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Capítulo 1

GORRAN

Intrusos. Reprimí un gruñido. El olor de sus cuerpos sucios asaltó mis sentidos.
Me agazapé entre los arbustos, espiando a los machos humanos que se habían
detenido en un claro. Tres en total. La sed de sangre zumbaba en mis venas, pero
respiré hondo e intenté contener el deseo de matar. El impulso de aterrorizar y
mutilar.
Las palabras de mi hermano mayor Brutus resonaban en mi cabeza. Sólo
debemos matar a aquellos que supongan una verdadera amenaza para nuestra
tribu. Si desaparecen demasiados humanos en nuestras tierras, al final vendrán
más en busca de sus hermanos perdidos.

El viento agitó mi pelaje, llevando el asqueroso aroma de los machos


directamente a mi nariz. Asqueroso. Olían como si no se hubieran bañado en un
ciclo de luna llena.
Dos de ellos empezaron a discu�r, mientras que el tercero y más anciano -
cuyas manos estaban atadas con una gruesa cuerda- se alejó unos pasos y se
tumbó en el suelo. Mientras el anciano de pelo blanco se movía en su si�o, no
dejaba de lanzar miradas temerosas a los hombres que discu�an y que, al parecer,
eran sus captores.
Con pies silenciosos, me acerqué al claro, escabulléndome entre árboles y
arbustos mientras intentaba permanecer oculto. Una vez lo bastante cerca como
para dis�nguir las palabras de los intrusos, me detuve y mantuve el cuerpo
alineado con un estrecho abeto. Entonces escuché el desarrollo de la discusión.
—Podríamos �rarlo por un acan�lado —dijo el moreno. —Parecerá un
accidente si alguien viene a buscarlo. La gente pensará que resbaló o que se
suicidó.
—Es una idea terrible, idiota —se mofó el hombre de pelo amarillo. —Es un
cazador experimentado que conoce estas montañas como la palma de su mano. Y
nadie en su sano juicio creería que se suicidó. Nunca abandonaría a su mujer. No
cuando está tan enferma.
—Entonces, ¿qué sugieres, imbécil?
—Lo matamos y lo enterramos en lo profundo del bosque. En algún lugar
donde a nadie se le ocurra mirar. Hay palas en el camión.
—Por favor, déjenme ir —dijo el prisionero, con ojos suplicantes. —Mi mujer
me necesita. Por favor. No le queda mucho �empo y tengo que cuidar de ella.
Podemos olvidar todo este asunto. No te denunciaré a las autoridades. Te doy mi
palabra.
—¡Cállate la boca! —rugió el moreno. Marchó hacia el prisionero y le propinó
una fuerte patada, que hizo que el anciano rodara sobre un costado con una
mueca de dolor.
La rabia estalló en mi interior. En mi tribu, venerábamos a nuestros mayores.
Cerré los ojos brevemente y absorbí las emociones y energías espirituales que
desprendían los tres hombres.
Del prisionero detecté preocupación, miedo, inocencia, injus�cia y
arrepen�miento. Pero no odio. Ni siquiera hacia los hombres que hablaban de
matarle. Y, sobre todo, percibí autén�ca benevolencia, un profundo deseo de
realizar buenas acciones y ayudar a los demás.
De los hombres que discu�an, sen� oscuridad, codicia, miedo y una maldad
innegable. Me tensé, dispuesto a intervenir si el moreno volvía a atacar al
prisionero, pero éste regresó junto a su camarada, dejando al anciano gimoteando
en el suelo.
—No podemos dejar que se vaya —dijo el moreno. —Se chivará en cuanto
esté libre. Y no voy a volver a la cárcel.
—Estoy de acuerdo. Bien, haremos esto a mi manera. Lo llevamos más arriba
en la montaña, luego lo estrangulamos con una cuerda y lo enterramos tan
profundo como podamos cavar. Podemos ir directamente a Canadá después de
eso y seguir viajando hacia el norte hasta la casa de mi primo en Alaska.
—Bien. Hagámoslo.
El anciano intentó zafarse mientras sus captores se acercaban, y decidí que era
el momento perfecto para revelarme.
Salí de detrás del árbol y empecé a hacer ruido con mis pasos. Las ramas
crujieron bajo mis pies, llamando la atención de los tres machos humanos.
La conmoción recorrió sus rostros. Tres rostros palidecieron, tres bocas se
abrieron por la sorpresa.
Medía dos cabezas más que el humano de pelo oscuro, que era el mayor de
los machos. Me invadieron impulsos salvajes y violentos, y me deleité con el miedo
que rebosaba en sus ojos.
Los dos aspirantes a asesinos desenvainaron grandes cuchillos. No había
armas, lo que me pareció curioso. Los intrusos casi siempre llevaban armas. Pero
ya sabía que no tenían pistolas: habría percibido el extraño olor metálico de un
arma así en la brisa. Si hubieran tenido armas, les habría atacado por la espalda,
antes de que me vieran llegar. Como ya me habían disparado una vez, no quería
repe�r la experiencia.
Sus cuchillos brillaban a la luz del sol que atravesaba el dosel. Era un raro día
soleado en la cúspide del invierno, y me alegré de la luminosidad de la tarde,
porque significaba que los machos humanos me verían con claridad. Me verían
como el monstruo que creían que era.
Respiré hondo y rugí lo bastante fuerte como para hacer vibrar las ramas de
los árboles más cercanos. El hedor a orina me hizo arrugar la nariz. Una mancha
húmeda apareció en los pantalones del moreno. Sonreí antes de rugir de nuevo, y
los dos aspirantes a asesinos giraron sobre sus talones y huyeron del claro.
La persecución había comenzado.
Salí tras los hombres, dejando atrás al anciano. Volvería a por él más tarde.
Alcancé primero al humano de pelo oscuro. Con un gruñido atronador, lo
empujé al suelo del bosque. Su cuchillo voló de su mano, pero agarró otro
escondido en su bota, una hoja más pequeña que probablemente ni siquiera
atravesaría mi piel. Me reí entre dientes y lo rodeé mientras me apuntaba con el
cuchillo.
Le temblaron las manos y sacudió la cabeza en señal de incredulidad. Una
acción que había visto hacer muchas veces a los humanos cuando se enfrentaban
a uno de los míos.
—¡Sas-sasquatch! —dijo. —Oh Dios, ayúdame. Es un Sasquatch. Pie Grande
—siguió una retahíla de maldiciones.
Hice una pausa en mi círculo y ladeé la cabeza hacia él. —En realidad, mi
pueblo se llama Mon�kaan, y mi tribu en par�cular es conocida como los
Starblessed. Ocupamos estas montañas desde hace miles de años. Estás
invadiendo nuestras �erras.
Los ojos del hombre se abrieron de par en par. —Puedes hablar. Santo... —se
le cortó la voz. —Siento haber entrado sin permiso. Abandonaré la montaña y no
volveré jamás. Lo prometo. Sólo déjame ir.
—¿Lo prometes? ¿Dejarte ir?
—Sí, déjame ir y no le diré a nadie que te he visto —en su mirada parpadeó
una cautelosa esperanza.
—El anciano que dejaste atado en el suelo del bosque te suplicó clemencia, y
sin embargo planeaste no mostrarle ninguna. ¿Por qué debería mostrarte piedad?
Eres una criatura malvada que merece la muerte.
—¡No soy malvado! —dijo en tono inflexible. —¡Es sólo que el viejo iba a
men�r a las autoridades e intentar que nos me�eran en la cárcel por algo que no
hicimos! —sus ojos se desviaron en la dirección de la que acababa de huir, y
percibí la gravedad de sus men�ras como una sensación de retorcimiento en las
tripas.
Otra ráfaga de viento agitó mi espeso pelaje y miré hacia el sur, hacia donde
había huido el segundo presunto asesino. Podía oír sus pasos rápidos en la
distancia, así como su respiración agitada.
Cuando devolví la mirada al moreno, mi rabia hirvió tanto que estuve a punto
de estrangularlo en el acto.
Demasiados machos humanos que se aventuraron en nuestro territorio
intentaron hacer daño a mi gente. Algunos intentaron capturarnos, mientras que
otros nos dispararon. También hubo accidentes, cuando un cazador pudo
confundir a un Mon�kaan con un oso o un alce, o cuando una nave aérea metálica
pilotada por humanos se estrelló en nuestro bosque y provocó un incendio.
Un gruñido me abandonó al recordar la úl�ma vez que una nave había caído
en nuestras �erras, cuando se estrelló cerca de nuestro asentamiento, provocando
un incendio que mató a vein�cinco de los nuestros, la mayoría mujeres. El oscuro
recuerdo me atormentaba, y cada noche veía las llamas en mis sueños.
Es�ré la mano para estrangular al moreno, pero enseguida me lo pensé mejor.
Merecía sufrir.
Perecería por mi mano, pero no recibiría una muerte rápida. Tampoco su
camarada, que estaba cruzando el río Skagit.
Incluso cuando el hombre de pelo amarillo puso distancia entre nosotros,
pude detectar el olor de su sudor combinándose con el agua del río, la humedad
pegada a su pelo, así como la frialdad de su terror.
Me arrodillé ante el moreno y le despojé del cuchillo con un rápido
movimiento. Apenas intentó defenderse. Lamentable. Sus labios temblaron y
retrocedió, pero sus acciones fueron torpes y lentas.
—Por favor —las lágrimas brillaron en sus pestañas.
Pero sus ruegos no me convencerían. Ya había decidido acabar con él. Me dije
que no estaba haciendo nada malo, que no estaba desobedeciendo las normas de
mi hermano mayor, el jefe Brutus, sobre los intrusos humanos en nuestras �erras.
Aunque los hombres habían planeado huir de la zona, no había garan�as de
que no se toparan con alguno de los míos durante su viaje hacia el norte. Podrían
muy bien intentar dañar a un miembro de la tribu de los Starblessed. Era un riesgo
que no podía correr.
—No deberías haber venido aquí —le dije. —Igual que no deberías haber
acosado a ese anciano. Puedo sen�r su inocencia, igual que puedo sen�r tus
men�ras, tu depravación. Tu muerte hará jus�cia a aquellos a los que has
agraviado.
Levantó las manos, en un vano intento de protegerse, pero le clavé el cuchillo
en el estómago. Era una herida profunda, aunque tardaría una hora o más en
morir. La muerte lenta y agonizante que se merecía. Su sangre estaba caliente en
mis manos.
El hombre emi�ó un grito gorgoteante y se desplomó en el suelo, con las
piernas y los brazos agitados. Me puse en pie y me cerní sobre él, observando
cómo luchaba contra la muerte. Contra su inevitable desaparición. Dirigí una breve
mirada hacia el río. Ansiaba quedarme y ver cómo se desangraba, pero tenía que
capturar a su camarada antes de que escapara.
—Espero que mueras —le dije. —Pensando en todos los males que has
come�do. Espero que mueras lleno de miedo y arrepen�miento, y que tu alma
nunca conozca la paz —�ré su cuchillo a un lado, luego me arrodillé a su lado y
busqué en sus bolsillos un disposi�vo de comunicación. Un teléfono.
Cuando saqué un ar�lugio de forma rectangular, lo aplasté rápidamente con el
puño, y me produjo una gran sa�sfacción el grito las�mero que le abandonó en
cuanto se dio cuenta de lo que había hecho, en cuanto comprendió que le había
quitado su única esperanza de salir vivo de la montaña.
Mi primo Axxon, que era un experto en todo lo relacionado con los humanos,
había dado instrucciones a todos los miembros de nuestra tribu para que se
aseguraran de que los humanos con los que nos encontráramos no pudieran pedir
ayuda a los de su propia especie, que no pudieran informar de que habían visto un
Sasquatch o un Pie Grande antes de que consiguiéramos alterar sus recuerdos del
encuentro. No era el primer teléfono que destrozaba, y dudaba que fuera el
úl�mo.
Tras una úl�ma mirada al rostro pálido y sudoroso del moribundo, salí
corriendo por el bosque. Mientras corría tras el segundo posible asesino, mis
pensamientos se dirigieron a Sashona, la hembra a la que había estado cortejando
hasta hacía unos ciclos lunares. Era una de las hembras que habían muerto cuando
la nave aérea se estrelló cerca de nuestro asentamiento. Todavía lloraba su muerte
prematura y, cada vez que pensaba en ella, otra capa de granito me cubría el
corazón.
Desde aquel fa�dico día, cada vez que entraba en contacto con humanos, los
dolorosos recuerdos resurgían hasta el punto de sen�r el calor de las llamas
chamuscando mi pelaje.
Lógicamente, sabía que el choque había sido un accidente, pero había una
parte de mí que quería culpar a toda la humanidad por la muerte de Sashona. Una
parte de mí deseaba matar a todos los hombres humanos que pisaran las �erras
Starblessed.
Una parte de mí que tontamente pensó que podría traerla de vuelta si mataba
suficientes machos humanos.
Salvaje. Bestia. Monstruo. Desalmado.
Así me llamaban a veces los míos a mis espaldas, sin darme cuenta de que oía
sus susurros. Ignoraba que podía sen�r sus emociones y sus verdaderos
sen�mientos hacia mí. Intenté que no me molestara.
Que piensen que he perdido la cabeza. Que piensen que he asesinado a
humanos sin motivo. Que se queden boquiabiertos cuando vean sangre seca en mi
pelaje.

Lo único que importaba era que vigilaba las fronteras del territorio de los
Starblessed y mantenía a salvo nuestras �erras. No dejaría que una tragedia similar
le ocurriera a mi pueblo mientras respirara.
El hombre de pelo amarillo era fácil de atrapar. Me abalancé desde los árboles
y lo derribé. Mis gruñidos retumbaron en el bosque mientras le veía buscar el
cuchillo que acababa de arrancarle de la mano. En sus ojos brilló el triunfo cuando
por fin lo encontró y apuntó la hoja en mi dirección.
—¡Aléjate de mí, Pie Grande! —gritó. —¡Te destriparé si te acercas más!
Me agaché a poca distancia y le dirigí una mirada sombría. —Te invito a que lo
intentes, escoria humana. Apuñálame. Inténtalo —me pasé los dedos por el
corazón. —Clávame aquí.
La mano le temblaba tanto que casi se le cae el cuchillo. Su agarre era débil y
palideció aún más, con los ojos cómicamente abiertos. Olía a miedo y sudor. Las
criaturas del bosque disfrutarían dándose un fes�n con su cadáver mientras se
pudría en el suelo. No sería más que huesos roídos, su existencia olvidada.
Mientras su camarada había suplicado clemencia, este hombre tomó el
camino de la ira. Maldijo, amenazó y siguió prome�endo destriparme. Sus
amenazas avivaron mi sed de sangre y, mientras le miraba fijamente, imaginé que
era uno de los machos humanos que se habían estrellado en nuestro territorio,
encendiendo el fuego que me había robado a Sashona. Sen� un hormigueo en la
piel al recordar las llamas.
—¡Te brillan los ojos! —gritó. —¿Por qué brillan tus ojos? ¿Eres un demonio?
Aunque no sabía lo que era un demonio, hablaba inglés con fluidez, aunque
algunas palabras me confundían, suponía que ser un demonio era algo malo. Que
los demonios eran criaturas espantosas. Así que sonreí sombríamente y dije: —Sí,
soy un demonio. Un demonio que ansía tu sangre.
Sus ojos se agrandaron y su cuchillo cayó al suelo. Mientras intentaba
recuperarlo, extendí la mano y le par� la mitad inferior de la pierna izquierda,
girándola con tanta fuerza que el hueso sobresalió y dejó un reguero de sangre en
el suelo del bosque. Sus aullidos de dolor resonaron entre los árboles.
Lo observé, saboreando sus gritos junto con el aroma de su muerte inminente.
Encontró su cuchillo, pero no consiguió levantar el brazo.
Más palabrotas salieron de sus labios. Me lanzó una mirada furiosa. —¡Juro
que te mataré, demonio Sasquatch!
—¿Cómo te las arreglarás con dos piernas rotas? —pregunté burlonamente
antes de darle a su pierna derecha el mismo tratamiento brutal, rompiéndole la
mitad inferior hasta que su carne se desgarró y el hueso sobresalió. Fue quizá lo
más cruel que le había hecho nunca a un hombre, y me pregunté si estaría roto
por dentro, si realmente no tendría alma, porque no sen�a más que un oscuro
placer al dañar al intruso.
El jefe Brutus, así como nuestro hermano mediano, Mastorr, nunca se
deleitarían tan oscuramente torturando a un humano. Dudaba que otros machos
de nuestra tribu lo hicieran tampoco.
Salvaje. Bestia. Monstruo. Desalmado.

Los susurros resonaban en mi cabeza.


Durante la segunda pausa, ningún sonido había salido de la garganta del
hombre de pelo amarillo, aunque jadeaba repe�damente y luchaba por tomar
aire, y su color se desvanecía rápidamente. Cayó de espaldas al suelo, con los ojos
cerrados mientras el cuchillo se le caía de las manos. Respiraba lenta y
superficialmente. Se había desmayado. Registré sus bolsillos, encontré un teléfono
y lo golpeé con el puño.
Me levanté y examiné sus piernas destrozadas. Sa�sfecho de saber que no
lograría bajar de la montaña ni podría pedir ayuda, lo dejé en el suelo con los
huesos rotos sobresaliendo de su carne.
Un oso o un lobo podrían encontrarlo. O un gato montés. Tal vez se
desangraría o moriría de hambre, o tal vez se congelaría en la noche.
Supuse que la causa final de su muerte no importaba, aunque esperaba que
sufriera mucho al final. Merecía sen�r el mismo miedo y la misma desesperanza
que el hombre inocente al que había planeado matar.
Para mi sorpresa, encontré al anciano en el claro donde lo había dejado, con
una mirada expectante, como si me hubiera estado esperando. Qué extraño. No
entendía por qué no había huido. Había previsto tener que perseguirle.
Para mi sorpresa, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro cuando nuestras
miradas se cruzaron. —Eres incluso más grande de lo que pensaba —suspiró y
sacudió la cabeza. —No me lo puedo creer. Por fin. Después de tantos años oyendo
historias y yendo de caza a estas montañas, por fin puedo ver un Sasquatch con
mis propios ojos —se rió entre dientes. —Sé que no en�endes nada de lo que te
digo, pero espero que sepas que no quiero hacerte daño, y quiero darte las gracias
por ahuyentar a esos maleantes.
Me apoyé en un árbol cercano. —Te en�endo perfectamente —le dije. —Dime
por qué los otros hombres querían matarte.
Sus ojos se agrandaron. —¿Hablas inglés? ¿Estoy soñando? —levantó las
manos atadas, luego las bajó y se pellizcó la pierna. —Joder. Supongo que estoy
despierto. Martha no se lo va a creer. Pensará que me he vuelto senil —intentó
ponerse de pie, pero le costó trabajo impulsarse sin las manos.
Me arrodillé a su lado, cogí la cuerda y se la arranqué de las muñecas.
Retrocedí y esperé a que respondiera a mi pregunta. Supuse que no importaba por
qué los otros humanos habían querido matarlo, pero sen�a curiosidad. También
pensé que cuanto más supiera mi pueblo sobre los humanos y sus costumbres,
mejor podríamos protegernos de ellos.
El anciano me lanzó una mirada de agradecimiento y finalmente se puso en
pie. —¿Están... muertos? —preguntó mirando mis manos ensangrentadas.
—Sí. Ahora, dime por qué querían matarte.
—Bueno, trabajaban en mi ferretería y hace poco descubrí que llevan más de
dos años robándome. Y no una can�dad pequeña, sino miles de créditos
galác�cos. Me enfrenté a ellos y les dije que si devolvían el dinero robado, no los
denunciaría a las autoridades. Entonces me atacaron, me ataron y huyeron de la
ciudad en mi camión que está aparcado un poco más abajo de la montaña.
Aunque no comprendí parte de lo que el anciano había dicho, entendí lo
suficiente como para saber que los hombres humanos a los que había herido de
muerte serían considerados villanos por su propia gente, y me había revelado lo
suficiente como para sa�sfacer mi curiosidad. Asen� y señalé hacia el sur, en la
dirección que había indicado al mencionar el camión.
—Puedes abandonar la montaña y volver con tu gente —dije. Me acerqué, le
agarré el antebrazo y miré fijamente sus apagados ojos marrones, y todo mi
cuerpo sin�ó un hormigueo al invocar mi capacidad de encantamiento.
—Abandona la montaña y no vuelvas. No quieres volver, ni siquiera para cazar.
Estás confundido y no �enes ni idea de cómo has llegado hasta aquí, pero volverás
a casa inmediatamente. Ve a casa con tu compañera. Tu esposa.
—Vete a casa —repi�ó en un suave susurro, con los ojos vidriosos. —Me voy a
casa.
Le solté el brazo y se dirigió montaña abajo sin mirar atrás. Aliviado de que no
recordara haber visto un Sasquatch, le seguí hasta el camión, aunque mantuve la
distancia para que no me oyera y se diera la vuelta. Una vez que subió al vehículo y
arrancó, solté un largo suspiro.
—¿Te sientes misericordioso hoy, hermano?
Con un gruñido de fas�dio, me giré hacia Mastorr. Era el único miembro de
nuestra tribu lo bastante silencioso como para poder acercarse sigilosamente
cuando estaba a sotavento.
—¿Qué haces aquí? —le lancé una mirada fulminante, pero él solo se rió.
—Buscando una hembra humana, por supuesto. Hay varias cabañas en esta
dirección. Aunque casi siempre están desocupadas, las visito cada pocos días para
comprobar si hay recién llegados a la montaña. La próxima vez que una joven y
fér�l hembra humana ponga un pie en nuestras �erras, pienso reclamarla para mí
—sus ojos brillaban con calidez. —Desde que el espíritu de nuestro padre vino a
Brutus en una visión y le dijo que los tres tomaríamos hembras humanas como
compañeras, he rezado para que el Gran Espíritu guíe a una dulce mujer humana
hasta mis brazos.
Resoplé. —Si tanto quieres una hembra humana, visita Newhalem la próxima
vez que Axxón vaya a espiar la ciudad y llévate una para � —Newhalem era el
asentamiento humano más cercano, y Brutus había encargado a nuestro primo
que vigilara a los humanos de allí, sobre todo por lo inquietantemente rápido que
estaba creciendo la población de la ciudad.
El rostro de Mastorr se ensombreció. —Sabes que es peligroso relacionarse
con los humanos más allá de nuestras fronteras. Debemos mantenernos en
nuestras �erras y esperar que los machos humanos hagan lo mismo, al �empo que
rezamos para que sus hembras vaguen por nuestras �erras —se aclaró la garganta.
—Padre le dijo a Brutus que las mujeres humanas eran nuestro camino a seguir
después de que perdiéramos a tantas de nuestras propias hembras en el trágico
incendio. Deberías salir a buscar a tu compañera en vez de andar matando
—aunque sus palabras eran un poco duras, hablaba con su habitual tono amable.
Inspiré con fuerza para tranquilizarme. —No me dedico a matar, ayudo a
proteger nuestras �erras. Y sí, a veces proteger nuestras �erras significa quitar
vidas. Y en cuanto a buscar a mi compañera, se ha ido. Sashona se ha ido. Muerta.
Muerta en un incendio causado por humanos —se me hizo un nudo en la garganta
de la emoción.
—Cortejabas a Sashona —dijo Mastorr en voz baja. —Pero aún no te habías
apareado. Aunque lo hubieras hecho, por desgracia ella ya no está, y serías libre
para aparearte con otra hembra, una humana.
—Deja de mirarme con lás�ma, hermano, o te par�ré el puño en la cara
—apreté los dientes y retrocedí unos pasos, sin confiar en mantener la calma.
—No sabes cómo fue. Me sen� llamado por Sashona. Llamado a aparearme con
ella. Y de repente se fue y... —se me cortó la voz y tragué saliva. —Dudo que
alguna vez me sienta llamado a aparearme con otra hembra, Mon�kaan o
humana.
Antes de que pudiera responder, me alejé a través de los árboles, dando
zancadas largas y rápidas, con las manos aún manchadas de sangre humana. No
miré atrás y pasé el resto del día asegurando los hitos que delimitaban nuestras
fronteras, retorciendo nuevas ramas y orinando en ellas para ahuyentar a los
Fashoran, machos Mon�kaan de otras tribus.
Finalmente, la oscuridad se apoderó de la �erra. Hice un nido de hierba seca y
ramitas y me acurruqué bajo el brillante cielo nocturno. Solo con mi dolor.
Capítulo 2

CARI

Se me erizó la piel cuando Salax me acarició ociosamente el brazo, una


muestra de poder mientras permanecía a su entera disposición. Aún no me había
despedido, así que no tuve más remedio que permanecer a su lado. Intenté
mantener una sonrisa cortés, pero no era fácil cuando quería apartarle la mano de
un manotazo y tirarle por la cabeza el bourbon que acababa de traerle.
Cuatro años más. Cuatro años más y entonces tendría pagadas las deudas de
mi difunto padre y podría abandonar este lugar que me estrujaba el alma.
—Estás deslumbrante esta noche, por cierto, Cari —dijo, sin apartar los ojos
de la tableta que tenía delante. —Deberías llevar este ves�do rojo más a menudo.
Me odié un poco mientras decía. —Gracias, señor. Lo haré —y de repente me
alegré de que no me estuviera mirando porque me encontré parpadeando y
conteniendo las lágrimas.
La úl�ma vez que me había pillado llorando, me había gritado por
desagradecida y me había ordenado que me pusiera de rodillas y le pidiera
perdón. Todo mientras sus matones me miraban.
Había sido la experiencia más humillante de mi vida.
Cuatro años. ¿Cómo sobreviviría cuatro años más en este infierno? Apenas
había sobrevivido el úl�mo año. Anhelaba la libertad. Anhelaba la seguridad. No es
que quedaran muchos lugares seguros en la Tierra...
Demasiada gente como Salax ostentaba el poder en el mundo. Gente con el
corazón lleno de codicia y odio. Eché un vistazo a la mesa de la esquina de la
habitación donde se apilaban cajas de blásters Vaxxlianos. Contrabando, armas de
fabricación alienígena que le reportarían una fortuna mientras la mitad de la
ciudad vivía en la miseria y pasaba hambre. En otra mesa, había montones de
armas humanas an�cuadas pero reacondicionadas que también alcanzarían una
buena suma en las calles.
—Son las siete —dijo Salax. —Ve a buscar mi cena, Cari. Y asegúrate de que
esta vez haya un maldito salero en mi bandeja.
—Sí, señor. Enseguida vuelvo —salí de su despacho, aliviada de alejarme de su
mano acariciadora. El brazo me punzaba donde me había tocado repe�damente.
Pasé junto a los guardias armados de la puerta y luego caminé por el pasillo,
soñando con el día en que por fin sería libre.
Me dolían los pies con los tacones de diez cen�metros que llevaba y el
cansancio me atenazaba. Aunque mi trabajo no era demasiado exigente
�sicamente, sí era agotador mentalmente. Las interminables sonrisas falsas y las
agradables respuestas a las descaradas órdenes de Salax estaban pasando una
factura enorme a mi salud, y me sen�a como una cáscara de mi an�guo yo.
Despreciaba a ese hombre con cada fibra de mí ser, y no lamentaría que uno
de sus numerosos enemigos lograra acabar con él.
No era la primera vez que maldecía a mi padre por haberle pedido dinero
prestado tontamente al jefe de la mafia. Aunque en el fondo entendía por qué lo
había hecho. Estaba desesperado por mantener nuestro restaurante a flote y un
techo sobre nuestras cabezas.
Me encontré parpadeando más lágrimas al recordar nuestros días de trabajo
juntos. Cerrábamos el restaurante a altas horas de la noche, con la música a todo
volumen en los altavoces mientras limpiábamos y preparábamos el local para el
día siguiente. Él limpiaba el comedor y fregaba el suelo mientras yo fregaba los
platos, pero nunca lo sen� como un trabajo porque cantábamos al ritmo de la
música y nos reíamos cada vez que uno de los dos se equivocaba con la letra.
Me enjugué una lágrima y entré en la cocina. El cocinero me miró con
desprecio y me dio la espalda; no sé por qué, pero no le caía bien. No importaba.
Tenía otras cosas de las que preocuparme. Pero, por suerte, la bandeja de la cena
de Salax estaba esperando en la encimera, como siempre a esas horas. Cogí un
salero de un estante cercano, lo coloqué en la bandeja y me marché sin decir una
palabra al cocinero gruñón.
Mi estómago refunfuñó ante los deliciosos aromas que salían de la cocina,
pero ignoré mi hambre y me apresuré hacia el despacho del jefe de la mafia.
Cuanto antes comiera, antes se iría a la cama. Y entonces podría coger una de las
comidas de los empleados y volver a mi habitación para pasar la noche.
Mientras caminaba de vuelta al despacho de Salax, intenté animarme. Intenté
ver lo posi�vo de mi situación.
Tenía un techo, tres comidas al día y ropa. También tenía mi propia habitación.
Y aunque Salax me tocaba con frecuencia, nunca había intentado besarme, y
mucho menos hacerme proposiciones. Sin embargo, recibía muchas visitas
femeninas cada semana y, cuando llegaba una, me ordenaba que esperara en el
pasillo hasta que terminara. A veces pensaba que le gustaba hacerme escuchar.
Un grito resonó en el edificio y sen� un escalofrío en la nuca. No estaba segura
de qué habitación procedía el grito, pero sonaba cerca. Cuando llegué al pasillo
donde estaba el despacho de Salax, me detuve y me empezaron a temblar las
manos.
Los guardias habían desaparecido y la luz del despacho del jefe de la mafia
iluminaba el pasillo, con la puerta abierta de par en par. Otro grito resonó en el
edificio, pero ya no tuve que adivinar de qué habitación procedía.
Tragué saliva y con�nué por el pasillo. Sabía por experiencia que Salax siempre
tomaba sus comidas a la hora, incluso cuando estaba en medio de un
interrogatorio.
¿Quién era el pobre esta vez?
Súplicas de clemencia. Una bofetada, seguida de un ruido sordo. Más gritos.
Me estremecí cuando por fin me armé de valor para entrar en la habitación.
Con la mirada gacha, me acerqué al escritorio de Salax, le puse la comida delante y
destapé la bandeja. Desde mi visión periférica detecté a otras tres personas en la
habitación: los guardias y la pobre alma a la que estaban torturando.
Me atreví a echar un rápido vistazo al suelo y vi a un hombre corpulento
hecho un ovillo, con la nariz rota manando sangre. Con la misma rapidez, aparté la
mirada y volví a mi posición habitual junto a Salax. Para mi consternación, él volvió
a acariciarme el brazo, con la mirada fija en el cuerpo desplomado en el suelo.
—Dígame, alcalde Hendrick, por qué los soldados confiscaron ayer el
cargamento de blasters Vaxxlian. ¿Fue decisión suya? ¿O de alguien más? ¿El
nuevo comandante, tal vez? ¿O del detec�ve que ha estado husmeando por el
puerto?
Se me cayó el estómago y no pude evitar sobresaltarme cuando uno de los
guardias le dio una patada en el costado al alcalde. Me cago en la puta. Mi mente
daba vueltas. El alcalde recién elegido. Había visto a Salax hacer negocios con
numerosos funcionarios de la ciudad, pero nunca con el alcalde.
Fuera sonó una explosión y el edificio tembló. Jadeé y apoyé una mano en el
escritorio para mantener el equilibrio. El pánico se apoderó de mí y lo único que
quería era huir del despacho de Salax y refugiarme en mi habitación. Mejor aún,
quería escapar de este edificio y conducir tan lejos como me permi�era mi camión
solar. A algún lugar donde Salax y sus matones nunca vinieran a buscarme.
—Ah, ésos deben de ser tus amigos de fuera —dijo el jefe de la mafia riendo.
Me soltó la mano del brazo y se puso a comer con gusto, como si el �roteo de
fuera no fuera gran cosa. Las ráfagas y los disparos se sucedían y, aunque no creía
que hubieran entrado en el edificio, me sen�a como un blanco fácil.
Me temblaban las manos. No podía evitar preocuparme por lo que pasaría si
las autoridades irrumpían en el almacén. Si lograban entrar, ¿qué me pasaría?
¿Moriría en el fuego cruzado? Si sobrevivía, ¿me dejaría ir la gente del alcalde
Hendrick o me arrestaría?
Maldita sea. Según todas las apariencias, yo era empleada de Salax. Eso me
conver�a en cómplice de sus crímenes, aunque sólo estaba aquí para pagar las
deudas de mi padre. Mi malestar aumentó al ver cómo el jefe de la mafia se me�a
en la boca bocados de comida mientras sus matones seguían interrogando al
hermé�co alcalde.
—Es una pena que no tenga mujer e hijos, alcalde Hendrick —dijo Salax tras
tragar el úl�mo bocado. —El anterior alcalde era mucho más fácil de controlar.
Todo lo que tenía que hacer era mirar en dirección a su familia y cumplía mis
deseos de inmediato. Tú ni siquiera �enes padres vivos ni hermanos a los que
pueda amenazar. Qué pena.
El malestar en mi estómago se hizo más profundo junto con mi miedo. Y supe,
de repente supe sin lugar a dudas, que no podría resis�r cuatro años más con
Salax.
Tenía que escapar.
La próxima vez que me enviara a hacer un recado, la próxima vez que tuviera
permiso para salir del edificio, seguiría conduciendo. Suponiendo que sobreviviera
a la noche.
Intenté desterrar las amenazas que había proferido para obligarme a cinco años
completos de servidumbre. Siempre cobro las deudas que me deben, Cari.
Siempre. Si dejo que alguien se vaya sin pagar, entonces los que aún me deben
dinero podrían pensar que me he ablandado. Tu padre me debía cincuenta mil
créditos galácticos. No es una suma pequeña. Acepta trabajar para mí durante
cinco años, niña, o saldrás de esta habitación en una bolsa para cadáveres.
El alcalde se dio la vuelta, abrió los ojos y, cuando levantó la vista, me estaba
mirando directamente. Me estremecí ante su mirada fría y calculadora. Parecía
estar memorizando mi rostro.
Entonces se desató el infierno.
Una enorme explosión hizo temblar el edificio con tanta fuerza que caí al
suelo. Pequeños trozos de escombros salpicaron mi cuerpo y el aire se llenó de
humo. Por encima del zumbido de mis oídos, oí gritos y más disparos.
Arrastrándome sobre manos y rodillas, miré a través de la bruma. Uno de los
guardias tenía un gran trozo de techo encima, mientras el otro arrastraba al alcalde
fuera de la habitación. Salax cojeaba tras ellos, aparentemente contento de
dejarme atrás.
No, está bien. Sólo déjame aquí para morir.

Sin embargo, mi enfado se desvaneció rápidamente cuando me di cuenta de


que era la oportunidad que había estado esperando. Si desaparecía durante el
caos, Salax podría asumir que me habían matado o capturado. Perfecto.
Me arrastré por el pasillo, dirigiéndome directamente a la salida del almacén.
Tres de los matones de Salax se abalanzaron sobre mí con las armas en alto
mientras tosían por el humo. Las explosiones y los disparos con�nuaron, y más
cuerpos pasaron a mi lado. Algunos de los soldados -hombres que debían de
pertenecer al alcalde Hendrick- incluso me pisaron. Grité cuando una pesada bota
cayó sobre mi mano. Joder, qué dolor.
Cerré los ojos y esperé a que pasara otro grupo numeroso. Más policías y
soldados de los que imaginaba que podrían manejar las fuerzas de Salax.
Finalmente, llegué al almacén abierto, donde faltaba una gran parte de la
pared. El suelo estaba cubierto de escombros. De vez en cuando caían trozos de
techo. Entrecerré los ojos en la abertura negra de la pared y miré a mí alrededor
en busca de más soldados. Ninguno me había prestado atención todavía, pero si
algunos se habían quedado fuera para vigilar el edificio, no podía arriesgarme a
que me detuvieran.
La libertad. Tenía que irme. Ahora.
Aunque Salax muriera, tenía que irme, tenía que largarme de Portland antes
de que el alcalde decidiera volver a cerrar la ciudad. Lo había hecho varias veces
recientemente para comba�r el aumento de la delincuencia. Durante los cierres,
nadie entraba o salía de la ciudad sin su aprobación directa, y también había un
estricto toque de queda.
Justo cuando salía, una voz atronadora gritó: —¡Eh, chica! —y unas botas
pisaron fuerte en mi dirección. Mierda, mierda, mierda. Divisé a dos policías que
se dirigían hacia mí, apuntándome al pecho.
Con un gemido, empecé a levantar las manos, pero sonó otra ráfaga de
disparos. Los agentes se refugiaron en una dependencia cercana y salí corriendo.
Corrí y corrí, incluso cuando las balas pasaban zumbando por mi cabeza.
Mi camión solar. Necesitaba llegar a mi camión solar. Estaba aparcado en el
hangar junto al almacén, donde la mayoría de los guardias guardaban sus
vehículos. En el hangar también había varios aerodeslizadores azules, elegantes y
brillantes. Lás�ma que no supiera pilotarlos. Pero mi camión estaba
completamente cargado. Podría conducir unos cientos de kilómetros sin parar.
Se me ocurrió una idea y aceleré el paso. La vieja cabaña de mi abuelo. En lo
profundo de las montañas Cascade. Podría ir allí y pasar desapercibida por un
�empo. Diablos, podría quedarme allí para siempre si quisiera. Tan lejos de la
civilización, dudaba que Salax o alguien más pudiera encontrarme.
Para mi gran sorpresa, no encontré a nadie en el hangar. Al parecer, todos los
hombres de Salax estaban en el almacén luchando contra las fuerzas del alcalde.
Me senté en el asiento del conductor de mi camión solar rojo -un regalo de
graduación de mi padre- y coloqué la palma de la mano en el centro del volante. El
volante se iluminó, escaneó mi palma y el motor empezó a ronronear. Me
desplomé sobre el volante durante un brevísimo segundo, con todo el cuerpo
temblando tras el subidón de adrenalina.
Necesidad de correr. Necesidad de conducir rápido.

Con el corazón palpitante, salí del hangar y corrí hacia la puerta abierta. Unas
cuantas balas alcanzaron mi vehículo, me agaché y pisé a fondo el acelerador.
Pasé a toda velocidad junto a los almacenes que bordeaban la orilla del
puerto. Las luces de los barcos atracados y de los buques anclados en el puerto se
volvieron borrosas a medida que aceleraba, pasando junto a camiones de
suministros y cruzando las vías del tren, zigzagueando entre el escaso tráfico como
si me persiguieran.
¿Me perseguían?
Una mirada al espejo retrovisor no mostró nada.
Pero mantuve mi rápida velocidad hasta los límites de la ciudad y más allá. Por
un golpe de suerte, ni policías ni soldados me pararon. Supuse que tenían cosas
mejores de las que preocuparse que un camión a toda velocidad.
Dejé atrás Portland, tomando carreteras secundarias mientras me dirigía al
sureste. Hacia la cabaña del abuelo. Hacía tres años que no visitaba el lugar, pero
creía recordar el camino. El sistema de navegación de mi camioneta estaba
estropeado y Salax me había quitado el teléfono cuando me fui a vivir con él, así
que tendría que fiarme sólo de la memoria.
Por favor, no dejes que me pierda. Por favor, déjame llegar.

Me di cuenta de la gravedad de mi situación. Estaba huyendo. No tenía dinero.


Ni iden�ficación. Ni comida ni agua. Sólo mi camioneta y la ropa que llevaba
puesta: un ves�do rojo muy ceñido y unos dolorosos tacones de diez cen�metros.
Pero si conducía durante la noche y no me encontraba con ningún problema,
llegaría a la cabaña por la mañana, y mi padre siempre había tenido la cocina llena
de alimentos no perecederos. Si comía poco y complementaba mi dieta con
pescado del río cercano, probablemente podría aguantar seis meses escondida.
En la cabaña también había mucha ropa de abrigo, cosas que me había dejado
durante los viajes de fin de semana y algunas prendas de mi padre y mi abuelo.
Además, había una estufa de leña an�gua que mantenía el lugar suficientemente
caliente.
No me congelaría en invierno ni me moriría de hambre.
Por un momento, me reprendí por no haber intentado escapar de Salax antes.
Había pensado en la cabaña varias veces durante el úl�mo año, me había
imaginado buscando refugio allí sin que el jefe de la mafia se diera cuenta. Pero
sus amenazas de meterme en una bolsa para cadáveres me habían congelado de
miedo, me habían mantenido sumisa.
Aunque fuera hacía frío, bajé la ventanilla y dejé que el viento me acariciara el
pelo. El aire fresco me llenó los pulmones y, por primera vez en mucho, mucho
�empo, una sonrisa genuina se dibujó en mi rostro.
Por fin era libre.
Capítulo 3

GORRAN

Me dije a mí mismo que era simple curiosidad mientras observaba a la


humana de cabellos dorados atravesar el bosque. Pero su aroma me sedujo de
una forma que me dejó sin aliento, y no podía dejar de admirar la forma en que la
luz del sol brillaba en su hermoso cabello.
Vivía en una cabaña cercana y había aparecido hacía dos ciclos lunares. Desde
entonces, la había vigilado desde lejos, asegurándome de que ningún macho
humano violento se cruzara en su camino. También impedí que otros Mon�kaans
se acercaran a ella, creando marcas en un amplio perímetro alrededor de su
cabaña, así como en la zona del bosque donde daba sus paseos matu�nos.
¿Quién era? ¿Por qué había venido?
Estaba completamente sola. Nadie la visitaba y nunca la oí u�lizar un
disposi�vo de comunicación para llamar a nadie. Ni siquiera cuando me quedaba
frente a sus ventanas con la oreja pegada al frío cristal.
Hasta ahora, Brutus era el único macho de nuestra tribu que se había
apareado con una hembra humana, una mujer que había encontrado sola en una
cabaña que descansaba en nuestras �erras. Su compañera, Hailey, había venido a
las Cascadas por razones de seguridad. Porque deseaba huir de la violenta ciudad
en la que vivía.
¿Tenía la mujer de cabellos dorados razones similares para huir de la
civilización humana? ¿Le había ocurrido algo malo? ¿Se estaba escondiendo?
Había mañanas en las que me despertaba decidido a acercarme por fin a ella
en el bosque, pero cada vez que la veía y contemplaba la posibilidad de reclamarla
como compañera, mis pensamientos se desviaban inevitablemente hacia Sashona.
Entonces me sen�a culpable y reanudaba mi costumbre de espiar a la hermosa
hembra humana desde una distancia prudencial.
La observé mientras se acercaba a uno de los marcadores que había creado.
Los marcadores Mon�kaan consis�an en ramas gruesas, normalmente todavía
unidas a un árbol, que nuestros machos retorcían en al menos dos lugares.
También cubríamos las ramas retorcidas con nuestra orina.
La hembra echó un vistazo al bosque y se acercó al marcador. Olfateó
audiblemente antes de dar un rápido paso atrás y taparse la nariz. Cuando se dio la
vuelta y se dirigió en dirección a la cabaña, me agazapé rápidamente detrás de
unos arbustos.
Se acercó tanto a mi escondite que podría haberla cogido. Si hubiera querido.
Gran Espíritu, cómo me afectaba su olor. No podía saciarme de su aroma floral.
Las emociones que desprendía también me hacían sen�r cada vez más
curiosidad por su pasado. Pena, soledad y los ecos del miedo. Pero a pesar de los
sen�mientos nega�vos que percibí en ella, también detecté esperanza y gra�tud.
Ojalá pudiera decirle que no tenía nada que temer. Mientras permaneciera en
esta montaña, la mantendría a salvo. Con�nuaría manteniendo los marcadores
alrededor de su cabaña y mantendría alejados a otros machos, humanos y
Mon�kaan.
La seguí hasta la cabaña y luego caminé alrededor de la estructura,
asomándome a las ventanas mientras la observaba pasar la mañana. Cada día
seguía un horario. Paseaba, desayunaba y se acurrucaba con un libro hasta la hora
de la comida. Comía tan poco que me preocupaba su salud, y a veces la sorprendía
mirando con nostalgia la comida de los armarios de la cocina para luego cerrar la
puerta y marcharse.
Un pensamiento me asaltó mientras la observaba sorber una bebida caliente.
Quizá estaba racionando la comida para no tener que volver pronto a la
civilización humana para conseguir más. ¿Estaba roto el vehículo rojo que había
aparcado junto a la cabaña? ¿O tenía otra razón para no querer visitar una ciudad
humana?
A veces pescaba en el río, pero no parecía darse cuenta de que había muchas
otras criaturas comes�bles en el bosque. Nunca la había visto buscar babosas o
gusanos, y mucho menos nueces o raíces.
Decidí que empezaría a conseguirle comida con regularidad. Se la dejaría en la
puerta y quizá ya no tendría que racionar su comida.
Y de repente me di cuenta de lo que estaba haciendo.
Estaba haciendo planes para cortejar a la hermosa hembra. No importaba que
aún no me hubiera revelado ante ella.
Cuando un macho Mon�kaan se sen�a llamado por una hembra concreta,
pasaba �empo con ella y le llevaba pequeños regalos durante un periodo de
�empo que rara vez duraba más de dos o tres ciclos lunares. Después, la hembra
solía decidir que aceptaba al macho como compañero de vida. Entonces se ponía a
cuatro patas, ofrecía su agujero de apareamiento al macho y unían sus cuerpos. Si
tenían suerte, se creaba entre ellos un vínculo de corazón. Amor eterno.
Me ardía la garganta al sen�rme dividido entre el recuerdo de Sashona y mis
crecientes deseos por la mujer humana de cabellos dorados que tarareaba una
canción en voz baja.
¿Viviría siempre en el pasado, llorando a la dulce hembra Mon�kaan por la
que habría entregado mi vida con gusto, o lograría seguir adelante y tomar una
pareja humana?
Recordé las palabras que mi difunto padre le había dicho a Brutus en una
visión, palabras que mi hermano mayor había repe�do a toda nuestra tribu.
Palabras que me había recitado personalmente al menos una docena de veces, sin
duda porque había percibido mi re�cencia a aceptar la verdad de su visión.
Tu compañera vendrá pronto. Ella no es de la tribu Starblessed, ni es
Montikaan. Brutus, tu pareja es una hembra humana. Tus hermanos y muchos
otros machos de la tribu Starblessed tomarán hembras humanas también. Es el
único camino a seguir.

El único camino a seguir.


Nuestra tribu era pequeña. Perder vein�una hembras en el incendio era una
herida que nunca sanaría. Y si algunos de nuestros machos no tomaban parejas
humanas, nos resultaría di�cil mantener nuestro número. Si nuestra población no
seguía creciendo de forma constante, nos resultaría di�cil proteger nuestras �erras
de los humanos y los Fashoran.
Para mantenernos fuertes, debíamos aparearnos y reproducirnos con
hembras humanas. Era un hecho que no podía negar.
Tal vez debería reclamar a la mujer de la cabaña a pesar de mi persistente
dolor y culpa por lo de Sashona. Yo creía en la protección de mi tribu. Aparearme
con una humana me ayudaría a hacerlo, sobre todo si produjéramos al menos un
hijo fuerte. Aunque la idea de compar�r una hija con la hermosa hembra humana
también me llenaba de anhelo.
Una visión de nosotros caminando por el bosque con una mul�tud de niños
me arrancó un grito ahogado. Una familia. De repente, no se me ocurrió nada que
deseara más que formar una familia con aquella mujer que seguía tarareando una
melodía.
Regalos. Le llevaría regalos primero. Comida, sobre todo.
Entonces me acercaría a ella y le declararía mi intención de tomarla como
compañera de vida.
Capítulo 4

CARI

No estaba sola.

Había alguien ahí fuera. En el bosque.


Observándome. Jugando conmigo.
O al menos eso era lo que sen�a cada mañana cuando abría la puerta y
encontraba en el porche una cesta tejida rebosante de objetos extraños.
A veces la cesta contenía pescado recién pescado, otras nueces y extrañas
bayas brillantes que me daba demasiado miedo comer. También había babosas,
gusanos y otros bichos espeluznantes.
Varias noches seguidas había intentado vislumbrar a la persona, pero siempre
parecía llegar cuando me alejaba un momento de la ventana principal, como si
estuviera al tanto de todos mis movimientos.
Decir que era inquietante sería quedarse corto.
Una parte de mí se preguntaba si Salax o alguno de sus matones seguía vivo y
me había encontrado de algún modo. O tal vez el alcalde de Portland estaba detrás
de esto. Tal vez había mandado matar o arrestar a todos los demás en el almacén y
le molestaba que hubiera escapado. Me estremecí al recordar cómo había
memorizado mi cara mientras yacía sangrando en el suelo.
No tenía forma de enterarme de las no�cias. Ni televisión, ni teléfono, ni una
videocomunicación que me sirviera para llamar a alguien. Era extraño no poder
acceder al mundo exterior, pero ¿no era ese el obje�vo? Si llamaba a alguien,
podría exponerme sin querer. No es que tuviera ni idea de a quién podría llamar...
No sabía si quedarme o irme.
El problema era que no tenía a dónde ir.
Y aunque algunos de los objetos de la cesta eran comes�bles, me daba
demasiado miedo consumirlos. ¿Y si alguien los había envenenado? Era un riesgo
que no podía correr, aunque tuviera la tentación de probar las bayas brillantes.
Había dejado de dar mis paseos matu�nos y empezaba a sen�rme prisionera
en mi propia casa. Me preocupaba qué pasaría cuando por fin me quedara sin
comida. ¿Me vería obligada a comer las extrañas ofrendas que me dejaban en la
puerta?
Aún no había pensado qué haría cuando se me acabaran las provisiones.
Dinero. Necesitaba dinero. Lo que significaba que tenía que conseguir un trabajo.
El pueblo más cercano, Newhalem, tenía varias �endas y restaurantes. Tal vez
podría encontrar un trabajo allí en primavera.
Pero como no tenía iden�ficación -y de todos modos no quería que nadie
supiera mi verdadero nombre-, tendría que encontrar a alguien dispuesto a
pagarme por debajo de la mesa.
Suspiré y miré por la ventana delantera, tratando de armarme de valor para
recuperar la cesta más reciente del porche. Normalmente la arrojaba a los árboles,
volvía a entrar y cerraba la puerta. No quería que el pescado y otros productos
perecederos se pudrieran en el porche.
Un aullido espeluznante resonó en el bosque y me alejé de la ventana. Era un
aullido profundo, que no parecía de lobo. Le siguió otro aullido en un tono
ligeramente dis�nto, como si dos bes�as aterradoras se estuvieran llamando la
una a la otra.
Tampoco era la primera vez que oía esos aullidos, y se me erizó el vello de la
nuca. Desde que llegué a la cabaña, había sen�do que me observaban. Al
principio, había intentado decirme a mí misma que sólo eran imaginaciones mías,
pero cuando empezaron a aparecer las cestas, me resultó imposible negar la
verdad. Sobre todo cuando me di cuenta de que había huellas imposiblemente
grandes que se alejaban de mi cabaña en la capa de nieve que a veces caía durante
la noche.
Las huellas estaban allí hoy, hendiduras profundas que podía ver fácilmente
desde la ventana. Y quienquiera que las hiciera tenía unos putos pies enormes.
Ojalá los cestos de comida, las pisadas y los aullidos espeluznantes fueran los
únicos sucesos extraños en la montaña, pero había más. Antes de dejar de dar mis
paseos matu�nos, descubrí con frecuencia ramas gruesas retorcidas de un modo
extraño, de tal manera que dudaba que pudiera haberlo hecho un animal. Y no
sólo eso, sino que las ramas retorcidas desprendían un olor bastante penetrante.
Me pasé una mano por el pelo y deambulé por el suelo del salón,
devanándome los sesos en busca de la mejor explicación. Todo apuntaba a una
bes�a gigante descalza a la que le gustaba dejarme regalos. Lo cual parecía sacado
de una novela fantás�ca. Resoplé y subí las escaleras.
De ventana en ventana, eché un vistazo al bosque circundante, tratando de
vislumbrar quién -o qué- me observaba.
Los aullidos siguieron llegando, primero el muy profundo, luego el aullido de
respuesta. Se me aceleró el corazón y se me humedecieron las palmas de las
manos. La an�cipación se me apretó en el estómago mientras seguía escudriñando
los árboles.
Entonces lo vi.
Una criatura más aterradora que cualquier cosa que pudiera haber imaginado.
Salió de entre los árboles con paso decidido, como si quisiera ser visto.
Cubierto de pelo oscuro, tenía un rostro extraordinariamente humano. Me
miraba fijamente y sus ojos empezaron a brillar de repente.
Se me quedó un grito ahogado en la garganta y, a pesar del miedo, me invadió
un extraño conocimiento.
Era como si siempre hubiera sabido que un día me encontraría con el gigante
salvaje de abajo.
Como si hubiera soñado con él, a pesar de no tener recuerdos claros de él, y
de repente mis sueños hubieran cobrado vida. La sensación era extrañamente
parecida a un déjà vu, aunque cien veces más intensa.
La bes�a tenía una musculatura descomunal y era tan increíblemente guapo
que el corazón me dio un vuelco en el pecho. Se me calentó la cara mientras me
invadía la incredulidad.
Sin lugar a dudas, sabía que esta criatura era la responsable de los extraños
sucesos de la ladera de la montaña. Había retorcido las ramas, dejado las cestas en
mi puerta y era responsable de los aullidos más profundos que había oído resonar
por el bosque.
Me había estado observando desde que llegué a la cabaña. De eso estaba
segurA. Pero, ¿por qué?
Se dio la vuelta y volví a jadear cuando vi que se acercaban otras dos bes�as
peludas. También eran machos y más o menos del mismo tamaño que mi bes�a
oscura acosadora, aunque su pelaje era marrón plateado en lugar de casi negro.
De la garganta de la bes�a oscura emanaban gruñidos, mientras que las otras
dos criaturas le lanzaban sonrisas juguetonas.
Y entonces me di cuenta.
Sabía lo que eran estas bes�as.
Cuando era niña, mi abuelo me había contado historias sobre esas criaturas
peludas. Al principio le creí, pero con los años pensé que se lo estaba inventando
todo.
Sasquatches.
Había verdaderos Sasquatches viviendo en el bosque.
Santo cielo.
De repente, mis problemas con la mafia en Portland parecían un poco menos
desalentadores.
Observé cómo mantenían una conversación -podía ver cómo movían los
labios, aunque desde el interior de la cabaña no podía dis�nguir sus palabras- y me
llené de asombro al darme cuenta de que, efec�vamente, podían hablar entre
ellos. Tal y como mi abuelo había afirmado una vez.
Tras un breve instante, los tres desaparecieron entre los árboles. Me quedé
junto a la ventana unos minutos, esperando a ver si volvían, sobre todo la bes�a
oscura que había evocado en mí sen�mientos tan extraños pero familiares.
Emociones que casi parecían... afectuosas.
Pero eso fue una locura.
Sí, quizá llevaba demasiado �empo sola. Sólo llevaba aquí algo más de dos
meses, pero quizá necesitaba el contacto humano más de lo que pensaba.
Cambio de planes: Necesitaba salir de esta montaña.
Capítulo 5

GORRAN

—¿Por qué has venido aquí? Sé que han oído mis aullidos de advertencia.
Tontos, me han respondido —gruñí a mis hermanos. Nos habíamos alejado lo
suficiente de la cabaña como para que la hembra de pelo dorado ya no pudiera
vernos ni oírnos. Estaba rebosante de furia porque mis hermanos habían
aparecido en el momento exacto en que había decidido revelarme a mi futura
compañera.
Mastorr parecía ligeramente compungido, aunque la expresión de Brutus no
contenía más que diversión. Quería romperles la nariz a los dos.
—Se espera una fuerte nevada —dijo Brutus. —Esta noche. Vasoon afirma que
puede sen�rlo en sus huesos, y cuando se trata del �empo, rara vez se equivoca.
Gruñí. Durante las fuertes nevadas, toda nuestra tribu solía acurrucarse en la
enorme caverna donde la mayoría de nosotros vivíamos todo el año. Incluso los
miembros de nuestra tribu que preferían dormir al aire libre se unían al resto de
nosotros en el interior, y pasábamos los días festejando, contando historias y
durmiendo. También nos apareábamos. Una fuerte nevada inminente significaba
que también tenía que volver a la caverna, pero dudaba si dejar desprotegida a la
hembra de cabellos dorados.
—No dejaré a mi hembra. Vuelve a la caverna sin mí. Construiré un nido cálido
en los árboles cerca de la cabaña y esperaré a que pase la tormenta.
—Vasoon también afirmó que la nieve no se derre�rá durante algún �empo
—dijo Mastorr. —Por favor, debes volver con nosotros a la caverna.
—¿Y dejar sola a mi hembra? No podrías entenderlo. Es mía para protegerla
—gruñí de nuevo. —Ustedes dos no deberían haberse aventurado más allá de mis
marcadores. Si algún otro macho lo hubiera hecho, lo habría retado a pelear
—aunque confiaba en que ninguno de mis hermanos intentaría robarme a mi
compañera, sobre todo Brutus, que ya tenía una compañera de vida, su intrusión
seguía enfureciéndome a un nivel an�guo y primi�vo que suponía que se
remontaba a épocas pasadas, cuando nuestro pueblo aún no había desarrollado
un lenguaje hablado y se regía únicamente por el ins�nto animal.
—En lugar de dejarla —dijo Brutus en tono cauteloso. —Tal vez deberías hacer
finalmente tu movimiento. Tráela de vuelta a la caverna.
—¿Y si no quiere venir? —se me encogió el corazón al pensar en cómo
desechaba habitualmente mis ofrendas. —Aún no ha aceptado ninguno de los
regalos que le he traído. Incluso la trucha gorda, las bayas pokklam y las babosas
inusualmente grandes que le dejé ayer. Vi cómo se paraba en su porche y las
arrojaba a los árboles.
La expresión de Mastorr se suavizó y percibí la compasión que desprendía.
—La compañera humana de Brutus no come babosas, ¿recuerdas? El ape�to
humano es diferente del Mon�kaan. Además, es posible que la hembra no
en�enda que los objetos que le dejas son regalos, o que le dejas las cestas porque
la estás cortejando. Deberías haber hablado con ella primero y explicarle tus
intenciones.
—Es cierto: los humanos no comen babosas, gusanos ni insectos.
Normalmente no, según mi compañera. ¿Fue hoy la primera vez que te revelaste a
la hembra? —preguntó Brutus, con una mirada cómplice en sus pálidos ojos.
—Parecía sorprendida cuando nos miraba desde la ventana, como si fuera la
primera vez que veía a un Mon�kaan.
El calor me abrasó la cara. —Sí —admi� a regañadientes. —Me ha llevado un
�empo aceptar... el incendio y la muerte de Sashona. Hoy ha sido la primera vez
que me he sen�do seguro al revelarme a la hembra humana —no admi� que mi
razón para permanecer oculto durante tanto �empo era la culpa que me
atormentaba por la muerte de Sashona.
Si hubiera llegado antes al claro y hubiera apagado las llamas, ella aún estaría
viva. Los otros que perecieron aquel día también podrían estar vivos.
¿Estaba listo para tomar una compañera?
Sí, pensé que lo estaba. Por fin. Tal vez.
Pero con la inminente nevada, el momento era terrible.
¿Y si la hembra no venía conmigo voluntariamente a la caverna, incluso
después de explicarle mis intenciones?
—¿Te sientes llamado a aparearte con la hembra de la cabaña? —Brutus
preguntó.
—Sí —dije. —Sí, lo sé. Desde la primera vez que la vi.
Brutus me puso una mano en el hombro y me miró seriamente. —Regresa a la
caverna al anochecer, hermano, y trae con�go a tu hembra humana. O quédate en
la cabaña con ella. Pero debes buscar refugio, y pronto.

***

CARI

Mis botas crujían sobre el suelo helado y, aunque no era una experta en
meteorología, estaba bastante segura de que las nubes oscuras que se
acumulaban en el horizonte anunciaban una inminente tormenta de nieve. Algo
más intenso que el polvo fresco con el que me había despertado esta mañana.
Qué mala suerte.
El camino de vuelta a la ciudad era de 13 km, y esperaba llegar antes de que
oscureciera. Algo que, por desgracia, ocurría bastante pronto durante los meses de
invierno. Levanté más la mochila y aumenté el ritmo mientras seguía el camino de
vuelta a la civilización.
Todavía no podía creer que mi camión solar no arrancara.
Ah, sí, tampoco podía creer que los Sasquatches fueran reales.
Cada ruido extraño me ponía de los nervios. Estaba convencida de que una de
las bes�as peludas saldría del bosque en cualquier momento.
No tenía ningún arma. Bueno, tenía una navaja, pero de poco me serviría
contra la enorme bes�a oscura acechadora.
Lás�ma que el abuelo no hubiera dejado ninguno de sus viejos rifles en la
cabaña. Se los había vendido a un amigo poco antes de morir.
Intenté con todas mis fuerzas recordar todas las historias relacionadas con los
Sasquatches que me había contado a lo largo de los años, y mi miedo aumentó a
medida que sus palabras susurraban en mi mente.
Viven en varias tribus por toda la cordillera de las Cascadas.
A la mayoría le gusta vivir en cavernas, aunque algunos construyen nidos y
duermen en pleno bosque.
Pueden comunicarse entre sí a grandes distancias con diferentes aullidos, pero
también tienen su propio lenguaje hablado.
Los de la tribu más cercana saben hablar inglés. ¿Creerías que un antepasado
de mi amigo Thomas les enseñó a hablar nuestra lengua?
Oh, sí que creía. Había visto a las bes�as con mis propios ojos.
¿Qué más? Sabía que había más. Los sasquatches habían sido uno de los
temas favoritos de mi abuelo. Cuando le pregunté a mi padre si las historias eran
ciertas, se limitó a sonreír y decir: —Nunca he visto uno, pero tu abuelo no es la
única persona que conozco que jura que son reales. Unos cuantos compañeros
míos de pesca afirman que han visto y oído cosas insólitas en estas montañas.
De repente recordé otro hecho importante.
Los sasquatches se llamaban a sí mismos de otra manera. Algo que empezaba
por “M” y que no podía recordar. Pero sí recordaba el nombre de la tribu más
cercana a la cabaña: los Starblessed.
¿Eran los tres Sasquatches que había vislumbrado hoy miembros de la tribu
Starblessed, o eran de una tribu que vivía más lejos?
Supuse que no importaba. Lo único que importaba era llegar a Newhalem y
encontrar refugio y trabajo. Tal vez podría acercarme a la casa más grande y bonita
y preguntar si necesitaban un ama de llaves o un cocinero. En mi desesperación,
no era demasiado orgullosa para mendigar trabajo y un lugar donde quedarme.
—¡Hembra humana! —llegó una voz profunda desde detrás de mí. —¡Alto!
¿Parar? Claro que sí.
Salí corriendo por la carretera cubierta de nieve.
Capítulo 6

GORRAN

Mientras perseguía a la hembra errante, me di cuenta de que su olor era


ligeramente diferente hoy, y tardé unos instantes en entender por qué: estaba
ovulando.
Gruñí de placer.
Mi escroto se tensó y mi polla se endureció ante la perspec�va de acostarme
con aquella belleza de cabellos dorados y plantar mi semilla en su vientre.
—¡Alto! —volví a gritar, aunque no daba señales de aminorar la marcha.
Corría tan rápido cuesta abajo que temí que resbalara y se hiciera daño.
Aceleré el paso, pues la idea de que sufriera algún daño me inquietaba
profundamente. El impulso de protegerla siempre resonaba en mi psique, tan
firme y seguro como los rápidos la�dos de mi corazón.
Finalmente, alcancé a la hembra humana. La tomé en mis brazos y me detuve
en el camino mientras se agitaba en mis brazos.
—Cálmate. Te prometo que no te haré daño.
Unos grandes ojos azules me miraron. Tenía la cara sonrojada y respiraba con
dificultad. Llevaba el pelo dorado recogido bajo un sombrero negro y varias capas
de ropa. También llevaba guantes.
Cuando volví a la cabaña, con la intención de llamar y presentarme, como
había sugerido Brutus, había desaparecido. Seguí su rastro por el camino cubierto
de nieve y me sorprendió descubrir que se había aventurado más lejos de la
cabaña que nunca. Había ido más allá de las marcas que yo había creado para su
seguridad.
—¡Suéltame! —había dejado de forcejear brevemente para mirarme
fijamente, pero ahora reanudaba su lucha, pataleando y empujando mi pecho en
un valiente esfuerzo por liberarse de mis brazos. Teniendo en cuenta lo pequeña
que era, su fuerza me sorprendió, al igual que las palabrotas que brotaron de sus
labios. Las mujeres Mon�kaan rara vez usaban un lenguaje soez.
—Por favor, cálmate, humana.
Para mi alivio, se calmó y se quedó callada. Las oleadas de miedo que
irradiaba me molestaban, pero supuse que no podía evitarse. No sólo éramos
extraños, sino que hasta hoy probablemente desconocía la existencia de mi
pueblo, como la mayoría de los humanos.
—Suéltame. Por favor —susurró con voz temblorosa.
Respiré profundamente su tentador aroma, llenando mis pulmones con la
dulzura de su fer�lidad. Descubrir que estaba ovulando el mismo día que había
decidido revelarme ante ella... seguramente era una señal del Gran Espíritu de que
estábamos des�nados a ser compañeros de vida.
Una señal de que había llegado el momento de dejar atrás la oscuridad de mi
pasado, de que no estaba abandonando el recuerdo de Sashona al tomar a esta
hembra humana en par�cular.
No podía negar que me sen�a llamado por aquella belleza de cabellos
dorados. Mientras miraba fijamente su mirada azul sin fondo, experimenté un
cambio en mi alma, un profundo conocimiento que me llenó de asombro.
Sus labios se separaron en un leve jadeo y sus ojos se abrieron aún más, como
si también lo sin�era. Recé para que también lo sin�era.
—Siento si te he asustado, bonita humana. No �enes nada que temer de mí.
Te doy mi palabra de que nunca te haré daño. De hecho, mu�laría y masacraría a
cualquiera que intentara hacerte daño.
La conmoción se apoderó de ella, así como una creciente sensación de
curiosidad. Para mi gran alivio, las oleadas de miedo no eran tan fuertes como
hace unos momentos.
Pero había algo más, otra emoción que rebosaba en su corazón y que era más
intensa que la conmoción, la curiosidad y el miedo persistente.
Anhelo.
Era un espejo de la llamada que estaba experimentando para hacerla mía.
Qué extraordinario.
Casi me tambaleo de la sorpresa.
—Tú también lo sientes —busqué su mirada. —La atracción entre nosotros. La
llamada.
Palideció y negó con la cabeza. —No sé de qué estás hablando, pero te ruego
que me dejes ir. Te lo ruego. Necesito llegar a la ciudad. Antes de que anochezca.
La levanté en brazos, lo que resultó un poco incómodo porque llevaba una
mochila, y me tomé mi �empo para olerla. Aspiré profundamente mientras
recorría con la nariz su pelo y su cuello. Temblaba, pero no se resis�a.
—Deja de olerme y bájame. Ahora mismo.
Me aparté y la miré a los ojos. —Estás ovulando, hermosa humana, y el aroma
de tu fer�lidad me hace desear violarte aquí en la ladera de la montaña.
Murmuró algo en voz baja que no logré captar y sacudió la cabeza. Sus
emociones se volvieron confusas, pero seguí detectando el anhelo en su corazón.
Tanto si estaba dispuesta a admi�rlo como si no, se sen�a llamada hacia mí, igual
que me sen�a llamado hacia ella.
—Has estado dejando cosas en mi puerta, ¿verdad? —miró hacia la cabaña.
—¿Peces? ¿Babosas? ¿Bellotas? ¿Raíces extrañas y otros objetos?
—Sí, lo he hecho. Parecía que no comías mucho y quería asegurarme de que
tenías suficiente comida. Dejarte regalos también era parte del cortejo.
—¿El... cortejo?
—Sí, bonita humana. Deseo aparearme con�go. De hecho, creo que estamos
des�nados a pertenecernos el uno al otro. Esa es otra razón por la que te he
estado dejando regalos. También he pasado los dos úl�mos ciclos lunares vigilando
tu cabaña y manteniéndote a salvo —hacía sólo cinco días, había visto a un gato
salvaje olfatear un marcador que había colocado cerca de su cabaña, pero la bes�a
huyó al detectar mi olor. Ver cómo funcionaba uno de mis marcadores me produjo
una gran sa�sfacción.
—Esto no está pasando —dijo en un tono distante. —Esto no puede estar
pasando —cerró los ojos y sacudió la cabeza con fuerza, como si tratara de
desterrar un recuerdo espantoso. Luego abrió los ojos, me miró y soltó un
profundo suspiro. —No puedo creer que mi camión se haya averiado,
precisamente hoy.
—¿Intentabas huir de vuelta al pueblo…? —pregunté con cautela. —¿Porque
nos viste a mis hermanos y a mí y temiste que pudiéramos hacerte daño?
Sus cejas se alzaron. —Sí, eso es exactamente lo que intentaba hacer. ¿Cómo
lo has adivinado?
Me di la vuelta y me adentré en el bosque, sujetándola con fuerza contra mi
pecho por si reanudaba sus forcejeos. Aunque el camino no era muy transitado, no
quería quedarme a la intemperie por si pasaba otro humano.
Una vez que nos alejamos lo suficiente de la carretera, la puse en pie, aunque
inmediatamente la giré para que mirara hacia mí, manteniendo mis manos
aferradas a la parte superior de sus brazos.
—Por favor, no vuelvas a huir —dije, esforzándome por emplear un tono
amable. —Si intentas escapar, te atraparé. Eres mía y no te dejaré marchar.
Levantó la barbilla y me miró fijamente. La moles�a se convir�ó en su
emoción predominante, aunque pensé que era mejor que el terror. Por encima de
todo, quería que se sin�era segura conmigo. Si me temía, tardaría más en ganarme
su confianza.
Busqué en mi mente las palabras adecuadas para aliviar su enfado y hacer que
se ablandara hacia mí, pero, por desgracia, no se me ocurrió nada profundo.
—Me llamo Gorran —dije finalmente, y luego la miré expectante, esperando
que me revelara su propio nombre.
—Gorran —repi�ó, y el sonido de mi nombre en sus labios despertó mis
deseos.
Se me calentó la sangre. Quería oírla decir mi nombre una y otra vez, tal vez
mientras penetraba en su agujero de apareamiento, reclamándola como mía para
siempre.
Hizo un intento poco entusiasta de apartarse de mí, pero cuando no le solté la
parte superior de los brazos, resopló y dijo: —Encantada de conocerte, Gorran. Me
llamo Cari —su tono era sarcás�co y el brillo desafiante de sus ojos me aceleró el
corazón.
Sen� el impulso repen�no de acercar mi nariz a la suya, pero me contuve,
pues me preocupaba que aquel gesto tan ín�mo pudiera asustarla tan pronto.
—Cari —dije lentamente, cada sílaba como miel caliente en mi lengua. —Cari.
Tu nombre �ene un sonido precioso —solté uno de sus brazos y toqué un mechón
de su cabello dorado, frotándolo entre mis dedos. Suave. Tan suave.
Miró hacia abajo y jadeó. Seguí su mirada hasta mi polla dura como una roca.
Creí que intentaría huir de nuevo, pero no se movió y sen� que su conmoción iba
en aumento.
Sus mejillas se sonrojaron y, un instante después, el aroma más embriagador
llegó a mis fosas nasales.
Su excitación. No había duda.
El aroma dulcemente penetrante invadió mis sen�dos y arrancó un gruñido de
mi garganta.
La cogí en brazos y me apresuré a ir a la cabaña, queriendo meterla en un
lugar cálido donde se sin�era más cómoda, donde estuviera dispuesta a ponerse
de rodillas y adoptar la posición de apareamiento.
Capítulo 7

CARI

Gorran salió disparado a través del bosque, y pronto me di cuenta de que el


grande y musculoso Sasquatch se dirigía a la cabaña. Demasiado para huir.
Se me revolvió el estómago. Quería aparearse conmigo.
Aparear. Una palabra tan primi�va.
¿Por qué me sonrojaba la idea de ocuparme de Gorran?
Se me aceleró el pulso ante la imagen mental de él intentando introducirme su
apéndice del tamaño de un Pie Grande. Puede que le gustara cómo olía -sí, puede
que estuviera ovulando en ese momento, qué suerte la mía-, pero dudaba que los
humanos y los sasquatches fueran compa�bles en el dormitorio.
Durante un breve instante sen� pánico al pensar si se abalanzaría sobre mí,
pero el miedo desapareció rápidamente cuando apoyé la cara en su pecho. Me
había aterrorizado la primera vez que lo vi fuera de mi cabaña, y aún más cuando
aparecieron las otras dos bes�as. Sus hermanos, al parecer. Pero había algo en
Gorran, algo que no podía iden�ficar, que me decía que realmente no me haría
daño.
¿Perseguirme y secuestrarme? Claro. ¿Pero hacerme daño? No.
Tal vez fuera la forma amable y esperanzada en que me miró cuando me
asomé a la ventana, seguida de la sinceridad que resonó en su voz cuando me
prome�ó que nunca me haría daño.
Las palabras que había pronunciado hacía unos instantes resonaban en mi
cabeza.
No tienes nada que temer de mí: te doy mi palabra de que nunca te haré daño.
De hecho, mutilaría y masacraría a cualquiera que intentara hacerte daño.
Pero, ¿cómo reaccionaría la próxima vez que me forcejeara o intentara correr?
Si seguía intentando escapar, ¿acabaría enfadándose?
Hacía sólo dos meses, había huido de la violencia en Portland, huido de Salax y
sus matones, y ahora era la cau�va de una bes�a grande y peluda que parecía muy
emocionada de que casualmente estuviera ovulando.
Sinceramente, ¿sería mucho pedir una vida aburrida?
Cuando llegamos a la cabaña, los escalones del porche crujieron bajo el peso
de Gorran. Me dejó en el suelo y cogió el pomo de la puerta, sin soltarme el brazo.
Empujó la puerta y me condujo al interior. Miré por encima del hombro cuando se
reunió conmigo en la cabaña. Tuvo que agacharse y girar a un lado para colarse por
la puerta. Una sonrisa se dibujó en mis labios, aunque me apresuré a contenerla.
—Pasa, por favor —dije con una sonrisa de sa�sfacción. —Y siéntete como en
casa —¿los sasquatches entendían el sarcasmo?
Me lanzó una mirada extraña al cerrar la puerta, aunque no dijo nada. En sus
ojos azul pálido se encendió una luz de interés cuando echó un vistazo a la cabaña.
Parecía fuera de lugar, quizá un poco incómodo.
Bien. Porque quería que se fuera.
Una punzada hueca resonó en mi pecho, desconcertándome.
Quería que se fuera... ¿no?
¿Por qué la idea de que huyera entre los árboles y me dejara sola me llenaba
de... pena?
Sus ojos parpadearon hacia los míos y su expresión se tornó
desgarradoramente amable. No podía mantenerse erguido sin golpearse la cabeza
contra el techo, así que permaneció encorvado mientras buscaba mis manos
enguantadas y las apretaba.
—Hace �empo que sueño con unirme a � en tu espacio vital, Cari.
Me fijé en sus grandes manos, maravillada por su tamaño. Sus pies también
eran enormes. Hice un gran esfuerzo por no mirar su entrepierna. Todo en él era
grande, musculoso e impresionante.
—Así que —dije en un tono demasiado coloquial. —¿Me has estado
espiando?
Asin�ó con la cabeza. —Sí. Desde el primer día que llegaste.
—¿Y los objetos que sigues dejando en el porche son regalos que se supone
que me animen a aparearme con�go? —me venían a la cabeza todas las historias
que mi abuelo me había contado sobre los sasquatches, aunque no recordaba
ninguna sobre sus costumbres de apareamiento. No es que ese �po de historias
fueran apropiadas para un niño pequeño.
—Sí, bonita humana —una sombra cruzó su rostro, y de repente recordé mi
costumbre diaria de arrojar el contenido de las cestas tejidas por el lateral del
porche. Su agarre de mis manos se aflojó y supe sin duda que compar�a mis
pensamientos.
Me asaltaron las ganas de consolarlo y explicarle mi comportamiento, que
probablemente consideraba un rechazo total hacia él. No importaba que tuviera
toda la intención de escapar de él y largarme de esta montaña.
¿O no? Cada vez que pensaba en escapar de él, mi pecho palpitaba de soledad
y dolor.
Me aclaré la garganta y luego dije: —Gorran, no sabía muy bien qué hacer con
los regalos que dejaste y me preocupaba que hubieran sido manipulados.
Posiblemente envenenados.
—¿Envenenado? —la conmoción y la indignación emanaban de él. —¿Quién
haría algo así?
—Bueno, vine aquí porque me estoy escondiendo de alguien, una persona que
podría hacerme daño si supiera dónde estoy. Así que, cuando las cestas
empezaron a aparecer en mi puerta, me preocupé mucho. Por eso nunca comí
nada de lo que trajiste.
El corazón me retumbó en el pecho y un calor extraño pero no desagradable
me recorrió por dentro. Me había estado espiando el �empo suficiente para darse
cuenta de que no comía mucho, y había creído que realmente necesitaba la
comida. Me arrepen� de haber �rado todos los regalos, incluidas las babosas, los
gusanos y los insectos. Considerando todo, sus acciones habían sido bastante...
dulces.
Comportamiento de acosador total, pero... dulce.
Sus fosas nasales se encendieron y apretó la mandíbula. —Gracias por
explicarme lo de los regalos desechados, bonita humana, pero debo saber: ¿quién
quiere hacerte daño? —miró a su alrededor, como si esperara que la cabaña fuera
a ser atacada en cualquier momento, y un gruñido grave pero feroz retumbó en su
pecho. No tenía ninguna duda de que si Salax estuviera aquí ahora mismo, Gorran
lo haría pedazos. ¿Cuáles fueron sus palabras exactas? Ah, sí, mu�lar y masacre.
Permanecí en silencio un momento, intentando decidir si debía contarle a
Gorran algo más sobre mi situación. Pero parecía tan ansioso por conocer mi
situación y, aunque no podía explicarle por qué, sen� deseos de sincerarme con él.
Así que empecé a contarle mi historia al completo desconocido que acababa de
perseguirme por la ladera de la montaña.
—Mi padre falleció hace un año y le debía a un jefe de la mafia, un criminal,
una gran suma de dinero —empecé. —El criminal, que se llama Salax, me exigió
que trabajara para él durante cinco años para saldar la deuda de mi padre, pero
hace poco me escapé de él y vine aquí. No sé si Salax sigue vivo, huí cuando él y
sus hombres estaban siendo atacados por un enemigo, pero si está vivo y descubre
dónde estoy, existe la posibilidad de que venga a buscarme —busqué los ojos de
Gorran, intentando determinar si entendía lo que acababa de decirle, teniendo en
cuenta que probablemente no estaba demasiado familiarizado con el mundo
humano.
Su mandíbula se apretó y sus ojos rebosaron violencia. —Si el criminal llamado
Salax se acerca a �, bonita humana, le haré sufrir mucho y luego acabaré con él.
¿Dónde vive este hombre?
—En Portland.
—¿Dónde está? Señálame la dirección correcta y lo mataré antes de que salga
la luna.
—Portland está al noroeste de aquí, a unos cientos de kilómetros. No se
puede llegar a pie. Bueno, no pronto. Me llevó varias horas conducir hasta aquí en
mi camioneta.
Me agarró las manos con más fuerza. —En ese caso, permanecerás en el
territorio de Starblessed conmigo, Cari, donde estarás más segura. Permanecerás a
mi lado, y un día -espero que pronto- te conver�rás en mi compañera de vida. Y si
el criminal se atreve a acercarse, le arrancaré los brazos del cuerpo y dejaré que se
desangre.
Bueno. Seguro que pintó una imagen gráfica.
¿Era raro que me sin�era extrañamente conmovida por su promesa de
cometer un asesinato en mi nombre?
Los ojos de Gorran volvieron a brillar y se inclinó más hacia mí, hasta que sen�
las cálidas bocanadas de su aliento en la cara. Su aliento olía demasiado a menta,
lo que me sorprendió. Pensé que quería besarme, pero se limitó a sostenerme la
mirada, con un brillo afectuoso en sus ojos.
La forma en que me miraba... bueno, me hacía sen�r apreciada. Lo que era
absolutamente, cien por ciento loco.
Porque era un extraño.
Y no era humano.
Era una bes�a del bosque que gruñía y corría desnudo. Una criatura que, al
parecer, se alimentaba de babosas, gusanos e insectos; es decir, ¿por qué si no
habría dejado esas cosas en mi puerta? Supuse que me había obsequiado con el
�po de comida que consumía su pueblo. De nuevo, un gesto dulce, ya que creía
que necesitaba comida, pero me hizo preguntarme por otras diferencias entre los
humanos y los sasquatches.
Seguro que se da cuenta de lo pequeña que soy comparado con él.
¿Realmente creía que su enorme polla de Sasquatch cabría dentro de mí? Porque
tenía serias dudas. Además... ¿compañeros predestinados? ¿Era eso realmente una
cosa?
Se me calentó la cara e intenté ignorar el dolor que sen�a entre los muslos.
Santo cielo, ¿hacía calor aquí o qué? Las numerosas capas que aún llevaba no
ayudaban en absoluto. Me había abrigado bien para bajar la montaña.
—¿Te hizo daño alguna vez el criminal? —preguntó con dulzura. —Antes de
que consiguieras huir, ¿te hizo daño? —sus ojos parpadearon con una mezcla de
preocupación y rabia.
—No, pero le tenía miedo. Amenazó con matarme si me iba —me ardía la
garganta. Cuando murió mi padre, todos mis amigos ya se habían marchado de
Portland. Algunas incluso habían abandonado la Tierra: se habían alistado para
conver�rse en novias por correo de una raza de guerreros alienígenas conocidos
como los Vaxxlians.
Había estado desesperadamente sola en la ciudad.
Sola y aterrorizada.
Nunca había revelado a nadie el acuerdo con Salax. Sin amigos ni familiares
cerca, ni siquiera un conocido comprensivo, me lo había guardado todo. Cada una
de mis preocupaciones y miedos.
Admi�r mis problemas a Gorran me hizo sen�r un poco menos sola.
La bella bes�a me cogió la cara y me inclinó la cabeza hacia arriba. —Ya no
�enes que tener miedo. Como ya te he prome�do, te protegeré siempre.
Capítulo 8

GORRAN

Mientras permanecía encorvado para que mi cabeza no golpeara el techo,


empezó a dolerme el cuello. Miré una alfombra cercana y señalé el suelo.
—¿Puedo sentarme, por favor? —pregunté, queriendo obtener primero su
permiso. Sentarse en el domicilio de una mujer sin permiso o invitación directa era
el colmo de la descortesía, y no deseaba ofenderla.
—Sí —dijo ella, dando un paso atrás mientras se quitaba el gorro y los
guantes, quitándose también la mochila y dejándola a un lado. —Por supuesto.
Siento que el techo no sea unos cen�metros más alto. No creo que mi abuelo
pensara en visitantes Sasquatch cuando construyó este lugar hace sesenta y tantos
años —se encogió de hombros y se quitó las botas.
—Gracias, bonita humana, pero no hace falta que te disculpes. Me
conformaré —bajé al suelo y me apoyé en uno de los sofás.
Observé atentamente a la hembra humana, por si se acercaba a la puerta.
Pero, para mi alivio, se sentó en una silla frente a mí con un suspiro de sa�sfacción.
Me miró con tanto interés, con una intensidad brillante en sus ojos azules, que
no necesité mi capacidad para detectar emociones para saber que sen�a una gran
curiosidad por mí. Igual que sen�a curiosidad por ella.
—Hablando de mi abuelo, me habló de tu pueblo —dijo, sorprendiéndome.
—Cuando era niña. Me contaba historias sobre una tribu de Ye� que vivía en un
bosque cercano. Me dijo que tu tribu era conocida como los Starblessed, me contó
que un antepasado amigo suyo enseñó inglés a tu tribu, y que en lugar de
Sasquatches o Pie Grande o Ye�, tu gente se llamaban...
—Mon�kaan —respondí cuando se esforzó por recordar la palabra. Me
desplacé hacia delante, queriendo estar más cerca de ella. Deseé que se sentara
en mi regazo. Si la levantaba de la silla y la acurrucaba contra mí, ¿protestaría?
—Ah, sí. Mon�kaan. Ahora me acuerdo —sonrió. —Pensaba que sólo eran
historias. Ficción. Que nada de eso era cierto. Apuesto a que ahora mismo está en
el cielo riéndose a carcajadas. Mi padre también.
El Cielo. El equivalente humano del A�erland Mon�kaan. De repente me sen�
agradecido por la experiencia de mi primo Axxon en la cultura humana,
conocimientos que compar�a con toda nuestra tribu, ya que creíamos que era
prudente saber todo lo posible sobre nuestros vecinos humanos. Sobre todo
porque seguían invadiendo nuestras �erras.
—Siento que tu abuelo y tu padre ya no caminen por la �erra de los vivos
—dije. —¿Sigue viva tu madre? ¿Tienes hermanos?
Su dolor y su soledad me golpearon como una ola, y ya sabía la respuesta
antes de que abriera la boca para responder. Aunque, extrañamente, la oleada de
emociones no me causó dolor �sico como suelen hacerlo la mayoría de las
emociones nega�vas.
—No tengo hermanos y mi madre murió hace ocho años. La pisotearon
durante unos disturbios que estallaron en nuestra ciudad —tragó saliva. —¿Y tú?
Sé que �enes dos hermanos, pero ¿�enes más hermanos? ¿Y tus padres?
—Sólo dos hermanos. Se llaman Brutus y Mastorr. Brutus es el mayor y es el
jefe de nuestra tribu, y Mastorr es sólo un año mayor que yo —hice una pausa,
pensando qué contarle sobre mis difuntos padres. ¿Debía confesar lo que les había
ocurrido? No quería que pensara que nuestro territorio estaba plagado de
peligros. Miré al suelo mientras me invadían recuerdos dolorosos y mis manos se
cerraban en puños.
—Siento lo de tus padres —dijo, como si leyera mi mente. —¿Qué les pasó, si
no te importa que pregunte? —su voz suave y compasiva calmó los bordes de mi
dolor y mi rabia, y exhalé un largo suspiro mientras la miraba a los ojos.
—Les disparó un cazador. Hace diez años.
—Qué horror —se levantó de la silla y se sentó en el suelo. Justo delante de
mí. Tan cerca que nuestras piernas casi se tocaban.
Una ráfaga de viento golpeó la casa, haciendo crujir las paredes. Ambos
miramos fuera y descubrimos que había empezado a nevar, y mucho antes de lo
que Vasoon había predicho. Los copos eran grandes y esponjosos, el �po de nieve
que se quedaría en el suelo durante días.
—Vaya. Está cayendo fuerte —palideció un poco y miró las botas, la chaqueta
y la mochila que se había quitado no hacía mucho. —Parece que me has salvado
de una tormenta de nieve.
—Nos quedaremos en la cabaña y esperaremos a que pase la tormenta
—anuncié. —Cuando suba la temperatura y la nieve se derrita lo suficiente como
para cruzar la montaña sin peligro, iremos al asentamiento de mi pueblo —el
afecto y la nostalgia por la pequeña hembra me invadieron, así como un profundo
sen�miento de posesividad. —No veo la hora de traerte a casa conmigo, bonita
humana, y te prometo que haré que la alcoba de la caverna que me sirve de
habitación sea más habitable para un humano. Lo que necesites para estar
cómoda, te lo traeré, o lo construiré —recordé cómo Brutus había tomado objetos
de varias cabañas abandonadas para amueblar sus habitaciones para Hailey, su
compañera de vida. Yo haría lo mismo. Quería que Cari se sin�era como en casa en
mi alcoba personal, igual que quería que ella sin�era que pertenecía a mi pueblo.
—Gorran, no puedes obligarme a ir a vivir con�go y conver�rme en tu
compañera de vida.
—No tengo intención de forzarte —le dije. —Tengo la intención de seguir
cortejándote, y una vez que te sientas más cómoda conmigo, estoy seguro de que
te ofrecerás a mí.
—¿Ofrecerme? —su rostro se �ñó de rosa. —¿Quieres explicármelo con más
detalle? Conozco un poco a tu gente, pero no sé nada de tus costumbres de
apareamiento.
Recorrí con la mirada su hermosa figura mientras imaginaba el momento en
que finalmente uniríamos nuestros cuerpos en uno solo, sellando el vínculo que
nos unía. Recé para que ese día llegara pronto.
Cogí su mano e intenté acercarla. —Ven a sentarte en mi regazo, bonita
humana, y te contaré todo sobre las costumbres de apareamiento de Mon�kaan.
—Oh, no. No voy a caer en ese truco —quitó su mano de la mía y se apoyó en
la silla que había dejado vacía, levantando las rodillas y rodeando las piernas con
los brazos.
Su rechazo me escocía, pero esperaba que pronto accediera a sentarse en mi
regazo. —No intentaba engañarte, Cari. Como ya te he dicho, no te obligaré a
aparearte conmigo. Simplemente deseo abrazarte. Disfruté de nuestra cercanía
mientras te llevaba por el bosque antes. Eres una criatura suave, y me gusta cómo
hueles. También me gusta cuando tu respiración me hace cosquillas en el pecho.
Tenerte entre mis brazos fue una experiencia muy gra�ficante.
Me miró sin comprender durante un largo rato, aunque pude percibir
fácilmente sus emociones. Sorpresa, re�cencia, placer y... más anhelo.
Pero, por encima de todo, la tentación.
Capítulo 9

CARI

Todo en Gorran me atraía. Sus inusuales ojos pálidos que brillaban en


ocasiones, su embriagador aroma masculino, su rostro escabrosamente apuesto y
su enorme cuerpo musculoso que no podía dejar de admirar. Y eso sólo en el
plano físico.
Me encantaba cómo su voz profunda retumbaba en mi interior como una
caricia sensual. Sobre todo cuando prome�a protegerme, cuando prome�a hacer
pagar a mis enemigos si se atrevían a acercarse a mí.
Nunca nadie me había prome�do mantenerme a salvo. Ni siquiera mi padre. Y
había una parte de mí que estaba resen�da por nuestra vida en la ciudad. Sobre
todo cuando teníamos una cabaña perfecta para vivir, lejos de la violencia y la
agitación polí�ca que asolaban la mayoría de las ciudades estadounidenses.
Tras la muerte de mi madre, incluso le pregunté a papá si podíamos dejar
Portland y conver�r la cabaña en nuestro hogar permanente. Le propuse vender el
restaurante y abrir una cafetería en Newhalem. Sin embargo, él siempre se negaba
y se ponía nervioso cuando abordaba el tema de mudarnos a un lugar más rural.
Tu madre habría querido que siguiéramos con el restaurante. No querría que nos
diéramos por vencidos. Las cosas mejorarán.
Pero las cosas nunca mejoraron. Sólo empeoraron.
Deseché los pensamientos sobre la ciudad que había dejado atrás y la
violencia que mi familia había sufrido mientras vivía allí y me centré en el
asombroso espectáculo que tenía ante mí: el sasquatch de dos metros de altura -
no, un Mon�kaan- que quería fugarse conmigo a la caverna de su pueblo y
conver�rme en su compañera de vida.
Estaba sentado en silencio, con el rostro serio mientras me observaba. Me
sonrojé porque no sabía cuánto �empo llevaba aquí sentada, con la mirada
perdida en el vacío, pensando en un pasado que no podía cambiar.
Costumbres de apareamiento Mon�kaan. Eso era lo que habíamos estado
discu�endo, o a punto de discu�r. Miré su regazo y mi rostro se calentó aún más al
recordar su invitación a sentarme allí. No llevaba ropa. Si me sentaba en su regazo,
estaría sentada directamente sobre su virilidad. Sin nada entre nosotros, salvo mi
ropa interior y los ajustados pantalones térmicos que llevaba puestos.
Si me sentaba en su regazo y volvía a ponérsele dura... probablemente sen�ría
cada cen�metro clavándose en mi trasero. Tomé aire y le sostuve la mirada,
esperando que mi cara no estuviera tan roja como parecía. ¿Los Mon�kaans se
sonrojaban? Supuse que si me juntaba con Gorran y su gente el �empo suficiente,
lo averiguaría.
—Así que —dije, esforzándome por mantener un tono desenfadado. —¿Me
hablarás de las costumbres de apareamiento Mon�kaan? —se me secó la boca
ante el brillo salvaje que entró en sus ojos y, un segundo después, un suave
resplandor azul emanó de ellos. Su atrac�vo de otro mundo me hizo palpitar el
corazón.
—Sí, bonita humana. Te contaré todo lo que necesitas saber sobre las
costumbres de apareamiento de mi pueblo —sus fosas nasales se encendieron y
respiró larga y profundamente, y sospeché que volvía a olerme
intencionadamente.
Al parecer, cuando estaba ovulando, olía delicioso para un Sasquatch. El
gruñido de placer que retumbó en su garganta confirmó mis sospechas. No me
atreví a dejar que mi mirada se posara en su entrepierna.
—Como ya he explicado, cuando un macho Mon�kaan se siente llamado a
aparearse con una hembra en par�cular, comenzará a cortejarla. Le llevará regalos
y pasará �empo con ella. Pasarán aproximadamente dos o tres ciclos lunares
conociéndose.
—Ya veo. ¿Y qué pasa después? ¿Si deciden que son compa�bles y quieren ser
compañeros de vida? —me moví en mi si�o y me costó sostenerle la mirada, pero
me obligué a no apartar la vista. —Supongo que habrá algún �po de ceremonia.
Sus ojos centellearon y me encontré luchando contra el repen�no impulso de
arrastrarme hacia delante y cogerle la cara con las manos, o incluso sentarme en
su regazo. Sen�a un hormigueo en todo el cuerpo por la necesidad de estar cerca
de él. De tocarle. Tragué saliva para superar la sequedad que seguía sin�endo en la
garganta y esperé que la ceremonia no incluyera nada demasiado extravagante.
No importa. No voy a aparearme con él de todos modos. Sólo quiero saber por
el bien de saber. Eso es todo. Curiosidad científica.
Sí, claro. ¿Entonces por qué no puedes dejar de mirar su entrepierna? ¿Por qué
no puedes dejar de admirar su impresionante físico? ¿Por qué te duele cada vez
más entre los muslos?
—Oh, cállate, Cari —murmuré para mis adentros, y luego fingí toser cuando
Gorran me miró con extrañeza.
—Yo no llamaría ceremonia a lo que ocurre cuando un macho y una hembra
Mon�kaan se aparean, pero hay un orden en las cosas, y todos los miembros de
nuestra tribu par�cipan de alguna manera.
—Por favor, no me digas que se aparean en... ¿público? —me sonrojé tanto
que casi me quito la camiseta.
Sonrió, las líneas alrededor de sus ojos se arrugaron al mostrar un conjunto de
dientes blancos, algunos de los cuales eran pun�agudos. Me recordó a los dientes
caninos. Dios, era fascinante. Contuve la respiración mientras esperaba su
respuesta.
—No nos apareamos en público, bonita humana, pero toda la tribu sabe
cuándo un macho monta a su hembra por primera vez —su voz se hizo más grave a
medida que con�nuaba su explicación. —Cuando una hembra Mon�kaan decide
que ha aceptado al macho que la ha estado cortejando, se gira sobre sus manos y
rodillas y se ofrece a él. Le ofrece el uso de su apretado e intacto agujero de
apareamiento.
Tosí, casi ahogándome con mi propia saliva. Parpadeé rápidamente mientras
mis ojos se humedecían. Agujero de apareamiento apretado y sin tocar. Dios mío.
—Lo siento. Malditas alergias —dije una vez recuperada. —Por favor, con�núa.
Sus ojos brillaron más y sospeché que nos estaba imaginando a los dos
realizando los actos que describía. —Cuando un macho entra por primera vez en
contacto con su hembra, suelta un aullido atronador conocido como la llamada del
apareamiento. Toda la tribu lo oirá, e inmediatamente comenzarán a regocijarse.
Bailarán y golpearán palos contra los árboles e intentarán hacer el mayor ruido
posible.
Agua. Necesitaba agua. Miré hacia la cocina, pero no confiaba en que mis
piernas funcionaran en ese momento. Todo mi cuerpo temblaba de deseo y me
flaqueaban las rodillas. Porque de repente me imaginé a Gorran montándome por
detrás y soltando un aullido salvaje.
—¿Por qué hacen tanto ruido? ¿La tribu, quiero decir?
—Para pedir al Gran Espíritu que conceda muchas bendiciones a la pareja
recién unida. Se dice que cuanto más ruido haga la tribu durante la unión, más
bendiciones concederá el Gran Espíritu —suspiró mientras una mirada soñadora
cruzaba su rostro. —Entonces el macho rugirá de nuevo cuando se complete en la
hembra, cuando derrame su semilla profundamente dentro de ella.
—Oh —oh. No sabía qué más decir. Le había preguntado por las costumbres
de apareamiento de su pueblo, y me había proporcionado una descripción
detallada que me había dejado casi sin habla.
—Todavía estás ovulando, Cari —inspiró largamente y sus músculos se
tensaron mientras se inclinaba un poco hacia delante, como si estuviera a punto
de abalanzarse sobre mí. —Si nos apareáramos ahora y eyaculara mi semilla
dentro de �, es muy probable que quedaras embarazada. Pero la nieve...
Gruñó y sacudió la cabeza, y seguí su mirada hacia la ventana. Ahora la nieve
caía más deprisa.
—Ojalá pudiera reclamarte ahora —dijo en tono pesaroso. —Pero estamos tan
lejos de mi tribu que no oirían mi llamada de apareamiento. Si no oyen mi llamada
de apareamiento, no bailarán ni golpearán los árboles con palos ni harán el ruido
suficiente para invitar al Gran Espíritu a bendecir nuestra unión. No puedo creer
que te esté pidiendo esto, hermosa humana, sobre todo porque puedo oler el
brillo de tu excitación creciendo entre tus muslos, pero por favor no me ofrezcas el
uso de tu agujero de apareamiento hasta que hayamos llegado a la caverna de mi
pueblo. Por el momento, te pido que te esfuerces en controlar tus deseos.
Me quedé mirándole un momento, pensando que debía de estar bromeando.
¿Intentar controlar mis deseos? Pero no esbozó ni una pequeña sonrisa. Hablaba
completamente en serio. Me mordí el interior de la mejilla para evitar reírme u
ofrecer una respuesta demasiado sarcás�ca. Finalmente, dije: —Prometo no
quitarme los pantalones.
Capítulo 10

GORRAN

Fui un tonto. Después de atraparla, no debería haber llevado a Cari de vuelta a


su cabaña. En su lugar, debería haberla llevado directamente a la caverna de mi
gente.
A mi alcoba personal.
Podríamos estar apareándonos ahora mismo. Tal vez.
No había duda del dulce y penetrante aroma de su excitación, que permanecía
en el aire y aumentaba cada vez que se movía lo más mínimo.
Me dieron ganas de reclamarla.
Cuando su estómago gruñó bruscamente, me puse en pie de un salto,
manteniéndome agachado para no golpearme contra el techo. —Tienes hambre,
bonita humana. Te daré de comer —me dirigí a la puerta. Viajar en la nieve sería
traicionero, pero el río estaba cerca. Podría pescar algunos peces y prepararlos
para su consumo. Había visto a Brutus cocinar pescado para su compañera más de
una vez, y pensé que podría hacerlo. Más que nada, quería mantener a mi futura
compañera.
—¡Espera! ¡Gorran! ¡Detente!
Me detuve y la miré por encima del hombro. —Volveré pronto. Sólo voy al río.
Te traeré varios peces.
—La nieve está cayendo tan fuerte que la visibilidad es prác�camente nula ahí
fuera. No puedes salir. Quédate aquí —me lanzó una mirada incrédula.
—Pero �enes hambre —protesté. —Te ruge el estómago.
—Tengo mucha comida en la cabaña, Gorran. De verdad. Sí, no he comido
mucho desde que llegué, pero eso es sólo porque estaba tratando de racionar mi
comida para poder quedarme aquí el mayor �empo posible —bajó la cabeza y
sen� vergüenza en su corazón. —Me da vergüenza admi�rlo, pero no tengo
dinero. No puedo ir a la ciudad a comprar provisiones. Por eso he estado
comiendo muy poco, aunque aún me queda comida y provisiones para otros
cuatro meses. Tal vez incluso cinco meses si tengo cuidado.
Me alejé de la puerta y me arrodillé ante ella. Un dolor me atravesó el pecho
al saber lo grave que había sido su situación antes de mi llegada. Tomé sus manos
entre las mías. —A par�r de hoy, bonita humana, comerás siempre hasta saciarte.
No habrá más racionamiento. Cuando el �empo lo permita, te traeré pescado,
bayas, nueces y las babosas más gordas que encuentre. Bueno, pensándolo bien,
quizá no babosas, Brutus dice que su compañera de vida humana no come
babosas, aunque me cuesta creerlo porque son deliciosas, pero aprenderé qué
alimentos te gustan y te los proporcionaré. Lo juro.
Sus ojos brillaban de lágrimas y parpadeaba rápidamente. Irradiaba gra�tud,
pero también tristeza. No entendía la tristeza, como tampoco entendía la
humillación que se apoderó de ella.
¿No estaba contenta de no tener que preocuparse más por pasar hambre?
¿No estaba contenta de que le hubiera prome�do ocuparme de sus necesidades?
Cuando intentó apartar la mirada, le solté las manos y le ahuecé la cara,
obligándola a sostenerme la mirada. —¿Qué te ha entristecido, mi dulce
compañera? ¿He dicho algo malo?
—No has dicho nada malo —se apresuró a asegurarme. —Es sólo que...
bueno, estoy un poco abrumada. Creo que nunca nadie había sido tan amable
conmigo. Y aunque agradezco que te hayas ofrecido a cuidarme, estoy
terriblemente avergonzada por haber acabado en esta situación y necesitar la
ayuda en primer lugar.
Consideré sus palabras, deseando poder conjurar alguna respuesta mágica
que limpiara la tristeza de su alma y eliminara el brillo de las lágrimas de sus ojos.
—Los acontecimientos que te hicieron huir de tu ciudad y venir a la cabaña no
fueron culpa tuya, Cari —dije en tono amable. Pasé los pulgares por sus mejillas,
acariciando su suave piel, dispuesto a recoger cualquier lágrima que cayera. —Por
favor, no te avergüences de necesitar ayuda. Como tu compañero, será un honor
para mí proporcionártela. No hay mayor propósito en la vida de un macho
Mon�kaan que cuidar de su compañera y de sus hijos —acaricié su pelo,
deleitándome con las sedosas hebras.
Abrió mucho los ojos y jadeó. La miré confuso y me pregunté qué le había
causado aquel repen�no y profundo sobresalto.
—¿Cari? ¿Estás bien?
Se puso una mano en el pecho. —¿Me estás haciendo algo, Gorran?
—¿Qué quieres decir?
—Puedo sen�rte —dijo, con los ojos todavía muy abiertos. —Aquí dentro —se
acarició el pecho. —Es como si estuvieras dentro de mí. Sé que puede parecer una
locura, pero te juro que puedo sen�r tus emociones ahora mismo. Calor. Me estás
llenando de calor literal. Afecto y anhelo. No anhelo carnal, sino el anhelo de una
pareja y una familia. Es bastante intenso. ¿Estás... haciéndolo a propósito?
Atónito, solté las manos de su pelo y me aparté de ella. —No lo hice a
propósito —dije. —Nunca me había pasado.
—Ya se ha ido —dijo, tocándose el pecho. —La sensación desapareció en
cuanto dejaste de tocarme.
Curioso, alargué la mano y le acaricié el brazo.
Jadeó y sus ojos se llenaron de asombro.
—¿Ha vuelto? —pregunté.
Ella asin�ó. —Sí. ¿Cómo... cómo estás...? —su voz se entrecorta. —Me siento
increíble. Como si estuvieras enviando una corriente de calor a través de mí.
Consideré las energías cura�vas con las que casi todos los Mon�kaans estaban
bendecidos. Podíamos tocar la �erra y ver cómo las plantas cercanas crecían y se
volvían más vivas. También podíamos usar nuestras energías para apagar fuegos,
mantener los ríos impolutos, y había algunos entre nosotros que podían curar a
otros sólo con el tacto.
Aunque podía sen�r las emociones y las energías espirituales de los demás,
por lo que sabía, nunca había conseguido enviar una corriente de mis propias
emociones a otro individuo. ¿Estaban cambiando mis habilidades? ¿O
simplemente estaban cambiando en lo que respecta a Cari?
—No puedo explicarte del todo lo que está pasando —dije mientras seguía
acariciándole el brazo. —Pero no creo que sea algo que haya que temer. Si quieres
que deje de tocarte, dímelo, por favor. No quiero que te sientas incómoda.
Ella se sonrojó. —No dejes de tocarme, Gorran. Todavía no.
Capítulo 11

CARI

El viento aullaba, haciendo crujir la vieja cabaña. No quería pensar en el frío


que hacía fuera, ni en si habría llegado a la ciudad antes del anochecer de no
haber intervenido Gorran. E incluso si hubiera llegado a la ciudad, no había
garantía de que hubiera encontrado refugio. Si no fuera por el gran y sexy
Montikaan, podría haber muerto congelada.
Me senté a la mesa de la cocina, comiendo mi segundo plato de sopa de
verduras -por insistencia de Gorran, claro- y por primera vez desde que había
llegado a la cabaña, mi estómago estaba sa�sfactoriamente lleno.
Mi protector Sasquatch estaba sentado en el suelo a mi lado, ya que no cabía
en una silla, bebiendo su segundo plato de sopa de tomate. Había elegido las latas
al azar cuando le informé de que no comería a menos que se uniera a mí. Después
de dos meses sola, era maravilloso tener a alguien con quien compar�r la comida.
Hacía un par de horas, lo único que quería era escapar de él. Pero ahora me
alegraba su compañía. Disfruté hablando con él y aprendiendo más sobre él y su
pueblo, y me fascinaron especialmente las costumbres de apareamiento
Mon�kaan.
No dejaba de imaginarme a Gorran acercándose a mí por detrás mientras me
ofrecía a él, no dejaba de imaginar lo feroz que sonaría mientras me penetraba y
gritaba la llamada de apareamiento.
—Gracias por compar�r tu comida conmigo, bonita humana —dijo, dejando
su cuenco vacío sobre la mesa. —El sabor no se parecía a nada que hubiera
consumido antes, pero lo disfruté.
—De nada. Me alegro de que te haya gustado. ¿Has comido suficiente? Hay
unas treinta latas más de sopa de tomate en los armarios. Por favor, toma más si
todavía �enes hambre. O prueba otro �po. La sopa de verduras está muy buena.
Se dio unas palmaditas en el estómago. —Estoy bien, pero gracias. Desayuné
ocho pescados esta mañana, y también algunas bayas pokklam.
Las luces parpadeaban, y tomé nota mentalmente de recoger algunas
linternas una vez que la cocina estuviera limpia. Las luces de arriba, así como todos
los electrodomés�cos de la cocina, funcionaban con energía solar. No hacía falta
mucha luz solar para cargar los paneles del tejado, pero si la tormenta duraba más
de dos o tres días, tendríamos que usar las linternas.
Al menos la estufa de leña mantenía la cabaña suficientemente caliente, y
había mucha leña apilada en el porche cubierto. No tendríamos que preocuparnos
por congelarnos.
Bueno, no tendría que preocuparme por ello.
Dudaba que el frío molestara mucho a Gorran. Su espeso pelaje
probablemente le ayudaba a soportar temperaturas que a mí me conver�rían en
un carámbano.
Pasamos el resto del día hablando, tocándonos casualmente y viendo caer la
nieve. Incluso preparé chocolate caliente, que Gorran disfrutó más que la sopa de
tomate.
Los momentos de silencio entre nosotros no eran incómodos. Podíamos estar
sentados uno junto al otro durante una hora en silenciosa compañía, sin que
ninguno de los dos pronunciara una palabra, y no nos sen�amos incómodos en lo
más mínimo.
A lo largo del día, no dejé de echar miradas fur�vas al musculoso cuerpo de
Gorran, y me cau�vó especialmente su trasero perfectamente esculpido. Cada vez
que se levantaba para es�rar las piernas y pasear por la planta baja de la cabaña,
aprovechaba para admirar aquel culo firme y cubierto de pelo.
A veces me sorprendía mirándole, y se detenía y me miraba por encima del
hombro, con los ojos brillantes y las fosas nasales dilatándose mientras inspiraba
larga y profundamente. Cuando me dolía entre los muslos, lo que parecía ocurrir
cada vez que se levantaba y se pavoneaba, su polla se endurecía y sobresalía,
impresionantemente enorme, con una gota nacarada de su esencia brillando en la
punta bulbosa.
Algunas veces, cuando me tocaba, sen�a algo más que su calor y su afecto.
Percibí su necesidad primaria de poseerme, los impulsos salvajes que le recorrían.
Sinceramente, no sabía cómo se controlaba. Pero lo aprecié, no obstante.
Porque no estaba preparada. No importaba que no estuviéramos en el lugar
adecuado para el apareamiento, parecía muy importante para él que nos
apareáramos en el asentamiento de su gente para que oyeran su llamada de
apareamiento, pero mis aprensiones virginales aumentaban con cada mirada
fur�va a su enorme apéndice.
Sí, tenía vein�séis años y era virgen. Trabajar muchas horas en el restaurante
no me había dejado mucho �empo para tener citas, aunque hacía �empo que
soñaba con sentar la cabeza con un buen hombre y formar una familia. Y en esos
sueños, siempre había esperado vivir en una casa pequeña y acogedora en el
bosque, lejos de la violencia que asolaba las zonas más densamente pobladas de
Estados Unidos, lejos de las zonas asoladas por la guerra.
Pero supuse que Gorran también era virgen. ¿Era mayor que yo? No estaba
segura, aunque pensé que debía de tener unos años más. Su atrac�vo rostro
mostraba las primeras arrugas de la edad, las mismas que suelen aparecer en los
humanos a par�r de los treinta. No hacían más que realzar su belleza masculina y
darle un aspecto deliciosamente robusto.
Cenamos cereales fríos preparados con leche en polvo. Oscureció pronto y nos
sentamos en la mesa del salón a disfrutar de nuestra comida informal, al calor de
la estufa de leña.
Mis pensamientos no dejaban de desviarse hacia la noche que se avecinaba.
¿Querría Gorran dormir en la misma habitación que yo? No cabría en ninguna de
las camas de la casa y tendría que arreglárselas en el suelo. Aunque el segundo
nivel de la cabaña era suficientemente cálido, en el salón hacía mucho más calor,
así que pensé que quizá deberíamos dormir allí. Yo podría quedarme en el sofá y él
en la alfombra. Pero cuanto más lo pensaba, menos me gustaba la idea.
La verdad era que quería dormir a su lado. Nuestros cuerpos cerca.
Tocándonos. Acurrucados. Quería quedarme dormida con su aliento a menta
haciéndome cosquillas en el cuello, con su gran brazo peludo sobre mí. ¿Creería
que estaba siendo demasiado atrevida si le proponía algo así? ¿Me rechazaría por
miedo a que tuviéramos la tentación de aparearnos?
Cuando levanté la vista de mi tazón de cereales, me estaba mirando fijamente.
Sus pálidos ojos brillaban de afecto, sus fosas nasales se abrieron de par en par
mientras respiraba hondo. No me hizo falta mirarle la entrepierna para darme
cuenta de que se le había puesto dura como una piedra.
—Probablemente debería ducharme o darme un baño antes de acostarme
—dije. Los deseos que había despertado en mí me habían dejado empapada entre
los muslos. Debería asearme y ponerme un par de bragas nuevas. —La ducha está
arriba. Vuelvo enseguida —me apresuré a subir antes de que pudiera responder,
aunque sen� uno de sus gruñidos bajos y sensuales retumbando en mí cuando
llegué al rellano.
Capítulo 12

GORRAN

—¡Ahh! ¡Joder, joder, joder!

Cuando oí el repen�no grito de dolor de Cari procedente del piso de arriba,


me puse en pie de un salto y subí corriendo la estrecha escalera. Siguiendo el
sonido del agua corriente, entré en un dormitorio y me dirigí hacia la puerta
cerrada que, supuse, contenía la zona de baño.
Rezando para que mi hembra no estuviera malherida, agarré el pomo de la
puerta y me dispuse a entrar en la zona de baño. Pero la puerta no se abría. El
pomo no giraba. Ignorando mi disgusto por el hecho de que la hubiera cerrado con
llave, giré el pomo hasta que se rompió y empujé la puerta hacia delante.
—¡Cari! —grité mientras me apretujaba a través del pequeño marco de la
puerta. —¡Cari! ¿Estás bien?
—¡Gorran! ¿Qué estás haciendo? ¡Fuera, fuera, fuera! —me miró desde
detrás de una fina cor�na blanca que rodeaba la ducha, con el pelo mojado y liso,
gotas de agua pegadas a las pestañas. Me entraron ganas de lamérselas.
—Te oí gritar y maldecir, bonita humana —deseé que apartara la cor�na para
poder ver por mí mismo que no estaba herida, aunque la agarraba con tanta
fuerza que sus nudillos se habían vuelto blancos, y supuse que no estaba
preparada para revelarme su cuerpo desnudo.
Sus ojos se abrieron de par en par. —Sí. El agua estaba helada cuando salió de
la ducha. Así que jadeé, o tal vez grité, no me acuerdo. Y supongo que también dije
algunas palabrotas. Pero te aseguro que estoy bien. Ahora, por favor, vete. Estoy
desnuda aquí —sus mejillas se ruborizaron y percibí claramente sus emociones: la
sorpresa se mezclaba con una ligera moles�a y vergüenza.
Cumpliendo sus deseos, salí de la habitación y cerré la puerta rota lo mejor
que pude. Me alegraba de que mi futura compañera no hubiera resultado herida, y
empezaba a sen�rme un poco tonto por mi precipitada reacción. Había �rado la
puerta abajo y me había abalanzado sobre ella cuando no pasaba nada. Pero al
menos no había sen�do que irradiara ira. Había comprendido mi error.
Con un suspiro, empecé a salir de la habitación, sólo para que un olor
embriagador me congelara en el si�o. Siguiendo el delicioso aroma, caminé hacia
el otro lado de la cama, donde vi la ropa que Cari había estado usando hoy en una
pila en el suelo.
Arrodillado ante la ropa, rebusqué entre los pantalones largos y la camisa
negra para encontrar la fuente del aroma que me llamaba, y pronto encontré un
pequeño trozo de tela blanca que comprendí que debía llevar sobre sus partes
ín�mas. Recordé vagamente que Axxón había hablado una vez de la ropa interior
humana. Afirmó que las hembras humanas llevaban unos sujetadores que cubrían
sus pechos y unas bragas que cubrían sus partes ín�mas.
Bragas. Estaba sosteniendo las bragas gastadas de Cari.
Inmediatamente me llevé el objeto a la nariz e inhalé profundamente. Luego
otra. No podía parar. No podía saciarme del delicioso aroma de mi futura
compañera. Mi dulce hembra humana.
Las bragas estaban húmedas por la resbaladiza sensación que había estado
oliendo todo el día: la excitación que ella había experimentado con frecuencia al
admirar mi cuerpo. Me sen� orgulloso de haber conseguido que mi hembra se
mojara tanto de excitación.
De repente me encontré deseando llevar ropa yo mismo, sólo para tener un
bolsillo donde guardar sus bragas para siempre. Mientras seguía estudiando la
ropa interior y olfateándola, mis pelotas se tensaron de sensación y mi polla se
endureció. El deseo calentaba mi sangre y mi respiración se agitaba a medida que
la pasión me consumía.
Un gruñido constante salió de mi garganta mientras inhalaba profundamente,
las bragas apretadas firmemente contra mi nariz, aspirando el dulce y penetrante
aroma femenino que me hacía sen�r voraz por montar a mi hembra por primera
vez.
¿Seríamos capaces de esperar hasta llegar a la caverna de mi pueblo? ¿No
bendeciría de verdad el Gran Espíritu nuestra unión si nadie oía mi llamada de
apareamiento? Siempre había tenido mucha fe en las enseñanzas sobre el Gran
Espíritu, siempre había par�cipado con entusiasmo en las celebraciones de
apareamiento.
Pero sabía a ciencia cierta que mi propio hermano, Brutus, el líder de nuestra
tribu, estaba totalmente dispuesto a aparearse con su hembra a una buena
distancia de la caverna. Le había oído decir a Mastorr que había intentado
convencer a Hailey para que se le ofreciera mientras pasaban la noche en una
cabaña, aunque al final ella no se había ofrecido hasta que regresaron a nuestra
caverna. Pero si lo hubiera hecho, él la habría reclamado plenamente.
Consideré la posibilidad de romper con las costumbres de apareamiento de mi
pueblo y, aunque deseaba reclamar a Cari en ese mismo momento, también
anhelaba seguir la tradición.
Salvaje. Bestia. Monstruo. Desalmado.
Si siguiera las costumbres de apareamiento Mon�kaan, tal vez podría
recuperar algo de mi decencia.
Y si exis�a la más mínima posibilidad de que seguir la tradición atrajera
bendiciones adicionales a mi unión con Cari, haría con gusto lo que fuera necesario
para asegurar que nuestra unión fuera feliz. Tal vez, si seguía la tradición, algún día
surgiría entre nosotros un vínculo de corazón.
Miré hacia la ventana y gruñí. Maldita tormenta de nieve. Probablemente
sobreviviría al viaje hasta la caverna, pero dudaba de que un humano pudiera
recorrer la distancia con seguridad en un clima tan gélido.
Aunque envolviera a Cari con todas sus prendas y la llevara yo mismo a la
montaña, seguía exis�endo la posibilidad de que se congelara. En esta época del
año, no era raro encontrar cazadores fallecidos con rifles congelados en las manos.
Ya me había encontrado con escenas así antes, y sabía que mis hermanos también.
No. No arriesgaría su bienestar. Nos quedaríamos en la cabaña hasta que
estuviera seguro de que el viaje a la caverna sería cómodo para ella.
Aparté la mirada de la ventana y me centré en la delicada tela que tenía entre
las manos. Las bragas de Cari. Mi polla se engrosó aún más al imaginarme un día
despojándola de la ropa de su curvilíneo cuerpo, pieza a pieza, hasta que yaciera
ante mí en nada más que un par de bragas. La tocaría entre los muslos, pasaría los
dedos por la entrepierna de la ropa interior para ver si su excitación había
traspasado la tela. Luego, despacio, muy despacio, le bajaría las bragas y...
—¿Gorran? ¿Qué estás haciendo? —un grito ahogado sonó detrás de mí.
—¿Esas son mis... bragas?
Capítulo 13

CARI

Apenas podía creer lo que veían mis ojos.

Gorran estaba arrodillado en el suelo junto a la ventana, acercándose mis


bragas desechadas a la nariz. Oh. Dios. Dios.
Me ceñí más el albornoz que llevaba puesto, intentando decidir si me daba
asco, me ofendía, me cabreaba o simplemente me avergonzaba de sus acciones.
Tal vez una mezcla de las cuatro cosas.
Se puso en pie, con las bragas colgando de la mano, y jadeé al ver su enorme
erección. Sus ojos brillaban de deseo y sus músculos estaban tensos. Su
respiración también era agitada.
Cuando el agua se calentó, me tomé mi �empo en la ducha. Al menos veinte
minutos.
¿Había estado en el dormitorio todo este �empo, arrodillado en el suelo
mientras olfateaba mis bragas recién usadas?
Se me calentó la cara, el corazón empezó a la�rme a un ritmo acelerado en el
pecho y un pulso caliente empezó a palpitarme entre los muslos.
Buena salsa. Otra vez no.
Cuando una mirada de complicidad entró en los ojos de Gorran, resis� el
impulso de gruñirle. Era culpa suya. Se estaba portando demasiado bien conmigo y
no paraba de pavonearse desnudo, con su enorme polla siempre a la vista y ese
culo firme que se flexionaba con cada movimiento y parecía una especie de
tentempié de otro mundo.
Arqueó las cejas y se mostró tan adorablemente confuso que lo úl�mo que
quedaba de mi enfado desapareció. No era como si fuera un espeluznante hombre
humano que había irrumpido en mi cabaña en una redada de bragas. Sólo un
dulce y sexy hombre Sasquatch que no pudo resis�rse a oler mi ropa interior
usada. Tranquilo mi corazón.
—Estás impresionantemente guapa, Cari —me dijo, acercándose, con mis
bragas sucias aun colgando de su mano. Miró mi ropa interior y luego volvió a
mirarme. —¿He hecho algo mal? Siento que �enes un conflicto, que tal vez no
estás contenta conmigo.
—Me sorprende —me mordí una sonrisa. —Gorran, de donde vengo, oler a
propósito las bragas usadas de alguien se considera... un poco extraño —estuve a
punto de decir “desviado”, pero decidí que era una palabra demasiado dura. “Un
poco extraño” sonaba mejor. Más suave. No quería herir sus sen�mientos.
Volvió a mirar las bragas. —¿Extrañas? Pero huelen de maravilla —se las llevó
a la nariz y volvió a olerlas, y juré que su polla se había engrosado aún más. Joder,
era enorme.
Le tendí la mano. —¿Te importaría dármelas? Tengo que ponerlos en el cesto
—nota para mí: No volver a dejar la ropa sucia en el suelo.
Con gran desgana, depositó las bragas usadas en la palma de mi mano, y me di
la vuelta rápidamente y las me� en el cesto, presionando con fuerza extra la tapa
para asegurarme de que estaba bien cerrada. Luego miré a Gorran y sen� una
punzada de vulnerabilidad.
Aún tenía el pelo húmedo y estaba desnuda debajo del albornoz. Sus ojos
brillantes me recorrieron de arriba abajo, y sospeché que estaba pensando lo
mismo. En lo rápido que podría desnudarme. Si quisiera.
Acortó la distancia que nos separaba en dos grandes zancadas y me tomó en
sus brazos, estrechándome contra su pecho mientras apoyaba su cabeza sobre la
mía. Un abrazo. Me estaba abrazando. Y maldita sea si el dulce gesto no me hizo
llorar. ¿Cuánto hacía que nadie me abrazaba?
Un jodido largo �empo, eso era mucho �empo.
Al cabo de unos segundos, le rodeé la cintura con los brazos y lo abracé a su
vez, hundiendo los dedos en su suave pelaje. No sabría decir cuánto duró el
abrazo. Quizá sólo un minuto, o quizá una hora. Fue un momento eterno, el �po
de momento en el que cada pequeño detalle, cada suave roce de una mano y cada
respiración agitada se graba en la memoria.
Mientras viviera, nunca olvidaría lo querida que me había sen�do cuando
Gorran me abrazó por primera vez. Hacía poco �empo que lo conocía, pero ya no
podía imaginar separarme de él. Cuando pensé en ir a vivir con él entre su gente,
me llené más de emoción y anhelo que de miedo a lo desconocido.
Cuando por fin se apartó, se movió para acariciarme la cara y luego acercó su
nariz a la mía mientras de su garganta salía un gruñido ronroneante. Y aunque
sabía muy poco de su cultura, sospeché que aquella era su versión de un beso. La
in�midad del gesto me inundó y disfruté de la cercanía que crecía entre nosotros.

Más tarde, por la noche, hicimos una cama cerca de la estufa de leña con
mantas y almohadas, y nos acurrucamos juntos en el suelo. Me acurrucó por
detrás y me mantuvo caliente, incluso cuando el viento aullaba y la cabaña crujía
bajo la implacable furia de la tormenta de nieve.
Soñé con él toda la noche. Soñé que estábamos en una habitación de paredes
brillantes, en una cama como la que habíamos creado en el salón. Soñé que me
susurraba en su lengua materna y, aunque no podía dis�nguir lo que decía, sen�a
el impacto de sus palabras cariñosas en mi pecho. Una corriente de calidez y
anhelo. La certeza en mi alma de que estábamos hechos el uno para el otro.
Me desperté varias veces durante la noche, dolorida y empapada entre los
muslos, con la dura polla de Gorran presionándome el trasero. Su respiración
rítmica siempre me decía que seguía durmiendo, y me preguntaba si estaría
soñando conmigo, si estaría soñando con nuestro primer apareamiento.
En otro sueño, me ponía de rodillas sobre una cama de mantas de felpa.
Desnuda como una piedra, levanté las nalgas y separé los muslos mientras le
miraba por encima del hombro, observando cómo se acercaba con su rígido
apéndice en la mano. Me estremecí de nervios, temiendo que nunca me entrara.
También temía que me doliera mucho.
Pero cuando me tocó, mi miedo desapareció y la cálida corriente calmó mi
ansiedad por nuestro primer apareamiento.
—Seré gen�l, bonita humana. Te lo prometo —colocó su polla en mi centro,
preparándose para montarme, y me estremecí al sen�r el dolor en mi centro,
palpitando caliente y muy urgente.
Lo necesitaba dentro de mí. Ahora mismo.
Me desperté justo cuando se abalanzaba sobre mí, y un grito de frustración
escapó de mis labios. ¿Por qué, Dios, por qué? ¿Por qué no podía haberme
quedado dormida uno o dos minutos más?
Sen� las manos de Gorran en mis caderas y se me cortó la respiración. Estaba
despierto, con su enorme polla apretada contra mi trasero. Se movió contra mí,
una, dos y luego una tercera vez, y empujé el culo hacia atrás para seguir sus giros.
Su aliento mentolado bailó en el lóbulo de mi oreja. —Creo que hemos estado
compar�endo sueños.
Capítulo 14

GORRAN

Los deseos salvajes estaban haciendo estragos en mi fuerza de voluntad. Tal


vez dormir junto a Cari no había sido la mejor de las ideas.
¿Qué haría si perdiera su propia batalla contra el autocontrol y decidiera
ofrecerse a mí?
Gruñí. No creía que pudiera negarme. Si se me ofrecía, agarraría sus caderas y
penetraría profundamente en su acogedora calidez, y la penetraría hasta el final,
hasta que eyaculara mi semilla en su resbaladizo agujero de apareamiento.
El aroma de su excitación sería mi perdición.
Me incorporé y la miré, deseando saborearla. Quería arrancarle la ropa de
dormir y enterrar mi cara entre sus muslos temblorosos, quería lamerla y sen�r su
estremecimiento en mi lengua.
Se sentó frente a mí y sus ojos se posaron en mis labios. Antes de que me
diera cuenta, había acercado su boca a la mía. Un beso. Me estaba dando un beso.
Había visto a Brutus y Hailey apretando los labios y, cuando le pregunté a Axxon
qué hacían, me explicó que era un gesto humano de in�midad.
Un suspiro estremecedor me abandonó cuando Cari movió ligeramente los
labios, y yo, como por ins�nto, me acerqué a su nuca. Luego acerqué mis labios a
los suyos, imitando sus movimientos. Fue una unión �erna y suave, llena de
promesas.
Para mi gran sorpresa, me me�ó la lengua en la boca y la deslizó por la mía. La
agarré con fuerza por la cabeza, enroscando los dedos en su pelo, y luego pasé mi
lengua por la suya, bebiendo su sabor mientras aspiraba su dulce aroma floral por
la nariz. El perfume de los jabones que había u�lizado en la zona de baño me hizo
cosquillas en la nariz.
Mi corazón se hinchó y mi cuerpo tembló de necesidad, y de repente no pude
saciarme.
Más. Necesitaba más.
Profundicé el beso y me deleité con el gemido que se escapó de su garganta y,
de algún modo, acabó en mi regazo, con el trasero presionando mi polla.
Macowaa. Por un largo momento, olvidé cómo respirar.
Cari se movía con�nuamente sobre mi polla y la agarraba de las caderas para
detener sus movimientos, apartándome para mirarla a los ojos. Tenía los labios
hinchados por el apasionado beso, y me pregunté si los míos también estarían
hinchados.
Una suave sonrisa suavizaba sus facciones y sus ojos rebosaban afecto. Miró
hacia la ventana, donde la oscuridad daba paso a una tenue luz azul.
Sin dejar de mirarla, me� la mano entre sus piernas y acaricié con los dedos el
interior de sus muslos. Ella se sacudió en mi regazo y soltó un gemido de
necesidad, con los ojos desorbitados mientras empujaba su centro hacia arriba,
como si buscara mis caricias en su lugar más ín�mo.
—¿Puedo acariciarte, bonita humana? —pregunté. —¿Entre tus muslos,
quiero decir?
—Sí —otro gemido. —Por favor, Gorran.
Gruñí de placer al oír mi nombre en sus labios, y luego deslicé los dedos por el
interior de sus muslos hasta llegar a la parte de su cuerpo que ansiaba devorar. Le
acaricié el coño y recordé la palabra humana para designar la dulzura que ansiaba
saquear.
Echó la cabeza hacia atrás y se estremeció; más gemidos y quejidos salieron de
sus labios hinchados por el beso. Me incliné hacia ella y le acerqué los labios a la
oreja. —¿Puedo meterte la mano por debajo de los pantalones y acariciarte, Cari?
¿Puedo tocarte el coño?
Hizo un ruido de sorpresa, pero no se apartó de mí. Se le cortó la respiración y
asin�ó. —Sí, sí. Puedes... oh, por favor.
Introduje la mano en sus pantalones, cuya cintura estaba hecha de un material
que se es�raba con facilidad y permi�a mi exploración. La cintura de sus bragas
también se es�ró y pronto tuve dos dedos recorriendo su calor húmedo. Bettha,
estaba empapada, y cada vez que rozaba una parte de ella que palpitaba, un
pequeño nódulo circular, se sacudía contra mí y emi�a un gemido agudo.
Me rodeó el cuello con los brazos y cerró los ojos mientras volvía a explorar
sus pliegues resbaladizos y cálidos y todo lo que había en su interior. Encontré su
orificio de apareamiento y le introduje un dedo, sorprendido por lo pequeño que
era, aunque su orificio se dilató cuando añadí un segundo dedo.
—Gorran. Oh. Oh si.
Cuanto más la acariciaba, más aumentaba su humedad. Introduje dos dedos
en su interior a un ritmo cada vez más rápido, mientras frotaba el pulgar sobre su
palpitante protuberancia. Se le escapaban ruidos urgentes, junto con una serie de
palabrotas que me producían un cosquilleo en la punta de los oídos. Aún no podía
creer que dijera palabrotas con tanta libertad, siendo mujer, y tuve que resis�r el
impulso de reñirla por ello.
Se onduló contra mi mano y la aparté de mi regazo, tumbándola sobre las
mantas, con los dedos aún hundidos en su cálido vientre. Posado sobre ella, pero
con cuidado de no poner mi peso sobre su pequeño cuerpo, la miré a los ojos
mientras le daba un �mido �rón de los pantalones de dormir.
—¿Puedo quitártelo, preciosa humana? Quiero desnudarte por completo ante
mi mirada y contemplar tus pliegues resbaladizos, y tengo tantas ganas de
saborearte. Quiero pasar mi lengua por tu raja y chupar tu palpitante bulbo.
Quiero sen�r cómo te rompes en mil pedazos —aunque nunca me había acostado
con una hembra, había oído suficientes comentarios subidos de tono de los
machos de mi tribu que sí lo habían hecho, y sabía que las hembras podían
alcanzar su propia culminación durante el acto de apareamiento. Y cosmakk cómo
quería ayudar a Cari a alcanzar el ápice de su placer.
—B-Bueno —dijo, con las piernas temblorosas. Se agarró a las mantas, como si
necesitara algo a lo que agarrarse, y re�ré la mano de su centro para poder
desnudarla por fin ante mi mirada.
Rápidamente le bajé los pantalones, llevándome las bragas, y me las eché al
hombro. Apoyó la cabeza en una almohada y me miró con los ojos aún vidriosos
por el deseo, mientras su pecho subía y bajaba con rapidez.
Llevaba una camisa de dormir negra de manga larga que hacía juego con los
pantalones que acababa de quitarle, y la finura del material me permi�ó
vislumbrar sus pezones pun�agudos. La camisa se sujetaba por delante con
pequeños botones... redondos. Creía que se llamaban botones.
Observé, embelesado, cómo se llevaba la mano al botón superior y lo
desabrochaba, luego al segundo y así sucesivamente, hasta que se desabrochó
todos y cada uno de los botones.
Por úl�mo, se abrió la parte delantera de la camisa y dejó al descubierto sus
deliciosos y firmes pechos.
Con voraz necesidad, me incliné para meterme en la boca uno de sus pezones
endurecidos mientras le acariciaba el otro pecho. Lo sen� sorprendentemente
pesado en mi mano mientras lo levantaba. Cuando le pasé la lengua por el pezón
varias veces, arrastré los dientes hasta que ella jadeó y arqueó el pecho hacia
arriba. Pasé de un pecho a otro, lamiéndola y dándole pequeños mordiscos, y
sopesando sus suaves pero firmes mon�culos entre mis manos.
Era tan suave por todas partes, sin apenas vello en sus curvas. Sólo una
pequeña y suave capa de oro oscuro entre sus muslos.
Hermosa. Era tan hermosa.
Y era mía. Mi futura compañera.
Mi dulce hembra humana.
Mi... mi corazón.
La destrozaré en la caverna durante nuestra primera noche juntos en mi
asentamiento. La montaría con suavidad y la penetraría lentamente al principio,
cubriendo mi polla con su esencia hasta que penetrarla le resultara más fácil, hasta
que pudiera aceptar la longitud total de mi polla. Era consciente de nuestra
diferencia de tamaño y no quería hacerle daño.
Fui bajando por su cuerpo, lamiéndola y arrastrando los dientes por su carne,
observando con sa�sfacción cómo se le ponía la piel de gallina. Mientras tanto, el
aroma de su excitación iba en aumento. Impregnaba el aire y me ponía totalmente
salvaje de necesidad.
Separando aún más sus piernas, enterré mi cara entre sus muslos
temblorosos, arrastrando inmediatamente mi lengua por su húmeda raja.
Macowaa. Su sabor era mejor de lo que había imaginado. La lamí una y otra vez,
luego agarré sus muslos y la sujeté cuando empezó a retorcerse sobre las sábanas.
Una vez que se acomodó, me puse en pie el �empo suficiente para encender
una de las luces del techo. Quería verla. Toda ella. Y aunque podía ver en la
oscuridad, no siempre podía dis�nguir los colores exactos de un objeto.
—¡Gorran!
Percibí su vergüenza por estar tan expuesta, pero no me ofrecí a apagar las
luces. Estaba demasiado ansioso por vislumbrar los ma�ces exactos de sus partes
ín�mas, y lo que más deseaba era ver la humedad que brillaba en sus pliegues.
Respiraba entrecortadamente cuando separé sus labios inferiores,
exponiéndola finalmente como quería. Sí. Bettha, sí. El interior de su coño estaba
resbaladizo y rosado y brillaba maravillosamente a la luz del techo.
La miré brevemente a los ojos. —Voy a lamerte hasta que te rompas, Cari. Una
y otra vez. Tengo la intención de hacerte llegar a tu culminación una y otra vez,
hasta que te quedes ronca de gritar de placer.
Capítulo 15

CARI

Fiel a su palabra, Gorran me hizo estremecer una y otra vez. Me agarré a las
sábanas y giré el centro de mi cuerpo hacia su boca mientras me pasaba la lengua
por el clítoris con la presión perfecta. Cuando volvió a meterme los dedos en el
coño y me introdujo dos gruesos dedos, me sentí al borde del abismo por cuarta -
¿o quinta?- vez.
Me tumbé en la cama improvisada, jadeando y con las rodillas débiles, tan sin
aliento que dudaba que pudiera mantenerme en pie aunque mi vida dependiera
de ello. Vi cómo Gorran se apartaba y se limpiaba la boca con el dorso de la mano,
con un brillo de sa�sfacción en los ojos. No sólo me la había chupado para mi
disfrute, sino que tenía hambre de probarme.
Se acurrucó a mi lado y �ró de mí, acunándome de tal forma que mi cabeza
descansaba sobre su pecho y mi oreja directamente sobre su corazón, que la�a
con rapidez. Me pasó una mano por la espalda mientras recuperaba el aliento. Sus
caricias eran ligeras y suaves, su presencia era una fuerza tranquilizadora en mi
mundo.
Me sen� tan segura y querida en sus brazos que de repente me ardieron las
lágrimas en los ojos, y me alegré de que no pudiera verme la cara en esta posición.
No quería que pensara que no me había encantado cada segundo de lo que
acabábamos de hacer.
Me moví ligeramente entre sus brazos y mi mano rozó su largo y grueso
apéndice. No lo había hecho a propósito, pero su aliento se escapó en un siseo y
decidí que, ya que tenía la mano allí, podía explorar un poco. Con un ligero toque,
pasé el pulgar por la cálida y perlada gota de su esencia que descansaba en la
protuberante cabeza de su pene. Un gruñido constante retumbó en su pecho,
animándome a con�nuar.
Rodeé su circunferencia con la mano y le di una leve caricia, seguida de otra, y
luego lo agarré un poco más fuerte. Era tan grande que no podía metérmelo
entero en la boca. ¿Quizá hasta la mitad?
Mi rostro se calentó mientras las dudas me asaltaban abruptamente. Nunca
había dado placer a un hombre con la boca, como tampoco había hecho que un
hombre me�era la cabeza entre mis muslos. Era nueva en casi todo menos en
besar, e incluso eso no lo había hecho mucho.
Pero me recordé a mí misma que los Mon�kaans se apareaban de por vida.
Eso significaba que Gorran probablemente tenía menos experiencia que yo. Sin
embargo, había encontrado su camino alrededor de mi yaya inferior muy bien.
Le puse boca arriba y le miré con picardía. Sus fosas nasales se encendieron y
su cuerpo se tensó cuando me incliné para rodear su pene con los labios. Me costó
meterme la cabeza en la boca, pero al final lo conseguí y pasé la lengua por la
punta, saboreando su gusto masculino.
Hundió una mano en mi pelo mientras le salía un gruñido feroz. Moviendo la
cabeza arriba y abajo sobre su enorme circunferencia, logré introducirlo un poco
más, y seguí y seguí hasta que por fin la ancha cabeza de su polla golpeó el fondo
de mi garganta.
Me empezaron a doler los labios y la mandíbula mientras chupaba su
enormidad, pero no me detuve. Quería darle el mismo inmenso placer que me
había dado a mí, aunque no tenía ni idea de cuánto �empo tardaría en hacer que
se corriera en mi boca, y tampoco sabía si necesitaría �empo para recuperarse
entre sesión y sesión.
—Cari. Cari —me agarró con fuerza del pelo, y el leve pinchazo de dolor envió
una deliciosa punzada de calor directamente a mi centro.
No pasó mucho �empo antes de que mi clítoris palpitara y sin�era mi
humedad rozándome entre los muslos. Aunque Gorran no tenía pelaje en la polla,
el que cubría sus muslos y su bajo vientre me hacía cosquillas en la cara mientras
seguía trabajando sobre su miembro, ahuecando las mejillas para tratar de
penetrarlo lo más profundamente posible, lamiéndolo de arriba abajo y pasando
de vez en cuando la lengua por la punta.
Estoy chupando la polla de un grande y sexy Sasquatch. ¡Vamos!
Me recorrió un escalofrío, un hormigueo que me recorría la espalda, un
cosquilleo en el cuero cabelludo mientras sus manos seguían apretándome el pelo.
Esto estaba ocurriendo de verdad.
Estábamos compar�endo in�midades y explorando los cuerpos del otro, y
finalmente, si la maldita tormenta amainaba, podríamos viajar a la caverna de su
pueblo, donde seríamos libres para aparearnos plenamente bajo las luces
resplandecientes de su alcoba. Nunca me había dicho que las paredes de su
caverna brillaban, pero había vislumbrado su hogar en el sueño compar�do que
nos había hecho despertar a los dos en un estado frené�co, ambos sofocados por
la necesidad del otro.
Sus muslos se apretaron y su respiración se aceleró, los constantes gruñidos
que vibraban en su pecho se hicieron más rápidos. Y entonces soltó un poderoso
rugido mientras su pene palpitaba con fuerza en mi boca y su semilla brotaba en el
fondo de mi garganta. El fuerte sabor a menta me tomó por sorpresa y me
pregunté vagamente si algo en su dieta le hacía saber a menta o si era un rasgo
normal de Mon�kaan.
Intenté tragarme todo lo que me daba, pero era tanto que parte de su esencia
se me escurrió por la boca. Me sonrojé cuando sen� que me tocaba la comisura de
los labios y la untaba lentamente, como si estuviera disfrutando de la visión de su
semilla en mi carne.
Me separé de su cuerpo y, cuando me incorporé, me sen� mareada. Respiré
hondo varias veces y el mareo pasó justo cuando dos fuertes brazos peludos me
rodearon.
Me abrazó y me acunó en su regazo mientras me miraba. Una corriente de
cálido afecto fluyó hacia mí, y podría jurar que nuestros corazones la�an al mismo
ritmo, como si nos hubiéramos conver�do en una sola carne.
Los ojos de Gorran brillaban con una ternura que me hizo derramar lágrimas, y
tuve que tragar saliva para no sen�r el repen�no ardor en la garganta. ¿Cómo
podía sen�r tanto por una persona a la que sólo conocía de un día? Parecía como
si la magia surgiera entre nosotros cada vez que nos tocábamos.
—Quizá debería habértelo dicho antes, bonita humana, pero... puedo sen�r
tus emociones. Es una habilidad que siempre he poseído, aunque muy pocas
almas lo saben. Sólo mis hermanos y mi primo, Axxon, y ahora tú.
Vaya. Me quedé quieta, un poco alarmada por su confesión. —¿De verdad
puedes sen�r todas mis emociones?
—Sí.
—Um... ¿puedes leer mis pensamientos exactos? —por favor di que no, por
favor di que no, por favor di que no.
—No, bonita humana, no puedo. Sólo puedo suponer lo que piensas
basándome en cómo te sientes.
Solté un largo suspiro, aliviada de que no leyera la mente. —Gracias por
decírmelo, Gorran. ¿Es una carga a veces? —me encontré preguntando. —¿Es
di�cil sen�r las emociones de los demás? ¿Y es una habilidad que puedes
desac�var?
—Mi padre siempre me dijo que era un don del Gran Espíritu, pero,
sinceramente, suelo sen�rlo como una carga o incluso una maldición. Por
desgracia, no puedo apagarlo. Si no le caigo bien a alguien, lo sé. Si alguien está
enfadado, triste o aterrorizado, lo sé. Las emociones más intensas también se
manifiestan en mí �sicamente. Una opresión en el pecho, un dolor de cabeza o un
dolor punzante en el estómago.
Empecé a compadecerme de él, pero rápidamente me detuve. O lo intenté.
—Lo siento —dije. —Espero que mis emociones no te molesten o...
—Tus emociones son diferentes —dijo. —Tu energía espiritual es tan brillante
y cálida que ahoga cualquier dolor que pueda sen�r cuando �enes una emoción
nega�va. O al menos así está funcionando hasta ahora —hizo una pausa y respiró
hondo, con una mirada contempla�va. —Te cuento esto porque no quiero que
pienses que estoy invadiendo intencionadamente tu in�midad cuando percibo tus
emociones. Es algo que no puedo evitar. Pero eres mi dulce compañera
predes�nada, y deseo ser sincero con�go en todo.
Acaricié su rostro y le di un beso rápido pero suave en los labios, y juré que
sen� que se derre�a ante el gesto de aceptación. —Agradezco tu sinceridad,
Gorran, y me honra que hayas compar�do tu secreto conmigo —volví a besarle.
Capítulo 16

GORRAN

En nuestro tercer día juntos en la cabaña, por fin amainó la tormenta. Cuando
salí, la nieve me llegaba justo por encima de las rodillas. Sin embargo, seguía
haciendo viento, lo que significaba que habría partes de la montaña con nieve aún
más profunda.
Cari estaba en el porche, con una taza de té humeante entre las manos. Aún
llevaba puesta la ropa de dormir y tenía el pelo despeinado por haber pasado la
mañana revolcándonos en nuestra cama improvisada, besándonos, tocándonos y
susurrándonos mientras compar�amos historias de nuestras vidas.
Me había hablado de los fines de semana que había pasado en esta misma
cabaña cuando era niña y afirmaba que las montañas Cascade eran su lugar
favorito de todo el mundo.
No pude evitar preguntarme si habríamos estado a punto de cruzarnos en
años anteriores.
¿Alguna vez me había aventurado a acercarme a la cabaña mientras ella había
estado aquí de visita con su abuelo?
Me gustaba pensar que sí. Me gustaba pensar que en algún momento, años
atrás, habíamos respirado sin saberlo el mismo aire fresco de montaña, inhalado la
fragancia del mismo prado cubierto de flores. Aunque entonces ambos fuéramos
niños.
—Vamos a estar aquí un rato, ¿no? —preguntó.
Observé el paisaje blanco y resplandeciente. —Sí, creo que puede ser. Tu
cabaña se encuentra en la frontera más meridional del territorio de Starblessed
—dije. —Lo que significa que está muy lejos de la caverna. En condiciones
meteorológicas favorables, nos llevaría más de medio día llegar a la caverna desde
aquí. ¿Pero con esta nieve tan profunda? No, debemos permanecer en la cabaña
por ahora, donde es seguro y cálido .
Me tendió una mano. —Vuelve adentro, Gorran. Tengo frío sólo de mirarte.
Me miro las piernas, cuya mitad inferior está sumergida en la nieve. Aún no
temblaba, pero si me quedaba aquí mucho más �empo, probablemente empezaría
a temblar de frío. Me reuní con Cari en el porche y me quedé a unos pasos de ella
mientras me sacudía la nieve del pelaje.
Me sonrió y me cogió de la mano, �rando de mí hacia el interior de la casa, sin
importarle que aún tuviera los pies mojados. Me condujo a la cocina y me
sorprendió el dulce aroma que llenaba el espacio.
El horno brillaba y, al asomarme por la puerta transparente, vi una cacerola
que contenía varios panes redondos de algún �po. Mi pueblo no cocinaba la
comida como los humanos, aunque a veces marinábamos raíces para que duraran
más. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero se me hizo la boca agua al
olerlo.
—El desayuno está casi listo. Espero que te gusten las magdalenas de
arándanos —dijo echando un vistazo al horno. Sacó dos platos de un armario y los
puso sobre la mesa. —Encontré una caja de mezcla para pan de maíz detrás de
toda la sopa enlatada, y me tomé la libertad de añadir algunos ingredientes extra,
incluyendo una lata de arándanos que aún no había caducado.
—Huele de maravilla.
Sonrió orgullosa al oír mi cumplido y mi corazón se aceleró al verla tan
contenta. Me pasó una gran jarra de agua y la acepté con agradecimiento. Beber
de un pequeño recipiente humano era incómodo, pero intenté arreglármelas.
Normalmente, calmaba mi sed en la orilla de un río, arrodillado en la orilla
mientras me llevaba a la boca puñados de agua fresca de la montaña. Y cuando el
�empo era inhóspito durante los meses de invierno y la caminata hasta el río
resultaba demasiado traicionera, simplemente me comía la nieve.
Mientras observaba a Cari moverse por la cocina, guardando cosas y
curioseando en cajones y armarios, sen� una punzada de preocupación por si se
aclimataría fácilmente a mi modo de vida.
En mi alcoba personal no había horno, microondas, fregadero, ducha ni
muchos otros elementos que había visto u�lizar a mi hembra durante los tres
úl�mos días. Me preocupaba que echara de menos las comodidades humanas a
las que estaba acostumbrada.
Me sen�a culpable por no haber hecho nada para preparar mi alcoba para la
llegada de una hembra humana. Aunque Brutus había insis�do en que algún día
tomaría a una mujer humana como compañera, nunca había creído que volvería a
sen�rme llamado a aparearme con ninguna hembra. Como resultado, había
ignorado sus sugerencias de que preparara mi alcoba para la inminente llegada de
una hembra humana, igual que él había preparado sus habitaciones para Hailey
antes de encontrarla.
Sonó un pi�do y Cari se puso un grueso guante en la mano derecha, abrió el
horno y sacó la bandeja de magdalenas. Pequeños remolinos de vapor surgieron
de cada pequeño pan. El delicioso aroma se hizo más intenso y mi estómago rugió
ruidosamente en respuesta, lo que provocó la risita de Cari.
—Siento reírme cada vez que tu estómago gruñe, Gorran. Es sólo que es tan
fuerte que puedo sen�r el ruido vibrando a través de mí. Me hace... cosquillas
—dejó la bandeja de magdalenas sobre la mesa y se sentó, luego me hizo un gesto
para que me sentara a su lado.
Me hundí en la gran almohada que había colocado en el suelo; no es que
necesitara una almohada, pero no me atreví a decirle lo contrario. El gesto me
pareció �erno y, una vez más, me maravillé que me hubiera preparado comida.
Entre mi gente, cuando una hembra ofrecía comida a un macho que la
cortejaba, significaba que estaba a punto de aceptar conver�rse en su pareja.
Cerca de ofrecerse para ser reclamada.
Pero cuando Cari puso una magdalena en mi plato, un aullido resonó en la
ladera de la montaña.
Me puse en pie al instante.
—¿Qué pasa? —preguntó, con la inquietud que emanaba de ella.
—Es una llamada de auxilio Mon�kaan, aunque no reconozco la voz del macho
que la hizo —y si no reconocí el aullido, el Mon�kaan en cues�ón probablemente
no provenía de la tribu Starblessed.
Me invadió la furia.
Un pullshanna.
Aventurarse en el territorio de otra tribu se consideraba un acto de guerra. Sin
embargo, el aullido no había sonado agresivo. En cambio, había sonado lleno de
dolor y miedo.
Otro aullido reverberó en la ladera de la montaña, este entrecortado, como si
el macho que había emi�do la llamada sufriera un gran dolor �sico.
Con un gruñido de frustración, me acerqué a la ventana delantera de la
cabaña y miré el paisaje nevado, sin�éndome arrastrado en dos direcciones.
Tenía el deber de inves�gar a un Mon�kaan intruso, pero también estaba
obligado a proteger a mi hembra. No quería dejarla atrás mientras iba en busca de
un pullshanna, pero tampoco me gustaba la idea de llevarla conmigo.
Si el macho que había aullado pidiendo ayuda pertenecía a otra tribu, debía
matarlo en el acto, y no quería que Cari fuera tes�go de cómo acababa con una
vida. Había huido del peligro en la ciudad, necesitaba un lugar seguro donde
esconderse, y me preocupaba que se asustara por el derramamiento de sangre.
Los machos de otras tribus Mon�kaan normalmente sólo entraban cuando
querían robar hembras o recursos a otra tribu. Lo que significaba que quienquiera
que estuviera ahí fuera aullando probablemente suponía una gran amenaza para
mi pueblo.
Ya andábamos escasos de hembras y no podíamos permi�rnos perder a un
solo miembro de nuestra tribu, ya fuera una hembra robada o un macho asesinado
por un intruso.
La única ayuda que recibiría de mí el macho que aullaba pidiendo auxilio sería
una muerte rápida.
Cari se acercó a mi lado y me tocó el brazo. —No sé mucho sobre los aullidos
de Mon�kaan, pero parece que sufre mucho. Tal vez necesite ayuda. Tengo un
bo�quín arriba. Déjame ir a buscarlo y me ves�ré y…
—No —dije con firmeza, u�lizando el tono más dominante que jamás había
empleado con Cari. La miré de frente y le puse las manos sobre los hombros. —No
pondrás un pie fuera de esta cabaña. No hasta que haya vencido la amenaza.
Sus cejas se fruncieron. —¿Derrotar la amenaza? Hablas como si quisieras
matarlo.
—Eso es exactamente lo que pretendo hacer.
Palideció de asombro, tragó saliva y dio un paso atrás, apartando mis manos
de sus hombros. La dejé marchar, aunque su respuesta me hirió. ¿No estaba
agradecida de que quisiera mantenerla a salvo?
—¿Planeas salir y matar a un macho Mon�kaan que probablemente esté
perdido, herido y asustado? —cruzó los brazos sobre el pecho y negó con la
cabeza. —Eso es terrible. No �enes corazón. Deberíamos ayudarle, sea quien sea.
Reprimí el gruñido que se me agolpaba en la garganta y respiré hondo
mientras recordaba que no conocía las costumbres de mi pueblo. No sabía que era
un pecado invadir el territorio de otra tribu.
—Es un delito grave que un varón Mon�kaan ponga un pie en el territorio de
otra tribu —le expliqué, rezando para que lo entendiera. —Es un crimen que se
cas�ga con la muerte. La invasión se considera un acto de guerra, Cari. Estoy
obligado a acabar con él. Es la ley de nuestro pueblo. Dejarlo vivir sería poner en
peligro a mi tribu.
Golpeó el suelo con el pie. —Estamos cerca de la frontera sur de sus �erras
—dijo. —Tal vez no quería entrar sin autorización. Pudo perderse en la nieve y no
ver las marcas.
—No es probable. Incluso si la nieve en�erra los marcadores, el olor de la
orina debería alertarlo para ir en la otra dirección.
Levantó las cejas y noté que su asombro iba en aumento. Sabía que las ramas
retorcidas eran marcadores creados por mi pueblo, pero al parecer no sabía que
funcionaban tan bien porque también orinábamos en ellas. Se decía que cuanto
más fuerte era un macho Mon�kaan, más mal olía su orina. Yo me enorgullecía de
que la mía oliera fatal.
Cari me miró en silencio, pero no necesitó decir nada. Sen� su desaprobación.
Su creciente ira, así como el shock que todavía estaba experimentando.
Otra emoción me golpeó, y casi me hizo caer de rodillas.
Traición.
Inspiré rápidamente. Se sen�a traicionada por mis planes de matar al
pullshanna. Estaba vislumbrando un lado de mí que no sabía que exis�a, y eso le
estaba haciendo cues�onarse todo lo que creía saber de mí. ¿Estaba cues�onando
la llamada?
Salvaje. Bestia. Monstruo. Desalmado.
Me miraba de la misma forma que me miraba la gente de mi tribu. La gente
que me juzgaba por la frecuencia con la que volvía con sangre humana en mis
manos. Sin importar que mis acciones los mantuvieran a todos más seguros.
Otro aullido de dolor resonó en la ladera de la montaña, y me ericé por lo
inoportuno del momento. Pero no tenía sen�do esperar. Si los machos de mi tribu
no defendían nuestras fronteras cuando venían los enemigos, otras tribus nos
verían como débiles, y eso animaría a más Fashoran a pisar nuestras �erras.
—Sube al dormitorio y cierra la puerta detrás de �. No en el dormitorio
principal, sino en el pequeño que hay al otro lado del pasillo —le ordené. —Luego
entra en el baño, cierra la puerta también y espera. No salgas hasta que vuelva.
De ella brotaron rápidas oleadas de indignación. No le gustaba que le dijera lo
que tenía que hacer. Pero no podía evitarlo. Tenía que mantenerla a salvo. Si
discu�a conmigo, la llevaría arriba y la obligaría a obedecer.
Entonces capté el olor de no uno, sino dos machos Mon�kaan en el aire.
Macowaa. No reconocí ninguno de sus olores. Dos Fashoran.
Agarré a Cari por los brazos. —Me obedecerás —dije con firmeza. —Y subirás.
Ahora mismo.
Capítulo 17

CARI

Me senté en el suelo del baño, echando humo. Todavía no podía creer que
Gorran me hubiera obligado a entrar en el baño. No solo eso, sino que había
arrastrado la cama delante de la puerta para retenerme dentro.
¿Quién demonios se creía que era?
Me levanté e intenté abrir la puerta por enésima vez, pero no cedía. El an�guo
armazón de roble de la cama pesaba demasiado.
Me asaltó un pensamiento horrible.
¿Qué pasaría si algo le sucediera a Gorran y nunca regresara? ¿Me quedaría
atrapada aquí para siempre? Se me revolvió el estómago y empecé a pasearme
por el pequeño espacio, pasándome de vez en cuando una mano por el pelo.
Finalmente volví al suelo y me apoyé en la pared. Suspiré e intenté
permanecer en silencio durante unos segundos mientras escuchaba los sonidos de
la cabaña. El viento seguía haciendo crujir las paredes, un sonido que
normalmente no me inquietaba, pero que ahora, mientras estaba escondida,
sonaba bastante ominoso.
¿Qué estaba haciendo Gorran en este preciso momento? ¿Estaba en el
bosque, asesinando a un macho herido de otra tribu? Comprendí que su pueblo
tenía normas sobre los intrusos -había dado a entender que aventurarse en el
territorio de otra tribu era lo peor que podía hacer otro Mon�kaan-, pero la
oscuridad que llenaba su mirada me había inquietado.
¿Y si un inocente (humano o Mon�kaan) se adentraba sin querer en territorio
de los Starblessed? ¿No había excepciones? ¿Gorran y su gente los mataban a
todos? Pensé en mi padre y en mi abuelo. Si se hubieran topado con un
Mon�kaan, ¿qué les habría pasado?
Gorran me había parecido un hombre decente y compasivo, pero empezaba a
cues�onarme su carácter, a preocuparme de que mis sen�mientos hacia él se
hubieran visto empañados por mi intensa atracción �sica hacia él. Por no
mencionar el hecho de que, antes de su llegada, me había sen�do dolorosamente
sola.
Su oferta de matar a Salax me había conmovido. Pero eso era diferente. Salax
y sus matones eran hombres malvados. Había sido tes�go de sus crímenes a diario
mientras vivía en el almacén como su sirviente personal. Había vislumbrado su
violencia. Había permanecido en silencio contra la pared mientras se come�an
actos brutales en el despacho de Salax, apartando la vista cuando caían los
puñetazos y las patadas, intentando no jadear cuando se llevaban un cuerpo inerte
y sin respiración.
Tantas veces había querido hablar. Había querido rogar a Salax que se apiadara
de los que le debían dinero o le habían enfadado por no cumplir su parte de un
trato cualquiera. Sin embargo, siempre había permanecido callada, incluso
tratando de mantener mi respiración lo más silenciosa posible. Congelada por el
miedo.
Y ahora descubrir que Gorran mataba a los intrusos en cuanto los veía...
bueno, fue un shock. Una decepción. Tan loco como pueda sonar, en realidad
había empezado a creer que podría ser mi compañero predes�nado. A pesar de
que acabábamos de conocernos. A pesar de que hace un par de días, no había
sabido que Sasquatches-Mon�kaans exis�eran.
No deseaba volver a Portland ni a ninguna otra ciudad. Quería permanecer
oculta en las montañas, lejos de la civilización humana. Mi propia vida podría
depender de permanecer oculta. Pero, ¿cómo podía quedarme aquí sabiendo que
Gorran (y otros machos de su tribu) mataría tan fácilmente?
Intenté ver la situación desde su perspec�va. Debía de creer que me protegía
a mí y a su tribu. Pero me entristeció que las reglas de Mon�kaan respecto a los
intrusos parecieran ser tan absolutas, sin dejar lugar a errores. Sin margen para la
compasión.
Me lancé de nuevo contra la puerta, lanzando toda mi rabia contra ella.
Para mi gran sorpresa, por fin cedió, y el armazón de la cama de roble arañó el
suelo. Me detuve y jadeé al ver el agujero de cinco cen�metros que había hecho.
Al parecer, era más fuerte de lo que pensaba.
Volví a arrojarme contra la puerta con todas mis fuerzas. Afortunadamente,
cedió un poco más. Seguí avanzando hasta que por fin creé un hueco lo bastante
ancho para deslizarme y salí del cuarto de baño, luchando por recuperar el aliento.
Inmediatamente corrí hacia la ventana más cercana y me asomé al exterior. Vi
el ancho camino que Gorran había dejado en la nieve al salir corriendo a buscar al
macho herido, pero nada más. Ninguna señal de peligro.
De repente, múl�ples aullidos sonaron en la distancia. La frialdad se apoderó
de mí. Hasta ahora, sólo había oído uno: el grito resonante que había sonado lleno
de dolor. Gorran afirmaba que toda su tribu se había refugiado en la caverna
debido a la tormenta de nieve, y dado que la caverna estaba tan lejos de la cabaña,
dudaba que los bienaventurados fueran los responsables de los numerosos
aullidos.
Corrí de una habitación a otra del segundo piso, mirando por las ventanas
mientras buscaba cualquier señal de Gorran u otro Mon�kaan. Los aullidos seguían
llegando y sonaban como si estuvieran cada vez más cerca, como si todos los
machos fueran a converger pronto en la cabaña.
Intenté desesperadamente discernir cuántos machos aullaban, pero no podía
asegurarlo. Al menos cuatro, pensé, pero ¿qué sabía de eso?
Toda mi ira hacia Gorran se desvaneció, y empecé a sen�rme culpable por
haberle hecho pasar un mal rato. Probablemente estaba en peligro. Y si había
varios machos Mon�kaan de una tribu vecina... ¿no me pondría eso a mí también
en peligro?
Tragué más allá de la sequedad de mi garganta, preguntándome si debería
volver al baño. Pero no. Me parecía una salida cobarde. Quería quedarme
vigilando y esperar a que Gorran volviera. También sen� el fuerte impulso de salir
corriendo a la nieve y gritar su nombre, buscarlo y asegurarme de que no se había
hecho daño.
Pero la maldita nieve probablemente me llegaría a la cintura. No podría llegar
lejos. No rápidamente, al menos. Me ves� apresuradamente por si acababa
saliendo, poniéndome mis pantalones y camisa térmicos más abrigados, calce�nes
gruesos de lana y mis botas de invierno más altas.
Justo cuando pasaba por delante de la ventana, una forma oscura me llamó la
atención.
Al principio, pensé que era Gorran emergiendo de los árboles cubiertos de
nieve. Pero el macho era más bajo y delgado que él, y sus ojos brillaban con un
tono diferente de azul. Un tono más oscuro.
Me miró fijamente y soltó un aullido espeluznante que hizo que se me pusiera
la piel de gallina por todo el cuerpo. El corazón se me atascó en la garganta y sen�
un frío miedo en las entrañas.
Entonces vi con horror cómo el extraño varón Mon�kaan salía disparado hacia
la cabaña.
Capítulo 18

GORRAN

Una trampa. Apenas podía creerlo. Cuatro miembros de la cercana tribu


Fashoran me habían tendido una trampa. Un falso aullido de dolor para atraerme
fuera, seguido de una emboscada.
Tres machos Fashoran yacían muertos a mis pies, y me volví hacia el cuarto,
decidido a enviarlo a unirse a sus camaradas en la muerte.
Pero primero, necesitaba saber sus razones para poner un pie en territorio
Starblessed. Con sólo un Fashoran vivo, un interrogatorio sería más fácil.
—¿Por qué estás aquí? —pregunté, acercándome, con todo el cuerpo tenso
mientras me preparaba para la siguiente y úl�ma pelea. —¿Por qué te has atrevido
a invadir la �erra de mi gente?
Su rostro se ensombreció de rabia al mirar a sus hermanos caídos. Sus fosas
nasales se encendieron y un gruñido estruendoso escapó de su garganta. Le
goteaba sangre de la cara. Le había propinado varios puñetazos cuando los cuatro
machos me atacaron a la vez. Con los puños en ristre, había conseguido golpear a
sus compañeros lo bastante fuerte como para derribarlos, lo bastante como para
dejarlos tan débiles y mareados que había conseguido par�rles el cuello a cada
uno sin demasiada dificultad.
—¿Por qué? —rugí. —¿Por qué han venido aquí? Estás en �erra de
Starblessed, y sé que no has tenido en cuenta las señales que delimitan la frontera
sur de nuestro territorio.
Una sonrisa malvada se dibujó lentamente en sus facciones. —Estábamos
tomando un atajo a través de su territorio en nuestro camino a asaltar la tribu
Resomma en busca de hembras, cuando por casualidad detectamos tu olor... junto
con el aroma embriagador de la hembra en tu presencia. Una hembra humana
—se rió entre dientes. —A mi gente nunca se le ha ocurrido buscar a los humanos
para procrear, pero no puedo imaginar otra razón por la que estarías en compañía
de una hembra humana.
La rabia se apoderó de mí y el gruñido que emi� fue lo bastante fuerte como
para sacudir la nieve de las ramas más cercanas.
Volvió a reír. —Nadie esperaría una incursión en la nieve —su expresión se
volvió seria al momento siguiente, y dijo: —Tu hembra me huele mejor que
cualquier hembra Mon�kaan que haya encontrado. Tengo la intención de tomarla
para mí.
—Ella nunca se ofrecería a � para aparearse. Se siente llamada a aparearse
conmigo, igual que me siento llamado a aparearme con ella. Eres un tonto al
pensar que te aceptaría, así como tú eres un tonto por aventurarte en �erras de
Starblessed.
—Tal vez no espere a que se ofrezca a mí —sus ojos se oscurecieron. —Tal vez
simplemente la tome. Los humanos no conocen nuestras costumbres —se rió.
—Quizá le guste duro.
Me abalancé sobre él con una furia ciega, pero se me�ó entre los árboles
antes de que pudiera alcanzarlo. Me lancé tras él, pero me topé con un montón de
nieve que me llegaba al pecho. Solté un aullido de indignación y, cuando salí del
montón, seguí el camino que él había creado en la nieve. No es que me hubiera
resultado di�cil seguirle la pista sin el sendero: su extraño y desconocido olor
permanecía fuerte en el aire.
Una rabia oscura me calentó la sangre. Se dirigía hacia la cabaña. Quería
llevarse a Cari. Peor aún, planeaba obligarla a aparearse con él, en lugar de seguir
las costumbres Mon�kaans de cortejar a una hembra y esperar a que se ofreciera
a él. Ambas situaciones me enfurecían, pero sabiendo que su intención era hacerle
daño y asustarla... No podía imaginarme que mi dulce humana tuviera que
soportar semejante des�no.
Debo llegar a la cabaña. Debo salvarla de la bes�a que pretendía
atormentarla. Había oído historias sobre los Fashoran de los ancianos de mi tribu,
aunque nunca había conocido a ninguno. Se decía que los machos nacidos en su
tribu superaban en número a las hembras nacidas, aunque nadie sabía por qué.
También se les consideraba traicioneros, sin honor, y algunos afirmaban que
habían dado la espalda al Gran Espíritu, que ya no u�lizaban sus poderes cura�vos
para cuidar las �erras en las que vivían.
Recé para que Cari siguiera en el baño, recé para que el �empo extra que
tardaría el macho Fashoran en apartar la cama me diera ventaja. Tenía que
alcanzarlo pronto. Siempre me había enorgullecido de lo rápido que podía correr,
pero correr por la nieve no era fácil, y el macho al que perseguía parecía estar en
plena forma.
Cari. Cari, ya voy. Por favor, permanece oculta.
Por favor, que tenga cuidado.

***

CARI

Durante unos segundos, no pude moverme. Me quedé paralizada de terror


mientras el extraño hombre Montikaan se acercaba a la cabaña. Justo antes de
empezar a correr hacia los escalones del porche, me había mirado por la ventana y
la frialdad de su mirada me había estremecido.
Giré sobre mis talones y corrí hacia la puerta trasera. Si me quedaba en la
cabaña, sería un blanco fácil. Aunque me encerrara en un dormitorio, no me cabía
duda de que conseguiría echar la puerta abajo. Tal vez pudiera perderlo en el
bosque.
¿Dónde estaba Gorran? La preocupación me atenazaba el corazón. Rezaba
para que estuviera vivo e ileso, pero su ausencia me inquietaba profundamente. ¿Y
si esta bes�a lo había herido... o algo peor?
Salí huyendo por la puerta trasera justo cuando oí abrirse de golpe la puerta
principal. Que Dios me ayude. Resbalé por los escalones cubiertos de nieve, luego
me levanté de un salto y corrí hacia el bosque, luchando contra la profundidad de
la nieve, ignorando los dolores que me sacudían el cuerpo por haberme caído en
las escaleras.
Un gruñido resonó cerca. ¿Gorran?
No me atrevía a dejar de correr, aunque quería mirar a mí alrededor y ver si
había otro Mon�kaan cerca. El gruñido sonó una y otra vez, y de repente estaba
allí mismo, de pie frente a mí, jadeando con fuerza y con un aspecto tan enfadado
que estuve a punto de correr en otra dirección.
Pero su mirada se suavizó unos compases cuando se encontró con mis ojos.
Saltó hacia delante y me cogió en brazos.
Detrás de nosotros, oí gruñidos seguidos de risas.
—¿Estás bien, bonita humana? ¿Te ha tocado? —a pesar de la rabia que aún
ardía en sus pálidas profundidades, empleó un tono amable que casi me rompe el
corazón.
Las palabras de disculpa se me quedaron en la punta de la lengua, pero en
lugar de eso, dije: —Estoy bien. No, no me ha tocado. ¿Qué pasa?
Me acercó a su lado, envolviéndome con un brazo, permi�éndome sen�r la
corriente de su calor y su protección mientras el extraño varón Mon�kaan recorría
tranquilamente nuestro camino.
—No había ningún macho herido en el bosque —explicó Gorran rápidamente.
—Era una trampa. Cuatro machos de la tribu Fashoran me tendieron una
emboscada. Nos olieron mientras tomaban un atajo a través del territorio de
Starblessed, y querían atraerme fuera y alejarme de �. Maté a tres de ellos, pero
éste se escapó antes de que pudiera detenerlo.
Se me cayó el estómago, y una sensación de frío me punzó la carne que nada
tenía que ver con las gélidas ráfagas de viento o la nieve. Cuatro machos de otra
tribu habían querido separar a Gorran de mí. Eso probablemente significaba... No
pude completar el pensamiento. Me apreté más contra Gorran.
Lamenté haber discu�do con él antes de que se fuera. Realmente había creído
que había habido un macho perdido y herido de otra tribu cercana que
simplemente necesitaba ayuda, y había juzgado a Gorran por planear matar al
intruso.
El extraño varón le dijo algo a Gorran, aunque no pude entender sus palabras.
Mon�kaan. Hablaba en Mon�kaan. Vi como Gorran gruñía una respuesta.
Entonces el intruso gruñó y empezó a correr hacia nosotros. Gorran soltó un
gruñido despiadado y me empujó detrás de él, y me apresuré a apartarme más del
camino, no queriendo ser pisoteada por dos poderosos machos Mon�kaan
enzarzados en una batalla.
Retrocedí hasta apoyarme en un árbol y luego me apoyé en él mientras
observaba cómo se desarrollaba la pelea. Aunque Gorran era más grande que el
intruso, su pelaje era del mismo color marrón oscuro y, mientras se revolcaban en
el suelo cubierto de nieve, me costaba dis�nguirlos. Los puños volaban, e incluso vi
a uno de ellos morder al otro.
Quizá debería huir. Tratar de escapar. Sólo en caso de que algo le pasara a
Gorran. Quería ayudar, pero a menos que tuviera un arma, no había mucho que
pudiera hacer para ayudar a Gorran en la lucha. Me alejé unos pasos del árbol
pero me detuve. No podía hacerlo. No podía irme sin más.
Tuve que quedarme y observar. Sólo rezaba para que Gorran fuera el
vencedor. No sólo porque temía lo que me pasaría si perdía, sino porque me
desesperaba la perspec�va de que muriera.
Es cierto que sólo nos conocíamos desde hacía unos días. Pero durante ese
corto �empo, había decidido que me ofrecería a él para aparearnos. Una vez que
llegáramos a la caverna de su gente. Había una calidez entre nosotros que no
podía negar, una calidez que rebosaba magia y anhelo y... confianza. La llamada,
como él solía llamarla.
Me di cuenta. Confiaba en Gorran. Quizá por eso me había sen�do tan
desolada cuando pensé que pretendía asesinar a un macho inocente. Estudié la
masa de brazos y piernas peludos, tratando de averiguar quién estaba ganando,
pero todavía no podía determinar qué Mon�kaan era Gorran.
Una gélida ráfaga de viento levantó nieve en el pequeño claro donde
luchaban. Y entonces oí un chasquido audible, seguido de un silencio sepulcral,
que me inundó de miedo. Uno de ellos le había roto el cuello al otro.
Caí de rodillas, con la vista agitada. La claridad del día y la nieve blanca me
dificultaban la visión. Manchas oscuras me nublaban la vista, y escuché por encima
del viento una voz familiar. Por favor, déjame oír una voz familiar.
—Cari. Bonita humana.
Me estremecí de alivio y me obligué a ponerme en pie, aunque mis piernas
eran tan débiles que tropecé y caí directamente en los brazos abiertos de Gorran.
Me apartó del macho muerto, protegiéndome de la horripilante visión, y me
abrazó mientras el viento seguía aullando a nuestro alrededor y la nieve se
arremolinaba en las ramas que cubrían nuestros cuerpos entrelazados.
Se apartó un poco y acercó su nariz a la mía, luego me cogió en brazos y me
llevó a la cabaña.
—Se acabó —murmuró, con su cálido aliento haciéndome cosquillas en la
oreja. —Estás a salvo, mi dulce compañera.
Capítulo 19

GORRAN

Llevé a Cari al salón y me tiré al suelo, colocándola en mi regazo. Enterré la


cara en su pelo y la abracé con fuerza. Me rodeó con los brazos y se estremeció.
Sintió alivio y gratitud, pero también... arrepentimiento y vergüenza.
Le acaricié el pelo y le acaricié el cuello y la nariz, necesitando sen�rla y olerla
repe�damente para asegurarme de su bienestar. Estaba viva. Y yo también.
Me re�ré ligeramente del abrazo para comprobar si tenía alguna herida. Para
mi alivio, no vi ningún corte ni hematoma.
Me dolían los costados donde la bes�a de Fashoran me había golpeado, y
tenía un corte en el hombro donde me había clavado los dientes. Pero no le di
importancia a mis heridas. Me curaría pronto.
Lo único que importaba era la seguridad de Cari, y que estuviéramos juntos.
Mataría a todos los machos de la tribu Fashoran para mantenerla a salvo,
aunque esperaba sinceramente que ningún otro intruso se dirigiera hacia aquí.
Permanecería vigilante hasta que saliéramos de la cabaña. Bajo ninguna
circunstancia permi�ría que otro macho Mon�kaan asustara a mi dulce
compañera.
—Estás herido —susurró Cari con voz temblorosa mientras me miraba el
hombro. Intentó levantarse, pero la agarré por las caderas y no la dejé ponerse de
pie. —Por favor. Puedo ir a por vendas.
—Me curaré bien por mi cuenta, lo prometo. Los Mon�kaans se curan rápido.
Las marcas habrán desaparecido antes del anochecer —la hemorragia ya se había
detenido, y una gruesa costra cubría mi hombro. Si estuviéramos más cerca de mi
asentamiento, un sanador de contacto podría ayudarme a curarme más rápido,
pero me las arreglaría bien sin él.
Elevé una silenciosa plegaria de agradecimiento al Gran Espíritu por el
bienestar de Cari. El dolor resonaba en mi alma ante la perspec�va de perderla. No
me gustaba que su cabaña descansara en el límite de las �erras de Fashoran, pero
no podía evitarse. Esperaba que pudiéramos irnos pronto.
Le di un beso humano en la frente antes de apartarme para mirar sus bonitos
ojos azules. —Debo ir a ocuparme del cuerpo —dije. —De lo contrario, podría
atraer a los depredadores demasiado cerca de la cabaña —tampoco quería que
viera un cadáver congelado cuando mirara por las ventanas traseras.
Sus ojos se llenaron de comprensión y asin�ó. —Por supuesto. ¿Gorran? Me
siento fatal por nuestra discusión antes de que... antes de que me me�eras en el
baño. Siento haber dudado de �. Supongo que todavía tengo mucho que aprender
sobre tu gente. Nunca se me ocurrió que el aullido de dolor fuera parte de una
trampa —su voz sonaba con sinceridad.
—Para ser justos —dije suavemente. —No sabía que era una trampa cuando
salí. Había captado el olor de un segundo macho justo antes de meterte en el
baño, pero no me di cuenta de que eran cuatro hasta que estuve a una buena
distancia de la cabaña.
Le cogí la cara con las manos y me deleité con su belleza mientras me deba�a
entre decir algo más o no.
—No me habría gustado matar a un macho que se hubiera adentrado
accidentalmente en las �erras de Starblessed —dije finalmente. —Pero aunque me
hubiera encontrado con un macho herido de otra tribu que se hubiera perdido,
igual lo habría matado.
Tragó saliva. —¿Y los machos humanos? —preguntó. —¿Tu gente siempre los
mata también? Quiero decir... hay cabañas construidas por humanos repar�das
por las Cascadas. Seguramente te encuentras con machos humanos con bastante
frecuencia, especialmente durante los meses más cálidos.
Salvaje. Bestia. Monstruo. Desalmado.
¿Qué le diría si me pidiera una cifra? ¿Si me preguntara cuántos machos
humanos he matado a lo largo de los años? La verdad la escandalizaría, y no quería
verla mirándome como si fuera una criatura oscura que derramara sangre por
deporte. Sin embargo, no podía concebir men�rle.
Me sa�sfacía exterminar machos humanos, pero sólo cuando apestaban a
maldad. Sólo cuando suponían una amenaza para mi pueblo. Pero si supiera
cuánto disfrutaba matando a esos machos, supiera cuánto saboreaba el olor de su
sangre y el terror de sus gritos, ¿me consideraría un monstruo? Peor aún, ¿me
temería?
—¿Y bien? —preguntó levantando la barbilla. Se puso rígida, como
preparándose para una respuesta que le rompería el corazón. —¿Lo haces? ¿Matar
a todos los machos humanos que vienen aquí? Necesito saberlo. Por favor.
Me aclaré la garganta. —He matado a muchos machos humanos a lo largo de
los años, Cari, pero no a todos los que he encontrado. Dejo ir a muchos, pero sólo
a los que estoy seguro de que no suponen una amenaza para mi tribu. Pero debes
entender que tengo el deber de proteger a Starblessed, al igual que mis hermanos
y cualquier otro varón adulto de nuestra tribu.
Guardó silencio durante un largo rato, pero percibí que la agitación de su
corazón iba dando paso lentamente a la aceptación, y solté el aliento que no me
había dado cuenta de que estaba conteniendo.
Su rostro parpadeó aliviado. —Me alegro de que muestres piedad con los
machos humanos que no quieren hacerte daño. Me preocupaba que tal vez... tal
vez los mataras en cuanto los veías, como haces con los Mon�kaans de otras
tribus. No dejaba de pensar en lo que habría pasado si mi padre o mi abuelo se
hubieran topado con uno de ustedes. Sé a ciencia cierta que ninguno de ellos
habría intentado hacer daño a uno de los tuyos —una mirada lejana se dibujó en
sus ojos, y un a�sbo de sonrisa se dibujó en sus labios. —Probablemente habrían
intentado hacerse amigos tuyos. O al menos mi abuelo. Estaba obsesionado con
las historias de tu pueblo.
—Dada la frecuencia con la que tu abuelo y tu padre visitaban la cabaña, es
muy probable que se encontraran con alguno de los míos en algún momento.
Simplemente nunca recordaron el encuentro.
La confusión se apoderó de ella. —¿Por qué no lo recordarían?
—Porque cuando nos encontramos con un humano que no supone una
amenaza para nosotros, borramos sus recuerdos del encuentro. Mi padre siempre
lo llamaba el glamour. Tocamos al humano y enviamos confusión a su mente, y se
aleja del encuentro sin tener ni idea de que acaba de conocer a un Mon�kaan.
Sus ojos se abrieron de par en par. —Vaya. No tenía ni idea. Aunque supongo
que no debería sorprenderme —suspiró y miró hacia una de las ventanas traseras.
Sa�sfecho de que comprendiera -y, lo que es más importante, aceptara- las
prác�cas de mi tribu con respecto a los intrusos humanos, la levanté con cuidado y
la dejé en el sofá. Luego me puse en pie. Me resis�a a dejarla, pero quería que el
cuerpo del vil hombre de Fashoran desapareciera.
—Volveré pronto —prome�. —Quédate cerca de la estufa de leña y mantente
caliente.
Capítulo 20

CARI

Gorran estuvo fuera más tiempo de lo que esperaba. Cuando por fin apareció
en el porche, estaba cubierto de nieve. De hecho, estaba apelmazado, con miles
de grumos blancos y brillantes pegados al pelaje.
—¿Qué demonios estabas haciendo? —pregunté, alcanzando uno de los
terrones. Intenté desprenderlo, pero estaba atascado. Me sorprendió que no
estuviera temblando visiblemente.
—Después de deshacerme del cadáver, quité la nieve de todos los marcadores
y erigí varios nuevos también. Si alguien se aventura cerca de tu cabaña, dudará
cuando vea que se ha quitado la nieve de los marcadores. Sabrán que un macho
Mon�kaan muy territorial está en la zona.
Ah. Había estado retozando por el bosque, limpiando las viejas marcas,
retorciendo ramas para hacer otras nuevas y... orinando en ellas, sin duda. Crucé
los brazos sobre el pecho. —Estaba empezando a preocuparme por �.
Sus ojos se llenaron de arrepen�miento. —Lo siento —dijo. —De verdad. La
idea se me ocurrió cuando ya estaba a una buena distancia de la cabaña. Intenté
apresurarme, pero en un momento dado tuve que comer mucha nieve y esperar a
producir más orina.
Me mordí el interior de la mejilla para no sonreír. O reírme. No me parecía
gracioso que hubiera ido por ahí orinando en ramas retorcidas, pero la seriedad
con la que hablaba de ello tenía bastante gracia. Entonces me sen� ridícula por
intentar no sonreír. Él podía sen�r mis emociones. Sabía muy bien cuándo algo me
parecía gracioso.
Se le dibujó una sonrisa en la cara. —Crees que me veo extraño así, ¿no?
Oh. Oh. Creyó que estaba al borde de la risa por su aspecto. Me aferré a esta
idea con entusiasmo, asin�endo con la cabeza y finalmente dejando asomar una
sonrisa. —Bueno, �enes un aspecto un poco raro —como el abominable hombre
de las nieves, pensé. —Déjame ayudarte —una vez más intenté arrancarle algunos
mechones, pero no conseguí desprender muchos trozos de su pelaje.
—Esto ya me ha pasado antes —dijo, y pensé que podría estar ruborizándose.
O quizá el frío le había dado color a las mejillas. —No puedo hacer mucho más que
esperar a que se derrita. Me quedaré aquí al sol un rato y estaré bien.
El sol de la tarde iluminaba el porche, pero no quería que se quedara aquí
fuera en el frío. Especialmente después de los aterradores acontecimientos de hoy.
Lo quería dentro, caliente y seco.
—Tengo una idea —le cogí de la mano y �ré de él hacia la casa. —Ven
conmigo. Deja de pelearte conmigo y entra. No me importa el suelo —añadí
cuando protestó que no quería ensuciar nada.
Le conduje al salón y le obligué a colocarse frente a la estufa de leña. Hacía
poco que había añadido más leños y ardía bastante. Entonces abrí la trampilla para
que el calor saliera al exterior.
—Quédate aquí. Ahora vuelvo —subí en busca de toallas, pero me detuve en
el rellano para volver a mirarle. Me llamó la atención y me dedicó una sonrisa
�mida que me reconfortó el corazón.
Subí a toda prisa las escaleras que quedaban y cogí todas las toallas que pude
del armario de la ropa blanca. Coloqué las toallas en el suelo para que se pusiera
de pie y le coloqué la más grande sobre los hombros.
—Cari, de verdad que no me importaría esperar fuera al sol —miró el rastro
de nieve derre�da que había dejado en el suelo. —Brutus me dice que a su
compañera humana le gusta mantener una alcoba ordenada. A menudo le veo
lavándose los pies antes de pasar la noche con ella. Casi parece tener miedo de
arrastrar suciedad a su espacio vital. No desea ofenderla.
—Te aseguro que un poco de suciedad no me ofenderá —asen� con
sa�sfacción cuando noté que unos hilillos de nieve derre�da golpeaban las toallas
bajo sus grandes pies. —Cuando esté todo derre�do, quiero que te des una ducha
caliente.
Gruñó. Sabía que no le gustaba la ducha -decía que su pueblo se bañaba en las
aguas termales de la espaciosa caverna-, pero la había u�lizado dos veces desde
que llegó aquí (supuse que quería estar limpio y oler bien para nuestros momentos
sensuales, cosa que agradecí) y había conseguido meterse dentro. No era cómodo,
pero lo había conseguido.
—Muy bien —murmuró.
Agarré los bordes de la toalla que le había puesto sobre los hombros y �ré de
él hacia abajo, obligándole a encorvarse aún más. Luego acerqué mi boca a la suya.
Sus labios estaban sorprendentemente calientes, al igual que sus manos
cuando me acarició la cara. El sabor a menta de su lengua era tan fuerte que me
aparté y lo miré con curiosidad.
—¿Por qué siempre sabes tan bien? —me sonrojé, recordando que su semilla
también sabía a menta. Y de repente, me calenté entera, me dolía entre los muslos
mientras imaginaba que me me�a su enorme polla en la boca y saboreaba su
sabor.
Sus cejas se fruncieron. —¿Qué quieres decir?
—Tu aliento es súper fresco. Como si acabaras de lavarte los dientes. Y tu... ya
sabes —dije señalando su virilidad, que empezaba a hincharse. —También sabe a
menta.
Se miró la polla. —¿Sí?
Me sonrojé aún más. —Sí.
—Mas�camos una planta llamada hunniant que �ene un sabor... fresco. Es
una planta dura que limpia nuestros dientes. Encontré un poco mientras viajaba de
marcador a marcador.
—Oh. Ya veo. Bueno, eso lo explica.
Se acercó más y dejó que su enorme erección me presionara el estómago. El
calor que me invadía se intensificó y, de repente, no había suficiente oxígeno en la
cabina. Se inclinó para besarme de nuevo, agarrándome la nuca mientras me
me�a la lengua en la boca y me dejaba saborearlo.
Me pregunté si su semilla sabría extra a menta en ese momento, ya que había
pasado la tarde mas�cando hunniant. Tenía la sensación de que pronto lo
averiguaría.
Capítulo 21

GORRAN

Cuando los últimos grumos de nieve se derritieron de mi pelaje, Cari dio un


paso atrás y observó mi cuerpo. Seguía erecto, con la polla erecta. Sus mejillas se
sonrosaron cuando su mirada recorrió esta parte de mí, y el aroma de su
excitación se intensificó en el aire.
—Ducha —soltó con un movimiento de cabeza hacia las escaleras.
Bajé la cara hacia la suya, la miré directamente a los ojos y le lancé mi mejor
gruñido malhumorado. Se divir�ó y se esforzó por no sonreír. Me quitó la toalla
mojada de los hombros y me lanzó una mirada adorablemente feroz que me hizo
desear empujarla al suelo y destrozarla hasta que se sin�era agradablemente
dolorida entre los muslos.
Le acaricié la nariz juguetonamente y luego subí las escaleras de cuatro en
cuatro, ansioso por limpiarme para poder disfrutar del resto del día besando y
tocando a mi dulce hembra humana.
Quería oler especialmente bien para mi mujer, así que me eché un frasco
entero de algo afrutado en el cuerpo, frotándome enérgicamente la piel y
enjuagándome tan rápido como pude. Mi polla permaneció semidura todo el
�empo mientras imaginaba la noche que se avecinaba.
Nos acurrucábamos en la cama improvisada junto a la estufa de leña, y ella
apoyaba la cabeza sobre mi corazón, una costumbre entrañable suya, y saboreaba
la corriente de calor que fluía entre nosotros. La estrechaba entre mis brazos, la
acariciaba y la besaba, tal vez incluso arrastraba los dientes por su escote. Lo había
hecho la noche anterior y la había empapado entre los muslos. Mordisquearle los
lóbulos de las orejas había tenido el mismo efecto. Ah, y también podía rodear sus
pezones con la lengua.
Solté un gruñido al imaginarme lamiendo su cuerpo hasta llegar a su húmedo
calor. Pasaría un dedo por la raja de su coño, provocándola mientras evitaba a
propósito su nódulo. Luego introduciría dos dedos y empezaría a bombear dentro
y fuera de su estrechez, observando cómo se hinchaba y palpitaba su nódulo.
Una vez que me lo suplicaba y pronunciaba mi nombre varias veces,
empezaba a deleitarme con su zona ín�ma y prestaba especial atención a su
necesitado bul�to, que era una delicia mamar. Su humedad se mul�plicaba por
diez y el aroma de su feminidad me volvía loco.
Ya no estaba ovulando, pero ah cómo adoraba su olor sin importar el
momento de su ciclo.
Todavía tenía ganas de montarla.
Una vez terminé en la ducha, me pasé dos toallas por el cuerpo, secándome el
pelaje lo mejor que pude.
Encontré a Cari esperando en el sofá, aunque no me acerqué a ella todavía,
pues mi pelaje seguía húmedo. La zona cercana a la estufa de leña donde había
goteado nieve estaba limpia, y las toallas sucias habían desaparecido. Sen� una
punzada de culpabilidad por haber tenido que limpiar lo que había ensuciado,
pero me relajé cuando percibí que sólo irradiaba sa�sfacción.
—Hoy nos hemos perdido el desayuno y la comida —dijo. —Así que he puesto
una cena temprana en el horno. Espero que te guste la Cazuela de Todo. Estará
listo en unos veinte minutos.
Permanecí cerca de la estufa de leña, dejando que el calor secara mi pelaje.
—¿Qué es todo Caz..ue...?
—Cazuela —dijo. —Es un plato al horno con un poco de todo mezclado. Te
sorprendería lo que puedes hacer con sopa enlatada, pasta y un poco de
imaginación.
Aspiré el aroma que llegaba de la cocina y se me hizo la boca agua. —Pues
huele delicioso. Agradezco cualquier comida que nos prepares, Cari. Me honras
alimentándome —dudaba que se diera cuenta de cómo cada comida que
compar�amos se sen�a como una ocasión momentánea. Ni siquiera Sashona, a
quien había cortejado durante dos ciclos lunares, se había ofrecido a darme de
comer cuando la visitaba. Dejé de lado el recuerdo, no quería pensar en el pasado.
Terminé de secarme justo cuando sonó el ding en la cocina, y compar�mos
otra tranquila comida en su mesa. Ella se sentó en su silla habitual y yo en el
amplio cojín que había a su lado. Mientras disfrutábamos de la comida, mis
pensamientos se desviaron hacia los cambios que tendría que hacer en mi alcoba.
Consideré todos los objetos humanos que Brutus había sacado de las cabañas
abandonadas para preparar sus habitaciones para Hailey y elaboré una lista
mental.
Un colchón muy grande, si se puede encontrar uno. Si no, bastaría con una
gran can�dad de mantas y almohadas suaves y gruesas. Era experto en crear nidos
cálidos y acogedores en el bosque cuando estaba lejos de la caverna, y confiaba en
poder hacer un nido que mi dulce hembra encontrara cómodo.
También necesitaría muebles. A diferencia de los Mon�kaans, los humanos
llevaban ropa y zapatos, y necesitaría muebles donde guardar sus pertenencias.
Podríamos traer de su cabaña ropa y libros, así como otros objetos de los que
no soportara desprenderse. Pasaba varias horas al día leyendo, así que quizá
podría sorprenderla con libros sacados de otra cabaña.
¿Qué más? Ah, sí, un retrete. Los humanos no podían retener la orina tanto
como mi gente, y siempre hacíamos nuestras necesidades fuera, en el bosque.
Brutus había instalado un retrete que funcionaba y que vaciaba en una fisura en
las rocas que drenaba profundamente bajo la �erra. Haría lo mismo por Cari.
También se necesitaría un lavabo con agua corriente. A los humanos les
gustaba hacer sus abluciones matu�nas y vesper�nas en el interior en vez de en la
orilla del río. En el centro de una de las paredes de mi nicho corría agua fresca, y
pensé que podría instalar un lavabo adecuado en esa pared.
—Pareces muy sumido en tus pensamientos —dijo Cari, sacándome de mis
cavilaciones.
La miré con una sonrisa. —Estoy pensando en cómo renovar mi alcoba en la
caverna para adaptarla a tus necesidades, bonita humana.
—¿Oh? ¿Qué planeas hacer exactamente?
Le expliqué mis planes con todo detalle, y escuchó con interés, sorpresa y
gra�tud hinchándose en su pecho. Cuando terminé, en sus ojos brillaban lágrimas
de felicidad. Su reacción me sorprendió. ¿Nadie se había ocupado de ella antes?
¿Nadie se había desvivido por ella? Sólo tenía cosas buenas que decir de su padre
y de su abuelo, aunque empezaba a preguntarme si tal vez había pasado mucha
hambre durante el año que había trabajado para el criminal.
—Vaya, Gorran. Me conmueve que pienses tanto en mi comodidad y que te
tomes tantas moles�as por mí. Estoy agradecida.
—Velar por tu comodidad no es ningún problema, mi dulce compañera. Es un
honor —cuando terminé de comer, me levanté y la abracé, sin�endo un deseo
irrefrenable de abrazarla. Ella se apoyó en mí y su suave respiración me hizo
cosquillas en el estómago.
—Te ayudaré —me dijo, mirándome, con sus ojos azules brillando bajo las
luces del techo. —Te ayudaré con las reformas. Podemos hacerlo juntos.
Abrí la boca, preparándome para rechazar su oferta de ayuda, pues era tarea
de un macho adecuar su alcoba a su hembra. Pero la esperanza que rebosaba en
su corazón me detuvo. Quería ayudar de verdad.
—Muy bien —respondí. —Haremos nuestro hogar juntos.
Capítulo 22

CARI

—POSTRE —dije, dándole a Gorran una de las magdalenas de arándanos que


había horneado esta mañana antes de que se desatara el infierno. —Prueba una.
Están muy buenas. Me comí una mientras te duchabas.
Vi cómo se me�a la magdalena entera en la boca y la mas�caba. Una
expresión de éxtasis se dibujó en sus facciones.
—Me alegro de que te guste. Toma un poco más —le pasé la bandeja. —Voy a
darme una ducha rápida —dije mientras me dirigía a las escaleras.
Una vez en el dormitorio principal, me quité la ropa y la �ré al cesto, bragas
incluidas. Aunque una sonrisa se dibujó en mis labios al recordar cómo había
sorprendido a Gorran olisqueando mis bragas usadas el otro día. ¿Acaso estaba
mal de la cabeza por pensar que su extraño comportamiento era simpá�co?
Me me� en la ducha y fruncí el ceño al ver que mi bote de champú de pepino
y melón estaba totalmente vacío. Maldición. Debía ser Gorran.
Se me calentó la cara al imaginármelo enjabonando su enorme cuerpo
musculoso con el champú. Lás�ma que la ducha no fuera más grande. No me
importaría meterme con él y ayudarle a limpiarse. Había mencionado algo sobre
las aguas termales de la caverna, y me pregunté si nos bañaríamos juntos cuando
estuviéramos en su asentamiento. La perspec�va me provocó una oleada de calor.
Después de coger otro bote de champú del armario, me di una ducha rápida y
me ves� con mi pijama de franela favorito. Lás�ma que no tuviera lencería sexy,
aunque supuse que al final no importaba: antes de que acabara la noche, acabaría
desnuda y revolcándome en la cama improvisada con Gorran. Me sequé el pelo y
bajé las escaleras, ansiosa por reunirme con él.
Al pasar por la cocina, me di cuenta de que faltaban la mitad de las
magdalenas de la bandeja. Qué bien. Me alegré de que le gustaran y me pregunté
si podríamos preparar algo en su caverna que me permi�era cocinar. Tenía
entendido que su pueblo sólo comía alimentos crudos. Pensé en su oferta de
preparar juntos nuestro hogar y mi corazón se llenó de calidez. Me moría de ganas.
Encontré a Gorran tumbado en la cama, de lado frente a la ventana, con el
culo musculoso y prieto a la vista. Me miró por encima del hombro, sin molestarse
aún en darse la vuelta. ¿Me estaba enseñando el culo a propósito?
Se me atragantó la respiración cuando me di cuenta de que podía ver mucho
más que su culo en aquella postura... también su pesado escroto estaba a la vista.
Sí, realmente pesaba mucho. Anoche, cuando me me� su pene en la boca, lo había
agarrado por impulso. El peso en mi palma me había aturdido.
Me tembló el pulso al contemplar al sexy macho. Cuando me acerqué a él, se
giró sobre su espalda, revelando la enormidad de su dureza. Se levantó y me
condujo hacia el sofá, luego me bajó los pantalones y me empujó sobre el cojín.
Antes de que pudiera preguntarle qué hacía, se arrodilló ante mí y colocó mis
piernas sobre sus hombros. Oh.
—Las magdalenas de arándanos estaban deliciosas —dijo, con un brillo feroz
en los ojos. —Pero no tan dulces y sa�sfactorias como tus resbaladizos pliegues.
Tengo hambre de mi postre favorito, bonita humana, y pienso comer hasta
saciarme.
Me quedé sin aliento, su lenguaje soez me pilló por sorpresa.
Separó más mis muslos y enterró su cara en mi entrepierna, yendo directo a
mi clítoris. Me estremecí contra su boca y grité mientras el placer me sacudía, el
calor se apoderaba de mi interior, el corazón se aceleraba y las piernas me
temblaban.
Me gustaba estar en el menú.
Me llevó a una rápida liberación, pero no se detuvo ahí. Cuando terminé de
cabalgar las olas del éxtasis, se apartó y me abrió bien los labios inferiores, con su
mirada brillante clavada en mi coño. Le gustaba hacer esto, abrirme bien para
inspeccionar la parte de mí en la que un día se introduciría. Me sonrojé al pensar
que a veces lo llamaba mi agujero de apareamiento.
Con una mirada de reverencia, me empujó la entrada con dos dedos y luego
me me�ó los nudillos hasta el fondo. Sus dedos me es�raron y mi respiración se
aceleró cuando empezó a meterlos y sacarlos sin apartar la mirada de mi zona
ín�ma.
—Tan hermosa —murmuró. —No puedo esperar a meter mi polla en tu
apretado agujero, Cari. Dime, ¿ya has tomado una decisión?
Temblando de deseo, me quedé mirándole un largo rato, sin saber qué quería
decir. ¿Realmente estaba intentando mantener una conversación? Me tenía
increíblemente abierta, sus dedos sumergidos en mi apretado agujero, y sólo
podía pensar en lo que sen�ría si volvía a pasar su lengua por mi clítoris. Si ponía
su cara entre mis muslos y exhalaba su cálido aliento sobre mis partes sensibles. Si
empujaba esos dedos un poco más adentro.
—¿Decisión sobre qué? —finalmente jadeé, sofocada por la necesidad,
deseosa de que me tocara más. Deseosa de tocarlo a él también. Con gusto me
arrodillaría y me lo llevaría a la boca. Sen� un cosquilleo en la lengua al
imaginarme saboreando su esencia mentolada.
—Sobre el apareamiento, bonita humana —se re�ró lentamente de mi
interior, para avanzar con la misma len�tud unos segundos después. Sus ojos se
desviaron hacia los míos. —¿Has decidido si piensas ofrecerte a mí? Me refiero a
cuando lleguemos a la caverna.
Una corriente de calor sin precedentes fluyó de repente entre nosotros, su
corazón la�endo en sintonía con el mío, mi alma elevándose junto a la suya en el
cielo estrellado.
—Sí —dije, aunque pensé que ya debía saber la respuesta. —Sí, me ofreceré a
�, Gorran. La primera noche.
Extendí la mano y le acaricié la cara. Se inclinó hacia mí, sin apartar su mirada
de la mía, sus ojos rebosantes de adoración. Atesorada. Me hacía sen�r atesorada.
¿Cómo podría no desearle? En pocos días, se había conver�do en todo mi mundo.
Me gustaba pensar que también me había conver�do en el suyo.
—Me has hecho el macho más feliz de la existencia —dijo con una suave
sonrisa. —Siempre cuidaré de �, Cari, y me esforzaré por hacerte tan feliz como sé
que tú me harás a mí. Y estoy seguro de que se creará entre nosotros un vínculo de
corazón. La nuestra es una unión que estaba des�nada a ser.
Aceleró el ritmo mientras introducía sus dedos en mi interior y se inclinó hacia
delante para besarme, dejándome saborear mi excitación en sus labios. Mi centro
tembló y me estremecí cuando colocó el pulgar directamente sobre mi bulbo y lo
agitó. Me estremecí cuando me besó y se tragó con avidez mis gemidos.
Capítulo 23

GORRAN

Ruborizada y jadeante tras una nueva descarga, pensé que Cari nunca había
estado más radiante. La acuné en mis brazos mientras se recuperaba, sintiéndome
más contento de lo que jamás había podido recordar.
Ella me quería.
Planeaba ofrecerse a mí cuando llegáramos a la caverna de mi pueblo. La
primera noche. No podía esperar a que la nieve se derri�era y la ladera de la
montaña fuera transitable. Ansiaba hacerla mía, anhelaba sellar el vínculo entre
nosotros como compañeros de vida.
Se agitó entre mis brazos y su trasero desnudo se frotó contra mi dureza.
Inspiré con rapidez y mis entrañas se tensaron de placer.
Cuando volvió a hacerlo y un brillo travieso apareció en sus ojos, decidí que ya
había tenido suficiente �empo para recuperarse. La levanté de mi regazo y la
coloqué entre mis piernas abiertas mientras me recostaba en el sofá.
Su respiración se entrecortaba mientras miraba mi pene erecto. El aroma de
su esencia flotaba en el aire y aún podía sen�r su resbaladizo sabor en mis labios.
Delicioso.
Tenía los pezones duros y de color rosa oscuro, y su cuerpo curvilíneo estaba
bañado por el suave resplandor amarillo de las luces del techo. Unas ondas
doradas caían sobre sus hombros, recordándome las cascadas cercanas a la
frontera norte del territorio de Starblessed.
Pensé que podría caminar por la �erra de los vivos durante mil años y nunca
ver a una mujer tan encantadora y �erna.
Bajó hasta mi grueso apéndice y me me�ó en la boca. Mis caderas se
sacudieron hacia arriba y gruñí, con los huevos tensos mientras la sensación me
recorría los muslos.
Mi polla se endureció aún más en su boca, y enredé los dedos en sus
mechones dorados mientras me lamía el tronco de arriba abajo varias veces,
pasando la lengua por la punta.
Respirando hondo, me esforcé por no derramar mi semilla demasiado pronto.
Quería prolongar esta experiencia el mayor �empo posible, quería saborear los
gemidos y lamentos que se escapaban de ella para vibrar sobre mi dureza mientras
me chupaba.
Mientras me daba placer, me subió las manos por la cara interna de los muslos
y luego me pasó las yemas de los dedos por el sensible escroto. Se me cortó la
respiración, la vista se me nubló y un mareo se apoderó de mí mientras luchaba
por mantener el control.
Pero era una batalla que estaba perdiendo rápidamente.
Por fin, me cogió los huevos con su cálida manita y no pude contenerme más.
Me invadió un éxtasis cegador, una ola ondulante y acalorada de felicidad que me
arrancó un profundo gruñido de la garganta.
Disparé torrentes de semilla por su garganta, y mis dedos se apretaron contra
su pelo mientras tragaba mi esencia.
Me estremecí y me sacudí en su boca durante el úl�mo chorro tembloroso,
luego limpié suavemente la semilla que había escapado de sus labios para gotear
por su barbilla.
Se sonrojó al sentarse y se limpió la boca con el dorso de la mano, y me
complació ver el tenue brillo de mi esencia en sus mejillas y su barbilla, así como
un rastro de ella en su cuello que no había notado hasta ahora.
Aunque siempre se esforzaba por tragar todo lo que le daba, nunca conseguía
engullirlo todo, y había una parte perversa de mí a la que le gustaba verla luchar,
ver las marcas de mi propiedad en su carne.
No por primera vez, un profundo sen�miento de posesividad hacia la dulce
hembra humana resonó en mí ser.
Mía. Ella era mía.
Aunque aún no nos habíamos apareado del todo, me pertenecía como las
estrellas al cielo nocturno. La intensidad de mi devoción por ella resonaba en mis
huesos.
Cuando se echó hacia atrás y se puso de rodillas ante mí, percibí el brillo de su
excitación en el interior de los muslos. Tenía la cara muy sonrojada y los pezones
tensos como bayas de pokklam maduras.
No podía decidir qué me apetecía más: acariciarla y besarla, lamerle los
pechos o volver a deleitarme con su coño.
—Date la vuelta y ponte a cuatro patas —me encontré diciendo. —Y levanta tu
centro bien alto y muéstrame tu agujero de apareamiento, bonita humana. Quiero
verte abriéndote de par en par, como lo harás el día que te ofrezcas a mí.
Muéstrame cómo lo harás.
Sus ojos se abrieron de par en par y sen� su sorpresa. Pero también percibí su
creciente deseo, y no había forma de confundir el dulce aroma de su excitación en
el aire. Aspiré su delicioso aroma como si lo necesitara para sobrevivir.
Se lamió los labios e hizo como si fuera a darse la vuelta, luego se detuvo y me
miró insegura.
—Estoy esperando.
Un suspiro tembloroso la abandonó, pero finalmente accedió a mi pe�ción,
dándose la vuelta mientras se colocaba sobre las manos y las rodillas.
Presentaba un aspecto más encantador de lo que había imaginado.
Observé, con la respiración entrecortada, cómo levantaba las nalgas. Arqueó
aún más la espalda y separó los muslos, mostrando sus brillantes pliegues rosados.
Me arrodillé detrás de ella y me incliné para aspirar su tentador aroma,
pasando la nariz por la hendidura de su feminidad.
—¡Oh! —se estremeció ante mi contacto, sorprendida de que me hubiera
acercado tanto a ella mientras permanecía en esa posición vulnerable. La misma
posición que asumiría el día en que la reclamara por completo.
La agarré por las nalgas y la abrí más, hasta que vislumbré su pliegue rosado
oscuro, así como las profundidades de su agujero de apareamiento, un abismo
ensombrecido entre sus delicados pliegues.
Mi polla se hinchó, engrosándose casi dolorosamente, mientras ansiaba
penetrarla y llenarla de mi semilla.
Pero aún no podía reclamarla. No hasta que llegáramos a la caverna.
Respiré hondo varias veces para tranquilizarme y dominar mi autocontrol.
Entonces la lamí. Pasé la lengua por su protuberancia y gruñí, enviando vibraciones
desde mi pecho hasta su parte más sensible.
De sus labios brotaron jadeos, gemidos y quejidos de necesidad, y todo su
cuerpo se estremeció cuando empecé a pasar la lengua por su raja, gruñendo sin
cesar al saborear su dulzura. Saboreé su esencia, y cuando me aparté para
examinar su coño expuesto y reluciente, mi mirada se detuvo en el pliegue entre
sus mejillas que no dejaba de guiñarme un ojo. Y de repente sen� el impulso de
conquistar esa parte de ella, de probar la estrechez de ese agujero en par�cular.
Manteniéndola abierta con una mano, acaricié su humedad con la otra,
atrayendo su inmensa humedad por encima de su pezón, observando cómo se
estremecía, admirando la forma en que su centro se sacudía ante mis caricias, lo
que provocaría que su apretado agujero trasero guiñase una vez más.
Le introduje un dedo en el coño y lo moví hacia dentro y hacia fuera, bañando
lentamente mi dedo en su excitación, mientras mantenía un pulgar en su bulbo
hinchado. Su clítoris. Recordé que hacía poco me había dicho que se llamaba
clítoris.
—Gorran —gimoteó. —Gorran, por favor. Necesito, necesito... —su voz se
apagó.
—¿Qué necesitas, bonita humana?
—N-necesito correrme. Necesito una liberación. Por favor.
Re�ré el dedo de su abismo y lo coloqué en su agujero trasero, rozando su
adorable pliegue, observando cómo se estremecía �midamente ante mi contacto.
—¿Gorran? ¿Qué... qué estás haciendo?
—Estoy explorando lo que me pertenece.
A pesar de su sorpresa y de su ligera vergüenza, su excitación se disparó, así
que le di un codazo en el agujero secreto con más fuerza, hasta que por fin
penetré en la estrecha entrada y empujé la punta de mi dedo hacia dentro.
Estaba más tensa de lo que esperaba. Tan imposiblemente apretada.
Un deseo ardiente se apoderó de mí al imaginarme me�éndole la polla por el
culo, pero enseguida deseché la idea. Era demasiado grande para su agujero
trasero y dudaba que pudiera meterle un segundo dedo.
—Dios mío —jadeó y se agitó contra mí, haciendo que la penetrara más
profundamente mientras le pasaba el pulgar por el clítoris. Su pelo caía en cascada
sobre sus hombros mientras se sacudía ligeramente y apretaba las sábanas con las
manos, la dulce canción de sus jadeos y gemidos llenando la habitación, una
melodía arrebatadora.
—Tal vez cuando te reclame como mi compañera —le dije, inclinándome para
hablarle directamente al oído. —Te meteré un dedo en el culo al mismo �empo
que te meto la polla en el coño. Te llenaré los dos agujeros mientras te hago mía,
preciosa humana. ¿Te gustaría?
Se sacudió contra mi mano, lo que hizo que mi dedo se hundiera hasta los
nudillos en sus nalgas y que mi pulgar presionara con más fuerza su clítoris.
Entonces gritó y todo su cuerpo se estremeció mientras gemía mi nombre una y
otra vez como una ferviente plegaria.
Capítulo 24

CARI

No. No puede ser. No más nieve.


Me quedé de pie en la oscura quietud de la cabaña, observando cómo los
grandes copos blancos pasaban a toda velocidad por delante de la ventana
delantera. Me había olvidado de apagar las luces del porche, y podía ver
claramente la nieve fresca añadiendo otra capa de materia blanca al paisaje.
¿Saldremos alguna vez de aquí?
Suspiré y me pasé una mano por el pelo, sin�endo que la frustración me
invadía.
Sí, estaba ansiosa por salir de la cabaña. Ansiosa por viajar a la casa de Gorran
y aparearme con él. Comenzar una nueva vida con él.
Sin previo aviso, se me cayó el estómago al suelo al darme cuenta de lo que
estaba planeando.
Planeaba dejar atrás el mundo humano. Planeaba ir a vivir entre los
Mon�kaans. Para siempre. La gente de Gorran se apareaba de por vida. No habría
retorno a la civilización humana, no cambiaría de opinión.
¿Encajaría con los Mon�kaans?
¿Sería di�cil aprender a vivir entre ellos?
Estaba emocionada, pero no podía evitar albergar algunas dudas. Dudas que
me dejaron ligeramente helada de miedo. No tenía miedo de Gorran ni de su
gente, pero me ponía nerviosa lo desconocido y el hecho de no poder cambiar
nunca de opinión.
Por impulso, me apresuré a volver al lado del apuesto macho, arrodillándome
a su lado sobre las mantas, necesitando estar cerca de él.
Necesidad de tocarlo.
Puse la mano sobre su brazo peludo, y la corriente de calor que me golpeó me
dejó sin aliento. Afecto, nostalgia y seguridad. Y una profunda sensación de hogar,
como si el hogar no fuera un lugar �sico en absoluto, sino que el hogar estuviera al
lado de Gorran.
Me invadió una agradable calma y mantuve la mano en su brazo, absorbiendo
el calor emocional que irradiaba. Me pregunté si estaría soñando o si percibiría mi
cercanía mientras dormía. Más de una vez habíamos compar�do sueños.
Normalmente eran de naturaleza sexual, pero a veces soñaba con su casa, soñaba
que caminábamos cogidos de la mano por la espaciosa caverna donde vivía su
pueblo.
Pensé en los amigos con los que había perdido el contacto a lo largo de los
años, como ocurre cuando la vida se vuelve ajetreada después de la graduación y,
antes de que te des cuenta, ha pasado un año entero, seguido de otro largo año de
poco o ningún contacto, y así sucesivamente. Algunos de mis amigas ya no vivían
en la Tierra: habían viajado a un planeta llamado Nueva Vaxx y se habían casado
con extraterrestres. ¿A alguno de ellas le había costado adaptarse a su nueva vida?
Mientras seguía cogida del brazo de Gorran, respiré hondo y absorbí el calor
que irradiaba su corazón hacia el mío. Lo sen� como un gran y cálido abrazo lleno
de promesas y devoción. Tanta ternura.
Pero las sensaciones no tardaron en tornarse sensuales y por mi mente
desfilaron visiones eró�cas. Me mordí una sonrisa. Gorran estaba en medio de un
sueño travieso. Miré su entrepierna y casi jadeé al ver lo grande e hinchada que
estaba. Vaya, hola.
Quizá soñaba con meterme un dedo en el culo. Me sonrojé al recordarlo.
Todavía no podía creer que lo hubiera hecho, como tampoco podía creer lo mucho
que lo había disfrutado. Me sonrojé toda y me hinché en el pijama. Un segundo
después, unas acaloradas pulsaciones surgieron entre mis muslos.
Gorran abrió un ojo y me miró fijamente. Sus fosas nasales se abrieron de par
en par mientras aspiraba profundamente, sin duda saboreando el aroma de mi
excitación. Se incorporó con un movimiento rápido y me agarró por los brazos,
separándome de él mientras me miraba de arriba abajo.
—¿Estás bien? —a pesar de su evidente excitación, su expresión era amable,
sus ojos suaves de preocupación. —Percibo tu persistente... bueno, no es del todo
tristeza lo que sen� de �, sino... ¿preocupación, quizás?
—Estoy bien. Mejor —exhalé lentamente. —Estaba pensando en dejar atrás la
civilización humana, en no volver a vivir entre los míos, y empecé a sen�rme
nerviosa. Porque una vez que me vaya, una vez que me aparee con�go, no habrá
vuelta atrás. Y un pensamiento llevó a otro, y también me preocupaba no encajar
o tener dificultades para adaptarme al es�lo de vida Mon�kaan —agarré con
fuerza su brazo. —Pero cuando te toqué, esas preocupaciones se desvanecieron.
Tu calidez y afecto fluyeron hacia mí y me llenaron de una sensación de hogar.
Puso una mano sobre la mía y su expresión se suavizó aún más. Se inclinó para
acariciarme la nariz, y me derre� ante el gesto y absorbí el afecto que me
demostraba. Me agarró con más fuerza por los brazos y, al mirar hacia abajo,
descubrí que su pene seguía enormemente erecto.
Me maravillaba que pudiera ser tan dulce conmigo cuando necesitaba
consuelo, incluso cuando sus deseos la�an al rojo vivo. Prác�camente podía sen�r
la necesidad salvaje que le invadía, el impulso animal de poseerme.
Sin embargo, siguió acariciándome la nariz con una dulzura que hizo que mi
corazón se hinchara mil veces.
El lazo del corazón. ¿Es eso lo que estaba experimentando?
¿Me estaba enamorando de él?
Sí, lo estaba. Nunca antes había estado enamorada, pero pensé que debía ser
el amor lo que me desgarraba las entrañas y me las volvía a coser. Si alguna vez
nos encontrábamos separados, ya fuera por la muerte o por un trágico suceso
ajeno a nuestra voluntad, esos puntos se desgarrarían y me destriparían hasta los
huesos.
El lazo del corazón. El amor eterno.
No esperaba que fuera tan doloroso como cálido y tranquilizador. No había
esperado que el amor se sin�era como una locura ciega, una enfermedad furiosa
para la que rechazaría todos los an�dotos. Y, sin embargo, era dolor y placer a
partes iguales, tristeza y alegría. Era infinitamente profundo y amplio, a la vez
aterrador y excitante.
Gorran me cogió la cara y me miró fijamente, con sus ojos azul pálido brillando
más que nunca, y el afecto que fluía entre nosotros creció como una riada.
Me encontré colocando mi mano sobre su corazón y, al cabo de un momento,
él hizo lo mismo conmigo, extendiendo su mano sobre mi órgano que la�a
rápidamente. Sus ojos brillaban de reverencia y conocimiento.
No necesitaba decirlo en voz alta. No necesitaba decirle que lo amaba. Él
percibía mis emociones con claridad y, aunque no poseía sus poderes mentales,
sabía que compar�a nuestro vínculo.
Mientras la tormenta de nieve arreciaba en el exterior, el viento aullaba y la
vieja cabaña crujía y gemía, él apoyó su frente en la mía y me rodeó de su amoroso
calor.
Capítulo 25

GORRAN

Observé el paisaje blanco con el ceño fruncido, deseando poseer la capacidad


de Vasoon para sentir el tiempo. Deseando saber cuánto tiempo más nos
veríamos obligados a permanecer en la cabaña. No es que no disfrutara pasando
tiempo a solas con mi dulce hembra humana, pero el impulso de reclamarla con
frecuencia me hacía temblar de necesidad.
La llamada era cada día más intensa.
Cari también lo sen�a. Permanecía empapada y dolorida entre los muslos
desde que se despertaba hasta que se dormía. Incluso dormidos, ninguno de los
dos encontraba verdadero alivio a nuestros impulsos lujuriosos, pues compar�mos
sueños gráficos durante toda la noche.
¿Me estaba poniendo a prueba el Gran Espíritu?
Empezaba a preguntarme si llegaríamos alguna vez a la caverna, aunque sabía
que la nieve no se quedaría en el suelo para siempre. Con el �empo, seríamos
bendecidos con unos días cálidos y cielos despejados. Imaginé que nos
apresurábamos hacia la caverna y pasábamos junto a mi gente sin ni siquiera
detenernos a saludar a mis hermanos mientras nos apresurábamos hacia mi
alcoba, tan ansiosos estaríamos por unir nuestros cuerpos en uno solo.
Nuestros corazones ya estaban unidos. Al parecer, era posible compar�r un
corazón antes de conver�rse en compañeros de vida, un giro sorprendente pero
no desagradable de los acontecimientos.
Me giré al oír los pasos de Cari. Llevaba ropa de viaje: sus pantalones y camisa
térmicos más abrigados, así como sus botas, gorro y guantes. La misma ropa que
llevaba cuando intentó bajar la montaña el día en que me revelé ante ella por
primera vez.
—¿Qué haces? —la miré de arriba abajo. —No vas a salir. El cielo todavía está
oscuro en el horizonte. Es muy posible que pronto caiga más nieve.
—Quiero irme —dijo cruzándose de brazos. —Quiero que vayamos a tu
caverna. Son las siete de la mañana. Si nos damos prisa, apuesto a que podemos
llegar a tu caverna antes de medianoche. Me he abrigado mucho. De hecho, llevo
dos juegos de ropa térmica —dijo mientras �raba de la tela de sus pantalones.
Sacudí la cabeza y la miré con severidad. —No. No arriesgaré tu seguridad.
—Ni siquiera hace tanto frío afuera. He comprobado el termómetro de atrás.
Exactamente treinta y un Fahrenheit. Un grado bajo cero. Estaré bien.
—No cuando sopla el viento, no lo harás. Acabarías perdiendo algunos dedos
de los pies o de las manos, y eso si �enes suerte y no te da hipotermia. He
encontrado a muchos humanos congelados en las montañas a lo largo de los años.
Cazadores que pensaban que podrían soportar las temperaturas, pero no fue así.
Resopló. —Sí, bueno, probablemente se perdieron y terminaron
congelándose. No me perderé. Sabes el camino a la caverna, incluso en la nieve,
supongo.
—Claro que conozco mi camino —crucé los brazos sobre mi propio pecho,
imitando su postura, aunque me sen� tan incómodo, que dejé caer los brazos a los
lados un instante después. —Nos quedamos en la cabaña, Cari, y mi decisión es
defini�va.
El disgusto se apoderó de ella, al igual que la deliciosa excitación. El dolor que
parecía no abandonarla nunca, el creciente deseo de ser montada y destrozada
por su compañero. Por mí. En respuesta a su excitación, mi polla alcanzó su
máxima dureza y emi� un profundo ronroneo.
Me miró la entrepierna, se echó el pelo por encima de los hombros y se dirigió
directamente a la puerta. Me di cuenta de que también llevaba una mochila, que
se esforzaba por cargar. Le alcancé la mochila, pero se apartó, abrió la puerta y
salió.
Gruñí de nuevo y la seguí, con mi agitación en aumento. Macowaa. ¿No se
daba cuenta de que estaba arriesgando su seguridad?
La perseguí y la cogí antes de que saliera del porche. Se agitó en mis brazos y
la sujeté con fuerza mientras la llevaba de vuelta al calor de su casa. Cerré la
puerta de una patada y dejé que se pusiera en pie frente a la estufa de leña.
—Quítate la ropa y arrodíllate en la alfombra —ordené.
—¿Qué? —su respiración se entrecortó, la mayor parte de su fas�dio se
desvaneció y el aroma de su excitación aumentó. Se movió en su si�o,
manteniendo los muslos apretados, como si tratara de aliviar lo peor de su dolor.
—¿Planeas... montarme? ¿Reclamarme?
—No. Pero estoy planeando agotarte —di un paso adelante y la agarré del
pelo, lo bastante fuerte como para hacerle estremecerse. Mi rudeza la hizo gemir y
empujar su centro hacia mi eje erecto. —Primero, te arrodillarás y me meterás en
tu boca. Una y otra vez. Cuando hayas tragado mi semilla al menos cuatro o cinco
veces, te tumbarás en la cama, separarás los muslos y dejarás que me dé un fes�n
con tus partes rosadas empapadas hasta saciarme —le di un suave �rón que le
arrancó un grito ahogado. —Pero ten cuidado, hembra humana, estoy muy
hambriento y tardaré en saciar mi ape�to. Tendrás suerte si puedes mantenerte en
pie cuando acabe con�go.
Le solté el pelo y se quedó mirándome en silencio unos instantes antes de
quitarse la mochila. La apartó a un lado y empezó a quitarse la ropa, con el pecho
subiendo y bajando rápidamente y la cara sonrojada. Le temblaban las manos
mientras se desnudaba.
—Gorran —dijo en voz baja, con tono de disculpa. —Siento como si fuera a
volverme loca de anhelo —la culpa emanaba de ella, y su siguiente declaración me
sorprendió. —Anoche, mientras me duchaba, empecé a pensar en lo mucho que
te deseaba, en que no podía esperar a que por fin me reclamaras, y me toqué.
Repe�damente. Me corrí tres veces mientras me bañaba.
La miré con incredulidad. —¿Puedes obligarte a alcanzar el clímax? —nunca se
me había ocurrido la idea, pero su confesión provocó imágenes sensuales de ella
acariciando su propio bulbo que hicieron que mi sangre se calentara aún más.
Quizá más tarde, después de que se hubiera tragado mi semilla unas cuantas
veces, le pediría que se tocara mientras la miraba. O tal vez... tal vez podríamos
disfrutar de ambas ac�vidades al mismo �empo. Mi polla sobresalió, mis huevos
se tensaron con la sensación y el hormigueo de calor.
—Sí —admi�ó. —Puedo hacerme llegar al clímax. Pero pensaba en � mientras
me tocaba —se quitó la úl�ma prenda, mostrando su hermoso cuerpo desnudo a
mi mirada. Bettha, era un glorioso espécimen de feminidad, regordeta en los
lugares adecuados, plana y suave en otros, y el mon�culo hinchado entre sus
muslos era la perfección absoluta.
—De rodillas, bonita humana. Ahora.
Se arrodilló obedientemente ante mí, aunque era tan alto que no podría
alcanzar mi polla en esa posición, así que me arrodillé. Sólo tendría que inclinarse
un poco para llevarse mi polla a la boca. Guié su cabeza hasta mi pene y gruñí de
placer cuando lamió la punta antes de metérmela en la boca. Mantuve mis manos
sobre su cabeza, decidiendo guiar sus movimientos. Al fin y al cabo, quería
cansarla a fondo.
—Tócate, Cari —le dije. —Acaríciate el clítoris mientras me chupas.
Gimió alrededor de mi cuerpo, pero accedió colocando una mano entre sus
muslos temblorosos. El aroma de su excitación se intensificó al esparcir su
humedad sobre su protuberancia.
Le sujeté la cabeza y entré y salí lentamente de su boca, empujando mi
longitud hacia delante hasta que chocó contra el fondo de su garganta.
Cosmakk, me encantaba su boca, me encantaban los gemidos que resonaban
en su garganta cuando ahuecaba las mejillas y hacía todo lo posible por llevarme
más adentro.
—Sigue acariciándote, pero no llegues al clímax —le ordené. —Todavía no.
Esperarás a tener la boca llena de mi semilla antes de acariciarte hasta el final.
¿En�endes, bonita humana?
Asin�ó levemente mientras volvía a penetrar en su boca. El deseo irradiaba de
ella en ondas agudas y calientes. Aceptó cada embes�da con ansia mientras se
frotaba el clítoris con avidez. Un par de veces sen� su frustración al tener que
reducir el ritmo de sus embes�das cuando estaba demasiado cerca del clímax.
—¿Quieres que me apiade de �, Cari? —le pregunté con una risita oscura, aun
introduciéndome en su boca. —¿Debería derramar mi semilla en tu garganta y
acabar con tu miseria?
Sus ojos azules brillaron al mirarme. En el momento en que nuestras miradas
se encontraron, exploté, con torrentes de semilla cayendo a chorros por su
garganta. Justo después de que su garganta se contrajera, sus ojos se cerraron con
fuerza y gritó alrededor de mi polla, estremeciéndose mientras las olas de placer
caían en cascada sobre ella.
Le cogí la cara y la aparté suavemente de mi pene. Sen� el agotamiento que
sacudía su cuerpo, aunque aún estaba lejos de acabar con ella.
Acariciándole el pelo, no me molesté en limpiar el rastro de mi semilla que le
había resbalado por el cuello. Seguramente estaría cubierta de ella cuando acabara
con ella.
No tardé mucho en volver a ponerme duro como una piedra, agarré su pelo y
acerqué mi miembro a sus labios. —Abre esa dulce boca, preciosa humana. Aún
no he terminado con�go.
Capítulo 26

CARI

A la mañana siguiente nos despertamos y vimos que la nieve se había


convertido en lluvia en algún momento de la noche. La ladera de la montaña aún
no era transitable -Gorran afirmó que tendríamos que esperar al menos unos días
más-, pero respiré aliviada. Tal vez dentro de una semana estaríamos
completamente apareados y viviríamos juntos en la caverna de Starblessed.
Todavía no podía creer que ayer hubiera estado tan excitada por el deseo
como para intentar caminar todo el camino hasta el asentamiento de su gente en
la nieve. Sin embargo, me había agotado tanto que esta mañana me sen�a mucho
más tranquila. Se me calentó la cara al recordar todo lo que habíamos hecho ayer.
Me había sujetado la cabeza mientras penetraba mi boca. Me había acariciado
el clítoris mientras se la chupaba y, una vez que llegó al clímax en mi garganta, me
permi�ó encontrar mi propia liberación. Su prepotencia me había sorprendido, me
había conmocionado hasta la médula, pero era justo lo que necesitaba. Había
conver�do mi frustración y mi ira en una pasión explosiva.
Una vez se hubo saciado de mi boca, me colocó en la cama improvisada y se
pasó horas dándome placer con las expertas caricias de su lengua. Incluso me
presionó el clítoris con la lengua unas cuantas veces y soltó un gruñido tan feroz
que me corrí de inmediato.
Todavía me dolían las piernas. También la mandíbula. Me sonrojé de nuevo al
ver cómo se derre�a la nieve de los árboles. Pronto. Pronto podríamos irnos. Y si
otra tormenta de nieve se atrevía a asomar la cara por esta montaña, cazaría a la
Madre Naturaleza y le exigiría que dejara de ser una pesada.
Gorran se acercó a mí, me puso una manta sobre los hombros y me abrazó por
detrás, pasándome las manos por los brazos. —Hace frío junto a la ventana —me
dijo. —Quiero asegurarme de que estés calen�ta.
—Gracias —dije, girando en sus brazos. Me puse de pun�llas para acariciarle
la nariz y él se inclinó para recibirme.
Me puso una mano en el estómago, se apartó y me miró preocupado. —¿Te
encuentras bien?
—Um, sí. ¿Por qué no iba a estarlo? —pero entonces, al hacer balance de mi
cuerpo, me di cuenta de que tenía ligeros calambres en el bajo vientre. No había
notado el dolor hasta ahora. Di�cil de notar cuando me dolía todo el cuerpo por
los esfuerzos de ayer. —Oh —respondí antes de que pudiera contestar.
—Pronto sangrarás —dijo con naturalidad.
—Supongo que lo haré.
—Te llenaré la bañera de agua caliente —me dijo acariciándome el pelo. —Y
podrás darte un largo baño. El calor te aliviará el dolor y te relajará.
Su ofrecimiento me conmovió. Estuve a punto de preguntarle cómo sabía
tanto sobre la menstruación, pero me detuve al darme cuenta de que por
supuesto que lo sabía: las mujeres de su tribu no llevaban ropa. Y tal vez había
observado que las mujeres Mon�kaan u�lizaban las aguas termales de la caverna
en determinados momentos de su ciclo.
—Un baño suena maravilloso —dije. —Gracias.
Subió las escaleras a toda prisa y los escalones crujieron bajo su peso.
Normalmente tenía unos calambres terribles, aunque esperaba que este mes fuera
mejor que de costumbre.
¿Podría haberme venido la regla en peor momento?
Bueno, quizá no era el peor momento, acabé razonando. Todavía no podíamos
salir de la cabaña durante un par de días. Tal vez esto nos ayudaría a no
aparearnos demasiado pronto. Nos ayudaría a comportarnos hasta que llegáramos
a su caverna.
Lancé una úl�ma mirada al bosque, entrecerrando los ojos mientras el sol
naciente se reflejaba en un aerodeslizador que volaba a lo lejos. Jadeé y sen� una
sacudida de miedo.
Después de pasar diez días con Gorran en las profundidades de las Cascadas,
en el territorio de los Starblessed, fue chocante ver pruebas del mundo humano.
Me preguntaba con qué frecuencia sobrevolaban aerodeslizadores o jets. O naves
alienígenas. En Portland, no había sido raro levantar la vista y ver un crucero
Vaxxlian.
Subí las escaleras y encontré a Gorran gruñendo mientras miraba por la
ventana. Tenía los músculos tensos y seguí su mirada hacia el cielo. Estaba
siguiendo al mismo aerodeslizador que había estado observando, y no parecía muy
contento. Me puse a su lado, aún acurrucada en la manta que me había puesto
sobre los hombros, y fruncí el ceño cuando el aerodeslizador regresó por donde
había venido.
—¿Quizá buscan a un excursionista perdido o a un cazador? —sugerí, tocando
el brazo de Gorran.
Sus gruñidos se calmaron y me miró con expresión de rabia y... angus�a. Podía
entender la ira, pero ¿por qué la llegada de un aerodeslizador le causaba tanta
tristeza?
—¿Gorran? —le pregunté suavemente. —¿Qué te preocupa?
Una mirada dubita�va se apoderó de él y empezó a sacudir la cabeza, luego se
detuvo y me miró. Sus ojos rebosaban la clase de oscuridad que sólo los recuerdos
más tristes podían invocar.
—Las naves aéreas humanas se han estrellado antes en nuestras �erras —dijo
finalmente, y me invadió una profunda sensación de hundimiento.
—Normalmente, los accidentes son moles�as menores, pero hace varios ciclos
lunares, una nave se estrelló cerca de nuestra caverna, golpeando un claro donde a
muchos de los míos les gustaba construir nidos y dormir bajo las estrellas.
—Oh, Gorran —dije, con el corazón roto. —Me imagino lo que pasó. ¿Cuántos
de los tuyos murieron?
—Vein�cinco. Cuando la nave se estrelló, provocó un incendio en el bosque
que se cobró la vida de cuatro hombres y veintiuna mujeres Mon�kaan. Fue una
pérdida devastadora.
Le cogí la mano. —¿Perdiste a alguien que te importaba profundamente ese
día?
—Sashona —dijo, con la voz quebrada. —Perdí a Sashona, la mujer a la que
cortejaba entonces. Murió en el incendio. Encontré su cuerpo carbonizado y... —su
voz se entrecortó y apreté su mano con más fuerza. La habitual corriente de calor
que sen�a cuando lo tocaba estaba apagada, pero esperaba que, aun así,
percibiera mi compasión y comprensión.
—Lo siento mucho, Gorran —mi propia voz salió gruesa y emo�va. Quería
preguntarle si la había amado, si habían compar�do un vínculo sen�mental o si
sólo habían estado en las primeras etapas de su cortejo. Pero mi voz no
funcionaba, y me quedé a su lado, esperando a que me contara algo más.
El aerodeslizador se acercó inquietantemente a la cabaña. De hecho, se acercó
lo suficiente para que pudiera decir que no era una nave del gobierno, sino un
modelo más reciente de propiedad privada, ya que estaba pintado de un color azul
brillante en lugar de gris.
Azul brillante. De repente sen� frío.
La flota de aerodeslizadores de Salax era del mismo color. Los había adquirido
en un negocio durante el primer mes que trabajé para él.
Relájate. Muchos aerodeslizadores son de color azul brillante. Resulta que es el
color más popular para los últimos modelos que están disponibles.
Respiré hondo varias veces, tratando de calmarme.
Finalmente, el aerodeslizador salió disparado y desapareció en el horizonte.
Gracias a Dios. Se había ido. Mi pulso comenzó a disminuir.
Gorran apartó su mano de la mía, se volvió hacia mí y me agarró suavemente
por los brazos. —¿Por qué �enes miedo? —me preguntó, pero antes de que
pudiera responder, una mirada cómplice se posó en él. Suspiró y pareció
ligeramente culpable. —Me preocupaba por Sashona, y sí, me sen� llamado a
aparearme con ella, pero no compar�amos un vínculo de corazón. Lo que siento
por � es mucho más intenso —levantó una mano para acariciarme el pelo y
guiarme más cerca, rodeándome con el calor de su cuerpo. —Nunca había oído
hablar de que se creara un lazo de corazón entre una pareja antes de que se
emparejaran �sicamente y, sin embargo, nosotros lo compar�mos —se inclinó
para besarme la frente, y me derre� ante el gesto cariñoso.
Había percibido mi miedo, pero se había equivocado de mo�vo. Sin embargo,
supuse que su confesión había calmado una preocupación que probablemente se
habría materializado más tarde. Una vez que hubiera terminado de asustarme por
el aerodeslizador azul.
—Aprecio tu hones�dad, Gorran —dije, decidiendo que sería completamente
abierta con él. —Pero eso no es lo que me ha hecho sen�r miedo ahora mismo
—aunque pronto saldríamos de la cabaña, y aunque las posibilidades de que Salax
viniera a por mí eran escasas en este momento, después de todo, habían pasado
más de dos meses desde mi huida, Gorran merecía saber de cualquier amenaza
potencial a su �erra.
Su rostro se llenó de preocupación. —¿Tienes miedo de los humanos del
aerodeslizador? —preguntó. —¿Te preocupa que puedan aterrizar en el territorio
de Starblessed?
Tragué saliva y miré al exterior, deseando que nunca hubiera nevado. Ahora
mismo podríamos estar lejos de la cabaña, a salvo en la caverna de su gente.
También podríamos estar ya apareados.
—¿Recuerdas al criminal del que te hablé? ¿Salax?
Un gruñido lo abandonó mientras asen�a, y todo su cuerpo se tensó. —Sí.
—Tenía una pequeña flota de aerodeslizadores parecidos a ese.
—¿Crees que era una de sus naves? —Gorran preguntó.
Me encogí de hombros. —No lo sé. Probablemente no. Mucha gente �ene
aerodeslizadores azules como el que acabamos de ver, pero verlo me asustó. Sobre
todo después de no haber visto ningún aerodeslizador ni ningún otro signo de
civilización humana en los úl�mos dos meses. Fue chocante. Eso fue todo. Estoy
segura de que no hay nada de qué preocuparse -dudo que Salax siga vivo-, pero
quería ser sincera con�go. Puedes sen�r mis emociones, lo cual es bastante
asombroso, pero no puedes leer mis pensamientos.
Sus músculos permanecían rígidos y no dejaba de mirar por la ventana. Un
minuto después, me condujo a la bañera, de la que casi me había olvidado.
También había estado a punto de olvidarme de la menstruación, pero una punzada
de dolor en el abdomen me recordó que los próximos días no serían muy
diver�dos. Qué maravilla. Los analgésicos del armario habían caducado hacía
�empo, pero tal vez aún funcionaran lo suficiente para aliviarme.
—Báñate, bonita humana —dijo. —Y haré guardia en la puerta. Te prometo
que te mantendré a salvo. Quizá dentro de cuatro o cinco días podamos salir de la
cabaña. Una vez que lleguemos a la caverna de mi pueblo, habrá pocas
posibilidades de que alguien de tu vida anterior te encuentre. Estarás más segura
entre mi gente.
Capítulo 27

GORRAN

Mientras esperábamos a que la ladera de la montaña se volviera transitable,


me mantuve alerta por si aparecían intrusos, tanto humanos como Fashoran.
También mantuve mi atención en los cielos, buscando constantemente naves
aéreas metálicas. Aerodeslizadores, los llamaba Cari.
Había trasladado nuestra cama improvisada al pasillo entre el salón y la
cocina, ya que era un lugar más seguro para dormir y descansar; era el único lugar
de la casa, aparte de los baños y los armarios, que no se podía ver desde una
ventana. El sótano habría sido óp�mo, pero era frío y húmedo, y temía que mi
dulce humana enfermara si se veía obligada a dormir en esas condiciones. Quería
mantenerla a salvo, pero también me preocupaba su comodidad.
Cari pasaba la mayor parte del �empo leyendo y durmiendo mientras
montaba guardia. No le permi�a salir, ni siquiera para ver mejor una vibrante
puesta de sol desde el porche. Estaba cada vez más inquieta y percibía su creciente
agitación, aunque no discu�a mis normas rela�vas a su seguridad. Esperaba que
cuando por fin saliéramos de la cabaña, el viaje por la ladera de la montaña fuera
fácil y sin incidentes.
Cuando la nieve se derri�ó lo suficiente como para poder buscar comida,
recogí bellotas y bayas de pokklam, que crecían durante todo el año en el interior
de los troncos huecos. Coloqué los objetos en una de las cestas que Cari había
arrojado al bosque y luego regresé a la cabaña, ansioso por compar�r la comida
con mi compañera. Me detuve en el porche y eché un vistazo por encima del
hombro, mirando en dirección al río mientras consideraba si debía pescar algo
también. Pero no. Si iba al río, la cabaña estaría demasiado �empo fuera de mi
vista. Las bellotas y las bayas de pokklam tendrían que bastar.
Encontré a Cari en la cocina, mezclando algo en un bol, y rechiné los dientes
para sacarla de su escondite. Le había ordenado que esperara en el pasillo hasta
mi regreso.
¿Todas las hembras humanas eran tan desobedientes? ¿O sólo con la que me
habían llamado para aparearme?
Me lanzó una mirada de remordimiento que acompañó a la culpa que sen�a
irradiar de ella. —Sé que quieres que me quede en el pasillo, o en uno de los
baños, mientras no estás, pero quería darte una sorpresa y tener la cena lista
cuando volvieras. Por favor, no te enfades. He estado muy callada para poder oír si
venía alguien.
—¿Por qué no te escondiste cuando me oíste en el porche? —pregunté,
luchando contra mi irritación por su desobediencia.
—Porque reconocí tu andar... y el porche siempre cruje como si fuera a
derrumbarse cuando lo pisas, Sr. Pie Grande —me dedicó una sonrisa juguetona
que hizo que se desvaneciera lo úl�mo de mi frustración. —Además, sabía que no
irías muy lejos.
—No fui lejos —le aseguré. —Me mantuve a la vista de la cabaña todo el
�empo —le ofrecí la cesta, preguntándome si finalmente aceptaría mis regalos.
—Toma. Son para �.
Me quitó la cesta de las manos y miró dentro. —¿Qué, no hay babosas?
—Encontré algunas babosas debajo de varias rocas y un tronco podrido, pero
pensé que no las querrías —le expliqué. —Así que me las comí yo mismo. Pero
estaré encantado de ir a buscar más si quieres probarlas. Te prometo que están
deliciosas —las babosas de plátano grandes y jugosas eran mi comida favorita,
seguidas de cerca por el pescado.
—Agradezco la oferta —dijo con otra sonrisa. —Pero las bellotas y las bayas
estarán bien. Gracias, Gorran. Tenía mucha curiosidad por las bayas cuando dejaste
las cestas en mi porche. Nunca había visto nada igual. Doradas y brillantes como
pequeños soles. ¿Cómo se llaman y dónde las encontraste durante el invierno?
—Son bayas pokklam, y suelen crecer en el interior de grandes cavernas,
aunque a veces se pueden encontrar en árboles huecos. Pero sólo crecen en
compañía del musgo solar, que es un musgo amarillo brillante al que le gusta
crecer en lugares oscuros. El musgo solar las alimenta.
Una mirada cómplice se posó sobre ella. —Musgo solar. Lo he visto. En mis
sueños, claro. Nuestros sueños compar�dos. Crece por todas las paredes de tu
alcoba. Man�ene tu habitación en la caverna brillantemente iluminada.
—Así es —dije, recordando los sueños compar�dos que habían tenido lugar
en mi alcoba, los sueños en los que la montaba por detrás y la hacía mía para
siempre. —Y en nuestra caverna, las bayas crecen mucho más de lo que pueden
hacerlo en un árbol hueco, porque las bendecimos con nuestras energías cura�vas
para ayudarlas a crecer más rápido y más grandes.
—Estoy deseando verlo en persona —enjuagó las bayas y las nueces en el
fregadero y las colocó en un cuenco limpio. Cogió una baya especialmente gorda y
me miró a los ojos antes de metérsela en la boca. —Mmm... Gorran, están
deliciosas. Saben cómo las fresas, pero más dulces y ahumadas. Gracias.
Sonreí para mis adentros mientras la veía comerse varias más. Por fin. Por fin
había aceptado mi regalo de comida. Es cierto que ya compar�amos un vínculo
afec�vo y que ella ya había aceptado aparearse conmigo, pero aun así me alegré
de verla aceptar un regalo de cortejo consagrado.
—Me alegro de que te gusten, bonita humana.
Echó un vistazo al cuenco. —Quizás muela las bellotas y las añada a la próxima
hornada de magdalenas de arándanos. Ese puede ser nuestro desayuno mañana.
—Lo estoy deseando —respondí. —Podemos comer magdalenas de bellota y
arándanos mañana antes de par�r hacia la caverna.
Se le iluminó la cara y se echó a mis brazos. —¿Mañana? ¿De verdad nos
vamos mañana?
Asen� con la cabeza. —Sí. Creo que la nieve se ha derre�do lo suficiente. Si
salimos temprano, deberíamos llegar al asentamiento de los Starblessed antes del
anochecer —me incliné para acariciarle la oreja. —Y entonces uniremos nuestros
cuerpos en uno y nos conver�remos en compañeros de vida.
Capítulo 28

CARI

Pasamos el resto del día revisando mis pertenencias en la cabaña y decidiendo


qué llevaríamos a nuestro viaje. En el armario había cuatro viejas mochilas de
senderismo, que llenamos de ropa, libros, mantas, artículos de aseo y otros
artículos esenciales. Una vez llenas, incluso la mochila más pequeña era
demasiado pesada para mí, pero Gorran insistió en que se las arreglaría para llevar
las cuatro. Para demostrarlo, se las colgó de los hombros -dos a cada lado- y
desfiló por el salón varias veces.
—Vale, vale, te creo —dije riendo. —Ahora colócalos junto a la puerta. Todavía
tenemos que ordenar las cosas en el sótano. No creo que haya nada importante
ahí abajo, pero nunca se sabe.
Gorran dio una vuelta más a la sala de estar antes de sacar los paquetes y
dejarlos junto a la puerta, alineados ordenadamente. La visión me llenó de
expectación. Nos íbamos. Por fin. Mañana por la mañana no podía llegar lo
bastante pronto.
A pesar de mi impaciencia por reunirme con Gorran y su gente, sen� una
punzada de nostalgia mientras echaba un vistazo a la cabaña. ¿Volvería a ver este
lugar? La cabaña siempre me había parecido más mi hogar que el pequeño
apartamento encima de nuestro restaurante en Portland. Había vivido para las
ocasionales visitas de fin de semana con mi abuelo.
Gorran me cogió de la mano y �ró de mí, rodeándome con sus brazos.
Acurruqué la cara contra su pecho, deleitándome con la suavidad de su pelaje y la
sensación de seguridad que evocaba en mí.
—Estoy bien —le dije, sabiendo que podía notar que mi humor había decaído.
—Estoy ansiosa por irme, de verdad, pero voy a echar de menos este lugar. Me
encantaba venir aquí de niña. Siempre lo sen� como mi refugio. A veces le rogaba
a mi padre que me dejara quedarme aquí con el abuelo, pero siempre me obligaba
a volver a la ciudad. Decía que no podía faltar a la escuela, y también me
necesitaba para ayudar en el restaurante.
Me acarició el pelo. —Tal vez podamos visitar tu cabaña de vez en cuando,
Cari. Una vez que esté seguro de que es seguro, es decir, que los marcadores de la
frontera sur mantendrán a los machos de la tribu Fashoran fuera de nuestras
�erras. Sospecho que el jefe Brutus querrá enviar a un grupo de nuestros machos
más fuertes para reforzar los marcadores.
Me aparté para encontrarme con su mirada. —Gracias, Gorran, suena bien.
Quizá cuando llegue la primavera podamos volver para unas minivacaciones
—sen� alivio. Tal vez fuera una tontería echar de menos un edificio, aunque
supuse que no era el edificio en sí lo que echaría de menos, sino los recuerdos
felices de este lugar y la sensación de calma que siempre me invadía cuando
entraba.
Gorran se inclinó y me acarició el cuello con la nariz, respirando larga y
profundamente, y sen� su dureza punzándome en el estómago. Llevábamos unos
días sin hacer nada raro, por culpa de �a Flo. Pero anoche me había dejado la
regla, aunque aún no se lo había dicho a Gorran. A juzgar por la forma en que me
olía con entusiasmo, sospeché que se había dado cuenta de que por fin estaba
abierta a los negocios. Bueno, todo lo abierta que podía estar antes de que
pudiéramos aparearnos en su alcoba.
—Ya no sangras —anunció, apartándose para mirarme con una mirada voraz
que al instante empapó mis bragas. El calor palpitó en mi interior. Me encantaba
cuando me miraba así, como si quisiera devorarme entera.
—A esa nariz tuya no se le escapa nada, ¿verdad? —le pregunté mientras
inclinaba la cabeza hacia un lado para permi�rle un mejor acceso a mi cuello.
Arrastró los dientes por mi carne y me estremecí. Se me puso la carne de gallina
por todo el cuerpo y sen� punzadas en el cuero cabelludo.
Se enderezó y me miró fijamente, luego sus fosas nasales se encendieron
mientras inhalaba profundamente. —No, no es cierto —otra larga inhalación.
—Puedo oler lo resbaladizo entre tus muslos, bonita humana.
Me cogió el coño por encima de los pantalones y me lo apretó con fuerza.
Gemí y me incliné hacia sus caricias, ondulando mi centro mientras me agarraba a
sus brazos. Olas de calor descendieron y sen� un fuerte zumbido en los oídos. Las
pulsaciones entre mis muslos se volvieron tan intensas que me encontré gruñendo
a Gorran con frustración, un ruido extraño que nunca había hecho.
Me cogió en brazos y me llevó a nuestra cama de mantas del pasillo. A los dos
segundos de ponerme sobre las mantas, me había quitado los pantalones y la
camisa. Cuando se me enredaron las bragas en las rodillas y trató de quitármelas a
con�nuación, gruñó y las hizo jirones, rompiendo la tela en una docena de
pedazos. Tiró a un lado los restos de mis bragas con otro gruñido profundo y
estruendoso.
Su mirada hambrienta me recorrió y me acerqué a su polla, agarrándola con
fuerza. Las oleadas de calor con�nuaban y el zumbido no se iba de mis oídos.
El anhelo de sen�r a Gorran machacándome se convir�ó en algo que me
consumía por completo, solté su polla e intenté ponerme a cuatro patas.
Fue puro ins�nto animal, un impulso crudo desde lo más profundo de mi ser,
lo que me impulsó a presentarme ante él para que me montara.
Pero no me permi�ó adoptar la posición. Sacudió la cabeza y me agarró por
las muñecas, inmovilizándome bajo su enorme y musculoso cuerpo. Luché contra
él con todas mis fuerzas, pero las suyas me superaban.
—Mañana por la noche —dijo en tono autoritario. —Mañana por la noche.
Me puso las muñecas en una mano, me�ó la mano entre mis muslos y buscó
mi clítoris. Hizo circular la humedad de mi vientre sobre mi clítoris, frotando rápido
y con fuerza.
Me invadió una liberación palpitante y grité mientras empujaba mi centro
contra su mano. Ay, Dios mío.
Una vez que se desvaneció el úl�mo remanente de mi clímax, sen� que por fin
podía respirar, y el zumbido de mis oídos había cesado en su mayor parte. Mi
temperatura también bajó, ya no estaba al borde de la combus�ón.
La llamada. Aunque era humana, de algún modo, seguía experimentando la
llamada Mon�kaan de la pareja. Era una agonía dichosa que nunca parecía
desaparecer, aunque un orgasmo ayudaba a que se desvaneciera lo suficiente para
que volviera la razón.
Miré a Gorran mientras su enorme polla me oprimía el muslo, deseando que
estuviéramos ya en su alcoba, imaginando lo guapo que estaría con el musgo del
sol bañándolo en luz dorada. Lo había vislumbrado en nuestros sueños
compar�dos, pero deseaba verlo en la vida real, deseaba ver la vibrante luz bailar
sobre su pecho esculpido mientras se cernía sobre mí, preparándose para
montarme.
Sus fosas nasales se encendieron. —Te estás mojando otra vez, bonita
humana. ¿En qué estás pensando? —se inclinó y nuestras respiraciones se
mezclaron. Sus ojos eran muy azules y no tardaron en brillar. Había aprendido que
sus ojos brillaban cuando estaba excitado, o quizás cuando se sen�a afectuoso.
También cuando se enfadaba, aunque el brillo que acompañaba a su ira, como
cuando miraba fijamente a un Fashoran, tenía un brillo gélido.
—No puedo evitarlo —dije por fin. Tragué saliva y traté de zafarme de su
sólido agarre, pero él sólo apretó más el puño y me sonrió con desprecio.
—Déjame tocarte. Déjame tocarte, por favor. Te prometo que no me pondré en
posición de apareamiento. A menos que me lo pidas —una sonrisa se dibujó en
mis labios. —Pero si vuelvo a portarme mal, siempre puedes darme otro orgasmo.
Acercó su nariz a la mía, me besó la frente y aflojó el agarre de mis muñecas.
—Te permi�ré que me toques, bonita humana, pero ten cuidado: si te portas mal
lo más mínimo, haré que te arrepientas.
Capítulo 29

GORRAN

El cabello dorado de Cari se agitaba alrededor de sus hombros mientras


chupaba vigorosamente mi apéndice. Metí una mano entre sus mechones,
guiando sus movimientos y obligándola a chuparme más deprisa. Ella gimió
alrededor de mi longitud, y la ligera vibración de su garganta me hizo estallar.
Se me nubló la vista cuando me invadió un frenesí de lujuria. Torrentes
palpitantes de mi semilla se deslizaron por su garganta y ella consiguió tragar más
de lo habitual. Gruñí mientras la agarraba con fuerza por el pelo.
Cosmakk, me encantaba su boca.
La solté y la llevé a sentarse en mi regazo. Se apoyó en mí mientras jadeaba en
busca de aire, y le limpié suavemente las mejillas y la garganta, por donde se había
escurrido una pequeña can�dad de mi semilla.
Con el dedo aún cubierto de mi esencia, lo arrastré sobre uno de sus pezones
endurecidos, hasta que el pico rosado brilló bajo una capa de mi semilla.
Miró hacia abajo y se estremeció de creciente necesidad al verme aplicar el
mismo tratamiento a su otro pezón.
—Túmbate boca arriba —le dije, colocándola sobre las mantas. De repente,
sólo podía pensar en cubrir todo su pecho con capas de mi semilla.
Se colocó boca arriba y me lanzó una mirada curiosa, y sus ojos se abrieron de
par en par cuando agarré mi polla y me coloqué junto a su pecho. Mirando
fijamente sus pechos, aspiré el creciente aroma de su excitación y me puse rígido
en mi propia mano. Imitando la forma en que ella me había acariciado la polla en
varias ocasiones, me froté mientras me concentraba en sus pezones enseñados,
aún brillantes con una fina capa de mi esencia.
—Tócate —le ordené, con voz grave y entrecortada. —Tócate el clítoris, Cari,
acaríciate. Una vez que termine en tu pecho, quiero que te destroces.
Sus ojos brillaron de necesidad y accedió, me�endo la mano entre sus muslos
temblorosos. El aroma de su lubricación se intensificó cuando se acarició el nódulo
y moví la mano furiosamente sobre mi pene.
Sus ojos se cerraron y una expresión de felicidad se apoderó de ella, que
movió las caderas contra su dedo giratorio. Sus rápidos movimientos hicieron que
sus pechos rebotasen ligeramente y sus labios se entreabrieron en un gemido
ahogado.
Perdí todo el control. Detoné sobre su pecho, derramando una gruesa capa de
semen sobre ambos pechos. Le bajó por el vientre y parte de ella le llegó hasta la
garganta.
Un estremecimiento sacudió su cuerpo mientras gritaba, encontrando su
propia liberación, con el aroma de su excitación en el aire. Vi cómo se sacaba los
dedos empapados del coño, agarré su mano y me la llevé a la boca, deseoso de
saborearla. Le lamí los dedos.
Sus ojos se cruzaron con los míos y, a pesar de la deliciosa crudeza de lo que
acabábamos de hacer, no pasó entre nosotros más que ternura. Era una mirada de
amor llena de promesas. Me incliné para besarla, sin importarme que mi semilla se
manchara en mi pelaje. Acunando su cabeza, rocé sus labios con los míos y luego
introduje la lengua en su boca, bebiendo sus dulces gemidos mientras
profundizaba el beso.
Pasamos el resto del día abrazados, con breves descansos para comer, beber,
ducharnos y registrar el sótano en busca de otras pertenencias que ella quisiera
meter en la maleta.
Cuando oscureció, nos acurrucamos juntos en un nido de mantas y almohadas
limpias y caímos en un sueño reparador lleno de sueños compar�dos.

***

CARI
Me desperté antes que Gorran, algo muy poco habitual, pero aproveché para
prepararme para nuestro largo viaje. Disfruté de una última ducha caliente,
aunque él me había asegurado que bañarse en las aguas termales era una
experiencia placentera, y me vestí con dos capas de ropa térmica de montaña.
El vér�go me invadió cuando bajé las escaleras y se me encogió el corazón al
verle comprobando las mochilas para asegurarse de que todas las cremalleras
estaban cerradas y las correas ajustadas a su gusto.
Mientras permanecía agachado cerca de la puerta, me esforcé por no mirar
sus nalgas firmes y musculosas.
Lo intenté y fallé. Maldita sea, ese culo.
No pasó mucho �empo antes de que el calor surgiera en mi interior y mi
respiración se volviera agitada.
Se volvió y me regañó con la mirada. —No —dijo con firmeza. —No.
Puse las manos en las caderas y le fulminé con la mirada. —Y buenos días a
usted también, Sr. Sunshine.
Arqueó las cejas y la confusión se extendió por su rostro. A veces no entendía
mi humor. Pero bueno. Ya tendría �empo de aprender. Sólo el resto de nuestras
vidas. Se me encogió el corazón al pensarlo. Para siempre.
—No me parezco en nada al sol —dijo finalmente con un rápido movimiento
de cabeza. —Eres tú quien se parece al sol. Mi belleza de cabellos dorados
—acortó la distancia que nos separaba en tres rápidas zancadas y me estrechó
entre sus brazos.
Respirando profundamente su aroma, le rodeé la cintura con los brazos y le
devolví el abrazo. Su calor me envolvió y me derre� ante la corriente de afecto que
me envió.
Pero me dio un vuelco el estómago cuando me soltó de repente y se dirigió a
toda prisa hacia la ventana principal. Le seguí a paso tranquilo, con los sen�dos en
alerta máxima. No oí nada. Sólo el viento y el crujido habitual de la cabina.
Era de madrugada y todavía estaba oscuro. Ni siquiera se veía el sol en el
horizonte. No podía imaginar qué estaba mirando; no veía nada en la oscuridad.
Pero entonces lo oí, un débil zumbido. Era el sonido de un aerodeslizador
aterrizando, aunque al mirar al cielo no vi ninguna luz. Sin embargo, sonaba cerca.
Anoche había apagado las luces del porche, así que si aterrizaba cerca de la
cabaña, no lo veríamos fácilmente. Bueno, yo no lo vería fácilmente. Gorran
probablemente lo haría. Probablemente también lo olería, o más bien olería a los
ocupantes a bordo de la nave.
Sen� frío en todo el cuerpo y quise preguntarle a Gorran lo cerca que estaba el
aerodeslizador, pero no me atreví a hacer ruido, no cuando sabía que estaba
concentrado en algo a lo lejos. Sus ojos iban de un lado a otro como si siguiera el
movimiento de un objeto.
Me alejó de la ventana justo cuando el zumbido se hizo más fuerte. Entonces
se oyó un ruido sordo por encima del viento: el sonido revelador del aterrizaje de
un aerodeslizador. Dios mío.
Gorran me vis�ó rápidamente con la chaqueta, el gorro y los guantes que
había dejado cerca de la puerta principal, y luego me instó a ponerme las botas. Se
me aceleró el corazón y me temblaron las manos, pero me las calcé en silencio,
comprendiendo que su intención era que corriéramos.
O tal vez sólo quería que huyera. ¿Me enviaba sola al bosque para enfrentarse
a los intrusos?
Me abrazó y se dirigió a la puerta trasera. No cruzamos palabra alguna. Por mi
cabeza bailaban cientos de preguntas, pero no me atrevía a hablar por miedo a
impedir que Gorran oyera acercarse a los intrusos.
Sin embargo, se detuvo justo antes de que saliéramos por la puerta trasera y
volvió corriendo por donde habíamos venido. Al parecer, había percibido algún
peligro detrás de la cabaña. Mi miedo se intensificó y elevé mil plegarias
silenciosas por nuestra seguridad.
Los cristales se hicieron añicos a nuestro alrededor y rayos de luz atravesaron
la oscuridad. Grité al oír los disparos de los blásteres Vaxxlianos, aunque sabía que
no eran los guerreros alienígenas quienes nos atacaban, sino el jefe de la mafia
que había amasado una fortuna vendiendo su armamento robado.
—Hola, Cari —llegó una voz familiar que me inundó de terror.
Con múl�ples luces apuntándonos, no podía ver nada, pero sen�a la presencia
de Salax en mis entrañas. Aunque no hubiera hablado, habría sabido que estaba
allí. Había venido a por mí. Me había localizado, joder.
Idiota. Me sen� como la mayor de las idiotas. La cabaña seguía a nombre de
mi padre, sólo esperaba que no se le ocurriera buscar en los registros de la
propiedad. Esperaba que hubiera muerto durante el ataque al almacén. O
esperaba que supusiera que me habían capturado.
Pero después de una semana y luego otra semana habían pasado, y todavía no
había venido a por mí, había comenzado tontamente a relajarme. Creí que
realmente estaría a salvo de su ira.
No podía estar más equivocada.
A nuestro alrededor se oían jadeos, sin duda los matones -y Salax-
sorprendidos por la visión de Gorran.
—Hos�a puta, jefe —dijo alguien. —¿Has visto eso?
—¿Deberíamos matarlo? ¿Capturarlo?
—¿Qué es? ¿Crees que es algún �po de alienígena del que aún no hemos oído
hablar?
Gorran rugió, me empujó al suelo y me echó el sofá encima, protegiéndome
con el gran mueble. Me tapé los oídos cuando estallaron los disparos de bláster y
los gritos atravesaron el aire.
Capítulo 30

GORRAN

Esquivé los haces de luz roja, sintiendo el peligro del armamento desconocido.
Había tres varones humanos -dos con las extrañas armas- y uno que permanecía
atrás observando el desarrollo de la pelea. Sospeché que era el criminal que había
obligado a Cari a trabajar para él. Salax.
Gruñí mientras arrojaba una silla directamente contra uno de los hombres
armados, haciendo que soltara el arma. La silla se deslizó por el suelo hacia mí y
rodé hasta el suelo mientras esquivaba otro rayo de luz roja, la recogía y la
arrojaba por una ventana.
El hombre al que había arrojado la silla sangraba en el suelo, con un profundo
corte en la cara provocado por la pata de madera de la silla, que le había golpeado
directamente en la frente, dejándole inconsciente.
Me centré en el hombre que seguía armado. Me apuntó con su extraña arma
y la sacudió, pero hizo un ruido chisporroteante y el rayo rojo no salió disparado
hacia fuera como yo esperaba. Me lancé sobre él y le rompí el cuello antes de que
ambos cayéramos sobre la alfombra.
Se oyó un grito ahogado detrás de mí, y me giré mientras Salax iba tras la
pistola rota. La agarró con las dos manos y me apuntó con ella. Me preparé para
esquivar otro rayo si conseguía hacerlo funcionar, pero cuando pulsó una palanca
lateral y la sacudió, no ocurrió nada. Sólo otro chisporroteo.
Gruñí y me acerqué al macho, saboreando el miedo que desprendía. Su
maldad era una oscuridad asfixiante y no me cabía duda de que había segado
muchas vidas. Pensé en mi promesa a Cari: le había prome�do que si alguna vez se
acercaba a ella, le arrancaría los brazos del cuerpo y dejaría que se desangrara.
Miré hacia el sofá que había �rado sobre Cari y la vi mirándome a través de
una rendija, con los ojos muy abiertos, su miedo desvaneciéndose poco a poco al
darse cuenta de que el arma en manos de Salax no funcionaría.
Un gemido sonó detrás de mí cuando el primer macho al que había atacado
empezó a despertarse. Volví hacia él, lo cogí por un brazo y lo arrastré delante de
su jefe criminal. Luego lo puse de rodillas, le agarré la cabeza con las manos y le
rompí el cuello mientras mantenía el contacto visual con Salax.
El criminal palideció y retrocedió unos pasos, dirigiéndose hacia la puerta
principal, con la extraña arma resbalando de su mano.
Respiró hondo cuando me acerqué y su mirada se tornó suplicante. Su
desesperación y su terror avivaron mi deseo de hacerle sufrir por lo que le había
hecho a mi dulce Cari.
—¿Cómo te atreves a venir a por mi querida compañera? —le dije.
Levantó las manos en un gesto humano de rendición. —Por favor —dijo con
voz temblorosa. —Por favor. Puedo darte dinero. Todo el dinero que quieras.
También armas. Lo que quieras, te lo daré. Pero necesito que Cari venga conmigo.
Iré a juicio pronto y necesito que ella tes�fique en mi defensa. Eso es todo. Incluso
te la devolveré después del juicio si quieres. Te doy mi palabra.
¿De verdad creía ese idiota que podía negociar conmigo? Aunque percibí su
depravación, no detecté men�ras en su declaración. Realmente no había venido
aquí para matar a Cari, sino que deseaba u�lizarla para sus propios fines nefastos.
Para salvarse de un des�no oscuro pero muy merecido a manos de sus hermanos.
No sabía nada de los juicios humanos, aunque suponía que eran similares a los
tribunales Mon�kaans que se reunían para determinar el des�no de un malhechor.
—Cari no irá a ninguna parte con�go —dije, agarrando al criminal por el
cuello. Lo arrastré hacia el amanecer, sin querer que mi dulce humana presenciara
la brutalidad que pensaba infligirle. Tampoco quería derramar la sangre del
hombre en su cabaña, y pensaba derramar mucha.
—¡Por favor! ¡Espera! —se agitó en mi agarre mientras lo arrastraba hacia el
bosque.
Hice caso omiso de sus súplicas y lo llevé más allá de la zona donde había
matado al cuarto Fashoran hacía varios días y me adentré más en el bosque, pero
no tanto como para no poder vislumbrar la cabaña.
Los gruñidos resonaban en mi pecho, la sed de sangre zumbaba en lo más
profundo de mí ser.
Quería pasarme un día entero haciendo sufrir al criminal, pero no podía dejar
sola a Cari tanto �empo. Me dolía volver a su lado y consolarla, y también
esperaba que aún pudiéramos viajar hoy a la caverna de mi pueblo.
Me detuve en un pequeño claro y retorcí el brazo derecho del hombre hasta
que se quebró. Aulló y trató de huir, así que lo cogí por una pierna y lo sacudí con
fuerza, balanceándolo de un lado a otro. Luego lo golpeé fuertemente contra el
suelo y sen� una gran sa�sfacción al oír el crujido de sus cos�llas. Jadeó sin decir
palabra y apenas se movió.
—No necesitarás a Cari para un juicio —le dije. —Porque no va a haberlo.
Pronto exhalarás tu úl�mo aliento, y no pasará mucho �empo antes de que la
�erra de los vivos olvide tu nombre —le di una fuerte patada en el costado,
rompiéndole más cos�llas. El crujido fue sa�sfactorio, pero aún no había
terminado.
—Por favor, por favor, por favor —me miró, con la cara manchada de �erra y la
nariz manchada de sangre.
Me agaché ante él, queriendo asegurarme de que oía cada palabra que
pensaba decirle. —Una vez le prome� a Cari que si alguna vez venías aquí, te
arrancaría los brazos y dejaría que te desangraras —se me escapó una risita oscura
y disfruté de la expresión de horror que cruzó su rostro pálido. —Cómo estás a
punto de descubrir, siempre cumplo mis promesas.
Lo que ocurrió a con�nuación fue jus�cia. Se me escapó un gruñido mientras
le arrancaba primero el brazo izquierdo del cuerpo, usando toda mi fuerza
mientras �raba de carne y hueso. Tirón, tirón, tirón. Sus gritos de pánico y agonía
resonaron en la ladera de la montaña.
La sangre manaba a borbotones y acabó desplomándose sobre un costado,
incapaz de moverse.
Aunque sen� que entraba en estado de shock, le di la vuelta y le agarré el
brazo que le quedaba. Sus ojos se abrieron de par en par y sus labios se movieron
en una súplica sin palabras, sin que ningún sonido saliera de su garganta.
—Promesas —repe�, y luego le arranqué completamente el brazo derecho del
cuerpo. Tirón, tirón, tirón. El calor de su sangre salpicó mi pelaje, el aroma cobrizo
llenó mis fosas nasales. Uno a uno, arrojé sus brazos al bosque, aunque él estaba
demasiado lejos para darse cuenta.
Esperé hasta que su corazón dejó de la�r, que no fue mucho �empo, y vi que
se encendía una luz en la cabaña. Sonaron pasos en las escaleras de la entrada
trasera del edificio.
En un movimiento apresurado, levanté al criminal sin brazos y lo lancé lo más
lejos que pude entre los árboles, queriendo ocultar la violencia a Cari. No porque
pensara que me juzgaría por ello, sino porque no quería que la sangrienta escena
le provocara pesadillas. Me había visto matar a otros machos antes, pero sólo
había visto cómo les par�a el cuello. Muertes rápidas que no eran tan
horripilantes.
Corrí de vuelta a la cabaña, hacia mi dulce compañera, rezando para que
estuviera bien. Ninguno de los machos había conseguido ponerle un dedo encima,
pero eso no significaba que el incidente no la hubiera aterrorizado. Nunca la había
sen�do temblar tanto como cuando oyó la voz de Salax en la oscuridad.
Nos encontramos en la arboleda cercana a la cabaña, y se detuvo frente a mí,
escrutándome de arriba abajo, con la preocupación llenando sus rasgos.
—Gorran, ¿estás bien? Te dispararon tantas veces... ¿te dieron? ¿Te han
disparado? —puso una mano en mi brazo, con cuidado de no tocar ninguna
mancha oscura y húmeda. —Por favor, dime que no es tu sangre lo que veo.
Alargué la mano para tocarla y luego la re�ré, no quería mancharla con la
sangre de Salax. —Estoy bien, bonita humana, por favor no te preocupes. La
sangre no es mía.
Miró a mí alrededor, observando el bosque. —¿Toda la sangre le pertenece a
él? ¿A Salax?
—Sí. Cumplí mi promesa con�go.
Sus ojos se abrieron de par en par, y supe que estaba recordando mis
promesas de mu�lar y masacrar, y de arrancarle los brazos del cuerpo y dejar que
se desangrara.
—No volverá a asustarte, mi dulce compañera. Mírame —esperé hasta que
me miró a los ojos. —Se ha ido. Se ha ido.
Asin�ó y exhaló un largo suspiro. El viento le movía los mechones alrededor
de los hombros y el sol naciente reflejaba el brillo de cada mechón. Pensé que
parecía un ser etéreo, un espíritu enviado para guiar a un alma perdida hacia el
Más Allá, y lamenté no poder estrecharla entre mis brazos y besarla, pero no
estropearía su belleza con la sangre de aquel vil hombre.
—Me asearé y luego par�remos hacia la caverna —anuncié. —Anhelo llevarte
a casa, Cari, y anhelo hacerte mía para siempre.
Capítulo 31

CARI

GORRAN me ordenÓ que esperara arriba mientras él se deshacía de los otros


cadáveres: los dos matones favoritos de Salax, los que solían estar delante de la
puerta de su despacho. No lamenté que estuvieran muertos. El alivio me llenaba
hasta reventar, y había una parte de mí que no podía concebir que todo hubiera
terminado de verdad: nunca más tendría que preocuparme de que el jefe de la
mafia volviera a perseguirme.
Pero había terminado, y estaba a salvo. Gorran también estaba a salvo. No se
había hecho ni un rasguño y había conseguido esquivar el fuego de los blásters.
No le pregunté qué le había hecho a Salax, aunque era fácil imaginarlo. Había
oído los gritos del hombre resonando alto y claro, el dolor y el terror, el puro
pánico y la agonía. Había visto a Salax ordenar el asesinato de hombres, le había
visto supervisar interrogatorios brutales que habían dejado a hombres mu�lados
de por vida. Fuera lo que fuera lo que Gorran le había hecho a Salax, estaba seguro
de que el jefe de la mafia había recibido por fin su merecido.
Cuando oí fuertes pisadas en la escalera, me apresuré a abrir la ducha para
que Gorran pudiera ducharse bien calen�to. Me lanzó una mirada aprecia�va al
entrar en el dormitorio principal.
—Ya está hecho —dijo. —Para cuando volvamos a tu cabaña de visita, sus
cuerpos habrán sido reclamados por la naturaleza. No tendrás que preocuparte
por volver a verlos —miró por la ventana. —Sin embargo, el aerodeslizador es un
problema. No puedo moverlo de aquí por mi cuenta. ¿Crees que alguno de los
hermanos de Salax rastreará la nave y vendrá a buscarlo?
No había pensado en el aerodeslizador, pero tenía razón. Seguí su mirada
hacia la nave azul y me encogí de hombros. —No estoy segura, pero si vienen a
buscarnos y encuentran los cuerpos... —se me cortó la voz. —Al menos la caverna
está lejos de mi cabaña, y nos habremos ido mucho antes de que vengan a
buscarnos.
—Me ducharé rápidamente y luego nos iremos —dijo. —Por si acaso —señaló
con la cabeza la puerta rota del baño. —Te sentarás en el baño conmigo mientras
me limpio, bonita humana. Quiero tenerte cerca.
A pesar de todos los sucesos aterradores de la mañana, se me aceleró el pulso
ante la idea de ver a Gorran ducharse. Intenté reprimir mis deseos -¿qué clase de
persona se pone cachonda en un momento así?- y le seguí en silencio hasta el
cuarto de baño.
Mantuve la mirada apartada mientras se duchaba, obligándome a centrarme
en la realidad de nuestra situación: teníamos que irnos pronto. Por si acaso alguien
estaba siguiendo a Salax. Si de verdad estaba a punto de ir a juicio, probablemente
había incumplido las condiciones de su libertad bajo fianza al abandonar Portland.
Era más probable que las autoridades vinieran a buscarlo que un amigo o un socio
preocupado, y quería estar lejos antes de que eso ocurriera.
Gorran salió de la ducha, con su pelaje oscuro brillando bajo las luces del
techo. Cuando estaba mojado, su pelaje se apelmazaba contra su cuerpo y cada
uno de sus músculos perfectamente esculpidos quedaba bien definido. Tragué
saliva, fingí interesarme mucho por un azulejo desparejado de la pared y le lancé
dos toallas.
Desde mi visión periférica, le vi secándose enérgicamente. Tendría que
permanecer unos minutos frente a la estufa de leña, y si intentaba salir con el
pelaje aún húmedo, yo insis�ría. Lo úl�mo que necesitábamos era que uno de los
dos cogiera frío.
No cruzamos palabra mientras me seguía escaleras abajo, con las tablas
gimiendo a cada paso. Nos detuvimos frente a la estufa de leña y miré hacia la
cocina, recordando de pronto las magdalenas que había planeado hacer para el
desayuno. Anoche había preparado los ingredientes; sólo tenía que echarlo todo
en un bol, mezclarlo rápidamente y hornearlo.
—Prepararé el desayuno mientras te secas —dije, y di un paso hacia la cocina,
sólo para que Gorran me agarrara de la mano y me atrajera de nuevo a su lado.
Girándome hacia él, me rodeó con sus brazos, aunque no me abrazó contra su
pecho. Probablemente porque no quería mojarme. Las ondas cálidas de la estufa
de leña nos golpeaban y la luz de la cabaña se hacía más brillante a medida que
amanecía.
Me dirigió una mirada solemne pero sincera antes de inclinarse para
acariciarme la nariz. Luego apoyó la frente en la mía y puso una mano sobre mi
corazón palpitante, como para asegurarse de que aún vivía y respiraba. Aquel
gesto me pareció entrañablemente dulce y apoyé las manos en sus caderas,
enroscando los dedos en su suave y húmedo pelaje.
—Te quiero, Cari —dijo en voz baja, y sus ojos rebosaban afecto.
Me ardía la garganta y me costaba tomar aire. Sabía que me quería; había
sen�do su devoción en la corriente de calor que solía pasar entre nosotros cada
vez que nos tocábamos. Pero oírle expresar sus sen�mientos en voz alta hizo que
el mundo dejara de girar en otro momento eterno.
—Yo también te quiero, Gorran —dije una vez que encontré mi voz.
Levantó la frente de la mía y se inclinó aún más para darme un beso muy
suave en los labios. Me derre� ante su ternura, ante el afecto que se derramaba a
través de nuestro vínculo.
Finalmente, fui a preparar el desayuno mientras Gorran terminaba de secarse
junto a la estufa de leña. Pero cuando volví con un plato de magdalenas, no estaba
en el salón donde lo había dejado.
Salí al porche y le vi en un claro cerca del aerodeslizador. Estaba arrodillado en
el suelo con las manos firmemente apoyadas en la �erra húmeda. Por encima del
viento, le oí murmurar en su lengua materna.
Abrí la boca, dispuesta a llamarle, pero apreté los labios cuando me di cuenta
de lo que estaba haciendo. Estaba u�lizando sus energías cura�vas Mon�kaanas
para reparar y bendecir la �erra antes de nuestra par�da. Había hablado de las
energías cura�vas varias veces, aunque nunca le había visto u�lizarlas.
Para mi asombro, algunas de las manchas verdes cercanas que no estaban
cubiertas de nieve se volvieron más vibrantes y, a lo lejos, juré que oía el río correr
más rápido, luego más despacio, luego más rápido, como si estuviera alterando su
corriente.
Cuando Gorran por fin se puso en pie, un águila alzó el vuelo y se elevó sobre
él. Miró al cielo y observó hasta que el ave desapareció entre las nubes de la cima
de una montaña lejana.
Se giró y me miró mientras el viento agitaba su oscuro pelaje. Nuestros ojos se
encontraron y me dedicó una suave sonrisa que me reconfortó el corazón.
—Vamos a casa, bonita humana.
Capítulo 32

GORRAN

Llegamos al asentamiento de los Starblessed cuando el crepúsculo reclamaba


la tierra. Solté un aullido para alertar a mi gente de mi llegada, alternando el ritmo
del aullido para informarles de que no estaba solo.
Había traído a mi dulce hembra humana a casa conmigo.
Machos y hembras salieron en tropel de la caverna para saludarnos, y unos
pocos salieron corriendo también del bosque, los que normalmente preferían
acostarse bajo las estrellas. Vi a una hembra mayor con un brillo diver�do en los
ojos que empezaba a recoger palos y ramas grandes, obviamente esperando que
hubiera una gran celebración más tarde. Una celebración de apareamiento.
Cari miró de cara a cara, y percibí que estaba agradablemente abrumada por
el saludo. Yo sen� lo mismo. Normalmente, cuando volvía con los míos, no me
molestaba en aullar para alertar a nadie de mi llegada. Intentaba re�rarme a mi
alcoba sin que nadie se diera cuenta, pero después de una ausencia tan larga,
había sen�do la necesidad de anunciar mi regreso, aunque sólo fuera por el bien
de mis hermanos.
Me preparé para los susurros oscuros, pero no llegaron. En su lugar,
murmullos alegres se extendieron por el claro fuera de la caverna.
Ha encontrado a su pareja.
El Gran Espíritu lo ha bendecido.
La visión de Brutus sobre las hembras humanas debe ser cierta.
Mastorr será probablemente el siguiente, y pronto le seguirán otros.
Los murmullos se mezclaron hasta que no pude dis�nguirlos, pero no oí los
comentarios habituales sobre mi bes�alidad o mis formas asesinas. Tampoco sen�
el recelo y el juicio que normalmente emanaba de mi gente cuando volvía a casa,
aunque había tenido especial cuidado de limpiar la sangre de Salax de mi pelaje.
Más adelante hablaría de Salax a mis hermanos y a los otros machos que
ayudaban a proteger nuestro asentamiento.
Mastorr se acercó a nosotros y me puso una mano en el hombro.
—Bienvenido, hermano —su mirada se posó en Cari. —Hola —dijo con una
inclinación de cabeza cortés y muy humana. —Soy Mastorr, y estoy encantado de
conocerte.
—Hola. Soy Cari, y también estoy encantada de conocerte —sus ojos
recorrieron el claro mientras sonreía a las muchas caras que nos observaban.
Brutus y Hailey nos acecharon a con�nuación, mientras Mastorr se apartaba y
se unía a la mul�tud. Capté algunos murmullos más.
Tal vez encuentre la paz.
La nueva hembra humana parece a gusto junto a Gorran.
Te apuesto diez pescados a que se aparean esta noche.
Y te apuesto dos cestas de bayas pokklam a que sus gemidos resonarán por
toda la caverna hasta que amanezca.
Hailey se acercó a Cari y le dio la mano en señal de saludo, mientras Brutus se
colocaba frente a mí con expresión sa�sfecha.
—Bienvenida a la tribu Starblessed —dijo Hailey. —Esperaba que Gorran
regresara pronto con�go. Brutus y Mastorr me dijeron que te estaba cortejando.
Las tormentas nos preocuparon un poco, pero me alegro de que hayas llegado
sana y salva. Por cierto, soy Hailey, por si Gorran no se molestó en decirte mi
nombre.
Cari sonrió y sen� que cada vez se sen�a más cómoda entre los míos. Agradecí
los esfuerzos de Hailey por hacerla sen�r bienvenida.
—Sé quién eres —dijo Cari. —Y estoy encantada de conocerte. Soy Cari
—miró el vientre hinchado de Hailey varias veces y sen� que su curiosidad crecía,
junto con una sensación de asombro. —Felicidades. Gorran me dijo tu nombre y
un poco sobre �, pero nunca me dijo...
—¿Que estaba embarazada? —Hailey sonrió y le dio un codazo juguetón a
Brutus, que la rodeó con un brazo y la miró con ternura reflejada en la mirada.
—Oh, sí. Este grandullón no puede quitarme las manos de encima. Era inevitable.
Pero no podríamos estar más contentos. El sanador cree que daré a luz a principios
de otoño —se puso una mano en el vientre, luego miró de Cari a mí y viceversa.
—Estoy segura de que ustedes serán los siguientes.
Otros miembros de mi tribu nos saludaron y me esforcé por ser cortés. Pero
era una lucha, porque lo único que deseaba era llevar a Cari a mi alcoba y
reclamarla por fin como compañera.
Varias hembras más, así como unos cuantos machos, empezaron a recoger
ramas y tomaron posiciones en el borde del claro, cerca de los árboles sobre los
que golpearían los palos. Cari por fin se dio cuenta, e intercambiamos una mirada
cómplice mientras se sonrojaba.
El abrupto aroma de su excitación me golpeó, leve al principio, pero creció sin
cesar mientras nos mirábamos entre saludos. Me costó un esfuerzo no ponerme
erecto, pero lo conseguí. Finalmente, la cogí de la mano y �ré de ella hacia la
amplia entrada de la caverna, incapaz de soportar otro momento de socialización.
Necesitaba a mi hembra. La necesitaba ahora.
No encontramos a nadie en la caverna. Todo el mundo se había aventurado
fuera. Gracias al Gran Espíritu por ello. No creía tener fuerzas para soportar otra
conversación cortés.
Me invadió un deseo ardiente, un impulso salvaje que sólo el acto �sico del
apareamiento podía calmar.
Por fin llegamos a mi alcoba, y me sorprendió encontrarla diferente a como la
había dejado. Apoyado contra la pared más alejada, había un gran colchón
cubierto de mantas y almohadas. También había un sillón de felpa, una estantería
y dos cómodas.
Trabajo de mis hermanos, sin duda. Hailey probablemente también había
ayudado.
La gra�tud brilló en mi pecho. Lo sabían. Sabían que pronto volvería con mi
compañera y querían facilitar mi regreso.
Cari me apretó la mano. —Esto �ene un aspecto diferente al que tenía en
nuestros sueños compar�dos. ¿Estamos en el lugar correcto?
Tragué saliva, conmovido por la amabilidad de mis hermanos. —Sí, esta es mi
alcoba. Creo que mis hermanos hicieron algunas reformas en mi ausencia —eché
un vistazo a una zona separada que contenía un lavabo y un retrete. Al parecer,
habían pensado en todo.
—Wow. Eso es muy amable de su parte. Me conmueve.
Asen� con la cabeza y coloqué los cuatro paquetes en el suelo, empujándolos
contra la pared. Cuando me volví para mirar a Cari, estaba iluminada por el musgo
de sol, y pensé que nunca había estado tan radiante.
Señaló a su derecha, donde crecía una gran mancha de musgo amarillo
brillante. —No puedo creer lo brillante que es. Como en mis sueños. Nuestros
sueños.
La cogí en brazos. —Deberías ver las paredes durante los meses de primavera
y verano, cuando el musgo del sol es aún más vibrante.
—¿Se pone más brillante que esto? —miró alrededor de mi alcoba. Nuestra
alcoba.
—Sí, así es —la guié hasta las mochilas y abrí la que contenía su albornoz,
toallas, zapa�llas y sus ar�culos de aseo. —Hemos tenido un largo viaje y creo que
a los dos nos vendría bien un baño —le pasé una mano por el pelo y ella se inclinó
hacia mí con un suave suspiro. —Comeremos, nos bañaremos y luego...
—Aparearnos. Por fin —se puso de pun�llas y me besó la mejilla.
Capítulo 33

CARI

Me deleité en las aguas termales, más relajada que nunca, y vi cómo Gorran
salía por fin de la bañera. Los chorros de agua caían en cascada por su figura
grande y musculosa, y mi mirada se dirigió inmediatamente a su trasero
perfectamente esculpido. Como si se diera cuenta de dónde estaba mirando, se
volvió y me lanzó una mirada sugerente que me hizo reír.
Se sacudió las gotas de su pelaje y se sentó en una roca grande y lisa, y dijo:
—No te duermas sobre mí, bonita humana.
Se me secó la boca cuando me di cuenta de que su polla se hinchaba ante mis
ojos. Empecé a salir del agua, pero me hizo un gesto para que me detuviera.
—Espera a que me seque, Cari, entonces podrás salir. Sólo tardaré un poco.
Hay una ligera corriente de aire en esta alcoba que suele secarme rápidamente
—sus ojos se oscurecieron de lujuria y sus fosas nasales se encendieron.
Me ruboricé. Aunque estaba en las aguas termales, él aún podía detectar mi
excitación. Me imaginé adoptando la posición de apareamiento en la mullida
cama, levantando mi centro y esperando a que él se zambullera dentro de mí.
Un calor palpitante me invadió por dentro y sen� los pechos más pesados
mientras se mecían en la superficie del agua, con los pezones tensos hasta el
punto de dolerme. Me dolía todo el cuerpo y ansiaba sen�r las manos de Gorran
sobre mí, tocándome, acariciándome, provocándome.
Un gruñido retumbante le abandonó e inhaló profundamente de nuevo.
—Hueles delicioso. Quizá te pruebe antes de montarte. ¿Te gustaría? ¿Quieres que
te chupe el clítoris y te haga añicos en mi lengua antes de follarte?
Sus obscenidades me arrancaron un gemido frustrado. —¿Ya te has secado?
—pregunté impaciente mientras salía del agua.
Antes de que pudiera coger una toalla, se puso en pie, cogió una y me
envolvió con ella. Cogió otra toalla y empezó a secarme el pelo con mucho
cuidado.
Su cercanía me volvía loca.
El calor de su cuerpo. Su embriagador aroma masculino. Las vibraciones de
sus gruñidos. Fue todo lo que pude hacer para abstenerme de saltar sobre él junto
a la fuente termal.
Una vez que terminó de secarme el pelo, �ró la toalla a un lado y se centró en
el resto de mí, u�lizando la toalla que había envuelto alrededor de mi cuerpo para
secar cada cen�metro de mí.
Me puse de pie sobre piernas temblorosas, con el corazón acelerado, la
respiración entrecortada y un dolor cada vez más intenso.
Cuando me me�ó la toalla entre los muslos, gemí y me dejé llevar por sus
caricias mientras me frotaba suavemente la zona inferior. Oh, sí.
Sus ojos brillaban con un azul pálido y, con el vapor del manan�al elevándose
a sus espaldas, tenía un aspecto más sobrenatural que de costumbre. El corazón
me dio un vuelco. Tiró la toalla al suelo y me ayudó a ponerme el albornoz y las
zapa�llas. Luego me cogió de la mano y me guió hasta su alcoba.
A pesar de mi ferviente necesidad de ser reclamada por él, los nervios
revolotearon en mi estómago cuando eché un vistazo a la cama.
Por fin estábamos aquí. Solos en su alcoba. A salvo en el asentamiento
Starblessed.
Aunque había anhelado este día, a veces con bastante impaciencia, no pude
evitar sen�rme un poco nerviosa al pensar en lo que nos disponíamos a hacer.
Quería pertenecer a Gorran, igual que quería que él me perteneciera a mí.
Pero su tamaño... Me revolví en sus brazos, pero me relajé un poco ante el �erno
brillo de sus ojos.
—Cuando estés lista —me dijo mientras me acariciaba el pelo. —Pero si no lo
estás ahora, no pasa nada. No me enfadaré. Podemos esperar más si quieres. Si
necesitas más �empo antes de...
—Ya estoy lista —solté, casi gimoteando por el incesante dolor que se
apoderaba de mi centro. Ardía por él. Lo necesitaba. Sí, podía estar un poco
nerviosa, pero eso no significaba que quisiera echarme atrás. No podía esperar. Ni
un día más. Ni una hora más.
—¿Estás segura? —su voz era tensa, pero también estaba impregnada de
paciencia y comprensión.
Me zafé de sus brazos y me desabroché la bata, dejándola caer para mostrar
mi desnudez. Sus fosas nasales se abrieron de par en par y sus ojos brillaron con
más intensidad. Su polla estaba en posición de máxima atención, y el sensual
gruñido que resonó en la alcoba se dirigió directamente a mi coño, haciendo que
mi clítoris palpitara de forma casi insoportable.
—Sí —dije. —Estoy bastante segura —me acerqué a la cama y él me siguió
paso a paso, mi acosador de bes�as oscuras. Cuando mi tobillo tocó el colchón, me
quité las zapa�llas y dejé que la bata cayera de mis hombros. Mostró ligeramente
los dientes y soltó el gruñido más sensual que jamás había oído. Mis entrañas se
estremecieron de necesidad, me subí al colchón y me giré lentamente.
El calor me envolvió y ese extraño zumbido volvió a mis oídos. Sen� que me
volvería loca si no estaba pronto dentro de mí, machacándome, haciéndome suya.
Me desplomé sobre el colchón y me puse a cuatro patas, con el pulso
acelerado mientras levantaba el torso y por fin me ofrecía a él.
Miré por encima del hombro y me encontré con sus ojos brillantes. —Soy
tuya, Gorran. Soy toda tuya.
Gruñó y se unió a mí en la cama. Me incliné sobre las sábanas, preparándome,
esperando que me penetrara de inmediato. En lugar de eso, me agarró por las
caderas y me separó las nalgas para dejar al descubierto mi zona ín�ma. Me
ruboricé, pero antes de que pudiera preguntarle qué estaba haciendo, su cálido
aliento acarició mis pliegues y su lengua bailó sobre mi clítoris.
Oh Dios. Dios. Me lamió el capullo e introdujo dos gruesos dedos en mi
interior, bombeando dentro y fuera. Me sacudí contra él, perdida en las deliciosas
sensaciones que me provocaba, y no tardé en hacerme pedazos.
Mis gritos de placer resonaron por toda la alcoba, y entonces él estaba sobre
mí, agarrando mis caderas mientras alineaba su eje con mi resbaladiza entrada.
Arrastró su polla arriba y abajo por mis pliegues unas cuantas veces,
cubriéndose de mi esencia, mientras sus ronroneos retumbaban con�nuamente
en mis entrañas.
Jadeé cuando las acaloradas pulsaciones volvieron a mi núcleo, mi pasión
apenas apagada tras una descarga. El zumbido permanecía en mis oídos, el mismo
ardor intenso en mi cuerpo por tenerlo muy dentro de mí.
Pensé en el día en que estuve a punto de perder la cabeza en la cabaña.
Cuando la llamada había sido tan fuerte que había intentado par�r hacia la
caverna. Esto era mucho más intenso.
—Por favor, por favor, por favor —desesperada por que me llenara, porque
me reclamara, subí más el centro de mi cuerpo y traté de incitarle a que me
penetrara hasta el fondo. Todas mis preocupaciones por su tamaño se
desvanecieron.
Temblé de deseo cuando devolvió su polla a mi entrada y empezó a empujar
dentro.
La plenitud era abrumadora. Me penetró con lentas embes�das,
permi�éndome acostumbrarme a su tamaño.
Gemidos y quejidos salían de mi garganta mientras apretaba las mantas con
las manos. Otra embes�da, y otra, y su escroto impactó con mi clítoris. Mi pulso se
aceleró.
Estaba completamente dentro de mí.
Me agarró con fuerza por las caderas y soltó la llamada de apareamiento, un
aullido lo bastante fuerte como para hacerme daño en los oídos, pero fue un dolor
que agradecí. Y cuando cesó el úl�mo eco de la llamada, descubrí, para mi
asombro, que el incómodo zumbido había desaparecido de mis oídos.
La tensión en mi interior también se relajó aún más al entregarme por
completo al apareamiento de Gorran.
Un ruido extraño llegó desde el pasillo, y pronto me di cuenta de que era la
celebración fuera de la caverna. Un rítmico golpeteo de palos en los árboles, algo
que sonaba como tambores, y alegres aullidos que llenaban la noche mientras su
pueblo invitaba al Gran Espíritu a bendecir nuestra unión de apareamiento. Mi
gente también. Yo pertenecía a esta ladera. Era mi nuevo hogar, y mi corazón se
llenó de felicidad al darme cuenta.
Gorran se re�ró de mi interior para volver a penetrarme, aunque no fue
demasiado brusco. Me había prome�do que no me haría daño, que sería suave,
pero me di cuenta de que no quería que fuera suave conmigo. Quería sentirlo.
Todo él.
—Más —gemí. —Más rápido. Más profundo. Gorran, necesito... —mi voz se
entrecortaba mientras mi cabeza se mareaba. Sus pelotas golpearon
repe�damente mi clítoris y grité mientras una oleada de éxtasis me invadía y casi
me ahogaba en el placer de una segunda descarga. Los ruidos que escapaban de
mi garganta sonaban salvajes.
Gorran surgió más rápido. Y más profundo. Gemí e incliné el centro hacia atrás
para recibir sus embes�das cada vez más rápidas, con el coño dolorido de nuevo,
como si no acabara de llegar al clímax hacía unos segundos.
Hizo una breve pausa y grité en señal de protesta, pero me callé cuando sen�
que me tocaba el agujero trasero. Dios mío. Empujó dentro de mi estrechez
prohibida y empezó a machacarme el coño, mientras su escroto golpeaba mi
clítoris una y otra vez.
—Mi compañera —dijo, inclinándose sobre mí, su aliento mentolado bailando
en el lóbulo de mi oreja. —Mi dulce compañera —me empujó más adentro y la
plenitud de mis dos agujeros me llevó al precipicio. Jadeé por tercera vez y luché
por recuperar el aliento.
El ruido fuera de la caverna se hizo más fuerte, e imaginé que toda la montaña
temblaba con la intensidad de la celebración. O tal vez eran los constantes
gruñidos de Gorran que vibraban a través de mí.
Sus dedos se clavaron más profundamente en mi carne, y sus embes�das se
hicieron más rápidas, sus movimientos espasmódicos, y entonces el calor de su
semilla me llenó a grandes chorros.
Soltó otro rugido, más fuerte que el primero. Resonó en toda la alcoba y
ahogó el sonido de mis gritos mientras otra descarga descendía sobre mí, y me
retorcí contra la polla chorreante de Gorran, cabalgando las olas hasta la
culminación.
Se cernía sobre mí mientras jadeaba en busca de aire. Giré la cabeza y le di un
suave beso en la mejilla, y él me lanzó una mirada fa�gada pero diver�da antes de
devolverme el beso y acariciarme el cuello con la nariz.
Lentamente, con la mayor delicadeza, me sacó la polla del coño y luego el
dedo del culo. Jadeé ante el repen�no vacío y, antes de que pudiera volver a
respirar, me estrechó entre sus brazos y me tumbó suavemente sobre las sábanas.
Se dirigió al lavabo, al otro lado de la habitación, se lavó las manos y cogió un
vaso de una estantería cercana y lo llenó de agua. Lo llevó de vuelta y lo presentó
como una ofrenda, invitándome a beber un sorbo. Resis�endo el impulso de poner
los ojos en blanco, bebí obedientemente un poco de agua, y casi gimo mientras el
agua fresca caía en cascada por mi garganta. No me había dado cuenta de lo
reseca que me había quedado durante nuestros esfuerzos.
—Gracias, Gorran.
Una mirada de sa�sfacción entró en sus ojos y dejó el vaso a un lado.
Luego se hundió en la cama y me acunó en su regazo, mientras el ruido de la
celebración exterior seguía resonando por toda la caverna.
Apoyé la cabeza en su pecho y froté la mejilla en su suave pelaje. Él hundió los
dedos en mi pelo y me dio un beso en la cabeza, y me maravillé de la grandeza del
calor que surgía entre nosotros. Era más fuerte que nunca.
Le rodeé la cintura con los brazos y le abracé fuerte, envuelta en una
sensación de seguridad y pertenencia.
Yo era suya y él era mío.
Se me dibujó una sonrisa en los labios al recordar cómo habíamos empezado:
pensaba que era una bes�a del bosque. Un gigante salvaje. Un extraño que me
acechaba y dejaba extraños regalos en mi puerta.
Le abracé con más fuerza, con el corazón rebosante de tanto afecto que sen�
que me iba a quemar.
Se echó hacia atrás para encontrarse con mi mirada, con los ojos aún
brillantes. Me acarició la nariz y soltó un gruñido ronroneante, y me di cuenta de la
dureza de mi trasero.
Estaba rígido una vez más, hinchado y listo para reclamarme de nuevo.
Se me cortó la respiración y sen� un dolor intenso entre los muslos.
Empezó a disponerme sobre las manos y las rodillas, pero negué con la cabeza
y le empujé para que se tumbara de espaldas. Sus ojos brillaban de confusión,
pero siguió mi ejemplo y me permi�ó sentarme a horcajadas sobre él. Cuando le
agarré la polla y me coloqué encima de ella, inhaló rápidamente y una mirada de
complicidad se apoderó de él.
Me hundí en su pene con un gemido agudo y él emi�ó un gruñido feroz que
rebotó en las paredes de la alcoba. Me incliné y apreté los labios contra los suyos.
—Bonita humana, esto es... esto es... —sus labios con�nuaron moviéndose
pero no pronunció otra palabra.
Me levanté y luego me hundí en su apéndice, sin�endo cada cen�metro de su
enorme polla, pero cómo saboreaba su plenitud.
—Sin palabras, ¿verdad? —pregunté con una sonrisa de sa�sfacción, mientras
apoyaba las manos en su musculoso bajo vientre para hacer palanca y empezaba a
cabalgarlo sin parar. Mis pechos rebotaban ligeramente y el calor que me invadía
se intensificó hasta que estuve al borde de una nueva descarga.
Gruñó y su cara se retorció de placer, y en el momento en que explotó dentro
de mí, le seguí en un estremecimiento de felicidad.
Se sentó conmigo aún empalada en su polla. Le coloqué los brazos sobre los
hombros y él me acarició la cara, sus ojos brillaban con una profunda ternura que
me desgarró el alma.
Puse mi mano sobre su corazón, enroscando mis dedos en su espeso y oscuro
pelaje. —Te quiero, Gorran. Te quiero mucho.
—Y yo te amo, Cari. Te querré siempre, y cuidaré de �. Siempre.
La calidez se extendió a través de nuestro vínculo mientras el ruido de la
celebración aumentaba. Me estrechó contra su pecho y me hundí en su abrazo con
un suspiro de sa�sfacción. Él era mi corazón. Mi hogar.
Sonreí. —Nos cuidaremos mutuamente.

Fin

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