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Iglesias Reformadas de España

Los principios de la Reforma


Autor Administrator
viernes, 20 de octubre de 2006

La Reforma religiosa del siglo XVI ha sido uno de los eventos históricos más transcendentales de los últimos cinco
siglos. En realidad tiene sus comienzos antes del siglo XVI, pero fue en este siglo que la providencia divina quiso hacer
resplandecer la gloria de su Verdad en medio de la tiniebla creada por las desviaciones teológicas, tergiversaciones
doctrinales e innovaciones humanas existentes en la Iglesia medieval.

"Post tenebras lux", después de las tinieblas la luz. Esta inscripción se ostentaba en los portales de las ciudades que se
habían beneficiado de los edificantes efectos espirituales de la Reforma. Las verdades bíblicas fundamentales que
volvieron a brillar e impulsar a los reformadores hacia un retorno al corazón mismo del Evangelio, se sintetizaron en lo
que se llama los principios de la Reforma. Estos principios fueron expresados en cinco lemas latinas: Sola Scriptura,
Sola Gratia, Sola Fide, Solus Christus y Soli Deo Gloria.
- Sola Scriptura (Sola la Escritura) Esta consigna de la Reforma restauró y afirmaba la suprema suficiencia de la
Escritura. En ella se encuentra todo lo que se debe creer y hacer para agradar a Dios. El canon está completo; no hay
más revelación divina y autoritativa que la Escritura. Como la única autoridad absoluta de la Iglesia, la Escritura está
por encima de los pronunciamientos papales y concilios y de las tradiciones eclesiales. Ella es la infalible Palabra de
Dios, la cual guía al creyente y ejercer autoridad sobre su conciencia; ella es la única regla de fe y práctica y el único
juez de la enseñanza de la Iglesia. Tampoco son autoritativos las impresiones místicas y los sentimientos que surgen
del corazón del hombre. En oposición a la enseñanza de que la Escritura sólo podía ser comunicada mediante los papas,
los concilios y los sacerdotes, los reformadores sostuvieron que el Dios vivo habla a su pueblo directamente y con
autoridad por medio de la Escritura. Hebreos 1:2; 2 Timoteo 3:17; Salmo 30:5-6; 119:1; Deuteronomio 4:2; 12:30; 29:29;
Apocalipsis 22:18-19.
- Sola Gratia (Solo la Gracia) Por este principio se declara que la salvación es sólo por la gracia de Dios, es decir, por un
don inmerecido que Dios da gratuitamente al pecador quien está destituido de la gloria de Dios, y quien, por naturaleza,
es merecedor de la condenación. Los reformadores rechazaron la noción Católica-romana que consideraba la
“gracia” como una virtud que operaba capacitando al pecador a fin de que él pudiera producir obras
meritorias las cuales le recomendaban al favor de Dios haciéndole merecedor de la salvación. Este principio asevera que
la gracia salvadora no procede de las obras que pretenden ganar el favor de Dios, sino que la gracia es el favor
inmerecido de Dios hacia el hombre en su estado de pecado y enemistad. Dios salva a los pecadores por razones que
se encuentran en sí mismo; la causa nunca es la obra o la fe del hombre. Dios no tiene la obligación de salvar a nadie. Si
la justicia de Dios le obligara a dar gracia a toda persona, entonces no sería un don, sino un acto de justicia; si uno
pudiera merecer la gracia, ya dejaría de ser gracia, sería mérito. El pecador contrito y humillado que acude a Dios
despojado de todo esfuerzo y mérito humano, es justificado gratuitamente por Dios en virtud de los meritos del sacrificio
de Cristo y de su justicia que le es imputada. Efesios 1:3-11; 2:8-9; Romanos 9:10-16; 11:6; 2 Timoteo 1:9; 2
Tesalonicenses 2:13
- Sola Fide (Solo la Fe) Es una equivocación entender la naturaleza de la fe meramente como un asentimiento a
doctrinas. Con respecto al papel que juega la fe en la salvación, la Iglesia Católica-romana enseña que la fe sin buenas
obras no puede salvar. Es decir, la justificación del pecador es el resultado de la fe más obras meritorias. Pero, según
la Escritura, la salvación es mediante la sola fe. La fe en sí misma es un don de Dios. Este principio de la Reforma resalta
la verdad bíblica que el pecador es declarado justo únicamente por la fe en la justicia de Cristo Jesús, y no como
consecuencia de su fe más sus obras. Por la fe, la justicia de Cristo es imputada al pecador. La fe es el instrumento por
el cual el pecador recibe, es decir, toma para sí, la justicia de Cristo, por la cual es declarado justo. Aunque el pecador
es justificado solamente por la fe en Cristo, dicha fe no existe sola, sino que es acompañada de las demás gracias
cristianas que producen buenas obras. Efesios 2:8; Filipenses 1:29; Romanos 3:20,28; 4:2-13; Gálatas 2:16; 3:24-25;
Santiago 2:14-18
- Solus Christus (Solo Cristo) La fe no es la causa de la salvación. La base sobre la cual el pecador es salvo y justificado
es sólo la perfecta justicia de Cristo Jesús. La salvación de Dios es por la gracia mediante la fe en Cristo por causa de
Cristo solo. En el sistema católico romano, el fundamento de la justificación del pecador es su justicia inherente, la cual es
infundida y no imputada. Pero, la Escritura afirma que el pecador es salvo y aceptado por Dios por una justicia ajena, no
la del pecador que está siendo santificado, sino por la justicia de Cristo solo. El pecador es aceptado por Dios única y
totalmente por causa de los méritos de Cristo. Sólo Cristo satisfizo la justicia divina. Sólo Cristo se ofreció a sí mismo como
sacrificio sustitutivo para morir en la cruz en lugar de pecadores. Solamente Cristo pagó completamente por los pecados.
Al confiar en la justicia y obra de Cristo solo, toda otra justicia es rechazada como base y causa de salvación. Gálatas
3.13; 2 Corintios 5:21; Romanos 1:17; 3:21,25; 4:25; 8:3; 1 Corintios 1:30
- Soli Deo Gloria (Solo a Dios la Gloria) Solamente Dios ha de recibir la gloria y el crédito por la salvación que El ha
provisto en Cristo. No hemos aportado nada a nuestra salvación. Su propósito en la salvación gratuita de su pueblo es el de
magnificar la gloria de su propio nombre, a fin de que su pueblo cante sus alabanzas, refleje su santo carácter en la
vida y que se ocupe en llamar a las naciones a doblar sus rodillas delante del único Dios y Salvador. Isaías 42:8; 43:7;
48:11; Salmo 115:1; Romanos 11:36; 16:27; Efesios 3:21; Filipenses 4:20; 1Timoteo 1:17; 2 Timoteo 4:18
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