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Salvacíón

sín límítes
Salvacíón
sín límítes

Edward Heppenstall

G~~
APIA ~~
GEMA EDITORES
El hombre:
¿Quién es? ¿Qué es?
«Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo
del hombre, para que lo visites? Lo has hecho poco menor
que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra.
Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo
lo pusiste debajo de sus pies [... }.;Jehová, Señor nuestro,
• cuán grande es tu nombre en toda la tierra!»
(SAL. 8: 4-9).

A PREGUNTA EN CUANTO a la naturaleza y el desti-

L no del hombre no ha quedado sin respuesta, lo cual no es


de extrañar; ya que una de las preguntas más importan-
tes que podemos formulamos es: ¿Qué es el hombre?
¿Cuál es su lugar en este mundo?
Todos estamos obligados a preguntamos: ¿Quién soy? ¿Por qué
estoy aquí? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? La identidad per-
sonal y la madurez dependen de las respuestas a estas pregun-
tas. No seremos sinceros con nosotros mismos hasta que encon-
tremos las respuestas.
De acuerdo con el registro bíblico, lo primero que conocemos
del hombre es que es un ser creado, formado a la imagen de Dios.
Leemos estas palabras en el primer capítulo de Génesis:
14 SALVAOÓN SIN LlMITFS

<<Entonces dijo Dios: "Hagamos al hombre a nues-


tra imagen, conforme a nuestra semejanza; y se-
ñoree" [... J. Creó Dios al hombre a su imagen, a
imagen de Dios lo creo; varón y hembra los creó.
Y los bendijo Dios, y les dijo: "Fructificad y mul-
tiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread
[... ] en todas las bestias que se mueven sobre la
tierra">> (Gén. 1: 26-28).
En esto estriba la grandeza del hombre: creado a la imagen de
Dios, es hijo de Dios, un ser semejante a Dios, con capacidad pa-
ra el compañerismo con Dios. Es una criatura de Dios, creada
para responder libremente como un hijo terrenal a su padre. Es
el príncipe original de este mundo, responsable solamente ante
Dios mismo.
Debido a que Dios es amor; el mismo amor requiere la pleni-
tud de la expresión. Dios, que es amor, no puede vivir para sí
mismo en nn universo vado. El amor necesita un ser amado. Dios
se ha expresado mediante criaturas semejantes a él, mantenién-
dose en comunión con ellos. A Adán y a Eva, como agentes mo-
ralmente libres, se les concedió la oportunidad de una respuesta
correcta, de nn franco reconocimiento de su responsabilidad indi-
vidual frente a quien los había creado. El hombre fue hecho a la
semejanza de Dios, no a la semejanza de las bestias.
Nunca debe pensarse que el hombre es un ente separado de
Dios~ Al hombre no se le concedieron cualidades para que actuara
independientemente de Dios. En el momento en que el hombre
considera que es independiente de Dios se destruye su identidad.
Ya no puede verse como hombre o comprenderse a sí mismo.
«En ningún momento el hombre es considerado
como "neutral" o aislado, sino siempre en rela-
ción con Dios[ ... ]. Cuando la Biblia habla acer-
ca del hombre no expresa una apreciación subje-
tiva de él, sino de la misma naturaleza real y ver-
dadera del hombre, "quien simplemente no pue-
de concebirse como apartado de Dios". [... ]Eso
es lo que un enfoque teológico demanda; deman-
da una visión abstracta del hombre, al que trata
El hombre: ¿Quién es? ¿Qué es? 15

como nna unidad aislada y encerrado en sí mis·


mo>> (G. C. Berkouwer, Man, the Image of God,
Grand Rapids: Eerdmans, 1962, pp. 32, 33).
Berkouwer declara más adelante:
«La luz de las Escrituras revela[ ... ] nn verdadero
y completo compañerismo con Dios, sin el cual
el hombre no puede ser comprendido en su esen·
cia y en su realidad>> (ibíd., p. 33).
Un segundo aspecto que conocemos del hombre es que por
ser quién es, tiene un valor intrínseco para Dios y para sus con·
géneres puesto que todos los hombres comparten la semejanza
divina. El hombre fue creado para reinar sobre la tierra, no para
ser un esclavo; para ser un príncipe, no un paria. El hombre era el
vicegerente de Dios, el encargado de gobernar la tierra. De este
modo Dios proponía para el hombre el más elevado destino, los
más nobles logros, una eternidad de realizaciones creativas.
Nada es más razonable e inspirador que el relato divino en·
contrado en Génesis respecto al origen y el destino del hombre,
avalado por el mismo Jesús (ver Mateo 19: 4). Nuestra visión del
hombre, cualquiera que sea, determinará el valor que le otor-
guemos. De acuerdo con la Palabra de Dios, el principal propó·
sito del hombre es glorificar al Creador y disfrutar de comunión
con las criaturas más exaltadas de Dios en todo el universo.
El tercer hecho es que Dios le dio vida al hombre. Solamente Dios
tiene vida en sí mismo. La vida que el hombre tiene no le perte-
nece. Continuamente depende de Dios. En el principio Dios creó al
hombre y le dio vida, pero la misma estaba subordinada a Dios y
unida a él. Mientras el hombre esté vinculado a Dios continuará
viviendo. Separado de la Fuente de la vida morirá tarde o tempra·
no. El hombre no es inmortal. Tampoco tiene un alma inmortal.
No está formado por dos o tres elementos independientes: espíritu,
alma y cuerpo. Estos y otros términos se refieren a diferentes fun.
dones del ser humano. Cuando el apóstol Pablo habla del conflicto
entre el espíritu y la carne en la vida cristiana, no se refiere a dos
entidades separadas, sino a dos tendencias opuestas en el hombre.
Dios no afirma que una parte del hombre sea más significati·
va que el resto. Él siempre se refiere al hombre como un todo. No
16 SALVACIÓN SIN ÚMlJ'R5.

existe una conciencia aislada en alguna de estas partes. La ima-


gen de Dios no está ubicada en algún aspecto del hombre. El
hombre como un todo fue hecho a la imagen de Dios.
«La Escritura jamás describe al hombre como un
ser dual o plural, sino que en todas sus variadas
expresiones surge el hombre como un todo, con
su culpa y su pecado, su necesidad y angustia,
sus anhelos y su nostalgia. Y es así como a prio-
ri se puede decir que es poco probable que la
visión bíblica del hombre vaya a mostrar una
parte superior y una inferior del ser humano; in-
sinuando que la parte superior es más santa que
la inferior y que está más cerca de Dios; mientras
que la inferior, siendo impura y pecadora, está
más lejos de la vida de Dios» (i/Jíd., p. 195).

La caída del hombre


El relato de la creación que aparece en Génesis declara que
cuando Dios vio todo lo que había hecho, dijo que era bueno en
gran manera (ver Gén. 1: 31). La Biblia también afirma que el
hombre ya no es como Dios lo hizo, o como deseaba que fuera.
Al mirar a nuestro alrededor podremos ver que algo está terri-
blemente mal. Nada es más claro que eso.
«Siempre que reflexionamos en la naturaleza del
hombre, no podemos dejar de considerar el mal
que el hombre hace, vive y experimenta cada día
de su vida. No podemos soslayar ese grave pro-
blema minimizando la maldad humana. Tampo-
co es posible evadirlo confirmando el anonimato
del mal, ya que constantemente está ante nosotros
en forma concreta y localizada» (ibíd., p. 13).
De acuerdo con la Biblia, todo comenzó con Satanás, el diablo,
quien trató de usurpar el lugar de Dios.
«¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de lama-
ñana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilita-
bas a las naciones. Tú que decías en tu corazón:

El hombre: ¿Quién es? ¿Qué es? 17

Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de


Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testi-
monio me sentaré, a los lados del norte; sobre las
alturas de las nubes subiré, y seré semejante al
Altísimo» (Isa. 14: 12-14).
Satanás destronó a Dios de su propia vida y se colocó allí a sí
mismo. Esta pretensión de vivir una vida independiente de Dios
fue-una declaración de guerra contra el Creador del cielo y de la
tierra. Esta guerra comenzó en el cielo y luego se trasladó a este
mundo (ver Apoc. 12: 7-9).
Los primeros protagonistas humanos en dicha guerra fueron
Adán y Eva, los padres de toda la humanidad. Dios los hizo per-
fectos en un mundo perfecto, con libertad perfecta para corres-
ponderle con amor. Sin embargo, un día, Satanás, un ángel após-
tata que antes se llamaba Lucifer, violentó el Edén y persuadió a
Adán y Eva para que lo siguieran. Ellos escucharon y aceptaron
su oferta de ayudarlos a llegar a ser dioses por cuenta propia,
afirmando su independencia de Díos (ver Gén. 3: 5). Ellos depu-
sieron a Dios en sus vidas y colocaron en ellas a su propia volun-
tad, en lugar de la voluntad divina. Pero en vez de ser libres, se
convirtieron en cautivos de Satanás que se proclamó príncipe de
este mundo. Así perdieron Adán y Eva su soberanía.
Por decisión propia, Adán y Eva se separaron de la vida de
Dios. Toda su naturaleza se corrompió. Experimentaron un cam-
bio físico, mental y espiritual por haber caído en el pecado.
Por lo tanto, todos los descendientes de Adán nacidos de allí en
adelante han heredado los resultados y las consecuencias del peca-
do del padre de la raza humana: la separación de Dios. Los bebés
mueren, no porque hayan pecado, o porque sean castigados por
Dios; sino porque participan de la alienación de la Fuente de la
vida. Todos los seres humanos han nacido practicando el egoísmo,
no nacen centrados en Dios. Este es el origen de todo pecado: una
vida separada del Creador, donde el yo reina en lugar de Dios.
<<Por tanto, como el pecado entró en el mundo
por un hombre, y por el pecado la muerte, así La
muerte pasó a todos los hombres, por cuanto to-
dos pecaron» (Rom. 5: 12).
18 SALVAaúN SIN LfMrn;:s

Como resultado del pecado de Adán todos los hombres pe~


can y todos los hombres mueren. No hay excepciones. Se pro~
dujo un descenso de la justificación a la injustificación. Eso fue lo
que ocurrió. La justicia original de Adán y la correcta relación que
tenía con Dios se perdieron. Desde entonces la Biblia dice res~
pedo al hombre:
<<Como está escrito: "No hay justo ni aun uno; no
hay quien entienda, no hay quien busque a Dios.
Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no
hay quién haga lo bueno, no hay ni siquiera uno"»
(Rom. 3: lQ-12).
Esta ruptura entre Dios y el hombre no es una ilusión o un
mito que puede ser descartado mediante las ideas o la vida co~
rrecta. El pecado es un concepto religioso. Describe algo que
ocurrió y que existe entre Dios y la humanidad. El fracaso y la
pecarninosidad de la raza humana son el resultado de la relación
errónea del hombre con Dios.
«El pecado [... ] no es solamente un concepto éti-
co, sino [... ] religioso. No denota simplemente
injusticia del hombre contra el hombre/ sino que
expresa la relación del individuo y su interac-
ción con Dios. No considera los actos malos co-
mo una sencilla violación o transgresión de la ley
moral, sino como una violación de sus deberes
hacia Dios, o una ofensa contra él. "Contra ti, con-
tra ti solo he pecado" (Sal. 51: 4)» Oames Orr,
Gcxi's lmage in Man. Nueva York: Annstrong, 1907,
pp. 212, 213).
La caída involucró a todos los seres humanos. Los efectos de
aquella catástrofe histórica hicieron que este planeta fuera habi-
tado por una raza de pecadores por cuanto «los designios de la
carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de
Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pue-
den agradar a Dios)> (Rom. 8: 7, 8).
El hombre se ha alejado completamente de Dios y de la justi-
cia. En su relación con Dios, el hombre está entre los que a él se
El hombre: ¿Quién es? ¿Qué es? 19

oponen. En cambio, por lo que a él se refiere se halla fragmenta-


do. El pecado ha pervertido y desorganizado su naturaleza. Su
enfermedad espiritual parece incurable. El pecado y la muerte
mantienen su dominio sobre la humanidad. La obsesión del pe-
cado que padece la humanidad no puede ser borrada del mun-
do por el hombre mismo. Nadie ha vivido jamás en plena armo-
nía con el propósito original de Dios.
El pecado no solamente provoca enfermedad y esclavitud,
sino" también la condenación divina y el juicio. El pecado causa
infelicidad así como la pena de muerte por quebrantar la ley de
Dios. El hombre no solo está enfermo, está perdido. Carece no
solo de compatibilidad social y emocional, sino también de jus-
ticia y armonía con Dios. Cualquier opinión que no esté de acuer-
do con la verdad bíblica acerca del hombre será fundamental-
mente defectuosa respecto a la naturaleza humana y su proble-
ma básico. La Biblia dice que el hombre natural está muerto en
el pecado y que merece el juicio divino. La condenación es tan
aplastante como inequívoca, y es nna consecuencia natural de la
propia elección del hombre.
<<Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muer-
tos en vuestros delitos y pecados, en los cuales
anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corrien-
te de este mundo, conforme al príncipe de lapo-
testad del aire, el espíritu que ahora opera en los
hijos de desobediencia, entre los cuales también
todos nosotros vivimos en otro tiempo en los de-
seos de nuestra carne, haciendo la voluntad de
la carne y de los pensamientos, y éramos por na-
turaleza hijos de ira, lo mismo que los demás»
(Efe. 2: 1-3).
«La verdadera esencia del acto pecaminoso [... ]
es[ ... ] la voluntad propia que hace a un lado la
autoridad de Dios y se arroga el derecho a elegir
su propio fin que es diferente al de Dios [... ]. En
esencia el pecado consiste en colocar la voluntad
en un sitial equivocado: mi propia voluntad y
no la de Dios es la ley suprema de mi vida. La
20 SALVACióN SIN I1MrrEs

exaltación del yo en oposición a Dios, la entroni-


zación de la voluntad propia en contraposición a
la voluntad de Dios, el egoísmo en última instan-
cia>> (Orr, op. cit., pp. 216, 217).
Por lo tanto, el hombre es incapaz de realizar una verdadera
evaluación de su estado. A causa del pecado, le será muy difícil
conocerse a sí mismo, así como saber quién es.
«Las Escrituras [ ... ] hablan de la oscuridad, la
apostasía, la rebelión del hombre, de su oposi-
ción a todo lo que Dios se proponía al crearlo a su
imagen. Por lo tanto, el hombre, en su rebelión,
precisamente al insistir en su autonomía, está
profundamente írunerso en un conflicto consigo
mismo, con su esencia, con su verdadera huma-
nidad [... ]. Porque el hombre, como pecador, está
distanciado, no solamente de Dios, sino también
de sí mismo>> (Berkouwer, op. dt., p. 65).

La pecaminosidad del hombre


El hombre debiera considerar más seriamente la verdad de
Dios concerniente a su origen y destino divinos. El Dios del cielo
jamás renuncia a su condición de Padre. El hombre, en su de~­
graciada condición, nunca es abandonado por el Dios del cíeld.
Pero al mismo tiempo el Señor es muy realista respecto al pro-
blema del pecado. Las Escrituras hablan categóricamente respec-
to a la depravación del hombre y su caída.
«Engañoso es el corazón más que todas las cosas,
y perverso; ¿quién lo conocerá?>> (Jer. 17: 9).
«Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay
en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podri-
da llaga» (Isa. 1: 6). «Yo soy camal, vendido al
pecado)) (Rom. 7: 14). (<Y yo sé que en mí, esto es,
en mi carne, no mora el bien; porque el querer el
bien está en mí, pero no el hacerlo» (Rom. 7: 18).
Depravación total es la expresión que se usa para describir al peca-
dor en su condición perdida. Esto no significa que el pecado se
El hombre: ¿Quién es? ¿Qué es? 21

manifieste en cada hombre de la misma forma o en el mismo


grado. No necesariamente significa impiedad total o pecamino-
sidad. La palabra total sencillamente se refiere al hombre com-
pleto, como un ser infectado por el pecado. Ninguna parte del
ser humano está exenta. La separación de Dios ha afectado ad-
versamente al hombre en todo su ser: su voluntad, sus senti-
mientos, su raciocinio.
<<No hay límite o fronteras en la naturaleza hu-
mana, más allá de los cuales podamos encontrar
una última reserva humana que no se haya visto
afectada por el pecado; es el ser humano mismo
que está totalmente corrompido [... ]. Pero una
advertencia contra cualquier intento de encon-
trar en el hombre caído algún "resto" que pueda
escapar a la condenación divina jamás debiera mi-
nimizar la realidad de la condición del hombre
en su estado pecador; algo que a los ojos de Dios
no hace del pecado algo relativo, sino que lo enfa-
tiza)) (Berkower, op. cit., p. 135).
Los antropólogos y los sociólogos con frecuencia afirman que
creer en la depravación total del hombre es algo contrario a una
sana psicología, que una afirmación exagerada de la pecaminosi-
dad humana no hace justicia a todo lo bueno que existe en su
misma naturaleza. Afirman que el hombre es básicamente bue-
no, como lo demuestra el gran progreso que ha hecho en el curso
de la historia, en el noble ejemplo de los grandes hombres y mu-
jeres actores de la misma. Los religiosos también señalan las vir-
tudes de hombres que no profesan ser cristianos como una mues-
tra de que cualquier creencia en la depravación del hombre va
en contra de los hechos.
«El pecado tiene muchas dimensiones, hay mu-
chos grados en el pecado, muchos tipos de peca-
dos específicos. Sin embargo, hay también un es-
tado de pecaminosidad universal[ ... ]. La peca-
minosidad de la condición humana indica que
todos los seres humanos están, de alguna manera,
vinculados al pecado [... ). Por lo tanto, el pecado
22 SAJ..VAOÓN SlN t1MrrEs

domina a los seres humanos. No es una mera de-


cisión ocasional; es un poder que crea la abnósfe-
ra en la cual vive toda la humanidad. Domina
sus mentes (Rom. 1: 21), sus voluntades (Rom.
7: 15-20) y sus cuerpos (Rom. 7: 24). Cada uno de
nosotros está inextricablemente involucrado y
desesperadamente controlado por algo que Pa-
blo definió mediante la palabra "pecado"»
(Lewis B. Srnedes, All Things Made Nw. Grand
Rapids: Eerdmans 1970, p. 102).
Si en algún momento la evidencia fue conclusiva, ese momen-
to es hoy. La vida de los seres humanos se opone en todas partes
a la justicia y a la ley de Dios. El hombre, en su pecaminosidad,
no puede comprender la verdad de Dios. Cada generación come-
te los mismos trágicos errores. Parece que la humanidad nunca
aprende. Las tendencias al mal abundan. El pecado ha produci-
do una demencia radical asentada en pasiones malignas, ambi-
ciones egoístas, deseos salvajes y emociones irrazonables que son
una maldición para todos los habitantes del planeta.
La confusión moral y espiritual del hombre que se observa en
toda la historia de la humanidad, se ha perpetuado a través de to-
das las generaciones a partir de la caída de Adán. La naturaleza
pecaminosa del hombre únicamente puede ser cambiad~por el
poder de Dios. La fe cristiana es el programa de Dios para la res-
tauración y transformación de la humanidad.
Por desgracia, el hombre natural, el hombre irregenerado, cuya
mente está oscurecida y cegada por el pecado y la voluntad pro-
pia, es incapaz de comprender y reconocer la verdad acerca de sí
mismo tal como Dios la ve. La gravedad de su pecaminosidad es-
tá continuamente atenuada debido a que el hombre elige su pro-
pia motivación en lugar de la divina. Los seres humanos pueden
descubrir la injusticia que representa la inhumanidad de los demás
seres humanos. Pueden interpretar la religión, y la felicidad per-
sonal, sobre la base de satisfacer sus necesidades sociales, físicas y
emocionales, sin enfrentar el problema básico. La vida con Dios
no puede ser una realidad cimentada únicamente en las virtudes
Y bondades humanas. La transformación del hombre para que se
El hombre: ¿Quién es? ¿Qué es? 23

centre en Dios no ocurrirá automática o fácilmente, gracias a un


curso de educación secular, a la cultura humana, o a un proceso
natural de desarrollo social.
Es posible desplegar un orden moral y social apropiado y aún
seguir ignorando a Dios. El hombre ha caído en una profunda
sima. Las cualidades naturales y el poder con el que Dios lo dotó
en la creación, no bastan para salvarlo. No lo llevarán de regreso
a Dios. El hombre, en su condición caída, tiende a dedicar los do-
~

nes recibidos con el fin de adorarse a sí mismo. La humanidad


--al menos la mayor parte de ella- tiende a creer en la capacidad
de la mente humana para alcanzar la verdad sin recibir ninguna
revelación especial de Dios. Continúa cometiendo el mismo error
que Adán y Eva al principio. Aceptan la oferta de Satanás de que
serán como Dios sin tener a Dios; de que serán autónomos y auto-
suficientes. Por consiguiente, la Biblia condena la creencia en las
bondades naturales y la justicia de los hombres apartados de
Dios.
<<Si bien todos nosotros somos como suciedad, y
todas nuestras justicias como trapo de inmundi-
cia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nues-
tras maldades nos llevaron como viento» (lsa. 64: 6).
Demos a nuestros filósofos, moralistas, y científicos el crédito
que merecen, pero no permitamos que sean proclamados salva-
dores de la raza humana. La creencia en el origen evolutivo del
hombre y en sus bondades y su progreso natural conspiran con-
tra la verdad respecto a la condición humana caída y a la nece-
sidad de la revelación y de la salvación divinas. Si bien podemos
apreciar el progreso que se observa en el mundo actual bajo el
liderazgo de hombres brillantes, reconozcamos que estas cosas no
obvian la necesidad humana de la salvación ofrecida por el Dios
viviente. El hombre no tiene nada, absolutamente nada, en sí mis-
mo que pueda utilizar para resolver el problema del pecado y de
la muerte. Lamentamos que en gran medida el hombre moderno
abandone la luz del evangelio por la luz artificial del razonamien-
to humano y las creaciones de la propia mente humana.
Es costumbre magnificar la grandeza del hombre por encima de
la revelación de Dios y señalar con abierta satisfacción su bondad
24 SAI.VACJÚN SIN ÚMITI!S

natural y la esperanza de que, finalmente el mundo llegará al mi·


lenio. Pero la creencia de que el hombre puede, por sí mismo,
salvar a sus congéneres es pura insensatez. La humanidad nunca
experimentará el cambio necesario de corazón y vida mediante
ningún método de origen humano. El hombre moderno necesita
algo más que libertad a través de la ley y la disciplina, no impor-
ta todo el bien que pueda hacer para alcanzar el orden civil y so-
cial. El hombre necesita la libertad ofrecida mediante Jesucristo.
«Dijo entonces Jesús a los judíos que habían cre-
ído en él: "Si vosotros permanecéis en mi pala-
bra, seréis verdaderamente mis discípulos; y co-
noceréis la verdad, y la verdad os hará libres. [... ]
Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdadera-
mente libres")) ijuan 8: 31-36).
No es fácil que alguien piense seriamente en sus propias ne-
cesidades espirituales. Al hombre moderno no le preocupan mu-
cho sus pecados o su distanciamiento de Dios. Por desgracia, el
placer del pecado es una patente posibilidad. La mayor parte de
los pecados ofrece a los seres humanos tanto deleite como placer.
La gente obtiene el éxito en los caminos de injusticia de este mun-
do. No todo pecado carece de atractivo. La pagas del pecado no
siempre se ve a la luz del fracaso y la ruina.
La gente suele pensar que el pecado es terrible cuando resul-
ta en enfermedad, pobreza, prisión, sufrimiento prolongado, y
muerte; y que mientras uno pueda escapar de todo eso la vidiJ~eca­
minosa puede ser deseable. Pero el pecado nunca es más peligro-
so que cuando triunfa. Nunca es más costoso que cuando produ-
ce ganancias. Nunca es más desastroso que cuando parece atrac-
tivo. Nunca es más engañoso que cuando la gente se encuentra
más satisfecha con él.
«El tentador obra a menudo con el mayor éxito
por intermedio de los menos sospechosos de es-
tar bajo su influencia. Se admira y honra a las per-
sonas de talento y de educación, como si estas
cualidades pudiesen suplir la falta del temor de
Dios o hacemos dignos de su favor. Considerados
en sí mismos, el talento y la cultura son dones de
El hombre: ¿Quién es? ¿Qué es? 25

Dios; pero cuando se emplean para sustituir la


piedad, cuando en lugar de atraer al alma a Dios
la alejan de él, entonces se convierten en una mal-
dición y un lazo. Es opinión común que todo lo
que aparece amable y refinado debe ser, en cierto
sentido, cristiano. No hubo nunca error más gran-
de. Cierto es que la amabilidad y el refinamiento
deberían adornar el carácter de todo cristiano,
pues ambos ejercerían poderosa influencia a fa-
vor de la verdadera religión; pero deben ser con-
sagrados a Dios, o de lo contrario son también
una fuerza para el mal. Muchas personas cultas
y de modales afables que no cederían a lo que sue-
le llamarse actos inmorales, son brillantes instru-
mentos de Satanás. Lo insidioso de su influencia
y ejemplo los convierte en enemigos de la causa
de Dios más peligrosos que los ignorantes» (El con-
flicto de los siglos, p. 563).
La mayoría de las acciones de los hombres y mujeres educa-
dos están exentas de la grosería y la vulgaridad que uno encuentra
en las calles donde se refugian los borrachos y drogadictos. Los ex-
cesos y brutalidades de los hombres incomodan a la gente que
piensa rectamente. Pero los hombres parecen estar poco preocu-
pados por la atractiva pecam:inosidad de nuestro tiempo. La vida
licenciosa es magnificada en la moderna ficción y proyectada en
la pantalla, el escenario y la televisión; los placeres sensuales apa-
recen engalanados con ropa fina y oro; los sutiles errores teológi-
cos son presentados con atractivo, suavidad, sofisticación y gen-
tileza. Es en ese medio donde las almas son puestas en especial
peligro.
En la actualidad el hombre afronta una crisis de independen-
cia que afecta su autonomía, la confianza en su propia fuerza,
en su capacidad y en su habilidad. Cuanto más inteligente y más
grandioso parece ser, mayor importancia se adjudica y más se
deifica a sí mismo. El hombre, con toda su sabiduría, ha explota-
do a sus prójimos y al mnndo en el cual vive. El mundo ya no es un
lugar seguro para vivir. Apartado de Dios, el hombre empeora
26 5ALVA00N SIN ÚMlTES

cada día. La separación del corazón humano de Dios es lo más


trágico que puede haberle ocurrido a la humanidad.

¿Está verdaderamente perdido el hombre?


La Biblia empieza con Dios y termina con Dios.
«En el principio creó Dios los cielos y la tierra»
(Gén. 1: 1).
<<El que da testimonio de estas cosas, dice: Cier-
tamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor
Jesús)) (Apoc. 22: 20).
Entre el principio de nuestro mundo y su final está la historia
del hombre. Recordemos, por tanto, que hay determinados he-
chos que enfrentan quienes viven en la tierra. Primero, Dios creó
al hombre a su imagen. Segundo, el hombre cayó de su estado
original de justicia involucrando en consecuencia a toda la raza
humana en el pecado. Tercero, en vista de que el hombre es un
ser histórico, Dios debe intervenir en la historia humana y llegar
a ser parte del mismo proceso, si el hombre ha de ser salvado.
La llegada de Dios a nuestro mundo en misión de rescate tuvo
lugar en la persona del Hijo de Dios, Jesucristo. Estas son reali-
dades históricas supremas, no ilusiones. Como son hechos que
pertenecen a la historia de la humanidad, el hombre debe pres-
tarles atención.
«Por tanto, es necesario que con más diligencia
atendamos a las cosas que hemos oído, no sea q).e
nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por
medio de los ángeles fue firme, y toda transgre-
sión y desobediencia recibió justa retribución, ¿có-
mo escaparemos nosotros, si descuidamos una sal-
vación tan grande?)) (Heb. 2: 1-3).
El rescate de nuestro mundo no se puede realizar buscando
excusas para los hechos. Pero, ¿cómo interpretaremos el significa-
do de esta tragedia humana, en términos del destino eterno del
hombre? ¿Es realmente cierto que cientos de millones de personas
están perdidas, que la mayoría de la gente que vive en este pla-
neta está destinada a la extinción eterna? ¿O es Dios tan amante
El hombre: ¿Quién es? ¿Qué es? 27

y misericordioso que perdonará y salvará a todos sus hijos per-


didos cueste lo que cueste?
Cuando la Biblia afirma que «no hay justo ni aun uno [... ] no
hay quien busque a Dios)) (Rom. 3: 10, 11), ¿quiere esto decir que
todas las personas «buenas)) que viven en el mundo y que no creen
en el Señor Jesucristo van a sufrir las agonías del fuego del in-
fiemo y las tinieblas de afuera, donde será el llanto y el crujir de
dieqtes? ¿Hay algún peligro en considerar a Dios como permisi-
vo yoconsentidor, y que nos neguemos a aceptar la posibilidad
de que el hombre se pierda eternamente?
¿Cuán seriamente se expresa Jesucristo respecto a este asunto?
<<Porque el Hijo del hombre ha venido para sal-
var lo que se había perdido. ¿Qué os parece? Si
un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una
de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por
los montes a buscar la que se había descarriado?
[... ] Así no es la voluntad de vuestro Padre que
está en los cielos, que se pierda uno de estos pe-
queños)) (Mat. 18: 11-14).
Jesús advirtió que los hombres podían perecer eternamente.
Los hombres podrían también edificar su vida sobre la roca o so-
bre la arena. Las consecuencias de construir sobre la arena sería
la destrucción final; pero la consecuencia de edificar sobre la
roca, la vida eterna. Más adelante dijo que los hombres debían
elegir uno de dos amos; tomar uno de dos caminos, el camino
ancho o el camino angosto. La elección que los hombres hagan
será decisiva para la vida venidera. Cristo habló del día final
cuando separará las ovejas de los cabritos:
«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria,
y todos los santos ángeles con él [... ], serán reu-
nidas delante de él todas las naciones; y aparta-
rá los unos de los otros, como aparta el pastor las
ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su
derecha, y los cabritos a su izquierda[ ... ]. Enton-
ces dirá también a los de la izquierda: apartaos
de mí, malditos, al fuego eterno preparado para
el diablo y sus ángeles» (Mat. 25: 31-41).
28 SALVACIÓN SIN LfMrrr:s

¿Por qué no suavizar el golpe? ¿Por qué desanimar a la gente


hablándole acerca de sus pecados y de perder la vida eterna? ¿Por
qué no limitar la clasificación de <<cabritos)) para los incorregibles?
¿Por qué no incluir entre las «ovejas)} a los no comprometidos, a
los disciplinados, a quienes se portan bien como buenos ciuda-
danos, observadores de la ley? ¿Por qué hacer de la salvación algo
tan difícil? Los hombres necesitan un método sencillo de salvación.
Si los hombres están viviendo vidas aceptables dentro de una sana
moral, ¿por qué no decir que es suficiente para dejarlos entrar por
las puertas de perla?
Si los hombres se unen a una iglesia ¿por qué no reconocer que
todos se dirigen al reino de Dios? ¿Por qué no hacer que una sen-
cilla confesión de fe en Dios sea suficiente para salvar a los hom-
bres? ¿Por qué no creer que para ser salvos, Dios únicamente re-
quiere que los seres humanos vivan de la mejor forma que saben,
sin importar la raza, el color, el credo, el país, o la religión? ¿Por qué
imponer la autoridad de la Biblia sobre quienes viven vidas res-
petables? ¿Por qué revestir el púlpito y la predicación con la norma
de una Biblia infalible, e insistir que todos los hombres obedez-
can todos los mandamientos de Dios? ¿No es mejor creer que el
Dios que guía las estrellas llevará al final la nave de nuestra tie-
rra al puerto seguro en el cielo que el Señor diseñó para ella en
la creación? ¿No es Dios demasiado bueno para dejar que sus hi-
jos errantes finalmente perezcan?
Sin embargo, la salvación no puede ser comprada al precio
del error y la falsedad. Los pecadores son responsables de todo
lo que Dios ha revelado. La verdad bíblica no puede pqnerle gri-
llos a la libertad y a la salvación. Para que el hombre séa redimi-
do y transformado se necesita de una agencia divina, pero con el
don sagrado y solemne de la libertad de elección.
Únicamente la revelación de Dios en Jesucristo y en su Palabra
puede mostrar al hombre el camino, la verdad y la vida. El hombre
debe ver la verdad de Dios antes de hacerla suya. Su respuesta a la
salvación como Dios la ofrece no puede ser una recepción ciega.
La redención es la reconciliación del hombre con Dios y la restau-
ración de la imagen con la que fue creado. Su salvación no se pue-
de realizar a menos que discierna en la misma historia de la huma-
nidad el supremo esfuerzo de Dios para rescatar a la humanidad.
El hombre: ¿Quién es? ¿Qué es? 29

Los seres humanos difieren en cuanto a las naturalezas huma-


na, del pecado y de Jesucristo. La lucha de la iglesia cristiana mues-
tra los escarceos entre la verdad y el error. La elección está, por
tanto, entre la Palabra de Dios y la palabra del hombre. Los hom-
bres pueden afirmar que las grandes verdades de la Biblia les im-
portan muy poco o nada. También pueden afirmar que conocer
la teoría de la medicina, les preocupa muy poco, o nada. Pero es-
to e~ peligroso. La mente saludable debe insistir en que el médi-
co, e! dentista, el constructor de la casa, el hombre que repara su
calzado; debe conocer su profesión para poder ejercerla. Así que
si el hombre no cree en la Palabra revelada de Dios, entonces no
necesitará vivir por ella. Ha realizado su elección y no puede elu-
dir las consecuencias.
La condición perdida del hombre se manifiesta claramente
en la grandeza de la salvación provista por Dios en Jesucristo. El
precio que Dios pagó para salvar a la humanidad habla de modo
inconfundible, mostrando quién es el hombre y cuán importan-
te es rescatarlo del pecado y de la perdición eterna. Se mide el
valor de la víctima de un secuestro por el precio pagado por su
rescate. ¡Cuán valioso debe ser el hombre que tuvo que ser res-
catado a tan elevado precio!
Jesucristo es el centro de la historia humana, la Roca, el fun-
damento inconmovible sobre el cual el hombre puede afirmarse.
Todas las corrientes de la historia convergen en un Hombre. La
tragedia universal del pecado y la divina redención en Cristo
van juntas la una con la otra. El hombre en sí mismo no tiene
posibilidad alguna de reconciliarse con Dios. No puede ser se-
ducido por astutos argumentos de mejoramiento social para amis-
tarse con el Dios del cielo. El hombre está ciego en cuanto a su con-
dición perdida, a menos que sea iluminado por Dios y por su Pa-
labra.
Cuanto más enfrentarp.os en este mundo las verdades respec-
to a la humanidad, más necesaria se demuestra la salvación del
hombre por medio de Jesucristo. Una consideración real del pe-
cado y de la muerte demanda una correcta visión del remedio
divino. Si se le permite a un hombre decir lo que piensa respecto
a la naturaleza humana dirá asimismo lo que piensa de Jesucristo
y de su obra. Ambas verdades permanecen o yacen juntas. En el
30 SALVACIÓN SIN LÍMITFS

momento que un hombre sea capaz de redimirse a sí mismo, no


tendrá necesidad de un Redentor divino.
Independientemente de la persona y la obra de Jesucristo, el
hombre se someterá al juicio eterno de Dios.
<<Pero ahora, en la consumación de los tiempos, se
presentó una vez para siempre por el sacrificio
de sí mismo para quitar de en medio el pecado.
Y de la manera que está establecido para los hom-
bres que mueran una sola vez, y después de esto
el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola
vez para llevar los pecados de muchos; y apare-
cerá por segunda vez, sin relación con el pecado,
para salvar a los que lo esperan» (Heb. 9: 26-28).
Únicamente Dios puede resolver el problema del pecado y de
la muerte. Los hombres necesitan creer en el único Dios verda-
dero cuya Palabra y hechos revelan que es verdaderamente ca-
paz de salvar al mundo. Los hombres no necesitan teorías acerca
de la salvación y de autosuperación que son productos del pen-
samiento humano. Lo que necesitan son los poderosos hechos de
Dios, una salvación obrada por Dios mismo y no por el hombre.

)
La justicia
salvadora revelada
«¿Qué, pues? ¿Somos mejores que ellos? ¡De ninguna manera!,
pues hemos demostrado que todos, tanto judíos como gentiles,
están bajo pecado. Como está escrito: "No hay justo,
ni aun uno"». «Porque la paga del pecado es muerte»
(ROM. 3: 9, lO; 6: 23).

EEMOS EN LAS ESCRITURAS que la alienación del hom-

L bre respecto a Dios está marcada por dos consecuencias


fatales: carece totalmente de justicia, y está bajo senten-
cia de muerte. Por lo tanto, para que el hombre sea salvo,
Dios tiene que anular la sentencia de muerte proporcionándole
una justicia perfecta y el poder divino que coloca a los hombres
en una relación correcta con el Señor. Dios llevó a cabo lo primero
a través de la muerte de Cristo, y lo segundo por la vida justa de
Cristo en la tierra. Este es el evangelio: {{Poder de Dios para sal-
vación>> (Rom. 1: 16).
«El evangelio es el evangelio de Dios; el Señor es
el arquitecto de este evangelio. Dios es el inicia-
dor de este evangelio. Ciertamente todo lo rela-
cionado con el evangelio siempre debiera estar,
32 SALVAOON SIN ÚMITES

en primer lugar en las condiciones de Dios, por


la sencilla razón de que el pecado es, después de
todo, rebelión contra Dios. El pecado no solo es al-
go que significa que tú y yo hemos fallado, y que
hemos rebajado nuestras normas. Pecado no es
algo que, simplemente, nos hace miserables e in-
felices. La esencia del pecado es rebelión contra
Dios que nos lleva a alejamos de él y si no con-
cebimos al pecado siempre en referencia con él y
nuestra relación con él, es porque tenemos una
concepción inadecuada del pecado[ ... ]. Este es
el punto inicial del evangelio.[ ... ] Y nuestra nece-
sidad fundamental, por lo tanto, es estar recon-
ciliados con Dios [... ].Como nuestro pecado es
separación de él, la salvación es reconciliación con
él)) (Martyn Lloyd-Jones, Romans. Grand Rapids:
Zondervan, 1970, p. 33).

La necesidad de justicia del pecador


La humanidad parece casi indiferente al gravísimo peligro
provocado por el pecado. Los seres humanos son demasiado a me-
nudo inconscientes del poder del pecado en sus vidas y del re-
gistro de pecado que pesa contra ellos en los tribunales del cielo
por el que deben responder en el juicio. El pecado es un mal irre-
mediable. Una vez que se comete, no puede deshacerse.
Sin embargo, la Biblia está llena de expresiones del amor de
Dios quien «no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros)) (Rom. 8: 32). Es Dios quien «de tal manera amó[ ... ]
al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que )odo aquel que
en él cree, no se pierda, sino tenga vida eterna)) (Íuan 3: 16). Es
Dios, nuestro Padre celestial, quien nunca deshonrará su carácter
de justicia y verdad, ofreciendo salvar al hombre en sus pecados
permitiendo así que el pecado continue reinando. El evangelio eter-
no de Jesucristo suple las necesidades del pecador.
<<Porque no me avergüenzo del evangelio, porque
es poder de Dios para salvación a todo aquel
que cree; al judío primeramente, y también al
La justicia salvadora revelada 33

griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios


se revela por fe y para fe, como está escrito: "Mas
el justo por la fe vivirá">> (Rom. 1: 16, 17).
En este versículo Pablo afirma que el evangelio salva a los pe-
cadores porque en él se reveló la «justicia de Dios» que ahora es-
tá disponible para los hombres injustos. La respuesta de Dios al
problema del pecado está ligada a la palabra «justicia>>, una vir-
tud q~e el hombre no tiene.
La frecuencia con que se usa palabra <<justicia>> en la Biblia
cuando se habla del plan de Dios para redimir al hombre surge en
contraste con la raza humana en la que nadie es justo. ¿Cómo pue-
de el hombre ponerse en armonía con Dios? ¿Cómo puede el hom-
bre reconciliarse con Dios? ¿Cómo puede el hombre ser restau-
rado a la imagen y semejanza de Dios?
En los mismos versículos donde Pablo habla de la revelación
de la justicia salvadora de Dios, también habla de la revelación de
la ira de Dios.
<<Porque la ira de Dios se revela desde el cielo
contra toda impiedad e injusticia de los hombres
que detienen con injusticia la verdadn (Rom. 1: 18).
No tenemos a un Dios que se dispone a impartir justicia y de-
manda un castigo, sino a un Dios amante que habrá de manifes-
tar misericordia y justicia si el pecador va a ser redimido. ¡Qué
gran necesidad de justicia salvadora existe en el mundo, la mis-
ma que tiene el hombre de ser restaurado al estado original de
donde cayó! Al mismo tiempo, Dios no transige con el pecado.
<<Por supuesto, al referirnos a "la ira de Dios" no
nos referimos a algo caprichoso o a una emoción
incontrolada, o enojo aroitrario, y pérdida del do-
minio propio. Lo que queremos decir es el repu-
dio total del pecado y el mal. Esto es lo que se
revela en todas las Escrituras. ¿Cuál es el signifi-
cado de los Diez Mandamientos si no es esto? Son
una revelación del carácter santo de Dios. Dios
dice a su pueblo, "Sed santos; porque yo soy
santo". [ ... ] Dios no puede sino odiar el pecado.
34 SALVAOóN SIN LfMrrEs

Dios no seria Dios si no odiara el pecado. [... ]


"Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en él"»
(Lloyd-Jones, op. cit., pp. 8, 9).
La respuesta de Dios al problema del pecado es la revelación
de su justicia. ¿En qué consiste esa «justicia de Dios» que salva a
los hombres?

El significado bíblico de la justicia


La Biblia emplea la palabra justicia de distintas formas. Pri-
mero, se habla de la justicia como un atributo de Dios, una cua-
lidad concreta del mismo carácter divino. Dios es justicia en el
mismo sentido que es verdad, luz y amor. La justicia perfecta per-
tenece a Dios como una parte intrínseca de su propio ser. Hablan-
do de Dios, Isaías dice: «Y será la justicia cinto de sus caderas, y
la fidelidad ceñirá su cintura>> (Isa. 11: 5).
Pero la justicia, como atributo divino, no salva. Por el contra-
rio, si Dios fuera a manifestarse abiertamente a los pecadores en
su ilimitada justicia y perfección, eso resultaría en la destrucción
de la humanidad. Ningún pecador puede soportar por un mo-
mento la justicia de Dios.
Segundo, la palabra «justicia» se emplea también para describir
la rectitud, la moralidad de quienes procuran vivir justamente en el
mundo actual. Cuando Daniel se dirigió a Nabucodonosor quien
enfrentaba el juicio de Dios, le dijo: «Por tanto, oh rey, acepta mi con-
sejo: tus pecados redime con justicia» (Dan. 4: 27).
La palabra (<justicia» se concibe aquí en términos de hacer lo
correcto. Puede referirse al hombre moral, ya sea cristiano o no,
para describir una forma de vida en obediencia a los principios
morales y a la integridad personal. Una perta justicia moral le
corresponde al hombre en la medida en que obedezca la ley de
Dios y las leyes morales que gobiernan la sociedad. Esta justicia
relativa es de gran importancia en términos de la responsabili-
dad del hombre respecto a los seres humanos, sus prójimos. La
rectitud y la moralidad humana desempeñan una parte signifi-
cativa en el mantenimiento del orden social y civil.
Pero, una vez más, nada de esto salva; pues el ser humano no
puede obedecer la ley de Dios perfectamente por su propia vol un-
.. La justicia salvadora revelada 35

tad. La justicia que salva a los hombres no se alcanza mediante nin-


gún esfuerzo humano. El hombre no es salvado por sus obras de
justicia, aunque una vida de rectitud será la consecuencia de una
correcta relación con Dios. El Señor no considera que la morali-
dad de quienes obedecen la ley no sea algo bueno para el mun-
do actual. Seguramente es deseable. Pero no salvará a nadie.
Tercero, la justicia que salva es <<la justicia de Dios» revelada
úni<;_amente a través de Jesucristo.
<<Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado
la justicia de Dios, testificada por la ley y por los
profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque
no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y es-
tán destituidos de la gloria de Dios, siendo justifi-
cados gratuitamente por su gracia, mediante la re-
dención que es en Cristo Jesús» (Rom. 3: 21- 24).
El principio de la vuelta del hombre a Dios converge en la vi-
da y la muerte del Hijo de Dios. Él es el «Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo» Uuan 1: 29); «Porque si siendo ene-
migos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo,
mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida••
(Rom. 5: 10). Únicamente Dios en Cristo, reconcilió consigo al
mundo (ver 2 Cor. 5: 19). Él no necesita la ayuda del hombre en
esta suprema revelación de justicia salvadora.
Por lo tanto, la justicia que salva no es un atributo divino, o un
requerimiento ético demandado por Dios. Es un acto divino que
se manifiesta en sucesos históricos, en el plan y el poder de Dios
para salvar al hombre. Es un hecho objetivo que cambia la deses-
perada situación de la humanidad, ya sea que los seres humanos
crean y que acepten o no la salvación.
La salvación por la justicia de Cristo significa que el hombre
reconoce y cree que Dios ha revelado y efectuado en Cristo fun-
damentalmente una justicia_ que es eternamente suficiente para
todos los seres humanos. Esta justicia perfecta consiste en la obe-
diencia de Cristo a los mandamientos y a la voluntad de Dios que
se mantuvo incluso hasta la muerte en la cruz. Esta es una justicia
que satisface todos los requerimientos de la propia justicia divina,
36 SALVACK'lN SIN tJMrres

revelada en la esfera del pecado y la muerte del ser humano. Es-


to hace que el evangelio sea el poder de Dios para salvación de
todo aquel que cree.
«La fe cristiana no es una filosofía, no es mera-
mente una enseñanza. Está basada en una serie
de acontecimientos históricos. Las enseñanzas se
derivan y se apoyan en hechos históricos. Esto
nunca podrá enfatizarse demasiado, porque es el
punto en el que nuestra fe difiere de cualquiera
otra religión. Todas las religiones son enseñanzas;
esta [la fe cristiana] es un acontedmiento y un
hecho histórico que tuvo lugar antes de una ense-
ñanza; es una proyección de acontecimientos, de
acciones y de hechos [ ... ]. Dios los ha revelado, y
lo ha hecho así en los momentos históricos conec-
tados con la vida, la obra y el ministerio, l<,t muer-
te, la resurrección y la ascensión de su llijo, y con
el derramamiento del Espíritu Santo en el día de
Pentecostés>> (Lloyd Jones, op. cit., pp. 40, 41).
Es importante que comprendamos las declaraciones de Pablo
respecto a esta gran verdad. Primero, el apóstol destaca el hecho
de que la justicia que salva es «la justicia de Dios», para dis-
tinguirla de la justicia humana. Esta es la «justicia de Dios» reve-
lada y no la justicia desarrollada por el hombre, aunque es la jus-
ticia de Cristo realizada en el hombre. La salvación es iniciativa
de Dios. Para alcanzar la salvación la humanidad ¡necesita una
revelación de Dios, no un nuevo conjunto de nol1:Jias.
La forma particular que asume la revelación de la justicia sal-
vadora ha sido únicamente determinada por Dios. No llega a tra-
vés de los enrevesados y complicados argumentos de los grandes
personajes de este mundo. La inteligencia humana no puede pro-
ducirla. La justicia salvadora se debe completamente a la acción
divina. Solamente Dios, en un acto singular de redención, le ha
concedido al hombre en su estado perdido una revelación de su
justicia y su poder salvador.
La revelación de Dios en la naturaleza no ofrece solución al
problema del pecado. La naturaleza expresa la necesidad que el
La justicia salvadora revelada 37

hombre tiene de Dios, pero no la satisface. El argumento de la


nahrraleza respecto a la existencia de Dios únicamente tiene algún
significado para quien ya posee una orientación y experiencia cris-
tianas. El hecho de creer en Dios porque puede ver sus designios
en la naturaleza y el ordenamiento del universo no hace cristiana
una persona. Teorizar acerca del designio y el propósito de Dios
en la creación lo único que hace es distraemos del asunto más im-
portante de la vida: buscar «primeramente el reino de Dios, y su
justicia» (Mat. 6: 33). Sin la intervención de Dios en Cristo, las
sombras del pecado y de la muerte que habían caído sobre toda
la humanidad solamente pueden resultar en el descenso conti-
nuo de la raza a las sombras eternas de las cuales no hay esca-
patoria.
Tampoco puede concebirse la salvación como una solución al
problema social de la raza, que se logra gracias a la sabiduría del
hombre. La <<justicia de Dios~~ no es un paliativo de nuestra cul-
pabilidad, o un estimulante en nuestras horas de desaliento. El
hombre jamás encontrará la salvación por su propio poder moral.
No existe ninguna justicia entre los seres humanos que sea acep-
table para Dios. Únicamente la justicia de Dios tiene poder de
salvación, porque solo Dios puede proporcionarla y otorgarla.
Sin ella el hombre debe permanecer en la esclavitud del pecado
y bajo sentencia de muerte.
<<La salvación no consiste meramente en nuestra
recepción del perdón de los pecados. Lo que el
apóstol [Pablo] enfatiza es que se nos ha dado
una justicia verdadera. "Pero ahora" dice, "la jus-
ticia de Dios". Lo que el hombre había estado
tratando de producir, y especialmente los judíos,
era una justicia que satisficiera a Dios. Los judíos
creían que ellos la estaban alcanzando mediante
la ley. Otros pensaban que la estaban logrando gra-
cias a su moralidad y su filosofía. Pablo había de-
mostrado que todo esto era en vano. "Pero ahora",
dice, "hay una posición completamente nueva", la
justicia de Dios está disponible. Esto es lo grandio-
so de la salvación[ ... ]. Antes de que podamos ser
38 SA.LVAClÚN SIN LfMrrEs

admitidos en el cielo debemos ser vestidos con la


justicia [ ... ]. Una justicia de Dios, o proveniente
de Dios, está ahora disponible gracias a lo que
Cristo hizo cuando vino al mundo y lo que com-
pletó al regresar al Padre» (Lloyd-Jones, op. cit.,
PP· 42, 43).
La fuente divina de justicia salvadora es Jesucristo, su perso-
na y su obra sobre la tierra. Dios ha revelado únicamente en él la
justicia que el hombre necesita.
«Por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual
nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justifica-
ción, santificación y redención» (1 Cor. 1: 30).
«Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como
pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido
todo, y lo tengo _IXJr basura, para ganar a Cristo, y
ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que
es por la ley; sino la que es por la fe de Cristo, la jus-
ticia que es de Dios por la fe» (Fil. 3: 8, 9).
La justicia salvadora es llamada justicia de Cristo porque per-
tenece solamente a él; proviene de él y no de la ley. El profeta ha-
bla de «Jehová, nuestra justicia~> Ger. 33: 16). Pablo la describe co-
mo la «justicia de un» hombre; da obediencia de un hombre>'; «el
don de la justicia, [... ] por uno, Jesucristo» (Ro m. 5: 17-19). Al esta-
blecerlo así, Pablo proclama que la de CristoJue la única vida jus-
ta; la única vida sobre la tierra perfectamente bbediente a la ley de
Dios; vivida bajo condiciones humanas; una vida desarrollada to-
talmente por la fe en su Padre; dependiente solamente de Dios.
«Así como me envió el Padre viviente y yo vivo
por el Padre, también el que me come vivirá por
mí)> Guan 6: 57).

Cuando Jesucristo estuvo sobre la tierra vivió la justicia gra-


cias a la fe. Como hombre, vivió como todos los hombres debieran
vivir: en una vida de completa confianza y dependencia de su Pa-
dre. Esa justicia perfecta nunca se había mostrado hasta que Cristo
~--------------------------------------~-------------------------
La justicia salvadora revelada 39

vino a la tierra. Jesucristo es la única razón para la existencia del


cristianismo y de la iglesia cristiana. Cristo descendió del cielo a
este mundo. Vivió una vida perfecta sobre la tierra. Fue crucifi-
cado y murió porlos pecados de todos los hombres. Resucitó de
los muertos de acuerdo con las Escrituras. Hoy es el Cristo
viviente. Él es nuestra única justicia.
Estos hechos permanecen para siempre y no pueden ser echa-
dos.por tierra, del mismo modo que no pueden serlo las estrellas
de sus órbitas. Cristo es el punto de retomo en la historia del pe-
cador. En Cristo, y a través de Cristo, comienza la nueva vida des-
de arriba. Cristo arrojó al caudal de pecado de la humanidad un
aporte de justicia tan poderoso como para hacer que los rostros
de los seres humanos se vuelvan al Dios viviente. Por eso nunca
podrá haber otro Cristo que sea al mismo tiempo Salvador y Se-
ñor. El creyente debe mirarlo constantemente y depender de él,
porque es quien confiere continuamente su justicia a aquellos
que viven para servirle.
<<Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vi-
da eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tie-
ne al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de
Dios no tiene la vida» (1 Juan 5: 11, 12).
Estas son las buenas nuevas para los pecadores: la acción re-
dentora de Dios por medio de su Hijo, originada y planeada por
Dios como expresión de su eterno amor y poder. Esta acción de Dios
salva a los hombres. Este poder da al hombre lo que nunca po-
dría proporcionarse a sí mismo: la salvación, la redención, la rege-
neración, y la reconciliación con Dios.
Además, este don divino de justicia está completo en Cristo.
Cuando Cristo estaba por dejar a sus discípulos, les prometió
enviar al Espíritu Santo, quien «convencería al mundo de peca-
do y de justicia y de juicio>>. Convencerlos de justicia, dijo él: «por
cuanto voy al Padre, y no me veréis más» Ouan 16: 8-11). Cristo
quiere decir que el don de la justicia ahora está completo en él.
Es una justicia perfecta, presente solamente en Cristo, ofrecida al
hombre como un don.
Pablo nunca se cansó de presentar a Cristo y a su justicia como
el punto de retomo en la redención del hombre. En Romanos,
40 SALVACIÓN SIN l1MrrES

capítulo 5, enfatiza este aspecto al comparar al primer Adán con


Cristo, que es el segundo Adán. El camino para la salvación fue
cerrado por el primer Adán y reabierto por Jesús. El primer hom-
bre fue el primer pecador. Así la muerte comienza y desde en-
tonces continúa reinando en el mundo. Pablo no dice que todos
los hombres son castigados porque Adán pecó, o que Dios consi-
deró a los descendientes de Adán como culpables por virtud de la
culpabilidad de Adán; sino que todos los seres humanos estamos
implicados en el pecado y en la muerte que comenzó con Adán.
El pecado de Adán infligió una herida mortal a la raza huma-
na, no por la implicación de los hombres en el pecado cometido
por Adán, sino porque los involucra en sus consecuencias. Esta
es la realidad a la que los hombres deben adaptar su pensamien-
to y su forma de vivir. Pablo vio en todo esto una oportunidad
gloriosa para que Dios manifestara su gracia y su misericordia,
así como para aportar la justicia divina: el poder de Dios para
salvación. Del mismo modo que el pecado y la muerte llegaron
a todos los hombres a través del pecado de Adán, así la vida y la
justicia están disponibles a todos los hombres a través de Jesu-
cristo. «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo
todos serán vivificados)) (1 Cor. 15: 22).
El único remedio reside en la justicia de aquel Hombre. Para
experimentar esa justicia el ser humano debe unirse con Cristo
por la fe. La justicia que le pertenece a Cristo se le atribuye al cre-
yente que confía por completo en la ayuda de Cristo.
«La relación de la actitud subjetiva con el acto ob-
jetivo de la redención necesita una explicación es-
pecial [... ]. La ~tación histórica de la justicia
perd.onadora es el mismo poder de Dios, que go-
bierna sobre todo, y es responsabilidad de cada cual
someterse a ella. [... ] Esto significa ser directamen-
te desafiados y detenidos por Dios, puestos bajo su
autoridad, hechos partícipes inmediatamente en el
poderoso acto de salvación a través de la fe y colo-
cados en la esfera de la justicia de Dios. Todo el
que cree comparte esa justicia. El mandato de fe
siempre acompaña las más objetivas declaraciones
r La justicia salvadora revelada 41

concernientes a la justicia de Dios (Rom. 1: 17;


3: 22-28; 4: 5, 7). Los logros y el anuncio de la salva-
ción nunca aparecen separados de la apropiación
de la misma» (Gotfried Quell y Gottlob Schrenk,
Righteousness. Londres: Black, 1951, pp. 47,48).

La justicia y la ley*
_eablo es cuidadoso al señalar la relación de la justicia de Cristo
con la ley de Dios.
<<Pero ahora, aparte de la ley [esto es, indepen-
dientemente de la ley] se ha manifestado la jus-
ticia de Dios, testificada por la ley y por los pro-
fetas» (Rom. 3: 21).
Pablo enfatiza el hecho de que la justicia salvadora es comple-
tamente diferente a cualquier intento de justicia relacionado con los
esfuerzos humanos por guardar la ley. La salvación no se logra
haciendo lo correcto; pues entonces sería salvación por la ley.
Cristo también guarda silencio acerca de cualquier justicia acep-
table por Dios que pudiera ser obtenida mediante el esfuerzo hu-
mano. En el Sermón del Monte dijo:
«Por tanto, os digo que si vuestra justicia no fuera
mayor que la de los escnbas y fariseos, no entraréis
en el reino de los cielos}) (Mat. 5: 20).
Cristo está afirmando que la justicia que él aporta y ofrece ex-
cedía a la justicia de los dirigentes judíos. Al señalar el fracaso de los
judíos para obtener la salvación, Pablo lo presenta de esta manera:
«Porque ignorando la justicia de Dios, y procu-
rando establecer la suya propia, no se han sujeta-
do a la justicia de Dios» (Rom. 10: 3).

• En esre 1ibro se identifica el término ley con la ley mora 1de los Die:z Mandamientos. Es re aspecto
especifico de la ley es distintivo a partir del uso genérico de la palabra hebrea Tornh. En con-
traste con el Decálogo, hay mu.;ha más flexibilidad en el empleo del término Torah, ya sea con
referencia a los primeros cinco libros de Moisés (el Pentateuco) o a la referencia general de las
enseñanzas e instrucciones de Dios en el Antiguo Testamento. En la presente obra el término
"ley,. se refiere primariamente al uso que le da Pablo, particularmente como se encuentra en
las Epístolas a los Romanos y a los Gálatas. Cuando Pablo dice .-por medio de la ley es el cono.
cimiento de! pecado• (Rom. 3: 20); «Pero yo no conocí el pecado sino por la ley» (cap. 7; 7); «el
cumplimiento de la ley es el amor» (cap. 13: 10), está hablando de la ley moral del Decálogo.
42 SALVACIÓN SIN LÍMITFS

Estos pasajes afirman que la justicia salvadora se encuentra


más allá del alcance de la más meticulosa observancia de la ley.
Si bien la justicia salvadora incluye el cumplimiento de la ley, la
misma no se obtiene a través de la ley ni es producida por la ley.
En el plan de redención de Dios, no hay lugar en la justicia de
Cristo para que el cristiano siquiera salve una pequeña parte de
sí mismo por medio de la justicia por las obras, al guardar la ley
y defenderla. La justicia salvadora nos llega mediante una
correcta relación con Cristo, y no por una correcta relación del
hombre con la ley. Esta última relación surgirá como resultado
de la primera. En este aspecto fue donde los judíos fallaron.
«Cualquiera sea la forma como usted interprete
la expresión "sin la ley", mmca debe decir que la ley
ha desaparecido, que se ha esfumado, o que ha
sido desterrada para siempre de la vista de Dios.
Ese no es el caso. No es eso lo que significa. ¿En-
tonces qué significa? Significa que nuestro inten-
to de guardar la ley perfectamente y por noso-
tros mismos, como un medio de salvación ha sido
puesto completamente a un lado, no porque la ley
ya no tenga aplicación, sino porque Otro ha ren-
dido esta obediencia perfecta a la ley en nuestro
favor [... ]. El Señor Jesucristo nos salva al honrar
y guardar la ley por nosotros. La ley no ha sido
abolida; Dios no ha abrogado su ley. El Señor Jesu-
cristo la ha satisfecho y guardado, y a nosotros nos
es dado el fruto y los resultados de su obra.
))La ley de Dios todav~está allí; y sigue siendo el
instrumento para el juicio. Y no hay posibilidad de
estar en la presencia de Dios sin una justicia que res-
ponda a las demandas de la ley y la satisfaga, en con-
formidad con ella. Nuestra visión de la salvación
jamás debe ser una que desdeñe la ley; sino una
que la "instituya"» (Lloyd-Jones, op. dt., pp. 44, 45).
El misericordioso evangelio de justificación por la fe, que trae
salvación, no se nos ofrece bajo condiciones de obediencia dilui-
1.as. La justicia que Cristo vivió durante toda su vida sobre la tie-
La justicia salvadora revelada 43

rra cumplió los requerimientos de la ley de Dios y es un cum-


plimiento de ella. Si Cristo hubiera desobedecido la ley en el más
mínimo detalle, no habría una justicia divina que contara a favor
nuestro. A la luz de la perfecta obediencia de Cristo a la ley, se
puede ver que no puede haber una rebaja en la obligación moral
de guardar la ley de Dios. Cristo no ofrece a los hombres una jus-
ticia perfecta para que ya no necesiten obedecer los mandamien-
tos de Dios o para vivir justamente, lo que hace es proporcionar-
nos él poder para obedecerlos.
El hecho de que Dios haga expiación por el pecado mediante
Cristo, con el propósito de reconciliar al hombre consigo mismo,
no le da ningún derecho a este último de seguir pecando y vio-
lando la ley de Dios. Por la misma naturaleza del caso, la salva-
ción es del pecado; no en el pecado.
«¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna
manera, sino que confirmamos la ley» (Rom. 3: 31).
Elena G. de White lo presenta así:
«La justicia es obediencia a la ley. La ley demanda
justicia, y ante la ley, el pecador debe ser justo.
Pero es incapaz de serlo. La única forma en que
puede obtener la justicia es mediante la fe. Por
fe puede presentar a Dios los méritos de Cristo,
y el Señor coloca la obediencia de su Hijo en la
cuenta del pecador. La justicia de Cristo es acep-
tada en lugar del fracaso del hombre, y Dios re-
cibe, perdona y justifica al alma creyente y arre-
pentida, la trata como si fuera justa, y la ama co-
mo ama a su Hijo. De esta manera, la fe es con-
tada por justicia» (Mensajes selectos, t. 2, p. 430).
((Toda alma puede decir: "Mediante su perfecta
obediencia, Cristo ha satisfecho las demandas de
la ley y mi única esperanza radica en acudir a él
como mi sustiruto y garantía, el que obedeció per-
fectamente la ley pÓr mí. Por fe en sus méritos,
estoy libre de la condenación de la ley. Me reviste
con su justicia, que responde a todas las demandas
de la ley. Estoy completo en Aquel que produce
44 SALVAOÓN SIN I1Mrn;s

la justicia eterna. Él me presenta a Dios con la ves-


timenta inmaculada en la cual no hay ni una hebra
que fue entretejida por instrumento humano al-
guno. Todo es de Cristo y toda la gloria, el honor
y la majestad han de darse al Cordero de Dios que
quita los pecados del mundo")) (Ibíd., p. 464).
Nunca deben olvidar, ni los santos ni los pecadores que «la ley
es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno>> (Rom. 7: 12), que
la santa ley de Dios siempre debe hablamos y recordamos la for-
ma sagrada en que Cristo la respetó y la guardó. El que participa
de la justicia de Cristo respetará y honrará la ley del mismo mooo.
«No penséis que he venido para abrogar la ley o
los profetas; no he venido para abrogar, sino pa-
ra cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que
pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde
pasarán de la ley, hasta que todo se haya cum-
plido. De manera que cualquiera que quebrante
uno de estos mandamientos muy pequeños, y así
enseñe a los hombres, muy pequeño será llama-
do en el reino de los cielos; mas cualquiera que los
haga y los enseñe, este será llamado grande en el
reino de los cielos>> (Mat. 5: 17- 19).
Si bien la Escritura, particularmente el Nuevo Testamento, exal-
ta la ley de Dios como el estandarte de justicia; al mismo tiempo
se opone a que el hombre utilice la ley como un método para ganar
méritos y presentarse delante de Dios. La justicia por la fe está
diametralmente opuesta a la justicia por las obras.
((Ya que por las obras de la ley ningún ser humano
será justificado delante de él; porque por medio de
la ley es el conocimiento del pecado>> (Rom. 3: 20).
((Sabiendo que el hombre no es justificado por las
obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, noso-
tros también hemos creído en Jesucristo, para ser
justificados por la fe de Cristo y no por las obras
de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie
será justificado>> (Gál. 2: 16).
La justicia salvadora revelada 45

Como todos los hombres quebrantan la ley de Dios de una for-


ma u otra, la misma ley los convence a todos de pecado. La ley juz-
ga y estima las obras de los seres humanos de acuerdo con los he-
chos objetivos realizados durante la vida del hombre. Por lo tanto,
cualquier llamamiento a realizar un esfuerzo con el fin de guardar
la ley, solamente puede señalar la incapacidad del hombre para
obedecerla.
Salvación por la fe significa confianza y compromiso, no con

uno 111.ismo, sino con Jesucristo. Cuanto más convencido está el
hombre de su pecaminosidad y más se muestra su necesidad de
una justicia perfecta, más se convencerá de que nada, por la vía
de los méritos personales u obediencia perfecta, podrá lograrse
sin Cristo. A menos que Dios proporcione una justicia perfecta,
él jamás podrá salvarse.
Así, la justicia salvadora de Cristo se presenta en agudo con-
traste con la aclamada justicia propia del hombre. La justicia pro-
pia no restaura al hombre. No crea en el hombre una nueva natu-
raleza. Nadie nace de nuevo gracias a sus esfuerzos para guardar
la ley. El efecto de estos esfuerzos por lo general, lo que tiende es a
hacer que el hombre se sienta más satisfecho consigo mismo, más
complaciente y menos consciente de su necesidad de recibir el
don de la justicia de Cristo. No reside en el ser humano el derecho
o la razón para establecer sus propias condiciones. Arrepentirse,
creer, y obedecer están implicados en, y son parte, de la respuesta
del hombre a Dios. Esos son las actuaciones y posición del hom-
bre responsable respecto al evangelio.
La vida cristiana no es un proceso de automejoramiento. No es
tratar de perfeccionar nuestra vida natural. Comienza por el acto de
apropiarse por fe de la justicia de Cristo. Esto lleva al ser humano a
una vida en unidad con Dios y le da la victoria sobre el pecado, no
por el poder de la voluntad sino por la presencia de Cristo en la vi-
da. Los cristianos procurarán vivir justamente y guardar los man-
damientos de Dios, no por un laborioso esfuerro propio sino para
situarse más plenamente bajo el control del Espíritu Santo. La obe-
diencia cristiana no se prod.uc~ por confonnidad externa con la ley
de Dios, sino por la realidad de la presencia del Espíritu Santo.
Por la fe en Cristo se le otorga al Espíritu Santo su justo lugar. Él
es el poder controlador que ilumina la mente en el conocimiento
46 SALVACIÓN SIN I..ÍMI'I'ES

de Cristo, renovando la voluntad y el corazón, fortaleciendo la


vida para estar en completa armonía con Dios.
Considerarnos tremendamente preocupante que haya quienes
crean que los mortales pueden salvarse por algún otro medio
aparte de Cristo, que pueden presentarse ante el tribunal de Dios
revestidos de los méritos de su propia justicia. La mentira de Sa-
tanás, ••seréis como dioses» se ha infiltrado en los corazones y las
mentes de los hombres y las mujeres.
Cristo vino a la tierra para cargar con los pecados de la huma-
nidad y proveer mediante su persona el don de la justicia que es
el poder de Dios para salvación. Él sabía que un pecado, reco-
nocido y juzgado en la presencia de Dios, era mucho más de lo
que cualquier alma podía cargar por sí misma. Ese pecado, no
perdonado y no olvidado, hundiría para siempre al ser humano
en las profundidades de la desesperación y en la noche eterna.
Cuando Cristo vino a la tierra contempló todos los aspectos
de la rebelión humana contra Dios. Sabía jque sin un Salvador, el
pecador debía recibir la sentencia de mu'erte eterna. Cristo vino
para cargar los pecados de los seres humanos y remover la pena de
muerte. Ninguno de los pecados del mundo se le ocultó a Cristo.
Todas las fuerzas del mal conspiraron para destruir su obra y su
persona. Los principados en los lugares encumbrados se unieron
para hacerle imposible que viviera una vida justa. Este fue un mo-
mento de crisis en la historia del mundo.
Todas las fuerzas de la historia humana convergen en la cruz
de Cristo. Únicamente Cristo rescató a los hombres. Cristo, el Hom-
bre perfecto, cubre al creyente con el manto de su justicia. No hay
verdad bíblica más cierta en el corazón de Dios y para nuestro mun-
do que aquella que afirma que la justicia que salva nos llega sola-
mente a través de Cristo. El cristiano debe siempre depender de
la justicia de un Hombre, donde la misericordia y la verdad se en-
contraron, y donde la justicia y la paz se besaron en el supremo
acto de redención de Dios.
Dios «absuelve
al culpable»
«¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según
la carne? Si Abraham hubiera sido justificado por las obras,
tendría de qué gloriarse, pero no ante Dios, pues ¿qué dice
la Escritura? "Creyó Abraham a Dios y le fue contado
por justicia". Pero al que trabaja, no se le cuenta el salario como
un regalo, sino como deuda; pero al que no trabaja, sino cree en
aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia»
(ROM. 4: 1-5).

CAÍDA DE ADÁN trajo consigo grandes males para

U oda la humanidad. Los hombres han nacido en un mun-


de pecado sin ser originalmente responsables por ello.
s seres humanos no pueden elegir donde nacer o vivir.
Nadie se puede mudar a otro mundo donde el pecado no exista.
No es culpa nuestra haber nacido en una condición y en un mun-
do de pecado.
Por lo tanto, Dios sería muy injusto si nos hubiera abandonado
sin habemos proporcionado un medio de escape de nuestra condi-
ción perdida y de nuestro estado de condenación. Pero el rescate de
loo pecadores implicaba grandes problemas para Dios, para la hu-
manidad y para el universo. No se trata únicamente de perdonar al
48 SALVACIÓN SIN ÚMITES

hombre y disculpar su pecado. El pecado provoca dos males en


la raza humana: separa al individuo de Dios, y trastorna la vida
misma. Ambos males deben ser vencidos mediante algún reme-
dio divino. La pena de muerte tenía que dejarse sin efecto. El ser
humano había de ser restaurado a una correcta relación con Dios
y a un perfecto estado de salud mental, moral y espiritual.
Cuando la Biblia interpreta los diferentes aspectos del plan de
redención de Dios, utiliza términos como justificación, nacer de nue-
vo, reconciliación, justicia y santificación. Todos estos términos des-
criben ciertas realidades de la experiencia cristiana. En este capí-
tulo nos interesa en primer lugar la justificación. El significado bá-
sico de la palabra griega traducida como «justificar}> implica un
juicio realizado en conformidad con una expresión de lo que es
correcto: totalmente de acuerdo con la ley.
«Cuando haya un pleito entre algunos, y acudan
al tribunal para que los jueces los juzguen, estos
absolverán al justo, y condenarán al culpable»
(Deut. 25: 1). <-
1
Justificar, en este pasaje significa pronunciar un veredicto fa-
vorable sobre la base de que se ha probado que una persona es-
taba en lo correcto. Por otro lado, la condenación es la sentencia
opuesta en un juicio. La Biblia insiste en que los jueces humanos
deben realizar únicamente juicios justos.
«El que justifica al malvado y el que condena al
justo, ambos son igualmente abominables para
Jehová>> (Prov. 17: 15).
«¡Ay de los [... ] que justifican al impío mediante co-
hecho, y al justo quitan su derecho!» (Isa. 5:22, 23).
«De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al
inocente y al justo; porque yo no justificaré al
malvado)> (Éxo. 23: 7).
Tres veces hizo Job la pregunta: ¿Cómo se justificará el hom-
bre con Dios? Oob 9: 2; 15: 14; 25: 4). ¿Cómo podría el ser huma-
no conseguir la absolución delante de Dios en vista de que es un
pecador? ¿Cómo podría Dios en algún momento declararlo justo
cuando es injusto? Job podía ver que no había forma de lograrlo.
Dios «absuelve al culpable» 49

El asunto es este: ¿Puede el veredicto de condenación por de-


sobediencia y pecado ser cambiado, y de qué manera? ¿Puede Dios
revertir el veredicto y todavía continuar siendo justo en sus jui-
cios? Y si es así, ¿sobre qué bases? ¿Hay alguna forma en que Dios
pueda ponerse del lado del pecador?
El apóstol Pablo afirma que Dios «absuelve al culpable)). En
este asunto pareciera que el mismo carácter de Dios está en en-
tred\cho. El razonamiento es algo parecido a esto: ¿No dice la
Biblia que la justificación descansa totalmente sobre la rectitud
moral de un hombre, y que la condenación consiste en un apartar-
se completamente de ella? Si Dios absuelve al culpable, ¿no está
poniéndose de parte del pecado en vez de ponerse de parte de la
justicia? ¿No es en ese caso un juez injusto?
Los judíos creían que Dios trataba con los seres humanos
basado únicamente en la obediencia de ellos a la ley. Los hom-
bres eran juzgados y declarados justos porque eran justos. En su
mayoría los judíos no aceptaban otra forma de asegurar un vere-
dicto favorable de parte de Dios. El juicio divino se basaba en una
norma que debía ser obedecida. Las escuelas de los escribas y los
rabinos se habían organizado para explicar la aplicación de la
ley a cada concebible experiencia de la vida humana. Los farise-
os insistían en que Dios solo podía justificar a quienes obedecían
la ley y no a quienes la violaban. Si Dios es un juez justo, enton-
ces, al igual que los jueces justos en los tribunales terrenales, úni-
camente podía absolver al que lo mereciera. Y para merecer la
absolución el hombre debía ser justo y vivir justamente.
Por lo tanto, ¿no debería Dios darle prioridad a su ley? Si es
así, solamente le queda una alternativa a Dios: aplicar la pena de
muerte a todos los pecadores. O, ¿podría hacer una excepción, so-
lamente por una vez, y no tomar en cuenta la violación de su ley?
Aceptamos que Dios tiene el perfecto derecho a perdonar o con-
denar al pecador. Y que también tiene la prerrogativa de decidir
cómo lo hará. Pero no puede proclamar que en el proceso de per-
donar y restaurar a los pecadores intente pasar por alto los princi-
pios de justicia y rectitud intrínsecos a su propio carácter. Es impo-
sible que Dios ofrezca una amnistía general aplicable a cinco, diez
o veinte mil millones de pecadores, mediante un decreto divino,
sencillamente por razones conocidas únicamente por él mismo.
50 5ALVACIÚN SIN l1MrrEs

Dios creó un universo de millones de mundos que son gober-


nados con justicia. Creó a sus criaturas para que vivieran justa-
mente. Les enseñó que cualquier desviación de la justicia sería con-
siderada como una forma de rebelión contra él. El castigo sería
la separación y la muerte. Consecuentemente, cuando Cristo vi-
no a la tierra dijo con mucha claridad que no podía haber com-
ponendas con la ley de Dios. En el proceso de salvar a los peca-
dores, Dios no puede abrogar su ley de la misma manera que no
puede cambiar su carácter.
Una vez que se reduce la soberanía de la ley moral, se redu-
ce también el sentido de la gravedad del pecado. El plan de re-
dención de Dios es el reconocimiento de que los pecadores están
bajo la condenación de la ley y que necesitan ser liberados de
ella. Cualquier plan que tienda a debilitar la autoridad de la ley
o a minimizar la enormidad del pecado, disminuye al mismo tiem-
po la urgencia del evangelio y la necesidad de que Cristo cargue
con los pecados de la humanidad. Por lo tanto, desde este punto
de vista, ningún ser humano tiene esperanza.
«Ya que por las obras de la ley ningún ser humano
será justificado delante de él; porque"J:>~r medio de
la ley es el conocimiento del pecado» (Rom. 3: 20).
En primer lugar, la obediencia a la ley moral no puede justi-
ficar al pecador por los pecados cometidos previamente. Y en se-
gundo lugar, el hombre natural no es capaz de obedecer el espíritu
de la ley, que requiere de un corazón que esté en armonía con
Dios. Por lo tanto, cualquier apelación a la ley o a las obras de la
ley tiene que ser abandonada. Ante la ley, el hombre no puede
negar sus cargos. No puede ser absuelto.

¿Cómo podemos ser justo ante Dios?


Ninguna otra verdad aparece en el Nuevo Testamento con más
claridad que la doctrina de la justificación. Este concepto expresa-
do en todas sus formas -como adjetivo, sustantivo y verbo- se
emplea más de doscientas veces. Estamos tratando con una verdad
de gran importancia relacionada con la salvación del hombre y con
la experiencia cristiana. Pablo hace uso de ella frecuentemente, en
su intetpretación de la doctrina de la salvación.
f Dios ..absuelve al culpable» 51

«Sabiendo que el hombre no es justificado por


las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, no-
sotros también hemos creído en Jesucristo, para
ser justificados por la fe de Cristo y no por las
obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley
nadie será justificado» (Gál. 2: 16).
Esta verdad es tan importante como sencilla y comprensible.
Los.seres humanos son pecadores y están alejados de Dios. Se
hallah bajo la condenación y la pena de muerte. En vano luchan
para liberarse por sí mismos. En vano se esfuerzan quienes espe-
ran liberarse por su propia justicia y autodependencia. Tales per-
sonas están en desesperada necesidad de ser absueltos en el jui-
cio de Dios. Por lo tanto, deberían contestarse todas las importan-
tes preguntas planteadas por Job: ¿Cómo puede un hombre ser
justo ante Dios? ¿Cómo puede asegurar el pecador un veredicto
divino favorable? ¿Cómo es posible que Dios absuelva al culpa-
ble, tomando en cuenta su carácter justo y su ley divina?
El evangelio de la justificación por la fe es una buena nueva
que proclama la efectiva reconciliación de todos los seres huma-
nos con Dios y la eliminación de todo lo que se interpone entre el
pecador y el Salvador. Así Dios ha instituido una forma de justi-
ficación y absolución del pecador por un medio del todo dife-
rente al de la ley: «Siendo justificados gratuitamente por su gra-
cia, mediante la redención que es en Cristo Jesús» (Rom. 3: 24).
Es importante abandonar cualquier idea teórica respecto a la
justificación. Esta doctrina toma muy en serio la acción del juicio
divino en relación con el pecado. Pablo lo presenta en forma muy
clara en los siguientes versículos:
«A quien Dios puso como propiciación por me-
dio de la fe en su sangre, para manifestar su jus-
ticia, a causa de haber pasado por alto, en su pa-
ciencia, los pecados pasados, con la mira de ma-
nifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él
sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de
Jesús>> (Rom. 3: 25, 26).
De acuerdo con este pasaje Dios entregó a Cristo como sacrifi-
cio por dos razones: primero, para la demostración de su justicia
52 SALVACIÓN SIN i1MrrEs

o justificación; y segundo, para justificar «a cualquier hombre


que ponga su fe en Jesús>>. Hay un aspecto divino y otro huma-
no para la justificación.
Al considerar la vertiente divina de esta verdad, Pablo afirma
que en la justificación de los pecadores Dios actúa en una forma que
satisface el principio de justicia. La justicia divina se cumple en, y
a través de Jesucristo; no en el pecador. Cuando en las Escrituras
se ofrece la esperanza de que Dios absolverá al culpable, la pro-
mesa nos lleva más allá de cualquier esfuerzo del hombre para
recompensar a Dios. La justificación depende completamente de
lo que Dios ha efectuado mediante su Hijo.
<<En las provisiones de la propiciación dos cosas
se adhieren y fusionan: la justicia de Dios y la
justificación de los impíos. Esta justicia de Dios
está implícita en la expresión "para que él sea el
justo".[... ] La forma de la expresión muestra que
es la justicia inherente de Dios que no puede ser
violada en ningún punto y debe ser vindicada y
conservada en la justificación de los pecadores.
Esto muestra que la justificación conte{nplada en
la demostración en el versículo 25, así Joma tam-
bién en el versículo 26, es la justicia inherente de
Dios>> Qohn Murray; The Epistle to the Romans. Grand
Rapids: Eerdmans, 1959, pp. 118, 119).
Pablo presenta en este pasaje la necesidad de Dios de hacer
una demostración de justicia porque «él había pasado por alto
los pecados del pasado>>. Pablo arguye que durante los tiempos
anteriores a la venida de Cristo, Dios pasó por alto los pecados
en el sentido de que nunca había derramado todo el peso de la ley
sobre los pecadores. Durante los cuatro mil años previos a la cruz
había manifestado una paciencia infinita con los pecadores. Por
eso Dios había quedado expuesto a ser acusado de injusto. No
había ejecutado un juicio de acuerdo con los pecados de los hom-
bres. Era como si Dios hubiera quedado satisfecho con algo menos
que la obediencia perfecta a la ley al rebajar la penalidad por la
transgresión de la ley. Así, parecía que Dios había pasado por alto
el pecado.
Dios «absuelve al culpable» 53

Pablo continúa diciendo que a la luz de esta aparente lenidad de


Dios, al pasar por alto el pecado, se hizo más necesario que Dios
demostrara su justicia, algo que se lograría mediante la revela-
ción de su justo juicio sobre el pecado. Eso lo hizo cuando envió
a su Hijo en propiciación por el pecado. Por este medio Dios pro-
porcionó un fundamento justo para la absolución del pecador.
La implicación es que Dios no habria sido justo si hubiera absuel-
to l<l culpabilidad de los pecadores sin la muerte expiatoria de
Cristo.
<<Al pasar por alto el pecado se hizo necesario que
pusiera de manifiesto su justicia inherente al mos-
trar [... ) que la justificación demanda nada menos
que la propiciación hecha con la sangre de Jesús))
(Murray, op. cit., p. 120).
Nunca fue la intención de Dios que los hombres llegaran a
creer que él había rebajado los requisitos de la ley y de la justicia;
nunca lo fue. El hecho de que Dios manifestó su justicia es algo
que quedó «testificado por la ley y por los profetas~~ (Rom. 3: 21).
A través del Antiguo Testamento, el mensaje divino de la reden-
ción cubrió totalmente las expectativas de Israel. Pero hasta el mo-
mento en que Cristo vino, Dios no había provisto ni una justicia
real y perfecta para el hombre, ni llevado a cabo un juicio justo
sobre los pecados de los hombres. La ley lo había prefigurado, y
los profetas lo habían predicho.
Cristo vio su muerte prefigurada en los sacrificios del templo,
donde la sangre había sido derramada durante siglos. Cada cor-
dero ofrecido, muerto a cuchillo, anunciaba el propósito divino
de su venida a este mundo. Todos los fuegos de los altares, ar-
diendo día y noche durante siglos, estaban en espera de él, aguar-
dando ser cumplidos por el Único gran sacrificio: el Cordero de
Dios.
Jesús estaba perfectamente familiarizado con las revelaciones
del Antiguo Testamento que hablaban de la majestad de la ley de
Dios y de la horrible naturaleza del pecado. Contempló el momen-
to cuando Dios colocaría sobre él las transgresiones de todos los
hombres, que eran en número como la arena del mar. Cristo es-
tuvo ante Dios mientras colgaba de la cruz. Asumió la penalidad
54 SALVAOÓN SIN LfMrrFs

que debía haber sido descargada sobre los seres humanos de todas
las edades: los pecados de todos aquellos que duermen en el pol-
vo de la tierra, los pecados de las generaciones que todavía no ha-
bían nacido, los pecados cometidos por todas las tribus, naciones,
pueblos y lenguas. La cruz de Cristo es el juicio divino que debe-
ría haber caído sobre toda la humanidad, pero ahora es asumido
por todos los miembros de la Deidad.
((La muerte del Señor Jesucristo en la cruz del Cal-
vario no fue un accidente; fue la obra de Dios. Fue
Dios quien lo "expuso"[ ... ]. Fue un gran acto pú-
blico de Dios. Dios estaba realizando algo aquí en
el escenario de la historia del mundo, para que pu-
diera verse, observarse y recordarse de una vez y
para siempre. El acto público más grande que ja-
más haya sido celebrado. De este modo, Dios,
públicamente "lo expuso como una propiciación
por medio de la fe en su sangre"» (Uoyd-Jones,
Romans, p. 97).
Ninguna revelación de Dios excede a esta majestuosa verdad.
Desde el principio del mundo, los pecados nunca olví({ados por
la justicia eterna, registrados en los libros del cielo, habían esta-
do moviéndose como grandes olas del océano hacia el Calvario.
Únicamente Jesucristo podría soportar las dimensiones del juicio
divino sobre el pecado. Cuando estaba sobre la cruz sabía que su
terrible agonia era el justo juicio de la Divinidad. Sabía que aquel
juicio debía ser ejecutado. Voluntariamente tomó ese juicio sobre
sí mismo a nombre de todos los miembros de la Divinidad. Él sa-
bía que había una muerte final diferente a la del sueño de la muerte.
De este modo confesó a todo el universo el significado del juicio: la
separación del alma de Dios. En esto la muerte de Jesús es única.
Las huestes de los redimidos estaban allí, en él, pues el precio
de su absolución había sido pagado. La esperanza eterna de la re-
conciliación con Dios y la restauración de la justificación depen-
dían únicamente de éL Cristo podría haberse negado a cargar el
juicio divino sobre el pecado. Entonces todo se habría perdido.
¡No es maravilla, entonces, que esa verdad eterna, se encuentre
una y otra vez en toda la Biblia!
Dios «absuelve al culpable» 55

<<Cristo fue a la cruz, no porque los hombres se


volvieron contra él, sino porque la mano de Dios lo
dirigió hada allá [... ]. Cristo murió la muerte que los
pecadores debieran haber muerto[ ... ]. Hizo esto
por mandato del Padre. Fue la condenación del
Padre contra el pecado la que demandó la muer-
te expiatoria de Cristo: eso y su ardiente deseo de
salvar a los hombres» (Lean Morris, The Cross in the
New Testament. Grand Rapids: Eerdrnands, 1965,
p. 221).
Hay un solo remedio para el alma culpable: escuchar lo que
Dios dice en la cruz: «Dame tus pecados, recibe por fe mi justi-
cia y mi justificación». Ningún hombre al encontrarse con Jesu-
cristo, el Redentor del mundo, debiera rechazar ser salvado me-
diante su justicia. No hay término medio aquí. No ha de mini-
mizarse la revelación de Dios en Jesucristo.
<<Sobre la cruz el inmaculado Hijo de Dios, por amor
al hombre y en obediencia al Padre, se entregó su-
misamente en aquella trágica experiencia en la cual
el pecador se da cuenta todo lo que el pecado sig-
nifica Él gustó la muerte por todos» (James Denny,
The Chn'stian Doctrine of Reconciliation. Nueva York:
George H. Doran, 1918, p. 278).
De modo que el fundamento para la absolución del hombre y
para restaurarlo al favor de Dios, está únicamente en los méritos
de la justicia de Cristo y en el hecho de que él llevó la penalidad del
pecado. Así fue vindicada la ley de Dios y se reveló su carácter
justo. En ningún momento y en ningún lugar existe la más ligera
tendencia a debilitar la autoridad de Dios. El plan de redención
de Dios tampoco disminuye la gravedad del pecado ni los re-
querimientos de su ley. La cruz satisface la justicia de la Divini-
dad en su trato con el problema del pecado. Un juez terrenal no
tiene la capacidad para prever y proveer, ni puede hacer lo que
Dios hizo al dar a su Hijo sin pecado para que por su vida y su
muerte absolviera al culpable.
Cristo cargó la penalidad por el pecado, pero no pecó al ha-
cerlo. Él es el Cordero inmaculado de Dios. El Padre no consideró
56 SALVACIÓN SIN LIMrrEs

a su Hijo culpable de pecado, o que mereciera la condenadón.


El hecho de que Cristo cargó nuestros pecados no lo hace pecador.
Cristo aceptó en la cruz, en nombre de todos los miembros de la
Trinidad, el inevitable resultado de la caída moral del hombre y
el juicio que merecía.
<<Cristo nos redimió de la maldición de la ley, ha-
ciéndose maldición por nosotros (pues está escri-
to: "Maldito todo aquel que es colgado en un ma-
dero")» (Gál. 3: 13).
La expiación por el pecado no implicaba que alguien debía ser
castigado, sino que el pecado debía ser juzgado adecuadamente
por la Trinidad en nuestro mundo pecador y ante todo el universo.
Por eso Cristo se hizo hombre, para poder morir. Ningún miem-
bro de la Trinidad podía cargar la penalidad por los pecados del
hombre sin tomar la naturaleza humana. Obviamente la Deidad
no puede morir.
Todos los seres humanos, buenos y malos, mueren como conse-
cuencia del pecado. Pero esa muerte no es la penalidad del pecado
que Juan menciona como la segunda muerte (ver Apoc. 20: 13, 14).
Solamente un hombre, Jesucristo, llevó la penalidadJ.l& el peca-
do. La manifestación del juicio divino sobre el pecado en la cruz
y la imputación de la justicia de Cristo en lugar de la injusticia
del hombre no violentan la justicia. Al contrario, la revelan.
«[Cristo] reveló la rectitud de la reconciliación
de la misericordia y la justicia. La reconciliación de
la misericordia y la justicia no implicaban nin-
guna transigencia con el pecado ni ignorar ningu-
na demanda de la justicia, sino que dando su lugar
debido a cada abibuto divino, se podía ejercer la
misericordia en el castigo del hombre pecamino-
so e impenitente sin destruir la clemencia de la re-
conciliación ni perder su carácter compasivo, y la
justicia se podía ejercer al perdonar al transgresor
arrepentido sin violar su integridad» (Mensajes se-
ledos, t. 1, p. 305).
«¿Qué derecho tenía Cristo para sacar a los cauti-
vos de las manos del enemigo? El derecho de haber
Dios «absuelve al culpable» 57

efectuado tffi sacrificio que satisface los princi-


pios de justicia por los cuales se gobierna el reino
de los cielos [... ].En la cruz del Calvario, pagó
el precio de la redención de la raza humana. Y así
ganó el derecho de arrebatar a los cautivos de las
garras del engañador» (ibfd., pp. 363, 364).

La jvstificación experimentada
La justificación ha sido satisfecha en Cristo. ¿Hasta qué punto
está el creyente involucrado en ello? ¿Es la justificación algo rea-
lizado por el creyente y no en él? ¿Es la justificación simplemente
un cambio de actitud del creyente respecto a Dios, o incluye un
cambio en el carácter del creyente?
((y con el don no sucede como en el caso de aquel
uno que pecó, porque, ciertamente, el juicio vino
a causa de un solo pecado para condenación, pe-
ro el don vino a causa de muchas transgresiones
para justificación» (Rom. 5: 16).
((¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por noso-
tros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó
ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas
las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de
Dios? Dios es el que justifica•• (Rom. 8: 31- 33).
En estos pasajes el énfasis se coloca en el hecho de que Dios
declara justo al hombre, es la declaración de un veredicto favo-
rable. Obviamente el creyente no es contado como justo en el
sentido de que ya no es pecador. La justificación no restaura al
hombre a su estado perfecto como originalmente Dios lo creó. El
hombre justificado está todavía en un estado pecaminoso."" Como
pecador, no es que el creyente merezca menos la condenación.

• «En pecado» o «pecaminosidad»: Estado en el cual todos los seres humanos han nacido y en el
cual viven debido a la disminución de la capacidad humana para responder perfectamente a
Dios. El ser humano carece de la P"rcepción de la naturaleza de su propio egoísmo y pecami-
nosidad: «Engailoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?»
Oer. 17: 9). Este estado de pecado. la ausencia de justicia original. nubla el entendimiento. por
ligera que sea; pervierte, aunque sea m. forma mínima. la operación de la voluntad. hace q""
la conciencia sea incapaz de discernir correctamente entre lo correcto y lo erróneo.
58 SALVACIÓN SIN I1Mm!s

La justificación no cambia la naturaleza de la ofensa. Dios no vie-


ne a mostrarle al pecador que no ha hecho nada malo. No procla-
ma al pecador sin pecado, porque esto se ajustaría a la verdad.
El pecado ya no reina, aunque aún permanece. El cristiano es
un pecador justificado. Llega a Dios con una actitud de comple-
ta confianza, no en su propia justicia, sino en la justicia de Cristo.
Dios lo considera como justo, como si verdaderamente lo fuera.
El hombre justificado no cree de sí mismo algo que no es verdad. Él
sabe que es un pecador absuelto. Dios absuelve al culpable, no
al justo. Sin embargo, el pecador creyente es contado como justo
ante Dios.
«La gran obra que se ha hecho a favor del pecador
que está manchado y salpicado por el mal es la
obra de la justificación. Aquel que siempre dice
la verdad lo declara justo» (Mensajes selectos, t. 1,
p. 392).
¿Sobre qué bases, entonces, Dios declara justo al pecador cre-
yente y arrepentido, como si nunca hubiera pecado?
«Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por
justicia [... ].Por eso también David habla de la , ..--- -......

bienaventuranza del hombre a quien Dios "atri-


buye" justicia sin obras [ ... ]. Porque [... ] le fue
contada la fe por justicia {... ] y padre [de los]
que también siguen las pisadas de la fe que tuvo
nuestro padre Abraham antes de ser circuncida-
do[ ... ]. Pero no solo con respecto a él se escribió
que le fue contada, sino también con respecto a
nosotros a quienes igualmente ha de ser conta-
da, es decir, a los que creemos en el que levantó
de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue
entregado por nuestras transgresiones, y resuci-
tado para nuestra justificación)) (Rom. 4: 3-25).
El texto declara que la justicia de Cristo es imputada, o con-
tada a favor del creyente. La situación de Abraham delante de
Dios cambió de condenación a justificación. Dios ya no le impu-
tó pecado. Dios acreditó la justicia de Cristo a su cuenta. De esa
Dios «absuelve al culpable» 59

forma Dios declara justo a todo creyente por virtud de su rela-


ción con Cristo, quien guardó perfectamente la ley por ellos. El
veredicto de absolución se les imputa porque Cristo pagó la
penalidad por el pecado. Dios ya no trata con los seres humanos
como si estuvieran bajo la ley, sino porque ahora están en rela-
ción con Cristo.
<<Ahora, pues, ninguna condenación hay para
los que están en Cristo Jesús, los que no andan
conforme a la carne, sino conforme al Espíritu))
(Rom. 8: 1).
El hecho de ser absueltos gracias a la justicia imputada de
Cristo no es una transacción ficticia. Dios verdaderamente pro-
clama libre de condenación al creyente, lo trata como si nunca
hubiera pecado. Lo importante aquí es el valor de la obediencia
y el sacrificio de Cristo. Por los méritos de Cristo la situación y
la vida del creyente son transformados.
De parte del ser humano Dios requiere una respuesta de fe.
¿Qué cambios produce la fe genuina en el hombre justificado?
Para comenzar, la fe constituye la actitud correcta del creyente.
Esa misma actitud de fe lo convierte en justo y coloca a Dios co-
mo el centro de su vida. La confianza del creyente ha sido con-
quistada y el que antes era enemigo y rebelde regresa a Dios. Cuan-
do Dios ve la confianza que ahora el creyente tiene en la justicia de
Cristo, lo reconoce como justo.
Por la fe el creyente ha entrado al camino de la justificación.
Por la fe desea apropiarse de la vida justa de Cristo. Anhela ser
lo que Cristo es, y no su propia justicia. Está unido con Cristo.
Ahora es un hijo adoptado en la familia de Dios. De este modo
la justificación por la fe ciertamente involucra al creyente en la
vida de Cristo. Una vida justa debe convertirse en el único testi-
go legítimo de que el culpable ha sido absuelto ante Dios. Esto
se observará en su vida, en su conducta y en su carácter. El cris-
tiano se ha propuesto este objetivo en su vida, y tiene el propó-
sito en su corazón de vivir como Cristo vivió. La fe nunca deja al
creyente con la idea de que no necesita hacer nada.
Cristo, a través del Espíritu Santo, se presenta en lo sucesivo
y en forma continua como el poder de Dios para salvación. Quien
60 SALVACIÓN SIN LÍMITES

se compromete con Cristo se abre para recibir la vida divina y


llega a ser participante de ella. La vida que la fe procura ansio-
samente se otorga, no como una recompensa por la obediencia,
sino como un don gratuito de Dios.
<<El pecador que es justificado ante Dios mediante
la fe ciertamente no está perfeccionado en la san-
tidad; sin embargo, el único poder que puede ha-
cerlo perfecto ya está vitalmente operando en él.
Y obra en él tan solo mediante su fe» (Denny. ap.
cit., p. 292).
La justificación no es automática. Implica una reciprocidad en-
tre Dios y el hombre. Así la justificación anticipa la santificación.
La justificación ha sido satisfecha y completada por Cristo, pero
esto no significa que una vez justificado siempre justificado, ni que
una vez salvo siempre salvo. Todos los seres humanos pueden
apostatar de la fe.
La justificación no permite ni por un momento el descuido res-
pecto al pecado o a la salvación. El evangelio requiere que enten-
damos la justificación de Cristo, que estudiemos y creamos la res-
puesta de Dios al problema del pecado, que compartamos con Dios
el rechazo al pecado. No hay nada mecánico, no se lleva automáti-
camente a un pecador al reino de Dios. Para Dios toda desobedien-
cia voluntaria es apostasía. La justificación nunca ignora la deman-
da de una vida justa. Es la puerta de entrada a la vida en Cri'Sto.
«Es una completa equivocación atribuir a Pablo
la idea de que la salvación es un proceso que
está terminado. Cuando un hombre es declara-
do justo, entra al servicio de la justificación, lle-
gando a ser, por decirlo así, su propiedad; su fe
en la justicia de Dios es obediencia [ ... ]. El don
de la justificación pone al creyente bajo la custo-
dia de este poder [ ... ]. Es la justicia la que da la ad-
misión al estado de santificación. Toma el con-
trol de toda la vida como la victoria sobre la in-
justicia y el pecado [... ]. "La justicia de Dios" acarrea
consigo la convicción de que en el mismo mo-
mento de la justificación el creyente es admitido
Dios «absuelve al culpable» 61

a la condición de ser humano justo en la nueva


vida: la justificación es el medio por el cual es
puesto bajo el poder creativo de la justicia de
Dios)) (Quell y Schrenk, op. cít., pp. 52-54).
Además, la verdadera fe nunca equivale a un mero asentimien-
to intelectual de la obra de Cristo y su justicia. Un asentimiento in-
telectual se mueve en una zona de irrealidad. El poder salvador del
ev~elio no se basa en información religiosa ni en estar de acuer-
do con la misma. La fe es un poder activo, enérgico, dinámico; por
virtud de estar unido con la vida de Cristo. De este modo el cris-
tiano experimenta la realidad espiritual y moral de que pertenece
a Cristo. Es una realidad que está más allá de lo que la capacidad
del ser humano puede captar. El hombre no es moralmente perfec-
to; pero ha entrado en ese camino. Ha escogido ese estilo de vida.
Sin embargo, cuando hablamos de la vida nueva en Dios, ha-
blamos del nuevo nacimiento, de la regeneración; más que de la
justificación. Si vamos a conservar el uso bíblico de esta ternri-
nología, entonces es aconsejable que no hagamos de la justifica-
ción y de la regeneración una misma cosa. En la experiencia cris-
tiana ambas pueden ocurrir al mismo tiempo. En el momento en
que alguien es justificado también nace de nuevo. En la práctica
(la justificación y la regeneración) permanecen juntas. La justifi-
cación y la regeneración son las dos caras de una misma mone-
da. Aunque las discutimos separadamente a fin de poder com-
prender mejor los diferentes aspectos del plan de redención.
El hijo pródigo no solamente fue perdonado por el padre. Cuan-
do volvió a la casa de su padre resolvió el problema de su dis-
tanciamiento. Comenzó una nueva vida. Se restableció una rela-
ción correcta con su padre, lógica y sentimentalmente. El pródi-
go no permaneció en <<la provincia apartada••, esperando cambiar
su vida antes de volver a la casa de su padre. Tampoco volvió a
su hogar sin la intención de cambiar. De otra forma el distancia-
miento habría persistido. No es posible experimentar la justifica-
ción y la absolución de la culpa sin volver a Dios de todo corazón.
Por tanto, la justificación significa declarar justo al pecador así
como convertirlo en justo. La vida espiritual comienza con la justi-
ficación y la regeneración.
62 SALVAOÓN" SIN LÍMITES

El apóstol Santiago aclara el grado de la participación del cris-


tiano cuando es justificado.
«Pero alguno dirá: "Tú tienes fe, yo tengo obras".
Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré
mi fe por mis obras[ ... ]. ¿Mas quieres saber, hom-
bre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue
justificado por las obras Abraham nuestro padre,
cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No
ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y
que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cum-
plió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios,
y le fue contado por justicia» (Sant. 2: 18-23).
Santiago escribió, en parte, para corregir el abuso antinomia-
rusta de la doctrina de la justificación por la fe; el error de supo-
ner que porque no somos justificados por las obras, no estamos
obligados a hacerlas. Es el error de suponer que uno puede estar
bajo la gracia sin honrar esa gracia. El creyente debe manifestar
un cambio en su vida una vez que ha sido justificado. La prueba
de su justificación se debe manifestar en una vida de buenas obras.
Se ha formulado el lector esta pregunta: ¿Cuánto de Cristo y su
justicia hay que recibir para ser salvo? ¿Puede el creyente dejar
de actuar cuando la doctrina de la justificación se haya completa-
do en Cristo? La pregunta más adecuada sería: ¿Cuánto de Cristo
y su obra de redención se puede rechazar o ignorar, y todavía esca-
par de la condenación eterna? Una concepción l~_!jda o falsa
de la obra redentora de Cristo puede conducirnos al engaño. La
justificación es sencillamente el comienzo, no el todo, de la vida
cristiana. Cristo no se detiene con la justificación. Hay mucho más
a continuación.
La justificación en Cristo es segura para todos los que creen.
Descubrir personalmente que Dios absuelve al culpable es la más
grandiosa razón para esa seguridad, para el gozo y la paz. Lo
que Dios propone es que el creyente nunca debe abandonar ese
estado de justificación a partir de ahora y hasta la eternidad, y
tiene que avanzar constantemente hacia la perfección.
La justificación, la absolución del culpable, no requiere que
más adelante, Dios explore las profundidades del mar para sacar
Dios «absuelve al culpable» 63

nuestros pecados y volverlos contra nosotros. Cada palabra que


hemos hablado, así como cada hecho que hemos realizado han
quedado registrados. Hemos de saber que nuestros pecados nun-
ca jamás ni por todos los siglos de la eternidad, se levantarán pa-
ra ser una maldición y una condenación. La justificación nos ase-
gura que nuestros pecados han sido verdaderamente perdona-
dos, que el poder redentor de Dios nos restaurará a la justicia. La
justWcación nos asegura que nuestros pecados nunca más nos
serán imputados. La corona de la justicia significa que el peor pe-
cador redimido será capaz de buscar por todo el universo y no en-
contrará ni la más mínima muestra de los pecados que cometió.
Todo esto lo ha previsto la justificación.
Es natural preguntarse cómo pudo Dios hacer posible que es-
tose efectuara en y a través de su Hijo, el encargado de realizar
dicho sacrificio. La idea que algunas personas tienen de que un
amoroso pero vacilante Padre celestial no tiene la entereza para
administrar la pena de muerte, no es lo que la Escritura enseña
acerca de la justificación. Este universo no sería un lugar digno
para vivir si no hubiera un Dios justo en el trono del Universo. El
pecado ganaría la partida y la justicia sería puesta en eterno jaque
en todo el universo.
La licencia para seguir pecando y violando la ley de Dios no
es parte de su carácter ni de su gobierno. Un terrible juicio sobre
el pecado se mostró en la cruz del Calvario. Dios no absuelve al
culpable de una manera lánguida y descuidada. Él responde a la
pregunta de Job manifestando los principios de su carácter y su
justicia. La justificación debe ser claramente comprendida y ex-
perimentada, al punto que los cristianos puedan mirar a Dios sin
temor, sabiendo que tienen su justicia de su lado para siempre.
Es menester que entendamos lo que Dios hizo en Cristo. Vea-
mos a Cristo cumpliendo la ley y sujetándose a la voluntad de
Dios en su vida. Observémoslo escribir la ley y la justicia de Dios
con letras de oro en el cielo, así como en nuestros corazones y en
nuestras vidas. Que el pecador comprenda, mientras contempla el
maravilloso don de Dios en Jesucristo, que es únicamente sobre
esta base que el Juez eterno justifica al pecador arrepentido.
Que nadie crea ni por un momento, que los hombres son jus-
tificados y quedan justificados sin tomar en cuenta la forma en
64 SALVACIÓN SIN ÚMITES

que viven. Que nadie crea que puede vivir descuidadamente, per-
der la justicia de Cristo, y luego usarla como una ciudad de refu-
gio cada vez que peca. La idea de que Cristo derramó su sangre
para que el hombre pudiera ser indiferente con sus pecados y des-
cuidar su obediencia a los mandamientos de Dios, no puede atri-
buirse a aquel que dijo: «No he venido para abrogar [la ley], sino
para cumplir[la]» (Mat 5: 17).
La justificación jamás nos lleva a una vida de pecado. Es el
comienzo de una nueva vida en Cristo, una restauración a la ima-
gen de Dios. Dentro del corazón y la mente del cristiano que ha ex-
perimentado la justificación hay una respuesta de gratitud, amor
y obediencia; algo que prueba que no ha recibido en vano la ma-
ravillosa gracia y la misericordia de Dios. La idea de que la jus-
tificación conduce a una vida pecaminosa y a la desobediencia
de la ley de Dios, es contradicha en toda la Biblia. La justificación
jamás se otorga a la ligera. Es lo más costoso que existe en el mun-
do. Con la justificación viene la santificación y la obediencia. Na-
die será jamás justificado excepto por la cruz de Cristo. Tampoco
ha habido jamás nadie que haya sido justificado sin estar siendo
santificado.
«El justo
por la fe vivirá»
«Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque
es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe
y que recompensa a los que lo buscan»
(HEB. 11: 6).

OS EJEMPLOS MÁS CLAROS de fe se ofrecen en la Bi-

L blia en relación con la vida y el ministerio de nuestro Se-


ñor. Cuando él estuvo en la tierra y se mezcló con los
hombres y las mujeres necesitados, cada respuesta de fe
genuina era seguida por una expresión de agrado y acción divi-
na. Jesús se sentía enteramente feliz cuando se encontraba con una
genuina manifestación de fe.
El centurión romano se acercó a Jesús con una gran preocu-
pación por su siervo enfermo. Cuando Jesús prometió ir y sanar
al enfermo, el centurión replicó: «"Solamente di la palabra, y mi
criado sanará[ ... ]". Al oírlo Jesús se maravilló, y dijo a los que le
seguían": De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta
fe">} (Mat. 8: 5-10).
66 SALVACIÓN SIN L1Mr'rEs

La importancia de la fe
En el capítulo 15 de Mateo se menciona un viaje que Jesús y
sus discípulos hicieron a Ttro y a Sidón. Una mujer cananea vino
buscando ayuda para su hija que era <<gravemente atormentada
por un demonio>>. Ella no se desanimó por las respuestas aparente-
mente negativas. Siguió presentando su caso al punto de no creer
lo que Cristo le dijo (cuando la estaba probando) y finalmente
puso toda su confianza en él corno el Hijo de Dios. Viendo su fer-
vor y humildad, Jesús replicó: <<Üh mujer, grande es tu fe; hágase
contigo como quieres>> (Mat. 8: 28).
Jesús repetidamente felicitó a la gente por su fe. Así ocurrió
en la curación de la hija del noble y la mujer que había tenido un
flujo de sangre (Mat. 9:18-22); los hombres que bajaron al paralí-
tico a través del techo (Luc. 5: 18-26); el arrepentimiento y per-
dón de María Magdalena en la casa de Simón el fariseo (Luc. 7:
36-50): la curación del ciego de nacimiento cerca de Jericó (Luc.
18: 35-43). En cada caso Jesús actuó, sin vacilación, en respuesta
a la fe pura y sencilla.
«Aquello tan repetido de que la fe mueve monta-
ñas muestra que la fe tiene que ver con cosas que
solo Dios puede hacer; es pemtitirle a Dios que en-
tre en acción [ ... ]. Aparte de la fe que implica acep-
tación personal de Jesús, él no puede actuar>>
(James P. Martin, «Faith as Historical Understan-
ding>>, en Carl Henry, Jesus oJNazareth, Saviour and
Lord;. Grand Rapids: Eerdmans, 1%6, p.193).
La necesidad vital de la fe se explica con más énfasis cuando
Cristo dijo: «Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿hallará fe en
la tierra?» (Luc. 18: 8). La implicación de la pregunta es que la fe
genuina será difícil de hallar. En este texto Jesús no estaba sugi-
riendo que cuando venga otra vez, los seres humanos carecerán
de conocimiento y firmeza en lo que creen. La fe define una acti-
tud distinta hacia Dios por nuestra" parte. Por su misma naturale-
za la búsqueda de información y verificación trasciende y le atri-
buye valor supremo a Dios, a Jesucristo, y a la Palabra de Dios. Por
valiosos que sean el pensamiento sólido y el conocimiento de la
verdad, los seres humanos únicamente se convierten en cristianos
«El justo por la fe vivirá» 67

o creyentes cuando se ponen de parte de la justicia y del ¡xxier sal-


vador de Dios y consagran todo lo que son a Jesucristo.
<<El justo por la fe vivirá•• (Rom. 1: 17). Estas palabras senci-
llas y claras contienen la clave para la vida aquí y en la eterni-
dad. Tomando en cuenta que la salvación y la vida eterna son
provistas por Dios y se ofrecen como un don, debe haber alguna
acción o actitud de respuesta de parte del pecador que indique
su a~eptación de, y su dedicación a, ese don. Esa respuesta es la fe.
En ese caso el hombre no anda, simplemente en busca de cono-
cimiento, sino de la vida. La fe nos vincula con Dios.
En el Sermón del Monte Jesús, dijo a sus seguidores:
«Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vi-
da, qué habéis de comer o que habéis de beber;
ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No
es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que
el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siem-
bran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro
Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros
muchos más que ellas? [... ].¿No hará mucho más
a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis,
pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos,
o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan to-
das estas cosas; que vuestro Padre sabe que tenéis
necesidad de todas estas cosas. Mas buscad prime-
ramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas
cosas os serán añadidas» (Mat. 6: 25-33).
Cristo no reprende a sus oyentes por la ignorancia o la ines-
tabilidad de ellos respecto al cuidado y la provisión que Dios ha
hecho para sus vidas, sino por su falta de confianza en él.
«Lucas pone la acción divina de Dios en Cristo
en la misma raíz de la salvación, pero esto no
significa que todos los hombres recibirán la
salvación. Él abre la puerta. Pero si los hombres
han de entrar, es necesario que reciban esta sal-
vación. Esto significa que la actitud de ellos de-
be ser la de una sumisión completa de su cora-
zón a Dios [... ]. Jesús elogió la fe del centurión
(Luc. 7: 9) [... ].A manera de contraste, censuró
68 SALVAOON SIN IlMrrEs

la falta de fe (Luc. 9: 41). [... ]Se considera que


Jesús [... ] exige a los hombres nna entrega com-
pleta a él)) (Leon Morris, The Cross in the New
Testament, p. 102).
(<No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene
grande galardón{ ... ]. Porque aún un poquito y el
que ha de venir vendrá y no tardará. Mas el justo
vivirá por la fe. Y si retrocediere no agradará a mi
alma. Pero nosotros no somos de los que retroce-
den para perdición, sino de los que tienen fe para
preservación del alma» (Heb. 10: 35-39).

El significado de la fe
¿Cuál es el significado y el sentido de los textos en los que la Es--
critura emplea la palabra fe? ¿Cómo la usaron los grandes hom-
bres de la Biblia? La palabra griega que se traduce como fe es pis-
tis, y la forma verbal es pisteos. Nunca se usó ninguna de las dos
palabras tan solo como el equivalente a conocer algo. Van mucho
más allá de eso. El concepto implica la idea de confianza, de apo-
yarse confiadamente, de lealtad.
((Tú crees que Dios es nno; bien haces. También
los demonios creen y tiemblan)) (Sant. 2: 19).
Los demonios conocen la rectitud de Dios y de su Palabra. Lo
que ellos saben equivale a la verdad eterna acerca de Dios, a lo que
él es y a lo que ha hecho. Ellos saben que Jesús es el Hijo de Dios.
Reconocen que nuestro Señor estuvo en la tierra. Sin embargo, un
asentimiento racional a las realidades divinas no significa que al-
guien tenga fe.
Una fe dinámica implica mucho más que la coherencia y la
iluminación intelectual que concede el saber que algo es verdad.
Hay muchas cosas reconocemos corno verdaderas sin que depo-
sitemos ninguna confianza en ellas. Sabemos que el hombre es
mortal y sujeto a la muerte. Creemos que todos los seres huma-
nos son pecadores y nacidos sin Dios en el mundo. Creemos en la
destrucción final del pecado y de los impíos. Pero no confiamos
en estos hechos, aunque reconocemos que son verdaderos.
«El justo por la fe vivirá» 69

«La fe no es meramente un asentimiento intelec-


tual de la verdad, ni siquiera una aceptación inte-
lectual de la verdad. Usted puede tener eso, y to-
davía no tener fe. La fe significa tener nna confian-
za verdadera en él y en lo que ha hecho en nuestro
favor y por nuestra salvación[ ... ]. El hombre que
tiene fe es el hombre que ya no se mira a sí mismo.
No se fija en nada de lo que una vez fue [ ... ]. No
mira a lo que espera ser como resultado de sus
propios esfuerzos. Ese hombre mira totalmente
al Señor Jesucristo y su obra terminada, y sola-
mente en eso descansa>> (Martyn Uoyd-Jones, Ro-
numos, p. 45).
Casi nunca aparece por sí sola la palabra griega que se tradu-
ce como «fe>>, sino que está conectada con preposiciones que
expresan la idea de creer en algo:
«Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él
ha enviado» Ouan 6: 29).
«Entretanto que tenéis la luz, creed en la luz, pa-
ra que seáis hijos de luz» Ouan 12: 36).
«No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios,
creed también en mí>> Ouan 14: 1).
Pablo habla de tener «fe en su sangre>> (Rom. 3: 25). «Puesto-
dos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús>> (Gál. 3: 26).
«A fin de que seamos para alabanza de su gloria,
nosotros los que primeramente esperábamos en
Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la
palabra de verdad, el evangelio de vuestra sal-
vación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados
con el Espíritu Santo de la promesa>> (Efe. 1: 12, 13).
<<Pero al que no trabaja, sino cree en aquel que
justifica al impío, su fe le es contada por justicia>>
(Rom. 4: 5).
El uso de la preposición es significativo. Creer en alguien puede
significar simplemente creer lo que dice, y nada más. Creer en una
persona significa atribuirle gran valor, de modo que tengamos
70 SALVACIÓN SIN ÚMITI!S

confianza en ella. Los creyentes deben confiar en las promesas y


en la Palabra de Dios, porque el Dios que hace las promesas y que
habla siempre es verdadero. Él cumple su palabra. La verdad acer-
ca de esta persona, las promesas que hace, han llegado a tener un
significado real. Esas promesas toman al creyente y lo conducen
más allá de sí mismo para satisfacer su necesidad de algo que sea
digno de confianza. La vida es en gran medida una búsqueda de
aquellos en quienes podamos confiar plenamente. Esa actitud de fe
no es un mero asentimiento intelectual, sino un acto que envuel-
ve completamente la personalidad del hombre.
El conocimiento no llega a ser una creencia hasta que da lugar
a la acción. Esto es cierto en nuestra relación con los médicos,
dentistas, o cualquier otra rama de servicios de salud. Los cono-
cimientos que poseen son de poco valor hasta que se confía y se ac-
túa basándose en ellos.
«Decir que la fe no es meramente un asentimien-
to de la verdad no equivale a decir que la fe no
involucra la verdad. Hacer del conocimiento de
la fe algo antiintelectual sería moverse de la zo-
na de los hechos en el mundo objetivo. Es un he-
choque Cristo es el Señor; es falso decir que no
lo es. Y el señorío de Cristo es un hecho afirma-
do por el intelecto>> (Lewis B. Smedes, All Things
Made New, p. 210).
«La fe es la respuesta y la entrega personal al
hecho histórico total que Cristo Jesús nos hace>>
(Carl Henry, op. cit., p. 196).
Una actitud de fe cambia el énfasis y la c{nfianza en el yo,
colocándolos en Cristo. Esta acción o movimiento fundamental
que afecta la vida no se produce fácilmente. La fe hace que la gen-
te piense profundamente en sí misma y en su relación con Dios.
Estimula una honda preocupación al meditar en la relación co-
rrecta con Dios.
((No hay nada superficial en lo que el Nuevo Tes-
tamento llama fe, en su relación con esta verdad
suprema en Dios[ ... ]. Es la entrega absoluta de
uno mismo para siempre al amor de Dios para sal-
vación lo que ha sido capaz de cargar con el peca-
«El justo por la fe vivirá» 71

do de la humanidad. No es simplemente el acto


de un instante, es la actitud de una vida; es lo
único correcto en el momento cuando alguien se
abandona a sí mismo a Cristo, y es lo único que lo
mantiene justo ante Dios para siempre. Tan cierta-
mente es la totalidad del cristianismo en forma
subjetiva, como Cristo es el todo del aistianismo
de manera objetiva» ijames Denny, The Christian
Doctrine ofReconciliation, p. 291).
La fe no gana méritos. La fe significa apoyarse totalmente en
Cristo. Esta confianza no es ficción. Nosotros reconocernos nues-
tra total dependencia de él para la salvación, para la vida, y para
la justicia. Esta relación de continua confianza y dedicación a
Dios restaura la vida del hombre al plan original que Dios tenía
para él en el Edén. La salvación debe comenzar a partir de este
punto. Es la vida de Cristo la que elegimos, no la nuestra.
La fe nunca es una aceptación fácil de Cristo. Implica un com-
promiso decidido de que aceptamos a Cristo, a su vida, y a su vo-
luntad. Cuando Dios observa esa clase de fe nos considera justos,
de acuerdo con lo que hayamos decidido al consagramos para
estar en Cristo. Ese tipo de fe es iniciarse en la obediencia a la vo-
luntad de Dios.
«El acto de fe implica tanto asirse de Dios como
ser asido por él; el poder de la fe se ejerce tanto
en rendirse como en la conquista: la fe que vence
al mundo es una entrega a la gran victoria de
Cristo>> (C. C. Berkouwer, Faith and Justification.
Grand Rapids: Eerdmans, 1954, p. 190).

El ejercicio de la fe
¿Cuál es el punto de partida de la fe? ¿Cuál es el lugar correc-
to para comenzar? «Puestos los ojos en Jesús, el autor y consu-
mador de la fe)) (Heb. 12: 2). La fe salvadora no la genera el yo.
Es un don de Dios. La revelación de la justicia salvadora en su
Hijo, Jesucristo, da inicio a nuestra fe y la continúa desde el prin-
cipio hasta el fin. «Porque en el evangelio la justicia de Dios se
revela por fe y para fe>> (Rom. 1: 17). La fe pone en alto, a causa
72 SALVAOóN SlN ÚMri1!S

de su propósito, a Jesucristo. Esto es de suprema importancia.


Tener una fe genuina significa que el objeto de la misma no pue-
de ser falso. Ha de ser verdadero. El error de las religiones falsas
es que el blanco de su fe no apunta a dioses reales y verdaderos,
sino falsos. La mente busca certeza y confianza en una cosa: que
el objeto de su fe sea real y genuino y no una creación de la fan-
tasía o de las imaginaciones humanas. En caso de que el objeti-
vo sea falso, la fe profesada en un dios falso se convertirá en un
autoengaño.
«Expongan su caso --dice el Señor-; presenten
sus pruebas --demanda el rey de Jacob-. Acér-
quense y anuncien lo que ha de suceder, y cómo
fueron las cosas del pasado, para que las consi-
deremos y conozcamos su desenlace. ¡Cuénten-
nos lo que está por venir! Digan qué nos depara
el futuro; así sabremos que ustedes son dioses.
Hagan algo, bueno o malo, para verlo y llenar-
nos de tenur. ¡La verdad es que ustedes no son na-
da, y aun menos que nada son sus obras! ¡Abo-
minable es quien los escoge!
»Miro entre ellos, y no hay nadie; no hay entre
ellos quien aconseje, no hay quien me responda
cuando les pregunto. ¡Todos ellos son falsos! Sus
obras no son nada; sus ídolos no son más que
viento y confusión)) (Isa. 41: 21-24, 28, 29, NVI).
Todos hasta cierto punto vivimos por fe. Confiamos en alguien.
Incluso la confianza en nosotros mismos, en nuestnycapacidad,
o en nuestros amigos, le proporciona algún significa(io y valor a
nuestra vida en la tierra. Hablamos del ejercicio de la fe en el
médico, en el constructor, en el piloto de una aeronave. La fe se
basa en lo que estos hombres son en sí mismos como personas
dignas de confianza. La fe difiere de acuerdo con la naturaleza y
la personalidad de cada individuo. La fe dirige el valor del mé-
dico respecto a nosotros en términos de su habilidad para sanar
y salvar la vida.
Si ponemos nuestra confianza en el dinero y en las posesio-
nes, que son transitorios, entonces no tendremos futuro. De hecho,
«El justo por la fe vivirá>> 73

no se puede confiar de forma absoluta en nada ni en nadie. Fuera


de la confianza en el Dios viviente y verdadero, todo lo demás
es relativo. Vivimos en el tiempo y somos criaturas del tiempo.
Solo por fe en el Dios eterno podemos ser parte de la eternidad.
La fe en Jesucristo significa que la vida, en última instancia, tiene
un significado final, una garantía de vida ahora y en el más allá.
Todo lo demás es transitorio.
~lomón aprendió la lección y lo expresó así:
«Vanidad de vanidades, dijo el Predicador[ ... ].
Todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hom-
bre de todo su trabajo con que se afana debajo
del sol? Generación va y generación viene; mas
la tierra siempre permanece I... ]. Miré yo luego
todas las obras que habían hecho mis manos, y
el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí,
todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin
provecho debajo del sol» (Ed. 1: 2-11; 2: 11).
«Aquí está la paciencia de los santos, los que
guardan los mandamientos de Dios y la fe de
Jesús)) (Apoc. 14: 12).
¿Cómo va Dios a recuperar la lealtad de los pecadores? ¿Cómo
puede Dios asegurar una vez más la confianza y la lealtad perso-
nal? ¿Qué método puede usar Dios para guiar a los seres huma-
nos a abandonar la dependencia del yo y la autosuficiencia? Aquí
es donde el Dios del cielo se muestra en su verdadero carácter.
Él mismo viene el mundo en la persona de su Hijo, Jesucristo.
El llamamiento del evangelio siempre afirma la preminencia
de Jesucristo. Al mismo tiempo nos presenta los hechos en tér-
minos de la revelación divina manifestada en la historia humana.
Lo maravilloso de Aquel que nos redime es que encierra la ver-
dad, la justicia y el amor en su persona. Por lo tanto, Dios nos ha
dado todos los motivos que necesitamos a fin de ejercer la fe. Solo
en la medida en que confiamos en el Dios y Padre puede la vida
tener significado.
Este amor de Dios manifestado en Cristo, nunca será un tema del
cual podamos hablar demasiado. La repetición de clichés religiosos
74 5ALVAOÓN SlN LfMITR<>

no es suficiente: el pecado, la salvación, la verdad, el mensaje, la


terminación de la obra de Dios. Estas palabras debieran usarse
con más parquedad, no solamente como una sencilla referencia
verbal que cubre la indiferencia y la neutralidad. La fe se aferra
a la misma realidad que le concede vigencia a dichos términos.
Debemos asegurarnos de que nuestro uso de la terminología
religiosa no sea un escape de la realidad espiritual.
La fe es un medio para lograr un fin y no un fin en sí misma.
El fin es la relación salvadora del creyente con Cristo. Una fe ge-
mrina significa que el objeto de nuestra fe existe, que Jesucristo
es el Dios viviente, que nuestras vidas están dirigidas y contro-
ladas por ese poder soberano y supremo. La fe no salva. Eso lo
hace Jesucristo. Nosotros confiamos en la promesa de Cristo de
venir otra vez y somos salvos mediante la esperanza. Confiamos
en la obra redentora de Cristo; pues de otra forma no tendríamos
la seguridad de que nuestros pecados han sido perdonados y que
nuestra salvación futura ha sido asegurada. Por la fe podemos ha-
cerle frente a la naturaleza transitoria de la vida y a la muerte sin
temor. Podemos vivir en seguridad porque sabemos que Dios,
no nosotros, es responsable de preservar nuestra vida. Exclama-
mos con el apóstol Pablo:
«¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por noso-
tros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni
a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos no-
sotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las
cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? (... ]
¿Quién nos separá del amor de Cristo? ¿Tribula-
ción, angustia, persecución, hambre, desnudez, pe-
ligro o espada? (... ] Antes, en todas estas cosas, SO::
mos más que vencedores por medio de aquel que
nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la
muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni
potestades, ni lo presente ni lo porvenir, ni lo alto ni
lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos po-
drá separar del amor de Dios, que es en Cristo Je-
sús, Señor nuestro» (Rom. 8: 31-39).
<<No hay nada en la fe que la convierta en nues-
«El justo por la fe vivirá» 75

tro Salvador. La fe no puede quitar nuestra cul-


pabilidad. Cristo es el poder de Dios para salva-
ción a todo aquel que cree. La justificación viene
a través de los méritos de Jesucristo. Él ha paga-
do el precio para la redención de los pecadores.
Sin embargo, es solamente a través de la fe en su
sangre que Jesús puede justificar al creyente» (Co-
mentario bíblico adventista, comentario de Elena
G. de White sobre Romanos 5: 1).
La fe se centra en su precioso objeto, en Jesucristo; sin que la
mente se desvíe en lo más mínimo por una consideración de la mis-
ma como algo que sea motivo para felicitarnos. Por este motivo la
persona más débil y más sencilla no ha de dudar en poner su con-
fianza en un Salvador que es totalmente capaz de salvar hasta lo
sumo. El cristiano no debe confiar en la excelencia de la fe, sino
en la excelencia de Cristo, nuestra justicia. Cuando el creyente
dirige sus pensamientos al valor inherentemente digno de fe, pue-
de llegar a la conclusión de que la fe que contribuye a su salva-
ción y que tiene méritos en sí misma. Pero la fe solo tiene valor en
la medida en que esté fundada en Cristo.
«Nosotros no creemos con él, o con su ayuda, sino
en él[ ... ]. Y en él[ ... ] tenemos nuestro poder pa-
ra creer. Él no tan solo es el objeto de la fe sino
también el mundo de la fe. Él se convierte en
nuestro universo que siente y sabe, y nos hace lo
que somos. El hecho de que en nada más, sino en
Cristo, tenemos la comunión que la satisface es
algo tan profundo como la misma sed de Dios
que surge en nuestra alma [... ]. La posesión de
Dios es segura para toda edad y para toda alma,
tan solo en Jesucristo como en su fundamento vi-
viente» (P. T. Forsyght, The Person and Place offesus
Christ. Londres: Independent Press, p. 56).
Una treta de Satanás es mantenemos ocupados con nuestra
propia persona, para que no miremos a Cristo. La fe no vale nada
hasta que se olvida de nuestras debilidades y de las ajenas para
conducimos a una lealtad total en el único que nunca falla.
76 SALVACióN SIN LfMrrEs

«La vida en Cristo es una vida de plena confian-


za[ ... ]. Tu esperanza no se cifra en ti mismo, sino
en Cristo. Tu debilidad está unida a su fuerza, tu
ignorancia a su sabiduría, tu fragilidad a su eter-
no poder. Así que no has de mirarte a ti mismo
ni depender de ti, sino mirar a Cristo. Piensa en
su amor, en la belleza y perfección de su carácter.
Cristo en su abnegación, Cristo en su humilla-
ción, Cristo es su pureza y santidad, Cristo en su
incomparable amor: este es el tema que debe con-
templar el alma. Amándolo, imitándolo, depen-
diendo enteramente de él, es como serás trans-
formado a su semejanz,a [ ... ]. Cuando pensamos
mucho en nosotros mismos, nos alejamos de Cristo,
la fuente de la fortaleza y la vida. Por eso Satanás
se esfuerza constantemente por mantener la aten-
ción apartada del Salvador, con el propósito de
impedir la unión y la comunión del alma con Cristo.
Valiéndose de los placeres del mundo, los traba-
jos, perplejidades y tristezas de la vida, así como
de nuestras propias faltas e :itrtpetfecciones o de las
ajenas, procura desviar nuestra atención hacia todas
estas cosas, o hacia algunas de ellas. No nos dejemos
engañar por sus maquinaciones[ ... ]. No debernos
hacer de nuestro yo el centro de nuestrrn pensamien-
to., ni alimentar ansiedad ni temor acerca de si se-
remos salvos o no. Todo esto desvía el alma de la
Fuente de nuestra fortaleza. Encomendeilllli a Dios
el ruidado de nuestra alma, y confiemos en él [... ].
Reposemos en Dios. Él puede cuidar lo que le he-
mos confiado. Si nos ponemos en sus manos, nos
hará más que vencedores por medio de Aquel
que nos amó)) (El camino a Cristo, pp. 104-106).

Participación personal
Aquel que toma a Cristo y a la Palabra de Dios en serio debe
hacerle frente al ejercicio de la fe en términos de su participación
«El justo por la fe vivirá» 77

personal. Jesucristo, su persona, y su obra salvadora se han con-


vertido ahora en algo de importancia personal. De modo que since-
ramente preguntarnos: ¿Qué debernos hacer para ser salvos? ¿Có-
mo puede Cristo, nuestra justicia, serme útil? Dios, ciertamente, me
ama. Él me recibirá. La naturaleza de Cristo, la expiación, su minis-
terio sacerdotal en el cielo, tienen un significado para nosotros en
un sentido individual muy particular. La fe es una respuesta indi-
vidtt~l. Esta fue la experiencia de Pablo, como él mismo lo explicó:

((Nosotros somos la circuncisión, los que en espí-


ritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo
Jesús, no teniendo confianza en la carne, aunque
yo tengo también de qué confiar en la carne. Si
alguno piensa que tiene de qué confiar en la car-
ne, yo más: circnncidado al octavo día, del linaje
de Israel, de la tribu de Benjarrún, hebreo de he-
breos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo,
perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia
que se basa en la ley, irreprochable .Pero cuantas
cosas eran para mí ganancia, las he estimado como
pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun
estimo todas las cosas como pérdida por la exce-
lencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
Por amor a él lo he perdido todo y lo tengo por
baswa, para ganar a Cristo y ser hallado en él, no
teniendo mi propia justicia,.que se basa en la ley.
sino la que se adquiere por la fe en Cristo, la jus-
ticia que procede de Dios y se basa en la fe. Quie-
ro conocerlo a él y el poder de su reswrección, y
participar de sus padecimientos hasta llegar a ser
semejante a él en su muerte, si es que en alguna
manera logro llegar a la resurrección de entre los
muertos•> (Fil. 3: 3-11).
Siempre existe la tentación de que nos distanciemos con el pro-
pósito de considerar los hechos bíblicos objetivamente, sin ninguna
participación personal. La fe salvadora no despoja a la verdad de
ninguna evidencia sólida, sino que implica algo más que ciertos
78 SALVACIÓN SIN l.ÍMI11'S

procedimientos lógicos como los que se aplican en las matemá·


ticas o en la investigación científica de algún problema o caso. Si
bien debemos procurar que la verdad de la justificación por la fe
sea lo más clara posible, la fe es ante todo una respuesta personal a
la obra del Espíritu Santo. Deberíamos tener en mente este texto:
(<Indiscutiblemente, grande es el misterio de la
piedad: Dios fue manifestado en carne, justifica·
do en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado
a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba
en gloria)) (1 Tun. 3: 16).
Existe una urgencia respecto a la salvación que no nos per·
mite esperar para actuar hasta haber sopesado toda dificultad y
toda cuestión en el delicado esquema de la lógica. Si seguimos
realizando cuestionamientos, la necesidad de poner en práctica
la fe en Jesucristo nos dejará de lado. La fe es una virtud moral
y espiritual más necesaria para la vida que el agua y el alimento.
No es bueno dudar y discutir continuamente los enunciados de
la Palabra de Dios. No es conveniente enmarcar la comprensión
de Cristo dentro de los límites de nuestro propio intelecto. Deb~
mos aseguramos de que nuestras discusiones religiosas no sean
una máscara para encubrir la falta de vitalidad espiritual.
Aceptamos que la respuesta del hombre a Dios no puede ser
una ciega sumisión. Hemos de ver y comprender la verdad antes
de que podamos hacerla nuestra. La experiencia cristiana no pue·
de progresar mucho más allá de nuestro discernimiento de la
verdad bíblica. Sin embargo, la Palabra de Dios se convierte en
la antorcha de la verdad, no solo por encima de la razón de cada
ser humano, sino sobre todo nuestro ser.
((Para Pablo [la fe] significa la rendición total del
hombre al acto salvífica de Dios. la fe que es canta· · · '·
da por justicia no es una fuerza psíquica, una con·
quista de la razón todopoderosa, o la perfección
de las virtudes religiosas; es reconocer a Dios como
Salvador, el solo y único camino que abre la puerta
a la revelación del solo y único verdadero objeto
de la fe» (G. Quell y G. Schrenk. Righteousness, p. 48).
«El justo por la fe vivirá» 79

La participación- personal nos pone bajo la custodia de la Per-


sona divina y de ese Poder divino. Le permite al Espíritu Santo
que penetre en la totalidad de nuestra vida. Adquiere autoridad
sobre nosotros y rompe la esclavitud del pecado y del yo. Un pe-
cado acariciado, la reserva de una parte de nuestra vida que no
se entrega a Cristo, detendrá el progreso espiritual. nublará la
percepción espiritual, cegará la mente e imposibilitará la fe.
La fe es el don del Espíritu Santo. «Porque no es de todos la
fe~~ (2. Tes. 3: 2). El don de la fe nunca se niega a aquellos que con
sinceridad y fervor la buscan de acuerdo a las Escrituras. La con-
fesión de fe de Pedro fue seguida por la declaración de nuestro
Señor: «Bienaventurado eres, Simón[ ... ] porque no te lo reveló
carne ni sangre» (Mat. 16: 17). Y es que la fe no surge por virtud
de la sabiduría o el esfuerzo natural de los hombres.
«La fe misma no es una obra propia e indepen-
diente; es la obra del Espíritu Santo en mi cora-
zón. Solo Dios tiene el poder de llevar mi voluntad
caprichosa y rebelde al punto de la entrega{ ... ].
Es cuando la cruz de Cristo ha sacudido nuestra
suficiencia propia, humillado nuestro orgullo, y
nos ha levantado luego del polvo por el poder de
su amor, únicamente cuando todo esto se ha he-
cho es que puede fluir el Espíritu de Dios y to-
mar el control de nuestras vidas[ ... ]. El Espíritu
enseña a nuestro corazón lo que Cristo hizo por
nosotros, y despierta esa respuesta que se llama
fe: el amén del alma al juicio y a la misericordia
de Dios [... ].El Espíritu crea la fe, y la fe recibe
al Espíritu~~ (Leslie Newbigin, Sin and Salvation.
Filadelfia: Wesminster, 1956, pp. 99, 100).
«La fe es siempre lUl don divino, siempre lUla obra
del Espíritu Santo[ ... ]. La fe no es concebida por
la carne y la sangre~~ (Berkouwer, op. cít., p. 190).
Desear a Dios, buscar a Dios personalmente, abrir la mente y
el corazón para recibir a Dios, eso es fe. No consiste sencillamente
en creer algo acerca de él. sino creer en él; no es sostener una opi-
nión o llegar a una conclusión, sino echar mano de Cristo mismo.
80 5AJ..YAOÓN SIN ÚMrl1lS

Bajo la .influencia conmovedora del Espíritu Santo nos volvemos


enteramente a Cristo. Sabemos que eso es lo supremo y lo único ver-
dadero, la única realidad eterna que puede cambiar nuestras vidas.

Fe y emociones
Es un error muy serio identificar la fe con los sentimientos.
Contemplar nuestras emociones, o depender de nuestra razón, con-
vierte al yo en la última instancia o tribunal de apelación, lo cual
constituyó en parte el pecado original. Obviamente, los sentimien-
tos humanos no pueden crear o mantener la fe. La debilidad y la
impotencia del ser humano no pueden sentar la base para forjar la
confianza en Dios. Ninguna mente humana aunque esté dotada de
superioridad intelectual y emocional, puede proporcionarnos en
ningún caso la certeza definitiva que necesitamos. El ser humano
puede caer fácilmente, víctima de su propia capacidad mental li-
mitada, o de sus propios sentimientos. Los hombres son proclives
a los engaños y errores, tanto de la mente como del corazón.
Estos son los tiempos para los grandes reavivamientos reli-
giosos y para las grandes cruzadas que conmueven el corazón.
La excitación religiosa se presenta de forma abrumadora. Y ahí es
donde está el peligro. La ignorancia y la credulidad de las mul-
titudes ofrecen a estas modalidades religiosas nn terreno fértil
para el engaño y la falsificación, no importa cuán falsas sean sus
premisas, no importa cuán inadecuados sean sus fundamentos
bíblicos o cuán frágil sea su autoridad. Millones de personas en
el mrmdo tendrán grandes dificultades para escapar de la con-
fusión religiosa a menos que su fe sea inteligente, moral y espi-
ritualmente fundada en la Palabra de Dios.
Existe un enorme peligro de que algunos de los reavivamien-
tos religiosos que provocan en la gente nna excitación anormal re-
sulten en una actitud desfavorable hacia la verdad. Esto podría
evitarse si todos nos mantuviéramos en una actitud inteligente y
morahnente responsable ante la Palabra revelada de Dios. Bajo
el pretexto de sostener nn encuentro extático con lo sobrenatu-
ral, los seres humanos se apartan de la senda de justicia y de la
obediencia a su Palabra.
Este tipo de manifestaciones aparece en gran escala en algu-
nos reavivamientos religiosos que amenazan a las iglesias con
«El justo por la fe vivirá» 81

una falsificación engañosa. Los problemas y necesidades espiri-


tuales de nuestro tiempo claman por un mensaje que no solo
ayude a los hombres y mujeres a reconocer la necesidad de men-
tes iluminadas en la verdad de Dios, sino que estabilice la con-
ducta moral de las personas y las conduzca a la vida por la
senda de la verdad divina.
La fe que se funda en lo que es divinamente verdadero resu-
ta eterna e inconmovible. Para quien se guía por la verdad, la fe
no es J.tn dirigente ciego que guía a otros ciegos. Más bien, es
sensible y receptivo a la verdad de la Palabra de Dios. Su visión
mental y espiritual es clara, y su fe se basa en realidades divinas.
Las aspiraciones que tiene el ser humano de conocer a Dios no
pueden satisfacerse, ni su mente encuentra la paz, a menos que
su confianza repose, tanto en Jesucristo como Salvador y Señor,
como en su Santa Palabra. Los hombres y mujeres nos hallamos
en peligro cuando pretendernos tener un encuentro con Dios, y
sin embargo, no sometemos nuestra mente y nuestra vida a las
claras enseñanzas y a la dirección de la Biblia.
La comunión con Dios no es una revolución subjetiva que pue-
de producirse artificialmente a intervalos regulares. Es imposi-
ble tener una experiencia con Cristo a menos que comprendamos
y apreciemos que conceptos como perdón, arrepentimiento, jus-
tificación, el nuevo nacimiento y santificación, tienen un signifi-
cado distintivo personal para nosotros; algo que se experimenta
en la totalidad de nuestra vida.
Todo esfuerzo por llevar a alguien a una actitud de éxtasis emo-
cional es engañoso. No podemos atraer a la gente con falsos se-
ñuelos. La fe no es un sentimiento emocional que haya de ser exa-
cerbado. Toda manipulación de las emociones humanas es des-
tructiva para la fe. El sensacionalismo es malo. No debemos de-
gradar nuestra relación con Cristo al nivel de una excitación emo-
cional o espiritual.
Multitudes están siendo engañadas mediante ofertas de en-
cuentros espirituales extáticos con lo sobrenatural. El hecho de
que una persona experimente una cierta forma de éxtasis reli-
gioso no significa que se ha encontrado con el Señor Jesucristo.
Los pueblos y las religiones paganas ofrecen el mismo tipo de dis-
tracción religiosa desordenada. No existe una sola religión en el
82 SALVACIÓN SIN" úMnFs

mundo que esté libre de este tipo de manifestación espiritual. La


historia de las religiones mundiales nos proporciona la morbosa
percepción de que podemos experimentar lo sobrenatural.
En la actualidad millones de personas son arrastradas por el
sensacionalismo religioso. En el fondo de todo ello, permanece al
acecho la tentación de creer que la fe genuina en Dios que se ense-
ña en la Biblia no pertenece de ningún modo a esta vivencia. Hoy
por hoy el clamor del poder espiritual de la justificación por la fe
en Cristo está siendo silenciado por excitaciones pasionales y las
emociones que rugen en la música irracional, en la risa, los gri-
tos los aplausos y el zapateo, con la idea de que Dios está allí.
Cristo vivió entre los hombres con humildad, mansedumbre,
dignidad, reverencia y majestad. Cuán poco, si es que hubo algo,
de sensacionalismo y algarabía hubo en el ministerio de Jesús.
Todas las manifestaciones de la presencia de Dios que se registran
en las Escrituras produjeron inmediatamente reverencia y recogi-
miento en los corazones de aquellos que las presenciaron.
Los dones del Espíritu y la presencia de Dios son tan profundos
y delicados que no existe pérdida alguna del dominio y el con-
trol personal. La presencia de Cristo en la vida no tiene nada que
ver con la emoción que se aparta de la pureza moral y de las bue-
nas obras. La fe en Cristo y en su Palabra nunca eleva al cristia-
no devoto a las nubes donde queda exento de la obediencia a la
ley de Dios, y fuera del alcance de la autoridad de los Diez
Mandamientos. La verdadera fe no absuelve a nadie del ejercicio
de una sana actuación en armonía con la verdad. La fe que man-
tiene la comunión con Cristo no es la que empuja a la mente al
frenesí. La verdadera fe se abstiene de toda manifestación que
pueda dañar la salud mental y la vida.
La alternativa a este traslado al éxtasis no es la hoieza y la indi-
ferencia espiritual. El Espíritu Santo ilumina la mente y hace que
la Palabra de Dios adquiera vida. Hace que el ser htunano sienta
hambre y sed de la justicia de Cristo y se encienda de pasión ~ el
deseo de salvar a los perdidos. Las lenguas de los hombres se (.en-
vierten en instrumentos divinos para la proclamación y testifica-
ción de las maravillas del amor y del poder transformador de Dios.
La paz de Dios que sobrepuja todo entendimiento conserva el
equilibrio de la vida y llena al hombre interior de nn gozo per-
«El justo por la fe vivirá» 83

manente en contraste con la emoción desenfrenada del momen-


to. No hay un estímulo exagerado a la indulgencia emocional,
sino una manifestación del amor, el gozo y la paz del cielo. Estos
frutos del Espíritu constituyen una experiencia perenne. El hom-
bre que tiene fe en Cristo, en la supremacía de las verdades ce-
lestiales, experimentará un incremento de la actividad mental
donde todo se eleva y «todo lo que es verdadero, todo lo honesto,
toda lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen
nombre>> llena la mente y la vida (Fil. 4: 8).
«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo
también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma
de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa
a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en la condición de hombre,
se humilló a sí mismo, haciéndose obediente has-
ta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2: 5-8).

La dificultad en el ejercicio de la fe no reside en Dios. Ningún


pecador ha estado nunca más ansioso de tener la justicia que su
Redentor de otorgársela. El deseo de arrepentirse de nadie jamás
sobrepasará al deseo divino de otorgarle el perdón total y la jus-
ticia salvadora de Cristo.
Cristo mismo nos mostró el camino. Nuestro Señor vivió por
la fe en su Padre durante su existencia humana en la tierra. Él
dijo: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo» Uuan 5: 19).
Nos exhorta: «Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas» (Mat. 11: 29). Si Cristo, en su vida perfecta, reve-
la que esta debe ser la verdadera actitud de fe y dependencia de
su Padre, cuánto más nosotros, criaturas injustas, necesitamos te-
ner esta actitud. Cristo habló de ello en el Sermón del Monte.
<\Bienaventurados los pobres en espíritu, porque
de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados
los que lloran, porque ellos recibirán consola-
ción. Bienaventurados los mansos porque ellos
recibirán la tierra por heredad» (Mat. 5: 3-6).
84 SALVACióN SIN ÚMI11!S

Estas palabras nos indican la actitud que debemos mostrar si


hemos de ejercer una fe verdadera. Hablan de la bancarrota del
corazón humano ocasionada por el pecado y el orgullo. Quien
tenga hambre y sed de justicia que confiese su falta de justicia que
solo puede ser suplida por una fuente ajena a sí mismo. Quien
sea pobre en espíritu y conozca su necesidad estará listo para re-
cibir la ayuda de Dios. El que es manso tampoco supone que su
propia mente es la fuente de la sabiduría y que por lo tanto, pue-
de confiar en sí mismo.
A la fe le va muy mal cuando nos concentramos en nosotros
mismos, cuando el énfasis ha cambiado de la suficiencia en Dios
a la suficiencia propia. Es muy fácil para los seres humanos co-
menzar a depender de ellos mismos. El mundo de los logros hu-
manos desea profundamente la exaltación propia.
Incluso en la iglesia sus miembros llegan a creer inadvertida-
mente que el progreso en la causa de Dios se logra a través de los
métodos humanos: mediante programas, reglamentos, ideados por
entidades y el ingenio humano, sin la dependencia del Espíritu
Santo. Es un error fatal creer que la iglesia puede realizar la obra
de Dios a través de la sabiduría de los hombres, y no por el po-
der regenerador, santificador y transformador de Dios.
La verdadera fe en Dios está distante de la autonomía del hom-
bre. Estar más seguros de nosotros mismos de lo que estamos de
Jesucristo es la apoteosis de la necedad. La justificación por la fe
excluye cada jota y cada tilde del amor propio, de la afirmación
propia, así como cualquier hebra de orgullo. En estos tiempos so-
fisticados hemos heredado un complicado sistema, tanto de pen-
samiento teológico como de vida eclesiástica, que debe fortalecer-
se mediante toda clase de actividades y técnicas para impresionar
a la gente. Por lo mismo, ese énfasis puede cambiamos con faci-
lidad a nosotros.
Ningún hermético sistema teológico, ninguna especialidad en
métodos humanos puede concedemos una fe triunfadora. Las di-
ficultades surgen cuando, como profesos cristiano~ establecemos
una práctica y un modelo eclesiástico y luego nos v~lvernos com-
placientes y nos justificamos a nosotros mismos en virtud a nues-
tra conformidad con dicho modelo. Es imperativo que hagamos
atractiva e irresistible la fe en Cristo. Que la convirtamos en opor-
«El justo por la fe vivirá» 85

·-
tunidades para las más emocionantes aventuras en la vida cristia~
na, manifestadas en un servicio redentor en favor de otros moti-
vados por Cristo. Nuestra fe en Cristo tiene que comprometemos
en tal medida con Dios, que ofrendemos todos nuestros recursos
a la causa de la victoria espiritual y el triunfo del reino de Dios.
Necesitamos ser absolutamente sinceros al hacer frente a los re-
querimientos de Cristo respecto a la totalidad de nuestras vidas.
HeiJl.OS de rechazar toda práctica en la vida diaria, en los nego-
cios, -en las actividades lúdicas, que dejen a Cristo fuera de nues~
tros pensamientos y de nuestra manera de vivir. En el instante
en que el cristiano profeso se niega a abrirse totalmente a Cristo,
la integridad de la persona comienza a derrumbarse, surge el pe-
ligro del autoengaño. Ante nuestros fracasos espirituales se en-
cuentra la negativa a aceptar en presencia de Cristo la verdad res-
pecto a nuestras vidas.
Ninguna profesión de fe durará, a menos que permitamos que
Cristo limpie las partes más íntimas de nuestras almas. Procurar
ocultarle a Cristo nuestras faltas secretas y nuestro egoísmo nos
llevará finalmente al desastre.
La respuesta a todas las expectativas respecto a nosotros mis~
mos y acerca de nuestra superficialidad debe ser la vida misma,
no meramente una serie de creencias religiosas. La fe que obra por
el amor nos capacita para enfrentamos a nosotros mismos, tal
como somos. No rechazaremos el don de Dios. No nos acercamos
con falsas pretensiones. Permitiremos que Cristo entre con su pu~
reza, su altruismo, su poder para limpiar, su verdad. Una fe tal
nos vincula con ese poder divino que nos hace verdaderamente
cristianos ante Dios y ante los hombres.

La lucha de la fe
«Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la
vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado))
(1 Trm. 6: 12).
((¿No sabéis que los que corren en el estadio, to-
dos a la verdad corren, pero uno solo lleva el
premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.
[ ... ] Ellos, a la verdad, para recibir una corona
86 SALVACióN SIN I..ÍMITFS

corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así


que, yo de esta manera corro, no como a la ven~
tura; de esta manera peleo, no como quien gol~
pea el aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo pon-
go en servidumbre, no sea que, habiendo sido h~
raldo para otros, yo mismo venga a ser elimina-
do~> (1 Cor. 9: 24-27).

Hay un peligro en la expresión <<Solo cree», si es que uno ima-


gina que la salvación constituye una actitud plácida y despreo-
cupada, dejando a la gente a oscuras respecto a que Dios exige
la totalidad de nuestra vida; que debido a que Cristo ya lo hizo
todo, el cristiano no necesita hacer nada.
«La gracia barata es el enemigo mortal de nuestra
iglesia [... ]. [Nosotros supusimos] que la cuenta
había sido pagada por adelantado, y, como ya ha-
bía sido pagada, podíamos tener todo de balde».
«[La gracia costosa] es la regla real de Cristo, por
cuya causa un hombre será capaz de sacarse el
ojo que lo hace tropezar, es el llamamiento de r~
sucristo, ante quien el discípulo deja sus redes y
lo sigue [... ]. Es la gracia costosa porque le costó
a un hombre la vida, y es gracia porque le da a un
hombre la única vida verdadera. Es costosa por~
que condena el pecado, y gracia porque justifica
al pecadon~.
«El único hombre que tiene el derecho de decir
que está justificado por gracia solamente es el
hombre que ha dejado todo para seguir a Cristo».
<<Esta gracia barata no ha sido menos desastrosa
para nuestras propias vidas espirituales. En vez
de abrir el camino hacia cristo, lo ha cerrado. En
vez de llamarnos a seguir a Cristo, nos ha endu~
reciclo en nuestra desobediencia[ ... ]. Nos ha se-
ducido para bajar al nivel mediocre del mundo,
apagando el gozo del discipulado, diciéndonos
que estábamos siguiendo un camino de nuestra
«El justo por la fe vivirá» 87

propia elección, que estábamos empleando nues-


tras fuerzas y disciplinándonos en vano, todo lo
cual no es meramente inútil, sino extremadamente
peligroso>) (Dietrich Bonhoeffer, The Cost of Dis-
cipleship. Nueva York: Macmilland, 1963, pp. 45,
47, 48, 55, 58, 59).
Una fe vital no es un denodado esfuerzo para creer, mante-
nie:rftio una tenaz actitud mental. Confiar en Dios es exactamen-
te lo opuesto a eso. La fe se despoja de la tensa responsabilidad
que sentimos por nosotros mismos y depende de Cristo, «el cual
nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación
y redención)) (1 Cor. 1: 30). Los cristianos que hacen todos los es-
fuerzos posibles para tener fe fracasarán inevitablemente porque
siguen mirándose a ellos mismos en vez de mirar a Jesucristo. La
fe no viene por ejercer la fuerza de voluntad, ni por exhortacio-
nes a ejercer la fe.
Sin embargo, la Biblia habla de la ~<batalla de la fe)), el con-
flicto que se libra en la vida del cristiano.
«Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfa-
gáis los deseos de la carne, porque el deseo de la
carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es con-
tra la carne; y estos se oponen entre sí, para que
no hagáis lo que quisierais)> (Gál. 5: 16, 17).
La batalla de la fe se centra en la batalla por el control de la men-
te, entre las fuerzas espirituales de la luz y las fuerzas espiritua-
les de las tinieblas.
«Porque los que son de la carne piensan en las
cosas de la carne; pero los que son del Espíritu,
en las cosas del Espírihl. Porque el ocuparse de
la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu
es vida y paz>) (Roro. 8: 5, 6).
El ser humano, a causa de sus tendencias y hábitos pecamino-
sos, no responde fácilmente a Dios. La fe pone la salvación y el
poder espiritual provistos por Dios dentro de él. Pero no siempre
es fácil mantenerse en el marco de esos términos. Vivir una vida
piadosa no es una empresa libre de conflictos.
88 SALVACióN SIN ÚMm!S

«La guerra contra nosotros mismos es la batalla


más grande que jamás se haya reñido. Rendir el
yo, entregando todo a la voluntad de Dios, re-
quiere una lucha. Ahora bien, para que el alma
sea renovada en santidad, ha de someterse antes
a Dios» (El camino a Cristo, p. 66).
<<Vivimos en, y por causa de, nuestra mente. Esta
es la persona que realmente somos. "Obraría por
su Espíritu por intermedio de la mente que dio
al hombre, si este tan solo le diera la oportunidad
de obrar"» (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 677).
¿Qué tipo de mente es aquella con la que Dios trabaja?
«La fe en Cristo como el redentor del mundo exi-
ge un reconocimiento del intelecto iluminado,
dominado por un corazón que puede discernir y
apreciar el tesoro celestial» (Palabras de vida del
gran Maestro, p. 184).
El punto aquí es el siguiente: es necesario luchar para mante-
ner un intelecto iluminado por la Palabra de Dios, y un corazón
que pueda discernir y apreciar las cosas de Dios. Desarrollar y
poseer una mentalidad de este tipo determina nuestra capacidad
para ejercer la fe y vivir por ella.
«Así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra
de Dios)) (Rom. 10: 17).
La revelación de la verdad de Dios en la Biblia es un recono-
cimiento y un elogio divino al creyente que el Señor ha dotado
con las más elevadas posibilidades mentales y con la capacidad
de dar una respuesta moral. Los cristianos deben afirmar incues-
tionablemente que tienen una fe que reposa sobre la Palabra de
Dios, que obra a través de una mente que es sensible a la volun-
tad de Dios. La fe no existe sola. Es un producto de la Palabra de
Dios, vivificada por el Espíritu Santo.
«Jesús le dijo: "Ve, tu hijo vive". Y el hombre cre-
yó la palabra que Jesús le dijo, y se fue». «Respon-
diendo Simón, le dijo: "Maestro, toda la noche
«El justo por la fe vivirá» 89

hemos estado trabajando, y nada hemos pesca-


do; mas en tu palabra echaremos la red"». «Res-
pondió el centurión y dijo: "Señor, no soy digno
de que entres bajo mi techo; solamente di lapa-
labra y mi criado sanará"» Ouan 4: 50; Luc. 5: S,
Mat. 8: 8).
Para ser fuerte en la fe uno debe ser fuerte en la Palabra. Dios
nos ti'!ita como seres inteligentes y supone que la iluminación de
la mente es una condición de fe genuina. Cada uno de los hechos
y verdades de la Biblia constituyen los fundamentos de la fe. No
existe una fe genuina que sea indiferente a la verdad. La fe es
profunda, sólidamente racional y completamente espirituaL Una
religión que paraliza o neutraliza las facultades mentales incapaci-
ta espiritualmente a las personas. Si las criaturas pensantes han de
ser fuertes en la fe, no será porque estén dormidas, o porque la
mente ha sido adormecida por lo trivial o lo superficial. La creden-
cial de una fe genuina es una actitud reverente e inteligente en la
comprensión y aceptación de la verdad de Dios. La lucha de la fe
requiere conocer, vivir, y obedecer la verdad de Dios.
Nadie entrará al reino de los cielos por la inacción. Los indi-
ferentes y los que se mantienen voluntariamente ciegos ante la
verdad deben ser despertados y levantados a fin de poder ser
salvados y transformados. La fe es un acto de la mente, un acto
de la persona total, que conlleva la vida total con ella. Es la acti-
vidad más vigorosa y vital que pueda concebirse.
El ejercicio de la mente para la piedad no es algo simple y sen-
cillo. La batalla de la fe implica mantenerse alerta a los profun-
dos impulsos de Dios, de su verdad y de su Espíritu Santo. No
es fácil mantenerse espiritualmente alerta en estos tiempos. La lu-
cha de la fe significa que ya no vivimos nuestras vidas en el nivel
superficial de las cosas.
«La mente ocupada solamente con asuntos vul-
gares se empequeñece y debilita>> (La educación,
p. 120).
«La razón por la cual les resulta tan difícil vivir
vidas religiosas a los hombres y mujeres, es que
9() SALVACióN SIN LIMITEs

no ejercitan la mente para la piedad. Se la ha en-


trenado para que discurra en la dirección opues-
ta. A menos que la mente se ejercite constante-
mente para obtener conocimiento espiritual y
trate de comprender el misterio de la piedad, se-
rá incapaz de apreciar las cosas eternas, porque
no tiene experiencia en ese sentido. Esa es la ra-
zón por la cual casi todos consideran que es tan
cuesta arriba servir al SeñoP> (Testimonios para la
iglesia, t. 2, p. 171).
La batalla de la fe significa que estamos conscientes y dedica-
dos a diario a mantener nuestra unión con Dios, a alentar y ali-
mentar todo indicio de hambre y sed de Dios. Algunos que creen
en la salvación por gracia únicamente piensan que vivir la vida
cristiana no requiere esfuerzos, aunque todos los demás aspec-
tos de la vida lo requieran. Vivir por fe demanda nuestra más se-
ria cooperación con Cristo. Cuando le hacemos frente a la tenta-
ción se nos insta a escudriñar las Escrituras. Cuando nos sentimos
tentados a desanimamos se nos invita a fijar nuestros ojos en
Cristo y en las promesas de Dios. En esas ocasiones se requiere un
gran esfuerzo para abrigar los pensamientos de Dios y pennitir
que la mente de Cristo prevalezca.
Si practicáramos y ejercitáramos la fe con el mismo empeño
que ponemos en la búsqueda de objetivos temporales y mez-
quinos del mundo, la vida cristiana se transformaría. Con frecuen-
cia se emplea mucho más tiempo aprendiendo a tocar un instru-
mento o aprendiendo un juego, que a vivir por fe en Jesucristo.
Como cristianos, ¿dedicamos más esfuerzos a la atención de em-
presas mundanales, procurando estar bien alimentados, bien ves-
tidos, y bien entretenidos, que a crecer en gracia y conocimiento
de Dios? Si de verdad creemos en la salvación por la fe, entonces
practiquémosla con todas nuestras fuerzas.
Siempre he admirado y respetado a hombres como Moisés cuya
fe se centró en Cristo y cooperó con Dios para la realización de su
destino divinamente señalado.
«Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó lla-
marse hijo de la hija del faraón, prefiriendo ser
«El justo por la fe vivirá» 91

maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar


de los deleites temporales del pecado, teniendo
por mayores riquezas el oprobio de Cristo que los
tesoros de los egipcios; porque tenía la mirada
puesta en el galardón. Por la fe dejó a Egipto, no
temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como
viendo al invisible» (Heb. 11: 24-27).
No es fácil hacer esto. La tendencia es preocuparse más de lo
secul~r que de lo espiritual. Es fácil ser religioso, pero muy di-
fídl ser espirihlaL La ocupación excesiva en cosas temporales y sen·
suales, el interés creciente en los placeres seculares, descuidando la
oración y el estudio de la Palabra de Dios, nos ocupa tanto que no
tenemos tiempo ni energía para crecer espiritualmente.
Moisés «rehusó ... prefirió ... dejó ... se sostuvo}>, todos son ver-
bos de acción, relacionados con el significado de vivir por fe. En
ningún lugar dice la Biblia que los santos permanecen en lechos
de rosas, mientras que Dios lo hace todo y la criatura humana no
hace nada. La razón más clara por la cual no somos mejores cris-
tianos, cristianos victoriosos, no es porque la fe en Cristo no sea
poderosa, sino porque cuando las presiones y las tentaciones nos
asaltan no estamos totalmente consagrados a Cristo. Cedemos al
yo y al pecado. El fracaso espiritual en la vida es un problema
para muchos que parecen incapaces de controlar sus pasiones, sus
apetitos anormales, y los deseos pecaminosos del corazón huma-
no. Apartan los ojos de Cristo y de sus promesas. Un cristiano
jamás perderá la batalla de la fe excepto cuando permita que el
pecado ciegue su mente a la verdad de Cristo, y cierre los oídos
a la verdad que Dios le comunica a través de la Biblia.
Quizá ningún otro personaje bíblico puede ser un mejor ejem-
plo de fe genuina y sólida que Abraham. Su fe expresó una fer-
viente e inconmovible confianza en Dios.
«¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nues-
tro padre según la carne? Si Abraham hubiera
sido justificado por las obras, tendría de qué glo-
riarse, pero no ante Dios, pues ¿qué dice la Escri-
tura? "Creyó Abraham a Dios y le fue contado
por justicia"» (Rorn. 4: 1-3).
92 SALVACIÓN SIN I.lMrm;

la fe de Abraham no lo justificó ni lo salvó. El Señor Jesucristo


era la realidad divina de la cual procedía su fe. El Dios viviente era
la fuerza que lo impulsaba, hacía que su fe fuera fuerte y lo capa-
citaba para hacer las cosas que agradaban a Dios. Los aconte-
cimientos y las decisiones por Dios en su vida son notables.
Abraharn había nacido en pecado corno nacen todos los seres
humanos. Era idólatra. «Servían a dioses extraños» (Jos. 24: 2).
Pero Dios se le apareció. Se persuadió de la necedad de la idola-
tría y de la importancia de servir al verdadero Dios y confiar en
él para obtener la salvación. Buscó al Salvador para obtener per-
dón y redención, y esto produjo un cambio radical en su vida. De
alli en adelante se convirtió en un fiel adorador y seguidor de Dios.
La Escritura dice que la fe de Abraham era fuerte, firme e incon-
movible. Su fe no se erguía sola; se caracterizaba por la prontitud,
la alegría y la obediencia abnegada. Lo primero que Dios le or-
denó fue dejar su tierra y la casa de su padre y establecerse en
Canaán, tierra desconocida para él (ver Gén. 12: 1).
«Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció pa-
ra salir al lugar que había de recibir como heren-
cia; y salió sin saber a donde iba. [ ... ] Porque
esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo
arquitecto y constructor es Dios» (Heb: 11: 8-10).
la fe del apóstol Pablo también implicó obediencia cuando el
Salvador resucitado y ascendido al cielo se encontró con él en
el camino de Damasco. Pablo dijo más tarde que él no confiaba en
la carne y la sangre, sino que procedió de inmediato a cumplir su
misión como apóstol de los gentiles.
«La obediencia es esencial para la fe porque ilus-
tra la verdad de que la fe no es autónoma y auto-
suficiente: que capitula en una entrega total [... ].
La fe es el concepto fundamental que se describe
y caracteriza más tarde con la expresión obedien-
cia por fe. Esa obediencia por fe es consistente con
el principio Sola gratia, la obediencia de fe[ ... ] es
[ ... ] la respuesta total del evangelio» (Berkouwer,
op. cit., pp. 195, 196).
«El justo por la fe vivirá» 93

La segnnda gran prueba de la fe de Abraham tuvo lugar cuan-


do Dios prometió hacerlo padre de grandes naciones; y sin em-
bargo, no le dio un hijo hasta que él y su esposa Sara llegaron a
ser demasiado viejos, según pensaban.
<<Como está escrito: "Te he puesto por padre de
muchas gentes delante de Dios", a quien creyó,
el cual da vida a los muertos, y llama las cosas
que no son, como si fuesen. Él creyó en esperan-
za contra esperanza, para llegar a ser padre de
muchas gentes, conforme a lo que se le había di-
cho: "Así será tu descendencia". Y no se debilitó
en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya
como muerto (siendo de casi cien años), o la es-
terilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó,
por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que
se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plena-
mente convencido de que era también poderoso
para hacer todo lo que había prometido; por lo
cual también su fe le fue contada por justicia))
(Rom. 4: 17-22).
la tercera gran prueba de la fe sobrevino cuando se le ordenó
ofrecer a su hijo, Isaac, en holocausto (Heb. 11: 17, 18). Dios pro-
bó a Abraham para saber a quien amaba más, a su hijo o a su Dios.
Abraham procedió, sin vacilación, a obedecer el mandato divino.
Hasta el último instante confió en Dios y estuvo dispuesto asa-
crificar a su hijo.
La fe de Abraham era una fe viva y obraba por esa misma fe.
Subordinó todos los valores terrenales a las cosas celestiales que
tanto apreciaba en comparación con las cosas de este mundo. Se
consideraba como un peregrino y extranjero sobre la tierra.
Por tanto, la fe requiere una responsabilidad moral inteligen-
te hacia la Palabra de Dios. La fe nunca pregunta en forma dura e
indiferente: <<¿Qué cosa es la verdad?)) Los hombres están en gra-
ve peligro cuando pretenden creer en Dios y en su Hijo Jesucris-
to mientras tratan de eludir los reclamos morales y espirituales
de Dios. Dice el apóstol Juan: «Y esta es la victoria que ha venci-
do al mundo, nuestra fe>> (1 Juan 5: 4).
94 SALVACióN SIN ÚMITl!S

••El objetivo de la fe es vivir una vida digna en el


Señor. Por lo tanto, afirmar por fe que "Jesús es
el Señor", es también consagrarse uno mismo a
la obediencia [... ]. La obediencia de fe no es una
nueva forma de legalismo [... ]. La obediencia por
fe nunca concluye porque es un renovado acto de
obediencia en todas las situaciones de la vida»
(Smedes, op. cit., pp. 202-204).
«Solo aquel que cree es obediente, y solo el que
es obediente cree [... ]. La fe solo es real cuando
hay obediencia)) (Bonhoeffer, op. cit., p. 69).
La relación entre nuestra dedicación a Cristo y el hecho de que
Cristo viva su vida en nosotros es fundamental. Una vida de fe
se distingue por el poder recibido de Dios. Es poderosa en su ca-
pacidad para ejercer la seguridad, ia certeza, y la obediencia mo-
ral a Dios. ••Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis
apagar todos los dardos de fuego del maligno» (Efe. 6: 16). Cuan-
do Satanás viene con todo el arsenal de sus métodos engañosos,
el cristiano discierne quién es y resiste sus tentaciones mediante
el poder de Dios y emerge victorioso de la batalla. ¡Qué glorioso
privilegio es ser guardado firme y leal a Dios! «Y con gran poder
los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús,
y abundante gracia era sobre todos ellos~· (Hech. 4: 33). Cuán mara-
villoso es estar completamente poseídos por Dios, ofreciendo un
valiente testimonio para hacer la voluntad de Dios.
El peligro de nuestros días es que los hombres invocan a Cristo
y usan su nombre en una forma muy ligera y casual, de un modo
en extremo agradable y cómodo que de nada vale. Nosotros de-
bernos estar preparados para pagar el precio de una fe y una fir-
me lealtad a Cristo y a su Palabra. Al cristiano se lo conmina a
ejercer una fe que conduzca a la obediencia. ••La fe sin obras es
muerta» (Sant. 2: 20). La fe nunca se opone a las buenas obras.*

• La palabra "obras» se refiere a los hechos y a la conducta de los '*""' humanos. Las obras pue-
den ser el sello de la verdadera fe y el v..-rd adero amor, o pueden ser la evidencia de una res·
puesta y un esfuerzo legalista para ganar el favor de Dios. Las obras de la ley se refieren a los
hechos rea!izados en un esfuerzo por g oardar la ley de Dios. Las obras de fe son !as obras de
amor, honestidad, pureza, jll5ticia. y los frutos del Espíritu. El cristiano fue creado en «Cristo Jesús
«El justo por la fe vivirá» 95

Únicamente se opone a la falta de obras. La fe nunca se convierte


en opositora a la obediencia a los mandamientos. Es una moti-
vación para la obediencia.
<<¿Luego por la fe invalidamos la ley? De ninguna
manera, sino que confirmamos la ley» (Rom. 3: 31 ).
El Espíritu Santo ilumina, convence, persuade, capacita, guía
y santifica. La fe nunca es culpable por el alto índice de crimina-
lidad. y de desobediencia a la voluntad de Dios. El evangelio de
justicia por la fe es un acto y un poder tan abarcante y tan total,
que hace por el cristiano lo que la ley nunca podría hacer. Nunca
está alguien más consagrado y activo y nunca guarda tan comple-
tamente los mandamientos de Dios como cuando vive por fe en
Jesucristo.

para buenas obras» (Efe. 2: 10). o.,.be llevar~ fruto en toda buena obra» (Col. 1: 10). «Así alum-
bre vuestra !uz delante de !os hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a
vuestro Padre que está en Los cielos» (Mat. 5: 16). Las buenas obras se ponen en contraste con
las malas obras (Juan 3: 19; Col. 1: 21). «Las obras muertas» son obras que no tienen vida de
Dios o del Espíritu Santo.
«Arrepentimiento
para vida»
«jDe manera que también a los gentiles ha dado Dios
arrepentimiento para vida!»
(HECH. 11: 18).

L EVANGELIO ES nnllamarniento no solo a la fe, sino

E también al arrepentimiento. Hay ciertas respuestas que


el hombre debe darle a Dios, como por ejemplo la fe, el
arrepentimiento y la obediencia, sin las cuales no pue-
de llegar a ser cristiano. No obstante, él es responsable por esos
tres dones. Los tres son de igual importancia.
<<Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos
de esta ignorancia, ahora manda a todos los hom-
bres, en todo lugar, que se arrepientan» (Hech.
17: 30).
El propósito de Cristo es salvar a su pueblo de sus pecados y re-
conciliar a la humanidad con Dios. Todo el conocimiento de Dios
y de su plan de redención deviene inútil a menos que produzca una
respuesta adecuada. Tanto la fe como el arrepentimiento se hallan
98 SALVACiÓN SIN ÚMITES

estrechamente relacionados en la respuesta cristiana a Dios. En


los capítulos anteriores vimos que la fe involucra a la persona
con Cristo y con sus reclamos sobre el corazón humano. Más es-
pecíficamente, el arrepentimiento identifica al cristiano con la ac-
titud de Cristo, en relación y reacción ante el pecado. La fe y el arre-
pentimiento son para toda la vida. Ambos implican una identifi-
cación con el mismo sentir de Cristo. Ambos requieren una res-
puesta total al propósito y la voluntad de Cristo.
Considere el énfasis que tanto Juan el Bautista como Jesús y
sus discípulos le concedieron a la necesidad que tiene todo ser
humano de arrepentirse. Al preparar a la nación judía para el
primer advenimiento de Cristo, Juan el Bautista surgió como pre-
dicador en el desierto de Judea. Su tema era: «Arrepentios, porque
el reino de los cielos se ha acercado» (Mat. 4: 17). ~<No he venido a
llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento>> (Luc. 5: 32).
Cuando vino el Pentecostés, al igual que Juan el Bautista y Cristo
antes que ellos, los disdpulos salieron con poder y llamaron a las
gentes al arrepentimiento. Los pecadores fueron constreñidos por
el Espíritu Santo a exclamar: «¿Qué debo hacer para ser salvo?»
«A este Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador,
para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados» (Hech. 5: 31 ).
Cristo nunca rebajó la naturaleza de la respuesta que el ser huma-
no tiene que dar. Lo que está involucrado en el arrepentimiento es
la tensión que implica una decisión moral y espiritual de gran en-
vergadura entre dos fuerzas que se hallan en conflicto mortal: Cris-
to y Satanás; el mundo de Dios y el mundo del mal. La predica-
ción y las enseñanzas de Cristo en la tierra vibran con el significa-
do de una crucial decisión. Dios reclama nuestra vida porque nos
ha redimido. Cada ser humano ha de sufrir una gran transforma-
ción. El reino de Dios está a las puertas.

Significado del arrepentimiento


La palabra arrepentimiento viene del latín, no del griego. Mien-
tras que el término que se emplea en el Nuevo Testamento es
¡.tETÓvotav (metánoian). Es una combinación de meta, preposición
que significa ((después», y nous, que significa «mente». Literalmen-
te «más allá de la mente», queriendo denotar «un cambio de mente»;
una mente que entró a una senda completamente nueva. El arrepen-
«Arrepentimiento para vida» 99

tirniento es uno de los grandes conceptos o verdades de la Bi-


blia. Aparece más de cincuenta veces en el Nuevo Testamento.
Describe un cambio revolucionario de la mente que afecta a toda
la persona. Las facultades son esclarecidas, el intelecto es con-
vencido, todo sentimiento es inspirado y llevado a la contrición,
y la voluntad se inclinada a Cristo. Cambia tu mente antes que na-
da, es el clamor que se escucha en todo el Nuevo Testamento des-
de eJ principio hasta el fin. Pon tus pensamientos en armonía con
Dios: Ese es el llamamiento inicial del evangelio. Da un giro com-
pleto a tu yo y escapa del pecado; vuélvete hacia Dios.
«El arrepentimiento consiste esencialmente en
un cambio del corazón, la mente y la volnntad. El
cambio del corazón, la mente y la voluntad tie-
nen que ver principalmente con cuatro cosas: un
cambio de actitud respecto a Dios, respecto a no-
sotros mismos, respecto al pecado, y respecto a la
justicia~~ Dohn Murray, Redemption, Accomplished
and Applied. Grand Rapids: Een:lmans, 1955, p.l14).
La palabra arrepentirse viene del latín paenitere de la cual pro-
viene también la palabra penitencia, hacer penitencia_ por los pe-
cados pasados. El énfasis se coloca en la experiencia emocional, el
remordimientO, la pena por los pecados pasados, más que el mo-
tivado por el cambio básico de la mente y las intenciones. Donde
el griego pide un cambio total en las actitudes y la motivación, el
latín y el español subrayan el abatimiento del yo a causa del peca-
do cometido. De este modo la palabra latina ha distorsionado el
significado griego originaL Cuando Cristo llamó a los hombres al
arrepentimiento, no procuraba simplemente una expresión de tris-
teza o lamentación por los pecados pasados, sino un cambio total
de todo el esquema mental. La pena emocional solo dura un bre-
ve tiempo.
El Señor a lo que se refiere es a un cambio de los patrones men-
tales para asegurar la transformación de la vida entera. Sin nuevos
patrones mentales no cambian ni el comportamiento ni el carácter
humano. La vida únicamente cambia cuando las actitudes domi-
nantes han cambiado. Es la razón por la cual el arrepentimiento es
tan importante. Alcanza hasta la raíz de la vida y el comportamiento.
100 5ALVACfÓN SIN I1Mrn!s

La actitud pecaminosa de la vida se olvida. La genuina actitud ci-


mentada en la justa vida de Cristo es aceptada. El arrepentimiento
incluye congoja por el pecado, pero este no es su énfasis principal.
En realidad el griego utiliza otra palabra para expresar el pe-
sar>> o un cambio de sentimientos.
((Porque la tristeza que es según Dios, produce
arrepentimiento para salvación, de lo cual no hay
que arrepentirse; pero la tristeza del mundo pro-
duce muerte)) (2 Cor. 7: 10).
<<Metanoin significa un cambio de corazón ya sea
en sentido amplio, o respecto a un pecado especí-
fico, mientras que metamelesthai significa experi-
mentar remordimiento. Metarwia implica que uno
ha llegado a un punto de vista diferente sobre
algo [ ... ]. Metamelesthai significa que uno tiene
sentimientos diferentes acerca de ello» (Gerhard
Kittel, Theological Dictiont~.ry of the Nw Testament
Grand Rapids: Eerdmans, 1967, t. 4, p. 626).
Al estudiar este tema en la Biblia es recomendable leer una ver-
sión que explique el uso de estas dos palabras haciendo clara la di-
ferencia, para evitar la posible confusión de sus significados.
En este pasaje Pablo dice que la tristeza del mundo es una «pe-
na», una reacción emocional temporal que no implica ningún cam-
bio fundamental en la actitud mental. Pero el arrepentimiento ge-
nuino es un cambio de conducta que el ser humano nunca se arre-
piente de haber realizado. El cambio es permanente. Judas se
arrepintió en el sentido de <<pena», pero no experimentó ningún
cambio real en su interior. Mediante un cambio de tipo meta-
melestai en realidad no se le hace frente a nada en la vida. Por el
contrario, metanoia se refiere a ese cambio que hace que alguien
se convierta en cristiano. metamelestai deja al hombre emocio-
nalmente angustiado durante un breve tiempo. El verdadero
arrepentimiento siempre tiene implica nn cambio, del pecado a
Dios, que involucra todo el ser. Es con esto en mente que Pablo
escribe en Romanos:
<<Porque los que son de la carne, piensan en las
cosas de la carne; pero los que son del Espíritu,
«Arrepentimiento para vida» 101

en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse la


carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es
vida y paz. Por cuanto los designios de la carne
son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a
la ley de Dios, ni tampoco pueden» (Rom. 8: 5-7).
Como muchos reavivamientos han enfatizado las reacciones
emocionales, el cristianismo ha sufrido en las manos de los hom-
bre.!l Por lo general, existe una reacción emocional temporal, a cau-
sa de los tristes resultados de algunos errores. Los reavivamien-
tos penitenciales de algunas religiones han enseñado a la gente
a hacer penitencia con la esperanza de pagar por sus pecados ma-
nifestando una exagerada tristeza. No debería infundirse temor
a la gente para que sientan dolor o tristeza por sus pecados. Re-
currir al temor para asegurar la respuesta del hombre es un error
que no debería cometerse, porque no es saludable.
Ambas palabras griegas involucran el elemento del pecado,
pero con una reacción diferente. El arrepentimiento que significa
«pena», es algo temporal y transitorio. El arrepentimiento que
significa metanoia o cambio de mente es un punto de retomo de
una vida dominada por el yo y el pecado, con una plena com-
prensión de que significa poner nuestra vida entera en armonía
con Dios.
((Alguien puede estar muy triste a causa de su
pecado, pero eso no le trae la salvación. Todo
eso no puede resultar más que en muerte. Pablo
no le concede ningún mérito particular al lamen-
to por el pecado. Un hombre puede estar muy
apenado en el sentido que llamamos remordi-
miento. Esto es una profunda pena, pero no una
ruptura decisiva con el pecado, no una decisión
de abandonar el pecado [... ]. El pecador arrepen-
tido no solo está triste por su pecado, sin embar-
go, por la gracia de Dios hace algo al respecto.
Hace una clara ruptura con el pecado[ ... ]. Arre-
pentirse es mirar hacia adelante y hacia atrás.
Señala a una vida vivida en el poder de Dios, don-
de el pecado será olvidado y vencido, así como
102 SALVACIÓN SIN IlMm!s

también lamentado» (Leon Morris, The Cross in


the New Testament, p. 261).
En ningún caso el Nuevo Testamento da la idea de conducir
a los pecadores a una simple explosión emocional en sus exhor-
taciones al arrepentimiento sino que apela a la más elevada acti-
tud creativa de la mente y la personalidad. Existe un gran peli-
gro al formular una respuesta ligera y superficial que represen-
te tan solo un sentimiento pasajero o un alivio emocional.
Cuando el faraón tuvo que enfrentarse a la tragedia y la pre-
sión de las plagas, le confesó a Moisés: «He pecado» (Éxo. 10: 16).
Su respuesta se basaba en el temor. No hubo un cambio de acti-
tud que lo pusiera en armonía con Dios y con su voluntad. El ca-
rácter humano no puede cambiar debido a una preocupación
emocional pasajera. El pesar por los pecados pasados es solo una
pequeña parte de la experiencia total del arrepentimiento. Judas
se arrepintió en el sentido que experimentó dolor por su pecado.
Experimentó una agonía tan elevada que lo condujo al suicidio.
Su pena no fue suficiente profunda como para guiarlo a adoptar
el carácter de Cristo y a cambiar toda su vida.
Por desgracia, los predicadores han promovido reacciones emo-
cionales más que un giro total de la vida para alejarse del peca-
do y acercarse a Dios. El desprecio de sí mismo y la autocensura
pueden ser actitudes malsanas. Arrepentimiento no significa una
impugnación y una recriminación personal que debiliten la men-
te. No hay ninguna ventaja en golpearse el pecho, ni en el inten-
to de castigarse a sí mismo por medio de una autohumillación.
El arrepentimiento para vida no tiene corno objetivo el dominio
de una disposición de ánimo sombría, sino obtener el perdón ge-
nuino. Las largas horas de autoreproche y de sentir culpabilidad
son síntomas de una confianza defectuosa en el amor de Dios.
Cuando el pecado se vuelve más angustioso de lo que el ser huma-
no puede soportar, se deberían recordar las promesas de Dios:
<<Dios mío, mi alma está abatida en mí [... ]. Pero
de día mandará Jehová su misericordia, y de no-
che su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios
de mi vida. Diré a Dios: "Roca mía, ¿por qué te
has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado
«Arrepentimiento para vida» 103

por la opresión del enemigo? [ ... ]" ¿Por qué te


abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de
mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarlo,
¡salvación mía y Dios mío!» (Sal. 42: 6-11).
Necesitamos tener una conciencia más clara y más aguda de
la gravedad del pecado, pero no debemos permitir que esto nos
abrume. El cristianismo no es una religión melancólica. Con el
pertl_ón de Dios viene la paz y la fortaleza para una nueva vida.
El arrepentimiento para vida limpia de culpabilidad y pecado;
no hace que aumente la culpabilidad.
Dios no demanda el arrepentimiento para damos un certifi-
cado de impunidad contra el pecado, o para escapar de la pena-
lidad que el mismo produce; sino para llevarnos del pecado a la
justicia. Con frecuencia los seres humanos se regocijan en el hecho
de que Dios en Cristo lo ha hecho todo. Sin embargo, cualquier
idea de que la parte que le corresponde al ser humano es una ru-
tina cómoda, se opone al tipo de respuesta que Dios espera que le
manifestemos. La Biblia nos invita a confiar en Cristo como Sal-
vador y a entronizarlo como Señor. Esto implica una sincera y
firme resolución de renunciar al pecado, de no permitir ninguna
iniquidad en el corazón, pase lo que pase.
1<Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y
tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera
salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su
vida por causa de mí, la hallará"» (Mat.l6: 24, 25).
El arrepentimiento es el negocio más costoso en el mundo. Le
cuesta a Dios todo, a fin de perdonar al ser humano. Les cuesta a
los hombres todo para ser reconciliados con Dios.
«El verdadero arrepentimiento es una experien-
cia tan incómoda que los pecadores naturalmen-
te la rehúyen. Adoptarán todo tipo de subterfu-
gios para esconder de los demás y de ellos mismos
la necesidad que tienen de él, y se involucrarán en
todo tipo de actividades en sustitución de él. El
arrepentimiento requiere un don especial de Dios
104 5ALVAOÓN SIN ÚMJTI1S

antes que los hombres comprendan la necesidad


que tienen de él. Esto es más necesario todavía,
porque hay pecados de los cuales un ser huma·
no tiene que arrepentirse y que al hombre natu·
ral no le parecen pecado en lo absoluto. Y así, en
su orgullo, el ser humano no reconoce el orgullo
como orgullo; sin embargo, actúa con el espíritu
de justicia propia. El arrepentimiento produce
una revolución completa en la vida, una obra di·
vina de recreación antes de que un ser humano
vea que lo necesita en todos los aspectos de su
vida» (Morris, op. cit., p. 262).
Todo el que acepta esto sinceramente sabe cuán serio es el acto
de arrepentimiento. Necesita poca o ninguna definición. Quien se
halla decidido a arrepentirse de sus pecados no descansa satisfe-
cho en el conocimiento de que Cristo ha completado la redención
del hombre en la cruz. Tiene que decidirse por Cristo y poner su
vida entera bajo la dirección y control de Dios, haciendo el firme
propósito de entregarse totalmente a Dios; Caminar junto a Cristo
es lo primero y principal en su vida. Es así de serio. Lo mismo su·
cedió con todos los grandes hombres de fe de la Biblia.
La conciencia moderna se siente cómoda con el pecado. La idea
de que podemos llegar al reino de Dios siendo indiferentes con él,
es falsa. Fsa actitud es lU1a que malentiende el costo del perdón di-
vino. La cruz demuestra que Dios no puede tomar el pecado a la
ligera, revela que nadie escapará del juicio divino sobre el pecado.
Alguien debía pagar dicha condena. El infinito amor de Dios en
Cristo ya hizo eso. Únicamente así es posible el perdón. La actitud
y la respuesta humana correcta respecto al pecado y a la justicia es
el reconocimiento de que únicamente la expiación de Jesucristo
puede proporcionar la respuesta.
Muchos reavivarnientos religiosos parecen haber desarrollado
el concepto de que Dios es todo amor, hasta el punto de que no se
necesita realizar ningún cambio radical en el ser humano. Nada
es tan engañoso como un cambio de la responsabilidad personal,
de un genuino arrepentimiento al uso fácil del nombre «Jesús».
Un autoengaño de ese tipo solo acentúa la naturaleza verdadera
«Arrepentimiento para vida» 105

del yo pecaminoso. El arrepentimiento es algo continuo que re-


quiere que el cristiano aplique la verdad en su plenitud a todo as-
pecto de la vida.
Los cambios fundamentales en la perspectiva humana nunca
se producen con facilidad, porque afectan a todo el ser. Nunca se-
rán meramente un asunto intelectual, sino un cambio en todas
nuestras nociones fundamentales de la vida. A veces implica una
terrible lucha y un examen del alma: la crucifixión del yo. La fe
crisbana es una forma de ver la totalidad de la vida y la experien-
cia a la luz de Jesucristo.
El hecho de que un ser humano comprenda el significado del
arrepentimiento, no significa que pueda arrepentirse. El arre-
pentimiento requiere de la integración personal en un nivel de vi-
da distante del yo y del pecado y que vaya dirigido hacia Dios. De
ahí que el arrepentimiento como pena emocional es inevitable-
mente superficial. Solo cuando la totalidad del yo se mueve hacia
una unión con el carácter de Cristo es cuando alguien se arrepien-
te y cambian su perspectiva y sus valores.
El arrepentiiniento significa una decidida preferencia por la for-
ma de pensar y de vivir de Dios, implica una ruptura decidida con
todo lo que Dios llama pecado y transgresión. El creyente arrepen-
tido se pone de parte de Dios sin reservas. Eso no puede hacerse
en presencia de una mente y un corazón divididos. Por lo tanto,
el arrepentimiento bajo la influencia del Espíritu Santo es la res-
ponsabilidad personal de cada cual ante la revelación de Dios en
Jesucristo.

¿Cómo nos arrepentimos?


El arrepentimiento genuino es el resultado de la acción e in-
fluencia que ejercen el Espíritu Santo y la Palabra de Dios sobre la
mente. El hombre natural no tiene poder para hacer dicho cam-
bio, únicamente Dios puede realizarlo. La capacidad para liber-
tarse de la culpabilidad y del poder del pecado no reside natural-
mente en el interior del individuo.
<<¿O menosprecias las riquezas de su benignidad,
paciencia y generosidad, ignorando que su benig-
nidad te guía al arrepentimiento?» (Rom. 2: 4).
106 SALVAOóN SlN LiMrrrs

El Espíritu Santo suscita en nosotros el deseo de arrepentir-


nos, sacude la conciencia para que clamemos: ¿Qué debo hacer
para ser salvo? Nadie puede comprender la naturaleza de su
propia pecaminosidad a menos que el Espíritu suscite esa con-
vicción en él. Es de poco valor llamar a las personas al arrepen-
timiento, mientras carezcan de una visión clara de sí mismas co-
mo pecadoras delante de Dios. El ser humano no puede cambiar
su mente y su corazón y ponerlos en armonía con Dios mediante
sus propios esfuerzos, no puede someterse a sí mismo a Dios.
Mientras la gente esté satisfecha con sus propias buenas obras,
su propia capacidad y sus logros morales, no podrá producirse
arrepentimiento alguno. Nadie puede confesar a Dios si no está
dispuesto a reconocer la pecaminosidad de su corazón. Es por
ello que necesitamos el poder convincente del Espíritu Santo. Si
los seres humanos no comprenden que el yo es un ídolo, ¿cómo
podrán arrepentirse de ese pecado? Quien se niega a reconocer
que el yo, y no Dios, es el centro de su vida, ¿cómo podrá arre-
pentirse?
Cuando el yo y el pecado se ven a la luz del supremo sacrifi-
cio llevado a cabo por la Deidad, entonces la bondad de Dios guía
a los seres humanos al arrepentimiento. Los medios y el precio
del perdón son tan costosos, y el problema de hacer que una per-
sona se vuelva totalmente a Dios es tan eternamente crucial, que
el perdón nunca se concede aparte del sacrificio del Hijo de Dios.
Cuando las convicciones y las motivaciones fundamentales son
cambiadas, sucede algo parecido a cambiar de empleo o a mu-
darse a otro país. Comprender y sentir la fuerza del llamamien-
to de Dios al arrepentimiento va mucho más allá que la tristeza
por los pecados pasados.
Después que Pedro negó a su Señor salió y lloró amargamen-
te. La tristeza de Pedro era genuina. Produjo el cambio correcto en
su mente y en su personalidad. Su arrepentimiento fue perma-
nente, como se muestra en su conducta y en el cambio que expe-
rimentó su vida.
Tanto la ley como el evangelio procuran despertar en todo ser
humano su necesidad de volverse a Dios. La humanidad, en su
mayor parte se ha alejado de la ley de Dios y considera los Diez
Mandamientos como un código que necesita ser reajustado de
«Arrepentimiento para vida» 107

vez en cuando, olvidando que la violación de la ley nos coloca


bajo el juicio divino. Nadie se arrepentirá jamás a menos que vea
el peligro de perecer y tome en serio el juicio de Dios sobre el pe-
cado. Porque si alguien no se da cuenta de que se halla en peligro
de perecer, si existen muy pocas posibilidades de sufrir la sepa-
ración eterna de Dios y de la vida, ¿por qué habría de arrepentirse?
¿Por qué tomar en serio el hecho de que Cristo asume nuestros
peqdos y nos llama al arrepentimiento, si no nos percatamos de
que estamos en peligro de perdemos eternamente?
¿Cuánta urgencia puede haber en rescatar a alguien de una
montaña si puede descender de ella por sí solo y sin dificultad?
La ley y el evangelio deberían ser proclamados juntos. Porque tan
pronto como se proclama la ley de Dios, la pecaminosidad huma-
na aparece en el acto, y «la paga del pecado es muerte». Dios se di-
rige al hombre en términos de la ley y del evangelio. Si los seres
humanos han de arrepentirse, deben escuchar lo que la ley de Dios
tiene que decir. Tanto la ley como el evangelio constituyen la Pa-
labra de Dios al hombre; así que han de tomarse muy en serio. Per-
der la profunda percepción de la gravedad del pecado es perder
de vista la necesidad del arrepentimiento y de la transforma-
ción de la vida.
«De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado
a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en
él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna»
ijuan 3: 16).
El texto habla tanto de la vida eterna como de la perdición eter-
na. Ambas son posibilidades eternas. Lo de «no se pierda}} ha de
ser tomado tan seriamente como estas dos palabras <<Vida eterna}}.
Así de decisivo es el arrepentimiento.

El arrepentimiento y el tiempo
Si el arrepentimiento tiene que ver con pecados ya cometidos,
entonces el punto principal de referencia es el pasado. Pero si el
arrepentimiento incluye la identificación del ser humano con la
actitud de Dios hacia el pecado, los tiempos de referencia prin-
cipales deben ser el presente y el futuro. El creyente ahora eva-
lúa su vida y sus motivos antes de cometer cualquier pecado. Su
108 SALVACióN SIN LÍMITES

adopción del carácter de Cristo lo conduce a sopesar las situa-


ciones y las tentaciones presentes que están cargadas de posibili-
dades pecaminosas.
El anepentirniento se propone tratar con la situación del <<ahora».
El creyente puede contemplar sus tendencias pecaminosas del pre-
sente, con una visión de su posible manifestación y poder en el fu-
turo. Como ha ajustado su pensamiento a las realidades espiritua-
les y a las verdades de Dios, juzga la misma semilla del pecado an-
tes de que se produzca la cosecha.
El pecado no es simplemente un acto, sino una actitud. El
pecado es concupiscencia; el arrepentimiento es el juicio contra
la concupiscencia en términos de su producto final: el adulterio.
El pecado es odio; el arrepentimiento es la reacción de la mente
contra el odio, como si fuera un asesinato. El pecado es engaño;
el arrepentimiento es el rechazo del pensamiento torcido, como
un acto deshonesto y un desfalco consumado.
Por eso el arrepentimiento requiere ese estado mental que pue-
de reconocer que la semilla del asesinato ya está implícita en la
envidia y en la hostilidad; y que el adulterio ya está consumado
en la experiencia de la lujuria y la concupiscenda. La respuesta
del hombre a Dios debe comenzar en ese punto. El arrepentimien-
to no necesita esperar hasta la comisión de un asesinato o un adul-
terio.
El momento en que Caín debía haberse arrepentido fue cuan-
do el odio surgió en su corazón contra su hermano, no después
de haberlo asesinado. El momento para que Esaú se arrepintiera
fue cuando le dio prioridad a sus tendencias camales, no después
de haber vendido su primogenitura y afrontado todas las conse-
cuencias de aquella transacción. El momento para el faraón arre-
pentirse fue cuando resistió al Señor, no cuando murió su pri-
mogénito. El momento para que Judas se arrepintiera fue cuan-
do comenzó a dudar de Jesús y le dio cabida a su orgullo y a sus
deseos avariciosos, no cuando los dirigentes judíos se negaron a
aceptar la devolución de las treinta monedas de plata.
Dios quiere que el arrepentimiento lleve a todo ser huma-
no a considerar sus actitudes erróneas y a que reaccione ante ellas
como si reaccionara ante las mismas malas acciones. Esta es la
única solución a los problemas internos del hombre. El arrepenti-
«Arrepentimiento para vida» 109

miento requiere la integración del carácter de cada ser humano


con el carácter de Cristo.
El cristiano no vive retrospectivamente en el pasado, sufrien-
do por sus pecados cometidos y por sus oportunidades perdidas;
vive en el presente. El arrepentimiento condiciona su mente con
la percepción y la habilidad para discernir entre lo correcto y lo
erróneo antes que sus pensamientos se manifiesten en hechos.
Elll¡Imamiento de Cristo al arrepentimiento es una apelación a
pellSi!I' igual que Cristo respecto a asuntos morales y espirituales,
siempre con el sincero deseo de vivir en armonía con Dios.
De este mod.o, un cambio de actitud conducirá al creyente a
una experiencia cristiana más genuina. Para arrepentirse no es lo
adecuado esperar hasta que los malos pensamientos hayan pro-
ducido una cosecha de actos perversos. El arrepentimiento hace
al cristiano sensible al pecado, y le proporciona la determinación
para vivir en armonía con el carácter de Cristo.
La iglesia de Laodicea
<<Porque tú dices: "Yo soy rico, y me he enrique-
cido y de ninguna cosa tengo necesidad"; y no
sabes que tú eres un desventurado, miserable, po-
bre, ciego y desnudo[ ... ]. Yo reprendo y castigo
a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepién-
tete)) (Apoc. 3: 17-19).
El apóstol Juan dirigió el libro del Apocalipsis a las siete igle-
sias y a los que afrontaban situaciones similares a las que han
existido en todas las iglesias desde aquel tiempo. Menciona sus
virtudes y sus defectos, sus victorias y sus derrotas. Juan no nie-
ga la existencia de verdaderos creyentes en dichas iglesias.
Laodicea fue una ciudad rica, la más próspera de las siete. Tenía
todo lo que una ciudad podía desear: bibliotecas, baños públicos,
instalaciones deportivas, templos, centros artísticos, un comercio
próspero, una industria creciente y una escuela de medicina que
era de las mejores de su época. Desde el punto de vista material,
intelectual y cultural, no tenía necesidad de nada. La dudad ofre-
cía a sus ciudadanos todo lo que el corazón pudiera desear. Po-
seía todas las justificaciones necesarias para ostentar una ele-
vada estima y autoexaltación.
110 SALVACIÓN SIN l1MrrEs

Como ocurre con mucha frecuencia, la iglesia de Laodicea ha-


bía absorbido el espíritu de autosuficiencia de la ciudad. La esti-
ma y la exaltación propias son muy difíciles de condenar y de
rechazar,' especialmente cuando uno puede aportar buenas razo-
nes para sentirse así. Después de tcxio, nadie desea ahogar la auto
rrealización y el éxito personal. Psicológica y socialmente podría
decirse mucho en favor de un estilo de vida autosuficiente.
Los laodicenses de hoy son como siempre han sido. El mun-
do ama al yo. El objetivo de la existencia es una vida cómoda y el
éxito personal en todos los aspectos del esfuerzo humano. No
hay nada inmoral en eso. Pero gran parte de ese estilo de vida no
conduce a nada.
El hombre moderno está siendo moldeado por los intereses,
los deseos y los valores derivados del progreso secular. Los be-
neficios totales de todos los avances de la ciencia moderna están
disponibles para bendición y satisfacción de la humanidad. Tien-
den a hacer del cristiano alguien más secular que espiritual, de-
bido a que la vida abundante se concibe sobre la base de valores
terrenales. Al disfrutar todos los beneficios de la civilización mo-
derna, los seres humanos se vuelven fácilmente indiferentes a su
religión. La humanidad tiene que hacer frente a una actitud y a
un estilo de vida que se ha vuelto superficial y trivial.
<<Como fue en los días de Noé, así también será
en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían,
se casaban y se daban en casamiento, hasta el
día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio
y los destruyó a todos. Asimismo como sucedió
en los días de Lot; comían, bebían, compraban,
vendían, plantaban, edificaban; pero el día en que
Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azu-
fre, y los destruyó a todos. Así será el día en que el
Hijo del hombre se manifieste» (Luc. 17: 26-30).
Para la iglesia de Laodicea todo esto presenta un desafío. Los
cristianos tienen que encontrar el significado de lo que implica
vivir en comunión con Dios, no con las cosas materiales; el senti-
do de las realidades espirituales, no de las seculares. La Escritura
declara que la iglesia de Laodicea había absorbido el espíritu del
«Arrepentimiento para vida» 111

mundo. La iglesia no sentía ninguna necesidad, puesto que era


rica y sus bienes se habían incrementado; así que no tenía nece-
sidad de nada. Exteriormente la iglesia había prosperado.
El espíritu de suficiencia y el amor propio es muy proclive a
estimular falsas conclusiones. Allí acecha el peligro de olvidar que
los seres humanos necesitan vivir diariamente en total dependen-
cia de Dios y afirmar continuamente su necesidad de Jesucristo.
.
Un cristiano autosuficiente y satisfecho de sí mismo es difícil de
trata,., especialmente en todo lo que pueda lesionar su amor pro-
pio. Se trata de personas que sienten poca o ninguna responsabi-
lidad ante los demás: únicamente son responsables ante sí mismos.
Quienes por educación, cultura y la abundancia de bienes, logran
un laudable sistema de vida se encuentran en gran peligro de cen-
trarse en el yo y no en Dios. Los seres humanos obtienen de todos
estos logros su propia inspiración. Todo intento serio de llamar a
las gentes al arrepentimiento encuentra su principal obstáculo en
el orgullo y la autoexaltación humana. La vida centrada en uno
mismo es la ruta más peligrosa que se puede escoger.
En la actualidad afrontamos una crisis, tanto en el mundo co-
mo en la iglesia, a causa de la dependencia de los seres humanos
de sí mismos. Esta época es la culminación de la historia humana,
la maduración del más horrible de los pecados: tratar de ser como
Dios sin Dios. El mundo está en peligro mortal. Todos necesitamos
ser liberados de nuestra propia autodependencia y de la exalta-
ción del yo.
Es difícil negar lo atractivo que resulta el secularismo, el reco-
nocimiento de los ricos, de los educados y los poderosos, la defe..
renda otorgada a los hombres de distinción. Nadie caerá al pie de
la cruz mientras se sienta rico, con abundancia de bienes, y no sien-
ta necesidad de nada. Una de las cosas singulares respecto a la
autosuficiencia y la exaltación propia es que nadie gana con ellas.
Todo se reduce a esto: a la gente se le hace difícil comprender que
las grandes cosas del Espíritu Santo son mejores que todo lo que
ya tiene. La fe en Dios es inadvertidamente reemplazada por la fe
en el hombre, en su poder y en sus realizaciones.
¿Por qué es materialista y secular nuestra época? Es fácil echar-
le la culpa a la ciencia, la educación o la cultura. Pero nada de eso
es la respuesta a la pregunta. Más cerca de la verdad está el hecho
112 5ALVAOÓN SIN ÚMITI!S

de que los seres humanos se han vuelto amadores de su propio


yo más que de Dios. Aquí está la clave de la cuestión.
La misma tentación a la autosuficiencia y la exaltación propia
se presenta en la religión, como en cualquier otro ámbito. La bús-
queda de la superioridad religiosa es la misma expresión del or-
gullo humano. Laodicea pretende ser rica, al grado de que no sien-
te necesidad de nada. No hay ninguna situación más difícil de
resolver que esa. Uno no puede razonar ante dicha situación por-
que la gente no la considera de la misma forma que Dios lo hace.
Para ningún cuerpo religioso es un cumplido que se le llame
Laodicea. <<Rica, enriquecida y no tiene necesidad de nada•>. Ahí
está el carácter radical del pecado. «Seréis como dioses». Cuanto
más tienen los hombres, más brillantes son, más alto llegan en su
profesión, y más importancia se atribuyen a sí mismos. Al grado
de que el hombre se exalta a sí mismo y se considera autosufi-
ciente; deja de sentir necesidad de Dios.
El problema de Laodicea es la autosuficiencia. Es difícil penni-
tir que Cristo reine cuando prevalece esta actitud. Los pecados
de este tipo son más peligrosos y más sutiles que los pecados de
la carne. En el campo de la educación los hombres tienden a bus-
car y adorar los grados académicos. La búsqueda de la exce-
lencia en el mundo académico no debe despreciarse; sin embar-
go, siempre existe la tentación de obtener un doctorado simple-
mente por causa del mismo título: se busca la atención recibida
en el reconocimiento, más que la solidez de los logros.
La verdadera grandeza cristiana ya sea en el mundo acadé-
mico o en la iglesia, será reconocida por lo que es, no por los títu-
los con que se acompañe su nombre. La educación y la cultura
pueden proporcionar! un refinamiento superficial que acrediten
para brillar en sociedad; pero el altruismo genuino, el amor por los
demás, la dedicación total al reino de Dios y su justicia nunca po-
drán crecer en un corazón egoísta. Estos son los frutos de aquel que
ha nacido del Espíritu Santo.
La iglesia ha asimilado el espíritu comercial, la idea de que el
éxito está relacionado con la cantidad de dinero recolectado. Sin
proponérselo ha fomentado la adoración del yo. Urge el discerni-
miento espiritual en este asunto. En nuestra época nos agrada que
todo pueda ser reducido a cifras exactas. Es la era del análisis cuan-
«Arrepentimiento para vida» 113

titativo, de gráficas y diagramas. Es posible que esas cifras y es-


tadísticas que nos dicen lo que la humanidad ha alcanzado no
mientan, pero inciten a realizar inferencias erróneas. La informa-
ción reunida y los números tabulados nos indican muy poco
acerca del crecimiento espiritual de la iglesia. Los seres humanos
confían con demasiada facilidad en las cifras: el incremento en
los diezmos y las ofrendas, el número de personas bautizadas, la
cantidad de material religioso distribuido. ¿Pero quién puede re-

ducir.a porcentajes el crecimiento espiritual de los seres humanos?
Aceptamos que la iglesia ha de tener, necesariamente, su aspec-
to material: su organización. Eso no puede evitarse. Contribuye
para el cumplimiento de los elevados propósitos de Dios. Pero se
convierte en un obstáculo cuando se transforma en objeto de su
propio interés y preocupación, cuando se confunden los medios
con los fines. Los seres humanos se preocupan fácilmente por los
aspectos externos de la religión. Al parecer, es fácil enfatizar las
cosas que conducen a una actitud de autosuficiencia.
Ser parte de la iglesia remanente ha de significar que los miem-
bros se encuentran en contacto con las fuerzas espirituales que trans-
forman las vidas, con el fin de entregarse a la causa de Dios que nos
ha asignado una gran comisión. Entonces encontraremos que to-
das las demás atracciones y fascinaciones son opacas y oscuras an-
te la brillante llama que arde dentro de nuestros corazones. Los
seres humanos necesitan ser salvados de su propia autodepen-
dencia y de la búsqueda de sí mismos. Dios se opone intensamen-
te a cualquier actitud que motive los seres humanos a centrar-
se en su yo, a aquellas lealtades idólatras que compiten con Jesu-
cristo. Lo que hace que la religión sea superficial no es necesaria-
mente la falta de habilidad y conocimiento, sino la incapacidad pa-
ra ver y hacer todas las cosas para la gloria de Dios. Existen algu-
nos problemas que parecen imposibles de resolver. Uno de ellos es
la preocupación constante por el poder y el prestigio personal. En la
iglesia, la excelencia administrativa no es necesariamente un sinó-
nimo de espiritualidad y comunión con Dios. El peligro es que los
seres humanos pueden obsesionarse con la idea de que la organi-
zación es de más importancia que los efectos espirituales actuantes
sobre los hombres y mujeres que esperan órdenes y dirección. ws
seres humanos llegan con facilidad a gozarse viendo el esplendor
114 SALVACióN SIN ÚMl'll!S

de sus propios logros en el terreno religioso. Pero, a menos que los


ministros y los obreros cristianos coloquen a Cristo en el centro de
sus vidas se encontrarán indudablemente a sí mismos como cen-
tro del poder y la autoridad. Y cuando el hombre se adora a sí
mismo, no puede adorar a Dios.
Según el texto de Apocalipsis, el pecado de Laodicea no es una
violación patente y voluntaria de los mandamientos de Dios. Es-
tamos empeñados en guardar los Diez Mandamientos. Recono-
cemos cuándo los violamos voluntariamente. Pero la Escritura
dice que Laodicea no sabe que es «desventurada, miserable, po-
bre, ciega y desnuda~~. Consecuentemente, el problema de la igle-
sia no es obvio o, al menos fácil de entender.
La autosuficiencia y la exaltadón propia son difíciles de detec-
tar y de tratar. Los seres humanos no se arrepienten de cosas que
no entienden o no reconocen. Los límites del arrepentimiento de-
penden de los límites de la disposición y capacidad para vemos
a nosotros mismos delante de Dios. Los fariseos no estaban dis-
puestos a contemplarse a sí mismos a la luz que irradiaba Cristo.
Por lo tanto, no reconocieron la terrible naturaleza de su pecado,
orgullo y exaltación propia. ¿Cómo era posible, preguntaban, que
estuvieran equivocados? ¿De qué tenían que arrepentirse? Su mis-
mo complejo de superioridad hacía imposible que experimentaran
el arrepentimiento.
La naturaleza cegadora que implica estar centrado en uno mis-
mo, es la causa de que pequemos sin ser conscientes de ello. Nos
exaltamos sin el menor asomo de culpabilidad. Nuestro rostro
no se cubre de rubor cuando el ego prevalece. Quien vive cen-
trado en él mismo, es voluntarioso y se exalta a sí mismo, no ha
robado nada, en el lenguaje de los laodicenses, no ha matado a
nadie, no ha traicionado a su familia. No ha hecho nada que alar-
me y perturbe su conciencia.
Si Dios ha de ser nuestro Señor, y si nosotros hemos de ser col-
mados de su Espíritu, debemos abandonar la adoración del hom-
bre y de las habilidades que colocan a los logros humanos por
encima del poder espiritual. El mensaje a los laodicenses presenta
a Cristo de pie ante la puerta, llamándonos al arrepentimiento.
Si creemos que el amante interés de Dios por su pueblo fue tan
grande que no solo nos redimió, sino que nos comisionó para pre-
«Arrepentimiento para vida» 115

gonar el mensaje final al mundo antes del retomo de Jesús; enton-


ces, es obvio que lo que se debe hacer es entrar de lleno en una re.-
lación vital con el Señor y participar de una total dependencia de
él. Únicamente los hombres y las mujeres que han sido transfor-
mados podrán transformar al mundo.
El mundo se halla al borde de uno de los mayores reaviva-
mientas espirituales: el derramamiento del Espíritu Santo. Existe
un Ji'rofundo anhelo en todo el mundo de recibir al Espíritu San-
to. Una iglesia guiada por el Espíritu y llena de su santo poder,
recibirá el impulso necesario para la tarea que le espera. Dios tie-
ne un verdadero remanente, las invisibles y discretas siete mil ro-
dillas que «no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besa-
ron)). Solo Dios sabe quiénes son. Tenemos conocimientos. Nos
hemos destacado en la educación y en la organización. Tenemos
prestigio. La religión nunca ha sido tan promovida y anunciada
como en la actualidad. Pero vivir el mensaje del tercer ángel, el
evangelio eterno, debería sobrepasar cualquier intento de promo-
ver la religión.
Una consideración sincera del hecho, según Dios lo expresa en
el mensaje a los laodicenses, no pone en peligro la verdad o la es-
piritualidad. Las mismas condiciones prevalentes tienen en sí
mismas la posibilidad de fortalecer la fe y el carácter, si afronta-
mos las verdades respecto a nosotros como corresponde a todo
cristiano sincero. La iglesia de Laodicea está llamada a ser un pue-
blo peculiar. El mensaje podrá difundirse en cualquier medio a
través del testimonio de cristianos genuinos. Debemos conside-
rarnos mayordomos del reino de Dios en todo lo que poseemos.
La vida con Cristo debe convertirse en un rayo de luz en medio
de un mundo inflexible y apegado al dinero.
¿Dónde podremos obtener el impulso para lograr una refor-
ma, temperancia, justicia y regeneración? A través de la oración
y el estudio de la Palabra de Dios hacemos un esfuerzo para es-
tablecer y mantener una total dependencia de Dios. No pode-
mos alejamos de la suficiencia propia sin una diligente búsque-
da de Dios. La comunión personal con Dios debe llegar a ser
algo mucho más real.
El arrepentimiento para vida se ofrece a quienes descubren que
hasta que se arrepientan y experimenten el perdón y el poder
116 5ALVA0ÓN SIN LfMrrns

regenerador de Dios, no podrán dar ni un solo paso hacia ade-


lante en el camino de la vida. La evaluación personal puede lo-
grarse únicamente en presencia de Cristo. Job llegó a compren~
derlo cuando dijo: «De oídas, te había oído; mas ahora mis ojos te
ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza»
(Job 42: 5, 6).
Ningún ser humano puede obtener un conocimiento correcto
de sí mismo dirigiendo la vista hacia su interior. Solo puede hacer~
lo en el círculo de la presencia y el amor de Dios. Nunca hará
nadie un descubrimiento más importante que cuando, bajo la
presencia y el amor de Dios, contemple claramente la horrible
naturaleza de la autosuficiencia y la exaltación propia. El creyente
experimentará los más fuertes motivos para acudir a Cristo, que lo
ama. El pecador arrepentido puede someterse confiadamente, y
depender con gozo de aquel cuyo amor es eterno, y cuyo poder
para salvar es infinito.
Este es un asunto individual. Es la forma que Dios tiene de
decimos: <<Si eres verdaderamente sincero en tu decisión de en~
garte totalmente a Cristo, te prometo, a la vista de todos los que
están en el cielo, que no hay ningún obstáculo que se oponga en tu
camino que no pueda ser vencido y superado». Dios asumirá la
responsabilidad de hacer desaparecer todo lo que se levante en
su camino para impedirle el paso. Decida todo aquel, que escucha
el llamamiento de Dios, volver su mente y su corazón a Cristo.
Que nada desaliente o distraiga la intención de su alma. Resuelva
decirle a Dios que usted decide, con todo su corazón y con toda
su mente, seguirlo, sin importar lo que suceda.
El don de Cristo
es la vida
«El ladrón no viene sino para hurtar y matar
y destruir; yo he venido para que tengan vida,
y para que la tengan en abundancia»
(JUAN lO: 10).

J ESÚS PROCLAMÓ con estas palabras su propósito al venir


a la tierra a dar vida. Fue su propia vida la que trajo y la
que habría de otorgar a los seres humanos.
<<Yo soy[ ... ] la vida)> Guan 14: 6).
«Yo soy el pan de vida [... ].Yo soy el pan vivo
que descendió del cielo; si alguno come de este
pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es
mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo»
Q"uan 6: 48, 51).
«Cristo, vuestra vida» (Col. 3: 4).
«Pero Dios, que es rico en misericordia, por su
gran amor con que nos amó, aun estando noso-
tros muertos en pecados, nos dio vida juntamen-
te con Cristo>> (Efe. 2: 4, 5).
118 5ALVAOÓN SIN LIMITES

Ningún ser humano tiene vida en sí mismo. Solo Dios tiene


vida: inherente, independiente, sin fin, inmortal. Nuestra vida es
derivada? dependiente, limitada? mortal. Cuando Dios colocó al
hombre y a la mujer en este planeta les infundió vida. La vida
fluía de Dios al ser humano mientras este permaneciera perfec-
to. La vida humana continuó en virtud de su unión con Dios.
Cuando Adán y Eva pecaron esta relación se rompió. La vida
que proverúa de Dios se retiró. Físicamente comenzaron a morir.
Espiritualmente quedaron separados de Dios. Por su propia elec-
ción de una vida separada de Dios fueron desterrados de su pre-
sencia. Estaban ahora vivos al pecado, pero muertos a las cosas
de Dios, espiritualmente muertos. Todas las facultades humanas
funcionaban ahora en un nivel natural, carnal, fuera de una rela-
ción correcta con Dios. Desde entonces todos hemos experimen-
tado esa relación errónea. En ningún lugar se encuentra que la
vida del hombre, en su estado natural, esté en un estado de co--
rrecta dependencia de Dios. Por eso la Biblia dice que el hombre
natural está muerto en delitos y pecados.
<<Cuando estabais muertos en vuestros delitos y
pecados [ ... ]. Entre los cuales también todos no-
sotros vivimos en otro tiempo en los deseos de
nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne
y de los pensamientos, y éramos por naturaleza
hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios,
que es rico en misericordia, por su gran amor
con que nos amó, y aun estando nosotros muer-
tos en pecado nos dio vida juntamente con Cris-
to. Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo
nos hizo sentar en los lugares celestiales con
Cristo JesÚS>> (Efe. 2: 1, 3-6).
Los seres humanos todavía creen la mentira de Satanás de que
los ellos pueden tener vida en sí mismos. En consecuencia se sien-
ten autosuficientes y por lo tanto no necesitan la vida de Dios.
La correcta moralidad del hombre únicamente logra que sea
considerado un individuo de buena conducta. Pero esto no es es-
piritualidad. La cultura y la educación, por sí mismas únicamente
capacitan al ser humano para contemplar al reino de los hombres.
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El don de Cristo es la vida 119

El cultivo del hombre natural. por lo general resulta en una ma-


yor exaltación propia y orgullo. Por otro lado, no es posible que
el hombre natural entre en el reino de los cielos.
Nuestro destino espiritual y eterno está en Dios, el único que
tiene vida. La mayoría de las religiones del mundo expresan la
misma necesidad y el mismo deseo: ir más allá de esta breve vi-
da mortal que el hombre disfruta ahora, para acceder a la vida in-
mortpl. Pero únicamente Cristo puede proporcionamos esta vida.
Sin Cristo la vida de todo ser humano se halla dominada por el
pecado, por la búsqueda del yo y por la muerte. Dios no nos hizo
para que vivieramos así. Cristo vino a cambiar ese estado de co-
sas, a fin de damos nueva vida, una nueva vida espiritual Sola-
mente la obra de Cristo transforma radicalmente la naturaleza hu-
mana. Implica la integración de toda la personalidad humana con
Cristo Jesús. Todos los impulsos, los instintos, los deseos, laten
con la nueva vida de Cristo.
La Biblia habla de dos Adanes: el primer Adán, creado por Dios;
y el segundo Adán que es Jesús encarnado. Dos tipos de vida sur-
gen del primero y del segundo Adán: la natural y la espiritual.
Ambos representan a toda la raza humana. Pablo en Romanos 5
compara sus características y sus efectos sobre el hombre. El pri-
mer Adán fue cabeza y padre de la raza humana. Mediante su pe-
cado involucró a todos sus descendientes tanto en la muerte físi-
ca como en la muerte espiritual. Perdió la vida que había recibido
de Dios al separarse de él. Jesucristo es llamado el segundo Adán
porque a él se le confió la tarea de redimir a la raza humana de
la caída del primer Adán y de su separación de Dios. Del mismo
modo que los seres humanos fueron originalmente uno en Adán,
ahora son uno en Cristo.
El primer Adán no puede proporcionar la vida que ya no po-
see. Jesucristo vino a devolvemos la vida eterna, la obediencia
en vez de la desobediencia, la justificación en vez de la conde-
nación, y la justicia en lugar de la injusticia_ De ese modo Cristo
pertenece a toda la familia humana. Él comunica vida espiritual a
todos los que lo reciben por fe: <<El postrer Adán espíritu vivifi-
cante>> (1 Cor. 15: 45).
En su estado pecaminoso el ser humano no emplea sus faculta-
des de acuerdo con la voluntad de Dios. El yo prevalece siempre. La
120 SALVACióN SlN I.IMin!S

pecaminosidad hwnana no consiste en nuestra falta de capacidad,


sino en la perversión de aquellas que ya poseemos causadas por
nuestra separación de Dios. La persona inconverso es incapaz
moral y espiritualmente de hacer lo que Dios requiere de ella.
<<¡Cristiana por naturaleza! Esta ilusión ha servi-
do a muchos como un manto de justicia propia, y
ha inducido a otros tantos a suponer que tienen
esperanza en Cristo, sin un conocimiento vital
de él, de su experiencia, de sus pruebas, de su vi-
da de abnegación y sacrificio. Su propia justicia,
que tanto valora, es semejante a trapos inmun-
dos.
<<Ha experimentado un cambio, tan notable cierta-
mente que se le compara con la muerte. ¡De la vi-
da activa a la muerte! ¡Qué figura notable! Si no
han experimentado esa transformación, no des-
cansen. Busquen al Señor con todo el corazón. Ha-
gan de esto el asunto más importante de sus vi-
das)) (Testimonios para la iglesia, t. 2, pp. 161, 162).

El nuevo nacimiento
«Respondió Jesús y le dijo: "De cierto, de cierto te
digo que el que no nace de nuevo, no puede ver
el reino de Dios". Nicodemo le preguntó: "¿Cómo
puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede aca-
so entrar por segunda vez en el vientre de su ma-
dre y nacer?" Respondió Jesús: "De cierto, de cier-
to te digo que el que no nace de agua y del Espí-
ritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que
nace de la carne, carne es; y lo que nace del Es-
píritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije:
'Os es necesario nacer de nuevo"')) Guan 3: 3-7).
Esta declaración va directo al meollo del problema humano. Se
dice que producir el cambio espiritual, pasar de la muerte a la
vida, es como nacer de nuevo. Nicodemo entendió las inmensas
El don de Cristo es la vida 121

dificultades de la regeneración espiritual. Entendió que se re-


quería un cambio genuino, y que su propia religión judía tal co~
mo se la entendía popularmente no había logrado restaurar a los
seres humanos a la vida de Dios.
¿Qué es lo que más necesita recibir el creyente de parte de
Cristo? Jesús mismo respondió esta pregunta en su entrevista con
Nicodemo. Primero, dijo, el hombre ha nacido de la carne. Es de~
cir, el pecador está atado al pecado. Camina en los deseos y bajo
el poder de su naturaleza caída. Segundo, esta naturaleza «car~
nal» únicamente puede proporcionar una vida con sus mismas
características. Tercero, la vida espiritual del hombre solo puede
ser implantada por el poder del Espíritu Santo. Por eso vino Cris~
to a tomar forma humana, y por lo mismo el Espíritu Santo fue en~
viado a comunicar la vida espiritual. La Escritura describe esta ex~
periencia como nacer de lo alto (ver Juan 3: 31), indicando que es
una vida sobrenatural. «De modo que si alguno está en Cristo nu~
va, criatura eS>> (2 Cor. 5: 17).
«Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale na~
da, ni la incircuncisión, sino una nueva creación>>
(Gál. 6: 15).
«Resucitar a espiritualmente muertos, crear nue~
vos gustos, nuevos motivos, requiere una dem~
tración tan grande de poder como para resuci~
tar a uno de la muerte física» (Elena G. de White,
Review and Herald, 12 de marzo de 1901).
El don de la vida eterna es el punto de partida del cristiano. La
vida física de todos los seres humanos tiene un principio. Lo mismo
ocurre con la vida espiritual, que ya no es la naturaleza humana ~
novada, sino una nueva vida de lo alto: <<El nuevo hombre, creado
según Dios, en la justicia y santidad de la verdad•• (Efe. 4: 24).
La regeneración y la conversión son otras palabras para des-
cribir el nuevo nacimiento. Se ha dicho que existe una diferencia
entre la regeneración y la conversión: la primera sería el lado di~
vino del nuevo nacimiento; la segunda, el lado humano. Desde
el lado humano, la conversión es que el hombre se vuelve del pe-
cado a Dios. «Arrepentíos y convertíos» (Hech. 3: 19). «Y tú, una
vez vuelto, confirma a tus hermanos» (Luc. 22: 32).
122 SALVAOÓN SIN llMrrEs

Uno de los términos griegos que se traduce como conversión


es epestro. Se usa porque el sujeto de la conversión es siempre el
hombre. La palabra se usa también para referirse a los creyentes
que se vuelven a Dios. «ÜS convertisteis de los ídolos a Dios, pa-
ra servir al Dios vivo y verdadero)) (1 Tes. 1: 9). En aras de la sen-
cillez usaremos los términos el nuevo nacimiento, conversión y re-
generación como sinónimos.
Los seres humanos necesitan algo más que un ejemplo per-
fecto, necesitan vida, una vida sobrenatural Allí radica el gran se-
creto de la vida cristiana. La vida de Dios despierta y da nueva ca-
pacidad espiritual a todas las partes del ser humano. Este ente-
ro: cuerpo, alma y espíritu, es llevado y puesto bajo la dirección y
control del Espírihl Santo. Hay una resurrección espiritual de los
muertos. El cristiano está unido con Dios.
Dios no nos concede una vida espiritual como si fuera nues-
tra. Él no hace al hombre inmortal. La vida espiritual únicamen-
te se nos concede si permanecemos en Cristo. El don de la nueva
vida es comunicado mediante el Hijo y nunca aparte de él.
,.y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás,
ni nadie las arrebatará de mi mano•• Q"uan 10: 28).
La salvación implica participar en la vida de Cristo. La per-
dición significa exclusión de esa vida. La vida de Cristo y del Es-
píritu Santo es real y presente en nosotros mientras la manten-
gamos y la apreciemos a través de la fe. Una verdad permanen-
te es que en nosotros mismos no somos nada ni tenemos nada.
La redención de Dios en Cristo contrasta con todos los métodos
humanos de mejoramiento y autodesarrollo. Las teorías, ideas, re-
glas y principios éticos humanos son concebidos y presentados
para beneficio del hombre natural. El ser humano espera que a
través de una clara comprensión y aceptación de dichos princi-
pios la humanidad podrá ser motivada a vivir en armonía. Pero
el «progreso>> humano pone al hombre como centro de la vida.
Sigue siendo egoísta, no importa cuán refinado sea y el desarro-
llo cultural que haya alcanzado.
Aquí radica la diferencia entre la educación cristiana y la edu-
cación secular, entre el progreso humano y la salvación divina. Una
nos llega por métodos naturales, a través de la promoción y la
El don de Cristo es la vida 123

comunicación humana; la otra se recibe mediante la intervención


divina. Uno de los grandes problemas de la vida es lograr que el
ser humano reconozca la bancarrota de todos los sistemas pura-
mente humanos y la urgente necesidad de una vida enteramen-
te nueva que proviene de Dios. Lo último que el ser humano aban-
dona es la confianza en sí mismo.
El Nuevo Testamento registra cinco ejemplos de conversión
individual. El eunuco etíope le preguntó a Felipe acerca del pa-

saje que había estado leyendo en Isaías 53 respecto al Mesías, y
se convirtió (Hech. 8: 26-39). Comelio, el centurión romano pidió
al ángel una explicación de la visión que Dios le había dado.
Pedro vino y lo ayudó, junto con los miembros de su familia, a
aceptar a Jesucristo (Hech. 10: 24-48).
Pablo se encontró con el Señor directamente en el camino de
Damasco (ver Hech. 9). Dios abrió el corazón de Lidia mientras
Pablo predicaba el evangelio. Ella era vendedora de telas de púr-
pura en la ciudad de Tiatira (ver Hech. 16: 13-15). El carcelero de
Filipos fue confrontado con la milagrosa liberación de Pablo y
Silas de la prisión. Pablo le habló de Cristo. Él creyó, junto con to-
da su familia, y fue bautizado (ver Hech. 16: 25-33). Todos estos
individuos fueron directa, o indirectamente, confrontados con la
verdad acerca de la persona y la obra de Jesucristo.
La conversión de Pablo es la más espectacular, y nos describe la
naturaleza del cambio que ocurre cuando uno ha nacido del Espíri-
tu Santo. Hasta este momento Pablo se había opuesto a Jesucristo.
Pablo era un fariseo ortodoxo, consagrado completamente a la ley
y a todo lo que ella exigía. No tenía la menor inclinación hacia el
cristianismo. Era diametralmente opuesto a Jesucristo y a sus en-
señanzas. Pero la mano de Dios se extendió y lo alcanzó. Un gran
milagro se produjo en su vida. El velo cayó de sus ojos cuando se
encontró con Cristo. Se entregó al Señor resucitado. Pablo, el rebel-
de, se convirtió en el cristiano más ferviente y consagrado de la re-
ligión cristiana. Desde ese momento el Cristo viviente se convirtió
en el centro del pensamiento, la obra y la vida de Pablo.

El nuevo nacimiento
¿Qué es el nuevo nacimiento? ¿Qué ocurre en realidad? El nue-
vo nacimiento es un milagro que se produce por medio del poder del
124 SALVACIÓN SIN LlMm!s

Espíritu Santo. Por lo tanto, no es postble analizar todo lo que ocurre


y cómo se produce. Sencillamente no sabemos cómo obra el Espíritu
Santo, o el grado de control que ejerce en el cristiano convertido.
«El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido;
pero ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es
todo aquel que es nacido del Espíritu)) Guan 3: 8).
Elena G. de White hace algunas observaciones muy profun-
das relacionadas con el nuevo nacimiento. Observa algunas ana-
logías en la naturaleza y las compara con «la germinación de la
buena semilla sembrada [ ... ]. Se sacan así ilustraciones del mun-
do natural para ayudamos a entender mejor las misteriosas ver-
dades de la vida espiritual>• (El camino a Cristo, pp. 99, 100).
«La germinación de la semilla representa el comien-
zo de la vida espiritual, y el desarrollo de la plan-
ta es una figura del desarrollo del carácter>> (l.a edu-
cnción, p. 96).
«Al espaciarse en las leyes de la materia y de la na-
turaleza, muchos pierden de vista la intervención
continua y directa de Dios, si no es que la niegan.
Expresan la idea de que la naturaleza actúa in-
dependiente de Dios, teniendo en sí y de por sí sus
propios límites y sus propios poderes con qué
obrar[ ... ]. Esta es una falsa ciencia[ ... ]. No es por
un poder original inherente a la naturaleza como
año tras año la tierra produce sus dones y conti-
núa su marcha alrededor del sol. La mano del po-
der infinito obra de continuo para guiar estE; pla-
neta. Lo que le conserva su posición durante la ro-
tación es el poder de Dios ejercido a cada momen-
to» (Testimonios para la iglesia, t. 8, pp. 270, 271).

El mismo principio es válido en la vida espiritual. La vida en el


mundo físico y en la naturaleza depende de una conexión directa
con Dios, que ejerce constantemente su poder y su energía. Lo
mismo ocurre en la vida espiritual. Sin embargo, no debemos in-
terpretar esta analogía diciendo que Dios obra mecánicamente o que
su actuación es impersonal. Exactamente lo opuesto es la verdad.
El don de Cristo es la vida 125

Lo que es muy significativo es que tanto la vida física, como


la vida espiritual, dependen de la acción continua de Dios. Un
vínculo de unión se crea entre lo humano y lo divino. El hombre
es restaurado a una relación vital con Dios, quien hace posible la
comunión entre la humanidad y la Divinidad. La comunicación re-
generativa del poder de Cristo ocurre en una relación personal vi-
tal con Cristo. Jesús enseña esto cuando dice:
<<Permaneced en nú, y yo en vosotros. Como el
• pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si
no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él,
este lleva mucho fruto; porque separados de mí,
nada podéis hacer. El que en mí no permanece,
será echado fuera como pámpano)) Ouan 15: 4-6).
<<El Espíritu Santo, que procede del Hijo unigé-
nito de Dios, vincula el espíritu, alma y cuerpo del
agente humano, a la perfecta naturaleza divino-
humana de Cristo. Esta unión es representada
por la unión de la vid y los pámpanos. El hom-
bre finito queda unido a la humanidad de Cristo
[... ]. Somos hechos uno con Dios en Cristo)) (Elena
G. de White, Reviewand Herald, 5 de abril de 1906).
«Vuestra cuna, vuestra reputación, vuestra rique-
za, vuestros talentos, vuestras virtudes, vuestra
piedad, vuestra filantropía, o cualquier otra cosa
dentro de vosotros o relacionada con vosotros, no
podrá establecer un lazo de unión entre vuestra
alma y Cristo)) (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 46).
Estos argumentos son significativos si deseamos comprender la
experiencia de la conversión. Cuando alguien nace de nuevo, se
forma una unión personal, como ocurre cuando se realiza el matri-
monio. Cristo une al creyente consigo mismo a través del Espíriru
Santo. La Nueva Biblia Española lo presenta así: <<Nos salvará su vida))
(Rom. 5: 10). Esta unión comienza en el nuevo nacimiento. Hay una
presencia y un poder disponibles para el creyente: la misma vida
de Jesucristo. El creyente debe ser vinculado con Dios.
126 5ALVAOÓN SIN 1.IMrrel

Esto puede ilustrarse por medio de la operación de los apa-


ratos eléctricos. Si están conectados a la corriente eléctrica fun-
cionan como se suponen que deben hacerlo. Pero si están desco-
nectados, no tienen ninguna utilidad. Lo mismo ocurre con el
cristiano. Si estamos separados de alguna manera de Cristo, es-
tamos espirirualmente vacíos y carentes de vida. Pero si estamos
unidos con Cristo a través del Espíritu Santo, funcionamos como
Dios se ha propuesto que lo hagamos. Por lo tanto, debemos per-
manecer en Cristo. Este milagro de la regeneración resarce en
parte la ruprura con Dios que provocó el pecado en un principio.
A través del nuevo nacimiento quedamos unidos de nuevo con
Dios. Vivimos en la vida del Espíritu Santo. La agencia y la pre-
sencia del Espíritu Santo son indispensables. Dice el apóstol
Pablo: «Y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu
Santo» (1 Cor. 12: 3).

Uno con Cristo


«La gloria que me diste, yo les he dado, para que
sean uno, así como nosotros somos uno, yo en
ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en uni-
dad, para que el mundo conozca que tú me en-
viaste, y que los has amado a ellos como también
a mí me has amado» Guan 17: 22, 23).
La preocupación de nuestro Señor precisamente antes de su
crucifixión era la restauración de los creyentes a la unidad y unión
con él y con su Padre. La conciencia de esa unidad personal con
Dios y en Cristo, es el rasgo distintivo de la religión cristiana.
«En Cristo Jesús)) es una expresión que se refiere a una relación
viva con una persona viviente, como algo opuesto a la simple
adopción de opiniones y a la conformidad con reglas y normas
de conducta religiosa.
Quien se halle separado de Cristo no es cristiano, no puede
hacer nada. Estar en Cristo, o en el Espíritu, significa que el ser
humano en su totalidad está del lado de Cristo, viviendo bajo el
control y la dirección del Espíritu Santo. Esta unidad es tan real
e íntima como la unión del esposo y la esposa. No podemos vivir la
vida cristiana. Solo Cristo puede vivirla en nosotros. No podemos
El don de Cristo es la vida 127

producir los frutos del Espíritu en nuestras vidas. Únicamente la


presencia y el control del Espíritu pueden hacerlo. La ofensa su-
prema a Cristo, que conduce al pecado imperdonable, es afirmar
con hechos y palabras que no pertenecemos a Dios y que no encon-
tramos en Dios nada que nos interese.
Unidad con Cristo significa que en él hemos encontrado el ver-
dadero significado de la vida. En realidad queremos que él nos
pose~. No deseamos más reglas, más obras, más autoconcen-
tración, incluso en nuestra religión. No buscamos el éxtasis, o al-
go sensacional. Deseamos ser poseídos por Cristo. Bajo la in-
fluencia y la dirección del Espíritu Santo nos entregamos a Cristo.
Hemos descubierto que él es un ser con quien deseamos identi-
ficamos.
El Espíritu Santo no se encama en el creyente. Permanece eter-
namente independiente de nosotros. Nunca se funde o se amal-
gama con nuestro espíritu. Nunca asume nuestra personalidad
humana. Rendimos a la dirección del Espíritu significa ser con-
trolados por el Espíritu, pero no ser alienados por él. Nunca su-
planta la responsabilidad humana. Tampoco aparta la mente de la
verdad objetiva de la Biblia, ni reemplaza la respuesta individual
inteligente de nadie con algún tipo de misticismo o magia. For-
talece la mente, inspira los deseos y afectos, antes que la Palabra
de Dios nos imparta vida.
«Bienaventurado el varón que no anduvo en con-
sejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores,
ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino
que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley
medita de día y de noche. Será como árbol plan-
tado junto a corrientes de aguas, que da su fruto
en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que ha-
ce prosperará~> (SaL 1: 1-3).
El Espíritu Santo obra a través de la mente humana en unión
con nuestras facultades. El Espíritu Santo no abruma al creyente.
Lo dota de poder y eleva todas las facultades y capacidades del
ser humano para que su vida se llene de los frutos del Espíritu.
Nunca antes había sido la vida tan maravillosa. El Espíritu no
anula o absorbe nuestra individualidad, sino que la fortalece, la
128 SALVACIÓN SIN ÚMITR5

purifica, la renueva, la libera y la ilumina. Esto va en contraste di·


recto con los malos espíritus que arrojan a sus víctimas a un éxta-
sis ingobernable, lanzándolos al suelo, arrebatándoles el dominio
propio.
El Espíritu Santo deja al cristiano con una mente clara. Le pro-
porciona una percepción espiritual, una vitalidad y Wl poder cre-
cientes, permitiéndole el pleno uso de sus facultades normales,
mientras que es libertado del poder degradante y esclavizante
del pecado y el egoísmo. La mente, el corazón y la vida son rea-
vivados por Cristo y por la verdad de su Palabra. El cristiano
nacido de nuevo da testimonio a todos de lo que Cristo es y de
sus enseñanzas.
El Espíritu obra sobre el corazón humano a través de laPa·
labra de Dios. No graba en nuestro corazón y en nuestra vida na-
da que no se enseñe en las Escrituras. Traza la fidelidad, el amor,
la pureza, la sabiduría y la misericordia de Dios, hasta que sea-
mos atrapados y cautivados por la belleza de nuestro Señor.
Cuando hemos hecho lo mejor que podemos para captar el sig-
nificado del nuevo nacimiento y la unidad que tenemos con Cristo,
nos daremos cuenta de que a menos que el Espíritu venga hacia
nosotros a través de la Palabra de Dios nada acontece en reali-
dad. Sin el Espíritu Santo es probable que la verdad solo aparez-
ca como definiciones e ideas muertas y frías. Las facultades del
inconverso están espiritualmente muertas y reacias a las cosas de
Dios. Nada, excepto la influencia y el poder del Espíritu Santo,
puede cambiar esto. No disfrutaremos la esperanza de vida eter-
na ni de vivir la verdad, a menos que se ejerza el poder del Espí-
ritu Santo con dicho propósito: la sumisión a Cristo como el so-
berano justo y el amigo más querido.
«Y desde aquel día, Cristo iba a morar continua-
mente en el corazón de sus hijos. Su unión con
sus discípulos sería más estrecha que cuando es-
taba personalmente con ellos» (El camino a Cristo,
p. 111).

«Satanás nos presentará de continuo seduccio-


nes para persuadimos a que rompamos ese lazo,
a que decidamos separamos de Cristo. Es nece-
----------------~----~~~-~----~~-----

El don de Cristo es la vida 129

sario que velemos, luchemos y oremos, para que


nada pueda inducirnos a elegir otro maestro; ya
que siempre tenemos la posibilidad de hacerlo»
(ibíd., p. 107).

<<Orar sin cesar es mantener una unión continua


del alma con Dios, de modo que la vida de Dios
fluya a la nuestra, y de nuestra vida la pureza y
• la santidad refluyan a Dios)) (ibíd.,p. 145).

<<Podemos mantenemos tan cerca de Dios, que


en cualquier prueba inesperada nuestros pensa-
mientos se vuelvan hacia él tan naturalmente co-
mo la flor se vuelve hacia el sol» (ibíd., p. 148).

¿Cómo se nace de nuevo?


¿Cuál es la respuesta que hemos de dar, con el fin de expe-
rimentar el nuevo nacimiento y la nueva vida en Cristo? La carac-
terística del hombre natural es una inclinación a ejercer su propia
voluntad y a mantener su independencia de Dios. El gran enemi-
go es entonces la voluntad propia, con todas las formas que ad-
quiere: amor propio, exaltación propia y suficiencia propia. Me-
diante el don de la salvación ofrecido por nuestro Señor somos con-
frontados con la calidad y la naturaleza de la respuesta, así como
con la responsabilidad humana.
Recibir este don sin esforzamos por conseguirlo nos parece
increíblemente fácil. Pero, ¿es así de sencillo? La entrega y la de-
dicación con frecuencia implican una lucha. Por tanto, la forma
como entendernos esa oferta depende de la forma en que inter-
pretamos la invitación de Cristo a seguirlo.
En Marcos 10: 17-30 y en Hechos 16: 27-34 se presentan dos
hombres: uno judío, el joven rico; y el otro, un gentil, el carcele-
ro de Filipos. El joven rico al parecer poseía, gran integridad mo-
ral. Había sido educado en la fe judía con determinados propó-
sitos. No era un delincuente, ni un parrandero, ni un hijo pródi-
go. Afirmó confiadamente que había guardado los mandamien-
tos desde su juventud. El otro hombre, de mayor edad, es muy
probable que no tuviera ninguna instrucción religiosa. Ambos
130 SALVACIÓN SIN l1MrrEs

hicieron la misma pregunta: ¿Qué debo hacer para ser salvo?


¿Qué tengo que hacer para obtener la vida eterna?
Al gentil, Pablo le da una respuesta muy sencilla. Le dijo que
todo lo que tenía que hacer era creer en el Señor Jesucristo. Aque-
lla misma noche el carcelero entregó su corazón a Cristo y fue
bautizado. Así de sencillo. Pero al joven judío1 la respuesta deJe-
sús le parece más complicada y difícil. Le dijo que debía guardar
los mandamientos. El joven judío contestó que había cumplido
con todos aquellos requerimientos. Luego Jesús le dijo que vendie-
ra todo lo que poseía y lo diera a los pobres. Eso le pareció al jo-
ven rico un obstáculo insalvable para entregarse a Cristo.
¿Por qué Jesús no le dio la misma respuesta que Pablo dio al
carcelero: ••Solamente cree en el Señor Jesucristo y serás salvo»?
Las instrucciones dadas al carcelero parecen extremadamente sen-
cillas y fáciles. No hay preguntas difíciles ni mucho estudio. Pe-
ro las instrucciones dadas al joven judío parecen altamente difí-
ciles. Ahora, suponga que usted decide asistir a dos iglesias dife-
rentes y hace la misma pregunta: «¿Qué debo hacer para ser sal-
vo?» Una de las iglesias le da una respuesta muy sencilla: «Cree
en el Señor Jesucristo y serás salvo». La otra iglesia le dice: «De-
bes guardar los mandamientos y vender todas tus posesiones y
entregar el importe de lo que te den por ellas a los pobres>>. Si us-
ted pudiera salvarse en cualquiera de esas dos iglesias1 ¿a cuál se
uniría?
¿Por qué se salvó el carcelero tan fácilmente y por qué el joven
rico poseedor de grandes principios morales se perdió tan fácil-
mente? ¿Hace Pablo la salvación demasiado fácil, y Cristo dema-
siado difícil? ¿No es parte de las buenas nuevas del evangelio que
todos puedan recibir la salvación y el amor redentor de Dios? ¿No
es la salvación un don libremente ofrecido a todos los que quieran
aceptarla? ¿No es la regeneración algo tan sencillo como aceptar la
invitación de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar>> (Mat. 11: 28)?
¿No proclamarnos un evangelio claro y sencillo a todo el mun-
do para estar seguros de que todos aceptan a Jesucristo? ¿No es
tan simple como eso, especialmente en un mundo donde la ma-
yor parte de la gente no sabe leer? Pero, por extraño que parezca,
de ninguna manera es sencillo. Hacer que la gente responda co-
El don de Cristo es la vida 131

rrectamente y se ponga enteramente de parte de Cristo, para lue-


go convertirse puede ser más difícil de lo que podemos imaginar.
Cristo expresó de forma muy clara que si alguien decide ser
su discípulo, ha de estar preparado para hacer una entrega totaL
Tiene que tomar el reino de Dios muy en serio, no a la ligera. Debe
aceptar las incondicionales reglas de Dios en su vida.
«Y vino un escriba y le dijo: "Maestro, te seguiré
adondequiera que vayas". Jesús le dijo: "Las zo-
rras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos;
mas el Hijo del hombre no tiene donde recostar
la cabeza". Otro de sus discípulos le dijo: "Señor,
permíteme que vaya primero y entierre a mi pa-
dre". Jesús le dijo: "Sígueme, deja los muertos que
entierren a sus muertos",, (Mat. 8: 19-22).
<<Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por
el Padre, asimismo el que me come, él también
vivirá por mí. Este es el pan que descendió del
cielo; no como vuestros padres comieron el maná,
y murieron; el que come de este pan, vivirá eter-
namente[ .. .]. Al oírlo, muchos de sus discípulos
dijeron: "Dura es esta palabra; ¿quién la puede
oír?" [ ... ] Desde entonces muchos de sus discípu-
los volvieron atrás, y ya no andaban con él» Oüan
6: 57, 58, 60, 66).
Debemos tener cuidado para no tomar decisiones fáciles. La
diferencia entre el judío y el carcelero pagano no era que Dios es-
tuviera expresando un conjunto de requisitos diferentes. El car-
celero estaba preparado para hacer el tipo de entrega y dedica-
ción que aceptaba la soberanía de Cristo en su vida. El judío no
lo estaba.
«Satanás no quiere que nadie contemple la nece-
sidad de una entrega completa a Dios. Cuando
el alma no hace esa entrega y no abandona el pe-
cado; los apetitos y pasiones lucharán por el pre-
dominio y las tentaciones confundirán la concien-
cia, de manera que la verdadera conversión no se rea-
132 SALVACIÓN SIN LIMITEs

liza» (Testimonios para la iglesia, t. 6, p. 98, la cur-


siva es nuestra).
En realidad no existe algo así como una entrega incompleta o
una conversión parcial. O estamos entregados tan completamen-
te como reconocemos que hemos de hacerlo, o no lo estamos. La
vida cristiana no consiste solamente en abandonar unos pocos
malos hábitos. No consiste en establecer una norma moral y obe-
decerla. Es dedicar nuestras vidas a Cristo, diciéndole «SÍ>> nos
otorga en todo.
Muchas veces los cristianos están más dispuestos a someter-
se a determinada norma moral que a Jesucristo. Aquí la confor-
midad con la ley nos otorga cierta medida de logro personal. Nos
proporciona algo de lo cual sentirse orgulloso, algo con lo cual pre-
sentamos ante de Dios. Aquí el hombre todavía puede reclamar su
independencia de Dios. Este fue el pecado original de Adán y Eva.
En el grado en que dependamos de nosotros mismos y de nuestros
logros, en ese mismo grado estamos carentes de Cristo.
«Tener la religión de Cristo significa que habéis
entregado a Dios, de un modo absoluto, todo lo
que sois y tenéis, y que habéis consentido en ser
guiados por el Espíritu Santo. [... ] La entrega de
todas las facultades a Dios simplifica mucho el
problema de la vida. Debilita y abrevia mil luchas
con las pasiones del corazón natural» (Mensajes
para los jóvenes, p. 27).
<<La entrega requiere el reino de Cristo y no el rei-
no del pecado. La conversión no es una obra a me-
dias, un servicio a Dios y a las riquezas, sino vol-
verse completamente a Dios» (Elena G. de White,
Review and Herald, 19 de febrero de 1901).
«Cristo demanda un servicio de corazón indivi-
so, la entrega total de la mente, el alma, y la fuer-
za» (ídem, 25 de julio de 1899).
«Hemos de entregar a Dios todo el corazón, o no
se realizará el cambio que se tiene que efectuar en
nosotros, por el cual hemos de ser transforma-
El don de Cristo es la vida 133

dos conforme a la semejanza divina. [... ] Dios quie-


re sanamos y libertamos. Pero como esto exige
una transformación completa y la renovación de
toda nuestra naturaleza, debemos entregarnos a
él completamente)) (El romino a Cristo, p. 65, 66).
«Seguir a Jesús requiere una conversión de todo
corazón en el comienzo, y una repetición de esa
conversión cada día>) (Comentario bfblico adventis-
ta, t. 1, p. 1127).
El peligro es que la dimensión de la entrega cristiana se pierda
por no exigir más que un logro moderado, a nivel puramente éti-
co y moral. La preocupación explícita de Cristo fue que él debía
reinar en la vida del cristiano. Es aquí donde «estrecha es la
puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los
que la hallan>> (Mat. 7: 14). Aquellos que desean un cristianismo
fácil y acomodaticio deberían comprender que nadie puede ser
cristiano mediante esa clase de respuesta. Cuando Cristo pide a al-
guien que lo siga, lo está llamando concretamente a una dedica-
ción completa. Esto puede implicar conflictos y luchas con lavo-
luntad propia. Una vida dominada por la voluntad propia no se
entrega fácilmente.
«El enemigo a quien más hemos de temer es el yo.
Ninguna forma de vicio es tan funesta para el ca-
rácter como la pasión humana no refrenada por
el Espíritu Santo. Ninguna victoria que podamos
ganar es tan preciosa como la victoria sobre nos-
otros mismos» (El ministerio de curación, p. 386).
<<Esta unión nos cuesta algo. Es una relación de to-
tal dependencia, a la que necesita entrar un ser or-
gulloso. Todos los que forman esta unión han
de sentir su necesidad de la sangre expiatoria de
Cristo. Deben tener un cambio de corazón. Tie-
nen que someter su propia voluntad a la volun-
tad de Dios. Habrá una lucha con obstáculos in-
ternos y externos. Debe haber una obra dolorosa
de separación, así como una obra de unión. El
134 SALVACIÓN SIN ÚMlTFS

orgullo, el egoísmo, la vanidad, la mtul.danalidad:


el pecado en todas sus formas debe ser vencido,
si hemos de entrar en una unión con Cristo. La
razón por la cual muchos encuentran la vida cris-
tiana tan deplorablemente dura, por qué son de-
masiado volubles, tan inconstantes, es debido a
que tratan de unirse a Cristo, sin soltarse de los
ídolos acariciados» (Elena G. de White, Review
and Herald, 13 de diciembre de 1887).
El método de Dios para comunicar vida y salud espiritual al
cristiano no es como el de los médicos. Estos últimos procuran lo-
grar una curación de tal efectividad que el paciente no tenga que
regresar para recibir más tratamiento. El método de Dios procu-
ra ligar consigo mismo al pecador arrepentido para siempre.
Jesús es nuestro ejemplo. Él mismo nos muestra el camino. Él
vivió su vida sobre la tierra totalmente rendido al Padre. Vivió
por fe. Más de una vez dijo de sí mismo:
«No puedo yo hacer nada por mí mismo[ ... ]
porque no busco mi voluntad, sino la voluntad
del que me envió, del Padre [... ]. No puede el
Hijo hace nada por sí mismo}} ijuan 5:30, 19).
Jesucristo vino a establecer el reino de Dios, no sobre la base
de la obediencia humana a un código moral, ni la independencia
humana, ni por el brillo de la sabiduría y la organización de los
hombres. El reino de Dios está arraigado y fundado sobre la ver-
dad de que la naturaleza humana debe ser radicalmente transfor-
mada, y todo su curso de voluntad propia e independencia de
Dios debe ser revertido. La forma como Cristo vivió en completa
sumisión a la voluntad del Padre y en total dependencia del Espí-
ritu Santo, le muestra al creyente cómo vivir en swnisión al Señor.
Cristo ha sido el único que ha vivido sobre la tierra obedeciendo
plenamente la voluntad de Dios desde el principio hasta el fin.
«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo
también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma
de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa
El don de Cristo es la vida 135

a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,


tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en la condición de hombre,
se humilló a sí mismo, haciéndose obediente has-
tala muerte, y muerte de cruz>> (Fil. 2: 5-8).
La dependencia de su Padre y la entrega de su propia volun-
tad para vivir por la voluntad de su Padre, fue el principio y la
moclyación interior de toda la vida de Cristo sobre la tierra. ••He
aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad)) (Heb. 10: 7).
He aquí la naturaleza humana como Dios se proponía que fuera.
<<Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino
la voluntad del que me envió» Ouan 6: 38). Esto no significa que
Cristo no tomó sus propias decisiones. Cada paso que dio esta-
ba basado en su propia decisión voluntaria; pero en el uso de su
voluntad, decidió hacer de la voluntad de Dios su propia volun-
tad. Cuando Cristo sanó al hombre impotente junto al estanque de
Betesda, fue desafiado por los fariseos quienes procuraban matar-
lo. En respuesta Jesús les dijo:
<<El Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino
lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el
Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente)>
Ouan 5: 19).
En Getsemaní lo vimos eligiendo solamente la voluntad del
Padre, no la suya propia.
<<Mialma está muy triste, hasta la muerte; que-
daos aquí, y velad conmigo. [... J Padre mío, si es
posible, pase de mí esta copa; pero no sea corno
yo quiero, sino como tú)) (Mat. 26: 38, 39).
Nuestro vivir por Cristo significa el fin de la voluntad propia,
el fin de la vida aparte de Dios. El punto álgido de nuestra vida,
la infección que los hombres tienen es el egoísmo. En el nuevo
nacimiento cambiamos nuestro centro a Cristo.
Existió una gran conciencia de Dios en la vida de Jesús. Este
acceso íntimo a su Padre estuvo siempre marcado por una acti-
h.J.d de dependencia y sumisión a la voluntad de Dios. Jesús nunca
136 5ALVAOÓN SIN LIMITEs

realizó ninguno de sus milagros por su propio poder inherente.


Se negó a sí mismo el uso de su poder divino. Fue Dios perfecto
y hombre perfecto. ¿No le dio el Padre toda potestad en el cielo
y en la tierra (Mat. 28: 18; Juan 13: 3)? ¿No es él. de todos los naci-
dos en este mundo, quien podría haber vivido por su propio
poder y dependencia de sí mismo? Sin embargo, decidió vivir por
fe solamente.
¿No podría haber convertido las piedras en pan cuando fue
tentado en el desierto? ¿No podría haber bajado de la cruz cuan-
do se le desafió a hacerlo? En el desierto, Satanás procuró hacer
que Cristo hiciera uso de su propio poder y realizara un milagro
en beneficio de sí mismo. En cada caso Jesús se negó a aprove-
charse de las circunstancias en beneficio propio. En cada paso
dependió de la voluntad y el poder de Dios. Se rindió completa-
mente a la dirección y el control del Espíritu Santo, aunque esto
le significara ayunar cuarenta días y cuarenta noches.
Prácticamente todas las tentaciones de Cristo fueron dirigidas
contra la confianza en su Padre. «Si fueras Hijo de Dios>>, dice
Satanás, «tu Padre celestial proveería para tus necesidades físi-
cas. Ningún padre terrenal vería a su hijo tener hambre durante
un período tan largo de tiempo. Si eres el Hijo de Dios, entonces
ejerce tu poder divino en tu propio beneficio».
Pero el Espíritu había conducido a Jesús al desierto para ser
tentado por el diablo (ver Mat. 4: 1-11). Jesús no debía colocarse
fuera de las manos de su Padre y fuera del control del Espíritu
aunque eso significara languidecer por falta de alimento físico. N o
puede haber ningún intento, o ninguna acción, si no es por medio
del Espíritu Santo. El plan de salvación dependía enteramente
de que Cristo viviera por su Padre y no por sí mismo, aunque era
el Hijo de Dios y tenía el poder de la vida en sí mismo. Toda su
vida estuvo organizada alrededor de la confianza en su Padre.
Los seres humanos nos sentimos a menudo inclinados a a creer
que para que Cristo fuera tentado en todo como lo somos nosotros
(Heb. 4: 15), debería haber tenido una naturaleza pecaminosa co-
rno la tenemos nosotros. Pero estas personas no logran entender
los principios fundamentales de la tentación: vivir por uno mis-
mo en vez de vivir enteramente por fe en Dios. Jesucristo no pe-
có, es libre constitucionalmente de toda mancha de pecado y conta-
El don de Cristo es la vida 137

minación, y en ese sentido, es santo, inocente, inmaculado, «apar-


tado de los pecadores~~ (Heb. 7: 26). Esto hizo que vivir completa-
mente confiado en su Padre fuera mucho más difícil.
Si nos encontráramos hambrientos en algún lugar desierto,
no seríamos tentados a depender de nosotros mismos, a conver-
tir piedras en pan, porque no podríamos hacerlo. No sería tenta-
ción alguna descender de una cruz, porque no tenemos poder
parp. hacerlo. Pero Jesús podría haberlo hecho. Las tentaciones
de ~te tipo están en proporción al poder de un ser humano para
cambiar la situación. Pero confiar en su Padre, vivir bajo la direc-
ción del Espíritu Santo, aun cuando eso significara pasar ham-
bre, ser rechazado y despreciado por los demás, clavado en una
cruz cuando podría haber descendido de allí eso fue lo que sig-
nificó para Cristo vivir por fe y por la voluntad de su Padre.
¿Cómo se humilla un hombre «a sí mismo~>, y todavía retiene
su sentido de valor y dignidad personal? ¿No era Jesús de igual
jerarquía que el Padre en el cielo y en la tierra? Sin embargo, no
necesitó aferrarse a ningún derecho o jerarquía personal. Él pudo
abandonarlo todo.
Muchos de nosotros tenemos la reputación de que sabemos
obtener cosas y retenerlas. La gran enfermedad del hombre es su
propia ansiedad, tratando siempre de aferrarse a algo que le con-
fiera un estatus personal y una posición social. Hablando en térmi-
nos humanos, la que vale es la persona capaz de adquirir abundan-
tes posesiones, educación, posición, prosperidad, popularidad, y
poder. Sin embargo, aquello por lo cual se afana tanto, carece de
valor. Como cristianos ¿de qué forma adquirimos, nuestro sen-
tido de valía personal? ¿Cómo conservamos nuestro sentido de
dignidad personal? ¿Somos motivados por los intereses persona-
les? ¿Está nuestra vida marcada por la ansiedad porque otras
personas son una amenaza para nosotros? Esta ansiedad y preo-
cupación por nosotros mismos es la causa para que muchos pro-
blemas de nuestra vida no tengan solución.
El cristiano está llamado a identificarse con Cristo. Jesucristo
es el Hombre representativo, el Hombre ideal, para que la muerte
a la voluntad propia sea posible en aquellos por los cuales murió.
La cruz requiere de nosotros una entrega total, una continuada con-
fesión de nuestra incapacidad para salvamos a nosotros mismos y
138 5ALVAOÓN SIN i.lMrrES

a otras personas. «El reino de Dios no vendrá con advertencia»


(Luc. 17: 20). Esta es una época de valoración de lo extemo, de
valores y métodos humanos. Siempre está presente la tentación de
buscarlas y pennitirles que absorban nuestra atención y alejen
nuestros pensamientos de Dios. ••Dejaos del hombre>> (lsa. 2: 22),
dice Dios.
Jesús es el testigo supremo de lo que significa consagramos a
hacer la voluntad de Dios. Su relación con su Padre celestial en
confianza y entrega cotidiana debe ser nuestro ejemplo. Cristo es
completamente ajeno al espíritu moderno que se aferra a la esti-
ma propia, a la posición social, a la reputación y al poder. Nues-
tro rechazo a la voluntad propia y a la autoexaltación, nuestra
completa entrega a Dios, nos guiará a través de las tinieblas y ten-
taciones de estos días finales a la consumación de la vida y a la
vida eterna con Jesucristo.
-cristo nuestra
santificación
«Por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho
por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención»
(1 CoR. 1: 30).

«Y esto erais algunos¡ pero ya habéis sido lavados, ya habéis


sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre
del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios»
(1 CoR. 6: 11).

A IXXTRINA CRISTIANA de la justificación por la fe

L se describe con frecuencia desde el punto de vista teo-


lógico en términos de justificación y santificación. En otras
palabras, en relación con la justicia imputada y con la jus-
ticia impartida.
Dios ha provisto una justicia perfecta en un hombre, en Jesu-
cristo. El Dios que se integra él mismo con la humanidad. Nos
invita a establecer una relación con él. Dios tiene gran interés en
establecer una relación con los seres humanos y a compartir su
vida con ellos. Por tanto, es importante preguntar: ¿Cómo y en
qué medida comparte Dios su justicia con nosotros? ¿Nada más que
imputa Dios su justicia al creyente o se la imparte de forma real?
140 SALVACIÓN SIN LIMITEs

Justicia imputada significa acreditarle la justicia perfecta de


Cristo al creyente por la cual él permanece justificado y absuel-
to delante de Dios. Los pecados del creyente ya no se le impu-
tan, porque Cristo los ha cargado sobre sí. La justicia de Cristo
se acredita a la cuenta del creyente delante de Dios, únicamente
sobre la base de la fe y la dedicación a Dios. Todo esto se predice
en una justicia objetiva que únicamente se encuentra en Cristo.
Al mismo tiempo, el creyente nace de nuevo y se le restauran
todos sus derechos como hijo redimido de Dios.
La salvación consiste en la liberación de la culpa, de la con-
denación y del poder del pecado. El hombre es libertado de la
culpa y de la condenación cuando es justificado. La salvación tie-
ne que ver con el poder del pecado.
La libertad de la condenación es el primer paso. Sin esa libe-
ración el cristiano no tiene la seguridad de que puede ser libera-
do del poder del pecado. Quien sabe que está perdonado y absuel-
to delante de Dios es el que también puede creer que Cristo lo sal-
vará del poder del pecado. El primer paso es la promesa y la ga-
rantia del segundo.
«¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pe-
cado para que la gracia abunde? ¡De ninguna ma-
nera! Porque los que hemos muerto al pecado,
¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que to-
dos los que hemos sido bautizados en Cristo Je-
sús, hemos sido bautizados en su muerte?, por-
que somos sepultados juntamente con él para
muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo
resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en vida nueva)) (Rom.
6: 1-4).
La justificación y la santificación van juntas. El enfoque tradicional
de la doctrina ha sido mantenerlas separadas una de la otra esta-
bleciendo una clara división entre la justicia imputada y la justicia
impartida. Pero esta diferenciación no está apoyada por la Escri-
tura. El don de la justificación fundamentado en la justicia impu-
tada es el principio de una vida guiada por el Espíritu. Desde el
principio hasta el fin la totalidad de la vida cristiana es sola-
Cristo nuestra santificación 141

mente por fe. Justificación, regeneración y santificación son par-


tes de una experiencia cristiana permanente.
¿Podemos decir en el momento de la justificación y la regene-
ración que ya estamos salvados?, ¿o debemos afirmar que mien-
tras dure la vida no podemos hacer tal afirmación? La Escritura
dice con toda claridad que a menos que experimentemos la sal-
vación aquí y ahora, no podremos ser salvos en el más allá. Cristo
le dijo a María Magdalena en la casa de Simón el fariseo: «Tu fe
te ha !>alvado, ve en paz» (Luc. 7: 50).
Pablo declaró: «Porque por gracia sois salvos>> (Efe. 2: 8). En
el griego, el pretérito perfecto del verbo utilizado indica que es una
salvación ya concluida. Jesús dijo a Zaqueo: «Hoy ha venido la sal-
vación a esta casa» (Luc. 19: 9). «El que cree en el Hijo tiene vida
eterna» Guan 3: 36). ••El que oye mi palabra y cree al que me envió
tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, sino que ha pasa-
do de muerte a vida» Guan 5: 24). «El que tiene al Hijo, tiene la
vida [... J. Estas cosas os escribo a vosotros que creéis en el nom-
bre del Hijo de Dios>> (1 Juan 5: 12, 13).
Estos textos hablan de experimentar la salvación ahora, de
poseer la salvación ahora. Esto no significa, sin embargo, que una
vez salvo, siempre salvo. La salvación es una experiencia conti-
nua. La salvación de la culpabilidad y la condenación proviene
de la aceptación de Cristo por parte del creyente. Este es el dere-
cho actual o presente del creyente que está en Cristo. Al mismo
tiempo, la salvación es liberación del poder del pecado, lo cual
es una experiencia para toda la vida. La regeneración y la santi-
ficación no son fines en sí mismos. Nosotros, como cristianos, pa-
samos por un proceso salvador del pecado que dura toda la vida.
En cualquier punto del camino podemos apartamos de la fe. Úni-
camente cuando permanecemos en Cristo habita la salvación en
nosotros. La salvación final se realizará en la venida del Señor.
La Escritura habla también con toda claridad de la salvación
como un proceso que continúa mientras dure la vida. El presente
continuo se usa en los siguientes textos:
«Además os declaro, hermanos, el evangelio que
os he predicado, el cual también recibisteis, en el
cual también perseveráis; por el cual asimismo,
142 SALVAClÓN SlN LÍMITES

si retenéis la palabra que os he predicado, sois


salvos, si no creísteis en vano» (1 Cor. 15: 1, 2).
<<Seréis odiados por todos por causa de mi nom-
bre; mas el que persevere hasta el fin este será
salvo» (Mat. 10: 22; ver también Mat. 24: 13;
Heb. 5: 7).
Estarnos siendo salvados continuamente. La salvación no es
algo que ocurre una vez para siempre. La experiencia de la vida
eterna aquí y ahora no conduce a la dejadez espiritual. Cuando o
donde se haga la declaración, <<una vez salvos, siempre salvos~>,
no se ha presentado o entendido correctamente el evangelio de
la salvación.
Es lamentable que los seres humanos hayan enfatizado cons-
tantemente que ••una vez salvos siempre salvos», con una actitud
fácil y trivial hacia el pecado que siempre la ha acompañado. La
experiencia de la salvación en el momento de la conversión es
para que seamos salvados al final. Esto no significa que debernos
vivir desprovistos de seguridad y en la incertidumbre en lo que
respecta a nuestra posición delante de Dios. Mientras estemos en
Cristo, podemos tener certeza de una salvación presente. Pero es-
ta experiencia inicial no puede darse por sentada.

Justicia impartida
¿Cómo, entonces, interpretaremos la expresión «justicia im-
partida»? Dios no solamente nos imputa la justicia de Cristo, sino
que también nos la imparte. ¿Se nos transfiere la justicia de Cristo
en realidad, de alguna manera? ¿Hay una extensión real de la jus-
ticia de Cristo en la vida de los cristianos?
Existen dos posibles interpretaciones de «justicia impartida».
Primero, una entidad llamada justicia es impartida de hecho, con
el fin de que lleguemos a ser más justos en nuestra propia perso--
na. Esto significa que cuanto más tengamos de esta justicia impar-
tida en nosotros, menos tendremos de la justicia imputada de
Cristo en nuestro haber. Es obvio, si llegamos a ser más justos in-
trínsecamente, que no necesitaremos la justicia de otra persona.
La debilidad y pecaminosidad del cristiano que está en crecimien-
to resultará finalmente en una justicia personal intrínseca antes de
Cristo nuestra santificación 143

que Cristo venga. Esto haría que el cristiano en progreso sea ca-
da vez más independiente de la justicia objetiva de Cristo. La san-
tificación, como la obra de toda la vida, significaría progreso ha-
cia el perfeccionamiento personal. Si se le concediera suficiente
tiempo y esfuerzo al creyente, alcanzaría un estado de perfección
comparable al de Cristo.
La segunda interpretación de «justicia ini.partid.a•> significa cre-
ciente participación en la misma vida de Cristo mediante la fe.
Nos haremos cada vez más dependientes de Cristo. La regene-
ración nos lleva a una nueva vida en Cristo, en unión con él. La
santificación nos proporciona una mayor porción de la vida en
Cristo. Lo que se nos imparte es el control del Espíritu Santo. La
justicia de Cristo nunca será nuestra aparte o independientemen-
te del Hijo de Dios. Siempre pertenece a Cristo en el sentido de
que nunca nos pertenece a nosotros. La entrega y la dedicación
diaria es la medida del control del Espíritu en la vida. Nosotros
confesamos con mayor frecuencia: «De mí mismo no puedo hacer
nada>>.
La realidad de una justicia intrínseca o de una justicia impar-
tida, que Dios nos concede aparte de sí mismo no se encuentra
en las Escrituras. El problema de la vida santificada no se resuel-
ve diciendo que la justicia imputada es algo externo a nosotros,
acreditada a nuestro haber; y que la justicia impartida es algo
que intrínsecamente nos pertenece como cristianos_ El pecado
original de Adán fue elegir una vida separada de Dios. La santi-
ficación como justicia impartida nunca puede significar eso, en
forma alguna. El creyente que apostata de la fe después de cin-
cuenta años de ser cristiano, no conserva el cincuenta por ciento
de su justicia. No conserva nada en absoluto, porque está fuera de
Cristo. El Espíritu Santo ya no controla su vida.
«El hecho de que Cristo es nuestra santificación no
es exclusivo de una fe que se aferra a él únicamen-
te en toda la vida, sino inclusivo de la misma fe.
La fe es el eje sobre el cual gira todo lo demás. La
fe, aunque no es creativa por sí misma, nos guarda
de la autosantificación y el moralismo autónomo••
(G. C. Berkouwer, Faith and Sanctification, p. 93).
144 SALVAOÓN SIN ÚMITES

Significado bíblico de la santificación


En la Biblia se les ordena a los hijos de Dios que sean santos,
para que formen un pueblo santo al Señor (Éxo. 19: 14; 28: 41). La
palabra hebrea kadosh o kadhesh se traduce al español como «santo>>,
«santidad>> o «santificar>>. Todas tienen la misma raíz verbal en el he-
breo, donde aparece en sus varias formas más de ochocientas veces.
La palabra griega que se traduce como «santificar)) es agiason y
se traduce con las palabras como «santo>), «santidad>>, «santificar••,
«santificación>), «santos>>. Una vez más, todas tienen la misma raíz,
y se encuentran más de doscientas veces en el Nuevo Testamento.
El significado de la raíz de la palabra hebrea es «poner aparte>),
«separar del pecado», <<apartar para Dios>>. Quienes están santifi-
cados ahora pertenecen a Dios. Cualquier cosa que sea puesta
aparte para uso y servicio de Dios se dice que debe ser santo o san-
tificado. Una persona o una cosa, llega a ser santificada por de-
dicación o consagración a Dios. Nada es intrínsecamente santo o
santificado por sí mismo. La santificación es una cualidad de la
vida por virtud de nuestra cercanía a Dios. Esta pertenencia, esta
dependencia de Dios, es de la mayor importancia en la compren-
sión del significado de la santificación.
La idea de santidad o santificación se usa tanto con referen-
cia a las cosas como en referencia a las personas. El lugar donde
Dios manifiesta su presencia es <<tierra santa>) (Éxo. 3: 5). El taber-
náculo y el templo, y todo su mobiliario y vajilla, eran santos
porque habían sido puestos aparte para el servicio a Dios; perte-
necían a Dios. El sábado es santo (ver Éxo. 20: 8-11), como día
puesto aparte para Dios. Ningún otro día tiene esta designación.
El diezmo es santo o santificado porque una décima parte de
nuestras ganancias pertenece a Dios.
<<Conságrarne todo primogénito [... ], mío es>> (Éxo. 13: 2). Esto no
significa que quien nacía primero era moral o espiritualmente supe-
rior al resto de los hijos. Santificación siempre expresa una relación
con Dios. Se dijo que los hijos de Israel eran santos porque eran el
pueblo de Dios. Dios los redimió de la esclavitud de Egipto. De allí en
adelante ellos fueron puestos aparte de todas las naciones y los ído-
los que los rodeaban (ver Éxo. 19: 6; Lev. 20: 24). Ellos debían reco-
nocer la soberanía, el amor y el señorío de Dios. El derecho de Dios a
Cristo nuestra santificación 145

la lealtad de Israel se fundaba en el hecho de que ellos le pertene-


cían a Dios, y Dios les pertenecía a ellos.
Cristo dijo de sí mismo: «Y por ellos yo me santifico a rrú mis-
mo, para que también ellos sean santificados en la verdad» (Juan
17: 19). Jesús no estaba hablando de su mejoramiento moral, por-
que él era sin pecado, pero se puso a sí mismo aparte, consagrán-
dose para su sagrada misión, se dedicó a sí mismo a los propósi-
tos de su Padre para la salvación del mundo .
Lo•Jnismo es verdad con relación a la iglesia de Dios, lo cual
ha sido redimida y comprada por la sangre de Cristo. Dios recla-
ma la lealtad de ella. Como cristianos reconocemos esta propie-
dad divina con todo nuestro corazón y con toda nuestra vida. En
el Nuevo Testamento a los cristianos se los llama «santos», por
la misma razón. La palabra santo es la designación más frecuen-
te que se usa para referirse a los cristianos porque su significado
fundamental es la dedicación a Dios.
«A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los
santificados en Cristo Jesús>> (1 Cor. 1: 2).
«A todos los que estáis en Roma, amados de Dios,
llamados a ser santos» (Rom. 1: 7).
Esta declaración de Cristo de que todos los cristianos pertenecen
a Dios supera cualquier otra declaración que pueda hacerse. Si
Dios no hubiera logrado redimirnos en la cruz, no haría ningún re-
clamo de propiedad sobre nosotros. El ser humano nunca podría
ser santificado o santo, porque todavía estaría separado de Dios.
Si no reconocemos el derecho de propiedad de Dios sobre todo
lo que somos y tenemos, no podemos ser santificados, no impor-
ta cuán moralmente bueno seamos.
El apóstol Juan, en el libro de Apocalipsis, dice que Dios or-
dena que sus siervos sean sellados «en sus frentes», o que ellos
tenían ••el nombre de él o el de su Padre escrito en la frente»
(Apoc. 7; 3; 14: 1). Nosotros escribimos nuestros nombres en libros
o en otros objetos que nos pertenecen. Sin embargo, Cristo escribe
su nombre sobre la frente de aquellos que han llegado a pertene-
cerle. El sábado es una «señal entre mí y vosotros, por vuestras
generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico»
(Éxo. 31: 13), es decir, señal de la propiedad y soberanía de Dios.
146 SALVACióN SIN ÚMlTES

El texto no dice que la observancia del sábado santifica, sino que


es una señal de que Dios lo hace. La obediencia al cuarto man-
damiento será, finalmente, la prueba para aquellos que lleguen,
en verdad, a pertenecer totalmente a Cristo. Tan crucial será la
prueba, que únicamente aquellos que estén dispuestos a dedicar
completamente sus vidas, obedecerán ese mandamiento.
La vida santificada pone todas las cosas en una correcta rela-
ción con Dios. Se entiende que natural y espontáneamente todas
las personas que son capaces de mostrar esta lealtad, vivirán en
armonía con Cristo. ¿Qué puede ser más transformador espiritual
y moralmente que el control de la vida por parte de Dios y del
Espíritu Santo? El cristiano santificado nunca aleja a Cristo o al Es-
píritu Santo para que no asuman el control de su vida. Lo inven-
cible no es la forma como nosotros nos aferramos a Dios, sino la
forma como él nos sostiene.
La santificación nunca es algo forjado por nosotros mismos. No
es una cualidad que posee el ser humano en y por sí mismo, sino
una cualidad de la vida derivada de Dios. Consecuentemente,
cuanto más tiempo vivamos como cristianos, más dependientes
nos volveremos de Cristo. La santificación depende de la misma
fuente que la justificación: la participación en la vida de Cristo
mediante la fe. La justicia impartida no sigue siendo una cuali-
dad de la vida que se manifiesta aparte de Cristo, al igual que la
justicia imputada. La primera habla de la propiedad y el control de
Cristo; la segunda de la justicia de Cristo acreditada a nuestra cuen-
ta. Ambas demandan que dejemos de contemplar al yo para mirar
a Cristo. Existe una dependencia creciente de Cristo.
«No hemos de introducir ni una sola hebra de
egoísmo en la tela del carácter que estamos te-
jiendo» (Elena G. de White, Notebook Leaflets, ((A
Deeper Experience» ).
En las Escrituras la santificación es una obra que está completa,
pero que al mismo tiempo continúa. No existe algo así como santi-
ficación parcial. Pertenecemos a Cristo totalmente desde el momen-
to en que nacemos de nuevo y durante el resto de nuestra vida. El
uso del aoristo griego puede referirse a una obra terminada.
Cristo nuestra santificación 147

«A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los san-


tificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con
todos los que en cualquier lugar invocan el nom-
bre de nuestro Señor Jesucristo>> (1 Cor. 1: 2).
<<Por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos
ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación,
santificación y redención>> (1 Cor. 1: 30).
«Y esto erais algunos; pero ya habéis sido lavados,
ya habéis sido santificados, ya habéis sido justi-
ficados en el nombre del Señor Jesús y por el Es-
píritu de nuestro Dios)) (1 Cor. 6: 11 ).
El uso del aoristo afirma que no existe una santificación par-
cial, una dedicación parcial, una pertenencia parcial a Dios. En
la Biblia la santificación se ilustra frecuentemente con la relación
matrimonial, una pertenencia de por vida. No hay tal cosa como
una pertenencia parcial en nuestra relación con Dios, corno no la
puede haber en el matrimonio. Pertenecer al esposo o la esposa
un día a la semana no es matrimonio. Pertenecer a Dios un día
de los siete no es santificación. La santificación siempre signifi-
ca una experiencia total de propiedad. Esta propiedad es com-
pleta en el momento de la conversión y debiera continuar así.
Esto no niega la necesidad de crecer. Pero el crecimiento está
siempre dentro de la relación y nunca fuera de ella. El uso del
presente en el verbo griego habla de una obra continua.
<<Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad))
(Juan 17: 17).
«Y el mismo Dios de paz os santifique por com-
pleto)) (1 Tes. 5: 23).
«Y por ellos yo me santifico a mí mismo)) (Juan 17: 19); es decir,
mi consagración es una experiencia continua, de toda la vida. No
hay fin en el proceso de santificación en esta vida. No hay fin en el
crecimiento de un jardín. No podemos descansar en el hecho de que
hemos plantado lindas matas y flores. Días o semanas de negligencia
producirán una cosecha de malezas.
No es suficiente hallar la puerta de la salvación y entrar por
ella. La justificación no es un fin en sí mismo, sino un medio para
148 SALVACIÓN SIN LÍMITES

alcanzar nn fin, la puerta de entrada a nna vida de pertenencia a


Dios. El arrepentimiento, la conversión, el bautismo: estas expe-
riencias nos inician en el camino cristiano. Comenzamos como
bebés en Cristo. El crecimiento requiere alimentación constante. Si
nos atenemos a nna conversión pasada, dejaremos de crecer. Cuan-
do una persona educada se imagina que ha dominado las discipli-
nas del conocimiento, deja de aprender. Sin embargo, cuanto más
estudia, más confiesa que sabe muy poco.
De modo que la obra permanente no conduce hacia la santi-
ficación, sino en santificación. Esto significa que estamos apren-
diendo continuamente y manteniendo nuestra lealtad, nuestro
compromiso y nuestra consagración a Dios. Cuanto más nos acer-
camos a Cristo, más claramente comprendemos lo lejos que nos
encontramos del ideal, y cuanto más hay en Cristo que nos gus-
taría tener. Hay mucho de la semejanza con Cristo que todavía
no poseemos.
Un cristiano espiritualmente estancado se encuentra en una
posición peligrosa. Puede desviarse a causa del desánimo y las
dificultades que encuentra en su camino. Puede llegar a distraerse
por los atractivos del mundo, de la carne y el diablo. Es un asun-
to serio el hecho de consagramos diariamente a Dios. Mientras
Cristo continúa extendiendo su derecho de propiedad en todos
los aspectos de la vida, el cristiano reconoce esto y se rinde a ese
reclamo. Crecer en santificación es caminar con Cristo para lle-
gar a ser cada día más semejantes a él.
«Cuando hablo de "crecimiento en la gracia" ha-
blo, sencillamente, del incremento en el grado, ta-
maño, fortaleza, vigor y poder de las gracias que
el Espíritu Santo planta en el corazón del creyen-
te[ ... ]. Sostengo que el arrepentimiento, la fe, la
esperanza, el amor, la humildad, el celo, el valor
y otras virtudes semejantes, pueden ser peque-
ñas o grandes, fuertes o débiles, vigorosas o frá-
giles, y pueden variar grandemente en la misma
persona en diferentes períodos de su vida. Cuan-
do hablo de alguien "que crece en la gracia",
quiero decir, simplemente, esto: que su sentido
Cristo nuestra santificación 149

del pecado se está volviendo más profundo, su fe


más fuerte, su esperanza más luminosa, su amor
más abarcante, su espiritualidad más evidente.
Siente más el poder de la piedad en su propio cora-
zón, manifiesta más de ello en su vida, va de for-
taleza en fortaleza, de fe en fe, y de grada en grada»
O- S. Ryle, Holiness. Westwood: Flemming H. Revell,
p. 85).
Uña vida de santificación no implica una obediencia servil a
la ley. Únicamente en a medida en que reconozcamos nuestra con-
dición de hijos y que somos propiedad divina, el cambio moral
puede ser un factor en la vida cristiana. El vivir correctamente
no tiene más importancia que hacer lo correcto. La marca o sello
del santificado no es tan solo que haga cosas buenas. La santifca-
ción es participar por fe en la vida de Cristo a través del Espí-
ritu Santo. De ahí recibe el cristiano su motivación, sus propósitos
y su estilo de vida. Todo lo que nuestro Señor necesita es nuestra
total disponibilidad. Del mismo modo que el enfermo que recibe
nueva vida es ahora capaz de progresar de la enfermedad a lasa-
lud; lo mismo sucede con la santificación. Cada vez más experi-
mentamos esa nueva experiencia en Cristo en todas las situacio-
nes de la vida. Cristo circunda, cubre y rodea nuestra vida. Cami-
namos con Dios poniéndolo a él siempre delante de nosotros. Nos
gozamos en una sensación habitual, un sentido activo de realiza-
ción de Dios. Percibimos su mano en la prosperidad y en la adver-
sidad, en la enfermedad o en la salud, en la alegría y en la tristeza.
Escuchamos su voz hablándonos en su Palabra.
Encontramos la felicidad en la comunión con él. Podemos decir
con toda sinceridad: «Es bueno que me acerque a Dios. No hay na-
da sobre la tierra que yo desee tanto como tú>>. Cristo es el objeto
supremo de nuestro amor y devoción.
«Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las
cosas de amba, donde está Cristo sentado a la dies-
tra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba,
no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vues-
tra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuan-
do Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces
150 5ALVAOÓN" SIN llMrrEs

vosotros también seréis manifestados con él en


gloria•• (Col. 3: 1-4).
«Depender totalmente de la justicia de Cristo es
el principio y el fin [... ]. La santificación no es [... ]
un proceso moral, sino es santidad en Cristo y te-
ner una parte, por la fe, en su justicia[ ... ]. Todo
depende de Cristo. "Una vez que tengo a Cristo,
ya no necesito preocuparme por mi santificación,
no, lo que hago es proseguir adelante y contar todas
las cosas como pérdida por la excelencia del cono-
cimiento de Cristo Jesús mi Señor" •• (Berkouwer,
op. cit., p. 104).
Durante toda la vida cristiana se produce una creciente restau-
ración de la imagen de Dios.
«Estando persuadido de esto, que el que comenzó
en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta
el día de Jesucristo•• (Fil. 1: 6).
Crecer en la gracia es crecer en Cristo. Confiamos más y más en
él cada día. Somos injertados en Cristo de la misma manera co-
mola rama es injertada en la vid. Nos alimentamos de Cristo y
vivimos por él. Nos casamos con Cristo y nuestras vidas quedan
moldeadas por él. Crecemos a su semejanza, no simplemente por
el intento de regimentar nuestra vida mediante un conjunto de re-
glas, sino por abrir nuestra vida a la influencia del Dador de vi-
da. Recibimos su vida del mismo modo que la planta recibe la luz
del sol. Desear a nuestro Señor, buscarlo, percibirlo, confiar en él,
abrir el corazón y amarlo: esto es la fe.
«Una santificación progresiva debe mantener las
ventanas de la fe abiertas a la gracia de Dios I... J.
Cualquier "lucha" en esta conexión, recibe su con-
tenido del hecho de la Gracia. Ninguna actividad de
ese tipo es descalificada por la Escritura, sino solo
aquella actividad que no puede considerarse como
crecimiento en la grada o como la perfección de la
santidad en el temor de Dios. El progreso al que
se alude aquí es como la fructificación de las ramas
Cristo nuestra santificación 151

de la vid. [... ] Toda actividad y todo progreso deben


llevar ese sello» (Berkouwer, ap. dt., pp. 107, 108).
Necesitamos poner atención al estudio de la Palabra y a la ora-
ción. Hay que aprovechar el tiempo. La negligencia en los asuntos de
Dios tiene que ser desechada como una plaga. Muchas cosas impo-
nen un peso de preocupaciones y ansiedades sobre nosotros. La ten-
tación es involucramos en tantas empresas seculares que apenas
logren;os apartar un momento para la vida privada con Dios.
((Las grandes y celestiales bendiciones de la san-
tificación son el fruto de nuestra unión con Cristo
[... ].Sin mí, sin una unión vital conmigo, similar
a la que una rama viviente tiene con la fructífe-
ra vid, no podéis hacer nada que sea verdadera-
mente buena y aceptable a la vista de Dios. Es
por medio del Espíritu de verdad y la palabra de
gracia, que cualquier pecador es, o puede ser, san-
tificado. Como está escrito: "Habéis purificado
vuestras almas en la obediencia a la verdad". De
aquí que leemos de la "santificación del Espíritu;
de la santidad de la verdad; y de ser santificados
por la verdad" (1 Ped. 1: 2; 2 Tes. 2: 13; Efe. 4: 24;
Juan 17: 19). Al comparar todos estos pasajes, es
evidente que el Espíritu divino emplea la verdad
evangélica como el instrumento señalado para
producir la santidad en el corazón y la vida de un
cristiano>> (Abraham Booth, The Reign of Grace.
Grand Rapids: Eerdmans, 1949, p. 206).

Permitiendo que Dios sea Dios


La raíz del problema respecto a la santificación es la dificul-
tad de permitirle a Dios que sea el Señor de nuestra vida. El egoís-
mo de centrarse en sí mismo es una característica de quien ama su
propio ser supremarnente, y que procura hallar su propio cami-
no para exaltarse a sí mismo. La voluntad propia es la corriente
principal de las acciones humanas y su centro de referencia.
((Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las
he estimado pérdida, por amor de Cristo. Y
152 5ALVAOÓN SIN LfMrrEs

ciertamente, aun estimo todas las cosas como pér-


dida por la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido
todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo,
y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia,
que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo,
la justicia que es de Dios por la fe>> (Fil. 3: 7-9).
«Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mtu1do me
es crucificado a mí, y yo al mundo•• (Gál. 6: 14).
«Dios no acepta el servicio más espléndido a me-
nos que el yo esté colocado sobre el altar, como
un sacrificio vivo que se consume sobre él La
raíz debe ser santa, de lo contrario, no se puede
producir tul fruto firme y saludable, que es lo
único aceptable delante de Dios•• (Testimonios para
la iglesia, t. 7, p. 236).

«Los que han tenido la experiencia más profunda


en las cosas de Dios, son los más alejados del or-
gullo o el engreimiento>> (Obreros rnmgéliros, p. 338).
El temor de contemplarse o depender totalmente de sí mismo,
debiera ser la principal preocupación de todos los cristianos. Por
desgracia, algunos profesos cristianos han llegado a creer que tie-
nen que avanzar todo lo que puedan mediante sus propias fuer-
zas, y a partir de ahí, según ellos, pueden contar con Cristo.
La gran diferencia estriba en el hecho de considerar a Cristo
como mi soberano y mi justicia, o si he desviado el énfasis a mí
mismo. Únicamente si Cristo es nuestro soberano podremos con-
vencer al mundo de que somos un pueblo santo. Solamente atribu-
yéndole toda expresión de bondad moral o espiritual a la fuente
que es Cristo podremos concederle a él su correcto y justo lugar
en nuestra vida. Ya es tiempo de dejar de atribuimos el bien que
hacemos y los exaltados logros humanos, en comparación con
otros credos y otras iglesias. Si nosotros, como pueblo, profesa-
mos ser cristianos de manera parcial a causa de nuestra capaci-
dad, y luego llamamos la atención a ello, entonces nuestra fe es
Cristo nuestra santificación 153

vana. La santificación en Cristo no nos da crédito por nuestros es-


fuerzos. Una persona puede ser moralmente buena desde su ju-
ventud por la cultura, la educación y la presión social; pero no sig-
nifica que haya experimentado la santificación. La santificación es
un concepto bíblico que únicamente tiene significado en relación
con la obra de Cristo y del Espíritu Santo en la vida. Nunca nece-
sitaremos menos de Cristo y su justicia. La permanencia en él nun-
ca ~minuirá; siempre irá en aumento.
Nuhca seremos agentes independientes. La transformación de
la vida se debe únicamente al control del Espíritu Santo. Cuanto
más cerca llega uno a estar de Cristo, menos crédito se atribuirá por
ello.
<<Porque si algo es claro en el mensaje de las Es-
crituras, es que en la santificación no hay nunca,
bajo ninguna circwtStancia, ningún lugar para el
orgullo o la alabanza propia)> (Berkouwer, op. cit.,
p. 117).
En el momento en que consideramos hacer algo por y median-
te nosotros mismos, el pecado y la voluntad propia nos derrota-
rán. Creer que ya hemos llegado al punto en que poseemos una
justicia propia no puede ser más que un engaño; porque nos
ofrece una mayor medida de esa independencia de Dios que fue
el pecado inicial de Adán. Hay una verdad que hemos de tener
bien clara: Todo lo relacionado con la salvación se centra en Jesu-
cristo. Lo más que podemos hacer es confesarlo y darle gloria. Go-
wsamente saludamos a Cristo como nuestro Señor, así como nues-
tro Salvador.
«La mayor alabanza que los hombres pueden ofre-
cera Dios es llegar a ser miembros consagrados
por los cuales pueda obrar[ ... ]. Él nos pide todo
el corazón, démoselo; es suyo, tanto por derecho
de creación como de redención. Nos pide nues-
tra inteligencia; démosela, es suya. Dios requiere
el homenaje de un alma santificada, que, por el
ejercicio de la fe que obra por medio del amor, se
haya preparada para servirle[ ... ]. Nos pide que
154 5ALVACI0N SJN LÍMITES

nos manifestamos absoluta y completamente en


favor de él en este mundo, así como él está siem-
pre en favor nuestro en la presencia de DiOS>> (Los
hechos de los apóstoles, p. 452).
El error de hacer de la santificación algo que se puede obte-
ner sin ayuda, mediante los esfuerzos denodados de la volun-
tad, solo puede conducir al final a un estado de insidiosa auto-
estima. La palabra «luchar» en la vida cristiana posee suficiente
color emocional como para definir el problema de todo ser huma-
no. La naturaleza de la lucha cristiana necesita ser comprendida.
La santificación no es simplemente un proceso moral, sino ser
santo en Cristo. Debemos luchar para morar en Cristo y no obrar
empeñados en nuestra propia salvación mediante la sabiduría y
los esfuerzos personales. Tenemos que luchar para depender en-
teramente de él.
Sabemos que una vez que hemos sido abrazados por Dios, nues-
tros corazones se encienden con su amor. Y no atesoraremos esta
experiencia gracias a un examen personal. Estamos seguros de que
Dios ha creado en nosotros la vida de Cristo. Sabemos que la exis-
tencia que vivimos por fe y amor se la debemos a él. Su inagotable
amor por nosotros nos ha arropado en su propio poder recreativo.
La santificación bíblica no es mística. Es la realidad más racional y
significativa de todo el mundo, y es una vida desarrollada en su
gloria y dentro de su presencia y poder.

Crucificados y resucitados con Cristo


La gran pregunta que ocupa continuamente la mente del cris-
tiano está relacionada con la genuina realidad de la relación con
Cristo. ¿En qué forma y en qué medida participamos en la muerte
y en la resurrección de Cristo?
(<Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no
vivo yo, mas vive Cristo en rrú; y lo que ahora vivo
en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual
me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál2: 20).
<<¿O no sabéis que todos los que hemos sido bau-
tizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados
en su muerte?, porque somos sepultados junta-
Cristo nuestra santificación 155

mente con él para muerte por el bautismo, a fin


de que como Cristo resucitó de los muertos por la
gloria del Padre, así también nosotros andemos
en vida nueva» (Rom. 6: 3, 4)
El apóstol Pablo utiliza los términos «muerte)) y «resurrección))
para describir la naturaleza de nuestra identificación y unión con
Cristo. Hemos de morir a la vida antigua y ser resucitados a una
nueve vida en Cristo. Morir a nuestra naturaleza pecaminosa y ser
crucifieados con él no significa que hay un mal elemento o esencia
en el cuerpo que debe ser erradicado. El hombre es un ser integral.
En la Biblia conceptos como corazón, co.rne, mente y espíritu, no son
elementos separados, como las piezas sin vida de una máquina, se
refieren a diferentes aspectos del hombre total. Cuando Dios pide
que se le dé el corazón, no está pidiendo necesariamente una res-
puesta emocional, nos está invitando a expresar una respuesta del
hombre interior, en contraste con una simple conformidad externa,
siempre está involucrada la persona en su totalidad, tanto la fun-
ción buena como la mala: el hombre se rinde o se niega a rendirse
a Dios. La cuestión es el control del ser humano o la persona total:
ya sea por parte de Dios o por Satanás.
¿Qué significa ser crucificado con Cristo? ¿A qué morimos y a
qué somos resucitados? La condición anterior de la persona es que
está viva al pecado, vive bajo el dominio del pecado, está esclavi-
zada por él. Vive y se desenvuelve en esa esfera donde el pecado
tiene su dominio, está sujeto a su poder, sus reglas, y su controL En
ese ámbito invierte su tiempo y su energía, y es alú donde están sus
esperanzas. Se coloca en el bando que está contra Cristo y su justi-
cia, el bando equivocado en el gran conflicto entre Cristo y Satanás,
vive a disposición de Satanás, como ciudadano de su reino.
Pablo dice que somos «esclavos del pecado)), cuando se refiere
a ese estado, pues hemos cedido nuestros cuerpos para servir a
la impureza y a la ilegalidad. Aquí está la esfera de servidumbre
al pecado que destruye el poder del ser humano para hacer lo co-
rrecto y para resistir la tentación. Aquí, en el reino y la esfera de ope-
raciones de Satanás, los seres humanos nos vemos envueltos en una
constante repetición de decisiones erróneas que anulan todo deseo
por los asuntos espirituales.
156 SALVACióN SIN L1MITe;;

Cuando nos referimos a esta gran controversia en la vida de los


seres hwnanos, no estamos hablando de teorías ni nos movemos
en un mundo de irrealidad. Conocemos claramente la naturaleza
de nuestros problemas personales con el yo y con el pecado. Todos
los habitantes de este mundo estamos ligados y relacionados a
aquellas trágicas palabras: «pecado» y <~Satanás». Todos los seres
humanos, fuera de Cristo,están «vendidos al pecado>> (Rom. 7: 14).
«Así también vosotros consideraos muertos al pe-
cado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor
nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuer-
po mortal [... J. Porque el pecado no se enseño-
reará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino
bajo la gracia. Ni tampoco presentéis vuestros
miembros al pecado como instrumentos de ini-
quidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios
como vivos de entre los muertos y vuestros miem-
bros a Dios como instrumentos de justicia [ ... J.
Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del
pecado, habéis obedecido de corazón a aquella
forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y
libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de
la justicia» (Rom. 6:11-14, 18).
Pablo afinna el hecho de que hay dos esferas en las cuales pue-
de vivir alguien, dos amos que puede elegir; son diametralmente
opuestos el uno al otro. El fin del uno es la muerte eterna, el fin
del otro es la vida eterna. Todo lo que tiene que ver con el desti-
no humano es final. No elegir a Cristo es elegir al diablo. Colo-
carse del lado del pecado y de Satanás conlleva a la impotencia
total, el desamparo y la ruina.
Ser crucificado y muerto con Cristo significa morir al pecado
Y a su dominio sobre nosotros. Ya no vivimos nuestras vidas del
lado equivocado, hemos tomado una decisión y una dedicación
por el poder, de salir del dominio de Satanás y del pecado. Ser re-
sucitados con Cristo es comenzar a vivir del lado de Cristo, bajo su
vida y su poder. Hemos unido fuerzas con el lado correcto en el
gran conflicto., hemos aceptado el gobierno de Cristo y su justi-
cia, esto significa liberación incondicional de la esclavitud del
pecado. Hemos cambiado de liderazgo. El dominio de Satanás ha
Cristo nuestra santificación 157

terminado en nuestra vida. De ahi en adelante no nos apartamos


de nuestra lealtad a Dios y a su Palabra, peleamos la buena bata-
lla de la fe bajo la bandera del Señor Jesucristo: «¡Ánimo, sé
valiente! No te asustes ni te acobardes, que contigo está el Señor,
tu Dios, en todas tus empresas» (Jos. 1: 9, NBE).
El Hijo de Dios va a la batalla
A ganar una corona señorial;
Sct pandera ensangrentada ondea por doquier;
¿Quiénes siguen su clamor?
El que mejor apura su copa de dolor,
Triunfando sobre el mal,
El que paciente lleva su cruz aquí,
Es el que sigue su clamor allá.
Un noble ejército de hombres y mancebos,
La dama y su doncella,
Se regocijan junto al trono del Salvador,
En ropas de luz engalanados,
Ascienden la escalera rumbo al cielo,
A través de peligros, luchas y problemas.
¡Oh Dios, que tu gracia nos conceda
Seguir la senda que los de antaño marcaron!*
Reginald Heber
Arquímedes, el matemátim griego, dijo: «Dadme un punto de
apoyo, y moveré el mundo)), En este mundo Cristo es el único pun-
to de apoyo. Es el único que nunca cambia. Solo en él podemos con-
fiar. <<Mas tú, Jehová, permanecerás para siempre; tu trono de gene-
ración en generación)) (Lam. 5: 19). Él es el Señor nuestro Dios, «el
camino, la verdad y la vida)). Él es el centro alrededor del cual gira
todo lo demás. Únicamente él puede trazar el curso de nuestra vida
hasta la eternidad, únicamente él es mayor que todos nuestros pe-
cados, nuestra agonía, nuestro sufrimiento, nuestros fracasos, y que
la muerte misma.

• l'he Son of God goes forth to war,/ A kingl y crown lo gai; 1 His blood-red banner streams afar;
Who follows in His !rain? /Who b<_.,;¡ can drink His cupo f woe, Triumphant over pain,/Who
paciente bears His cross below/He follows in His train./ A noble army, men and boys,/ The
matron and lhe maid,/ Around lhe Saviour·s throne ...¡oice,/ In robes of Ught arrayed;/ l'hey
dimbed the steep Acrent of hea\'en/ Through peril, toil, and pail'l/ O God, to us may grace be
given/ To fnllow in their tra in.
158 SALVAOÓN SIN LlMrrEs

Únicamente él puede ordenarle a Abraham: (<Toma ahora tu hi-


jo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moria, y ofré-
celo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré»
(Gén. 22: 2), porque únicamente él puede resucitarlo. Cristo nunca
será derribado ni vencido ni por el pecado ni por la muerte; él ha
vencido a ambos Cuando hemos cambiado nuestro centro hacia
Cristo, toda la vida adquiere una nueva cualidad.
Dios espera que nosotros pongamos la dirección y el control de
nuestras vidas en sus manos. No debe haber reservas, ni un cora-
zón dividido. Dios ha de tener la totalidad de nuestro ser. En esta
elección nadie puede forzamos. Podemos ser despertados por el
Espíritu y por la Palabra de Dios. Dios no violará la conciencia y la
voluntad de nadie. Dios busca de cada ser humano con amor y
paciencia, lo sigue hasta el final y nunca se da por vencido.
La salvación y la libertad se producen cuando respondemos a
Dios y clamamos: <(Dios, sé propicio a mí, pecadoP> (Luc. 8: 13).
(<Ten misericordia de mí, Dios, conforme a tu mi-
sericordia; conforme a la multitud de tus pieda-
des borra mis rebeliones. ¡Lávarne más y más de
mi maldad, y límpiame de mi pecado!, porque yo
reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siem-
pre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pe-
cado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, para
que seas reconocido justo en tu palabra y tenido
por puro en tu juicio. [... ] ¡Crea en mí, Dios, un
corazón limpio, y renueva un espíritu recto den-
tro de mí!» (Sal. 51: 1-4, 10).
"Solo cuando vemos nuestro desamparo absoluto y
no confiamos ya en nosotros mismos, podemos
asimos del poder divino. No es tan solo al principio
de la vida cristiana cuando debe hacerse esta renun-
cia a sí mismo. Hay que renovarla a cada paso que
damos hacia el cielo. Todas nuestras buenas obras
dependen de un poder externo a nosotros; por tanto,
se necesita una continua aspiración del corazón a
Dios, una constante y fervorosa confesión del peca-
do y una humillación del alma ante Dios. [... ] Nos
rodean peligros, y no nos hallamos seguros sino
Cristo nuestra santificación 159

cuando sentimos nuestra flaqueza y nos aferramos


con fe a nuestro poderoso Libertador» (El ministerio
de curación, pp. 361, 362).
Nuestra aceptación del gobierno de Cristo y nuestra depen-
dencia de él tiene que producirse diariamente y en toda circuns-
tancia. Hemos de entrar en toda transacción y en todo gozo en-
tendiendo que él es nuestro Salvador y nuestro Señor. No hemos
de demorar el gobierno de Cristo ni elegir nuestro propio cami-
no como lo hizo el hijo pródigo. Hemos elegido la vida en Cris-
to, la vida con Cristo, una vida como Cristo, una vida bajo el Espí-
ritu Santo con todos los frutos pertinentes. No buscamos nuestra
propia voluntad, sino la voluntad de Dios en todas las cosas.
Debido a que estamos identificados con Cristo, también sere-
mos identificados como cristianos por nuestros semejantes. No
hay nada en lo cual nos involucremos, sea negocios, educación, pla-
ceres, relaciones sociales, o la vida devocional, que no ponga de
manifiesto que somos seguidores de Cristo. Que Cristo es el úni-
co a quien amamos y servimos. Somos parte de la iglesia de Cris-
to, de la comunidad de Cristo, del reino de Cristo. Dondequiera
vayamos, viviremos como ciudadanos del reino de Dios. No de-
be haber ninguna duda respecto a nuestra identidad cristiana.
Aquí todo ser humano debe asumir su posición, es la encru-
cijada de todos. Qué hacer con Cristo es el asunto más decisivo
que hemos de afrontar.
Ahora nos hemos acercado al juicio de Dios y al destino del
mundo. El cumplimiento de los planes y los propósitos finales
de Dios se están madurando rápidamente. Sus movimientos son
firmes. En la iglesia remanente se unen las corrientes de la his-
toria y la profecía, elementos que pertenecen al fin del tiempo.
No hemos elegido nosotros este momento para la consumación
de todas las cosas. Dios lo ha escogido.
El profeta Eliseo y su siervo habían pernoctado en la ciudad
de Dotán. El rey de Siria había decidido capturar o matar al pro-
feta, de modo que durante la noche envió a su ejército con caba-
llos y carros y sitió la ciudad. A la mañana siguiente el siervo de
Eliseo quedó alarmado por lo que vio. No se veía ninguna vía
de escape. El siervo no tenía la fe que tenía Eliseo. Dijo lleno de
160 5ALVACiúN SIN l.tMrn:s

temor: <<¡Ah, Señor mío!, ¿qué haremos?>> Y Eliseo le dijo: <<No ten-
gas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que
están con ellos>>. Luego Eliseo oró para que los ojos de su siervo se
abrieran. << Jehová entonces abrió los ojos del criado, y este vio que
el monte estaba lleno de gente de a caballo y de carros de fuego al-
rededor de Eliseo» (2 Rey. 6: 15-17). <<El ángel de Jehová acam-
pa alrededor de los que lo temen y los defiende» (Sal. 34: 7).
¡Qué contraste de pobreza y riqueza, de debilidad y fortale-
za, entre la condición en que Cristo nos halló en el pecado, y lo
que hace y nos ofrece ahora! ¡Qué eterna seguridad es la nues-
tra! Lo que debemos hacer es permanecer en Cristo en total y go-
zosa consagración. Hemos de estar suficientemente seguros con
la realidad de que los poderes divinos del cielo, que están a
nuestro favor, son mayores que todas las potencias terrenales
que están contra nosotros. No hemos de tener en nuestra mente
y en nuestro corazón una imagen distante, indiferente y débil de
un Dios que retarda su venida. Debemos compartir la inspira-
ción de esa gran expectativa de la iglesia de Cristo que pronto
regresará triunfalmente. Que nuestra consagración y confianza
proclamen al mundo que a pesar de todas las debilidades huma-
nas, Dios dirigirá a sus hijos y a su iglesia a una victoria espiri-
tual tan grande, que multitudes de hombres y mujeres encontra-
rán la redención.

«En Cristo»
<<Quiero conocerlo a él, y el poder de su resurrec-
ción (Fil. 3: 10)
<<Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de
Dios>> (Gál. 2: 20).
«En Cristo» es la expresión que se usa en el Nuevo Testamen-
to para indicar la naturaleza de la vida cristiana. Cristo es uno
con nosotros y nosotros uno con él. En la Deidad prevalece la
misma cohesión (ver Juan 10: 30, 33, 37, 38; 14: 10, 20). Ser sepul-
tado con Cristo no significa una pérdida de conciencia. Ser resu-
citado con Cristo no se refiere a un encuentro sobrehumano que
Cristo nuestra santificación 161

temporalmente nos lleva fuera de nuestra esfera natural. El Es-


píritu Santo produce en nosotros la misma vida que Cristo vivió
sobre la tierra.
<<El Espíritu no nos desplaza o destruye nuestra in-
tegridad como personas reales. Tampoco mantiene
una sutil y silenciosa vigilancia sobre nuestro ego.
Ni tampoco eleva nuestras almas a un nuevo ni-
• vel metafísico. Él nos trae a Cristo a fin de capaci-
tarnos para vivir la vida de Cristo: para vivir en
una fonna que es sabia, santa, y justa. Cristo en no-
sotros nos lleva de vuelta a la imagen de Dios.
(L. B. Smedes, All Things Made New, p. 174).
Dios no comparte su divinidad con nosotros. Cristo en nosotros
no significa que somos deificados. No debe fundirse una persona
en otra. La acción divina en nuestra vida se produce mediante una
cooperación inteligente y una consagración consciente y racional.
A diario somos colaboradores con Cristo, socios con él, como lo
somos con nuestro esposo o esposa. Nosotros estamos en él como
los pámpanos están en la vid, como la cabeza está unida al cuerpo,
como la novia con el novio.
«Cuando hablamos de Cristo en el corazón, no
debemos preguntar dónde está, sino qué está ha-
ciendo. Lo importante no es la localización, sino
la acción. Cristo no está confinado a un lugar
que tiene como rótulo "mi corazón". Él opera li-
bremente, como el Espíritu en mi vida donde
realmente cuenta)) (Smedes, ap. cit., p. 183).
Una vida en armonía con Cristo es una experiencia mucho más
abarcante y profunda de lo que los seres humanos pueden pen-
sar. Estar en Cristo no significa que somos capaces de tomar unas
cuantas resoluciones para corregir algunos malos hábitos. Tam-
poco es tener unos cuantos pensamientos buenos mezclados con
algunos malos; o realizar algunos actos correctos unidos a otros
malsanos. Significa tener un corazón en armonía con Dios; im-
plica vivir en la misma presencia de Dios y para su gloria, para
obedecer al Señor en todos los aspectos de la vida, por los motivos
162 SALVACióN SIN LfMrre:;

correctos. Como lo hace un niño que ama a sus padres dentro de


una familia llena de amor.
Estar en Cristo significa que nunca podemos encontramos en
una situación donde no haya ni esperanza ni significado. No hay
ansiedad o fracaso emocional que no pueda ser afrontado y cambiado
cuando descubrimos que Dios nos ama tanto que nunca nos aban-
dona. Podemos cambiar todo bajo la eterna seguridad de su amor.
Descubrimos que somos perdonados y aceptados y que somos va-
liosos para Dios; podemos alabarlo y agradecerle por lo que es
para nosotros y por lo que somos para él. No hay límites para la
vida que podemos vivir.
Si diariamente le consagramos nuestra vida a Cristo, experi-
mentaremos con mayor fuerza la pecaminosidad y el egoísmo
que anida en lo más profundo de nuestro ser.
«Cuando más cerca estés de Jesús, más imperfecto
te considerarás; porque verás tanto más clara-
mente tus defectos a la luz del contraste de su
perfecta naturaleza. Este es una señal real de
que los engaños de Satanás han perdido supo-
der y de que el Espíritu de Dios te está desper-
tando [... ].Cuanto menos cosas dignas de esti-
ma veamos en nosotros, más hemos de apreciar
la pureza y santidad infinita de nuestro Salva-
dor. Una perspectiva de nuestra pecaminosidad
nos impulsa hacia aquel que puede perdonamos.
Cuando comprendiendo nuestro desamparo nos
esforcemos por seguir a Cristo, él se nos revela-
rá con poder[ ... ]. Cuanto más nos impulse hacia
él y hada la Palabra de Dios el sentimiento de
nuestra necesidad, tanto más elevada visión ten-
dremos del carácter de nuestro Redentor y con tan-
ta mayor plenitud reflejaremos su imagen» (El
camino a Cristo, pp. 97, 98).
Cuanto más nos acercamos a Cristo, más agudamente sentire-
mos la culpabilidad de una acción pecaminosa. No hemos de caer
ni en la desesperación ni consternación. Debiera prevalecer una
conciencia clara y racional de nuestra pecaminosidad. La presencia
Cristo nuestra santificación 163

de Cristo y del Espíritu Santo, cuando la comprendamos clara·


mente y vivamos por ella, vencerá cada día más a la ansiedad y
el temor. Confrontar con más claridad la realidad de nuestra na-
turaleza pecaminosa no debiera ser motivo de pánico. Nada es más
saludable para el cristiano que el efecto de la presencia del Espíritu
sobre la vida y sobre la mente, porque hace que la belleza de Cristo
y su carácter se vean y se deseen.
Siempre nos produce inquietud nuestra pecaminosidad y nues-
tro egoísmo, y es por una buena razón: el cristiano se encuentra
ahora en la misma presencia de Uno que aborrece el pecado. Pero
no demos rienda suelta al desaliento al descubrir nuestra peca-
minosidad, y no tomemos decisiones apresuradas que nos lleven
a cometer otros pecados. Al contrario, caigamos de rodillas delan-
te de nuestro Señor, que nos ama y que vino a salvamos del pe-
cado. Reclamemos los méritos y la justicia de Cristo. Continue-
mos muriendo al yo y al pecado bajo la dirección del Espíritu.
Esto no admite ni demoras ni dudas. Porque en la presencia
de Cristo toda nuestra vida se verá en la medida y la perspectiva
correctas. Nm1ca temamos invitar el escrutinio del Espíritu Santo
en nuestras vidas. Si lo hacemos con sinceridad de corazón a pre-
surará la victoria y la libertad de la culpa y el perdón del peca-
do. Siempre hay perdón delante de Dios. Hay un amor y una mi-
sericordia eterna ejerciéndose hacia nosotros. En él estamos segu-
ros del perdón, de la justicia, de la aceptación y de la liberación.
«Porque, como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció
su misericordia sobre los que lo temen» (Sal. 103: 11).

El escándalo de la cruz
Morir al pecado y al yo, renacer a una nueva vida en Cristo y
mantenerla, no es fácil. El yo siempre es un intruso, listo para afir-
marse e imponer el control. El yo no muere fácilmente.
<<Mientras Israel, que iba tras una ley de justicia,
no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no
por fe, sino dependiendo de las obras de la ley,
de modo que tropezaron en la piedra de tropiezo,
como está escrito: "He aquí pongo en Sión pie-
dra de tropiezo y roca de caída; y el que crea en
él, no será defraudado)) (Rom. 9: 31-33).
164 SALVACIÓN SIN LfMrrEs

••Pero él, mirándolos, dijo: "¿Qué, pues, es lo que


está escrito?: 'l.a piedra que desecharon los edifi-
cadores ha venido a ser cabeza del ángulo'. Todo el
que caiga sobre aquella piedra, será quebrantado;
pero sobre quien ella caiga, lo desmenuzará» (Luc.
20: 17, 18).
<<Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado,
para los judíos ciertamente tropezadero, y para
los gentiles locura. En cambio para los llamados,
tanto judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y
sabiduría de Dios, porque lo insensato de Dios es
más sabio que los hombres, y lo débil de Dios
es más fuerte que los hombres. Considerad, pues,
hermanos, vuestra vocación y ved, que no hay
muchos sabios según la carne, ni muchos podero-
sos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mun-
do escogió Dios para avergonzar a los sabios; y
lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar
a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado
escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que
es, a fin de que nadie se jacte en su presencia))
(1 Cor. 1: 23-29).
Es muy difícil que nn ser humano comprenda lo peligrosamen-
te egoísta que es. La suficiencia propia y el orgullo humanos desa-
creditan la oferta de salvación hecha por Uno que permitió que lo
clavaran en la cruz y que llamó a los seres humanos a morir con él.
La nuestra es nna época de exagerada conciencia del hombre y de
su capacidad.
La vida que Cristo vivió, y la muerte que murió, les parecen a la
gente como nn ataque contra la independencia humana. Jesucristo
es la persona más perturbadora que jamás haya llegado a nuestro
planeta. Sabiendo lo que el egoísmo le ha causado a nuestro mnn-
do, Jesús no le dará reconocimiento alguno a la estima propia huma-
na. El centro del pecado es el egoísmo, y el centro del egoísmo es el
orgullo. La aceptación del significado de la cruz para nuestra
vida no se produce fácilmente. Para la mayoría el camino de la
cruz es una roca de tropiezo y hace de la fe algo imposible.
uz:uu¡;:

Cristo nuestra santificación 165

Los grandes hombres y las grandes mentes del mundo habrían


aceptado fácilmente a un Cristo que hubiera proclamado las más
extraordinarias enseñanzas que maravillaran a las multitudes;
que hubiera establecido una escuela de filosofía que superara las de
los griegos; que hubiera escrito la más sublime literatura de todos
los tiempos; esto lo habría entendido todo el mundo. Si Cristo
hubiera afirmado su suprema independencia de todos los seres
humanos de todos los tiempos, todo el mundo lo habría aceptado.
Si Cr.isto hubiera andado en nuestro pequeño mundo como un
coloso, creyendo que todos los recursos de la grandeza residían
en él; negándose a rendir su voluntad en completa dependencia
de otro ser. Si tan solo pudiera ser aceptado y visto como los ge-
nios supremos del mundo han sido vistos. Si tan solo hubiera tra-
tado radonalmente de comenzar, a partir de sí mismo, el desarrollo
de esa maravillosa criatura que se llama hombre.
Pero, invitar a los seres humanos a negarse a sí mismos, a tomar
el camino de la cruz en unión a Cristo y a morir a la voluntad pro-
pia, a la sobrevaloración y a la suficiencia propias, a la indepen-
dencia, y al orgullo humano: en eso consiste el escándalo de la
cruz. La cruz está fundada en el juicio contra el orgullo y la inde-
pendencia humanos, contra la senda de la grandeza humanos sin
Dios. El camino de la cruz comienza con una entrega del yo y una
confesión del pecado, el fin de la determinación a dominar su pro-
pio destino y salvarse a sí mismo.
A causa del orgullo humano, incluso en la iglesia a través de los
siglos, el triunfo del reino de Dios se ha visto demorado. Siem-
pre es un serio problema cuando nos promovemos más a nos-
otros mismos que a Cristo, y como consecuencia adoramos a los
hombres en vez de exaltar a Dios; cuando la lucha por la posi-
ción y el poder nos conducen a lealtades idólatras que entran en
competencia con nuestro Señor. Nada niega más a nuestro Señor
y silencia más el testimonio de la verdad. Los peligros de la ala-
banza propia y la egolatría, son mayores que los peligros del mar-
tirio. Cualquier profeso cristiano es un fracaso cuando la adora-
ción de Dios se ve sustituída por la adoración al hombre.
El camino del yo y el sendero de la cruz representan dos mrmdos
y dos caminos. Aunque tratemos de mejorarnos a nosotros mismos
por nuestro propio esfuerzo, el orgullo amenaza ahora al mundo
166 SALVACtÓN SIN LIMITES

con la destrucción. A causa de la pecaminosidad de los seres huma·


nos, en todo su orgullo e independencia de Dios, el mundo se en-
cuentra ahora en en camino hacia el más completo desastre.
La vida que se desarrolla conforme a la sabiduría humana no
puede darle al mundo esperanza, ni fundamento para la confianza
y la lealtad, ni inspiración que alcance más allá del pecado y de la
muerte. Dentro del oscuro mundo en que vivimos, el pecador ja-
más podrá ser sanado de su enfermedad con recursos que proven-
gan de si mismo. La gran tragedia humana no es la tragedia de la
cruz, sino la caída moral y espiritual de la justicia y su negativa a
hacer de Cristo y su cruz el camino hacia la vida eterna. El hombre
teme subordinar su propia personalidad si toma el camino de la
cruz.
Él número de hombres y mujeres que no parecen tener la más
mínima comprensión de lo qué significa seguir a Cristo, es incon-
table. Cristo fue a la cruz para salvar a los seres humanos y sanar-
los. A menos que hagamos nuestra la victoria de Cristo y que la ex-
periencia de la cruz forme parte de nuestra vida, todo lo que ha-
gamos quedará desenfocado y desequilibrado.
Jesucristo, que se «anonadó a sí mismo)) y que <<gustó la muer-
te por todos los }:lOmbres en la cruz)), invadirá muy pronto nues-
tro mundo coñ los ejércitos del cielo. En ese momento toda rodi-
lla se doblará ante él y lo reconocerá como Rey de reyes y Señor
de señores. Es una necedad creer que el hombre seguirá siendo
su propio Señor. Cristo es el gobernante legal del mundo y de nues-
tras vidas, sea que lo reconozcamos o no. Él establecerá un mile-
nio de paz y justicia. Él creará nuevos cielos y nueva tierra. Ningu-
na época de progreso creada por el hombre, no importa cuán bri-
llante sea, puede producir ese tipo de triunfo y victoria sobre el
pecado y la muerte.
Nosotros, como cristianos, tenemos a nuestra disposición to-
das las inescrutables riquezas de Cristo, de las cuales podemos
hacer uso cada día. Cristo no nos ha negado nada.
Guiados
por el Espíritu
«Pero cuando venga el Consolador, a quien yo enviaré
del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre,
él dará testimonio acerca de mí»
(JuAN 15: 26).

«Él me glorificará; porque tomará de lo mío,


y os lo hará saber»
(JUAN 16: 14).

ESÚS NO DEJÓ ninguna duda en cuanto a la importan-

J cia de la venida y la obra del Espíritu Santo. Una vez que


Cristo hubo retornado al cielo, la tercera persona de la
Deidad tomó su lugar en la tierra. Jesús prometió a sus dis-
cípulos: «No os dejaré huérfanos», ni solos Qüan 14: 18).lba a ir a
ellos a través de la tercera persona, el Espíritu Santo.
La presencia corporal de Cristo iba a series quitada. Él prometió
otra presencia divina enviada por el Padre. La palabra griega «otro»
significa «uno semejante» a Cristo, de la misma clase. Cristo se ha-
bía encarnado: en carne humana. El Espíritu no se hizo carne. Cris-
to siempre habla del Espíritu como un ser distinto de él. El Espí-
ritu Santo no aparece en forma humana como lo hizo Cristo, pues
de otra manera los hombres lo concebirían como si hubiera dos
168 SALVACIÓN SIN LIMITES

Cristos. El Espíritu Santo nunca debe confundirse con nuestro pro-


pio espíritu. Él se manifiesta personalmente de manera distinta
a nosotros mismos.
El Espíritu de Cristo
Desde la ascensión de Cristo, la tercera persona de la Deidad
debía estar en el mundo, siendo tan real y dinámica corno lo fue
Cristo. Las Escrituras enseñan claramente la existencia de un mun-
do espiritual. Los seres humanos se encuentran, o bajo el control
del Espíritu Santo, o bajo el control de los demonios. Este asunto
es tan crucial que requiere el más cuidadoso estudio y la más pro-
funda percepción espiritual. La incapacidad para experimentar la
plenitud del Espíritu Santo explica la incapacidad para vivir la vi-
da cristiana y ejercer el servicio cristiano. Descuidar e ignorar al Es-
píritu Santo es tan peligroso corno lo fue descuidar e ignorar a
Cristo cuando estuvo en esta tierra.
La palabra «consolador» no proporciona una idea correcta de la
obra del Espíritu Santo. Cristo prometió «otro Paracleto», no otro
consolador. La palabra griega literalmente significa «uno llamado
aliado de». Es probable que el apóstol Juan estuviera pensando
en un amigo en el tribunal cuando empleó esa palabra. El
Paracleto es el divino Amigo que hace todo lo que sea necesario
en favor de la vida cristiana. Responde cuando se le pide cualquier
tipo de ayuda y en todas las situaciones. La palabra nunca se
empleó antes con referencia a un miembro de la Deidad. Se uti-
liza cuatro veces en el discurso de despedida de nuestro Señor, y
se utiliza con un énfasis deliberado. El Espíritu Santo, como sus-
tituto de Cristo en la tierra, debe ser el conductor de nuestra
vida, para inspirar valor y ánimo así como plena lealtad, para
proporcionar poder para una vida triunfante.
El Espíritu Santo solo pudo venir cuando Cristo ascendió.
«Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo
me vaya; porque si no me voy, el Consolador no
vendra a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré»
(Juan 16: 7).
«En el último y gran día de la fiesta, Jesús se pu-
so en pie y alzó la voz, diciendo: "Si alguno tiene
Guiados por el Espíritu 169

sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como di-


ce la Escritura, de su interior correrán ríos de agua
viva". Esto dijo del Espíritu que habían de reci-
bir los que creyeran en él; pues aún no había ve-
nido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido
aún glorificado» (Juan 7: 37-39)
¿Qué quiere decir Cristo con estas palabras? ¿Por qué no po-
día venir el Espíritu Santo antes de que Cristo retomara al cielo?
La clara implicación es que la obra del Espíritu en la tierra es una
consecuencia de la terminación de la obra salvífica de Cristo y
dependiente de ella.
¿Exactamente qué quieren decir las palabras «pues aún no ha-
bía venido el Espíritu Santo»? No puede significar que el Espíri-
tu Santo no estuvo en el mundo sino a partir del Pentecostés. El Es-
píritu siempre estuvo manifestando su presencia y su poder divi-
no. En la creación «el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las
aguas» (Gén. 1: 2). David oró: «Y no quites de mí tu Santo Espíri-
tu» (Sal. 51: 10). Ezequiel habla con mucha frecuencia de la obra
del Espíritu Santo. Todos los grandes hombres de Dios en el Anti-
guo Testamento nacieron de nuevo por el Espíritu Santo.
Y tampoco es bíblico interpretar esto, indicando que antes del
Pentecostés el Espíritu Santo obraba en el hombre desde el exte-
rior, y que después obra en su interior. Este concepto se basa en
una desafortunada inferencia sacada de la declaración: «porque
mora con vosotros y estará en vosotros» (Juan 14: 17). Hablando de
Gedeón, la Escritura dice que el Espíritu de Dios tomó posesión de él
(ver Jueces 6: 34). El texto en hebreo declara que «el Espíritu de Dios
se invistió en Gedeón». En ese caso el Espíritu debe haber estado
dentro de él. Nadie trataría de ubicar al Espíritu «dentro» o «fue-
ra» del hombre.
El profeta Joel profetizó: «Y después de esto derramaré mi Es-
píritu sobre toda carne» (Joel2: 28). El apóstol Pedro declaró más
tarde que dicha profecía se cumplió el día de Pentecostés (ver
Hech. 2: 16-18). Esto parecía señalar que el Espíritu no se había de-
rramado en su plenitud sino hasta el día de Pentecostés; que has-
ta aquel momento el don del Espíritu Santo había sido parcial; que
después de aquel acontecimiento se derramó completamente.
170 SALVACIÓN SIN LÍMITES

¿Por qué no fue completo el don del Espíritu Santo antes de


Pentecostés? Juan da la explicación: «Porque Jesús no había sido
glorificado». Pentecostés fue la evidencia de la glorificación de
Cristo. La plena manifestación del Espíritu Santo dependía de esta
exaltación de Cristo cuando volvió al Padre. Después el Espíritu
Santo fluyó como un río de aguas vivas.
La plena manifestación del Espíritu dependía de la termina-
ción de la obra de Cristo en la tierra. Por eso la obra del Espíritu
iba a ser una con la obra del Hijo. Ellos están tan íntimamente
identificados que al Espíritu se le da el título: «El Espíritu de
Cristo» (2 Cor. 3: 17). «El Espíritu de Jesús» (Fil. 1: 9).
El Espíritu Santo tenía ahora a su disposición la obra termi-
nada de Cristo. La redención estaba concluida cuando vino la
plenitud del tiempo. El Pentecostés fue la oportunidad suprema
del Espíritu para dar testimonio de Cristo. La obra del Espíritu
es mantener a Cristo bajo un rayo de luz, glorificarlo al tomar lo
que Cristo es y lo que ha' hecho haciéndolo efectivo en y a través
de sus seguidores. «Él me glorificará; porque tomará de lo mío,
y os lo hará saber» Guan 16: 14). El Espíritu no proclama nuevas
verdades. No es un innovador. Él guía a los seguidores de Cristo
a toda verdad enseñada y realizada por Jesús (ver caps. 1: 17; 14:
26). Él hace a Cristo, viviente y real para los hombres.
«Porque no hablará por su propia cuenta, sino
que hablará todo lo que oiga, y os hará saber las
cosas que habrán de venir» (Juan 16: 13).
El nuevo acontecimiento es Jesucristo, el hombre perfecto en
el cielo sobre el trono de Dios, glorificado por el Padre.
«A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos noso-
tros somos testigos. Así que, exaltado por la dies-
tra de Dios y habiendo recibido del Padre la pro-
mesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que
vosotros veis y oís. David no subió a los cielos,
pero él mismo dice: "Dijo el Señor a mi Señor: 'Sién-
tate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos
por estrado de tus pies"'. Sepa, pues, ciertísi-
mamente toda la casa de Israel, que a este Jesús, a
Guiados por el Espíritu 171

quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha hecho


Señor y Cristo» (Hech. 2: 32-36).
La obra realizada por Cristo sobre la tierra sigue siendo cen-
tral; no puede ser suplantada por el Espíritu Santo.
El Espíritu iba a efectuar en la vida de los seres humanos la rea-
lidad de lo que Cristo es y de lo había realizado en su propia per-
sona. Es la razón por la cual «OS hago saber que nadie que hable
por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús, y nadie puede lla-
mar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo» (1 Cor. 12: 3). Ex-
perimentar el poder salvador de Cristo en la vida no depende de
la elocuencia o la sabiduría humanas, sino de la «demostración
del Espíritu y del poder, para que vuestra fe no esté fundada en la
sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios» (1 Cor. 2: 4, 5).
Solo el Espíritu puede traer el conocimiento salvador y el poder
de Cristo a los humanos. Esa es la obra exclusiva del Espíritu Santo.
Sin ella, Jesús debía permanecer en nosotros únicamente corno
una figura histórica que vivió hace dos mil años.
Por tanto, la declaración: «Aún no había venido el Espíritu
Santo, porque Jesús no había sido glorificado» enfatiza el hecho
de que la obra del Espíritu se halla ligada a la obra histórica de
Cristo cuando vivió y murió en la tierra, y que aparte de eso, el
Espíritu no tendría ningún testimonio que dar.
«El Nuevo Testamento no sabe nada de la obra del
Espíritu Santo, excepto en relación con la presencia
histórica de Cristo [... ].El Espíritu de Dios es siem-
pre un don que proviene de Dios y que testifica
al espíritu humano acerca de la salvación que Dios
ha realizado en Cristo» (George S. Hendry, The Holy
Spirit in Christian Theology. Filadelfia: West:mllster,
1965, p. 29).
«Todo lo que hace está "en Cristo Jesús". El Es-
píritu es el Espíritu de Cristo. Él opera en y a tra-
vés del Hijo. Dios no tiene ningún don para no-
sotros fuera de Cristo, ni siquiera el don del Es-
píritu. Es el Espíritu el que trae vida, pero la vida
que trae es Cristo. El Espíritu es el vehículo, pero
172 SALVACIÓN SIN LÍMITES

es "Cristo el que es nuestra vida" (Col. 3: 4)» (A.


Skevington Wood, Lije by the Spirit. Exeter Ingla-
terra: Patemoster Press, 1966, pp. 23, 24).
Esta asociación entre Espíritu Santo y el Cristo viviente evita
que la fe cristiana degenere en un vago misticismo y en una religión
impersonal. Dios se encuentra con nosotros personalmente debi-
do a que el Espíritu Santo ha sido enviado para tomar el lugar de
Cristo y para testificar de Cristo y su obra terminada.
La cruz de Cristo es el centro de toda la historia humana. Aquí
se libró y se ganó la batalla decisiva del gran conflicto entre Cristo y
Satanás. Cristo conquistó los poderes del mal. El hombre es, por lo
tanto, un ser redimido.
«Ahora es el juicio de este mundo; ahora el prín-
cipe de este mundo será echado fuera. Y yo, cuan-
do sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí
mismo» Qüan 12: 31~ 32).
«Ahora ha venido la salvación, el poder y el rei-
no de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo,
porque ha sido expulsado el acusador de nues-
tros hermanos, el que los acusaba delante de nues-
tro Dios día y noche. Ellos lo han vencido por me-
dio de la sangre del Cordero y de la palabra del
testimonio de ellos» (Apoc. 12: 10, 11).
El don divino del Paracleto se basa en el hecho de que nues-
tro Señor es ahora exaltado y triunfante. Él reinará hasta que pon-
ga a todos sus enemigos bajo sus pies (ver Hebreos 10: 11-14). No-
sotros los cristianos participamos en esta resurrección a través del
Espíritu Santo. El pecado y la muerte ya no tienen dominio sobre
nosotros. La victoria fue por nosotros. El Espíritu hace que esa
victoria sea real en nuestra propia experiencia. El ser humano no
es un espectador en el gran conflicto que mira al pasado, a los su-
cesos que ocurrieron hace más de dos mil años; él es un partici-
pante. La victoria de Cristo debe llegar a ser parte de nuestra vi-
da y nuestra experiencia. Hemos de ser liberado.
«Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús
me ha librado de la ley del pecado y de la muerte»
(Rom. 8: 2).
Guiados por el Espíritu 173

La victoria y la redención no son automáticas o mecánicas. No


pueden darse por sentadas, como una batalla distante que ha de-
cidido nuestro destino. Los cristianos deben participar en la bata-
lla y la victoria. La participación debe ser real.
«Pero vosotros no vivís según la carne, sino según
el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vo-
sotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,
no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo
en verdad está muerto a causa del pecado, pero el
espíritu vive a causa de la justicia» (Rorn. 8: 9, 10).
Estos versículos hablan de vivir «en el Espíritu» y «Cristo en
vosotros». Describen la forma en que hemos de vivir toda nues-
tra vida: hasta qué punto estarnos completamente involucrados
con la Deidad, totalmente dependientes de su presencia y con-
trol para nuestra salvación.
Vivir en la carne o en el mundo significa vivir nuestras vidas
completamente involucrados a ese nivel, afirmando que estos po-
deres naturales dominan nuestros intereses, nuestros deseos, nues-
tras acciones, y nuestro comportamiento. Vivir en la carne signi-
fica que estarnos espiritualmente muertos. Por otra parte, vivir
en el Espíritu significa que estamos espiritualmente vivos. Nues-
tra vida pertenece a un reino o al otro; no hay término medio. Los
sucesos o experiencias así llamados sensacionalistas que captan
los titulares y perturban la mente, no convienen a la vida cristiana
porque esta es una carrera de fondo.
El cristiano retiene su autonomía moral. El Espíritu no es una
fuerza ciega, que obra en vasos emocionalmente desequilibrados,
abrumando la mente. Asimismo la dirección y el dominio del
Espíritu pueden ser resistidos. El espíritu puede ser contristado,
y puede ser apagado (ver Efe. 4: 30; 1 Tes. 5: 19).
«Conocernos esa presencia por la novedad de vi-
da, el nuevo sentido de todas las cosas es ahora
posible. El ministerio ordinario del Espíritu San-
to se lleva a cabo a través de las facultades nor-
males del hombre y no en contra de ellas» (Lycurgus
M. Starkey, Jr., The Work of the Holy Spirit. Nueva
York: Abingdon, 1953, p. 73).
174 SALVACIÓN SIN LIMITEs

«Uno de los grandes errores es la inclinación a


hacer de las manifestaciones carismáticas una evi-
dencia del bautismo del Espíritu Santo, dándoles el
nombre de Pentecostés, como si nadie hubiera re-
cibido el Espíritu de Pentecostés, sino aquellos que
tienen el poder de hablar en lenguas, conduciendo
así a muchos cristianos sinceros a perder su con-
fianza, hundiéndolos en la perplejidad y las tinie-
blas o instándolos a buscar las manifestaciones ca-
rismáticas de Dios mismo. Otra grave tendencia
es apartarse de la confianza que Dios nos ha con-
ferido respecto a la salvación de los pecadores y a
la santificación de los creyentes, y a buscar seña-
les y maravillas» (Maynard James, I Believe in the
Holy Spirit, Minneápolis: Bethany Fellowship, 1965,
p. 116).

El Espíritu de verdad
En sus últimas palabras dirigidas a sus discípulos, Cristo aso-
ció el don del Espíritu con la verdad una y otra vez.
«Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros para siempre: el Espí-
ritu de verdad» ijuan 14: 16, 17).
«Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os
guiará a toda la verdad, porque no hablará por su
propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga
y os hará saber las cosas que habrán de venir»
ijuan 16: 13).
El término «Espíritu de verdad» significa que el Espíritu comu-
nica la verdad.
«El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre
enviará en mi nombre, él os enseñará todas las
cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho»
ijuan 14: 26).
El Espúitu Santo es el Maestro divino. Él traería de nuevo a lamen-
te de los discípulos todo lo que Jesús les había enseñado. Él acla-
Guiados por el Espíritu 175

raría lo que ellos no habían comprendido anteriormente, expo-


niendo detalles que antes habían estado fuera de su alcance. El Es-
píritu no iba a cambiar las enseñanzas de Jesús, sino a establecer
la verdad en su pleno significado, «no con palabras enseñadas con
sabiduría humana, sino con la que enseña el Espíritu, acomodan-
do lo espiritual a lo espiritual» (1 Cor. 2: 13).
En el mismo meollo de la fe cristiana se encuentra el respeto
de Dios por el ser humano como un ente racional y responsable.
Esto demanda que nosotros juzguemos la verdad desde un pun-
to de vista inteligente y racional. Dios respeta la libertad de elec-
ción. Dios no puede utilizar ningún método, ni ejercer ningu-
na presión que viole nuestra integridad personal ni nuestra liber-
tad de elección. La fe cristiana es sobrenatural, pero nunca es irra-
cional. Dentro de este esquema, una experiencia emocional mo-
mentánea no puede ser el fundamento de una elección sólida.
Las distorsiones y las falsas premisas en la experiencia cristia-
na deben evaluarse mediante la autoridad de la verdad de la Pala-
bra de Dios. Los registros más racionales e inspirados de la reve-
lación fueron dados por el Espíritu Santo.
«Ante todo entended que ninguna profeáa de la
Escritura es de interpretación privada, porque
nunca la profecía fue traída por voluntad humana,
sino que los santos hombres de Dios hablaron
siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Ped.
1: 20, 21).
«La obra del Espíritu Santo, incluso en hombres
realmente inspirados, no los despoja de sus facul-
tades mentales, ni del gobierno de sí mismos, como
sucede con los sacerdotes paganos que ministran
bajo el dominio de los poderes diabólicos. Los ma-
los espíritus lanzan a sus profetas a un torbellino
de éxtasis ingobernables [... ], pero el Espíritu de
Dios dejó a sus profetas el claro uso de su juicio du-
rante todo el tiempo que consideraban apropiado
hablar, y nunca los sepultó en ninguna impropie-
dad, ya fuera en los asuntos, las maneras, o en el
tiempo de su pensamiento» (Starkey, op. cit).
176 SALVACIÓN SIN LíMITEs

¿Qué tipo de verdades presenta el Espíritu Santo en la Escri-


tura a nuestras mentes? ¿Qué clase de Dios ofrece la Palabra como
nuestra verdad? «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a
las iglesias» (Apoc. 3: 22). El Espíritu enseñará la verdad acerca
de Cristo, de Dios, del hombre, con total confiabilidad y poder
salvador. Pablo habla de aquellos que, sin esta dirección e ins-
trucción divina, tienen «el entendimiento entenebrecido, ajenos
de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay por la dure-
za de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensi-
bilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda
clase de impureza» (Efe. 4: 18, 19).
¿Qué se necesita para la comunicación de la verdad y el des-
tierro del error? No se necesita que se generen nuevas faculta-
des. No se requiere una nueva verdad inspirada. Dios ya ha pro-
visto una revelación, la Palabra de Dios, a través de los profetas
y los apóstoles.
«La palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante
que toda espada de dos filos: penetra hasta par-
tir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tué-
tanos, y discierne los pensamientos y las intencio-
nes del corazón» (Heb. 4: 12).
La dirección del Espíritu Santo no se produce como si fuera un pro-
ceso normal de una mente pensante. En todas las indicaciones y en-
señanzas del Espíritu Santo debe preservarse la razón humana. No
podemos refugiamos en un supuesto encuentro con lo sobrenatural
en ausencia de la Palabra revelada de Dios en las Escrituras.
Cristo ofrece su propia palabra revelada y expresada a través
de la conducción del Espíritu Santo. Cristo, la verdad en nosotros,
corresponde a la más elevada concepción de lo que es genuino. No
es posible que el Espíritu ofrezca una falsa dirección a través de la
Palabra. Su orientación despierta la mente, por lo cual la Biblia se
vuelve palabra viva. Únicamente a través del énfasis equilibrado
de la Palabra y del Espíritu puede Dios ser glorificado y los hom-
bres ser santificados por la verdad.
«Dios os haya escogido para salvación, mediante
la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad»
(2 Tes. 2: 13).
Guiados por el Espíritu 177

«La Palabra de verdad, la Palabra de Dios, la Pa-


labra contenida en la Biblia, es el instrumento del
que se sirve el Espíritu Santo para nuestra conver-
sión; esta puede producirse únicamente cuando
el Espíritu Santo utiliza la Palabra. La Palabra es-
crita, por sí sola, no originará el nuevo nacimiento,
por muy fielmente que sea predicada o transmi-
tida [... ], a menos que el Eterno Espíritu de Dios
le dé vida en nuestros corazones» (R.A. Torrey,
The Holy Spirit. F.H. Revell Company, 1927, p. 74).
Nuestro pan de cada día
Nosotros oramos para que Dios nos dé «nuestro pan cotidiano»
(Mat. 6: 11).
«El Espíritu es el que da vida; la carne para nada
aprovecha. Las palabras que yo os he hablado son
Espíritu y son vida. [... ] Tú tienes palabras de
vida eterna» (Juan 6: 63-68).
Todos necesitamos que la Palabra de Dios nos dote de poder,
para nacer de nuevo «no de simiente corruptible, sino de incorrup-
tible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre»
(1 Ped. 1: 23).
«Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra
de verdad, para que seamos primicias de sus cria-
turas. [... ] Por lo cual, desechando toda inmun-
dicia y abundancia de malicia, recibid con man-
sedumbre la palabra implantada, la cual puede sal-
var vuestras almas» (Sant. 1: 18-21).
Recibimos vida al recibir la Palabra a través del Espíritu Santo.
Nada es más importante para el crecimiento espiritual que man-
tener unidos la Palabra de Dios y el Espíritu mientras estudiamos
la Biblia. Este es el encuentro divino del cual habla la Biblia. La
verdad divina no es sencillamente un concepto intelectual sobre
el que podemos debatir, es un mensaje divino enviado por Dios:
digno de confianza, verídico, que no defrauda. Como Dios siem-
pre cumple su Palabra, las promesas y profecías de la Biblia son ver-
daderas e inconmovibles.
178 SALVACIÓN SIN LíMITES

«Porque todos los que son guiados por el Espí-


ritu de Dios, estos son hijos de Dios[ ... ]. El Espíri-
tu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que
somos hijos de Dios» (Rom. 8: 14-16).
¿Cómo da testimonio el Espíritu Santo a nuestro espíritu? El
Espíritu toma la verdad acerca de Cristo, su obra, y su Palabra y
produce una experiencia de acuerdo con esa Palabra y en obe-
diencia a la misma. Por eso el Espíritu nos asegura que la Escritu-
ra encarna una revelación especial: la misma palabra y la verdad
de Dios. El Espíritu no da testimonio de algo que es falso. Su tes-
timonio puede ser comprendido y experimentado por los sabios y
los simples, por los estudiosos y por los ignorantes. Nuestra expe-
riencia espiritual responde precisamente a la Palabra de Dios. Po-
demos establecer una comunicación racional entre Dios y nues-
tras mentes, entre su vida y la nuestra. El hombre natural no pue-
de discernir las verdades de la Palabra porque se tienen que dis-
cernir espiritualmente. Nuestra comprensión, basada en la expe-
riencia de que Cristo fue hecho por Dios «sabiduría, justificación,
santificación y redención» (1 Cor. 1: 30), es evidencia convincen-
te de la verdad respecto de Dios y de su Hijo.
Mantenerse vivos y hambrientos espiritualmente por la Pala-
bra de Dios, es una de las más grandes necesidades actuales. El
uso limitado de la Palabra viviente es uno de los peligros de la
iglesia. Los seres humanos leen la Biblia, pero la sujetan a su propio
control y la subordinan a su humana sabiduría, sin la conducción
del Espíritu. Nosotros, como cristianos, somos llamados a dar a
conocer a la humanidad la realidad de la verdad de Dios y, por
lo tanto, a la experiencia de su poder.
«El Espíritu va íntimamente unido a la Palabra, no
solamente al guiar a la razón a una comprensión
apropiada de las palabras y afirmaciones de las
Escrituras, sino al llevar la realidad del poder de
Cristo a las vidas de quienes escuchan y se iden-
tifican con la Palabra acerca de la cruz» (Lewis
B. Smedes, All Things Made New, p. 181).
La Palabra de Dios intenta atraer el corazón y la vida con una
superioridad de principios morales y con un poder espiritual que
Guiados por el Espíritu 179

no se pueden encontrar en ningún otro libro, y por eso inspira


seguridad a todos aquellos que son guiados por el Espíritu; los
cuales no negarán la verdad en el día de prueba y ansiedad. El
Espíritu Santo nunca se concede para ser disfrutado como un lujo
reservado para ocasiones especiales. Llega para que los seres hu-
manos podamos ser transformados en hijos de Dios y para que
lo sepamos con certeza. El Espíritu Santo lleva a una obediencia
gozosa de los mandamientos de Dios, a un amante servicio por
los demás y a un sacrificio por el reino de Dios.
A veces los seres humanos somos tentados a perder la con-
fianza en la iglesia. Únicamente el cristiano que ha sido guiado
a la verdad por el Espíritu Santo será capaz de tolerar los errores
y defectos de la iglesia y al mismo tiempo colocarse bajo su in-
fluencia. En estos días necesitamos recordar que cuando alguien
se fija excesivamente en los errores de la iglesia, es fácil que lle-
gue a negar la verdad. El hecho de ser guiados por el Espíritu une
a los seres humanos. Los invita a p_?lsar por alto los errores de com-
prensión y las fallas de los pecadores. Los impulsa, por el amor, a
perdonarse las faltas unos a otros, a orar juntos y a dar juntos tes-
timonio de la verdad de Dios.
Cuando algunos miembros se alejan de las filas de la iglesia a
causa de lo que ellos llaman hipocresía, se alejan también de la ver-
dad de Dios. El esfuerzo para permanecer en la iglesia, aislándo-
nos por nuestra propia decisión, no puede tener éxito. Si alguien
decide alejarse de la iglesia de Dios con la falsa idea de que la ver-
dad le pertenece exclusivamente a él, está equivocado.
«Yo soy la luz del mundo, el que me sigue, no an-
dará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vi-
da» (Juan 8: 12).
«Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de
nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.
Y considerémonos unos a otros para estimular-
nos al amor y a las buenas obras, no dejando de con-
gregamos, como algunos tienen por costumbre,
sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que
aquel día se acerca» (Heb. 10: 23-25).
180 SALVACIÓN SIN LíMITES

Mucha de la teología contemporánea ha abandonado su fe en


la Biblia como la Palabra de Dios, aferrándose a un método exis-
tencialista para llegar a la verdad, mientras rechazan las verda-
des proposicionales objetivas de la Biblia. Esta posición sostiene
que la verdad no se encuentra en las declaraciones verbales, racio-
nales, de las declaraciones de fe de la Escritura. Se nos dice que la
palabra escrita y hablada de la Biblia no es la Palabra de Dios. De esta
manera muchos rechazan la historicidad de gran parte de la
Escritura: el registro histórico de la creación, la caída del hom-
bre, y mucho del Jesús histórico presentado en los Evangelios.
La posición cristiana tradicional sostiene que las declaraciones
y enseñanzas doctrinales escritas, así como el registro de los acon-
tecimientos históricos, son completamente fidedignos. Debido a
que los seres humanos vivimos en el plano de la historia, tanto la
revelación como la redención se desarrollan en ese plano. Debido
a que el ser humano ha sido creado a la imagen de Dios, con la
capacidad de razonar y pensar, Dios le habla en ese mismo plano.
Estudiar para conocer la verdad de una manera racional y espiri-
tual no constituye una experiencia mística. La conducción del
Espíritu Santo a través de la Palabra revelada es lo que hace diná-
mica la comunicación racional de la verdad.
La teología contemporánea afirma que Dios comunica vida, pe-
ro no doctrina. Sin embargo, cuando Jesús prometió que el Espíritu
Santo guiaría a sus seguidores «a toda verdad», utilizó una expre-
sión que incluye el conocimiento racional. A menos que la natura-
leza humana esté constituida racionalmente, es difícil, si no impo-
sible, ver cómo puede Dios llegar a nosotros. Porque si Dios es co-
nocido, pero no se nos dice nada de él, ¿no nos aboca esto al mis-
ticismo y el espiritualismo? ¿No somos dejados sin una prueba ob-
jetiva de la verdad? Y si algo se dice, pero Dios no es conocido, ¿no
es esto una mera religión teórica? ¿Puede haber alguna comunica-
ción sin conocimiento oral o escrito que utilice ideas y declaracio-
nes como las que hallamos en la Biblia? Donde hay unidad de pro-
pósitos, ¿no ha de emplearse un lenguaje conocido? Si negamos el
papel de un lenguaje inteligible en términos orales y escritos que
puedan ser comprendidos, ¿no pasaremos por alto papel de la ra-
cionalidad como una parte esencial de la imagen de Dios?
El conocimiento así como la conducción del Espíritu es lo que sus-
cita la fe. La fe cristiana implica una voz y un mensaje inteligible
Guiados por el Espíritu 181

y racional de Dios ofrecido en las Escrituras. El meollo de todo


esto es: ¿Puede Dios comunicarse con nosotros mediante las fa-
cultades con las cuales nos dotó en la creación? La verdadera ba-
rrera entre Dios y la humanidad es el pecado, no el conocimiento
racional. Jamás deberíamos olvidar que los seres humanos fuimos
creados para mantener una relación personal y comunión moral y
espiritual con Dios mediante la obediencia a su voluntad y a sus
mandamientos orales y luego y escritos por el propio Dios en
forma directa en dos tablas de piedra.
Dios nos legó la Biblia como la única fuente confiable de ver-
dad doctrinal así como para que fuera una salvaguardia contra
todas las formas de espiritualismo y antinomianismo. Estas doc-
trinas y verdades vinculan la mente de Dios y las mentes huma-
nas. La palabra escrita en la Biblia es la infalible voz de Dios hablán-
donos a nosotros sus criaturas.
Ya lleva algún tiempo produciéndose un reavivamiento religio-
so en muchos lugares del mundo. Decenas de miles de personas
procuran experimentar alguna experiencia con lo sobrenatural am-
parados en «Dios» y en «Jesucristo». Estas personas no se sienten
satisfechas con un enfoque convencional de la religión, sino que
procuran una experiencia más profunda, así como un conocimien-
to más íntimo de Dios. Algo fundamental para todas estas expe-
riencias es que la Biblia sea reconocida y aceptada como autoridad.
Muchos sostienen que el cristianismo es un estilo de vida, no un
credo o una doctrina, sino un encuentro con lo sobrenatural. Pero
no debería haber ningún conflicto entre una correcta manera de
pensar y una correcta manera de vivir, sino todo lo contrario. Mo-
ver el péndulo de las creencias lejos de la doctrina no implica ne-
cesariamente acercarlo más a Dios o a Jesucristo. La forma en que
el Espíritu guía a los cristianos a «toda verdad» no deja lugar a du-
das respecto al valor de las enseñanzas de la Biblia.
La verdadera distinción que el ser humano necesita hacer entre
sostener una teoría de la fe cristiana y experimentarla no es entre doc-
trina y vida, porque todo el que «quiera hacer la voluntad de Dios
conocerá si la doctrina es de Dios» Ouan 7: 17). Este texto no puede
traducirse para que diga que si mi vida está bien con Cristo, poca
o ninguna importancia tienen las enseñanzas y doctrinas bíblicas.
Lo que Cristo dice es que si los seres humanos viven en armonía
182 SALVACIÓN SIN ÚMITES

con la verdad bíblica que ya conocen, estarán seguros y serán guia-


dos a más luz y verdad.
El problema es que los hombres no transmiten las verdades
bíblicas que conocemos mediante una vida genuina. El contras-
te no es entre la vida y la doctrina, sino entre la vida que resulta
de la verdadera doctrina y la que resulta de una falsa doctrina, o de
la falta o ausencia de doctrina. Obviamente, si el Espíritu nos
guía «a toda verdad» no será a causa de nuestra fidelidad a la
verdad que llegaremos a ser menos semejantes a Cristo. El pro-
blema no está entre la ley del amor y la ley de los Diez Manda-
mientos, sino entre la verdadera y la falsa doctrina. Los argumen-
tos que se han esgrimido y las diferencias que han existido en esto
a través de los siglos, muestran las discrepancias entre la verdad y
el error, no entre una doctrina y la vida. Las enseñanzas de la Biblia
y el contenido racional de la Biblia se han utilizado en la iglesia
como un baluarte contra la apostasía y el error.
La condición actual del mundo muestra un trágico alejamiento
de las verdades objetivas y de las enseñanzas de la Biblia y de la
ley moral de Dios. Es deplorable que los profesos cristianos ex-
presen dudas respecto al énfasis colocado sobre las enseñanzas
de la Biblia .. Si este es el camino hacia el reavivamiento espiritual
final en el mundo y en la iglesia, entonces, ¿no existe una mayor ne-
cesidad de que otros conozcan lo que creemos y lo que la Biblia en-
seña respecto a la verdad?
El «dogmatismo» tiene que ver con las actitudes de las personas,
no con las enseñanzas. En todos los reavivamientos religiosos moder-
nos, aquel que se aferra a las doctrinas bíblicas se acerca más a la ver-
dad de Dios. Los movimientos religiosos que suscitan la pregunta
«¿Sobre qué doctrinas y verdades bíblicas nos afirmaremos?» tienen
más posibilidades de escuchar la voz de Dios que todos los que pre-
tenden tener una comunicación ininteligible o espiritualista. Esta es
una de las pruebas para saber si uno es guiado por el Espíritu, si se está
acercando cada vez más a la luz de Dios, o más bien a las tinieblas.
«¡Aténganse la ley y al testimonio! Para quienes no se
atengan a esto no habrá un amanacer» (Isa. 8: 20, NVI).
¿Qué proporción de error o de alejamiento de las verdades de la
Palabra de Dios es seguro? ¿Cuántas verdades bíblicas pueden
ser omitidas en un «reavivamiento» a fin de que prevalezca el
Guiados por el Espíritu 183

amor? ¿Qué es exactamente lo que los modernos evangelistas están


tratando de lograr? ¿Se están refugiando en conceptos doctrinales
vagos en vez de apoyarse en Jesús? En este punto sería prove-
choso preguntarse: ¿Se considera que un reavivamiento religio-
so es de éxito en virtud de las verdades que presenta, o por las
verdades que omite?
Proclamar la verdad de la Biblia con el poder del Espíritu es
desafiar a la gente que piense y decida tomar partido en el gran
conflicto entre la verdad y el error. La dirección del Espíritu no se
facilita con una devaluación de las enseñanzas bíblicas. Admiti-
mos que alguien pueda aferrarse a las doctrinas y carecer del Es-
píritu, pero no se puede asumir la misma actitud cuando el error
se multiplica y cuando se compromete la verdad.
La fuente de la autoridad de la iglesia es la Biblia y el Espíritu.
La verdad de las Escrituras nunca cambia, el tiempo no destru-
ye su relación con la vida misma. Los cristianos guiados por el
Espíritu encontrarán que la Palabra de Dios transforma la vida.
La obediencia estará en concordancia con, y no en oposición a la
Palabra de Dios.
Las doctrinas de la Biblia no han sido manipuladas para adap-
tarlas a nuestra denominación en particular. La iglesia ha creci-
do gracias a su compromiso con la verdad de la Biblia. Esto es lo
que debe proclamarse desde nuestros púlpitos con una autoridad
no humana. La sólida verdad bíblica nunca restringe la libertad
individual. Sin embargo, la verdad y las doctrinas de la Biblia sí
limitan a los seres humanos. Las exhortaciones que hacemos a
cimentamos en la Palabra de Dios son de hecho, limitaciones. Pero
también lo son las leyes de la gravitación universal. Lo mismo
ocurre con las leyes que controlan la circulación sanguínea, y
con las demás leyes físicas naturales.
No hay alternativas. Escudriñar las Escrituras bajo la dirección
del Espíritu y poner nuestra vida en armonía con ellas es vital pa-
ra nuestra fortaleza. La licencia para creer y seguir lo que uno elija
puede llegar a ser el factor más destructivo en la experiencia cris-
tiana. La iglesia cuyas doctrinas tienden a guiar la vida a la obe-
diencia, a la pureza, al amor, bajo la conducción del Espíritu, será
la iglesia que restaure la verdad de Dios al mundo. En lo que al gran
conflicto entre Cristo y Satanás se refiere, cuanto más profundo
184 SALVACIÓN SIN LIMITES

y más diligente sea nuestro estudio de la Palabra de Dios y nues-


tra adhesión a ella, más gloria daremos a Dios y mejor cumplire-
mos su misión en el mundo.
El tema de las doctrinas o enseñanzas correctas está relacio-
nado con la cuestión de la iglesia a la que debemos unimos: si la
prueba doctrinal de la comunión de la iglesia es imprecisa o inde-
terminada; o si los seres humanos pueden clamar a Cristo en la
oscuridad de nuestro mundo. Ambas perspectivas van en direc-
ciones opuestas, en lo que a verdad doctrinal se refiere: cada uno
esperando que al final llegará a las puertas del cielo y será admi-
tido al reino de Dios.
Yo supongo que es posible aumentar la feligresía de la iglesia
diluyendo o eliminando doctrinas controvertidas, y esto traerá a
todos los que invocan al nombre de Cristo a unirse bajo los auspi-
cios de la misma iglesia. Sin embargo, sería muy triste extraviarse
a causa de ambigüedades respecto a la verdad de Dios, pensando
que uno está seguro, cuando en realidad se ha estado alejando de
Dios y dirigiéndose hacia las tinieblas eternas y al desastre.
«Nada desea [Satanás] tanto como destruir la con-
fianza en Dios y en su Palabra [... ]. Dios ha dado
en su Palabra pruebas suficientes del divino ori-
gen de ellas. Las grandes verdades que se relacio-
nan con nuestra redención están presentadas en
ella éon claridad. Con la ayuda del Espíritu San-
to que se promete a todos los que lo pidan con sin-
ceridad, cada cual puede comprender estas ver-
dades por sí mismo. Dios ha dado a los hombres
un fundamento firme en que cimentar su fe» (El
conflicto de los siglos, pp. 516, 517).
No debería haber conflicto entre la Palabra revelada de Dios y la
razón. El Espíritu establece la autoridad de la Palabra en la mente
y en la vida del creyente. Estando persuadido e iluminado, conven-
cido y dirigido, el creyente se siente totalmente feliz de que Dios
haya hablado en su Palabra. Ahora está seguro de que lo único que
le queda por hacer es obedecer la Palabra. La justicia en la vida y
el poder para obedecer los mandamientos de Dios tienen su fun-
damento en la Escritura. Es la verdad de la Escritura la que hace
Guiados por el Espíritu 185

volver a la vida, no cualquier otro tipo de verdad. Dios está procu-


rando con la máxima solicitud influir y cambiar a las personas me-
diante la Palabra y a través del Espíritu Santo.
No existe una autoridad opcional para el cristiano. Bajo la ins-
piración del Espíritu, todos los libros de la Biblia fueron redacta-
dos en una solemne manifestación, como un tributo a la verdad
de Dios. Mediante la fe que obra por el amor, mediante la direc-
ción del Espíritu hacia la verdad, el cristiano sabe que ha pasa-
do de muerte a vida, de la incertidumbre a la verdad viviente.
Puede decir con el apóstol Pablo:
«Porque yo sé a quien he creído, y estoy seguro que
es poderoso para guardar mi depósito para aquel
día. Retén la forma de las sanas palabras que de
mí oíste, en la fe y el amor que es en Cristo Jesús.
Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo
que mora en nosotros» (2 Tim. 1: 12-14).

El Espíritu de poder
«Pero recibiréis poder, cuando haya venido so-
bre vosotros el Espíritu Santo» (Hech. 1: 8).
La gente con frecuencia se confunde respecto a todo lo rela-
cionado con el poder del Espíritu. Muchos interpretan el poder
del Espíritu Santo en términos de sensacionalismo, en manifes-
taciones alejadas de la experiencia cotidiana del cristiano. El sig-
nificado y el uso bíblico fundamental de la palabra es la capaci-
tación para vivir una vida abundante, la suficiencia de los recur-
sos divinos para todas las situaciones de la vida.
«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobar-
día, sino de poder, de amor y de dominio propio»
(2 Tim. 1: 7).
La capacitación para vivir, para amar en cualquier circunstan-
cia, poseer una mente equilibrada e íntegra: ¡qué tremenda realidad
que puede ser parte de nuestra experiencia cristiana! Si hubiéramos
tenido el privilegio de conocer a Jesús cuando estuvo en la tierra,
seguramente habría sido el tipo de persona y poseído el tipo de
personalidad que esperábamos que tuviera. Él fue justamente así.
186 SALVACIÓN SIN LÍMITES

Cristo puso freno a la demostración de su poder, pero no puso


límites a su amor, ni a su bondad, ni a su misericordia. Fue total-
mente capaz de vivir la vida abundante que ofreció a sus segui-
dores. En el momento de la prueba, sufrimiento y de la pérdida
de la vida misma, los hombres y las mujeres de Dios tuvieron a
través de los siglos esta capacidad divina que desterraba el temor,
la ansiedad y la duda. Poseyeron una mente firme y espiritual, un
carácter unido a Cristo y a sus prójimos.
¿Cuál fue la consecuencia del derramamiento del Espíritu? Lo
único que tenemos que hacer es contemplar la vida de los apósto-
les antes y después de Pentecostés. Al principio vivían poseídos por
el temor a ellos mismos y a quienes los rodeaban. Con la crucifi-
xión de su Maestro, una sensación de fracaso y desaliento se apo-
deró de sus corazones; todo se hallaba carente de vida y de poder;
los más destacados se sentían desamparados. Entonces vino el Es-
píritu; los discípulos salieron del aposento alto y se esparcieron por
las calles. Tanto los judíos como los romanos trataron de silenciar su
testimonio, pero valerosamente...
«Pedro y Juan respondieron diciéndoles: "Juzgad
si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes
que a Dios, porque no podemos dejar de decir
lo que hemos visto y oído"» (Hech. 4: 19, 20).
Desafiaron a los sacerdotes y a los jerarcas judíos, e incluso a
los monarcas y procuradores romanos; se rieron de las dificulta-
des y de las presiones que les afectaron; desplegaron un poder
mental, moral y espiritual que confundió a sus enemigos y convir-
tieron a sus oyentes. Su santa audacia en la confesión de su fe en
el Señor, su capacidad y optimismo, y su apasionada convicción
respecto a las cuestiones morales y espirituales de sus días, arre-
bataron para Cristo los corazones de aquellos que los rodeaban.
Miles se convirtieron en un día. El Espíritu Santo testificó a tra-
vés de ellos del poder del evangelio.
El Espíritu Santo no añadió nada nuevo a Jesucristo o a la Pa-
labra de Dios; sino que se lo añadió a los discípulos, proporcio-
nando significado y propósito a sus vidas. El Espíritu Santo no
vino como un sonido incoherente, sino como el poder de Dios.
Guiados por el Espíritu 187

«Al ver la osadía con que hablaban Pedro y Juan,


y al darse cuenta de que eran gente sin estudios ni
preparación, quedaron asombrados y reconocieron
que habían estado con Jesús» (Hech. 4: 13 NVI).
Hay una capacitación divina y una renovada condición espi-
ritual que se manifiesta en aquellos que son llenos del Espíritu San-
to. No son dotados de poder para asombrar a la gente, sino pa-
ra convertirla. Los milagros son buenos en su momento y en su
lugar, pero no son algo que puedan mantenerse vigente a todas
horas y todos los días. Los cristianos no viven ni se mueven en
una atmósfera semejante. Hallar los recursos divinos adecuados
para la vida diaria, para afrontar la verdad acerca de ellos mismos
cimentada en el amor de Dios, nunca falla. Olvidarse de ellos mis-
mos en amante preocupación por los perdidos, dar testimonio
de su Señor incluso hasta la muerte, y hacerle frente a todo con
una sensación de seguridad y paz, es el poder que más necesitan
los cristianos.
En la iglesia remanente no podrá hallarse un solo miembro
que no necesite la plenitud del Espíritu. Esta necesidad es una
de las~supremas afirmaciones de nuestra fe. Sin el Espíritu pode-
mos edificar la iglesia externamente, y hacer crecer las estadís-
ticas y las instituciones, pero no podremos edificar la vida espi-
ritual. Sin el Espíritu podemos ganar miembros para la iglesia, pe-
ro es muy dudoso que podamos ganar almas para Cristo y para la
eternidad.
Siempre existe el peligro que se nos aplique aquello de que
tendrán «apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella»
(2 Trm. 3: 5). La religión puede ser tanto una forma como un poder.
Los seres humanos edifican su propia justicia. Todos hemos hecho eso
en algún momento. Este fue el problema fundamental de los judíos
cuya religión se basaba en la ley, que creían que los requerimientos de
la ley podían cumplirse y ser vividos durante su vida natural.
Pero nadie puede vivir lo que no posee en su interior. Una per-
sona únicamente puede vivir aquello que tiene el poder intrínseco
de realizar. El poder del cristianismo es el poder del Espíritu Santo.
Sin el poder espiritual la religión no es más que formalismo. Sin
embargo, el pecado en la vida es un poder, no una mera forma.
188 SALVACIÓN SIN LIMITES

Una religión formalista no tiene posibilidad alguna de hacerle fren-


te al poder del pecado. Tiene que haber un poder correspondien-
te o dinámico. La pregunta fundamental es: ¿Tiene la fe cristiana el
poder para cambiar y transformar la vida?
Esta pregunta suprema pende sobre la vida y la religión de la
actualidad. El asentimiento intelectual a la verdad únicamente ofre-
ce una forma de religión, la extensión de su alcance es superficial.
Todo el mundo desea tener una fe que le conceda significado y po-
der a su vida. La promesa del Espíritu Santo es exactamente eso.
Cuando la iglesia anhela enseñar a todos las doctrinas y debe-
res que involucra su programa religioso, es posible que pase por
alto al Espíritu Santo. Las clases bautismales pueden comunicar
información religiosa, pero la única respuesta que se obtiene de
ellas es un acuerdo y un asentimiento expuesto. En tal caso hay
muy poco, o de plano ningún incentivo, para llevar una vida de
consagración. Demasiado a menudo tratamos de validar y estable-
cer las enseñanzas de la iglesia en ausencia del poder del Espíritu
Santo.
En estos últimos días la iglesia ha utilizado todo tipo de mé-
todos y técnicas para comunicar el mensaje divino. Ha proclamado
sus doctrinas a través de todo tipo de medios, escogió el lengua-
je adecuado para anunciar la verdad; pero, ¿ha conducido a los
conversos a la fuente del poder espiritual? No importa con cuán-
to fervor interpretemos nuestra música o cantemos nuestras ala-
banzas, ¿estamos ofreciéndole a la gente lo único que puede salvar
y transformar la vida, limpiando la mente de ignorancia y tinie-
blas, incrementando la fe, santificando las relaciones, emancipán-
dolos de la esclavitud del pecado mediante una dedicación genui-
na a Cristo y al control del Espíritu Santo?
Las formas y la respetabilidad en la religión son peligrosas, es-
pecialmente cuando son de tipo laodicense. El triunfo y el progreso
espiritual no son el resultado de una simpatía suave y superficial.
Una sofisticación carente del Espíritu nunca dará como resultado
una campaña exitosa a favor de Cristo. Los grandes esfuerzos que
producen el triunfo del evangelio eterno, únicamente son posi-
bles mediante la labor de quienes hayan experimentado el poder
del Espíritu en sus propias vidas. Debemos escuchar, no solo a las
personas ingeniosas, sino más bien a las espirituales. Hemos de
Guiados por el Espíritu 189

conceder al Espíritu Santo el lugar que le corresponde. La esen-


cia total del mensaje del tercer ángel es la convicción de que nin-
gún otro poder está disponible para nosotros, sino el poder del
Espíritu de Dios. Verdaderamente, todas nuestras esperanzas es-
tán en Cristo. El poder espiritual es suyo y nada más que suyo.

Espiritual o camal
«De manera que yo, hermanos, no pude hablaros
como a espirituales, sino como a carnales, como a
niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda;
porque aun no erais capaces, ni sois capaces toda-
vía, porque aun sois carnales; pues habiendo entre
vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois
carnales y andáis como hombres?» (1 Cor. 3: 1-3).
En este mensaje a los corintios Pablo se refiere al contraste que
existe entre los miembros espirituales y los no espirituales de la
iglesia. La iglesia de Corinto tenía un problema eclesiástico espe-
cial en los días del apóstol, durante el primer siglo de la era cris-
tiana: los miembros estaban divididos en sus lealtades, sintién-
dose atraídos más hacia los hombres que hacia Jesucristo. Se jac-
taban de su sabiduría mundanal, eran inmaduros espiritual y emo-
cionalmente. Pablo los llama «niños», nunca habían crecido. Vi-
vían motivados por su propio egoísmo. Parecían incapaces de re-
solver sus propios problemas internamente, de modo que acudían a
los tribunales acusándose unos a otros.
Pablo indicó que ellos estaban edificando sus vidas con made-
ra, heno y hojarasca; no en Cristo, que es la roca. Algunos miembros
de la iglesia eran libertinos, enredados en inmoralidades; tenían
problemas matrimoniales, indicando con ello la ausencia del amor
que viene del Espíritu Santo; en su adoración profanaban la Cena
del Señor; las lenguas que profesaban hablar eran una vergüenza,
no una inspiración para la iglesia. Por eso Pablo describió a los
miembros de la iglesia como carnales.
Una de las cosas más difíciles para los cristianos es aprender a
vivir sus vidas en una relación correcta con los valores y las reali-
dades eternas. Ya no tenemos que ser modelados de acuerdo con
el mundo. Nuestras vidas deben ser ordenadas mediante la obra
190 SALVACIÓN SIN LÍMITES

divina del Espíritu Santo. Pero la tentación es buscar el significa-


do de la vida en el nivel natural del mundo y de la carne. Conse-
cuentemente, en la vida del cristiano existe una tensión espiritual
creada por la carne y el Espíritu.
«Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos
de la carne, porque el deseo de la carne es contra
el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne; y
estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que
quisierais. Pero si sois guiados por el Espíritu, no
estáis bajo la ley[ ... ]. Pero los que son de Cristo
han crucificado la carne con sus pasiones y de-
seos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también
por el Espíritu» (Gál. 5: 16-18, 24, 25).
La carne significa la naturaleza humana con sus limitaciones y
debilidades pecaminosas; la naturaleza humana en su estado caído
alejado del Espíritu. Pablo llama a una persona de este tipo «hom-
bre natural», alguien que ama la vida presente. Los deseos propios
del «hombre natural» se hallan centrados en el mundo y sentirá
muy poco atractivo por los valores celestiales. El «hombre natural»
ama las riquezas y los placeres del mundo más que a Dios.
El hombre espiritual es totalmente diferente, su suficiencia está en
Dios, su vida interior está poseída y motivada por el Espíritu Santo.
«Los que son de la carne piensan en las cosas de
la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas
del Espíritu. El ocuparse de la carne es muerte, pero
el ocuparse del Espíritu es vida y paz, por cuanto
los designios de la carne son enemistad contra
Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tam-
poco pueden; y los que viven según la carne no
pueden agradar a Dios. Pero vosotros no vivís
según la carne, sino según el Espíritu, si es que el
Espíritu de Dios está en vosotros. Y si alguno no
tiene el Espíritu de Cristo, no es de él» (Rom. 8: 5-9).
En este mundo no resulta nada fácil permitir que Dios sea nues-
tro todo en todo. El secularismo y los deseos de la carne exigen que
se le preste atención a las cosas terrenales. Esta es una época de
Guiados por el Espíritu 191

riquezas, de abundancia, de placeres; una época llena de atracti-


vos que apelan a la complacencia sensual, y la concupiscencia de
los ojos y de la carne es estimulada por todos los medios de co-
municación.
La espiritualidad no requiere que el cristiano se aísle del mun-
do, ni tampoco condena las maravillosas riquezas y avances de
la civilización moderna; pero coloca todas estas cosas en su pers-
pectiva correcta. Nuestra fe no excluye lo mejor de la ciencia, la
pintura, la escultura, la arquitectura, la música o la literatura. So-
mos libres para apreciar la más elevada cultura como todos los se-
res humanos, pero insistimos en la supremacía de lo espiritual.
Afirmamos que únicamente podemos poseer y disfrutar todo eso
mientras somos verdaderamente cristianos y nuestra mente está
dirigida hacia el cielo.
En gratitud por todos los beneficios que Dios nos ha propor-
cionado en este mundo, debemos dedicar toda nuestra devoción
al Creador. Con admiración por toda la belleza de esta vida, he-
mos de admirar la belleza de la santidad. Junto con el gusto por
los placeres que son apropiados, tiene que estar el poder del sacri-
ficio, la disposición para abstenerse de todas estas cosas por causa
de Cristo. Ser semejantes a Cristo ha de ser la prioridad en nues-
tras vidas. Este estilo de vida espiritual con Cristo debemos man-
tenerlo con denuedo y sin que nos importe el costo. ¿Estamos pre-
parados para establecer este tipo de compromiso?
Es posible una cierta calidad de vida en virtud de la presencia
del Espíritu en el corazón. Por ese medio el cristiano llega a estar
por encima de la raza humana. La persona espiritual tiene en su
interior el poder de la vida que le pertenece a Cristo, vive siempre
en novedad de Espíritu, no en la vejez de la letra (ver Romanos 7:
6). Los cristianos han de ser espiritualmente más ricos que todos
los seres humanos, las personas más radiantes y dedicadas de to-
do el planeta. La vida está llena del amor de Dios y de los frutos
del Espíritu.
«El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, pacien-
cia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y
dominio propio. No hay ley que condene estas
cosas» (Gál. 5: 22, 23, NVI).
192 SALVACIÓN SIN LÍMITES

Estos versículos identifican al hombre espiritual, afirman al-


gunas de las grandes y poderosas palabras de la vida espiritual,
hablan de un poder divino y de una belleza de vida que trascien-
den la superficialidad de las cosas. Esta vida nueva, espiritual, es
como una resurrección de los muertos. El Espíritu Santo nos in-
vita a levantarnos hasta la plenitud de Cristo. El hombre espiri-
tual encuentra imposible desear y disfrutar lo vil, lo grosero, lo
impuro y lo superficial. El refinamiento y la gentileza cristiana,
y todas las gracias del Espíritu, no nacen de la pereza, ni del pen-
samiento frívolo, ni de la observación ociosa y vacía. Dios ha hecho
posible la semejanza con Cristo por medio del Espíritu Santo. Lo
que es imposible para el hombre natural ahora, es posible a tra-
vés del Espíritu Santo. El cristiano posee el carácter de Cristo.
«Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido
en el corazón del hombre, son las que Dios ha pre-
parado para los que lo aman. Pero Dios nos las
reveló a nosotros por el Espíritu, porque el Espí-
ritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios
[ ... ]. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del
mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, pa-
ra que sepamos lo que Dios nos ha concedido. De
estas cosas también hablamos, no con palabras en-
señadas por la sabiduría humana, sino con las que
enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo
espiritual. Pero el hombre natural no percibe las
cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él
son locura, y no las puede entender, porque se
han de discernir espiritualmente. En cambio el es-
piritual juzga todas las cosas, sin que él no sea juz-
gado de nadie» (1 Cor. 2: 9, 10, 12-15).
Existe una vinculación y una afinidad con Cristo que nada puede
destruir. A pesar del creciente despertar de las tendencias al pecado y
al yo, la batalla no está perdida. Estamos seguros del poder de Dios.
Sabemos que él ejercitará aquello que ha puesto en nosotros me-
diante su Espíritu. Continuamente nos dirigimos a Dios en oración.
Como Cristo cumple su Palabra y envía su Espíritu Santo a mo-
rar con nosotros, estamos seguros de la suficiencia que se nos ha
Guiados por el Espíritu 193

aplicado. El amor eterno de Dios por nosotros, la eterna protec-


ción de los ángeles, el ministerio celestial de Cristo, todo nos vin-
cula con el poder sobrenatural.
Es imposible que quienes colocan su confianza en él se pierdan
y sean derrotados al final. Sin dudas y sin controversia, estamos
atados a Dios con lazos inquebrantables. En medio de todas las ten-
taciones y pruebas terrenales, conocemos y experimentamos el
inextinguible poder y apoyo de los brazos eternos de Dios. Con
este propósito rendimos a diario, inteligentemente y de todo co-
razón, nuestras vidas a Dios; juramos ser leales a todo lo que es su
voluntad y que ordena en su Palabra; abrimos diariamente nuestras
vidas para que sean colmadas del amor de Dios.

El Espíritu de amor
«Porque Dios ha derramado su amor en nuestro
corazó por el Espíritu Santo que nos ha dado»
(Rom. 5: 5, NVI).
Lo más importante, lo esencial, lo primordial en nuestra expe-
riencia cristiana es la capacidad para amar como Cristo amó. Es-
ta es la prueba por la cual Dios procura presentarse a sí mismo
al mundo y al universo.
«Y nosotros hemos conocido y creído el amor
que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor y
el que permanece en amor permanece en Dios
y Dios en él» (1 Juan 4: 16).
Este es la fuente básica donde adquirimos nuestra espiritua-
lidad.
«Amados, amémonos unos a otros, porque el amor
es de Dios. Todo aquel que ama es nacido de Dios
y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a
Dios, porque Dios es amor. En esto mostró el amor
de Dios para con nosotros: en que Dios envió a su
Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros haya-
mos amado a Dios, sino en que él nos amó a noso-
tros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros
194 SALVACIÓN SIN LíMITES

pecados. Amados, si Dios nos ha amado, debemos


también nosotros amamos unos a otros» (1 Juan 4:
7-11).
El mensaje del tercer ángel no es la Palabra de Dios aislada.
No experimentamos la verdad en palabras frías. No proclama-
mos la verdad mediante ninguna declaración formal. Como el
amor ha sido derramado abundantemente en nuestros corazo-
nes por el Espíritu Santo, repentinamente Cristo se hace presen-
te en nuestras vidas.
«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis
unos a otros; como yo os he amado, que también
os améis unos a otros. En esto conocerán todos que
sois mis discípulos, si teneís amor los unos por
los otros» (Juan 13: 34, 35).
«La madurez cristiana implica, por lo tanto, pro-
greso en nuestra capacidad de amar. Esto es lo
más difícil de afirmar [... ]. Si la experiencia cris-
tiana significa algo, es también la más difícil de
negar[ ... ]. No habrá vida cristiana en absoluto,
a menos que haya un significado real en el pro-
greso[ ... ] en la expresión del amor» (Daniel D.
Williams, God's Grace and Man's Hope. Nueva York:
Harper, 1949, pp. 195, 196).
Únicamente el amor es capaz de hacer que la respuesta y la
participación personal se conviertan en una realidad. El amor es
el punto de no retomo. Dios no nos está ofreciendo conferencias
teológicas mediante la Biblia, se nos está entregando él mismo.
Dios se ha involucrado con toda la raza humana pecadora al dar-
nos a su Hijo; esa fue la respuesta total de Dios a todos nosotros.
Dios no permanece alejado para realizar sus propósitos simple-
mente a través de actos legislativos.
«¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con
todo, ni uno de ellos cae a tierra sin el permiso de
vuestro Padre. Pues bien, vuestros cabellos están
todos contados. Así que no temáis; más valéis vo-
sotros que muchos pajarillos» (Mat. 10: 29-31).
Guiados por el Espíritu 195

El acto más sublime que puede ocurrir en este mundo es la lle-


gada del amor de Dios al corazón humano. No podemos forzar-
nos a nosotros mismos a amar. Únicamente podemos responder al
amor que se nos ha dado. «Nosotros lo amamos a él, porque él nos
amó primero». Todos los seres humanos, incluso en medio de su
pecaminosidad y desesperación, están rodeados por el amor de
Dios. Su eterno interés en sus hijos suple nuestras necesidades
de propósito y dignidad personal. El Señor afirma nuestra inte-
gridad como hijos e hijas de Dios, nunca deja de amamos. Por tan-
to, podemos abrir toda nuestra vida a Dios, con todos nuestros
problemas morales, emocionales y espirituales, y sentimos absolu-
tamente seguros al hacerlo. En realidad podemos hacerle frente a
la verdad que nos concierne a nosotros sin temor y ansiedad; y en
el proceso de ser amados se produce la sanidad.
El imperativo divino a amar es realizado por el amor con el cual
somos abrazados. Ya no estamos preocupados por nosotros mis-
mos bajo la presión de la ley y las reglas. La misma realidad de per-
tenecer genuinamente a Dios, hace de la obediencia una delicia,
y del sacrificio, un placer.
«Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el
Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Cor. 3: 17).
«En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor
echa fuera el temor» (1 Juan 4: 18).
Donde reina el amor no puede haber esclavitud o explotación.
El amor significa dependencia. Al mismo tiempo, concede liber-
tad. Nuestra integridad está asegurada donde reina el amor. Nues-
tro sentido de dignidad personal y bienestar se incrementa y nunca
disminuye. Nos sentimos realizados, no privados de todo.
«El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene
envidia, el amor no es jactancioso, no se envane-
ce; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se
irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia,
sino que se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo
cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor. 13: 4-7).
Sabemos que la realización de todo cambio interior verdade-
ro se sitúa más allá de todas nuestras posibilidades. En la presencia
196 SALVACIÓN SIN ÚMITES

de un amor eterno como el de Cristo podelllos hacerles frente a


nuestros problemas interiores sin dobleces. Al mismo tiempo experi-
mentamos la forma como Dios nos cuida y nos ama. «Dios mues-
tra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cris-
to murió por nosotros» (Rom. 5: 8).
La vida cristiana es una vida totalmente expuesta a Cristo sin
pretensiones ni hipocresía. Nadie puede estar totalmente seguro, a
menos que permita que Cristo limpie y redima los más recóndi-
tos rincones de su alma. Necesitamos que el amor de Dios penetre
nuestro egoísmo y lo horrible de nuestros resentimientos y nuestra
hostilidad. ¿Cómo es posible que aprendamos a amar como Cristo
amó, con todas nuestras imperfecciones y pecaminosidad? Por-
que el amor es una respuesta a una vida y a un amor maravilloso
e irresistible en Cristo Jesús.
Un amor tal nos hace deudores a todos los hombres. El anhelo
de la raza humana es ser amada de verdad. El hambre más grande
del ser humano es tener esa vida abundante y ese amor reden-
tor. El alma humana no se redime mediante fantasías pasajeras.
Bajo el poder redentor del amor las gentes despiertan a una nue-
va vida de libertad, gozo y esperanza. El amor eterno debe ser nues-
tra inspiraCión, nuestra fortaleza, y nuestra mayor posesión. En-
tonces el triunfo del amor será irresistible.
«El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brota-
rán ríos de agua viva» Guan 7: 38). Doquiera fluye un río limpio,
imparte vida. Estar rebosando del Espíritu Santo significa que la
vida divina nos posee, fluyendo en un ministerio vital hacia otros.
Somos ministros capacitados, no por la letra, la cual mata; sino por
el Espíritu, que da vida (ver 2 Corintios 3: 6). El cristiano guiado por
el Espíritu se halla en oposición con todo lo que es muerte para la
vida, para la mente, para la familia y para la iglesia. Su testimonio
se derrama como un río, esparciendo vitalidad espiritual, sanando
la mente enferma, restaurando el amor desfalleciente.
¿Qué símbolo más apropiado de la vida que rebosa del Espí-
ritu que el de un río de aguas abundantes? Del mismo modo que
los ríos reciben su caudal de las partes altas de la tierra, así el río
de la vida del Espíritu procede de las montañas del amor y la gra-
cia de Dios. Cuando estamos llenos del Espíritu, nuestra vida vi-
bra y derrama la belleza de Jesucristo.
La obediencia
de fe
«Recibimos la gracia y el apostolado para conducir a todas
las naciones a la obediencia de la fe por amor de su nombre»
(ROM. 1: 5).

«El Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las naciones


para que obedezcan a la fe»
(ROM. 16: 25, 26).

«Hemos recibido gracia y apostolado para obediencia fiel,


por razón de su nombre, entre todos los gentiles»
(ROM. 1: 5, STR.).

«Por disposición del eterno Dios, siendo notificado a todos


los gentiles para obediencia de fe»
(RoM. 16: 25, 26, SrR.).

L CRISTIANISMO ES una religión divinamente reve-

E lada. La diferencia entre todas las demás religiones y


el cristianismo es la que concerniente a su autoridad.
Una vez que creemos que Dios ha revelado su Palabra
a los seres humanos, no deberíamos tener dificultades para creer
en ella. La deidad de Dios es aceptada sin cuestionamientos, con-
firmando su Palabra. La Palabra de Dios se afirma en su propio
198 SALVACIÓN SIN LÍMITES

origen divino; el razonamiento humano no la hace más verdadera.


El razonamiento es el medio humano por el cual la Palabra de Dios
se nos da a conocer. La verdad es nuestra autoridad final.

La necesidad humana de la autoridad divina


Desde el Monte Sinaí Dios le habló a su pueblo con tal majes-
tad y gloria como el mundo nunca había visto antes, ni lo ha vis-
to después. Los hijos de Israel escucharon su voz. Dios escribió
con su propio dedo los Diez Mandamientos. Ningún otro códi-
go moral ha recibido jamás tal honor y distinción. Este es el pun-
to inicial de la moral y la obediencia cristiana; la moralidad tiene
un firme fundamento.
¿Por qué fue necesaria esa revelación? somos pecadores, nues-
tro sentido moral se ha pervertido. Existe un abismo entre Dios y
los seres humanos debido a la caída en el pecado. Ningún ser
humano por sí mismo, tiene posibilidad de volver a Dios; no pue-
de encontrar a Dios por sus propios medios. Si Dios ha de ser co-
nocido, será porque Dios condescendió a bajar del cielo a fin de
comunicarse con nosotros.
La ley de Dios proclamada en el Sinaí no fue una creación del
pensamiento humano. Israel no inventó su código moral en el de-
sierto, lo recibió del cielo. El pueblo se mantuvo en silencio en el
Sinaí, únicamente la voz de Dios se escuchó. Ningún profeta habló
allí, ningún genio humano expuso una cátedra de ética. Israel no
estableció una escuela de filosofía de la cual, finalmente, se desa-
rrolló su sistema ético. Dios alejó a Israel de la cultura y la avan-
zada civilización egipcia con el propósito de que solo escucharan
su voz. Para nosotros también, todo depende de que creamos que
Dios habló en el Sinaí, que esos Diez Mandamientos no son pala-
bras humanas.
Los hijos de Israel acamparon alrededor del Monte Sinaí. Ellos
vieron a Moisés descender de la montaña con las dos tablas de
piedra que Dios mismo le había dado. Las tablas de piedra fue-
ron colocadas en el arca durante todas sus peregrinaciones en el
desierto. Los Diez Mandamientos poseían la autoridad de un «así
dice Jehová». Durante los siglos posteriores, siempre que los israe-
litas se apartaron del Señor, la acusación divina era que habían des-
obedecido la voz del Señor expresada en el Sinaí. Cualquier reavi-
La obediencia de fe 199

vamiento y restauración implicaba un retomo a la obediencia de


la ley de Dios, la autoridad suprema en sus vidas.
En el Sinaí Dios le proporcionó a la humanidad un código mo-
ral divino para guiamos en la vida. Nuestra ética debe ser proba-
da, no por ideas humanas, sino por la Palabra de Dios. Si recha-
zamos las palabras de Dios en favor de las palabras de los hombres,
destronamos a Dios y entronizamos al hombre en su lugar. Las cre-
denciales divinas están encerradas en la escritura de las Diez Pa-
labras con su dedo y expresadas mediante su voz a sus criaturas.
Esto establece para siempre la autoridad de la ley de Dios.
Los Diez Mandamientos son de una naturaleza superior, esta-
blecen la justicia moral que pertenece a Dios. La ley de Dios no
admite ninguna mejora, constituye el mejor código moral jamás
establecido; fue expuesto con absoluta claridad, de modo que na-
die lo malentendiera. En esta revelación no hay ambigüedades, na-
da que confunda la mente. En el Sinaí, Dios no se dirigió al pueblo
de Israel utilizando una terminología simbólica, la ley es sencilla y
directa. Es una necedad creer que en algún momento posterior Dios
sometió su ley moral al falible juicio humano con fines de clarifica-
ción y reinterpretación.
La integridad absoluta de estos principios morales tiene su fun-
damento en la naturaleza moral de Dios. Todos estos mandamien-
tos son evidencia de su perfección moral. La clara y racional expre-
sión de su ley y su carácter hablan autoritativamente al hombre.
Esa revelación en el Sinaí es un acontecimiento histórico objetivo,
ocurrió en el marco de la historia.
El orden y método de la revelación de Dios en el Sinaí son sig-
nificativos. La revelación de la salida de los hijos de Israel de la es-
clavitud de Egipto hasta la entrega de los Diez Mandamientos es
fundamental. Sin embargo, puede ser pasada por alto o al menos
interpretada de forma inadecuada.
«Habló Dios todas estas palabras: "Yo soy Jehová,
tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de
casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos
delante de mí"» (Éxo. 20: 1-3).
Antes de que Dios proclamara su ley a Israel, se identificó a sí
mismo. El Decálogo no fue dado aparte de la presencia de Cristo
200 SALVACIÓN SIN LÍMITES

el Redentor. El prefacio de la proclamación de la ley lo deja bien


claro. Antes de que Dios requiera algo de nosotros, nos proporcio-
na todo. La gracia viene antes de la ley. La proclamación y entre-
ga de la ley no debe estar separada del Legislador divino y del Li-
bertador. Israel debía saber desde el principio quién era el Legis-
lador. Su acto de redención es el preludio de la proclamación de
la ley. Dios se da a conocer primero. A la luz de lo que ya había he-
cho por ellos, les pide su amante respuesta hacia él. La creencia de
que en el Sinaí Dios les dio una dispensación que debía ser reem-
plazada después de la venida de Cristo, mil quinientos años más
tarde, por la dispensación de la gracia, se opone totalmente a la
Biblia. La doctrina del dispensacionalismo es de origen humano.
Esta maravillosa manifestación de la gracia de Dios a Israel
incluyó el ejercicio de su portentoso poder ante el faraón y el pa-
so de Israel por tierra seca, mientras los egipcios perecían en el Mar
Rojo. Una liberación tan prodigiosa nunca se olvidaría. A través de
toda la historia de Israel esta liberación fue celebrada en cantos e
historias. Llegó a ser el motivo de una gozosa celebración cada año
durante la fiesta de la Pascua. Les recordaba que Jehová es el Dios
de la gracia y el amor.
Este es el terreno sobre el cual se fundamenta la ley de Moisés.
Jehová les dio a los hijos de Israel la más notable expresión de
su gracia que registra la historia. Ellos no se lo merecían, no se
lo habían ganado. No tenían absolutamente ningún reclamo que
hacerle a Dios. Su poderosa liberación no fue una recompensa por
su obediencia previa a la ley; sino la inspiración para la obediencia
futura. Él era su redentor y su protector divino, el «admirable,
Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Isa. 9: 6).
Su encuentro con ellos en el Sinaí fue una demostración de su
amor y de su gracia, con el propósito de cumplir su pacto y las pro-
mesas que les había hecho a sus padres: Abraham, Isaac, y Jacob.
Israel le debía todo a Jehová. Ellos se reunieron en derredor
del Monte Sinaí, como un pueblo ya dotado con la suprema dis-
tinción de ser hijos del Dios viviente, separados de todos los demás
pueblos del mundo. Ahora le pertenecían a él porque los había
redimido de la esclavitud. ¿Quién podía negarle a un Dios tan ma-
ravilloso la respuesta de fe y amante obediencia a su voluntad y
La obediencia de fe 201

a su ley? ¿Qué más podría haber hecho Dios para lograr que le res-
pondieran con fe y amor? No había la más mínima base para una
respuesta legalista. Israel no fue confrontado con una ley que no
podía ser obedecida, sino con su Redentor que ahora estaba prepa-
rado para luchar por ellos durante todo el camino hasta que entra-
ran a la tierra prometida únicamente mediante su poder. La obe-
diencia a la ley no fue bajo ningún concepto una condición para la
vida eterna, sino una respuesta de gratitud por el don de la vida:
la respuesta natural y espontánea de amor que el pecador rescata-
do debe sentir hacia su Salvador. De este modo, la ley moral de los
Diez Mandamientos asume su lugar en el plan de redención divi-
no, un lugar al que ha pertenecido por siempre.
«Los mandamientos de Dios no constituyen una
ley inerte, que se pueda cumplir o no, de forma
impersonal; sino algo que exige una relación per-
sonal y total, en la entrega del corazón, y de allí,
el todo del hombre, a la obediencia [... ]. La obe-
diencia es siempre una respuesta al mandato di-
vino, y excluye toda comprensión meramente le-
galista de la ley» (G. C. Berkouwer, Man: The Image
of God, pp. 177, 178).
Estas revelaciones históricas de tipo personal, de parte de Dios,
son más importantes que cualquier opinión o juicio humano. Lo
que se necesita es más interés, de forma que el carácter moral de
Dios no sea empañado y la ley moral divina de los Diez Manda-
mientos no sea anu1ada. Cuando se niegan y rechazan los man-
damientos dados en el Sinaí, se hace posible no solo desobede-
cerlos, sino creer que deberían ser cambiados y adaptados a cada
situación y a cada generación. Si los Diez Mandamientos son me-
ramente formas según las cuales la gente decide actuar en diferen-
tes ocasiones, entonces tienen muy poca autoridad. No tiene fuer-
za obligatoria en la vida. Una opinión es tan buena como cualquier
otra. Así que todo el mundo puede obrar como le plazca. No hay
autoridad final cuando se niega la revelación.
El mundo necesita con urgencia un gran reavivamiento moral.
A menos que encontremos en Cristo el poder para obedecer su ley,
202 SALVACIÓN SIN LíMITES

no tenemos esperanza. Solo podemos llegar al verdadero cono-


cimiento de la distinción moral entre lo correcto y lo erróneo, y al
sentido inmutable de obligación moral, aceptando la revelada e in-
mutable ley de Dios.
No podemos recibir un código moral de parte del hombre pe-
cador. ¿Cómo puede el juicio moral del pecador ser capaz de de-
cidir lo que es correcto y lo que es erróneo sin incluir en el pro-
ceso y dicho juicio la pecaminosidad inherente en el corazón y la
mente humana? ¿No debe una mente que está dominada por el
pecado y cegada por el mal ser drásticamente excluida de la deci-
sión de lo que es un código moral correcto? Ningún ser humano
puede definir ni decidir una verdadera moralidad dentro del ám-
bito de sus propios caminos pecaminosos, porque esto relaja nues-
tro apoyo a la ley de Dios, al tratar de medirla y confirmarla por
su utilidad en las diversas situaciones humanas.
Es un error muy peligroso creer que los dictados de nuestra
conciencia y la presión de las situaciones humanas determinan
el grado de nuestra obligación, pues la mentalidad de una raza
pecaminosa participa de esa depravación bajo la cual la huma-
nidad está esclavizada. La base en la que podemos cimentar nues-
tra moralidad no puede determinarse de esta forma.
A menos que nos examinemos a la luz de la ley de Dios y de
la obra redentora de Cristo, no nos beneficiará en nada el uso de
su nombre. Todo lo que en el nombre de la religión pretende li-
bertar el espíritu y la vida los seres humanos, sin una correspon-
diente transformación moral y espiritual por medio de Jesucristo,
es pernicioso y un autoengaño.
Quien haya atenuado la gravedad del pecado, ya sea cambiando
o rechazando la ley de Dios, no tendrá ninguna prisa por hacer suya
la expiación de Cristo por sus pecados. Sentirá poca necesidad del
«Cordero de Dios que quita los pecados del mundo». Y cuando cada
cual se ponga en pie ante el juicio de Dios, si no tiene experiencia
tanto en la gracia como en el poder de Dios para salvarlo de sus pe-
cados, será demasiado tarde. No hay labor más grande que empren-
der que la de hacer que los seres humanos tomen conciencia de sus
pecados delante de Dios y reconozcan su necesidad de Cristo.
Ninguna generación de cristianos que haya pisado jamás la tie-
rra ha tenido más responsabilidad que la actual, respecto a res-
La obediencia de fe 203

taurar el Decálogo como la palabra de Dios a la humanidad. En


un mundo pecaminoso la moralidad debe tener un firme cimien-
to. La conveniencia jamás podrá conceder confiabilidad moral. Si
un código moral es defectuoso, las consecuencias pronto aparece-
rán en la conducta. La Escritura habla del desplome de la estruc-
tura moral de la civilización actual.
«También debes saber esto: que en los postreros
días vendrán tiempos peligrosos. Habrá hombres
amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, so-
berbios, blasfemos, desobedientes a los padres, in-
gratos, impíos, sin afecto natural, implacables, ca-
lumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedo-
res de lo bueno, traidores, impetuosos, infatua-
dos, amadores de los deleites más que de Dios, que
tendrán apariencia de piedad, pero negarán la efi-
cacia de ella; a estos evita» (2 Tun. 3: 1-5).
La iglesia remanente de Dios tiene un mensaje bien concreto
que debe ser trasmitido al mundo. Pronto vendrá el día cuando la
eterna ley de Dios será preciosa en verdad. Es posible que la gen-
te no se preocupe por obedecer la ley de Dios, pero está llegan-
do el momento cuando se dará cuenta que ha estado pecando con-
tra Dios y que es demasiado tarde para arrepentirse y obtener el
perdón. Entonces la ley de Dios aparecerá claramente en el cielo
para que todo el mundo la contemple. Aquellos cuyas creencias
los condujeron a la desobediencia y a la violación de la integridad
moral se encontrarán de repente bajo el juicio de Cristo. Una vez
más es bueno recordar las palabras de Cristo.
«No todo el que me dice "¡Señor, Señor!", entrará
en el reino de los cielos, sino el que hace la volun-
tad de mi Padre que está en los cielos. Muchos
me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no profe-
tizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos
fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros?" Entonces les declararé: "Nunca os co-
nocí; apartaos de mí, hacedores de maldad".
»A cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y
las las pone en práctica, lo compararé a un hombre
204 SALVACIÓN SIN LÍMITES

prudente, que edificó su casa sobre la roca. Des-


cendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos
y golpearon contra aquella casa; pero no cayó,
porque estaba cimentada sobre la roca. Pero cual-
quiera que me oye estas palabras y nos las prac-
tica, lo compararé a un hombre insensato que edi-
ficó su casa sobre la arena. Descendió la lluvia,
vinieron ríos, soplaron viento, y dieron con ím-
petu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su
ruina» (Mat. 7: 21-27).
La enemistad del hombre contra la ley de Dios
«Por cuanto los designios de la carne son enemis-
tad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de
Dios, ni tampoco pueden» (Rom. 8: 7).
Es probable que la acusación más grave contra todo ser huma-
no sea su enemistad natural contra la ley de Dios, contra la jus-
ticia que la ley demanda. Somos por naturaleza, contrario a la
voluntad de Dios. Consecuentemente, hacemos todo lo posible por
deshacemos de ella, rebelándonos así contra Dios.
La razón por la cual los seres humanos no obedecen la ley de
Dios es porque no están dispuestos a acatarla. El niño no obede-
ce a sus padres a menos que tenga la disposición de hacerlo. El
adulto no ama a Dios ni obedece sus mandamientos a menos que
tenga la disposición de hacerlo. Sus facultades y su naturaleza es-
tán tan paralizadas por el pecado que han perdido su capacidad na-
tural para obedecer los mandamientos de Dios o para aceptar su
autoridad.
Uno debe amar a Dios con el fin de guardar sus mandamientos.
Pero la enemistad y el amor no pueden coexistir en la mente. Mien-
tras la enemistad contrél Dios reine en el corazón, el amor por Dios
no podrá morar allí. No podemos amar a Dios y odiarlo al mismo
tiempo. El ser humano camal es tan opuesto a la ley de Dios, que,
abandonado a su suerte, no la obedecerá. En todo el universo y en
el cielo, la humanidad no es conocida por su talento, su fortaleza
física o su belleza; es conocida por su rebelión contra Dios.
No hay manera de cambiar la naturaleza depravada sin la ayu-
da del Espíritu Santo. «Nadie puede venir a mí, si el Padre, que
La obediencia de fe 205

me envió, no lo atrae; y yo lo resucitaré en el día final» Ouan 6: 44).


Además, los seres humanos no regenerados sienten que cualquier
exigencia para obedecer estrictamente el Decálogo es una nega-
ción de su libertad personal. La gente cree que la existencia de ese
tipo de obediencia coarta su libertad. El ser humano camal tiende
a sentir que la ley de Dios lo ata, negándole el espacio para su
poder, capacidad e inclinaciones naturales. Se rebela contra la ley
de Dios en nombre de la libertad.
«Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero al venir
el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. Y
hallé que el mismo mandamiento que era para
vida, a mí me resultó para muerte, porque el pe-
cado, aprovechándose del mandamiento, me en-
gañó, y por él me mató» (Rom. 7: 9-11).
Pero el falso clamor de libertad de la obediencia a los man-
damientos no disminuye en absoluto la realidad de la esclavitud
del pecado. El problema del pecado no se resuelve cambiando o
abrogando la ley, sino permitiendo que el Espíritu Santo grabe la
ley de Dios en lo más íntimo de nuestro ser. Es entonces cuando la
enemistad es transformada en amor. Es el corazón el que es cam-
biado, no la ley. No hay ninguna disminución de nuestra respon-
sabilidad respecto a obedecer la ley. Más bien, es más claramen-
te definida y aceptada. Cristo reina de tal manera en la vida del
cristiano que ya no tiene ningún conflicto con la ley de Dios.
«¡Cuánto amo yo tu ley! ¡Todo el día es ella mi
meditación!» (Sal. 119: 97).
«La ley de Jehová es perfecta: convierte el alma;
el testimonio de Jehová fiel: hace sabio al senci-
llo. Los mandamientos de Jehová rectos: alegran
el corazón; el precepto de Jehová es puro: alum-
bra los ojos. El temor de Jehová es limpio: perma-
nece para siempre; los juicios de Jehová son ver-
dad: todos justos. Deseables son más que el oro,
más que mucho oro afinado, y dulces más que
miel, la que destila del panal. Tu siervo es además
206 SALVACIÓN SIN LIMITES

amonestado con ellos; en guardarlos hay gran re-


compensa» (Sal. 19: 7-11).
La obediencia conserva nuestra paz con Dios. Cuanto más
testifican nuestras vidas de la obediencia de fe que obra por el
amor, más aliento y seguridad tendremos. Cuanto más desobe-
decemos a Dios, mayor condenación traerá a nuestra vida.
«Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay
para ellos tropiezo» (Sal. 119: 165).
«Amados, si nuestro corazón no nos reprende,
confianza tenemos en Dios; y cualquier cosa que
pidamos la recibiremos de él, porque guardamos
sus mandamientos y hacemos las cosas que son
agradables delante de él» (1 Juan 3: 21, 22).

La inmutable ley de Dios


A medida que uno estudia la historia de la humanidad, es
fácil concluir que Satanás ha conspirado con el ser humano pe-
caminoso contra la ley de Dios. Consecuentemente, la norma mo-
ral y las exigencias de la ley de Dios han sido grandemente oscu-
recidas. Daniel habló del tiempo en que un poder religioso que
intentaría pervertir la ley, y al hacerlo iba a oponerse contra Dios
mismo.
«Hablará palabras contra el Altísimo, y a los san-
tos del Altísimo quebrantará, y pensará en cam-
biar los tiempos y la ley» (Dan. 7: 25).
Uno de los rasgos más pronunciados del mundo actual es el
alejamiento de la ley de Dios. La gente interpreta la transgresión
en términos más suaves de lo que la interpreta la Palabra de Dios.
Esta actitud humana equivale a un alejamiento y hasta una indul-
gencia respecto a las exigencias de la ley en favor de un muy tole-
rante Dios de amor. Incluso, en muchas iglesias se pide que se ac-
túe con amplitud de criterios cuando se considere cualquier abso-
luto moral. Hay una ausencia de convicciones positivas en asun-
tos morales. Todo esto lleva a la gente a no aceptar más la obli-
gatoriedad de la ley de Dios. Los hombres proponen sus propias
leyes como normas, en lugar de la ley de Dios.
La obediencia de fe 207

Además, muchos creen y proclaman que un mandamiento es


diferente de todos los demás: que el mandamiento de guardar el
sábado puede ser cambiado para guardar el domingo, el primer
día de la semana. Si eso pudiera hacerse, los Diez Mandamientos
ya no serían la inmutable norma de Dios para la humanidad. La
pregunta que sigue en este caso es la siguiente: ¿Han cumplido lo
que Dios ordenó, quienes santifican el domingo como día de re-
poso? Si la libertad en Cristo significa que, a fin de acomodarse a
su situación y aliviar su incomodidad, pueden modificar, enmen-
dar, añadir o cambiar la ley de Dios, ¿cómo interpretaremos la
declaración de Cristo mismo: «Porque de cierto de cierto os digo
que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pa-
sará de la ley, hasta que todo se haya cumplido» (Mat. 5: 18)?
Si el requerimiento exacto del cuarto mandamiento o de cual-
quier otro de los mandamientos puede ser cambiado por el hom-
bre, ¿no ha usurpado el lugar de Dios? ¿No ha negado la natu-
raleza eterna de la ley de Dios proclamada por Cristo? ¿No se ha
convertido el hombre en señor del sábado en lugar de Cristo? Je-
sús dijo: «Por tanto, el Hijo del hombre es Señor aun del sábado»
(Mar. 2: 28). ¿Cómo podría alguien violar uno de los Diez Manda-
mientos sin violar y negar toda la ley? (ver Sant. 2: 10).
Adán y Eva lo intentaron y trajeron el pecado y la muerte a
toda la raza humana. El rey Saúl también lo intentó. Cuando Dios
lo envió a destruir a Amalee, el enemigo mortal de Israel, el man-
dato fue claro e inflexible:
«Yo castigaré lo que Amalee hizo a Israel cortán-
dole el camino cuando subía de Egipto. Ve, pues,
hiere a Amalee, destruye todo lo que tiene, y no te
apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños,
aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos»
(1 Sam. 15: 2, 3).
¿Qué hizo Saúl?
«Y Saúl derrotó a los amalecitas [... ]. Capturó vivo
a Agag, rey de Amalee, y todo el pueblo lo mató a
filo de espada. Pero Saúl y el pueblo perdonaron
a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado
208 SALVACIÓN SIN LIMITES

mayor, de los animales engordados, de los came-


ros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir;
mas todo lo que era vil y despreciable. Vino lue-
go palabra de Jehová a Samuel, "Me pesa haber
puesto por rey a Saúl, porque se ha apartado de mí
y no ha cumplido mis palabras" »(1 Sam. 15: 7-11 ).
¿Obedeció Saúl parte del mandato concreto de Dios, o senci-
llamente lo violó por completo? Los seres humanos siempre se
han equivocado suponiendo que la ley de Dios puede ser en cier-
tos aspectos cambiada o modificada. Únicamente cuando se acep-
tan los mandamientos de Dios como lo hizo Cristo, como invio-
lables en todas sus partes, se considera su violación como un peca-
do contra Dios. En toda la Escritura Dios ha dado su ley al hom-
bre y le ha pedido obediencia completa, nunca sucede lo contrario,
incluso en los así llamados detalles menores.
Muchas religiones, iglesias y confesiones no estarán de acuerdo
con esto. La exigencia de las Escrituras de que hemos de obedecer
la ley de Dios en todas sus partes resulta inaceptable para quienes
insisten en acomodar los mandamientos para que se adapten a sus
gustos. Como la ley de Dios señala el pecado y considera cada in-
fracción como transgresión, quienes desean seguir sus propios ca-
minos encuentran intolerable la ley de Dios.
La única elección que les queda es rechazar la obediencia a
los mandamientos o establecer un sistema de interpretación aco-
modado a su propia pecaminosidad. Cuando esto ocurre se ma-
nifiesta una seria pérdida de respeto a los mandamientos de Dios.
Una vez que esta actitud se vuelve consuetudinaria, lo que sigue
es el deterioro moral de los individuos y de las naciones. Esto es
lo que vemos en nuestra sociedad y en nuestro mundo actual. No
se observa estabilidad moral de ningún tipo. ¿Cuán pequeño es el
grupo de aquellos que profesan ser cristianos y que son inflexibles
abogados de la verdad de Dios, defensores de la ley y de la Biblia
como la Palabra de Dios? ¡Son pocos los que están comprometidos
con el esfuerzo para mantener los diques morales y detener la ma-
rea de pecado que está inundando al mundo!
El ser humano pecador supone con mucha facilidad que es sufi-
ciente creer el evangelio, pero se exime a sí mismo de las exigencias
La obediencia de fe 209

de la ley de Dios. Este es un peligroso error, porque el juicio perverti-


do del pecador participa de la transgresión de algo que considera co-
mo carente de importancia. Los requerimientos de la obediencia de-
ben ser perpetuos, no importa nuestra incapacidad para hacer lo que
la ley requiere. Jamás escaparemos a las demandas de la ley de Dios.
¿Nos atreveremos a pensar, aWlque sea por un momento, que la
voluntad de Dios nos permite transgredir cualquiera de sus man-
damientos? ¿De veras podemos creer en un Dios que permite que
el mal moral permanezca en cualquier forma? Si somos realmen-
te sinceros con nosotros mismos, y aceptamos toda la verdad de
la Biblia, creeremos que al someter nuestras vidas a Dios hemos
de obedecerlo y guardar sus mandamientos. Es lo que el evangelio
tenía en mente al salvamos del pecado. En todas y cada una de sus
partes el evangelio honra la ley.
El clamor de «legalismo» manifestado cada vez que un cris-
tiano procura observar estrictamente toda la ley ya no tiene valor
en ningún sentido. El problema de las gentes de hoy no radica
en que las encuentren luchando con denuedo para obedecer la
ley de Dios, sino en su deseo y determinación de ser libres de las
exigencias de la ley. Siempre ha habido quienes han deseado con-
vertirse en seres justos mediante sus propias buenas obras, espe-
rando con ello ganar el favor de Dios; pues tienen dificultades pa-
ra aceptar la salvación únicamente mediante la fe.
Los escribas y fariseos del tiempo de Cristo pervirtieron la fun-
ción propia de la ley y la doctrina de la salvación por la gracia.
Enseñaron que observar los mandamientos era el requisito previo
para llegar a ser hijos de Dios y no el resultado de ello. Estaban
motivados por la ley y no por del don gratuito de salvación que
Dios ofrece basándolo únicamente en la fe. De este modo se con-
virtieron en su propio ideal, por su propio esfuerzo y con una falsa
seguridad fundamentada en la justicia propia. Cristo repudió el
legalismo de los judíos; y lo mismo hizo Pablo y los demás autores
del Nuevo Testamento. Por supuesto, la Biblia se opone al uso
erróneo de la ley.
Ha sido trágico que muchos teólogos, intérpretes bíblicos, di-
rigentes de iglesias, y la iglesia cristiana durante la mayor parte de
su historia, hayan interpretado la oposición del Nuevo Testa-
mento al uso erróneo de la fWlción de la ley, como oposición a la
210 SALVACIÓN SIN LÍMITES

ley misma y al contenido moral de la ley. La consecuencia trági-


ca es que muchos profesos cristianos han sido llevados a creer
que la estricta obediencia a todos los mandamientos ya no es
obligatoria. Pero el contenido moral de la ley es eterno. El carác-
ter moral y espiritual de los Diez Mandamientos es inmutable.
Los valores de la perfecta bondad, perfecta pureza, perfecta hon-
radez, perfecto amor, y perfecta adoración del único y verdade-
ro Dios, son requerimientos universales de la ley, y se aplican a
todas las criaturas de Dios en todo el universo, incluyendo a los
ángeles.
«Cristo no es el fin de la ley[ ... ]. Él es la persona
que se propuso cumplir, y cumplió la ley. Cristo,
lejos de terminar con la ley, la situó en su debida
perspectiva (Rom. 3: 31). Y la función del Espíri-
tu dentro de nosotros es capacitamos para obede-
cer las genuinas demandas de la ley (Rom. 8: 4).
Lo que la ley es, lo que la ley revela, lo que ley de-
manda no es solo imposible de negar, desde el
punto de vista de Cristo; sino que el hombre de-
be inclinarse ante ella con total acatamiento, como
la revelación de Dios mismo.
»El contenido de la ley exige un asentimiento in-
condicional. Pero la función de la ley es otro asun-
to. Aquí las cosas se vuelven más complejas. Exis-
te una importante distinción dentro de las fun-
ciones de la ley. Podemos hablar de su legítima
función, por una parte, y de una función ilegítima
y distorsionada, por otra parte. Podemos hablar de
la función que Dios se proponía que tuviera y las
funciones que la gente [... ] le ha atribuido» (Lewis
B. Smedes, All Things Made New, pp. 96, 97).
El propósito de la ley es mostrarnos nuestros pecados. El pro-
pósito del evangelio es quitarnos nuestros pecados. No hemos
de aplicar la ley donde va el evangelio. La ley de Dios no falla, ni
tampoco deja de lado las exigencias de la obediencia. Aunque
aceptamos que nadie puede obedecer la ley moral si no está en
Cristo, la ley de Dios es espiritual, atañe a personas espirituales.
La obediencia de fe 211

El cristiano no debiera tener dificultad para rendir honor a la ley


por su obediencia a ella. No hay conflicto entre la ley y el evan-
gelio, sino entre ellegalismo y el evangelio.
La adhesión estricta a la ley de Dios no es legalismo. El hecho
de que alguien insista en obedecer los Diez Mandamientos no lo
hace legalista. Solo cuando alguien obedece la ley con el propó-
sito de ganar aceptación y mérito delante de Dios se considera que
es legalista. Jesucristo se opone allegalismo, sin embargo no es
antinomianista.
La obediencia compulsiva es inaceptable para Dios. El hacer
lo correcto por motivos equivocados no es lo mismo que la jus-
ticia salvadora. La justicia de los judíos consistía en una extema-
lización de ley; pues para ellos la conformidad externa era el cum-
plimiento de la ley. Cristo rechazó esto.
«Porque les digo a ustedes, que no van a entrar
en el reino de los cielos a menos que su justicia
supere a la de los fariseos y de los maestros de la
ley» (Mat. 5: 20, NVI).
Jesús fue tan cuidadoso con las jotas y las tildes de la ley como
debía ser. Pero fue mucho más allá de ellos al poseer un corazón
y una mente en armonía con la ley. Cristo mostró en su vida que
la verdadera obediencia es necesaria. La ley de Dios fue vindi-
cada eternamente en la vida de Cristo.
«De manera que cualquiera que quebrante uno
de estos mandamientos muy pequeños y así en-
señe a los hombres, muy pequeño será llamado
en el reino de los cielos; pero cualquiera que los
cumpla y los enseñe, este será llamado grande
en el reino de los cielos» (Mat. 5: 19).
De acuerdo con esto, la posición que cada uno alcanzará en el
reino de los cielos vendrá determinada por su obediencia a la ley y
por la forma como la enseñó. No debía haber ningún mal entendi-
do al respecto. Cristo no vino a liberar a sus seguidores de la obli-
gación de obedecer la ley, sino a concederles un poder sobrenatural
con el fin de obedecerla por medio de su propia presencia y por
la presencia del Espíritu Santo en sus corazones. La transgresión
212 SALVACIÓN SIN LíMITES

de la ley de Dios no se aprueba en ningún lugar de la Biblia, y se


excluye bajo el evangelio. Sus requerimientos son eternos. No de-
beríamos permitirnos el lujo de diferir con Cristo, procurando
cambiar o desobedecer cualquier parte de su ley. Hacerlo es ale-
jarse de él.
La ley y el evangelio son complementarios. Cualquier ense-
ñanza que debilite la autoridad de la ley de Dios ensombrece la
pecaminosidad del hombre y disminuye la necesidad de la obra
salvadora de Cristo. «Ya que el aguijón de la muerte es el peca-
do, y el poder del pecado, la ley» (1 Cor. 15: 56). «Porque por me-
dio de la ley es el conocimiento del pecado» (Rom. 3: 20). «Sino
que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte
por lo que es bueno». «De manera que la ley a la verdad es santa,
y el mandamiento santo, justo y bueno» (Rom. 7: 42).
La ley no puede restaurar a nadie a la justicia y a la obediencia,
pero el evangelio y el Espíritu Santo sí pueden. El evangelio cons-
tituye un conjunto de buenas nuevas porque le proporciona al cris-
tiano el poder para ser salvo del pecado y hacer lo que de otra ma-
nera, no podría: obedecer los mandamientos de Dios. El evangelio
manifiesta la plenitud de su poder y gloria cuando pone en alto
fielmente los requerimientos de la ley. La fuerza obligatoria de la
ley, lejos de ser debilitada por la obra redentora de Cristo es, por
virtud de esa obra, afirmada para todos los seres humanos. Sen-
cillamente, ¿qué haría el evangelio por la raza humana si dejara
a los hombres en sus pecados y en sus transgresiones de la ley? «Por
la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Rom.
5: 19). «¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en pecado para que
la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muer-
to al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?» (Rom. 6: 1, 2).
Somos salvos por gracia, por medio de la fe. Esta es la raíz de
toda obediencia. La obediencia no es nada sin la fe; aunque tam-
poco la fe es algo sin la obediencia. La fe que no obra por el amor
a fin de hacer que el hombre vuelva a la armonía con Dios, no es
fe. La salvación por gracia nunca apoya la transgresión de la ley.
Pero si la ley de Dios puede ser cambiada o abrogada, como a
algunos les gustaría creer, entonces el pecado ya no es tan serio.
Y si la ley pudiera ser cambiada, entonces no habría sido necesa-
rio que Cristo muriera por el pecado. La ley y el evangelio siem-
La obediencia de fe 213

prevan unidos. La inmutable obligación de la ley de Dios es esen-


cial, si se quiere comprender la naturaleza del pecado. Cristo mu-
rió por nuestros pecados porque no había manera de disminuir la
penalidad del pecado, disminuyendo asimismo la violación que el
hombre ha hecho de la ley de Dios sin que disminuya a la vez la
urgencia del evangelio.
El cambio de la ley de Dios no puede ayudar a nadie, porque
abolirla sería simplemente lo mismo que aprobar el pecado.
«Porque cualquiera que guarde toda la ley, pero
ofenda en un punto, se hace culpable de todos,
pues el que dijo: "No cometerás adulterio", tam-
bién ha dicho: "No matarás". Ahora bien, si no
cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho
transgresor de la ley. Así hablad y así haced, co-
mo los que habéis de ser juzgados por la ley de
la libertad» (Sant. 2: 10-12).
El cristiano debe decidir cómo quiere vivir: en armonía y en
obediencia a la voluntad de Dios, o en desacuerdo con Dios.
«Luego, ¿por la fe invalidamos la ley? ¡De ninguna
manera! Más bien, confirmamos la ley» (Rom. 3: 31).
No es algo insignificante que al ser salvos únicamente por la
gracia de Cristo, los seres humanos encuentren que la salvación
es liberación del pecado para que se cumpla la justicia de la ley,
de la desobediencia a la obediencia. Nadie es salvado mediante
grandes sacrificios o a causa de la obediencia. Al mismo tiempo,
una fe viviente no es un paréntesis dentro de una vida de peca-
do; no conduce a un retroceso moral. La seguridad del perdón
de Dios nunca puede darse sin el correspondiente cambio moral.
Los hijos de Dios deben sembrar para sí mismos en justicia, no
en injusticia.
Dios no es solo nuestro Padre celestial, sino también nuestro Le-
gislador. Porque también es nuestro Creador, como lo es también
de todo lo que existe en el mundo y en el universo. Esto se dedu-
ce claramente al contemplar el orden del universo y la absoluta
autoridad y coherencia de la ley natural en todo el mundo físico.
Dios nunca varía estas leyes naturales. Si Dios no fuera confiable,
214 SALVACIÓN SIN LÍMITES

si fuera mudable, incoherente en su apoyo de estas leyes, preva-


lecería el caos más completo en el universo. La ciencia confirma
la absoluta confiabilidad de las leyes por las cuales Dios gobierna
nuestro mundo y nuestro universo. «Los cielos cuentan la gloria
de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Sal. 19: 1).
Agradecernos a Dios por su coherencia y fiabilidad. Nos rego-
cijarnos en ello. No podríamos vivir de ninguna otra forma.
Tornando en cuenta que Dios gobierna nuestro mundo físico
por medio de leyes, ¿no será igualmente importante que Dios
insista en la vigencia de la ley moral en el reino racional de los se-
res libres? Dios nos creó para que vivamos en armonía con él mis-
mo y con todos los demás seres del universo. El hombre fue crea-
do a la imagen de Dios, dotado con esa misma naturaleza por él
mismo. Dios no sería Dios si no hubiera dado a los seres humanos
en la creación una norma moral de acuerdo con su propio carácter,
inteligentemente comprendida y moral y espiritualmente aproba-
da y obedecida por todas sus criaturas. Tenemos toda la razón pa-
ra regocijamos porque nuestro Padre celestial requiere que sus hi-
jos vivan mediante la vida que existe en sí mismo, en obediencia
al código moral que es él mismo. Jesucristo vivió su vida en la tie-
rra en absoluta obediencia a la voluntad de su Padre, la misma vi-
da que Dios quiere que nosotros vivamos.
Si fuera posible que los seres humanos viajaran a las partes más
alejadas del universo, a los planetas y las estrellas, en todas partes
serían confrontados con la inalterable declaración de las leyes de
Dios concernientes a lo que es bueno y lo que es malo. Las leyes
de Dios, tanto respecto a la naturaleza como a todos los seres
creados, los engloba como la misma atmósfera que los rodea.
Muy pronto los cielos que circundan nuestro mundo, y la tie-
rra misma, dejarán de existir con grande estruendo, en ocasión de
la segunda venida de Cristo. Todo lo que es pecaminoso y que se
halle involucrado en la transgresión de la ley de Dios será erra-
dicado para siempre. Pero jamás cambiarán las leyes concernientes
a la misma naturaleza de Dios. En la actualidad la iglesia rema-
nente invita a los hombres y mujeres en todas partes a honrar tanto
a la ley como al evangelio eterno. La fidelidad a las leyes mora-
les y a la voluntad de Dios es la estrella polar en medio de la de-
generación moral de nuestro tiempo.
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La obediencia de fe 215

La obediencia de amor
«En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy
en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.
El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese
es el que me ama; y el que me ama será amado
por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a
él» Guan 14: 20, 21).
«Como el Padre me ha amado, así también yo os
he amado; permaneced en mi amor. Si guardáis
mis mandamientos, permaneceréis en mi amor;
así como yo he guardado los mandamientos de mi
Padre y permanezco en su amor» Guan 15: 9, 10).
En este pasaje Cristo promete a sus discípulos el Espíritu San-
to con su amor dinámico. «El fruto del Espíritu es amor» (Gál. 5: 22).
Este amor por Cristo no es emoción sentimental. Se expresa me-
diante la obediencia a sus mandamientos por un tipo de morali-
dad que verdaderamente sabe cómo obedecer con una «fe que
obra por el amor» (Gál. 5: 6). La obediencia por amor es la prue-
ba de nuestra lealtad total a Cristo. «Si me amáis, guardad mis
mandamientos» Guan 14: 15). El amor a Cristo se expresa en tér-
minos morales. La obediencia es la prueba del discipulado. «Vo-
sotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» Guan 15: 14).
Nunca antes han hablado los hombres tanto del amor y sin em-
bargo, dicha palabra significa muy poco o es en extremo mal com-
prendida. Uno de los grandes engaños de la religión moderna es
la poca disposición de los seres humanos a comprender y aceptar
el amor de Dios en los términos establecidos por Jesucristo. La tra-
gedia de nuestro tiempo es la degradación de la vida y del amor
porque los seres humanos no relacionan el amor con la ley de Dios.
Ciertamente, el mundo necesita el amor de Dios, pero debe ser un
amor en el que podamos confiar: racional, limpio, honrado, basado
en valores eternos, y procedente del Espíritu de Dios.
De los textos citados anteriormente aprendernos que el amor
cristiano se desenvuelve dentro del círculo de la voluntad y la ley de
Dios, nunca fuera de ellas. La libertad cristiana es libertad para obe-
decer los mandamientos, no libertad para desobedecerlos; es el tipo
216 SALVACIÓN SIN LíMITES

de libertad que solo anhela experimentar únicamente los senti-


mientos de amor y el derecho para expresarlos de cualquier forma
que agrade a la gente, sin restricción y dominio propio, es una fal-
sedad. Nosotros necesitamos la ley de Dios para que juzgue aque-
llo que no es cristiano en nuestra vida, para juzgar nuestros pecados
por lo que son. Nosotros no queremos ser engañados. Queremos a
un Dios justo en quien podamos confiar, no a alguien que está en el
piso de arriba y que nos va a dejar hacer lo que se nos ocurra.
En nuestro tiempo ha surgido un tipo de cristiano que no reco-
noce su obligación hacia los mandamientos. Existe una permisivi-
dad moral que está siendo aprobada por una gran parte del cristia-
nismo moderno. La ley de Dios está siendo silenciada en todo el
mundo. La gente está siendo alimentada con un tipo de religión o
evangelio que tiene poco, o nada, que ver con la obediencia cristia-
na. Hoy por hoy tenemos una religión sin conciencia que carece de
dinamismo moral, creencias que no influyen en el comportamiento
y la conducta; estamos siendo testigos del amor sin responsabilidad.
Clamamos con facilidad a Jesucristo sin verdadera dedicación, en
medio de un clima de compromiso entre el pecado y las normas
morales. En muchos aspectos nuestra religión es tan solo nominal.
Es de importancia suprema que seamos leales tanto a la ley co-
mo al evangelio y que recordemos claramente el antagonismo ab-
soluto y eterno entre Dios y la transgresión de su ley. «El temor de
Jehová es aborrecer el mal» (Prov. 8: 13). La transgresión de la ley
de Dios nunca contribuye a la realización integral de nadie; más
bien, finalmente lo destruye.
Pero la ley de Dios carece del poder para motivar al hombre a
la obediencia.
«Lo que era imposible para la ley, por cuanto era
débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en se-
mejanza de carne de pecado, y a causa del peca-
do, condenó al pecado en la carne; para que la
justicia de la ley se cumpliera en nosotros, que no
andamos conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu» (Rom. 8: 3, 4).
Nadie puede obedecer la ley por sí mismo. La ley es el amo del
hombre. Corno dice Pablo, el pecador inconverso está «bajo la
La obediencia de fe 217

ley», o bajo su dominio. Está atado por la ley. La presión de la ley


no cambia al ser humano.
«Sabemos que la ley es espiritual; pero yo soy
camal, vendido al pecado. Lo que hago, no lo en-
tiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que de-
testo, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago,
apruebo que la ley es buena. De manera que ya
no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que
está en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne,
no habita el bien, porque el querer el bien está en
mí, pero no el hacerlo» (Rom. 7: 14-18).
Es evidente que ningún ser humano puede cumplir los reque-
rimientos de Dios por sí mismo. La ley puede indicamos el ideal
moral de Dios, pero no nos muestra la forma de alcanzarlo.
La ley de Dios reclama una perfecta obediencia y cumplimien-
to de todo corazón. La ley de Dios no solo ejerce dominio sobre
las acciones externas, sino sobre los mismos propósitos y deseos
del corazón. La ley de Dios condena el círculo completo de las ac-
ciones y motivos erróneos. No solo prohíbe matar, sino también
odiar; no solo el acto de adulterio, sino también la concupiscen-
cia. En ella no solo se prohiben los actos externos de desobedien-
cia, sino todo intento y motivo erróneo. Lejos de dar a sus segui-
dores una ley nueva o cambiada, Cristo insistió en una obediencia
interna, así como también en una obediencia externa de los Diez
Mandamientos (ver Mateo 5: 21, 22, 27, 28).
La ley de Dios puede presionar a los seres humanos para que
se conformen, exteriormente, pero no puede producir una verda-
dera obediencia. En una familia los reglamentos requieren obe-
diencia externa, pero no puede hacer que los niños amen a sus pa-
dres. La ley puede hacer que alguien se comporte socialmente, de
tal modo que se abstenga de robar, pero no puede hacer que su co-
razón sea honesto. Puede evitar que la gente se mate entre sí, pero
no que deje de odiarse mutuamente. Puede requerirle a un hom-
bre que tenga una sola esposa, pero no puede hacer que el esposo
sea amante con su esposa. Puede exigirle a un ciudadano que obe-
dezca la ley del país, pero no puede obligarlo a que lo haga con go-
zo y alegría.
218 SALVACIÓN SIN LIMITES

En resumen, la ley no puede cambiar el corazón humano pa-


ra que sus actos fluyan de los más elevados y mejores motivos. La
ley no puede producir en nadie lo que solo puede producirse
cuando el corazón humano se halla en armonía con Dios. Por eso
que no podemos resolver el problema del pecado cambiando la
ley o deshaciéndonos de ella. La motivación va más allá del poder
de la ley. La ley no puede producir amor. Pero Cristo sí puede.
«El amor es el cumplimiento de la ley» (Rom. 13: 10).
De ahí que el evangelio ofrezca cambiar el corazón y la mente
para hacer de la conducta total de cada ser humano una expresión
de lo que él es en realidad. El cristiano en cuyo corazón mora el
Espíritu posee una mente renovada en el amor de Dios y el amor
a la justicia. Ahora tenemos el inmenso privilegio de vivir como
hijos de Dios. Nuestro corazón y nuestra vida pertenecen a Dios.
Todos los beneficios de la salvación en Cristo constituyen el moti-
vo más poderoso para guardar los mandamientos.
«Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de
Israel después de aquellos días -dice el Señor-:
Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su
corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y
ellos me serán a mí por pueblo» (Heb. 8: 10).
Debemos seguir todo aquello que es genuino en nuestro cora-
zón. Cuando el Espíritu escribe la ley en nuestro corazón, el co-
razón deseará esa ley y se deleitará en ella. Esto significa que la
parte más íntima del ser humano es cambiada y expresada en tér-
minos de armonía con la ley y obediencia a ella. Cuando Pablo dice
que Dios envió a su Hijo al mundo para condenar el pecado y
hacemos andar según el Espíritu (ver Rom. 8: 3), quiere decir que
el poder del Espíritu ha entrado ahora en nuestra vida para quepo-
damos vivir de acuerdo con la justicia que la ley requiere. El Espí-
ritu Santo une en nuestras vidas a la ley y al evangelio.
El amor no está motivado o limitado por la ley. El amor nunca
pone límites a nuestra obediencia y a nuestra consagración con
la idea de que ya hemos hecho demasiado. El amor es el disfrute
de Dios y del hombre. El amor nacido del Espíritu Santo es la cua-
lidad espiritual suprema así como una experiencia que podemos
vivir. El amor define la naturaleza y la cualidad de nuestra res-
La obediencia de fe 219

puesta y nuestra interacción con Dios y con el prójimo. Ahora de-


cimos: «Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios»
(Rom. 7: 22). Nos regocijamos porque la justicia de la ley forma
parte de nuestra vida. Ahora nos atrae todo lo relacionado con la
ley de Dios. Caminamos en novedad de vida. Desarrollamos una
nueva dinámica espiritual: «El amor de Cristo nos constriñe».
A ningún otro tema se le dedica mayor énfasis en la Escritura
que a los atributos del amor y la justicia. Decir que Dios es amor
no es contradecir su revelación divina en los Diez Mandamien-
tos. Tanto en el Sinaí como en la cruz, Dios se nos manifiesta en
perfecto amor y perfecta justicia. Ahí observamos perfectamen-
te el tipo de amor que Dios tiene por nosotros, la clase de amor
y justicia de la tierra hecha nueva. Dios nos otorga comprensión y
confianza en los hechos históricos de estas revelaciones divinas.
¿Qué podría la mente humana haber inventado, ¿el Decálogo o la
expiación divina del pecado en la cruz? La confianza en la revela-
ción divina y la obediencia a la ley y el evangelio, han mantenido
a la raza humana viva hasta ahora, y ennoblecido y santificado a
sus seguidores de todas las épocas.
Necesitamos dedicamos al amor de Dios y al de su Hijo Jesu-
cristo, que nos libertó de todo lo pecaminoso. Manifestemos una
amplia aceptación a su incomparable amor y a su santa ley en
nuestra vida. El poder del Espíritu Santo en nosotros es suficiente
para cambiamos a su imagen para guardar sus mandamientos,
y conocer a aquel cuyo conocimiento es vida eterna.
Una .fe,. ~

una mision
«Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como fuisteis también
llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;
un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y
Padre de todos, el cual está sobre todos y por todos y en todos»
(EFE. 4: 4-6).

A MISIÓN CRISTIANA es la misión de Jesucristo. Se iden-

L tifica con el propósito supremo de nuestro Señor al ve-


nir al mundo. La misión de Cristo fue única, no se pue-
de comparar con nada que se haya visto o manifestado
en el mundo antes o desde entonces. Involucró a todos los miem-
bros de la Deidad para redimir a los pecadores. El honor de Dios
se hallaba en entredicho en todo el universo. La erradicación final
del pecado y el reino de justicia dependía de la vida y la obra de
Jesucristo.
«Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a sal-
var lo que se había perdido» (Luc. 19: 10).
«Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo
el que cree en mí no permanezca en tinieblas. Al
que oye mis palabras y no las guarda, yo no lo
juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo,
sino a salvar al mundo» (Juan 12: 46, 47).
222 5ALVAOÓN SIN LIMITES

El objeto del amor redentor de Dios es el mundo (ver Juan 3:


16). El mundo entero está arruinado y perdido por el pecado y la
muerte. Este problema no lo ha resuelto ninguna de las épocas de
oro de la grandeza humana. El poder salvador del evangelio tras-
ciende todos los esfuerzos y todas las organizaciones humanas.
Cristo es la dinámica salvadora suprema de Dios. El evangelio no
debe interpretarse como una mejora social, por muy importantes
que las mismas les parezcan a los seres humanos. La acción supre-
ma de Dios en y a través de su Hijo, Jesucristo, no nos permite
cambiar el énfasis del evangelio hacia el mejoramiento del hombre.
«Pero Dios demuestra su amor hacia nosotros en
que siendo aun pecadores, Cristo murió por noso-
tros. Así, siendo que hemos sido justificados por
su sangre, con más razón ahora, seremos salvos
de la ira. Si cuando éramos enemigos, fuimos re-
conciliados con Dios por la muerte de su Hijo;
mucho más, estando ya reconciliados, seremos
salvos por su vida. Y no solo esto, sino que tam-
bién nos alegramos en Dios por el Señor nuestro
Jesucristo, por medio de quien hemos recibido
ahora la reconciliación» (Rom. 5: 8-11).
El tema central del cristianismo es la redención de cada ser hu-
mano a través de la justicia de Cristo y de su muerte expiatoria,
apropiada y recibida por la fe. La verdad más perturbadora y per-
sistente con respecto a la naturaleza humana es que todos nos ha-
llamos irremediablemente desamparados y perdidos como peca-
dores condenados ante de Dios, a menos que algún mensaje y al-
gún poder fuera de nosotros mismos acudan en nuestro rescate.
La misión asignada
Cristo le ha encomendado a su iglesia proclamar mensaje que
puede ganar a los hombres para él, para que lo reconozcan como
el Salvador y Señor del mundo. Después de su resurrección y
antes de ascender les dio a sus discípulos la comisión de llevar
el evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo.
«Jesús se acercó a ellos y les habló diciendo: "Toda
autoridad me es dada en el cielo y en la tierra. Por
Una fe, una misión 223

tanto, id y haced discípulos a todas las naciones,


bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles a obedecer
todo lo que os he mandado. Y yo estoy con vo-
sotros todos los días, hasta el fin del mundo"»
(Mat. 28: 18-20).
Los discípulos entendieron con toda claridad su misión de ir
al mundo. Eran los instrumentos escogidos para llevar el mensa-
je de redención a toda la humanidad a ganar el mundo para
Cristo. El Espíritu Santo se derramó sobre ellos con el propósito
de dotarlos de poder para llevar el evangelio a todo el mundo.
Ninguna otra cosa debía reclamar su atención. Con esto en men-
te Cristo proclamó que sus seguidores eran «la sal de la tierra» y
«la luz del mundo» (Mat. 5: 13, 14). Una vasta cosecha de cre-
yentes redimidos sería el resultado, estableciendo así el reino de
Dios.
De este modo, todos los cristianos comparten la obligación y
el poder de la misión de Cristo. La iglesia es un cuerpo viviente
a través del cual Cristo vive y obra. Ningún otro cuerpo organi-
zado puede reclamar este privilegio. Cualquier interpretación de
la fe cristiana que encuentra en el mejoramiento social, civil y na-
cional el cumplimiento del propósito de Dios, le hace una gran
injusticia al evangelio y deja al ser humano en una condición per-
dida. La salvación y la recuperación de la humanidad están indi-
solublemente ligadas al evangelio. Dios no convierte los mejores
esfuerzos humanos en instrumentos de su gracia y amor hacia la
humanidad. La comisión evangélica está centrada en Cristo, no
en el hombre. Enrolar a la gente en algún tipo de obra social no es
necesariamente reclutarlos para Jesucristo. Es posible hacer una
obra social y cívica de éxito y todavía dejar a los seres humanos
distanciados de Dios.
¿Cuál es, entonces, la relación de la comisión evangélica con
el problema de la sociedad y de la humanidad? De todas las per-
sonas, los cristianos deberían demostrar la mayor compasión hacia
los demás, manifestada en obras de sacrificio altruista y servicio
social y de salud. Ningún cristiano puede permanecer indiferente
ante las injusticias a las que han sido sometidos los pueblos del
224 SALVACIÓN SIN LIMITES

mundo. El testimonio que da la iglesia del poder salvador del


evangelio no es incompatible con la eliminación de los males de
la sociedad. El evangelio es relevante para todas las situaciones
humanas. Cristo murió por el mundo. La iglesia no debe apar-
tarse de él. Pero la iglesia no puede quedar satisfecha con las so-
luciones temporales. Lo que es crucial es el poder sobrenatural
para cambiar a los individuos. La iglesia tiene que reconocer sus
prioridades.
«No os angustiéis, pues, diciendo: "¿Qué come-
remos, o qué beberemos, qué vestiremos?" Porque
los gentiles se angustian por todas estas cosas,
que vuestro Padre celestial sabe que tenéis nece-
sidad de todas ellas. Buscad primeramente el rei-
no de Dios y su justicia, y todas estas cosas os
serán añadidas» (Mat. 6: 31-33).
El evangelio social tiene muchas posibilidades de atraer el fa-
vor popular. Promueve un alto grado de respetabilidad, posee in-
fluencia moral y social. Todo lo que hagamos con justicia y com-
pasión puede proporcionar evidentes beneficios a los demás seres
humanos. Aceptamos con gratitud todos los esfuerzos que hacen
los hombres para gobernar bien las naciones. Tenemos un profun-
do aprecio por la gente compasiva que se solidariza con los su-
frientes y los oprimidos, por aquellos que dedican sus vidas para
que los seres humanos puedan disfrutar de una mejor calidad de
vida en la tierra.
Pero la salvación social es un término carente de significado,
porque no hay salvación real a través de esos medios. El mejo-
ramiento humano en cualquier aspecto no es más que un asun-
to secundario en relación con el que verdaderamente cuenta. Pue-
de lograr el crecimiento social, pero no tiene la concepción adecua-
da de la gravedad del pecado, de la condición perdida del hombre,
y de lo que se necesita para salvarlo. El esfuerzo humano para esta-
blecer el milenio de paz y prosperidad no logra comprender y tra-
tar el problema básico del hombre: su pecado y su consecuente se-
paración de Dios.
Es peligroso suponer que la raíz del problema del ser huma-
no no radica en su naturaleza pecaminosa, sino en su ambiente
contaminado; que si se efectuara un cambio gracias a la aplica-
Una fe, una misión 225

ción de la creciente capacidad y sabiduría humanas, se estable-


cería un nuevo orden mundial. La influencia de este planteamien-
to sobre la obra de la iglesia es crucial. La inevitable tendencia de
cualquier teoría y práctica: social, política, o filosófica, que colo-
ca al hombre en el centro de su mundo puede terminar con el
rechazo de Cristo.
La creencia de que el ser humano pecaminoso puede triunfar
sobre su egoísmo y establecer un milenio de paz no tiene ningún
apoyo bíblico. Los mismos hechos y las condiciones y tendencias
del mundo desmienten a esta creencia. El espíritu del mal se está
convirtiendo en una potencia dominante en todo el mundo. Cristo
comparó a nuestros días con los días anteriores a la destrucción
del mundo por el diluvio.
«El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán[ ... ]. Como en los días de Noé, así será la
venida del Hijo del hombre, pues como en los días
antes del diluvio, estaban comiendo y bebiendo,
casándose y dando en casamiento, hasta el día en
que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que
vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también
la venida del Hijo del hombre» (Mat. 24: 35-39).
Nuestro Señor enfocó todos los asuntos terrenales, políticos y
sociales desde el punto de vista espiritual. No se dejó atrapar en
ellos, aunque era consciente de los mismos, pues a lo que había
venido era a traer y establecer el reino de Dios. La virtud funda-
mental del cristianismo es el amor de Dios por los pecadores.
Este principio está en el mismo fundamento de la acción divina
en favor del hombre. De ello depende el bienestar de la sociedad
y del individuo. Cristo pertenece a todos los tiempos. En medio
de un mundo que se dirige tambaleante hacia su ruina final, su
mensaje ofrece el único camino de redención y triunfo definitivo.
La iglesia no está interesada en la supremacía de ningún grupo o
clase, sino en la supremacía de Cristo. Procuramos entronizar a
Cristo en la tierra, y no al gobierno de los hombres. Mientras el
pecado y el egoísmo no sean desarraigados y Cristo situado en el
centro de la vida, no habrá forma alguna de mejorar a los hom-
bres y a las mujeres.
226 SALVACIÓN SIN LÍMITES

Es posible unirse a una organización para el mejoramiento de


las condiciones sociales de trabajo y de vida, y seguir estando fue-
ra de Cristo. Dentro de los grupos organizados para luchar por las
causas sociales y civiles hay un patente engaño relacionado con el
cambio que se está produciendo. Tales esfuerzos no pueden cam-
biar a ningún ser humano más de lo que «podrá cambiar el etío-
pe su piel y el leopardo sus manchas» Q"er. 13: 23). El evangelio so-
cial presenta una falsa perspectiva. La presión del grupo hace que
la gente se interese más en los ajustes sociales que en la justicia del
corazón, en la conformidad externa más que en un cambio inte-
rior; en el mejoramiento temporal más que en el bienestar eterno;
está preocupada con los beneficios de esta vida y olvidan el desti-
no eterno. Sus objetivos son buenos, pero afirman la autonomía
del hombre, que es consecuentemente seguida por la independen-
cia de Dios. Ningún cambio fundamental puede llevarse a cabo
hasta que el pecador vuelva a la casa de su Padre celestial.
Los problemas espirituales de los seres humanos son los más
importantes. El ser humano necesita, por encima de todo, ser recon-
ciliado con Dios. Condenar los hábiles y dedicados esfuerzos de la
humanidad para mejorar las condiciones del mundo sería erróneo.
Creemos en la sinceridad e interés de quienes anhelan un mundo
mejor. El asunto no es negar los valores temporales de estos es-
fuerzos, sino cuestionar el resultado: si dejan o no al hombre en
sus pecados. La Biblia declara que la civilización mundial no pue-
de ser salvada. Solo el individuo puede ser salvo.

«Sabemos que hasta el presente, todas las criatu-


ras gimen a una, y a una sufren dolores de parto.
Y no solo ellas, sino también nosotros, que tene-
mos la primicia del Espíritu, suspiramos dentro de
nosotros, esperando la adopción, la redención
de nuestro cuerpo» (Rom. 8: 22, 23).

«El Dios del cielo levantará un reino que nunca ja-


más será destruido, ni será entregado a otro pue-
blo. Desmenuzará y dará fin a todos aquellos rei-
nos, y él permanecerá para siempre» (Dan. 2: 44).
Una fe, una misión 227

La misión terminada
«En medio del cielo vi volar otro ángel que que
tenía el evangelio eterno para predicarlo a los habi-
tantes de la tierra, a toda nación y tribu, lengua y
pueblo. Decía a gran voz: "¡Temed a Dios y dadle
gloria, porque la hora de su juicio ha llegado!
Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar
y las fuentes de las aguas!"» (Apoc. 14: 6, 7).
El mensaje final del evangelio al mundo lleva a la iglesia re-
manente a un tremendo conflicto espiritual, pero no a enfrentar-
lo con dudas. El tiempo para el triunfo del evangelio eterno está
cerca. La iglesia de Dios anticipa y proclama el triunfal adveni-
miento del Hijo de Dios. Desde su trono sacerdotal en el Santua-
rio celestial Cristo administra la redención y el juicio y dirige los
asuntos y los movimientos de su iglesia hacia la consumación fi-
nal, a una victoria cierta y eterna.
Una vez más nuestro Sumo Sacerdote y Rey le hace frente al
príncipe de las tinieblas, llamado también el príncipe de este mun-
do, que tiene un reino y agentes a través de los cuales gobierna con
poder demoníaco a sus súbditos. La Escritura declara que el gran
enemigo de Cristo y de su iglesia está combinando sus fuerzas pa-
ra un asalto final contra la verdad y el pueblo de Dios.
«Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer
y se fue a hacer la guerra contra el resto de la
descendencia de ella, contra los que guardan los
mandamientos de Dios y tienen el testimonio de
Jesucristo» (Apoc. 12: 17).
En estos últimos días Dios no ha quedado sin testimonio. La
iglesia remanente de Dios presenta dos características: guarda los
mandamientos de Dios y tiene el testimonio de Jesucristo.
Un aspecto fundamental de la misión divina de la iglesia rema-
nente son las grandes verdades de la Palabra de Dios, incluidas las
siguientes: la naturaleza y el ser personal de Dios; la creación de
este mundo; la naturaleza del hombre, su caída y depravación; la
naturaleza de Cristo, el Dios hombre; la Biblia como la Palabra
de Dios; la naturaleza y la obra del Espíritu Santo; la justicia por
228 SALVACIÓN SIN LíMITES

fe solamente; la ley de Dios y la obediencia por fe; la mortalidad


del hombre; y el inminente retorno de Jesucristo.
La forma como la iglesia remanente contempla el futuro del
mundo en términos del retorno inminente de Cristo es de incal-
culable importancia, tomando en cuenta la manera en que los
miembros de la iglesia organizan sus vidas y la propia misión de
la iglesia. ¿Qué derecho tiene una iglesia de suponer que su misión
es proclamar el último mensaje de Dios al mundo? El momento de
comprometerse con toda la verdad de la Palabra de Dios ha llega-
do. En una época cuando proliferan los reavivamientos religio-
sos y abundan los encuentros con lo sobrenatural, ¿cómo pue-
den los creyentes saber qué es falso y qué es verdadero?
«Al pueblo de Dios se le indica que busque en
las Sagradas Escrituras su salvaguardia contra las
influencias de los falsos maestros y el poder se-
ductor de los espíritus tenebrosos. Satanás em-
plea cuantos medios puede para impedir que los
hombres conozcan la Biblia cuyo claro lenguaje
revela sus engaños. En ocasión de cada aviva-
miento de la obra de Dios, el príncipe del mal ac-
túa con mayor energía; en la actualidad está ha-
ciendo esfuerzos desesperados preparándose pa-
ra la lucha final contra Cristo y sus discípulos. El
último gran engaño se desplegará pronto ante no-
sotros [... ]. El contrahacimiento se asemejará tan-
to a la realidad, que será imposible distinguirlo
sin el auxilio de las Santas Escrituras. Ellas son las
que deben atestiguar en favor o en contra de to-
da declaración, de todo milagro [... ]. Solo los que
hayan fortalecido su espíritu con las verdades de
la Biblia podrán resistir en el último gran conflic-
to» (El conflicto de los siglos, p. 651).
Inducir a las gentes a invocar el nombre de Jesucristo sin obe-
decer la Palabra de Dios debe ser motivo de desconfianza. La con-
fusión es mayor para quienes poseen una fácil credulidad, caren-
te de un sólido contenido bíblico. La iglesia remanente invita a
los hombres y a las mujeres a transitar todo el camino en unión
con Cristo, y aceptar todo lo que Dios establece en su Palabra y a
Una fe, una misión 229

obedecerlo. El agente espiritual de los reavivamientos religiosos


no se encuentra en el uso del nombre de «Jesús», aparte de los re-
querimientos de la Palabra de Dios. Que el empleo del nombre
«Jesús» no haga a un lado los requerimientos de la Palabra de Dios.
En épocas recurrentes de la historia de la iglesia se han pro-
ducido reavivamientos religiosos, y todos implican una vuelta a
Jesucristo. La cuestión de creer en las Escrituras y comprometer-
se con la verdad de Dios es mucho más complicada en la actua-
lidad. Para muchos, ha llegado a cristalizarse en una simple res-
puesta: «Cree en Jesús». Por supuesto que no vamos criticar esta
respuesta como algo que se opone al evangelio de Cristo. El pri-
mer impulso es aprobar y aclamar todas las manifestaciones del Es-
píritu y las apelaciones a la persona de Jesús. No obstante se nos
recuerdan las palabras de precaución pronunciadas por Jesús en
Mateo 7: 21-23, contra aquellos que clamarán a Cristo sin haber si-
do obedientes a su Palabra. Cristo rechazará la profesión de disci-
pulado de quienes hacen esto y son descuidados respecto a la obe-
diencia y a la fe una vez dada a los santos.
Cuando consideramos los reavivamientos religiosos moder-
nos, cuyo único requisito es su pretensión de tener un encuentro
con el mundo espiritual, nos volvemos a la Palabra de Dios como
única prueba y salvaguarda verdaderas.
«Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad
si los espíritus son de Dios; porque muchos falsos
profetas han salido al mundo» Guan 4: 1).
La fe de la iglesia remanente está en la conducción y el con-
trol del Espíritu Santo mediante una comprensión inteligente de
la Palabra de Dios. Insistimos en que los cristianos deben ser en-
señados a meditar claramente en la Palabra y en su responsabi-
lidad ante ella antes de unirse a ninguna iglesia. Todos aquellos
que profesan seguir a Cristo deben ser instruidos en la verdad de
Dios revelada en la Escritura.
«Toda la Escritura es inspirada por Dios, y es útil
para enseñar, reprender, enmendar e instruir en
justicia, para que el hombre de Dios sea perfec-
to, enteramente instruido para toda buena obra»
(2 Tim. 3: 16, 17).
230 SALVACIÓN SIN LIMITES

Con el énfasis actual que la iglesia remanente coloca en la obe-


diencia de los mandamientos, los hombres pueden aseverar que
estarnos abandonando a Cristo corno el eje sobre el cual pivota
toda la fe. Pero no es así. No existe ninguna incompatibilidad en-
tre el llamamiento a creer en Cristo y la apelación a obedecer la
Palabra de Dios. Seguir a Cristo todo el camino significa no en-
contrar falta en ninguna parte de las Escrituras. No hay ningún
desacuerdo entre la salvación eterna por la fe en Cristo y la obe-
diencia a sus mandamientos. Todos hemos de estar en guardia con-
tra las interpretaciones superficiales y carentes de fe de lo que Dios
requiere. La única guía segura es la del Espíritu a través de laPa-
labra. Recomendamos a todos los seres humanos aquello que solo
es alcanzable mediante el poder del Espíritu Santo: una vida de
justicia y obediencia a Cristo y a sus mandamientos, y una dedi-
cación al servicio de Dios.
El peligro de muchos reavivamientos religiosos modernos es
que la apostasía relacionada con las enseñanzas y los manda-
mientos de la Palabra de Dios se halla escondida bajo el uso del
nombre Jesús. No se experimenta a Cristo en la vida únicamen-
te mediante el uso de su nombre. La fe no es cuestión de sentimen-
talismo. No se llega al conocimiento de Cristo por la imagina-
ción y el éxtasis. La religión, sin una clara comprensión de la obe-
diencia a la verdad de la Biblia, se encuentra en peligro de ser fal-
sificada por Satanás. Repetir a gritos el nombre de «Jesús» sin obe-
decer sus enseñanzas y sus mandamientos equivale a negar la fe.
Francis A. Schaeffer, lo ha expresado en estos términos:
«He llegado [... ] a tener más recelo de la palabra
"Jesús" que casi de ninguna otra en el mundo
moderno. Este nombre se utiliza como una ban-
dera carente de contenido, y nuestra generación
se ve impulsada a seguirla. Pero no hay conteni-
do racional o basado en las Escrituras por medio
de los cuales ponerla a prueba, y así su nombre
está siendo usado para enseñar las cosas exacta-
!llente opuestas a las que Jesús enseñó[ ... ].
»Hemos llegado, entonces, a ese temible punto
donde la palabra "Jesús" se ha convertido en ene-
Una fe, una misión 231

miga de la persona de Jesús, y enemiga de lo que


Jesús enseñó. Debemos temerle a esa "bandera sin
contenido" del nombre de "Jesús", no porque no
amemos a Jesús, sino porque lo amamos» (Francis
A. Schaeffer, Escape From Reason. Downers Grove:
Inter-Varsity, 1971, p. 78, existe versión en español,
Huyendo de la razón, Barcelona: Ediciones Evan-
gélicas Europeas, 1974).
Vivimos en una época en la que la indulgencia propia, la ex-
travagancia más temeraria, y la falta de principios predomina en
la sociedad y las instituciones. Nuestra misión mundial debe con-
tinuar a pesar de la crisis económica. Aquellos que todavía viven
en tinieblas necesitan la luz del evangelio de Cristo. La misión
cristiana no es algo negativo, es nuestra relación personal de la con-
denación eterna. Lo más importante no es de lo que hemos sido
salvados, sino para lo que hemos sido redimidos. La redención en
Cristo nunca es un escape de la vida; somos salvos del pecado con
el propósito de vivir para Cristo.
En materia de comunicación y habilidad financiera parecería
que hemos abandonado nuestros vínculos con Cristo. Adiestra-
dos, promovidos, presionados, y comprometidos en proyectos de
recolección de fondos hemos adquirido una gran facilidad para
ponemos en contacto con la gente, lo que nos proporciona grandes
sumas de dinero. Tanto la iglesia como el ministerio son muy bue-
nos para lograr que la gente realice una campaña de recolección de
fondos. Sabemos cómo pedir dinero. ¿Dominamos con la misma
destreza el arte de ganar almas?
La mayordomía es un estilo de vida, no a causa del dinero, no
por compulsión externa, sino por principios internos. Los medios
para cumplir nuestra misión mundial divinamente asignada de-
ben fluir libremente y con más generosidad. La mayordomía no es
una práctica forzada, sino una fe viviente y un estilo de vida. Ca-
da cristiano es un mayordomo de Dios de todo lo que es y tiene.
La mayordomía abarca toda la vida.
«Por eso padezco, pero no me avergüenzo, por-
que sé en quién he creído, y estoy seguro de que es
poderoso para guardar mi depósito para aquel
232 SALVACIÓN SIN LíMITEs

día. Retén el modelo de las sanas palabras que


oíste de mí, en la fe y el amor de Cristo Jesús. Guar-
da el buen depósito por medio del Espíritu Santo
que habita en nosotros» (2 Tim. 1: 12-14).

«El Espíritu de Profecía»


No solo se afirma que el remanente de la simiente de la mujer
guarda los mandamientos, sino que también tiene «el testimonio
de Jesús», y «el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía»
(Apoc. 19: 10). Ambos son parte de nuestra misión.
El testimonio de Jesús es el que el propio Jesús dio. Es tam-
bién la verdad que él enseñó y comunicó a través de sus apósto-
les y profetas. El apóstol Juan fue el profeta divinamente comi-
sionado a quien Dios le mostró la visión del Apocalipsis. En la
presencia de Dios escuchó en palabras claras y contundentes el
mandato de escribir en un libro lo que se le había mostrado y lo
que se le había expresado verbalmente, y darlo a conocer a las
siete iglesias de Asia Menor.
A Laodicea, la iglesia remanente, Cristo se presentó a sí mismo
como «el testigo fiel y verdadero» testimonio de Jesús expresado
mediante un profeta tendrá un gran significado. La iglesia laodi-
cense tiene ese testimonio de parte de Jesús comUnicado por me-
dio de Elena G. de White. El profeta o mensajero es el agente que
entrega el mensaje o la palabra de verdad. Este testimonio no es el
testimonio de la propia experiencia cristiana del mensajero, sino
lo que Cristo le entrega a la iglesia a través de ese mensajero res-
pecto a él mismo y a su Palabra. De ahí que dicho testimonio esté
estrecha e invariablemente conectado con lo que es conocido acer-
ca de la Palabra de Cristo.
La responsabilidad de la iglesia es adherirse fielmente a ese tes-
timonio de Jesucristo. El mensajero no es el más importante. Cristo
y su mensaje tienen la suprema importancia. Los escritos de Elena
G. de White son dados para revelar la voluntad de Dios y sus pro-
pósitos para la iglesia remanente. No es nada parecido a idolatrar
a un ser humano. La Palabra de Dios a la iglesia remanente tiene
autoridad divina. Ese hecho le da a la Palabra certeza y poder. Y
debido a que el mensaje dado a través de Elena G. de White es el
propio testimonio de Jesucristo, lo aceptamos.
Una fe, una misión 233

Esta no es una pretensión irrazonable ni falsa. Los escritores


de la Biblia fueron hombres elegidos por Dios para ser medios
que transmitieran los mensajes y las verdades de Dios a la hu-
manidad. Los escritos de Elena G. de White nos llaman a volver
a la Biblia y a la voluntad de Dios. Por desgracia, en nuestra épo-
ca supuestamente iluminada, las gentes se consideran con fre-
cuencia demasiado sabias para abandonar sus propias opiniones
y regresar a recibir el mensaje de Dios. Pero cada cual tiene que
hacer su elección. Los mensajes que Elena G. de White recibió de
Dios fueron dados para esta última generación del mundo. Estos
mensajes tienen poder iluminador, fuerza de convicción, y po-
der para juzgar.
La prueba de la verdad es su testimonio de la Palabra de Dios,
porque no fueron experiencias místicas internas. Invariablemen-
te ese testimonio apela al contenido objetivo de la verdad y a la
doctrina de la Biblia, o a un mensaje revelado de parte de Dios
mismo. En ningún lugar abandona Elena G. de White la autori-
dad objetiva de la Biblia en favor de los fenómenos del espíritu.
Sus mensajes provenientes de Dios son comunicados con voz
clara, e inteligible y de modo coherente. Espiritualmente, sus es-
critos no son evaluables en términos de fenómenos psíquicos. Su
testimonio de Cristo y de la verdad de la Biblia nunca se pierde
en un proceso de éxtasis místicos.
Ella proclama con vehemencia el pronto regreso de su Señor.
No debiéramos dejar de lado sus mensajes. Su testimonio se centra
en la obra redentora de Cristo y en su justicia. Sus palabras están
dotadas de una notable madurez racional y emocional. El impacto
de su propia personalidad consagrada, lo percibe el lector que procu-
ra escuchar la voz de Dios y conocer su voluntad.
Elena G. de White presenta una visión más amplia de los te-
mas relacionados al gran conflicto entre Cristo y Satanás. En for-
ma valerosa y directa, aunque con amor, apela a los hombres y a
las mujeres para que sigan a Cristo y obedezcan sus mandamien-
tos. Ella proclama el evangelio tomando en cuenta la situación ac-
tual del mundo. No se ha negado a declarar todo el consejo de Dios.
Nadie debería dudar. de su ministerio profético Ella habla y escri-
be con la convicción espiritual de que el éxito de la misión y el
mensaje de la iglesia está cimentado en la verdad de las Santas
234 SALVACIÓN SIN LÍMITES

Escrituras. Es así como llama a los hombres y a las mujeres a vol-


verse a Dios y a su Palabra.
«La hora de su juicio ha llegado» (Apoc. 14: 7)
El juicio es una de las notas características de este mensaje final
al mundo. La iglesia remanente no cree que el reino de Dios lle-
gará gracias a los esfuerzos y planes humanos, sino mediante el
juicio de Dios mismo que decide el destino de todos los seres
humanos. Hoy en día, en la mayoría de los púlpitos evangélicos
rara vez se predica acerca del juicio que todos los seres humanos
tienen que enfrentar ante el trono divino. El tiempo del fin alcan-
za su clímax con un juicio divino en el Santuario celestial. El es-
cenario del mensaje de los tres ángeles comienza con la reunión
de las cortes celestiales en un período de tiempo determinado, que
termina con el retomo de Cristo. Este juicio conducirá al triunfo de
los santos y al reino de Dios.
Cristo expresó una advertencia explícita en su parábola de las
diez vírgenes, cinco de las cuales eran prudentes y las otras cinco
fatuas (Mat. 25: 1-13). Esta parábola describe el juicio de toda la
iglesia. Las lámparas simbolizan a todos aquellos que profesan
la fe cristiana y las iglesias a las que pertenecen. El aceite simbo-
liza al Espíritu Santo. La llama en las lámparas representa la ex-
periencia cristiana genuina generada por el poder del Espíritu.
El tema central de la parábola es la necesidad de hacer una pro-
visión adecuada del Espíritu Santo en la vida que nos ayudará a
llegar hasta el juicio y la segunda venida de Cristo.
Las cinco vírgenes fatuas pusieron aceite en sus lámparas, pero
solo la cantidad necesaria para un corto tiempo. La provisión de
aceite no les alcanzó para el momento crítico y no permitió que
Cristo presentara un juicio favorable respecto de ellas. Y eso les
cerró la entrada al reino de Dios. Ningún otro pasaje de la Escri-
tura nos presenta con mayor claridad la necedad de enseñar que
«una vez salvo, siempre salvos» o de ofrecer presentar la falsa se-
guridad de que una vez iniciado el camino cristiano, podemos
deslizamos con seguridad todo el resto de la ruta hasta llegar al
reino de los cielos.
Esta parábola se aplica a la época que precede a la segunda
venida de Cristo. Las cinco vírgenes fatuas que se quedaron sin
Una fe, una misión 235

aceite están en la misma condición que el hombre de la parábo-


la de la fiesta de bodas que aceptó la invitación del rey al ban-
quete y entró con los demás invitados. Como aquel hombre no
tenía el vestido de bodas requerido por el rey, algo que simboli-
za la justicia de Cristo, fue echado fuera.
Dos cosas quedan claramente establecidas en estas dos pará-
bolas: la absoluta necesidad de confiar y experimentar la justicia
de Cristo y la necesidad de ser colmados por el Espíritu Santo.
Estamos siendo juzgados ahora. Cada hora que pasa da testimo-
nio delante de Dios de lo que somos. Nosotros mismos estamos
proporcionando las pruebas testificales día tras día. El Juez ya se
ha sentado. Es este hecho el que da solemnidad y dignidad a la
vida. Cristo ha hecho una abundante provisión y ministra conti-
nuamente con el poder de su vida eternal.
Este mundo pecaminoso casi ha concluido su desempeño. Cristo
aparecerá pronto con catastrófica celeridad. Los «elementos ar-
diendo serán desechos» (2 Ped. 3: 10). Las condiciones empeora-
rán hasta el punto de que el conflicto entre las naciones amena-
zará al mundo (ver 2 Tim. 3: 1-5).
El propósito del mensaje final de Dios va mucho más allá de
la utopía económica y social. La única solución para todas las an-
gustias es el gobierno de Cristo establecido en la tierra. La única
esperanza es que Cristo afirme pronto su gobierno soberano me-
diante su regreso personal y corporal, como Rey de reyes y Señor
de señores. Finalmente, Cristo creará una tierra nueva sobre las
ruinas de la antigua.
Cumplamos la comisión divina con el entusiasmo nacido del
cielo y del Espíritu. Entonces podremos tener la seguridad de que
la iglesia remanente marchará de victoria en victoria a pesar de la
oposición; porque siempre ha sido cierto que «en todas estas cosas
somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó»
(Rom. 8: 37).
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