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“SI TE HACE CASO, HABRÁS SALVADO A TU HERMANO”

La corrección fraterna
(cfr. Mt 18, 15-20. XXIII Domingo Ordinario, A)

10 septiembre 2023
Pbro. Raymundo Muñoz Paredes
Basílica de Ntra. Sra. de la Caridad
Huamantla, Tlax.

Muy amadísimos hermanos en el Señor Jesús:


La Palabra de Dios en este domingo nos invita a reflexionar en el tema de
la corrección fraterna que ha de darse entre los creyentes.
En efecto, así como la semana pasada el Señor reprendió severa y
puntualmente a Pedro, diciéndole: “aléjate de mí Satanás” (Mt 16,23), así
hoy se pide a los discípulos amonestar al hermano que yerra, pues todos
ellos están llamados a integrar una familia con Jesús, caminando juntos
y cuidándose unos a otros como hermanos.
Desde esta perspectiva, y siendo conscientes de nuestras
fragilidades humanas, ¿qué hacer en la Iglesia por el hermano que ha
caído en pecado? ¿cómo llevarlo a la conversión? Veamos.

1. La regla de la corrección fraterna


Al hablar de su misión en el mundo, Jesús nos recuerda que es
voluntad del Padre que no se pierda ninguno de los que Él le ha dado (cf.
Mt 18, 14).
Entonces, si un hermano se ha extraviado, lejos de abandonarlo,
Jesús nos pide buscarlo y hacer todo por rescatarlo hasta lograr su
conversión. El medio sugerido es el diálogo fraterno y la oración confiada,
poniendo caridad y disciplina de por medio.
Así pues, el primer paso es amonestarlo a solas; si escucha se habrá
salvado (cf. Mt 18,15). Pero si el intento es fallido, Jesús recomienda
hacerse acompañar de una o dos personas. Ellas deben persuadir al
“ofensor” de la gravedad de su pecado y de la incongruencia de su
obstinación. De este modo, la corrección de varios creyentes subraya al
hermano la objetividad de su falta y el deseo de que él vuelva al camino
del bien.
Pero si ni a ellos les hace caso hay que decirlo a toda la comunidad.
¿Por qué? Porque el pecado de un miembro concierne a toda la Iglesia.
En efecto, la comunidad cristiana local, que es parte de la única Iglesia
fundada por Cristo (cf. Mt 16,18), tiene el derecho y el deber de cuidar
fraternalmente de todos sus miembros. Y cuando sea el caso, ella deberá
pronunciarse sobre la incongruencia de vida de los bautizados.

2. La obstinación del hermano


Si a pesar de estos esfuerzos el prójimo se obstina en su pecado,
Jesús nos dice: “sea para ti como el pagano y el publicano” (Mt 18,17c).
¿Por qué? Porque el que no escucha la corrección de la Iglesia se excluye
automáticamente de ella. En el fondo esto significa que el hermano ha
renunciado a vivir según la voluntad de Dios expresada en la voz de la
Iglesia.
La verdad, es muy triste que alguien llegue a este punto. Este caso
pone en evidencia lo difícil que es lograr la conversión del pecador y, por
eso, hoy el salmista nos invita a decir: “Señor que no seamos sordos a tu
voz” (cfr. Sal 94,7).
Notemos que se trata de un hermano que ha ofendido gravemente
al prójimo y que no tiene la mínima intención de disculparse. Si
reconociera su atropello y ofreciera disculpas, habría para él un mar de
misericordia.
Pero no olvidemos que la Misericordia de Dios no suple la
responsabilidad personal. Para ser perdonado, el pecador tiene que
reconocer su error y enmendarse de su falta, a tenor de lo que dice San
Atanasio: “lo que no es reconocido no es salvado”.

3. La corrección fraterna en tiempos de permisividad


En nuestros tiempos encontramos muchos casos de obstinación
como el que nos ocupa, debido a la atmósfera de permisividad y
autosuficiencia, que impera en nuestros ambientes.
En efecto, muchos creyentes se dan permiso hacer un poco de todo
y piensan que nadie debiera cuestionar sus acciones ni corregirlos: vive
tu vida y déjame vivir la mía, sería su ideal.
Sin embargo, la fe cristiana excluye dejar al hermano abandonado
en su error y nos exige hacer nuestra la actitud del buen Pastor, que busca
a la oveja perdida hasta encontrarla.
En este sentido, hoy el profeta Ezequiel afirma: “Si yo pronuncio
sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo
amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su
culpa, pero yo te pediré cuenta de su vida” (Ez 33,9). Este es también el
sentido de las palabras que Dios dirigió a Caín cuando le preguntó por el
paradero de su hermano Abel: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9).
Si nos damos cuenta, la recomendación que da Jesús para un caso
de obstinación: “sea para ti como el pagano y el publicano”, más que una
excomunión es otra medida para buscar la conversión del pecador, pues
esta indicación está unida al propósito de orar por él y ser escuchados por
el Padre: “donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy en medio
de ellos” (Mt 18,20).
¡Qué grande dicha ser parte de la Iglesia donde todos tienen el
deber de procurar nuestra salud espiritual! Pero también ¡qué grande
responsabilidad ser miembro de la Iglesia y tener el deber de velar por la
salvación de todos! Esta es la vocación materna de la Iglesia. Esta es la
vocación de todos los bautizados.
A la luz de estas reflexiones, la corrección fraterna no debiera ser
vista como la parte incómoda del cristianismo, sino como la oportunidad
de encontrar a Cristo en el prójimo y de vivir el mandamiento principal,
pues “el que ama a su prójimo ya ha cumplido toda la ley” (Rom 13,8).
Pidamos a nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de la Virgen de
la Caridad, que nos conceda fe y humildad para aceptar toda corrección
fraterna como venida de Dios, pero también valor y caridad para corregir
a nuestros hermanos y hacer de la Iglesia de Cristo una verdadera
comunidad reconciliada y reconciliadora.
¡Que así sea!

Ray Muñoz / BasilicadeNuestraSeñoradelaCaridad

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