Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
sín límítes
Salvacíón
sín límítes
Edward Heppenstall
G~~
APIA ~~
GEMA EDITORES
El hombre:
¿Quién es? ¿Qué es?
«Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo
del hombre, para que lo visites? Lo has hecho poco menor
que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra.
Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo
lo pusiste debajo de sus pies [... }.;Jehová, Señor nuestro,
• cuán grande es tu nombre en toda la tierra!»
(SAL. 8: 4-9).
)
La justicia
salvadora revelada
«¿Qué, pues? ¿Somos mejores que ellos? ¡De ninguna manera!,
pues hemos demostrado que todos, tanto judíos como gentiles,
están bajo pecado. Como está escrito: "No hay justo,
ni aun uno"». «Porque la paga del pecado es muerte»
(ROM. 3: 9, lO; 6: 23).
La justicia y la ley*
_eablo es cuidadoso al señalar la relación de la justicia de Cristo
con la ley de Dios.
<<Pero ahora, aparte de la ley [esto es, indepen-
dientemente de la ley] se ha manifestado la jus-
ticia de Dios, testificada por la ley y por los pro-
fetas» (Rom. 3: 21).
Pablo enfatiza el hecho de que la justicia salvadora es comple-
tamente diferente a cualquier intento de justicia relacionado con los
esfuerzos humanos por guardar la ley. La salvación no se logra
haciendo lo correcto; pues entonces sería salvación por la ley.
Cristo también guarda silencio acerca de cualquier justicia acep-
table por Dios que pudiera ser obtenida mediante el esfuerzo hu-
mano. En el Sermón del Monte dijo:
«Por tanto, os digo que si vuestra justicia no fuera
mayor que la de los escnbas y fariseos, no entraréis
en el reino de los cielos}) (Mat. 5: 20).
Cristo está afirmando que la justicia que él aporta y ofrece ex-
cedía a la justicia de los dirigentes judíos. Al señalar el fracaso de los
judíos para obtener la salvación, Pablo lo presenta de esta manera:
«Porque ignorando la justicia de Dios, y procu-
rando establecer la suya propia, no se han sujeta-
do a la justicia de Dios» (Rom. 10: 3).
• En esre 1ibro se identifica el término ley con la ley mora 1de los Die:z Mandamientos. Es re aspecto
especifico de la ley es distintivo a partir del uso genérico de la palabra hebrea Tornh. En con-
traste con el Decálogo, hay mu.;ha más flexibilidad en el empleo del término Torah, ya sea con
referencia a los primeros cinco libros de Moisés (el Pentateuco) o a la referencia general de las
enseñanzas e instrucciones de Dios en el Antiguo Testamento. En la presente obra el término
"ley,. se refiere primariamente al uso que le da Pablo, particularmente como se encuentra en
las Epístolas a los Romanos y a los Gálatas. Cuando Pablo dice .-por medio de la ley es el cono.
cimiento de! pecado• (Rom. 3: 20); «Pero yo no conocí el pecado sino por la ley» (cap. 7; 7); «el
cumplimiento de la ley es el amor» (cap. 13: 10), está hablando de la ley moral del Decálogo.
42 SALVACIÓN SIN LÍMITFS
que debía haber sido descargada sobre los seres humanos de todas
las edades: los pecados de todos aquellos que duermen en el pol-
vo de la tierra, los pecados de las generaciones que todavía no ha-
bían nacido, los pecados cometidos por todas las tribus, naciones,
pueblos y lenguas. La cruz de Cristo es el juicio divino que debe-
ría haber caído sobre toda la humanidad, pero ahora es asumido
por todos los miembros de la Deidad.
((La muerte del Señor Jesucristo en la cruz del Cal-
vario no fue un accidente; fue la obra de Dios. Fue
Dios quien lo "expuso"[ ... ]. Fue un gran acto pú-
blico de Dios. Dios estaba realizando algo aquí en
el escenario de la historia del mundo, para que pu-
diera verse, observarse y recordarse de una vez y
para siempre. El acto público más grande que ja-
más haya sido celebrado. De este modo, Dios,
públicamente "lo expuso como una propiciación
por medio de la fe en su sangre"» (Uoyd-Jones,
Romans, p. 97).
Ninguna revelación de Dios excede a esta majestuosa verdad.
Desde el principio del mundo, los pecados nunca olví({ados por
la justicia eterna, registrados en los libros del cielo, habían esta-
do moviéndose como grandes olas del océano hacia el Calvario.
Únicamente Jesucristo podría soportar las dimensiones del juicio
divino sobre el pecado. Cuando estaba sobre la cruz sabía que su
terrible agonia era el justo juicio de la Divinidad. Sabía que aquel
juicio debía ser ejecutado. Voluntariamente tomó ese juicio sobre
sí mismo a nombre de todos los miembros de la Divinidad. Él sa-
bía que había una muerte final diferente a la del sueño de la muerte.
De este modo confesó a todo el universo el significado del juicio: la
separación del alma de Dios. En esto la muerte de Jesús es única.
Las huestes de los redimidos estaban allí, en él, pues el precio
de su absolución había sido pagado. La esperanza eterna de la re-
conciliación con Dios y la restauración de la justificación depen-
dían únicamente de éL Cristo podría haberse negado a cargar el
juicio divino sobre el pecado. Entonces todo se habría perdido.
¡No es maravilla, entonces, que esa verdad eterna, se encuentre
una y otra vez en toda la Biblia!
Dios «absuelve al culpable» 55
La jvstificación experimentada
La justificación ha sido satisfecha en Cristo. ¿Hasta qué punto
está el creyente involucrado en ello? ¿Es la justificación algo rea-
lizado por el creyente y no en él? ¿Es la justificación simplemente
un cambio de actitud del creyente respecto a Dios, o incluye un
cambio en el carácter del creyente?
((y con el don no sucede como en el caso de aquel
uno que pecó, porque, ciertamente, el juicio vino
a causa de un solo pecado para condenación, pe-
ro el don vino a causa de muchas transgresiones
para justificación» (Rom. 5: 16).
((¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por noso-
tros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó
ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas
las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de
Dios? Dios es el que justifica•• (Rom. 8: 31- 33).
En estos pasajes el énfasis se coloca en el hecho de que Dios
declara justo al hombre, es la declaración de un veredicto favo-
rable. Obviamente el creyente no es contado como justo en el
sentido de que ya no es pecador. La justificación no restaura al
hombre a su estado perfecto como originalmente Dios lo creó. El
hombre justificado está todavía en un estado pecaminoso."" Como
pecador, no es que el creyente merezca menos la condenación.
• «En pecado» o «pecaminosidad»: Estado en el cual todos los seres humanos han nacido y en el
cual viven debido a la disminución de la capacidad humana para responder perfectamente a
Dios. El ser humano carece de la P"rcepción de la naturaleza de su propio egoísmo y pecami-
nosidad: «Engailoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?»
Oer. 17: 9). Este estado de pecado. la ausencia de justicia original. nubla el entendimiento. por
ligera que sea; pervierte, aunque sea m. forma mínima. la operación de la voluntad. hace q""
la conciencia sea incapaz de discernir correctamente entre lo correcto y lo erróneo.
58 SALVACIÓN SIN I1Mm!s
que viven. Que nadie crea que puede vivir descuidadamente, per-
der la justicia de Cristo, y luego usarla como una ciudad de refu-
gio cada vez que peca. La idea de que Cristo derramó su sangre
para que el hombre pudiera ser indiferente con sus pecados y des-
cuidar su obediencia a los mandamientos de Dios, no puede atri-
buirse a aquel que dijo: «No he venido para abrogar [la ley], sino
para cumplir[la]» (Mat 5: 17).
La justificación jamás nos lleva a una vida de pecado. Es el
comienzo de una nueva vida en Cristo, una restauración a la ima-
gen de Dios. Dentro del corazón y la mente del cristiano que ha ex-
perimentado la justificación hay una respuesta de gratitud, amor
y obediencia; algo que prueba que no ha recibido en vano la ma-
ravillosa gracia y la misericordia de Dios. La idea de que la jus-
tificación conduce a una vida pecaminosa y a la desobediencia
de la ley de Dios, es contradicha en toda la Biblia. La justificación
jamás se otorga a la ligera. Es lo más costoso que existe en el mun-
do. Con la justificación viene la santificación y la obediencia. Na-
die será jamás justificado excepto por la cruz de Cristo. Tampoco
ha habido jamás nadie que haya sido justificado sin estar siendo
santificado.
«El justo
por la fe vivirá»
«Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque
es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe
y que recompensa a los que lo buscan»
(HEB. 11: 6).
La importancia de la fe
En el capítulo 15 de Mateo se menciona un viaje que Jesús y
sus discípulos hicieron a Ttro y a Sidón. Una mujer cananea vino
buscando ayuda para su hija que era <<gravemente atormentada
por un demonio>>. Ella no se desanimó por las respuestas aparente-
mente negativas. Siguió presentando su caso al punto de no creer
lo que Cristo le dijo (cuando la estaba probando) y finalmente
puso toda su confianza en él corno el Hijo de Dios. Viendo su fer-
vor y humildad, Jesús replicó: <<Üh mujer, grande es tu fe; hágase
contigo como quieres>> (Mat. 8: 28).
Jesús repetidamente felicitó a la gente por su fe. Así ocurrió
en la curación de la hija del noble y la mujer que había tenido un
flujo de sangre (Mat. 9:18-22); los hombres que bajaron al paralí-
tico a través del techo (Luc. 5: 18-26); el arrepentimiento y per-
dón de María Magdalena en la casa de Simón el fariseo (Luc. 7:
36-50): la curación del ciego de nacimiento cerca de Jericó (Luc.
18: 35-43). En cada caso Jesús actuó, sin vacilación, en respuesta
a la fe pura y sencilla.
«Aquello tan repetido de que la fe mueve monta-
ñas muestra que la fe tiene que ver con cosas que
solo Dios puede hacer; es pemtitirle a Dios que en-
tre en acción [ ... ]. Aparte de la fe que implica acep-
tación personal de Jesús, él no puede actuar>>
(James P. Martin, «Faith as Historical Understan-
ding>>, en Carl Henry, Jesus oJNazareth, Saviour and
Lord;. Grand Rapids: Eerdmans, 1%6, p.193).
La necesidad vital de la fe se explica con más énfasis cuando
Cristo dijo: «Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿hallará fe en
la tierra?» (Luc. 18: 8). La implicación de la pregunta es que la fe
genuina será difícil de hallar. En este texto Jesús no estaba sugi-
riendo que cuando venga otra vez, los seres humanos carecerán
de conocimiento y firmeza en lo que creen. La fe define una acti-
tud distinta hacia Dios por nuestra" parte. Por su misma naturale-
za la búsqueda de información y verificación trasciende y le atri-
buye valor supremo a Dios, a Jesucristo, y a la Palabra de Dios. Por
valiosos que sean el pensamiento sólido y el conocimiento de la
verdad, los seres humanos únicamente se convierten en cristianos
«El justo por la fe vivirá» 67
El significado de la fe
¿Cuál es el significado y el sentido de los textos en los que la Es--
critura emplea la palabra fe? ¿Cómo la usaron los grandes hom-
bres de la Biblia? La palabra griega que se traduce como fe es pis-
tis, y la forma verbal es pisteos. Nunca se usó ninguna de las dos
palabras tan solo como el equivalente a conocer algo. Van mucho
más allá de eso. El concepto implica la idea de confianza, de apo-
yarse confiadamente, de lealtad.
((Tú crees que Dios es nno; bien haces. También
los demonios creen y tiemblan)) (Sant. 2: 19).
Los demonios conocen la rectitud de Dios y de su Palabra. Lo
que ellos saben equivale a la verdad eterna acerca de Dios, a lo que
él es y a lo que ha hecho. Ellos saben que Jesús es el Hijo de Dios.
Reconocen que nuestro Señor estuvo en la tierra. Sin embargo, un
asentimiento racional a las realidades divinas no significa que al-
guien tenga fe.
Una fe dinámica implica mucho más que la coherencia y la
iluminación intelectual que concede el saber que algo es verdad.
Hay muchas cosas reconocemos corno verdaderas sin que depo-
sitemos ninguna confianza en ellas. Sabemos que el hombre es
mortal y sujeto a la muerte. Creemos que todos los seres huma-
nos son pecadores y nacidos sin Dios en el mundo. Creemos en la
destrucción final del pecado y de los impíos. Pero no confiamos
en estos hechos, aunque reconocemos que son verdaderos.
«El justo por la fe vivirá» 69
El ejercicio de la fe
¿Cuál es el punto de partida de la fe? ¿Cuál es el lugar correc-
to para comenzar? «Puestos los ojos en Jesús, el autor y consu-
mador de la fe)) (Heb. 12: 2). La fe salvadora no la genera el yo.
Es un don de Dios. La revelación de la justicia salvadora en su
Hijo, Jesucristo, da inicio a nuestra fe y la continúa desde el prin-
cipio hasta el fin. «Porque en el evangelio la justicia de Dios se
revela por fe y para fe>> (Rom. 1: 17). La fe pone en alto, a causa
72 SALVAOóN SlN ÚMri1!S
Participación personal
Aquel que toma a Cristo y a la Palabra de Dios en serio debe
hacerle frente al ejercicio de la fe en términos de su participación
«El justo por la fe vivirá» 77
Fe y emociones
Es un error muy serio identificar la fe con los sentimientos.
Contemplar nuestras emociones, o depender de nuestra razón, con-
vierte al yo en la última instancia o tribunal de apelación, lo cual
constituyó en parte el pecado original. Obviamente, los sentimien-
tos humanos no pueden crear o mantener la fe. La debilidad y la
impotencia del ser humano no pueden sentar la base para forjar la
confianza en Dios. Ninguna mente humana aunque esté dotada de
superioridad intelectual y emocional, puede proporcionarnos en
ningún caso la certeza definitiva que necesitamos. El ser humano
puede caer fácilmente, víctima de su propia capacidad mental li-
mitada, o de sus propios sentimientos. Los hombres son proclives
a los engaños y errores, tanto de la mente como del corazón.
Estos son los tiempos para los grandes reavivamientos reli-
giosos y para las grandes cruzadas que conmueven el corazón.
La excitación religiosa se presenta de forma abrumadora. Y ahí es
donde está el peligro. La ignorancia y la credulidad de las mul-
titudes ofrecen a estas modalidades religiosas nn terreno fértil
para el engaño y la falsificación, no importa cuán falsas sean sus
premisas, no importa cuán inadecuados sean sus fundamentos
bíblicos o cuán frágil sea su autoridad. Millones de personas en
el mrmdo tendrán grandes dificultades para escapar de la con-
fusión religiosa a menos que su fe sea inteligente, moral y espi-
ritualmente fundada en la Palabra de Dios.
Existe un enorme peligro de que algunos de los reavivamien-
tos religiosos que provocan en la gente nna excitación anormal re-
sulten en una actitud desfavorable hacia la verdad. Esto podría
evitarse si todos nos mantuviéramos en una actitud inteligente y
morahnente responsable ante la Palabra revelada de Dios. Bajo
el pretexto de sostener nn encuentro extático con lo sobrenatu-
ral, los seres humanos se apartan de la senda de justicia y de la
obediencia a su Palabra.
Este tipo de manifestaciones aparece en gran escala en algu-
nos reavivamientos religiosos que amenazan a las iglesias con
«El justo por la fe vivirá» 81
·-
tunidades para las más emocionantes aventuras en la vida cristia~
na, manifestadas en un servicio redentor en favor de otros moti-
vados por Cristo. Nuestra fe en Cristo tiene que comprometemos
en tal medida con Dios, que ofrendemos todos nuestros recursos
a la causa de la victoria espiritual y el triunfo del reino de Dios.
Necesitamos ser absolutamente sinceros al hacer frente a los re-
querimientos de Cristo respecto a la totalidad de nuestras vidas.
HeiJl.OS de rechazar toda práctica en la vida diaria, en los nego-
cios, -en las actividades lúdicas, que dejen a Cristo fuera de nues~
tros pensamientos y de nuestra manera de vivir. En el instante
en que el cristiano profeso se niega a abrirse totalmente a Cristo,
la integridad de la persona comienza a derrumbarse, surge el pe-
ligro del autoengaño. Ante nuestros fracasos espirituales se en-
cuentra la negativa a aceptar en presencia de Cristo la verdad res-
pecto a nuestras vidas.
Ninguna profesión de fe durará, a menos que permitamos que
Cristo limpie las partes más íntimas de nuestras almas. Procurar
ocultarle a Cristo nuestras faltas secretas y nuestro egoísmo nos
llevará finalmente al desastre.
La respuesta a todas las expectativas respecto a nosotros mis~
mos y acerca de nuestra superficialidad debe ser la vida misma,
no meramente una serie de creencias religiosas. La fe que obra por
el amor nos capacita para enfrentamos a nosotros mismos, tal
como somos. No rechazaremos el don de Dios. No nos acercamos
con falsas pretensiones. Permitiremos que Cristo entre con su pu~
reza, su altruismo, su poder para limpiar, su verdad. Una fe tal
nos vincula con ese poder divino que nos hace verdaderamente
cristianos ante Dios y ante los hombres.
La lucha de la fe
«Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la
vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado))
(1 Trm. 6: 12).
((¿No sabéis que los que corren en el estadio, to-
dos a la verdad corren, pero uno solo lleva el
premio? Corred de tal manera que lo obtengáis.
[ ... ] Ellos, a la verdad, para recibir una corona
86 SALVACióN SIN I..ÍMITFS
• La palabra "obras» se refiere a los hechos y a la conducta de los '*""' humanos. Las obras pue-
den ser el sello de la verdadera fe y el v..-rd adero amor, o pueden ser la evidencia de una res·
puesta y un esfuerzo legalista para ganar el favor de Dios. Las obras de la ley se refieren a los
hechos rea!izados en un esfuerzo por g oardar la ley de Dios. Las obras de fe son !as obras de
amor, honestidad, pureza, jll5ticia. y los frutos del Espíritu. El cristiano fue creado en «Cristo Jesús
«El justo por la fe vivirá» 95
para buenas obras» (Efe. 2: 10). o.,.be llevar~ fruto en toda buena obra» (Col. 1: 10). «Así alum-
bre vuestra !uz delante de !os hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a
vuestro Padre que está en Los cielos» (Mat. 5: 16). Las buenas obras se ponen en contraste con
las malas obras (Juan 3: 19; Col. 1: 21). «Las obras muertas» son obras que no tienen vida de
Dios o del Espíritu Santo.
«Arrepentimiento
para vida»
«jDe manera que también a los gentiles ha dado Dios
arrepentimiento para vida!»
(HECH. 11: 18).
El arrepentimiento y el tiempo
Si el arrepentimiento tiene que ver con pecados ya cometidos,
entonces el punto principal de referencia es el pasado. Pero si el
arrepentimiento incluye la identificación del ser humano con la
actitud de Dios hacia el pecado, los tiempos de referencia prin-
cipales deben ser el presente y el futuro. El creyente ahora eva-
lúa su vida y sus motivos antes de cometer cualquier pecado. Su
108 SALVACióN SIN LÍMITES
El nuevo nacimiento
«Respondió Jesús y le dijo: "De cierto, de cierto te
digo que el que no nace de nuevo, no puede ver
el reino de Dios". Nicodemo le preguntó: "¿Cómo
puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede aca-
so entrar por segunda vez en el vientre de su ma-
dre y nacer?" Respondió Jesús: "De cierto, de cier-
to te digo que el que no nace de agua y del Espí-
ritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que
nace de la carne, carne es; y lo que nace del Es-
píritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije:
'Os es necesario nacer de nuevo"')) Guan 3: 3-7).
Esta declaración va directo al meollo del problema humano. Se
dice que producir el cambio espiritual, pasar de la muerte a la
vida, es como nacer de nuevo. Nicodemo entendió las inmensas
El don de Cristo es la vida 121
El nuevo nacimiento
¿Qué es el nuevo nacimiento? ¿Qué ocurre en realidad? El nue-
vo nacimiento es un milagro que se produce por medio del poder del
124 SALVACIÓN SIN LlMm!s
Justicia impartida
¿Cómo, entonces, interpretaremos la expresión «justicia im-
partida»? Dios no solamente nos imputa la justicia de Cristo, sino
que también nos la imparte. ¿Se nos transfiere la justicia de Cristo
en realidad, de alguna manera? ¿Hay una extensión real de la jus-
ticia de Cristo en la vida de los cristianos?
Existen dos posibles interpretaciones de «justicia impartida».
Primero, una entidad llamada justicia es impartida de hecho, con
el fin de que lleguemos a ser más justos en nuestra propia perso--
na. Esto significa que cuanto más tengamos de esta justicia impar-
tida en nosotros, menos tendremos de la justicia imputada de
Cristo en nuestro haber. Es obvio, si llegamos a ser más justos in-
trínsecamente, que no necesitaremos la justicia de otra persona.
La debilidad y pecaminosidad del cristiano que está en crecimien-
to resultará finalmente en una justicia personal intrínseca antes de
Cristo nuestra santificación 143
que Cristo venga. Esto haría que el cristiano en progreso sea ca-
da vez más independiente de la justicia objetiva de Cristo. La san-
tificación, como la obra de toda la vida, significaría progreso ha-
cia el perfeccionamiento personal. Si se le concediera suficiente
tiempo y esfuerzo al creyente, alcanzaría un estado de perfección
comparable al de Cristo.
La segunda interpretación de «justicia ini.partid.a•> significa cre-
ciente participación en la misma vida de Cristo mediante la fe.
Nos haremos cada vez más dependientes de Cristo. La regene-
ración nos lleva a una nueva vida en Cristo, en unión con él. La
santificación nos proporciona una mayor porción de la vida en
Cristo. Lo que se nos imparte es el control del Espíritu Santo. La
justicia de Cristo nunca será nuestra aparte o independientemen-
te del Hijo de Dios. Siempre pertenece a Cristo en el sentido de
que nunca nos pertenece a nosotros. La entrega y la dedicación
diaria es la medida del control del Espíritu en la vida. Nosotros
confesamos con mayor frecuencia: «De mí mismo no puedo hacer
nada>>.
La realidad de una justicia intrínseca o de una justicia impar-
tida, que Dios nos concede aparte de sí mismo no se encuentra
en las Escrituras. El problema de la vida santificada no se resuel-
ve diciendo que la justicia imputada es algo externo a nosotros,
acreditada a nuestro haber; y que la justicia impartida es algo
que intrínsecamente nos pertenece como cristianos_ El pecado
original de Adán fue elegir una vida separada de Dios. La santi-
ficación como justicia impartida nunca puede significar eso, en
forma alguna. El creyente que apostata de la fe después de cin-
cuenta años de ser cristiano, no conserva el cincuenta por ciento
de su justicia. No conserva nada en absoluto, porque está fuera de
Cristo. El Espíritu Santo ya no controla su vida.
«El hecho de que Cristo es nuestra santificación no
es exclusivo de una fe que se aferra a él únicamen-
te en toda la vida, sino inclusivo de la misma fe.
La fe es el eje sobre el cual gira todo lo demás. La
fe, aunque no es creativa por sí misma, nos guarda
de la autosantificación y el moralismo autónomo••
(G. C. Berkouwer, Faith and Sanctification, p. 93).
144 SALVAOÓN SIN ÚMITES
• l'he Son of God goes forth to war,/ A kingl y crown lo gai; 1 His blood-red banner streams afar;
Who follows in His !rain? /Who b<_.,;¡ can drink His cupo f woe, Triumphant over pain,/Who
paciente bears His cross below/He follows in His train./ A noble army, men and boys,/ The
matron and lhe maid,/ Around lhe Saviour·s throne ...¡oice,/ In robes of Ught arrayed;/ l'hey
dimbed the steep Acrent of hea\'en/ Through peril, toil, and pail'l/ O God, to us may grace be
given/ To fnllow in their tra in.
158 SALVAOÓN SIN LlMrrEs
temor: <<¡Ah, Señor mío!, ¿qué haremos?>> Y Eliseo le dijo: <<No ten-
gas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que
están con ellos>>. Luego Eliseo oró para que los ojos de su siervo se
abrieran. << Jehová entonces abrió los ojos del criado, y este vio que
el monte estaba lleno de gente de a caballo y de carros de fuego al-
rededor de Eliseo» (2 Rey. 6: 15-17). <<El ángel de Jehová acam-
pa alrededor de los que lo temen y los defiende» (Sal. 34: 7).
¡Qué contraste de pobreza y riqueza, de debilidad y fortale-
za, entre la condición en que Cristo nos halló en el pecado, y lo
que hace y nos ofrece ahora! ¡Qué eterna seguridad es la nues-
tra! Lo que debemos hacer es permanecer en Cristo en total y go-
zosa consagración. Hemos de estar suficientemente seguros con
la realidad de que los poderes divinos del cielo, que están a
nuestro favor, son mayores que todas las potencias terrenales
que están contra nosotros. No hemos de tener en nuestra mente
y en nuestro corazón una imagen distante, indiferente y débil de
un Dios que retarda su venida. Debemos compartir la inspira-
ción de esa gran expectativa de la iglesia de Cristo que pronto
regresará triunfalmente. Que nuestra consagración y confianza
proclamen al mundo que a pesar de todas las debilidades huma-
nas, Dios dirigirá a sus hijos y a su iglesia a una victoria espiri-
tual tan grande, que multitudes de hombres y mujeres encontra-
rán la redención.
«En Cristo»
<<Quiero conocerlo a él, y el poder de su resurrec-
ción (Fil. 3: 10)
<<Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de
Dios>> (Gál. 2: 20).
«En Cristo» es la expresión que se usa en el Nuevo Testamen-
to para indicar la naturaleza de la vida cristiana. Cristo es uno
con nosotros y nosotros uno con él. En la Deidad prevalece la
misma cohesión (ver Juan 10: 30, 33, 37, 38; 14: 10, 20). Ser sepul-
tado con Cristo no significa una pérdida de conciencia. Ser resu-
citado con Cristo no se refiere a un encuentro sobrehumano que
Cristo nuestra santificación 161
El escándalo de la cruz
Morir al pecado y al yo, renacer a una nueva vida en Cristo y
mantenerla, no es fácil. El yo siempre es un intruso, listo para afir-
marse e imponer el control. El yo no muere fácilmente.
<<Mientras Israel, que iba tras una ley de justicia,
no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no
por fe, sino dependiendo de las obras de la ley,
de modo que tropezaron en la piedra de tropiezo,
como está escrito: "He aquí pongo en Sión pie-
dra de tropiezo y roca de caída; y el que crea en
él, no será defraudado)) (Rom. 9: 31-33).
164 SALVACIÓN SIN LfMrrEs
El Espíritu de verdad
En sus últimas palabras dirigidas a sus discípulos, Cristo aso-
ció el don del Espíritu con la verdad una y otra vez.
«Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros para siempre: el Espí-
ritu de verdad» ijuan 14: 16, 17).
«Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os
guiará a toda la verdad, porque no hablará por su
propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga
y os hará saber las cosas que habrán de venir»
ijuan 16: 13).
El término «Espíritu de verdad» significa que el Espíritu comu-
nica la verdad.
«El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre
enviará en mi nombre, él os enseñará todas las
cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho»
ijuan 14: 26).
El Espúitu Santo es el Maestro divino. Él traería de nuevo a lamen-
te de los discípulos todo lo que Jesús les había enseñado. Él acla-
Guiados por el Espíritu 175
El Espíritu de poder
«Pero recibiréis poder, cuando haya venido so-
bre vosotros el Espíritu Santo» (Hech. 1: 8).
La gente con frecuencia se confunde respecto a todo lo rela-
cionado con el poder del Espíritu. Muchos interpretan el poder
del Espíritu Santo en términos de sensacionalismo, en manifes-
taciones alejadas de la experiencia cotidiana del cristiano. El sig-
nificado y el uso bíblico fundamental de la palabra es la capaci-
tación para vivir una vida abundante, la suficiencia de los recur-
sos divinos para todas las situaciones de la vida.
«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobar-
día, sino de poder, de amor y de dominio propio»
(2 Tim. 1: 7).
La capacitación para vivir, para amar en cualquier circunstan-
cia, poseer una mente equilibrada e íntegra: ¡qué tremenda realidad
que puede ser parte de nuestra experiencia cristiana! Si hubiéramos
tenido el privilegio de conocer a Jesús cuando estuvo en la tierra,
seguramente habría sido el tipo de persona y poseído el tipo de
personalidad que esperábamos que tuviera. Él fue justamente así.
186 SALVACIÓN SIN LÍMITES
Espiritual o camal
«De manera que yo, hermanos, no pude hablaros
como a espirituales, sino como a carnales, como a
niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda;
porque aun no erais capaces, ni sois capaces toda-
vía, porque aun sois carnales; pues habiendo entre
vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois
carnales y andáis como hombres?» (1 Cor. 3: 1-3).
En este mensaje a los corintios Pablo se refiere al contraste que
existe entre los miembros espirituales y los no espirituales de la
iglesia. La iglesia de Corinto tenía un problema eclesiástico espe-
cial en los días del apóstol, durante el primer siglo de la era cris-
tiana: los miembros estaban divididos en sus lealtades, sintién-
dose atraídos más hacia los hombres que hacia Jesucristo. Se jac-
taban de su sabiduría mundanal, eran inmaduros espiritual y emo-
cionalmente. Pablo los llama «niños», nunca habían crecido. Vi-
vían motivados por su propio egoísmo. Parecían incapaces de re-
solver sus propios problemas internamente, de modo que acudían a
los tribunales acusándose unos a otros.
Pablo indicó que ellos estaban edificando sus vidas con made-
ra, heno y hojarasca; no en Cristo, que es la roca. Algunos miembros
de la iglesia eran libertinos, enredados en inmoralidades; tenían
problemas matrimoniales, indicando con ello la ausencia del amor
que viene del Espíritu Santo; en su adoración profanaban la Cena
del Señor; las lenguas que profesaban hablar eran una vergüenza,
no una inspiración para la iglesia. Por eso Pablo describió a los
miembros de la iglesia como carnales.
Una de las cosas más difíciles para los cristianos es aprender a
vivir sus vidas en una relación correcta con los valores y las reali-
dades eternas. Ya no tenemos que ser modelados de acuerdo con
el mundo. Nuestras vidas deben ser ordenadas mediante la obra
190 SALVACIÓN SIN LÍMITES
El Espíritu de amor
«Porque Dios ha derramado su amor en nuestro
corazó por el Espíritu Santo que nos ha dado»
(Rom. 5: 5, NVI).
Lo más importante, lo esencial, lo primordial en nuestra expe-
riencia cristiana es la capacidad para amar como Cristo amó. Es-
ta es la prueba por la cual Dios procura presentarse a sí mismo
al mundo y al universo.
«Y nosotros hemos conocido y creído el amor
que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor y
el que permanece en amor permanece en Dios
y Dios en él» (1 Juan 4: 16).
Este es la fuente básica donde adquirimos nuestra espiritua-
lidad.
«Amados, amémonos unos a otros, porque el amor
es de Dios. Todo aquel que ama es nacido de Dios
y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a
Dios, porque Dios es amor. En esto mostró el amor
de Dios para con nosotros: en que Dios envió a su
Hijo unigénito al mundo para que vivamos por él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros haya-
mos amado a Dios, sino en que él nos amó a noso-
tros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros
194 SALVACIÓN SIN LíMITES
a su ley? ¿Qué más podría haber hecho Dios para lograr que le res-
pondieran con fe y amor? No había la más mínima base para una
respuesta legalista. Israel no fue confrontado con una ley que no
podía ser obedecida, sino con su Redentor que ahora estaba prepa-
rado para luchar por ellos durante todo el camino hasta que entra-
ran a la tierra prometida únicamente mediante su poder. La obe-
diencia a la ley no fue bajo ningún concepto una condición para la
vida eterna, sino una respuesta de gratitud por el don de la vida:
la respuesta natural y espontánea de amor que el pecador rescata-
do debe sentir hacia su Salvador. De este modo, la ley moral de los
Diez Mandamientos asume su lugar en el plan de redención divi-
no, un lugar al que ha pertenecido por siempre.
«Los mandamientos de Dios no constituyen una
ley inerte, que se pueda cumplir o no, de forma
impersonal; sino algo que exige una relación per-
sonal y total, en la entrega del corazón, y de allí,
el todo del hombre, a la obediencia [... ]. La obe-
diencia es siempre una respuesta al mandato di-
vino, y excluye toda comprensión meramente le-
galista de la ley» (G. C. Berkouwer, Man: The Image
of God, pp. 177, 178).
Estas revelaciones históricas de tipo personal, de parte de Dios,
son más importantes que cualquier opinión o juicio humano. Lo
que se necesita es más interés, de forma que el carácter moral de
Dios no sea empañado y la ley moral divina de los Diez Manda-
mientos no sea anu1ada. Cuando se niegan y rechazan los man-
damientos dados en el Sinaí, se hace posible no solo desobede-
cerlos, sino creer que deberían ser cambiados y adaptados a cada
situación y a cada generación. Si los Diez Mandamientos son me-
ramente formas según las cuales la gente decide actuar en diferen-
tes ocasiones, entonces tienen muy poca autoridad. No tiene fuer-
za obligatoria en la vida. Una opinión es tan buena como cualquier
otra. Así que todo el mundo puede obrar como le plazca. No hay
autoridad final cuando se niega la revelación.
El mundo necesita con urgencia un gran reavivamiento moral.
A menos que encontremos en Cristo el poder para obedecer su ley,
202 SALVACIÓN SIN LíMITES
La obediencia de fe 215
La obediencia de amor
«En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy
en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.
El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese
es el que me ama; y el que me ama será amado
por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a
él» Guan 14: 20, 21).
«Como el Padre me ha amado, así también yo os
he amado; permaneced en mi amor. Si guardáis
mis mandamientos, permaneceréis en mi amor;
así como yo he guardado los mandamientos de mi
Padre y permanezco en su amor» Guan 15: 9, 10).
En este pasaje Cristo promete a sus discípulos el Espíritu San-
to con su amor dinámico. «El fruto del Espíritu es amor» (Gál. 5: 22).
Este amor por Cristo no es emoción sentimental. Se expresa me-
diante la obediencia a sus mandamientos por un tipo de morali-
dad que verdaderamente sabe cómo obedecer con una «fe que
obra por el amor» (Gál. 5: 6). La obediencia por amor es la prue-
ba de nuestra lealtad total a Cristo. «Si me amáis, guardad mis
mandamientos» Guan 14: 15). El amor a Cristo se expresa en tér-
minos morales. La obediencia es la prueba del discipulado. «Vo-
sotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» Guan 15: 14).
Nunca antes han hablado los hombres tanto del amor y sin em-
bargo, dicha palabra significa muy poco o es en extremo mal com-
prendida. Uno de los grandes engaños de la religión moderna es
la poca disposición de los seres humanos a comprender y aceptar
el amor de Dios en los términos establecidos por Jesucristo. La tra-
gedia de nuestro tiempo es la degradación de la vida y del amor
porque los seres humanos no relacionan el amor con la ley de Dios.
Ciertamente, el mundo necesita el amor de Dios, pero debe ser un
amor en el que podamos confiar: racional, limpio, honrado, basado
en valores eternos, y procedente del Espíritu de Dios.
De los textos citados anteriormente aprendernos que el amor
cristiano se desenvuelve dentro del círculo de la voluntad y la ley de
Dios, nunca fuera de ellas. La libertad cristiana es libertad para obe-
decer los mandamientos, no libertad para desobedecerlos; es el tipo
216 SALVACIÓN SIN LíMITES
una mision
«Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como fuisteis también
llamados en una misma esperanza de vuestra vocación;
un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y
Padre de todos, el cual está sobre todos y por todos y en todos»
(EFE. 4: 4-6).
La misión terminada
«En medio del cielo vi volar otro ángel que que
tenía el evangelio eterno para predicarlo a los habi-
tantes de la tierra, a toda nación y tribu, lengua y
pueblo. Decía a gran voz: "¡Temed a Dios y dadle
gloria, porque la hora de su juicio ha llegado!
Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar
y las fuentes de las aguas!"» (Apoc. 14: 6, 7).
El mensaje final del evangelio al mundo lleva a la iglesia re-
manente a un tremendo conflicto espiritual, pero no a enfrentar-
lo con dudas. El tiempo para el triunfo del evangelio eterno está
cerca. La iglesia de Dios anticipa y proclama el triunfal adveni-
miento del Hijo de Dios. Desde su trono sacerdotal en el Santua-
rio celestial Cristo administra la redención y el juicio y dirige los
asuntos y los movimientos de su iglesia hacia la consumación fi-
nal, a una victoria cierta y eterna.
Una vez más nuestro Sumo Sacerdote y Rey le hace frente al
príncipe de las tinieblas, llamado también el príncipe de este mun-
do, que tiene un reino y agentes a través de los cuales gobierna con
poder demoníaco a sus súbditos. La Escritura declara que el gran
enemigo de Cristo y de su iglesia está combinando sus fuerzas pa-
ra un asalto final contra la verdad y el pueblo de Dios.
«Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer
y se fue a hacer la guerra contra el resto de la
descendencia de ella, contra los que guardan los
mandamientos de Dios y tienen el testimonio de
Jesucristo» (Apoc. 12: 17).
En estos últimos días Dios no ha quedado sin testimonio. La
iglesia remanente de Dios presenta dos características: guarda los
mandamientos de Dios y tiene el testimonio de Jesucristo.
Un aspecto fundamental de la misión divina de la iglesia rema-
nente son las grandes verdades de la Palabra de Dios, incluidas las
siguientes: la naturaleza y el ser personal de Dios; la creación de
este mundo; la naturaleza del hombre, su caída y depravación; la
naturaleza de Cristo, el Dios hombre; la Biblia como la Palabra
de Dios; la naturaleza y la obra del Espíritu Santo; la justicia por
228 SALVACIÓN SIN LíMITES
comp lem.entaria
Dillinstone, F. W. The Significance of the Cross. Londres: Lutterworth
Press, 1944.
Dodd, C. H. Cospel and Law. Nueva York: Columbia University Press,
1951.
Lenski, R. C. H. St. Paul's Epistle to the Romans. Columbus: Wartburg
Press, 1945.
Uoyd-Jones, D. Martyn. Studies in the Sermon on the Mount. Grand Rapids:
Eerdmans, 1959.
Morris, Leon. The Story of the Cross. Grand Rapids: Eerdmans, 1957.
Ritschl, Albrecht. The Christian Doctrine of Justification and Reconciliation.
Edimburgo: Clark, 1900.
Robinson, N. T. G. Faith and Duty. Nueva York: Harper, 1950.
Schaeffer, Francis A. The Cross Befare the Watching World. Downers Grove:
Inter-Varsity, 1971.
Simpson, A. B. The Holy Spirit or Power From On High, tomos 1, 2.
Harrisburg: Christian Publications.
Smith C. Ryder. The Bible Doctrine on Salvation. Londres: Epworth, 1941.
Stevens, George Barker. The Christian Doctrine of Salvation. Edimburgo:
Clark, 1999.
Stott John R. W. Cristianismo básico, Buenos Aires: Ediciones Certeza,
1977.
Watson, Philip S. Let God Be God. Londres: Epworth Press, 1947.