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CURRICULUM BASURA

Jaume Martínez Bonafé1

En: Cuadernos de Pedagogía nº 409, febrero 2011, p. 9

Hay canciones que son un bodrio, portadas de revistas del corazón que parecen escritas con el
pene, o programas de televisión vomitivos. Hay declaraciones de futbolistas famosos del
mismo nivel cultural que los zapatos acharolados de una tal Belén Esteban. Hay comida basura
que es cultura basura como hay prácticas culturales que parecen alimentos para los cerdos.
Hay declaraciones de políticos que parecen hechas por toreros y declaraciones de toreros que
parecen las de un asesor de la Iglesia Adventista del Noveno día. Y así sucesivamente.

Ustedes me dirán: ¿y qué tiene que ver esto con la pedagogía? Me dirán que sí, que el otro día
vieron un programa en la televisión a la hora de la cena y luego no podían dormir, y que le
pillaron a su hija adolescente una revista para adolescentes que era pura pornografía
disfrazada de declaraciones de famosos. Pero, ¿qué tiene que ver esto con la pedagogía?

Mi propuesta es que pensemos estas prácticas sociales y culturales como curriculum, es decir,
como programas, dispositivos y artefactos de producción de identidad; y que tomemos
conciencia que hay un curriculum basura productor de identidades basura. Podemos continuar
encerrados en el aula, envueltos en el aura descolorida de saber fragmentado y pertrechados
de un libro de texto que pretende encerrar en un par de kilos un conocimiento liofilizado (me
he entretenido con la definición de liofilización en Wikipedia y me ha parecido una divertida
metáfora de la pedagogía escolástica). Podemos continuar así, digo, pero mientras tanto otras
formas de cultura y representación, de textualidad y selección de lo socialmente relevante,
otros discursos de experiencia y subjetivación, vienen a ocupar y disputar el deseo y la
producción de subjetividad. La pedagogía está también en la calle y la educación escolar no
puede ignorar por más tiempo ese otro curriculum. La escuela debe enseñar a interpretar la
vida y proveer de herramientas para reciclar su inmundicia. Pero leer la vida es un infinitivo
presente y una posibilidad de futuro; nunca el pretérito cadáver cortadito en lonchas y
guardado en un congelador que es hoy el curriculum escolar.

1
Profesor del Departamento de Didáctica y Organización Escolar. Universitat de València

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