. Se


aseguró de que Tam pudiera ver su rostro.

—Lo admito. Has aguantado más tiempo que los otros. Pero sabemos que eres,
Tam Lin. Puedes ver lo que somos, y solo el Unseelie puede hacer eso.

Tam no había sido capaz hablar en todo el tiempo, no con el torque alrededor
de su cuello. Simplemente se quedó mirando, mudo y esperó a que comenzaran
los golpes. Se tensó cuando Magnus se acercó a él, pero no atacó.

El troll le quitó el torque, y cuando lo apartó, Tam pudo ver a qué se parecía.
Los había visto antes, en museos y en la Feria del Renacimiento local de vez en
cuando. Un semicírculo de metal, tallado como las cabezas de dos dragones con
la misma cola, uno frente al otro.

¿Ese simple semicírculo de hierro es lo que me mantuvo indefenso?


No es que quitarlo le hubiera hecho algún favor. El volumen de dolor aumentó
a mil, y gimió antes de poder contenerse. Era extraño escuchar su voz de nuevo.

—El torque amortigua tanto el dolor como tu ingenio. Es lo que mantiene a los
Unseelie en línea. Tienes una oportunidad más para decirme dónde está, Tam
Lin.

Tam tomó varias respiraciones profundas y aprovechó esa oportunidad para


mirar a su alrededor. Tomó más de su entorno. Estaba bastante seguro de que
estaban en un sótano, simplemente no sabía dónde. Y no sabía si las escaleras a
su derecha llevaban a una casa o tal vez a un negocio. ¿Y si tenía éxito en salir, a
dónde iría? Estaba bastante seguro de que el tobillo se había hinchado y no podría
usarlo.

247
—Mi nombre… —dijo, mientras hacía una mueca de nuevo porque el daño a
su pecho interfería con la respiración—, es Tamberline Kirkpatrick, no Tam Lin.

Magnus le golpeó la cara. Fue un golpe bueno y duro contra su sien. Tam vio
las estrellas mientras su cuerpo se balanceaba hacia adelante y hacia atrás por el
impacto.

—El dolor no se detendrá hasta que nos digas cómo cambiarlo.

Tam probó la sangre y escupió. Un diente estaba suelto.

—¿Q-qué estás buscando? No sé lo que es. —Esperaba otro golpe. Y lo


consiguió. Esta vez, se desmayó durante unos segundos antes de que el impacto
del agua fría lo despertara. Reaccionó y luego gritó mientras su cuerpo respondía
al dolor.

—Si la Morrigan te lleva, tu vida será mucho más difícil. Podemos darte paz.
Matarte y quemar el cuerpo. Nunca tendrás que ser su enlace.

Tam no tenía ni idea de lo que eso significaba. Los escuchó hablar sobre
Morrigan, y conocía el nombre por el folclore, pero eso era ella… un mito. Pero
entonces de nuevo, estoy hablando con trolls, ¿verdad?

Una melodía sonó en algún lugar de la habitación. Tam supuso que era un
teléfono. Tuvo que reír internamente ante la idea de trolls que llevan teléfonos
móviles. El más pequeño se alejó mientras sacaba un teléfono de su bolsillo.
—Tenemos compañía. Arriba.

—Ignóralos —dijo Magnus.

Tolen respondió:

—Es mejor rechazarlos que alimentar su insistencia.

Magnus le lanzó un gruñido áspero.

—Entonces ve a rechazarlos. Y lleva a Poot contigo.

El más pequeño pisoteó su pie.

—No… quiero verlo cambiar.

248
—Ve. —Magnus señaló las escaleras.

Tam vio que los dos subían los escalones. La madera crujía bajo su peso.

Magnus puso el torque alrededor del cuello de Tam.

—Lo mejor es que te mantengas en silencio, solo por si acaso.

Y una vez más, estaba mudo e incapaz de moverse.

Todos esperaban una señal. Dos pisadas en el suelo. Magnus sonrió.

—Todo claro. Ahora podemos comenzar de nuevo, y puedes decirme dónde


está…

La puerta del sótano se abrió, y Tam esperaba oír a Tolen y Poot bajando por
las escaleras. Lo mismo Magnus y los otros dos. Lo que Tam no esperaba escuchar
fue un sonido de golpe y otro ruido sordo. Solo podía enfocarse en Magnus
cuando el troll rugió algo a la derecha de Tam. Blandió su tubería y salió
corriendo.

Tam escuchó los sonidos de la batalla. Escuchó los gritos de dolor. Y más de
ese extraño ruido sordo.

Entonces nada.

Hasta…
Reconoció su rostro. La había visto en clase de baile, todo mientras soñaba con
invitarla a salir, pero también avergonzado porque era unos buenos centímetros
más alta que él. Era Áine (pronunciado Awn-ya) McCuill, la primera bailarina de
la compañía, solo que en vez de estar vestida con vaqueros; usaba lo que parecía
pantalones de cuero, botas y un chaleco ajustado. Tenía su cabello rojo hacia
atrás, y sobresaliendo por encima de su hombro, pudo ver un carcaj y flechas.
Tenía un arco en sus manos, y se veía como alguien disfrazado.

Él parpadeó mientras pasaba el brazo por el arco y lo apoyaba en su hombro.


Ella sacó un pañuelo del bolsillo y lo usó para quitar el torque. Una vez fuera,
Tam se quedó sin aliento y reprimió un grito. No tenía ni idea de lo que estaba
pasando, pero estaba seguro como el infierno ¡que no quería mostrar debilidad

249
frente a Áine McCuill!

La siguió con los ojos hacia uno de los trolls desplomados mientras recuperaba
un largo cuchillo. Fue entonces cuando vio que todos estaban en el suelo, algunos
con flechas sobresaliendo de sus espaldas.

—Yo… —dijo él.

Ella se llevó un dedo a los labios.

—Sshh. Primero, salgamos de aquí. —Áine se alejó durante unos segundos


antes de ser bajado al suelo. No se puso de pie porque su tobillo cedió, y cayó con
un ruido sordo y un tintineo de cadenas en el duro suelo.

—Lo siento… mi mal —dijo Áine mientras gateaba a su lado. Ella tenía una
llave, y aún sosteniendo la tela, la usó para desbloquear los grilletes de sus
muñecas y luego quitar las cadenas de sus tobillos.

Tam parpadeó con fuerza al mirar las quemaduras en sus muñecas.

—¿Que me ha ocurrido?

—Hierro. Es de lo que está hecho el torque. Algo que el Unseelie no puede


tolerar. No… no más preguntas. No tenemos tiempo. No están muertos, Tam.
Mis flechas no pueden matarlos. Se necesita mucho más poder que eso. Así que
vamos a ponerte de pie.

—Mi tobillo…
—Lo sé. —Paso entre los trolls derribados y reunió todo de vuelta en su
mochila y agarró el bodhrán. Tam se limpió la boca y la alejó con sangre en su
mano mientras ella colocaba el tambor en su estuche (¡gracias a Dios no habían
destruido eso!), y con esos elementos añadidos en sus hombros, caminó de
regreso a él. Ella puso la mochila en su espalda y mantuvo la boca cerrada por la
presión sobre sus magullados hombros. Le ayudó a levantarse sobre unas piernas
temblorosas. Puso su peso sobre su tobillo bueno mientras ella se movía por
debajo del hombro del lado malo y arreglaba la correa de la caja sobre su hombro
bueno. Su altura prácticamente lo levantó, y tropezó cuando la habitación se
inclinó en un ángulo bastante equivocado.

—Yo… siempre quise poner mi brazo alrededor de ti… —Tam hizo una

250
mueca. ¿Por qué dije eso? ¿En voz alta?

—Sshh. Estás sufriendo, y has tenido el torque demasiado tiempo. Vamos.

—Pero cómo…

—Te lo explicaré todo. Por favor, Tam. Tenemos que irnos. Tenía el elemento
sorpresa, pero si nos demoramos y se despiertan…

Ella no tuvo que decírselo dos veces. Tomó una respiración profunda, gimió
por el dolor en su pecho, y trabajó con ella para subir los escalones. Salieron a un
pasillo, y miró a su derecha. Vio dos puertas que decían “Damas” y “Caballeros”.
Más allá había otra puerta. Pero Áine lo llevó en la dirección opuesta a una puerta
más grande. Una puerta exterior.

La abrieron juntos y salieron al aire fresco de la noche. Temblando, él intentó


moverse con ella por la acera. Miró hacia atrás para ver que habían estado en…

No tenía ni idea de dónde estaba, pero no estaba en Cambridge.

Un rugido muy, muy fuerte los detuvo a los dos.

—Mierda —dijo Áine—. Esperaba que se quedaran fuera por más tiempo, pero
Magnus es fuerte.

—Tú… ¿lo conoces?

—Le conozco. Necesito que te muevas a mi espalda.

—¿Qué?
Ella suspiró y salió de debajo de su hombro, luego le presentó su espalda y se
arrodilló.

—Pon tus brazos alrededor de mi cuello.

—No estoy seguro…

—¡Trágate ese orgullo humano y hazlo!

Lo hizo, los músculos de sus hombros gritaron todo el tiempo.


Instantáneamente, algo cambió, y no fue él. Su mareo aumentó, y casi se soltó
hasta que una voz en su mente dijo: ¡Espera!

Fue entonces cuando se dio cuenta de que ya no estaba en la espalda de Áine,

251
sino a horcajadas en una enorme yegua roja. Giró la cabeza para mirarlo y bufó,
y él la agarró segundos antes de que la puerta del edificio se abriera de golpe y
apareciera Magnus. El caballo despegó.
Capítulo 2
Algo le hizo cosquillas en la nariz.

Tam extendió la mano y lo alejó, pero fuera lo que fuese, era persistente.

—Para —murmuró mientras se daba la vuelta y escondía la cabeza entre las


sábanas—. Sólo déjame dormir.

—Has estado dormido durante tres días —llegó una especie de voz familiar—

252
. Creo que es hora de despertarse.

Espera… ¿tres días?

Abrió los ojos nuevamente y miró las sábanas. Eran azules y sucias, y no eran
suyas. Giró hacia su derecha y miró hacia el techo. Seguro que no era su
habitación, a menos que viviera en un remolque. Su tío, Bogs, vivía en un
remolque, por lo que estaba íntimamente familiarizado con su aspecto.

De hecho… ese techo se parecía mucho al remolque de su tío.

Giró la cabeza hacia la derecha y miró hacia la espeluznante cara del tío Bogs.

—¿Qué…?

—Dije —Bogs levantó la pluma que había estado molestando bajo la nariz de
Tam. Habló con su viejo acento diluido—, que es hora de que te levantes,
muchacho.

—Entonces, dónde… —Tam se levantó y luego se detuvo—. ¡Ay! —dijo en un


apuro de aire mientras su cuerpo protestaba por el movimiento repentino.

—Aye. Vas a estar un poco dolorido, muchacho. Pero tienes los genes de tu
madre y la tenacidad de tu da. Has sanado muy bien.

—¿Mi qué? —Tam miró la cara de su tío. No había visto al hombre en qué…
¿diez años? Y él se veía exactamente igual—. ¿Cómo… qué hice…? —Y luego se
miró a sí mismo. Estaba casi desnudo a excepción de los ocasionales vendajes,
cubierto solo con las sábanas azules teñidas de marrón.

—Tomemos esto un poco más lento, ¿de acuerdo? —Bogs dejó que la pluma
cayera sobre la cama, y Tam la recogió. Era negra con un brillo iridiscente—. Esa
es una pluma de cuervo. —Bogs tiró de una silla y se sentó en ella mientras
cruzaba las piernas y los brazos—. Me temo que hay malas noticias con esa
pluma.

—¿Un cuervo? —Tam giró la pluma entre sus dedos—. ¿Malas noticias?

—Tómate un minuto. Tu memoria se pondrá al día en uno o dos segundos.


Pero mientras reinicias, toma esto. —Bogs se volvió y levantó una de sus robustas

253
tazas de la mesita de noche—. Esto es lo mejor para lo que te aflige.

—¿Qué es? —Tam dejó la pluma a un lado y tomó la taza. Recordaba esa taza
de su infancia. Y recordó a su tío bebiendo algunas cosas locas en ella—. Este no
es tu viejo grog, ¿verdad?

Bogs rió.

—Veo que tu memoria está en reparación. Bien. Nunca se sabe cuándo llega a
la curación del Faery. Pero nosotros, los Leprechauns —le golpeó el pecho—,
tenemos aguante. Nos convierte en personas duras.

Mirando el líquido ambarino, Tam procesó las palabras de su tío. Al principio,


no tenía ningún sentido, pero mientras miraba el líquido girar y moverse, lo
recordó… todo.

Desafortunadamente, derramó la taza mientras tiraba de la sábana para mirar


su tobillo. Bogs agarró la taza y la retuvo mientras Tam hacía un rápido examen
de su cuerpo. Su último recuerdo fue que había estado cubierto de moretones y
rasguños y que tenía los huesos rotos. De eso estaba seguro. Una mirada a sus
muñecas no mostró quemaduras, y puso sus manos en su cara.

—Veo que has regresado —dijo Bogs y dejó la taza sobre la mesa—. Eso es
bueno. Tenemos mucho de qué hablar, tú y yo, y no hay mucho tiempo para
hacerlo. Esperaba haber tenido esta conversación cuando eras más joven, pero tu
pa no dejaría que algo de lo que llamaba mis tonterías llenaran tu cabeza.

—Mi padre, ¿te refieres a mi padre?


—Tu padrastro. Phil. El Kirkpatrick que te crio. —Bogs se sentó adelante en su
silla—. ¿Te acuerdas de los trolls?

—Sí. —Asintió Tam—. Pero eso tenía que ser falso, ¿verdad? No podría haber
visto verdaderos trolls.

—¿Recuerdas cómo saliste de ese lugar?

Lo hacía.

—Una de las chicas de mi grupo de baile… —Tam miró con los ojos muy
abiertos a Bogs—. ¡Tenía un arco y una flecha, y se convirtió en un caballo!

—Sí, lo hizo. Porque es una de las Clurichaun.

254
Tam parpadeó.

—¿El qué?

—Maldición, niño. Pensé que eras un estudiante de folklore. ¿Los protectores


de Lin? Son los soldados que guardan el linaje. —Bogs frunció sus labios gruesos,
y su bigote asomó como cerdas—. Esto va a ser un poco más difícil de lo que
pensaba. ¿No recuerdas nada de tu madre?

—Ni siquiera puedo recordar a mi madre. Apenas te recuerdo. —Tam recorrió


sus dedos a través de su cabello—. Entonces, puedes decirme ahora, ¿estaba loca
mi madre? Dices que tenía sus genes, así que la locura está en nuestra familia,
¿verdad? Porque acabas de sonar como si creyeras que los trolls son reales.

Bogs no dijo nada durante unos segundos, luego se levantó y caminó por la
habitación. El suelo crujió y el remolque se tambaleó como siempre hacía con el
peso de su tío. Bogs regresó con un espejo y se lo tendió a Tam.

—Échate un vistazo a ti mismo. Hay un hechizo que cubre este mundo, uno
que nos impide ser vistos por la gente común. Creo que con lo que acabas de
pasar, o quizás por usar un torque, tu vista de Faery finalmente se rompió a través
de ese hechizo. Te permitió ver a los trolls por lo que son, y estoy seguro de que
podrás verte a ti mismo ahora.

—¿De qué estás hablando?

Bogs asintió hacia el espejo.


—Echa un vistazo. Creo que son irresistibles, pero tendrás que aprender
glamour básico si quieres volver a salir al mundo.

Tam se miró en el espejo, solo para ver si tenía moretones, y estaba bastante
seguro de que había sufrido un labio roto y una nariz rota. Su cara estaba
magullada, allí no había forma de evitarlo, y una mirada más cercana a su cuello
expuso un anillo de luz alrededor de una parte. Ahí era donde había estado el
torque. Y luego miró su mejilla…

Las vio. Levantarse de entre su cabello. Con su mandíbula abierta, Tam


extendió la mano y trazó las puntas de sus orejas para asegurarse de que fueran
reales.

255
—¿Qué… qué me has hecho?

Bogs rió.

—No te hice nada, muchacho. Esos fueron tu madre y tu padre.

—Mis orejas… —Revisó la otra. Y aparte de eso, se veía bien. De hecho… dada
la paliza que había tomado, se veía…—. Estoy bien.

—Como dije, tenemos una constitución fuerte, y ya que te dieron tiempo y esta
es tu primera regeneración, todo está bien. Pero como dije, tu verdadera
naturaleza está saliendo.

—La verdadera naturaleza… —Tam dejó caer el espejo y retrocedió—. Yo


soy… soy un… —parpadeó hacia Bogs—. ¿Qué soy? Has dicho Leprechaun.

—La mitad, porque tu verdadero pa era humano, y tu madre es la hija del ex


rey de los Leprechauns, Seamus Lin. Lamentablemente, que seas Unseelie no
sentó muy bien. Así que ahora estás aquí. Y tu madre estaba aquí. Llegó para
quedarse con tu pa, que era humano.

—Unsee… espera, espera. —Tam se puso las manos en la cara—. Como dijiste,
soy un estudiante de folklore en Harvard. Sé lo que significa Unseelie, y no soy
un Faery malvado.

Bogs rugió de risa. Cuando terminó, se dio una palmada en las rodillas.
—No, no lo eres. Y eso no es lo que es un Unseelie, chico. Los Seelie son los
pura sangre. Completos y todo Faery. Como yo. Pero, los híbridos, los halfsies
como tú, son Unseelie.

—Eso es… —Quería decir ridículo. Pero Tam se dio cuenta demasiado rápido
que su idea de ridículo ahora había pasado por un impactante cambio de
perspectiva—. Soy… un Leprechaun.

—Aye.

—Eres un…

— Leprechaun.

256
—Pero no somos de un metro de altura con el cabello rojo y trajes verdes… —
Cerró los ojos con un suspiro largo y frustrado. Estaba pensando en el
estereotipo, la imagen e identificación cultural que mantenía la idea de los
Leprechauns en el ámbito de la ficción y cuento de hadas. Lo que vio en el espejo
se basaba en la realidad—. Eso es… lo que llaman un arenque rojo, ¿no? ¿El
hombre pelirrojo, bajo y gordo, vestido de verde con grandes zapatos con hebilla?

—Sí, pero no te sientas mal, Tam. Así es como lo queremos. —Bogs se levantó,
agarró una pila de ropa, y la arrojó a Tam—. Vístete. Sabes dónde está todo. Y
bébete esa taza. Terminará la curación y limpiará tu cabeza. Áine debería estar
de vuelta en cualquier momento.

Tam cogió la ropa y esperó hasta que Bogs cerró la puerta. Comenzó a salir de
la cama y se detuvo, recordando su tobillo. Mirando hacia abajo, no pudo ver
ningún daño, y cuando se levantó, no dolió.

Se puso vaqueros y una camiseta, pero no la sudadera verde oscuro. Esas eran
sus ropas, entonces alguien fue a su casa a buscarlas. Olfateó la taza, y luego se
lo tragó todo de una vez. Estaba amargo y dulce y dejó el regusto de raro en la
parte posterior de su garganta. Tam serpenteó entre las pilas de cosas que a su
tío Bogs le gustaba poner en la cocina al otro lado del remolque.

Bogs le hizo un gesto para que se sentara a la mesa y le puso un plato de su


famoso desayuno que paraba el corazón frito enfrente de él. Huevos, salchichas,
tocino, patatas asadas y una taza de café negro. Tam lo devoró tan rápido como
pudo, sin detenerse a respirar o hablar, mientras Bogs se apoyaba contra el
mostrador.

Cuando Tam terminó, sonrió.

—Realmente, realmente lo necesitaba.

—Sí, lo hacías. Has estado fuera del mundo durante casi una semana.

—¿Fuera del mundo?

—Fuera de la red. —Bogs se adelantó y se sentó a la mesa con su propia taza—


. Estuviste desaparecido durante dos días cuando Áine te rastreó. Y has estado
aquí durante tres. Son cinco días y nadie te ha visto. Has estado en las noticias.

257
Afortunadamente dejé que tu padrastro supiera que estabas conmigo. Fuiste
atacado por matones y yo vine a ayudar, aunque me aseguré de que él no lo
supiera. De esa forma no acortó su viaje. Imaginé que mientras este lío
continuaba, era mejor que se quedara fuera de la ciudad.

¿Cinco días? Tam tomó un sorbo de café mientras pensaba en su experiencia


en el sótano.

—Los trolls… realmente eran trolls.

—Aye.

—No entiendo qué fue lo que me hicieron. Quiero decir que pusieron esa cosa
en mi cuello. Lo llamaron torque, pero he leído sobre eso.

—Olvida lo que has leído y usa ese conocimiento solo como referencias, Tam.
El torque es lo que usa Morrigan contra los Unseelie. Porque tienes sangre Faery,
y la tuya es particularmente fuerte, el hierro en ella no te matará inmediatamente
como lo haría con Áine o conmigo mismo. Para ti, persiste y te mantiene en un
estado de letargo, no de vida ni muriendo. En constante dolor y dispuesto a hacer
cualquier cosa que el que te lo pone quiere que hagas.

Tam giró su taza de café sobre la mesa.

—Acabas de decir un montón de cosas que no tenían mucho sentido para mí.
Cuando dices Morrigan, quieres decir…
—Exactamente sobre la que probablemente has leído en tus libros. Ella ha sido
la reina de Faery durante varios cientos de años. Pero solo en los pasados cien o
así fue capaz de ganar el control de la corte Unseelie.

—¿Por qué? Si no son malvados como dices y solo mestizos… ¿por qué
intentar controlarlos? ¿Por qué venir a buscarme? ¿Solo porque soy un mestizo?

Bogs movió su taza fuera del camino.

—Aquí hay varias respuestas, y vas a tener que escuchar con cuidado. No
estaba bromeando sobre el problema del tiempo. Hace casi un siglo, Morrigan
tuvo un sueño. Ahora, no sueña a menudo en estos días, entonces, cuando lo
hace, está convencida de que son proféticos. ¿El resto de nosotros lo cree? —Se

258
encogió de hombros—. Creo que ella está enojada. Pero el peligro es que lo cree.
Y en ese sueño, un Unseelie la derrotaba. La retiraba del trono. Despojándola de
su poder. Es por eso que se ha desviado de su camino para destruir y esclavizar
a los Unseelie. El problema con ese plan es que los Faery son, por naturaleza,
muy lascivos. Nos gusta criar.

Tam resopló.

—Uh-huh. Por eso estoy vivo.

—Sí. ¿Recuerdas el hechizo que mencioné? ¿El que impide que la gente vea
cosas? ¿Espíritus, Faeries, todas esas cosas que se abrieron paso en la cultura
como mito y leyenda? Ahora, eso también hizo más difícil para Morrigan
encontrara a los Unseelie como tú. Tiene que saber que existes para buscarte.

—Y sabe que existo. ¿Por qué lo sabe?

—No estamos seguros de quién se lo dijo. Pero está especialmente interesada


en ti porque eres un Leprechaun.

Tam se frotó la barbilla y notó que era suave. Sin crecimiento en absoluto
durante cinco días.

—No te estoy siguiendo. Nunca pensé, ni leí, que el Leprechaun fuera tan
importante en el mundo Faery.

—Por supuesto que no. Y nos gustaría mantenerlo así. Tam, somos
descendientes de la Tuatha de Danann. Tenemos poder y habilidades que
Morrigan no posee. También somos enemigos mortales. —Señaló a Tam—. Y
tienes algo que otros Leprechaun todavía no poseen, y ella lo quiere.

—¿Qué? ¿Una olla de oro? —Rió y luego se detuvo cuando notó que Bogs no
se estaba riendo—. Oh, mierda… ¿hablas en serio? ¿Tengo una olla de oro?

—Och… piensa con tu corazón, y no con esa podredumbre erudita. ¿Qué es


eso? ¿Qué posee el Leprechaun que ningún otro mito tiene? ¿Además del oro?

Tenía que pensar mucho en eso ya que nunca le había dado mucha atención a
los Leprechauns en sus estudios. Siempre había estado más interesado en las
familias, y los reyes y reinas de Irlanda, las luchas míticas y el acaparamiento de
tierras que, hasta hacía cinco días, creía que eran mito y leyenda.

259
Tam pensó en el sótano, los trolls exigían que lo cambiara. Ellos pensaban que
su bodhrán era algo importante.

—No es mi tambor.

—No, pero tu tambor es parte de tu herencia particular. ¿Tu madre lo hizo?

—Sí.

—Por lo tanto, se siente como ella. Y no te preocupes, está a salvo. Lo


guardamos.

Eso fue un alivio.

—Dijeron —apuntó a la mesa—, querían que se lo diera. Hacer que el bodhrán


cambiara. Pero no tenía idea de lo que estaban hablando.

—Ah. —Bogs asintió lentamente—. Creían que tu tambor era tu shillelagh.

Tam hizo una doble toma.

—Mi… ¿quieren mi shillelagh? ¿Ellos piensan que tengo un bastón?

—Oh Tam, no es un simple bastón. Hubo un tiempo antes de la Morrigan


cuando el Leprechaun gobernaba las colinas. Incluso el Daoine Sidhe nos rendían
homenaje e invocaban la magia de nuestros shillelaghs para herir a sus enemigos.
—Le dio a Tam una sonrisa torcida—. La Morrigan robó todos los shillelaghs en
los reinos Faery, Tam. Envió a sus cuervos por todas partes, y como los ladrones
que son, los tomaron. Nos robaron nuestro poder. Nuestro oro se convirtió en
plomo, y nuestra influencia sobre la tierra disminuyó.

—¿Estás diciendo… que tengo un shillelagh?

—Estoy diciendo que tienes el último shillelagh. Y Morrigan lo quiere.


Tenemos que encontrarlo antes de que ella te encuentre. O tu esperanza de
supervivencia, y la nuestra, está perdida.

260
Capítulo 3
Aine golpeó en la puerta del remolque en ese momento, pero entró antes de
que Bogs pudiera responder. Cuando vio a Tam, sonrió, y luego frunció el ceño.
Le señaló con un dedo. Él se dio cuenta de que ella ya no estaba usando el cuero.
Se veía como siempre, llevaba vaqueros, suéter, deportivas y una chaqueta.

—¿Por qué diablos saliste solo esa noche?

261
Tam se sentó, inseguro de qué decir. También notó que sus orejas no eran
puntiagudas. Extendió la mano y tocó las suyas. Eran una vez más, redondas.

Bogs agitó su mano.

—Lo siento. Pero no tenemos tiempo para enseñarte el glamour correcto ahora,
así que las arreglé.

—Oh, ah… —Notó que Aine todavía tenía su dedo apuntado hacia él—.
Porque he caminado esa misma ruta a casa antes. No pensé que fuera peligroso.

—Ese es el primer error. —Ella bajó su mano y colocó una bolsa sobre la mesa
al lado del plato vacío de Tam—. Rutina. Te habían estado observando, justo
como vigilaban a todos esos otros. Ellos memorizaron tu rutina, y esperaron
hasta que fuiste vulnerable. Si hubieras tenido tu Harley, eso no habría sucedido.

—¿Sabes que monto en una Harley? —Tam se frotó la barbilla—. No pensé


que ni siquiera supieras que existía.

—Estoy bastante segura de que tu tío te ha informado sobre lo que soy.

—Sí, y no puedo pronunciarlo.

—A pesar de eso, me asignaron como tu protector hace más de un año.

Ahora eso era interesante. Hace un año fue cuando apareció en su clase.

—¿Y soy la única razón por la que estás aquí? —No pudo evitar sonreír—.
¿Yo?
—Y la universidad tiene un departamento de folklore decente, pero le falta
muchos hechos. Que es de la manera que nos gusta. —Le empujó la bolsa—. Aquí
hay más de tu ropa.

Mirando dentro, vio vaqueros, calcetines, camisas y… se sonrojó.

—¿Buscaste en el cajón de mi ropa interior?

—Olvídate de ti mismo, Kirkpatrick.

—Podrías haber agarrado el arma.

Ahora ella bufó.

262
—No pensé que supieras cómo usar una de esas, y dada la última situación de
la que te rescaté, no quería inducir más daño.

—¿Qué demonios? —Puso sus manos sobre la mesa—. Puedo disparar. He


sido entrenado para disparar, y soy un maldito buen disparador. Así que quítate
de mi espalda.

Ella sonrió y miró a Bogs.

—Me quedé allí unas buenas tres horas. Dentro y luego en la calle. No creo
que estén vigilando la casa.

—Pero estuvieron allí —dijo Bogs.

—Sí. Pude oler el estiércol troll en la parte de atrás. Criaturas desagradables.


—Fue a la cocina y se apoyó en la nevera. Era un recinto pequeño, así que estaban
todavía muy juntos—. Tam, tengo la sensación de que no sabes dónde está tu
shillelagh.

—Tendrás razón. Ni siquiera sabía que tenía uno hasta hace… como diez
segundos. —Tam puso sus manos en su regazo y se reclinó en la silla—. ¿Cómo
puedo tener algo de lo que no sé nada?

—Es parte de nuestra magia, niño. —Bogs se inclinó hacia su izquierda—.


Como un Leprechaun, naces con ello. Es como… una parte de ti que te conecta
con la Tierra. A espíritus, como ninfas y dríadas. Y generalmente, cuando un
Leprechaun alcanza la mayoría de edad, sus antepasados les ayudan a encontrar
el suyo.
—¿Antepasados?

—Padres, madres, familia —dijo Aine—. Pero no los tenías, no tuyos propios.
No me di cuenta de que la persona con la que vivías no era tu padre biológico.

—¿Entonces esto es malo? —preguntó Tam. Evitar la discusión sobre la familia


era algo que siempre había hecho, así que seguir adelante parecía natural. Y
estaba realmente interesado en ese shillelagh.

—Siempre existe la posibilidad de que Morrigan lo encuentre primero, ya que


ella y sus cuervos pueden sentir la magia. Pero dado el hechizo de
amortiguación… —Ella se encogió de hombros—. Lo hace difícil para cualquiera
de nosotros. La mejor forma de encontrarlo es dejar que te llame.

263
—¿Llamar… a mí? ¿Qué? ¿Te refieres a un mensaje misterioso? —Él estaba
tratando de ser divertido, así que cuando ambos asintieron, Tam suspiró—.
Chicos, no sé lo que es, cómo se ve, y no lo reconocería si se acercara y me
golpeara en la cara.

—Eso es verdad. —Aine asintió—. El chico no tiene talento mágico.

—Oye… —Tam frunció el ceño hacia ella—, eso no es justo. Probablemente


creciste sabiendo lo que eras… cualquiera que sea esa palabra.

—Sí, lo hice. Soy Seelie. Crecí en Faery. No así. —Ella arañó la parte de atrás
de su cabeza—. Por lo que leí, tu shillelagh suele estar cerca de ti. Se manifiesta
en algo, o por algo, o alrededor de algo familiar y te reconforta.

Un teléfono sonó. Aine sacó el suyo del bolsillo y miró la pantalla.

—Parece que los trolls fueron vistos.

—¿Dónde? —preguntó Bogs.

—Al norte del campus. Se quedan allí, sin perder de vista al príncipe.

—¡No soy un príncipe! —Tam se pasó una mano por el cabello. Necesitaba una
ducha. La ropa limpia no ayudaba con la sensación pegajosa que tenía, sin
mencionar que había sangrado todo sobre esa cama. Debería lavar esas sábanas
y devolvérselas a Bogs limpias—. ¿Al menos puedo irme a casa?

Ambos se giraron para mirarlo.


—No —dijeron al unísono.

Retrocedió hacia las pilas de cosas en medio del remolque.

—Lo siento, Tam —dijo Aine—. Pero necesitas permanecer fuera de la vista.
¿Quieres que te atrapen de nuevo, sabiendo lo que harán?

—No hay garantía de que puedan volver a hacerlo. Tenían el elemento


sorpresa.

—Mira, no es gran cosa, ¿de acuerdo? Solo quédate aquí. Volveré en unas
horas. —Ella le sonrió—. Solo duerme más, ¿de acuerdo? Todavía tienes círculos
debajo de los ojos.

264
Tam la vio irse y se dejó caer en la silla.

—No puedo quedarme encerrado aquí. Bogs, necesito mi arma.

Él se quedó junto a la nevera.

—¿Realmente puedes disparar tan bien como dices?

—Sí. No sé si las balas pueden dañar a los trolls, pero me gustaría tener algún
tipo de arma conmigo.

—Oh, las balas pueden lastimarlos. Simplemente no los detienen. No como las
armas de espelta, como las cuchillas de Aine y su arco.

Recordaba haber visto esos y la forma en que los había usado. O más bien,
había visto las consecuencias. Sabía que, si alguna vez se salía de la línea con ella,
ella patearía su culo.

—¿Así que… mi arma puede ser hechizada?

—No. Demasiado hierro. —Bogs entrecerró los ojos hacia Tam—. Entonces,
¿cómo puedes tocarlo y usarlo?

—La perla de agarre, y la mayor parte de la pistola es una aleación. No estoy


seguro de cuánto hierro hay incluso en la cosa. Entonces, ¿cómo es que nunca
antes había notado el hierro? Quiero decir que vi sus cabezas de troll. ¿Eso es
correcto?
El trueno sonó en la distancia, y Tam sintió un escalofrío corriendo por su
columna vertebral cuando Bogs frunció los labios, su bigote una vez más se erizó.

—¿Viste sus caras verdaderas cuando te tomaron, o después?

—Cuando me llevaron.

—Interesante. —Dio unas palmaditas en los costados y agarró una billetera del
mostrador—. Salgamos.

—¿Dónde?

—A tu casa.

265
Tam vaciló.

—¿Por qué el repentino cambio de corazón? Y no me digas que es porque crees


que tener un arma es importante.

Bogs se encogió de hombros.

—Aine tiene razón. Tu shillelagh debería manifestarse como algo cercano a ti,
algo que te da consuelo. Sospecho que sea lo que sea, podría estar en el hogar en
el que creciste. Buscar un objeto así parece… ¿razonable? Y… puedes conseguir
tu arma.

Tam sonrió y siguió a su tío por la puerta.

—¿No se enojará Aine? —dijo. Tenía que quedarme en la caravana.

—Sí. Pero también dijo que no estaban vigilando tu casa. —Miró hacia el cielo
que se oscurecía—. El rayo cubrirá tu olor. Pero apurémonos antes de que nos
mojemos. Nada huele peor que un Leprechaun viejo y húmedo.

Tomaron el tren a Cambridge, y luego caminaron las dos cuadras de la


estación a la casa donde Tam vivía con su padrastro. Se parecía a cualquier otro
edificio de dos pisos. Cerca de su vecino, y pintado de color beige con una malla
en el porche.
Tam condujo a Bogs por la parte trasera donde levantó una llave de una roca
falsa y entró. Bogs tiró de Tam hacia atrás y salió frente a él con la mano en alto
en una advertencia. Tam estaba bastante seguro de que no había nadie en la casa,
pero se quedó en la cocina, tomando una bebida de la nevera y esperando hasta
que Bogs regresara.

—Ella tiene razón. Huelo a trolls.

—No huelo nada. —Tam se dirigió a las escaleras con demasiado entusiasmo.
Una vez que llegó al descansillo, decidió que no iba a volver a hacerlo porque
hizo que su tobillo llameara.

—Oye, Tam —gritó Bogs.

266
—¿Sí?

—No tienes un osito de peluche favorito, ¿verdad?

Tam hizo una mueca.

—No. ¿Por favor no me digas que ese es tu shillelagh?

—No voy a admitir eso, no.

Tam sacó la caja de estaño de debajo de su cama y recuperó el Desert Eagle


que su padrastro le compró para Navidad cuando cumplió dieciocho años. Lo
mantenía bien limpio y descargado. Poniéndolo en la cama, sacó la munición del
cajón de la mesilla de noche y deslizó el cargador completo. Tenía dos más listos
para llevar y se los metió en los bolsillos. Pero cuando alcanzó el reloj de bolsillo
en la mesilla de noche que su verdadero padre le había dejado, se congeló.

El pánico se instaló. Estaba congelado en su lugar, mirando al reloj,


concentrado en los grabados de vid sobre la superficie, sus dedos a centímetros
de él, pero no pudo moverse hacia adelante o hacia atrás. Esto no era lo mismo
que tener el torque colocado sobre él. Esto era algo completamente diferente.

—Leprechauns —dijo una voz grave y profunda detrás de él—, no puedes


moverte cuando te enfocan con una mirada de intención, Tam Lin. —Magnus
puso su mano en el hombro de Tam—. No más juegos. Esta vez, te llevaré ante
la mismísima Morrigan.
Capítulo 4
Tam no podía creer que esto estuviera sucediendo. ¿Estoy detenido porque me
está mirando? ¿Cómo diablos es eso posible?

La pata fornida del troll hizo que girara para que Tam pudiera verlo.

—Quiero que mires esto largo y duro, Leprechaun. Esta va a ser la última
visión independiente que verás. ¿Porque una vez te entregue a ella? Ella pondrá

267
su propio torque alrededor de tu cuello y pensarás, dirás, verás y harás lo que
ella te diga. Incluyendo darle tu shillelagh.

Tam tragó saliva. Era todo lo que podía hacer cuando Magnus llevó la banda
semicircular más cercana.

—¡Oye, saco de mierda!

¡Aine! ¡Corre!

—¡Corre, sal de aquí! —Tam había estado tensando sus músculos tan duro
para moverse que una vez se interrumpió el agarre sobre él, se lanzó hacia
adelante, se estrelló contra la mesita de noche, y rodó sobre la alfombra. El reloj
se deslizó con el movimiento y lo golpeó en la parte posterior de la cabeza. Tam
lo agarró y se lo metió en el bolsillo.

—¡Pequeña bruja! —La atención de Magnus se centró únicamente en Aine.


Tam invirtió las direcciones y rodó debajo de la cama mientras veía las botas del
troll pisar fuera de la habitación. Aine había roto su mirada hacia Tam y estaba
alejando a Magnus. Él no planeaba perder la ventaja.

Después de salir de debajo de la cama, agarró los cargadores restantes, se los


metió en los bolsillos, y luego bajó los escalones mientras escuchaba gritos y
sintió que la casa vibraba. El aire se espesaba con el olor a pelo quemado y humo
mientras él, rápido pero con cuidado, bajó las escaleras. Vio a su tío
escondiéndose detrás de la estantería de su padrastro en la sala de estar y frunció
el ceño.
Bogs señaló la cocina y luego se llevó el dedo a los labios. Entonces Magnus
estaba allí. ¿Dónde está Aine?

En respuesta, la escuchó gritar, y luego otro portazo. Reconoció el golpe de sus


flechas y luego un ruido sordo. Descendiendo el resto de los escalones, Tam se
puso de espaldas contra la pared al lado del marco de la puerta que conducía
desde las escaleras de la sala de estar a la cocina. Miró alrededor del marco para
ver a Magnus sosteniendo a Aine por el cuello. Sus botas patearon debajo de ella
mientras la levantaba hacia el techo.

La sangre goteaba sobre el linóleo. La sangre de Aine.

—Ahora veremos cuánto tiempo puede durar una bruja Clurichaun sin aire —

268
dijo Magnus mientras gruñía hacia ella.

Tam luchó contra el impulso de salir corriendo y comenzar a disparar. Su


padrastro le había enseñado mejor que eso. Las balas eran una mercancía y no
algo para ser desperdiciado en una pelea. Cada golpe, ya fuera con un cuchillo,
un arma o incluso una flecha, debía dirigirse hacia un propósito.

No sabía mucho sobre trolls, aparte de que eran grandes y fuertes. No sabía si
tenían la misma alergia al hierro que él y otros habitantes de Faery. No conocía
su debilidad como raza. Entonces, era hora de ir por lo obvio.

¿Qué era lo mejor para disparar cuando se presentaba la oportunidad? ¿Qué


era lo único que todos los profesores de defensa decían a posibles víctimas? La
ventaja más suave y vulnerable que tenía un atacante.

Sus ojos.

Y sin sus ojos, ese bastardo no puede encerrarme en ese lugar otra vez. Tam sonrió.

Apuntó su arma, apuntó a la cara del bastardo y recordó respirar mientras


disparaba tres tiros. Al menos una de las balas golpeó en el blanco cuando la
sangre salpicó a Aine y el suelo, y Magnus la dejó caer. El troll rugió y giró
mientras se llevaba las manos a la cara y cargaba hacia la mesa de la cocina, tan
rápidamente que colapsó bajo su peso.

—¡Tam, cuidado!
Tam comenzó a bucear hacia Aine justo cuando algo le agarraba la pierna
izquierda. Un dolor ardiente precedió antes de ser arrancado de la puerta donde
se estrelló contra el suelo de madera. O más bien, su cabeza lo hizo. Perdió el
control de su arma mientras su visión se borraba un poco, y pensó durante un
segundo que lo que estaba viendo no era real.

Una enorme loba gris se alzaba sobre él, sus colmillos chorreando sangre. La
sangre de Tam. Se dio cuenta de que la cosa le había mordido la pantorrilla y la
usó como palanca para traerlo abajo. El lobo gruñó justo antes de abrir sus fauces
de par en par. Tam sabía que la bestia planeaba sacar su yugular.

Un disparo hizo que Tam saltara. Uno de los ojos del lobo estalló. Tam sintió
algo cálido y pegajoso rociando su cara. El lobo lanzó un grito cuando echó la

269
cabeza hacia atrás y adelante y retrocedió. Tam se dio la vuelta para ver a Bogs
en el centro de la sala de estar con una de las escopetas de su padrastro en sus
manos. El humo salía del cañón.

—Gracias —dijo Tam.

—Oh, creo que podría llegar a gustarme esto. —Bogs levantó su mano para
mostrar a Tam las marcas de quemaduras en sus palmas—. Aunque me gustaría
que el mío fuera de plástico. —Su sonrisa cayó—. ¡Tam, agáchate!

Tam ya estaba en el suelo así que bajó la cabeza y cubrió la parte de atrás de
esta con sus manos. Sintió que el aire sobre él se movía cuando sonó otro disparo,
y un segundo lobo colapsó en el pasillo a su lado. Levantó la cabeza para mirar.
Era el momento de salir de allí.

Se levantó y se habría derrumbado cuando su pierna cedió, pero Bogs estaba


allí, ayudándolo a levantarse. Tam miró hacia abajo para ver…

—Oh, au…

—Sí, lobos de hadas. Solo tienes que atraparlos antes de que…

—¡Cuidado! —La voz de Aine hizo añicos el breve respiro.

Otro lobo saltó desde el pasillo hacia Tam y Bogs. Se estaba moviendo rápido
para que Bogs volviera a cargar y apuntar, y Tam no pudo alcanzar su arma lo
suficientemente rápido, hasta que una flecha disparó contra la cabeza de la cosa
y cayó sobre ellos, golpeando a Bogs fuera del camino.
Tam se empujó hacia un lado, favoreciendo su pierna ensangrentada, y agarró
su arma. Cuando se volvió para mirar hacia la puerta de la cocina, Aine estaba
allí, su arco en su mano, respirando pesadamente y sangrando por una herida en
su brazo. Pero estaba viva.

—Gracias —dijo.

—No hay problema. ¿Podemos irnos ahora? Antes de que el troll se


despierte…

Al principio, no estaba seguro de porqué se detuvo a mitad de la frase. Tam la


miró con el ceño fruncido cuando sus ojos se agrandaron y bajó su mirada. Su
mirada descendió por su parte delantera, y se centró en la tubería cilíndrica que

270
sobresalía de su estómago.

No quería creer lo que estaba viendo, hasta que la sombra de Magnus se


solidificó detrás de ella. Su ojo izquierdo era poco más que un agujero en ruinas
donde la bala de Tam había hecho contacto, pero el ojo derecho todavía estaba
muy completo. El troll sacó la tubería, haciendo que Aine se derrumbara en un
montón en la entrada.

—Veamos qué tan bien te escapas de nuevo, Leprechaun, con tu protector


muerto.

¿Muerto? Tam sostenía la pistola en su temblorosa mano izquierda mientras


usaba la derecha para acercarse más al cuerpo inmóvil de Aine.

—No… —dijo mientras se acercaba a ella.

—Hierro. Mortífero para los Seelie. —Magnus pasó por encima de Aine y se
inclinó hacia Tam—. Ahora, es hora de irse, príncipe. Tu maestro está esperando.

Tam no podía apartar los ojos de Aine. Deseó que se levantara. Gritó
silenciosamente para que se levantara y apuñalara a ese bastardo con sus
cuchillos. Solo la había conocido realmente durante unas pocas horas, pero la
había mirado durante casi un año, mientras ella bailaba, y sonreía, y pasaba
buenos momentos con sus amigas. Todo el tiempo, nunca había sabido que ella
estaba allí por él.

Solo por mí. Para protegerme… a mí. ¿Y qué soy? No soy nada. Soy un fanático
de Faery quien no puede hacer magia.
Su terror ante la idea de perder a Aine se convirtió en una furia hirviente
dentro de su estómago. Se giró en una bola de energía ardiente que rebotó
alrededor de su cuerpo, encendiendo sus extremidades para moverse, instando
a su pierna a sanar, y finalmente descansando dentro de su mente. Le dijo que
agarrara lo que quería. Que tomara el control de lo que estaba oculto. Que
devolviera lo que fue robado.

Esa ira, esa ira, esa sensación de impotencia se unió en un solo punto, un pulso,
una espuela de poder girando que se movía más, y más, y más, y más rápido…

Magnus le tocó el brazo.

… y luego lo liberó.

271
Al principio, Tam no estaba seguro de lo que sucedió. Estaba en el suelo, su
pantorrilla ensangrentada, un verdadero desastre, y luego estaba mirando
directamente a Magnus, poniéndose de pie, y blandiendo un enorme palo de
madera en su mano izquierda. La pistola había desaparecido. El palo brillaba con
una luz azul y blanca desde su centro. Las vides crecieron de la madera y se
dispararon como dardos por la piel de Magnus. El troll se enfureció y forcejeó. Él
sacó la pared a su lado y retrocedió hacia la cocina, pero Tam lo siguió, cuidadoso
de Aine a sus pies, su atención fija en el troll.

—¡Para! —gritó Magnus.

Pero Tam presionó el poder más fuerte, no escuchó nada más que el giro, el
asalto de la ira en sus oídos cuando el poder creó un torbellino que enraizó en
sus recuerdos y trajo de vuelta el dolor que había soportado a manos de los trolls.
Eso le recordó la agonía que sintió cuando se rieron de él, lo llamaron marioneta
y lo golpearon interminablemente con sus tuberías.

Tam…

Y luego vio la tubería clavada en el estómago a Aine, y soltó su poder con un


grito. Se salió de control, bajando por las vides y entrando en Magnus. Pequeñas
explosiones desde el interior enviaron trozos y pedazos escondidos del troll
cubriendo las paredes de la cocina. Tam y Magnus estaban atrapados en un
torbellino de poder que cerró todo lo demás.

Tam, por favor…


Finalmente, el troll se desintegró en ceniza y el torbellino se detuvo. Tam,
jadeando pesadamente, sintió que las rodillas cedían mientras se derrumbaba en
el suelo de la cocina. El palo de madera desapareció mientras miraba el techo.
Empezó a temblar violentamente, como si ardiera con fiebre.

Bogs apareció sobre él, su expresión era una extraña mezcla de tristeza y
alegría.

—Lo has hecho, Tam. Has encontrado tu shillelagh.

Él asintió a su tío.

—Sí —dijo, mientras cerraba los ojos y se acomodaba para un largo sueño.

272
Capítulo 5
La habitación era cálida y las sábanas suaves. Tam se dio la vuelta, y una vez
más abrió los ojos para encontrarse no en su cama. Cuando se levantó, miró a su
alrededor. Ya no estoy en Kansas. Demonios, no estoy en Cambridge.

Esta habitación, a diferencia del amontonamiento abarrotado de la caravana


de Bogs y los escasos muebles de su propia habitación, parecía estar lleno de lo
último en tecnología y cosas de aseo modernas. Tam se levantó de la cama y se

273
dio cuenta de que llevaba un par de suaves telas. ¿Dónde estaba su ropa esta vez?
Levantó las piernas de las telas para mirar su pantorrilla. Todo lo que vio fue una
cicatriz larga y curada donde el lobo lo había mordido.

¿Es este mi poder de curación nuevamente? Se quedó de pie junto a la cama y


observó la larga pared de persianas cerradas, la enorme pantalla plana en la
pared opuesta a la cama, el suave aparador moderno con sus cajones sin
tiradores, y dos puertas a su izquierda. La puerta a la derecha era un baño,
completo con una bañera, una ducha de seis boquillas encerrada enteramente en
vidrio, y una sala de baño separada.

Un surtido de bolsas se situaba a la derecha de la ducha. Encontró ropa en su


interior, todo de su tamaño. Nuevos vaqueros, zapatillas de deporte, ropa
interior, calcetines, una camisa dorada y una sudadera con capucha verde.
Mientras levantaba la sudadera con capucha, notó algo en su brazo izquierdo que
no había tenido ahí antes.

Dejó caer la sudadera con capucha y se volvió hacia el espejo sobre el lavabo.
Las vides estaban entretejidas en los nudos de su tatuaje original. Bajaban por su
brazo, envolviéndose a su alrededor, con cuatro hojas de trébol añadidas aquí y
allá, algunas grandes, otras pequeñas. Las enredaderas terminaban en el dorso
de su mano mientras se retorcían en un punto justo en el nudillo medio.

Su dedo de pájaro.
El diseño parece muy familiar. He visto esto antes, pero fue en dorado. De hecho,
acababa de ver las vides…

¡Este es el mismo patrón en el reloj de bolsillo de mi padre! Salió corriendo del


baño y encontró su vieja sudadera con capucha colgada en el respaldo de una
silla. Tam metió su mano en cada uno de los bolsillos. Sé que puse ese reloj en mi
bolsillo. ¡Recuerdo haberlo hecho! Pero una búsqueda exhaustiva de su ropa
demostró que no lo tenía.

Tam corrió al baño y miró los nuevos tatuajes bajo la brillante luz.

Las enredaderas se movían como si estuvieran viajando por su brazo hacia su


mano, pero una vez cubrieron su mano brotaron de su palma y crearon el mismo

274
bastón que había visto antes. Se formó en el aire y habría caído en el suelo si no
lo hubiera agarrado. Lo puso en su mano derecha para asegurarse de que no
estaban unido por las vides.

Estaba separado.

El palo en sí tenía quizás metro y medio de largo. Parecía que alguien había
rasgado una rama de un árbol y quitado la corteza. Tenía una forma irregular,
con un nudo más grande en la parte superior y cónico en la parte inferior. O…
¿es el nudo el fondo?

Las tallas exactamente como las que decoraban el reloj de bolsillo de su padre
fueron expertamente trabajadas en la madera. Y la madera estaba caliente.

El reloj de bolsillo había sido lo más reconfortante que tenía. La única cosa que
le dejó su verdadero padre, y era algo que Tam mantuvo a su lado desde que su
padre murió. Hasta esa noche en el círculo de tambores. Lo había dejado en su
mesita de noche, probablemente la primera vez que lo había olvidado en quince
años.

Y ahora… ¿era parte de su tatuaje?

—Entonces, eres mi shillelagh —dijo, y se sintió un poco raro hablando con un


palo—. Eres lo que esa harridan quiere.

Sintió una especie de… impresión de la madera. Algo parecido a un acuerdo,


pero no en palabras o en imágenes. Solo un… conocimiento. ¿Era sensible? Se
miró en el espejo, vio las orejas puntiagudas y la banda restante del tatuaje en su
brazo. Pero las vides se habían ido.

—Soy… un Leprechaun. Bueno… qué diablos.

Pero ahora se preguntaba cómo hacerlo desaparecer.

El palo se retorció y se tambaleó en su mano derecha. Se aferró a ella al


principio, hasta que un dolor ardiente en todo su brazo izquierdo abrió su mano
derecha. El palo desapareció, y los tatuajes reaparecieron. La quemazón se
desvaneció, pero le dolió el brazo. ¿Lo había interrumpido de regresar al
sujetarlo? Eso era bueno saberlo. Escuchó voces altas fuera de la puerta de la
habitación. Salió del baño y puso su oreja en la puerta. Reconoció la voz de Bogs,

275
pero no la del otro. Esa era una autoridad profunda y ordenada, no es que Bogs
alguna vez hubiera sucumbido a alguien diciéndole qué hacer.

Tam tomó una ducha rápida y se vistió, decidiendo que quería instalar una
ducha multichorro en su propio baño. Es decir, una vez que limpiara las tripas
del troll Magnus del suelo.

Una mirada rápida en el espejo no hizo nada por las orejas, pero Tam confiaba
en que quienquiera que fuera, sabía de Bogs y de él mismo. Pensó en Aine y
vaciló antes de abrir la puerta y salir…

En un país de las maravillas.

El lugar parecía un cruce entre un laboratorio y un hogar. Se detuvo en un


saliente con vistas a una sala de estar circular. Una partición de vidrio hasta la
cintura le impedía caer mientras se inclinaba y miraba hacia abajo. Un círculo de
nudos celtas bordeaba la habitación, y le pareció oír algo zumbando, como un
motor en alguna parte.

El cristal ocupaba la mayoría de las paredes, y la vista de Boston era


impresionante. Era de noche, y la ciudad estaba iluminada como un mar de
piedras preciosas contra un negro fondo. Sofás y sillas de estilo moderno llenaban
el espacio dentro del círculo de nudos, en espiral en una fuente en el centro.
Desde esta altura, podía ver más nudos en la cara de la fuente.

Las voces discutiendo llegaron hacia arriba. Podía oírlos, pero no podía verlos,
por lo que se movió por el costado hasta que encontró una serie de escalones y
descendió tan rápido como pudo. Cuando dobló la esquina en la sala redonda,
vio a Bogs de pie en el lado opuesto, enfrentando a otro hombre.

No había duda de quién era, y Tam estaba petrificado con energía nerviosa.

—Esto es ridículo, pobre excusa para un gobernante destronado —dijo Bogs


mientras señalaba al hombre más alto—. ¿Crees que mantenernos como rehenes
es la forma de ganarnos la confianza del príncipe?

—Creo, querido Bogs, que ya no estamos solos. —El hombre más alto se volvió
y caminó hacia Tam. Bogs le siguió, aunque con una actitud mucho menos
abierta—. Señor Kirkpatrick, estoy muy contento de verte de nuevo. —El acento
del hombre no era tan pronunciado como el de Bogs, pero estaba ahí. Un toque

276
de Irlanda.

Tam tomó la mano ofrecida y la sacudió. Estaba un poco inseguro de qué decir,
entonces:

—Gracias. —Fue lo único que consiguió.

—Te ves muy bien. Es bueno ver que tu mitad de Leprechaun está
despertando muy bien. Permíteme presentarme, soy…

—Dian Cécht —soltó Tam, asegurándose de pronunciarlo como lo había visto,


Dee-yun Kehcht—. Oh, lo sé todo sobre usted, señor Cécht. Acabo de leer el
artículo en “Forbes” y soy un poco jugador.

Dian sonrió.

—Me siento halagado de escuchar eso, señor Kirkpatrick.

—Por favor, llámame Tam.

—Y puedes llamarme Dian. —Dian Cécht estaba tan bien vestido en la vida
real como estaba en todos los comerciales y anuncios que Tam había visto alguna
vez. Era delgado, con rasgos suaves y afilados, y el cabello largo y rubio que
mantenía en una cola de caballo limpia y ordenada, trenzada por la espalda. Su
traje parecía hecho a medida y le quedaba perfecto.

Solo había una pequeña diferencia, algo que Tam no había visto en las fotos
de la revista.
Las largas y elegantes orejas puntiagudas de Dian.

Bogs extendió sus manos.

—Entonces… ¿no vas a golpearlo con el golpeador real ahora?

—Paciencia, viejo Leprechaun —dijo Dian, aunque su tono era más juguetón—
. Tam…

—¿Dónde está Aine? ¿Está muerta?

La sonrisa de Dian se amplió.

—No, no está muerta. Está muy viva y en buenas manos.

277
—¿Puedo verla?

La expresión de Dian cambió un poco.

—¿Puedes llamar a tu shillelagh?

Estando más que feliz de impresionar a Dian, y con la esperanza de hacerlo


para que le permitiera ver a Aine, Tam miró con recelo a su tío. Ante el
asentimiento de Bogs, Tam repitió sus acciones en el baño. Pero esta vez las
enredaderas móviles fueron más rápidas, como si su camino hacia su mano fuera
más suave. En segundos, sostuvo el shillelagh en su mano.

La mirada de adoración en el rostro de Dian era casi ajena. Tam frunció el ceño
en Bogs cuando Dian se acercó unos pasos, con los dedos a centímetros del
shillelagh.

—Yo no haría eso… —comenzó Bogs.

Demasiado tarde. Una chispa en forma de una vid y trébol se disparó a los
dedos del Faery e hizo un combo de shock y bofetada. Dian retiró su mano, y por
un segundo, Tam temió haber enfadado a Dian.

En cambio, le estrechó la mano y se rió.

—Esto es increíble. ¿Sabes que han pasado años desde que vi un shillelagh en
manos de su dueño legítimo?

—¿De verdad?
—Yo era un rey menor en aquel entonces, el sanador de los tres. Un consejero
que nadie escuchaba. —Se giró y se movió hacia el centro de la habitación. Tam
desechó el palo; esta vez soltándolo para que pudiera desaparecer en el tatuaje
una vez más, y luego siguió junto a su tío a la fuente.

—¿Por qué no te escucharon? —preguntó Tam.

—Porque eran tontos, muchacho —dijo Bogs—. Todos ellos. Pensaron que
eran intocables. Dian había visto heridos en la batalla y sabía que la Morrigan
estaba en movimiento.

—Aye. —Dian asintió, pero se enfrentó a la vista expansiva—. Fue una guerra
terrible, pero fue rápido. En un año, estábamos dispuestos y la Morrigan

278
ostentaba el poder. Los reyes y las reinas fueron encarcelados. Bogs y yo y varios
otros escapamos a través de un Cairn a este mundo y nos escondimos bajo un
hechizo de protección… —miró a Tam—… antes de que ella también entrara en
este mundo y cometiera el último pecado contra la Morrigan.

Tam pensó que él sabía esto.

—Ella me tuvo a mí.

—Con un ser humano. Bogs te ha dicho cómo Morrigan ha cazado y matado


o controlado a los Unseelie en todo el mundo. Pero no puede ver en este mundo
fácilmente, así que envía a sus trolls, a sus lobos y a sus cuervos, todos ellos
impermeables al hierro. Por eso pueden empuñarlo contra nosotros.

—No eres un Leprechaun. —Tam metió sus manos en los bolsillos de sus
vaqueros.

—No. Soy Daoine Sidhe por nacimiento. Igual que los reyes y las reinas eran
nuestra conexión a los montículos en historias que probablemente has aprendido
en tus lecciones de folclore, aunque muchos de los cuentos han sido borrados a
un punto de tontería. —Se giró para enfrentarlos—. Tú representas una de dos
cosas, Tam Lin Kirkpatrick. Los medios para que retomemos lo que fue robado,
o el final de nuestro tiempo.

—¿Final de nuestro tiempo? —Tam miró entre los dos—. No lo entiendo.

—Quiere decir, niño —dijo Bogs—, que la profecía que atemorizó a Morrigan
para controlar a los Unseelie podría darse la vuelta. Si te tiene en sus manos.
—¿Quieres decir si ella consigue el shillelagh?

—No —dijo Dian—. Ese tiempo ha pasado ahora que lo encontraste. Como
has visto, nadie puede quitártelo físicamente. Te pertenece.

Tam levantó su mano.

—Pero Bogs dijo que Morrigan hizo que sus cuervos robaran todos shillelaghs.
¿Ella no puede tocarlo y ellos pueden?

—Pueden. Pero solo si se manifiesta. El tuyo aparentemente va y viene.

Tam miró hacia otro lado. ¿Es posible que no sepan que el shillelagh es mi
nuevo tatuaje?

279
—No estoy seguro de por qué hace eso —dijo Dian—. No creo que haya oído
hablar que eso sucedió antes. Los shillelaghs siempre fueron algo que los
Leprechauns mantenían con ellos. Tal vez el tuyo se adaptó a los tiempos. De
cualquier manera, incluso si ella no puede llegar al shillelagh, siempre está el
torque.

Tam miró a Dian.

—Magnus me amenazó con eso. Dijo que una vez que Morrigan pusiera su
propio torque alrededor de mi cuello, sería su marioneta.

—Eso es verdad. —Dian se tocó la barbilla—. Mi inteligencia informa que la


Morrigan no sabe de la muerte de Magnus, y mi gente ha limpiado y desinfectado
tu casa. Sin pruebas directas o testigos, no puede rastrear esa muerte con magia.

—¿Qué hay de los lobos? —preguntó Tam.

—Despachaste a tres de ellos. Por lo que podemos ver, eso fue todo lo que
Magnus trajo con él. Eso también significa que ella no sabe que encontraste tu
shillelagh. Supongo que, después de que Magnus no responda a su llamada,
formará otra banda de ataque para capturarte o matarte.

—¿Por qué matarme? —Tam se encogió de hombros—. Si me mata, no podría


encontrar el shillelagh.

—Si morías antes de encontrarlo, moriría contigo. Entonces su razonamiento


sería, si puedo obtenerlo de él, entonces puedo tomarlo. Y si no puedo…
Tam suspiró.

—Entonces mátalo y la amenaza se va. Pero ¿y si hay otros Unseelie como yo?

—Siempre habrá —dijo Dian—. Pero la magia los protege. Por el roble, y
cenizas y espinas.

La repetición de esos tres árboles agitó algo dentro de él. Algún pequeño trozo
de algo que sabía u olvidó o… solo aprendió.

—Esos son los árboles de la magia.

—Sí —dijo Bogs—. No los encontrarás en Faery. Se usaron para hacer hechizo
que nos esconden.

280
Dian volvió a mirar a Tam.

—Has aprendido tus debilidades.

—Hierro, y si alguien me mira. Así es como Magnus me atacó en la casa.

—No es solo una mirada. Es una con la intención de mantenerte quieto. La


mirada de cualquier persona no lo hará. Así que, si alguien te golpea con una
mirada ociosa, no te congelarás.

—Bueno, no para él —dijo Bogs mientras se acomodaba en un sofá—. ¿Pero


para mí? Todas las miradas se vuelven molestias.

—¿Porque eres Seelie? —preguntó Tam.

—Aye. Afortunadamente para mí, en estas últimas décadas, los niños miran
fijamente los teléfonos y no a personas. —Se rió entre dientes.

Dian reanudó la conversación.

—¿Entiendes las debilidades?

—Creo que sí. ¿Y mis puntos fuertes son que puedo convertir un troll en
cenizas?

Dian deslizó sus manos en los bolsillos de los pantalones de su traje.

—Tu shillelagh actúa como un foco de tu voluntad. Tendrá los mismos límites
que tienes. La creencia de significado es la clave. Tu deseo y necesidad tienen que
reflejar el deseo de tu corazón. Por ejemplo… es posible que desees obtener
venganza para alguien que hace un mal, pero eso es una necesidad superficial.
Tu corazón sabe que está mal matar, si detecta que podría haber otros factores
involucrados en que seas agraviado, el shillelagh sentirá ese conflicto y no
actuará.

—Tiene razón —dijo Bogs—. De hecho, si haces que sea algo que tu corazón
desaprueba, sentirás las consecuencias. Así que ten siempre cuidado, chico.

—Pero… destruí a ese troll. —Tam miró a cada uno de ellos—. Quiero decir
que le borré. Y sabía que lo estaba haciendo.

—Porque él te torturó. —Bogs se sentó hacia delante—. Él rompió tu cuerpo e

281
intentó controla tu mente. Te lastimó, y nunca lo tocaste ni hiciste nada para hacer
que te lastimara. Tu corazón sabía que Magnus actuaba con puros deseos y
necesidades egoístas. Y… —el viejo Leprechaun le dio a Tam una media
sonrisa—… lastimó a tu Clurichaun. Pero ella no es solo eso, es tu amiga. Tu
corazón sabía que la orden era cierta, entonces el shillelagh hizo su trabajo.

Tam miró su brazo e imaginó los tatuajes de vid debajo de la manga de la


sudadera con capucha. De hecho, lo hizo.

—Así que… dijiste que Aine estaba viva. ¿Puedo verla? ¿Va a vivir?

—Aquí vamos —dijo Bogs.

Tam ignoró a Bogs y miró a Dian.

—¿Qué?

Dian respiró profundamente y lo soltó mientras se volvía hacia la ventana.


Tam se unió a él y miró a la ciudad. Podía ver sus reflejos en el cristal.

—Soy un sanador. De hecho, en algún momento, fui considerado un dios.

—Eso fue hace mucho, mucho tiempo.

Tam le dio a Bogs una mirada asesina antes de mirar el perfil de Dian.

—Sigue.
—Pero con el tiempo, viviendo aquí en este mundo, mi poder ha disminuido.
Puedo sanar una cosa, otras, solo puedo parchear, pero no reparar
completamente. Una herida en un Clurichaun con una tubería de hierro debería
ser fatal. He detenido su vida, pero solo por un tiempo. —Se volvió hacia Tam, y
por un momento, creyó ver la verdadera edad del hombre en sus ojos—. Hay un
pozo que bendije hace un tiempo. Un pozo de agua curativa. Retiene una gran
parte de mi poder. Era un lugar donde el Daoine Sidhe podía ir y sanar cualquier
cosa.

—¿Cualquier cosa?

—Excepto una cabeza perdida —dijo Bogs—. No olvides ese pequeño


contratiempo.

282
Los labios de Dian se crisparon.

—Una cabeza cortada es un problema y nada de lo que sé insuflará vida a un


amigo o enemigo que pierde la suya. Pero es un lugar que sanará a Aine.

—Entonces vayamos allá. —Tam retiró sus manos de los bolsillos de la


sudadera y comenzó a dirigirse a la puerta, pero se detuvo cuando no vio ni a
Dian ni a Bogs moverse. Se movió frente a Dian, bloqueando su vista de la
ciudad—. ¿Qué no me estás diciendo? Está en Faery, ¿verdad?

—No. Está en este mundo. Simplemente no puedo… —Dian finalmente se


encogió de hombros—. No puedo llegar a él.

—No… —dijo Bogs mientras se ponía de pie—. No hay mentiras, Dian. Di la


verdad.

—¡Vamos, los dos! Tenemos que salvar a Aine. —Miró de uno a otro.

Dian parecía enojado, y Tam creyó ver sus ojos brillar en rojo.

—No, Bogs. Algunas cosas deberían quedar en el pasado. Y no me des la


misma idea de revivirlo si no lo enfrentamos. Lo he enfrentado. Cada hora que
pasa desde que el viejo cuervo tomó todo de nosotros.

—¿Tiene algo que ver con curar a Aine? ¿Esto del pasado? —preguntó Tam.

—No.
—Entonces supéralo. Solo dime lo que quieres. Tiene que ver conmigo, ¿no?
De lo contrario, no nos hubieras dado ayuda, y no hubieras pedido ver el
shillelagh. Quieres algo, Dian Cécht. ¿Qué es?

La tranquilidad se deslizó en la habitación y trajo consigo una sensación fría y


glacial que se movió sobre los suelos de baldosas. Todo se detuvo en ese
momento cuando Dian volvió una cara de piedra hacia Tam.

—A ti.

283
Capítulo 6
A su vez, el shillelagh se manifestó espontáneamente en su mano cuando Tam
sintió una oleada de poder y una necesidad básica de protegerse a sí mismo. Lo
sostuvo frente a él y dio un paso atrás.

—Creo que debes explicar eso un poco mejor.

Bogs se puso de pie, riendo.

284
—Fácil, chico. Cálmate. Dian no es como la Morrigan. Él no quiere controlarte.
Solo necesita… favores.

—De vez en cuando. —Dian visiblemente se alejó del shillelagh mientras Tam
lo sostenía entre ellos. La cosa palpitaba con una sutil luz verde—. Tengo uno en
particular en este momento.

—El pozo. —Tam pensó que eso sería bastante rápido—. ¿Qué tiene esto que
ver con el pozo?

—El pozo está en medio de los jardines humanos de Morrigan —dijo Dian. Se
relajó. Un poco—. Ella toma un chapuzón en ese pozo de vez en cuando.
Prolonga su vida y elimina la fuerza de la Tierra. No porque la magia sea débil,
sino porque Morrigan toma demasiado. Controlar toda la población Unseelie
toma mucho de ella sobre una base diaria.

Tam se pasó los dedos por el cabello mientras se alejaba de Bogs y Dian y
miraba el paisaje urbano. Vislumbró sus orejas en el reflejo mientras bajaba el
shillelagh y ponía las yemas de los dedos de su mano derecha sobre el vidrio. Era
frío, duro y sin alma.

—Tenemos que poner a Aine en ese pozo.

—Sí.

—Y la única forma de llegar a él, tiene que ver con el shillelagh.

—De nuevo, sí.


Tam volvió a concentrarse en el reflejo de Dian.

—Pero no quieres solo usarlo. Quieres recuperarlo. Quieres sacar a la


Morrigan de allí y reclamar el pozo.

—No.

La respuesta aturdió a Tam. Se apartó de la ventana y miró a Dian.

—¿No?

—No, no quiero nada que el viejo cuervo haya tocado. Lo que quiero es mucho
más complicado. Y no estoy seguro de que estés preparado para el desafío. —
Tam limpió la habitación en un abrir y cerrar de ojos y estaba a centímetros de

285
Dian.

Fue solo un segundo antes de que Tam levantara el shillelagh y el Faery alto
fue lanzado hacia atrás. Navegó por el aire y se estrelló contra la fuente,
golpeándola y dividiéndola en varias partes.

Bogs saltó cuando la puerta se abrió y un ejército de hombres vestidos de negro


entraron con ametralladoras. Formaron un anillo alrededor de Tam y apuntaron
sus armas.

—Esperen —gritó Dian detrás de ellos—. Paren. No es necesario. Salgan.

Los hombres de negro bajaron las armas y salieron de la habitación. Tam,


todavía sosteniendo el shillelagh frente a él, vio a Bogs sacando a Dian de los
escombros de la fuente ahora destruida.

—Eso… fue todo un espectáculo.

—Me disculpo. Les dije que permanecieran en espera, pero que no vinieran
hasta que los llamara.

Dian estaba más que mojado; estaba empapado. Su cabello rubio estaba
pegado a su cabeza, y su traje se pegaba a él, haciéndolo aparecer aún más
delgado.

—Pero… te ataqué. —Tam entrecerró los ojos.

—No, fui a ti y reaccionaste, justo como se supone que debes hacer. La lucha
por sobrevivir está integrada en el shillelagh. Como dije antes, es tu voluntad. Y
habiendo sido secuestrado y torturado recientemente, su deseo de sobrevivir ha
crecido. Creo que habrías reaccionado más lento si ese evento no hubiera
sucedido. —Se sacudió a Bogs de él y se quedó goteando en su sala de estar—.
Podemos salvar la vida de Aine. El pozo es la clave. Pero tenemos que hacerlo
antes de que Morrigan descubra que tienes el shillelagh. Si lo descubre,
construirá sus defensas contra ti, así como triplicará su ofensiva para capturarte.
No habrá un mejor momento para llegar al pozo.

Tam no estaba seguro de creer todo lo que Dian dijo. Quería hacerlo. Después
de todo era una figura de autoridad, alguien a quien había admirado durante un
tiempo en la electrónica y el mundo de los videojuegos. Pero este tipo quería
irrumpir en el jardín de lo que todos estaban diciéndole que era un faery loco y

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poderoso cuya única conexión con Tam era el deseo de tomar, destruir o controlar
su shillelagh.

—Es una gran tarea, muchacho —dijo Bogs—. No tienes que hacer esto.

—Tengo que salvar a Aine. —Tam bajó el shillelagh cuando desapareció de su


mano—. Estaba empezando a conocerla. Quiero decir, piensa en lo genial que
será si puedo rescatarla. Pero si no quieres recuperar el pozo, ¿qué quieres hacer
con él?

—Quiero que lo destruyas. Todo. Sin el pozo, la Morrigan no puede seguir


regenerándose. Y sin reponer su poder, lo perderá, y su control sobre Faery.

Tam no podía discutir con eso. Si Dian Cécht quería destruir una de sus
creaciones, entonces que así fuera. Lo único que le preocupaba, ahora que tenía
su shillelagh, era curar a Aine.

—¿Y crees que el shillelagh puede hacer eso?

—Oh. No. Solo yo puedo destruirlo. Solo necesito que nos ayudes a hacerlo.
Ahora, si me perdonas, necesito cambiarme antes de ponernos en marcha. —Él
se dio vuelta.

—¿Ahora? —dijo Tam.

Dian se detuvo.

—¿Preferirías esperar hasta que Aine muera por sus heridas? Prepárate,
Leprechaun. Estás a punto de poner a prueba tu poder y tus debilidades.
Capítulo 7
Aparentemente, Dian Cécht había planeado este día por mucho, mucho
tiempo. Él sabía exactamente dónde estaba el pozo, hasta la longitud y la latitud.
Sabía el horario de Morrigan al minuto. La había vigilado durante años, envió
todas las maneras de espías para reunir información, y quemó a través de
grandes sumas de dinero, solo para vigilarla.

Si no supiera por qué lo hacía, pensaría que era bastante espeluznante. Tam

287
estudió los mapas dibujados por Dian, y memorizó los hitos circundantes al
menos cincuenta kilómetros de distancia. Aparentemente, los shillelaghs, de
acuerdo con Bogs, eran capaces de transportar a un Leprechaun al instante a un
lugar conocido. Pero esa era la clave: Conocido. Tam nunca había estado en esa
parte del mundo.

Esa parte es Connacht, Irlanda.

El plan era transportarse al pozo, y si tenía éxito, volver para llevar a Aine y
Dian. Ellos meterían a Aine en el agua, le permitirían sanar, Dian dijo que era un
proceso instantáneo, y que Dian destruiría el pozo.

Todo parecía bastante fácil, pero algo sobre la idea le molestó a Tam. Le
molestaba mientras estaba sentado en la biblioteca redonda de Dian en medio de
los altos estantes de techo llenos de libros. Libros viejos, libros nuevos, libros en
idiomas. Tam estaba bastante seguro de que nunca había incluso escuchado
hablar de ellos. Se levantaba periódicamente y caminaba para estirar las piernas
cuando la noche avanzó y llegó el momento de probar el plan de Dian.

—¿No ha oído hablar este tipo de los eBooks? —murmuró para sí mismo
mientras se movía por el cuarto. Pasó su mano izquierda a lo largo de los libros
mientras hacía su sexta, o décima, o centésima pase alrededor de la habitación.

Tam…

Se detuvo porque pensó que alguien había entrado en la habitación. Se volvió


para responder, pero nadie estaba allí.
Tam, por favor…

Espera… Tam se giró de nuevo y miró los estantes de los libros. He oído esa voz
antes. Recientemente. La oí cuando él… cuando yo…

Tam… no lo hagas…

Ahora estaba asustado. La voz sonaba como la de Aine. Le había preguntado


a Dian varias veces si podía verla, pero el magnate Faery lo desestimó, diciéndole
que estaba en condición crítica.

Escucha, Tam…

—¿Aine? —dijo en voz alta, y su voz se hizo eco en la habitación. No hubo

288
respuesta. Ninguna voz en su cabeza. Se movió a las páginas de los mapas en la
mesa y tomó un bolígrafo—. Tengo que estar soñando. Esto es solo una locura.
—Y era una locura. Toda la idea. No simplemente aparecer de un lugar a otro,
sino hacerlo para destruir algo tan raro como un pozo de curación parecía…
equivocado.

Empezó a usar el bolígrafo como un golpeador de bodhrán, golpeándolo


suavemente contra la mesa, tal como lo haría si estuviera tocando su tambor. Pero
el ángulo estaba apagado. No era lo mismo. Su rutina desde que tenía ocho años
fue sacar su bodhrán y jugar cuando se encontraba en una situación difícil,
teniendo dificultades con una decisión, o si no podía pensar en un problema de
matemáticas.

Necesitaba el ritmo para pensar. Bogs dijo que pondría el tambor donde
estuviera seguro, pero Tam no había visto a Bogs desde que Dian lo metió en la
biblioteca para memorizar la ubicación. Dejó caer la pluma sobre la mesa y tendió
la mano izquierda mientras convocaba al shillelagh. ¿Si era posible ir a un lugar
y regresar, era posible llevar algo a donde estaba? ¿Iba a doler intentarlo?

Uh huh, ¿y si termino trayendo algo a mí que quiere matarme?

Descartó ese pensamiento y cerró los ojos. Usando su imaginación, formó una
imagen de su bodhrán en su mente. Vio la curva de la madera, las tachuelas
alrededor de los bordes, y el fieltro de la textura de la piel. Pensó en tocarle,
sentado en su habitación en casa y golpeando un ritmo.
Algo estalló en el suelo a sus pies. Rompió la imagen y abrió sus ojos para ver
la caja de su bodhrán. Tam puso el shillelagh sobre la mesa y se arrodilló para
abrirlo. Su tambor estaba allí, al igual que los palos en su manga de terciopelo.
Sacó el tambor, seleccionó un ritmo y se sentó en el taburete con el bodhrán en
su rodilla derecha, su golpeador preparado en la posición relajada y lista en su
mano izquierda.

Tam comenzó a tocar.

Cerró los ojos y se perdió en la música, en el ritmo del tambor, el susurro del
cepillo del tomador contra la piel, el deslizamiento de su mano mientras se movía
por el borde de su palma derecha a lo largo del interior del tambor para cambiar

289
el tono. Vio un pozo en su mente, pero no el tipo estereotipado con ladrillo
redondeado, o lados de piedra, y una rueda y una polea para un cubo.

Esta imagen mostraba solo un agujero en el suelo, en un diámetro mucho más


grande que había imaginado. La hierba crecía mucho alrededor de sus bordes,
tanto que caía al agua y florecían lirios de color púrpura, rosa y blanco. No tenía
un banco fangoso o una playa arenosa, solo las raíces de un árbol cercano… no,
tres árboles.

La ceniza.

El roble.

Y la espina. Un árbol de endrino.

Crecían en forma de triángulo, un sistema de raíces en cada esquina. Y en el


medio descansaba el bendito pozo. Se acercó en su mente para tocar las raíces,
para sentir su corteza, y escuchar la canción de la Tierra dentro de ellos y sentir
cientos de susurros contra su mente. Nombre después de nombre de Leprechaun,
Seelie, y Unseelie por igual. Con cada susurro, vio la raíz de un árbol que tenía la
forma de un bastón…

Shillelaghs. Estaba escuchando las voces de equipo, la canción unida de


cientos de shillelaghs, cantándole.

¡Eso es!

La voz de Aine hizo añicos la visión. Dejó caer el golpeador, y habría dejado
caer el bodhrán si no se hubiera movido a la mesa. Respiró fuerte mientras
reiniciaba su conciencia de vuelta a la biblioteca, de vuelta a la casa de Dian
Cécht. Con el tambor en su regazo, intercalado entre su pecho y la mesa, se acercó
al shillelagh y movió su mano a lo largo de su superficie.

Supo en ese instante que su shillelagh estaba hecho de madera de endrino. Y


el trío de árboles, los árboles sagrados que rodeaban el pozo, era el renacimiento
de los shillelaghs robados.

Los árboles…

—El pozo de Dian mantiene vivos a los shillelaghs —dijo en voz alta mientras
terminaba su pensamiento—. Aine… creo que lo descubrí. Ella está guardando
los shillelaghs vivos. ¿Pero por qué?

290
Llévame allí.

—¿Dónde estás?

Sobre ti.

Tam levantó la vista. Él no había notado el techo. Era abovedado, al igual que
el de la sala de estar. Dos habitaciones circulares. ¿Qué tan extraño era eso? Pero
Dian era un multimillonario mil billones de veces. Podría tener todo lo que
quisiera. Podría comprar… cualquier cosa que quisiera.

Miró el techo mientras agarraba su bodhrán. ¿Era posible que hubiera una
habitación allí? ¿Por encima de la biblioteca? Tam puso su tambor de nuevo en
su estuche junto con el golpeador. Agarrando el shillelagh, corrió hacia la puerta,
pensando que podía hacer un poco de exploración.

Estaba cerrada.

La sacudió de un lado a otro, pero la puerta permaneció cerrada. ¿Dian lo


había encerrado en la biblioteca? ¿Por qué? Se suponía que debían ir al pozo.
Sanar a Aine. A menos que… ese no era el verdadero plan real.

—Estás por encima de mí. ¿En una habitación?

No lo sé. No puedo ver.

Miró al shillelagh. Dian dijo que solo podía ir a donde había estado antes.
Entonces, ¿qué pasaba si intentaba ir a donde no había estado? ¿Cuál sería el
resultado? Bogs no había dicho lo que pasaría, solo hizo su usual encogimiento
de hombros. ¿Era su tío consciente de que lo habían encerrado en la biblioteca?

—Voy a intentarlo.

Piensa en mi arco. Piensa solo en mi arco.

Tam cerró los ojos y pensó en el arco. Lo había visto en su mano, en su espalda.
La imaginó disparándolo, tocándolo, y la escuchó cantarle…

¡No, le cantaba a él!

—¡Taistealaí! —dijo, liberando el shillelagh, y usando la palabra para viajero.

291
Tam sintió el suelo caer debajo de él unos segundos antes de aterrizar en algo
duro otra vez. Se dejó caer y rodó, luego el shillelagh apareció delante de él. No
es que importara. No creía que estuviera en la fortaleza de Dian ya. No, a menos
que hubiera instalado un ala de hospital.

Las brillantes luces lo hicieron entrecerrar los ojos mientras se ponía de pie.
Estaba de pie en una sala de hospital, cuidados intensivos por el aspecto de las
máquinas que rodeaban a alguien en una cama. Cabello rojo oscuro en sábanas
blancas. Tam se acercó y miró hacia la persona tumbada allí.

—Aine —dijo en voz baja.

—¿Cómo entraste aquí?

La voz lo sobresaltó cuando el shillelagh desapareció. Se volvió y se enfrentó


a una enfermera con su traje y una expresión muy espinosa.

—Lo siento… no… estaba buscando la habitación de Aine McCuill.

—Bueno, la encontraste, pero ella no está recibiendo visitas. Su tío dio estrictas
instrucciones de que no debía ver a nadie.

—¿Oh? —Tam no sabía si ella tenía un tío. Odiaba el hecho de que apenas la
conocía, y sin embargo ella estaba en este lío por su culpa—. ¿Su tío era alto, con
largo cabello rubio y muy delgado?

—Sí.

Dian.
Tam mantuvo sus manos frente a él solo para poder verlas.

—Lo siento solo… soy su novio. He estado fuera de la ciudad, y acabo de


enterarme de que ella estaba aquí. ¿Podría decirme lo que pasó? Prometo que me
iré sin problemas. Solo estoy… preocupado. —Le sonrió y se inclinó hacia
delante, pensando solo en pensamientos de cooperación y amabilidad.

La enfermera suspiró y pareció pensarlo detenidamente.

—Realmente no sabemos cómo sucedió, pero fue herida por una tubería. Su
tío dijo que se cayó, pero con sus otras heridas…

—¿Otras lesiones?

292
—Sí. Tiene múltiples contusiones, que pueden ser de una caída, pero hay
muchas que parecen haber sido hechas antes de la lesión de la tubería.

—¿Qué?

—No debería entrar en eso, y debes irte. Solo sé que su tío está pagando la
mejor atención y seguridad para ella. Entonces, quienquiera que esté intentando
matarla no puede entrar aquí.

Yo entré aquí. Tam se lamió los labios.

—Una cosa más… ¿su tío ha venido a verla?

—Sí. Se acaba de ir. ¿Debo detenerlo?

—Oh, no. No quiero causar un problema. ¿Esa es la puerta?

—Sí.

Tam sonrió y salió de la habitación. La estación principal estaba vacía, así que
se metió en la habitación vacía más cercana y llamó al shillelagh. ¿A qué diablos
estaba jugando Dian? ¿Me encerró en su biblioteca, y ahora encuentro a Aine al
otro lado de la ciudad en soporte vital en el Hospital General de Massachusetts?

Sintiéndose un poco más seguro acerca de sus habilidades de viaje, pensó en


las coordenadas que Dian le había hecho memorizar e ir derecho allí…

—Taistealaí —dijo, pero no lo gritó esta vez.


Una vez más, el suelo cayó debajo de él y aterrizó en un césped suave y
herboso. El sol escudriñaba a través de un espeso dosel de árboles sobre su cabeza
mientras rodaba sobre el suelo. Olió la tierra y sintió la humedad acariciando su
mejilla. Este era el lugar de su sueño. Los tres árboles que rodeaban un pozo
central. Se puso sobre sus manos y rodillas y miró el agua, el reflejo de las verdes
olas balanceándose sobre la cabeza.

Tam se puso de rodillas y miró a su alrededor. Un bosque rodeaba el pozo, y


por lo que podía ver, no había nadie en kilómetros. Necesitaba probar el agua
antes de traer a Aine aquí, pero no tenía una lesión que pudiera usar.

—Llegas temprano —llegó una voz profunda y sensual—. Recuérdame que


mate a ese hijo de perra de Dian la próxima vez que lo vea.

293
Él saltó hacia atrás y blandió el shillelagh. Una nota se hizo eco en el bosque,
y para su sorpresa, los árboles respondieron en armonía. Tam miró a su alrededor
en busca de la voz, pero no vio a nadie ni nada.

Una sola pluma de cuervo se balanceaba con la brisa mientras caía a sus pies.

Dio un salto hacia atrás cuando algo muy grande, y muy negro, aterrizó cerca
de donde él había estado al lado del pozo.

Era una mujer. Una mujer alta y rubia con grandes ojos negros y unas enormes
alas negras con plumas. Las extendió detrás de ella, oscureciendo el pozo de su
vista. Sus labios eran tan negros como sus ojos y sus dientes blancos como la
nieve.

—Entonces tú eres Tam Lin.

—Y tú eres la Morrigan.

—No tienes que usar el honorífico. Morrigan servirá. —Le sonrió, y Tam se
sintió… sucio—. Se suponía que debías traerme a un Clurichaun.

—¿Traerte? —Mantuvo el shillelagh entre ellos—. Se suponía que debía


sumergirla en el agua.

—Sí. Lo sé. Ese era mi plan. Supusimos que si podía meterme en la cabeza de
esa bruja, podría acercarme a ti. Es interesante cómo Dian se olvidó de decirme
que ya habías encontrado tu shillelagh.
—Dian hizo un trato contigo.

—Eso es lo que hacemos, muchacho. Somos un pueblo de comerciantes


prometedores.

Tam se lamió los labios.

—Así que ibas a usar a mi Clurichaun para controlarme.

—No, para animarte a encontrar tu shillelagh. Parece que llego tarde. Pero no
importa, es solo una pieza más de madera para agregar a mi jardín. —Se alejó y
colocó sus alas contra su espalda—. Ahora puedes ser un buen Leprechaun y
comportarte. Dame tu brillante juguete, y te dejaré salvar la vida de tu

294
Clurichaun. O… —hizo una pausa y lo enfrentó—… puedo llevarte ahora y dejar
que tu pequeña bruja muera. De cualquier manera, te convertirás en mío y tu
shillelagh se agregará a mi colección.

¿Colección?

Morrigan levantó su mano y apareció un torque. Este era diferente del que
Magnus tenía. Este era más elaborado. Más grueso. La piel alrededor de su cuello
picó por el recuerdo de la quemadura del hierro. Mantuvo sus ojos fijos en ella,
sin ningún deseo de dejarla ir detrás de él. No iba a dejarla hacer lo que Magnus
hizo.

Su mente continuó corriendo hacia adelante. A Tam le dijeron que Morrigan


robó todos los shillelaghs en Faery y puso torques a sus dueños. Si eso era cierto,
y su tío no tenía un shillelagh, ¿también había usado un torque? Pensando en
ello, no había visto el cuello de Bogs, y antes, no había visto a Bogs en casi una
década.

—Aquí es donde pones los shillelaghs. Los traes aquí y los pones en el agua, y
se convierten en parte de sus árboles originales. ¿Por qué?

Morrigan se rió.

—Un shillelagh no es solo la voluntad de un Leprechaun, sino una parte de su


alma. También tiene el poder de la profecía para sus dueños. Combinado, puedo
ver el futuro de todas las personas de mi reino cuando me entrego al agua.

—Así es como sabías de mí.


—Por supuesto. Y así es como sé que me someterás, como todos los demás
buenos y pequeños Unseelie han hecho. Yo soy la madre.

Y luego se fue. Sin elevación de un ala, ni siquiera una agitación en el aire.


Levantando el shillelagh, giró en redondo buscándola. Ella se rió detrás de él.

Demasiado tarde.

Sus músculos se bloquearon y se encontró mirando a los tres árboles, incapaz


de hablar o su shillelagh alejándose.

—Bonito —dijo Morrigan mientras pasaba sus garras por su mejilla—. Tan
hermoso. Es sorprendente cómo el mundo pinta a tu especie como diminutas

295
criaturas barbudas. Cuando en verdad, siempre has sido el más agradable a la
vista. —Presionó sus manos sobre sus hombros—. Ahora serás mío, Tam Lin. Mi
ayuda. Mi mano derecha mientras busco en el mundo a más Unseelie y los traigo
debajo de mis alas.

Revisó todo lo que había aprendido la semana anterior, todo lo que Bogs, Dian
e incluso Aine habían dicho. Las palabras de Bogs, aunque podrían decirse bajo
la apariencia de Morrigan, se sentían más verdaderas. Cuando habló sobre su
shillelagh, habló con emoción, revelación y envidia honesta. Echaba de menos su
poder.

Echaba de menos su vínculo a la Tierra.

El shillelagh era la voluntad de un Leprechaun. Si esta es mi voluntad, entonces


yo mismo haré un camino para romper su mirada.

Piensa… como había hecho Aine para distraer a Magnus. Pero Tam no tenía a
nadie aquí para distraer a Morrigan. No le había dicho a nadie a dónde iba.
Entonces, si tenía que tener una distracción, tendría que hacerlo él mismo. Y si
era así… ¿podría? ¿Era posible?

La mirada podría atrapar su cuerpo, pero no atrapó su mente. Él miró


directamente adelante y pensó en Aine. Su cuerpo, su forma, su cabello, pero
pensó en ella bailando. Pasos de baile en una fila de personas, brazos a los
costados. Escuchó la música, el latido del bodhrán. Concentró todo en esa
imagen, y luego la proyectó en los árboles.
Para su sorpresa, apareció una imagen grisácea de Aine, bailando, y en la brisa
escuchó el ritmo de un tambor cuando golpeaba un viejo ritmo familiar.

—¡Quién está ahí! —dijo Morrigan.

Su mirada se rompió. Tam podía moverse.

Giró el shillelagh, se volvió con un grito y empujó el pequeño extremo en el


vientre de Morrigan.

—Tengo voluntad propia, y mi camino no es tuyo ¡para controlar! —Continuó


empujando hasta que la ensartó, reflejando lo que Magnus había hecho a Aine.

Morrigan gritó, y el lugar donde la atravesó se iluminó como una vela romana.

296
Ella explotó en una ráfaga de cuervos que volaron hacia él, le arañó la cara y
luego desapareció en los árboles.

Tam cayó de rodillas, con el rostro picando y los brazos y hombros ardiendo.
Su shillelagh estaba cubierto con una especie de ocre negro. Con una sonrisa y
una sensación de entumecimiento en su intestino, lo sumergió en el pozo. El agua
brillaba azul y cuando lo sacó, era prístino de nuevo. Parecía que tenía algunas
tallas más.

Cuando lo acunó, lo sintió vibrar y creyó oír una risa.

—Solo unas cuantas cosas más para arreglar… —sonrió—… y luego ambos
podremos descansar.
Capítulo 8
Volver con Aine fue más fácil la segunda vez. Desenredarla de los alambres y
tubos: Esa era una cuestión completamente diferente. Sabía que si desenganchaba
el monitor del corazón, las enfermeras estarían en la habitación y encima de él.
Entonces decidió sujetarlo con su mano en su brazo y viajar de regreso al pozo.

Se sintió afortunado de que solo Aine viniera con él y no con todo el aparato
del hospital. Pero en el momento en que ella no estaba en el soporte vital, jadeó

297
por aire. Tam soltó el shillelagh mientras la levantaba en sus brazos, y luego la
abrazó, y la deslizó en el pozo.

El agua burbujeó, y se sintió como un manantial mineral que una vez visitó.
Sujetó a Aine cerca de él y sonrió cuando sintió que su cuerpo se movía y
cambiaba contra él, hasta que finalmente sus ojos se abrieron de par en par
cuando jadeó una última vez por aire y luego se movió. Por su cuenta. De hecho,
ella se alejó de él y luchó para salir del pozo.

—Oye, relájate —dijo Tam mientras ponía su mano sobre la de ella—. No estoy
intentando nada. Prometido. Solo quería asegurarme de que no te ahogabas.

—Tú… no puedes ahogarte en un pozo curativo —murmuró mientras


continuaba subiendo—. Y… apenas estoy vestida.

Eso era cierto. La delgada bata de hospital sin espalda no cubría nada su
cuerpo, y Tam tuvo que admitir que era un buen cuerpo. Se dio la vuelta y esperó
hasta ella estuvo fuera antes de salir y ofrecerle su chaqueta empapada.

Se sentaron al lado del pozo durante unos minutos, disfrutando de la cálida


brisa y el sonido de los pájaros. Tam escuchó los susurros de los shillelaghs.

—Ellos están aquí, ya sabes.

—Sí… lo recibí de ti. Entonces, ¿cómo los sacas? ¿Los shillelaghs?

—No sé. Y aunque pudiera, ¿a dónde irían? Sus dueños todavía están bajo el
control de Morrigan.
—¿Ella no está muerta?

Tam negó con la cabeza. Estaba bastante seguro que una simple puñalada en
el estómago para alguien como ella no era fatal. Sin embargo, estaba seguro de
haberla herido.

—Regresará. Liberar a los shillelaghs tiene que ser después de que liberemos
a los Unseelie. ¿De qué serviría liberar sus voluntades cuando estaban siendo
controlados por el hierro?

—¿Nosotros?

—O yo. Esta no es tu pelea.

298
—Tampoco es tuya. Tienes la oportunidad de llevar una vida normal.

Tam frunció el ceño.

—¿En serio? Aine, tengo orejas puntiagudas, puedo convocar un bastón


mágico, y tengo un monstruo legendario detrás de mí. ¿Dónde hay algo normal?

Ella le sonrió y se encogió de hombros.

—Concedido. Entonces… ¿qué pasa con este lugar? ¿Quieres quitárselo?

—No hay necesidad. Le demostré que las profecías de los shillelaghs son solo
sombras del futuro. Podemos cambiar ese futuro si queremos. Eso es lo que ella
robó. —Inclinó su cabeza hacia la derecha y golpeó su oreja izquierda mientras
intentaba desalojar el agua de su derecha—. Mantener vivos a los shillelagh así
les da esperanza para el futuro. Los árboles lo saben. Por eso crecen aquí. Y no
importa cuántos baños toma esa perra en esta agua. Ella nunca será capaz de
doblar el futuro para hacerlo suyo.

—Entonces… ¿simplemente lo dejamos? ¿Bajo su control?

Tam se levantó y le ofreció su mano.

—Ese es el secreto, Aine. Nunca ha estado bajo su control. Esa es una mentira,
una que ella elige creer. Déjala continuar creyéndolo. —Una vez que Aine estuvo
de pie, convocó a su shillelagh. Pensó, me estoy volviendo bastante bueno en esto—.
Hay un shillelagh que puedo sentir, más fuerte que el resto.

Los labios de Aine formaron una delgada línea.


—¿Tu tío?

—Sí. Morrigan admitió que llegó a un acuerdo con Dian. Hay algo sobre Dian,
algo que Bogs tiene sobre él. Estoy de acuerdo con ella en que somos una raza de
distribuidores de promesas. Mi tío en particular. Creo que tiene algo bajo la
manga con Dian, de lo contrario, ¿por qué convertirse en jugador en cualquier
juego que Dian siga? Simplemente no puedo entender la idea de que quiera
destruir este pozo. —Tam estrechó sus ojos hacia ella—. Eso fue lo que escuché,
¿verdad? ¿Antes? ¿En la biblioteca?

—No sabía que estabas en una biblioteca. Estaba en un lugar oscuro, pero de
vez en cuando podía ver y oírte. Creo que tiene algo que ver con mi deber hacia

299
ti y tu familia.

—Sobre eso… ¿quién te envió a protegerme?

Ella sonrió.

—Tu madre.

Tam dio varios pasos hacia ella.

—Tú… ¿conoces a mi madre? ¿Está viva? ¿Dónde está? ¿Por qué se fue? ¿Sabe
que mi padre murió de un corazón roto?

La fuerza de Aine regresó cuando convocó un cuchillo y lo tendió entre ellos.

—Detente ahí, príncipe. No puedo responder a esas preguntas. No debería


haberlo hecho. Te dije todo lo que tengo. Pero… pensé que al menos deberías
saber que si tu tío está sucio, y Dian es el culo que sospechamos que es, tienes a
alguien en tu lado.

De mi parte. Tam estaba bastante seguro de que no iba a sacarle nada más, al
menos no en ese momento. Pero si jugaba bien sus cartas, podría ser capaz de
usarla con el tiempo. Sonrió para sí mientras agitaba su cuchillo.

—Deja eso. Nunca me atacarías.

—No ahora. Pero quién sabe lo que traerá el futuro. —El cuchillo
desapareció—. La Morrigan no dejará de ir por ti. Probablemente esté más
enojada que nunca.
—Sí. Eso creo.

—Tu casa ha sido limpiada, y Dian estableció nuevas guardas. Me gustaría


quitar esas y establecer algunas de las mías.

—Seguro, seguro. —Tam miró alrededor del bosque cuando una brisa movió
el cabello en su frente—. No sé si enfrentar a Bogs y a Dian ahora, o simplemente
esperar. Estoy seguro de que Dian también se enojará, ya que lo hice sin dejar
que lo destruyera.

—Y no creo que él pueda llegar aquí sin ti. —Aine dio un paso adelante—.
¿Seguimos como de costumbre?

300
—Por ahora. ¿Ha pasado una semana?

—Sí.

—¿Y actualmente estoy en la lista como persona desaparecida?

—Sí.

—Creo que debería comenzar asegurando a todos que no me he perdido.


Luego tendré que recurrir a algunas prioridades.

Aine cambió a su forma de caballo. Una hermosa yegua roja. Sí. Y estaré
vigilándote como un halcón en el baile. Podría incluso hacerte mi compañero.

Tam se rió cuando saltó sobre su espalda y se aferró a su melena.

—Adelante, si quieres algunos dedos del pie rotos.

Podría. ¿Estás listo para ir a casa?

—No. ¿Quieres ir a correr?

Pensé que nunca preguntarías.

FiN
301
Julia Crane
Tic. Toc. Tiempo. Tiempo. Tiempo. Se estaba moviendo demasiado rápido.

Con la reina Roja siempre respirando en su espalda, empujando el tema, Alicia


iba a tener que actuar pronto.

En un intento de calmar sus nervios crispados, Alicia se balanceó de un lado a


otro. Tendría que ser algo drástico. ¿Pero qué? ¿Podría realmente matar su propia
carne y sangre?

Una profecía era una profecía. ¿No es así?

¡No era justo! ¿Por qué no podía haber sido la única?

Necesitando algo para mantener las manos ocupadas, Alicia recogió una de

302
las figurillas de vidrio de la repisa. Mientras caminaba en círculos, su mente
corría con posibles soluciones. ¿Por qué no le venía una buena alternativa? Debía
haber una forma…

Con frustración, Alicia arrojó la estatuilla a través de la habitación,


rompiéndola contra la pared en mil pedazos.

Una de las criadas entró corriendo, con la cabeza gacha, evitando el contacto
visual. Intentando evitar su ira.

Curiosamente, Alicia observó cómo la mujer caía de rodillas, limpiando


eficientemente el desorden con movimientos dominados por años de práctica.
Alicia era ampliamente conocida por sus rabietas. Sólo habían empeorado a
medida que se hacía mayor. En muchos sentidos, ella se parecía a su madre, la
reina Roja.

Lástima que su madre la odiara. Veía a Alicia como una desgracia. No


importaba lo que hiciera, nunca era lo suficientemente bueno para complacer a
su miserable madre. Lo único que Alicia había querido era su aprobación, pero
su esperanza era en vano.

Y en menos de tres meses, se vería obligada a casarse con algún tonto de


Wonderhills en un espectáculo de solidaridad para las dimensiones. Ridículo. Su
madre estaba loca si pensaba que iba a seguir el juego con esta locura. Sólo había
una persona con la que Alicia habría soñado casarse, y él no quería tener nada
que ver con ella. De hecho, pensaba que era fría, despiadada y perturbada. ¿Por
qué todo el mundo que le importaba la odiaba?
—¡Fuera! —chilló Alicia.

La criada salió corriendo de la habitación. La puerta se cerró suavemente


detrás de ella. Alicia se dejó caer en una de las sillas, mirando hacia el vacío,
buscando una respuesta a su dilema.

De repente, se puso de pie de un salto. Tal vez la vieja bruja podría ayudarla.

Cerrando los ojos, Alicia convocó un portal. Saltó a través de las dimensiones,
emergiendo en otro reino. Este reino no era muy diferente al suyo; la diferencia
principal era la oscuridad. Era lúgubre, donde el suyo era brillante. Pero por
alguna razón, Alicia se sentía más en casa aquí que en su propia dimensión.

303
Siguió por un camino oscuro y arbolado, hasta llegar a su destino, la vieja
cabaña. Sin molestarse en golpear, Alicia se empujó a través de la puerta
principal. La anciana, sentada a una mesa del centro de la casa, miró hacia arriba.

—Agradable de tu parte pasar —dijo sarcásticamente.

La Oráculo era la única que se atrevía a hablar con Alicia sin deferencia. Y por
eso, Alicia la respetaba.

—Sabías que iba a venir antes de que yo lo decidiera.

La mujer sonrió, mostrando sus dientes torcidos.

—Por supuesto. Pero no puedo ayudarte. No he visto ningún cambio en la


profecía. Te dije que te contactaría si alguna información nueva estuviera
disponible.

Alicia se clavó las uñas en la palma de la mano.

—Dime qué hacer.

La mujer dejó su cuchara, dándole a Alicia toda su atención.

—Sabes que no puedo jugar con el destino de esa manera. No me pidas que lo
haga. Moriré antes de desacatar las reglas del reino. Soy el último Oráculo de
nuestra era, y me niego a ser forzada a cualquier cosa que no se alinea con mi
divinidad.
Un profundo suspiro escapó de Alicia. No estaba a punto de matar al Oráculo,
y la mujer lo sabía. Pero la mujer había previsto el resultado de su futuro, un
destino que Alicia estaba desesperada por saber.

La Oráculo levantó la mano antes de que Alicia dejara salir sus palabras.

—Te equivocas. No sé tu futuro. Veo posibilidades. Eso es todo. La decisión


final depende de ti.

—¡Pero no sé qué hacer! —gritó Alicia. Nunca admitiría tal cosa a nadie más.

—Entonces deja que siga su curso. Cuando llegue el momento, sabrás cómo
actuar. Niña, sé que tienes un corazón enterrado bajo toda esa oscuridad. Alguien

304
tendrá que hacer un sacrificio; es la única forma.

Enfadada, Alicia cruzó los brazos sobre su pecho. No era eso lo que quería oír.
Ella era la que había soportado Wonderland durante toda su vida, y no tenía
intención de más sacrificios.

—No eres de ayuda —espetó Alicia.

La mujer recogió la cuchara de vuelta y continuó comiendo su sopa.

—Te daré un poco de conocimiento.

Alicia alzó una ceja, esperando.

—El que tu corazón anhela no está tan lejos del alcance como crees. No diré
más. El resto depende de ti.

Tomó todo su autocontrol para no estrangular a la vieja, pero a pesar de sí


misma, Alicia sintió un revuelo de esperanza. ¿Podría ser cierto? ¿Acaso tenía
alguna oportunidad con Landon después de todo?

Sin decir nada más, Alicia dejó a la Oráculo y retrocedió a través del
resplandeciente portal a su casa.

Su cuerpo se inundó con una mezcla de emociones. No era una experiencia


que disfrutaba. Cada pequeño sonido la ponía de los nervios; incluso el aire era
demasiado ruidoso. En el fondo, sabía que estaba loca, pero Alicia no podía
buscar ayuda. En cambio, vivía su vida siempre en el borde de un colapso. Las
cosas más sencillas la provocaban.
Todo el mundo pensaba que sólo era mimada, pero ella sabía que era más. La
locura estaba al borde de su conciencia.

Después de varios momentos de respiración profunda, Alicia se sintió


suficientemente compenetrada para buscar a Landon.

Por qué tenía sentimientos por él estaba más allá de ella. Era de clase baja, y
apenas le daba la hora del día. Más bien, él era casi grosero. Oh, nunca era
insolente, eso le costaría la vida, pero había algo en sus ojos cuando hablaba con
ella. Sólo la visión de ella le molestaba.

En un arrebato, Alicia irrumpió por los largos pasillos, sin hacer contacto
visual con ninguno de los empleados. Cuando por fin salió, una sensación de

305
alivio se apoderó de ella, pero fue de corta duración.

Su madre subía por la escalera. Se encontraron a medio camino.

—Madre —saludó Alicia a su madre sin emoción.

—Realmente no vas a salir vestida así, ¿verdad?

Alicia miró su vestido. Era despampanante, y ambas lo sabían.

—Estaba siendo amable, no quería eclipsar a la reina, así que me estoy


quitando importancia un poco.

El rostro de la reina permaneció neutral. Bajó la voz.

—Ambas sabemos que tu belleza es tu única cualidad redentora. No te


preocupes por mi apariencia. Mi belleza siempre brillará más brillante que la
tuya, porque tu alma está marchita y negra, y la gente puede ver eso, querida.

Alicia sonrió serenamente.

—De tal madre tal hija.

Los ojos de la reina se estrecharon ligeramente.

—Si fueras mi verdadera hija, no tendría tanto problema compartiendo el


mismo aire contigo.

Sus palabras cortaron profundamente, como siempre lo hacían, pero Alicia


estaba decidida a no mostrar sus sentimientos.
—Si no fueras tan defectuosa, tal vez podrías haber dado a luz a tus propios
hijos. —La voz de Alicia fue dulce.

En una rara exhibición de emoción, el rostro de la reina se nubló. No dijo otra


palabra mientras continuaba subiendo las escaleras.

¿Por qué una mujer querría un hijo si no podía soportar la idea de que no fuera
su propia carne y sangre? Alicia nunca quería tener hijos. Se negaba a traer a un
niño a este mundo cruel.

Con un corazón apesadumbrado, Alicia se dirigió a los establos. No estaba


vestida para montar, pero pensaría en alguna excusa.

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Había un niño llevando agua a los caballos. Cuando miró hacia arriba, el
miedo era evidente en su rostro. Con prisa, volvió a mirar hacia abajo.

—¿Dónde está Landon? —preguntó Alicia.

El muchacho señaló detrás de él, su brazo visiblemente tembloroso.

Con un breve movimiento de cabeza, Alicia caminó por el sendero. Cuando


entró en el establo, Landon levantó la cabeza y sus ojos se encontraron. Sus ojos
castaños claros eran ilegibles.

—Princesa.

—Ten un caballo listo para mí dentro de dos horas, y te demando que te unas
a mí para dar un paseo. —Las palabras la sorprendieron mientras salían de su
boca.

Él parecía tan sorprendido como se sentía ella.

—¿Disculpe?

—Me escuchaste. Quiero viajar a un lugar en el que nunca he estado y sé que


conoces los senderos mejor que nadie.

Él se rascó la parte superior de la cabeza, y su cabello castaño permaneció


parado en el extremo cuando bajó la mano. En cualquier otra persona, se vería
ridículo, pero encontró que, en él, nada se veía mal. Una parte de ella ansiaba
estirar su brazo y suavizar el cabello rebelde, pero sabía que no debía hacer esas
cosas.
—¿No deberías llevar a uno de tus guardias? —preguntó él con cautela.

Sabía que prefería hacer cualquier otra cosa que pasar tiempo a solas con ella.
Cuando eran niños, él se vio obligado a jugar con ella. Incluso le había hecho
jugar con muñecas, pero nunca se había divertido. Siempre fue una tarea, y esos
tiempos terminaron hace muchos años.

—¿Quién eres tú para interrogar a una princesa? Estaré de vuelta en dos horas,
y estarás listo.

Él se puso de pie, dejando caer una toalla sucia sobre la mesa.

—Estaré listo.

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Alicia no pudo evitar apreciar su enorme cuerpo. Había crecido tanto a lo largo
de los años, que era más grande que algunos de los caballeros. Sus hombros eran
anchos, su cintura estrecha, sus piernas parecían musculosas incluso a través de
sus pantalones. Masculinidad emanaba de sus poros.

Si se dio cuenta de que lo estaba mirando, no lo reconoció.

Ella se aclaró la garganta.

—Volveré cuando me cambie y almuerce.

Él le dio una ligera reverencia.

—Estaré humildemente esperando tu regreso.

Oyó en su tono que estaba bromeando. Cualquier otra persona habría sido
azotada, o peor, por tal señal de falta de respeto, pero actuó como si sus palabras
fueran respetuosas.

—No me hagas esperar. —Se giró sobre las puntas de los pies y se alejó, la
cabeza alta, la espalda derecha.

Mientras caminaba, inhaló profundamente, esperando que su corazón


volviera a la normalidad. Landon siempre tenía ese efecto en ella. No tenía ni
idea de lo que era, pero él la hacía sentir cosas que ningún otro hombre había
llegado nunca a acercase.
Tal vez era el hecho de que su madre sufriera un ataque al corazón si alguna
vez descubría que se sentía atraída por alguien como Landon, o tal vez era más.

Pronto se vería obligada a casarse con otro, así que no tenía sentido perder
tiempo. Y la Oráculo había dicho que había una oportunidad. La mujer rara vez
se equivocaba. Si había una posibilidad, Alicia la iba a tomar. Después de todo,
merecía algo de felicidad en este mundo espantoso.

Ahora parecía que el tiempo pasaba demasiado lentamente para su gusto, así

308
que Alicia se puso ropa de montar y se apresuró a regresar a los establos. No era
raro que fuera a los establos, porque la equitación había sido una de sus pasiones
a lo largo de su vida. Sin embargo, la verdadera razón de su amor por los caballos
era Landon. Bueno, tal vez eso no era completamente la verdad. Sentía un lazo
con los animales. La entendían de una manera que los humanos no podían. Los
caballos no tenían ningún problema en permitir que ella fuera libre y que corriera
salvaje sin reglas. Había una paz que se apoderaba de ella, con el viento en su
rostro, y su cabello soplando detrás de ella. Libertad.

Una vez que llegó a los establos, se molestó al ver que los caballos no estaban
listos.

—¡Landon! —gritó.

Llegó desde la esquina, su mandíbula mostrando su irritación.

—¿Sí, su gracia?

—¿Por qué no estás listo?

—Porque dijiste dos horas, y sólo ha pasado una.

—Bueno, he cambiado de opinión. Quiero salir ahora.

Él gritó por uno de los otros ayudantes de la cuadra para traer los caballos.

Alicia observó con consternación mientras él se alejaba de ella. Miró por


encima del hombro.
—Creo que Jim será un guía mejor para ti, ya que tienes tanta prisa, y yo no he
comido.

Alicia pisoteó el pie en el suelo.

—No. Eso no es una opción. Me acompañarás o te veré azotado en el patio.

Él se detuvo a mitad de camino.

—Bueno, entonces creo que es mejor que me limpie.

Impaciente, esperó mientras él se tomaba su tiempo preparándose. Cuando


volvió a la vista, se sorprendió al ver que llevaba una bolsa. Cuando notó su
mirada, él se encogió de hombros.

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—Puede ser capaz de obligarme a ir con usted, pero no va a obligarme a perder
mi comida.

Caminó hacia los caballos sin esperarla. A cualquier otra persona ella lo
hubiera sacado y descuartizado. En cambio, respiró hondo y lo siguió. Podía ser
molesto a veces, y sin embargo su corazón saltó a su garganta ante la idea de estar
a solas con él.

Cuando uno de los otros mozos de cuadra intentó ayudarla a subir al caballo,
ella lo empujó y saltó sola. Landon salió disparado y ella instó a su caballo a
ponerse al día. ¡Cómo se atreve!

Una vez que estuvieron más allá de las murallas del castillo, Alicia frenó su
caballo a un trote constante. Landon oyó la diferencia en los golpes de casco y
retuvo a su montura. Por primera vez, la miró por encima del hombro. Le
molestaba que su aliento se quedara atrapado ante la intensidad de su mirada. Él
siempre había sido capaz de ver a través de ella, incluso cuando eran niños.

—¿Por qué estás así? —preguntó ella, mientras acomodaba su caballo junto al
suyo.

Una sonrisa burlona cruzó su hermoso rostro.

—¿Así cómo?

—Soy una princesa. No puedes tratarme como lo haces.


Él rió.

—No eres una princesa. Eres una tirana.

Alicia tomó una respiración.

Ella observó cómo sus labios formaban una sonrisa perezosa y arrogante.
Sabía que él estaba empujando su paciencia. Era casi como si se complaciera con
ello. Lo mismo que cuando era un niño.

Tirando de las riendas, Alicia llevó a su caballo a un alto. Con facilidad, saltó
del caballo y comenzó a caminar hacia un sendero en el bosque.

—¿Vas a dejar a tu caballo aquí? —gritó Landon, la irritación clara en su voz.

310
Alicia no se molestó en responder. Sabía que él se aseguraría de que sus
monturas estuvieran atadas con seguridad. Amaba a esos caballos más de lo que
amaba su propia vida. Necesitaba crear cierta distancia entre ellos; el día no iba
en absoluto como había esperado. ¿Cómo podía retractarse? ¿Por qué deseaba
desesperadamente que él la viera como algo más que una princesa mimada, y sin
embargo, cada vez que ella abría la boca, actuaba exactamente de la manera que
sabía que él odiaba?

Él no tardó mucho en ponerse al día con ella. Sin volverse, Alicia dijo:

—Realmente no te gusto, ¿verdad?

Podía sentir su presencia. Estaba lo suficientemente cerca como para que si se


volviera casi se tocaran. Era otra cosa que los mozos de cuadra no debían hacer:
Invadir el espacio de la realeza. A pesar de que estaba caliente del calor del sol,
Alicia sabía que el rubor que sentía era por estar tan cerca de Landon. Era extraño
el efecto que tenía en ella. Podría tener a cualquier hombre que quisiera, pero
quería al que la despreciaba.

—No, supongo que no me importa mucho, Alicia. Eres malvada como una
serpiente. Extiendes tu veneno, infectando a todos los que entran en contacto
contigo.

No esperaba que fuera tan honesto. Sus palabras no le picaron, al menos no


mucho, porque sabía que él decía la verdad. Toda su vida había estado viviendo
al ataque.
Alicia se volvió, levantando la cabeza. Sus ojos chocaron contra los suyos, y un
músculo en su mejilla se crispó. Era inútil exigirle que se retractara de sus
palabras o amenazarlo con castigarlo. Durante un largo momento, se miraron el
uno al otro.

—Sabes que eres mi único amigo —dijo Alicia, dejando caer su mirada. ¿Por
qué seguía diciendo las cosas que estaba pensando?

La risa abrupta de Landon se convirtió en un ceño fruncido.

—Si soy tu único amigo, estás en una triste situación. He pensado muchas
cosas sobre ti, Alicia, pero ni una sola vez pensé en ti como una amiga.

—Lo sé. —Su voz era triste. Se volvió y siguió por el estrecho sendero.

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Maldiciendo en voz baja, Landon la siguió.

Había pasado mucho tiempo desde que Alicia había vuelto a esta área en
particular. Ni siquiera estaba segura de lo que la llevó a ir allí. La última vez que
la visitó fue cuando tenía unos doce años, y había intentado huir. Había un portal
cercano con acceso a la dimensión de Wonderhills, pero ella nunca lo había
alcanzado. Los guardias de su madre la habían perseguido. Había estado
encerrada durante casi dos semanas en la mazmorra por haber desobedecido a la
reina Roja. Durante ese tiempo, Alicia aprendió a acceder a sus propios poderes
mágicos. Rápidamente se hizo evidente que ella era igual de fuerte, si no más
fuerte, que su madre. Una vez que se liberó, a expensas de varios de los guardias,
Alicia y su madre llegaron a un tipo de acuerdo. La reina se mantendría alejada
de Alicia, y Alicia permanecería en Wonderland y tomaría su lugar en el trono
una vez que la vida de la reina hubiera terminado.

La vida había ido bastante bien, hasta que la reina Roja insistió en que Alicia
se casara con alguien de Wonderhills antes de su decimoctavo cumpleaños, todo
a causa de esa maldita profecía. No era un mal emparejamiento. De hecho, el
hombre con el que se suponía que iba a casarse era magnífico, pero no era
Landon. No hacía que su estómago saltara o a su corazón latiera como un martillo
neumático. En todo caso, la aburría hasta las lágrimas. La idea de pasar el resto
de su vida con alguien así no era aceptable. Sin embargo, la reina no estaba
abierta a discusión. Por supuesto, Alicia podía negarse rotundamente, pero una
parte de ella también estaba preocupada por la profecía.
Raramente la Oráculo se equivocaba.

El susurro de las ramas de los árboles trajo a Alicia de nuevo al presente. No


era que hubiera olvidado que Landon estaba cerca; acababa de entrar en ese lugar
tranquilo en su mente donde podía pensar sin distraerse.

Dando media vuelta, Alicia le dirigió una mirada de lado.

—Espero que hayas traído suficiente comida para dos.

Una de las cejas de Landon se alzó.

—¿Pensé que habías vuelto al castillo para comer?

312
—No podía aguantar más un momento encerrada en aquel temible castillo. Si
no tienes suficiente comida, conjuraré la mía.

—Tengo suficiente. —Landon miró a su alrededor antes de moverse hacia una


gran roca. Él era lo suficientemente alto como para saltar sobre ella. Alicia tuvo
que escalarla—. Nunca entendí por qué odiabas tanto ese castillo —dijo Landon
mientras abría su bolsa y sacaba sándwiches, frutas y una cantimplora—. Cuando
yo era un niño, solía soñar con vivir en un castillo grande y viejo en vez de la
cabaña de una habitación pequeña en la que vivía con mis padres.

Alicia tomó una manzana.

—¿Lo hacías? Es curioso cómo, no importa lo que tengamos en la vida, nunca


estamos satisfechos.

—Habla por ti misma. Estoy muy contento estos días.

Su cabeza se volvió abruptamente. No le sorprendió sentir que su estómago se


retorcía y que sus celos asomaban su fea cabeza.

—¿Por qué es eso? ¿Has conocido a alguien? —Alicia se encogió al escuchar la


ira en su voz.

Landon le lanzó una mirada escéptica.

—¿Qué te dio esa idea? ¿No puedo ser feliz por mi cuenta?

Alicia tomó un trago de su cantimplora en un intento de recuperar su


compostura.
—No lo sé. ¿Eso es posible?

—Vamos Alicia, no puede ser tan malo vivir en la colina con todos esos
sirvientes. Literalmente tienes algo que quieras a tu orden. Sin ofender, pero es
un poco difícil sentir cualquier simpatía por ti. Sé que tu madre es una psicópata,
pero podrías estar por encima de eso. Nada dice que necesites actuar como ella.
Podrías ser mejor. Podría sorprenderte descubrir que hay gente decente en este
mundo. Si quisieras, podrías incluso salir de este reino e ir a vivir a otro. Tu
pasado no te define.

Tan pronto como sintió las lágrimas brotar, Alicia dejó caer la cantimplora y
se puso de pie, apartándose de él. No había manera de que dejara que Landon la
viera llorar. No ahora. Jamás.

313
—Estoy lista para volver. Ahora.

Oyó el barullo de él limpiando el almuerzo. Alicia parpadeó los ojos varias


veces, alejando la tristeza que estaba cayendo sobre ella como una espesa manta.
Por favor, no ahora, quería gritar. ¡Maldita sea, odiaba cuando esto pasaba! Por lo
general salía de la nada y no tenía control sobre ello. Cerrando los ojos, trató de
centrarse, pero lo único que pudo ver fue que las paredes se cerraban sobre ella.

—Oye. —Landon tocó su hombro por detrás, instantáneamente enviando una


sacudida por todo su cuerpo—. No quise molestarte, Alicia.

Forzando una sonrisa, Alicia se volvió.

—No lo hiciste. Tienes razón. Tengo todo lo que una chica podría desear.
Poder, dinero, largos rizos dorados que los chicos parecen amar. Pronto me
casaré con la pareja perfecta. ¿Qué más podría desear? Necesito volver a casa.
Tengo mucho de que encargarme.

Lo que realmente quería era encerrarse en su habitación y balancearse de un


lado a otro hasta calmarse. En este momento, sentía que iba a salirse de su piel o
matar a alguien o algo así.

—Entonces, ¿es verdad? —preguntó él, levantando la bolsa por encima de sus
amplios hombros.

—¿Qué es verdad?
—¿Vas a casarte con él? ¿El tipo de Wonderhills? Los he visto juntos. Ninguno
de ustedes se ve muy feliz.

—Parece que así es. Créelo o no, Landon, algunas cosas están fuera de mi
control. Ni siquiera la magia puede romper una profecía milenaria.

—¿Qué tiene que ver la profecía con que te cases? En todo caso, creo que tu
madre te querría muerta a los dieciocho años, no casada.

Alicia había pensado lo mismo muchas veces.

—La reina Roja no podría matarme si lo intentara. Y créeme, lo ha intentado.


Además, madre no cree que la profecía sea válida con mi presunta gemela
muerta. Ella cree que sólo entraría en vigor si hubiera dos, como se dice. Piensa

314
que este matrimonio uniendo los reinos será una prueba para el mundo de que
ella es invencible, malditas profecías.

—¿Crees que está muerta? ¿Tu gemela?

Alicia miró hacia la distancia.

—No, no lo sé. Creo que está viva y bien.

—Si crees que eso es cierto, ¿no te preocupa cumplir dieciocho años?

Una lenta sonrisa se extendió por el rostro de Alicia.

—En absoluto.

Girando Alicia cantó las palabras que había aprendido cuando estuvo
encerrada en la mazmorra.

“Cuando dos lunas se encuentran, gemelas nacerán

¿Cuántas vidas vamos a lamentar?

¿La pérdida de una?

¿La pérdida de dos?

Si llegan a la edad de dieciocho años serán unas cuantas

Reina Roja
Reina Negra

No habrá más

El tiempo dirá y los días pasarán

Nunca sabes si será tu último”.

Su estado de ánimo se levantó repentinamente como la niebla.

—No derramaré una lágrima si las reinas de los reinos mueren por mi vida. Si
hay daños colaterales, eso está fuera de mi control.

Landon sacudió la cabeza con disgusto.

315
—Realmente eres egocéntrica, ¿no?

El temperamento de Alicia aumentó.

—¡No tienes ni idea de lo que he pasado! No te atrevas a juzgarme. ¿Por qué


debería sentirme responsable de la vida de los demás? No es como que yo pedí
nacer en este reino olvidado por Dios. Dime, Landon, ¿crees que debo morir, en
caso de que la profecía sea verdad? —Alicia conjuró una espada, extendiendo su
mano hacia él—. ¿Por qué no tienes el honor? ¿O debo hacerlo yo misma? —
Alicia volteó la hoja, sosteniéndola con ambas manos. Con una mirada salvaje en
sus ojos, condujo la hoja hacia su torso.

Landon apartó la mano de ella antes de que la hoja pudiera hacer contacto. La
agarró por la muñeca.

—¡Dioses, realmente estás loca!

Alicia luchó para ser liberada. Cuanto más luchaba contra él, más
estrechamente la sostenía, hasta que una ola de sollozos se abrió camino. Estaba
mortificada, pero no tenía control. Su cuerpo convulsionó, y las lágrimas
empaparon su rostro. El agarre de Landon alrededor de su muñeca se aflojó
cuando la atrajo hacia sus fuertes brazos. Ella luchó contra él, pero fue inútil. Era
demasiado fuerte y necesitaba el consuelo. A pesar de que se había puesto una
fachada, dentro había estado desmoronándose durante años. Desde que se enteró
de tener una hermana, las emociones estaban revueltas y no siempre eran buenas.
En un momento, anheló tener una hermana con la que jugar, y al siguiente, estaba
verde de la envidia por el hecho de que su hermana hubiera conseguido salir con
vida.

Cuando su pecho se detuvo de agitarse, Landon se apartó y miró hacia abajo.


Alicia estaba demasiado avergonzada para encontrarse con su mirada.
Finalmente, levantó la vista y se sorprendió por la intensidad con la que él la
observaba.

—Dime la verdad. ¿Por qué querías que hoy viniera contigo?

Alicia mordió el lado de su boca. Pensó en un millón de excusas diferentes


para darle. En su lugar, dijo la verdad:

—Quería estar a solas contigo. Siempre he querido estar a solas contigo,

316
aunque no puedes soportar estar cerca de mí. Allí lo dije. ¿Estás…?

Él la beso.

Sus labios eran cálidos y suaves mientras separaban los suyos. Sorprendida,
Alicia se quedó quieta, con el corazón palpitando en sus oídos. Mientras su
lengua sondeaba, su cuerpo se relajó, se inclinó hacia el beso. Comenzó despacio
pero pronto aumentó en urgencia. Avergonzada, Alicia le devolvió el beso. Había
una desesperación por el beso, y sus manos vagaban vorazmente y se exploraban.
Los dedos de él se hundieron en el cabello de ella, como si tratara de acercarla
aún más. La intensidad era casi tan aterradora como emocionante.

Eventualmente, finalmente rompieron el beso y se alejaron para recuperar la


respiración.

—Lo siento. —Landon se pasó la mano por la mandíbula y la boca, como si


estuviera tan sorprendido como ella.

Atónita por su disculpa, Alicia se quedó allí mirándolo fijamente.

—¿Lo lamentas? ¿No querías besarme sin sentido?

Una sonrisa torcida se extendió por el rostro de él.

—Sin sentido, ¿eh?

Con su cara enrojecida, Alicia se encontró sonriendo. Por primera vez en un


largo tiempo que pudiera recordar, Alicia se sentía feliz, casi mareada. Pero eso
rápidamente se convirtió en aprensión. ¿Y si realmente él lamentaba haberla
besado? Al menos sabía que estaba atraído hacia ella como ella lo estaba de él.
Esa clase de pasión no podía ser fingida.

—Bésame de nuevo —demandó Alicia.

Landon se acercó a ella.

—No funciona de esa manera. No conmigo. —Él siguió dando un paso


adelante, haciendo que Alicia retrocediera, hasta que se encontró casi presionada
contra el tronco de un árbol muy grande—. Te besaré cuando esté preparado y
listo. —Landon bajó su cabeza, su boca una vez más cubriendo la suya. Ella se
derritió en el beso. Era aún más minucioso que el primero, como si ambos

317
estuvieran tratando de averiguar qué demonios estaba sucediendo. Sentía
confusión en él, pero también una atracción innegable. Su gran mano descansaba
sobre su hombro, su pulgar acariciaba su mandíbula, su boca devoraba la suya.
Ella gimió bajo su toque.

Esta vez, cuando él se apartó, dijo:

—No tienes idea de cuánto tiempo he querido hacer eso.

La cabeza de Alicia retrocedió contra el árbol.

—Yo también. —Su voz fue casi un susurro. Durante todo este tiempo, nunca
se había dado cuenta de que Landon se sentía atraído por ella. Nunca se traicionó,
ni siquiera una mirada anhelante. Cada vez que estaban cerca uno del otro, se
agitaba, como si no pudiera alejarse de ella lo suficientemente rápido—. Pensé
que me odiabas. —Alicia dejó caer sus manos de su cuello, apoyando una sobre
su pecho. El material de su camisa era áspero contra su piel, un silencioso
recordatorio de por qué no se suponía que estuvieran juntos. Eran de diferentes
clases. La reina tendría un ataque si supiera que Alicia estaba pasando el tiempo
en los brazos de un mozo de establo. Lo bueno es que a Alicia no le importa lo
que su madre pensaba.

—Oh, definitivamente te he odiado. —Los dedos callosos de Landon trazaron


la longitud de su cuello hasta la clavícula—. Pero me he odiado aún más por
pensar en ti todo el maldito tiempo. No se me había ocurrido que pudieras estar
interesada en mí. O que alguna vez podría sentir tu piel debajo de mis manos.
El pecho de Alicia se alzó y cayó al tocarlo. En poco más de dos meses, se
suponía que se casaría con otro. ¿Cómo podría hacerlo ahora?

El sonido de golpes de cascos que se acercaban los sobresaltó. En cuestión de


segundos, apareció un grupo de guardias. Landon se apoyó contra el árbol y
Alicia caminó a través de la vegetación hacia los hombres.

—¡Cómo se atreven a invadir mi privacidad!

El guardia principal bajó la cabeza.

—La reina ha ordenado tu regreso al castillo.

Alicia puso los ojos en blanco.

318
—Dile a la reina que no tengo intención de volver hasta el anochecer.

—Dice que es urgente —dijo el guardia con voz casi suplicante.

Alicia miró a Landon, quien se encogió de hombros.

—Muy bien, volveré pronto.

—Se nos ordenó regresar con usted.

Alicia no estaba de humor para las charadas de su madre. Pero sabía muy bien
que si los guardias regresaban sin ella, al menos uno de ellos perdería la cabeza.

—Bueno. Adelántense. En breve nos pondremos al día.

El alivio era evidente en todas las caras de los guardias.

Se volvió hacia Landon.

—Ella lo sabe —dijo Alicia, sus palabras huecas.

—¿Qué quieres decir? —Los ojos de Landon se ampliaron—. ¿Cómo podría


saberlo?

—Es la reina Roja. Lo sabe todo. Pero no te preocupes. Me ocuparé de esto. No


voy a renunciar a ti.

Landon se frotó distraídamente la nuca. Alicia supo que estaba imaginando su


cabeza en la guillotina.
—No se atrevería a tocarte. Yo quemaría el reino si ella lo intentara.

Una sonrisa cruzó su rostro antes de convertirse en un ceño fruncido.

—Nunca sé cuándo estás bromeando.

Ella no estaba bromeando, pero sabía que Landon no aprobaría tal hostilidad.

—Me encargaré de mi madre. ¿Puedo verte esta noche? Podríamos


encontrarnos en el estanque donde solíamos atrapar ranas.

Su rostro se suavizó ante el recuerdo.

—Estaré allí. Si no puedes ir, lo entenderé. Necesitamos hablar de esto, Alicia.

319
No soy lo suficientemente ingenuo como para creer que puede durar, pero
tampoco soy tan estúpido como para apartarte.

—Veamos a dónde va esto. Tengo la sensación de que las cosas serán muy
diferentes dentro de dos meses —dijo Alicia, mirando hacia la distancia. No lo
perdería, ni siquiera a expensas de su hermana.

FiN
320
Sabrina Locke
El hedor de una maloliente mole llenó la nariz de Emily, densa y profunda con
putrefacción. Su garganta se cerró y sus pulmones sobrecargados gritaron por
aire. Se detuvo, jadeando un poco mientras examinaba la cosa. La naturaleza
había estado ocupada. Era difícil saber ahora exactamente qué tipo de criatura
había decidido morir en este tramo de playa de Oregón. Una foca probablemente.
Estaba perdiendo forma y comenzado a licuarse. Bloques grisáceos de grasa y
carne se deslizaban por los gruesos huesos amarillos que se proyectaban hacia el
cielo como alas de bandera. El olor tenía un revestimiento que olía a pescado y
corriente, pero bajo el olor de la superficie flotaban ricas flámulas de decadencia.

Esencias familiares.

Había aprendido los olores de la muerte antes de que pudiera trazar el

321
alfabeto. Hace mucho tiempo atrás había sido, en el bosque con los cazadores en
la época de cuentos. Recordaba, y estaba agradecida por ese hecho. Había tanto
que ella había olvidado, días y semanas, tramos enteros de su larga vida habían
desaparecido en las traicioneras profundidades de su mente.

Pero no la historia, nunca la historia.

Había vivido con la historia tanto tiempo que había olvidado dónde terminaba
y empezaba, o si había algo como una frontera entre el cuento y la historia, entre
la fantasía y la realidad. Su historia era la constante singular de su vida solitaria,
la cosa que le daba su propósito.

Se aferraba a la memoria con tanta fuerza como agarraba su bastón. Los


médicos decían que las mini-embolias estaban borrando sus recuerdos poco a
poco, que era sólo cuestión de tiempo ahora que olvidara su propio nombre. ¿Qué
sabían ellos?

Médicos. Eran niños y niñas vestidos de blanco que pensaban que podían
proteger a las personas con listas sujetadas a portapapeles porque la ciencia lo
explicaba todo.

Tontos.

No sabían nada de cómo funcionaba realmente el mundo. Ella conocía que la


vida, todo el desastre loco de ella, estaba hecha de trozos de esto y de aquello,
cortados con tijeras de punta redonda y arrojados en el aire sólo para instalarse
en el suelo de baldosas donde pequeñas manos inteligentes clasificaban las
piezas, las arreglaban en hojas amplias de papel de dibujo de color y lo pegaban
todo, teniendo cuidado de presionar cada burbuja hasta que estuviera lisa y seca
y plana.

“¡Qué bonita imagen, Emily! Me encantan todos los colores que usaste. ¿Eres tú con
tu perrito?”.

“No, perra. ¿No reconoces a un maldito lobo cuando ves uno?”.

No, nunca lo hacían.

Ésa era otra lección de su larga vida: Los lobos ofrecían la muerte en un plato,
todo colmillos relucientes y garras letales. La mayoría de los tontos nunca
reconocían el peligro hasta el último segundo, cuando era demasiado tarde para

322
hacer nada más que gritar, sangrar y morir.

Había visto eso muy a menudo y odiaba la forma en que negociaban por sus
vidas, toda dignidad abandonada en un intento frenético de salvar sus cobardes
pieles. Los críticos podían decir lo que quisieran, pero Emily nunca había
suplicado, o, Dios lo prohibiera, gimoteado.

Nunca eso.

Gimotear no sólo era inútil; desperdiciaba preciosa energía. Si, a través de pura
suerte, los tontos lograban escapar del lobo, todavía no estaban seguros porque
un cazador los rastrearía. Lobos y cazadores: Uno seguía al otro y así eran las
cosas.

Con sus muslos ardiendo y sus pies hundidos cada vez más profundamente
en la arena a cada paso, caminó con dificultad hacia las rocas a los pies de un
acantilado de basalto. A unos seis metros de distancia, la playa se volvió brillante
con arena bien compactada donde la marea circulaba y espumaba.

Ella no se hundiría allí, pero estaría más cerca del agua, más cerca del peligro
de las grandes olas que la directora de actividades del hogar les había advertido
antes de dejarlos bajar del autobús. Les habló en ese tono serio pero preocupado
que los jóvenes usaban con sus mayores. Como si les importara.

Emily estaba casi en los acantilados cuando miró por encima del hombro y vio
a la directora de actividades, Becca, trotando detrás de ella, un delgado brazo en
el aire ondeándose como si estuviera tratando de parar a un helicóptero de
rescate. El estómago de Emily se tensó. Debería haberse movido más rápido. Muy
tarde ahora.

—¡Señorita Flannery, espere! —le gritó Becca.

Emily se detuvo, apoyada en su bastón, respirando un poco más fuerte de lo


que le habría gustado. Becca se detuvo bruscamente, su cara bonita y bronceada
sonrojada por el esfuerzo. Apoyó los puños en sus caderas y le lanzó una mirada
a Emily, que decía: “No te estás comportando”.

Emily pegó una insulsa, y lo que esperaba que fuera una sonrisa ligeramente
tonta en su rostro.

—¿Hay algún problema?

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Miró a Becca echar un vistazo por la playa. La fogata con el resto de la gente
del hogar estaba lo suficientemente lejos para parecer pequeña en la distancia.
Un hombre y una mujer caminaban juntos bajo los acantilados y un gran perro
amarillo se paseaba alrededor de ellos en círculos, con las orejas aleteando y la
lengua colgando. Un hombre mayor con una gorra de béisbol y pantalones cortos
holgados acechaba a lo largo de la costa moviendo un detector de metales de un
lado a otro en grandes barridos. Lo de siempre.

Becca parecía perturbada.

—¿A dónde crees que vas? Pensé que todos estábamos de acuerdo en
quedarnos juntos.

Era la forma en que lo dijo que era tan irritante. Como si Emily no tuviera más
derecho a la independencia que el niño pequeño promedio con Becca
sustituyendo a mami. Como si Emily no hubiera sido una mujer crecida desde
antes del nacimiento de la propia madre de Becca. Como si hubiera algo que
pudiera ocurrir aquí que Emily no podría manejar.

Apretó más el bastón.

—Sólo estoy dando un pequeño paseo.

Becca se estiró y empezó a rodear los hombros de Emily con un brazo, pero
Emily dio un paso atrás. Becca la alcanzó de nuevo, pero Emily la detuvo con una
mano.
—Estoy bien, de verdad.

—Déjame ayudarte a volver a unirte a los demás. Te estás perdiendo los


S’mores.

—No estoy lista para volver todavía. — Emily señaló hacia los acantilados—.
Me puse el objetivo de caminar todo el camino de ida y vuelta. Los médicos dicen
que el ejercicio es importante.

—Has hecho una gran distancia. Lo suficientemente lejos como para contar
como ejercicio, eso es seguro. ¿Por qué no vuelves ahora?

Emily subió el voltaje de su sonrisa de señora mayor. Le habían dicho que


sonreír podía asustar a niños pequeños. Nunca la había probado antes en

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veinteañeros.

—Traje mi diario.

Mencionar el diario pareció haber funcionado porque la expresión de Becca se


suavizó. El diario de Emily era una cosa gorda, las páginas engrosadas con capas
de yeso, pinturas acrílicas y todo tipo de materiales de collage. Como directora
de actividades, Becca había pasado semanas incentivando a los residentes a
dibujar, pintar y registrar eventos e historias de sus vidas.

Emily estaba orgullosa de su diario porque detallaba su historia, la verdadera


historia, no la mentira que había vivido los últimos setenta años. Dejó caer el
bastón a la arena, abrió el volumen y volteó a la página que quería, luego la giró
para que Becca pudiera ver.

El arte se extendía a través de ambas páginas y ofrecía un dibujo de una cueva


fijada en una cara de acantilado negro escarpado. Justo en el interior de la boca
de la cueva, una niña pequeña estaba sentada con las rodillas levantadas hasta el
pecho y largo cabello rojo fluyendo sobre su cuerpo como una capa.

La mano de Becca se deslizó sobre el lápiz de color sobre la imagen de yeso.

—Terminaste esa página el otro día.

—Sí —dijo Emily—, es la última.

Becca frunció el ceño.


—¿Por qué la última? Tienes muchas más páginas en tu diario y tenemos
cuatro sesiones más.

—Lo sé, pero he terminado mi historia. —Quedaba un paso más, pero explicar
eso sólo confundiría a Becca. No sabía cómo funcionaba el mundo.

Emily señaló de nuevo.

—Adelante hay un acantilado que se parece al que dibujé. Me gustaría ir allí y


sentarme un rato con mi diario y mirar a través de él mientras el sol se pone. —
Se encogió de hombros—. Sé que es una tontería, pero si quieres complacer a una
anciana, te prometo que no me quedaré mucho tiempo. Seré buena.

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Un grito se levantó del grupo detrás junto a la fogata. Becca miró por encima
de su hombro, luego se volvió a Emily y sacudió el dedo.

—Una hora, no más, o iré detrás de ti.

—Una hora —repitió Emily.

Antes de marcharse, Becca se inclinó hacia el suelo.

—Me lo llevaré conmigo.

—No, necesito mi bastón. Me ayuda a mantenerme firme.

Los músculos de los brazos finos de Becca se flexionaron mientras levantaba


la cosa, claramente poco dispuesta a devolvérselo a Emily.

—Por favor, Becca. Lo necesito. La única manera que puedo herirme con él es
si me caigo. No quieres que eso suceda, ¿verdad?

Becca vaciló por lo que se sentía como un largo tiempo antes de finalmente
entregárselo.

—No me hagas arrepentirme.

Emily murmuró tonterías apreciativas adecuadamente hasta que Becca se


dirigió hacia el grupo.

Le tomó otros quince minutos llegar a la cueva. Allí encontró una especie de
roca plana donde se sentó, dejando el bastón a mano, y colocó su diario en su
regazo. El sol se ponía en el horizonte y la marea, mientras aún estaba fuera,
empezaba a cambiar. Cuando terminara su hora, las olas se balancearían
alrededor de sus tobillos. El momento era una conjetura en el mejor de los casos,
pero no había nada más que hacer, excepto esperar de que ella lo había hecho
bien.

El viento le azotó el cabello y levantó su falda.

—No tengo miedo de los lugares oscuros —susurró—, y voy por ti.

Abrió su diario y leyó su historia por última vez.

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Esta es la verdadera historia de una chica llamada Roja. En algunos momentos
y lugares fue llamada Pequeña Roja o Caperucita Roja. Nombres estúpidos, si me
preguntas. Sin embargo, yo soy esa chica; más bien, yo era esa niña una vez en
una tierra muy lejana.

O no.

No espero que creas mi historia ni espero que deposites confianza en mis


palabras. Adelante, llámame mentirosa, no me ofenderé. Después de todo, es sólo
una historia y unas cuantas imágenes, mal dibujadas. Nada más.

Me llamaron mentirosa mucho antes de que un cazador lanzara una capucha


sobre mi cabeza, y no me importan los nombres. Ahora que ya no soy joven por
definición, mi única lealtad es a la verdad porque no hay verdad salvo toda la
verdad.

Así que cree lo que quieras, yo aun así soy Roja.

Mi madre leñadora y mi malvado padrastro me abandonaron en el bosque con


algunos cazadores de los que logré escapar.

Eventualmente.

Pero no antes de que aprendiera cosas que ningún niño debería saber, las cosas
que los hombres hacen en la oscuridad, y mucho después de que aprendiera
cómo las manos de un hombre grande se ajustan a mi pequeño cuello.
Esta es la verdad que aprendí en el bosque: La visión se oscurece y la sangre
ruge en los oídos cuando se aplica una presión precisa. El cuerpo de la niña
pierde fuerza hasta que vuelve a despertar, y él sigue allí con sus grandes manos.

Estas son las verdades que conozco. Esta es la historia verdadera que es mía
para contar, pagada con sangre y dolor y tiempo.

Lo importante, sin embargo, es lo que los narradores siempre olvidan o pasan


por alto en su prisa por llegar a la parte sexy de lobos y chicas, es que nunca fui
lo suficientemente estúpida como para engañarme por un disfraz. Yo nunca fui
una imbécil, nunca la pequeña tonta, tra-la-tra-la, paseando por el bosque con
una canasta.

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Me defendía. Siempre. Incluso cuando era muy pequeña y mis puños débiles
y patadas lamentables sólo excitaban a los cazadores.

Con el tiempo, crecí. Esperé mi momento, y con el tiempo, llegó.

Una noche, mientras los cazadores roncaban, sus cuerpos desnudos apilados
como gruesos troncos blancos, escapé a través de un desgarrón en la tienda y
corrí a través de los bosques oscuros. Un collar de perro se agitaba sobre mi
cintura. Palos y espinas me rasgaron los pies hasta sangrar.

Corrí y corrí.

Un grupo de abogados litigantes salvajes me encontraron y me llevaron. Me


criaron lo mejor que pudieron, aunque realmente no sabían lo que estaban
haciendo. Habían pasado demasiado tiempo en los bosques oscuros ellos mismos
y habían olvidado las costumbres de la gente civilizada.

Al menos, eso es lo que me dije. En realidad, creo que me tenían miedo.

Ya ves, durante esas largas noches en la tienda con los cazadores, había
aprendido a patear, a luchar, a rasguñar y a morder. Más tarde, cada vez que
alguien intentaba disciplinarme, me defendía sin importar la infracción. Me
defendía porque para mí nada había cambiado. No importaba que me hubiera
escapado y ya no estuviera encadenada con los sabuesos.

Todavía estaba en el bosque oscuro.

Todavía escondiéndome bajo el lienzo verde oscuro.


Todavía oliendo hojas podridas y barro.

Inmóvil y escuchando el chirrido de botas de goma. Temiendo la creciente


sombra de los hombros de un hombre contra la luz del fuego y sus duras manos,
y luego cuando venía y no, oh no, venía no importa qué, venía, y yo no era nada
contra esa marea, la ola de sensaciones que me arrastraba abajo y abajo, más
profundo aún, más profundo que respirar en los lugares oscuros donde no había
más respiración, no más aire, no más...

Y luego, desde la quietud, volvía la respiración y la temida luz. Otro día


seguido por otra noche. Una y otra vez.

Aun así, luchaba.

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Incluso después de que escapé, cuando alguien se acercaba lo suficiente para
tocar, me transformaba en un torbellino de codos, pies y uñas. Gruñía y gritaba
como una cosa salvaje.

Nadie me tocaba sin una batalla.

El grupo trató de no echarme la culpa de mis costumbres salvajes porque


comprendían: Las niñas perdidas en los bosques oscuros luchaban o morían. Los
abogados litigantes habían sido cazados ellos mismos. Era así como habían sido
exiliados a la naturaleza, sin embargo, sus recuerdos se habían desvanecido con
el tiempo. Ansiaban volver al mundo que habían perdido.

Soñaban con volver a las brillantes ciudades de su juventud y cómo sus amigos
exclamarían y lanzarían fiestas suntuosas para celebrar su llegada.

Cuando llegó el momento, sólo tuvieron un problema: Cómo explicar a la


chica. Ella estaba fuera de control. Una niña rota, peligrosa e impredecible.

Algo Debía Ser Hecho.

Aunque los días de gloria de los abogados litigantes habían pasado hace
mucho tiempo, no estaban sin influencia en el Gran Mundo. En cuanto a la chica
llamada Roja, buscaron opciones. Eso significaba que susurraban entre ellos,
rascaban sus barbillas peludas y murmuraban por encima de gruesos vasos de
whisky con hielo.
Hubo un montón de ir y venir, pero al final decidieron que yo era demasiado
difícil de manejar, lo cual no era diferente de lo que habían pensado el día en que
me encontraron en el bosque con sangre y mugre goteando por mis piernas.

Lo que cambió fue su opinión.

En el ámbito de los abogados litigantes (salvajes o no), las opiniones cuentan


más que la verdad.

Las opiniones están consagradas en libros de cuero brillante con títulos largos
e impresionantes estampados en oro. Los volúmenes se pasan de una generación
a la siguiente con citas críticas leídas en voz alta con gran pompa y ceremonia.

329
Ya ves, desde el principio el grupo nunca había hablado de mí a las
autoridades ni a nadie que pudiera haber hecho algo. Hacerlo habría requerido
que levantaran sus largos hocicos del estudio y realmente contaran la terrible
historia. Habrían tenido que recordarlo y repetir en detalle la condición en la que
me habían encontrado (lo que sería molesto teniendo en cuenta el esfuerzo que
habían puesto en olvidar ese día). Además del hecho de que los abogados habían
estado demasiado tiempo ocultándose ellos mismos. Se habían olvidado de decir
la verdad, si la conocían en primer lugar, pero esa es otra historia.

Al final decidieron consultar a una anciana que vivía al otro lado del bosque.
Me llevaron a través de los bosques a su cabaña. Después de que los abogados se
fueron, la seguí hasta la cocina y observé mientras ella rodaba una masa blanca
plana y la rebanaba en largas tiras para hacer fideos. Levanté los fideos con
cuidado y los coloqué sobre barras de madera apoyadas entre sillas.

Me hizo preguntas.

Le conté mi historia.

Porque ella era tranquila y gentil y su aliento no apestaba a whisky, dije la


verdad. Nunca me llamó mentirosa.

Más tarde, preparó té negro y caliente y lo sirvió en un pocillo y sopló en él


para enfriarlo y extendió espesa compota de manzana marrón en pan fresco. La
cocina era tranquila y limpia. Me senté junto al fuego con una pila de libros. Me
podría haber quedado allí para siempre. Toda la tarde, la anciana trabajó y
tarareó en voz baja.
De vez en cuando miraba hacia arriba y la veía mirándome con sus ojos grises
sin brillo.

Esa noche, cuando los abogados regresaron, escuché mientras ella informaba
que, en su opinión, los cazadores me habían dañado más allá de toda esperanza
de reparación. Dijo que habría sido mejor si yo nunca hubiera nacido, pero el
daño estaba hecho y no había nada que se pudiera hacer. Luego se concentró en
el verdadero problema: Yo había vivido.

La suciedad y el horror nunca pueden ser removidos de la niña,


desgraciadamente. La muerte habría limpiado la pizarra, sin embargo, no es para
nosotros saber por qué sobrevivió cuando la compasión la habría enviado a un
lugar mejor.

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Ante eso, los abogados intercambiaron miradas que yo no entendí. Algo había
cambiado, pero no sabía qué. Le dieron las gracias a la anciana por su consejo.
Antes de marcharnos, ella me entregó una cesta que contenía un pan, un tarro de
compota de manzana y un cuchillo puntiagudo y afilado.

El camino a casa a nuestra guarida fue largo. En el camino, los abogados


hablaron de los cazadores por última vez, como si la historia les perteneciera
ahora. Todo era muy triste, decían, una tragedia las cosas que me habían pasado.
No era justo, pero no era culpa de ellos. Habían hecho su parte, habían puesto un
techo sobre mi cabeza y me habían vestido, pero no había mostrado aprecio
alguno. Había seguido luchando. No podían entender mi vergonzosa agresión
ante su bondad.

A continuación, siguió un recuento de mis muchas faltas… una larga lista por
donde se mire.

(No te voy a aburrir con ella ahora, sin embargo, siéntase libre de tomar un
descanso para anotar los elementos pertinentes como se te ocurra. Lluvia de
ideas, si lo deseas. No importa lo que se te ocurra, estoy segura que los puntos en
tu lista serán similares a lo que oí esa noche).

Caminamos y caminamos. Dijeron más cosas, un torrente de palabras que se


precipitaron sobre el pisoteo de sus grandes pies y el silbido de sus colas espesas
y el cloqueo de sus temibles dientes.
En síntesis, los abogados estaban heridos y decepcionados por mi actitud junto
con todo el ser parte difícil, lo que les llevó a su punto final que fue mi culpa por
permitirme a mí misma haber sido capturada por cazadores en primer lugar. Este
hecho les llevó a la verdad más importante: La seguridad de los demás debía ser
asegurada. Era su solemne deber proteger a otros de mí.

La abuela misma no podría haberlo atado con un arco más prolijamente.

Cuando llegamos a la guarida, volví a mi pequeña habitación. Allí terminamos


nuestra última conversación donde dijeron que la solución más segura era
siempre la más simple.

Pensar demasiado llevaba inevitablemente a la complejidad (que era siempre

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un problema), y un problema era la única cosa que no podían tolerar. Era la razón
por la que habían abandonado sus carreras en la ciudad. El problema debe
evitarse, sobre todas las cosas, y así es como sucedió.

Un empujón en el hombro, el giro de la puerta, un corte del pestillo y se hizo.

Me encerraron.

Por mi propio bien.

Golpeé la puerta y grité fuerte y por largo rato sin éxito. Al final enviaron un
emisario, un desafortunado socio menor que me ordenó que dejara de causar
problemas o de lo contrario me enviarían lejos. “Piensa en eso, jovencita”.

Al final resultó, tuve mucho tiempo para pensar.

Años más tarde me enteré de que algunos del grupo habían argumentado de
enviarme lejos porque la anciana dijo que necesitaba ayuda profesional. Esta es
la razón por la cual la mayoría de las historias de Roja comienzan con la abuelita
enviando a la muchacha al bosque. También es por eso que nunca he confiado en
los narradores. La única razón para comenzar la historia allí es si piensas que la
vieja perra tenía un punto.

Lo que tenía ella era una agenda. ¿Por qué crees que me dio el cuchillo?

Para el crédito o la condenación de los abogados litigantes, no me enviaron


lejos. No estoy segura ahora desde el punto ventajoso de la edad qué elección
habría sido mejor: Ser encerrada o enviada lejos a un lugar desconocido. En ese
momento, la mera mención de ser enviada lejos me aterrorizaba. Sabía muy bien
lo que pasaba. Tampoco pedí una aclaración porque había aprendido que las
palabras eran cosas inútiles, excusas, deseo, esperanza y, a veces, promesas, cosas
de cuentos.

¿Y cuál era el punto de un cuento? Le había dicho a la vieja la verdad y mira


dónde me había metido. La única manera de hacer un punto era con mis puños
y mis pies, pero incluso esa elección había sido eliminada.

A estas alturas ya debes de darte cuenta de que mi verdad, mi historia, no es


nada parecida a la versión familiar. Niña, capa, cesta, bosque, lobo. ¿Tal vez
preferirías que hiciera a la abuelita una cosa amablemente vieja? ¿O la
transformásemos en una mujer astuta e inteligente? (Sigue soñando). Tal vez te

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gustaría mi historia si la convirtiera en un thriller de aventura y acción donde
forcé la cerradura y escapé. O cómo me disfracé de lobo...

No confío en las historias. Para mí, todo recuerdo comienza en la oscuridad,


en el bosque.

Aquí está la verdad: Soñaba en mi pequeña cama mientras estaba encerrada


en mi pequeño cuarto dentro de la guarida de lobos. Sueños que me ayudaron a
pasar el tiempo, mientras los abogados sostuvieron la amenaza del exilio sobre
mi cabeza como un hacha colgada de un hilo demasiado fino.

Era por una buena causa, decían, así dejaría de pelear y aprendería a ser buena
y a comportarme. Significaba estar callada, no hablar, no causar problemas, y
sobre todo, nunca, jamás contarle a nadie lo que hiciste en el bosque.

No lo que los cazadores habían hecho.

Lo que yo había hecho.

Cosas tan malas que nunca debían ser habladas en voz alta, y mucho menos
recordarse. Una historia tan terrible que el relato de ella se podría convertir en
un arma que podría dañar a otros. Como el cuchillo que descansaba en mi
canasta.

Pero aun así era Roja, y la historia de Roja era mi historia. Era la única historia
que importaba, y era la única historia que nunca podría contar. De este lazo no
había escapatoria.
Sola en mi habitación, trataba de olvidar, pero no era fácil. Empujaba los
recuerdos, pero cada noche volvían a entrar. En mis sueños me defendía, pero
los cazadores siempre venían por mí. Una y otra vez. Corría y me atrapaban, me
abrumaban con su fuerza cruel hasta que todo era misericordiosamente negro.

Entonces comenzaría. Todo. De. Nuevo.

Así fue como cumplí mi condena. Algunas personas lo llaman infancia. Vi


horas interminables de televisión hasta que los espectáculos y los personajes se
difuminaban uno en el otro porque temía dormir y el mal que rondaba detrás.

Cuando estuve despierta durante días, mi cuerpo tenso como un lobo


merodeador, una puerta invisible se abrió en mi mente. De ella vino una niña que

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parecía notablemente como mi yo de tres años de edad que había sido, una vez
hace tiempo. Tenía los pies desnudos y ensangrentados y un collar de perro
colgaba de su cintura. Llevaba la canasta hacia mí, apartaba el mantel a cuadros
rojo. Ambas miramos fijamente el largo y malvado cuchillo. Ambas sabíamos por
qué la anciana lo había puesto allí en primer lugar y lo que se esperaba de mí.

Aun así, no podía actuar.

Pero encontré un uso para el cuchillo, ciertamente no el que la abuela había


pensado y no tan definitivo, al menos. Lo usé para cortar mis recuerdos en
pedacitos. Cuando terminé, guardé el cuchillo cuidadosamente en el paño y me
dormí. No me desperté por mucho tiempo.

Cuando mi guardián finalmente abrió mi pequeña puerta, emergí como una


chica pálida y tranquila que nunca peleaba y rara vez hablaba. Los abogados
estuvieron contentos con el resultado.

Su solución había funcionado.

Lo que quedaba de mi niñez la pasé sola. No fue tan malo porque no estaba al
aire libre bajo la lluvia y no había cazadores en esos días. La cueva estaba limpia
y seca. Tenía una televisión y un montón de libros. Me dejaban salir por comida
e ir a la escuela. No tenía muchos amigos porque los otros niños tenían miedo de
los abogados, y yo no tenía mucha experiencia en relacionarme con personas
fuera de los libros o una buena pelea. Mantenía mis uñas afiladas.
En el momento en que debía graduarme de la escuela secundaria, el peor
temor de los abogados litigantes se hizo realidad: Un cazador vino por mí. Era
un muchacho en lugar de un hombre. Cuando salió de los bosques oscuros, se
parecía a cualquier otro cazador porque llevaba un hacha, larga y de apariencia
malvada, con un mango rojo. Nadie notó particularmente el hacha. Lo que les
interesaba era que también llevaba una libreta, lo que significaba que tenía un
plan.

Él tenía algo que probar.

Él tenía que matar a una chica.

Él me eligió. No sé por qué.

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A lo largo de los años, me he preguntado si los cazadores que me habían
llevado más tarde contaron la historia de la chica que huyó, la que habían
perdido. Tal vez en esta versión, el chico escuchó la historia alrededor de la fogata
y juró encontrar a la chica que había avergonzado a sus mayores. Prometió
encontrarla y tener éxito donde los otros habían fallado hace tanto tiempo.

Tal vez esto sucedió.

O no.

Me atengo a lo que sé con seguridad: El día en que él salió del bosque había
nombres rayados en su libreta con tinta azul.

El nombre en la primera línea de la primera página era Roja.

El cazador me rastreó, y cuando los abogados litigantes se enteraron de la


amenaza, rápidamente me dejaron sola en la remota y solitaria cueva y esperé en
la clandestinidad por lo inevitable. Lo inevitable tomó un tiempo, pero los
cazadores son pacientes.

Ya que estoy aquí para contar esta historia, has asumido lógicamente que el
chico cazador fracasó. Es decir, debes asumir que el chico fracasó si crees que
estoy diciendo la verdad porque no puedo estar, al igual que el gato del pobre
físico, muerta y viva al mismo tiempo. No puedo ser Roja y no Roja. Debe ser uno
o lo otro. Las dos ideas encajan como una mano en un hacha.
Una noche regresé a casa de la escuela y encontré al cazador esperándome.
Corrí, pero fue más rápido. Me echó una capucha sobre la cabeza.

Cegada, tropecé y caí. Me levantó del suelo y me echó por encima del hombro
y partió a paso furioso. Pronto, el crujido de botas que rompían a través de la
corteza de nieve dio paso a un golpe y deslizamiento que se redujo a un suave y
árido andar sin prisa. Habíamos llegado al lago con su extensión congelada
helada con delicadas capas de nieve fresca. Su ritmo se ralentizó aún más, y pude
sentir su cuerpo tenso mientras avanzaba a través del hielo. El miedo irradiaba
de su ancha espalda con el hedor de la piel sin lavar.

El miedo me dijo qué hacer.

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Cuando se deslizó hacia la derecha, rodé en la misma dirección, tirando todo
mi peso contra su agarre, dejando que el ímpetu lo dejara fuera de balance. Nos
tambaleamos hacia los lados. Sus rodillas se doblaron, y me desplomé sobre el
hielo. Retiré la capucha, me alejé del cazador maldiciendo y desorientado,
gateando hasta que había distancia entre nosotros.

Él gruñó y arremetió hacia mí, magro y letal contra el blanco llano. Yo era más
ligera y más rápida y llegué al centro donde sabía que las aguas del verano
ondeaban sobre rocas muy por debajo de la superficie. El lago era profundo aquí,
pero la corriente hacía al hielo más delgado, delgado pero lo suficientemente
fuerte como para sostener a una niña pequeña, esperaba.

El cazador era sólo un muchacho, pero alto para su edad con grandes brazos
y piernas rellenadas con músculos densos. No podía tocarme aquí, no sin romper
el hielo y precipitarse a una muerte certera en las aguas oscuras. Si eso sucedía,
él me llevaría con él, eso era seguro. Abajo en las profundidades, último aire y
luz y toda esperanza de vida, en la marea de la noche, pero ese era un lugar que
conocía por el tacto.

Cuando se quedó allí parado oliendo a sangre y muerte y rugió su furia, vino
a mí lo que yo sentiría lástima por él. Un poco de compasión por un chico criado
por animales salvajes. Lo habían alimentado con historias crueles y le habían
dado un hacha y lo habían puesto en un rumbo que conducía a mí. Había otras
historias, más verdaderas, si sólo yo pudiera hacérselas creer. Una débil
esperanza brotó, que la verdad me podría salvar más seguramente que cualquier
espada.
—¿Has matado a una chica? —pregunté.

Dio un paso y el hielo se quebró.

Silencio entonces, a través del lago congelado. Empujé mi mano en mi bolsillo


y saqué mi cuchillo. Si se acercaba lo suficiente para apuñalarlo, ¿importaría?
Seguramente caeríamos a través del hielo y moriríamos juntos.

—¿Has matado a una chica? —pregunté de nuevo, más fuerte esta vez.

—No —dijo—, pero lo haré hoy y, al hacerlo, me convertiré en un hombre.

Dio otro paso y la grieta se ensanchó.

Me mantuve firme, este acto de ser fría y tranquila algo que había dominado

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durante los largos años que pasé encerrada en la guarida, y le grité:

—Te dijeron mentiras. Hay otras maneras de probarte a ti mismo y ser fuerte.

—Cállate —gritó—. No creeré ninguna de tus historias. —Y con eso, avanzó.

El hielo cedió, grandes fragmentos dentados levantándose hacia el cielo


mientras caíamos, hundiéndonos en el profundo negro. El lago tragó la forma
oscura del muchacho. Esperé que mi mente se fuera, que el frío sin fin me robara
el aliento, que la muerte me llevara una última vez.

No pasó.

Lo que pasó es que manos como garras, huesudas y duras, me agarraron las
piernas y me arrastraron hasta arriba hasta que mi cabeza se estrelló en arena
mojada que me tapó la nariz. Cuando pude respirar de nuevo y mi cuerpo dejó
de temblar, me froté los ojos. Yacía en el suelo de una cueva. En algún lugar
cercano, las olas chocaban contra rocas.

—Tienes unos quince minutos. —La voz sonaba como grava sobre papel de
lija, afilada y llena de ácido. Familiar.

Me puse de pie y me quedé mirando el rostro antiguo y arruinado de la


anciana.

—¿Quince minutos para qué? —pregunté.

—Para decidir si quieres vivir o no.


—No entiendo.

—No seas estúpida, hija.

No puedes confiar en ella, susurró una voz que podría haber estado dentro de mi
cabeza o venir de las paredes de la cueva. Le contaste tu historia. Le dijiste la verdad
y te traicionó.

—No me mataré, no importa lo que digas.

—¿Es eso lo que pensaste? —Rió con divertida diversión—. Te di un arma,


muchacha.

—Era una niña. ¿Qué esperabas que hiciera con eso?

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—Esperaba que crecieras y esperases tu momento y aprendieses la estrategia
de la paciencia.

La miré fijamente en las sombras, la masa de cabello blanco y rizado volaba


salvaje por el viento y sus pequeños ojos enrojecidos.

—¿Qué eres?

Sonrió con una sonrisa lobuna y sus dientes eran como piezas afiladas de
marfil amarillento.

—Soy la chica que huyó.

Sacudí la cabeza y retrocedí de ella, un gemido bajo escapando de mis labios.

Avanzó hacia mí.

—Me convertí en la mujer que persiguió a los que me hicieron daño. Me


convertí en cazador. Soy la chica que vivió.

—No.

—Soy la chica que se defendió. Siempre.

Ella es la muerte, susurró la voz en la cueva. Te matará con el mismo cuchillo que
te dio tiempo atrás.

Permanecí allí incapaz de moverme, atrapada con tanta seguridad como un


conejo en la trampa del cazador.
Ella es la vieja que me traicionó. Es la mujer en la que podrías convertirte, una
portadora de horror tan seguramente como aquellos que me llevaron a los bosques.

—Te di un cuchillo, una hoja digna, pero te convertiste en una chica que sintió
lástima por ese odioso muchacho que se creía un cazador. Podrías haberlo
salvado, haberlo sacado del agua y entonces ¿dónde estaríamos? —Su boca se
torció en una mueca de desprecio—. Eres débil, y no puedo permitir eso.

Dije:

—No soy débil. Sobreviví.

—Por mí. Te salvé.

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—¿Y qué? —pregunté—. Si somos iguales, ¿no te estás salvando a ti misma?

—No sabes nada de cómo funciona el mundo —dijo—. La forma en que


rebanas cosas y las pones de nuevo juntas de diferentes maneras. Elige fortaleza
y te dejaré vivir y te enseñaré a convertirte en cazadora.

—¿Si hago otra elección?

Sonrió, una cosa torpe que me hizo temblar.

—¿Por qué harías tal cosa? Si quisiera que murieras, podría haberte dejado en
el agua helada con el chico.

El chico. Lo había olvidado.

Ella tiene miedo del chico, susurró la voz en mi mente. Tiene miedo de que puedas
tomar una decisión diferente a la que ella tomó.

Entonces corrió hacia mí, sosteniendo el grueso y pesado bastón en sus manos
como un hacha, y se acercó a mí. Una vez más, mi mano encontró la hoja, pero
en lugar de apuñalarla, la dejé caer y me volví y corrí. Sus gritos me siguieron
hasta la marea que me arrastró a las aguas heladas...

...donde la cara blanca muerta del muchacho flotaba en la oscuridad.

Con todo el combate y la furia de la chica que nunca se rindió, lo agarré, pateé
mi camino hasta la superficie y arrastré su cuerpo pesado a la playa cubierta de
grava donde él tuvo arcadas y vomitó.
No había ningún rastro de la anciana. Encontré la longitud retorcida de
madera flotante pulida que había utilizado como un bastón no muy lejos de la
entrada a la cueva, donde un grupo de pisadas en la arena se detenía
abruptamente. Seguí las pisadas de regreso al interior de la cueva hasta que
llegué a donde el cuchillo había caído, pero no se encontraba. Era como si hubiera
desaparecido con la anciana.

Cuando salí, los ojos del chico estaban abiertos. Miraba fijamente asombrado.

—Iba a matarte —dijo.

—Lo sé.

339
Una madeja de cabello oscuro y húmedo cayó sobre su frente. Sangre le salía
por la nariz.

—Me salvaste.

—Lo sé.

—¿Que hacemos ahora?

Me alejé de la entrada de la cueva y me enfrenté a la longitud de la playa y los


grupos de casas amontonadas a lo largo de la costa con sus ventanas brillantes.

—Vamos a casa —dije, y tendí mi mano.

FiN
340
Jennifer Blackstream
—¿Otra prueba?

El tono suave y seductor susurró sobre la piel de Milly, envolviéndose en sus


sentidos de una manera que hizo temblar sus nervios en oleadas de hormigueo.
Se giró, golpeando su codo contra la piedra fría del alféizar de la ventana y
silbando mientras dolor se disparaba en sus huesos.

—¿Cómo haces eso? Esta vez te estaba esperando.

Su voz fue más profunda de lo que le hubiera gustado, y cruzó los brazos,
tratando de ver un reflejo del hombre que se había metido en su prisión… de
nuevo. Maddox le sonrió, y sus ojos grises centellearon con diversión. Su largo
cabello negro se deslizó sobre los lisos y pálidos músculos de sus hombros

341
mientras inclinaba su cabeza hacia ella.

—Te lo dije anoche, soy un sílfide. Hasta que tomo forma física, no puedes
verme venir como tampoco puedes ver el acercamiento de cualquier otra ráfaga
de viento.

Se acercó a ella con ligeros pasos tan silenciosos como una suave brisa, el leve
susurro de su suave camisa de algodón y pantalones apenas audibles sobre su
propia respiración. Se llevó un mechón de su cabello entre los dedos, sonrió
suavemente al dorado rizo mientras miraba hacia los montones y montones de
paja que llenaban la cavernosa sala de la torre que los rodeaba.

—¿Cómo puede el rey ser tan inmune a tu belleza, a tu encanto, que él te


prueba todavía? —Soltó el rizo, tomó su mandíbula con una mano.

La garganta de Milly se secó y le tomó dos intentos encontrar su voz.

—¿Cómo podría el príncipe de Sanguennay amenazar con desfigurar un


rostro tan guapo como el tuyo?

Maddox se echó a reír, una risa ronca.

—Me atrevo a decir que estaba en una mala posición para apreciar mi
apariencia. Me imagino que pocos hombres lo estarían, considerando que él
acababa de encontrarme en sus habitaciones privadas con su esposa. —Encogió
un hombro—. Mi culpa por completo. Debería saberlo mejor que volar después
de beber esa cantidad de vino.
Su risa profunda vibró cosas en el cuerpo de Milly y se mordió el labio para
no inclinarse más hacia su toque. Maddox bajó la mano y parte de ella lloró la
pérdida de su calor.

—Fue un error inocente y debería haber adivinado eso por el hecho de que te
desmayaste en la parte superior de la cómoda —señaló ella—. Además, trataste
de compensarlo. Le diste la mitad del tesoro de la sirena cuando lo encontraste,
aunque casi pierdes la pierna por el monstruo marino tratando de llegar a él.

Maddox arqueó una ceja.

—¿Recuerdas todas las historias que te he contado con tanto detalle?

—Sí —respondió inmediatamente—. No tengo aventuras propias para

342
recordar. —Su pecho se tensó y miró la puerta cerrada que la mantenía presa en
la torre, rodeada de montones de paja—. Irónico, ¿no? Después de que mi madre
murió, mi padre apenas me dejaba alejarme seis metros de nuestro molino por
miedo a que algo horrible pudiera sucederme. Y sin embargo fue su jactancia
escandalosa que puso mi vida en la línea. No una, sino tres veces.

—Milly.

La voz de Maddox acarició sus sentidos como un toque físico, una suave
manta sobre su piel. Ella no pudo evitar mirarlo, mirar sus hermosos ojos
plateados.

—Tu padre cometió un error tonto —dijo con suavidad—. Una mala elección
que trajo consecuencias con las que tendrá que vivir el resto de su vida.

Había algo en su voz que decía que ya no hablaba más del padre de Milly.
Como uno, ambos se volvieron para mirar la rueca en el centro de la habitación,
su madera pulida perfectamente enmarcada por los montones monstruosos de
paja amarilla.

—Convertir paja en oro —murmuró Milly.

Un músculo en la mandíbula de Maddox se tensó, pero él compuso en sus


labios una sonrisa.

—El destino, entonces, que mi error y el de tu padre se alinearan tan bien.


Madera crujió cuando Maddox bajó su gran cuerpo en el taburete frente a la
rueca. La chispa había dejado sus ojos, y la plata brillante era ahora el gris pesado
de un cielo hinchado por la lluvia.

—Él exigirá un precio. —La voz de él contenía el rugido de un gruñido, la débil


agitación de ira.

El estómago de Milly tocó fondo y puso sus manos a sus costados.

—Lo sé.

Maddox puso la mano derecha sobre la rueca, recogió un pequeño bulto de


paja con la izquierda. Se encontró con sus ojos entonces y allí había una ferocidad
que la dejó sin aliento.

343
—Si estuviera en mi poder hacer esto por ti, lo haría. No pediría nada a cambio.
—Las líneas alrededor de sus ojos se profundizaron, dolor brillaba en su mirada
ahora—. Es mi poder el que me deja escuchar tus gritos en el viento. Pero
convertir paja en oro... ese es él.

Un nudo se alzó en su garganta, impidiendo que alguna palabra escapara. Ella


asintió.

Él abrió la boca como si fuera a decir más, pero de repente su mano izquierda
se cerró alrededor de la paja, aplastándola en su agarre. Pupilas negras tragaron
sus iris gris pálido, hasta que no quedó nada más que oscuridad mirándola
fijamente. Un segundo después, aparecieron los iris rojos, que comenzaron a
brillar suavemente. Milly contuvo el aliento, sus venas llenas de agua helada
mientras observaba cómo el demonio se levantaba, empujando a Maddox lejos
de ella, profundamente en su propio subconsciente.

—Así que, necesitas mi ayuda de nuevo, ¿verdad?

La voz del demonio provenía de las cuerdas vocales de Maddox, pero no


sonaba para nada como él. No había indicio alguno de la extraña cadencia de
Maddox, esa cualidad susurrante que le recordaba a Milly el viento a través de
los árboles. No había rastro de su sonrisa en la macabra extensión de los labios
que le mostraban dientes blancos ahora.

Ella se enfrentó al intruso y endureció su columna.


—Una vez más, y luego no más.

—Una vez más tendrás que probarte a ti misma, y entonces el rey te convertirá
en su reina. —El demonio la miró de arriba abajo, un escrutinio lascivo que hizo
que su piel se arrastrara—. ¿Y qué me ofreces en pago esta vez? ¿Otro collar?
¿Otro anillo? Tenías tan bonitas baratijas...

—Tendrás la oportunidad de elegir un tesoro una vez que sea reina. —Su voz
vaciló a pesar de su determinación, su resolución debilitada por la visión de los
labios de Maddox acunando las palabras sarcásticas del demonio. La voz
diminuta que había estado gritando en su oído estas dos noches pasadas eligió
ese momento para gritar de nuevo. ¡No puedes casarte con el rey! ¡Ante ti está el
hombre que amas!

344
El demonio entrecerró sus ojos y el estómago de Milly rodó mientras la miraba
de arriba abajo. A diferencia de la mirada apreciativa de Maddox, la inspección
del demonio dejó su piel sintiéndose fría y húmeda, sucia como si acabara de
rodar en suciedad. Buscó a tientas detrás de ella los extremos de su delgada capa,
tiró el material verde desvanecido más firmemente alrededor de ella.

—No —dijo lentamente el demonio—. No, no creo que eso vaya a servir. ¿Qué
garantía tengo de que serás reina?

—Seré reina —dijo con firmeza—. El rey lo ha prometido. Todo lo que queda
entre mí y el trono es esta habitación de paja.

—Y la bolsa de carne que visto que atrae a tu mirada traidora así —se burló el
demonio.

Milly apartó la mirada, se dio cuenta de su error y miró de regreso. El demonio


estaba mirando directamente a sus ojos ahora, y su sonrisa se había vuelto aún
más aterradora.

—Tan típico de una mujer. Ustedes son todas criaturas tan inconstantes y
volátiles. —Su mano derecha azotó rápidamente contra la rueca, enviándola a un
torbellino de movimiento—. Voy a tejer por ti. Pero el precio no será menos que
tu hijo primogénito.

—¡No! —La palabra explotó de los labios de Milly antes de que pudiera
pensar, pero no importaba. No podría haber consideración de tal demanda.
—Muy bien. Entonces informaré a tus guardias. No tiene sentido obligarlos a
permanecer en el vestíbulo toda la noche cuando has tomado tu decisión. —Dejó
caer la paja en su mano al suelo como plumas arrancadas de un pájaro
forcejeando—. Mejor para mí de todos modos. Esta noche era mucho más
prometedora cuando observaba a través de los ojos de Maddox mientras
montaba a una ninfa joven y flexible. Regresar a sus brazos será mucho más
divertido que estar aquí toda la noche haciendo tu trabajo.

Las imágenes brotaron a la vida en el cerebro de Milly. Maddox entrelazado


con una criatura de otro mundo mucho más hermosa de lo que ella podría ser.
Amargura cubrió su garganta, se levantó para salpicar contra su lengua. Se
mordió el labio hasta que sangró, apartó las imágenes.

345
—Quiero hablar con Maddox. —Había querido decir que era una orden, pero
salió más como una súplica.

El demonio resopló.

—No. Me gusta mi posición de negociación tal y como está. Estarás de acuerdo


con mis términos, o llamaré a los guardias.

—¡Eso es chantaje!

El demonio cerró la distancia entre ellos tan rápidamente y silenciosamente


que bien podría haber sido una sombra proyectada por una linterna. La mano
grande que había jugado con su cabello tan suavemente hace un momento
envolvió sus rizos hasta la base de su cuello, giró su cabeza dolorosamente hacia
un lado para poder apoyarse y presionar sus labios en su oreja.

—Haz tu elección, pequeña —susurró, su aliento caliente en su piel, llevando


un toque de azufre—. Ha llegado el momento de trabajar o jugar, y la elección es
tuya. ¿Haré tu trabajo por ti? ¿O volveré con Maddox a jugar?

Milly apretó los labios, conteniendo la protesta que sabía que no le haría
ningún bien.

—Bien.

El demonio no le dio la oportunidad de reconsiderarlo. Medio voló hacia el


taburete, puso la rueda a girar furiosamente con una mano, usando la otra para
alimentar la paja en la madera que giraba locamente. Milly lo miró furiosamente,
su odio por el demonio ardiendo dentro de ella como un montón de carbones al
rojo vivo.

Nunca tendré un hijo, se prometió. No quiero tener hijos del rey de todos modos.
Era más fácil decirlo que hacerlo, pero Milly se negó a pensar en eso. En lugar de
eso, observó al demonio, esperó las señales reveladoras de que se había perdido
en su trabajo, que había abandonado la conciencia a Maddox.

Ahí. Tensión contrajo de nuevo sus músculos, su cabeza se levantó


bruscamente, mirada que se deslizó alrededor de la habitación con pánico veloz
antes de finalmente aterrizar en Milly. Ella contuvo la respiración, luchando por
mantener su compostura el tiempo suficiente para caminar hasta la rueca y
sentarse en el suelo delante de ella antes de que sus débiles rodillas cedieran.

346
—¿Qué te pidió esta vez?

La voz de Maddox era tranquila, pero la pregunta dolía tanto como si hubieran
sido escritas en pergamino, atadas a piedras, y arrojadas a su cuerpo
desprotegido. Milly quiso apartar la vista, ocultar la vergüenza que sabía que
debía estar grabada en su rostro, pero se detuvo. Si ésta fuera su última noche
con Maddox, no la desperdiciaría hablando de la desdichada elección que había
hecho para salvar su propia vida. Con cada gramo de autocontrol que le quedaba,
agitó su mano en el aire, tratando de barrer su preocupación.

—No hablemos de él. —Bajó la vista hacia su capa, la envolvió más fuerte
alrededor de sí misma como si pudiera protegerla del frío que la enfriaba de
adentro hacia afuera—. Cuéntame más sobre tus aventuras.

Los hombros de Maddox se contrajeron como si hubiera tratado de enfrentarla


más completamente, pero la tensión en su cuerpo traicionó el control persistente
del demonio. No estaba lo suficientemente presente como para evitar que
hablara, pero todavía estaba allí en su cuerpo, manipulando la rueda y
alimentándola con paja. Grilletes en el interior.

—Aventuras. —Maddox escupió la palabra como si supiera mal—. Es un


nombre demasiado grandioso para ellas. Estúpidas escapadas, eso es todo lo que
fueron. Tal vez si hubiera estado menos enamorado de las hazañas inducidas por
la adrenalina, estaría compartiendo mi cuerpo con una esposa en lugar de con un
demonio.
Sin permiso, la mente de Milly pintó una imagen tentadora de ella como la
esposa con la que Maddox habló de compartir su cuerpo. Aclaró su garganta un
poco demasiado fuerte, como si el sonido pudiera de alguna manera también
borrar la imagen de su imaginación optimista.

—No me contaste esa historia. —Vaciló, no queriendo traerle más dolor, pero
de alguna manera necesitaba saberlo—. Cómo llegaste a ser…

—Poseído. —Lanzó la palabra de sus labios como una piedra arrojada en un


estanque quieto, enviando ondas de agitación por la habitación. Sus dientes
apretados y se quedó con la mirada fija en sus manos que volaban sobre la
rueda—. Fue mi propia ignorancia, mi propia arrogancia. Los rumores estaban
por todas partes sobre el príncipe de Nysa. Los rumores de que había muerto,

347
que su cuerpo era ahora movido por un demonio y no por el hijo de la reina.
Dijeron que Afrodita había arrancado un incubus del plano astral y lo había
puesto en el cuerpo del príncipe, lo había hecho para proteger a la familia real de
la guerra que vendría si se supiera que su único heredero había muerto.

Milly se inclinó hacia adelante, sin importarle el frío suelo de piedra bajo su
palma.

—No he oído esos rumores.

—No lo harías. Eres humana, y tales asuntos rara vez se hablan fuera de los
círculos del otro mundo. —Hizo una pausa—. Excepto Dacia. Claro que, supongo
que es mucho más difícil ignorar a los seres de otro mundo cuando la familia real
es masacrada en un golpe y luego continúa gobernando después.

Vampiros. Milly se estremeció. Sí, todo el mundo sabía de los vampiros que
gobernaban Dacia. Si no fuera por las maquinaciones del príncipe Kirill, el
hombre frío con ojos como un cielo invernal, el comercio probablemente se habría
detenido por completo. Milly no sabía cómo el vampiro había mantenido el
comercio después de la terrible transformación de su familia, y mucho menos la
impulsó hacia alturas tan prósperas. Y no quería saberlo.

—Quería saber si era cierto —continuó Maddox—. Y como un niño, no pensé


más allá de la satisfacción de mi curiosidad. Aprendí a separar mi mente de mi
cuerpo para poder viajar al plano astral. —Su rostro se oscureció y la rueda giró
más deprisa, hilo de oro brillando mientras volaba por el aire para aterrizar en
una pila creciente a su lado—. Nadie me habló de los peligros de dejar mi cuerpo
desatendido. Y no me molesté en preguntar.

Milly se clavó las uñas en las palmas de las manos.

—El demonio entró en tu cuerpo cuando estabas en el plano astral.

Maddox asintió.

—Descubrí más tarde que tuve suerte. Un demonio mayor habría podido
evitar que volviera a mi cuerpo en absoluto, podría haber reclamado mi carne
por sí mismo y haberme dejado como un espíritu incorpóreo para siempre. —
Miró sus manos, a la rueda girando cada vez más rápido, al hilo dorado haciendo
espirales en el aire—. Al menos este demonio es simplemente mi conciencia. No

348
puedo forzarlo a salir, pero tampoco puede deshacerse de mí.

Milly retorció el manto entre las manos.

—¿No hay manera de exorcizarlo?

—No sin saber su nombre. —Los hombros de Maddox cayeron, tanto como
podían con el demonio todavía controlándolo, todavía usándolo para trabajar la
rueda—. No soy un exorcista. No tengo el poder o la experiencia para echarlo, y
hasta ahora, no he encontrado a nadie que pueda. Hay rumores de hombres y
mujeres lo suficientemente poderosos para hacerlo, pero cada vez que trato de
encontrarlos, para hablar con uno de ellos, el demonio toma el control y... —
Apretó la mandíbula e inclinó su rostro lejos de ella.

De repente Milly se sintió una desgraciada por quejarse de su vida aburrida,


por quejarse de que su padre se había negado a que ella controlara su propio
destino. Al menos tenía el control de su cuerpo, su mente. No estaba controlada
por un demonio.

—Lo siento —susurró ella.

Maddox la miró entonces, y había una sonrisa en su rostro, aunque no


alcanzara sus hermosos ojos grises.

—No lo lamentes. Por lo menos ahora puedo tener cierto consuelo de que mi
carga tiene sentido. Sin el demonio, habría oído tu súplica en el viento, pero no
hubiera sido capaz de hacer nada para ayudarte. —Miró el hilo de oro—. Quizá
pueda encontrar algún consuelo al saber que ayudé a poner una buena reina en
el trono de este maldito reino.

Algo afilado apuñaló el vientre de Milly, temor afilado hasta un punto fino.
No quiero ser reina. Quiero irme contigo. La emoción era tan fuerte que sus labios se
separaron, sus cuerdas vocales vibrando con la intención de hablar. Hizo un
ruido asfixiante mientras las tragaba de vuelta, humillación quemando sus
mejillas al pensar en cómo Maddox reaccionaría ante tal declaración de amor.
¿Cuántas mujeres humanas se habían lanzado a él? ¿Habían visto su belleza, oído
esa voz como un susurro en un dormitorio oscuro, y quisieron escuchar con su
cabeza presionada contra su pecho magro y musculoso?

—Tanto como esta tierra pueda conocer a una reina —dijo ella débilmente—.

349
No ha habido un verdadero rey en Midgard durante siglos.

—La familia de tu futuro marido ha hecho todo lo posible. —Maddox volvió


a mirar la rueda, y ahora había más resignación en el conjunto de sus hombros
que ira—. Controlan este valle, que es más de lo que nadie ha manejado.

—Lo controlan porque son mercenarios despiadados que no les importa lo que
tienen que hacer para mantener su poder. Han estado en este castillo por
demasiado tiempo, mirando hacia el valle desde su posición alta y poderosa.
¿Qué clase de rey amenaza de muerte por el fracaso de una tarea imposible,
entonces en el aliento siguiente promete matrimonio por el éxito?

Maddox sacudió la cabeza para mirarla y sólo entonces Milly se dio cuenta de
que había expresado esos pensamientos en voz alta, expresó su ira y burla por un
hombre con el que supuestamente ella quería casarse. Abrumada, abrió la boca
antes de que pudiera pensar en algo que decir, pero luego la cerró cuando la
mirada de él se trabó en la suya. Había una repentina intensidad en sus ojos, una
franqueza que parecía atravesarla para leer las palabras escritas en su alma.

Lo llamaste aquí, le pediste ayuda. Él está sentado allí con el demonio


moviendo su cuerpo como si fuera un títere, todo para ayudarte a casarte con un
hombre que acabas de calumniar. Bien podrías decirle que todo ha sido por nada.

—Tengo una caja de tesoros —soltó ella.

Las cejas de Maddox se alzaron, robando algo de la intensidad de sus ojos.


—¿Una caja de tesoros?

Calor escaldó las mejillas de Milly.

—Sí. Algo así. —El rubor se hizo más caliente y ella hizo puños sus manos a
los costados para no cubrirse el rostro con las manos—. Es para mí. Es donde
guardo las cosas que he recolectado. Las cosas... —Se interrumpió
miserablemente, su barbilla cayendo en su pecho en un patético intento de
ocultar su rostro—. Esto es muy vergonzoso.

—¿Qué clase de tesoros?

La voz de Maddox era suave y alentadora. Suficientemente suave que casi le

350
quitó la picadura de sus mejillas. Casi.

—No tengo mucho, sólo lo que fui capaz de negociar con los comerciantes que
pasaron a través de la aldea. Tengo plumas de un pájaro dorado que un marinero
encontró en el reino de Mu, una moneda de plata de Dacia, una bufanda de seda
de Nysa, una cabeza de lanza de Meropis y una extraña muñeca del rincón
meridional de Sanguennay.

Maddox sonrió, una sonrisa real que arrugó las esquinas de sus ojos.

—Es la mejor caja de tesoros de la que he oído hablar.

Milly suspiró.

—No es tan bueno como viajar a esos lugares, lo sé. Pero es lo más cerca que
puedo. —Miró hacia la puerta como si pudiera ver a través de ella, ver a los
guardias esperando allí—. De alguna manera dudo que tenga más libertad
cuando sea reina. El rey de Midgard no tiene tu pasión por viajar.

Tan pronto como las palabras salieron de su boca, se dio cuenta de cómo
sonaban. Su boca se secó, la voz en su cabeza chillando de pánico. ¡Bien podrías
habérselo propuesto, idiota! ¿Quieres oírlo reírse en tu cara?

—Pero supongo que es un pequeño precio a pagar por ser reina —se apresuró
a añadir, sin mirar a Maddox—. Tendré poder y dinero. Podré cuidar a mi padre.

Maddox no dijo nada, y Milly no podía mirarlo, no podía soportar la idea de


ver qué emoción debía estar grabada en su rostro. Qué tonta debe pensar que era
ella.
—Por favor, cuéntame más historias —dijo por fin, su voz tranquila y patética.

De nuevo, Maddox guardó silencio. Milly juntó sus manos, su corazón


golpeando su pecho. Por favor, empieza a hablar. Olvídate de todo lo que dije.

Maddox respiró profundamente y, un momento después, se lanzó en una


historia sobre navegar en un barco y ver a un ángel matar a un tritón que
intentaba arrastrar a un marinero de la nave a su muerte en aguas tempestuosas.
Milly se hundió de alivio. Podía escuchar la charla de Maddox toda la noche,
escuchar la calidad única y espumosa de su voz. Describía sus aventuras con tan
vívidos detalles que, si cerraba los ojos, podía fingir que estaba allí. Imaginar que
esta torre y sus montones de paja eran sólo una horrible pesadilla.

351
Al igual que con las noches anteriores, el tiempo pasó demasiado rápido, la
paja desapareciendo a una velocidad imposible. Después de lo que parecieron
simples momentos, los primeros rayos del sol llegaron a través de la ventana,
tocaron el hilo dorado que yacía en pilas donde una vez sólo había paja. Milly
observó con la amenaza de lágrimas calentando sus ojos mientras la luz del sol
recorría el hilo dorado, iluminándolo hasta que toda la habitación estaba llena de
oro brillante. Como si toda la torre estuviera ardiendo.

Se quedó donde estaba, sentada en el suelo polvoriento con la espalda contra


la pared debajo de la ventana. El frío de la piedra había penetrado en su cuerpo
hace horas, pero no la había molestado hasta ahora. Nada podía molestarla
mientras Maddox hablaba. Pero ahora él estaba levantándose del taburete, sus
manos alejándose de la rueca cuando el control del demonio se desvaneció. Era
hora de decir adiós.

Maddox no la miró. Su última historia había terminado con la primera luz,


como si la magia de sus historias fuera demasiado delicada para resistir la dura
luz del sol. Las dos noches anteriores, él le había sonreído antes de irse, le había
deseado bien. Pero esta vez mientras caminaba hacia la ventana, no dijo nada.
No podía verle los ojos a pesar de estar a menos de treinta centímetros de
distancia de él. Podría haber estado simplemente cansado, pero Milly no pudo
evitar la tonta voz en su cabeza que susurró que tal vez este último adiós también
iba a ser difícil para él.

Él se va a ir ahora. Se va a ir, y nunca lo volverás a ver. Si no dices algo ahora, te


odiarás para siempre. Di algo. DI ALGO.
Milly se puso de pie, casi cayendo sobre sus piernas dormidas, y que
amenazaban con arrojarla al suelo. Sus labios se separaron, pero antes de que
pudiera hablar, las manos de él se cerraron alrededor de sus bíceps. El mundo se
inclinó y de repente estaba mirando a sus tempestuosos ojos grises a sólo unos
centímetros de distancia.

—Ya sé que le prometiste pagarle al demonio. —Sus dedos se clavaron en sus


brazos y luego se moderaron en seguida—. Y sé que no me debes nada. ¿Pero si
pudiera ser tan audaz como para pedir una cosa antes de irme?

Su voz era incluso más ronca que de costumbre, un sonido que comenzó en la
base de su columna y se extendió a lo largo de sus nervios como una caricia
aterciopelada. Las deliciosas sensaciones que inspiraba la voz casi robaron la voz

352
de ella, volviendo a sus próximas palabras entrecortadas y ligeras.

—¿Qué deseas?

Los ojos grises se oscurecieron de hambre, su atención cayó a su boca.

—Un beso. Solo un beso.

Ella habría dicho que sí si su cuerpo le hubiera dado la oportunidad. Tal como
estaba, su disposición era demasiado clara en la forma en que se precipitó hacia
él, tan ansiosa por concederle la petición que apenas podía respirar. Él hizo un
sonido profundo en su pecho que era pura satisfacción masculina y sus piernas
temblaron, su cuerpo hundiéndose mientras sus rodillas cedían.

Un brazo fuerte le rodeó la cintura y la arrastró contra su cuerpo. Sus labios se


deslizaron sobre los de ella, un beso suave que dolía con moderación. Antes de
que su coraje pudiera fallarle, ella le echó los brazos al cuello y lo acercó más, se
apretó más contra él hasta que pudo sentir el contorno de sus sólidos músculos a
través del áspero material de su camisa y del fino algodón de su vestido. Si ésta
iba a ser su última oportunidad, su último encuentro, entonces no había razón
para contenerse. Que él la considere una humana tonta, una de las muchas que
habían caído por sus encantos. Al menos tendría este recuerdo para durarle a
través de la farsa de un matrimonio que la esperaba.

Maddox gimió y profundizó el beso, pasándole la lengua entre los dientes,


provocándola a jugar con él. La tensión cayó en sus músculos, un temblor de
promesa que hizo que Milly deseara que el rey no viniera por ella, le hizo desear
que tuvieran más tiempo, que hubiera tenido el coraje de pedir este beso ella
misma cuando él había venido por primera vez. Antes de que se enfrentara a una
vida sin él, antes de que ella hubiera hecho su trato final con el demonio...

El beso terminó demasiado pronto. Maddox retrocedió lentamente y con


esfuerzo, como si el sol los hubiera derretido. Mientras se retiraba, sacó palabras
de dentro de Milly, palabras que ella nunca había querido hablar.

—No quiero ser reina.

Maddox se congeló. Las manos que lentamente se alejaban de ella


repentinamente se apretaron, dedos clavándose en sus caderas con la fuerza para
dejar una contusión.

353
—¿Qué dijiste?

—No quiero ser reina. —Sus ojos se abrieron de par en par, pero no podía dejar
de hablar, no ahora que había empezado—. Deja que el rey conserve el oro, no
me importa. Quiero otra baratija para mi caja de tesoros, quiero encontrarla yo
misma en una playa o en alguna tienda lejana. Quiero ver el mundo, quiero salir
de este miserable pequeño valle. —No podía respirar, no podía detener las
palabras que luchaban por escapar a través de la grieta en la pared de su
autocontrol. Tenía las manos en la camisa de él, sosteniéndola con tanta fuerza
como él la sostenía a ella—. Llévame contigo.

—Nunca estarías a salvo conmigo. —La voz de Maddox era ronca y bajó la
mirada hacia su cuerpo antes de volver su mirada a ella—. Con nosotros.

Él no la soltó, su agarre todavía inflexible como si sus huesos y músculos


mismos lucharan por mantenerla. La confianza de Milly aumentó y ella levantó
la barbilla.

—Si me dejas, me veré forzada a casarme con un hombre que amenazó con
cortar mi cabeza no una sola vez, sino tres veces si no llenaba sus arcas con oro
hilado de paja. ¿De verdad crees que estaré a salvo con él? —Señaló la ventana
con un dedo tembloroso—. Este no es uno de los cinco reinos. Este es Midgard,
tierra del caos. Eventualmente, alguien intentará tomar este valle de mi posible
marido, y cuando lo hagan, necesitarán un milagro para mantenerlo. No puedo
ser ese milagro. Y ambos sabemos lo que me pasará cuando se den cuenta de eso.
Ira brilló en los ojos de Maddox como la luz de la luna en un lago revuelto. No
habló por varios minutos y Milly habría perdido el corazón si no la estuviera aún
abrazando con tanta fuerza.

—El rey no te entregará fácilmente —dijo él finalmente.

La protesta era débil, despojada de su fuerza por la pasión que dejaba su voz
baja y áspera. Los ánimos de Milly se elevaron.

—Entonces huye conmigo. Tengamos otra aventura grandiosa y terriblemente


estúpida.

Maddox levantó una mano para cepillar su cabello hacia atrás, una débil risa
cayendo de sus labios mientras la tensión dejaba sus hombros.

354
—Había pensado que nunca más desearía otra aventura. Pero tú, mi pequeña
entusiasta hija del molinero... me haces querer vivir otra vez.

Milly le devolvió su sonrisa con cada pizca de su ser, cerrando los ojos e
inclinándose hacia adelante para aceptar el beso que ella podía sentir venir.

De repente lo sintió. El cambio, la fresca sombra del demonio clamando de


nuevo en carne robada. Sus ojos se abrieron cuando Maddox se puso rígido, una
protesta enfurecida sofocada una fracción de segundo antes de que sus ojos
ardieran con una luz rojiza. Ella gritó y trató de alejarse, pero el demonio apretó
sus brazos alrededor de su cintura, la sostuvo en una mímica pervertida del
abrazo apasionado de Maddox.

—Lo sabía —siseó—. ¿Creíste que no volvería? ¿Qué no me aseguraría de que


mantendrías tu parte del trato? Puede que no pueda escuchar las dulces palabras
que compartes con este tonto, pero este es mi cuerpo ahora, y puedo sentir lo que
hace.

Él la miró con recelo entonces, y su piel se enfrió y se humedeció a raíz de su


persistente evaluación. Una vez más trató de romper su agarre, pero el demonio
se rió y la abrazó más fuerte.

—Un beso tan dulce de adiós —se burló—. Si no fueras tan patética, tal vez lo
hubiera disfrutado con él. —La empujó contra él, cerrando su agarre hasta que
no pudo respirar—. Cumplí con mi parte del trato. La paja es oro, y el rey se
casará contigo. No sé qué promesas hizo Maddox, ni lo que le prometiste, pero
sé esto. Tendré a tu primogénito. —Se inclinó más cerca, susurró las siguientes
palabras en su oído—: No importa quién sea el padre.

Su primogénito. El primogénito de Maddox.

Furia quemó su miedo a cenizas, la infundió con una oleada de una muy
necesaria adrenalina. Milly mostró sus dientes y empujó contra el demonio,
dándose el espacio suficiente para obtener el aliento que necesitaba para hablar.

—No. No lo harás. Vamos a encontrar una manera de deshacernos de ti. Hay


quienes pueden ayudar, aquellos que pueden forzarte a salir de su cuerpo para
siempre. Tal vez puedas mantener a Maddox lejos de ellos, pero no puedes
detenerme. Los encontraré y los traeré de vuelta. Llama a los guardias si quieres,

355
Maddox sólo vendrá a mí más tarde. No puedes luchar contra él para siempre.

El demonio gruñó, retorciendo el hermoso rostro de Maddox en algo horrible,


como una vela dejada demasiado cerca de una estufa caliente.

—Te mataré, muchacha. No pienses que Maddox...

Un gruñido de dolor de sus propios labios lo cortó y el demonio la soltó, medio


la lanzó de espaldas. Milly cayó, golpeando el suelo de piedra con un gruñido de
dolor. Observó, hipnotizada, mientras el cuerpo de Maddox se contorsionaba,
músculos temblaban como si se pudieran desprender del hueso. No duró más de
unos segundos, y cuando terminó, el demonio la fulminó con el odio que ardía
en sus ojos rojos.

Milly se tragó el miedo, se obligó a sonreírle.

—¿Qué pasa? ¿El paseo fue un poco agitado?

—No te desharás de mí —gruñó el demonio—. Uno de ustedes, o ambos,


morirá primero.

La sonrisa de Milly se marchitó, pero la mantuvo fija en su rostro. El demonio


no estaba tan seguro como parecía, podía verlo en sus ojos. Pero tampoco lo
estaba ella. ¿Y si esa breve lucha fuera la cumbre de lo que Maddox podría hacer?
¿Lo más duro que podía luchar?

—Tal vez puedas ser capaz de matar a uno o a los dos. —Asintió lentamente—
. O tal vez estás equivocado. Podría ser que encontremos una manera no sólo de
desterrarte de Maddox, sino de encerrarte permanentemente. —Se incorporó con
indiferencia forzada, golpeó un dedo contra su barbilla—. Me parece que ha
habido casos de demonios atrapados en botellas, o incluso objetos encantados.
Una especie de luciérnaga en una jarra, perfectamente inofensiva.

El demonio no dijo nada. Se quedó allí, mirándola como si fuera una mosca
que acababa de aterrizar en su sopa. La confianza de Milly aumentaba con cada
segundo que pasaba, cada segundo que lo mantenía de pie allí, sin ofrecer
ninguna amenaza. Entonces algo se deslizó a través de los ojos rojos del demonio,
y él asintió.

—Muy bien —dijo finalmente—. Entonces propongo otro trato.

356
El corazón de Milly saltó, pero luchó para mantener su rostro tranquilo.

—Estoy escuchando.

El demonio se acercó a la rueca, arrastró un dedo sobre el huso.

—Te daré hasta el atardecer. Si puedes adivinar mi nombre, dejaré a Maddox


para siempre. Si no puedes, entonces nuestra negociación procede según lo
previsto, con la estipulación añadida de que ni tú ni Maddox harán algo para
tratar de detenerme, para tratar de deshacerse de mí, antes de que yo consiga al
niño que es legítimamente mío.

Queridos dioses. Quiere poseer a mi hijo. Milly sacudió la cabeza mientras se


levantaba, sacudiendo su falda para ocultar el temblor de sus manos.

—No. Déjame darte algo más por tu ayuda. Puedo conseguirte oro, o te
encontraré un tesoro...

—Nada de lo que me puedas ofrecer sería tan valioso como la vida que ya me
prometiste. Tendré al niño.

—Sé razonable. Me diste oro. Pedir una vida…

—Te di más que oro, y bien lo sabes — gruñó el demonio. Pasó una mano por
la rueda y la hizo girar con un zumbido bajo y constante—. Ese oro es todo lo que
se interpone entre tú y la muerte. Te he dado tu vida, y tendré una vida a cambio.

Milly apretó los dientes. No tenía sentido. El demonio no cedería, no retiraría


su reclamo de la vida que había sido tan tonta como para prometerle. La
oportunidad que le había ofrecido de adivinar su nombre era lo más lejos que
podría llegar. Su única oportunidad.

—Bien. Hasta el atardecer.

El demonio huyó de la conciencia de Maddox tan rápidamente, que Maddox


tropezó y casi cayó sobre la rueca. Su codo golpeó la punta del huso y siseó,
arqueándose lejos de la maldita cosa mientras una gotita roja brillante de sangre
aparecía en su piel. Todavía se estaba frotando el codo y reorientándose cuando
su mirada aterrizó en Milly. Inmediatamente se enderezó y tomó aliento para
hablar.

El ruido de la cerradura de la puerta siendo desbloqueada lo cortó. Los ojos de

357
Milly se abrieron de par en par y sin pensarlo, corrió a sus brazos, demasiado
molesta para saborear la forma en que la abrazó sin vacilar.

—Es demasiado tard…

Antes de que pudiera terminar su frase, el cuerpo de Maddox cambió. Un


minuto estuvo acurrucada en sus cálidos y sólidos brazos, al siguiente él se había
ido, y sólo una extraña presión ondulante marcaba dónde había estado. Las
bisagras de la puerta crujieron y ella miró hacia la puerta, su corazón en su
garganta. La presión alrededor de ella aumentó y la habitación se inclinó
locamente. Apenas tuvo tiempo de respirar para gritar antes de volar, saliendo
disparada por la pequeña ventana y en el aire. Gritos sonaron detrás de ella, pero
se desvanecieron rápidamente mientras era llevada a una velocidad vertiginosa.

Milly no tenía palabras para describir la sensación de volar en lo que estaba


cada vez más segura eran los brazos de Maddox. Sus nervios bailaban con
alegría, la caricia del aire contra su piel lo suficientemente firme para sostenerla,
pero aun así era notablemente amable. La tierra volaba por debajo de ella, pero
mientras se ajustaba a la sensación de volar, podía concentrarse lo suficiente para
distinguir puntos de referencia. La tierra se abrió en una grieta verde y la presión
contra ella se alivió. Maddox bajó en círculos perezosos hasta que sus pies
tocaron la hierba.

Dejó que ella recuperara el equilibrio y, antes de que pudiera volverse, había
tomado la forma física que le había conocido desde aquella primera noche. Sus
cabellos negros flotaban alrededor de él sobre los restos de una brisa y sus ojos
grises estaban afilados con preocupación mientras pasaba dedos suaves por su
rostro, por sus brazos.

—¿Qué pasó? Sentí que te agarraba.

Y así, la emoción de volar se evaporó, y la sensación de hundimiento volvió a


su estómago. Rápidamente, y con la menor desesperación que pudo, le contó a
Maddox el nuevo trato. Era difícil hablar más allá del nudo en su garganta, y ella
escaneó su cara todo el tiempo, esperando el momento inevitable en el que se
daría cuenta de lo tonto que sería atarse a ella y su terrible, terrible promesa. Por
los dioses, se conocían desde hacía menos de tres días. En cualquier momento,
todo se hundiría.

358
Cuando terminó, esa mirada todavía no había llegado. Maddox se limitó a
apretar los labios y sacudió la cabeza.

—He tratado de averiguar su nombre. No puedo. —Apartó la mirada


entonces, una sombra cayendo sobre sus rasgos fuera de lugar con el campo
soleado alrededor de ellos.

Milly le puso una mano en el brazo, intentando reunir una confianza que no
sentía.

—Pero eso fue cuando estabas tratando solo. Esta vez me tendrás a mí para
ayudarte.

Apoyó una mano sobre la de ella, se volvió para mirarla con sólo el fantasma
de una sonrisa tentativa.

—Milly, es imposible. El demonio viene del plano astral. Me llevaría mucho


más de veinticuatro horas buscar en ese reino por alguien que pudiera conocer
su nombre.

—Tiene que haber una manera. — Una idea le vino a la cabeza y Milly agarró
su hombro—. Espera un minuto. ¿Qué hay del príncipe Adonis?

—¿Qué hay de él?

—Dijiste que es del plano astral. Y Afrodita lo eligió para ayudar a la familia
real de Nysan, por lo que debe tener un buen corazón. ¿Tal vez podría
ayudarnos?
Ayudarnos. Somos un nosotros.

El pensamiento la hizo acercarse, probando. Maddox inmediatamente la rodeó


con un brazo, tan natural como si hubieran estado juntos durante años en lugar
de días. Milly no pudo evitar la sonrisa que se extendió por sus labios y se entregó
a la necesidad de apoyar su cabeza en su pecho, dejar que el calor de su cuerpo
ahuyentara el último escalofrío de la torre.

Finalmente, Maddox asintió.

—Es posible. —Él se inclinó hacia atrás y Milly inclinó su cabeza para mirarlo
a los ojos mientras él rozaba una mano sobre el lado de su rostro, ahuecando su
mandíbula—. Es bien sabido que el príncipe Adonis tiene una debilidad por los

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amantes. Podría estar dispuesto a ayudarnos.

Milly se apoyó en su tacto, su corazón elevándose con esperanza a pesar de


los obstáculos que se avecinaban ante ellos. La palabra “amantes” resonó en su
cabeza con la seductora voz de Maddox. Casi se perdió el músculo tensándose
en su mandíbula, casi no lo oyó cuando volvió a hablar.

—Pero nunca llegaremos a tiempo. El demonio puede sentir cualquier cosa


que hago físicamente. No nos impidió salir de la torre, pero dudo que se quedara
sentado ocioso y me dejara ir a buscar ayuda. —Apartó la vista de nuevo, y una
tensión se arrastró en su voz—. No puedo luchar contra él todo el camino. No
tengo manera de saber dónde podría terminar. Y tendría que dejarte sola. —Miró
hacia atrás en dirección al castillo, todavía visible arriba en la montaña—. El rey
enviará gente a buscarte.

Milly luchó contra una repentina oleada de dudas. No se rendiría ahora. No


cuando tenía la oportunidad de una vida feliz con Maddox.

—¿No puedes viajar al plano astral?

Maddox se puso rígido.

—Sí, pero si saliera de mi cuerpo, eso te dejaría aquí a solas con él.

El placer de estar cerca de él la distraía de la tarea que tenía en manos y tuvo


que obligarse a concentrarse lo suficiente como para discutir.

—Quiere a mi hijo, él no va a lastimarme.


—No sabes eso.

Él apretó los labios contra su frente en un suave beso, y Milly soltó un pequeño
suspiro de satisfacción.

—Lo que sí sé es que, si no te vas ahora, algún día voy a tener a nuestro hijo
en mis brazos y ese horrible demonio vendrá por él. O ella. —Apretó su frente
contra su pecho y por un momento, la desesperación amenazó con tragársela por
completo—. No creo que pueda vivir con eso. No cuando sabría que mi
debilidad, mi disposición a ofrecer la vida de mi hijo a cambio de la mía, fue la
razón de todo.

Maddox la abrazó y asintió.

360
—Muy bien. Pero por el amor de los dioses, ten cuidado. Volveré tan pronto
como pueda.

A pesar de su demostración de bravuconería, Milly tuvo que morder el interior


de su mejilla para evitar llamarlo para que regrese mientras su forma física se
diluía, se hacía más y más translúcida hasta que no pudo verlo, sólo pudo sentirlo
pasar como una ráfaga de viento. Su interacción con el demonio hasta este punto
se había limitado a regatear por su ayuda. Por alguna razón, el demonio siempre
había permitido que Maddox tuviera el control mientras trabajaba. Ahora serían
sólo los dos por el tiempo que le tomara a Maddox encontrar al príncipe Adonis.

Por favor, date prisa, Maddox.

El cuerpo de Maddox se estremeció y tembló mientras el demonio se elevaba,


como si la conciencia del demonio fuera de un tamaño diferente. La negrura
consumió el blanco de sus ojos, brillando carmesí reemplazando sus hermosos
iris plateados. El demonio parpadeó y miró a su alrededor, recobrando el rumbo
antes de mirar a Milly con sospecha.

—Estoy solo en este cuerpo. ¿A dónde ha ido nuestro Maddox que era tan
importante que me dejó a solas contigo?

Dio un paso más hacia ella y Milly cruzó los brazos, apenas resistiendo el
impulso de retroceder.

—Se fue para que yo pueda hablar contigo. Estoy lista para empezar a
adivinar.
El demonio arqueó una ceja, estudiándola durante un largo momento como si
evaluara la verdad de sus palabras. En lugar de luchar contra su nerviosismo,
Milly lo usó. Tragó saliva, fingió luchar para encontrarse con los ojos del
demonio.

—Tengo conjeturas ilimitadas, ¿verdad? ¿Puedo seguir adivinando hasta el


atardecer de hoy, no importa cuántas veces adivine mal?

Una sonrisa se deslizó a través de la cara del demonio, torciendo la boca de


Maddox en algo hambriento y monstruoso. Cruzó sus propios brazos, imitando
su posición.

—Adivina incorrectamente tantas veces como quieras. Espero con ansias

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poner toda esta tontería detrás de nosotros.

Mantenlo ocupado. Sigue adivinando hasta que Maddox vuelva.

Comenzó con nombres de los miembros de la familia, y luego fue a otras


personas en su pueblo. Nombró a los miembros de las familias reales que conocía
y a los comerciantes que habían pasado por el valle. Buscó nombres de cuentos
de hadas y nombres de legendarios guerreros.

El demonio sacudió la cabeza cada vez, la sonrisa en su rostro creciendo,


extendiéndose más de lo que debería haber sido capaz, hasta que su boca fue un
corte a través del hermoso rostro de Maddox. Milly se puso más creativa,
comenzó a repetir nombres, pero diciéndolos hacia atrás. El demonio resopló
ante su estratagema, pero siguió sacudiendo la cabeza.

El tiempo pasó, y el sol hizo su camino lentamente pero firmemente a través


del cielo. La boca de Milly se secó, su garganta picaba mientras continuaba
adivinando. El demonio pareció cansarse también, acomodándose sobre la hierba
y apoyando la cabeza en su mano mientras seguía sacudiendo la cabeza ante cada
suposición. Su evidente incomodidad le agradó a Milly y le dio la fuerza y la
voluntad que necesitaba para seguir adelante. Sólo para ser difícil, empezó a
repetir nombres si él no sacudía la cabeza, a veces gritándolos en su cara como si
tuviera problemas auditivos.

Hizo tiempo entre sus suposiciones, tratando de darle a su garganta el poco


alivio que podía. El cielo se puso rosado y el demonio se sentó un poco más recto,
la irritación desapareciendo de su rostro, reemplazada con una amplia sonrisa.
Milly lo miró a los ojos, rezando para que el negro y el rojo cambiaran, para
convertirse en el blanco y plateado de los verdaderos ojos de Maddox.

Por favor, Maddox. Por favor.

Una sombra pasó por encima de su cabeza, apenas perceptible en la luz que se
desvanecía. Milly la ignoró, demasiado concentrada en los ojos de Maddox para
prestar atención. Entonces el demonio levantó la vista, y su rostro se contorsionó,
su nariz se arrugó en disgusto, sus ojos ardieron con odio súbito. Milly levantó la
vista entonces, y sus pulmones se congelaron.

Otro demonio.

Su corazón latió furiosamente, un ritmo doloroso. El demonio era grande,

362
grandes alas coriáceas que acunaban el viento, elevándose con la gracia de un
halcón. Dio una vuelta más baja, dándole a Milly una buena vista de los gruesos
cuernos que formaban una corona alrededor de su cabeza, ojos que sostenían
chispas de rojo como canela ardiente. Aterrizó a menos de tres metros de
distancia de ella con apenas un sonido.

—¿Eres Milly? —preguntó.

El habla parecía más allá de ella por el momento, la combinación de su


garganta torturada y el repentino bulto que había surgido conspirando para
robar su voz. Ella movió su cabeza de un lado a otro, resollando mientras trataba
de respirar a través de su pánico.

El recién llegado demonio le dio una sonrisa sorprendentemente suave. La luz


de sus ojos se desvaneció, los iris rojos se convirtieron en un rico avellano y el
negro desangrándose a blanco. Sus cuernos y sus alas se derritieron, el taparrabos
alrededor de sus caderas se extendió para formar una rica túnica del color de una
ciruela fresca, un cinturón de lavanda pálida cayendo sobre su hombro, sujetado
por un broche de plata. Un rizo de cabello castaño oscuro cayó perezosamente
sobre un ojo y resopló un soplo para sacarlo de su camino.

Su nueva apariencia era menos aterradora, pero Milly era muy consciente de
que el peligro podía venir en hermosos paquetes. Miró desde el nuevo demonio
a la forma poseída de Maddox, distraída del acercamiento del nuevo demonio
por el silbido que provino de la boca de Maddox.
—No tienes ningún asunto aquí — gruñó el demonio.

El recién llegado lo ignoró, sonrió a Milly cuando se acercó, se inclinó para


susurrarle al oído. Tomó más audacia de lo que quería admitir no apartarse, pero
algo sobre la furia en el rostro de Maddox la mantuvo quieta, la hizo escuchar
con mucho cuidado las palabras que se pronunciaban tan suavemente en su oído.
Una sonrisa se dibujó en las comisuras de su boca y ella encontró los ojos de
Maddox.

—Rumpelstiltskin.

Ella arrojó el nombre al demonio, ni siquiera el sonido de su pobre voz rasposa


suficiente para robar el triunfo levantando su alma. Los ojos del demonio

363
explotaron en llamas, la luz de sus iris carmesí pintando su rostro de un rojo
sangre. Echó la cabeza hacia atrás y gritó su rabia hacia el cielo, un sonido que se
disparó por la columna de Milly, sumió a sus músculos en un apretón doloroso
y agonizante. Se ahogó, tratando de respirar, sus pulmones doloridos en la débil
protesta. Sus nervios crujieron dolorosamente cuando se obligó a ponerse de pie,
para enfrentarse a Rumpelstiltskin mientras los últimos rayos del sol se
arrastraban sobre el demonio aullante.

Rumpelstiltskin la miró entonces, y ella pudo saborear su odio en el aire entre


ellos. Levantó una de las manos de Maddox, los dedos enroscados en garras. El
temor amenazó con hacer retroceder a Milly, pero se enfrentó a él. La oscuridad
estaba llegando. Durante las últimas tres noches, la oscuridad le había traído a
Maddox. Lo traería de nuevo, ella sabía que lo haría. Tenía el nombre de
Rumpelstiltskin, y su palabra de que se iría para siempre. Ya no había nada que
temer.

El demonio dio un paso hacia ella, levantó la mano como si fuera a atacar. Ella
pinchó un dedo en su pecho.

—Vete, Rumpelstiltskin. Vete y nunca vuelvas a tocar este cuerpo.

La mano atravesó el aire, pero antes de que el golpe cayera, algo zumbó contra
la punta de su dedo. Dolía, pero no dolía, y se fue tan rápido que no pudo decidir.
Los ojos de Rumpelstiltskin se abrieron, su mandíbula se aflojó en sorpresa.
Empezó a gritar, pero el sonido terminó abruptamente, y el cuerpo de Maddox
se desplomó contra ella.
Milly soltó un gruñido mientras se encontraba bajo el peso de Maddox. El otro
demonio estaba de repente allí, ayudándola a apoyar a Maddox mientras su
cabeza se movía de un lado a otro y parpadeaba sombríamente en la creciente
oscuridad.

—Funcionó —dijo Maddox con voz ronca—. Ya no puedo sentirlo. Se fue.

—Y qué bien que se fue —dijo el otro demonio.

Él chasqueó los dedos y de repente una bola de luz dorada apareció, flotando
sobre su hombro. Se balanceaba como si estuviera viva, revoloteando entre Milly
y Maddox, iluminando sus hermosos rasgos y reflejándose en sus perfectos ojos
plateados.

364
Milly se sonrojó, repentinamente tímida sin la adrenalina que la había
mantenido en pie todo el día. Dio un paso hacia atrás mientras el demonio
estabilizaba a Maddox en sus pies, permitiendo que volviera a recobrar el rumbo.
Los ojos de Maddox la siguieron y el aliento de Milly se calmó en su pecho, su
corazón saltando en su garganta. Un segundo después, Maddox se lanzó a través
de la distancia que los separaba. La agarró, tropezando unos cuantos pasos
mientras la arrastró a sus brazos y la abrazó con fuerza. Finalmente se estabilizó,
se quedó allí abrazándola como si fuera la última cosa sólida en la tierra.

—Pensé que llegaría muy tarde —le susurró en el cabello.

Ella luchó en sus brazos, luchó por abrazarlo, lo abrazó tan fuerte como pudo.

—Nunca llegas tarde. Siempre has estado allí exactamente cuando te


necesitaba. —Su garganta estaba irritada, y su voz se agrietó cada dos sílabas,
pero no le importaba. No importaba, no cuando Maddox estuviera sano y salvo
en sus brazos.

—Guarda tu voz. —Él acarició su frente, plantó un beso en su sien—.


Tendremos mucho tiempo para hablar más tarde.

Un montón de tiempo. No más temer a la luz de la mañana, no más esperar


que la oscuridad caiga. Podrían estar juntos ahora, por el tiempo que quisieran.
Milly curvó los dedos en su ropa, sosteniéndolo mientras hacía la pregunta
zumbando en su cabeza como un insecto molesto.

—¿No hay dudas?


—Nunca. —Se puso rígido, se apartó para poder mirar su rostro—. ¿Estás
teniendo dudas?

Había un recelo en las líneas de su rostro que le lastimaban el corazón, le decía


con más que palabras que ella no era la única que se sentía un poco vulnerable
ahora que la emoción había terminado. Ella negó con la cabeza y le puso una
mano en el rostro, rozando su pulgar sobre su pómulo alto.

—Nunca. Esta fue mi primera aventura, y no puedo imaginar un final mejor.

Maddox rió y acarició la línea de su mandíbula con la punta de un dedo.

—Y hay más de donde vino —prometió él.

365
—Eso es precisamente lo que quería oír.

Los brazos de Maddox se tensaron alrededor de ella, y el gruñido en su pecho


resonó contra su piel. Inclinó sus cuerpos para ponerse entre ella y el orador, pero
luego se relajó cuando su mirada aterrizó en el hombre que había traído el
nombre de Rumpelstiltskin a Milly. El demonio estaba de pie fuera de su camino,
esperando pacientemente con una sonrisa de conocimiento en su rostro y un
brillo en sus ojos avellana.

—Príncipe Adonis. —Maddox inclinó su cabeza hacia abajo en un gesto de


respeto, su agarre aflojándose alrededor de Milly, aunque no la dejó ir—.
Perdóname, yo...

—No te disculpes. —Adonis agitó una mano, casi golpeando el fuego fatuo
que había flotado de regreso para bailar delante de él—. Pensaría menos de ti si
te hubieras tomado el tiempo de hablar conmigo cuando tenías a esta preciosa
dama ante ti.

Milly parpadeó, su mandíbula cayó abierta al darse cuenta de quién era el


demonio.

—Príncipe Adonis... de Nysa. Realmente es usted.

—En carne y hueso. —Adonis guiñó un ojo, luego rió como si disfrutara de
una broma privada—. No voy a tomar demasiado de su tiempo, ya que sólo
puedo imaginar lo mucho que tienen que hablar después de ese torbellino
impresionante de acontecimientos. Sólo quería robarles un momento para
extender... una invitación.

—¿Una invitación? —repitió Milly.

—Sí. —El príncipe demonio sacó algo del aire y se llevó sus dedos a sus labios.
Un suave resplandor rojo iluminó sus facciones y dejó caer su mano, tirando
humo de la punta brillante del cigarrillo que ahora sostenía—. Ha llegado a mis
oídos que el rey Midas puede estar un poco molesto con ustedes durante algún
tiempo. —Humo salía de su boca mientras hablaba, infundiendo el aire con el
olor de clavos—. Sucede que, algunos compañeros míos y yo estamos buscando
algunas parejas aventureras para establecer un reino recientemente fundado.
Estamos empezando desde cero, y estamos buscando hombres y mujeres que no

366
les importa un poco... de emoción. Estaríamos muy complacidos si se unen a
nosotros.

¿Un nuevo reino? Milly miró a Maddox, sin saber cómo responder. Sus nervios
bailaban bajo su piel, pero no estaba segura si era miedo... o anticipación.

—Te debemos una gran deuda —dijo Maddox con cuidado—. Si esto es lo que
usted pide como retribución…

—No hay deuda. —Los ojos de Adonis brillaron para emparejar la punta de
su cigarrillo, una cálida cólera calentando su voz—. El destierro de
Rumpelstiltskin fue un placer. Él tenía una desagradable inclinación por ayudar
en matrimonios miserables. Cualquier cosa que pudiera hacer para apoyar un
matrimonio que no tuviera nada que ver con el amor, y él estaba allí con mucho
entusiasmo. —Levantó el cigarrillo a sus labios, inhalando bruscamente mientras
una sombra pasaba por su rostro—. Y planear poseer a un niño. Eso es
imperdonable. —Se iluminó, exhalando otra nube de humo mientras miraba a
Milly—. En todo caso, siento que te debo otro favor. Tomar su talento para tejer
oro fue un golpe ingenioso. No le pone un punto final a esto, sino que más bien
te hará una candidata mucho más deseable a los ojos de cierto vampiro. Siempre
le complace encontrar otro medio de financiación.

Milly frunció las cejas, tratando de seguir la línea de pensamiento del


demonio.

—¿Tomar su talento? Yo no...


—Te amenazó cuando lo venciste, trató de ofrecer violencia en vez de honrar
su trato. Estaba dentro de tus derechos exigir una recompensa. —Él sonrió—. Lo
llamaste por su verdadero nombre, lo tocaste mientras lo desterrabas. No
especificaste lo que pediste en pago, así que la magia eligió por ti.

—Yo... yo no lo sabía. ¿Quieres decir que ahora de verdad puedo convertir la


paja en oro? —Milly se balanceó, se inclinó contra Maddox por apoyo mientras
procesaba esta nueva información.

Adonis asintió.

—En efecto. Lo que nos lleva de nuevo a mi punto. El rey Midas no te dejará
ir voluntariamente. Espero que consideren mi invitación.

367
Maddox miró a Milly y sonrió.

—Pues, ¿qué piensas? ¿Podemos volar a través de tu antigua morada,


conseguir tu caja de tesoros? ¿Tal vez comprar unas cuantas más para contener
todos los maravillosos tesoros que vas a encontrar?

Milly le devolvió su sonrisa con una propia, su corazón hinchándose hasta que
lágrimas calentaron sus ojos.

—No puedo esperar.

FiN
368
Alethea Kontis
El demonio estaba esperando por ella cuando el cazador la guió hacia el
bosque. Él sabía exactamente quién era y dónde estaría, cuándo llegaría y cómo
olía, lo que comía y la talla de sus zapatillas, el sonido de su voz y exactamente
hasta qué punto su pecho subía y bajaba cuando arrastraba una respiración.

De la aguja más pequeña en el árbol más pequeño hasta el más viejo dragón
en las montañas, los habitantes del bosque habían estado susurrando sobre ella
desde hace semanas: La pobre bella princesa, cuya horrible madre celosa, estaba
enviándola a su muerte. La naturaleza al completo esperaba con gran expectación
por su llegada, preguntándose qué aventuras podrían surgir de esta terrible
ocasión. No había habido tanto drama en el Bosque desde la última vez que sus
hermanos habían cruzado el umbral sacudido por la tempestad a este mundo

369
maldito.

Él mató a un ciervo mientras esperaba, en parte porque la princesa


eventualmente desearía sustento, pero sobre todo porque la idiota criatura estaba
demasiado distraída por toda la emoción para tener el sentido de mantenerse
alejada de él.

Supo el momento en que entró en el bosque, porque todo en él que sonrió a la


vez suspiró, como un coro de campanillas. El sol frío del invierno irrumpió a
través de las nubes grises y ramas desnudas para besar su mejilla de alabastro en
reverencia. El hilo de oro en su vestido y cintas doradas en el cabello de ébano
reflejaban la luz y bailaba como el fuego. Era joven por su estatura, esbelta como
los sauces, y aún sin tocar por el primer rubor de la feminidad. Perfecto.

Los cuatro vientos, mareados y ebrios de felicidad ante su llegada, alcanzaron


las hojas muertas del suelo del bosque y las hicieron girar en un frenesí de
aplausos secos. El éxtasis fue de corta duración, sin embargo, y el bosque capturó
un jadeo colectivo cuando el cazador desgarró la manga de su vestido, arañando
la carne prístina de su brazo y la forzó al suelo.

No se suponía que debía ocurrir de esta manera. Pero había demonios en el


mundo ahora, haciendo que los males que los hombres hacen mucho más fácil
de alcanzar. Así la Piedra del Recuerdo les había enseñado a él y a sus hermanos,
y así él supo qué debía hacer para corregir la situación.

Había tenido la esperanza de no hacer notar su presencia tan pronto, pero


necesitaba su pureza intacta, y si esperaba mucho más, todos sus esfuerzos serían
en vano. Su grito rasgó el aire ahora inmóvil. Las violas de hielo a sus pies
lloraron de terror. En unas pocas zancadas cruzó el claro y pateó al cazador con
un pie acorazado, apartando su cuerpo del de la princesa y enviándolo
despatarrado a la tierra.

—Se me ordenó matar a la chica —dijo el cazador después de escupir los


dientes y sangre—. ¿De qué sirve el resto para ti, bestia?

—Ninguna de tu incumbencia —dijo el demonio—. Tienes nuevas órdenes


ahora. Desaparecer de este lugar.

El cazador se puso de rodillas, retirando tanto un cuchillo de su cinturón como


una caja de su capa.

370
—No sin reclamar lo que es mío —dijo—. Voy a volver al palacio con su
corazón.

El demonio volvió al cuerpo del ciervo y rajó su pecho con una garra afilada.
Arrancó el pequeño corazón de la cavidad y lo dejó caer a los pies del cazador.

—Alégrate de que no sea el tuyo —dijo el demonio.

El cazador asintió. Arrojó el corazón dentro de la caja y se alejó cojeando del


demonio tan rápido como sus piernas podían manejar.

—Oh gran y honorable bestia —se dirigió la joven princesa a él sin mirar
directamente a sus ojos. Su voz tembló y tuvo hipo por las lágrimas—. Gracias
por salvar mi vida. Mi reino te debe una gran deuda.

—¿El mismo reino que acaba de condenarte a muerte? Dudo que canten mis
alabanzas en este momento. —Podría haber sido una princesa, y la hembra
humana más perfecta que este mundo había visto jamás, pero todavía era una
niña y mucho más tonta de lo que parecía. Se había olvidado cuán cerca la
ignorancia seguía los pasos de la inocencia. El recuerdo era menos divertido de
lo que era molesto—. Sin embargo, me debes la vida, y esa vida voy a tomar. Así
que deja tus lloriqueos y sigue adelante. Tenemos trabajo que hacer.

—¿Trabajo, mi lord?
Resopló ante el discurso. Como si su ridícula sociedad feudal funcionaría más
de cinco minutos en su mundo. Sentía la compulsión de explicar, pero sabía que
las palabras serían desperdiciadas.

—Correcto, trabajo. ¿Estás familiarizada con el término?

—He oído hablar de él —dijo sinceramente.

—Excelente. Su majestad… —un antenombre ridículo ya que era más o menos


de dos metros setenta de altura, sin los cuernos, y la parte superior de la cabeza
de ella le llegaba justo por encima de su ombligo—… va a ayudarme a atrapar a
un unicornio. —En realidad había tres unicornios, y tenía la intención de
matarlos una vez que los hubiera capturado, pero el demonio sintió que era

371
prudente omitir estos detalles.

—Oh, eso suena adorable. —Sonrió—. Acepto.

Sí, en efecto. Estúpida como el día era largo. Tal como había sospechado.
Esperó lo que parecieron ser décadas para que se recompusiera. Finalmente se
puso de pie, se ajustó la manga de su vestido desgarrado, recogió el pequeño
bolso de seda que había traído con ella, y enderezó los hombros.

—Estoy lista —anunció.

—Fantástico —dijo el demonio—. Vámonos.

El demonio mantuvo un ritmo constante a través de los árboles, a través de


arbustos y sobre los arroyos, directo al corazón del Bosque. El corazón era la parte
más antigua del bosque, donde los árboles habían olvidado más que el mundo
recordaría, donde la magia corría salvajes. No había caminos allí, sólo un puñado
de pies humanos habían mancilladlo aquellas colinas y valles en los últimos
siglos. En el Corazón fue donde el demonio había aparecido por primera vez en
este mundo. Supuso que también encontrarían a los unicornios allí.

El demonio miraba sobre su hombro periódicamente para asegurarse de que


la princesa todavía estaba siguiéndolo, y ralentizó su ritmo en consecuencia.
Cada vez que volvía la mirada, el bosque le había dado a la princesa algo más.
Había flores en su cabello, llevaba un armiño como collarín y el hombro de su
vestido estaba ahora firmemente anclado con lo que parecían telarañas y una vid
de algún tipo. Ella cantaba o tarareaba o silbaba mientras caminaban. Incluso
daba saltitos a veces. Y cada vez que se volvía ella le sonreía cautelosamente con
esos, labios llenos como arco de cupido y rojos como la sangre. Él trató de no
volverse con mucha frecuencia.

Trató de no parar muy a menudo tampoco, pero sus pies eran pequeños y sus
piernas eran cortas, y no había nada que hacer. Cada vez que se detenía, la
princesa salía con un aluvión de preguntas tontas que no tenía ninguna duda se
le ocurrían cuando estaba cantando o tarareando o silbando y donde ahora
bullían por ser contestadas.

—¿Usted vive en las montañas con los dragones?

—Soy de un mundo diferente, un mundo muy diferencia a éste.

372
—¿Cómo llego aquí?

¿Cómo explicar usando el menor número de palabras?

—De la misma manera en que los unicornios lo hicieron. Aquí hay un lugar,
profundo en tu Bosque, donde nuestros mundos se encuentran. Las tormentas
allí son a veces tan potentes que rasgan una puerta entre los mundos. Una
criatura logró salir de mi mundo y uno del mundo unicornio, y terminamos aquí.

—¿Cómo sabe todo esto?

—La Piedra del Recuerdo así nos lo dijo —dijo él—. Los espíritus pasados de
nuestros hermanos demonios son arrastrados a la Piedra del Recuerdo. Es la
forma en que comparten sus conocimientos con nosotros.

—¿Tienen todos los demonios grandes cuernos y la piel de color rojo y negro
de donde vienes?

—La mayoría tienen cuernos. El tamaño y color de la piel varían según la


naturaleza.

—¿Por qué llevas botas de hierro? ¿Son tus pies como los de un caballo?

—Un poco, sí. Y soy un ser de fuego, por lo que la tela o el cuero me servirían
de poco.

—¿Por qué no usar ninguna ropa?


Se alegró de que su taparrabos hubiera permanecido intacto para evitar más
estas cuestiones.

—Soy un ser de fuego. No siento el frío de la manera que tú. Además, una
criatura que puede matar cualquier cosa con sus manos desnudas no tiene
necesidad de ser modesto.

—¿Por qué simplemente no me mató?

No es que no hubiera pasado por su cabeza.

—Porque necesito vida inocente para atraer a un unicornio. He tenido poco


éxito con los muertos.

373
—¿Usted ha visto un unicornio?

—Una vez, brevemente. —Uno de ellos había llegado al mismo tiempo que él.
Tal era el equilibrio.

—¿A qué se parecen los unicornios?

—Como a los cachorros blancos gigantes de la felicidad.

—¿Cree que les gustaré a los unicornios?

—Ellos pensarán que es lo mejor que hayan visto. —Como todo el mundo,
parece.

—¿Te agrado?

—Sólo cuando estás callada.

—¿Por qué vamos a capturar a un unicornio?

—Debido a que es la única forma que conozco para llegar a casa. —Una vez
más, pensó que era prudente omitir el resto.

—¿Tiene una familia allá en casa? ¿Les echa de menos?

—Te necesito con vida, pero no necesito tu lengua. —La respuesta fue
suficiente para frenar su examen hasta la próxima vez que se detuvieran. No fue
un descanso planificado, pero la chica se derrumbó sobre las piedras
desmoronadas, al pie de un antiguo pozo. Era un lugar tan bueno como cualquier
otro. Un cachorro de oso se arrimó a la espalda de la princesa y los conejos
salieron de una madriguera para acomodarse frente a ella, manteniéndola
caliente. El demonio pensó que era un poco ridículo que la naturaleza debiera
adular por todo a la pequeña niña sólo porque era hermosa y una princesa. No
se sentía mal por ninguna pobre chica fea que tropezaba en los bosques
inadvertidamente. Ella sería el desayuno de ese cachorro de oso con seguridad.

Cada vez que se detenían siempre había un animal u otro en el regazo de la


princesa. El demonio notaba el valor de ellos. En todo su tiempo en el bosque,
nunca antes había tenido el placer de la compañía de todos los animales; ellos
intuían lo que era y se quedaban muy lejos. Las criaturas más inteligentes todavía
lo hacían, pero parecía que algunos de sus hijos eran lo suficientemente jóvenes

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como para tentar a la suerte.

Volteando los papeles, él le preguntó a ella antes de que sus ojos pesados la
escoltaran a su sueño.

—¿Por qué no tienes miedo de mí?

—¿Debería? —preguntó.

—Soy un demonio —dijo—. Podría beberme tu sangre para calentarme los


pies y moler sus huesos para hacer mi pan.

—Pero no lo hará —dijo ella—. Me necesita para capturar un unicornio.

—Podría quemar toda tu ropa para que te congeles. Podría escupir en tu cara
y perderías tu belleza en un latido de corazón.

—¿Lo haría? —preguntó ella.

—Tal vez, si me haces enloquecer —dijo.

—Entonces trataré de no enojarte. —Bostezó—. Tenemos cuentos, historias


viejas de hace mucho tiempo de bestias benévolas que eran realmente almas
buenas, o príncipes disfrazados.

—No soy un príncipe —dijo.

—Es una pena —murmuró—. Me vendría bien un príncipe. —Y con eso, se


durmió.
Tal vez la reina no estaba loca, y al alejar a su hija le había hecho a su reino un
favor. Esta niña, a pesar de una rara belleza, era demasiado feliz y tonta, crédula
y amable. Sus súbditos se amotinarían, sus asesores robarían las arcas y los muros
de su castillo serian violados en menos de una quincena. Ella sería una terrible
reina.

Aun así, no podía imaginarse enviando a su hija, o a cualquier niño, a su


muerte. Y él era un demonio.

Se apoyó contra las piedras del pozo, más seguro dado su calor corporal que
un árbol, y cerró los ojos con alivio. Este mundo era tan frío; no para su piel, sino
para su corazón, y no solamente porque la temporada de invierno hubiera
borrado todos los colores con la sombría apatía del barro y la nieve. Lo poco de

375
fuego que existía en este mundo estaba enterrado profundamente bajo tierra, tan
lejos que estar lejos de él desgarraba su mente, tratando de liberar la locura de
ahí que sería muy feliz de escapar. Sus hermanos habían sucumbido a la locura,
y, finalmente, también lo haría él. Incluso ahora podía saborear el pulso de la
princesa debajo de su piel, imaginar sus garras estropeando su piel perfecta, oler
el miedo de los animales salvajes que se atrevieron a acompañarla. Quería
destruir el bosque a su alrededor, miembro muerto a miembro muerto, y
prenderle fuego para que pudiera haber color y calor llenando este mundo,
aunque sea brevemente.

Si no destruía a los unicornios pronto, su presencia podría inclinar la balanza


demasiado lejos. Eso causaría otra tormenta y arrancaría otro de sus hermanos
de su mundo. Tenía que matar a los unicornios ahora, a todos ellos, los primeros
dos de sus hermanos y el último para que pudiera escapar de esta prisión y poner
fin al temido ciclo… siempre y cuando el Caos lo dejara terminar.

Se despertó y se dio cuenta que se había quedado dormido. Las piedras debajo
de él se habían derretido en la tierra muerta. Al otro lado del pozo la princesa
estaba sentada, cantando tranquilamente y peinando suavemente el cabello de la
última bestia en su regazo con un peine de piedras preciosas. Por supuesto, la
princesa había llevado un peine enjoyado al bosque. Por otra parte, ella no había
esperado sobrevivir tanto tiempo.

El animal en su regazo parecía ser un cervatillo albino o una gran cabra, y


luego el demonio se dio cuenta de que lo que parecía ser un banco de hielo detrás
de ellos era en realidad un carámbano sobresaliendo de la frente del animal. El
primer unicornio. El demonio se habría reído si no hubiera tenido miedo de
asustar a la bestia y se fuera. Allí, la princesa se sentaba, brillando como la magia,
con la piel más oscura que la del unicornio a simple vista, la cortina de su cabello
de ébano como una cascada de sombra entre ellos. De sus labios de color rojo
sangre llegaba una canción sin sentido sobre platos volando y cerdos hablando.
Un arcoíris de plumas se agitaba en los árboles alrededor de ella; una cacofonía
de pájaros había acudido sólo para escucharla cantar, y el unicornio fue
hipnotizado. Sus ojos estaban cerrados y sufría el peinado de la princesa sin
queja, completamente inmóvil. Demasiado incluso.

El demonio cruzó el espacio hacia la princesa en unos pocos pasos que

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sacudieron la tierra y causaron que la gran cantidad de habitantes en los arbustos
salieran en desbandada al aire. El unicornio no se movió. El demonio se inclinó
con una mano grande, la piel de ella tan roja como sus labios, las uñas tan oscuras
como su cabello. Ella dejó de cantar cuando esa mano apareció a la vista, y dejó
de peinar, pero la cabeza del unicornio en su regazo la mantuvo atrapada.

El demonio echó para atrás la blanca melena sedosa del unicornio con una
garra; unas pocas hebras sueltas picaron su piel. La carne perfecta debajo de la
melena se cruzaba con capas y capas de furiosas líneas rojas.

La princesa parecía confundida. El demonio tomó suavemente el peine


enjoyado de su mano. Su aura de bilis se burló de él.

—Veneno —dijo. Derritió la baratija en desechos con el calor de su palma y


tiró la bolita de oro en el pozo en el que no podría hacer más daño—. ¿Tu madre
te dio eso?

La princesa asintió en silencio. Una grande, gorda y reluciente gota de lágrima


se deslizó por su mejilla y cayó sobre el unicornio. Hundiéndose en el unicornio.
Otra lágrima cayó, y otra, hundiéndose más en la carne del unicornio, mientras
se convirtió en nieve en los brazos de la princesa. Cuando se dio cuenta de lo que
estaba pasando ella se sacudió, sobresaltada, y la forma del unicornio se deshizo
en grumos fríos de nada en su regazo. Levantó los brazos lentamente, con
reverencia, y el sol naciente hizo la escarcha en sus antebrazos brillar. Aturdida,
llevó un dedo brillante a su lengua que esperaba entre los labios de color rojos
sangre. El demonio le dio un manotazo. La levantó por las muñecas y comenzó a
quitar el polvo y todos los pedazos derretidos del cadáver de hielo sobre ella que
pudo ver.

—Estúpida niña —murmuró.

—¿Qué hubiera pasado —preguntó ella cuando encontró su voz—, si hubiera


probado al unicornio?

—Habrías gritado de alegría, ya que habría sido lo más delicioso que alguna
vez has puesto en tu boca. Pero después del unicornio, todos los demás alimentos
que crucen tus labios sabrían horrible. Podrías vagar por el mundo para el resto
de tu vida, muerta de hambre, siempre tratando de saborear algo, cualquier cosa,
que se acercara a la perfección divina.

377
—Oh —dijo ella, y juntó los dedos traidores a la espalda—. Gracias —agregó,
pero sonaba insegura.

—Ven —dijo el demonio—. Debemos dejar este lugar. Otros unicornios,


sentirán que uno de sus hermanos ha muerto aquí y no se acercaran.

—Lo siento. —Fue todo lo que dijo.

—¿Por qué?

—No te deje atrapar al unicornio. Lo maté.

—No importa —dijo el demonio—. Hay otros. Vamos.

La princesa pasó las piedras fundidas del pozo en sus delgadas, e inadecuadas
zapatillas, cuando algo se le ocurrió. Se iluminó y alcanzó su pequeño bolso, sacó
un objeto pequeño de ella y la apretó con fuerza en sus manos. Cerró los ojos y
arrugó la cara, como si tuviera dolor. El demonio contuvo la respiración,
esperando por un hechizo de magia u otro ataque de llanto estallara de ella.
Aunque posiblemente más problemas, esperaba por lo primero.

—Deseo que mi apuesto príncipe, mi único y verdadero amor, me encuentre


y me salve, y me lleve lejos de todo esto —dijo ella, y tiró la moneda al aire.

El demonio extendió una mano y fácilmente capturó el diminuto disco de oro


antes de que tocara el pozo. Su palma, todavía caliente del peine, lo fundió
también en escoria. Tiró el pedazo de metal deformado en la nieve a sus pies.
—¿Por qué has hecho eso? —preguntó la princesa.

—No quieres pedir ese deseo —respondió el demonio.

—¿Ah no?

—No quieres ningún príncipe que te poseería en este momento —dijo—.


Créeme.

—Pero siempre pido ese deseo —dijo.

—Entonces espero que él se tome su tiempo para encontrarte —dijo.

—Los deseos son magia y maravilla —dijo la princesa.

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—¿Lo son ahora? —dijo el demonio—. “Piel blanca como la nieve, cabello
negro como el ébano, labios rojos como la sangre…”. ¿Cómo ese deseo funciona
para ti?

Esos labios de color rojo sangre formaron una delgada línea roja, y la princesa
se alejó dando pisotones del pozo. El demonio eligió disfrutar del silencio.

Marcharon por el bosque como antes, con una colección variada de animales
salvajes manteniendo el ritmo. La princesa estuvo angustiada cuando el demonio
escogió a un nuevo amigo al azar para ser su almuerzo, pero una vez cocido, el
estómago gruñendo la traicionó y comió con fruición. Se disculpó con sus amigos
cuando terminó; ellos parecieron aceptarlo más fácil que ella. Y entonces retozó
con ellos mientras el día y los kilómetros a través del interminable bosque se
estiraron sucesivamente. Los prados dieron paso a colinas y luego montañas, y
en ocasiones tuvieron que bordear acantilados escarpados y terreno rocoso, pero
todavía caminaban. La princesa hacía tiempo que había hecho tiras y desechado
sus delicadas zapatillas, su cabello de ébano estaba tan fibroso mientras las cintas
flojas todavía estaban entretejidas en él, y su vestido dorado se arrastraba detrás
de ella en trapos embarrados, pero ella mantuvo su postura y dirigió a sus amigos
salvajes con toda la pompa y circunstancia de cortesanos reales.

No se detuvieron de nuevo hasta que llegaron a un arroyo que cruzaba una


profunda grieta a través del bosque y precipitaba con rapidez el agua del hielo
derretido de las montañas. La princesa estaba muy por delante de él, cantando
una armonía con una familia de alondras y bailando con una colección de polillas
y mariposas aleteando, así que no divisó al unicornio refrescándose en la
corriente hasta que estuvo casi encima de él. El demonio se dio cuenta a la vez;
había sentido la presencia fría del unicornio emanando del agua, mucho más
fuerte que el hielo derretido.

La princesa dejó de bailar, aunque el circo alrededor de ella no lo hizo, por lo


que todavía parecía ser una ráfaga de movimiento. Ella levantó las faldas pesadas
de lodo y le hizo una reverencia baja al unicornio frente a ella, en la orilla opuesta
de la parte más estrecha de la corriente. El unicornio se fijó en ella, levantó la
cabeza del agua, e inclinó una pata delantera mientras se inclinaba ante ella a su
vez. Sin apartar los ojos del animal, metió la mano en el bolso de seda de su
cinturón y retiró la más bella manzana roja que el demonio había visto jamás.

Se le ocurrió al demonio preguntarse por qué la princesa no había mencionado

379
la manzana durante su apasionado arranque al mediodía. No se le ocurrió
preguntarse por qué estaba en posesión de una fruta tan notable en una
temporada que las manzanas similares se habían podrido durante mucho tiempo
en el recuerdo. Y entonces no la detuvo cuando ella ofreció la manzana al
unicornio con las dos manos, y él se la comió con ganas. Por un momento, fueron
un reflejo de piel blanquecina y los labios rojo sangre, una imagen de inocencia y
perfección.

Cuando el unicornio empezó a gritar, sonó muy parecido a la forma en que la


princesa había gritado cuando había sido atacada por el cazador. Su grito cortó a
través de la penumbra que se aproximaba y perforó el corazón de cualquier ser
vivo al alcance del oído. Algunos de los animales más pequeños de la cañada no
sobrevivieron al terror de ese grito. El demonio pensó prudente no hablar de esto
a la princesa.

Ella ya estaba llorando, gritando de miedo mientras el unicornio gritaba de


dolor. Dio un salto en la corriente helada y le echó los jóvenes brazos alrededor
de su cuello delgado, sin percatarse de sus pezuñas espasmódicas y los ojos en
blanco y la boca espumando sangre. Ella detuvo su llanto y comenzó a cantarle a
la bestia, una canción de cuna, en un intento de calmarlo.

Había magia en su voz, si ella lo hubiera querido allí o no. El demonio vio a
varios animales enroscándose para dormir al oír la canción. Él mismo bostezó
dos veces. Los espasmos del unicornio se desaceleraron con los latidos de su
corazón, y puso su cabeza en su regazo, con mucho menos gracia que el unicornio
anterior. Ella lo meció hacia delante y atrás, adelante y atrás, cantando todo el
tiempo para dormir. Cantándole hasta morir. Ella sostuvo al unicornio hasta
mucho tiempo después de que se hubiera convertido en nieve a sus pies y el
viento hubiera hecho volar su forma de pequeñas partículas a su alrededor.

El demonio se le acercó con cuidado esta vez. No quería molestarla, pero


tampoco quería que ella se muriera de frío, por lo que aflojó su esencia del fuego
a través de sus pies herrados hacia la tierra, calentándola a su alrededor. El
cadáver en hielo del unicornio empezó a desaparecer.

—Lo siento —le dijo de nuevo cuando se habían ido las lágrimas—. Maté al
unicornio.

380
—No importa —respondió con calma—. ¿Puedo traerte algo? —Se encontró
sorprendido por su preocupación por su bienestar.

Desató la bolsa de seda en la cintura y se lo ofreció a él.

—Un trago de agua de la corriente, por favor —dijo—. Hay un cáliz de oro en
mi bolsa. —Su voz era ronca y entrecortada por la tensión y la tristeza.

El demonio resopló.

—Los seres humanos y su oro. —Fue cuidadoso con sus garras gigantes de
modo que sólo desató la pequeña bolsa en lugar de romperla en pedazos. Retiró
la copa ridículamente adornada; al igual que el peine, también quemó sus ojos
con su aura enferma—. Tu madre te dio esto. —No fue una pregunta.

—Sí —afirmó a la princesa—. Ella me dio la bolsa para llevar conmigo en mi


viaje.

Él se maldijo por su propia estupidez e inmediatamente sacrificó la bolsa y


todo su contenido a sus pies.

—¡No! —gritó la princesa, el unicornio ahora casi olvidado.

—¿Por qué querrías algo de eso? —preguntó—. Cada pedacito de eso estaba
destinado a matarte.

—Es todo lo que tengo —dijo sobre la marca ennegrecida de la tierra


chamuscada—. Es todo lo que tenía para recordarla.
—Tienes tus recuerdos —le dijo—. Esos deberían ser bastante dolorosos.

Ella se mantuvo de pie y lo miró, todo su cuerpo rígido, sus manos en


diminutos puños a su lado.

—¿Cuántos unicornios más hay?

—Uno —respondió.

—¿Cuántos demonios más hay? —preguntó.

—Uno —respondió de nuevo.

—¿Qué pasó con los otros?

381
—Los maté.

Ella se relajó un poco en simpatía.

—¿Cómo pudiste hacer eso?

Él podría simplemente preguntarle con la misma facilidad cómo podría ella


haber matado a dos unicornios, pero pensó que era prudente no hablar de ello.

—No estamos destinados a estar aquí en tu mundo. No nosotros; ni los


unicornios. Nuestra presencia hace más grande el espectro de tu mundo.
Hacemos las olas más altas, los valles más bajos. Volvemos el mal en maldad y el
bien en divinidad. Cuanto más estamos aquí, más perdemos el control de nuestra
mente. Los demonios se vuelven salvajes. Los unicornios, me imagino, se vuelven
más efímeros. Nuestras almas tienen cabida en nuestros propios mundos, y
vuelven a esos mundos después de nuestra muerte.

—Así que cazaste a tus hermanos y los mataste por el bien de mi mundo.

—Y para salvar sus almas. Eran fáciles para mí encontrar; el mal engendra el
mal. No habría encontrado los unicornios sin tu ayuda.

—Y ¿cómo los habrías matado?

—No sé —respondió con sinceridad—. Lo has hecho por mí.

La princesa exhaló entonces, desinflándose, y se sentó de nuevo. Se abrazó las


rodillas contra el pecho y miró hacia las ráfagas heladas. Aparte del burbujeo del
agua de los bosques alrededor de ellos estaban felizmente en silencio. El demonio
se sentó a su lado, sólo lo suficientemente cerca para calentar el suelo debajo de
ella y el aire a su alrededor.

—¿Es por eso que mi madre es tan malvada? —preguntó la princesa—.


¿Debido a que hay demonios en el mundo?

—Tal vez. No lo sé.

—No creo que seas malvado.

—Entonces eres una niña tonta.

—¿Los unicornios también son demonios?

382
Este fue sin duda una vía de pensamiento que el demonio no había
considerado.

—¿Qué te hace decir eso?

—Ellos tienen cuernos y pezuñas, y son elementales, y son el polo opuesto de


ti. Son hielo donde tú eres fuego. Dijiste que los demonios son todos de diferentes
colores en función de su naturaleza. ¿Hay demonios de hielo de donde vienes?

—No he escuchado historias de ninguno.

—Tal vez fueron exiliados de tu mundo. O tú del de ellos. O tal vez nosotros
fuimos los exiliados. Podríamos haber sido parte del mismo mundo una vez.

—Eso sería una historia notable —dijo.

—¿Qué será de ti cuando mueras?

—Mi alma será devuelta a mi mundo y le contaré mi historia a la Piedra del


Recuerdo, de modo que otros que puedan seguir este camino sabrán cómo actuar.

—No quiero que mueras.

—Tengo que hacerlo. Mi continua presencia aquí sólo rasgará tu mundo.

—Lo sé —dijo con la mayor naturalidad—. Solamente quería que lo supieras.


—Gracias —dijo el demonio. Su declaración lo complació y lo frustró. Ella
estaba madurando demasiado rápido. Esperaba que no afectara su habilidad
para atraer a los unicornios.

—¿Iremos a buscar a este último unicornio entonces?

El demonio se puso de pie, ofreciendo una mano grande, con garras para
ayudar a la princesa a levantarse. Ella la tomó.

—Deberíamos.

Más allá de la corriente estaba otra pequeña montaña, más una colina grande,
con una boca abierta delante que parecía ser la entrada a una mina.

383
—¿Arriba o abajo? —le preguntó el demonio. Se imaginó que el unicornio los
encontraría en ambos sentidos.

—Quiero ver las estrellas —Fue todo lo que dijo antes de empezar a subir.

Subieron a la cumbre en las largas horas de la tarde. En la primavera, el


demonio sospechaba que esta tierra estaba cubierta de flores silvestres. Lo que
crujía bajo sus pies ahora sólo era suciedad y hierbas secas escondiendo rocas
afiladas. La princesa tropezó un par de veces, pero siguió subiendo. Puede que
el demonio no viera la sangre en sus pies, pero podía olerla en el viento, y
mientras ella no decía nada, él se preguntó por qué le importaba.

Una vez en lo alto de la pequeña montaña, la princesa daba brincos alrededor


gozosamente bajo los cielos brillantes. Corrió alrededor de la cumbre como si las
flores silvestres todavía la rodearan. Giró y giró y echó la cabeza hacia atrás y
levantó las manos al cielo para atrapar los copos de nieve que habían empezado
a caer como pequeñas estrellas a su alrededor. Y luego las estrellas mismas
comenzaron a caer del cielo y bailar con ella. La princesa tiró de las cintas doradas
de su cabello y las ató juntas en una hebra larga, y las estrellas saltaron dando
vueltas, y la cinta voló en espiral mientras ella giraba alrededor de sí misma. Sus
risas resonaban como campanas. El viento a su alrededor siseó y silbó y sonaban
como relinchos.

Y cuando el torbellino de las ráfagas de nieve tomó la forma de un unicornio,


ella ató rápidamente la cinta alrededor de su cuello, convirtiéndolo en un arnés
de oro crudo. La gran bestia blanca inclinó la cabeza hacia ella, aceptando su
derrota, y permitió que lo condujera hacia el demonio. Con una mano rápida, el
demonio rompió el cuerno de la cabeza del unicornio; con la otra, le cortó la
garganta, profundo y mortal. Sin tanto como un resoplido el unicornio estalló en
una tormenta de nieve destellando, cubriendo tanto al demonio como a la
princesa de sangre y hielo.

El demonio levantó el cuerno congelado del unicornio a sus labios, y el calor


de su aliento lo derritió rápidamente por su garganta. Su estómago se encogió y
sus músculos se contrajeron; el veneno fue rápido.

Había lágrimas en los ojos de la princesa. El demonio llevó una mano grande
y cálida a la pequeña mejilla fría.

384
—Lo siento —dijo él—. Maté al unicornio.

—No lloro por una bestia que nunca conocí. Lloro por la bestia que era mi
amigo.

—¿Dónde vas a ir? —le preguntó él, ya no sorprendido de su preocupación


por su bienestar.

—Voy a encontrar quien explora las minas de esta montaña y buscaré refugio
con ellos. —Ella estaba por encima de él ahora; no recordaba acostarse. Su cabello
de ébano ocultó su rostro, borrando las estrellas de la noche. De su cuello colgaba
la moneda fundida que casi había arrojado en el pozo; ella había tejido una de
sus cintas de oro a través de un agujero en el diseño. Extendió la mano para tocar
el medallón, pero su brazo no obedeció.

—Tal vez tu príncipe vendrá —dijo el demonio.

—Con el tiempo —dijo—. Tal vez en un tiempo muy largo, cuando seamos
dignos el uno del otro.

—Muy inteligente —dijo el demonio.

—¿Le dirás a tu Piedra del Recuerdo sobre mí? —le preguntó.

—Sí —susurró él—. Le contaré todo sobre la princesa inteligente y valiente que
conocí una vez.

Ella se rió y luchó contra las lágrimas que ya no caían.


—No hay necesidad de mentir.

Él también se rió, pero su aliento le había abandonado.

—¿Y qué historias le contaras a tu mundo?

—Tengo… —ella arrugó el rostro hermoso en un esfuerzo por mantener la


compostura—… tengo mis recuerdos —dijo—. Estos deberían ser bastante
dolorosos.

Él asintió en respuesta, pero su cabeza no obedeció. Luchó por mantener la


mirada en su rostro, pero de pronto pasó de tener la mirada levantada hacia ella
a mirar hacia abajo sobre ambos. La observó mientras ella le abrazó el pecho,

385
luego se movió en torno a sus cuernos para que pudiera acunar su cabeza en su
regazo. Ella lo sostuvo hasta que se convirtió en cenizas en sus brazos, hasta que
todo lo que quedó de él fueron sus zapatos de hierro. Él la observó hasta que su
cadáver de polvo voló en el viento, hasta que su alma fue arrastrada tan lejos que
ella no fue más que una mota de oro en la ladera de la montaña oscura, otra
estrella en el cielo.

Él se había equivocado. Ella sería una gran reina.

FiN
386
Diecisiete historias mágicas de escritoras de
Bestseller de NY Times y USA Today y autoras
ganadoras de premios que calentarán incluso los
corazones más fríos. Inspiradas por los viejos
favoritos, así como por los cuentos menos
conocidos, encontrarás relatos de la Cenicienta,
La bella y la bestia, La bella durmiente, La
Sirenita, El Viejo Rinkrank, El Rey Pico de Tordo,
La princesa y el guisante, y muchos más, todos
con giros frescos y románticos.

The Glass Mountain - Alethea Kontis

The Bakers Grimm - Hailey Edwards

Galatea and Pygmalion - Kate Danley

Red– Sarra Cannon

Princess Charming – Yasmine Galenorn

Mad about you – Jennifer Blackstream

The Sea King's Daughter—Anthea Sharp


Romeo and Juliet: the afterlife – Julia Crane

Soot and Stone: A Fae Tale of the Otherworld - Jenna Elizabeth Johnson

The Huntsman's Snow – Mandy M. Roth

Rumpelimpskin - Debra Dunbar

The Glass Sky - Alexia Purdy

Rush - C. Gockel

387
Perchance to Dream – Phaedra Weldon

The Toad Prince - Nikki Jefford

Crafted with a Kiss - Shawntelle Madison

A Small Magic - Devon Monk


388
1.- Once Upon a Curse: 17 Dark Faerie Tales (2016)

2.- Once Upon a Kiss: 17 Romantic Faerie Tales (2017)

3.- Once Upon a Quest: 15 Tales of Adventure (2018)

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