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Esta traducción fue realizada por un grupo de personas que de manera
altruista y sin ningún ánimo de lucro dedica su tiempo a traducir, corregir y
diseñar de fantásticos escritores. Nuestra única intención es darlos a conocer a
nivel internacional y entre la gente de habla hispana, animando siempre a los
lectores a comprarlos en físico para apoyar a sus autores favoritos.
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Huesos, por Yasmine Galenorn ................................................................................. 54
Pero había transcurrido un año y algo, el verano había pasado una vez más, al
igual que el otoño. El mundo estaba cubierto de nieve, los árboles reducidos a
meras extremidades huesudas por el viento glacial.
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Amaba al hijo del sastre; con sus amables ojos dorados, sus palabras
tranquilas, sus manos hermosas y gráciles. Yarrow sabía que no era bella o
elegante o tranquila. Más bien, era resistente, y brillante, y fuerte, como la mala
hierba que llevaba su nombre.
Algo peligroso.
Algo oscuro.
La salvaje montaña siempre la había hecho sentir a salvo y protegida. Pero esta
noche era una sombra amarga, una advertencia. Le advertía que regresara a su
pequeña casa donde su madre y sus viejas tías dormían. Que regresara al refugio
seguro de su abuela.
La daga había sido un regalo de su abuela que la había visto con ojos
conocedores cuando Yarrow llegaba a la casa del borde del bosque cada noche.
—Esto va a iluminar las sombras, dulce Yarrow —le había dicho, colocando la daga
en la palma de Yarrow. Era cálida, como si un fuego ardiera en su interior—. Esto va a
quemar el corazón del flautista2.
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maravilló de lo bien que se ajustaba a ella.
Los ojos de su abuela fueron distantes mientras la luz del fuego de la chimenea la
iluminaba suavemente de dorado. Había más que recuerdos en sus ojos. Había una dureza.
Yarrow vio entonces, no a una anciana ante ella sino una antigua guerrera, fuerte por
debajo de las líneas y las arrugas de la edad. Paciente, inteligente y triste.
—No pudimos detenerlo entonces, al flautista. No pudimos evitar que se los llevara
lejos de nosotros. Tantos. Tantos.
—¿Qué? —preguntó Yarrow, añorando saber esos cuentos de la gran batalla que solo
había oído en susurros robados—. ¿Qué se llevó el flautista?
—Nuestros hijos. Todos los niños en edad suficiente para arrastrarse. Fueron atraídos
durante la noche con su llamado, su música. Y nosotros, con los brazos fuertes, nuestros
poderosos gritos, nuestras armas inteligentes, no pudimos hacer nada para detenerlo, para
romper su canción, para hacer regresar a nuestros hijos a casa.
—Él no se los llevó al bosque, querida Yarrow —dijo su abuela—. Los llevó a la
montaña, y la montaña se los tragó a todos.
—El flautista es una criatura malvada con necesidades malvadas. No le importó el oro
que arrojamos a sus pies, no le importó las riquezas y comodidades que le dimos, todo lo
que quería, todo lo que anhelaba, era las almas de nuestros hijos. Prometió que volvería
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cuando las estrellas cayeran del cielo y su hambre se volviera voraz. Hemos observado.
Hemos esperado. Todos estos años.
—Nunca regresó. Al igual que nuestros hijos nunca volvieron. Al igual que el hijo del
sastre no volverá.
Yarrow sintió que el miedo arañaba los espacios entre los latidos de su corazón.
—Debes encontrar al hijo del sastre. —Su abuela agarró ambos hombros de Yarrow
con manos fuertes y cálidas—. O lo perderás para siempre.
—Tal vez él todavía está buscando la llave de marfil que desbloqueará la montaña y
destruirá al flautista —dijo Yarrow, ansiosa por tener el consuelo de la esperanza—. Tal
vez aún no ha encontrado al flautista.
—Oh, niña —dijo en voz baja su abuela—. Estoy segura de que lo hizo. De otra forma,
estaría en casa. Esta noche, las estrellas caerán. Esta noche, el flautista será libre de salir
de la montaña y se comerá nuestras almas.
Yarrow asintió, atrapada por las lágrimas no derramadas que se acumulaban en los
ojos de su abuela. Nunca había visto llorar a su abuela. Por la feroz expresión en el rostro
de su abuela, nunca lo haría.
—Toma la daga de plata. Lleva el farol de cobre. Usa una capa del color de la sangre.
Cuando encuentres la llave de marfil, encontrarás al hijo del sastre. Te conducirá al
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flautista así podrás atravesar su malvado corazón.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo soy la que le hizo la cicatriz. Y tú, niña, debes ser la que le dé su fin.
Aquí, en esta noche oscura, aquí en esta quietud, la luz de la luna parecía débil,
un brillo tenue y lejano que no llegaba a tocar la tierra. Una luz demasiado frágil
para romper la profunda oscuridad del bosque.
Acarició la corteza de pan que había metido en su bolsillo, y con una última
mirada hacia atrás, a la calidez y la seguridad de su pueblo, de su familia, de su
casa, Yarrow entró en el bosque.
Las sombras eran tan inmóviles, que su propia respiración sonaba como un
océano, sus botas en la nieve eran como arena filtrándose a través de las olas. El
farol en su mano hacía arder una burbuja de luz a su alrededor, pero era solo lo
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suficientemente brillante como para revelar un par de pasos por delante.
Casi enseguida, supo que estaba perdida. Pero no se detuvo. No podía parar.
Hasta que por encima, oyó el sonido más débil de un aleteo y una voz suave y
hueca gritó.
Sostuvo el farol en alto, por encima de su cabeza, y vio un hermoso búho rojizo
con ojos extraños del color de la nieve.
—Soy Yarrow, resistente y brillante, una mala hierba del campo. Busco la llave
de marfil.
—La llave de marfil está perdida, perdida está, pero si me das tu capa para
calentar mi nido, te llevaré con alguien más sabio que yo.
Yarrow lo siguió, con su farol en alto. Le pareció que había caminado con
rapidez detrás del búho durante horas antes de que encontraran una pequeña
cañada que se plegaba como peltre martillado.
Allí, junto a la cañada, había un cuervo, con plumas de color negro brillante, y
suaves, como una noche de verano. Sus ojos eran de los colores de las alas de los
escarabajos.
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—Soy Yarrow, resistente y brillante, una mala hierba del campo. Busco la llave
de marfil.
—La llave de marfil está perdida, perdida está, pero si me das tu farol que
brilla de forma tan pura, te llevaré hasta alguien más inteligente que yo.
Su abuela también le había hecho prometer que mantuviera eso. Pero sus ojos
se habían acostumbrado a la oscuridad, y no lo necesitaba. Extendió el farol de
cobre hacia el cuervo que se puso en marcha con una ráfaga de alas, agarrando
el farol en sus garras.
Allí, en las raíces, se sentaba una rata, con el pelaje del color de la niebla, los
ojos brillando como ágata húmeda.
—¿Quién se detiene en mi árbol hueco? —le preguntó la rata en una voz que
sonaba como el silbido de un niño.
—Soy Yarrow, resistente y brillante, una mala hierba del campo. Busco la llave
de marfil.
La rata arrugó su nariz rosa, sus largos bigotes temblaron. Se movió hasta los
pies de Yarrow, luego se levantó sobre sus patas traseras, apoyando una pequeña
mano suavemente en su bota.
—La llave de marfil está perdida, perdida está, pero si me das el pan en tu
bolsillo, te llevaré donde está el deseo de tu corazón.
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—No —dijo la rata—. Hay algo que deseas más.
Yarrow quería preguntar si era el hijo del sastre. Quería decir su nombre. Pero
las sombras del bosque se inclinaron, respirando frialdad contra la parte
posterior de su cuello.
—Aquí —dijo la rata, mientras corría hasta una caída de rocas, cada una
cubierta de denso musgo y nieve—. Sígueme.
Yarrow trepó las rocas, sus manos pronto estuvieron cubiertas de humedad, y
resbaladizas, sus botas resbalando contra el hielo que crujía bajo sus dedos de los
pies y talones. Era una alta pila de piedras irregulares, y viejas, como si las
lágrimas de los gigantes hubieran caído y congelado aquí a los pies de la
montaña.
La luna ya había viajado por el océano del cielo, un siniestro ojo ciego
acercándose al otro horizonte. Y como chispas relucientes agitadas por un viento
celestial, las estrellas comenzaron a caer.
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La rata le dio unas palmaditas en la cara, exactamente donde los dedos del hijo
del sastre la habían tocado la última vez, y luego se escabulló antes de que
Yarrow pudiera hacer cualquier pregunta sobre qué, exactamente, yacía dentro
de la montaña.
Tenía que encontrar la llave. Con ella, podría encontrar al hijo del sastre antes
de que la luna hubiera desaparecido y el sol quemara los cielos del negro al azul.
Entró en la montaña. Estaba tan oscuro, que se sentía como si estuviera ciega,
envuelta en un pliegue de terciopelo. Aun así, caminó hacia delante, arrastrando
una mano ligeramente a través de la pared de piedra fría, la otra sosteniendo la
daga cerca de su pecho.
Las piedras se inclinaron más y tuvo que ponerse de lado para deslizarse entre
las paredes que parecían cerrarse. Si hubiera estado usando su capa roja, se le
habría enganchado aquí y habría quedado atrapada.
No había luz aquí, pero sus ojos, que habían estado un rato sin el farol, se
habían acostumbrado finalmente a esta oscuridad. Si hubiera estado llevando su
farol, estaría ciega y nunca podría haber visto la verdad de este lugar.
Al principio, pensó que los huesos estaban cubiertos con una tela de gasa que
se movía un poco en el aire sofocante. Excepto que la gasa no era tela. Eran las
almas destrozadas de todos los niños desaparecidos de la ciudad, atraídos por el
flautista, tragados por la montaña.
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Pero ella no necesitaba la advertencia.
—¿Y quién eres tú, mi valiente hija? —Parecía preguntar la música—. ¿Quién
ha venido a escuchar mi canción?
—Soy Yarrow, resistente y brillante —dijo—. Una mala hierba del campo. Y
estoy aquí para llevar a casa a mi amor verdadero.
—Por supuesto —dijo el flautista—. Por supuesto que viniste por él. Y ahí está,
esperando por ti.
No había huesos clavados en las paredes de piedra fría. Solo había niños, cien
o más, algunos de ellos pequeños, algunos de ellos grandes, riendo, bailando,
retozando en el campo.
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—Quédate conmigo —dijo el hijo del sastre de nuevo, siendo su voz
extrañamente del mismo tono que el de la flauta que sonaba.
Los niños bailaron junto a ella, y uno le tiró de la manga. Yarrow no vio risas
en el rostro de la niña. Vio terror. Pensó que podía escuchar las palabras suaves
en la brisa: “Corre, huye lejos de estas piedras malditas”.
Pero la música sonó más fuerte, y se olvidó del terror, se olvidó de las palabras.
Otro niño dio una voltereta junto a ella y mientras rodaba, su boca gesticuló
unas palabras que apenas pudo oír: “El flautista está hambriento de tus huesos”.
—Toma mi mano y estaremos juntos para siempre. —El hijo del sastre le
tendió la mano, con los ojos brillantes.
Yarrow miró desde sus cálidos ojos hasta sus manos. Manos familiares. Manos
amables. Pero no había dedal en su dedo. Nunca lo había visto sin el protector de
marfil. Nunca supo que se lo quitara.
Un tercer niño saltó más allá de ella, rozando su muñeca, y Yarrow sintió un
fuerte ardor en la palma de su mano.
Llevaba una daga aquí en este hermoso campo. A pesar de que la música
sonaba cada vez más fuerte, la daga se mantuvo sólida en su mano, resistente y
brillante, recordándole a su abuela, recordándole su hogar.
Sin importar qué tan fuerte o cuán dulcemente tocara el flautista, ella sabía en
su corazón que este no era su campo, este no era su verano, y este no era el hijo
del sastre.
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Un gran chillido se elevó por todos lados a su alrededor, un viento que era
más que un viento. Era una voz, era poder, era furia. El hijo del sastre que seguía
en pie delante de ella se derritió como cera caliente, revelando a otro hombre en
su lugar.
Era el hombre alto, vestido de forma andrajosa. Una cicatriz blanca y ancha
tallaba un camino desde debajo de su barbilla hacia su corazón. Era el flautista,
con una flauta de hueso aferrada en su mano.
A cierta distancia, el otro hombre que había lucido como el flautista vaciló y
se transformó en una visión tan familiar, que su corazón dio un vuelco. El hijo
del sastre.
—Tú eres nada —siseó el flautista, sus ojos brillando verdes, las pupilas largas
y estrechas como los de una serpiente o de un demonio—. Tú eres nadie. No eres
más que una mala hierba en el campo.
—Soy valiente y fuerte, y estoy viva —dijo Yarrow—. Al igual que una mala
hierba en el campo. Y represento tu fin.
Y el flautista gritó.
Yarrow se abrió paso a través de los fantasmas flotantes, luchó para pasar a
través del humo y las llamas que llenaban la pequeña caverna.
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Tenía que encontrar al hijo del sastre.
Sus ojos se humedecieron, sus pulmones ardieron por las punzadas de humo.
Sabía que tendría que irse de la montaña antes de que el fuego también la
quemara a ella.
Sabía que el amanecer estaba a pocos minutos de sellar la montaña por un año
más.
En ese momento, sintió una mano cálida aferrar la suya propia. Esos dedos
familiares se entrelazaron junto con los de ella.
—¿Yarrow? —dijo el hijo del sastre, su voz áspera y sin usar debido a haber
estado un año atrapado en la montaña.
—Corre. —Yarrow agarró con fuerza su mano y corrió, guiándolo a través del
estrecho pasillo, a través de la oscuridad de la cueva, y luego saliendo a la pila
de rocas. El humo se derramó fuera de la cueva mientras Yarrow bajaba el
cúmulo de piedras.
Miró hacia atrás una sola vez, y vio a los fantasmas de todos los niños volar
libres de la montaña, sus risas y alegría eran como campanas repiqueteando en
el cielo de estrellas que caían.
El hijo del sastre la siguió por las rocas. Él no miró atrás ni una vez, con la
mano enlazada herméticamente con la suya.
Cuando llegaron al suelo del bosque, ella finalmente se volvió hacia él.
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Yarrow echó un vistazo a los árboles. A pesar de que el amanecer estaba
empezando a devolver la luz al cielo, todavía estaba perdida y no sabía cómo
encontrar su camino a través del bosque.
—Ahí —dijo el hijo del sastre, señalando con una mano. Él no dejaría ir la
mano de ella que sostenía tan estrechamente, que ella podía sentir el latido de su
corazón—. Migas de pan.
Las migas de pan habían sido dejadas por la rata inteligente. Si no le hubiera
dado su pan a la rata, nunca podría haber encontrado su camino a través del
bosque, y estaría perdida.
El próximo verano en una luna llena y hermosa, Yarrow y el hijo del sastre
intercambiarían su propia promesa de amor. Si bien muchos podrían ofrecer un
anillo para sellar un voto, Yarrow y el hijo del sastre se dieron en su lugar, un
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dedal de marfil entre sí. Los llevaban ese día y los usarían en sus dedos para
siempre.
FiN
Anthea Sharp 19
Si los hombres la atrapaban, la atarían a la estaca y le prenderían fuego.
Había oído que no había peor agonía que ser quemado vivo.
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haciendo señas a la oscuridad; al siguiente, los campos recién plantados fueron
lavados con plata, su seguridad arrebatada.
Mejor una muerte por el agua que por la llama. No había otra salida.
Hacía cinco meses, cuando el nuevo pastor llegó a la ciudad con sus feroces
sermones y su mirada perforadora, no había visto el peligro. Había vivido en el
pueblo la mayor parte de su vida, primero como aprendiz de su tía, y más tarde
asumiendo los deberes de la curandera y la comadrona.
—¡No hay escapatoria, bruja! —La voz del pastor, profunda y resonante,
resonó sobre los campos.
Las estrellas por encima de ella se emborronaron, y sabía a la sal de sus propias
lágrimas desesperadas. Se arriesgó a mirar por encima del hombro.
Llegó a las ruinas, y una figura apareció ante ella, grande y oscuro. Al carecer
de aire para gritar, Eileen se tambaleó a un alto. ¿Qué era este nuevo enemigo?
Cuatro patas y más negro que las sombras, soltó un relincho suave. Un caballo,
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sin ataduras, con un cabestro colgando de su cuello.
Bendiciendo su suerte, Eileen tomó la cuerda. Esta aguijoneó sus manos, como
si estuviera tejida de ortigas, pero no le importó. La esperanza se encendió,
dolorosamente brillante. Aún podría vivir para ver el amanecer.
El caballo era alto, y le faltaba la silla y la brida. Ella levantó la mirada hacia él
y se atragantó en la miseria. Su fuga estaba en sus manos, pero no podía montar
sin ayuda.
Ahora, tenía que irse ahora. Por un segundo estrangulado consideró patear al
caballo y aferrarse a la cuerda, dejando que la arrastrara a su muerte.
Un tenue brillo de color gris le llamó la atención, una piedra caída enredada a
la altura de las gramíneas. Ella tiró, y el caballo la siguió a la piedra. Con dedos
temblorosos, intentó ignorar los pasos que golpeaban de los hombres de Kilkeel,
gateó hacia la piedra y tiró del caballo más cerca.
La luz de la antorcha estalló naranja y rojo brillante contra la piel del caballo.
Este giró sus ojos, el blanco se mostró, y relinchó, alto y extraño.
Los hombres estaban casi encima de ella. Con un grito, Eileen enredó sus
manos en la crin y el caballo la lanzó hacia arriba.
El caballo pisoteó y fintó. Ella oyó el golpe seco de los cascos sobre la carne, y
dos de los hombres gritaron de dolor. Luego fueron a través, lanzándose más allá
de las manos aferradas y gritaron maldiciones. Eileen se sujetó cuando el paso
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del trote se suavizó a un galope y los gritos de los hombres se volvieron distante.
Pero ¿qué pasaba con Aidan? Su nombre era un cuchillo a través de su pecho.
Cuando el joven Sean, el tonto del pueblo, había llegado a decirle que Aidan
había caído enfermo con una fiebre, había reunido sus hierbas y amuletos y corrió
a la casa de campo que compartía con su madre. La viuda había abierto la puerta
de mala gana, con los ojos estrechos con animosidad. Eileen había entregado a la
mujer las hierbas para una relajante tisana. Entonces, como estaba previsto, el
joven Sean causó un jaleo, liberando a los pollos de la viuda y persiguiéndolos
por el patio.
En el momento que la madre de Aidan fue a atender las aves, Eileen salió
disparada a la casa de campo y corrió al lado de Aidan. Su cabello oscuro estaba
lleno de sudor en su frente, y se estremeció sin control bajo las mantas. Ella le dio
un beso en su frente, estremeciéndose por el calor que subía de él. Cuando deslizó
el encantamiento sobre su cuello, su piel quemó sus manos, él murmuró. Un
espasmo de tos lo sacudió. Cuando terminó, estaba en un estado de estupor,
respiración jadeante dentro y fuera de sus pulmones.
—Paz, mo chroi —dijo ella, y luego tejió suavemente las palabras que le
enviarían a un sueño de curación.
Era peligroso, llevar a una persona entre el lugar, pero Aidan estaba
gravemente enfermo. Incluso unos pocos minutos de descanso encantado sería
muy útil para aliviar la enfermedad. Su encantamiento lo protegería mientras su
cuerpo luchaba por la vida.
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El miedo apuñaló a través de ella, pero debía quedarse. Debía terminar la
canción o Aidan volvería al mundo de la vigilia.
Su cuero cabelludo quemaba y las lágrimas picaron en sus ojos por el dolor,
pero continuó cantando. Casi había terminado. Una frase más…
—Vamos a hacer más que eso. —El pastor agarró el brazo de Eileen, sus dedos
se hincaron en su carne—. Vamos a quemarla.
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El pastor la habría vuelto a tomar, si no es por el joven Sean. Lanzó un pollo
en la cara del pastor, concediéndole un precioso tiempo para correr a toda
velocidad desde el patio. Él probablemente sería azotado por eso, pobre hombre.
El caballo negro galopó como loco toda la noche, evitando todos los obstáculos
con extraña precisión. Las plantas borrosas debajo de ellos con una velocidad
enfermiza.
Una vez. Dos veces. Tres veces, hasta que sus manos ardieron, sus músculos
quemaron con el esfuerzo.
El caballo no respondió. Eileen bien podría ser un mosquito en su piel por toda
la atención que prestaba. Por un momento de locura, consideró arrojarse de él.
Pero el riesgo era demasiado grande. No podía volver a salvar a Aidan si se
rompía una pierna, o algo peor.
Oh no.
Estaban corriendo directamente hacia los acantilados. Por delante, las estrellas
eran un velo más allá del horizonte, desapareciendo en el mar oscuro de Irlanda.
—¡Para! Por favor, para. —Se echó hacia atrás con todas sus fuerzas.
Eileen intentó liberar la crin del caballo, pero los filamentos estaban envueltos
herméticamente alrededor de sus dedos.
—¡Déjame ir!
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caballo. Gritó y fue golpeada por el pánico, golpeando los codos sobre los
hombros del caballo.
El agua se arremolinaba sin descanso por debajo de ellos. Eileen cerró los ojos.
No podía soportar ver la superficie cada vez más cerca, más cerca. O peor aún,
los dientes de las rocas con hambre, a la espera de aplastar su cuerpo y escupirla
en el mar.
Golpearon el agua con un crujido. Tragó una bocanada de aire cuando el mar
le agarró las piernas, los brazos, y luego se cerró sin descanso sobre su cabeza.
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Era la criatura extraña que montaba, hablando con ella; o era su propia mente,
evocando visiones mientras descendía a su condenación.
Frío y amargo, el peso del mar pesaba sobre su pecho. Era vagamente
consciente de plata salpicando la superficie por encima de su cabeza.
Por último, castañeteando los dientes y los dedos entumecidos, tomó una
dulce respiración de dulce aire. El caballo la sujetó a través de la fuerza de las
pesadas olas del mar, ya no tenía intención de ahogarla.
—No me des las gracias todavía, chica humana —fue la respuesta—. La noche
no ha terminado.
La voz que había oído debajo del agua no había sido su imaginación. Tenía el
eco del terror, una oscuridad de la que no quería hacer caso muy de cerca.
Mientras decía la palabra, sabía que no era cierto. Un kelpie la habría llevado
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directamente al fondo del mar, deleitándose en el ahogamiento.
—Nay.
Su tía le había criado con los cuentos de la gente justa. De hecho, debería
haberse dado cuenta de su propio riesgo mucho antes, pero el miedo le había
cegado un ojo, y la esperanza el otro.
La montura caminó desde el mar, los cascos repiqueteando contra las piedras
de la playa. Desde arriba, brillaba la media luna, un tazón de leche más blanco.
Al principio, el aire parecía cálido, pero en ese momento la piel de Eileen se erizó
con la piel de gallina. Su cabello colgaba en una trenza por la espalda empapada
de agua salada y goteaba en su rostro, escociendo en sus ojos.
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La Pesadilla giró su cuello, mirando a Eileen con un ojo del color de los rayos
de la luna.
—No es poca cosa lo que pides —dijo la montura—. Habrá un precio, mortal.
El caballo dio un gran relincho. A través del claro, sin corrientes de aire, Eileen
oyó el anillo de las campanillas.
—Nuestro trato está cerrado —dijo la montura—. Ahora sujétate rápido, por
el momento tenemos un viaje largo, antes que el sol se levante.
Pesadilla saltó hacia delante, los músculos de abajo de las piernas de Eileen se
abultaron. El repiqueteo rocoso de la playa se quedó atrás cuando la montura
galopó por el largo ascenso de las colinas, saltando muros de piedra bajos y
bordeando marañas de zarzas. Eileen dejó de temblar cuando el viento de la
noche secó su vestido y el calor de Pesadilla se filtró en su cuerpo.
Con cada paso, algo quemaba la sangre de Eileen. Podía sentir los primeros
recuerdos triturándose y desgarrándose, pero se aferró fuertemente a todos los
pensamientos de Aidan.
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Una piedra grande y plana tallada con espirales marcaba el umbral. La
montura levantó un casco y lo llevó muy por debajo de la piedra. Chispas
brillantes se deslizaron, seguidas de un lejano eco explotando. Dos veces más
llamó la montura, y cada vez el sonido se acercaba, hasta que hizo vibrar los
huesos de Eileen.
—Sí. —La sílaba flotó de la boca de Eileen, una polilla frágil perdida en la
noche.
Echó un vistazo por encima del hombro, esforzándose por un último vistazo
del cielo nocturno antes de que la montura entrara más profundo. Las estrellas
eran diminutos pinchazos de luz, tenuemente lavadas por la luna. A
continuación, la apertura fue bloqueada por una figura que arrastraba los pies.
La luz del tumulto iluminaba su forma esquelética, la antigua piel arrugada tensa
contra el hueso. Los harapos colgaban de sus extremidades y un torque de oro
rodeaba su cuello, marcándolo como un jefe de antaño.
Del cráneo como cara, las cuencas vacías la miraron. En lo profundo acechaba
una chispa de fuego arcano. El cadáver abrió su boca en una risa silenciosa.
El eco del ruido de los cascos pronto fue silenciado por el roce y deslizamientos
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y de decenas de pasos.
Con la garganta seca, Eileen miró detrás de ellos otra vez, y sofocó un grito.
Los muertos les seguían, pacientes en su acecho. Tu amado pronto se unirá a
nosotros, sus bocas sin lengua parecían decir.
—No —susurró.
—Tranquila —dijo la montura—. ¿O deseas atraer a bean sidhe por una visita
también?
Eileen había tenido miedo antes, pero ese lento terror que se arrastraba la
sujetó casi paralizándola. ¿Y si Pesadilla optaba por detenerse y dejar que los
cadáveres inquietos la tocaran con sus dedos podridos? ¿Simplemente
acariciarían la capacidad de recuperación de su carne viva, o arrancarían grandes
puñados, alimentándose de ella en un intento vano de recuperar su propia
vitalidad?
Por las ávidas luces en las cuencas de sus ojos, mucho se temía eso último.
—¡Aidan!
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detrás de ella.
Aidan estaba como dormido, o sin vida. Tenía los ojos cerrados, y estaba
vestido con las ropas de un antiguo rey, con brazaletes de oro rodeando su bíceps
y una delgada diadema puesta en su frente.
Clavando las uñas en las palmas de las manos, Eileen observaba el pecho,
esforzándose por un signo de aliento. Por fin, se levantó en una inhalación larga
y lenta. Ella se dejó caer, las lágrimas picaban en sus ojos.
—Vive —susurró.
Eileen se deslizó hacia abajo, colocando sus pies con cuidado. Acunó la mejilla
de Aidan.
Él no respondió.
—Ha soñado demasiado tiempo, demasiado lejos del mundo de los mortales.
Tir na nÓg le llama fuertemente.
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entre su número.
La piedra heló su costado, pero los dedos de Aidan eran cálidos en los suyos.
Vio el muy lento ascenso y la caída de su pecho. Con un dedo trazó la pendiente
de su nariz, la línea de su mandíbula.
Tomando una respiración del aire frío de la tumba, comenzó. Su espíritu había
viajado a lo largo del camino hacia el oeste, y el simple canto de la vigilia no sería
suficiente. Debía ser una llamada a casa, de vuelta al mundo de los humanos.
Su voz llenó la cámara mientras cantaba el calor del verano, la llamada del
empuje, el sabor de las bayas maduras en la lengua. Cada cálido recuerdo de vital
importancia que una vez fue suyo, que le dio a él, lo derramó sucesivamente.
Cada palabra llevaba más de su humanidad fuera de la concha de su cuerpo y
entraba en el suyo. La trenza dorada por encima del hombro se drenó de color,
las hebras se convirtieron en un blanco espectral.
Poco a poco, los muertos comenzaron a disiparse, cayendo bajo ese ataque
mortal.
Tres de los muertos permanecían. Luego dos. Solo entonces el jefe. Se le quedó
mirando, los huesudos dedos envueltos alrededor del torque de oro en su cuello.
La malevolencia fría de su voluntad humedecía la canción, helando el aire.
Los temblores se apoderaron de ella, pero levantó la voz, desafiante. Esta vez,
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nada la haría parar.
Las últimas sílabas se desvanecieron. El jefe muerto dio otro paso hacia
adelante, y Eileen se quedó sin respiración. ¿Qué había fallado?
Entonces Aidan abrió los ojos. Al volver la cabeza, le sonrió con tanta libertad
que sentía que su corazón se rompía en dos. A partir de ese crujido, lo último de
su esencia mortal se filtró. La silueta oscura de Pesadilla golpeó su pata contra la
losa.
Ella detuvo sus palabras con sus labios, un último beso para llevarla hacia la
noche. Él sabía a manzanas y a la luz solar; todo lo que ahora había perdido para
ella.
—El precio ha sido pagado —dijo Pesadilla—. Y tengo un nuevo jinete. Ven.
La pared del fondo del tumulto cayó para revelar una noche rica con sombras
y la luz de las estrellas, y un viento salvaje fey que les llamaba para montar.
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La que era Eileen se levantó desde la piedra, su cuerpo vacío casi sin peso,
liberado de los recuerdos, liberado de la esperanza. Se montó en el caballo negro.
FiN
35
Christine Pope
—Es una lástima que tu cumpleaños caiga en pleno invierno —dijo la condesa
Anna Feodorovna Godunov mientras fijaba la última gardenia del invernadero
en los intricados rizos color miel del cabello de su hija—. Sin embargo, creo que
va a haber un número más respetable de invitados.
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tres noches seguidas, donde el cielo era tan claro que las estrellas destellaban
como el magnífico juego de diamantes que su madre solo usaba en las ocasiones
muy formales. Esos diamantes brillaban ahora en la garganta y orejas de la
condesa Anna y en los cuidadosos bucles de su cabello rubio canoso, que fue
discretamente complementado por un buen número de agujas y trenzas falsas en
orden para conseguir el efecto requerido.
Su madre hizo los ajustes de último minuto en la tiara de Galina, después dijo:
—Es tiempo. Debemos estar listos para recibir nuestros invitados, y casi son
las ocho.
A pesar del invernal clima afuera, la habitación floreció con más flores del
invernadero, orquídeas y lirios y más gardenias, la combinación de sus perfumes
hacían que la cabeza de Galina diera bastantes vueltas, ella se sacudió, solo un
poco, para aclarar sus pensamientos. Un poco más que eso y se arriesgaría de
mover su tiara.
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Tomó la posición designada entre su padre y su madre, y esperó a que el
primer invitado llegara. Con un poco de suerte, Karel sería uno de los primeros
en llegar temprano.
Pero aquí estaba Karel, luciendo muy bien mientras se quitaba su capa de
noche y se la entregaba a George, el mayordomo. Danzantes ojos azules y de tal
sorprendente contraste con su cabello negro como el carbón, Karel se inclinó ante
ella y sus padres, después dijo:
—La fiesta está muy tranquila, ¿no lo creen? Dime que no soy el primero aquí.
—Lo eres —le dijo la condesa—. Pero no debes de molestarte, Karel Ivanovich.
Tu puntualidad tiene el crédito.
Por su puesto que Galina sonrió y asintió, y sus padres parecieron aliviados
que él no lo tomara como ofensa. Entonces el conde y la condesa Stroganova
aparecieron, seguidos de los Galitysns, y la noche se puso en marcha.
Al final resultó que Karel no solo reclamó la gran marcha que abrió el baile,
sino también un vals y después la mazurca. Galina sabía que no debía de
monopolizar a su viejo amigo durante toda la noche, pero realmente, bailaba tan
hermoso, y se veía tan elegante en su frac con la rosa blanca fijada en su solapa,
que encontraba tan difícil rechazarlo. Y era muy probable que estuvieran
comprometidos al final de la noche, o poco después, entonces ¿qué diferencia
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habría si hacía algo que era un poquito inapropiado? Ciertamente ninguno de
sus otros prospectos para compañero de baile eran la mitad de atractivos.
Una mujer parada en el recibidor, enmarcada por arreglos florales iguales, con
filas de blancas orquídeas y elegantes lirios. Pero ella hacía que las flores
parecieran marchitas y amarillas, tan brillante era su belleza. Su cabello pálido
como la nieve poseía en lo alto una pequeña corona helada, con brillantes
diamantes, y su perfecta piel era igual de pálida. Vestía de blanco con efectos de
plata, algo que debió de haber sido un indignante error social ya que solo un
invitado de honor debía vestir de blanco en su debut, pero algo en el aire de la
mujer parecía decir que no era posible verla en cualquier color que no fuera
blanco.
Con una elegante mano ella extendió su brazo, y al mismo tiempo uno de los
criados se apresuró a colocarle una copa de champagne en sus largos y
enguatados dedos. Ella sonrió; sus dientes eran igual de blancos que su piel y
cabello.
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que había perdido de vista a Karel. Entonces, oyó una risa ronca, y miró hacia
arriba para ver a su amigo en medio de una multitud de hombres jóvenes, los
cuales se habían agrupado alrededor de Tatiana Vasilievna como pequeños
pedazos de metal atraídos por un imán. Karel miraba fijamente el rostro de la
extraña mujer con una intensidad que a Galina le disgustó bastante.
Karel hizo una mueca de dolor y parpadeó, y Galina observó que él levantaba
una enguantada mano blanca y se tocaba la esquina de su ojo izquierdo como si
algo le estuviera doliendo. Pero entonces sonrió y extendió la copa de champagne
que él estaba deteniendo, el champagne que se suponía que debía de llevar a
Galina, y dijo:
—Acepte este, princesa. Y no se llame a sí misma torpe, por supuesto eso sería
una imposibilidad.
Sin embargo, verlo sonreír como un tonto a otra mujer hacía que la sangre en
las venas de Galina corriera solo un poco más caliente, le murmuró una excusa a
Katya y se acercó a Karel que se cernía a unos centímetros del codo de Tatiana
Vasilievna.
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Él volteó y la miró inexpresivamente, como si nunca la hubiera visto antes.
Después estrechó un poco sus ojos, y respondió:
—Creo que has bailado lo suficiente, Galya. Tu frente esta brillosa y tu nariz
está bastante roja.
Galina levantó una mano a su frente antes de que pudiera detenerse. Cierto,
había estado bailando por un buen rato, y quizás había adquirido un poco de
“brillo”, ya que su madre seguramente lo había puesto. Pero era bastante
inaceptable para Karel el haber mencionado ese tipo de cosas. Un caballero nunca
traía a relucir las deficiencias de una señorita, fueran reales o imaginarias. Y sobre
su nariz….
La palabra “contigo” permaneció sin ser dicha, pero se quedó en el aire entre
ellos.
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través de todo, Galya sintió un nudo en el estómago que tenía muy poco que ver
con las filas de las ballenas ajustadas que rodeaban su esbelta cintura.
Pensó que Karel finalmente hablaría, que ella probablemente ascendería esas
escaleras con el toque de su primer beso, emocionando sus labios. En vez de eso,
se sentó en silencio mientras su doncella Oksana deshacía los lazos de su vestido
y después los de su corsé, y la ayudó a meterse en su camisón y cepilló la masa
pesada de su cabello antes de trenzarlo por la noche.
Galina no dijo nada durante toda la asistencia, tenía miedo de que, si abría la
boca, un sollozo escaparía en un instante. Entonces se sentó, callada, evitando los
ojos cuestionantes de Oksana, hasta que finalmente fue a la cama y puso el
terrible día detrás de ella.
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—Lo que es más —dijo Oksana en tono confidente, mientras le quitaba la
bandeja de la cena—. He oído decir que la princesa no es una mujer real del todo,
sino una hechicera que vendió su alma por belleza y riqueza. No es de extrañar
que hechizara a todos esos pobres jóvenes.
Galina deseaba que fuera así de fácil. Era mejor culpar la intervención
diabólica de Karel que el despreciable hecho que él prefiriera a otra mujer que
ella. No tenía duda que él se había ido con la princesa, o al menos un lugar cerca
de su propiedad. Quizás ellos se habían fugado. Él ciertamente parecía lo
suficiente enamorado para hacer algo estúpido.
—Lo que él piensa no puede ser confiable. Uno solo tiene que mirarlo para ver
que estaba hechizado.
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durante todas sus vidas?
Galina, quien estaba escondida lejos, en el pequeño salón con Katya y otros
pocos simpáticos amigos, no había sabido que Karel había escoltado a Tatiana
Vasilievna desde la fiesta. Una vez más sintió su estómago tensarse. Quizás
Oksana tuviera razón. Después de todo, qué otra explicación podría haber para
el raro comportamiento de Karel, de no ser que una bruja de alguna manera le
hubiera lanzado un hechizo.
—Por eso, iras tras de él, y lo traerás de vuelta. La magia negra no puede
prevalecer contra el amor verdadero. Y él te ama. Todos saben eso.
Todos excepto Karel, aparentemente. Pero Galya se había sentido segura sobre
su amor hasta la noche pasada, y también tenía a su familia y amigos. Tenía que
ser un hechizo que lo tuviera tan alterado, un poco de magia oscura que había
borrado el amor puro que compartían ella y Karel. Si tan solo pudiera verlo, estar
a solas con él, podría recordarle que sus espíritus siempre han parecido ser uno,
incluso si la conexión entre ellos aún no había sido santificada por la iglesia
-—¿Y cómo me iré?, cuando sabes que nunca he dejado la casa sola. —Incluso
mientras hizo la pregunta, una pequeña parte de ella se acobardó. Una cosa era
ser valiente en su habitación, en compañía de la doncella que la había conocido
desde que era un bebé y otra muy distinta salir al amplio mundo y enfrentar una
bruja.
—En cuanto a eso, vamos a salir juntas, diciendo que estás visitando a tu amiga
Ekaterina Borisovna. Nadie va a pensar algo raro sobre esa visita, incluso, tus
padres creerán que es natural que busques el consuelo de un amigo después de
sufrir una conmoción como la de la noche pasada.
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El clima aún se mantenía bien, aunque una línea de nubes negras hacia el
noreste se veía como una señal de que el extraño y nítido hechizo estaría pronto
terminado. Oksana mandó a Gregor a llamar un carruaje de alquiler para Galina,
afortunadamente, la condesa también estaba haciendo una visita por la tarde, por
lo que nadie vio nada inapropiado en la hija de la casa y su doncella montando
un carruaje de alquiler.
Condujeron hasta las afuera del pueblo, por la inteligencia de Oksana habían
deducido que la finca de la princesa se encontraba a unos kilómetros al sur de la
ciudad. Exactamente dónde, nadie parecía saber, pero Galina supuso que era
mejor tener una dirección que nada.
—No podemos pedirle al hombre que conduzca más allá del campo. Él ha
acortado mi viaje, al menos.
—Pero señorita…
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Y ni se te ocurra permitir que te culpen, por cualquier cosa que ellos puedan
decirte, tú debes decirles que te ordené regresar a casa.
Al parecer, Oksana no sabía muy bien qué hacer con esa repentina autoritaria
e imponente señora, porque vacilo, y retorció sus manos, entonces dijo:
Y así estaba; él cambiaba de un pie al otro y fruncía el ceño a las dos, y lanzaba
una mirada disgustada al tormentoso cielo sobre nuestras cabezas. Galina pescó
una moneda de su pequeña bolsa y la presionó dentro de las manos del
conductor, él a su vez se la metió en el bolsillo y se subió a su asiento sin darle
una segunda mirada a ella u Oksana. Parecía bastante claro que estaba listo para
marcharse sin ninguna de las dos si ellas tardaban más tiempo.
Así que abrió la puerta del carruaje. Oksana se detuvo, entonces le dio una
acusadora y final mirada antes de exhalar un resignado suspiro tan pronto como
subió al compartimento pasajero.
Y con eso cerró la puerta y giró lejos del carruaje, con orientación hacia el
cortante viento. Cierto, vestía su nueva capa forrada de piel de visón que
combinaba con su sombrero y su manguito, e incluso sus manos dentro del
manguito estaban cubiertas por calientes guantes de piel, pero todo eso no
parecía mucha protección contra la ráfaga cortante del este.
Como quiera, había decido su curso, y lo seguiría, sin importar qué pasara.
De vez en cuando un carruaje o una carreta sonaría, más seguido que no, con
sus ocupantes dándole una mirada más perpleja, pero Galina se mantuvo,
siguiendo la ruta como si fuera moviéndose lejos del sur y este.
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de un tiempo solo ponía un pie delante del otro porque sabía que eso era lo que
debía de hacer, no porque realmente pudiera sentir más sus pies. La luz empezó
a disminuir, y entonces los primeros copos de nieve empezaron a caer
suavemente, uno por uno al principio, y después en ráfaga, y al final en masas
blancas. En ese tiempo, Galina había renunciado a cualquier pretensión de seguir
en el camino, o incluso saber en qué dirección estaba yendo. Solo se tambaleaba
hacia adelante, sus manos apretadas dentro del manguito, estaba enteramente
concentrada en Karel. Pensar en él era lo suficiente para mantenerla viva.
—¡Espera!
La voz había sonado de lejos más áspera que la dulcemente fría voz de Tatiana
Vasilievna, de manera que, el personaje que se mostrara ahora era obvio que no
era la princesa. Las ásperas pieles amortiguaban su forma de modo que apenas
podía distinguir su sexo, y la punta de su nariz sobresalía entre su sombrero de
piel que llevaba puesto jalado debajo de su frente y una bufanda que cubría la
mayor parte de su barbilla, había una perceptible mancha de hollín en ella.
—¿Quién anda ahí? —demandó la aparición. Sostuvo la antorcha arriba y
contempló el rostro de Galina. La extraña mujer… o niña, algo en su estatura
parecía sugerir que no era mucho más grande que Galya, de hecho ladeó la
cabeza hacia un lado y dijo—: ¿Estás loca?
—Hmm —dijo la áspera joven—. Yo pienso que debes de estar loca para estar
afuera en esto.
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La extraña pareció considerarlo.
De algún modo Galina sabía que esta reina y la princesa debían de ser la misma
persona. ¿De qué otra manera se podría describir a una mujer con semejante
belleza exterior helada, aun con su tan oscuro corazón latiendo dentro de su
perfecto pecho?
—Y creo saber por qué. Solo esta mañana encontré a un joven cabalgando
hacia la finca de la princesa y nunca volvió de regreso. Alguien que conoces,
¿asumo?
Galina asintió, pero encontró bastante imposible responder, por sus dientes
que habían comenzado a castañear tan violentamente que no podía sacar
ninguna palabra afuera. La extraña ladeó su cabeza y dijo:
—Estoy aquí con una amiga. Harían bien en mirar a otra parte.
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Y los hombres se giraron, y Galina se encontró dirigiéndose a una pequeña
habitación equipada con una cama bastante caliente con pieles apiladas, y un
brasero que sirvió para tomar algo de la frialdad del aire.
Algo en Galina se acobardo ante la idea de darle el manguito, que había estado
protegiendo sus manos demasiado bien, pero quizás la tormenta se habría
detenido por la mañana, y no lo necesitaría desesperadamente por más tiempo.
Además, qué era un manguito, comparado con el refugio y la posibilidad de
encontrar a Karel al día siguiente.
—Por supuesto —dijo—. Pero voy a dártelo solo después de que me hayas
llevado a la finca de Tatiana Vasilievna.
Y con eso se acomodó dentro de la cama, y le hizo un gesto a Galina para que
se le uniera. Se durmieron, seguras y calientes en el corazón de la fortaleza de los
ladrones.
En la mañana siguiente partieron hacia el palacio de la princesa, con Sasha la
ladrona, que aseguraba que se encontraba a solo unos kilómetros. La tormenta
había pasado, y el campo estaba cubierto de blanco, resplandecía bajo el pálido
sol de la mañana. Galya entrecerró los ojos lo más que pudo y caminó
arduamente a lo largo, acompañada por una improbable compañera. A una hora
o más tarde, llegaron a un borde de setos oscuros medio enterrados debajo de la
nieve, los cuales Sasha dijo que marcaban el borde de la propiedad de Tatiana
Vasilievna.
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—Eres muy ingeniosa —dijo Galina de forma honesta. Parecía que tenía
bastante habilidad, sonrió mientras se quitaba el manguito de las manos y se lo
daba a Sasha—. Te has ganado esto, y más.
—Lo tengo. Pero no puedo dejarte aquí, deja que te lleve a la puerta trasera.
Cómo Sasha había obtenido este conocimiento, Galina no lo sabía, pero estaba
segura que no preguntaría. Siguió a la otra chica por los alrededores de la casa,
lo que tomó algún tiempo, ya que realmente era un palacio, y no solo una buena
casa de campo como en la que se quedaba la familia de Galina en cada verano.
No parecía haber alguien, incluso ningún lacayo o una ayudante de cocina. Se
aproximaron a la puerta trasera, que estaba cubierto por un pequeño pórtico, una
pequeña y rara ráfaga de nieve se levantó del suelo y rodeó a las dos chicas. Por
unos pocos segundos, Galya se sintió como si fuera a cegarse por el torrente de
los copos, pero murmuró unas palabras en oración hacia el Señor en voz baja, y
pidió al santo padre protección para ella y Sasha. Tan pronto como se había
levantado, la nieve cayó al suelo.
—Pensaba que estabas loca —dijo—. Pero quizás, solo estás tocada por Dios.
¿Era la mano de Dios lo que la había guiado tan lejos, el cual la había traído
aquí sin daño alguno? Galina pensó que eso era más probable que un simple
golpe de suerte, pero simplemente levantó sus hombros.
—No lo puedo decir. Solo puedo decir que debo traer a Karel de regreso a mí.
Si Dios me ha guiado tan lejos, entonces oremos para que lo continúe haciendo.
Era un palacio muy elegante, todo en mármol y dorado, pero adentro era tan
frío que la respiración de Galya se suspendía claramente en el aire como lo hacia
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afuera. No le envidiaba el manguito que ahora tenía Sasha, porque la otra chica
se había ganado eso y más. Todavía era demasiado, demasiado frío.
No había ningún movimiento, ninguna señal de vida. Las dos chicas miraron
habitación tras habitación, desde el salón y el cuarto de dibujo hasta el comedor
y bibliotecas, y aún no habían visto a Karel, ni a Tatiana Vasilievna, ni ningún
criado o criada.
Quizás esto no era el palacio de la princesa después de todo, sino más bien el
hogar de un desconocido conde o príncipe, retirado por los meses de invierno
hacia los climas soleados de Italia o Grecia. Galina no reprendería a Sasha, no
cuando la chica la había estado ayudando bastante, pero se preocupó que de
alguna manera las hubiera guiado a la casa incorrecta.
El piso era hielo, se extendía ante ella tan suave como la pista de hielo por
debajo de los muros del convento Novodevichy. En el centro había una silla tan
grande que solo podía llamarse trono, toda cubierta de madera oscura como el
ébano, con un almohadón azul hielo. Y a un lado de la silla, agachado sobre el
hielo, Galina vio la oscura forma de un hombre acurrucado.
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Supo enseguida que ese hombre era Karel, y entonces corrió sobre el hielo.
Incluso aunque sus botas resbalaron y amenazaron con tirarla con casi cada paso.
Pero no se detendría ahora, no cuando estaba tan cerca.
Ya al final, se tropezó y cayó, pero solo se deslizó a lo largo del piso de hielo
hasta que estuvo a pocos centímetros lejos de Karel. Incluso entonces él no
levantó la mirada, pero se mantuvo cerniendo piezas de lo que parecían como
esquirlas finas de hielo, poniéndolas muy juntas como piezas de rompecabezas.
—Ella dijo que debía de hacer esto, que si podía escribir la palabra correcta
podría estar por toda la eternidad con ella. Pero no puedo encontrar todas las
piezas, como puedes ver.
Entonces pareció demasiado claro. Debía de hacer una cosa que le recordara
el calor, la luz, los rayos del sol.
El amor.
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Su piel se sintió apenas más caliente que el frígido aire de la sala alrededor de
ellos. Tenía que ser.
—Galina —dijo conmovido. Sus ojos brillaron con lágrimas, y ella vio que una
se deslizaba debajo de su mejilla, brillando en la luz pálida que atravesaba
inclinada por la alta ventana del salón. En esa mejilla destelló algo como un
brillante diamante, algo que ella estaba segura que no era una lágrima.
Ella se estiro y agarró el brilloso punto, se sintió filoso sobre sus dedos. Una
gota de sangre se deslizó contra su piel, sorprendentemente roja en el blanco
resplandor de la habitación llena de hielo. Así es cómo lo atrapo, pensó,
deliberadamente se inclinó y limpió su dedo contra el piso congelado, dejando
un fino rastro rojo contra el blanco
Karel parpadeó.
—Claro —dijo y se puso de pie. Extendió una mano hacia ella—. ¿Cómo llegué
a estar aquí?
—Una mota en tu ojo —dijo de forma ligera—. Pero se ha ido ahora. ¿Estás
listo para ir a casa?
—Sí —dijo Karel enseguida. Después se detuvo, y miro hacia ella con los ojos
que una vez más le recordaron el verano y la calidez que ella casi había
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olvidado—. Eso es, si solo puedo compartir ese hogar contigo. ¿Querrías, Galya?
FiN
54
Yasmine Galenorn
Teal, princesa del reino del bosque, miró fijamente fuera de la ventana de su
dormitorio a la luz de la madrugada. Un estremecimiento de excitación recorrió
su pecho. Miró sobre el ancho bosque de robles y arces que se extendía por
kilómetros alrededor del castillo. Era una madera antigua, y llena de secretos y
leyendas y fantasmas, pero conocía cada centímetro del bosque, había recorrido
cada sendero, y sin embargo, la cañada siempre la llamaba de vuelta.
Hoy era su cumpleaños, era casi una mujer adulta, y esta vez el próximo año
la vería tomando su lugar junto a sus padres, aprendiendo a ser reina cuando
llegara el momento de ascender al trono. Dejaría de lado su niñez y haría frente
al manto de su deber. Era el camino, siempre era el camino.
Diecisiete años había pasado en este castillo, bajo los ojos vigilantes de sus
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padres. Diecisiete años había escuchado, aprendido y obedecido sus órdenes,
como una buena hija. Hoy, sin embargo, anhelaba correr en los bosques, sin
escolta, divertirse a través de los árboles y encontrar… encontrar… no lo sabía.
Lo que quería encontrar. ¿Una aventura, tal vez? Algo salvaje y libre, ¿salvaje?
Después de todo, uno cumplía diecisiete años solo una vez en su vida.
Teal se vistió rápidamente con una falda verde ondulada y una camisa ligera
de seda, luego envolvió un chal con hilos de plata alrededor de sus hombros. Hoy
iría a deambular. El castillo estaba en silencio, todavía dormido, y ansiaba sentir
el viento besando su rostro, el sabor del calor del verano en su lengua.
Teal nunca antes había estado más allá de las fronteras de su tierra. Sus padres
decían que cuando se convirtiera en reina, viajaría y conocería a jefes de estado
vecinos, y encontraría a un príncipe para gobernar a su lado. Pero había mucho
tiempo para eso, y no debía preocuparse por otros lugares y otros pueblos. Su
reino era seguro y pacífico, pero el peligro se escondía más allá de las fronteras,
y sus padres le advirtieron repetidamente que no se aventurase demasiado lejos.
Por lo general, ella aceptaba, como siempre, y se contentaba con caminar a
través de los bosques, recogiendo flores y ocasionalmente escuchando al rey y a
la reina dispensar su sabiduría y justicia a la corte, adornada con madreselva y
rosas.
Pero hoy… hoy quería más que un viaje de jardín, más que un
acompañamiento a una excursión en los campos para recoger flores. Pasó por los
silenciosos pasillos, consciente de las pesadas piedras grises que la rodeaban.
Ellos llevaban el peso del linaje de su familia, y cada paso que daba a través de
los pasillos se hacía eco para recordar su deber, su herencia, su vida.
Dos guardias vigilaban las gigantescas puertas que permitían entrar y salir de
las murallas del castillo. Se inclinaron mientras ella se demoraba en la puerta.
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—Señora, llamaremos a una escolta por usted —dijo uno, pero ella negó con
la cabeza suavemente.
—No, iré sin escolta hoy. —Les sonrió, tratando de calmar sus
preocupaciones—. Es mi cumpleaños. Este es mi deseo, mi voluntad. Sean
amable y no despierten a mis padres, que necesitan su sueño y solo estoy
buscando un soplo de aire fresco y un paseo a la luz del sol.
Los guardias se miraron. Su voluntad era ley y no había nada que ellos
pudieran hacer. Asintieron y retrocedieron, permitiéndole el libre paso.
—Así es, pero sigue siendo una niña. El rey y la reina no ven que es casi una
mujer. No la han preparado para toda la vida. Me pregunto cómo la permiten
caminar solo así —respondió el otro.
Mientras paseaba por el bosque, Teal pensó en lo que los guardias habían
dicho. A decir verdad, tenían razón. Nadie dentro del reino de los bosques
pensaba levantarle la mano. Ella era su premio, su joya querida que brillaba
brillantemente en los caminos oscuros de la cañada boscosa. Incluso el agricultor
más pobre se arrodillaba ante ella sin quejarse.
La princesa observó todos los caminos que se extendían ante ella. Había
explorado mucho a lo largo de cada uno y hoy parecía demasiado tranquilo,
demasiado familiar. Sorprendida, se dio cuenta de que conocía el reino así como
sus padres, sus largas caminatas le habían dado una gran perspectiva sobre las
fronteras de la tierra.
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Pero la magia era rara en el reino en estos días. El dragón había sido asesinado
por un caballero valiente que se casó con la tía de su abuela, y como la tierra se
hizo más pacífica, las brujas tenían menos inclinación a usar sus poderes para
cualquier cosa además de pedacitos de curación y entretenimiento de niños
pequeños.
Debió haberlo pasado por alto, decidió finalmente. A sus padres no les
gustaría que atravesara por sí misma un camino desconocido. Se preocuparían y
se preocuparían, pero entonces se le ocurrió que en otro año, sería mayor de edad.
Debía comenzar a tomar algunas de sus propias decisiones ahora, tanto como
valoraba la sabiduría de su madre y el corazón de su padre. La indecisión
guerreaba dentro de ella. Quería explorar, correr libremente como la hija de un
granjero. Conocía su deber, pero por un día, una hora, quería rechazarlo y tener
verdaderamente diecisiete años, libre y llena de diversión y no preocuparse por
los peligros que podrían estar en el camino.
El bosque pronto se abrió a una amplia llanura, arcillosa y estéril, con el suelo
tan compactado que se agrietaba y elevaba hacia arriba como pintura vieja en un
fresco. Teal parpadeó contra el resplandor del sol y una inquietante sensación se
deslizó sobre ella, como si estuviera mirando algo que tal vez no estaba destinada
a ver. Buscó en sus recuerdos por cualquier mención que sus padres pudieran
haber hecho de una tierra vecina así, pero nada vino a la mente. ¿Qué debería
hacer? ¿Irse a casa? Bostezó, cansada y acalorada, al darse cuenta de lo doloridos
que estaban sus pies.
—Tal vez debería descansar un poco antes de regresar —se dijo, de repente
deseando la comodidad de una voz. Miró a su alrededor, esperando ver un
arroyo en el que pudiera lavarse, o un árbol en el que pudiera sentarse.
Pero aquí no había agua, y los árboles se habían vuelto oscuros y retorcidos.
Con una sensación más incómoda por el momento, Teal cambió su peso de un
pie a otro. El calor de los residuos se filtró a través de sus zapatos y quemó las
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suelas delicadas de sus pies. Decidió regresar ahora, antes de que se sintiera más
incómoda. Se volvió, pero el camino había desaparecido bajo un enredo de
salvajes zarzas y espinosos arbustos.
Teal paseaba por los bordes del bosque, pero no podía encontrar ningún
camino. Intentó vadear el camino a través de la maleza, pero el follaje era tan
espeso y espinoso que sus brazos y piernas pronto estuvieron tatuados con
arañazos largos y sangrantes. Finalmente, renunció y se volvió hacia la tierra
estéril.
—¿Voy a morir? —La idea de la muerte pasó por su mente, y por primera vez
en su vida, la princesa Teal tuvo miedo. Nunca había cuestionado su propia
mortalidad.
—No hay nada para ello, tengo que sobrevivir hasta que algún príncipe, o mis
padres lleguen. —Teal estrechó los ojos, buscando en el horizonte cualquier signo
de vida, pero nada se movía en la árida y seca tierra que la rodeaba. Cansada
tanto por el calor como por el miedo, decidió buscar refugio detrás de una gran
roca a cincuenta metros de distancia. Ofreció sombra del sol abrasador, y se
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acostó detrás de ella, agradecido por el respiro. En cuestión de segundos, se
deslizó hasta la inconsciencia.
Ellos estaban fuera este día, montando, cuando uno de sus compañeros señaló
hacia una roca que se situaba contra el suelo del valle. Detrás de la roca había una
mujer joven. Era hermosa y radiante, y la vida florecía llena dentro de ella,
todavía, y su cabello brillaba como oro hilado. Karamak la miró, encantado.
—No —dijo el rey, el viento silbando por su boca para convertirse en el soplo
de su voz—. No —dijo de nuevo mientras sus jinetes lo miraban, esperando.
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Karamak dejó su montura y se acercó a ellos con su manto púrpura
revoloteando detrás. Miró hacia el rostro dormido de la mujer. La sangre corría
a través de sus venas, suavizando sus mejillas y llenándolas con un rubor rosado.
El aliento susurró entre sus labios rosados. Karamak en silencio extendió un
huesudo dedo blanco y acarició los mechones dorados que cubrían su rostro.
—Te has despertado —dijo, y sus palabras eran como el pálido viento—. El
rey estará aliviado al saber que sobreviviste a tu desafortunado viaje.
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Teal reprimió un grito. Ella era una princesa y eso, en sí mismo, significaba
que tenía que mostrar coraje. Enderezó sus hombros, y silenciosamente se cubrió
con la sábana alrededor como una capa. Una mirada a la fruta le dijo que nunca
la comería. Un gusano salió de la manzana y su estómago se tambaleó.
—Mis padres se preocuparán por mí. Soy la princesa Teal del reino Woodland.
—tembló, su piel ondulando con frío. El salón era tan frío como la llanura del
desierto había sido caliente—. ¿Dónde está mi ropa? Exijo mi ropa.
—Métase de nuevo en la cama. Sus cosas serán traídas pronto. Le diré al rey
que ha despertado y él contestará a sus preguntas. —Cuando la criatura habló,
Teal pudo oír el más leve indicio de desaprobación en su voz—. Coma si quiere.
—Entonces se volvió y salió de la habitación.
Había una jarra de agua en el armario y se la llevó a los labios, pero se detuvo
cuando el olor del vinagre se elevó para nublar sus sentidos. El líquido era negro,
salobre, y silenciosamente puso la jarra en su lugar sin tomar una sola gota.
Apenas se había arrastrado hasta la cama cuando la puerta se abrió.
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—¿Entonces eres princesa? —preguntó, entrando en la habitación—. Soy
Karamak, rey de esta tierra.
Teal miró una vez a los ojos opalinos por un momento, buscando cualquier
señal de humanidad, y luego ladeó la cabeza.
—Sí —susurró ella—. Soy la princesa Teal, del reino del Bosque. Estaba fuera
para dar un paseo y parece que me he perdido. Hoy es mi cumpleaños —añadió
con impotencia.
—En mi reino, nadie me haría daño —replicó ella, sin gustarle su tono. Él
estaba demasiado cerca para su comodidad. Enderezó su espalda, invocando la
dignidad que podía—. Somos una gente pacífica. Nuestro último dragón fue
asesinado hace años y el valiente caballero se casó con la tía de mi abuela. No
tenía razón para temer caminar sola.
—Entonces la tuya es una tierra inusual. ¿No tienes asesinos? ¿No hay
renegados? —Él escupió la pregunta tan duramente que la princesa se retiró
contra la cabecera.
—De vez en cuando esas cosas suceden, pero es raro y por lo general los
extraños están involucrados. Mis padres tratan con los criminales rápida y
eficientemente, como lo haré yo cuando sea reina.
Karamak se levantó, elevándose sobre ella. La miró con una ferocidad que la
hizo temblar. Había visto la misma mirada, ese mismo destello de luz, en los ojos
de unos pocos hombres en el reino de los Bosques y siempre la hacía sentir
valorada, pesada y medido, y atada con un arco bonito. No podía dejar de notar
que la luz plateada de su aura quemaba ferozmente cerca de su pelvis.
Se inclinó sobre ella y, con un dedo de marfil articulado, señaló hacia ella.
—Princesa Teal del reino de los Bosques, eres una mujer encantadora. No
deberías cubrir tu vergüenza, sino mostrarte con orgullo.
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—Quiero mi ropa —gritó Teal, enojada ahora y sonrojándose. Quería dar una
bofetada a su mano huesuda, pero estaba demasiado asustada para hacerlo.
—¿Qué tierra es ésta? —gritó Teal, pero Karamak había desaparecido por la
puerta. En unos instantes, el sirviente que había traído la fruta regresó con la ropa
de Teal y ayudó con su vestido, pero no respondió a sus preguntas.
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Karamak se volvió y salió de la habitación en silencio, cerrando la gran puerta
detrás de él.
Teal se echó a llorar, sus sueños de fuga se fueron reduciendo a medida que
pasaba cada momento.
—Dijiste que se lo dijiste. Sabía que no debía confiar en ti. —Ella sospechó que
la engañaba, y ahora sabía que tenía razón. Cuando él la alcanzó, ella gritó y se
agitó contra su abrazo de marfil—. ¡Déjame ir! ¡No me toques! —Una oleada de
odio y miedo se apoderó de ella, la primera vez que Teal había odiado a alguien.
El sentimiento la hizo tambalearse con fuerza.
El rey la atrajo hacia él, el fuego plateado se arremolinó como un vórtice. Trató
de besarla, presionar su boca contra la suya, pero ella luchó contra él, chillando,
cortándose con los bordes afilados de sus huesos. Era más fuerte que ella, pero
entonces, un vistazo a su rostro ensangrentada lo detuvo. El fuego se extinguió
hasta parpadear.
—Permíteme ir a casa. Ese será el único consuelo que me puedes dar, fantasma
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de huesos y fuego.
—Puedo darte esa ilusión, pero ¿hará algún bien? La has aterrorizado. ¿Qué
te hace pensar que alguna vez confiará en ti?
66
Rennard se encogió de hombros. Si no era él, otro le proporcionaría al rey lo
que quería.
—No puedes amarme como soy. Pensé, si era como tú… si fuera mortal,
podrías aceptarme y aceptar mi amor. —Extendió la mano hacia ella y la atrajo
hacia sus brazos.
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Teal luchó contra su abrazo helado.
—Tu toque sigue siendo el toque de la muerte, y apestas a todo lo que está
desvanecido y viejo y largo, largamente muerto. ¿Me encarcelas contra mi
voluntad y esperas que te ame? —Su estómago se retorció cuando sus manos se
deslizaron sobre su cuerpo.
Karamak se sentía avergonzado, pero aun así forzó su boca contra la suya y la
besó profundamente, su lengua coriácea y seca contra la suya húmeda. Ella
golpeó contra su pecho y finalmente la dejó ir. Cuando se fue, él la advirtió:
—Eres repulsivo en cualquier forma —dijo ella, lanzándole la jarra. Esta chocó
contra el suelo, rompiéndose en mil fragmentos mientras el agua salobre e
repartía por las tablas—. ¡Mientras viva, te odiaré!
—No tiene ninguna compasión por mí. —Karamak se acomodó en sus huesos,
la ilusión desapareció con apenas un débil indicio de pesar. Había pasado tanto
tiempo desde que había sido mortal que ya no lo echaba de menos—. No sé qué
hacer.
—Tienes que hacer algo, alteza. Ella está desapareciendo. Rechaza la comida
que le das cada mañana. Morirá de sed pronto porque solo bebe el agua.
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—Ella dijo que nunca me amará mientras viva. Y, ¿cómo puede? Soy el rey de
Wraithland y ella es mortal. Estamos en mundos separados.
—Su alteza, le ruego que detenga esta locura. Su obsesión nubla su juicio. —
Pero sus palabras se perdieron en el rey. Mientras Karamak lo despachaba con la
mano, añadió—: Se lo advierto, estará muy decepcionado.
El frío era casi más de lo que Teal podía soportar. La humedad se había metido
en sus pulmones y tosía ahora, un estremecimiento doloroso que arruinaba su
cuerpo. Cuando Karamak entró en su habitación la quinta mañana, se giró en
silencio. Ella casi había decidido probar su suerte en descender la pared del
castillo pero entonces miró fijamente en la neblina gris y una oleada de
impotencia la envolvió y se dio cuenta por fin de lo lejos que estaba su casa. Había
subido a la cornisa, estuvo de acuerdo en saltar, pero en el último minuto no
pudo hacerlo, así que se sujetó al cristal y volvió a colocarse en la mesa de escribir.
Teal lo miró, aceptando silenciosamente la frase. Ella supo entonces que estaba
condenada.
—No —contestó Karamak—. Aún no. Podría enviarte a casa otra vez. Tienes
la chispa dentro de ti que todavía habla de vida. Pero qué brillante eres en mi
reino de sombras. Qué hermosa y radiante, como el sol, traes luz a mi mundo.
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—Cada día el plato se vacía y sin embargo adelgazas. ¿Por qué no comes?
—El fruto está lleno de gusanos y el pan está rancio. El agua es salobre, llena
de salmuera —dijo.
—Pensé que podría, pero ahora veo lo brillante que sigues siendo, lo hermosa
y llena de brillo y sé que no puedo. Te amo, princesa Teal del reino del Bosque.
Te amo y no dejaré que me dejes.
—No con el abismo que hay entre nosotros. Fui un tonto al pensar que mi
ilusión podía capturar tu corazón. Todavía era una ilusión. Pero, hay una manera.
Si somos iguales, entonces no tendrás ninguna razón para pelear conmigo.
Extendió la mano y tomó su barbilla en sus manos. Teal supo entonces que iba
a matarla. Ella enderezó sus hombros y cerró los ojos, tratando de no gritar
mientras le rompía el cuello. Mientras caía en la silla, Karamak esperó, viendo la
energía de su tierra trabajar en su cuerpo.
Teal miró sus huesos desnudos y la fina línea de espuma de mar que los
rodeaba. Miró hacia Karamak y ahora no se veía tan aterrador. No tenía más
esperanza, no había más razones para huir. Lo miró fijamente sin pestañear.
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brisa de verano soplando a través de las cañas.
Karamak la miró con horror. La belleza brillante, la piel pálida y brillantes ojos,
la chispa de la vida que había prometido gozo y deseo a su alma, todo se había
ido y en su lugar, era simplemente otro espectro de sombra, fuego y muerte.
—No —susurró, retrocediendo—. No. ¿Dónde está mi luz del sol? Dónde está
mi princesa radiante. ¿Qué he hecho? —gritó—. ¡Tu voluntad y tu pasión!
¿Dónde se han ido?
FiN
71
C. Gockel
La madrastra malvada está a punto de encontrar a su igual...
Capítulo 1
—¿Estás sentada? —preguntaba la voz en el otro extremo del teléfono.
—Ahora lo estoy —susurra. ¿Por qué, oh, por qué, había tomado el teléfono?
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Porque esperaba que fuera Cindy...
—Madame…
—Es el traje —dice Joshua—, no debería haber usado el traje de papá, pero está
de nuevo de moda, mamá, y tú dijiste...
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—No, no, William habría querido que lo usarás. —El traje que Joshua había
usado hacía unos meses ya no encajaba, ya que sus hombros parecieron crecer
siete centímetros más durante la noche. Cuando la invitación sorpresa había
llegado, él había girado hacia la ropa vieja de su padre —de su padrastro— en
desesperación. Después de algunos ajustes, el traje encaja sorprendentemente
bien, y oculta el hecho de que Joshua no tiene mucho colgando en esos amplios
hombros.
—Siéntate.
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cinco y tres años. William había sido como un verdadero padre para ellos... para
perder dos padres, y ahora una madre.
—Esa franja gris a través de tu cabello negro te hace parecer Cruella Deville.
—Joshua cacarea—. Se ajusta a tu malvada reputación de madrastra.
Joshua se ríe.
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parientes snob! —Choca el puño a Alicia—. ¡Fea hermanastra activar poderes!
Alicia resopla:
—Por supuesto que no, mamá. Los cuentos de hadas no son reales.
— Seremos las únicas personas en la escuela que han visto a Elfos de la Noche
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de cerca —dice Joshua, su voz borboteando de emoción.
Marcia se frota las sienes, en parte por el recuerdo de la última vez, en parte
porque tiene ganas de llorar de nuevo y quiere ocultar sus ojos. Tiene que darles
esto. Una última noche de emoción, esperanza y magia. No todo el mundo conoce
a los elfos, incluso desde la apertura de los reinos. Tienden a permanecer en
Alfheim. Pero los Elfos de la Noche, un reino menor aliado con los Elfos de la
Luz, están interesados en comerciar minerales... por qué, no está segura.
Agarrando su rostro, frota sus sienes. Sus bien conectados, ricos suegros hicieron
su fortuna en el futuro de mercancías; por supuesto habrían maniobrado para
que los Elfos de la Noche vinieran de visita.
Alicia jadea.
—¿Cómo pudo papá ser tan amable cuando su familia es tan mala?
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No todos habían sido malvados. Los padres de William habían sido
encantadores... pero cuando su suegra fue internada en un asilo de ancianos, y
su suegro falleció, la fortuna había caído en manos de la madrina de Cindy.
Marcia no recuerda a los niños esto. Está demasiado petrificada. ¿Está
alucinando? Se vuelve lentamente en su sitio, temiendo lo que podría encontrar,
que se está volviendo loca o que sus alucinaciones son reales. Se encuentra
mirando a un hombre de pie tan cerca que podría estirarse y tocarla. Es uno de
ellos, alto, de piel verde oliva y cabello oscuro rizado en rizos alrededor de sus
puntiagudas orejas. Sus ojos son de color marrón claro salpicados de amarillo, y
sus pómulos son muy afilados. Sus labios están ligeramente separados, como si
estuviera sorprendido, y sus colmillos brillaban en la luz. Él debe haberla oído.
Tragando, da un paso atrás y parpadea.
Alicia refunfuña.
—Ustedes dos también se ven hermosos —protesta Marcia. Intenta girar, pero
siente un dolor agudo en el costado. Toma aliento.
—Está bien, mamá —dice Joshua—. No somos el tipo de chicas que son
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arrastradas por el príncipe Encantado. Hemos aceptado nuestro destino... pero
podemos disfrutar del paseo.
Poniendo una mano a su costado, Marcia logra girar, y ahí está Cindy con su
tía y madrina, Deidre. Cindy lleva un vestido azul cielo que brilla con magia
sobrenatural. Tiene una cola blanca diáfana que revolotea como una nube. Por
encima del escote corazón su piel pálida y cabello dorado son como el sol. Deidre
lleva un vestido negro que parece tener estrellas tejidas en la tela. Por encima del
negro, su cabello plateado es como la luna. Incluso junto a los elfos, las dos
parecen celestiales. Marcia se muerde el labio. ¡En qué mundo sus hijos están
madurando!; uno donde la magia es real. Sus posibilidades parecen infinitas.
Al ver el trío de Marcia, Cindy y Deidre caminan hacia ellos. No están a dos
metros de distancia, cuando, mirando el vestido de Alicia, Cindy exclama:
—¡Estás usando nuestras viejas cortinas! —Su voz es tan alta que se eleva por
encima del suave murmullo de la multitud. Marcia siente todos los ojos puestos
en Alicia. Los hombros de su hija se hunden más. Marcia cierra los ojos y se
recuerda que hay una oportunidad de cincuenta cincuenta que Cindy no quiso
ser hiriente.
—Ese traje y ese vestido parecen familiares —dice Deidre. Marcia abre los ojos
para ver a Deidre mirándola de arriba abajo con una clara expresión de desdén
en su rostro.
—La verdadera clase nunca pasa de moda —dice Marcia con los dientes
apretados.
—Ardeeeeee... —susurra Joshua, pero Marcia nota que sus ojos están un poco
húmedos después del comentario de la cortina.
Deidre resopla.
Marcia oye una tos. Sus ojos se deslizan hacia un lado, y ve al hombre que
había visto antes. Su mirada se encuentra con la suya, y por un instante tiene
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visión de rayos X. Puede ver sus colmillos detrás de sus labios. Jadea y parpadea.
Y luego él se ha ido.
Marcia se sienta justo fuera del área de recepción principal, ahora llena de
gente bailando. Está en un pasillo abierto a la veranda trasera, detrás de una
planta en maceta, en una silla que los camareros muy agradables han traído para
ella. Mira su reloj. Son solo las 11:50, pero quiere ir a casa. Mira más allá de la
planta y ve a Joshua y Alicia bailando el foxtrot. Parece que están teniendo un
gran tiempo, y ella no quiere hacer que se vayan. Lo están haciendo bastante bien
en la pist a—William había insistido en que aprendieran el baile de salón— pero
ellos consiguen una gran distancia de todos los invitados. Supone que los Elfos
Nocturnos son tan hábil como los habituales asistentes de Deirdre en sentir a la
chusma. Siente la bilis aumentando en su estómago. La magia no parece ser una
posibilidad para sus hijos, sino un mundo de privilegios al que no pertenecen.
Cierra los ojos... no, lo había hecho sin dinero ni magia antes. Había nacido pobre,
se había metido en la clase media con su primer marido, el padre de Alicia y
Joshua, y logró aferrarse a eso después de su muerte. Y luego había conocido a
su segundo marido, William, el padre de Cindy, en un grupo de duelo y de
alguna manera terminó muy rica...
... y entonces los reinos se habían abierto y un dios noruego demente había
destruido varias manzanas de Chicago. William, su negocio y su casa habían sido
literalmente aplastados en un instante. Había perdido a su marido; los niños
habían perdido a su padre. El dinero habría sido un consuelo frío en ese
momento; Aun así, habría permitido que Marcia se tomara un tiempo libre para
ayudar a sus hijos a recuperarse de su pena. Desafortunadamente, las pólizas de
seguro tenían exenciones para los “actos de dios”. Apenas consigue estabilizarse
ahora, con una hipoteca por pagar una casa destruida, su renta y cuatro bocas
para alimentarse. Pero las cosas van a mejorar. Aprieta los ojos cerrados. No, no
lo harán, porque no estará viva...
Marcia muerde su labio. Después de todo lo que la “magia” había hecho por
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ella, ¿por qué ha traído a sus hijos aquí? Los reunirá y los llevará a casa. Mira más
allá de Joshua y Alicia por Cindy. Acompañada de Deidre, Cindy ha sido adulada
por el príncipe vampiro toda la noche. Marcia sacude la cabeza. No es un príncipe
vampiro —es un Elfo de la Noche. Marcia parpadea fuera del área de recepción.
Ve a Deidre, pero ¿dónde está Cindy?
Desde la terraza, oye una salpicadura de agua, y una risa que es familiar.
Marcia se pone fría. El dolor en su costado está repentinamente gritando, pero se
levanta rápidamente de su silla, y se mueve tan rápido como puede salir por la
puerta, y en la cálida noche.
Los ojos del príncipe se abren de par en par y se levanta a toda prisa. Sin mirar
hacia atrás a Cindy, salta del muro de la fuente, sube las escaleras y se inclina
hacia Marcia.
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Y luego corre por el pasillo. Marcia quiere ir tras ella, pero de repente se marea
con el dolor y sus propias náuseas.
—Adolescentes.
—Los años en que mis hijos eran adolescentes... —Él sacude la cabeza y cruza
los brazos, observando a Cindy.
Las palabras parecen fuera de lugar en su rostro juvenil, pero Marcia ha oído
rumores de que los elfos son inmortales.
—Ellos tienen cuatro veces las hormonas de un adulto. Eso los hace
prácticamente locos. —Se encoge de hombros y recupera el aliento.
Marcia parpadea, pensando en todas las peleas que había tenido este año con
Joshua y Cindy, y todas las veces que Alicia había ido a su habitación, su rostro
bañado en lágrimas, no queriendo hablar de ello.
—Nunca he considerado las ventajas de una vida corta —dice Marcia.
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Cindy con cuentos de lo desprovisto de la niña, pero sólo quiere a Cindy cuando
es conveniente para ella. Y son las responsabilidades de Marcia con su familia
extensa, su continua batalla con las agencias de seguros, y el espectro de su
enfermedad cerniéndose como una sombra oscura.
—Tengo que estar con mis hijos —dice. Por todo el tiempo que pueda. Todavía
se siente enferma, su costado todavía duele, pero se va corriendo de la terraza.
—¡Perdí mi zapato!
Capítulo 2
A la mañana siguiente, Marcia se despierta en el sofá con el hedor de la basura.
Su teléfono celular está sonando. Al ver el número de su hermano, contesta.
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—Mi empresa va a cotizar en bolsa —dice Fernando—. Estoy trabajando
ochenta horas a la semana ahora mismo.
—Pero tengo...
Marcia pone la cabeza entre las manos. Han pasado años desde que perdió a
William, y pensó que estaba acostumbrada. Amaba a William. Puede que no
siempre hayan sido perfectos juntos, pero siempre estuvieron en el equipo del
otro. Ahora está jugando en solitario, y el peso de su ausencia de repente es tan
pesado que siente que no puede respirar. Inhala una respiración profunda, para
demostrarse a sí misma que aún puede... y se siente abrumada por el hedor de la
basura.
—Deidre dice que eras ridícula. —Sale corriendo y golpea su puerta. Marcia
debe sentirse enojada, pero entonces oye a Cindy romper en sollozos.
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Siente el estómago revuelto. Si ella no saca la basura, Joshua podría hacerlo,
pero se quejará todo el tiempo. Cindy lo llamará una reina del drama, él dirá
"cacerola, eres negra," y la situación va a ir cuesta abajo desde allí. Si Joshua no
saca la basura, Alicia lo hará. Ella no se quejará, no dirá una palabra...
simplemente lo hará. Y por alguna razón, Marcia encuentra ese escenario peor.
Ella asiente sin decir nada. Es el mismo hombre-vampiro con el que había
hablado anoche, el de los adolescentes, no el que había intentado seducir a su
hija.
Josué rugió:
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—¡Porque eras demasiado perezosa y ahora la casa huele a pollo podrido!
—No le dejes...
—Por supuesto —dice Cindy.
Él entra con una sonrisa, dando a Marcia una mirada extraña. Alicia cierra la
puerta detrás de él. Con los ojos muy abiertos, Marcia retrocede. Intenta pensar
en cualquier cosa en la cocina que podría usar como una estaca de madera y
gesticula para que Alicia se pare junto a ella. Alicia solo la mira con curiosidad.
—¿Cómo podemos ayudarte? —dice Joshua, rodando sobre sus talones. Cindy
le da un codazo. Él le da le un codazo de regreso.
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Alicia frunce el ceño, pero no se mueve. Marcia inhala una bocanada de aire.
Normalmente, piensa que su hija mayor es la más perceptiva.
Cindy sonríe, pone una mano en su boca y camina hacia adelante para
tomarlo. Antes de que pueda, Marcia lo arrebata de su mano, y se lo da a Cindy,
mirando al vampiro. Cindy le da a Marcia una mirada de coraje, pero luego
sonríe a Dare y dice:
—¿Y?
El vampiro abre la boca como si fuera a hablar, ¡y los colmillos están allí! ¿No
los pueden ver sus hijos? ¿Están sólo cegados por lo guapo que es, como de otro
mundo?
—Si está aquí por la mano de Cindy en matrimonio, tómela —dice Joshua.
—Ah —dice, y Marcia puede ver el momento exacto en que él entiende lo que
está insinuando—. Él no me envió. Tengo negocios en este camino, y pensé que
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podría devolver el zapato también.
—Mi orden primaria de los negocios es hablar con usted, madame. Es una
cuestión de extrema importancia.
Marcia dice:
—Él es un Elfo de la Noche, mamá —dice Joshua, en el mismo tono que usa
para decir, me estás avergonzando.
—No tan peligroso como usted tal vez piensa —dice el vampiro, con los ojos
salpicados de dorado en ella.
Marcia levanta una ceja. Los chicos fruncen los labios. Después de una larga
pausa, Alicia dice:
—Sí, mamá, no creo que el Club Sierra jamás te permita regresar si te niegas a
salvar una especie en peligro de extinción —añade Joshua.
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atacarlos, ¿no habría hecho eso ahora? Además, es de día, y él está fuera de casa.
Desde que los reinos se han abierto, los humanos han aprendido que muchas de
las cosas que creían acerca de las criaturas mágicas no eran ciertas. ¿Es posible
que el vampiro temible sea otro mito? O tal vez no es un vampiro en absoluto.
Tal vez chupa el néctar de las flores, o algo así con esos colmillos. Ella resopla.
No, no cree eso.
Marcia asiente.
—Sí.
—Baño justo allí. —Lo observa entrar y luego mira al balcón. Es temprano por
la mañana, pero el balcón está orientado al oeste, así que no hay sol. Poniendo su
mano en su costado, se pregunta si él renuncia a su derecho de entrada tan pronto
como sale. También se pregunta si puede empujarlo por el balcón.
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El sol pasó su cenit. En otros treinta minutos más o menos, despejará el balcón
sobre Marcia y brillará sobre su "huésped". Se siente vagamente enferma, y
podría ser porque lo está, a un nivel intrínseco profundo, muy enferma. Y puede
ser por todo lo que Dare le ha dicho.
—Nos gusta ser llamados Elfos de la Noche —dice Dare. Está sentado en la
única otra pieza de mobiliario en su balcón, una silla plegable que tiene una red
de goma. Es demasiado grande para ella, y su impecable traje Armani no encaja
mejor con el precio de la silla—. Vampiro evoca muchas imágenes de
depredadores...
—No soy libre de divulgar el beneficio. —Él ríe fuerte, y mira fijamente hacia
fuera del estacionamiento al otro lado de la calle de su apartamento. Podría ser
la imaginación de Marcia, pero cree que se ve triste.
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—Aunque sería conveniente.
—Todo eso es cierto... —inclina la cabeza y agita los dedos—... para la mayoría
de nosotros.
Dare continúa:
—Para los Vanir, Aesir, y el resto, la capacidad innata es más individual. Para
algunos, esto puede ser controlar el fuego o el hielo, gran fuerza, o longevidad, o
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pueden ser particularmente buenos en algún arte u oficio. Pero todas las criaturas
mágicas, si aprenden a aprovechar la magia, pueden aprender a hacer todas estas
cosas, ser fuertes, controlar el fuego, ser más rápidos, ser encantadores...
Él sonríe.
Dare suspira.
—Hay muy pocos vampiros lo suficientemente fuertes como para caminar por
los reinos. Además, ha sido ilegal para nosotros hacerlo durante casi mil años.
Los únicos que han venido...
92
leyes de los humanos.
Los ojos de Marcia se empañan. Hay una palabra perfectamente buena para
describir los seres humanos por el estilo.
—Sólo menciono esto porque quiero ser completamente honesto con usted.
Dare resopla.
93
atroces atribuidos a toda una raza. No había tomado muchos conquistadores
para acabar con los aztecas. Suspira. No es que los aztecas fueran también
ángeles. Traga. Y hay una minoría vocal, violenta de seres humanos que piden
volver a cerrar los reinos y el exterminio de cualquier criatura mágica que podría
quedar atrapada aquí.
Gira la mirada hacia el estacionamiento al otro lado de la calle, que está casi
vacío, ya que es domingo.
Dare se pone rígido de una manera que parece casi a la defensiva, pero luego
se frota la frente.
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su próxima cita de oncología. Ella le preguntará... Siente lágrimas picando en el
borde de sus ojos. Está asustada de aguantar tanto tiempo, asustada de revelarlo,
también.
—No lo escondas, Dare —dice ella, mirando sus manos. Son grandes, pesadas
y masculinas; y en comparación sus propias manos parecen frágiles, pequeñas y
muy viejas. Raras veces nota lo arrugada que la piel alrededor de sus
articulaciones se ha convertido durante su medio siglo y algo más en el planeta,
o lo visibles que son sus venas, pero al lado de la juventud mágica de Dare no
puede dejar de notarlo. Recuerda a Alicia preguntando si se siente bien, y la ira
de Joshua contra Cindy "haciéndola" saca la basura—. Algo te dará al final, y
mentir lo hará peor.
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podría salvar una raza.
Él agita vagamente más allá del balcón con la mano que sostiene el tubo.
—Tal vez un poco demasiado sol. —Sostiene el vial hasta su nariz—. Aunque
este ungüento es asombroso.
—¿Por qué no te acuesta? —dice Marcia—. Te llamaré un taxi. —Tal vez verlo
tan débil y en obvia necesidad le da su energía, porque cuando él se derrumba
sobre el sofá y ella va y viene, no se siente cansada en absoluto.
Unos minutos más tarde, está abajo esperando el taxi con él. Él se ve tan
horrible que le sugiere un hospital, pero él agita la mano menospreciándolo
balbuceando:
—Pasará.
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puerta, a la luz del sol, al taxi que espera, agarrándose el costado. Marcia sigue
reflexionando eso cuando vuelve a entrar en el apartamento.
Joshua dice:
—¡Estoy aquí para ver a Dare! —dice Marcia, golpeando el suelo con el pie.
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La dama enana pestañea ante ella.
—¿Lo llamas Dare? —dice, retrocediendo, con los ojos amplios que se ponen
aún más amplios.
Con un movimiento que aprendió en clases de autodefensa que tomó con sus
hijos, Marcia retuerce su muñeca y grita:
—Deja que entre —dice Dare, y ella no puede decir si suena resignado o
tortuoso.
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—Encantado de verte, también —dice, poniendo una mano sobre sus ojos.
Déjame en paz, tengo sueño.
—¿Hacerte mejorar? ¿Por qué?, nunca tuve la menor idea de que estabas
enferma. —Hay un sonsonete en su voz. Él está mintiendo. Ella puede sentirlo en
cada centímetro de su cuerpo.
Él se incorpora rápidamente.
Él suspira.
Ella parpadea.
—¿Y bien? ¿Vas a preguntar? Termina con eso. Quiero volver a dormir. —Lo
último sale claramente un gemido.
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—¡Tienes hijos! —dice recordando que sin sangre humana los vampiros están
desnutridos y eventualmente estériles—. Has bebido sangre humana. —Y sin el
beneficio de un banco de sangre, así directamente de la vena.
Se da la vuelta, por lo que está en la posición fetal, pero frente a ella. Sus ojos
brillan, y no está segura si es magia o enojo.
—Sí, Marcia. Antes de que los reinos estuvieran cerrados, viví aquí y bebí
sangre humana. —Sus fosas nasales se inflaman, y siente temor frío que se asienta
en ella. Ella levanta las manos, de repente no queriendo que termine, pero se
encuentra incapaz de pedirle que se detenga—. Incluso estaba casado con la
mujer humana en cuestión. Ella fue quemada en la hoguera por ser una bruja —
continúa Dare, sus ojos definitivamente destellando—. Fui a casa con el cierre de
los reinos, me casé con una vampiro en una situación similar, y tuvimos cinco
niños encantadores.
Su mandíbula endurece.
—Oh —dice Marcia. Traga y camina hacia él, como si fuera tirada por una
cuerda—. Lo siento.
Él se encoge de hombros, y lanza su brazo sobre sus ojos.
—Es todo... hace mucho tiempo. —Por primera vez ella se da cuenta de que
hay un ligero brillo en su rostro. Su cabello, escondido detrás de sus orejas
puntiagudas, parece que necesita ser lavado, y sus ojos están inyectados de
sangre. Se ve tan mal... siente algo torcido en su tripa que no es enfermedad.
Él resopla.
100
bajo su brazo, siguiéndolo. Ella ve su lengua salir por un instante, y luego sus
ojos se ajustan a los suyos. Ella sabe lo que él estaba pensando, y sabe que él sabe
que lo sabe. Ella simplemente no sabe qué hacer... ¿debería disculparse? ¿O él?
¿Pretende que ella no vio?
Lo siguiente que sabe, es que está siendo lanzada hacia fuera sobre el pórtico.
Sentada en su trasero, Marcia levanta los brazos para que puedan ver dentro
de su sudadera con capucha abierta.
—No creo que ella tenía una estaca. El tío no se está sintiendo bien... me
preguntó por qué usó tanta magia que lo hizo tan enfermo.
Marcia traga. Oh no.
101
primera vez. ¿Tal vez él no lo quiere reconocer porque no quiere nada de ella?
Bueno, muy mal, ella le está dando algo.
Poniéndose de pie, mira hacia el sol. Usó su último día personal para la visita
a su médico, y todavía tiene unas pocas horas de tiempo libre.
102
Tomando el teléfono, marca el número en la carta. La línea suena tres veces,
hay un clic, y luego la voz de Dare en el otro extremo de la línea.
—Oh, bueno, puedo decir que estás bien —dice Marcia, negándose a ser
desconcertada por la falta de preámbulo o su voz. Está sentada en casa, aunque
es mitad de semana.
—Es muy generoso. —La posición de jefe de recursos humanos que ofrece es
algo más que generoso; es perfecto. Quince minutos a pie puerta a puerta, Cindy
nunca tendrá una fiesta de cerveza "espontánea" antes de que Marcia vuelva a
casa del trabajo. El seguro de salud es más que decente, la política de día libre
exactamente lo que necesita con tres niños y dos padres en una situación de vida
asistida. También, viene justo cuando su hospital ha decidido externalizar su
trabajo.
Dare resopla.
—Yo no...
103
—Oh, bien —dice Marcia-. Había visto el artículo en el periódico con su foto;
describía un trastorno genético que afectaba a los Elfos de la Noche, y sobre
bancos de sangre siendo establecidos para contrarrestar el lento declive de su
sociedad. Ella no había notado en ninguna parte en el artículo la mención de
"vampiros." Ellos están controlando el mensaje, lo que es bueno.
—Nada que una mujer con tu sentido de diplomacia no pueda manejar —dice
Dare con seguridad.
—¿Entonces crees que soy diplomática? —pregunta, alzando una ceja. Ella
sabe que lo es, pero esta curiosa de cómo llegó a esa conclusión después de que
ella entró en su casa hace unas semanas.
—Sabes, nunca te dije que me estaba muriendo. —La burla la hace sentirse
joven, y no como la mujer de cincuenta años que no reconoció en el espejo esta
mañana.
—Necesitarás toda tu diplomacia para tratar con nuestra familia real —dice
Dare con una voz tan suave que ella sabe no pudo haber perdido el chiste—.
Entre tú y yo —continúa—, han estado en el sol demasiado tiempo. ¿Quieres
venir a la embajada mañana, digamos las diez de la mañana, para el recorrido?
—Ya lo verás —responde Dare, y por primera vez capta el toque de algo casi
pícaro en su voz—. Oh, y gracias por el murciélago —añade justo antes de colgar.
Ella parpadea al teléfono. ¿Está realmente bajando por el agujero del conejo
otra vez?
Más tarde esa noche, cuando le dice a sus hijos que va a trabajar para la
Embajada de los Elfos de la Noche, Joshua se lleva una mano a la boca y grita:
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—¡Te haré un colgante de agua bendita!
Alicia dice:
Cindy dice:
Dare está junto a la ventana, con un brazo delante de su rostro y el otro con el
murciélago de peluche que ella le había dado. Lo está agitando a la reportera
como un sacerdote que una agitó una cruz hacia él en la calle La reportera que
está sentada en su escritorio, el vestido abierto en la parte delantera. Ella se
inclina hacia atrás, exponiendo su cuello y sus pechos, diciendo:
—Tómame.
105
—Haz que se vaya —gimotea Dare.
Dare se asoma por detrás del brazo, y luego se acerca, pone el murciélago sobre
el escritorio, acaricia su cabeza y cae jadeando en su silla.
Sin decir una palabra, Marcia se dirige al percolador —el dispositivo que
impide que la sangre de cerdo fresca se coagule— y le sirve una taza.
Ha aprendido muchas cosas sobre Dare en los últimos meses. Por ejemplo,
sabe que Diamonds es la sobrina nieta de Dare, por matrimonio, por supuesto,
no por consanguineidad. Una de sus hijas está casada con un enano muy
agradable y ha adoptado cuatro pequeños enanos bebé. Dare ha exaltado con
frecuencia las virtudes de los nietos durante el almuerzo. Los vampiros comen.
La pequeña cantidad de sangre que beben no tiene muchas calorías.
También sabe que él era —y es— supuestamente uno de los vampiros más
temidos y respetados en todos los reinos. La razón por la que él es el embajador
aquí es porque tiene mucha experiencia en la Tierra, principalmente cazando a
los vampiros renegados que habían desobedecido la prohibición de viajar. A
veces es un poco difícil de creer. Éste es uno de esos momentos.
Él siempre dice eso. Los vampiros tienen más devotos seguidores de lo que
Marcia había imaginado. Ella asiente y dice:
—Lo sé.
Él termina la taza. Tiene acceso al banco de sangre, pero sólo bebe sangre
animal, por alguna razón. Marcia no está segura si es porque piensa que la sangre
humana debe ir a los menos afortunados, o si tiene alguna otra razón para su
abstinencia. No está segura de por qué no sólo pregunta.
106
—Qué hermoso día de niebla. ¿Dónde quieres ir a almorzar, Marcia?
—Es hermoso —dice. E invaluable. Las obras de arte y literatura élficas son
aún raras, especialmente las originales. Podría vender este libro a Sotheby's y
todos sus problemas financieros habrían terminado... para siempre.
—Cindy estaba contigo —dice. ¿Eso sonó brusco? No quiso que sonara brusco.
—Hmmmm... ella parecía estar vagando un poco lejos —dice Dare, moviendo
107
la cabeza.
Marcia resopla.
—Odio esa política de almuerzo fuera del campus. —Cindy, según ella, "solo
se topó con Dare", pero Marcia no está segura de creerlo.
Marcia mira el libro con los elfos brillantes a la deriva a través de las cubiertas.
Muchas cosas están mal. Pero piensa... piensa que esto podría ser la manera de
poner a todas a descansar. Clavar una estaca a través de ellas, por así decirlo. Se
estremece.
—Cindy... bueno, creo que ella podría haber pensado... bueno, la forma en que
estaba hablando con Alicia... creo que ella puede haber pensado que el almuerzo
de ayer... era una cita.
—Es fácil —dice Marcia, su mandíbula endurecida—, ver cómo ella pudo
haber tenido esa impresión.
—Es una niña de diecisiete años que perdió a su padre, que piensa que es
maltratada porque es utilizada como peón por su madrina... ¡y está buscando una
figura paterna que la salve! —estalla Marcia.
108
El rostro de Dare vuelve a ponerse muy serio, y sus ojos se suavizan.
—Ah...
—Pasas mucho tiempo con nosotros —dice Marcia. Esto es verdad. Su casa
está delante de la suya, la parada del autobús de los chicos está en el camino, y
casi todas las noches él termina caminando con los tres a casa... A veces él habla
con Joshua, a veces habla con Alicia, y a veces habla con Cindy. Ha sido algo
bueno. Alicia se yergue un poquito cuando él habla con ella; ella dice que es
porque "no está a punto de mostrar miedo hacia él". Cindy ha comenzado a hacer
su tarea más regularmente. Marcia todavía no está segura de lo que Dare dijo
para alentar eso. Y Joshua ya no es intimidado, porque es encontrado en la parada
de autobús por “Drácula”. Algunas veces ella ha querido invitar a Dare a su casa
para la cena; pero, considerando lo emocionantes que las cenas con su familia
pueden ser, ha estado apenada y con miedo.
—Podría ser mejor... si nosotros, ya sabes, tomamos las cosas con calma por
un tiempo.
Ella cierra los ojos y exhala. Allí, está hecho. Ahora sólo sale con una razón
para saltarse el almuerzo.
109
—Porque si es así, creo que tengo una solución... a los problemas de todos —
dice Dare.
—Oh —dice Marcia, sin saber a dónde va con esto, pero con la esperanza de
que haya una manera para ella de zafarse del almuerzo.
Él pone una mano sobre la izquierda de ella. Los brazos de ella están cruzados,
y la mano de él cubre su mano y parte de su brazo... y ella se calienta por todas
partes. Marcia siente que su rostro se pone completamente rojo. Mira hacia su
mano sobre la de ella, así que él no se da cuenta de que se está sonrojando como
una colegiala.
Después de que esas palabras salen de la boca de Dare, toma lo que parece un
siglo para Marcia comprenderlas.
—¿Qué? —Deja escapar. Debe haber escuchado mal, porque las palabras
realmente no tienen sentido.
Sus labios se separan y ella siente que su corazón se detiene. ¿Se había dado
cuenta de eso?
110
—Pero nadie lo hizo —dice Dare—. Hacemos un buen equipo... quiero decir,
creo que soy bueno para tu familia.
Lo oye tragar.
—¿Qué?
Él se estremece.
111
nuevo, y esta vez es perversa—. No pienso en ti como mi madre en absoluto. —
Su voz es tan perversa como su sonrisa. Una boca que acaba de beber sangre de
cerdo no debe verse tan sexy como lo hace.
—Me voy a poner muy vieja... muy rápidamente... en el gran esquema de las
cosas. —No lo beses, se dice, piensa en la sangre del cerdo, piensa en la sangre del cerdo...
Dare se pone de pie, y está muy cerca, demasiado cerca. Aferra la mano de ella
a su pecho.
—En primer lugar... al igual que los vampiros se ven, me han dicho,
“demasiado hermosos” a los ojos humanos, los humanos nos parecen igual.
Pero... además, si eres mi esposa, mi anfitrión, no envejecerás. Incluso podrías
parecer más joven...
Ella puede ver por qué podrían querer mantener eso en secreto. Los vampiros
podrían terminar cazados hasta su extinción... o algo así. Pero entonces Marcia
respira hondo.
—Me curaste...
—No, nunca diré que lo hice. Por favor... ni siquiera lo pienses. No hay
coacción de aceptar mi oferta, Marcia.
112
—Normalmente, en la Tierra, una oferta que viene de mi jefe sería considerada
coacción.
—Esa fue la observación más poco diplomática de todos los tiempos —dice
ella, acercando la mano de él a sus labios y cerrando los ojos para besarla.
Cuando lo mira, sus labios se separan. Por primera vez desde que estuvo
enferma, pudo ver sus colmillos. No tiene que explicarle que no tiene nada que
ver con la muerte esta vez.
—Eres muy vieja —dice Cindy—. Pero supongo que ambos son malvados y
hechos el uno para el otro. —Se levanta de la mesa, se va a su habitación y golpea
la puerta.
Alicia dice:
113
saliendo con él.
—¿Por qué crees que todos los matones de la escuela me dejan en paz ahora?
—Te ves hermosa —dice—. Joshua se superó a sí mismo con el vestido. —El
vestido de novia, hecho por Joshua de seda élfica que parece ser agua brillante,
es hermoso.
Marcia se aleja.
—Te ves hermosa, también —susurra en su oído—. Pero tú eres más que eso.
—Cindy asiente, y el momento es incómodo. Marcia no cree que jamás habrá un
momento mágico en que todo se junta, pero poco a poco, tal vez algún día.
114
—Te ves viejo.
Del mismo modo, Dare no había preguntado la primera vez que bebió la
sangre de Marcia; ella se había mordido el labio y luego lo había besado. A juzgar
por lo fácil que se ha convertido para él mantener su ilusión de edad después de
que comenzó a darle sangre, fue una buena idea.
Diamonds resopla.
Alicia, callada todo el tiempo, rompe en sollozos ante las palabras de él. Todos
en la fiesta se callan.
115
—Gracias por darme un verdadero cuento de hadas. Un cuento de hadas en el
que puedo creer.
FiN
116
Donna Augustine
Capítulo 1
—¡Una vez más! —gritó el señor Bink desde el frente del estudio. Anastasia
evitó mirarlo mientras se dirigía a través de los movimientos, con la esperanza
de que pudiera mezclarse con el resto de los bailarines.
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demasiado desarreglado. Nada salía sin ser visto o pasaba desapercibido.
—¡Más rápido! ¡Algunos de ustedes se están quedando atrás del ritmo! —El
señor Bink aplaudió con fuerza—. Anastasia, descuidada, descuidada. ¿Y crees
que puedes bailar un solo? —El señor Bink se volvió, pero no antes de dejar
escapar un sonido de disgusto que fue lo suficientemente fuerte para ser
escuchado sin duda por todos en la sala, incluso con el piano sonando.
Los ojos de Ana se cerraron mientras aliviada se ponía de pie. Parecía que hoy
sería un día más fácil. Sería un infierno mañana, sin embargo, si no le hacían el
favor al señor Bink cuando Marcum Hills estuviera allí. Era el coreógrafo más
conocido en el noreste. Ana no agradaba al señor Bink, así que las cosas no se
veían bien para ella, pero eso era una preocupación para mañana.
Caminó hacia la esquina, y se instaló al lado de su bolso. Agarró su toalla
donde estaba apoyada en su bolso y se secó el sudor que aún corría por su rostro.
De espaldas escudándose parcialmente de la habitación, tiró de la primera
zapatilla de punta mientras se tensaba y esperaba por el dolor. La uña en su dedo
gordo se movió con el movimiento, y aspiró aire a través de sus dientes cuando
finalmente consiguió deslizarla fuera. Una menos, hizo una pequeña pausa antes
de recoger la fortaleza para hacer frente a la siguiente, que no debería ser tan
mala, ya que tendía a favorecer su pie derecho.
118
cubriendo sus pies dañados de la vista. Pero era demasiado tarde y lo sabía.
—Por favor, trataré más arduamente. Practicaré el doble de duro que los
demás —dijo Ana, no divulgando que ya practicaba cada noche después de
terminar por el día.
Los ojos del señor Bink hicieron un recorrido obvio hacia abajo, hacia sus pies
ahora cubiertos, y las pocas hebras grises hacia la izquierda en su cabeza se
balancearon con la sacudida sutil de su cabeza. Hubo una larga y lenta exhalación
antes de que continuara:
—Te acepté como un favor a tu tía, pero ambos sabemos que no estás hecha
para esto.
Tal vez debería aceptarlo. Renunciar y darse cuenta de que nunca sería una
primera bailarina.
Vio que María, y varios de los otros no estaban hablando. Sus orejas estaban
todas vueltas en la dirección de Ana, y más tarde esta noche, toda la compañía
habría escuchado alguna versión de esta discusión. La humillación se instaló un
poco más pesada; su espíritu se sintió un poco más sucio y desgastado.
Pero los sueños no mueren con una muerte fácil, no del tipo real. Ella habló,
sin preocuparse de que sumaría a la historia de mortificación.
119
El señor Bink se cruzó de brazos, y un solo dedo huesudo dio unos golpecitos
contra la camisa de seda del otro brazo.
—Voy a dejar que te quedes hasta el final de la temporada debido a que tu tía
es una gran donante para esta compañía, pero no actuarás. Hay un límite para lo
que puedo sufrir. —Se inclinó hacia abajo, hacia ella—. Y yo no iría a quejarme a
ella, tampoco. Sé cosas sobre ti.
Su boca se abrió, pero nada salió mientras las piezas encajaban. Había sido él.
Ana se dejó caer donde estaba sentada, los otros bailarines susurrando a su
alrededor hasta que la habitación se quedó en silencio y ella era la única que
quedaba.
Sabía que el otro día alguien había registrado su casillero. No habían hecho
que sea un secreto, sino que dejaron sus cosas apiladas y revueltas, en lugar de
las ordenadas pilas que ella siempre disponía. Las pastillas que tomaba para
mantener su horario riguroso se habían ido.
Ella lo había estado llamando durante años. Había tenido diez años la primera
vez, después de que había perdido un recital de danza. Él no había venido a ella
120
entonces. Ella no había estado lo suficientemente desesperada.
Tenía catorce años la próxima vez que había llamado. Había sido justo después
de que no fue seleccionada para la primera compañía a la que se había aplicado.
Una vez más, él no se había interesado.
Ella lo había llamado de nuevo esta noche. Había ponderado sus diversiones
disponibles antes de decidirse a venir. No era como si no hubiera otras opciones.
Cualquier día de la semana, había miles de personas tratando de llegar a un
acuerdo con el diablo. Estaba en gran demanda y siempre lo estaría.
Su pecho subió y bajó notablemente cuando ella vio su rostro y luego su ropa.
Él sabía cómo le parecía a ella: Un hombre atractivo de unos veinte años,
financieramente pudiente y confiado. El tipo exacto de hombre con los que ella
había coincidido tantas veces en las recaudaciones de fondos del ballet; el tipo de
hombre que ella siempre esperaba llamar la atención y siempre había fracasado.
Debería haber estado más alarmada, pero podía ver el atractivo de su forma
actual instalarse en el rápido ritmo de su corazón. Su lengua salió para mojar sus
labios, en conflicto directo con la respuesta lógica a retirarse que la mayoría de
los seres humanos tendrían.
121
cubanos, en un lugar mucho más cálido que Cuba. Echó un vistazo a una pequeña
imperfección en el cigarro. Ellos iban a pagar por ello más tarde.
—Por supuesto que sí. —Sonrió antes de colocar el cigarro en su boca. Con un
movimiento de su mano, una llama apareció en la punta de su dedo y él sopló
suavemente.
—¿Quién más? Me has estado llamando desde hace tiempo —dijo, al sentir la
fuerza de su fuerza vital. Ella no destacaba mucho, pero era sana y fuerte. Su
alma valdría la pena el esfuerzo. Con tantas personas en el mundo y muchas de
ellas estando dispuestas a llegar a acuerdos, él era mucho más selectivo de lo que
solía ser. Pero el alma de ella valdría la pena. No una recluta de primera línea,
pero lo suficiente como para molestarse con ella.
—¿Me puedes ayudar? —preguntó ella. Esas eran las palabras mágicas. Sabía
quién era y todavía quería su ayuda. Esto sería rápido. Iba a ser casi tan fácil
como ella apuntando en la dirección correcta hacia dónde ir en una encrucijada.
Él puso los ojos en blanco antes de contestar:
—Puedo hacer lo que quiera. Puedo hacerte la bailarina más famosa que jamás
vivió.
Odiaba esta parte. Una noche de borrachera y habían sido siglos de contratos
desde entonces. Por lo menos, ahora mantenía a ese dolor en el culo que vivía
arriba fuera de sus negocios. Antes, eran peleas constantes.
Metió la mano en su traje nuevo, y esta vez sacó una sola hoja de papel vitela.
Con un chasquido de sus dedos, una pluma de ave apareció en la otra mano, y le
dio ambos a ella.
122
—Todo lo que necesito de ti es una firma en la parte inferior de este contrato.
Ella levantó el pergamino hasta que fue iluminado por el farol, y entrecerró
los ojos mientras trataba de descifrar el latín. Siempre quería reír cuando trataban
de averiguar lo que había en él. Podría haber llegado a un acuerdo estando ebrio,
pero había maneras de evitar todo.
—Hago que todos tus sueños se hagan realidad, y cuando mueras, tú eres mía.
La dejó absorber todo por un momento. Él lo había hecho tan real que ella no
podía dejar de ser absorbida por la escena, sentir el flujo de energía de la multitud
sobre ella.
—Vas a tener una vida maravillosa. Serás la más bella bailarina que alguna
vez hizo piruetas en el escenario. Todo hombre te deseará. Vas a tener el mundo
al alcance de la mano. —Él se acercó más y dijo suavemente—: Ellos te amarán.
¿No quieres que todo lo que has deseado alguna vez se haga realidad? Y luego,
una vez que hayas vivido la vida más maravillosa que te puedas imaginar,
pasarás algún tiempo conmigo.
123
No soy tan malo. No debes escuchar todas las cosas que dicen de mí. Escucha
tu instinto. Hay una razón por la que me has estado llamando desde que eras una
niña. Sabes lo que debes hacer.
Él la dobló y la guardó.
—Ve a casa y ve a dormir sabiendo que toda tu vida está a punto de cambiar.
—Entonces, ¿qué te parece, jefe? ¿Ella vale la pena el esfuerzo? —El demonio
de dimensiones reducidas preguntó mientras se paraba detrás de él. El hombre
joven que había parecido ser hace minutos dando rosas había desaparecido por
completo.
—Creo que sí, Bobber —dijo el diablo mientras fumaba su cigarro y la veía
desaparecer hacia su apartamento.
124
día, ella hacía lo mismo.
Cuando llegó a la compañía de ballet, no fue la única que se dio cuenta. Todos
sus compañeros bailarines estaban mirándola y susurrando detrás de sus manos.
—¿Ana? —Se volvió para ver a Scott, uno de los solistas principales, que nunca
había hablado con ella antes.
—Hola.
—Te ves… diferente. ¿Te hiciste algo? —preguntó mientras su mirada seguí
recorriendo sus rasgos, como si no pudiera poner el dedo en la diferencia.
—Tal vez —dijo ella. Paso entre el resto de los bailarines mientras iban al
escenario y se preparaban para sus huéspedes.
125
Sus ballets podrían disparar a una bailarina a la fama, pero eso no sucedería si
ella nunca era vista. Mientras permanecía de pie, viendo su oportunidad de estar
en uno de los ballets más esperados en la historia olvidada de los cuerpos de
ballet, se preguntó de nuevo si el encuentro de anoche había sido un sueño.
Oyó algunos forcejeos, y la cortina que protegía el lado del escenario en el que
ella estaba de pie de repente se vino abajo. Un grupo de sus compañeros de baile
parecían haber quedado atrapados en ella. El material se rasgó con un sonido
horrible, y luego se unió a la voz del señor Bink mientras él exigía saber lo que
había sucedido.
—Ella no es una de mis mejores —dijo el señor Bink con un gesto de rechazo.
126
—Ana, un paso adelante —grito el señor Bink—. Has el solo del Lago de los
Cisnes.
Las entrañas de Ana se tensaron. No podía hacer ese solo, no importa cuántas
veces lo intentó sin tropezar en algún momento, y el señor Bink era más
consciente de ello que nadie.
127
—¿Estás lista para tu actuación?
Ella jugó con el anillo de compromiso que él le había dado hace un mes.
Siempre se lo dejaba hasta el momento en que tenía que salir a escena.
—Sólo nos reuniremos para tomar un trago. Ellos podrían estar dispuestos a
financiar ese nuevo ballet que estoy creando para ti. —Se inclinó y la besó en la
mejilla antes de decir—: Sabes que nadie puede tener suficiente de ti, yo incluido.
—Ana, es hora.
Sólo había una cosa estropeando su vida, y era un recuerdo de una noche de
hace cinco años. ¿Cuál iba a ser el costo? ¿Había ocurrido alguna vez siquiera?
¿Y si se había imaginado todo el asunto? Después de todo, ¿el diablo existe
realmente?
128
Él tomó su asiento de primera fila mientras el espectáculo comenzaba. Esta
sería la última actuación de ella, así que pensó que bien podría disfrutar de él.
Después de todo, ella era su creación. Y, sorprendentemente, había encontrado
que disfrutaba estar cerca de ella.
—Lo hice.
Aquí venía. Él sabía cómo arruinar un buen momento. Había estado lloviendo
sobre todos sus desfiles durante miles de años, a veces incluso literalmente.
Infiernos, habían necesitado un arca una vez.
Se dio la vuelta para ver a Dios. Pero, ¿por qué ella? Sí, ella era exquisita ahora,
pero sólo con su ayuda se había convertido de esa manera. Realmente no había
nada especial en ella.
129
—¿De verdad la necesitas? ¿Otra alma cuando tienes tantas? —preguntó Dios,
sus ojos todavía en el escenario.
—¿Por qué orarían por ella? Su vida ha sido fabulosa. —Sólo el diablo y Dios
sabían la verdad detrás de su ascenso a la fama.
El diablo hizo una rápida búsqueda mental antes de que la mujer hiciera clic
en su cabeza. Por eso el alma de Anastasia se había sentido tan fuerte. Tenía una
pequeña muestra de la fuerza de la anciana. Su abuela tenía casi noventa años, y
qué alma en ella. Fuerte como un buey, esa dama era.
—¿Así que? ¿Qué piensas? —le preguntó Dios—. ¿Tal vez dejar esto pasar?
130
En el momento en ella terminó, incluso él estaba conmovido por ella. La
emoción, el amor y la dedicación que ella ponía en su oficio era inigualable. Se
dio cuenta de que esto no había sido todo él. Siempre había estado allí. ¿Tal vez
ella no lo había necesitado tanto como pensaba? Tal vez sólo necesitaba la
confianza que le había dado para convertirse en lo que siempre había estado allí.
Ella lo recibió con una sonrisa mientras él volvía a entrar, y metía la mano en
su bolsillo.
Ana lo tomó de regreso, una sonrisa asentada en sus labios mientras deslizaba
el anillo en el dedo.
Él sacudió su cabeza.
131
—Lo cancelé. Vamos a ir a casa y estar solos.
FiN
132
Annie Bellet
La luna menguante colgaba sobre las copas de los árboles baobab mientras
Afua se escurría de su catre y se dirigía por el camino del acantilado a la casa de
la bruja. Arcilla roja mojada con las lluvias nocturnas golpeaba bajo sus pies
pesados, sus pasos apresurados desmintiendo el temor revolviendo su estómago.
Era una cosa peligrosa robar a una bruja.
Pero después de esta noche, ella ya no sería llamada Sahona, la rana. Afua
siempre había ignorado los insultos, pensando que se volvería como su amiga
Talata que había crecido, alta y elegante. Afua se quedó bajita, sin embargo, con
un rostro puntiagudo como de un camaleón, piel llena de manchas y piernas
arqueadas más apropiadas para un lémur que para una mujer joven.
Dio la vuelta por el camino empinado por encima del pueblo, echando un
133
vistazo hacia abajo, hacia donde la luz de la luna se reflejaba en los arrozales de
abajo. La bruja, Mpamonka, se decía que era la mujer más bella de la isla,
renovada por la magia en su fitaratra, una jarra tallada por un rayo en las arenas
de la playa lejos hacia el oeste. Pensando en su plan a medio formar, Afua se
estremeció, aunque no de frío. El bosque se cerró y el camino se estrechó, la arcilla
roja volviéndose hierba gruesa. Sombras bailaban, de plata y negro, y en algún
lugar un ave nocturna gritó en advertencia.
Sus dedos se cerraron sobre el cristal fino y el agua fresca salpicó su piel
oscura. Bajó el recipiente, alejándose de la puerta con cortinas, sin atreverse a
respirar. Afua retrocedió hasta que sus pantorrillas tocaron la piedra lisa
rodeando el muelle.
Con una oración silenciosa a Zanahary, inclinó la fitaratra hacia sus labios y
bebió.
Afua corrió. Sangre caliente fluía de pequeños cortes en sus brazos, sus piernas
y su mejilla. Aguantó mientras se escapaba, tosiendo y escupiendo. Dolor
punzante quemaba su camino por sus muslos y ella cayó, curvándose en una bola
134
en el barro. Se sentía como si alguien estuviera tirando su propia piel en todas
direcciones.
—¡Niña! Ladrona en la noche —sonó una voz de mujer por encima de ella.
Afua se obligó a abrir los ojos y vio a la bruja, más como una sombra de una
mujer que la verdadera forma en la oscuridad. Afua abrió la boca para hablar,
pero sólo salieron gemidos.
—¿Por qué has robado mi poción? ¿Por qué has roto mi jarra?
—No lo hice —dijo, obligando salir a las palabras como piedras a través de su
lengua retorcida—. Estoy enferma, vine para curarme. —Era fácil mentir a una
sombra en el bosque.
—No —gritó Afua, cerrando los ojos contra el horror y el dolor penetrante.
Trató de explicarse. Sólo quería belleza, el fin de las miradas de reojo y palabras
sarcásticas, una manera de recuperar su amistad con la hermosa Tatala. Las
palabras se atascaron en su garganta y encontró sólo mentiras subiendo como
bilis para ocupar su lugar.
135
como una oración en la oscuridad.
—Les deseo un excelente día —dijo. A veces, sólo decir mentiras tenía sus
ventajas.
—¿Tienes sed? —Zaza se unió a las burlas mientras Afua se mantenía de pie
con los puños apretados, mirando hacia la comida.
Ella estaba reseca, su garganta llena de polvo y calor. Pero todo lo que salió de
ella cuando habló fue:
En casa ella sólo podía asentir o negar, haciendo caso omiso de los labios
fruncidos de su madre y los ojos tristes de su padre. Aquí, sin embargo, no tenía
136
esa protección o comprensión.
Afua había tomado su distracción como una oportunidad y fue usando sus
dedos para desenganchar rápidamente su almuerzo, saltando arriba y abajo para
sacar el paquete de las ramas antes de que las chicas se volvieran de nuevo. Bajó
el arroz envuelto en hojas, equilibrándolo en sus pechos, metido debajo de su
barbilla.
Éste se deslizó hacia abajo y se abrió en el suelo cuando ella alzó la vista y vio
que el hombre en cuestión saltaba de su silla de buey y andaba a zancadas hacia
su pequeña arboleda. Era alto como cualquier hombre en el pueblo, con cerrados
rizos oscuros trenzados con seda y perlas de vidrio que tintineaban juntas al
andar. Su rostro era ancho y guapo y mientras se acercaba a ella se encontró con
su mirada y vio que sus ojos eran marrones y dorados con una banda naranja, al
igual que las flores andasibe que crecen en arboledas a lo largo de los acantilados
occidentales. Sus ropas eran de seda, de colores rojo brillante, amarillo y verde
como el lomo de un escarabajo debajo de un intenso sol.
—Lo es—dijo Talata, lanzando sus trenzas por encima de su hombro y dando
un paso adelante. Empujó sus pechos en contra de la tela brillante de su vestido.
El rey, porque Afua pensaba que debía de ser uno de los reyes de
Ambaniandro, ignoró a Talata y entró en la sombra, mirando directamente a
Afua. Ella bajó la mirada a sus pies y al barro y al arroz derramado delante de
ellos. Él sólo tenía curiosidad porque no la conocía.
La poción de la bruja había funcionado. Afua sabía lo que veía este extraño,
por qué estaba tan curioso. Ella había bajado de los acantilados al amanecer, sin
dolor en sus extremidades, pero con sólo mentiras en sus labios. No más piernas
137
arqueadas y rostro de lagarto, ya no más piel agrietada y cabello áspero. Afua era
elegante y alta, de piel oscura sin imperfecciones y ojos dorados. Era fácilmente
la mujer más bella de Vazimba.
Pero el precio era demasiado alto para pasar por alto. Pronto la admiración y
la sorpresa se desvanecieron y las burlas regresaron. Ningún hombre quería una
esposa cuyas manos no podían sujetar una herramienta o cargar a un niño, ni
nadie se interesaba en hablar con una mujer que no podía decir nada más que
mentiras.
Afua se mordió el labio y miró hacia arriba. El rey seguía mirando, con la
cabeza inclinada hacia un lado como un mono. Veía a una mujer hermosa en
harapos con los pies embarrados y brazos delgados. En realidad no la veía, nadie
lo hacía. Ella le devolvió la mirada, la vergüenza haciéndola enojar cuando junto
a ella las tres chicas empezaron a reír de nuevo.
Soy Afua, que cambió la verdad y la habilidad por belleza, susurró en su mente.
—Soy Ratsibahaka —dijo Afua en voz alta, haciendo puños con sus manos
inútiles. No podía soportar las burlas, no delante de los ojos apreciativos de este
extraño—. Soy la reina de los lémures y toda esta tierra que ves es mía.
Detrás del rey algunos de sus esclavos, los andeva, se apiñaron, y se rieron de
sus palabras, pero el hombre levantó una mano y se quedaron en silencio,
devolviendo su atención a los bueyes.
—El nombre se ajusta mejor que llamarte un buey, creo —dijo el rey con una
sonrisa.
—Ella siempre miente y no puede hacer nada útil —dijo Talata rápidamente.
Afua la miró y se preguntó por qué su antigua amiga no podía ver cómo la
amargura había tomado la suavidad de su propia buena apariencia. Pero ahora
que ella no podía decir la verdad de nada, Afua sentía que veía mucho más de lo
que nunca se había fijado en esos pocos años atrás.
138
—Te deseo suerte, entonces —dijo el rey con una pequeña sonrisa jugando
como un rayo de sol a través de su boca ancha. Con sus ojos todavía curiosos y
extrañamente pesados sobre su piel, retrocedió y finalmente saltó de nuevo en su
silla de buey con tanta gracia como había descendido.
Talata rodeó a Afua, pateando el paquete de arroz a sus pies. Todas las
palabras de enojo que podría haber dicho se perdieron mientras Afua se volvía y
corría, corriendo a través de los campos de arroz. Algunos días casi no le
importaba su crueldad, porque al menos así hablaban con ella, aunque sólo sea
para burlarse.
139
parpadeando hacia ella, y deseó poder ofrecerle a la criatura divertida un poco
de arroz.
Él charlaba de una manera amigable y bajó más cerca mientras ella permanecía
muy quieta. Cuando estaba casi al alcance de la mano, Afua se atrevió a hablarle
en voz baja.
140
que ella lo tocara. Afua cepilló suavemente su pelo con el dorso de su mano y
Komba no se alejó corriendo. En su lugar, desprendió la piel de un mango y se la
ofreció a ella.
Rió, el sonido áspero y sorprendente para ella. Era demasiado orgullosa para
masticar la fruta en el suelo o hacer un lío de su ropa harapienta con ella al tratar
de comer por su cuenta, pero aquí estaba, la reina de los lémures, siendo
alimentada por su fiel Komba.
Bocado a bocado terminó el mango, usando el dorso de su mano y su lengua
para limpiar el residuo dulce de su barbilla y cuello.
—Komba —dijo mientras el lémur lamía sus propias patas y barbilla. Había
mucho más que quería decir, pero las palabras de agradecimiento y verdadera
alegría quedaron atrapadas en su garganta como pasta. Dentro su corazón se
llenó un poco, el hueco dolor menguando. Vertió toda la emoción que pudo en
sus ojos, agradecida por cualquier acto de bondad que ofreció tan libremente
incluso si Komba no podía entender.
141
la tierra roja y ella enganchó su arnés, pretendiendo que la rafia gruesa era hilo
de seda y el arado no pesaba más que una pesada bata de ceremonia.
Charla feliz silenció a los pájaros por un momento mientras él bajaba de las
coronas de hojas oscuras y se posaba en una rama baja a su lado. Afua descansó
tentativamente sus dedos sobre su espalda y él se apoyó en el tacto. Sed tiró de
ella y rompió el contacto con desgana.
Él inclinó la cabeza hacia un lado y le enseñó los dientes. Ella utilizó su boca
para volver a cerrar la jarra, sin preocuparse de lo incómoda que se veía frente a
su Komba.
Komba subió hasta cubrir parte del árbol mientras ella se estiraba para rodar
su paquete de arroz por sus piernas y entraba en su posición de alimentación. Un
movimiento por encima de él le llamó la atención y trató de gritar una
advertencia.
Verde y marrón, con una cabeza como una lanza, la serpiente de vid mortal,
una fandrefiala, se precipitó hacia abajo desde las ramas de arriba, molesta por
los movimientos lúdicos de Komba. Afua se puso de pie demasiado tarde.
142
Afua trató de agarrar mangos y luego palos caídos, tratando de mantener el
asimiento de algo el tiempo suficiente para ayudar a su amigo. Bien podría haber
estado tratando de aferrarse a las estrellas en el cielo o levantando su propio
reflejo en el agua. Cada grito, directo y verdadero de su corazón, atascado en su
garganta, sacudiéndose y golpeándose como la serpiente en las mandíbulas de
Komba.
El veneno de fiandrefiala era mortal para un hombre y Komba era mucho más
pequeño. Lágrimas ardían por su rostro. Había visto esto antes siendo una niña
pequeña cuando uno de sus tíos había sido mordido. Él había gritado y gritado
hasta que la bruja llegó y se ofreció a curarlo. Pero lo que sea que le había pedido
ella a la familia de Afua, ellos no habían estado dispuestos a darlo y su tío había
muerto, hinchado y feo.
Afua corrió tan rápido como se atrevió en un vacilante y torpe paso. Voces la
llamaron mientras bordeaba el pueblo, pero el único sonido que le importaba era
escuchar el suave gemido doloroso de la respiración de Komba. Él se volvía más
pesado mientras ella caminaba, su cuerpo parecía alargarse mientras que
amenaza con deslizarse de su brazo.
143
recorrido en el sendero de hierba.
La mujer que salió de la cabaña llena de humo se veía apenas mayor que los
tres años y medio que pasaron para Afua, pero llevaba sedas y collares de huesos
tallados de antepasados.
—La ladrona regresa —dijo la bruja, su voz como luz de luna y agua corriente
y grava crujiendo bajo pies de ganado.
—Esto es una cosa inútil —las palabras de Afua salieron mal—. Espero que
muera.
Ella cayó de rodillas junto al ahora Komba tamaño-hombre, cuya piel estaba
volviéndose del amarillo y óxido al color amarillo brillante y verde, como el
caparazón de un escarabajo. Empujó la verdad de su corazón a sus ojos, pidiendo
a la bruja con cada lágrima que viera la verdad que no podía decir.
La bruja levantó las cejas de color marrón rojizo y se arrodilló junto al lémur
gigante. Tocó la hinchazón de la mordedura de serpiente y sacudió la cabeza.
—¿Fandrefiala? —preguntó.
Afua asintió vigorosamente.
—Puedo curar esto, pero la poción requiere un sacrificio igual al acto. —La
bruja tenía una astuta sonrisa en su rostro que afectó profundamente a Afua.
Afua dudó, pero luego Komba gimió de nuevo, el sonido profundo y casi
humano. Su pelaje se desvanecía, dejando piel oscura y suave en su estela en
144
lugares y ricas sedas en otros. Afua tocó las sedas y reconoció el patrón. Su rey,
el hombre sonriente que la había mirado a los ojos y que le permitió ser quien era
ella.
—Una gota de sangre no es nada para mí —susurró ella, sabiendo que una
gota del corazón era sangre que solo se obtenía con la muerte. Pero su vida era
inútil, encadenada a un arado y a la ridiculez. Si pudiera hacer una cosa hermosa
para compensar su acto vanidoso y su vida desperdiciada después, entonces tal
vez cuando su espíritu descansara en los huesos con sus antepasados y Zanahary,
tendrían piedad de ella.
La bruja se levantó sin decir nada y fue a buscar un cofre tallado del interior
de su cabaña. Afua se armó de valor y se inclinó sobre el pecho de Komba,
escuchando su respiración superficial y el gemido suave de dolor contenido en
su garganta.
145
del pie obedecido. Se humedeció los labios, saboreando mango y sangre.
Una mano cálida, grande y humana, metida en la suya. Afua abrió los ojos y
encontró al rey de Ambaniandro de rodillas sobre ella. Sus ojos volaron a su
garganta, pero estaba suave y libre de heridas. Miró alrededor del claro y
encontró que la cabaña de la bruja había desaparecido. Con los ojos bien abiertos,
se incorporó.
—Komba —dijo, su voz era un susurro rasgado mientras se volvía hacia el rey.
Se sonrojó entonces, dándose una patada a sí misma en su mente. Ese era sólo un
nombre estúpido que le había dado a un lémur, ninguno digno de un rey.
Él sonrió y entrelazó sus dedos con los suyos, sosteniendo con fuerza.
Afua tomó una respiración lenta y profunda. Luego apretó su mano, sus dedos
cerrándose alrededor de los suyos.
Con sus manos entrelazadas, se sonrieron el uno al otro bajo el sol cálido y
brillante.
FiN
Audrey Faye 146
Algunos dicen que los niños no pueden ser malvados. Sé que eso no es verdad.
Para el hombre, que está de pie en el lugar donde encomendé su alma a Dios,
no sé qué sentir. Si ella tenía un alma, hacía tiempo que había sido prometida a
otro lugar.
No es el infierno a lo que temo, sino más bien, que mi hermana me espere allí.
Estoy mucho más allá de la redención. Tal vez todos esos años atrás cuando
147
regresamos de nuestra desaparición, tal vez entonces la verdad podría haber
salvado mi alma. Nunca lo sabré. Solo sé que, como un niño de siete años, vi
actuar al mal, y ella tomó mi voz.
Mi amigo Gregor diría que eso es herejía. Es una conversación que hemos
tenido durante la mayor parte de nuestras vidas, y que comenzó cuando éramos
estudiantes con los jesuitas en Olomouc.
Con todos esos kilómetros entre mi hermana y yo, fue fácil estar de acuerdo
con él por un tiempo. Él fue mi primer amigo verdadero, pero incluso Gregor no
sabe toda la verdad.
Es una verdad que nunca he dicho a nadie, y ahora la única otra persona que
la sabe está muerta.
148
una niña pequeña, rubia, con los ojos traumatizados y una fortuna en su agarre.
Sus ojos también estaban felices cuando observó caer a la mujer anciana.
Teníamos hambre. Había poco trabajo para mi padre, y su nueva esposa tenía
un bebé en camino. Mi madre murió al dar a luz a mi hermana. Tal vez, ella
entendió que el mal se movía en su vientre.
La casa de la colina era lujosa, con jardines de flores y cristal auténtico en todas
las ventanas. Pensé que la anciana que vivía allí podría tener algo de comida de
sobra.
Mi hermana era bonita, por lo que la gente a menudo le daba las sobras en
lugar del golpe en la cabeza que me daban a mí.
La anciana abrió la puerta ella misma. A veces me pregunto si es por eso que
mi hermana siempre se aseguraba de que hubiera criados en su casa. Vivir solo
es peligroso, nunca se sabe lo que podría llegar a la puerta.
Era amable, la anciana. Tal vez mi carga sería menor si no hubiera sido amable
con dos niños hambrientos. Ella nos hizo sentar a su mesa, nos alimentó con pan
con mantequilla de verdad y mermelada. Nunca he sido capaz de comer
mermelada de arándanos desde entonces. Sabe a muerte y cobardía.
149
Fuimos bendecidos con un raro momento de bondad ese día. La anciana tenía
una casa en el bosque, dijo. Solo era una cabaña, pero era cálida y seca, con dos
pequeñas habitaciones de un tamaño adecuado para dos niños en crecimiento.
Había pertenecido a su familia por generaciones, pero solo quedaba ella.
Gregor me convenció de esta verdad eterna. Las fuerzas del mal se reunieron
para el nacimiento del hijo único. Es una historia que la humanidad repite con
demasiada frecuencia. A los siete años, sin embargo, yo solo sabía que la bondad
se había enfrentado a la muerte y perdido.
150
Nos alojamos en la casa de la colina durante trece días. Salimos solo una vez,
en la oscuridad de la noche. Nos llevó mucho tiempo arrastrar a la anciana fuera
del sótano y dentro de la cocina de la cabaña. Ella era pequeña, y nosotros éramos
fuertes por acarrear la madera con nuestro padre, pero aun así tardamos una
eternidad. Nunca olvidaré la piel fría, acartonada, o sus ojos fijos. En la muerte,
ya no eran amables.
No supe por qué tuvimos que mover a la anciana hasta que mi hermana hizo
girar sus mentiras después de nuestro regreso. Solo sabía que ella tenía los ojos
aterrados, y yo hice lo que me dijeron.
Dormí muy poco en esos trece días, y comí mucho. Setenta años después, el
sueño todavía me elude muchas noches, y la comida me encuentra demasiado a
menudo.
Esas joyas le compraron una vida de lujo a mi hermana. Se podría pensar que
mató por ellas, pero la anciana había muerto hacía más de una semana para el
momento en que se encontraron las joyas. En setenta años, nunca he entendido
realmente lo que hizo que mi hermana se apartara irremediablemente de la luz.
Después de desaparecer durante quince días, nuestro regreso fue una gran
noticia en nuestro pequeño pueblo a orillas del Rin. Mi hermana creó una historia
de brujería y secuestro, de locura y escape. Los restos de la anciana en la cocina
de la cabaña en el bosque parecían prueba suficiente.
Recuerdo muy poco del año siguiente. Muy pronto me enviaron a un colegio
en Deventer, y después de eso a los jesuitas en Olomouc, donde conocí a Gregor.
Que mi educación fuera pagada por las joyas de la anciana es uno de los más
pequeños de mis pecados. Mientras que encontré un poco de paz en la escuela,
la felicidad no era para que la encontrara. Mi pequeño grupo de amigos me llamó
el hermano sombrío. Gregor podía a menudo provocarme una sonrisa. Algunos
otros nunca lo lograron.
No fue un accidente, creo, que mis escuelas estuvieran demasiado lejos para
poder permitir viajes frecuentes al hogar. Vi a mi hermana solamente un par de
151
veces antes de que se casara, y luego otra vez en el funeral que la dejó como una
viuda joven. Ella asistió a mi ordenación, tal vez necesitando ser testigo de mis
votos de pobreza y castidad; mi obediencia ya había sido bien establecida.
Mi hermana nunca tuvo hijos. En mis últimos años, esto es algo por lo que he
dado gracias a Dios todos los días. Mi amigo Gregor, después de muchos años
de trabajo con sus plantas de guisante, cree que los niños heredan las
características de sus padres. No sé qué cantidad de sangre de mi hermana corre
en mis venas, pero es bueno que la línea vaya a terminar con nosotros.
Han enviado a una niña pequeña ahora a buscarme para que regrese a la
rectoría.
—Venga, padre Hansel —dice—. Es la hora del pan y la sopa.
Sus ojos son amables, como los ojos de una niña deben ser.
FiN
152
153
Danielle Monsch
Capítulo 1
—¿Papá? Papá… ¿qué has hecho?
154
Capítulo 2
—Nuestra siguiente invitada tiene una, por decir algo, fascinante historia.
Hace varios años cuando era una adolescente, fue falsamente acusada,
condenada y enviada a la cárcel por asesinato, únicamente fue liberada cuando
el verdadero asesino, espontáneamente, fue a la oficina del fiscal del distrito y
confesó el crimen después de que ella hubiese sido declarada culpable. Ahora es
una detective del departamento de policía, donde ha recibido numerosas
155
menciones por su valentía y servicio. Trabaja como oficial de enlace con varios
grupos sociales y es una activa voluntaria en nuestra comunidad y… oh, ¡sí! Ha
sido votada la mujer más hermosa por el Chronicle. Por favor, bienvenida,
detective Kenna Morgan.
La audiencia del estudio aplaudió, ante la señal mostrada, y cuando los ecos
cesaron, el hombre continuó hablando.
—Detective Morgan, estoy encantado de que por fin esté aquí. Hemos
intentado que vinera durante largo tiempo
El hombre le interrumpió.
—Sí. —Intervino Luther, se inclinó para agarrar algo en el suelo junto a su silla,
levantándose con un calendario en la mano. En la parte delantera había una foto
de Kenna, pero contrastando con su oscuro atavío profesional, su discreto
maquillaje y su alto recogido que llevaba en el estudio, en el calendario vestía con
el glamour de los años cuarenta, su cabello de un profundo marrón chocolate
peinado en ondas, sus ojos maquillados de modo que sus verdes iris eran casi
increíbles por su intensidad. Sus labios de un rojo profundo a juego con el rojo
del ajustado vestido que llevaba. Un vestido que no mostraba mucha piel, pero
que sin duda te dejaba la boca haciendo agua ante las curvas bajo el tejido.
156
Unos pocos silbidos y piropos de la audiencia interrumpieron y Luther ofreció
una pequeña risa ensayada.
—Muchas gracias, pero esas fueron dos de las peores horas de trabajo. Nunca
subestimaré la importancia de la habilidad de los maquilladores y la ropa interior
correctora.
157
—Luther, puede estar seguro de que la policía está dedicando el máximo
personal y recursos a estos crímenes y continuará haciéndolo hasta resolverlos,
pero mientras estemos hoy aquí, déjeme hablarle de la bondad de la gente, cómo
podemos ayudar a los niños a conseguir la ayuda médica que necesitan para
conseguir curar desde el cáncer hasta las heridas por traumas, y ayudar
económicamente a las familias, cuando estas lo que deberían estar haciendo es
concentrarse en la mejoría del niño en lugar de preocuparse por cómo pagarán la
factura médica de su hijo. Para eso es para lo que se ha hecho este calendario, y
el porqué yo he estado de acuerdo en participar…
—Buena parada. Dudo que alguien haya salido de la entrevista con otro
pensamiento excepto dónde comprar el calendario, llorando por los niños
enfermos.
—¿No querer estar cerca del genial Luther Peterson? Estoy impresionado de
que una extrovertida y consciente de la apariencia de dama como la tuya fuera
capaz de decir tal cosa.
—Quizá toda esa cosa de la apariencia sale por la puerta cuando mi vida diaria
es tratar con drogadictos vomitando en las esquinas
158
dientes estaba sentada cerca de un charco de vómito.
—Voy a prender fuego a las oficinas del Chronicle. —Su voz era baja, pero la
intención real en las palabras era inconfundible.
Kenna se sentó en la hierba delante del desgreñado chico, que jugaba con el
barro y no la miró otra vez, excepto una única vez. Él era más grande que ella,
pero tenía que ser más joven. Ella tenía ocho años, todos sus amigos tenían ocho
y todos sabían leer. Si él tenía su edad sabría leer.
159
Así que era más joven que ella.
Tenía bonitos ojos. Eran tan claros, brillaban pasando por la suciedad que
cubría su cuerpo entero.
—¡NO! —Su cabeza se alzó y sus ojos se reunieron con los de ella otra vez, esta
vez no rehuyó la mirada. La respuesta era verdadera y enfadada. Su voz fue baja,
baja como los adultos cuando hablan de cosas serias.
Ella no pudo explicar por qué, pero Kenna agachó la cabeza, no dispuesta a
mirar al chico, ahora que la atención de él estaba en ella.
Sentados así, uno mirando y el otro rehuyendo la mirada, hasta que las
luciérnagas iluminaron contra el rojo profundo del cielo y solo entonces él tomo
la mano de ella entre las suyas.
Capítulo 4
El local de oficinas donde se alojaba el alcalde, sus múltiples asistentes y todos
los escritorios, sillas, ordenadores y todo lo esencialmente necesario para el
personal acaparaba la última planta del ayuntamiento entera. Fue aquí donde las
puertas del ascensor dejaron a Kenna, dentro de una zona que estaba decorada
con demasiada opulencia para tener un simple servicio civil.
Había hecho esta caminata un puñado de veces antes y nunca sola, pero Kenna
160
se trasladó, sin preguntar, a la oficina más grande, situada para ignorar la plaza
de la ciudad. Delante de la oficina había un escritorio y sentada tras él una mujer,
el estereotipo de una hermosa animadora y, desde luego, haciéndose las uñas.
—Soy la detective Morgan. Me han llamado para una reunión con el alcalde
—Síp
Otra mujer se acercó, era más mayor y, aunque elegante para su edad, con un
menos evidente atractivo.
Tenía el tipo de rostro que amaban los votantes, algún imperfecto y duro
atractivo que sugería una reservada inteligencia y un entusiasta liderazgo, todo
ello encerrado en unos hoyuelos que cualquier abuela querría estrujar. Las
afiladas líneas de su traje carbón y las invisibles gafas posadas en su nariz
eliminado cualquier duda que quizá oyéndole podría surgir, además de su
abundante cabello castaño y sus perfectos ojos azules, pero, era finalmente el
acento lo que estaba en lo alto de todos sus otros encantos
—Ah, detective. —No se puso de pie, ni ofreció ninguno de los clichés usuales
sobre apreciar su presencia o agradecerle su rapidez. Sentado ahí, como un rey
esperando su tributo, y ella como un súbdito, alguien cuyo el objetivo era
satisfacer sus caprichos
161
desagradable si se le decepciona. No muchos venían sin toneladas de adulación
preparadas y a la espera de soltarlas y a él no le gustaba este cambio en el statu
quo.
Almos empezó a hablar otra vez, como si este ser fuese su perro, necesitaba
prestar tanta atención al hombre que se daba importancia como a su arma.
—Asumo que ha oído que Harland Barrett da una fiesta este sábado para
celebrar el lanzamiento del calendario del que forma parte.
—Sí, señor, lo he oído. —Barrett era un millonario que apoyaba a la familia
Almos y la fuerza legal local y, a cambio, Barrett recibía mucha consideración por
los agradecidos destinatarios. La fiesta del sábado era una oportunidad para
todos ellos de estar juntos y felicitarse unos a otros con gran estilo
—Esperaba que estuviese ahí, y que fuese mi pareja esa noche. Como usted es
la modelo de portada, debería haberle dejado claro antes que su anterior rechazo
de la invitación no es aceptable.
162
—De hecho, es aceptable, yo no tengo planes para asistir. Ya he hecho mi ronda
publicitaria y solo quiero volver a mi trabajo. Hay cosas importantes que
requieren mi atención.
—¿Los asesinatos? —Sanson agitó la mano ante las palabras con la misma
pereza con la que alguien espanta un mosquito molesto—. Hay otros detectives
y una noche no va a ser la clave para resolver el caso.
—No entiendo por qué cree que tiene elección, detective. ¿Es tan estúpida que
no me conoce? ¿No conoce a mi familia?
El hombre en la esquina se tensó, Kenna se giró de modo que ahora tenía una
vista frontal de ambos, el alcalde y el hombre, su mano descansaba detrás de ella.
—Le sugeriría que descubriera algunas cosas sobre mí antes de hablarme así
163
otra vez. Ahora, su señoría, voy a irme y encontrar al asesino que está acosando
actualmente su ciudad.
Capítulo 5
La carrasposa voz del cantante sonaba en el ambiente cargado de humo del
club, todo sobre promesas oscuras y trasfondos rotos, lleno con gente rota que
buscaba algo ilusorio y deseado.
164
una piel tan pálida que la débil luz del club le hacía parecer casi un fantasma
brillante, pero con cabello tan oscuro que cada vez que la luz le daba desaparecía
en una mancha negra sin fugas.
—Kenna. —El tono era de pura felicidad, la chica frotó su rostro contra la
chaqueta de Kenna, sus brazos abrazándola apretadamente.
Con un último apretón Tori dejó a la chica, pero no dejó de mirar a Kenna, con
una sonrisa amplia y auténtica, quizá por primera vez en toda la noche.
—No nos has visitado desde hace mucho —dijo la joven, palabras solo a un
paso de un lloriqueo, aunque sin nada más que adoración detrás.
165
Kenna apartó un poco su cabello revuelto alejándolo de su rostro.
—Mejor
—¿Me abandonas?
—No, bebé. He venido a decir hola a mi amiga, pero soy toda tuya ahora.
El hombre dio una mirada a la otra mujer, pero sin hacer ningún movimiento
hacia ellas y agarrando fuerte a Tori, la condujo por la espalda dentro de la
multitud del club.
—Ginger whisky
Con un asentimiento en agradecimiento Kenna tomó un sorbo.
Cuando venía a conseguir información necesaria, las chicas de Yuki eran una
fuerza a ser tenidas en cuenta y Yuki conocía la importancia y el poder de hacer
uso de esa información. Eso la hacia la madame de una poderosa casa y una
mujer que podría ser letal tenerla como enemigo.
—Esto es algo que te diría sin esperar nada a cambio, Kenna. Quien sea, él, ella
o ellos, deben ser detenidos.
Ninguna de las chicas de Yuki había sido tocadas, pero otros trabajadores de
ese negocio sí. Si no se detenía, no había duda de que llegaría a la puerta de Yuki,
166
o a la de su hermana. Síp, tenían un verdadero interés en encontrar a los asesinos.
—Sí, lo sé. —El tono no sonaba convincente ni para sus propios oídos, la
mirada de Yuki lo confirmaba.
El camarero volvió con un vaso de algo que parecía afrutado y Yuki tomó un
largo trago.
—Si estás tan desesperada como para ir allí, ¿por qué no dirigirte a él?
—Porque de algún modo esa idea me atemoriza más que cualquier bruja. —
La tensión ya empezaba a infiltrarse en sus miembros, el nudo en el estómago, la
respiración estrangulada en sus pulmones… no, el miedo no podía explicar la
cercana calidez que remarcaba la posibilidad de entregarse ella misma al poder
de él con esa petición.
—Antes de que te vayas, necesito que hables con Tori pronto. Podrías visitarla
en un par de días
167
La delgada boca de Yuki se afinó aún más.
Si ella se hubiera parado a pensar sobre ello, ese hecho hubiera sido obvio.
Desde luego que su piel debía ser áspera. Debería.
Aunque con ella había sido todo gentileza. Así que realmente no había
168
pensado en ello, ¿por qué debería haber asumido que sería diferente en el resto
del cuerpo?
La piel de sus manos, de sus dedos y cada una de sus yemas, era áspera como
cada célula que ahuecó sus mejillas, acariciando la curva de su mandíbula y su
cuello.
Incluso con toda su áspera piel, en todo lo que podía pensar era en dulzura.
—No lo tienes. Eres mejor que eso. Eres mejor que lo que ellos quieren que
hagas
—¿Qué más? —La pregunta la dejó anonadada. ¿Cómo podía no saberlo? ¿De
verdad no lo sabía?—. Quédate conmigo
—Tan bello
Él se burló, las palabras sacándolo del trance al que sus emociones habían
llevado.
—No lo soy
169
Capítulo 7
La fiesta fue tan mala como había pensado que sería.
La bronca del capitán había sido de proporciones épicas, dejando muy claro
que ella debería estar en esa fiesta y que debería disfrutarlo.
Por lo menos no había ido del brazo del alcalde Almos. Él estaba flirteando
abiertamente con una hermosa mujer de cabello oscuro y exuberantes caderas,
170
una mujer que Kenna conocía muy bien. La discusión aún estaba enrabietada en
su cabeza, desde el momento en que ella llegó. Alguien había invitado a varias
de las chicas de Yuki para mezclarse con los invitados y quien lo hubiera hecho,
sabía que ella conocía a estas chicas en particular, o ¿había sido una simple
coincidencia?
Con facilidad, Barrett se movió hacia atrás, poniendo una sonrisa educada en
su rostro.
—Por supuesto no sacaría el tema si fuese embarazoso para ti, pero encuentro
fascinante que rechazaras el título, siendo todavía parte del proyecto donde tu
belleza es exhibida.
Ya que no estaba bien visto en una sociedad educada, presionar el pasado del
anfitrión y huir, Kenna bebió de la copa en su mano y continuó.
—Fui requerida como modelo, no fue voluntario y es una causa muy querida
para mi corazón, con la que estoy de acuerdo. No sabía que se conseguiría este
tipo de publicidad. Debo admitir que si hubiese conocido toda la maquinaria
171
publicitaria que aparecería, probablemente no hubiese participado.
—Por favor, señor Barrett. —Ella solo podía fingir su cara sociable durante un
tiempo y su capacidad se estaba debilitando. Kenna necesitaba escapar y
pronto—. Hay una docena de mujeres solo en esta habitación que hubieran
estado despampanantes en el calendario. Espero que no vaya a mencionar mi
título otra vez.
Kenna aún estaba procesando sus palabras cuando él dio un paso atrás, en la
línea de visión de ella, un hombre…
Oh…
Y fijos en ella
Barrett estaba a su lado, empujándola. ¿Cómo lo había ignorado?, ¿cómo había
dejado que le tocara con el hedor a mezquindad que se aferraba todavía a él?
La guió hasta estar delante de él, esos ojos gris-plateado no la dejarían ir.
Las palabras de Barrett eran audibles, pero aunque registraba los sonidos, el
significado se perdía mientras estaba parada ahí, atrapada en un pasado que lo
significaba todo, y era todo lo que no podía dejar que sucediera de nuevo.
—Callen Beist. Sabía que aceptaría la invitación algún día. Estoy honrado de
que pudiera hacerlo.
La voz de Callen Beist combinada con la bestia del hombre delante de ella,
oscura, peligrosa y con un trasfondo de poder, con una inesperada sutileza
172
también.
—No. —La mirada de Callen estaba fija en ella, dejándola con la certeza de
que la conocía por debajo del cabello que adornaba su cabeza—. No una pequeña
parte.
—Monroe
¿Cómo había pensado ella en él como gentil? Esto delante de ella era una burla
de la palabra.
173
—No.
El aire libre traía un sabor dulce. Ella había soñado con ello durante mucho
tiempo, mirando fijamente las estrellas atravesar el metal oxidado en sus
enredados pensamientos. No imaginó que viniera así. No imaginó que fuese esto.
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familiar, no habían encontrado ningún testigo ni ninguna evidencia que les diera
algún tipo de pista sobre quién era el asesino.
La comisaria estaba dividida en dos grupos, los que creían que era una única
persona contra los que argumentaban que eran varias personas y eso les llevaba
a discutir entre algún tipo de colectivo o algunos cuantos solitarios
aprovechándose del caos.
Pero ahora mismo, incluso estaba dándole una vuelta a ello. Necesitaba dormir
y el caso tendría que esperar.
—¿Hola?... ¿Yuki?
Nunca le había parecido Tori tan joven, envuelta en vendas y tumbada en una
cama de hospital. Yuki todavía sentada, tan fría e intocable como la nieve tras la
ventana, toda la rabia en un glacial gesto de venganza.
—Fue Almos. No creí que la elegiría a ella, o le habría dicho a Tori que saliese
antes. —Las palabras de Yuki no tenían calor. Fueron recitadas, enumerando los
hechos limpiamente.
175
Los pitidos de la máquina del hospital era algo que indicaba que Tori todavía
estaba viva a pesar de todo.
—Le recuerdo cerrar la boca con clientes, pero él empezó y ella… ella te
mencionó. Por lo menos es lo que decía la nota.
—¿Harás algo?
No era una pregunta vacía. Había intención en las palabras. Una demanda.
Había una línea y quería conocer en qué lado de la línea estaba Kenna.
La sonrisa creció más fría, algo que parecía imposible diez segundos antes.
—Eres suya, todas tus palabras y acciones son un falso bálsamo para tu
inconsciente, una mentira que te dices a ti misma para fingir que no eres parte de
ello.
—No lo soy. —Ella no lo era. El tiempo que había pasado en la cárcel lo
probaba.
Yuki puso los ojos en blanco, alcanzó su bolso y agarró un cigarro, aunque
hasta ahora se abstuvo de encenderlo.
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cigarrillo sobre la mesa, como si lo hubiese encendido y estuviera ahora
apagándolo.
177
Él había estado en la oficina ese día. Todavía irradiaba peligro, pero ahora
tenía el cuello inclinado ante ella, sus ojos ya no mostraban desafío. Kenna
preguntó
—Lárgate y da gracias por eso. —La fría ira de la voz de Kenna llenó la
habitación y, sin una segunda mirada, la mujer agarró sus cosas y corrió.
Las venas sobresalían en la sien de Almos, un brillante rojo subió por su piel
hasta cubrir su rostro.
—Escúchame. —El tono helado de su voz afectó algo en él, ya que aunque el
rojo estaba aún extendido por su cuerpo, sus palabras fueron detenidas. Kenna
continúo—. Habrá reparación. Vas a darme uno de tus mejores hombres como
pago, alguien de alto nivel. Le dices adiós y empiezas a resolver cómo vas a
reemplazarlo, porque se va a ir por un largo tiempo. Nunca tocarás ninguna chica
de la calle dentro de los límites de la ciudad, nunca más.
178
—Soy la detective Kenna Monroe, póngame con el senador
—¿Cómo te atreves…?
—Detective. —El brusco y frío tono del senador Almos salió del altavoz.
Almos llegó con dos minutos de sobra, su rostro ceniciento y agitado, aún
poniendo su mejor falsa pantalla.
179
Almos curvó los labios en una muestra de reto impotente, pero respondió.
—Nunca más.
Mientras ella caminaba hacia la puerta, le lanzó por encima del hombro:
Considerando lo tarde que era, Kenna dudaba que chocara con una pareja de
otra época mientras se sentaba en el banco, disfrutando de poco complicados
romanticismos y maravillosos rubores.
—Morgan
Él le dio una risita ahogada, un raspado de humor que todavía le producía una
curva de placer atravesándola.
—Verdaderamente un don.
—Tengo tus fotos. Tú siempre estás bella, pero eres una diosa en ese disparo.
180
Kenna se negó a admitir el rastro de rubor en sus mejillas ante el cumplido.
—Más de lo que deberías haber querido que fuera captado. Menos de lo que a
mí me habría gustado ver.
—Le dije que tenía un talento especial y, que si una situación así sucedía de
nuevo, un fotógrafo ciego no podría hacer su trabajo. No es necesario dejar que
tus colegas sepan de su existencia. Te prometo que serán destruidas.
—¿Las mías?
—Cómo te he dicho… tengo tus fotos
FiN
181
182
Jenna Elizabeth Johnson
Una Historia de otro Mundo
Una brisa fría y húmeda descendió por la ladera cubierta de hierba, llegando
desde el este y provocando inquietud a través de mi ejército de faelah.
183
El ruido disminuyó, pero su malestar no. Me volví hacia las colinas a poca
distancia, mis ojos se estrecharon y mi impaciencia creció. El amanecer no estaba
muy lejos, el cielo oscurecido por la nube palidecía lo suficiente como para
distinguir las formas de los monstruos que formaban un semicírculo detrás de
mí. Pasaron diez minutos y luego diez más. Los faelah comenzaron a revolverse
de nuevo, chocando y gruñendo uno contra otro. Justo cuando estaba a punto de
darme la vuelta y acabar con los más agitados para mantener el resto bajo control,
un oscuro caballo que llevaba dos jinetes coronó la colina que había estado
observando. Casi no los vi, porque el animal era casi del mismo color que los
truenos que se agitaban por encima.
Una figura blanca, el guía espiritual de mi hijo, les siguió varios pasos atrás, y
un sonido agudo en el cielo anunció otro. ¡Ah! Los pequeños cachorros
descarriados de Merlín. Inhalando, los alejé de mi mente. No eran lo
suficientemente poderosos como para ser una amenaza para mi ejército, o el
Cumorrig que estaba a mi lado. Me acerqué y acaricié la cabeza coriácea de uno
de mis perritos de cadáver, imaginando cómo podría usarlos si esa mañana
resultara más difícil de lo que esperaba.
Mi maldición, una terrible geis3 puesta sobre mí hace tanto tiempo, los detalles
habían desaparecido de la memoria como montañas que se transforman en arena,
seguramente jugaría un papel en lo que vendría. Podía sentir la tensión en el aire
y sabía que este día no terminaría sin una pelea. Y yo, de todas las personas, sabía
que no había rival a mi maldición cuando quería jugar.
El latido de los cascos del caballo se hizo más cercano, y levanté los ojos,
echando a mi hijo y a la niña montada con él una mirada siniestra. Una ráfaga de
184
viento helado se abrió paso a través de mi largo cabello y azotó mis faldas
nebulosas en un frenesí, haciéndolas imitar las nubes agitadas del cielo. Por
voluntad propia, mis labios se contrajeron en una sonrisa amenazadora. Los
imbéciles habían caído en mi trampa, y con tanta facilidad.
185
de qué humor estaba. Podían quejarse todo lo que quisieran, pero no
conseguirían nada hasta que yo lo permitiera.
—No veo por qué lo harías. No queda nada en el mundo mortal al que valga
la pena volver.
—¡Mientes! —gruñó.
Por mucho que me gustara bromear con él, estaba ansiosa por conseguir el
glamour de la chica y escapar de este maldito clima. Podría ser la diosa del caos
y la lucha, pero las tormentas eléctricas en Eile eran intolerables. Al pensar en el
potente poder de los descarriados, la magia faeduhn levantó una vez más su
cabeza perversa, presionando dolorosamente en mi propio glamour natural.
Apenas pude ocultar una mueca y resistir el impulso de presionar mi mano
contra mi corazón. La última cosa que quería hacer era mostrar debilidad delante
de aquellos que pronto tendría, de una forma u otra.
Cuanto más iniciaba la incomodidad y las disputas entre otros, menos tentado
era mi geis a forzarme a actuar. Y, todavía no estaba preparada para su ira
insoportable. Nunca lo estaba. Apartando esos pensamientos de mi mente,
entrecerré los ojos y acentué mi enfoque en los que estaban de pie, o en el asunto
186
de los descarriados, lloriqueando ante mí. En un momento de nuestra
conversación, supe que mi hijo no le había contado a su mascota nuestra relación.
La maldición infectando mi alma canturreó ante la reacción de la chica
sorprendida, y me reí, tratando de distraerme del dolor que causaba su agitación.
No eran sólo mis emociones de las que se alimentaba la Oscuridad. A veces, los
que estaban cerca proyectaban lo bastante fuerte como para absorber su malestar.
Así es, pensé interiormente, Caedehn es mi hijo, mi propia carne y sangre. A pesar
de la agonía que desgarraba mi glamour, esperaba que el conocimiento por sí
solo debilitara la resolución de la chica. Si era así, podría ser más fácil de someter
cuando llegara el momento de cosechar su glamour.
—Nunca quise tener un hijo. Y aquí está la prueba de por qué —escupí,
señalando al joven alto y guapo que estaba delante de mí.
El dolor volvió a atravesar mi pecho, esa emoción milenaria y la magia
faeduhn luchando por dominar. Sabía qué ganaría, al final, pero no quería ceder.
Tal vez, si empujaba lo suficiente, podía sentir...
—Todo lo que te pedí, Caedehn, era que mantuvieras a mis sirvientes en fila y
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controlases cualquier Faelorehn perdido que pudiera ser útil. Y aquí tienes a la
progenie indeseada de Danua y algún cachorro de Fomorian, una combinación
que sabes es volátil y rica en potencial mágico, y la has mantenido lejos de mí
todo este tiempo. ¿Era eso tanto pedir de una madre a su hijo? ¿Qué me trajeras
esos tesoros? Pero tú te negaste.
Antes de que pudiera dar una respuesta, la magia faeduhn girando junto a mi
propio glamour pulsaba, buscando mi dolor y empeorándolo. Se precipitó como
una inundación que hacía crecer un río y me arrastró lejos de ese campo barrido
por la lluvia. Parpadeé una vez y me encontré de pie en uno de mis recuerdos, el
que había intentado, y fallado, borrar de mi mente. Un amargo arrepentimiento
y desdén se acurrucaron en mi estómago, y apreté los dientes. Enfurecida ante la
maldita magia que me atormentaba no haciéndome ningún bien, pero no podía
volver a revivir ese recuerdo.
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Todavía puedo escapar de esto, pensé. Simplemente alejándome de la cueva...
Pero fue demasiado tarde. Como el sol que rompe las nubes, una llama se alzó
en el corazón de la caverna, y un hombre salió. Alto y de hombros anchos, llevaba
largo su cabello rojo oscuro. Tenía el pecho desnudo y los pies descalzos. La única
ropa que llevaba era un viejo kilt que colgaba suelto alrededor de su cintura. Se
veía bien. Se veía mejor que bien. Supe enseguida que él era más que sólo
Faelorehn. Este hombre tenía sangre de Tuatha De en sus venas, pero, yo no
podía decir cuál.
Me burlé de él, lista para afirmar mi autoridad como una de las diosas de Eile.
Pero entonces, sonrió, su glamour saliendo de él como el olor embriagador de
madreselva que florece en una cálida mañana de verano. Había sido conocida
por seducir a aquellos hombres que me parecían atractivos, y conocía los
sentimientos que invocaban en mí, emociones que la Oscuridad consumía antes
de que pudiera reconocerlos. Esto era diferente.
—Pensé pasar esta noche solo —dijo el hombre con voz rica y profunda—,
pero aquí estoy, bendecido por los espíritus de Eile con tan hermosa compañía.
Se acercó más, sus pasos silenciosos contra el suelo musgoso del bosque. Con
notable gracia para un hombre tan alto, alargó un brazo y lo extendió hacia mí.
Respiré profundamente y di un rápido paso atrás. Arqueó una ceja castaña,
sus cambiantes ojos verdes brillaban como la ondulante superficie de un
estanque calentado por el sol.
El hombre sonrió de nuevo, enviando calor por mis venas. Esperé a que mi
magia faeduhn convirtiera esa sensación agradable en dolor o desdén, pero no lo
hizo. Volví a mirar al extraño, frunciendo el ceño. ¿Qué poder tenía para que
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pudiera hacer que mi Maldición permaneciera inactiva?
—Tu eres Morrigan —dijo con un tono de voz que contenía cierta reverencia—
. Y yo tampoco soy un extraño para ti, creo.
Ah, sí. Había oído hablar de él. El joven, impetuoso medio Tuatha De hijo de
Lugh. Había estado vagando por Eile, y por el mundo mortal, durante los últimos
años enfrentando retos y ayudando a ganar guerras entre los mortales. Era
experto en glamour, y se decía que poseía el raro don de riastrad, una habilidad
para transformarse en una versión más violenta y poderosa de sí mismo en el
calor de la batalla.
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se atreviera a tocarme sin mi consentimiento. Yo era la diosa de la guerra y la
lucha. Yo era la que seducía a otros a seguir mi capricho, no al revés. Pero, en el
momento en que sus dedos rozaron la piel sensible de mi cuello, sucedió algo. El
calor irradiaba de sus dedos y palma, corriendo a través de mí como una droga
embriagadora.
Me volví hacia atrás, mis ojos sin duda fundiéndose en una cálida sombra de
rubí. Ahora parecía diferente, este héroe renegado del Otro Mundo. Una
sensación extraña, pero no desagradable, envolvió mi corazón y la Oscuridad que
nunca me dejaba tranquila, permaneció en silencio. Latente. Como si ni siquiera
estuviera allí.
Esa noche, en una pequeña cueva metida en las colinas a las afueras de mi
reino, sucumbí a una felicidad que tantos antes de mí habían experimentado. Y
por primera vez en mi existencia, a lo que podría haber sido la primera brasa
ardiente de amor encendida dentro de mi corazón.
191
A la mañana siguiente me sentí aturdida y desorientada, y por unos pocos
momentos, mi cuerpo olvidó lo que había ocurrido la noche anterior. Entre un
aliento y otro, todo volvió con vibrante detalle: El guapo guerrero, Cuchulainn,
mi rechazo a sus intentos de encantarme, su toque, rico con fundido glamour
seductor y la pasión que siguió ...
No hubo respuesta. La cueva no era muy grande, quizá tres metros de alto y
nueve de profundidad, así que supe que no estaba allí conmigo. Eso significaba
que estaba fuera, en algún lugar.
192
de mi territorio de mi codicioso Tuatha De brethren, y ahora, todo había sido
destruido. Yo les había fallado. Me había fallado a mí misma.
193
Maldito. Durante unas horas gloriosas, había vivido. Y porque ese conocimiento
lo haría aún más doloroso que si nunca lo hubiese experimentado, mi odio tenía
un único objetivo. Yo encontraría al hombre que me había hecho esto, y le haría
sufrir tanto como yo lo hacía ahora.
Aprendí mi lección, le dije a la Oscuridad. Nunca dejaré que esa debilidad me vuelva
vulnerable otra vez.
Por el dolor que me causaste, entré en su mente, y por burlarte de mí con lo que
nunca tendré.
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encaprichado. Qué tonto era, porque llamaría amor, a lo que sentía por la chica.
Si sólo fuera tan fácil, pensé amargamente.
Esa punzada primitiva se revolvió en mi alma una vez más, pero nuevamente,
mi geis la aplastó antes de que pudiera identificarla.
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libremente hacia mi transformado Cumorrig, ahora tres veces mayor a su tamaño
original y preparado para la batalla. Y luego, me quedé atrás y vi cómo mi hijo
tomaba su propia forma de batalla, el riastrad que había heredado de su padre.
A mi lado, la chica observaba, atrapada bajo un escudo protector de glamour.
Traté de alcanzarla, mi Maldición queriendo probar su poder oculto y las
emociones turbulentas que revolvían en su alma, pero el escudo era fuerte, y me
desvió fácilmente. La aguda sacudida no era nada comparada con lo que la magia
faeduhn repartía, sin embargo.
Cualquier luz que ese momento había traído pronto desapareció. Ese áspero,
amargo y ardiente resentimiento creció una vez más, alimentado por el glamour
oscuro, y yo quería deshacerme del niño. Llamé a una de mis sirvientes y le dije
que se llevara al niño y lo dejara en el límite de mi reino. Ella obedeció sin
cuestionar.
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A regañadientes, la joven lo entregó. Era doloroso mirarle a los ojos, tan verdes
que conjuraban recuerdos de los vastos campos de Eile y del infinito dosel del
Weald brillando bajo un sol de verano. El dolor de mi Maldición penetró en mi
corazón, y casi grité. Cualquier paz que pudiera haber tenido se desvaneció, se
quemó transformándose en ceniza negra, ahogándome mientras trataba de
respirar.
—Coloco una geis sobre ti, hijo mío —gruñí, con los ojos ardiendo con ira
inminente.
Presioné mi palma contra su pecho y conjuré mi símbolo, la marca que ató una
vida de Faelorehn a mi servicio.
La magia faeduhn se hinchaba dentro de mí, como una nube negra de humo y
fuego, tragando mi corazón y cualquier sentimiento que pudiera haber
conjurado. La agonía, como abrasador fuego mágico, recorrió mi sangre, y tuve
que luchar para mantener el control. Ese patético cachorro de Danua todavía
miraba, gritando el nombre de mi hijo. Ella no me prestaría atención, al menos
durante los próximos minutos. Tomé un soplo de aire húmedo y cerré los ojos.
La magia oscura, siempre tratando de alcanzarme, lamía mis sentidos, su
dominio no podía competir con el mío propio.
Ese era mi destino como Tuatha De, una diosa entre los inmortales, maldita
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sea Faeduihn. Cualquier hombre o mujer normal de Faelorehn sucumbiría y
perdería todas sus facultades bajo el hechizo de tal poder oscuro. Pero no yo. La
magia insidiosa me impulsó y me deformó para convertirme en lo que yo era
ahora, la diosa de la guerra y la lucha, incapaz de sentir lo que mis hermanos
podían sentir: La alegría, la felicidad, el amor... pero nunca se llevaría mi
memoria; nunca me concedería esa bendición. En su lugar, luchaba cada hora de
vigilia bajo su peso y su ira, sabiendo exactamente lo que me faltaba. Todo a causa
de una noche con un hombre cuyo glamour había superado de algún modo a mi
Maldición, un geis que nunca podría romper.
Abrí los ojos para ver a Caedehn caer con el último Cumorrig. La oscura magia
ardía aún más, ansiosa por apoderarse de su fuente de glamour. La pequeña
descarriada se liberó de su escudo protector de magia y se fue corriendo hacia él,
sollozando mientras su vida se agotaba.
Había pensado que ella y Caedehn eran unos tontos, débiles por permitirse
enamorarse. Sabía por experiencia propia que ese particular sentimiento sólo
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conducía a la ruina y al dolor. Sin embargo, esta mujer semejante a Faelorehn
ardía ante mí, no con el desdén atroz y castigador de la magia faeduhn, pero con
ese mismo resplandor y poder que había conocido sólo unas pocas veces en mi
vida. Esa chica Meghan, con su nuevo glamour y su ignorancia del Otro Mundo,
brilló como una estrella, su magia no fue impulsada por la magia de Eile o el
glamour robado a otro. Su poder provino del amor.
199
FiN
200
Tara Maya
Una Historia Pintada del Mundo
201
ninguno. Sobre su espalda llevaba su gran cartera plana, su pergamino y una
mochila más pequeña de posibilidades y finales. Se compadecía solo porque el
umbral había dejado un rastro que un dibujante de primer año podía haber
seguido. En poco tiempo, tendría el cuadro de la criatura en un nudo. Una vez
dispusiera de él, el deber la obligaría a volver al triste Mangcansten.
La clave para un buen grabado era llenar la vista a través de las ventanas. Si
insinuabas lo que había dentro, eso bastaba. No había necesidad de dibujar todas
las entrañas por separado, siempre y cuando se mostrara suficiente en la imagen
para que el glamour operara sobre él. De la misma manera, si se dibuja una
imagen de un armario, se debía dibujar siempre un cajón lo suficientemente
abierto para mostrar algo del interior. De lo contrario, cuando uno abría la puerta
de la casa, o el cajón del armario, era capaz de encontrar un blanco vacío en el
interior.
En las ventanas de las cabañas que Sajiana esbozaba, uno siempre vislumbraba
una cama cómoda en un lado y una mesa cargada de comida en el otro. Cuando
abrió la puerta azul de la casa, por lo tanto, encontró una tetera justo empezando
a hervir, un plato de bollos, un huevo duro y pasteles de ternera empanada. Entró
con deseo. ¡Nada como un día de caminata para abrir el apetito! Ladeó el fuego
y se arrastró hacia la cálida cama.
El amanecer casi la sorprendió. Había pasado tanto tiempo desde que había
estado en el camino. Saltó a la cama justo cuando el intermedio del amanecer
202
disolvió los nudos en el glamour. Como de costumbre, una vez desaparecía el
glamour, ningún rastro de la hoja de papel se mantenía. Cama, mesa, chimenea,
cabaña, todo se mezclaba en la niebla de la mañana y dejaba a Sajiana temblando
en sus ropas de noche en el páramo desolado. Quejándose entre dientes, se
escabulló a su mochila —sin glamour— y se puso los pantalones y la chaqueta
de fieltro de lana, también sin glamour. Empujó el camisón en un arrugado bulto
en su mochila y reanudó su caminata por el páramo sin carretera.
203
Su rostro llamativo sería su ruina; no podía olvidar un rostro así. Sajiana se
sentó contra una pared junto a una tienda de quesos. Con plumas, cargas de
carbón de su copia, comenzó a dibujar el rostro que recordaba. Le tomó solo unos
cuantos minutos tener algo parecido. Le tomó más tiempo atar el nudo complejo
alrededor del retrato. Con su retrato anudado, Sajiana se levantó y entró en el
callejón.
—Ven a mí —dijo.
Lo oyó antes de verlo. Una caricia y un rasguño y trozos sonaron: Luchó a cada
paso del camino para responder a su llamada. No pudo resistir la compulsión,
sin embargo, y finalmente se arrastró a la vista. Sus ojos ya no parecían
atormentados. Ardían de odio.
Cualquiera que fuera la respuesta que esperaba, no había sido esa. Él la miró
fijamente, desconcertado.
204
intrincado necesario para atar una voluntad extremadamente poderosa. El
umbral estaba equivocado si pensaba que los humanos no podían ser atados por
un retrato. Eso era lo que los seres humanos y los límites tenían en común. Sin
embargo, una voluntad fuerte podría convertir una línea dibujada en una plasta.
Tendría que poner más esfuerzo en ello.
Sopló el aire entre sus dientes. Desató y desenrolló su rollo de copias. Este
contenía un surtido de garabatos y pinceles. Eligió uno de los finos carbones para
los escribanos. Quitó una capa del papel encerado para revelar más fondos.
Empezó a dibujar el umbral de nuevo, esta vez todo su cuerpo. Llevaba un kora,
una espada curvada hacia delante que se ensanchaba en la punta. Su capa para
abrigarse había sido una vez elaborada, pero los cierres y las campanas habían
sido arrancados del terciopelo índigo. Debajo de esta, la blusa de blanca seda
podía haber sido prístina. La mayoría de los umbrales estaban pintados
ricamente adornados. Sin embargo, ¿por qué había dejado que las prendas se
desgastaran hasta casi harapos?
—¡Glamour! —Era un hombre corpulento, calvo, rico en seda, con una luna
que sobresalía como un cuerno desde el centro de su cabeza. El oro tintineante
cubría sus orejas, y los brazaletes sonaban en sus gruesas muñecas. Estaba
sentado en un veyance dibujado por los perros enormes de Tugger—. ¡Qué honor
conocer a uno de su maestría! ¿Qué te trae aquí a nuestra remota aldea?
—Nuestros asuntos no tienen por qué preocuparte —replicó ella con frialdad.
Para que nadie pudiera verla dibujando una forma humana prohibida, aunque si
sabía que era un glamour, sabría que tenía el derecho, Sajiana archivó el papel y
la copia de vuelta en su portafolio.
—Pero debes dejar que te ayudemos, soy la ciudad Honorable, señor maestro
Yorch. ¿Tienes un lugar para quedarte? Oh, sé que ustedes los glamour tienen
sus propias maneras de proporcionarse refugios, pero seguramente me
permitirás la vanidad de ofrecerte la hospitalidad de mi casa.
205
Sajiana suspiró y cedió ante lo inevitable. Tal vez sería mejor trabajar sobre el
retrato del umbral en el interior, sobre una superficie plana, con buena luz. Subió
junto al señor maestro Yorch y le permitió hablar con ella el resto del viaje a su
gran mansión. Tendría que reanudar su búsqueda del umbral más tarde.
—Ah, sí, lo siento, esta habitación todavía tiene algunos puntos difíciles —
lamentó una voz burlona.
—Supongo que era solo cuestión de tiempo antes de que Mangcansten enviara
a alguien a investigar —dijo—. Pero los copistas de Mangcansten no son los
206
únicos que saben cómo hacer un retrato.
Sajiana gritó y corrió hacia él, pero sabía incluso antes de sentir el golpe
abrasador de dolor que no lo detendría antes de que terminara el nudo alrededor
de su pintura. Tropezó cayendo sobre sus rodillas justo delante de él. Él rió
suavemente. Extendió la mano e inclinó su barbilla, forzando su rostro a
inclinarse a su escrutinio.
Tal vez el peligro perfeccionó su concentración. Tal vez el odio indefenso que
hervía en ella le ayudó a captar el destello de esa misma emoción en el ojo del
umbral. La forma que se formó bajo su plumilla de carbón era más verdadera que
cualquiera que había sido capaz de dibujar nunca. Ató el nudo, rodeando cada
hilo con el mayor cuidado. Cuando había terminado, escondió el paquete en su
cartera.
207
presencia abajo.
Ella estaba desconcertada con el misterio del poder de Yorch. Había anudado
a un glamour, pero ¿atado a qué? ¿Por qué la mansión no desapareció cuando
cruzó los tiempos intermedios del anochecer y el amanecer?
Sajiana no vio ningún signo del umbral. Debería haber llegado a la habitación
donde había ordenado su presencia y, en su ausencia, quiso liberarse del dibujo.
Al reflexionar más profundamente sobre el asunto, sintió alivio. No sabía por qué
había dibujado al umbral. Si Yorch la había dejado con sus copias y cuadernos de
dibujo, era porque sabía que mientras la controlara, controlaba su magia. Lo
último que quería hacer era entregarle un umbral.
—Ven conmigo —dijo el señor maestro Yorch a Sajiana después de que los
sirvientes apáticos se llevaran la cena.
Ella lo siguió por la escalera principal, cruzando el pasillo, por la escalera que
no había notado antes, al tercer piso.
—Quítate la ropa —dijo él. Cerró con llave la puerta pesada en la parte
superior de la escalera—. No las necesitarás para lo que tengo en mente.
Sajiana dejó caer el vestido. Cuando cayó, volvió a convertirse en una hoja de
papel, con el dibujo mezclado en la inutilidad.
208
Una enorme pintura al óleo, con la lona montada en un marco de madera,
dominaba la habitación. Sajiana reconoció la mansión de Yorch. Años de detalle
habían ido en cada minuto trazado de la pintura. Cada habitación se podía ver a
través de las grandes ventanas. Gente, sirvientes y soldados, se veían en las
habitaciones. Señor maestro Yorch intercambió su capa de abrigo y la espada
ceñida a la cintura por una bata de pintor.
Señaló un sofá.
—Reclínate.
Paso a paso, los pies de Sajiana la obligaron a ir al diván. Se acordó del caminar
a rastras cuando lo había llamado en el callejón. No disfrutó la ironía de estar al
otro lado del nudo.
—Como tú lo serás.
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Bajo la compulsión, tuvo que hacerlo literalmente. Ya no podía ni siquiera
llorar mientras los minutos la arrastraban más cerca de su esclavitud.
Entonces, como si fuera de hecho el hijo de una casa noble en lugar de una
criatura sucia de magia, el joven dio un paso atrás y permitió que Yorch se
tambaleara para intercambiar su pincel por la espada que había reservado
anteriormente.
Segundos en el duelo, era obvio que el umbral dominaba su espada como los
pintores más grandes de Mangcansten dominaban su arte. Yorch sudaba y estaba
sin aliento, intentando mover su cuerpo gordo fuera del camino más que
luchando. Sin embargo, una conocedora sonrisa retorció los labios de Yorch.
Desde el diván donde estaba, silenciosa e inmovilizada por las órdenes de Yorch,
Sajiana vio la causa de su confianza. Los soldados de Yorch, esclavizados por su
voluntad, subieron la escalera y entraron en la habitación.
210
en vano. El recién llegado cortó con su kora directamente la parte posterior del
cuello del umbral. El golpe casi le cortó la cabeza de su cuerpo.
—No soy un umbral —dijo el umbral—. ¡Y no quiero tus sobornos, vil perro!
—Eres un umbral.
211
que obviamente no haría.
Él envainó su kora.
—Si quemo esta pintura, destruirá esta mansión, incluyendo el cuadro que
dibujó —dijo, caminando hacia el lienzo—, y destruirá a todos los pintados,
incluyéndote. Eso me liberará, ¿no?
212
pintura antes de que fueras traído a la vida.
—¿Soy inmortal?
Sajiana pensó que debía de ser una tonta por decirle sus fuerzas si no lo sabía.
Sin embargo, se encontró respondiendo suavemente:
—No. Pero no puedes ser asesinado por un hombre o por una mujer, por un
objeto hecho por el hombre o un objeto no hecho, dentro o fuera, de la tierra o en
el mar, durante el día o durante la noche. Solo un glamour puede destruirte.
Él absorbió eso.
—Drajoriano.
—Por lo visto, mis padres se atrevieron de una manera que nunca imaginé —
dijo secamente—. Sabía que mi madre podía ser una mujer obstinada. Pero esto…
213
Debes entenderlo, no me crió en una aldea aislado. Crecí rodeado de luminarias.
Ninguno de ellos lo habría sospechado, o habría habido consecuencias años atrás.
Se preguntó cómo un poderoso umbral podría haber pasado tanto tiempo sin
ser detectado. Y ¿qué había cambiado tan de repente que Mangcansten lo había
notado?
—No si siguió cambiando el retrato. —Miró la gran pintura que Yorch debió
haber comenzado hacía más de veinte años, que había estado retocando hasta
ahora—. Año tras año… quizás incluso día a día…
Inclinó la cabeza.
214
Sajiana tomó el papel. Este tembló en sus dedos.
—Quémalo.
—No puedo.
FiN
215
Alexia Purdy
Aylin nunca se aventuró a salir al mundo. Vivía en una tierra floreciente, con
verdor y llena de arbustos, hierbas y flores atestando su patio trasero. Nunca
había visto pueblos o ciudades, y apenas veía a otras personas. Esta pequeña
burbuja era todo lo que componía su mundo en la tierra de Diferencia, donde
había oído historias de gente mágica que vagabundeaba por la tierra.
No era mágica, sin embargo. Era peligroso vivir aquí sin magia en absoluto.
Aylin y su padre habían vivido en una pequeña casa al borde del bosque
durante toda su vida. Era una existencia pacífica; apacible, tranquila y llena de
naturaleza. Tenía los dulces frutos de sus trabajos en su jardín y los mantenía
bien. Nada y nadie alguna vez vino o se fue, y los días eran todos iguales, pero
nunca estaba aburrida. Aylin amaba la tierra y el consuelo. Le sentaba bien y la
216
mantenía ocupada con los quehaceres y la agricultura. Sin embargo, el lugar era
mágico y disminuyó sus curiosos poderes por doquier. Incluso las criaturas que
vivían entre los tocones y pequeñas madrigueras subterráneas la adoraban. Su
amabilidad y amor brotaba de cada poro de su cuerpo, y cada criatura en la tierra
lo sabía. Era casi como si fuera una verdadera Cenicienta.
Cuando Aylin tenía quince años, su padre murió. Había caído con una severa
neumonía después de una larga tormenta de invierno que lo había atrapado en
el camino a casa desde la ciudad más cercana, donde había ido a buscar
provisiones. Había sido su viaje anual a la ciudad. Pasó una semana con una tos
violenta y constante que no podía sacudir hasta que un día no se despertó de su
sueño, dejando que la pobre Aylin se las arreglara sola.
Ahora tenía diecisiete años y era una joven alta y elegante con piel de
alabastro, labios de color rosa y ojos profundos y terrosos. Su largo cabello
castaño siempre estaba cuidadosamente trenzado e inmovilizado, porque
trabajaba la tierra con sus manos, y todos los animales la ayudaban a cavar hoyos
en su pequeño jardín. Eran sus amigos e iluminaban la oscuridad que amenazaba
con engullirla con tristeza.
Gente.
No había visto a otra persona en mucho tiempo. Nadie sabía que existía, y a
nadie le importaba. Se preguntó si debería intentar ir a la ciudad. Nunca había
estado en la ciudad más cercana, y estaba muy baja en suministros. Había estado
reciclando muchas cosas y cosía parches en su ropa. Incluso sus zapatos eran casi
tan delgados como la nada.
217
Tarde o temprano tendría que ir. Había dinero que su padre le había dejado,
bolsas de monedas de oro que se había asegurado guardar para ella y para su
bienestar. Pero no estaba segura de cuánto costarían las cosas o si sería apropiado
tomar oro. Así que se quedó en su cabaña, escondiéndose del mundo donde nada
cambiaba. Tenía demasiado miedo a irse y experimentar cosas que nunca antes
había probado.
En mi camino a mi apartamento, justo fuera del campus y cerca del asfalto del
desierto de Las Vegas, era donde lo vería, bajo el escaso pero exuberante dosel
de árboles de décadas de antigüedad. Siempre estaba sosteniendo una taza para
cambiar, ya fuera para dormir, revisando botes de basura o relajándose debajo
de un árbol cantando para sí mismo. Su polvorienta gabardina sucia cubría todo
lo que tenía debajo, y un sombrero resistente remataba el cabello grasiento que
colgaba en hebras fibrosas de negro carbón. Él lo usaba todo el tiempo, y se veía.
218
Una barba desaliñada cubría la mayor parte de su rostro y parecía que había sido
cortado por última vez hace un milenio. No podría decir de qué color eran sus
ojos. Nunca me había acercado lo suficiente como para echar un vistazo. Él era
una persona olvidada, alguien que la gente como yo rara vez notaba… hasta un
fatídico día.
Mi estado de ánimo se había agriado, y el calor del final del verano estaba
teniendo su camino a mi cabeza. Juré que nunca volvería a tomar otro curso de
verano. Me dejó con poco deseo de hacer cualquier cosa que no fuera llegar a
casa, sentarse frente al televisor y Netflix.
Apurándome en mi camino, pasé por delante de ese hombre por enésima vez.
Ni una sola vez me había hablado alguna vez. Nunca lo había pensado capaz de
una verdadera conversación, con su incesante balbuceo y canto. Hoy, sucedió
que lo observé aún más. Si era por la taza arañada y amarillenta de plástico sujeta
con dedos incrustados de suciedad o el brillo embrujado y lejano en sus ojos,
nunca lo sabré, pero me arrastró mientras trataba de escabullirme de él antes de
que me notara. Hoy no. Hoy lo escuché hablar por primera vez.
—¿Disculpe? —pregunté.
219
lo miraba, no se veía como la sucia persona sin hogar ignorante de sus propias
necesidades y ajeno a la higiene que tenía previamente y que asumí que había
tenido. Podría haber jurado que vi destellos de otra persona allí, alguien con los
mismos ojos pero con cabello oscuro más corto y limpio y una sonrisa
encantadora para patear: Un hombre guapo vestido con la mejor ropa que jamás
hubiera visto.
Como la realeza. Solo las personas realmente ricas y elegantes usaban tales
cosas. Pero la universidad y los alrededores no estaban ni cerca de un barrio rico
y tan lejos de la realeza como cualquiera podría conseguiría.
—Por supuesto que no —me burlé—. Esas cosas obviamente no son altas en
su lista de prioridades.
Cuando finalmente pude arrancar mis ojos del hombre, el aire helado volvió a
su calor abrasador anterior. Me volví y comencé a caminar hacia mi apartamento,
que estaba justo al otro lado de la calle, cerca del campus, pero a poca distancia.
220
—Espere. ¡Espera, señorita! —gritó—. Tengo algo para ti.
Hice una pausa, nuevamente sintiendo que no podía moverme. ¿Por qué
estaba pasando esto? Pensé que podría obtener una orden de restricción contra
el hombre si no me dejaba en paz. ¿Qué podría tener él para mí? Él no tenía nada
que ofrecerle a nadie, y no era dueño de nada de valor, ¿cierto? ¿Qué tenía que
darle un hombre sin nada a alguien que tiene mucho más que él?
—Es porque eres la única que puede ver la verdadera belleza en el mundo
donde otros no pueden. Además… —sus fríos ojos azules perforaron mi alma—
… esto pertenece a ti. Bueno, de alguna manera.
—Eso no es mío.
—No.
Él sonrió, y me recordó una imagen del diablo que había visto en una vieja
imagen de la Biblia de los niños cuando era pequeña. Era intrigante y
atemorizante, todo al mismo tiempo.
221
—Tómalo, es tuyo. Te puede dar todo lo que siempre has querido; todo lo que
siempre has deseado. Es parte de ti. —Ladeó la cabeza hacia un lado, y todo lo
que pude ver fue su rostro guapo debajo de la barba. La fachada que llevaba era
una máscara que ocultaba su rostro guapo, mandíbula afilada, pómulos fuertes
y sonrisa perfecta. Él no era una persona sin hogar. Tenía que ser otra cosa. Algo
que probablemente hubiera imaginado.
No, pensé. Pensar que estaba imaginando cosas sería admitir que había
perdido mi mente, que fallar esa prueba me había llevado al límite de mi cordura.
No podría aceptar eso.
—Tengo que irme. —Di un paso atrás, aliviada de encontrar que la presión
hipnótica que tenía sobre mí se estaba rompiendo. Frunció el ceño y observó con
curiosidad cómo amplié el espacio entre nosotros. Todavía no podía reírme.
Apenas podía formar palabras. Tan duro como intente no hacerlo, mis dedos ya
estaban en su mano, curvándose sobre el anillo perfecto de ópalo de platino y
arrebatándolo de su grasienta palma.
—Siempre fue así. Pide un deseo. Cualquier cosa que tu corazón haya deseado
alguna vez.
222
—Hay una trampa para este poder. Te dará la fuerza para convocar a las
legiones de hadas de la Diferencia y la capacidad de conceder cualquier deseo
que desees o para otro. —Se rió—. Aunque recomiendo precaución cuando
concedas los deseos de los demás. La mayoría de ellos no saben exactamente lo
que quieren. Puede convertirse en un caos más rápido de lo que puedes
parpadear. —Suspiró, viéndose agotado por primera vez.
—¿La Diferencia?
—Es el lugar desde donde fluye toda la magia, el lugar donde viven las hadas.
Los gobernantes legítimos viven allí, pero… —De repente parecía perdido en sus
pensamientos, como si se hubiera transportado a un largo recuerdo perdido.
—¿Pero qué?
—Han estado perdidos para nosotros. —Se centró en mí—. Si alguna vez
encuentras que no quieres más este poder, encuentra a uno de los gobernantes
legítimos de la Diferencia y entrégale el anillo. Sabrán qué hacer con él, y tu
destino se hará a sí mismo conocido.
Miré hacia la piedra que brillaba a la luz del sol, casi cegándome. Cuando volví
a mirar, el hombre ya no estaba.
Me giré, buscando en el campus al hombre sin hogar, pero él no estaba en
ninguna parte para ser encontrado. De hecho, nadie estaba mirando en nuestra
dirección. Era como si nunca hubiera existido, y hubiera estado hablando sola.
—¿Demonios?
Hice otro giro, estudiando a los más cercanos a mí. Nadie miró en mi dirección,
y ninguno se veía familiar. Ninguno de ellos se parecía al hombre en absoluto.
Gruñí, cerrando los ojos antes de que volviera a abrirlos y mirar hacia el anillo
una vez más, sorprendida de que no lo hubiera imaginado. El metal zumbó
contra mi piel, lleno de magia. Fue tentador por decir algo.
223
—Esto es una locura.
Me volví y corrí como para salvar mi vida, tan rápido como pude. No vivía
tan lejos; los apartamentos enfrente de la universidad eran todo lo que podía
pagar en este momento. Ojalá cuando me graduara, obtuviera un buen trabajo y
podría salir del ghetto infernal de estudiantes.
De vuelta en casa, giré el anillo en mis dedos. Era maravilloso, pero no sabía
qué hacer con él. Probablemente lo llevaría de vuelta mañana y se lo devolvería
al hombre sin hogar. Definitivamente lo necesitaba más que yo. No tenía ni idea
de porqué incluso lo tomé de él en primer lugar. Fue extraño. Había sido como si
no pudiera evitarlo. Todo se redujo a que no podía resistir el regalo del hombre.
¿Fue un regalo?
Cansada y confundida, lo coloqué sobre la mesa de café, agarré el control
remoto, y encendí el televisor. Pasé por los canales hasta que se sintieron como si
fuera solo un zumbido una y otra vez. No podía entender lo que quería ver. No
se veía nada interesante, y mis ojos seguían siendo desviados hacia el anillo. Era
todo lo que podía hacer para no mirar fijamente su resplandor tenue en la tenue
luz de mi sala de estar. De alguna manera estaba rogándome que lo volviera a
poner en mi dedo. Estaba sudando por resistir el impulso de hacerlo.
224
El mundo desapareció.
¡Bam! Estaba de vuelta en mi sala de estar, y todo era igual, como si nada
hubiera sucedido.
Pero espera. ¿Cómo podía suceder eso? Eran animales. Cosas tontas, de
verdad. ¿Por qué se molestarían siquiera por mí? Probablemente tenían más
miedo de mí que yo de ellos, o eso decía el dicho.
225
—¿Qué es este lugar?
Caminé por el bosque durante horas hasta que mis pies se llenaron de
ampollas y mis extremidades dolieron, pero no había hadas y nada abiertamente
mágico en ese lugar. Estaba comenzando a pensar que me habían engañado.
Parecía que el anillo no tenía otra magia especial que llevarme a ese único lugar
en el bosque. Por qué eligió ese lugar no lo podía averiguar, así que hice lo que
mejor hacía cuando estaba estresada, cansada y decepcionada. Me fui a la cama.
226
El pensamiento vino corriendo hacia mí mientras me sentaba en mi silla de
escritorio habitual. Confundida, me puse de pie, sintiéndome mal del estómago.
—¿Hay algún problema, señorita Peters? —La señora Nathans entrecerró sus
ojos hacia mí, y toda la clase se volvió para ver cuál era el problema. Sentí el peso
de su mirada succionando el oxígeno, y me atraganté con mis palabras mientras
intentaba responder.
—¿Qué? —dije. ¿Cómo podía ser esto?—. Pero lo suspendí. Entonces estaba
en casa… dormida. Um… ¿cómo llegué aquí?
—Debes prestar más atención en clase, pero no estoy segura de que valga la
pena ya que estás diciendo que vas a suspender el examen de mitad de semestre.
También podrías tirar tu matrícula a un cubo de basura en llamas.
Una vez más, toda la habitación rugió en una risa maníaca que cavó bajo mi
piel con mil alfileres. No había aire, y no podía pensar. ¿Qué estaba haciendo allí?
¿Todavía no habíamos hecho el examen? ¿Cómo era eso posible?
—Creo que necesito tomar un poco de aire —susurré, sintiendo que mi pecho
se tensaba. No podía estar allí. Estaba… mal de alguna manera. Lo sabía. Tal vez
era solo una pesadilla.
227
Ojalá todos se callaran, pensé.
¡Yo tampoco!
¿Puedes hablar?
¡No! ¡Ayuda!
Me encogí contra la pared. Los estudiantes se marchaban, corriendo, incluso
más asustados de lo que alguna vez me sentí. La maestra, la señora Nathans
estaba en el suelo, desmayada por la sorpresa.
228
Desearía que mi calificación fuera A, en el examen de mitad del semestre en
Microbiología, y deseé que fuera ese día de nuevo.
Salí al pasillo, pero nada parecía cambiado. Saqué mi móvil para buscar mis
calificaciones en línea y verificar la fecha. Mi nota ya no era una F sino una
brillante A, y era nuevamente el día del examen.
Estaba aturdida por la emoción. ¡El estúpido anillo funcionaba! ¿Quién sabía
que semejante patética pieza de metal posiblemente falsificada tenía tales
propiedades mágicas? Iba a tener que agradecérselo a ese chico sin hogar por el
regalo.
De vuelta en la luz del sol excesivamente brillante del día de Las Vegas,
entrecerré los ojos y deseé unas gafas de sol. Inmediatamente, un par oscuro y de
gran tamaño estaba en el puente de mi nariz. Sonriendo como una tonta, comencé
a pensar en todas las cosas que necesitaba, quería hacer o tenía que tener. Era una
larga lista, y tendría que escribir todo una vez que llegara a casa.
Apresurándome, mantuve un ojo atento por el chico sin hogar y otro en el anillo
brillante.
—¡Muévete, señora!
229
—¡Mira por dónde vas! —grité, enseñándole el dedo. Él respondió con un
rastro de obscenidades junto con un dedo medio coincidente mientras golpeaba
el pedal del acelerador, chillando. Casi le deseé un buen accidente
automovilístico, pero logré cortar ese pensamiento de raíz.
Tenía que tener cuidado. No sería prudente filtrar mis pensamientos un poco
más. Podría desear cosas terribles a las personas, y sucederían, tanto si las quería
como si no. Con este anillo en mí, no había forma de saber qué podría pasar o
qué tipo de deseos podrían deslizarse de mi mente subconsciente.
Convertí al gato del vecino en un cactus, el vecino ahora tenía colmenas que
cubrían su cuerpo, y su hijo demonio ahora era calvo y llevaba pelucas para
cubrir su cuero cabelludo rosa brillante. Deseos infantiles, no, maldiciones, había
murmurado en voz baja. No podía pensar en nada más; todo se hacía realidad.
Era peligrosa, y tenía que ser contenida. Eso o deshacerme de ese anillo, pero el
hombre sin hogar se mantuvo evasivo. No lo había visto en semanas, y no tenía
ni idea de dónde encontrar al dirigente para darle el anillo.
230
—¡Ayuda!
—¿Quién está allí? —llamé. Quienquiera que estuviera allí necesitaba ayuda,
y yo era la única persona allí, así que era obvio que iba a tener que ponerme mis
bragas de superhéroe. Me dirigí hacia la dirección de la voz, esperando encontrar
algo tarde o temprano.
Miré a mi alrededor, pero no tenía una linterna conmigo, y todo lo que pude
ver fue el pequeño halo de luz muy por encima de mí. También podría haber
estado a kilómetros y kilómetros de distancia. No tenía cuerda y nadie sabía
dónde estaba. No había esperanza de rescate en este lugar abandonado.
—Algún rescate.
—¿Quién eres? —pregunté. Estaba lista para golpearla si fuera una amenaza.
Sentí en la oscuridad por una roca o algo para golpearla solo por si acaso me
atacaba. Todo lo que podía escuchar era a ella arrastrando los pies y el rechinar
de los zapatos contra los guijarros mientras cambiaba su peso en la oscuridad.
231
milisegundo.
Estupendo.
Escuché algo rozar contra otra cosa, tal vez un cuchillo o una piedra. No estaba
segura. La chica encendió una cerilla y la sostuvo en alto para poder ver su rostro
y luego sostenerla hacia la mía para que ella pudiera verme.
—¿Y yo qué?
Ella gimió.
232
empeora las cosas y a veces convierte mis deseos en cosas que no quiero.
—Um… —Sí, ¿por qué no? Me hizo darme cuenta de lo cansada que estaba.
Tomando pruebas e ir a la universidad no era una broma. Después de cambiar
mi calificación de mitad de semestre, tomé la decisión de no usar el anillo para la
escuela. Se sentía como hacer trampa. Así que normalmente me levantaba al
amanecer y llegaba a casa cuando el sol se ponía, solo para quemar el aceite de
medianoche estudiando. Me iba todo el día y era un trabajo duro.
—Bueno, tal vez es peligroso. Las cosas nunca son lo que parecen aquí.
—Bueno —dijo lentamente—, hay una leyenda sobre la que leí acerca de un
hombre que va alrededor y engaña a la gente. Suena como tu hombre sin hogar.
Vive en la Diferencia, pero probablemente fue a dónde vives e intentó engañarte.
Me recosté contra la fría pared del túnel, suspirando. Ella no tenía sentido, no
más que el hombre sin hogar, pero realmente no quería usar mi anillo ahora.
Incluso me preocupaba que al quitármelo pudiera regresar a casa en este punto.
233
La chica me había llenado de dudas, y estaba lista para derretir el infierno si
alguna vez conseguía liberarme.
—No, pero estoy segura de que alguien vendrá tarde o temprano, y seremos
rescatadas antes de la cena. Estamos cerca de una ciudad.
—Bueno, en ese caso, va a ser una larga noche hasta que aparezcan los carros
de la mañana. Entonces podremos llamarlos.
234
pero estaba tan oscuro que no pensé que pudiera ver mi mano frente a mi cara.
—Solo deseo, en voz alta o incluso en mi cabeza. Todo lo que deseo sucede,
pero tengo que ser cuidadosa. A veces suceden cosas que nunca intento que
sucedan, y a veces el deseo sale mal y se vuelven locas y caóticas.
—Está bien —dije—, pero quiero hacer todo lo posible para asegurarme de
que no salga mal. ¿Por qué no me agarras cuando pida el deseo? Tal vez eso
ayude a asegurarnos que ambas terminemos juntas fuera del hoyo. Agárrate
fuerte.
—Bueno.
Extendió la mano y agarró mi brazo lo más fuerte que pudo, hincando sus
pequeñas uñas afiladas en mi carne. Hice una mueca, pero me mordí la lengua.
No quería asustarla. Busqué el anillo y toqué su fría superficie. No podía verlo,
pero sabía que la joya era preciosa. Estaba agradecida de no haberlo perdido al
caerme por el abismo.
235
bien y no mutara en algo obsceno. No pasó nada.
—¡No está funcionando! —Me entró el pánico. ¿Qué pasaría si teníamos que
morir allí? Nadie sabría dónde mirar, y eso se convertiría en nuestra tumba. Mi
pecho se tensó.
—¿Puedo probarlo?
—¿Eres… de la realeza?
—Ya no, pero mi padre una vez dijo que mi madre era una reina o… alguna
cosa. Él no hablaba mucho de eso. Ella perdió el título al casarse con mi padre.
Supongo que eso me convierte en una princesa, pero no tengo tierras, ni
personas, ni castillo.
Pude haber brincado de alegría. ¿Cómo había tenido tanta suerte de conocer a
esta chica? Ella era justo lo que necesitaba. Esperaba.
—Ten, póntelo —le dije, decidiendo que no había forma en que mi situación
pudiera ser peor. Me quité el anillo, medio sorprendida de no haber sido arrojada
a mi salón. Me había quedado en el pozo de tierra con Aylin. Se lo di a ella, y ella
rápidamente lo deslizó en su dedo. El aire se movió sobre nosotros como si algo
hubiera cambiado. Algo estaba pasando, pero se detuvo tan rápido como había
comenzado.
—Espero que esto funcione —murmuré—. Desea que salgamos de aquí, Aylin.
236
—Entonces debes ser una reina —dije, sonriéndole. La coincidencia de todo
era una locura, pero me sentí aliviada de liberarme del anillo. No había sido más
que un problema y nunca me había dado lo que realmente necesitaba.
—Es bonito.
Ambos nos giramos para encontrar al hombre sin hogar de pie en medio del
claro, pero ya no estaba sucio ni vestía ropas rotas. Estaba vestido
majestuosamente, limpiamente afeitado, su piel blanca y reluciente. Era
impresionantemente guapo, y nosotras contuvimos la respiración mientras se
acercaba.
—Tú, tú eres ese chico sin hogar que me dio ese anillo infernal. —Señalé el
dedo de Aylin—. Fue una maldición, no un regalo. No hay legiones de hadas o
deseos. Todos salen mal. ¿Por qué me diste eso?
—Porque, hermana, tú eres la que podría encontrar a Aylin con este anillo. La
única.
—Espera, ¿qué? —Di un paso atrás. ¿Era adoptada? Mis padres nunca me lo
habían dicho—. ¿Cuál es mi verdadero nombre entonces?
237
maldito anillo de ópalo—. Y este es tu verdadero anillo. Restaurará tus poderes.
No serán caóticos o impredecibles. Es puro poder y te ayudará a gobernar nuestro
reino.
Negué con la cabeza. No tenía sentido. Me volví hacia Aylin, quien estaba
sonriendo de oreja a oreja, como si siempre hubiera sabido que estaba destinada
a algo más. Nunca lo habría pensado. Nunca podría haber imaginado algo así.
La cara de Axlon cayó, y echó una mirada vacilante hacia Aylin antes de mirar
fijamente el suelo.
—Será difícil gobernar sin el triunvirato. Estamos casi sin poder el uno sin el
otro. Nuestro reino ha sufrido sin todos nosotros ayudando a equilibrar el poder
de la Diferencia. Es un trabajo difícil, pero debe haber tres para tener éxito en
mantenerlo a máxima potencia. Es la forma en que nos defendemos contra las
cortes oscuras y la magia malvada de la Diferencia.
Tragué saliva. Era una gran decisión, y no estaba segura de poder hacer lo que
pedía.
Ainsley. Mi nombre humano era Anna. Tan cerca, pero tan lejos.
Asentí.
238
—Está bien. —Era mejor que aprender más Microbiología—. Le daré un
vistazo.
—Gracias. Nuestras batallas contra las cortes oscuras siempre están en marcha.
Se están levantando de nuevo, haciéndose más fuertes. No te arrepentirás de
haber regresado a tu asiento en el trono. Esta es una promesa que forjaré en
sangre.
—No más deseos o promesas, por favor. —Negué con la cabeza—. He tenido
suficientes deseos para durar toda la vida.
—A la corte de Diferencia.
FiN
239
Phaedra Weldon
Roble y cenizas y espina
Capítulo 1
Oh mierda
240
de la medianoche, y acababa de dejar un círculo de tambores dentro de uno de
los dormitorios en Harvard Yard. Desde que no vivía en el campus y había
comenzado como un lindo día de primavera en Cambridge, Tam había decidido
renunciar a su Harley y caminar por los jardines.
Gran error.
—Deberías ser muy cuidadoso, Tam —dijo Janet Bostwick mientras metían en
las cajas su batería antes de irse.
—Te ves como las otras víctimas. Cinco en total y todas tenían tu aspecto
general.
241
en lugar del estuche blando. En ese momento, había sentido ansiedad por gastar
tanto, pero dado que el bodhrán había pertenecido a su madre; haría cualquier
cosa para protegerlo.
—¿Crees que es él esta vez? —dijo el más alto a la derecha de Tam. La voz del
chico sorprendió a Tam. Era grave y profunda. No solía ser el tono de voz de un
chico universitario. A menos que estos no fueran universitarios.
Oh diablos, no. Tam giró su cuerpo para que el estuche estuviera más alejado.
—Entonces por qué lo proteges, ¿eh? —Todavía otra voz, grave y con un ligero
acento que sonaba vagamente irlandés, pero había sido contaminado con otra
cosa. Tam sabía cómo sonaba un acento más puro debido a su propia familia y
242
sus vínculos con Irlanda. No podía decir cuál de las capuchas oscuras hablaba.
—Hagámoslo rápido —dijo el primero, y para horror de Tam, sacó una tubería
de metal de su chaqueta.
Janet y Harold habían dicho que golpeaban a las víctimas con objetos duros y
contundentes. Una de las víctimas permanecía en soporte vital.
—¿No tenían el premio? —Tam cambió sus pies de posición para una de dos
opciones. Luchar o huir. Lo que hicieran a continuación determinaría cuál elegía.
—No. Pero estamos bastante seguros de que lo tienes tú. —El más pequeño
golpeó su tubería contra la otra mano—. Así que, podemos hacer esto fácil… nos
das el estuche y te matamos rápido, o tomamos el estuche y te matamos despacio.
—¿Cuál es el premio? —Pensó que era mucho pedir, pero ahora la curiosidad
tenía su agarre en él. Eso era algo que todos los Kirkpatrick de su familia tenían.
Una abundante curiosidad.
—El shill… —comenzó a decir el más pequeño, es decir, antes de que el que
estaba junto a él lo golpeara en la cara con su tubería. El más pequeño giró en el
aire y rodó en el camino vacío.
Tam aprovechó ese momento para hacer su movimiento. Era la distracción que
había esperado. Una cosa que podía hacer bien, además de tocar su bodhrán, era
correr. Rápido. No era un hombre alto, de pie medía uno setenta y tres sin
zapatos, pero era delgado y se mantenía en forma. Era algo que su padrastro le
había inculcado cuando era más joven, después de que su madre les abandonara.
243
“Mantente saludable, mantente en forma y un día tu cuerpo será tu mayor activo”.
Escuchó sus gritos y los siguientes golpes en el hormigón mientras iban detrás
de él. Tam bombeó sus brazos y piernas con fuerza mientras volvía sobre sus
pasos hacia el campus, la mochila y la caja golpeando contra sus costados y
espalda. Si pudiera hacer que lo siguieran a Harvard Yard, entonces la policía del
campus los vería, y tal vez incluso los arrestaría.
Oyó el metal deslizarse contra el hormigón segundos antes de que una de sus
tuberías se enredara en sus pies. El dolor le subió por la pierna derecha cuando
la tubería le rompió el tobillo. Cayó con cierta velocidad detrás de él, y se obligó
a caer para hacer que el impacto fuera menos doloroso. Tam no estaba seguro si
eso funcionaría o no, porque la agonía en su tobillo superó todos los demás
pensamientos racionales que tenía. También sintió la quemadura en su piel
expuesta, especialmente su mejilla izquierda, donde se arañó contra el hormigón.
A través de la niebla inducida por el dolor, escuchó sus voces, así como el
sonido rasgado del vinilo y el crujido de la caja alrededor de su bodhrán.
—¡Es solo un tambor!
—No lo rompas, Tolen. —Esa era la voz del más alto—. Podría ser eso. Pueden
cambiar de forma.
—Compruébalo.
244
Incluso con un caído, todavía quedaban cuatro más. Logró patear a uno de
ellos sujetando sus piernas justo antes de que una tubería golpeara un lado de su
cabeza. El sonido sonó en sus oídos y ralentizó sus reflejos. El dolor no se sintió
bien. Tam había sido golpeado en la cabeza muchas veces en su vida, peleando
con los amigos, en el dojo, e incluso con su maestro de espada, pero nunca el
impacto había causado tal distorsión en su sentido de la realidad.
—¡Mira su brazo!
No… no era posible. La capucha del tipo había caído y su cabeza… Tengo daño
cerebral. Eso es. Golpearon mi cerebro contra mi cráneo, porque ese tipo se ve como un
troll. Un troll grande, que usa cuernos, y le brotan colmillos.
—Muchachos, encontramos nuestro premio. Pongan el torque sobre él y
traigan la camioneta.
¿El torque?
245
—Limpia la calle. No dejes ningún rastro. Y envía un cuervo a la Morrigan.
Tenemos al príncipe Unseelie.
Su cuerpo era poco más que una conexión de puntos de moretones y cortes
donde se habían turnado para golpearlo con sus tuberías. Y con cada golpe el
dolor se había intensificado. Tanto que el impacto del golpe no fue lo que dolía,
sino el toque de la tubería contra su piel desnuda.
Lo que más le asustaba a Tam no era la muerte sino lo que seguía viendo como
el instrumento de su muerte. Pensó que cuando volviera a verlos los vería como
gente. Solo gente común golpeando a los chicos de la universidad. Pero cuando
todos se quitaron sus capuchas, todos parecían trolls.
246
Variaban, desde el tamaño de sus colmillos hasta el tamaño de sus cuernos.
Algunos cuernos se enroscaban para encontrarse con sus orejas puntiagudas,
mientras que otros se quedaban pegados e inclinados hacia atrás. Sus rasgos eran
diferentes. Había tenido suficiente tiempo para investigar sus rostros y
memorizarlos. Sus tonos de piel eran diferentes tonos de gris. Solo… gris pizarra.
Estoy alucinando Me estoy muriendo. Y mi mente quiere que piense que fui asesinado
por criaturas míticas de fantasías así no estaré tan molesto por morir a los veintidós. Eso
es. Eso tiene que ser. Porque si esto es real…
—Lo admito. Has aguantado más tiempo que los otros. Pero sabemos que eres,
Tam Lin. Puedes ver lo que somos, y solo el Unseelie puede hacer eso.
Tam no había sido capaz hablar en todo el tiempo, no con el torque alrededor
de su cuello. Simplemente se quedó mirando, mudo y esperó a que comenzaran
los golpes. Se tensó cuando Magnus se acercó a él, pero no atacó.
El troll le quitó el torque, y cuando lo apartó, Tam pudo ver a qué se parecía.
Los había visto antes, en museos y en la Feria del Renacimiento local de vez en
cuando. Un semicírculo de metal, tallado como las cabezas de dos dragones con
la misma cola, uno frente al otro.
—El torque amortigua tanto el dolor como tu ingenio. Es lo que mantiene a los
Unseelie en línea. Tienes una oportunidad más para decirme dónde está, Tam
Lin.
247
—Mi nombre… —dijo, mientras hacía una mueca de nuevo porque el daño a
su pecho interfería con la respiración—, es Tamberline Kirkpatrick, no Tam Lin.
Magnus le golpeó la cara. Fue un golpe bueno y duro contra su sien. Tam vio
las estrellas mientras su cuerpo se balanceaba hacia adelante y hacia atrás por el
impacto.
—Si la Morrigan te lleva, tu vida será mucho más difícil. Podemos darte paz.
Matarte y quemar el cuerpo. Nunca tendrás que ser su enlace.
Tam no tenía ni idea de lo que eso significaba. Los escuchó hablar sobre
Morrigan, y conocía el nombre por el folclore, pero eso era ella… un mito. Pero
entonces de nuevo, estoy hablando con trolls, ¿verdad?
Una melodía sonó en algún lugar de la habitación. Tam supuso que era un
teléfono. Tuvo que reír internamente ante la idea de trolls que llevan teléfonos
móviles. El más pequeño se alejó mientras sacaba un teléfono de su bolsillo.
—Tenemos compañía. Arriba.
Tolen respondió:
248
—Ve. —Magnus señaló las escaleras.
Tam vio que los dos subían los escalones. La madera crujía bajo su peso.
La puerta del sótano se abrió, y Tam esperaba oír a Tolen y Poot bajando por
las escaleras. Lo mismo Magnus y los otros dos. Lo que Tam no esperaba escuchar
fue un sonido de golpe y otro ruido sordo. Solo podía enfocarse en Magnus
cuando el troll rugió algo a la derecha de Tam. Blandió su tubería y salió
corriendo.
Tam escuchó los sonidos de la batalla. Escuchó los gritos de dolor. Y más de
ese extraño ruido sordo.
Entonces nada.
Hasta…
Reconoció su rostro. La había visto en clase de baile, todo mientras soñaba con
invitarla a salir, pero también avergonzado porque era unos buenos centímetros
más alta que él. Era Áine (pronunciado Awn-ya) McCuill, la primera bailarina de
la compañía, solo que en vez de estar vestida con vaqueros; usaba lo que parecía
pantalones de cuero, botas y un chaleco ajustado. Tenía su cabello rojo hacia
atrás, y sobresaliendo por encima de su hombro, pudo ver un carcaj y flechas.
Tenía un arco en sus manos, y se veía como alguien disfrazado.
249
frente a Áine McCuill!
La siguió con los ojos hacia uno de los trolls desplomados mientras recuperaba
un largo cuchillo. Fue entonces cuando vio que todos estaban en el suelo, algunos
con flechas sobresaliendo de sus espaldas.
—Lo siento… mi mal —dijo Áine mientras gateaba a su lado. Ella tenía una
llave, y aún sosteniendo la tela, la usó para desbloquear los grilletes de sus
muñecas y luego quitar las cadenas de sus tobillos.
—¿Que me ha ocurrido?
—Mi tobillo…
—Lo sé. —Paso entre los trolls derribados y reunió todo de vuelta en su
mochila y agarró el bodhrán. Tam se limpió la boca y la alejó con sangre en su
mano mientras ella colocaba el tambor en su estuche (¡gracias a Dios no habían
destruido eso!), y con esos elementos añadidos en sus hombros, caminó de
regreso a él. Ella puso la mochila en su espalda y mantuvo la boca cerrada por la
presión sobre sus magullados hombros. Le ayudó a levantarse sobre unas piernas
temblorosas. Puso su peso sobre su tobillo bueno mientras ella se movía por
debajo del hombro del lado malo y arreglaba la correa de la caja sobre su hombro
bueno. Su altura prácticamente lo levantó, y tropezó cuando la habitación se
inclinó en un ángulo bastante equivocado.
—Yo… siempre quise poner mi brazo alrededor de ti… —Tam hizo una
250
mueca. ¿Por qué dije eso? ¿En voz alta?
—Pero cómo…
—Te lo explicaré todo. Por favor, Tam. Tenemos que irnos. Tenía el elemento
sorpresa, pero si nos demoramos y se despiertan…
Ella no tuvo que decírselo dos veces. Tomó una respiración profunda, gimió
por el dolor en su pecho, y trabajó con ella para subir los escalones. Salieron a un
pasillo, y miró a su derecha. Vio dos puertas que decían “Damas” y “Caballeros”.
Más allá había otra puerta. Pero Áine lo llevó en la dirección opuesta a una puerta
más grande. Una puerta exterior.
—Mierda —dijo Áine—. Esperaba que se quedaran fuera por más tiempo, pero
Magnus es fuerte.
—¿Qué?
Ella suspiró y salió de debajo de su hombro, luego le presentó su espalda y se
arrodilló.
251
sino a horcajadas en una enorme yegua roja. Giró la cabeza para mirarlo y bufó,
y él la agarró segundos antes de que la puerta del edificio se abriera de golpe y
apareciera Magnus. El caballo despegó.
Capítulo 2
Algo le hizo cosquillas en la nariz.
Tam extendió la mano y lo alejó, pero fuera lo que fuese, era persistente.
—Has estado dormido durante tres días —llegó una especie de voz familiar—
252
. Creo que es hora de despertarse.
Abrió los ojos nuevamente y miró las sábanas. Eran azules y sucias, y no eran
suyas. Giró hacia su derecha y miró hacia el techo. Seguro que no era su
habitación, a menos que viviera en un remolque. Su tío, Bogs, vivía en un
remolque, por lo que estaba íntimamente familiarizado con su aspecto.
Giró la cabeza hacia la derecha y miró hacia la espeluznante cara del tío Bogs.
—¿Qué…?
—Dije —Bogs levantó la pluma que había estado molestando bajo la nariz de
Tam. Habló con su viejo acento diluido—, que es hora de que te levantes,
muchacho.
—Aye. Vas a estar un poco dolorido, muchacho. Pero tienes los genes de tu
madre y la tenacidad de tu da. Has sanado muy bien.
—¿Mi qué? —Tam miró la cara de su tío. No había visto al hombre en qué…
¿diez años? Y él se veía exactamente igual—. ¿Cómo… qué hice…? —Y luego se
miró a sí mismo. Estaba casi desnudo a excepción de los ocasionales vendajes,
cubierto solo con las sábanas azules teñidas de marrón.
—Tomemos esto un poco más lento, ¿de acuerdo? —Bogs dejó que la pluma
cayera sobre la cama, y Tam la recogió. Era negra con un brillo iridiscente—. Esa
es una pluma de cuervo. —Bogs tiró de una silla y se sentó en ella mientras
cruzaba las piernas y los brazos—. Me temo que hay malas noticias con esa
pluma.
—¿Un cuervo? —Tam giró la pluma entre sus dedos—. ¿Malas noticias?
253
tazas de la mesita de noche—. Esto es lo mejor para lo que te aflige.
—¿Qué es? —Tam dejó la pluma a un lado y tomó la taza. Recordaba esa taza
de su infancia. Y recordó a su tío bebiendo algunas cosas locas en ella—. Este no
es tu viejo grog, ¿verdad?
Bogs rió.
—Veo que tu memoria está en reparación. Bien. Nunca se sabe cuándo llega a
la curación del Faery. Pero nosotros, los Leprechauns —le golpeó el pecho—,
tenemos aguante. Nos convierte en personas duras.
—Veo que has regresado —dijo Bogs y dejó la taza sobre la mesa—. Eso es
bueno. Tenemos mucho de qué hablar, tú y yo, y no hay mucho tiempo para
hacerlo. Esperaba haber tenido esta conversación cuando eras más joven, pero tu
pa no dejaría que algo de lo que llamaba mis tonterías llenaran tu cabeza.
—Sí. —Asintió Tam—. Pero eso tenía que ser falso, ¿verdad? No podría haber
visto verdaderos trolls.
Lo hacía.
—Una de las chicas de mi grupo de baile… —Tam miró con los ojos muy
abiertos a Bogs—. ¡Tenía un arco y una flecha, y se convirtió en un caballo!
254
Tam parpadeó.
—¿El qué?
Bogs no dijo nada durante unos segundos, luego se levantó y caminó por la
habitación. El suelo crujió y el remolque se tambaleó como siempre hacía con el
peso de su tío. Bogs regresó con un espejo y se lo tendió a Tam.
—Échate un vistazo a ti mismo. Hay un hechizo que cubre este mundo, uno
que nos impide ser vistos por la gente común. Creo que con lo que acabas de
pasar, o quizás por usar un torque, tu vista de Faery finalmente se rompió a través
de ese hechizo. Te permitió ver a los trolls por lo que son, y estoy seguro de que
podrás verte a ti mismo ahora.
Tam se miró en el espejo, solo para ver si tenía moretones, y estaba bastante
seguro de que había sufrido un labio roto y una nariz rota. Su cara estaba
magullada, allí no había forma de evitarlo, y una mirada más cercana a su cuello
expuso un anillo de luz alrededor de una parte. Ahí era donde había estado el
torque. Y luego miró su mejilla…
255
—¿Qué… qué me has hecho?
Bogs rió.
—Mis orejas… —Revisó la otra. Y aparte de eso, se veía bien. De hecho… dada
la paliza que había tomado, se veía…—. Estoy bien.
—Como dije, tenemos una constitución fuerte, y ya que te dieron tiempo y esta
es tu primera regeneración, todo está bien. Pero como dije, tu verdadera
naturaleza está saliendo.
—Unsee… espera, espera. —Tam se puso las manos en la cara—. Como dijiste,
soy un estudiante de folklore en Harvard. Sé lo que significa Unseelie, y no soy
un Faery malvado.
Bogs rugió de risa. Cuando terminó, se dio una palmada en las rodillas.
—No, no lo eres. Y eso no es lo que es un Unseelie, chico. Los Seelie son los
pura sangre. Completos y todo Faery. Como yo. Pero, los híbridos, los halfsies
como tú, son Unseelie.
—Eso es… —Quería decir ridículo. Pero Tam se dio cuenta demasiado rápido
que su idea de ridículo ahora había pasado por un impactante cambio de
perspectiva—. Soy… un Leprechaun.
—Aye.
—Eres un…
— Leprechaun.
256
—Pero no somos de un metro de altura con el cabello rojo y trajes verdes… —
Cerró los ojos con un suspiro largo y frustrado. Estaba pensando en el
estereotipo, la imagen e identificación cultural que mantenía la idea de los
Leprechauns en el ámbito de la ficción y cuento de hadas. Lo que vio en el espejo
se basaba en la realidad—. Eso es… lo que llaman un arenque rojo, ¿no? ¿El
hombre pelirrojo, bajo y gordo, vestido de verde con grandes zapatos con hebilla?
—Sí, pero no te sientas mal, Tam. Así es como lo queremos. —Bogs se levantó,
agarró una pila de ropa, y la arrojó a Tam—. Vístete. Sabes dónde está todo. Y
bébete esa taza. Terminará la curación y limpiará tu cabeza. Áine debería estar
de vuelta en cualquier momento.
Tam cogió la ropa y esperó hasta que Bogs cerró la puerta. Comenzó a salir de
la cama y se detuvo, recordando su tobillo. Mirando hacia abajo, no pudo ver
ningún daño, y cuando se levantó, no dolió.
Se puso vaqueros y una camiseta, pero no la sudadera verde oscuro. Esas eran
sus ropas, entonces alguien fue a su casa a buscarlas. Olfateó la taza, y luego se
lo tragó todo de una vez. Estaba amargo y dulce y dejó el regusto de raro en la
parte posterior de su garganta. Tam serpenteó entre las pilas de cosas que a su
tío Bogs le gustaba poner en la cocina al otro lado del remolque.
—Sí, lo hacías. Has estado fuera del mundo durante casi una semana.
257
Afortunadamente dejé que tu padrastro supiera que estabas conmigo. Fuiste
atacado por matones y yo vine a ayudar, aunque me aseguré de que él no lo
supiera. De esa forma no acortó su viaje. Imaginé que mientras este lío
continuaba, era mejor que se quedara fuera de la ciudad.
—Aye.
—No entiendo qué fue lo que me hicieron. Quiero decir que pusieron esa cosa
en mi cuello. Lo llamaron torque, pero he leído sobre eso.
—Olvida lo que has leído y usa ese conocimiento solo como referencias, Tam.
El torque es lo que usa Morrigan contra los Unseelie. Porque tienes sangre Faery,
y la tuya es particularmente fuerte, el hierro en ella no te matará inmediatamente
como lo haría con Áine o conmigo mismo. Para ti, persiste y te mantiene en un
estado de letargo, no de vida ni muriendo. En constante dolor y dispuesto a hacer
cualquier cosa que el que te lo pone quiere que hagas.
—Acabas de decir un montón de cosas que no tenían mucho sentido para mí.
Cuando dices Morrigan, quieres decir…
—Exactamente sobre la que probablemente has leído en tus libros. Ella ha sido
la reina de Faery durante varios cientos de años. Pero solo en los pasados cien o
así fue capaz de ganar el control de la corte Unseelie.
—¿Por qué? Si no son malvados como dices y solo mestizos… ¿por qué
intentar controlarlos? ¿Por qué venir a buscarme? ¿Solo porque soy un mestizo?
—Aquí hay varias respuestas, y vas a tener que escuchar con cuidado. No
estaba bromeando sobre el problema del tiempo. Hace casi un siglo, Morrigan
tuvo un sueño. Ahora, no sueña a menudo en estos días, entonces, cuando lo
hace, está convencida de que son proféticos. ¿El resto de nosotros lo cree? —Se
258
encogió de hombros—. Creo que ella está enojada. Pero el peligro es que lo cree.
Y en ese sueño, un Unseelie la derrotaba. La retiraba del trono. Despojándola de
su poder. Es por eso que se ha desviado de su camino para destruir y esclavizar
a los Unseelie. El problema con ese plan es que los Faery son, por naturaleza,
muy lascivos. Nos gusta criar.
Tam resopló.
—Sí. ¿Recuerdas el hechizo que mencioné? ¿El que impide que la gente vea
cosas? ¿Espíritus, Faeries, todas esas cosas que se abrieron paso en la cultura
como mito y leyenda? Ahora, eso también hizo más difícil para Morrigan
encontrara a los Unseelie como tú. Tiene que saber que existes para buscarte.
Tam se frotó la barbilla y notó que era suave. Sin crecimiento en absoluto
durante cinco días.
—No te estoy siguiendo. Nunca pensé, ni leí, que el Leprechaun fuera tan
importante en el mundo Faery.
—Por supuesto que no. Y nos gustaría mantenerlo así. Tam, somos
descendientes de la Tuatha de Danann. Tenemos poder y habilidades que
Morrigan no posee. También somos enemigos mortales. —Señaló a Tam—. Y
tienes algo que otros Leprechaun todavía no poseen, y ella lo quiere.
—¿Qué? ¿Una olla de oro? —Rió y luego se detuvo cuando notó que Bogs no
se estaba riendo—. Oh, mierda… ¿hablas en serio? ¿Tengo una olla de oro?
Tenía que pensar mucho en eso ya que nunca le había dado mucha atención a
los Leprechauns en sus estudios. Siempre había estado más interesado en las
familias, y los reyes y reinas de Irlanda, las luchas míticas y el acaparamiento de
tierras que, hasta hacía cinco días, creía que eran mito y leyenda.
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Tam pensó en el sótano, los trolls exigían que lo cambiara. Ellos pensaban que
su bodhrán era algo importante.
—No es mi tambor.
—Sí.
260
Capítulo 3
Aine golpeó en la puerta del remolque en ese momento, pero entró antes de
que Bogs pudiera responder. Cuando vio a Tam, sonrió, y luego frunció el ceño.
Le señaló con un dedo. Él se dio cuenta de que ella ya no estaba usando el cuero.
Se veía como siempre, llevaba vaqueros, suéter, deportivas y una chaqueta.
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Tam se sentó, inseguro de qué decir. También notó que sus orejas no eran
puntiagudas. Extendió la mano y tocó las suyas. Eran una vez más, redondas.
—Lo siento. Pero no tenemos tiempo para enseñarte el glamour correcto ahora,
así que las arreglé.
—Oh, ah… —Notó que Aine todavía tenía su dedo apuntado hacia él—.
Porque he caminado esa misma ruta a casa antes. No pensé que fuera peligroso.
—Ese es el primer error. —Ella bajó su mano y colocó una bolsa sobre la mesa
al lado del plato vacío de Tam—. Rutina. Te habían estado observando, justo
como vigilaban a todos esos otros. Ellos memorizaron tu rutina, y esperaron
hasta que fuiste vulnerable. Si hubieras tenido tu Harley, eso no habría sucedido.
Ahora eso era interesante. Hace un año fue cuando apareció en su clase.
—¿Y soy la única razón por la que estás aquí? —No pudo evitar sonreír—.
¿Yo?
—Y la universidad tiene un departamento de folklore decente, pero le falta
muchos hechos. Que es de la manera que nos gusta. —Le empujó la bolsa—. Aquí
hay más de tu ropa.
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—No pensé que supieras cómo usar una de esas, y dada la última situación de
la que te rescaté, no quería inducir más daño.
—Me quedé allí unas buenas tres horas. Dentro y luego en la calle. No creo
que estén vigilando la casa.
—Tendrás razón. Ni siquiera sabía que tenía uno hasta hace… como diez
segundos. —Tam puso sus manos en su regazo y se reclinó en la silla—. ¿Cómo
puedo tener algo de lo que no sé nada?
—Padres, madres, familia —dijo Aine—. Pero no los tenías, no tuyos propios.
No me di cuenta de que la persona con la que vivías no era tu padre biológico.
263
—¿Llamar… a mí? ¿Qué? ¿Te refieres a un mensaje misterioso? —Él estaba
tratando de ser divertido, así que cuando ambos asintieron, Tam suspiró—.
Chicos, no sé lo que es, cómo se ve, y no lo reconocería si se acercara y me
golpeara en la cara.
—Sí, lo hice. Soy Seelie. Crecí en Faery. No así. —Ella arañó la parte de atrás
de su cabeza—. Por lo que leí, tu shillelagh suele estar cerca de ti. Se manifiesta
en algo, o por algo, o alrededor de algo familiar y te reconforta.
—Al norte del campus. Se quedan allí, sin perder de vista al príncipe.
—¡No soy un príncipe! —Tam se pasó una mano por el cabello. Necesitaba una
ducha. La ropa limpia no ayudaba con la sensación pegajosa que tenía, sin
mencionar que había sangrado todo sobre esa cama. Debería lavar esas sábanas
y devolvérselas a Bogs limpias—. ¿Al menos puedo irme a casa?
—Lo siento, Tam —dijo Aine—. Pero necesitas permanecer fuera de la vista.
¿Quieres que te atrapen de nuevo, sabiendo lo que harán?
—Mira, no es gran cosa, ¿de acuerdo? Solo quédate aquí. Volveré en unas
horas. —Ella le sonrió—. Solo duerme más, ¿de acuerdo? Todavía tienes círculos
debajo de los ojos.
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Tam la vio irse y se dejó caer en la silla.
—Sí. No sé si las balas pueden dañar a los trolls, pero me gustaría tener algún
tipo de arma conmigo.
—Oh, las balas pueden lastimarlos. Simplemente no los detienen. No como las
armas de espelta, como las cuchillas de Aine y su arco.
Recordaba haber visto esos y la forma en que los había usado. O más bien,
había visto las consecuencias. Sabía que, si alguna vez se salía de la línea con ella,
ella patearía su culo.
—No. Demasiado hierro. —Bogs entrecerró los ojos hacia Tam—. Entonces,
¿cómo puedes tocarlo y usarlo?
—Cuando me llevaron.
—Interesante. —Dio unas palmaditas en los costados y agarró una billetera del
mostrador—. Salgamos.
—¿Dónde?
—A tu casa.
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Tam vaciló.
—Aine tiene razón. Tu shillelagh debería manifestarse como algo cercano a ti,
algo que te da consuelo. Sospecho que sea lo que sea, podría estar en el hogar en
el que creciste. Buscar un objeto así parece… ¿razonable? Y… puedes conseguir
tu arma.
—Sí. Pero también dijo que no estaban vigilando tu casa. —Miró hacia el cielo
que se oscurecía—. El rayo cubrirá tu olor. Pero apurémonos antes de que nos
mojemos. Nada huele peor que un Leprechaun viejo y húmedo.
—No huelo nada. —Tam se dirigió a las escaleras con demasiado entusiasmo.
Una vez que llegó al descansillo, decidió que no iba a volver a hacerlo porque
hizo que su tobillo llameara.
266
—¿Sí?
La pata fornida del troll hizo que girara para que Tam pudiera verlo.
—Quiero que mires esto largo y duro, Leprechaun. Esta va a ser la última
visión independiente que verás. ¿Porque una vez te entregue a ella? Ella pondrá
267
su propio torque alrededor de tu cuello y pensarás, dirás, verás y harás lo que
ella te diga. Incluyendo darle tu shillelagh.
Tam tragó saliva. Era todo lo que podía hacer cuando Magnus llevó la banda
semicircular más cercana.
¡Aine! ¡Corre!
—¡Corre, sal de aquí! —Tam había estado tensando sus músculos tan duro
para moverse que una vez se interrumpió el agarre sobre él, se lanzó hacia
adelante, se estrelló contra la mesita de noche, y rodó sobre la alfombra. El reloj
se deslizó con el movimiento y lo golpeó en la parte posterior de la cabeza. Tam
lo agarró y se lo metió en el bolsillo.
—Ahora veremos cuánto tiempo puede durar una bruja Clurichaun sin aire —
268
dijo Magnus mientras gruñía hacia ella.
No sabía mucho sobre trolls, aparte de que eran grandes y fuertes. No sabía si
tenían la misma alergia al hierro que él y otros habitantes de Faery. No conocía
su debilidad como raza. Entonces, era hora de ir por lo obvio.
Sus ojos.
Y sin sus ojos, ese bastardo no puede encerrarme en ese lugar otra vez. Tam sonrió.
—¡Tam, cuidado!
Tam comenzó a bucear hacia Aine justo cuando algo le agarraba la pierna
izquierda. Un dolor ardiente precedió antes de ser arrancado de la puerta donde
se estrelló contra el suelo de madera. O más bien, su cabeza lo hizo. Perdió el
control de su arma mientras su visión se borraba un poco, y pensó durante un
segundo que lo que estaba viendo no era real.
Una enorme loba gris se alzaba sobre él, sus colmillos chorreando sangre. La
sangre de Tam. Se dio cuenta de que la cosa le había mordido la pantorrilla y la
usó como palanca para traerlo abajo. El lobo gruñó justo antes de abrir sus fauces
de par en par. Tam sabía que la bestia planeaba sacar su yugular.
Un disparo hizo que Tam saltara. Uno de los ojos del lobo estalló. Tam sintió
algo cálido y pegajoso rociando su cara. El lobo lanzó un grito cuando echó la
269
cabeza hacia atrás y adelante y retrocedió. Tam se dio la vuelta para ver a Bogs
en el centro de la sala de estar con una de las escopetas de su padrastro en sus
manos. El humo salía del cañón.
—Oh, creo que podría llegar a gustarme esto. —Bogs levantó su mano para
mostrar a Tam las marcas de quemaduras en sus palmas—. Aunque me gustaría
que el mío fuera de plástico. —Su sonrisa cayó—. ¡Tam, agáchate!
Tam ya estaba en el suelo así que bajó la cabeza y cubrió la parte de atrás de
esta con sus manos. Sintió que el aire sobre él se movía cuando sonó otro disparo,
y un segundo lobo colapsó en el pasillo a su lado. Levantó la cabeza para mirar.
Era el momento de salir de allí.
—Oh, au…
Otro lobo saltó desde el pasillo hacia Tam y Bogs. Se estaba moviendo rápido
para que Bogs volviera a cargar y apuntar, y Tam no pudo alcanzar su arma lo
suficientemente rápido, hasta que una flecha disparó contra la cabeza de la cosa
y cayó sobre ellos, golpeando a Bogs fuera del camino.
Tam se empujó hacia un lado, favoreciendo su pierna ensangrentada, y agarró
su arma. Cuando se volvió para mirar hacia la puerta de la cocina, Aine estaba
allí, su arco en su mano, respirando pesadamente y sangrando por una herida en
su brazo. Pero estaba viva.
—Gracias —dijo.
270
sobresalía de su estómago.
—Hierro. Mortífero para los Seelie. —Magnus pasó por encima de Aine y se
inclinó hacia Tam—. Ahora, es hora de irse, príncipe. Tu maestro está esperando.
Tam no podía apartar los ojos de Aine. Deseó que se levantara. Gritó
silenciosamente para que se levantara y apuñalara a ese bastardo con sus
cuchillos. Solo la había conocido realmente durante unas pocas horas, pero la
había mirado durante casi un año, mientras ella bailaba, y sonreía, y pasaba
buenos momentos con sus amigas. Todo el tiempo, nunca había sabido que ella
estaba allí por él.
Solo por mí. Para protegerme… a mí. ¿Y qué soy? No soy nada. Soy un fanático
de Faery quien no puede hacer magia.
Su terror ante la idea de perder a Aine se convirtió en una furia hirviente
dentro de su estómago. Se giró en una bola de energía ardiente que rebotó
alrededor de su cuerpo, encendiendo sus extremidades para moverse, instando
a su pierna a sanar, y finalmente descansando dentro de su mente. Le dijo que
agarrara lo que quería. Que tomara el control de lo que estaba oculto. Que
devolviera lo que fue robado.
Esa ira, esa ira, esa sensación de impotencia se unió en un solo punto, un pulso,
una espuela de poder girando que se movía más, y más, y más, y más rápido…
… y luego lo liberó.
271
Al principio, Tam no estaba seguro de lo que sucedió. Estaba en el suelo, su
pantorrilla ensangrentada, un verdadero desastre, y luego estaba mirando
directamente a Magnus, poniéndose de pie, y blandiendo un enorme palo de
madera en su mano izquierda. La pistola había desaparecido. El palo brillaba con
una luz azul y blanca desde su centro. Las vides crecieron de la madera y se
dispararon como dardos por la piel de Magnus. El troll se enfureció y forcejeó. Él
sacó la pared a su lado y retrocedió hacia la cocina, pero Tam lo siguió, cuidadoso
de Aine a sus pies, su atención fija en el troll.
Pero Tam presionó el poder más fuerte, no escuchó nada más que el giro, el
asalto de la ira en sus oídos cuando el poder creó un torbellino que enraizó en
sus recuerdos y trajo de vuelta el dolor que había soportado a manos de los trolls.
Eso le recordó la agonía que sintió cuando se rieron de él, lo llamaron marioneta
y lo golpearon interminablemente con sus tuberías.
Tam…
Bogs apareció sobre él, su expresión era una extraña mezcla de tristeza y
alegría.
Él asintió a su tío.
—Sí —dijo, mientras cerraba los ojos y se acomodaba para un largo sueño.
272
Capítulo 5
La habitación era cálida y las sábanas suaves. Tam se dio la vuelta, y una vez
más abrió los ojos para encontrarse no en su cama. Cuando se levantó, miró a su
alrededor. Ya no estoy en Kansas. Demonios, no estoy en Cambridge.
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dio cuenta de que llevaba un par de suaves telas. ¿Dónde estaba su ropa esta vez?
Levantó las piernas de las telas para mirar su pantorrilla. Todo lo que vio fue una
cicatriz larga y curada donde el lobo lo había mordido.
Dejó caer la sudadera con capucha y se volvió hacia el espejo sobre el lavabo.
Las vides estaban entretejidas en los nudos de su tatuaje original. Bajaban por su
brazo, envolviéndose a su alrededor, con cuatro hojas de trébol añadidas aquí y
allá, algunas grandes, otras pequeñas. Las enredaderas terminaban en el dorso
de su mano mientras se retorcían en un punto justo en el nudillo medio.
Su dedo de pájaro.
El diseño parece muy familiar. He visto esto antes, pero fue en dorado. De hecho,
acababa de ver las vides…
Tam corrió al baño y miró los nuevos tatuajes bajo la brillante luz.
274
bastón que había visto antes. Se formó en el aire y habría caído en el suelo si no
lo hubiera agarrado. Lo puso en su mano derecha para asegurarse de que no
estaban unido por las vides.
Estaba separado.
El palo en sí tenía quizás metro y medio de largo. Parecía que alguien había
rasgado una rama de un árbol y quitado la corteza. Tenía una forma irregular,
con un nudo más grande en la parte superior y cónico en la parte inferior. O…
¿es el nudo el fondo?
Las tallas exactamente como las que decoraban el reloj de bolsillo de su padre
fueron expertamente trabajadas en la madera. Y la madera estaba caliente.
El reloj de bolsillo había sido lo más reconfortante que tenía. La única cosa que
le dejó su verdadero padre, y era algo que Tam mantuvo a su lado desde que su
padre murió. Hasta esa noche en el círculo de tambores. Lo había dejado en su
mesita de noche, probablemente la primera vez que lo había olvidado en quince
años.
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pero no la del otro. Esa era una autoridad profunda y ordenada, no es que Bogs
alguna vez hubiera sucumbido a alguien diciéndole qué hacer.
Tam tomó una ducha rápida y se vistió, decidiendo que quería instalar una
ducha multichorro en su propio baño. Es decir, una vez que limpiara las tripas
del troll Magnus del suelo.
Una mirada rápida en el espejo no hizo nada por las orejas, pero Tam confiaba
en que quienquiera que fuera, sabía de Bogs y de él mismo. Pensó en Aine y
vaciló antes de abrir la puerta y salir…
Las voces discutiendo llegaron hacia arriba. Podía oírlos, pero no podía verlos,
por lo que se movió por el costado hasta que encontró una serie de escalones y
descendió tan rápido como pudo. Cuando dobló la esquina en la sala redonda,
vio a Bogs de pie en el lado opuesto, enfrentando a otro hombre.
No había duda de quién era, y Tam estaba petrificado con energía nerviosa.
—Creo, querido Bogs, que ya no estamos solos. —El hombre más alto se volvió
y caminó hacia Tam. Bogs le siguió, aunque con una actitud mucho menos
abierta—. Señor Kirkpatrick, estoy muy contento de verte de nuevo. —El acento
del hombre no era tan pronunciado como el de Bogs, pero estaba ahí. Un toque
276
de Irlanda.
Tam tomó la mano ofrecida y la sacudió. Estaba un poco inseguro de qué decir,
entonces:
—Te ves muy bien. Es bueno ver que tu mitad de Leprechaun está
despertando muy bien. Permíteme presentarme, soy…
Dian sonrió.
—Y puedes llamarme Dian. —Dian Cécht estaba tan bien vestido en la vida
real como estaba en todos los comerciales y anuncios que Tam había visto alguna
vez. Era delgado, con rasgos suaves y afilados, y el cabello largo y rubio que
mantenía en una cola de caballo limpia y ordenada, trenzada por la espalda. Su
traje parecía hecho a medida y le quedaba perfecto.
Solo había una pequeña diferencia, algo que Tam no había visto en las fotos
de la revista.
Las largas y elegantes orejas puntiagudas de Dian.
—Paciencia, viejo Leprechaun —dijo Dian, aunque su tono era más juguetón—
. Tam…
277
—¿Puedo verla?
La mirada de adoración en el rostro de Dian era casi ajena. Tam frunció el ceño
en Bogs cuando Dian se acercó unos pasos, con los dedos a centímetros del
shillelagh.
Demasiado tarde. Una chispa en forma de una vid y trébol se disparó a los
dedos del Faery e hizo un combo de shock y bofetada. Dian retiró su mano, y por
un segundo, Tam temió haber enfadado a Dian.
—Esto es increíble. ¿Sabes que han pasado años desde que vi un shillelagh en
manos de su dueño legítimo?
—¿De verdad?
—Yo era un rey menor en aquel entonces, el sanador de los tres. Un consejero
que nadie escuchaba. —Se giró y se movió hacia el centro de la habitación. Tam
desechó el palo; esta vez soltándolo para que pudiera desaparecer en el tatuaje
una vez más, y luego siguió junto a su tío a la fuente.
—Porque eran tontos, muchacho —dijo Bogs—. Todos ellos. Pensaron que
eran intocables. Dian había visto heridos en la batalla y sabía que la Morrigan
estaba en movimiento.
—Aye. —Dian asintió, pero se enfrentó a la vista expansiva—. Fue una guerra
terrible, pero fue rápido. En un año, estábamos dispuestos y la Morrigan
278
ostentaba el poder. Los reyes y las reinas fueron encarcelados. Bogs y yo y varios
otros escapamos a través de un Cairn a este mundo y nos escondimos bajo un
hechizo de protección… —miró a Tam—… antes de que ella también entrara en
este mundo y cometiera el último pecado contra la Morrigan.
—No eres un Leprechaun. —Tam metió sus manos en los bolsillos de sus
vaqueros.
—No. Soy Daoine Sidhe por nacimiento. Igual que los reyes y las reinas eran
nuestra conexión a los montículos en historias que probablemente has aprendido
en tus lecciones de folclore, aunque muchos de los cuentos han sido borrados a
un punto de tontería. —Se giró para enfrentarlos—. Tú representas una de dos
cosas, Tam Lin Kirkpatrick. Los medios para que retomemos lo que fue robado,
o el final de nuestro tiempo.
—Quiere decir, niño —dijo Bogs—, que la profecía que atemorizó a Morrigan
para controlar a los Unseelie podría darse la vuelta. Si te tiene en sus manos.
—¿Quieres decir si ella consigue el shillelagh?
—No —dijo Dian—. Ese tiempo ha pasado ahora que lo encontraste. Como
has visto, nadie puede quitártelo físicamente. Te pertenece.
—Pero Bogs dijo que Morrigan hizo que sus cuervos robaran todos shillelaghs.
¿Ella no puede tocarlo y ellos pueden?
Tam miró hacia otro lado. ¿Es posible que no sepan que el shillelagh es mi
nuevo tatuaje?
279
—No estoy seguro de por qué hace eso —dijo Dian—. No creo que haya oído
hablar que eso sucedió antes. Los shillelaghs siempre fueron algo que los
Leprechauns mantenían con ellos. Tal vez el tuyo se adaptó a los tiempos. De
cualquier manera, incluso si ella no puede llegar al shillelagh, siempre está el
torque.
—Magnus me amenazó con eso. Dijo que una vez que Morrigan pusiera su
propio torque alrededor de mi cuello, sería su marioneta.
—Despachaste a tres de ellos. Por lo que podemos ver, eso fue todo lo que
Magnus trajo con él. Eso también significa que ella no sabe que encontraste tu
shillelagh. Supongo que, después de que Magnus no responda a su llamada,
formará otra banda de ataque para capturarte o matarte.
—Entonces mátalo y la amenaza se va. Pero ¿y si hay otros Unseelie como yo?
—Siempre habrá —dijo Dian—. Pero la magia los protege. Por el roble, y
cenizas y espinas.
La repetición de esos tres árboles agitó algo dentro de él. Algún pequeño trozo
de algo que sabía u olvidó o… solo aprendió.
—Sí —dijo Bogs—. No los encontrarás en Faery. Se usaron para hacer hechizo
que nos esconden.
280
Dian volvió a mirar a Tam.
—Aye. Afortunadamente para mí, en estas últimas décadas, los niños miran
fijamente los teléfonos y no a personas. —Se rió entre dientes.
—Creo que sí. ¿Y mis puntos fuertes son que puedo convertir un troll en
cenizas?
—Tu shillelagh actúa como un foco de tu voluntad. Tendrá los mismos límites
que tienes. La creencia de significado es la clave. Tu deseo y necesidad tienen que
reflejar el deseo de tu corazón. Por ejemplo… es posible que desees obtener
venganza para alguien que hace un mal, pero eso es una necesidad superficial.
Tu corazón sabe que está mal matar, si detecta que podría haber otros factores
involucrados en que seas agraviado, el shillelagh sentirá ese conflicto y no
actuará.
—Tiene razón —dijo Bogs—. De hecho, si haces que sea algo que tu corazón
desaprueba, sentirás las consecuencias. Así que ten siempre cuidado, chico.
—Pero… destruí a ese troll. —Tam miró a cada uno de ellos—. Quiero decir
que le borré. Y sabía que lo estaba haciendo.
281
intentó controla tu mente. Te lastimó, y nunca lo tocaste ni hiciste nada para hacer
que te lastimara. Tu corazón sabía que Magnus actuaba con puros deseos y
necesidades egoístas. Y… —el viejo Leprechaun le dio a Tam una media
sonrisa—… lastimó a tu Clurichaun. Pero ella no es solo eso, es tu amiga. Tu
corazón sabía que la orden era cierta, entonces el shillelagh hizo su trabajo.
—Así que… dijiste que Aine estaba viva. ¿Puedo verla? ¿Va a vivir?
—¿Qué?
Tam le dio a Bogs una mirada asesina antes de mirar el perfil de Dian.
—Sigue.
—Pero con el tiempo, viviendo aquí en este mundo, mi poder ha disminuido.
Puedo sanar una cosa, otras, solo puedo parchear, pero no reparar
completamente. Una herida en un Clurichaun con una tubería de hierro debería
ser fatal. He detenido su vida, pero solo por un tiempo. —Se volvió hacia Tam, y
por un momento, creyó ver la verdadera edad del hombre en sus ojos—. Hay un
pozo que bendije hace un tiempo. Un pozo de agua curativa. Retiene una gran
parte de mi poder. Era un lugar donde el Daoine Sidhe podía ir y sanar cualquier
cosa.
—¿Cualquier cosa?
282
Los labios de Dian se crisparon.
—¡Vamos, los dos! Tenemos que salvar a Aine. —Miró de uno a otro.
Dian parecía enojado, y Tam creyó ver sus ojos brillar en rojo.
—¿Tiene algo que ver con curar a Aine? ¿Esto del pasado? —preguntó Tam.
—No.
—Entonces supéralo. Solo dime lo que quieres. Tiene que ver conmigo, ¿no?
De lo contrario, no nos hubieras dado ayuda, y no hubieras pedido ver el
shillelagh. Quieres algo, Dian Cécht. ¿Qué es?
—A ti.
283
Capítulo 6
A su vez, el shillelagh se manifestó espontáneamente en su mano cuando Tam
sintió una oleada de poder y una necesidad básica de protegerse a sí mismo. Lo
sostuvo frente a él y dio un paso atrás.
284
—Fácil, chico. Cálmate. Dian no es como la Morrigan. Él no quiere controlarte.
Solo necesita… favores.
—De vez en cuando. —Dian visiblemente se alejó del shillelagh mientras Tam
lo sostenía entre ellos. La cosa palpitaba con una sutil luz verde—. Tengo uno en
particular en este momento.
—El pozo. —Tam pensó que eso sería bastante rápido—. ¿Qué tiene esto que
ver con el pozo?
—El pozo está en medio de los jardines humanos de Morrigan —dijo Dian. Se
relajó. Un poco—. Ella toma un chapuzón en ese pozo de vez en cuando.
Prolonga su vida y elimina la fuerza de la Tierra. No porque la magia sea débil,
sino porque Morrigan toma demasiado. Controlar toda la población Unseelie
toma mucho de ella sobre una base diaria.
Tam se pasó los dedos por el cabello mientras se alejaba de Bogs y Dian y
miraba el paisaje urbano. Vislumbró sus orejas en el reflejo mientras bajaba el
shillelagh y ponía las yemas de los dedos de su mano derecha sobre el vidrio. Era
frío, duro y sin alma.
—Sí.
—No.
—¿No?
—No, no quiero nada que el viejo cuervo haya tocado. Lo que quiero es mucho
más complicado. Y no estoy seguro de que estés preparado para el desafío. —
Tam limpió la habitación en un abrir y cerrar de ojos y estaba a centímetros de
285
Dian.
Fue solo un segundo antes de que Tam levantara el shillelagh y el Faery alto
fue lanzado hacia atrás. Navegó por el aire y se estrelló contra la fuente,
golpeándola y dividiéndola en varias partes.
—Me disculpo. Les dije que permanecieran en espera, pero que no vinieran
hasta que los llamara.
Dian estaba más que mojado; estaba empapado. Su cabello rubio estaba
pegado a su cabeza, y su traje se pegaba a él, haciéndolo aparecer aún más
delgado.
—No, fui a ti y reaccionaste, justo como se supone que debes hacer. La lucha
por sobrevivir está integrada en el shillelagh. Como dije antes, es tu voluntad. Y
habiendo sido secuestrado y torturado recientemente, su deseo de sobrevivir ha
crecido. Creo que habrías reaccionado más lento si ese evento no hubiera
sucedido. —Se sacudió a Bogs de él y se quedó goteando en su sala de estar—.
Podemos salvar la vida de Aine. El pozo es la clave. Pero tenemos que hacerlo
antes de que Morrigan descubra que tienes el shillelagh. Si lo descubre,
construirá sus defensas contra ti, así como triplicará su ofensiva para capturarte.
No habrá un mejor momento para llegar al pozo.
Tam no estaba seguro de creer todo lo que Dian dijo. Quería hacerlo. Después
de todo era una figura de autoridad, alguien a quien había admirado durante un
tiempo en la electrónica y el mundo de los videojuegos. Pero este tipo quería
irrumpir en el jardín de lo que todos estaban diciéndole que era un faery loco y
286
poderoso cuya única conexión con Tam era el deseo de tomar, destruir o controlar
su shillelagh.
—Es una gran tarea, muchacho —dijo Bogs—. No tienes que hacer esto.
Tam no podía discutir con eso. Si Dian Cécht quería destruir una de sus
creaciones, entonces que así fuera. Lo único que le preocupaba, ahora que tenía
su shillelagh, era curar a Aine.
—Oh. No. Solo yo puedo destruirlo. Solo necesito que nos ayudes a hacerlo.
Ahora, si me perdonas, necesito cambiarme antes de ponernos en marcha. —Él
se dio vuelta.
Dian se detuvo.
—¿Preferirías esperar hasta que Aine muera por sus heridas? Prepárate,
Leprechaun. Estás a punto de poner a prueba tu poder y tus debilidades.
Capítulo 7
Aparentemente, Dian Cécht había planeado este día por mucho, mucho
tiempo. Él sabía exactamente dónde estaba el pozo, hasta la longitud y la latitud.
Sabía el horario de Morrigan al minuto. La había vigilado durante años, envió
todas las maneras de espías para reunir información, y quemó a través de
grandes sumas de dinero, solo para vigilarla.
Si no supiera por qué lo hacía, pensaría que era bastante espeluznante. Tam
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estudió los mapas dibujados por Dian, y memorizó los hitos circundantes al
menos cincuenta kilómetros de distancia. Aparentemente, los shillelaghs, de
acuerdo con Bogs, eran capaces de transportar a un Leprechaun al instante a un
lugar conocido. Pero esa era la clave: Conocido. Tam nunca había estado en esa
parte del mundo.
El plan era transportarse al pozo, y si tenía éxito, volver para llevar a Aine y
Dian. Ellos meterían a Aine en el agua, le permitirían sanar, Dian dijo que era un
proceso instantáneo, y que Dian destruiría el pozo.
Todo parecía bastante fácil, pero algo sobre la idea le molestó a Tam. Le
molestaba mientras estaba sentado en la biblioteca redonda de Dian en medio de
los altos estantes de techo llenos de libros. Libros viejos, libros nuevos, libros en
idiomas. Tam estaba bastante seguro de que nunca había incluso escuchado
hablar de ellos. Se levantaba periódicamente y caminaba para estirar las piernas
cuando la noche avanzó y llegó el momento de probar el plan de Dian.
—¿No ha oído hablar este tipo de los eBooks? —murmuró para sí mismo
mientras se movía por el cuarto. Pasó su mano izquierda a lo largo de los libros
mientras hacía su sexta, o décima, o centésima pase alrededor de la habitación.
Tam…
Espera… Tam se giró de nuevo y miró los estantes de los libros. He oído esa voz
antes. Recientemente. La oí cuando él… cuando yo…
Tam… no lo hagas…
Escucha, Tam…
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respuesta. Ninguna voz en su cabeza. Se movió a las páginas de los mapas en la
mesa y tomó un bolígrafo—. Tengo que estar soñando. Esto es solo una locura.
—Y era una locura. Toda la idea. No simplemente aparecer de un lugar a otro,
sino hacerlo para destruir algo tan raro como un pozo de curación parecía…
equivocado.
Necesitaba el ritmo para pensar. Bogs dijo que pondría el tambor donde
estuviera seguro, pero Tam no había visto a Bogs desde que Dian lo metió en la
biblioteca para memorizar la ubicación. Dejó caer la pluma sobre la mesa y tendió
la mano izquierda mientras convocaba al shillelagh. ¿Si era posible ir a un lugar
y regresar, era posible llevar algo a donde estaba? ¿Iba a doler intentarlo?
Descartó ese pensamiento y cerró los ojos. Usando su imaginación, formó una
imagen de su bodhrán en su mente. Vio la curva de la madera, las tachuelas
alrededor de los bordes, y el fieltro de la textura de la piel. Pensó en tocarle,
sentado en su habitación en casa y golpeando un ritmo.
Algo estalló en el suelo a sus pies. Rompió la imagen y abrió sus ojos para ver
la caja de su bodhrán. Tam puso el shillelagh sobre la mesa y se arrodilló para
abrirlo. Su tambor estaba allí, al igual que los palos en su manga de terciopelo.
Sacó el tambor, seleccionó un ritmo y se sentó en el taburete con el bodhrán en
su rodilla derecha, su golpeador preparado en la posición relajada y lista en su
mano izquierda.
Cerró los ojos y se perdió en la música, en el ritmo del tambor, el susurro del
cepillo del tomador contra la piel, el deslizamiento de su mano mientras se movía
por el borde de su palma derecha a lo largo del interior del tambor para cambiar
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el tono. Vio un pozo en su mente, pero no el tipo estereotipado con ladrillo
redondeado, o lados de piedra, y una rueda y una polea para un cubo.
La ceniza.
El roble.
¡Eso es!
La voz de Aine hizo añicos la visión. Dejó caer el golpeador, y habría dejado
caer el bodhrán si no se hubiera movido a la mesa. Respiró fuerte mientras
reiniciaba su conciencia de vuelta a la biblioteca, de vuelta a la casa de Dian
Cécht. Con el tambor en su regazo, intercalado entre su pecho y la mesa, se acercó
al shillelagh y movió su mano a lo largo de su superficie.
Los árboles…
—El pozo de Dian mantiene vivos a los shillelaghs —dijo en voz alta mientras
terminaba su pensamiento—. Aine… creo que lo descubrí. Ella está guardando
los shillelaghs vivos. ¿Pero por qué?
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Llévame allí.
—¿Dónde estás?
Sobre ti.
Tam levantó la vista. Él no había notado el techo. Era abovedado, al igual que
el de la sala de estar. Dos habitaciones circulares. ¿Qué tan extraño era eso? Pero
Dian era un multimillonario mil billones de veces. Podría tener todo lo que
quisiera. Podría comprar… cualquier cosa que quisiera.
Miró el techo mientras agarraba su bodhrán. ¿Era posible que hubiera una
habitación allí? ¿Por encima de la biblioteca? Tam puso su tambor de nuevo en
su estuche junto con el golpeador. Agarrando el shillelagh, corrió hacia la puerta,
pensando que podía hacer un poco de exploración.
Estaba cerrada.
Miró al shillelagh. Dian dijo que solo podía ir a donde había estado antes.
Entonces, ¿qué pasaba si intentaba ir a donde no había estado? ¿Cuál sería el
resultado? Bogs no había dicho lo que pasaría, solo hizo su usual encogimiento
de hombros. ¿Era su tío consciente de que lo habían encerrado en la biblioteca?
—Voy a intentarlo.
Tam cerró los ojos y pensó en el arco. Lo había visto en su mano, en su espalda.
La imaginó disparándolo, tocándolo, y la escuchó cantarle…
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Tam sintió el suelo caer debajo de él unos segundos antes de aterrizar en algo
duro otra vez. Se dejó caer y rodó, luego el shillelagh apareció delante de él. No
es que importara. No creía que estuviera en la fortaleza de Dian ya. No, a menos
que hubiera instalado un ala de hospital.
Las brillantes luces lo hicieron entrecerrar los ojos mientras se ponía de pie.
Estaba de pie en una sala de hospital, cuidados intensivos por el aspecto de las
máquinas que rodeaban a alguien en una cama. Cabello rojo oscuro en sábanas
blancas. Tam se acercó y miró hacia la persona tumbada allí.
—Bueno, la encontraste, pero ella no está recibiendo visitas. Su tío dio estrictas
instrucciones de que no debía ver a nadie.
—¿Oh? —Tam no sabía si ella tenía un tío. Odiaba el hecho de que apenas la
conocía, y sin embargo ella estaba en este lío por su culpa—. ¿Su tío era alto, con
largo cabello rubio y muy delgado?
—Sí.
Dian.
Tam mantuvo sus manos frente a él solo para poder verlas.
—Realmente no sabemos cómo sucedió, pero fue herida por una tubería. Su
tío dijo que se cayó, pero con sus otras heridas…
—¿Otras lesiones?
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—Sí. Tiene múltiples contusiones, que pueden ser de una caída, pero hay
muchas que parecen haber sido hechas antes de la lesión de la tubería.
—¿Qué?
—No debería entrar en eso, y debes irte. Solo sé que su tío está pagando la
mejor atención y seguridad para ella. Entonces, quienquiera que esté intentando
matarla no puede entrar aquí.
—Sí.
Tam sonrió y salió de la habitación. La estación principal estaba vacía, así que
se metió en la habitación vacía más cercana y llamó al shillelagh. ¿A qué diablos
estaba jugando Dian? ¿Me encerró en su biblioteca, y ahora encuentro a Aine al
otro lado de la ciudad en soporte vital en el Hospital General de Massachusetts?
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Él saltó hacia atrás y blandió el shillelagh. Una nota se hizo eco en el bosque,
y para su sorpresa, los árboles respondieron en armonía. Tam miró a su alrededor
en busca de la voz, pero no vio a nadie ni nada.
Una sola pluma de cuervo se balanceaba con la brisa mientras caía a sus pies.
Dio un salto hacia atrás cuando algo muy grande, y muy negro, aterrizó cerca
de donde él había estado al lado del pozo.
Era una mujer. Una mujer alta y rubia con grandes ojos negros y unas enormes
alas negras con plumas. Las extendió detrás de ella, oscureciendo el pozo de su
vista. Sus labios eran tan negros como sus ojos y sus dientes blancos como la
nieve.
—Y tú eres la Morrigan.
—No tienes que usar el honorífico. Morrigan servirá. —Le sonrió, y Tam se
sintió… sucio—. Se suponía que debías traerme a un Clurichaun.
—Sí. Lo sé. Ese era mi plan. Supusimos que si podía meterme en la cabeza de
esa bruja, podría acercarme a ti. Es interesante cómo Dian se olvidó de decirme
que ya habías encontrado tu shillelagh.
—Dian hizo un trato contigo.
—No, para animarte a encontrar tu shillelagh. Parece que llego tarde. Pero no
importa, es solo una pieza más de madera para agregar a mi jardín. —Se alejó y
colocó sus alas contra su espalda—. Ahora puedes ser un buen Leprechaun y
comportarte. Dame tu brillante juguete, y te dejaré salvar la vida de tu
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Clurichaun. O… —hizo una pausa y lo enfrentó—… puedo llevarte ahora y dejar
que tu pequeña bruja muera. De cualquier manera, te convertirás en mío y tu
shillelagh se agregará a mi colección.
¿Colección?
Morrigan levantó su mano y apareció un torque. Este era diferente del que
Magnus tenía. Este era más elaborado. Más grueso. La piel alrededor de su cuello
picó por el recuerdo de la quemadura del hierro. Mantuvo sus ojos fijos en ella,
sin ningún deseo de dejarla ir detrás de él. No iba a dejarla hacer lo que Magnus
hizo.
—Aquí es donde pones los shillelaghs. Los traes aquí y los pones en el agua, y
se convierten en parte de sus árboles originales. ¿Por qué?
Morrigan se rió.
Demasiado tarde.
—Bonito —dijo Morrigan mientras pasaba sus garras por su mejilla—. Tan
hermoso. Es sorprendente cómo el mundo pinta a tu especie como diminutas
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criaturas barbudas. Cuando en verdad, siempre has sido el más agradable a la
vista. —Presionó sus manos sobre sus hombros—. Ahora serás mío, Tam Lin. Mi
ayuda. Mi mano derecha mientras busco en el mundo a más Unseelie y los traigo
debajo de mis alas.
Revisó todo lo que había aprendido la semana anterior, todo lo que Bogs, Dian
e incluso Aine habían dicho. Las palabras de Bogs, aunque podrían decirse bajo
la apariencia de Morrigan, se sentían más verdaderas. Cuando habló sobre su
shillelagh, habló con emoción, revelación y envidia honesta. Echaba de menos su
poder.
Piensa… como había hecho Aine para distraer a Magnus. Pero Tam no tenía a
nadie aquí para distraer a Morrigan. No le había dicho a nadie a dónde iba.
Entonces, si tenía que tener una distracción, tendría que hacerlo él mismo. Y si
era así… ¿podría? ¿Era posible?
Morrigan gritó, y el lugar donde la atravesó se iluminó como una vela romana.
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Ella explotó en una ráfaga de cuervos que volaron hacia él, le arañó la cara y
luego desapareció en los árboles.
Tam cayó de rodillas, con el rostro picando y los brazos y hombros ardiendo.
Su shillelagh estaba cubierto con una especie de ocre negro. Con una sonrisa y
una sensación de entumecimiento en su intestino, lo sumergió en el pozo. El agua
brillaba azul y cuando lo sacó, era prístino de nuevo. Parecía que tenía algunas
tallas más.
—Solo unas cuantas cosas más para arreglar… —sonrió—… y luego ambos
podremos descansar.
Capítulo 8
Volver con Aine fue más fácil la segunda vez. Desenredarla de los alambres y
tubos: Esa era una cuestión completamente diferente. Sabía que si desenganchaba
el monitor del corazón, las enfermeras estarían en la habitación y encima de él.
Entonces decidió sujetarlo con su mano en su brazo y viajar de regreso al pozo.
Se sintió afortunado de que solo Aine viniera con él y no con todo el aparato
del hospital. Pero en el momento en que ella no estaba en el soporte vital, jadeó
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por aire. Tam soltó el shillelagh mientras la levantaba en sus brazos, y luego la
abrazó, y la deslizó en el pozo.
El agua burbujeó, y se sintió como un manantial mineral que una vez visitó.
Sujetó a Aine cerca de él y sonrió cuando sintió que su cuerpo se movía y
cambiaba contra él, hasta que finalmente sus ojos se abrieron de par en par
cuando jadeó una última vez por aire y luego se movió. Por su cuenta. De hecho,
ella se alejó de él y luchó para salir del pozo.
—Oye, relájate —dijo Tam mientras ponía su mano sobre la de ella—. No estoy
intentando nada. Prometido. Solo quería asegurarme de que no te ahogabas.
Eso era cierto. La delgada bata de hospital sin espalda no cubría nada su
cuerpo, y Tam tuvo que admitir que era un buen cuerpo. Se dio la vuelta y esperó
hasta ella estuvo fuera antes de salir y ofrecerle su chaqueta empapada.
—No sé. Y aunque pudiera, ¿a dónde irían? Sus dueños todavía están bajo el
control de Morrigan.
—¿Ella no está muerta?
Tam negó con la cabeza. Estaba bastante seguro que una simple puñalada en
el estómago para alguien como ella no era fatal. Sin embargo, estaba seguro de
haberla herido.
—Regresará. Liberar a los shillelaghs tiene que ser después de que liberemos
a los Unseelie. ¿De qué serviría liberar sus voluntades cuando estaban siendo
controlados por el hierro?
—¿Nosotros?
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—Tampoco es tuya. Tienes la oportunidad de llevar una vida normal.
—No hay necesidad. Le demostré que las profecías de los shillelaghs son solo
sombras del futuro. Podemos cambiar ese futuro si queremos. Eso es lo que ella
robó. —Inclinó su cabeza hacia la derecha y golpeó su oreja izquierda mientras
intentaba desalojar el agua de su derecha—. Mantener vivos a los shillelagh así
les da esperanza para el futuro. Los árboles lo saben. Por eso crecen aquí. Y no
importa cuántos baños toma esa perra en esta agua. Ella nunca será capaz de
doblar el futuro para hacerlo suyo.
—Ese es el secreto, Aine. Nunca ha estado bajo su control. Esa es una mentira,
una que ella elige creer. Déjala continuar creyéndolo. —Una vez que Aine estuvo
de pie, convocó a su shillelagh. Pensó, me estoy volviendo bastante bueno en esto—.
Hay un shillelagh que puedo sentir, más fuerte que el resto.
—Sí. Morrigan admitió que llegó a un acuerdo con Dian. Hay algo sobre Dian,
algo que Bogs tiene sobre él. Estoy de acuerdo con ella en que somos una raza de
distribuidores de promesas. Mi tío en particular. Creo que tiene algo bajo la
manga con Dian, de lo contrario, ¿por qué convertirse en jugador en cualquier
juego que Dian siga? Simplemente no puedo entender la idea de que quiera
destruir este pozo. —Tam estrechó sus ojos hacia ella—. Eso fue lo que escuché,
¿verdad? ¿Antes? ¿En la biblioteca?
—No sabía que estabas en una biblioteca. Estaba en un lugar oscuro, pero de
vez en cuando podía ver y oírte. Creo que tiene algo que ver con mi deber hacia
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ti y tu familia.
Ella sonrió.
—Tu madre.
—Tú… ¿conoces a mi madre? ¿Está viva? ¿Dónde está? ¿Por qué se fue? ¿Sabe
que mi padre murió de un corazón roto?
De mi parte. Tam estaba bastante seguro de que no iba a sacarle nada más, al
menos no en ese momento. Pero si jugaba bien sus cartas, podría ser capaz de
usarla con el tiempo. Sonrió para sí mientras agitaba su cuchillo.
—No ahora. Pero quién sabe lo que traerá el futuro. —El cuchillo
desapareció—. La Morrigan no dejará de ir por ti. Probablemente esté más
enojada que nunca.
—Sí. Eso creo.
—Seguro, seguro. —Tam miró alrededor del bosque cuando una brisa movió
el cabello en su frente—. No sé si enfrentar a Bogs y a Dian ahora, o simplemente
esperar. Estoy seguro de que Dian también se enojará, ya que lo hice sin dejar
que lo destruyera.
—Y no creo que él pueda llegar aquí sin ti. —Aine dio un paso adelante—.
¿Seguimos como de costumbre?
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—Por ahora. ¿Ha pasado una semana?
—Sí.
—Sí.
Aine cambió a su forma de caballo. Una hermosa yegua roja. Sí. Y estaré
vigilándote como un halcón en el baile. Podría incluso hacerte mi compañero.
FiN
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Julia Crane
Tic. Toc. Tiempo. Tiempo. Tiempo. Se estaba moviendo demasiado rápido.
Necesitando algo para mantener las manos ocupadas, Alicia recogió una de
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las figurillas de vidrio de la repisa. Mientras caminaba en círculos, su mente
corría con posibles soluciones. ¿Por qué no le venía una buena alternativa? Debía
haber una forma…
Una de las criadas entró corriendo, con la cabeza gacha, evitando el contacto
visual. Intentando evitar su ira.
De repente, se puso de pie de un salto. Tal vez la vieja bruja podría ayudarla.
Cerrando los ojos, Alicia convocó un portal. Saltó a través de las dimensiones,
emergiendo en otro reino. Este reino no era muy diferente al suyo; la diferencia
principal era la oscuridad. Era lúgubre, donde el suyo era brillante. Pero por
alguna razón, Alicia se sentía más en casa aquí que en su propia dimensión.
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Siguió por un camino oscuro y arbolado, hasta llegar a su destino, la vieja
cabaña. Sin molestarse en golpear, Alicia se empujó a través de la puerta
principal. La anciana, sentada a una mesa del centro de la casa, miró hacia arriba.
La Oráculo era la única que se atrevía a hablar con Alicia sin deferencia. Y por
eso, Alicia la respetaba.
—Sabes que no puedo jugar con el destino de esa manera. No me pidas que lo
haga. Moriré antes de desacatar las reglas del reino. Soy el último Oráculo de
nuestra era, y me niego a ser forzada a cualquier cosa que no se alinea con mi
divinidad.
Un profundo suspiro escapó de Alicia. No estaba a punto de matar al Oráculo,
y la mujer lo sabía. Pero la mujer había previsto el resultado de su futuro, un
destino que Alicia estaba desesperada por saber.
La Oráculo levantó la mano antes de que Alicia dejara salir sus palabras.
—¡Pero no sé qué hacer! —gritó Alicia. Nunca admitiría tal cosa a nadie más.
—Entonces deja que siga su curso. Cuando llegue el momento, sabrás cómo
actuar. Niña, sé que tienes un corazón enterrado bajo toda esa oscuridad. Alguien
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tendrá que hacer un sacrificio; es la única forma.
Enfadada, Alicia cruzó los brazos sobre su pecho. No era eso lo que quería oír.
Ella era la que había soportado Wonderland durante toda su vida, y no tenía
intención de más sacrificios.
—El que tu corazón anhela no está tan lejos del alcance como crees. No diré
más. El resto depende de ti.
Sin decir nada más, Alicia dejó a la Oráculo y retrocedió a través del
resplandeciente portal a su casa.
Por qué tenía sentimientos por él estaba más allá de ella. Era de clase baja, y
apenas le daba la hora del día. Más bien, él era casi grosero. Oh, nunca era
insolente, eso le costaría la vida, pero había algo en sus ojos cuando hablaba con
ella. Sólo la visión de ella le molestaba.
En un arrebato, Alicia irrumpió por los largos pasillos, sin hacer contacto
visual con ninguno de los empleados. Cuando por fin salió, una sensación de
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alivio se apoderó de ella, pero fue de corta duración.
¿Por qué una mujer querría un hijo si no podía soportar la idea de que no fuera
su propia carne y sangre? Alicia nunca quería tener hijos. Se negaba a traer a un
niño a este mundo cruel.
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Había un niño llevando agua a los caballos. Cuando miró hacia arriba, el
miedo era evidente en su rostro. Con prisa, volvió a mirar hacia abajo.
—Princesa.
—Ten un caballo listo para mí dentro de dos horas, y te demando que te unas
a mí para dar un paseo. —Las palabras la sorprendieron mientras salían de su
boca.
—¿Disculpe?
Sabía que prefería hacer cualquier otra cosa que pasar tiempo a solas con ella.
Cuando eran niños, él se vio obligado a jugar con ella. Incluso le había hecho
jugar con muñecas, pero nunca se había divertido. Siempre fue una tarea, y esos
tiempos terminaron hace muchos años.
—¿Quién eres tú para interrogar a una princesa? Estaré de vuelta en dos horas,
y estarás listo.
—Estaré listo.
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Alicia no pudo evitar apreciar su enorme cuerpo. Había crecido tanto a lo largo
de los años, que era más grande que algunos de los caballeros. Sus hombros eran
anchos, su cintura estrecha, sus piernas parecían musculosas incluso a través de
sus pantalones. Masculinidad emanaba de sus poros.
Oyó en su tono que estaba bromeando. Cualquier otra persona habría sido
azotada, o peor, por tal señal de falta de respeto, pero actuó como si sus palabras
fueran respetuosas.
—No me hagas esperar. —Se giró sobre las puntas de los pies y se alejó, la
cabeza alta, la espalda derecha.
Pronto se vería obligada a casarse con otro, así que no tenía sentido perder
tiempo. Y la Oráculo había dicho que había una oportunidad. La mujer rara vez
se equivocaba. Si había una posibilidad, Alicia la iba a tomar. Después de todo,
merecía algo de felicidad en este mundo espantoso.
Ahora parecía que el tiempo pasaba demasiado lentamente para su gusto, así
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que Alicia se puso ropa de montar y se apresuró a regresar a los establos. No era
raro que fuera a los establos, porque la equitación había sido una de sus pasiones
a lo largo de su vida. Sin embargo, la verdadera razón de su amor por los caballos
era Landon. Bueno, tal vez eso no era completamente la verdad. Sentía un lazo
con los animales. La entendían de una manera que los humanos no podían. Los
caballos no tenían ningún problema en permitir que ella fuera libre y que corriera
salvaje sin reglas. Había una paz que se apoderaba de ella, con el viento en su
rostro, y su cabello soplando detrás de ella. Libertad.
Una vez que llegó a los establos, se molestó al ver que los caballos no estaban
listos.
—¡Landon! —gritó.
—¿Sí, su gracia?
Él gritó por uno de los otros ayudantes de la cuadra para traer los caballos.
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—Puede ser capaz de obligarme a ir con usted, pero no va a obligarme a perder
mi comida.
Caminó hacia los caballos sin esperarla. A cualquier otra persona ella lo
hubiera sacado y descuartizado. En cambio, respiró hondo y lo siguió. Podía ser
molesto a veces, y sin embargo su corazón saltó a su garganta ante la idea de estar
a solas con él.
Cuando uno de los otros mozos de cuadra intentó ayudarla a subir al caballo,
ella lo empujó y saltó sola. Landon salió disparado y ella instó a su caballo a
ponerse al día. ¡Cómo se atreve!
Una vez que estuvieron más allá de las murallas del castillo, Alicia frenó su
caballo a un trote constante. Landon oyó la diferencia en los golpes de casco y
retuvo a su montura. Por primera vez, la miró por encima del hombro. Le
molestaba que su aliento se quedara atrapado ante la intensidad de su mirada. Él
siempre había sido capaz de ver a través de ella, incluso cuando eran niños.
—¿Por qué estás así? —preguntó ella, mientras acomodaba su caballo junto al
suyo.
—¿Así cómo?
Ella observó cómo sus labios formaban una sonrisa perezosa y arrogante.
Sabía que él estaba empujando su paciencia. Era casi como si se complaciera con
ello. Lo mismo que cuando era un niño.
Tirando de las riendas, Alicia llevó a su caballo a un alto. Con facilidad, saltó
del caballo y comenzó a caminar hacia un sendero en el bosque.
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Alicia no se molestó en responder. Sabía que él se aseguraría de que sus
monturas estuvieran atadas con seguridad. Amaba a esos caballos más de lo que
amaba su propia vida. Necesitaba crear cierta distancia entre ellos; el día no iba
en absoluto como había esperado. ¿Cómo podía retractarse? ¿Por qué deseaba
desesperadamente que él la viera como algo más que una princesa mimada, y sin
embargo, cada vez que ella abría la boca, actuaba exactamente de la manera que
sabía que él odiaba?
Él no tardó mucho en ponerse al día con ella. Sin volverse, Alicia dijo:
—No, supongo que no me importa mucho, Alicia. Eres malvada como una
serpiente. Extiendes tu veneno, infectando a todos los que entran en contacto
contigo.
—Sabes que eres mi único amigo —dijo Alicia, dejando caer su mirada. ¿Por
qué seguía diciendo las cosas que estaba pensando?
—Si soy tu único amigo, estás en una triste situación. He pensado muchas
cosas sobre ti, Alicia, pero ni una sola vez pensé en ti como una amiga.
—Lo sé. —Su voz era triste. Se volvió y siguió por el estrecho sendero.
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Maldiciendo en voz baja, Landon la siguió.
Había pasado mucho tiempo desde que Alicia había vuelto a esta área en
particular. Ni siquiera estaba segura de lo que la llevó a ir allí. La última vez que
la visitó fue cuando tenía unos doce años, y había intentado huir. Había un portal
cercano con acceso a la dimensión de Wonderhills, pero ella nunca lo había
alcanzado. Los guardias de su madre la habían perseguido. Había estado
encerrada durante casi dos semanas en la mazmorra por haber desobedecido a la
reina Roja. Durante ese tiempo, Alicia aprendió a acceder a sus propios poderes
mágicos. Rápidamente se hizo evidente que ella era igual de fuerte, si no más
fuerte, que su madre. Una vez que se liberó, a expensas de varios de los guardias,
Alicia y su madre llegaron a un tipo de acuerdo. La reina se mantendría alejada
de Alicia, y Alicia permanecería en Wonderland y tomaría su lugar en el trono
una vez que la vida de la reina hubiera terminado.
La vida había ido bastante bien, hasta que la reina Roja insistió en que Alicia
se casara con alguien de Wonderhills antes de su decimoctavo cumpleaños, todo
a causa de esa maldita profecía. No era un mal emparejamiento. De hecho, el
hombre con el que se suponía que iba a casarse era magnífico, pero no era
Landon. No hacía que su estómago saltara o a su corazón latiera como un martillo
neumático. En todo caso, la aburría hasta las lágrimas. La idea de pasar el resto
de su vida con alguien así no era aceptable. Sin embargo, la reina no estaba
abierta a discusión. Por supuesto, Alicia podía negarse rotundamente, pero una
parte de ella también estaba preocupada por la profecía.
Raramente la Oráculo se equivocaba.
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—No podía aguantar más un momento encerrada en aquel temible castillo. Si
no tienes suficiente comida, conjuraré la mía.
—¿Qué te dio esa idea? ¿No puedo ser feliz por mi cuenta?
—Vamos Alicia, no puede ser tan malo vivir en la colina con todos esos
sirvientes. Literalmente tienes algo que quieras a tu orden. Sin ofender, pero es
un poco difícil sentir cualquier simpatía por ti. Sé que tu madre es una psicópata,
pero podrías estar por encima de eso. Nada dice que necesites actuar como ella.
Podrías ser mejor. Podría sorprenderte descubrir que hay gente decente en este
mundo. Si quisieras, podrías incluso salir de este reino e ir a vivir a otro. Tu
pasado no te define.
Tan pronto como sintió las lágrimas brotar, Alicia dejó caer la cantimplora y
se puso de pie, apartándose de él. No había manera de que dejara que Landon la
viera llorar. No ahora. Jamás.
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—Estoy lista para volver. Ahora.
—No lo hiciste. Tienes razón. Tengo todo lo que una chica podría desear.
Poder, dinero, largos rizos dorados que los chicos parecen amar. Pronto me
casaré con la pareja perfecta. ¿Qué más podría desear? Necesito volver a casa.
Tengo mucho de que encargarme.
—Entonces, ¿es verdad? —preguntó él, levantando la bolsa por encima de sus
amplios hombros.
—¿Qué es verdad?
—¿Vas a casarte con él? ¿El tipo de Wonderhills? Los he visto juntos. Ninguno
de ustedes se ve muy feliz.
—Parece que así es. Créelo o no, Landon, algunas cosas están fuera de mi
control. Ni siquiera la magia puede romper una profecía milenaria.
—¿Qué tiene que ver la profecía con que te cases? En todo caso, creo que tu
madre te querría muerta a los dieciocho años, no casada.
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que este matrimonio uniendo los reinos será una prueba para el mundo de que
ella es invencible, malditas profecías.
—Si crees que eso es cierto, ¿no te preocupa cumplir dieciocho años?
—En absoluto.
Girando Alicia cantó las palabras que había aprendido cuando estuvo
encerrada en la mazmorra.
Reina Roja
Reina Negra
No habrá más
—No derramaré una lágrima si las reinas de los reinos mueren por mi vida. Si
hay daños colaterales, eso está fuera de mi control.
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—Realmente eres egocéntrica, ¿no?
Landon apartó la mano de ella antes de que la hoja pudiera hacer contacto. La
agarró por la muñeca.
Alicia luchó para ser liberada. Cuanto más luchaba contra él, más
estrechamente la sostenía, hasta que una ola de sollozos se abrió camino. Estaba
mortificada, pero no tenía control. Su cuerpo convulsionó, y las lágrimas
empaparon su rostro. El agarre de Landon alrededor de su muñeca se aflojó
cuando la atrajo hacia sus fuertes brazos. Ella luchó contra él, pero fue inútil. Era
demasiado fuerte y necesitaba el consuelo. A pesar de que se había puesto una
fachada, dentro había estado desmoronándose durante años. Desde que se enteró
de tener una hermana, las emociones estaban revueltas y no siempre eran buenas.
En un momento, anheló tener una hermana con la que jugar, y al siguiente, estaba
verde de la envidia por el hecho de que su hermana hubiera conseguido salir con
vida.
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aunque no puedes soportar estar cerca de mí. Allí lo dije. ¿Estás…?
Él la beso.
Sus labios eran cálidos y suaves mientras separaban los suyos. Sorprendida,
Alicia se quedó quieta, con el corazón palpitando en sus oídos. Mientras su
lengua sondeaba, su cuerpo se relajó, se inclinó hacia el beso. Comenzó despacio
pero pronto aumentó en urgencia. Avergonzada, Alicia le devolvió el beso. Había
una desesperación por el beso, y sus manos vagaban vorazmente y se exploraban.
Los dedos de él se hundieron en el cabello de ella, como si tratara de acercarla
aún más. La intensidad era casi tan aterradora como emocionante.
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estuvieran tratando de averiguar qué demonios estaba sucediendo. Sentía
confusión en él, pero también una atracción innegable. Su gran mano descansaba
sobre su hombro, su pulgar acariciaba su mandíbula, su boca devoraba la suya.
Ella gimió bajo su toque.
—Yo también. —Su voz fue casi un susurro. Durante todo este tiempo, nunca
se había dado cuenta de que Landon se sentía atraído por ella. Nunca se traicionó,
ni siquiera una mirada anhelante. Cada vez que estaban cerca uno del otro, se
agitaba, como si no pudiera alejarse de ella lo suficientemente rápido—. Pensé
que me odiabas. —Alicia dejó caer sus manos de su cuello, apoyando una sobre
su pecho. El material de su camisa era áspero contra su piel, un silencioso
recordatorio de por qué no se suponía que estuvieran juntos. Eran de diferentes
clases. La reina tendría un ataque si supiera que Alicia estaba pasando el tiempo
en los brazos de un mozo de establo. Lo bueno es que a Alicia no le importa lo
que su madre pensaba.
318
—Dile a la reina que no tengo intención de volver hasta el anochecer.
Alicia no estaba de humor para las charadas de su madre. Pero sabía muy bien
que si los guardias regresaban sin ella, al menos uno de ellos perdería la cabeza.
Ella no estaba bromeando, pero sabía que Landon no aprobaría tal hostilidad.
319
No soy lo suficientemente ingenuo como para creer que puede durar, pero
tampoco soy tan estúpido como para apartarte.
—Veamos a dónde va esto. Tengo la sensación de que las cosas serán muy
diferentes dentro de dos meses —dijo Alicia, mirando hacia la distancia. No lo
perdería, ni siquiera a expensas de su hermana.
FiN
320
Sabrina Locke
El hedor de una maloliente mole llenó la nariz de Emily, densa y profunda con
putrefacción. Su garganta se cerró y sus pulmones sobrecargados gritaron por
aire. Se detuvo, jadeando un poco mientras examinaba la cosa. La naturaleza
había estado ocupada. Era difícil saber ahora exactamente qué tipo de criatura
había decidido morir en este tramo de playa de Oregón. Una foca probablemente.
Estaba perdiendo forma y comenzado a licuarse. Bloques grisáceos de grasa y
carne se deslizaban por los gruesos huesos amarillos que se proyectaban hacia el
cielo como alas de bandera. El olor tenía un revestimiento que olía a pescado y
corriente, pero bajo el olor de la superficie flotaban ricas flámulas de decadencia.
Esencias familiares.
321
alfabeto. Hace mucho tiempo atrás había sido, en el bosque con los cazadores en
la época de cuentos. Recordaba, y estaba agradecida por ese hecho. Había tanto
que ella había olvidado, días y semanas, tramos enteros de su larga vida habían
desaparecido en las traicioneras profundidades de su mente.
Había vivido con la historia tanto tiempo que había olvidado dónde terminaba
y empezaba, o si había algo como una frontera entre el cuento y la historia, entre
la fantasía y la realidad. Su historia era la constante singular de su vida solitaria,
la cosa que le daba su propósito.
Médicos. Eran niños y niñas vestidos de blanco que pensaban que podían
proteger a las personas con listas sujetadas a portapapeles porque la ciencia lo
explicaba todo.
Tontos.
“¡Qué bonita imagen, Emily! Me encantan todos los colores que usaste. ¿Eres tú con
tu perrito?”.
Ésa era otra lección de su larga vida: Los lobos ofrecían la muerte en un plato,
todo colmillos relucientes y garras letales. La mayoría de los tontos nunca
reconocían el peligro hasta el último segundo, cuando era demasiado tarde para
322
hacer nada más que gritar, sangrar y morir.
Había visto eso muy a menudo y odiaba la forma en que negociaban por sus
vidas, toda dignidad abandonada en un intento frenético de salvar sus cobardes
pieles. Los críticos podían decir lo que quisieran, pero Emily nunca había
suplicado, o, Dios lo prohibiera, gimoteado.
Nunca eso.
Gimotear no sólo era inútil; desperdiciaba preciosa energía. Si, a través de pura
suerte, los tontos lograban escapar del lobo, todavía no estaban seguros porque
un cazador los rastrearía. Lobos y cazadores: Uno seguía al otro y así eran las
cosas.
Con sus muslos ardiendo y sus pies hundidos cada vez más profundamente
en la arena a cada paso, caminó con dificultad hacia las rocas a los pies de un
acantilado de basalto. A unos seis metros de distancia, la playa se volvió brillante
con arena bien compactada donde la marea circulaba y espumaba.
Ella no se hundiría allí, pero estaría más cerca del agua, más cerca del peligro
de las grandes olas que la directora de actividades del hogar les había advertido
antes de dejarlos bajar del autobús. Les habló en ese tono serio pero preocupado
que los jóvenes usaban con sus mayores. Como si les importara.
Emily estaba casi en los acantilados cuando miró por encima del hombro y vio
a la directora de actividades, Becca, trotando detrás de ella, un delgado brazo en
el aire ondeándose como si estuviera tratando de parar a un helicóptero de
rescate. El estómago de Emily se tensó. Debería haberse movido más rápido. Muy
tarde ahora.
Emily pegó una insulsa, y lo que esperaba que fuera una sonrisa ligeramente
tonta en su rostro.
323
Miró a Becca echar un vistazo por la playa. La fogata con el resto de la gente
del hogar estaba lo suficientemente lejos para parecer pequeña en la distancia.
Un hombre y una mujer caminaban juntos bajo los acantilados y un gran perro
amarillo se paseaba alrededor de ellos en círculos, con las orejas aleteando y la
lengua colgando. Un hombre mayor con una gorra de béisbol y pantalones cortos
holgados acechaba a lo largo de la costa moviendo un detector de metales de un
lado a otro en grandes barridos. Lo de siempre.
—¿A dónde crees que vas? Pensé que todos estábamos de acuerdo en
quedarnos juntos.
Era la forma en que lo dijo que era tan irritante. Como si Emily no tuviera más
derecho a la independencia que el niño pequeño promedio con Becca
sustituyendo a mami. Como si Emily no hubiera sido una mujer crecida desde
antes del nacimiento de la propia madre de Becca. Como si hubiera algo que
pudiera ocurrir aquí que Emily no podría manejar.
Becca se estiró y empezó a rodear los hombros de Emily con un brazo, pero
Emily dio un paso atrás. Becca la alcanzó de nuevo, pero Emily la detuvo con una
mano.
—Estoy bien, de verdad.
—No estoy lista para volver todavía. — Emily señaló hacia los acantilados—.
Me puse el objetivo de caminar todo el camino de ida y vuelta. Los médicos dicen
que el ejercicio es importante.
—Has hecho una gran distancia. Lo suficientemente lejos como para contar
como ejercicio, eso es seguro. ¿Por qué no vuelves ahora?
324
veinteañeros.
—Traje mi diario.
—Lo sé, pero he terminado mi historia. —Quedaba un paso más, pero explicar
eso sólo confundiría a Becca. No sabía cómo funcionaba el mundo.
325
Un grito se levantó del grupo detrás junto a la fogata. Becca miró por encima
de su hombro, luego se volvió a Emily y sacudió el dedo.
—Por favor, Becca. Lo necesito. La única manera que puedo herirme con él es
si me caigo. No quieres que eso suceda, ¿verdad?
Becca vaciló por lo que se sentía como un largo tiempo antes de finalmente
entregárselo.
Le tomó otros quince minutos llegar a la cueva. Allí encontró una especie de
roca plana donde se sentó, dejando el bastón a mano, y colocó su diario en su
regazo. El sol se ponía en el horizonte y la marea, mientras aún estaba fuera,
empezaba a cambiar. Cuando terminara su hora, las olas se balancearían
alrededor de sus tobillos. El momento era una conjetura en el mejor de los casos,
pero no había nada más que hacer, excepto esperar de que ella lo había hecho
bien.
—No tengo miedo de los lugares oscuros —susurró—, y voy por ti.
326
Esta es la verdadera historia de una chica llamada Roja. En algunos momentos
y lugares fue llamada Pequeña Roja o Caperucita Roja. Nombres estúpidos, si me
preguntas. Sin embargo, yo soy esa chica; más bien, yo era esa niña una vez en
una tierra muy lejana.
O no.
Eventualmente.
Pero no antes de que aprendiera cosas que ningún niño debería saber, las cosas
que los hombres hacen en la oscuridad, y mucho después de que aprendiera
cómo las manos de un hombre grande se ajustan a mi pequeño cuello.
Esta es la verdad que aprendí en el bosque: La visión se oscurece y la sangre
ruge en los oídos cuando se aplica una presión precisa. El cuerpo de la niña
pierde fuerza hasta que vuelve a despertar, y él sigue allí con sus grandes manos.
Estas son las verdades que conozco. Esta es la historia verdadera que es mía
para contar, pagada con sangre y dolor y tiempo.
327
Me defendía. Siempre. Incluso cuando era muy pequeña y mis puños débiles
y patadas lamentables sólo excitaban a los cazadores.
Una noche, mientras los cazadores roncaban, sus cuerpos desnudos apilados
como gruesos troncos blancos, escapé a través de un desgarrón en la tienda y
corrí a través de los bosques oscuros. Un collar de perro se agitaba sobre mi
cintura. Palos y espinas me rasgaron los pies hasta sangrar.
Corrí y corrí.
Ya ves, durante esas largas noches en la tienda con los cazadores, había
aprendido a patear, a luchar, a rasguñar y a morder. Más tarde, cada vez que
alguien intentaba disciplinarme, me defendía sin importar la infracción. Me
defendía porque para mí nada había cambiado. No importaba que me hubiera
escapado y ya no estuviera encadenada con los sabuesos.
328
Incluso después de que escapé, cuando alguien se acercaba lo suficiente para
tocar, me transformaba en un torbellino de codos, pies y uñas. Gruñía y gritaba
como una cosa salvaje.
Soñaban con volver a las brillantes ciudades de su juventud y cómo sus amigos
exclamarían y lanzarían fiestas suntuosas para celebrar su llegada.
Aunque los días de gloria de los abogados litigantes habían pasado hace
mucho tiempo, no estaban sin influencia en el Gran Mundo. En cuanto a la chica
llamada Roja, buscaron opciones. Eso significaba que susurraban entre ellos,
rascaban sus barbillas peludas y murmuraban por encima de gruesos vasos de
whisky con hielo.
Hubo un montón de ir y venir, pero al final decidieron que yo era demasiado
difícil de manejar, lo cual no era diferente de lo que habían pensado el día en que
me encontraron en el bosque con sangre y mugre goteando por mis piernas.
Las opiniones están consagradas en libros de cuero brillante con títulos largos
e impresionantes estampados en oro. Los volúmenes se pasan de una generación
a la siguiente con citas críticas leídas en voz alta con gran pompa y ceremonia.
329
Ya ves, desde el principio el grupo nunca había hablado de mí a las
autoridades ni a nadie que pudiera haber hecho algo. Hacerlo habría requerido
que levantaran sus largos hocicos del estudio y realmente contaran la terrible
historia. Habrían tenido que recordarlo y repetir en detalle la condición en la que
me habían encontrado (lo que sería molesto teniendo en cuenta el esfuerzo que
habían puesto en olvidar ese día). Además del hecho de que los abogados habían
estado demasiado tiempo ocultándose ellos mismos. Se habían olvidado de decir
la verdad, si la conocían en primer lugar, pero esa es otra historia.
Al final decidieron consultar a una anciana que vivía al otro lado del bosque.
Me llevaron a través de los bosques a su cabaña. Después de que los abogados se
fueron, la seguí hasta la cocina y observé mientras ella rodaba una masa blanca
plana y la rebanaba en largas tiras para hacer fideos. Levanté los fideos con
cuidado y los coloqué sobre barras de madera apoyadas entre sillas.
Me hizo preguntas.
Le conté mi historia.
Esa noche, cuando los abogados regresaron, escuché mientras ella informaba
que, en su opinión, los cazadores me habían dañado más allá de toda esperanza
de reparación. Dijo que habría sido mejor si yo nunca hubiera nacido, pero el
daño estaba hecho y no había nada que se pudiera hacer. Luego se concentró en
el verdadero problema: Yo había vivido.
330
Ante eso, los abogados intercambiaron miradas que yo no entendí. Algo había
cambiado, pero no sabía qué. Le dieron las gracias a la anciana por su consejo.
Antes de marcharnos, ella me entregó una cesta que contenía un pan, un tarro de
compota de manzana y un cuchillo puntiagudo y afilado.
A continuación, siguió un recuento de mis muchas faltas… una larga lista por
donde se mire.
(No te voy a aburrir con ella ahora, sin embargo, siéntase libre de tomar un
descanso para anotar los elementos pertinentes como se te ocurra. Lluvia de
ideas, si lo deseas. No importa lo que se te ocurra, estoy segura que los puntos en
tu lista serán similares a lo que oí esa noche).
331
un problema), y un problema era la única cosa que no podían tolerar. Era la razón
por la que habían abandonado sus carreras en la ciudad. El problema debe
evitarse, sobre todas las cosas, y así es como sucedió.
Me encerraron.
Golpeé la puerta y grité fuerte y por largo rato sin éxito. Al final enviaron un
emisario, un desafortunado socio menor que me ordenó que dejara de causar
problemas o de lo contrario me enviarían lejos. “Piensa en eso, jovencita”.
Años más tarde me enteré de que algunos del grupo habían argumentado de
enviarme lejos porque la anciana dijo que necesitaba ayuda profesional. Esta es
la razón por la cual la mayoría de las historias de Roja comienzan con la abuelita
enviando a la muchacha al bosque. También es por eso que nunca he confiado en
los narradores. La única razón para comenzar la historia allí es si piensas que la
vieja perra tenía un punto.
Lo que tenía ella era una agenda. ¿Por qué crees que me dio el cuchillo?
332
gustaría mi historia si la convirtiera en un thriller de aventura y acción donde
forcé la cerradura y escapé. O cómo me disfracé de lobo...
Era por una buena causa, decían, así dejaría de pelear y aprendería a ser buena
y a comportarme. Significaba estar callada, no hablar, no causar problemas, y
sobre todo, nunca, jamás contarle a nadie lo que hiciste en el bosque.
Cosas tan malas que nunca debían ser habladas en voz alta, y mucho menos
recordarse. Una historia tan terrible que el relato de ella se podría convertir en
un arma que podría dañar a otros. Como el cuchillo que descansaba en mi
canasta.
Pero aun así era Roja, y la historia de Roja era mi historia. Era la única historia
que importaba, y era la única historia que nunca podría contar. De este lazo no
había escapatoria.
Sola en mi habitación, trataba de olvidar, pero no era fácil. Empujaba los
recuerdos, pero cada noche volvían a entrar. En mis sueños me defendía, pero
los cazadores siempre venían por mí. Una y otra vez. Corría y me atrapaban, me
abrumaban con su fuerza cruel hasta que todo era misericordiosamente negro.
333
parecía notablemente como mi yo de tres años de edad que había sido, una vez
hace tiempo. Tenía los pies desnudos y ensangrentados y un collar de perro
colgaba de su cintura. Llevaba la canasta hacia mí, apartaba el mantel a cuadros
rojo. Ambas miramos fijamente el largo y malvado cuchillo. Ambas sabíamos por
qué la anciana lo había puesto allí en primer lugar y lo que se esperaba de mí.
Lo que quedaba de mi niñez la pasé sola. No fue tan malo porque no estaba al
aire libre bajo la lluvia y no había cazadores en esos días. La cueva estaba limpia
y seca. Tenía una televisión y un montón de libros. Me dejaban salir por comida
e ir a la escuela. No tenía muchos amigos porque los otros niños tenían miedo de
los abogados, y yo no tenía mucha experiencia en relacionarme con personas
fuera de los libros o una buena pelea. Mantenía mis uñas afiladas.
En el momento en que debía graduarme de la escuela secundaria, el peor
temor de los abogados litigantes se hizo realidad: Un cazador vino por mí. Era
un muchacho en lugar de un hombre. Cuando salió de los bosques oscuros, se
parecía a cualquier otro cazador porque llevaba un hacha, larga y de apariencia
malvada, con un mango rojo. Nadie notó particularmente el hacha. Lo que les
interesaba era que también llevaba una libreta, lo que significaba que tenía un
plan.
334
A lo largo de los años, me he preguntado si los cazadores que me habían
llevado más tarde contaron la historia de la chica que huyó, la que habían
perdido. Tal vez en esta versión, el chico escuchó la historia alrededor de la fogata
y juró encontrar a la chica que había avergonzado a sus mayores. Prometió
encontrarla y tener éxito donde los otros habían fallado hace tanto tiempo.
O no.
Me atengo a lo que sé con seguridad: El día en que él salió del bosque había
nombres rayados en su libreta con tinta azul.
Ya que estoy aquí para contar esta historia, has asumido lógicamente que el
chico cazador fracasó. Es decir, debes asumir que el chico fracasó si crees que
estoy diciendo la verdad porque no puedo estar, al igual que el gato del pobre
físico, muerta y viva al mismo tiempo. No puedo ser Roja y no Roja. Debe ser uno
o lo otro. Las dos ideas encajan como una mano en un hacha.
Una noche regresé a casa de la escuela y encontré al cazador esperándome.
Corrí, pero fue más rápido. Me echó una capucha sobre la cabeza.
Cegada, tropecé y caí. Me levantó del suelo y me echó por encima del hombro
y partió a paso furioso. Pronto, el crujido de botas que rompían a través de la
corteza de nieve dio paso a un golpe y deslizamiento que se redujo a un suave y
árido andar sin prisa. Habíamos llegado al lago con su extensión congelada
helada con delicadas capas de nieve fresca. Su ritmo se ralentizó aún más, y pude
sentir su cuerpo tenso mientras avanzaba a través del hielo. El miedo irradiaba
de su ancha espalda con el hedor de la piel sin lavar.
335
Cuando se deslizó hacia la derecha, rodé en la misma dirección, tirando todo
mi peso contra su agarre, dejando que el ímpetu lo dejara fuera de balance. Nos
tambaleamos hacia los lados. Sus rodillas se doblaron, y me desplomé sobre el
hielo. Retiré la capucha, me alejé del cazador maldiciendo y desorientado,
gateando hasta que había distancia entre nosotros.
Él gruñó y arremetió hacia mí, magro y letal contra el blanco llano. Yo era más
ligera y más rápida y llegué al centro donde sabía que las aguas del verano
ondeaban sobre rocas muy por debajo de la superficie. El lago era profundo aquí,
pero la corriente hacía al hielo más delgado, delgado pero lo suficientemente
fuerte como para sostener a una niña pequeña, esperaba.
El cazador era sólo un muchacho, pero alto para su edad con grandes brazos
y piernas rellenadas con músculos densos. No podía tocarme aquí, no sin romper
el hielo y precipitarse a una muerte certera en las aguas oscuras. Si eso sucedía,
él me llevaría con él, eso era seguro. Abajo en las profundidades, último aire y
luz y toda esperanza de vida, en la marea de la noche, pero ese era un lugar que
conocía por el tacto.
Cuando se quedó allí parado oliendo a sangre y muerte y rugió su furia, vino
a mí lo que yo sentiría lástima por él. Un poco de compasión por un chico criado
por animales salvajes. Lo habían alimentado con historias crueles y le habían
dado un hacha y lo habían puesto en un rumbo que conducía a mí. Había otras
historias, más verdaderas, si sólo yo pudiera hacérselas creer. Una débil
esperanza brotó, que la verdad me podría salvar más seguramente que cualquier
espada.
—¿Has matado a una chica? —pregunté.
—¿Has matado a una chica? —pregunté de nuevo, más fuerte esta vez.
Me mantuve firme, este acto de ser fría y tranquila algo que había dominado
336
durante los largos años que pasé encerrada en la guarida, y le grité:
—Te dijeron mentiras. Hay otras maneras de probarte a ti mismo y ser fuerte.
No pasó.
Lo que pasó es que manos como garras, huesudas y duras, me agarraron las
piernas y me arrastraron hasta arriba hasta que mi cabeza se estrelló en arena
mojada que me tapó la nariz. Cuando pude respirar de nuevo y mi cuerpo dejó
de temblar, me froté los ojos. Yacía en el suelo de una cueva. En algún lugar
cercano, las olas chocaban contra rocas.
—Tienes unos quince minutos. —La voz sonaba como grava sobre papel de
lija, afilada y llena de ácido. Familiar.
No puedes confiar en ella, susurró una voz que podría haber estado dentro de mi
cabeza o venir de las paredes de la cueva. Le contaste tu historia. Le dijiste la verdad
y te traicionó.
337
—Esperaba que crecieras y esperases tu momento y aprendieses la estrategia
de la paciencia.
—¿Qué eres?
Sonrió con una sonrisa lobuna y sus dientes eran como piezas afiladas de
marfil amarillento.
—No.
Ella es la muerte, susurró la voz en la cueva. Te matará con el mismo cuchillo que
te dio tiempo atrás.
—Te di un cuchillo, una hoja digna, pero te convertiste en una chica que sintió
lástima por ese odioso muchacho que se creía un cazador. Podrías haberlo
salvado, haberlo sacado del agua y entonces ¿dónde estaríamos? —Su boca se
torció en una mueca de desprecio—. Eres débil, y no puedo permitir eso.
Dije:
338
—¿Y qué? —pregunté—. Si somos iguales, ¿no te estás salvando a ti misma?
—¿Por qué harías tal cosa? Si quisiera que murieras, podría haberte dejado en
el agua helada con el chico.
Ella tiene miedo del chico, susurró la voz en mi mente. Tiene miedo de que puedas
tomar una decisión diferente a la que ella tomó.
Entonces corrió hacia mí, sosteniendo el grueso y pesado bastón en sus manos
como un hacha, y se acercó a mí. Una vez más, mi mano encontró la hoja, pero
en lugar de apuñalarla, la dejé caer y me volví y corrí. Sus gritos me siguieron
hasta la marea que me arrastró a las aguas heladas...
Con todo el combate y la furia de la chica que nunca se rindió, lo agarré, pateé
mi camino hasta la superficie y arrastré su cuerpo pesado a la playa cubierta de
grava donde él tuvo arcadas y vomitó.
No había ningún rastro de la anciana. Encontré la longitud retorcida de
madera flotante pulida que había utilizado como un bastón no muy lejos de la
entrada a la cueva, donde un grupo de pisadas en la arena se detenía
abruptamente. Seguí las pisadas de regreso al interior de la cueva hasta que
llegué a donde el cuchillo había caído, pero no se encontraba. Era como si hubiera
desaparecido con la anciana.
Cuando salí, los ojos del chico estaban abiertos. Miraba fijamente asombrado.
—Lo sé.
339
Una madeja de cabello oscuro y húmedo cayó sobre su frente. Sangre le salía
por la nariz.
—Me salvaste.
—Lo sé.
FiN
340
Jennifer Blackstream
—¿Otra prueba?
Su voz fue más profunda de lo que le hubiera gustado, y cruzó los brazos,
tratando de ver un reflejo del hombre que se había metido en su prisión… de
nuevo. Maddox le sonrió, y sus ojos grises centellearon con diversión. Su largo
cabello negro se deslizó sobre los lisos y pálidos músculos de sus hombros
341
mientras inclinaba su cabeza hacia ella.
—Te lo dije anoche, soy un sílfide. Hasta que tomo forma física, no puedes
verme venir como tampoco puedes ver el acercamiento de cualquier otra ráfaga
de viento.
Se acercó a ella con ligeros pasos tan silenciosos como una suave brisa, el leve
susurro de su suave camisa de algodón y pantalones apenas audibles sobre su
propia respiración. Se llevó un mechón de su cabello entre los dedos, sonrió
suavemente al dorado rizo mientras miraba hacia los montones y montones de
paja que llenaban la cavernosa sala de la torre que los rodeaba.
—Me atrevo a decir que estaba en una mala posición para apreciar mi
apariencia. Me imagino que pocos hombres lo estarían, considerando que él
acababa de encontrarme en sus habitaciones privadas con su esposa. —Encogió
un hombro—. Mi culpa por completo. Debería saberlo mejor que volar después
de beber esa cantidad de vino.
Su risa profunda vibró cosas en el cuerpo de Milly y se mordió el labio para
no inclinarse más hacia su toque. Maddox bajó la mano y parte de ella lloró la
pérdida de su calor.
—Fue un error inocente y debería haber adivinado eso por el hecho de que te
desmayaste en la parte superior de la cómoda —señaló ella—. Además, trataste
de compensarlo. Le diste la mitad del tesoro de la sirena cuando lo encontraste,
aunque casi pierdes la pierna por el monstruo marino tratando de llegar a él.
342
recordar. —Su pecho se tensó y miró la puerta cerrada que la mantenía presa en
la torre, rodeada de montones de paja—. Irónico, ¿no? Después de que mi madre
murió, mi padre apenas me dejaba alejarme seis metros de nuestro molino por
miedo a que algo horrible pudiera sucederme. Y sin embargo fue su jactancia
escandalosa que puso mi vida en la línea. No una, sino tres veces.
—Milly.
La voz de Maddox acarició sus sentidos como un toque físico, una suave
manta sobre su piel. Ella no pudo evitar mirarlo, mirar sus hermosos ojos
plateados.
—Tu padre cometió un error tonto —dijo con suavidad—. Una mala elección
que trajo consecuencias con las que tendrá que vivir el resto de su vida.
Había algo en su voz que decía que ya no hablaba más del padre de Milly.
Como uno, ambos se volvieron para mirar la rueca en el centro de la habitación,
su madera pulida perfectamente enmarcada por los montones monstruosos de
paja amarilla.
—Lo sé.
343
—Si estuviera en mi poder hacer esto por ti, lo haría. No pediría nada a cambio.
—Las líneas alrededor de sus ojos se profundizaron, dolor brillaba en su mirada
ahora—. Es mi poder el que me deja escuchar tus gritos en el viento. Pero
convertir paja en oro... ese es él.
Él abrió la boca como si fuera a decir más, pero de repente su mano izquierda
se cerró alrededor de la paja, aplastándola en su agarre. Pupilas negras tragaron
sus iris gris pálido, hasta que no quedó nada más que oscuridad mirándola
fijamente. Un segundo después, aparecieron los iris rojos, que comenzaron a
brillar suavemente. Milly contuvo el aliento, sus venas llenas de agua helada
mientras observaba cómo el demonio se levantaba, empujando a Maddox lejos
de ella, profundamente en su propio subconsciente.
—Una vez más tendrás que probarte a ti misma, y entonces el rey te convertirá
en su reina. —El demonio la miró de arriba abajo, un escrutinio lascivo que hizo
que su piel se arrastrara—. ¿Y qué me ofreces en pago esta vez? ¿Otro collar?
¿Otro anillo? Tenías tan bonitas baratijas...
—Tendrás la oportunidad de elegir un tesoro una vez que sea reina. —Su voz
vaciló a pesar de su determinación, su resolución debilitada por la visión de los
labios de Maddox acunando las palabras sarcásticas del demonio. La voz
diminuta que había estado gritando en su oído estas dos noches pasadas eligió
ese momento para gritar de nuevo. ¡No puedes casarte con el rey! ¡Ante ti está el
hombre que amas!
344
El demonio entrecerró sus ojos y el estómago de Milly rodó mientras la miraba
de arriba abajo. A diferencia de la mirada apreciativa de Maddox, la inspección
del demonio dejó su piel sintiéndose fría y húmeda, sucia como si acabara de
rodar en suciedad. Buscó a tientas detrás de ella los extremos de su delgada capa,
tiró el material verde desvanecido más firmemente alrededor de ella.
—No —dijo lentamente el demonio—. No, no creo que eso vaya a servir. ¿Qué
garantía tengo de que serás reina?
—Seré reina —dijo con firmeza—. El rey lo ha prometido. Todo lo que queda
entre mí y el trono es esta habitación de paja.
—Y la bolsa de carne que visto que atrae a tu mirada traidora así —se burló el
demonio.
—Tan típico de una mujer. Ustedes son todas criaturas tan inconstantes y
volátiles. —Su mano derecha azotó rápidamente contra la rueca, enviándola a un
torbellino de movimiento—. Voy a tejer por ti. Pero el precio no será menos que
tu hijo primogénito.
—¡No! —La palabra explotó de los labios de Milly antes de que pudiera
pensar, pero no importaba. No podría haber consideración de tal demanda.
—Muy bien. Entonces informaré a tus guardias. No tiene sentido obligarlos a
permanecer en el vestíbulo toda la noche cuando has tomado tu decisión. —Dejó
caer la paja en su mano al suelo como plumas arrancadas de un pájaro
forcejeando—. Mejor para mí de todos modos. Esta noche era mucho más
prometedora cuando observaba a través de los ojos de Maddox mientras
montaba a una ninfa joven y flexible. Regresar a sus brazos será mucho más
divertido que estar aquí toda la noche haciendo tu trabajo.
345
—Quiero hablar con Maddox. —Había querido decir que era una orden, pero
salió más como una súplica.
El demonio resopló.
—¡Eso es chantaje!
Milly apretó los labios, conteniendo la protesta que sabía que no le haría
ningún bien.
—Bien.
Nunca tendré un hijo, se prometió. No quiero tener hijos del rey de todos modos.
Era más fácil decirlo que hacerlo, pero Milly se negó a pensar en eso. En lugar de
eso, observó al demonio, esperó las señales reveladoras de que se había perdido
en su trabajo, que había abandonado la conciencia a Maddox.
346
—¿Qué te pidió esta vez?
La voz de Maddox era tranquila, pero la pregunta dolía tanto como si hubieran
sido escritas en pergamino, atadas a piedras, y arrojadas a su cuerpo
desprotegido. Milly quiso apartar la vista, ocultar la vergüenza que sabía que
debía estar grabada en su rostro, pero se detuvo. Si ésta fuera su última noche
con Maddox, no la desperdiciaría hablando de la desdichada elección que había
hecho para salvar su propia vida. Con cada gramo de autocontrol que le quedaba,
agitó su mano en el aire, tratando de barrer su preocupación.
—No hablemos de él. —Bajó la vista hacia su capa, la envolvió más fuerte
alrededor de sí misma como si pudiera protegerla del frío que la enfriaba de
adentro hacia afuera—. Cuéntame más sobre tus aventuras.
—No me contaste esa historia. —Vaciló, no queriendo traerle más dolor, pero
de alguna manera necesitaba saberlo—. Cómo llegaste a ser…
347
que su cuerpo era ahora movido por un demonio y no por el hijo de la reina.
Dijeron que Afrodita había arrancado un incubus del plano astral y lo había
puesto en el cuerpo del príncipe, lo había hecho para proteger a la familia real de
la guerra que vendría si se supiera que su único heredero había muerto.
Milly se inclinó hacia adelante, sin importarle el frío suelo de piedra bajo su
palma.
—No lo harías. Eres humana, y tales asuntos rara vez se hablan fuera de los
círculos del otro mundo. —Hizo una pausa—. Excepto Dacia. Claro que, supongo
que es mucho más difícil ignorar a los seres de otro mundo cuando la familia real
es masacrada en un golpe y luego continúa gobernando después.
Vampiros. Milly se estremeció. Sí, todo el mundo sabía de los vampiros que
gobernaban Dacia. Si no fuera por las maquinaciones del príncipe Kirill, el
hombre frío con ojos como un cielo invernal, el comercio probablemente se habría
detenido por completo. Milly no sabía cómo el vampiro había mantenido el
comercio después de la terrible transformación de su familia, y mucho menos la
impulsó hacia alturas tan prósperas. Y no quería saberlo.
Maddox asintió.
—Descubrí más tarde que tuve suerte. Un demonio mayor habría podido
evitar que volviera a mi cuerpo en absoluto, podría haber reclamado mi carne
por sí mismo y haberme dejado como un espíritu incorpóreo para siempre. —
Miró sus manos, a la rueda girando cada vez más rápido, al hilo dorado haciendo
espirales en el aire—. Al menos este demonio es simplemente mi conciencia. No
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puedo forzarlo a salir, pero tampoco puede deshacerse de mí.
—No sin saber su nombre. —Los hombros de Maddox cayeron, tanto como
podían con el demonio todavía controlándolo, todavía usándolo para trabajar la
rueda—. No soy un exorcista. No tengo el poder o la experiencia para echarlo, y
hasta ahora, no he encontrado a nadie que pueda. Hay rumores de hombres y
mujeres lo suficientemente poderosos para hacerlo, pero cada vez que trato de
encontrarlos, para hablar con uno de ellos, el demonio toma el control y... —
Apretó la mandíbula e inclinó su rostro lejos de ella.
—No lo lamentes. Por lo menos ahora puedo tener cierto consuelo de que mi
carga tiene sentido. Sin el demonio, habría oído tu súplica en el viento, pero no
hubiera sido capaz de hacer nada para ayudarte. —Miró el hilo de oro—. Quizá
pueda encontrar algún consuelo al saber que ayudé a poner una buena reina en
el trono de este maldito reino.
Algo afilado apuñaló el vientre de Milly, temor afilado hasta un punto fino.
No quiero ser reina. Quiero irme contigo. La emoción era tan fuerte que sus labios se
separaron, sus cuerdas vocales vibrando con la intención de hablar. Hizo un
ruido asfixiante mientras las tragaba de vuelta, humillación quemando sus
mejillas al pensar en cómo Maddox reaccionaría ante tal declaración de amor.
¿Cuántas mujeres humanas se habían lanzado a él? ¿Habían visto su belleza, oído
esa voz como un susurro en un dormitorio oscuro, y quisieron escuchar con su
cabeza presionada contra su pecho magro y musculoso?
—Tanto como esta tierra pueda conocer a una reina —dijo ella débilmente—.
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No ha habido un verdadero rey en Midgard durante siglos.
—Lo controlan porque son mercenarios despiadados que no les importa lo que
tienen que hacer para mantener su poder. Han estado en este castillo por
demasiado tiempo, mirando hacia el valle desde su posición alta y poderosa.
¿Qué clase de rey amenaza de muerte por el fracaso de una tarea imposible,
entonces en el aliento siguiente promete matrimonio por el éxito?
Maddox sacudió la cabeza para mirarla y sólo entonces Milly se dio cuenta de
que había expresado esos pensamientos en voz alta, expresó su ira y burla por un
hombre con el que supuestamente ella quería casarse. Abrumada, abrió la boca
antes de que pudiera pensar en algo que decir, pero luego la cerró cuando la
mirada de él se trabó en la suya. Había una repentina intensidad en sus ojos, una
franqueza que parecía atravesarla para leer las palabras escritas en su alma.
—Sí. Algo así. —El rubor se hizo más caliente y ella hizo puños sus manos a
los costados para no cubrirse el rostro con las manos—. Es para mí. Es donde
guardo las cosas que he recolectado. Las cosas... —Se interrumpió
miserablemente, su barbilla cayendo en su pecho en un patético intento de
ocultar su rostro—. Esto es muy vergonzoso.
350
quitó la picadura de sus mejillas. Casi.
—No tengo mucho, sólo lo que fui capaz de negociar con los comerciantes que
pasaron a través de la aldea. Tengo plumas de un pájaro dorado que un marinero
encontró en el reino de Mu, una moneda de plata de Dacia, una bufanda de seda
de Nysa, una cabeza de lanza de Meropis y una extraña muñeca del rincón
meridional de Sanguennay.
Maddox sonrió, una sonrisa real que arrugó las esquinas de sus ojos.
Milly suspiró.
—No es tan bueno como viajar a esos lugares, lo sé. Pero es lo más cerca que
puedo. —Miró hacia la puerta como si pudiera ver a través de ella, ver a los
guardias esperando allí—. De alguna manera dudo que tenga más libertad
cuando sea reina. El rey de Midgard no tiene tu pasión por viajar.
Tan pronto como las palabras salieron de su boca, se dio cuenta de cómo
sonaban. Su boca se secó, la voz en su cabeza chillando de pánico. ¡Bien podrías
habérselo propuesto, idiota! ¿Quieres oírlo reírse en tu cara?
—Pero supongo que es un pequeño precio a pagar por ser reina —se apresuró
a añadir, sin mirar a Maddox—. Tendré poder y dinero. Podré cuidar a mi padre.
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Al igual que con las noches anteriores, el tiempo pasó demasiado rápido, la
paja desapareciendo a una velocidad imposible. Después de lo que parecieron
simples momentos, los primeros rayos del sol llegaron a través de la ventana,
tocaron el hilo dorado que yacía en pilas donde una vez sólo había paja. Milly
observó con la amenaza de lágrimas calentando sus ojos mientras la luz del sol
recorría el hilo dorado, iluminándolo hasta que toda la habitación estaba llena de
oro brillante. Como si toda la torre estuviera ardiendo.
Su voz era incluso más ronca que de costumbre, un sonido que comenzó en la
base de su columna y se extendió a lo largo de sus nervios como una caricia
aterciopelada. Las deliciosas sensaciones que inspiraba la voz casi robaron la voz
352
de ella, volviendo a sus próximas palabras entrecortadas y ligeras.
—¿Qué deseas?
Ella habría dicho que sí si su cuerpo le hubiera dado la oportunidad. Tal como
estaba, su disposición era demasiado clara en la forma en que se precipitó hacia
él, tan ansiosa por concederle la petición que apenas podía respirar. Él hizo un
sonido profundo en su pecho que era pura satisfacción masculina y sus piernas
temblaron, su cuerpo hundiéndose mientras sus rodillas cedían.
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—¿Qué dijiste?
—No quiero ser reina. —Sus ojos se abrieron de par en par, pero no podía dejar
de hablar, no ahora que había empezado—. Deja que el rey conserve el oro, no
me importa. Quiero otra baratija para mi caja de tesoros, quiero encontrarla yo
misma en una playa o en alguna tienda lejana. Quiero ver el mundo, quiero salir
de este miserable pequeño valle. —No podía respirar, no podía detener las
palabras que luchaban por escapar a través de la grieta en la pared de su
autocontrol. Tenía las manos en la camisa de él, sosteniéndola con tanta fuerza
como él la sostenía a ella—. Llévame contigo.
—Nunca estarías a salvo conmigo. —La voz de Maddox era ronca y bajó la
mirada hacia su cuerpo antes de volver su mirada a ella—. Con nosotros.
—Si me dejas, me veré forzada a casarme con un hombre que amenazó con
cortar mi cabeza no una sola vez, sino tres veces si no llenaba sus arcas con oro
hilado de paja. ¿De verdad crees que estaré a salvo con él? —Señaló la ventana
con un dedo tembloroso—. Este no es uno de los cinco reinos. Este es Midgard,
tierra del caos. Eventualmente, alguien intentará tomar este valle de mi posible
marido, y cuando lo hagan, necesitarán un milagro para mantenerlo. No puedo
ser ese milagro. Y ambos sabemos lo que me pasará cuando se den cuenta de eso.
Ira brilló en los ojos de Maddox como la luz de la luna en un lago revuelto. No
habló por varios minutos y Milly habría perdido el corazón si no la estuviera aún
abrazando con tanta fuerza.
La protesta era débil, despojada de su fuerza por la pasión que dejaba su voz
baja y áspera. Los ánimos de Milly se elevaron.
Maddox levantó una mano para cepillar su cabello hacia atrás, una débil risa
cayendo de sus labios mientras la tensión dejaba sus hombros.
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—Había pensado que nunca más desearía otra aventura. Pero tú, mi pequeña
entusiasta hija del molinero... me haces querer vivir otra vez.
Milly le devolvió su sonrisa con cada pizca de su ser, cerrando los ojos e
inclinándose hacia adelante para aceptar el beso que ella podía sentir venir.
—Un beso tan dulce de adiós —se burló—. Si no fueras tan patética, tal vez lo
hubiera disfrutado con él. —La empujó contra él, cerrando su agarre hasta que
no pudo respirar—. Cumplí con mi parte del trato. La paja es oro, y el rey se
casará contigo. No sé qué promesas hizo Maddox, ni lo que le prometiste, pero
sé esto. Tendré a tu primogénito. —Se inclinó más cerca, susurró las siguientes
palabras en su oído—: No importa quién sea el padre.
Furia quemó su miedo a cenizas, la infundió con una oleada de una muy
necesaria adrenalina. Milly mostró sus dientes y empujó contra el demonio,
dándose el espacio suficiente para obtener el aliento que necesitaba para hablar.
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Maddox sólo vendrá a mí más tarde. No puedes luchar contra él para siempre.
—Tal vez puedas ser capaz de matar a uno o a los dos. —Asintió lentamente—
. O tal vez estás equivocado. Podría ser que encontremos una manera no sólo de
desterrarte de Maddox, sino de encerrarte permanentemente. —Se incorporó con
indiferencia forzada, golpeó un dedo contra su barbilla—. Me parece que ha
habido casos de demonios atrapados en botellas, o incluso objetos encantados.
Una especie de luciérnaga en una jarra, perfectamente inofensiva.
El demonio no dijo nada. Se quedó allí, mirándola como si fuera una mosca
que acababa de aterrizar en su sopa. La confianza de Milly aumentaba con cada
segundo que pasaba, cada segundo que lo mantenía de pie allí, sin ofrecer
ninguna amenaza. Entonces algo se deslizó a través de los ojos rojos del demonio,
y él asintió.
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El corazón de Milly saltó, pero luchó para mantener su rostro tranquilo.
—Estoy escuchando.
—No. Déjame darte algo más por tu ayuda. Puedo conseguirte oro, o te
encontraré un tesoro...
—Nada de lo que me puedas ofrecer sería tan valioso como la vida que ya me
prometiste. Tendré al niño.
—Te di más que oro, y bien lo sabes — gruñó el demonio. Pasó una mano por
la rueda y la hizo girar con un zumbido bajo y constante—. Ese oro es todo lo que
se interpone entre tú y la muerte. Te he dado tu vida, y tendré una vida a cambio.
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Milly se abrieron de par en par y sin pensarlo, corrió a sus brazos, demasiado
molesta para saborear la forma en que la abrazó sin vacilar.
Dejó que ella recuperara el equilibrio y, antes de que pudiera volverse, había
tomado la forma física que le había conocido desde aquella primera noche. Sus
cabellos negros flotaban alrededor de él sobre los restos de una brisa y sus ojos
grises estaban afilados con preocupación mientras pasaba dedos suaves por su
rostro, por sus brazos.
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Cuando terminó, esa mirada todavía no había llegado. Maddox se limitó a
apretar los labios y sacudió la cabeza.
Milly le puso una mano en el brazo, intentando reunir una confianza que no
sentía.
—Pero eso fue cuando estabas tratando solo. Esta vez me tendrás a mí para
ayudarte.
Apoyó una mano sobre la de ella, se volvió para mirarla con sólo el fantasma
de una sonrisa tentativa.
—Tiene que haber una manera. — Una idea le vino a la cabeza y Milly agarró
su hombro—. Espera un minuto. ¿Qué hay del príncipe Adonis?
—Dijiste que es del plano astral. Y Afrodita lo eligió para ayudar a la familia
real de Nysan, por lo que debe tener un buen corazón. ¿Tal vez podría
ayudarnos?
Ayudarnos. Somos un nosotros.
—Es posible. —Él se inclinó hacia atrás y Milly inclinó su cabeza para mirarlo
a los ojos mientras él rozaba una mano sobre el lado de su rostro, ahuecando su
mandíbula—. Es bien sabido que el príncipe Adonis tiene una debilidad por los
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amantes. Podría estar dispuesto a ayudarnos.
—Sí, pero si saliera de mi cuerpo, eso te dejaría aquí a solas con él.
Él apretó los labios contra su frente en un suave beso, y Milly soltó un pequeño
suspiro de satisfacción.
—Lo que sí sé es que, si no te vas ahora, algún día voy a tener a nuestro hijo
en mis brazos y ese horrible demonio vendrá por él. O ella. —Apretó su frente
contra su pecho y por un momento, la desesperación amenazó con tragársela por
completo—. No creo que pueda vivir con eso. No cuando sabría que mi
debilidad, mi disposición a ofrecer la vida de mi hijo a cambio de la mía, fue la
razón de todo.
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—Muy bien. Pero por el amor de los dioses, ten cuidado. Volveré tan pronto
como pueda.
—Estoy solo en este cuerpo. ¿A dónde ha ido nuestro Maddox que era tan
importante que me dejó a solas contigo?
Dio un paso más hacia ella y Milly cruzó los brazos, apenas resistiendo el
impulso de retroceder.
—Se fue para que yo pueda hablar contigo. Estoy lista para empezar a
adivinar.
El demonio arqueó una ceja, estudiándola durante un largo momento como si
evaluara la verdad de sus palabras. En lugar de luchar contra su nerviosismo,
Milly lo usó. Tragó saliva, fingió luchar para encontrarse con los ojos del
demonio.
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poner toda esta tontería detrás de nosotros.
Una sombra pasó por encima de su cabeza, apenas perceptible en la luz que se
desvanecía. Milly la ignoró, demasiado concentrada en los ojos de Maddox para
prestar atención. Entonces el demonio levantó la vista, y su rostro se contorsionó,
su nariz se arrugó en disgusto, sus ojos ardieron con odio súbito. Milly levantó la
vista entonces, y sus pulmones se congelaron.
Otro demonio.
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grandes alas coriáceas que acunaban el viento, elevándose con la gracia de un
halcón. Dio una vuelta más baja, dándole a Milly una buena vista de los gruesos
cuernos que formaban una corona alrededor de su cabeza, ojos que sostenían
chispas de rojo como canela ardiente. Aterrizó a menos de tres metros de
distancia de ella con apenas un sonido.
Su nueva apariencia era menos aterradora, pero Milly era muy consciente de
que el peligro podía venir en hermosos paquetes. Miró desde el nuevo demonio
a la forma poseída de Maddox, distraída del acercamiento del nuevo demonio
por el silbido que provino de la boca de Maddox.
—No tienes ningún asunto aquí — gruñó el demonio.
—Rumpelstiltskin.
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explotaron en llamas, la luz de sus iris carmesí pintando su rostro de un rojo
sangre. Echó la cabeza hacia atrás y gritó su rabia hacia el cielo, un sonido que se
disparó por la columna de Milly, sumió a sus músculos en un apretón doloroso
y agonizante. Se ahogó, tratando de respirar, sus pulmones doloridos en la débil
protesta. Sus nervios crujieron dolorosamente cuando se obligó a ponerse de pie,
para enfrentarse a Rumpelstiltskin mientras los últimos rayos del sol se
arrastraban sobre el demonio aullante.
El demonio dio un paso hacia ella, levantó la mano como si fuera a atacar. Ella
pinchó un dedo en su pecho.
La mano atravesó el aire, pero antes de que el golpe cayera, algo zumbó contra
la punta de su dedo. Dolía, pero no dolía, y se fue tan rápido que no pudo decidir.
Los ojos de Rumpelstiltskin se abrieron, su mandíbula se aflojó en sorpresa.
Empezó a gritar, pero el sonido terminó abruptamente, y el cuerpo de Maddox
se desplomó contra ella.
Milly soltó un gruñido mientras se encontraba bajo el peso de Maddox. El otro
demonio estaba de repente allí, ayudándola a apoyar a Maddox mientras su
cabeza se movía de un lado a otro y parpadeaba sombríamente en la creciente
oscuridad.
Él chasqueó los dedos y de repente una bola de luz dorada apareció, flotando
sobre su hombro. Se balanceaba como si estuviera viva, revoloteando entre Milly
y Maddox, iluminando sus hermosos rasgos y reflejándose en sus perfectos ojos
plateados.
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Milly se sonrojó, repentinamente tímida sin la adrenalina que la había
mantenido en pie todo el día. Dio un paso hacia atrás mientras el demonio
estabilizaba a Maddox en sus pies, permitiendo que volviera a recobrar el rumbo.
Los ojos de Maddox la siguieron y el aliento de Milly se calmó en su pecho, su
corazón saltando en su garganta. Un segundo después, Maddox se lanzó a través
de la distancia que los separaba. La agarró, tropezando unos cuantos pasos
mientras la arrastró a sus brazos y la abrazó con fuerza. Finalmente se estabilizó,
se quedó allí abrazándola como si fuera la última cosa sólida en la tierra.
Ella luchó en sus brazos, luchó por abrazarlo, lo abrazó tan fuerte como pudo.
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—Eso es precisamente lo que quería oír.
—No te disculpes. —Adonis agitó una mano, casi golpeando el fuego fatuo
que había flotado de regreso para bailar delante de él—. Pensaría menos de ti si
te hubieras tomado el tiempo de hablar conmigo cuando tenías a esta preciosa
dama ante ti.
—En carne y hueso. —Adonis guiñó un ojo, luego rió como si disfrutara de
una broma privada—. No voy a tomar demasiado de su tiempo, ya que sólo
puedo imaginar lo mucho que tienen que hablar después de ese torbellino
impresionante de acontecimientos. Sólo quería robarles un momento para
extender... una invitación.
—Sí. —El príncipe demonio sacó algo del aire y se llevó sus dedos a sus labios.
Un suave resplandor rojo iluminó sus facciones y dejó caer su mano, tirando
humo de la punta brillante del cigarrillo que ahora sostenía—. Ha llegado a mis
oídos que el rey Midas puede estar un poco molesto con ustedes durante algún
tiempo. —Humo salía de su boca mientras hablaba, infundiendo el aire con el
olor de clavos—. Sucede que, algunos compañeros míos y yo estamos buscando
algunas parejas aventureras para establecer un reino recientemente fundado.
Estamos empezando desde cero, y estamos buscando hombres y mujeres que no
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les importa un poco... de emoción. Estaríamos muy complacidos si se unen a
nosotros.
¿Un nuevo reino? Milly miró a Maddox, sin saber cómo responder. Sus nervios
bailaban bajo su piel, pero no estaba segura si era miedo... o anticipación.
—Te debemos una gran deuda —dijo Maddox con cuidado—. Si esto es lo que
usted pide como retribución…
—No hay deuda. —Los ojos de Adonis brillaron para emparejar la punta de
su cigarrillo, una cálida cólera calentando su voz—. El destierro de
Rumpelstiltskin fue un placer. Él tenía una desagradable inclinación por ayudar
en matrimonios miserables. Cualquier cosa que pudiera hacer para apoyar un
matrimonio que no tuviera nada que ver con el amor, y él estaba allí con mucho
entusiasmo. —Levantó el cigarrillo a sus labios, inhalando bruscamente mientras
una sombra pasaba por su rostro—. Y planear poseer a un niño. Eso es
imperdonable. —Se iluminó, exhalando otra nube de humo mientras miraba a
Milly—. En todo caso, siento que te debo otro favor. Tomar su talento para tejer
oro fue un golpe ingenioso. No le pone un punto final a esto, sino que más bien
te hará una candidata mucho más deseable a los ojos de cierto vampiro. Siempre
le complace encontrar otro medio de financiación.
Adonis asintió.
—En efecto. Lo que nos lleva de nuevo a mi punto. El rey Midas no te dejará
ir voluntariamente. Espero que consideren mi invitación.
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Maddox miró a Milly y sonrió.
Milly le devolvió su sonrisa con una propia, su corazón hinchándose hasta que
lágrimas calentaron sus ojos.
FiN
368
Alethea Kontis
El demonio estaba esperando por ella cuando el cazador la guió hacia el
bosque. Él sabía exactamente quién era y dónde estaría, cuándo llegaría y cómo
olía, lo que comía y la talla de sus zapatillas, el sonido de su voz y exactamente
hasta qué punto su pecho subía y bajaba cuando arrastraba una respiración.
De la aguja más pequeña en el árbol más pequeño hasta el más viejo dragón
en las montañas, los habitantes del bosque habían estado susurrando sobre ella
desde hace semanas: La pobre bella princesa, cuya horrible madre celosa, estaba
enviándola a su muerte. La naturaleza al completo esperaba con gran expectación
por su llegada, preguntándose qué aventuras podrían surgir de esta terrible
ocasión. No había habido tanto drama en el Bosque desde la última vez que sus
hermanos habían cruzado el umbral sacudido por la tempestad a este mundo
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maldito.
370
—No sin reclamar lo que es mío —dijo—. Voy a volver al palacio con su
corazón.
El demonio volvió al cuerpo del ciervo y rajó su pecho con una garra afilada.
Arrancó el pequeño corazón de la cavidad y lo dejó caer a los pies del cazador.
—Oh gran y honorable bestia —se dirigió la joven princesa a él sin mirar
directamente a sus ojos. Su voz tembló y tuvo hipo por las lágrimas—. Gracias
por salvar mi vida. Mi reino te debe una gran deuda.
—¿El mismo reino que acaba de condenarte a muerte? Dudo que canten mis
alabanzas en este momento. —Podría haber sido una princesa, y la hembra
humana más perfecta que este mundo había visto jamás, pero todavía era una
niña y mucho más tonta de lo que parecía. Se había olvidado cuán cerca la
ignorancia seguía los pasos de la inocencia. El recuerdo era menos divertido de
lo que era molesto—. Sin embargo, me debes la vida, y esa vida voy a tomar. Así
que deja tus lloriqueos y sigue adelante. Tenemos trabajo que hacer.
—¿Trabajo, mi lord?
Resopló ante el discurso. Como si su ridícula sociedad feudal funcionaría más
de cinco minutos en su mundo. Sentía la compulsión de explicar, pero sabía que
las palabras serían desperdiciadas.
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prudente omitir estos detalles.
Sí, en efecto. Estúpida como el día era largo. Tal como había sospechado.
Esperó lo que parecieron ser décadas para que se recompusiera. Finalmente se
puso de pie, se ajustó la manga de su vestido desgarrado, recogió el pequeño
bolso de seda que había traído con ella, y enderezó los hombros.
Trató de no parar muy a menudo tampoco, pero sus pies eran pequeños y sus
piernas eran cortas, y no había nada que hacer. Cada vez que se detenía, la
princesa salía con un aluvión de preguntas tontas que no tenía ninguna duda se
le ocurrían cuando estaba cantando o tarareando o silbando y donde ahora
bullían por ser contestadas.
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—¿Cómo llego aquí?
—De la misma manera en que los unicornios lo hicieron. Aquí hay un lugar,
profundo en tu Bosque, donde nuestros mundos se encuentran. Las tormentas
allí son a veces tan potentes que rasgan una puerta entre los mundos. Una
criatura logró salir de mi mundo y uno del mundo unicornio, y terminamos aquí.
—La Piedra del Recuerdo así nos lo dijo —dijo él—. Los espíritus pasados de
nuestros hermanos demonios son arrastrados a la Piedra del Recuerdo. Es la
forma en que comparten sus conocimientos con nosotros.
—¿Tienen todos los demonios grandes cuernos y la piel de color rojo y negro
de donde vienes?
—¿Por qué llevas botas de hierro? ¿Son tus pies como los de un caballo?
—Un poco, sí. Y soy un ser de fuego, por lo que la tela o el cuero me servirían
de poco.
—Soy un ser de fuego. No siento el frío de la manera que tú. Además, una
criatura que puede matar cualquier cosa con sus manos desnudas no tiene
necesidad de ser modesto.
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—¿Usted ha visto un unicornio?
—Una vez, brevemente. —Uno de ellos había llegado al mismo tiempo que él.
Tal era el equilibrio.
—Ellos pensarán que es lo mejor que hayan visto. —Como todo el mundo,
parece.
—¿Te agrado?
—Debido a que es la única forma que conozco para llegar a casa. —Una vez
más, pensó que era prudente omitir el resto.
—Te necesito con vida, pero no necesito tu lengua. —La respuesta fue
suficiente para frenar su examen hasta la próxima vez que se detuvieran. No fue
un descanso planificado, pero la chica se derrumbó sobre las piedras
desmoronadas, al pie de un antiguo pozo. Era un lugar tan bueno como cualquier
otro. Un cachorro de oso se arrimó a la espalda de la princesa y los conejos
salieron de una madriguera para acomodarse frente a ella, manteniéndola
caliente. El demonio pensó que era un poco ridículo que la naturaleza debiera
adular por todo a la pequeña niña sólo porque era hermosa y una princesa. No
se sentía mal por ninguna pobre chica fea que tropezaba en los bosques
inadvertidamente. Ella sería el desayuno de ese cachorro de oso con seguridad.
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como para tentar a la suerte.
Volteando los papeles, él le preguntó a ella antes de que sus ojos pesados la
escoltaran a su sueño.
—¿Debería? —preguntó.
—Podría quemar toda tu ropa para que te congeles. Podría escupir en tu cara
y perderías tu belleza en un latido de corazón.
Se apoyó contra las piedras del pozo, más seguro dado su calor corporal que
un árbol, y cerró los ojos con alivio. Este mundo era tan frío; no para su piel, sino
para su corazón, y no solamente porque la temporada de invierno hubiera
borrado todos los colores con la sombría apatía del barro y la nieve. Lo poco de
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fuego que existía en este mundo estaba enterrado profundamente bajo tierra, tan
lejos que estar lejos de él desgarraba su mente, tratando de liberar la locura de
ahí que sería muy feliz de escapar. Sus hermanos habían sucumbido a la locura,
y, finalmente, también lo haría él. Incluso ahora podía saborear el pulso de la
princesa debajo de su piel, imaginar sus garras estropeando su piel perfecta, oler
el miedo de los animales salvajes que se atrevieron a acompañarla. Quería
destruir el bosque a su alrededor, miembro muerto a miembro muerto, y
prenderle fuego para que pudiera haber color y calor llenando este mundo,
aunque sea brevemente.
Se despertó y se dio cuenta que se había quedado dormido. Las piedras debajo
de él se habían derretido en la tierra muerta. Al otro lado del pozo la princesa
estaba sentada, cantando tranquilamente y peinando suavemente el cabello de la
última bestia en su regazo con un peine de piedras preciosas. Por supuesto, la
princesa había llevado un peine enjoyado al bosque. Por otra parte, ella no había
esperado sobrevivir tanto tiempo.
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sacudieron la tierra y causaron que la gran cantidad de habitantes en los arbustos
salieran en desbandada al aire. El unicornio no se movió. El demonio se inclinó
con una mano grande, la piel de ella tan roja como sus labios, las uñas tan oscuras
como su cabello. Ella dejó de cantar cuando esa mano apareció a la vista, y dejó
de peinar, pero la cabeza del unicornio en su regazo la mantuvo atrapada.
El demonio echó para atrás la blanca melena sedosa del unicornio con una
garra; unas pocas hebras sueltas picaron su piel. La carne perfecta debajo de la
melena se cruzaba con capas y capas de furiosas líneas rojas.
—Habrías gritado de alegría, ya que habría sido lo más delicioso que alguna
vez has puesto en tu boca. Pero después del unicornio, todos los demás alimentos
que crucen tus labios sabrían horrible. Podrías vagar por el mundo para el resto
de tu vida, muerta de hambre, siempre tratando de saborear algo, cualquier cosa,
que se acercara a la perfección divina.
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—Oh —dijo ella, y juntó los dedos traidores a la espalda—. Gracias —agregó,
pero sonaba insegura.
—¿Por qué?
La princesa pasó las piedras fundidas del pozo en sus delgadas, e inadecuadas
zapatillas, cuando algo se le ocurrió. Se iluminó y alcanzó su pequeño bolso, sacó
un objeto pequeño de ella y la apretó con fuerza en sus manos. Cerró los ojos y
arrugó la cara, como si tuviera dolor. El demonio contuvo la respiración,
esperando por un hechizo de magia u otro ataque de llanto estallara de ella.
Aunque posiblemente más problemas, esperaba por lo primero.
—¿Ah no?
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—¿Lo son ahora? —dijo el demonio—. “Piel blanca como la nieve, cabello
negro como el ébano, labios rojos como la sangre…”. ¿Cómo ese deseo funciona
para ti?
Esos labios de color rojo sangre formaron una delgada línea roja, y la princesa
se alejó dando pisotones del pozo. El demonio eligió disfrutar del silencio.
Marcharon por el bosque como antes, con una colección variada de animales
salvajes manteniendo el ritmo. La princesa estuvo angustiada cuando el demonio
escogió a un nuevo amigo al azar para ser su almuerzo, pero una vez cocido, el
estómago gruñendo la traicionó y comió con fruición. Se disculpó con sus amigos
cuando terminó; ellos parecieron aceptarlo más fácil que ella. Y entonces retozó
con ellos mientras el día y los kilómetros a través del interminable bosque se
estiraron sucesivamente. Los prados dieron paso a colinas y luego montañas, y
en ocasiones tuvieron que bordear acantilados escarpados y terreno rocoso, pero
todavía caminaban. La princesa hacía tiempo que había hecho tiras y desechado
sus delicadas zapatillas, su cabello de ébano estaba tan fibroso mientras las cintas
flojas todavía estaban entretejidas en él, y su vestido dorado se arrastraba detrás
de ella en trapos embarrados, pero ella mantuvo su postura y dirigió a sus amigos
salvajes con toda la pompa y circunstancia de cortesanos reales.
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la manzana durante su apasionado arranque al mediodía. No se le ocurrió
preguntarse por qué estaba en posesión de una fruta tan notable en una
temporada que las manzanas similares se habían podrido durante mucho tiempo
en el recuerdo. Y entonces no la detuvo cuando ella ofreció la manzana al
unicornio con las dos manos, y él se la comió con ganas. Por un momento, fueron
un reflejo de piel blanquecina y los labios rojo sangre, una imagen de inocencia y
perfección.
Había magia en su voz, si ella lo hubiera querido allí o no. El demonio vio a
varios animales enroscándose para dormir al oír la canción. Él mismo bostezó
dos veces. Los espasmos del unicornio se desaceleraron con los latidos de su
corazón, y puso su cabeza en su regazo, con mucho menos gracia que el unicornio
anterior. Ella lo meció hacia delante y atrás, adelante y atrás, cantando todo el
tiempo para dormir. Cantándole hasta morir. Ella sostuvo al unicornio hasta
mucho tiempo después de que se hubiera convertido en nieve a sus pies y el
viento hubiera hecho volar su forma de pequeñas partículas a su alrededor.
—Lo siento —le dijo de nuevo cuando se habían ido las lágrimas—. Maté al
unicornio.
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—No importa —respondió con calma—. ¿Puedo traerte algo? —Se encontró
sorprendido por su preocupación por su bienestar.
—Un trago de agua de la corriente, por favor —dijo—. Hay un cáliz de oro en
mi bolsa. —Su voz era ronca y entrecortada por la tensión y la tristeza.
El demonio resopló.
—Los seres humanos y su oro. —Fue cuidadoso con sus garras gigantes de
modo que sólo desató la pequeña bolsa en lugar de romperla en pedazos. Retiró
la copa ridículamente adornada; al igual que el peine, también quemó sus ojos
con su aura enferma—. Tu madre te dio esto. —No fue una pregunta.
—¿Por qué querrías algo de eso? —preguntó—. Cada pedacito de eso estaba
destinado a matarte.
—Uno —respondió.
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—Los maté.
—Así que cazaste a tus hermanos y los mataste por el bien de mi mundo.
—Y para salvar sus almas. Eran fáciles para mí encontrar; el mal engendra el
mal. No habría encontrado los unicornios sin tu ayuda.
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Este fue sin duda una vía de pensamiento que el demonio no había
considerado.
—Tal vez fueron exiliados de tu mundo. O tú del de ellos. O tal vez nosotros
fuimos los exiliados. Podríamos haber sido parte del mismo mundo una vez.
El demonio se puso de pie, ofreciendo una mano grande, con garras para
ayudar a la princesa a levantarse. Ella la tomó.
—Deberíamos.
Más allá de la corriente estaba otra pequeña montaña, más una colina grande,
con una boca abierta delante que parecía ser la entrada a una mina.
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—¿Arriba o abajo? —le preguntó el demonio. Se imaginó que el unicornio los
encontraría en ambos sentidos.
—Quiero ver las estrellas —Fue todo lo que dijo antes de empezar a subir.
Había lágrimas en los ojos de la princesa. El demonio llevó una mano grande
y cálida a la pequeña mejilla fría.
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—Lo siento —dijo él—. Maté al unicornio.
—No lloro por una bestia que nunca conocí. Lloro por la bestia que era mi
amigo.
—Voy a encontrar quien explora las minas de esta montaña y buscaré refugio
con ellos. —Ella estaba por encima de él ahora; no recordaba acostarse. Su cabello
de ébano ocultó su rostro, borrando las estrellas de la noche. De su cuello colgaba
la moneda fundida que casi había arrojado en el pozo; ella había tejido una de
sus cintas de oro a través de un agujero en el diseño. Extendió la mano para tocar
el medallón, pero su brazo no obedeció.
—Con el tiempo —dijo—. Tal vez en un tiempo muy largo, cuando seamos
dignos el uno del otro.
—Sí —susurró él—. Le contaré todo sobre la princesa inteligente y valiente que
conocí una vez.
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luego se movió en torno a sus cuernos para que pudiera acunar su cabeza en su
regazo. Ella lo sostuvo hasta que se convirtió en cenizas en sus brazos, hasta que
todo lo que quedó de él fueron sus zapatos de hierro. Él la observó hasta que su
cadáver de polvo voló en el viento, hasta que su alma fue arrastrada tan lejos que
ella no fue más que una mota de oro en la ladera de la montaña oscura, otra
estrella en el cielo.
FiN
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Diecisiete historias mágicas de escritoras de
Bestseller de NY Times y USA Today y autoras
ganadoras de premios que calentarán incluso los
corazones más fríos. Inspiradas por los viejos
favoritos, así como por los cuentos menos
conocidos, encontrarás relatos de la Cenicienta,
La bella y la bestia, La bella durmiente, La
Sirenita, El Viejo Rinkrank, El Rey Pico de Tordo,
La princesa y el guisante, y muchos más, todos
con giros frescos y románticos.
Soot and Stone: A Fae Tale of the Otherworld - Jenna Elizabeth Johnson
Rush - C. Gockel
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Perchance to Dream – Phaedra Weldon