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Veamos qué nos dice sobre la religión indígena del Noroeste

argentino la documentación entre los siglos XVI y XVIII.


Tomemos, por ejemplo, las obras de carácter general escritas
por jesuítas que se basan en los testimonios orales y los
archivos de la orden y que, si bien no dejan de tener una
visión apologética de la Compañía, aportan un caudal de
información etnográfica confiable. Una de ellas es la Historia
de la Provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús (Lieja,
1673) del padre Nicolás del Techo, quien al referirse a la
labor misionera de los jesuítas Romero y Monroy en el valle
Calchaquí, expresa: "Investigaron los religiosos qué dogma
profesaba aquella gente, y averiguaron que adoraban al Sol. y
su culto consistía en rociar con sangre manojos de plumas
colocados en los edificios destinados a templos". Más
adelante vuelven sobre el tema: "Consideran al sol como el
dios más importante, y al trueno y al relámpago como
divinidades menores. Los sepulcros son montones de piedras,
y con ésto honran a los muertos [...]".

Casi ochenta años después, Pedro Lozano escribió la Historia


de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay
(Madrid, 1754-55), donde afirma que los indios calchaquíes
"adoraban por Dioses al trueno, y al rayo, á quien tenian
dedicadas unas casas pequeñas, en cuya circunferencia
interior clavaban unas varas rociadas con sangre de carnero
de la tierra [llama], y vestidas de plumages de varios colores,
á las quales, por persuasión del padre de la mentira, atribuían
virtud de darles quanto bueno posseían. No adoraban solas
estas deidades en aquellos sus Templos, pues rendían culto
también en ellos á otros Idolos, que llamaban Caviles, cuyas
Imágenes labradas en láminas de cobre traían consigo, y eran
las joyas de su mayor aprecio: y assi dichas laminas, como las
varitas emplumadas, las ponían con grandes supersticiones en
sus casas, en sus sementeras, y en sus Pueblos, creyendo
firmemente, que con estos instrumen - tos vinculaban á
aquellos sitios la felicidad, sobre que decian notables
desvarios, y que era imposible se acercasse por alli la piedra,
la langosta, la epidemia, ni otra alguna cosa, que les pudiesse
dañar".

En la Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y


Tucumán (publicada por primera vez en 1874), al ocuparse de
la entrada de Almagro al Tucumán, Lozano relata cómo los
calchaquíes, reunidos para resistir, hicieron "solemne
juramento por el alto y poderoso sol que era su primera
deidad, de morir o dar muerte á todos los estranjeros".

El 8 de septiembre de 1594, el jesuíta Alonso de Barzana le


escribe desde Asunción del Paraguay al padre Juan Sebastián
relatando su experiencia entre los indígenas de Santiago del
Estero: "Acerca de la religión o culto de todas las naciones
que pertenecen a la provincia de Tucumán no he hallado que
tengan ídolos ningunos, a quienes hayan adorado; hechiceros,
sí, tienen y han tenido muchos, de los cuales algunos les
hacían adorar al mismo Demonio, que siempre les aparecía
negro, y que les ponía temor. [...] Lo que es cierto de esta
gente es que no conocieron Dios verdadero, ni falso, y ansí
son fáciles de reducir a la fe y no se teme su idolatría, sino su
poco entendimiento para penetrar las cosas y misterios de
nuestra fe o el poder ser engañados de algunos hechiceros".

Desde su entrada al Noroeste argentino en la primera mitad


del siglo XVI, los europeos encontraron una enconada
resistencia de los aborígenes. Esta situación, con variantes, se
mantuvo por más de cien años, hasta la derrota de
embaucador Pedro Bohorquez, y se resolvió con la
desnaturalización y la mestización forzosa de los más
importantes grupos étnicos. En esa época el eje administrativo
español estaba en la ciudad de Santiago del Estero, desde
donde partían las empresas para la conquista de las tierras
situadas más al oeste y que, por su papel de articuladora de
diversos paisajes, era el lugar donde se mezclaban indígenas
de muy dispares tradiciones: agricultores andinos junto con
cazadores-recolectores chaqueños. Al respecto, los distintos
grupos aborígenes quedaron incluidos bajo una única
categoría —la de indio— que enmascara las enormes
diferencias económicas y sociales.

Estimamos que para un estudio de la religión prehispánica del


Noroeste hay tres temas que merecen ser abordados: la
adoración del sol, el uso de alucinógenos y el culto a los
antepasados. Pueden ser investigados desde un marco
estrictamente arqueológico y a la vez están históricamente
vinculados entre sí como parte de los procesos sociales de los
Andes, arraigados profundamente en el entramado de la
sociedad indígena antes de la invasión europea. Es más,
constituyen quizá la parte más importante del poder
ideológico en el proceso por el cual surge la desigualdad
social hereditaria.

En los Andes el sol era venerado en la figura de un ser


humano bajo la advocación del Punchao: el señor del día. Los
incas —quienes organizaron el Estado más grande de la
América prehispánica— participaban de la religión solar
andina y para su culto construyeron en el Cuzco el
Qoricancha, el templo principal del Estado. Por un testimonio
de fines del siglo XVI sabemos que en la sala central del
Qoricancha había una imagen del Punchao como hombre
hecha de oro y con los atributos del poder: estaba vestida con
una camiseta o túnica (uncu) tejida de oro, lana y "de diversas
labores" (cumbi), sandalias (ushutas) de oro, las orejas
horadadas y con aretes (pacu), una vincha o diadema (llanto)
que le ceñía la cabeza, un patena o disco (canipo) sobre la
frente y sentado en una banqueta (,tiana) de madera cubierta
con plumas de "tornasol". Iba acompañado de dos serpientes
o saurios que le salían de los costados y un par de felinos, al
parecer, sobre los hombros.

(El relato mítico nos dice que sobre la roca sagrada andaba un
"gato que despedía fuego" y que estaba en asociación
simbólica con el sol. Creemos que el jaguar en llamas
expresa, mejor que cualquier otra imagen, el siempre presente
y renovado juego de la metáfora ("ver una cosa en otra") entre
el felino y el dios de los Andes.)

El culto a los antepasados también fue un elemento


importante en la religión andina prehispánica. Los textos
dejados por los llamados "extirpadores de idolatrías" nos han
proporcionado una valiosa información al respecto. El jesuíta
Hernando de Avendaño escribió una Relación de las idolatrías
de los indios (1617), en la que manifiesta: "Adoran los indios
dos géneros de ídolos, unos fijos, como los cerros y peñascos
y cumbres altas de la sierra nevada, y al sol, luna y las
estrellas, [...] y al trueno y rayo, y á la mar y á los
manantiales; otros son móviles, de los cuales unos tienen en
sus chaceras y labranzas en medio, como abogados de los que
en su lengua llaman guanea, [...] Adoran también a sus
progenitores gentiles, cuyos huesos tenían en mucha
veneración y los guardan en unos sepulcros de piedra y les
ofrescían sacrificios de conejos [cuyes] y corderos de la tierra
| llamas] y ofrendas de chicha y coca."

"Declaran los viejos que antiguamente hubo indios que tenían


por oficio hacer y labrar estos dioses con las figuras referidas,
y fundidores que los fundían de plata, oro y cobre, [...]
Adoran otros ídolos de piedra, por decir que eran los
fundadores o patrones de los pueblos, a quien llaman
marcayoc, ó marca oparac, [...]".
Conviene aclarar que la palabra huaca o guaca de refería tanto
al ídolo —en sus más diversos aspectos— como al lugar
donde se desarrollan los rituales o prácticas religiosas.
Huanca, por el contrario, era un monolito, labrado o no,
clavado en el suelo y que, por lo general, cumplía dos
funciones: la de huaca tutelar de la aldea (marcayoc ) o
protectora de los campos de cultivos (chacrayoc). Desde el
punto de vista religioso, el huanca representaba al ancestro
momificado del ayllu (mallqui) fundador de la aldea y de las
chacras, y que en las relaciones sociales de poder se le
concedió una alta jerarquía.

Los antepasados, llamados mallqui o yllapa, fueron


inhumados en sepulcros especialmente construidos, vestidos
con túnicas o camisetas de cumbi y, según establecía el rito,
se les ponían las manos en el rostro y las rodillas flexionadas
contra el pecho metidas por dentro de la camiseta. Algunos
llevaban colgada del cuello una bolsa tejida (chuspa) con
coca, sobre la frente una media luna (guama) o disco (canipu)
metálico y brazaletes (chiparías o tincurpas) en las muñecas.
A los antepasados se les asignaban tierras de cultivo para el
sustento y ministros —como decían los españoles— para
ocuparse de su culto.

Cuando volvemos nuestra atención hacia los alucinógenos,


comprobamos que desde tiempos remotos su uso ceremonial
estuvo extendido en América, y que fuera del contexto
religioso, no es posible entender su significado en las
sociedades indígenas. Si bien se usaron como alucinógenos
distintas plantas —variedades de tabaco y cactus— nosotros
centramos nuestra atención en el género Anadenanthera
(antes denominado Piptadenia) que posee propiedades
químicas de efectos alucinógenos por el contenido de
derivados triptamínicos y B-carbolínicos. En las yuncas del
límite oriental de los Andes y en el sector serrano del parque
chaqueño, entre los 350 m y 800 m de altitud, crece la
Anadenanthera calabrina var. cebil. Se trata de un árbol de 10
a 25 m de altura, de amplio follaje de hojas compuestas,
semejante a las acacias, y produce unas vainas achatadas de
20 cm de longitud por 3 cm de ancho, que contienen entre 8 y
15 semillas pequeñas, duras y de color marrón. Estas semillas
—previamente tostadas y molidas— son las que se
consumieron por sus propiedades alucinatorias. El árbol y el
polvo se conocieron en el Noroeste argentino con el nombre
de "cebil", "sebil" o "cevil"; en el Perú y Bolivia se los
designa con la palabra quechua y aymara "vilca", "wilca" o
"huilca"; los wichí del Chaco los denominan "jatax" o "jataj",
y "paricá" o "curupay" las tribus tupí-guaraní.

Tenemos claras evidencias de que hace más de cuatro mil


años el cebil fue usado como alucinógeno por las antiguas
sociedades de cazadores-recolectores que poblaban lo que
hoy es el Noroeste de la Argentina. Su consumo, en el
contexto religioso prehispánico, está atestiguado por las pipas
de cerámica, hueso y piedra, tabletas de madera, piedra y
metal, tubos de madera y hueso, valvas de moluscos o
caracoles, espátulas y cucharitas de madera o hueso, jairos y
vasos (k 'eros) de cerámica, madera y metal, morteros, fuentes
y vasos de piedra. Asimismo, su uso está ampliamente
documentado por las fuentes etnográficas e históricas, y por
ellas sabemos que era inhalado, fumado, bebido en infusiones
o inyectado mediante enemas. La forma de consumo más
difundida fue la inhalación del polvo de las semillas a través
de los orificios nasales y para ello se utilizaron tubos y
tabletas ahuecadas, generalmente de madera, o diversos
dispositivos tubulares de huesos. Esta costumbre se extendió
por la cuenca amazónica y la región andina, incluyendo el
Noroeste argentino; en esta última región, las evidencias
arqueológicas y etnográficas atestiguan que también se
fumaba el cebil en pipas de cerámica, hueso o piedra.

Es probable que la variedad de estos objetos pudiera reflejar


una diversidad cronológica de las distintas modalidades de
uso. Si bien no debe descartarse el manejo de otros vegetales
psicoactivos, o diversas combinaciones de ellos, no es posible
pasar por alto en el Noroeste de la Argentina, por un lado, la
presencia del cebil en los bosques de la ladera oriental de los
Andes y, por otro, los morteros de piedra tallada en los que se
molían las duras semillas del cebil para inhalar o fumar.

El uso ceremonial a través de diversas formas de consumo


muestra una dispersión que excede sus límites naturales;
además, está poniendo énfasis en el alto valor asignado a la
planta y a sus derivados, y una compleja dinámica de
intercambios con grupos culturales de regiones vecinas. Para
el actual Perú, Matienzo escribe que: "[...] las que
verdaderamente se dicen huaca, y por otro nombre vilca, son
oráculos y adoratorios que comúnmente están en cerros altos,
donde adoran por ídolos a piedras y plantas, y allí tienen
ídolos de oro y plata [...]". Cristóbal de Albornoz, por su
parte, afirma: "Tienen otro genero de guacas que llaman
uilcas, que aunque la uilca es un genero de fruta ponzoñosa
que nace y se da en los Andes tierra caliente, de hechura de
una blanca de cobre de Castilla, cúranse y púrganse con ella y
se entierran con ellas en las más provincias deste reino. Ase
de advertir que unas figuras como carneros de madera y
piedra y |que] tienen un hueco como tintero, ques donde se
muele la uilca, se a de procurar buscar y destruir. Llámase el
tintero uilcana y la adoran y reverencian . Es esta uilcana
hecha de muchas diferencias de piedras hermosas y de
maderas fuertes. Tienen, fuera desta uilca, otros muy muchos
géneros de medicinas que llaman uilcas, en especial de
purgas. Ay muchos géneros de médicos que todos son
hechizeros que usan de curar e inbocan al demonio primero
que comiencen a curar, [...]".

Nosotros hemos vinculado en el espacio sudandino el uso de


los alucinógenos con el culto solar. Encontramos que
Ludovico Bertonio en su vocabulario de la lengua aymara
define: "Villca; el sol como antiguamente dezian, y agora
dizen inti. Villca; adoratorio dedicado al sol u otros Ídolos.
Villcanuta; adoratorio muy celebre entre Sicuani y Chungara;
significa casa del sol, según los indios barbaros. Villca; es
también una cosa medicinal, o cosa se daua a bever como
purga, para dormir, y en durmiendo dize que acudia el ladrón
que auia lleuado la hazienda del que tomo la purga, y cobraua
su hazienda: era embuste de hechizeros".

Umita:

Deidad protectora del caminante nocturno. Aparece en los


caminos al anochecer en forma de una cabeza de cabellos
largos que rueda por el suelo. No es temida, al contrario, se
considera un resguardo contra los malos espíritus si en la
noche acompaña al caminante quejándose a la vera del
camino. Cuando en la noche se sienten quejidos cerca de la
casa es que anda la Umita buscando agua, tiene sed. Entonces
se le pone agua en lugar disimulado para que beba y los
quejidos desaparecen.

Pampayoj:

Dueño de los campos abiertos o pampas, Señor de las


llanuras. Simboliza la estructura dual de la vida humana,
como unidad esencial en la cual pugnan los opuestos
complementarios.
En su carácter benigno es un numen protector de los seres, en
particular de los indefensos, que nacen, viven y mueren en los
campos, actividad que culmina cuando se metamorfosea en
guanaco o en suri lo cual significa la exaltación potencial de
la paciencia y la bondad del guanaco y de la velocidad e
inmediatez en la protección, simbolizado por el suri, para
evitar la matanza y destrucción de la fauna indefensa de los
campos.

Para cumplir su misión de protector Pampayoj aplica una


escala de sanciones según la gravedad de los actos cometidos
por los transgresores, enajenando su razón hasta la locura e
inmediata muerte.

Esta proyección impiadosa de Pampayoj alcanza su plenitud


con la antropofagia de los condenados. Se anunciaba después
del paso de una polvorienta y gruesa tolvanera.

Ninaquiru:

Diente de fuego. Forma de escarabajo, de hombre, de pájaro.

Sachayoj:

Dueño del monte, del bosque. Unas veces aparece en forma


en persona, otras de animal, pero siempre en actitud de
protector de la fauna del bosque. Los cazadores y los meleros
le temen. No ataca directamente sino con artificiosas mañas:
simulando el llanto de un compañero desde la espesura del
monte, unas veces, y, otras, apareciendo en forma de presa
fácil para que el cazador la persiga. Si éste comete la
imprudencia de hacerlo, separándose de sus compañeros, se
perderá, irremediablemente, y nadie sabrá qué se hizo el
infortunado cazador. La concepción básica es antropomórfica,
vestido de sajasta (líquen, barba del monte) y con largas
barbas de ese mismo líquen, siendo difícil observarlo por lo
fugaz de sus apariciones. Extiende su protección a los árboles.

Dueño del monte, Dios centinela del bosque. Personaje


selvático que cuidaba la riqueza de los montes y aparecía
únicamente cuando sus dominios eran arrasados por la acción
casual del fuego en tiempos de sequía, cuando la reseca
hojarasca se enciende por la acción de un rayo solar que
incide sobre una débil gota de rocío que oficia de poderosa
lente, o por el temible tornado al final de la calurosa
primavera o comienzos del infernal verano santiagueño.
También se aparecía cuando la selva era invadida por
hombres que no acataban sus preceptos, y le talaban sin
consideración sus especies en retoño o le arrebataban con
fuego la miel de las lechiguanas. Su aparición en medio de la
maraña del monte en el silencio sepulcral de la siesta, o en el
huayramuyoj era una advertencia para quien lo viera, una
alerta para la comunidad sospechada de traicionar la ley.

El mito de Sachayoj es de carácter etiológico, narra el


nacimiento, muerte y resurrección del bosque primigenio.
Sachayoj estuvo presente durante el tiempo primordial de la
fundación del cosmos, a partir del caos originario. Es una
deidad antigua representada por un viejo canoso, de cabellera
de lockonti (enredadera) y su larga barba de sajasta (musgos)
“… cubre su cuerpo hasta los pies, simbolizan la unión
masculino-femenino, la unión armónica de los contrarios…”.

Ckaparilo:

Como su nombre lo indica es gritador, imita toda clase de


gritos. Se hace pájaro, zorro, león, cordero, cabrito, perro, en
fin, de todo imita y a veces silba o grita como si fuera encima
de uno y no se le puede ver. Se burla de la gente y de los
perros. Es el ser que imita el grito de todo bicho, tanto
montarás como doméstico, tratando con esta artimaña, perder
a sus perseguidores, el hombre que se atreve invadir sus
dominios, el desierto. Sale a los poblados, los perros lo
persiguen, avanzan donde se oye su grito, se amontonan,
parece que agarran o destrozan algo, y luego, nada.

Dios magnánimo, el gritón de la tradición quichua, es el


burlón o burlador del monte que desorienta al cazador o al
hachero o al melero. Ckaparilo lucha y se opone a todo lo que
degrada la vida.

Tanicu:

Dios de la carestía. Es protector cuando se le complace pero


castiga cuando se le ofende o no se le rinde homenaje. Hay
cosas que no debe hacerse porque lo irritan, como moler en
mortero vacío. Tanicu, en su condición de carecido, viene a
juntar los granos que saltan del mortero y al sentirse burlado
se enoja, y en castigo, les lleva todo lo que tienen en los trojes
y cuanta comida encuentra en la casa. En cambio, si le hacen
fiesta Tanicu protege la familia a la que no le faltará
mantención durante todo el año. Esta es la fiesta de la
abundancia y de la alegría. Se cocina en cantidad suficiente
para que sobre: alcucu, locro, chanfaina, empanadas, pasteles,
tortillas, y no debe faltar, pues constituye el elemento ritual de
la fiesta, la icha (derramada), que consiste en arrojar a la
concurrencia, a puñados, pequeños bizcochitos fritos en grasa.
Luego se bebe aloja, si hay, u otro licor en su defecto, y se
baila. La fiesta se realiza el primer domingo de octubre, mes
de la carestía, de Rosario Quilla, esto es, el mes de la luna de
la Virgen del Rosario. Tanicu, hambruna, cacan. Múchuy.

Sáchap Maman
Terrorífica forma y fama de ser peligrosa cuando aparece al
viandante en el monte en horas de la noche. Madre del monte.
Mujer que atajo o acompaña al hombre con diabólicas
intenciones. Ha espantado a hombres valientes atacándolos en
algunos casos hasta protagonizar con ellos furiosas peleas
provocando con ello aterradoras escenas.

Máyup Maman

Deidad hídrica de ríos y bañados. Madre del río. Blanca,


hermosa, de larga cabellera rubia que peina al desgaire con
brillante peine de oro. Hermosa mujer que seduce a los
hombres para hundirlos en las aguas y desaparecer con ellos,
en Perú es un ofidio gigantesco que vive en el fondo de los
ríos.

Era simbolizada por una mujer que tenía mucha semejanza


con la medusa o con la sirena de la mitología griega. Aparecía
en las grandes crecientes del Misky Mayu (Río Dulce) y del
Cachi Mayu (Río Salado), los viejos challueros (pescadores)
la temían, pero no cualquiera tuvo el privilegio de
encontrarla, el que pretendía alcanzarla se ahogaba en el
profundo remanso de donde ella había surgido.

Ellos sabían que cuidaba de los peces pequeños y por eso,


cuando ese tipo de presa pescaban, los devolvían a las aguas
procurando que caigan en el centro del río, así serían
favorecidos por la Mayup Maman con otra presa más grande.

Runauturungu:

Hombre tigre. Tiene todas las características del tigre


verdadero con la ventaja de no perder la inteligencia humana.

Orko Maman:
Madre del cerro. Se anunciaba en la falda de los cerros, antes
de un desprendimiento de tierras y piedras, para evitar la
desgracia del desprevenido. O bien le hacía perder el rumbo
al que había encontrado una veta metalífera por pura
casualidad. Otros dicen que defendía las hoyadas donde
nacían los guanacos. Era una deidad poco amiga de los
ingratos poseedores de minas.

Signos:

El maestro es (1) Urkuraka wiracochan pacha yacha chipa


unanchan, que traducimos como “mucho, largo tiempo vengo
dando el ser, creando, madurando, pariendo, sustentando,
cocinando, enseñando, desenvolviendo y envolviendo el hilo
y tejido o envoltorio de la vida y sabiduría de la creación, de
las plantas silvestres y cultivadas”; la riqueza es 2) Chakana
tiqsi capaqpa unanchan “fundamento, principio, raíz, causa y
origen de la riqueza del imperio y todo lo excelente que se
produce en el hervidero espantoso y en la unidad de la
creación”; el mundo es 3) Qollqanpata tunapapa chakayaspa
unanchan, “la copa del árbol, guardador, despensero,
proveedor, siervo principal de wiracocha, autor de su linaje y
mayordomo de las unidades sociales, la mañana, el amanecer,
puerta principal de entrada al cosmos, recordar absolutamente
el amor por los muertos, los días, meses y años venideros y
tener en cuenta las amarguras de este mundo y principios de
la creación”; la dualidad es 4) Runakai kay kari kachun warmi
kachun tika unanchan paita yuyarina intip intip, “los súbditos,
sea varón, sea mujer el que corte yerbas y flores del campo
para comer, mascar, guardar y vivir o alimentar a los
animales, recordar absolutamente como hijos el sol, lo que
significa la justicia, la verdad, el haber y tener, las cualidades
de la existencia y el orden de la creación”. El círculo es 5)
Muyu tiqsi muyu kamac, “la domesticación de animales y
producción de semillas y llamas, el uso del calendario (ley del
tiempo) y el vestido, es una tarea, un trabajo de todos por
igual, según sus fuerzas, mérito, talento, con uno cada uno,
uno por uno, es lo justo, lo regular y conveniente para todos,
lo que articula el trabajo creador, una obligación, un mandato,
un precepto, una orden, la ley y mandamiento de Dios”.

En el primer signo, el de maestro amauta (Urkuraka) la


palabra y casa del señor que hace y tiene todas las cosas,
wiracocha hombre blanco mismo se asume como cumbre de
sabiduría del cosmos del sistema de conocimientos y de la
cultura, el que tiene el vestuario e investidura sagrada, señor
de vasallos y pastor, con el césped y sus raíces, suelo desigual
y tierra enmarañada, sembrada de maíz, cosechando y
cocinando largo tiempo, refiere la maraña del pensamiento
humano, el trabajo de la tierra, el riego y los cultivos que es
necesario realizar para encontrar el lugar de sí mismo en el
universo y alcanzar el verbo, la doctrina, la palabra sagrada y
una ley moral que otorguen sentido y bondad a la vida.

En el segundo signo, de la riqueza, Chakana o Kata Marka el


amauta wiracocha se dirige a la cumbre gobernante de la
monarquía inca, comparándolo con la fibra del cardón con sus
raíces profundas, una metáfora para referir la abundancia de
todas las cosas, la escalera energética, el sistema político, los
asientos del inca, el compromiso de la provisión de agua en el
desierto, la fortaleza, el poder y la potencia que vienen del sol
a la clase gobernante, el enviado principal como su
representante en la tierra, el que tiene la principal verdad, el
dogma, la esencia de la doctrina, las creencias, los hábitos y
costumbres en la urdimbre y la trama del vestido adornado y
vistoso, el más cargado de signos, Tuquma, Tuquima,
Toqapu, aqnapu o wallapu.
En el tercer signo referido al mundo, el de Tunupa, Tunukuti
o Tocaina, el enviado subordinado y vilipendiado, wiracocha
se dirige a la cumbre del sistema religioso, la nobleza
sacerdotal amauta, vestido de lana de llama blanca, símbolo
de su realeza, asimilándola a la copa del árbol, al tabernáculo
abrasivo de la papa según algunos, otros a la tuna o planta del
nopal y otros también al quebracho colorado (paqpuka),
estableciendo en este caso una relación con la forma y las
necesidades y todo lo que “va siendo mundo” tiñéndose con
la fe de la doctrina y utopía amautas, los andenes de riego y
depósitos de granos o qollqanpata, el culto de los muertos y la
protección que ejercen las plantas con su sombra y frutos a lo
largo de las estaciones del año, que fueron registradas junto
con las constelaciones de la Vía Láctea, de las Pléyades
(Chincha), las Tres Marías (Chakana) y la Cruz del Sur
(Chakana Chilli) y los solsticios y equinoccios, siguiendo el
curso aparente del sol con precisión matemática entre kitu y
Tucumán.

Con el cuarto signo de la dualidad, se refiere a los súbditos


elegidos a los hombres y mujeres del imperio Tawantinsuyu,
como cumbres de la naturaleza e hijos del sol, (la
Runakai),los hilos del tejido y tantos en el juego, sal de la
tierra y luz del mundo (Tojo Jachi), asimilándolos a la coca,
planta sagrada que representa a una mujer que vino para
salvar a los hombres, utilizándose en los rituales de
adivinación y se mastica también como alimento básico y
para fortalecerse y rumiar física y moralmente, expresa el
sistema productivo, el triunfo o victoria de la fe, la existencia
de la humanidad y la casta elegida, la manada, las ovejas, la
grey, los fieles del pastor wiracocha.

Finalmente, en el quinto signo, del círculo o muyu, los


tumuyo o montikullo, se refiere al universo, a todo lo que
existe natural y socialmente, al orden de la existencia, del
trabajo y la producción del maíz, batata y algodón, sustentos y
fibras para producir el alimento sagrado y el vestido sagrado
de los hijos del sol (Toqapu, el “héroe rico”, el rito y culto a
la vida y a los dioses en Catamarca, “el pueblo de los
vestidos”) y Tunupa el “héroe pobre”, el mito y culto de los
muertos en Pampallaqta, “el pueblo de los alimentos), la
bendición de la palabra otorgada y los mandamientos de la ley
de Dios.

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