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Marisa Sefra
Copyright © 2022 Marisa Sefra
The characters and events portrayed in this book are fictitious. Any similarity to
real persons, living or dead, is coincidental and not intended by the author.
ISBN: 9798436330853
Title Page
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Dedication
ADVERTENCIA
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
CAPÍTULO ONCE
CAPÍTULO DOCE
CAPÍTULO TRECE
CAPÍTULO CATORCE
CAPÍTULO QUINCE
CAPÍTULO DIECISÉIS
CAPÍTULO DIECISIETE
CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECINUEVE
CAPÍTULO VEINTE
CAPÍTULO VEINTIUNO
CAPÍTULO VEINTIDÓS
CAPÍTULO VEINTITRÉS
CAPÍTULO VEINTICUATRO
CAPÍTULO VEINTICINCO
CAPÍTULO VEINTISÉIS
CAPÍTULO VEINTISIETE
CAPÍTULO VEINTIOCHO
CAPÍTULO VEINTINUEVE
CAPÍTULO TREINTA
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
AGRADECIMIENTOS
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About The Author
ADVERTENCIA
1988
«Querida familia:
Siento no haber escrito antes, pero han sido unos meses
muy locos. He tenido una niña, estamos las dos muy bien.
Os mando unas fotos para que la conozcáis. Se llama Gina.
Os llamaré en cuanto pueda, estamos viviendo con la
abuela de Piero y aquí no hay teléfono, lo que complica un
poco las cosas.
Os echo mucho de menos a todos. Prometo escribir
pronto y llamar de vez en cuando.
Muchos muchos besos.
Greta»
Jo-der.
Era ella. Tenía que ser ella. Se me aceleró el corazón.
Empezó a faltarme el aire. Le di a llamar con dedos
temblorosos. No sabía lo que me podía costar una llamada a
un móvil de Italia, esperaba tener saldo suficiente.
—Pronto? —contestó la voz de un tío.
—Hola, quiero hablar con Greta —dije. No tenía ni puta
idea de italiano.
—Non ti capisco, sei spagnolo?
—Sí, español, soy español. Pregunto por Gre-ta. Me ha
mandado un mensaje desde este número —dije a un
volumen más alto, como si así me fuera a entender mejor.
—Non ti capisco. Aspetta un momento… —me dijo antes
de dirigirse a alguien de allí—. Uno spagnolo cerca Greta.
Se hizo el silencio durante un momento que se me hizo
eterno. Enseguida oí otra voz de tío.
—¿Hola? —Guay. Este hablaba español.
—Hola, quiero hablar con Greta. Tengo un mensaje suyo
de este número.
—¿Eres Marc? —me preguntó con un fuerte acento
italiano.
—Sí —contesté un poco flipado—, ¿me conoces? ¿Quién
eres?
—Claro que te conozco. He oído hablar mucho de ti. Soy
Piero.
Jo-der.
—¿Qué has oído? ¿Qué te ha contado de mí?
—Todo.
—¿Qué es todo? —pregunté.
—Cuando erais niños, el último año, la última
conversación antes de que ella fuera a Nápoles…
Joder, sí que se lo había contado todo.
—¿Puedo hablar con ella? —pregunté.
—No, lo siento, ya no estamos con ella. Estamos de
vuelta en el ferry a Nápoles. Mañana tenemos clase. Este es
el teléfono de mi amigo Guido. Anoche Greta se emborrachó
(¿se dice así?) y le cogió el teléfono a Guido para mandarte
un mensaje. Mis amigos han venido este fin de semana,
pero no suelen venir. No la llames a este número, no la vas
a localizar. Además, ella no quiere hablar contigo.
—Si no quisiera hablar conmigo no me habría mandado
un mensaje —le dije.
—Estaba muy borracha.
—¿Y eso no te dice nada? ¿Que me escriba cuando está
borracha no te dice nada? ¿Sabes lo que decía el mensaje?
—Sí —respondió tras un momento de silencio.
—¿Y te parece normal que me diga que siempre piensa
en mí? Lo que creo es que tú no quieres que hable conmigo.
—Yo le he dicho varias veces que debería hablar
contigo, que tenéis una conversación pendiente. Pero ella
no quiere, dice que no está preparada todavía —dijo con
tono calmado.
—Eso es que no me ha olvidado —le dije.
—Claro que no te ha olvidado. Habéis estado juntos
veinte años, es normal. Pero ahora acordarse de ti le hace
daño. Y yo no quiero que sufra, solo quiero que esté feliz.
—Yo podría hacerla feliz —le dije.
—Pudiste hacerlo, pero no lo hiciste. Ahora ella ha
elegido su camino.
—¿Ha elegido? No me hagas reír —dije empezando a
mosquearme—. La has dejado preñada y le has jodido la
vida… ¡¿No sabes ponerte un puto condón?! —le grité—.
Hay que ser muy inútil…
—No voy a contestar a eso —dijo tras otro breve silencio
—. Entiendo que pienses así y que estés dolido, pero todo lo
que yo he hecho ha sido por ella. Solo quiero que sea feliz,
ya te lo he dicho.
—¿Feliz? ¿Alejarla de su familia es hacerla feliz?
—Yo no la he alejado de su familia. Eso lo hiciste tú —
dijo.
—Vale, yo la cagué mucho, pero tú no lo has puesto fácil
para que vuelva. ¿Por qué no llama? ¿Por qué escribe tan
poco? Yo creo que tú tienes algo que ver en eso.
—No, yo no tengo nada que ver. Ella hace lo que quiere
hacer, ya la conoces, no hace falta que yo te lo diga…
—Claro que la conozco, ¡la conozco mejor que tú! —
grité—. Ese mensaje… me echa de menos, quiere que vaya
a buscarla… Ahora sé que está en Sicilia, podría ir a
buscarla —dije a punto de ponerme a llorar. Joder, qué mal
momento.
—¿A Sicilia? —se rio—. Sabes poco de Sicilia, ¿no? Es la
isla más grande del Mediterráneo. ¿Crees que podrías
encontrarla solo sabiendo que está allí?
—Ya, bueno, eso no lo sabía —dije sintiéndome un
gilipollas ignorante. La geografía nunca había sido lo mío.
—Marc, en serio, sigue adelante, haz tu vida. Ella
hablará contigo cuando sienta que ha llegado el momento
—me dijo con tono condescendiente. Qué bien hablaba
español.
—No puedo —dije dejando escapar las primeras
lágrimas. Mierda—. No me olvido de ella. Dame un teléfono
donde pueda llamarla.
—Allí no tiene teléfono, y yo no tengo móvil. Además,
solo la veo los fines de semana, durante la semana estoy en
Nápoles, en clase.
—Tú no has dejado los estudios y ella sí. ¿No ves que le
has jodido la vida?
—Yo no he hecho nada, ella lo ha decidido todo.
—No me cuentes rollos. Eres un puto egoísta. Tú sigues
con tu vida normal mientras ella ha dejado la carrera para
criar a tu hija. ¡Le has jodido la vida!
—Es tu opinión —dijo tras otro momento de silencio—, y
entiendo que pienses así. Le volveré a decir que hable
contigo, pero, si no quiere, no puedo hacer nada.
—Dile que la quiero. —¿Le acababa de decir eso a su
novio? ¿Podía ser más patético?
—No puedo decirle eso.
—No QUIERES decirle eso. Es muy diferente.
—Bueno, pues no quiero decirle eso, es cierto. No le
haría bien.
—No te haría bien a ti, porque sabes que en el fondo
ella me quiere.
—Creo que esta conversación no va a ningún lado —dijo
con un suspiro—. Yo no soy el malo, no soy tu enemigo.
Algún día podremos hablar de todo esto. De verdad, confía
en mí. Ella está haciendo las cosas como cree que debe
hacerlas, y yo lo respeto.
—¿Por qué iba a confiar en ti? No te conozco de nada.
No me caes bien.
—Lo entiendo —volvió a suspirar—. Creo que
deberíamos terminar esta conversación.
—Puede que tengas razón —dije ya derrotado—. Trátala
bien. Hazla feliz.
—Lo intento. Le diré que has llamado.
—Gracias —dije como un reflejo, aunque en realidad
estaba convencido de que no se lo iba a decir.
Y colgó. Y se volvieron a esfumar mis posibilidades de
dar con ella.
Me tumbé en la cama y me puse a llorar como un
gilipollas. Ese mensaje había reabierto la herida que ya
empezaba a cerrar. Pensaba en mí. Joder, pensaba en mí.
Entonces ¿por qué no me llamaba? ¿Por qué no me escribía?
Cómo la echaba de menos… Echaba de menos el último año
que pasamos juntos, claro, eso fue la hostia… Pero echaba
de menos tanto o más todos los anteriores… Puto italiano.
Puto Piero. Me había jodido la vida. La mía y la de ella.
CAPÍTULO TRES
El siciliano
¿Era mía? ¿Era hija mía? Miré a la niña. El color del pelo
y de los ojos, que no se parecían en nada a los de Piero ni a
los de Greta… La sonrisa, joder, la sonrisa que no era de
Greta… Coño, los putos hoyuelos. El vino quería salir de mi
estómago. Empecé a sudar como un cabrón. Miré a Greta.
Estaba discutiendo con los demás, yo no oía ni lo que
decían. No me miraba. Mírame, joder, hazme una señal de
que lo he entendido bien.
✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶
Vamos camino del bar. Samu nos pasa un brazo por
encima de los hombros a Estrella y a mí. Marc y su princesa
del palo metido por el culo caminan cogidos de la manita
unos pasos por detrás de nosotros. Parece que tiene lo que
siempre ha querido: una pija de manual. Qué mal me sabe
que se haya enterado de la noticia así, tengo que hablar con
él cuanto antes, no ha sido la mejor manera.
Llegamos a la puerta del bar.
—Espera —me dice Samu—, vamos a hacer una entrada
triunfal.
Entra él primero y Estrella mantiene la puerta abierta.
Samu se gira hacia el rincón donde siempre se sentaban.
—Señores… en primicia para ustedes… ¡El huracán
siciliano! —grita señalando con los dos brazos hacia la
puerta.
Me río y entro dando un salto y girándome hacia donde
están Chus y Loui. Los dos se levantan de un salto y vienen
a abrazarme. A Loui hace cosa de un mes que no lo veo,
pero después de tenerlo cuatro meses con nosotros, se me
ha hecho una eternidad, lo he echado muchísimo de menos.
Abrazo a Chus, al que sí que hace una eternidad que no veo.
—No sabes lo tranquilo que me deja verte tan bien, tía
—me dice—. ¿Todo bien? ¿Seguro?
—No, nano —le contesto—. Hemos tenido que salir
huyendo de un cártel muy peligroso, de polizones en un
barco. Espero que no nos hayan seguido.
—¡No me jodas! —dice llevándose las manos a la
cabeza.
—No, imbécil —me río—. Olvídate ya de eso, todo han
sido imaginaciones tuyas…
—¡Qué cabrona! —se ríe también—. Me lo había creído.
—Lo sé.
Loui me da un abrazo.
—¿Has venido sola? —me pregunta.
—No, he venido con mi hija, no la iba a dejar allí —digo
aguantando la risa.
—¿Las dos solas? —insiste.
—No, tranquilo, también ha venido…
—Y ¿dónde está? —pregunta nervioso.
—En casa, por si la niña se despertaba, para que viera
una cara conocida…
—No tiene ganas de verme —dice Loui agachando la
cabeza.
—Ay, ¡de verdad! Entre el intensito y el inseguro me
tenéis frita… —le digo hastiada—. Dice que tiene cara de
avión, que no quiere que lo veas hasta mañana, cuando
esté más descansado…
—Eso es una tontería, él siempre está guapísimo.
—Yo lo sé, tú lo sabes, pero él no, tiene «cara de avión»
y punto, ya lo conoces —digo poniendo los ojos en blanco.
—Sí —se ríe Loui—. Bueno, puedo esperar a mañana,
aunque, sabiendo que está aquí, se me va a hacer la noche
larguísima.
—Lo imagino —me río—. Bueno, le he dicho que vendrás
mañana a casa a desayunar, ¿quieres?
—Claro que quiero —me dice sonriendo.
—Pues arreglado.
—Ey, tío, ¿qué tal? —saluda a alguien a mi espalda.
Intuyo que Marc y su chica ya han llegado.
—Tú y yo ya hablaremos, cabrón —oigo que le dice Marc
a Loui, que asiente con la cabeza intentando no reírse.
—Ven, vamos a pedir unas birras —me dice.
Vamos Loui y yo hacia la barra y le pedimos dos
cervezas a una chica que no conozco de nada. Qué raro es
volver a estar en el bar, y más así, sin ser yo la que pone las
cervezas.
—Intuyo que ya lo sabe —me dice Loui.
—Intuyes bien —digo asintiendo con la cabeza.
—¿Todo?
—En grandes titulares, sí, todo. Le faltan los detalles,
pero la información principal ya la tiene. Tengo que hablar
con él ahora luego —le digo.
—¿Cómo se lo has dicho?
—No me ha dado tiempo, lo ha soltado todo Gina
durante la cena —le cuento.
—Joder, tan bocazas como su padre.
—Desde luego —me río.
—¿Cómo se lo ha tomado?
—Le ha dado un ataque de ansiedad, literal, pero tu
chico se lo ha llevado justo a tiempo y nadie ha notado
nada.
—Entonces estaba en buenas manos —dice él con una
sonrisa.
—En las mejores —sonrío yo también.
—¿Qué le vas a decir? ¿Te gustaría volver con él?
—Nooo, claro que no —me río—. Tampoco hay nada a lo
que volver… Nunca hubo nada en realidad. Aquello fue una
estupidez, éramos unos críos…
—Eso no es verdad —dice Loui—. Claro que había algo…
—Hace mucho de eso, somos personas diferentes. De
aquello salió mi niña, que es lo mejor que tengo, y ya está,
con eso me quedo. No quiero ni necesito más, de verdad, no
es el momento. Venga, vamos con estos.
Llegamos a la mesa y nos sentamos con ellos.
—Bueno, Gretus, ¿has venido con tu chico? Ya sé que no
es un mafioso, no lo voy a decir más, que os descojonáis de
mí…
—Ay, ¡su chico! —dice Samu con una carcajada—. Ven,
nano, vamos a echar un billar y te lo cuento, que Greta no
creo que quiera repetir la conversación. Vente tú también,
Loui, así podemos jugar por parejas y, de paso, le explicas la
parte que te toca, mamón…
—Claro —se ríe Loui.
Los cuatro se levantan y se van hacia el billar,
dejándome sola con Marc y su princesa. Tiene cara de
cansado, normal, yo sé bien lo agotada que te quedas
después de una crisis de esas, qué mal se pasa… Le hago
un gesto rápido a Marc cuando lo veo mirarme para
preguntarle si se encuentra bien y él asiente muy serio.
Respiro hondo, espero que no se haya mosqueado, lo último
que necesito es una bronca como la que tuvimos la última
vez que hablamos… Espero que esta vez me deje
explicarle…
✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶
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✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶
✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶
Me contestó al momento.
✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶
Llego a la cocina más sofocada de lo que me gustaría.
Decir «sofocada» es un signo de madurez, aunque el
concepto siga siendo el de «llevo un calentón que no me
aguanto». Intento no pensar en el encuentro fugaz en el
armario, pero mi mente me traiciona, como siempre. Están
todos en la cocina menos Marc. Les doy a Estrella y a Piero
lo que nos han pedido y me siento en una de las sillas de la
cocina intentando pensar en otra cosa.
—Greta, no te pongas muy cómoda, que nos vamos ya
mismo —dice Estrella.
—Cuando quieras —le digo—. Yo ya estoy lista.
Y deseando salir de aquí y no volver a cruzarme con
Marc esta noche, pienso para mis adentros.
—¿Quiénes vais a la despedida? —pregunta Reyes.
—Mis amigas del colegio, las de la facultad, un par de
compañeras de trabajo y, bueno, Emma y Marta, claro.
—¿Marta también va? —pregunta mi madre sorprendida.
—Claro —dice Estrella—. ¿Por qué no iba a venir?
—No sé, no me imagino a esa chica de fiesta… Cuando
salís por ahí, ¿se quita las bragas de vinagre que parece que
lleve siempre puestas o sigue en su línea?
—¡Mamá! —le grito escandalizada.
Reyes y Estrella sueltan una carcajada. Me da que no es
la primera vez que hablan de ella las tres.
—No sé —dice Estrella aún riéndose—. De fiesta aún no
he ido con ella. Mañana te cuento.
Las tres intentan controlar la risa, pero no pueden y nos
contagian a Piero, a Loui y a mí.
—Una imagen muy gráfica, Maite —dice Marc desde la
puerta muy serio.
Todos dejamos de reírnos al momento.
—Ay, cariño, perdona, no quería ofender. Me ha salido
así —dice mi madre un poco agobiada.
—Ya me imagino, aunque parece que no es la primera
vez que tenéis este tipo de conversación… Igual lo que no
querías era que yo lo oyera, ¿no? —dice acercándose a ella
y dándole un beso en la mejilla.
—Ha sido un comentario de mal gusto, perdona, cielo —
dice mi madre poniéndole una mano en la cara a Marc.
—No, no, está bien saber vuestra opinión —dice Marc
apoyándose en la encimera y cruzando los brazos—. ¿Es
algo general? ¿Tú también piensas así, mamá?
—Ay, cariño, no nos hagas caso, que estábamos de
broma, y nos hemos tomado una copita de vino… —dice
Reyes también agobiada—. Si es una chica muy correcta y
educada, pero igual un pelín, no sé, seria… Pero no es mala
chica, no nos estamos metiendo con ella.
—Claro —dice Marc—. Bueno, pues, ya que os interesa
tanto, que sepáis que no, nunca se las quita, ni metafórica
ni literalmente —dice intentando aguantar la risa.
Todos empezamos a reírnos otra vez al ver que se lo ha
tomado bien. La risita de mi madre es un poco nerviosa.
Marc le pasa un brazo por encima de los hombros y vuelve a
darle un beso mientras se ríe. Nunca se han llevado mal,
pero parece que en estos años han estrechado lazos, y me
alivia un poco saber que se tenían el uno al otro. Lo hice
fatal con los dos.
—Tranquila, guapa, no me ha molestado —le dice Marc a
mi madre—. Sé perfectamente la impresión que da, pero
ella no es así en realidad, vosotros solo conocéis su lado
amable —dice con una carcajada. Todos nos enganchamos a
reír más fuerte.
—Ay, hijo —dice Reyes secándose las lágrimas de la risa
—, no nos lo tengas en cuenta… Es que me recuerda tanto a
tu padre de joven… Que yo pensaba que con los años
cambiaría, y lo hizo, pero no para mejor —le vuelve a dar un
ataque de risa y nos contagia a todos otra vez.
—Joder, mamá —dice Marc descojonándose—, si me lo
pintas así, corto con ella ahora mismo.
—No nos hagas caso, cariño, tú sabrás lo que tienes que
hacer, nosotras hablamos por no callar.
Marc me mira un momento y sonríe. Joder, que no me
mire así o me voy a poner malísima otra vez, y ya se me
estaba pasando el calentón…
—Bueno, Greta —dice Estrella tirando de mí—.
Vámonos, que ya vamos justas de tiempo y no quiero
comprobar lo que ocurre si las bragas de vinagre se
avinagran más por la espera.
Todos volvemos a reírnos.
—¿Qué es bragas de vinagre? —pregunta Gina
levantando la cabeza del dibujo que está haciendo.
—¿Ves, mamá? Ahora hay que tener cuidado con lo que
se dice, que tenemos una menor —le digo a mi madre.
—Yo se lo explico —dice Piero dándome un beso en la
mejilla—. Vete ya.
Le doy un beso rápido a Gina y me despido de todos con
la mano mientras Estrella tira de mí hacia la puerta.
✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶
✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶
Me reí y le contesté.
MARC: A ti.
Le contesté enseguida.
Contestó al momento.
✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶
✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶
Le contesté enseguida.
✶⊶⊷⊶⊷⊶⊷⊷❍⊶⊷⊶⊷⊷⊶⊷✶
Estaba sentado en nuestra guarida secreta, en la casita
del árbol, con la espalda apoyada en una de las paredes,
frente al hueco que había dejado la pared que no había
resistido el paso del tiempo. Faltaba también parte del
tejado. Álvaro había sido realmente bueno construyendo
cosas, pero hacía muchos años que nadie se había ocupado
de cuidarla y el tiempo le había pasado factura. Aun así, lo
que quedaba de ella era un buen lugar en el que estar
cómodo y aislado un rato.
Empezaba a anochecer cuando noté, por el temblor del
árbol, que alguien subía. Apareció la cabeza de Piero por la
trampilla.
—Hola —dijo al subir—, ¿quieres compañía?
—Claro —sonreí sin ganas—, ¿qué te cuentas?
Se sentó a mi lado y me pasó una de las dos cervezas
que traía. Sacó algo del bolsillo.
—Chus me ha dado maría y papel —dijo—. Solo me falta
el tabaco, ¿tienes? Porque un canuto solo de maría puede
ser muy fuerte para empezar…
—Claro —me reí y le pasé el paquete de tabaco—, toma.
Se lo lio en un momento y le dio un par de caladas
antes de pasármelo. Yo hice lo mismo. Nos lo fumamos
entre los dos en silencio.
—¿Te apetece contarme lo que te pasa? —preguntó al
cabo de un rato.
—No me pasa nada —dije.
—Ya, bueno, no me lo cuentes si no quieres. Lo
entiendo. ¿Cómo están las cosas con Greta después de lo de
esta mañana?
—Bien —contesté—. Me ha pedido disculpas, ya está
todo arreglado. Amigos otra vez.
—¿Solo amigos? —preguntó.
—Claro.
—Ayer parecía que querías algo más…
—Bueno, eso era ayer —contesté dándole un trago a la
cerveza—, pero hoy ya paso. No voy a darle el poder de que
siga jugando conmigo.
—Ella no ha jugado contigo.
—Ya lo creo que sí —me reí.
—Te aseguro que no.
—Pues entonces es que está zumbada…
—¿Zumbada? —dijo con un gesto en la cara como si no
entendiera la palabra.
—Perturbada, inestable, trastornada… loca como una
cabra, vaya.
—Entiendo —se rio—. Bueno, tampoco es eso… Por lo
que me ha dicho, se ha sentido avergonzada de pensar que
la habías visto desnuda.
—Vaya excusa de mierda —me reí dándole otro trago a
la cerveza—. La he visto desnuda un millón de veces…
—Pero antes, desde que nació la niña está llena de
complejos, está convencida de que se le ha quedado cuerpo
«de madre».
—Su cuerpo no es «de madre», es «de puta madre» —
dije soltando una carcajada, y él soltó otra. Joder, se me
había olvidado lo rápido que subía la marihuana.
—Llevo años diciéndoselo, pero no escucha —dijo
riéndose y encogiendo los hombros—. Ella, por lo que sea,
se ve así y no hay nada que hacer para que cambie de
opinión.
—Bueno, eres médico, algo de psiquiatría sabrás —me
reí mientras cogía la maría para liar otro canuto.
—No está como para psiquiatra, pero igual un psicólogo
no le vendría mal… En cualquier caso, la psiquiatría
tampoco es mi especialidad, la he tocado poco.
—Y ¿cuál es tu especialidad? —le pregunté mientras me
encendía el canuto.
—Obstetricia.
—¿Eso qué coño es?
—Embarazos, partos, postpartos… Esas cosas…
—Lo que viene a ser un gay viendo coños todo el día,
¿no? —me reí y le pasé el canuto.
—Es una forma de verlo. Me gusta más lo de
«acompañar a las mujeres en ese momento difícil», «traer
nuevas vidas al mundo», «fomentar el parto respetado»…
Pero bueno, que tu definición también es correcta —soltó
una carcajada. Yo me reí también.
—¿Y por qué elegiste eso? ¿Era lo que querías? No sé
cómo se elige la especialidad, ¿va por nota también?
—Sí. No tenía nada clara la especialidad hasta el día que
nació tu hija. Fue a la vez el peor y el mejor día de mi vida
—se rio.
—¿Entraste al paritorio con ella? Debería haber estado
yo allí, joder.
—¿Paritorio? ¿Qué paritorio? Ojalá —se rio—. ¡Pero si la
niña nació en casa!
—Joder, no le pega nada a Greta el rollo ese tan hippie
como para parir en casa y todo.
—Créeme, no fue decisión suya —se rio—. Hubo unos
días de lluvias torrenciales y se inundó la carretera de
acceso a la aldea. No pude salir de allí, no fui a clase esa
semana, y justo fue cuando se puso de parto, todo muy de
película.
—Ya —me reí—. Pues menos mal que tenía un médico
en casa, ¿no?
—Qué va, qué va —se rio—. Menos mal que estaba la
nona y sabía qué hacer. Yo entré en pánico y empecé a
repasar temas de mis libros y apuntes para recordar lo que
tenía que hacer, pero tampoco pienses que fue muy útil…
Menos mal que fueron DIECISIETE horas y me dio tiempo a
todo —volvió a reírse.
—Joder, diecisiete horas… ¿Lo pasó mal? —Cogí el
canuto que me pasó de vuelta.
—Lo pasamos mal todos —dijo todavía riéndose—.
Ahora me río, pero fue horrible. No he pasado tantos nervios
en la vida… Pero luego, cuando por fin nació Gina, no te sé
explicar la sensación de haberla ayudado a nacer… De
repente lo tenía claro, eso era lo que quería hacer.
—Entonces parió a pelo, ¿no? Sin anestesia ni nada…
—Claro, si estábamos en casa… ¿Qué anestesia íbamos
a tener? Tenías que haberla oído gritar…
—Sí, tenía que haber estado allí…
—En realidad, no querrías haber estado —se rio—. Me
cogía así —dijo cogiéndome de la camiseta con los puños
cerrados—, y gritaba «¡Todo esto es culpa de Marc! ¡Lo voy
a matar!» —añadió con una carcajada y me soltó la
camiseta—, y al momento lloraba «Tendría que estar aquí,
tendría que habérselo dicho», y luego le llegaba otra
contracción y gritaba «¡Mamá! ¡Llama a mi madre y que
venga! ¡Quiero que esté aquí mi madre!»… Así se tiró unas
dos horas sin parar… Ahora me río, pero no sabes el rato
que pasamos la nona y yo…
—Si llego a estar, me habría llevado bronca seguro —me
reí.
—Seguro —se rio también—, estaba como fuera de sí.
Pero lo importante es que todo salió bien.
—Pues sí, menos mal —dije apurando el canuto—. ¿Por
qué lo hiciste?
—¿El qué?
—Ocuparte de ella, llevarla a vivir a casa de tu abuela,
no sé, todo… Le salvaste el culo.
—No sé, nos conocimos en un momento en el que los
dos estábamos muy solos… Es una larga historia, pero yo
estaba fatal también. Nos hicimos inseparables enseguida…
Ella tenía una compañera de habitación insoportable y yo, al
estar en el último curso, tenía habitación individual. Se
instaló conmigo casi desde el día que nos conocimos… Nos
apoyamos mucho el uno en el otro… Vino varias veces
conmigo a Sicilia a ver a la nona y congeniaron muy bien
también… Cuando finalmente le contamos la situación de
Greta, fue la nona la que sugirió que se quedara con ella…
Además, que tuviera a la niña fue en parte culpa mía, me
sentía un poco responsable —se rio.
—¿Culpa tuya? —me reí también—. Culpa mía en todo
caso…
—Qué va, cuando yo la conocí iba a abortar, lo tenía
clarísimo, tenía hora en la clínica y todo… La acompañé
para que no fuera sola y, estando en la sala de espera, le
entraron las dudas y me preguntó si estaba haciendo lo
correcto. Yo le dije que era solo decisión suya, pero que yo
envidiaba a las parejas heteros por eso, que era algo que yo
no podría tener, una persona que fuera mitad mía y mitad
de la persona que más quiero (soy un romántico incurable)
—se rio—. Le dije que yo no podría hacerlo, aunque fuera
por la curiosidad de conocer a esa persona y ver qué tiene
de cada uno… Entonces ella se mosqueó, devolvió el
formulario que estaba rellenando y me dijo «vámonos». Me
acuerdo de que al salir de la clínica tiró el paquete de
tabaco que llevaba en el bolso a la primera papelera que
encontramos y dijo algo así como «puto Marc». —Soltó una
carcajada. Yo me reí también.
—La verdad es que la cría es una pasada —dije—.
Menos mal que ha sacado más de ella que de mí.
—Bueno, tiene más de ella, claro, pero también de ti…
Mira que te conozco poco, pero te he visto gestos que me
recuerdan a Gina…
—Supongo, no sé, aún no la conozco casi.
—Bueno, es cuestión de tiempo…
—Oye, ¿y tú por qué hablas tan bien español?
—Mi otra abuela, la madre de mi madre, era española.
Vivían en Italia, pero cuando murió mi abuelo se volvió a
España con los hijos menores. Mi madre era la mayor y se
quedó, ya estaba casada. He pasado toda la vida los
veranos en Galicia. Mi abuela ya murió, pero sigo teniendo
un montón de tíos y primos allí. También, por movidas
familiares, estudié tres años de la carrera en España, de los
cuales estuve dos con un novio galleguinho… Aunque
resultó ser un cabrón que estaba con más gente —se rio.
—Yo he sido de esos —me reí también—. No es que esté
orgulloso ahora mismo, pero en su momento no sentía que
estuviera haciendo algo malo… Era bastante gilipollas.
—Bueno, en cierto modo sigues un poco con ese juego,
¿no?… Después de lo que le dijiste ayer a Greta, hoy
suplicándole a tu novia que no te dejara… Suena un poco a
lo mismo…
—¿Suplicándole que no me dejara? —me reí—. Para
nada. Le estaba pidiendo disculpas por una cosa muy
chunga que había pasado. Le debía una disculpa, pero no le
estaba pidiendo que no me dejara, ni de coña, vaya…
—¿Qué cosa chunga?
—No sé si debería contártelo —me reí y le di un trago a
la cerveza—. Bueno, ¿qué más da? Le he dicho que no
estábamos bien y que deberíamos dejarlo, pero ella no
quería. Se ha puesto cariñosa y, sin darme cuenta, la he
llamado Greta.
Piero soltó una carcajada.
—Sois tal para cual —se rio—. A Greta también le pasó
eso con un chico con el que se lio. Claro que en su caso fue
distinto, era un rollo, no un novio de más de un año.
—Ya, qué capullo estoy —me reí—. Pero bueno, que le
estaba pidiendo perdón por eso, no le estaba suplicando
que no me dejara ni nada por el estilo.
—Ya veo —se rio y miró su reloj—. Oye, ¿vamos para
dentro? Es bastante tarde, habrá que ir pensando en
cenar…
—Vale, vamos —le dije—. Ya estoy de mejor humor, la
maría nunca falla —me reí.
—Tenemos que agradecer a las señales del universo por
eso —dijo, y los dos soltamos una carcajada.
CAPÍTULO DIECIOCHO
El juego
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Llegué hasta donde estaba Gina y me hizo un gesto
para que me agachara y hablarme al oído.
—Vamos a jugar a lo de antes, que esos niños son un
rollo —me dijo muy bajito.
—Vale —me reí.
Volvió a subir al mismo sitio de antes y se lanzó de
nuevo para que la cogiera.
—Qué suerte tienes de tener un papá tan fuerte que te
coja —dijo la madre pesada cuando tenía a Gina en brazos.
Ella me tapó la boca con la mano.
—Sí, mi papá es el más alto y el más fuerte del mondo
—dijo ella. Yo me quedé congelado un momento.
—Ya veo, ya —le dijo la madre—. Tienes mucha suerte.
Se alejó hacia donde estaban sus hijos.
—No es una mentira —me dijo Gina en voz baja—. Es
jugar. Si es jugar no es decir mentiras. Mamá se enfada
porque dice que sí son mentiras, pero ¿a que si es jugando
no son mentiras?
—No, no es mentira —le dije. Pensé por un instante en
decirle la verdad, pero no era el sitio ni el momento.
Conseguí controlar mi bocaza.
—Pues mamá se enfada si juego alguna vez con Piero a
decir que es mi papá. Dice que no se dicen mentiras ni
jugando.
—Bueno, pues conmigo puedes jugar a eso, y si mamá
se enfada, yo se lo explico.
—O no se lo decimos a mamá…
—No está bien que no le cuentes las cosas a tu madre
—me reí.
—Pero es que se enfada… Es un juego segreto.
—Vale, pues hacemos una cosa. Jugamos a eso siempre
que quieras, pero no se lo contamos a mamá ni a nadie
más, ¿vale? Solo jugamos cuando no nos oiga nadie.
—Vale, papá —dijo a un volumen bajito antes de darme
un beso en la mejilla.
Joder, qué palabra tan potente. Ella solo estaba jugando,
pero a mí me había dado un vuelco el corazón.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
Desde cero
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Llegué a la zumería donde había quedado con Marta y
ella ya estaba allí, espectacular y guapísima, como siempre.
—Llegas tarde, ya sabes que no me gusta que me hagas
esperar —dijo a modo de saludo.
—Hola, Marta —dije como respuesta—. Toma —añadí
dándole la bolsa con los libros y las pocas cosas que se
había dejado en mi casa.
—No me puedo creer que sigas adelante con esto —
respondió después de mirar lo que había en la bolsa.
—¿Qué esperabas? Te lo he dejado muy claro.
Vino el camarero, nos tomó nota y volvió a desaparecer.
—No lo puedo entender. El viernes quieres que me vaya
a vivir contigo, llega la zarrapastrosa esa y en dos días
mandas al traste todo lo que hemos construido… No
entiendo que seas tan necio, te tenía por alguien más
inteligente…
—Pues ya ves —dije encogiendo los hombros—. Igual si
te hubieras al menos planteado venirte a vivir conmigo,
todo habría sido distinto, pero eso me dejó claro que
seguimos queriendo cosas diferentes y que ninguno de los
dos hemos tenido nunca intención de cambiar de opinión.
—Yo desde luego que no, fui muy clara desde el primer
día, en esta misma mesa —me dijo muy seria—. Sabías lo
que había.
—Yo también fui claro, Marta, tú también lo sabías.
—Lo que te dije el otro día iba en serio, podemos hacer
que la relación avance, soy consciente de tus necesidades…
—No se trata de eso, Marta, tenemos planes de futuro
diferentes, queremos cosas distintas…
Llegó el camarero, dejó las bebidas y se volvió a ir sin
decir palabra.
—No me puedo creer que tires a la basura un año y
medio de relación por… por… mira, no quiero ni decirlo…
—¿Por qué? —le pregunté apretando los dientes—. Dilo,
dilo…
—¡Por una golfa que va a volver a desaparecer en
cuanto te des la vuelta! —dijo a más volumen de lo que era
habitual en ella—. Pero no me vengas arrastrándote cuando
se haya vuelto a ir, tu momento es ahora —añadió entre
dientes a un volumen mucho más bajo.
—No te preocupes por eso, no va a ocurrir —dije antes
de darle un trago largo a mi bebida.
—¿Que no se va a volver a ir? Qué ingenuo eres… Ya lo
verás.
—No, de eso no puedo estar seguro. Ella es libre de
hacer lo que quiera. Lo que no va a ocurrir es que yo vuelva
a ti arrastrándome —le dije muy serio—, porque no he roto
contigo por ella. He roto contigo porque no estoy
enamorado de ti y porque no tenemos nada en común.
Llevamos un año discutiendo por todo y esperamos cosas
muy diferentes de la vida.
—Qué equivocado estás —dijo negando con la cabeza.
—No sé por qué intentas aferrarte a algo que sabes que
ya está muerto. Creo que lo mejor sería que no volviéramos
a vernos.
—No te atrevas a decirme que no vaya a la boda de tu
hermana.
—No sé por qué tendrías que venir, Marta, ya no tiene
sentido.
—No voy a pasar por la humillación de decirle a mi
familia que me has dejado a menos de una semana de la
boda que llevamos meses planificando… ¡He ayudado a tu
madre con todos los preparativos! Además, tendré que
despedirme de tu familia… ¿O es que tú no piensas
despedirte de la mía?
—Llamaré a Borja y hablaré con él, pero de los demás
despídeme tú si quieres. No me apetece volver a tu casa
para eso.
—De verdad que no te reconozco, estás como ido, es
como si no fueras tú… —dijo negando con la cabeza.
—Pues soy más «yo» que nunca, Marta, este soy yo, soy
así. Si no me reconoces igual es porque en realidad no me
conoces, o no has querido conocerme…
—Estás siendo muy absurdo. Te vas a arrepentir de esto
que estás haciendo, pero ya será tarde. Piénsalo bien. Aún
estás a tiempo de hacer lo correcto.
—De verdad, Marta, créeme, estoy haciendo lo correcto
—dije antes de apurar el vaso con un último trago y dejarlo
ya vacío sobre la mesa—. Si todavía quieres venir a la boda,
no te lo voy a impedir, pero estaré con mi familia y con mis
amigos, no esperes que esté pendiente de ti.
—Ya no espero nada de ti, no podría estar más
decepcionada…
—Siento tu decepción —dije poniéndome de pie—. Creí
haber sido sincero desde el principio. Me voy, Marta. Si te
empeñas en venir a la boda, nos veremos allí. Si finalmente
decides no venir, cosa que me parecería más acertada,
espero que la vida te dé eso que estás buscando, de verdad
que quiero que seas feliz.
Resopló abriendo mucho las aletas de la nariz y yo me
di la vuelta y salí de allí esperando de todo corazón no
volver a verla más.
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Nuestros amigos están tirados en el suelo de la pista de
baile, tal como solíamos estar en la azotea. La fiesta ha
terminado, ya solo están ellos. Cuando entramos Marc y yo,
nos aplauden.
—¡Por fin! ¡Ya lo habéis soltado! —dice Loui—. No ha
sido tan horrible, ¿no?
—Qué tranquilidad, nano —dice Marc sentándose en el
suelo con ellos. Yo me siento a su lado—. No sabes la paz
interior que tengo ahora mismo.
—Yo igual —contesto—. Lo esperábamos mucho peor. ¿Y
Claudia? ¿No está?
—Buah, tía, cuando os habéis pirado todos le ha entrado
a saco al Tato y han empezado a liarse allí mismo. Se han
ido juntos antes de que volvieran los novios… Tienen que
estar dándole al tema pero bien —dice Chus muerto de risa.
—Ya le tocaba al Tato comerse algo, nano —dice Samu
descojonándose.
—Por cierto, Samu, grandísimo el momentazo de
mandar a Marta a tomar por culo, ahí, tirando de
contactos… No sabía que tenías tanta mano en el hotel… —
dice Marc
—¿Qué mano, nano? ¿Qué dices? Si yo ni pincho ni corto
nada aquí, más allá de ser el novio… Vaya, que ni Simón
creo que tenga ninguna autoridad, el hotel es de su familia,
pero él está en otras movidas, se lo han cedido como favor,
pero ni está en la junta directiva ni nada…
—Entonces ¿quién es el Ramírez ese al que has
llamado? —pregunta Marc.
—No he llamado a nadie, tío… ¡Si me he quedado sin
batería antes de la boda! No sé ni para qué llevaba el móvil
en el bolsillo… Solo me he puesto el teléfono apagado en la
oreja y he hecho un poco de show, para imponer más…
Estaba acojonado, porque con lo desconfiada que es Marta
pensaba que se habría dado cuenta…
Todos soltamos una carcajada.
—Pues no parecías acojonado para nada —digo
riéndome.
—Soy un gran actor… Igual equivoqué mi vocación —
dice pasándose una mano por la barbilla y todos nos reímos
—. Bueno, volviendo a lo vuestro… Ya está hecho, ¿no? A
partir de ahora ya podéis estar a tope con lo vuestro y os
dejáis de mierdas y rollos, ¿no?
—Eso espero —se ríe Marc—. Ya nos toca un poco de
normalidad… Ha sido una movida llegar hasta aquí —añade
dándome un beso.
—Ya te digo si ha sido movida…—dice Samu—. Lo difícil
que lo hacéis todo… Bueno, ahora que ya está claro que
vais a estar juntos en plan familia feliz para siempre,
necesito saber… ¿Cuál fue el detonante para que os
decidierais y dejarais de hacer el gilipollas? Yo digo que el
encuentro en el armario, soy muy fan de la historia del
armario…
—No —le interrumpe Chus—. Yo digo que la coincidencia
en la despedida de Estrella, con la canción y eso… Una
canción mueve mucho sentimiento…
—Antes de lo de la canción ya empezaron con
mensajitos —dice Estrella—, yo también creo que fue el
encuentro del armario… Y menos mal, porque fue lo que
más nos costó coordinar. Marc tardó un montón en salir de
la habitación, Piero hacía ya rato que había mandado a
Greta allí, pensábamos que encontraría los sellos antes de
poder enviar a Marc a encontrarse con ella, aunque los
habíamos escondido bastante…
—Yo quiero pensar que lo de la cabaña fue lo definitivo
—añade Loui—, no se liaron hasta esa noche. Me niego a
creer que el curro que nos pegamos en la cabaña fuera para
nada.
Marc y yo los miramos sin saber de qué va el rollo.
—¿De qué coño estáis hablando? —pregunta él
finalmente—. ¿Cómo sabéis todo eso?
—Os tuvimos que dar un empujoncito —dice Loui—.
Greta estaba demasiado convencida de no querer nada
contigo…
—Sí, nano —añade Samu—, y tú eres un huevón que
estabas deseando dejar a Marta, pero no te decidías. Había
que echarte una mano.
—¿Todo eso lo hicisteis vosotros? —pregunta Marc
bastante flipado—. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Cómo coño sabíais lo
del armario, lo de la canción y todo lo demás?
—Lo siento, cara —dice Piero—. Me convencieron, me
dijeron que era necesario y por una buena causa… Me
hicieron contarles todo…
—Mira, ahí tienes tus señales del universo —le digo a
Marc muerta de risa—. Sois unos cabrones —añado
dirigiéndome a los demás.
—¿Acertamos con la peluca? —pregunta Chus—. Piero
solo sabía que era una peluca rubia, y en el sótano había
varias… Esa fue la que nos pareció más de pija…
—Era esa, sí —me río—. ¿Qué más hicisteis?
—Pues cargarme la llave de la caldera, por ejemplo —se
ríe Chus.
—¿Eso fue adrede? —pregunta Marc igual de flipado que
yo.
—Claro —dice Estrella—, y nos vino muy bien que mamá
llevara meses hablando de las obras de la cabaña y
diciendo que nadie había ido a ver cómo habían dejado la
casa.
—¿Todo el marrón de la cabaña lo hicisteis vosotros
también? —pregunto flipando más a cada momento que
pasa.
—Claro, el día antes de ir, cuando estabais vosotros de
compras y tal —dice Samu—. No veas el curro de inutilizar
dos habitaciones y bajar los sofás al sótano y todo el rollo…
Fue un palizón.
—¿Y para qué lo de los sofás? —pregunta Marc, que no
para de reírse.
—Para que ninguno de los dos tuviera opción de irse a
dormir al sofá, que estuvierais obligados a compartir
cama… Estaba todo pensado —se ríe Chus.
—Yo tenía mis sospechas de que estabais liados antes
de que Greta se fuera —dice Estrella—. Luego, cuando se
fue de ese modo tan raro y pasó de todos, especialmente de
ti, me pareció aún más evidente. Además, que tú pasaste
por todas las etapas del duelo, eso no se le escapa a una
psicóloga —añade con una sonrisa—. Sí que dudé un tiempo
cuando dijo que estaba embarazada, pero al ver las fotos de
la niña, parecía mucho más probable que fuera tuya que de
Piero, aunque no podía estar segura. Pero luego ya cuando
llegó y dijo que se había ido embarazada, no tuve ninguna
duda.
—Sois todos unos cabrones —se ríe Marc—. ¿Cuándo
planeasteis todo esto?
—La misma noche que volvió Greta —dice Samu—,
cuando me los llevé a todos al billar con la excusa de
contarle a Chus lo que había pasado en la cena. Ahí Loui nos
lo confirmó todo, pero necesitábamos a Piero, que era el
único que conocía los detalles… Por cierto, soy fan absoluto
de la historia del armario. Marc, eres un puto crack por dar
el paso finalmente en el armario de tu viejo, con él por ahí
rondando.
Marc suelta una carcajada.
—De hecho —sigue Samu—, soy tan fan, que en cuanto
me enteré quise probarlo yo también. —Estrella le da un
codazo—. Para eso estuve esperando a Estrella el día de la
despedida.
—Shhh, calla —dice Estrella muerta de risa.
—Joder, nano, no necesitaba saber eso —se queja Marc.
—Para la información de todos —sigue Samu—, eso no
es fácil hacerlo en cualquier armario. Lo intentamos en uno
de los de la casa nueva y acabamos lisiados.
—Joder, ¿así os hicisteis eso? No me des más detalles —
se ríe Marc negando con la cabeza y cerrando los ojos.
—Entonces —le digo a Estrella—, con todo lo que dijiste
delante de Marta en las compras y en la despedida te
estabas haciendo la tonta…
—Claro —dice Estrella aguantando la risa—, mi misión
era que Marta se mosqueara y empezara a agobiar a Marc,
era lo único que podía hacer…
—Ya os vale —me río.
Seguimos durante un rato preguntándoles detalles de
todo lo que han hecho y ellos nos van contando,
descojonándose. Parece que han invertido mucho tiempo y
energía en esto.
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Crónicas de aquello
Sigue las aventuras de este grupo de amigos durante el
paso de los años