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Había una vez en el tranquilo pueblo de Armonía, dos amigos muy curiosos: Lucas
y Laura. A pesar de ser inseparables, cada uno tenía su propia forma de ver el
mundo. Lucas era un niño lleno de energía y siempre estaba corriendo y saltando
por todas partes. Laura, por otro lado, era una niña tranquila y disfrutaba pasando
tiempo en su jardín observando las flores y las mariposas.
Mientras Lucas subía la cascada, resbaló y cayó al agua. Laura, preocupada por
su amigo, corrió a ayudarlo. Juntos, lograron salir del agua y se dieron cuenta de
que cada uno tenía habilidades diferentes. Lucas era valiente y aventurero,
mientras que Laura era cuidadosa y reflexiva.
Después de su emocionante día en el bosque, Lucas y Laura regresaron a su
pueblo. Se dio cuenta de que las diferencias entre ellos no importaban realmente.
Eran amigos porque se apoyaban mutuamente y aprendían cosas nuevas el uno
del otro. A partir de ese día, Lucas se volvió más consciente de su entorno y Laura
se animó a explorar de manera más aventurera.
El pueblo de Armonía aprendió una lección importante de los dos amigos. Las
diferencias de género no definían quiénes eran las personas. Todos tenían
habilidades únicas y podían ser amigos sin importar si eran niños o niñas. En
Armonía, todos aprendieron a celebrar las diferencias ya apreciar las amistades
que se basaban en el respeto y el apoyo mutuo, sin importar el género.