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Viaje de descubrimiento

Derek Thomas

Impreso ISBN 978-1-946584-09-0

ePub ISBN 978-1-946584-43-4

Mobi ISBN 978-1-946584-42-7

Publicado en ©2017 por Proyecto Nehemías,


170 Kevina Road, Ellensburg WA 98926
www.proyectonehemias.org

Traducido del libro A Voyage of Discovery


©2017 por Derek Thomas, publicado por Evangelical Press.

A menos que se indique algo distinto, las citas bíblicas están tomadas de La Santa Biblia, Nueva
Versión Internacional ©1986, 1999, 2015 por Biblica, Inc.

Las citas bíblicas marcadas con RVC están tomadas de La Santa Biblia, Versión Reina Valera
Contemporánea ©2009, 2011 por Sociedades Bíblicas Unidas.

Las citas bíblicas marcadas con RV95 están tomadas de La Santa Biblia, Reina-Valera ©1995 por
Sociedades Bíblicas Unidas.

Las citas bíblicas marcadas con NTV están tomadas de La Santa Biblia, Nueva Traducción
Viviente ©Tyndale House Foundation, 2010. Todos los derechos reservados.

Las citas bíblicas marcadas con NBLH están tomadas de la Nueva Biblia Latinoamericana de
Hoy ©2005 por The Lockman Foundation.

La transformación a libro digital de este título fue realizada por Nord Compo.
A

Ligon y Anne Duncan

Con gratitud por la pasada década de ministerio juntos


CONTENIDO

Reconocimientos

Prólogo

Prefacio

Introducción

Día 1 - Un hombre piadoso en un mundo impío

Día 2 - Necesidad de ayuda

Día 3 - Jerusalén

Día 4 - Ojos correctos

Día 5 - Si Dios es por nosotros…

Día 6 - Rodeados

Día 7 - Lágrimas santas y risa santa

Day 8 - Edificación duradera

Día 9 - Bendice esta casa

Día 10 - El Señor es justo

Día 11 - Desde lo profundo

Día 12 - Un alma satisfecha

Día 13 - Yo canto de la misericordia del pacto…

Día 14 - Cuando el agua y el aceite se mezclan

Día 15 - La bendición

Notas
Reconocimientos

“Sean agradecidos”, nos insta Pablo (Col 3:15), y aquí corresponde decir algunas palabras de
reconocimiento por la ayuda de otros. Ningún libro está exento de errores de gramática y estilo
en su primer borrador (¡es decir, al menos ningún libro mío!), y agradezco la aguda visión de mi
Becario Thornwell, Marshall Brown, y mi secretaria, Ruth Benett, por sus alegres esfuerzos en mi
favor. Cabe mencionar a aquellos que emplean a estas buenas personas (¡y a mí!): el Seminario
Teológico Reformado. Estoy profundamente agradecido por la amistad que me brindan mis
colegas y el apoyo de la administración del seminario que proporciona el tiempo y el incentivo
para escribir.
EP Books ha publicado varios de mis libros y estoy agradecido con ellos por su entusiasmo
respecto a esta ofrenda. Deseo agradecer en particular a Sue Holmes por sus extraordinarias
habilidades como editora.
Solo he llegado a conocer personalmente a Don Whitney en los últimos años, pero
compartimos una carga común por la “formación espiritual”. Debido a su conocida pericia en
esta área, sus gentiles palabras de respaldo en la portada de esta edición me dan el incentivo de
que voy por buen camino. Sinclair Ferguson ha sido mi amigo y mentor por más de treinta años,
y aprecio profunda y humildemente su disposición a asociarse con estas mis palabras. El
ministerio del Dr. Ferguson a ambos lados del Atlántico es elogiado con justicia, y considero un
especial honor que él aceptara escribir el prólogo.
¿Qué sería de mí sin mi familia? A mi esposa, Rosemary, y mis dos hijos, Ellen y Owen, les
ofrezco un extendido “abrazo” de gratitud y amor. Junto con mi amoroso Señor, ustedes son las
luces de mi vida.
Estas páginas fueron entregadas originalmente en forma de sermones en la hora de oración y
estudio bíblico de mitad de semana en la Primera Iglesia Presbiteriana de Jackson, Mississippi,
donde ahora sirvo como Ministro de Enseñanza. Estoy profundamente agradecido con la
paciente gente de “La Primera”, especialmente con el ministro principal, el Dr. Ligon Duncan.
Ligon es tanto mi jefe como mi amigo personal, y servir con él en esta bella e histórica iglesia ha
sido el mayor honor de mi vida. A Ligon y su querida esposa, Anne, les dedico este libro.
Prólogo

H ace algún tiempo me encontré con un conocido al que no veía hacía varias semanas. De
inmediato fue obvio que había bajado de peso y lucía una figura mucho mejor. Cuando le
comenté al respecto, respondió con entusiasmo: “Sí, he estado siguiendo una dieta diseñada por
la Clínica Mayo”. Al continuar la conversación, resultó que la dieta abarcaba un periodo de dos
semanas y le proporcionaba un disciplinado fundamento para que tuviera mejor salud en el
futuro. Ese, desde luego, es —o debe ser— el sentido de una dieta: proporcionar una
reestructuración básica de los hábitos que, si se mantiene, mejorará la salud, el bienestar, y
nuestro rendimiento general. En este caso, al parecer había sido muy exitosa, como uno esperaría
de una dieta cuidadosamente investigada y probada por un hospital de renombre internacional.
En este libro, Thomas Derek nos proporciona el equivalente espiritual de la Dieta de la
Clínica Mayo. En estas páginas encontrarás un programa de dos semanas cuidadosamente
investigado, diseñado para ayudarte a reconfigurar y redisciplinar un tiempo diario de estudio
bíblico, meditación y oración.
Tendemos a confiar en programas tales como la Dieta de la Clínica Mayo porque sabemos
que han sido elaborados por médicos confiables y han sido probados. Aquí ocurre lo mismo.
Derek Thomas es un confiable, ampliamente respetado y experimentado estudiante de la
Escritura y la vida espiritual, pastor de las ovejas de Cristo, académico, teólogo, y maestro de
estudiantes de teología. Así que aquí tienen un médico del alma en quien podemos confiar que
nos brinde orientación confiable y sólida sabiduría bíblica.
Pero, más que eso, el programa básico que aquí nos prescribe el Dr. Thomas —los Cánticos
Graduales, Salmos 120-134— ha pasado por la más rigurosa prueba de campo. Él mismo lo ha
probado. Además, ha recibido el uso más riguroso de parte de innumerables creyentes a lo largo
de tres milenios.
Por sobre todo, este programa fue probado por el “iniciador… de nuestra fe” (Heb 12:2),
Jesús mismo. Él debió cantarlos desde los doce años, ya fuera camino a Jerusalén, o durante los
días que estuvo allí, haciendo preguntas en el templo, asombrando a los eruditos judíos con su
conocimiento del Señor y su Palabra. Me parece que la manera en que el Dr. Lucas registra ese
acontecimiento refleja las maravillosas palabras del Salmo 27:4 y 8:
Una sola cosa le pido al Señor,
y es lo único que persigo:
habitar en la casa del Señor
todos los días de mi vida,
para contemplar la hermosura del Señor
y recrearme en su templo…
El corazón me dice: “¡Busca su rostro!”.
Y yo, Señor, tu rostro busco.

Esta es, pues, una invitación a pasar dos semanas en un ejercicio espiritual que le ha traído
innumerables bendiciones al pueblo de Dios en cada época, y uno que el mismísimo Señor Jesús
comprobó y encontró plenamente confiable. Al igual que la Dieta de la Clínica Mayo, el ejercicio
requiere compromiso; implica disciplina; incluso puede haber algo de dolor. Pero de esto puedes
estar seguro, si se me permite parafrasear un poco al apóstol Pablo: si bien el apetito, la disciplina
y el entrenamiento de la Dieta de la Clínica Mayo tiene cierto valor, este entrenamiento espiritual
ayudará a reconfigurar toda tu vida y traerá beneficios abundantes y duraderos.

Sinclair B. Ferguson
Glasgow
Julio 2001
Prefacio

L a gente de EP Books me ha pedido gentilmente que “revise” este libro, anteriormente


titulado Making the Most of Your Devotional Life, y publicado por primera vez hace casi una
década. He aceptado con gusto, en parte porque sigo apreciando estos salmos (Salmos
Graduales) que expresan en gran medida lo que constituye nuestra peregrinación, y en parte
porque me da la oportunidad de renovarlo un poco. De partida, en esta edición he cambiado la
versión bíblica en inglés a la English Standard Version (ESV), por representar lo mejor del trabajo
académico contemporáneo y la fidelidad al texto de la Escritura. He modificado el texto aquí o
allá, acortando algunas oraciones a la luz de las actuales tendencias a la prosa más concisa, y
reescribiendo algunas secciones que ahora parecen menos claras que hace una década.
Desde que escribí estos capítulos, Alec Motyer —uno de los más brillantes estudiosos del
Antiguo Testamento en el mundo hoy en día— ha publicado su propio comentario sobre estos
salmos, Journey: Psalms for Pilgrim People (Viaje: salmos para peregrinos) 1. La idea de un viaje,
desde luego, se sugiere a partir de la teoría de que estos Salmos Graduales fueron recopilados
para proveer material que reflejara el viaje (peregrinaje) que hacía el pueblo de Dios cuando
“subía” a Jerusalén para observar las Fiestas del Señor. El “viaje” como representación de la vida
cristiana es pertinente; pensemos, por ejemplo, en que a los cristianos de la iglesia primitiva se les
denominaba seguidores del “Camino” (Hch 19:9; 19:23; 22:4; 24:14;24:22); o el clásico
tratamiento de John Bunyan de la vida cristiana, El progreso del peregrino. Por este motivo, le di
un nuevo título a esta edición actualizada: Viaje de descubrimiento: los altos y bajos de la vida
cristiana. En los Salmos Graduales, descubrimos tanto la profundidad como la altura de los
caminos de Dios con nosotros; desde la “angustia” del primer salmo (Sal 120:1), a la bendición
del Señor para su pueblo en el último (Sal 134:3). La vida cristiana es así: tiene sus altibajos, sus
momentos de amargura y gozo, tristeza y júbilo.
La edición original de este libro estaba dedicada a Ligon y Anne Duncan. Una década
después, sigo siendo bendecido por trabajar junto a Ligon en la Primera Iglesia Presbiteriana. No
puedo ni comenzar a describir lo que esto significa para mí en cuanto a bendiciones. Basta con
decir que ha sido el episodio más privilegiado de mi vida: una aventura; no, ¡una montaña rusa!
A ellos les dedico esta última edición con gratitud de todo corazón.
Derek W. H. Thomas
Jackson, Mississippi
Marzo de 2011
Introducción

L a espiritualidad se ha vuelto popular últimamente, y no solo en los círculos cristianos.


Desde Viaje a las estrellas a las telenovelas en horario estelar, la espiritualidad ya no apaga el
interés. En esta época posmoderna, nadie se siente amenazado por la religión personal de otro
individuo.
Este moderno aprecio por la espiritualidad, ¿es algo que debemos recibir con agrado? ¿Es
una señal de que, a fin de cuentas, nuestra época es profundamente religiosa y está volviendo a
Dios? Es religiosa, efectivamente, como ha sido cualquier época (ya sea que lo haya sabido o
no). Pero, junto con cualquier otra explicación, a menudo es una expresión de la idolatría del ser
humano. Abraham Kuyper, en las Stone Lectures que impartió en Princeton en 1898, tenía razón
cuando sugería que el contraste fundamental siempre ha sido, sigue siendo, y será hasta el final,
cristianismo o paganismo, los ídolos o el Dios viviente.
La espiritualidad, como todo lo demás, tiene que ser evaluada a la luz de la Escritura, lo que
Dios ha escrito. La espiritualidad que no está en conformidad con la Biblia es meramente una
expresión que revela que el corazón humano está perdido y necesita hallar plenitud en la
salvación bíblica. Para citar las conocidas palabras de Agustín: “Nos creaste, Señor, para ti; y
nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” 2.
Este libro tiene como propósito retratar la espiritualidad bíblica tal como la expresan los
creyentes en el Dios de la Biblia. Comprende una colección de quince salmos adecuadamente
agrupados en el canon hebreo. Todos los salmos de esta colección, del 120 al 134, tienen el
mismo título: “Cántico gradual” o “Cántico de los peregrinos”. Se han planteado varias teorías
para explicar este hecho. Algunos han observado que los salmos tienen rasgos poéticos que
funcionan casi como “escalones” que suben de un pensamiento a otro. Otra postura observa que
la palabra “gradual” tiene relación con el verbo hebreo “subir”, que se usa en Esdras 2:1, por
ejemplo, respecto a los exiliados que suben a Jerusalén. Esto ha dado pie a la idea de que estos
salmos fueron cantados por los exiliados judíos en su regreso desde Babilonia a su patria. Tres de
estos salmos se atribuyen a David (122, 124, 133), uno a Salomón (127), pero el resto no se
atribuye a ningún autor y pueden datar de tiempos muy posteriores en la historia del Antiguo
Testamento.
Una postura más general indica que estos salmos no fueron cantados por los exiliados sino
por los judíos de la diáspora cuando se dirigían a Jerusalén para asistir a las distintas festividades
obligatorias, tales como la Pascua (marzo/abril), Pentecostés (mayo/junio), o el Día de la
Expiación (septiembre/ octubre). Cientos, posiblemente miles de personas viajaban juntas a
Jerusalén en estas ocasiones, en una procesión que crecía a medida que pasaban a través de los
distintos pueblos y aldeas antes de llegar a la ciudad misma. Es interesante pensar que, mientras
iban viajando, ellos cantaban estos salmos, que proveían alimento para la meditación a medida
que avanzaban. Antes de que se compilara el Salterio tal como lo tenemos ahora, esta colección
de salmos pudo haber existido como un “himnario” especial creado para una “ocasión especial”.
Otra postura sugiere que estos salmos pudieron haber sido cantados en los quince escalones
que llevaban desde un atrio del templo a otro (la palabra “gradual” se usa para “escalones” o
“gradas” en Éx 20:26 y 1R 10:19; comparar con Neh 3:15; 12:37). Se sugiere que el “ascenso”
se debe entender en un sentido espiritual; el propósito de estos salmos es transmitir un programa
de quince pasos de progreso meditativo y espiritual de un grado a otro. Parte del movimiento se
discierne de inmediato en ellos, y pueden funcionar fácilmente como guías para el crecimiento y
la madurez en la fe. La persona “espiritual” (1Co 2:15), como la llama Pablo, necesita alimento
espiritual. Eso precisamente hacen estos salmos.
La tradición cristiana ofrece muchos ejemplos de intentos similares de recargar baterías
cuando el nivel de energía amenaza con agotarse. Desde escritos tales como las Confesiones de
Agustín, el Monologion de Anselmo de Canterbury, Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola,
o los escritos principales del prior de la Cartuja, Guigo II, Scala claustralium 3, abundan las obras
que ofrecen la renovación espiritual a través de una intensa reflexión sobre la doctrina y/o la
experiencia cristiana. En nuestra propia época, El conocimiento del Dios santo, de James I.
Packer, si bien no fue escrito con este propósito, no obstante, ha sido usado precisamente de ese
modo con considerable provecho.
Ignacio de Loyola es un ejemplo interesante. Probablemente él sea uno de los escritores
espirituales más importantes del siglo XVI. Nació alrededor de 1491 en España, y sirvió
brevemente en el ejército del Duque de Nájera, solo para sufrir una herida en una pierna que lo
obligó a pasar un largo periodo de convalecencia en el castillo de Loyola. Allí leyó La vida de
Cristo, de Ludolfo de Sajonia, que proyecta imaginativamente al lector hacia la vida de Jesús de
Nazaret. El libro provocó en Loyola el deseo de una reforma en su propia vida. Su procedimiento
de reforma incluyó un peregrinaje a Jerusalén. Durante este viaje, Loyola escribió Ejercicios
espirituales, donde sugiere un periodo de cuatro semanas en las que el lector estudia y medita
sobre doctrinas tales como el pecado, la vida de Cristo, la muerte de Cristo, y la resurrección.

Si existe una consideración más aleccionadora que cualquier otra para un creyente con
mentalidad espiritual, es que, después de todo lo que Dios ha hecho por él; después de
las abundantes demostraciones de su gracia, la paciencia y la ternura de sus
instrucciones, la reiterada disciplina de su pacto, las muestras de amor recibidas, y las
lecciones aprendidas por experiencia; con todo, aún existe en el corazón un principio,
cuya tendencia es hacia un secreto, perpetuo y alarmante alejamiento de Dios.
Octavius Winslow

Personal Declension and Revival of Religion in the Soul 4.

Libros tales como Ejercicios espirituales de Loyola suelen contener elementos objetables.
Obras similares diseñadas para integrar a los cristianos decaídos en “la vida más profunda”
contienen doctrina que no es lo bastante ortodoxa ni clara; a veces las meditaciones son místicas
en el sentido de ser esotéricas y buscar experiencias a expensas de la verdad. La escritura de tales
obras a través de la historia de la iglesia es un testimonio de que un proceso estructurado de
autoevaluación y reflexión espiritual ha resultado provechoso para restaurar una comunión más
cercana con Dios.
Consideremos, por ejemplo, los himnos cristianos. Muchos cristianos han descubierto que
meditar en himnos conocidos conlleva un beneficio particular y distintivo para la vida espiritual.
Muchos himnos (¡y salmos también!) tratanespecíficamente lo que Richard Baxter llamó “las
enfermedades y achaques del alma”. Son especialmente útiles para abordar las causas del
deterioro espiritual.
Los Salmos Graduales funcionan de un modo muy similar. Ya sea que haya algo de verdad
en las diversas teorías acerca de su recopilación, estos salmos efectivamente parecen poseer una
particular cualidad que insta al lector a avanzar y a subir, desde las angustias de Mésec (Sal
120:5) a la belleza y las alturas de la adoración en Jerusalén (Sal 122:2) y el gozo de la presencia
de Dios (Sal 134). A lo largo del camino, descubrimos que contemplan los peligros mientras
ascienden a las colinas de Sión (Sal 121). Más adelante, al contemplar la belleza de Jerusalén, el
escritor del Salmo 125 prorrumpe en una canción de seguridad:

Los que confían en el Señor son como el monte Sión,


que jamás será conmovido, que permanecerá para siempre
(Sal 125:1).

En el siguiente salmo de la serie lo encontramos recordando el poder demostrado en la


liberación de la cautividad que habían experimentado:

Ahora, Señor, haz volver a nuestros cautivos


como haces volver los arroyos del desierto.
El que con lágrimas siembra,
con regocijo cosecha
(Sal 126:4-5).

Tal como se puede discernir un progreso geográfico, así también hay valiosas lecciones que
aprender: lecciones acerca del sufrimiento y su lugar en el peregrinaje que conduce a la ciudad
eterna:

Sobre la espalda me pasaron el arado,


abriéndome en ella profundos surcos
(Sal 129:3).

El sufrimiento se vuelve aún más profundo:

A ti, Señor, elevo mi clamor


desde las profundidades del abismo.
Escucha, Señor, mi voz.
Estén atentos tus oídos a mi voz suplicante
(Sal. 130:1-2).

El aprendizaje de estas lecciones está muy próximo a lo que aludía Pablo cuando escribió
que “participamos abundantemente en los sufrimientos de Cristo” (2Co 1:5). La participación en
estos sufrimientos (1P 4:13) está en el centro de nuestro peregrinaje al cielo. Calvino escribió a
modo de comentario sobre un pasaje similar en 1 Pedro: “La iglesia de Cristo ha sido constituida
desde el principio de manera tal que la cruz ha sido el camino a la victoria, y la muerte un pasaje
a la vida” 5 . El secreto que debemos aprender es “esperar al Señor” (Sal 130:5).
Uno de mis objetivos al escribir este libro es proveerles a los cristianos una
guíadistintivamente reformada a la espiritualidad, un libro que, por un lado, distingala
espiritualidad del misticismo, y, por otro lado, las teologías ambiguas y eclécticas. La iglesia no
solo necesita una renovación de la espiritualidad, sino una espiritualidad reformada y bíblica.
¿Pero qué es eso? ¿Podemos identificar la espiritualidad reformada como algo distinto a la
espiritualidad en general? ¡Sí, podemos! De partida, las cualidades que identifican y distinguen la
fe reformada en general son igualmente válidas como distintivos en el ámbito de la piedad y la
devoción. ¿Cuáles son esas cualidades? Son muchas, pero cinco en particular configuran el
carácter esencial de la espiritualidad bíblica.
Primero, la espiritualidad debe ser completamente teocéntrica. Si Dios —es decir, el Dios
que se revela en la Biblia— no está en el centro de nuestra espiritualidad, entonces lo que
tenemos es un híbrido. Esto significa, en efecto, lo siguiente: debemos considerarnos
naturalmente corruptos, sin interés en las cosas verdaderas, e inclinados a aquello que desvirtúa y
oscurece al verdadero Dios. La mente humana es una continua fábrica de ídolos, planteó
Calvino, y tenía razón 6. Por naturaleza somos totalmente depravados, tan adaptados a los
caminos pecaminosos que solo un renacimiento soberano “desde arriba” —para citar las palabras
de Jesús a Nicodemo (Jn 3:31)— puede encaminarnos en una dirección distinta. Lo que
necesitamos es ser convertidos en “una nueva creación” (2Co 5:17), ser levantados de la muerte
espiritual a la vida espiritual y la resurrección, en unión con Jesucristo (Ro 6:4-11; Ef 2:1-10).
Esto nos libera de nuestro pasado, de manera que lo que ahora somos “en Cristo” es radicalmente
distinto a lo que éramos antes “en Adán”. Esta obra soberana de Dios en la conversión constituye
el primer principio de lo que podemos llamar una visión reformada de la espiritualidad.
Para ser teocéntrico es necesario ser trinitario. Dios es tres personas y Dios es un solo Señor.
Mantener esta cualidad de “tres en uno” a la vista nos mantendrá en el centro de la revelación
que Dios hace de sí mismo. ¡La Trinidad no es algún artilugio urdido por la iglesia en
Constantinopla con el fin de ofuscar la mente de todos de ahí en adelante! De hecho, es el
cuidadoso pronunciamiento de los descubrimientos de la iglesia a medida que examina el
testimonio en múltiples niveles de la Escritura acerca del ser de Dios. Para citar a Hilario de
Poitiers, del siglo IV: “Solo Dios es un testigo idóneo de sí mismo”, y en este caso, su testimonio
es de tres personas en un Dios. Necesitaremos el testimonio de la Escritura para las tres personas,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, a fin de conseguir una espiritualidad bien fundada. Al mismo
tiempo, cualquier desviación hacia el politeísmo nos condenará.
En segundo lugar, la espiritualidad debe estar basada en la Biblia y ser guiada por la Biblia.
La expresión sola Scriptura, uno de los lemas de la Reforma, insistirá en que en la espiritualidad,
como en cualquier otra cosa, la Biblia debe definir y controlar. Dios nos da a conocer su
voluntad por medio de su Palabra leída, explicada y entendida. Pablo podía decir acerca de la
Escritura inspirada por Dios que ella es “útil para enseñar, para reprender, para corregir y para
instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena
obra” (2Ti 3:16-17). Una de estas “buenas obras” es el cultivo de la vida y la vitalidad espiritual,
y aquí la Escritura debe informar, motivar, alentar y modelar. Esto significará, en el nivel más
básico, que los cristianos que desean la renovación espiritual deben, para citar a Cranmer, “leer,
marcar, aprender y asimilar internamente” lo que la Biblia tiene que decir.
El “momento de quietud” puede desvirtuarse fácilmente y convertirse en algo individualista
y subjetivo, ignorando así las demás dimensiones de la vida y la responsabilidad corporativas. La
lectura de los Salmos Graduales, con su persistente atmósfera de vida comunitaria, corregirá en
buena medida este problema. Pero, como suele ocurrir, el hecho de que exista una desvirtuación
no significa que la cosa sea mala en sí misma. Realmente necesitamos pasar tiempo a solas con
Dios y su Palabra. Una espiritualidad que falla en poner la Biblia (es decir, la lectura y el estudio
de la Biblia) en el centro mismo falla en apreciar la manera en que Dios nos habla. Nunca se
puede lograr el crecimiento en la gracia sin someterse seriamente a las Escrituras ni experimentar
el dolor de su efecto correctivo y transformador sobre la totalidad de nuestra vida.
Tercero, la espiritualidad debe ser bíblicamente realista; realista en cuanto a lo que se puede
y lo que no se puede alcanzar en este mundo en lo que respecta a nuestra conformidad a Cristo y
su imagen. Esto es lo que generalmente se denomina santificación. ¿Realista? Sí, porque en esta
área abunda la irrealidad. Es vital para nuestra cosmovisión como cristianos reconocer que
vivimos en un campo de batalla, rodeados por dentro y por fuera de enemigos implacables
empeñados en destruirnos.
Aquí es vital la parte final de Romanos 7. Tenemos que considerarnos involucrados en una
guerra donde no se puede obtener la victoria total mientras no lleguemos a la gloria. La veracidad
nos obliga reconocer que, a medida que progresamos, a menudo también perdemos terreno: la
lucha contra el mundo en el exterior, la carne en el interior, y contra el diablo que manipula los
dos anteriores para truncar nuestro progreso. Cualquier presunción de haberlo “alcanzado” será
considerada como un puro disparate. Será importante también un realismo acerca de qué o
quiénes somos: ¡que Romanos 7 sigue a Romanos 6! Eso significa entender que estamos muertos
al pecado y vivos en Cristo; que hemos sido sepultados y levantados a una nueva vida en Cristo.
Así como el proceso se verá obstaculizado, también se verá incentivado al recordar que
estamos “en Cristo” en el sentido de que hemos sido espiritualmente levantados de los muertos
para unirnos al mismísimo Señor Jesús resucitado y ascendido. Esta verdad nos brindará una
plataforma donde progresar en la santificación porque ahora podemos hacerlo. Ya no estamos
“en Adán”, obstaculizados por la incapacidad espiritual; estamos “en Cristo” potenciados por el
Espíritu Santo. Esta es la lógica ineludible de Romanos 8:10-14, donde Pablo razona que, a)
estamos en Cristo (o que Cristo está en nosotros); b) en nosotros habita el mismo Espíritu que
habitó en Cristo; y c) tenemos la obligación de mortificar el pecado y vestirnos de las virtudes
que reflejan la semejanza de Cristo. Esto nos protegerá, por una parte, de una visión antinomiana
y perezosa de la santificación, y por otra, de una visión psicológicamente paralizante de una
justicia inalcanzable.
Cuarto, la espiritualidad debe tener un doble enfoque; es decir, debe enfocarse tanto en este
mundo como en el venidero. Debe tener un doble enfoque por causa del peligro de un pietismo
que pasa por alto o niega la importancia de la vida vivida en este mundo, y por causa del peligro
igualmente importante de pasar por alto el enfoque de todo lo que se vive aquí, en cuanto
preparación para el mundo venidero. La espiritualidad reformada se preocupa de preparar las
almas para llevar vidas útiles y productivas en este mundo, apreciando todo lo que Dios concede
en común con todos los demás que viven en la tierra.
El apreciar la mano creadora y sustentadora de Dios en todas las cosas, que “toda buena
dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre” (Stg 1:17), asegurará que
no abandonemos nuestra vocación de ser “sal” y “luz” en este mundo (Mt 5:13-14). Asimismo,
recordar que en este mundo “no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos la ciudad
venidera” (Heb 13:14), es el enfoque básico del cristianismo del Nuevo Testamento. Esto no es
— como se cataloga tan a menudo que resulta irritante— pietista, como si “vivir cada día como si
fuera el último”, como expresa Thomas Ken, de algún modo fuera una equivocación. Más bien
así es como debería ser. Debemos vivir, como le dijo un Canciller puritano a su aterrado alumno,
como los que están “listos para morir”. Una espiritualidad que no nos prepara para el cielo no
tiene mérito alguno.
Quinto, la espiritualidad debe involucrar un esfuerzo de parte nuestra así como el poder de
parte de Dios. La relación entre soberanía y responsabilidad dentro de las expresiones reformadas
de Cristianismo a veces ha sido problemática; se ha enfatizado una u otra en desmedro de la otra
o negándola. El quitarle importancia a la necesidad del esfuerzo de parte nuestra conduce a la
pasividad. El resultado de ello son las perspectivas de la santificación y el crecimiento en la
gracia que se alcanzan por absorción más bien que por esfuerzo. Actualmente existen
perspectivas de la meditación en boga que están muy próximas a dicha postura.
La espiritualidad reformada no dudará en aplicar el tercer uso de la ley según Calvino: que
debemos ser motivados e impulsados a buscar a Dios con todo el corazón, la mente y las fuerzas,
porque Dios lo dice. Somos culpables si no lo hacemos. Asimismo, necesitamos la potenciación
del Espíritu Santo para hacerlo. Y aquí la espiritualidad tendrá en consideración las distintas
condiciones posibles del alma en relación con Dios. Algunos tienen buena salud y otros se han
vuelto atrás —para usar una expresión de Jeremías (Jer 15:6). En cualquier caso (y todo lo que
hay en medio en el espectro del diagnóstico espiritual), el Espíritu Santo debe venir y
capacitarnos para hacer aquellas cosas que promueven y profundizan nuestra relación con Dios.
“Si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán” (Ro 8:13). Somos
nosotros los que tenemos que mortificar el pecado; pero al mismo tiempo, es “por medio del
Espíritu”. El hecho de clamar a Dios para que nos ayude de ninguna manera disminuye nuestra
responsabilidad. Pero sí nos protege de un legalismo que se arroga los triunfos personales, por
una parte, y por otra, de una mente fracturada que se frustra por lo imposible.
Estos Salmos Graduales siguen proveyendo instrucción espiritual para los viajeros cansados.
Sus lecciones poseen una calidad intemporal. Hace veinte años, Eugene Peterson escribió un
libro acerca de estos salmos que tituló A Long Obedience in the Same Direction 7 (Una larga
obediencia en la misma dirección). En mi libro yo he intentado abordar los salmos desde un
punto de vista distinto, aunque la intención general de ambos títulos es el mismo: promover una
visión bíblica del discipulado. A medida que examinamos estos salmos uno por uno, su fuerza
acumulativa puede cambiar la vida y reformarla. Ellos apuntan en dirección opuesta a la
introspección y el egocentrismo, hacia el Dios de Sión cuya gloria debe consumir nuestra visión.
En el juego del golf, una lección esencial es mantener la mirada en la bola. Aquí una falla
trae resultados trágicos y bochornosos. Asimismo, en estos salmos la lección es mantener la
mirada en el Señor y su gloria (ver Heb 12:2). Si se toma un salmo al día, ellos nos proveen poco
más de dos semanas para ponernos en forma.
¡Dos semanas! Desde la oscuridad de Cedar en el primer salmo (120:5; Cedar significa
“negro”), somos conducidos a una noche completamente distinta de adoración en el templo en el
último salmo (134:1).

¡Dos semanas! Es una meta que vale la pena.

Cada día dedicaremos tiempo a uno de estos salmos. Lee el salmo, ora a través de él, toma
nota de lo que creas que Dios podría estar enseñándote. Mientras lees el capítulo para cada día,
lleva un registro en un diario. Donald Whitney ha escrito:

Un diario es uno de los mejores lugares donde registrar tu progreso en las Disciplinas
Espirituales y para hacerte responsable de tus objetivos… 8

Al final de cada capítulo he incluido algunas preguntas para “remover las aguas”, por así
decirlo. No hay reglas estrictas, salvo la necesidad de honestidad. Escribir la manera en que
respondemos a la enseñanza de Dios puede remover los afectos como nada más puede hacerlo.
Así que ahí está el bosquejo del desafío que te traigo.

¿Quieres acompañarme en la búsqueda?


Salmo 120
Cántico de los peregrinos

1
En mi angustia invoqué al Señor,
y él me respondió.
2
Señor, líbrame de los labios mentirosos
y de las lenguas embusteras.

3
¡Ah, lengua embustera!
¿Qué se te habrá de dar?
¿Qué se te habrá de añadir?
4
¡Puntiagudas flechas de guerrero,
con ardientes brasas de retama!

5
¡Ay de mí, que soy extranjero en Mésec,
que he acampado entre las tiendas de Cedar!
6
¡Ya es mucho el tiempo que he acampado
entre los que aborrecen la paz!
7
Yo amo la paz,
pero si hablo de paz, ellos hablan de guerra.
DÍA 1

Un hombre piadoso en un mundo impío

➢ Comienza leyendo el Salmo 120.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 120

E l hogar es donde está el corazón. Así reza el dicho.


Hay una palabra en galés, hiraeth, que es casi imposible de traducir. Significa una intensa
añoranzadel hogar, tanto que puede causar que el sufriente se enferme. Puede haber un intenso
anhelo de los sitios familiares, sonidos y aromas de lo que la memoria llama “hogar”. Parte de
ese “anhelo del hogar” es evidente en este primer salmo gradual
Jerusalén era el “hogar” del salmista. No es que él hubiera vivido allí; más bien él anhelaba
estar allí. Es bastante probable que él hubiera hecho peregrinajes a esta ciudad cuando era
muchacho. Fue aquí donde se encontró con sus hermanos judíos con ocasión de las grandes
fiestas de Israel. Lo que es más importante, Dios mismo había hecho su “hogar” aquí al venir a
morar en el templo. Pero por algún motivo, el salmista se encuentra tan alejado de Jerusalén
como era posible estar.
Él habla de estar en dos lugares: “Mésec”, que se cree que estaba en algún lugar en el norte,
cerca del Mar Negro (en lo que hoy llamaríamos las repúblicas bálticas); y hacia el sur, “entre las
tiendas de Cedar” en el desierto árabe (v. 5). Cualquiera que sea su ubicación geográfica exacta,
emocional y espiritualmente él reside entre los paganos: se siente lejos de Dios y de la
reconfortante seguridad de la comunión cristiana. A diferencia de la sensación de gozo al
comienzo del Salmo 122, aquí el salmista está melancólico: angustiado por los días de privación
y oposición, añora que vengan días mejores. Lo ha envuelto una melancolía espiritual. Está
cantando sus penas.
De tanto en tanto, la mayoría de los creyentes se encontrarán sufriendo de depresión
espiritual. Cuando las cosas no resultan según nuestro plan, tendemos a desanimarnos. Parte de
este desasosiego se refleja en el primer verso de este salmo: aquí tenemos a un hombre en estado
de “angustia” (v. 1; ver el “ay” del v. 5). “El Espíritu Santo ha exhortado a los fieles”, escribió
Juan Calvino en un comentario sobre el Salmo 47:1-2, “a continuar aplaudiendo de gozo hasta la
venida del Redentor prometido” 9. Pero hay ocasiones cuando nos sentimos incapaces de cumplir
con este sentimiento. Si algo caracteriza a los salmos es su honestidad. Y este salmo expresa con
asombrosa franqueza cómo se siente el salmista exactamente. De esta forma, refleja
acertadamente la condición de muchos cristianos que de tanto en tanto se encuentran en
circunstancias similares.
Probablemente no haga falta decir que el Salmo 120 no es el salmo “favorito” de muchos
cristianos. En la superficie, es demasiado pesimista y sombrío; va en contra de lo que se nos
incita a esperar de nuestra fe a los cristianos modernos. Las condiciones de privación y angustia
no son centrales en las expresiones modernas del cristianismo. Se nos enseña que para nuestra fe
es esencial cantar “Soy f-e-l-i-z”. Los cristianos que demuestran seriedad, o peor aún, melancolía,
están llevando una vida espiritualmente empobrecida. Lo que ellos necesitan, se nos informa, es
un renovado bautismo del Espíritu, un despertar a lo que realmente es el cristianismo: placeres y
prosperidad puros.
Aquellos que difunden tales posturas a veces citan la Escritura para respaldar lo que dicen.
¿No enseña la Biblia que podemos esperar recibir “cien veces más ahora en este tiempo” cosas
tales como “casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y terrenos” (Mr 10:30)? Ciertamente hay
cristianos que han tomado estos versos muy literalmente, difundiendo un evangelio de salud y
prosperidad como la correcta expectativa de cada creyente, y con ello una expectativa de que los
cristianos deberían experimentar una constante sensación de gozo, el cual se define de manera
más o menos acotada como algo frívolo y exterior.
Los defensores de esta postura de la vida cristiana olvidan que Jesús añade una precaución:
¡“Con persecuciones” (Mr 10:30)! Ninguna parte de nuestra experiencia cristiana en este mundo
estará libre de sufrir de una forma u otra. Cada cristiano debe esperar recibir cosas que no quiere,
y que se le nieguen cosas que anhela. “Pérdidas y cruces”, para tomar una frase de los puritanos,
es parte de lo que nos toca, independientemente de lo avanzados que podamos estar en la
santidad. Esta fue una lección que el apóstol Pablo aprendió luego de su primer viaje misionero:
“Es necesario pasar por muchas dificultades para entrar en el reino de Dios” (Hch 14:22). Y
cuando los cristianos se encuentran contra la pared, enfrentando los “golpes y flechas de la
horrible fortuna”, es comprensible que expresen una sensación de tristeza cercana a la
desesperación. Una de las lecciones que Jesús nos enseña en su vida terrenal es que en el Huerto
de Getsemaní se acercó a la desesperación tanto como es posible sin pecar. Esa intensa gravedad
era apropiada a la ocasión, y al exhibirla, nuestro Señor permite tales sentimientos en la vida de
sus hijos. Negarlos es tanto peligroso como erróneo.
Si algo podemos decir de la Biblia, es que es totalmente franca respecto a la condición de
algunos de sus creyentes más connotados. Hay momentos cuando los mejores en el pueblo de
Dios están abatidos, cuando lo único que pueden decir es “¡ay de mí!”. Hay ocasiones cuando la
luz del rostro de Dios parece haberse escondido y el creyente cristiano tiene que caminar en la
oscuridad (Is 40:27; 49:14). El primero de estos Salmos Graduales intenta identificarse con este
malestar espiritual y ministrar a quienes lo padecen. Quizá el hecho de que la Biblia reconozca la
condición de forma tan transparenteya es de suyo alentador. Si algo nos enseña, es que quienes
se sienten así no están solos. Incluso algunos de los gigantes de Dios han conocido momentos de
angustia y desesperación. El salmista se siente lejos del Señor y toda la situación lo está
derrumbando.
La separación de Dios es algo que este salmo comparte con otros dos, el Salmo 42 y el 43.
Es la sensación de separación de Dios lo que también allí causó el abatimiento del salmista:
“Recuerdo esto y me deshago en llanto: yo solía ir con la multitud, y la conducía a la casa de
Dios. Entre voces de alegría y acciones de gracias hacíamos gran celebración” (Sal 42:4). Él
había sido uno de los cantores levíticos del templo, acostumbrado a conducir la congregación de
Israel a través de las puertas del templo en una gozosa celebración de sus grandes festividades
religiosas. Pero ahora, por algún motivo separado físicamente de Jerusalén, ya no puede
participar de aquellas jubilosas ocasiones. Añora profundamente aquello que había sido la
cúspide de su experiencia.
El salmista no está solo en estos sentimientos.
Elías conoció la depresión espiritual. Cuando enfrentó a los profetas de Baal y la ferocidad
de Acab y Jezabel, se encontró demostrando el poder del Dios de Israel mediante una exhibición
pirotécnica de fuego. El sacrificio empapado de agua se encendió apenas Elías clamó a Dios para
que mostrara su poder (1R 18:21-39). No obstante, al cabo de algunas horas, lo encontramos
sentado bajo un enebro, totalmente decaído y deseando morir (1R 19:1-19).
Jonás, en circunstancias muy distintas, huye de la voluntad revelada de Dios. En lugar de ir
a Nínive a predicar un mensaje de perdón y reconciliación, se encontró tomando un rumbo que
lo llevaría exactamente en la dirección contraria. Cuando, después de que Dios lo atrapa, Jonás
se arrepiente y hace lo que se le ordena, lo encontramos sentado bajo una calabacera y sintiendo
una profunda lástima por sí mismo. Él dice: “¡Prefiero morir que seguir viviendo!” (Jon 4:8).
Los dos discípulos en el camino a Emaús, Cleofas y su compañero (¿su esposa tal vez?), son
un buen ejemplo (Lc 24:13-27). Estos dos están haciendo el viaje de once kilómetros a Emaús
luego de haber presenciado la muerte y la sepultura de Jesucristo. Estaban decepcionados,
deprimidos, al borde de la desesperación. Todas sus esperanzas se habían caído a pedazos en los
sucesos de los dos o tres días anteriores. Ya se iban a casa, y cada paso del camino les parecía
doloroso y agotador. Incluso se veían cabizbajos (v. 17).
La vida es así; se trata de expectativas no cumplidas, repentinas providencias con
consecuencias devastadoras e inexplicables. Uno hace planes a futuro solo para ver que esos
planes se desmoronan por causa de sucesos imprevistos. “En este mundo afrontarán aflicciones”,
advirtió Jesús (Jn 16:33). Hay una guerra en la cual el cristiano se encuentra enfrentado a fuerzas
hostiles determinadas a derrumbarlo. Las bajas de esta batalla son los “caminantesinquietos”. ¡Y
al parecer el salmista es uno de ellos!
¿Cuáles son las causas de esta melancolía espiritual? El Salmo 120 menciona dos en
particular.
1. La oposición del mundo. Ningún cristiano está a salvo de la malicia del mundo. Por el solo
hecho de que los cristianos viven como viven, alejados de la gratificación mundana del poder
personal, la ganancia y el placer, ellos pueden esperar que el mundo los odie. Lo que el salmista
menciona aquí, “labios mentirosos” y “lenguas embusteras” (v. 2), no es más que la respuesta del
mundo al sentirse golpeado cuando el creyente rechaza su estilo de vida. Al construir un arca,
Noé “condenó al mundo” (Heb 11:7). Puede que nosotros, como el salmista, deseemos paz, pero
el mundo ha declarado la “guerra” (v. 7).
Los cristianos son los soldados-peregrinos del Señor, y no se logra un avance en el reino de
Dios sin oposición. El puritano inglés John Geree, escribió en un tratado titulado The Character
of an Old English Puritane or Non-conformist (1646): “Toda su vida la consideró una guerra, en
la que Cristo era su capitán, sus brazos, sus oraciones y lágrimas. La cruz su estandarte y su lema
Vincit qui patitur [el que sufre vence]” 10. Fue este tipo de oposición lo que produjo en los
puritanos tal agudeza de sabiduría y refinamiento en el discipulado. En el plan global de Dios, la
oposición y la dificultad tienen como fin nuestro “bien” (Ro 8:28).
Esto es lo que Jesús nos dice que esperemos. Los incrédulos, advierte Jesús, no sabrán nada
de la oposición del mundo: “Si el mundo los aborrece, tengan presente que antes que a ustedes,
me aborreció a mí. Si fueran del mundo, el mundo los querría como a los suyos. Pero ustedes no
son del mundo, sino que yo los he escogido de entre el mundo. Por eso el mundo los aborrece”
(Jn 15:18-19). Ya sea que la oposición es fría y calculadora, o ferviente y feroz, el efecto es el
mismo.
Los cristianos que rehúsan falsificar datos, robarle a la empresa, o aprobar los amoríos
sexuales del ambiente laboral moderno pueden esperar ser ridiculizados o incluso despreciados.
Puede que los ascensos se desvíen a favor de alguien que se adecua a las expectativas del
mundo. Recuerdo a un empresario que, cuando se le pidió que mostrara su producto en una
prestigiosa exhibición en Londres, accedió pero rehusó abrir su puesto en el Día del Señor, el día
más ajetreado de todos. Aunque algunos lo admiraron, y otros se confundieron, igualmente hubo
indignación, porque el acto parecía condenar la falta de principios en los estándares del mundo.
Esto es parte de lo que podemos esperar, y Pedro nos advierte que no nos sorprendamos cuando
de pronto nos sobrevienen pruebas de este tipo (1P 4:12).

Dios puede mirar furiosamente, reprender amargamente, y golpear fuertemente, aun


donde y cuando ama profundamente. La mano de Dios estaba muy en contra de Job, y
no obstante su amor, su corazón, era muy favorable a Job… La mano de Dios estaba
enfadada con David y Jonás, cuando su corazón estaba muy a favor de ellos. Aquel
que concluya que el corazón de Dios está contra aquellos que tienen su mano en
contra, condenará a la generación de los justos, a quienes Dios no habría condenado
injustamente.

Thomas Brooks, Precious Remedies against Satan’s Devices 11.

Es interesante que el salmista sea el objeto de pláticas maliciosas. Así le ocurrió a John
Bunyan. Camino a un servicio montado a caballo bajo una lluvia torrencial, vio a una muchacha
que él percibió que se dirigía al mismo servicio. Al llevarla en su caballo ciertas personas
chismorrearon, acusando al predicador de conducta impropia. El cuento lo persiguió durante
muchos años y le causó gran angustia.
Lamentablemente, en la iglesia también encontraremos cuentistas. Este es uno de los
motivos por los que Santiago nos advierte que la lengua es “un fuego, un mundo de maldad.
Siendo uno de nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende a
su vez fuego a todo el curso de la vida” (Stg 3:6).
Hostilidad es precisamente lo que experimentó Jesús: una familia que no lo entendía, un
gobierno insensible, e incluso amigos que lo traicionaron. Mentiras y engaños fueron la causa de
su crucifixión. Y es solo este hecho —que al experimentar la hostilidad del mundo al mismo
tiempo estamos siguiendo las pisadas de nuestro Maestro— lo que nos fortalece y nos motiva a
perseverar.

2. La seducción del mundo. Al quejarse de que ha vivido demasiado tiempo entre los paganos
(vv. 5-6), el salmista al parecer plantea un problema bastante distinto. El mundo es más que
solamente hostil y antagónico hacia el creyente. Existe un peligro bastante distinto y mucho más
sutil: el de ceder a la seducción del mundo. Uno de los ardides del diablo es socavar la santidad
del creyente comprometiendo su estilo de vida. Los creyentes deben buscar la santidad, una
conformidad interna y externa a la semejanza de Cristo. La presión constante del mundo es tal
que impide que ocurra este proceso de cambio, y es probable que el salmista estuviera consciente
de la estampa del mundo sobre su actual estilo de vida. El efecto santificador de codearse con
otros creyentes le había sido quitado.
El propósito eterno del Dios trino es conformar a su pueblo a la imagen de Cristo. Nadie lo
vio más claramente que Pedro, quien, habiéndole fallado a Cristo rotundamente en varias
ocasiones, insistía en que los creyentes han sido escogidos “según la previsión de Dios el Padre,
mediante la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser redimidos por su
sangre” (1P 1:2). A modo de incentivo él añade que Dios mismo es santo y que debemos ser
como él (v. 15), que Cristo murió para adquirir santidad para nosotros (vv. 18-19), y que todos
debemos enfrentarnos a Dios como nuestro Juez y rendir cuenta de nuestra vida (v. 17). Vivir
una vida mundana frustra el consejo del Dios trino cuyo propósito es purificarnos y hacernos
como su Hijo.
Quizá el salmista está consciente de que las cualidades distintivas de la santidad están
ausentes en su vida. Al evaluar su actual condición espiritual advierte elementos de transigencia.
Es un tiempo de flaqueza. Él piensa en el gozo de adorar a Dios en Jerusalén ¡y lo extraña!
Precisa decir de inmediato que esta es una buena señal. Las personas que no extrañan las
cosas espirituales cuando algún motivo u otro los ha obligado a alejarse están en una mala
condición. Si podemos estar ausentes de la adoración sin un buen motivo y no la extrañamos,
estamos en una peligrosa situación, al borde de la catástrofe. ¿Por qué el salmista estaba lejos de
Jerusalén? Puede que haya tenido una muy buena razón, pero quizá se había trasladado hasta allá
deliberadamente a causa de algún beneficio mundano. Tal vez abrigaba la idea de que era lo
bastante fuerte para sobrevivir sin visitas regulares al lugar de adoración. Tal vez, al igual que
algunos cristianos hebreos en el Nuevo Testamento, el congregarse con otros creyentes era algo
que había comenzado a considerar innecesario (Heb 10:25). Tales nociones, desde luego, están
completamente equivocadas.

El camino de la recuperación

Cuando nos encontramos en circunstancias similares a las del salmista, ¿cómo podemos
afrontarlas? ¿Qué podemos hacer para remediar la situación? Al parecer la respuesta radica en
reconocer cinco importantes verdades.
En primer lugar, es importante reconocer que existe un enemigo. Siempre es fatal subestimar
el poder de un enemigo que está empeñado en destruirnos. El salmista no estaba cerca de
cometer ese error. Su enemigo era mentiroso, uno que le había declarado la guerra. Ignorar sus
amenazas sería una insensatez. Es una lección que los cristianos no logran aprender para su
propio perjuicio. Es muy fácil quitarle importancia a la amenaza del mundo, o del pecado
residente, o del mismo diablo. Pretender que las fuerzas de las tinieblas son intrascendentes
puede resultar ser el medio de nuestra destrucción. Al abordar el pecado residente, por ejemplo,
Pablo asume que hemos reconocido nuestra necesidad de lidiar con el pecado y que contamos
con los medios para hacerlo cuando exhorta a sus lectores: “Porque si ustedes viven conforme a
ella [la carne], morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo,
vivirán” (Ro 8:13).
Segundo, es igualmente importante reconocer nuestra incapacidad de vencer a nuestro
enemigo. Así como Pablo incentiva la mortificación por el poder del Espíritu que mora en
nosotros en Romanos 8, así también el salmista se halla incapaz de luchar. Él está “angustiado”
(v. 1). La vida cristiana nunca es fácil, y los santos a través de las épocas han confesado su
debilidad frente al enemigo. El Nuevo Testamento advierte al que se crea fuerte que “tenga
cuidado de no caer” (1Co 10:12). Jesús dijo: “No son los sanos los que necesitan médico sino los
enfermos” (Mt 9:12).
Esto nos lleva a una tercera verdad: un reconocimiento de que la fuente de toda nuestra
esperanza radica en el poder de Dios. Es en el nombre del “Señor” (v. 1) que el salmista renueva
sus fuerzas y la motivación en su melancolía. Este es precisamente el nombre que había revivido
la fe de Moisés cuando se le pidió que regresara a Egipto sabiendo que había un precio por su
cabeza (Éx 3:15). Hay un himno que incluye estos versos:

El brazo de la carne fallará,


No oses confiar en el tuyo 12.

George Duffield Jr
1818-1888

Es por eso que el salmista comienza con una súplica a Dios para que venga en su ayuda:
“En mi angustia invoqué al Señor” (v. 1). Puesto que está consciente de su debilidad, él clama al
Señor para que lo salve y lo libre.
En un punto del salmo él confronta a su enemigo y le advierte sobre las consecuencias de su
malicia. Sus palabras de enemistad bien pueden haber lastimado al salmista, pero no son nada en
comparación con el juicio que este enemigo recibirá de Dios. El enemigo del salmista ha usado
las palabras como armas, semejantes a “puntiagudas flechas” y “ardientes brazas” (v. 4; al
parecer las raíces de la “retama” arden bien y producen buenas brasas). Estas metáforas recogen
alusiones de otro lugar del Antiguo Testamento: “Un mazo, una espada, una aguda saeta, ¡eso es
el falso testigo contra su amigo!” (Pr 25:18); “El perverso hace planes malvados; en sus labios
hay un fuego devorador” (Pr 16:27). En el juicio, la justicia de Dios se encargará de que cada
cosa se encuentre con su similar: las flechas se encontrarán con flechas y el fuego con fuego.
Algo parecido encontramos en un salmo anterior:

Pero Dios les disparará sus flechas,


y sin aviso caerán heridos.
Su propia lengua será su ruina,
y quien los vea se burlará de ellos

(Sal 64:7-8).

Esto es lo que hace el salmista, entonces, cuando se encuentra en dificultades: ¡confronta a


su enemigo y le dice lo que Dios va a hacer! Fue la táctica de David al enfrentarse a Goliat. Él le
dijo: “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del
SeñorTodopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado” (1S 17:45). Esta
fue también la fuerza que obtuvo Gedeón contra los madianitas: “¡Desenvainen sus espadas, por
el Señor y por Gedeón!”. Es por esta misma razón que el apóstol Pablo alienta a los cristianos a
ser fuertes “en el Señor y en el poder de su fuerza” (Ef 6:10, RVC). Es la única forma de
confrontar al enemigo: ¡armados con el poder de Dios!
Al mismo tiempo, el salmista ha recurrido a una confianza en la soberanía y el poder de
Dios. ¿Qué implica el conocimiento de la soberanía de Dios? Implica muchas cosas, incluyendo
la seguridad de que su propósito no puede fallar (Is 46:9-10; Dn 4:34-35). ¡Si Dios no es
soberano no puede ser Dios! Fue precisamente esta verdad lo que ayudó a Job en sus pruebas:
“Yo sé bien que tú lo puedes todo, que no es posible frustrar ninguno de tus planes” (Job 42:2).
Incluso las crueles acciones del enemigo del salmista eran parte del plan y propósito general de
Dios, de lo cual la Biblia da testimonio en las pruebas de Job (Job 2:3), así como en el mayor de
todos los crímenes: la muerte de Cristo mismo (Hch 2:23). La explicación nos la da José, quien
había sufrido en carne propia a manos de las malvadas intenciones de sus propios hermanos:
“Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy
estamos viendo: salvar la vida de mucha gente” (Gn 50:20).

Desde mi infancia —escribió Jonathan Edwards— mi mente había estado llena de


objeciones contra la doctrina de la soberanía de Dios… Solía parecerme una horrible
doctrina. Pero recuerdo muy bien el momento cuando me pareció que estaba
convencido, y totalmente satisfecho, en cuanto a esta soberanía de Dios… desde
entonces, a menudo no solo he tenido la convicción, sino una deleitable convicción.
Muy a menudo la doctrina me ha parecido extremadamente agradable, resplandeciente
y dulce. Soberanía absoluta es lo que amo atribuirle a Dios 13.

Conocer a Dios como el Rey de nuestras vidas es la salida de la melancolía espiritual.


La verdad número cuatro es que la oración es la llave que abre la puerta a la comunión
renovada con Dios. Pareciera que el salmista hubiera conocido la ayuda de Dios en muchas
ocasiones en el pasado. El verso inicial es un testimonio del beneficio de la oración contestada:
“En mi angustia invoqué al Señor, y él me respondió. Señor, líbrame…” (vv. 1-2). Su expectativa
de la ayuda de Dios ahora se basa en la experiencia de conocer su ayuda en ocasiones
anteriores. La salida de su desaliento y pesimismo está en el recurso a la oración. La comunión
con Dios en la oración es el medio por el cual se renueva su fuerza.
Debemos orar en todo tiempo (1Ts 5:17). Eso significa que debemos orar en cada momento
significativo, sacándole provecho a cada oportunidad. Este es un consejo especialmente bueno
cuando nos encontramos en algún tipo de dificultad. Tal como los policías necesitan estar
constantemente en contacto con el cuartel central para que se conozca su paradero, y a la vez
puedan transmitir información, así también el cristiano necesita estar en contacto permanente con
el Señor. Cuando Nehemías elevó una oración “como flecha” cuando se le pidió que explicara su
semblante al Rey Artajerjes, su instantáneo recurso a la oración en ese momento fue el resultado
de un hábito de oración disciplinada (Neh 2:1-4; comparar 1:4). Aquí ocurre lo mismo. El
salmista sabe a partir de ocasiones anteriores que la “oración funciona”.

Cuando todo parece en contra nuestra


y caemos en la desesperación,
sabemos que hay una puerta abierta,
un oído escuchará nuestra oración 14.
La oración es una renovación de la comunión con Dios. Al verbalizar la condición de
nuestra alma ante el Señor, se nos recuerda que él vino a este mundo en la persona de Jesucristo.
Por medio de la oración se nos recuerda al que cargó nuestro pecado y a nuestro Sustituto, quien
puede “compadecerse de nuestras debilidades” (Heb 4:15). “Por haber sufrido él mismo la
tentación, puede socorrer a los que son tentados” (Heb 2:18).
Al tomar en serio a su enemigo, su necesidad, y el poder soberano de Dios al cual recurre
por medio de la oración, el salmista encuentra los inicios de su libertad de la depresión espiritual.
El viaje que emprende ahora, un viaje que seguiremos en estos salmos, es uno que conducirá a la
más grande de las bendiciones espirituales. Hay una salida de la depresión espiritual y comienza
con enfrentar honestamente nuestra condición actual. Si te encuentras en circunstancias similares
a las del salmista, entonces comienza por reconocerlo. ¡Haz más que eso! ¡Ve y cuéntaselo al
Señor! ¡Cuéntaselo todo!
Quizá antes de que podamos hacerlo, tenemos que preguntarnos si extrañamos la presencia
de Dios en nuestras vidas tanto como el salmista. Tal vez primero tenemos que orar: “Señor,
dame sed de ti”. Si un episodio de depresión espiritual te lleva a hacer una oración como esa,
¡tendrás motivo para volverte y agradecer a Dios por ello!
Hay una última verdad: ¡la oración no es respondida! Más precisamente, es respondida, pero
no como uno habría esperado. Reconocer esto, que Dios nos hace esperar su bendición, es parte
del remedio para la desesperación. El peregrino permanece en un lugar oscuro al final del salmo,
pero ahora está armado con una renovada resolución. La oscuridad ha sacado cierta firmeza en el
alma. Al decir “no todavía”, Dios lo ha fortalecido para las batallas más fieras de la vida.

PARA TU DIARIO…
1. ¿Por qué algunos salmos te resultan más atrayentes que otros? Mientras piensas en esto,
considera si tal vez se ha filtrado un desequilibrio en tu vida porque no has logrado
apreciar la amplitud de la espiritualidad que expresa el libro de los Salmos.

2. ¿Sabes lo que significa estar desalentado? ¿Hay asuntos específicos que continuamente te
desaniman? ¿Cuáles son?

3. Si el lema Vincit qui patitur (el que sufre, vence) es cierto, ¿cómo debería afectar la forma
en que ves tu vida como cristiano?

4. ¿Has estado ausente de la adoración corporativa últimamente?


¿Tienes buenos motivos para esta ausencia? ¿Es una señal de haber vuelto atrás?
Salmo 121
Cántico de los peregrinos

1
A las montañas levanto mis ojos;
¿de dónde ha de venir mi ayuda?
2
Mi ayuda proviene del Señor,
creador del cielo y de la tierra.

3
No permitirá que tu pie resbale;
jamás duerme el que te cuida.
4
Jamás duerme ni se adormece
el que cuida de Israel.

5
El Señor es quien te cuida,
el Señor es tu sombra protectora.
6
De día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.

7
El Señor te protegerá;
de todo mal protegerá tu vida.
8
El Señor te cuidará en el hogar y en el camino,
desde ahora y para siempre.
DÍA 2

Necesidad de ayuda

➢ Comienza leyendo el Salmo 121.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 121

I magina un grupo de peregrinos camino a Jerusalén, ascendiendo la cadena de “montañas”


(121:1) que rodean la antigua ciudad. Estas montañas potencialmente esconden bandidos y
salteadores que roban a las desprevenidas familias ocupadas en pensamientos de adoración. En
tales momentos, la necesidad primordial es la confianza en un Señor soberano y protector. Dios
vela por su propio pueblo.
Este salmo nos infunde la seguridad del cuidado del pacto de Dios en todo tiempo, en cada
situación concebible. Ha resultado ser uno de los salmos favoritos de una gran cantidad de
creyentes a través de las épocas. Se dice que William Romaine, el predicador del siglo XVIII,
amigo de George Whitefield, ¡leía este salmo todos los días! No cabe duda de que sus verdades
pueden cambiar nuestras vidas. Al desafiar nuestros temores e incredulidad, este salmo nos
ayuda a enfocarnos en el Señor de una forma nueva. En estos versos se nos asegura que la
compañía divina está a nuestra mano derecha en cada momento del día.
Los viajes están propensos a ser golpeados por la crisis, tanto entonces como ahora, y es
reconfortante saber que hay una mano que nos conduce. Las traducciones más antiguas de las
primeras líneas de este salmo parecen indicar que el salmista hallaba seguridad ocultándose en
las colinas que rodean Jerusalén. Pero sin duda las colinas eran el problema, no la solución,
porque en esos montes acechaban todo tipo de ladrones y salteadores para saquear a los
peregrinos desprevenidos. Su seguridad se encontraba en el Señor mismo, quien los protegía de
lo que las colinas pudieran estar escondiendo.
Es la pregunta lastimera, “¿de dónde ha de venir mi ayuda?”, lo que hace eco en nuestra
propia alma (121:1). Nos recuerda otro salmo, uno que fue escrito en un momento de gran
angustia, y comienza así:

Escucha, Señor, mi oración;


llegue a ti mi clamor.
No escondas de mí tu rostro
cuando me encuentro angustiado.
Inclina a mí tu oído;
respóndeme pronto cuando te llame

(Sal 102:1-2).

La respuesta a este clamor (uno que aparece más de cincuenta veces en los Salmos) es un
clamor centrado en Dios: “Mi ayuda proviene del Señor” (121:2). Este también es un clamor que
escuchamos en más de una ocasión:

Esperamos confiados en el Señor;


él es nuestro socorro y nuestro escudo
(Sal 33:20).

Nuestra ayuda está en el nombre del Señor,


creador del cielo y de la tierra
(Sal 124:8).

Esto sugiere la idea de que en este salmo hay dos “voces”. Por una parte, está el clamor de
un creyente asustadizo e inexperto, temeroso de que su pie resbale, temeroso del sol del
mediodía, de la luna y especialmente de los ladrones. Por otra parte, está el clamor reconfortante
de una voz más confiada que apunta a verdades acerca de Dios que tienen un impacto directo
sobre tales temores. El creyente experimentado y más maduro responde a los clamores temerosos
del creyente inexperto y más inmaduro. Aquel le dice a este último: Confía en Dios, ¡en cada
paso del camino! ¡Aprende a apreciar el tipo de Dios que él es!

La presencia del pacto


El Salmo 121 infunde seguridad desde la perspectiva del pacto. El nombre “SEÑOR” en
mayúsculas se usa en algunas versiones de la Biblia en español para designar el nombre
específico Jehová (traducido a veces como YHVH, y como “Yahvé” en otras versiones) 15. La
mejor forma de pensar en él podría ser como “Señor del Pacto”, pues fue un nombre dado en el
contexto de la promesa de Dios a Moisés respecto a un nombre por el cual el pueblo de Dios,
esclavo en Egipto, podría identificarlo. En Éxodo 3, Moisés es comisionado para volver a Egipto
y libertar a sus hermanos y hermanas de la cautividad. Naturalmente, frente a esta intimidante
tarea Moisés pregunta por un nombre por el cual el pueblo pueda identificar al Señor. La
respuesta es extraña: “YO SOY EL QUE SOY”, luego abreviado simplemente a “YO SOY”, es
quien los va a libertar (Éx 3:14). La respuesta a la pregunta “¿de dónde ha de venir mi ayuda?”,
¡es el verbo “ser”! Dios está enseñando algo: anteriormente en la narración de Éxodo, él le había
dicho a Moisés: “Yo estaré contigo” (Éx 3:12). ¿Qué está diciendo Dios? Está diciendo lo
siguiente: en medio de las pruebas que vendrán (y habrá pruebas), “YO SOY… ¡contigo!”. ¿Qué
podría ser más reconfortante que eso? El nombre que identifica a Dios para los israelitas es uno
que les da la seguridad de su continua presencia.

Además, Dios le dijo a Moisés: “Diles esto a los israelitas: ‘El Señor, el Dios de sus
antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me ha enviado a ustedes’. Éste
es mi nombre eterno; éste es mi nombre por todas las generaciones”
(Éx 3:15).

La relevancia de este nombre se vuelve evidente a medida que progresa la historia de la


redención. De tanto en tanto, se repite la expresión “yo estaré contigo” (Gn 26:3; 31:3; Jos 1:5;
Jue 6:16; 1R 11:38; Is 43:2). A veces la encontramos en otra forma: “Nunca te dejará ni te
abandonará” (Dt 31:8; cf. Jos 1:5; 1Cr 28:20; 2Cr 15:2; Heb 13:5). En las páginas del Nuevo
Testamento encuentra su cumplimiento en Jesucristo, Emanuel, que significa “Dios con nosotros”
(Mt 1:23).
Es impresionante que Juan, por ejemplo, comenzara su relato de la vida de Jesús de la forma
en que lo hace. Como judío, Juan sostenía la verdad judía más fundamental acerca de Dios: que
él es uno (Dt 6:4). La Shema, como se llamaba a esta declaración, constituía la afirmación diaria
de cada judío piadoso. La traducción de la Escritura hebrea vigente en los tiempos de Juan vertía
el nombre divino de Dios como Kyrios. Es asombroso, pues, que Juan dijera en las primeras
líneas de su Evangelio que Jesús es Kyrios (Jn 1:1). ¡Jesús es Señor! Jesús es Jehová.
Al perder la percepción de la presencia de Dios el viaje a Jerusalén se volvía más difícil. Lo
que sostuvo al salmista en las horas de confusión y ansiedad fue una certeza de que Dios estaba
con él.

¿Qué otra nación hay tan grande como la nuestra?


¿Qué nación tiene dioses tan cerca de ella como lo está de nosotros el Señor nuestro Dios cada
vez que lo invocamos?
(Dt. 4:7).

Dichosos los que saben aclamarte, Señor,


y caminan a la luz de tu presencia
(Sal. 89:15).

A veces nuestra culpa duele tanto que locamente queremos hacer algo extraordinario
para detener el dolor. ¿Pero qué exige Dios de nosotros para nuestra recuperación
espiritual? Simple: una renovada obediencia en sus medios de dar muerte a la carne.
Sus medios son los que se delinean a través de su Palabra y son conocidos: lectura
constante de su Palabra, oírla en la predicación, y reflexionar sobre ella; oración
ferviente; vigilar atentamente contra la tentación; y fijar siempre la mente en las cosas
de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.

Kris Lundgaard, Through the Looking Glass 16.

Creador soberano

Dios no solo se identifica como una presencia del pacto; él es también el “creador del cielo y de
la tierra” (121:2). Las amenazas que surgen en el viaje a Jerusalén surgen en un mundo que el
Señor ha creado y que él sostiene. En este mundo —no en un mundo imaginario, idealista— Dios
reina supremo y triunfante. Nada en el mundo amenaza su dominio.
En las abundantes discusiones sobre la relación entre la ciencia y la religión, especialmente
en el ámbito de la edad de la tierra, es fácil perder de vista las enormes implicaciones pastorales
de la doctrina de la creación. El poder soberano que crea el universo en toda su complejidad es el
poder que ahora ofrece sustento en las dificultades en que nos hallamos. En el principio, no había
nada aparte de Dios en toda su gloria insondable. Él le dio ser a todo lo que existe de la nada (ex
nihilo). El Dios que hizo al hombre lo sostiene en cada circunstancia. No hay ningún conjunto de
contingencias que amenace a Dios en absoluto.

¿Por qué murmuras, Jacob?


¿Por qué refunfuñas, Israel:
“Mi camino está escondido del Señor;
mi Dios ignora mi derecho”?
¿Acaso no lo sabes?
¿Acaso no te has enterado?
El Señor es el Dios eterno,
creador de los confines de la tierra.
No se cansa ni se fatiga,
y su inteligencia es insondable.
Él fortalece al cansado
y acrecienta las fuerzas del débil.
Aun los jóvenes se cansan, se fatigan,
y los muchachos tropiezan y caen;
pero los que confían en el Señor
renovarán sus fuerzas;
volarán como las águilas:
correrán y no se fatigarán,
caminarán y no se cansarán
(Is. 40:27-31).

¡El Creador sostiene! ¡El Creador fortalece! ¡El Creador


cuida!

Jamás duerme el que te cuida.


Jamás duerme ni se adormece
el que cuida de Israel.
El Señor es quien te cuida,
el Señor es tu sombra protectora.
De día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche. El Señor te protegerá;
de todo mal protegerá tu vida.
El Señor te cuidará en el hogar y en el camino,
desde ahora y para siempre.

(Sal. 121:3b-8, énfasis añadido).

Seis veces dice Dios que nos mantendrá seguros y a salvo. Cualquiera que sea la amenaza,
Dios mantiene a salvo a su pueblo del pacto, en un sentido personal y colectivo (121:1-4). Dios
protege a los suyos el día entero de peligros reales e imaginarios (121:5-6). Él cuida “para
siempre” (121:8).

i. Dios nunca pierde el contacto

…jamás duerme el que te cuida.


Jamás duerme ni se adormece
el que cuida de Israel.
(Sal. 121:3-4, énfasis añadido).

¿Recuerdas cuando Elías se mofaba de los profetas de Baal en el Monte Carmelo,


sugiriéndoles que quizá su dios se había dormido? (1R 18:27). ¡Pero el Dios de Israel nunca
duerme! Nunca deja de estar consciente de su pueblo. Está siempre despierto para nuestras
necesidades. Aquel que ha redimido a Israel no lo va a perder en el camino a casa (Éx 6:8). Saber
que el Señor nunca es inaccesible, ni está “demasiado ocupado” para tratar nuestro caso en
particular, es lo que hace la vida cristiana tan maravillosamente renovadora. Quizá en el verso 3
el salmista estaba pensando en la posibilidad de perder pie en el camino a Jerusalén y caer a un
precipicio sin que nadie lo advirtiera. ¡Pero Dios lo advertiría! Lo que sea que nos ocurra,
podemos estar seguros de la presencia de Dios a lo largo del viaje a casa.

ii. Dios provee refugio a lo largo del camino

El Señor es quien te cuida,


el Señor es tu sombra protectora.
De día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
(Sal. 121:5-6, énfasis añadido).

¿Por qué temer al sol y a la luna? La amenaza de un golpe de calor por el exceso de sol es
un problema serio en un viaje como este. ¿Pero qué hay con la luna? ¿Podría ser que aquí los
peligros eran más imaginarios que reales? Sabemos muy bien que a veces nuestra imaginación
puede complicarnos más que la realidad. Imaginamos peligros inexistentes. La industria
cinematográfica ha aprovechado este temor hasta el extremo, y ha introducido oscuridad y
sombras, ruidos espeluznantes, y expectativas percibidas que nos pueden hacer temblar de
miedo. La luna también se asociaba, entonces como ahora, con la demencia. Dios nos protege de
aquellas fuerzas que desquician la mente. Él nos mantiene cuerdos en un mundo demencial.
Dios proveerá el refugio que nos asegurará un viaje a casa a salvo. Este es el clamor del
salmista una y otra vez.

Cuídame como a la niña de tus ojos;


escóndeme, bajo la sombra de tus alas
(Sal. 17:8).

¡Cuán precioso, oh Dios, es tu gran amor!


Todo ser humano halla refugio
a la sombra de tus alas
(Sal. 36:7).

Ten compasión de mí, oh Dios;


ten compasión de mí, que en ti confío.
A la sombra de tus alas me refugiaré,
hasta que haya pasado el peligro
(Sal. 57:1).

iii. Dios nos mantiene a salvo

El Señor te protegerá;
de todo mal protegerá tu vida.

El Señor te cuidará en el hogar y en el camino,


desde ahora y para siempre.
(Sal. 121:7-8, énfasis añadido).

¿Has notado que el salmo ha progresado desde los pequeños pasos (el pie que resbala en el
verso 3) a la totalidad de la vida (las idas y vueltas en el verso 8)? En la vida entera no hay
oposición que pueda aplastarnos definitivamente.

Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni
lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en
toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo
Jesús nuestro Señor

(Rom. 8:38-39).

Se cuenta la historia de un cruce del Atlántico en el siglo XIX desde Liverpool, Inglaterra, a
Nueva York. En medio de la noche, el barco era sacudido por una fuerte tormenta que despertó a
todas las personas abordo, incluida una pequeña niña. Muchos habían comenzado a vestirse
temiendo lo peor, pero la niña le preguntó a un camarero que había entrado a su cuarto: “¿Está
papá en la cubierta?”.
“Sí”, fue la respuesta, momento en el que ella volvió a la cama y se quedó profundamente
dormida nuevamente.
Esta es la confianza de todos los que conocen a su Padre celestial. Él vela por nosotros
desde lo alto; y en sus brazos estamos seguros.

PARA TU DIARIO…
1. Reflexiona sobre el pacto de Dios y escribe cada bendición resultante en la que puedas pensar.
Dedica un tiempo a alabar a Dios por estas bendiciones.
2. “Al perder la percepción de la presencia de Dios el viaje a Jerusalén se volvía más difícil”.
¿Cómo se aplica esto a tu propia vida?

3. Piensa en la inmensidad del universo. Recuerda que Dios lo hizo todo, ¡y te hizo a ti! ¿Cómo
deberías responder a este conocimiento?

4. ¿Puedes pensar en algunas de las formas en que Dios te ha librado de caer últimamente? ¿Qué
has hecho para reconocer esta bondad?
Salmo 122
Cántico de los peregrinos.
De David.

1
Yo me alegro cuando me dicen:
“Vamos a la casa del Señor”.
2
¡Jerusalén, ya nuestros pies
se han plantado ante tus portones!

3
¡Jerusalén, ciudad edificada
para que en ella todos se congreguen!
4
A ella suben las tribus,
las tribus del Señor,
para alabar su nombre
conforme a la ordenanza que recibió Israel.
5
Allí están los tribunales de justicia,
los tribunales de la dinastía de David.

6
Pidamos por la paz de Jerusalén:
“Que vivan en paz los que te aman.
7
Que haya paz dentro de tus murallas,
seguridad en tus fortalezas”.
8
Y ahora, por mis hermanos y amigos te digo:
“¡Deseo que tengas paz!”.
9
Por la casa del Señor nuestro Dios
procuraré tu bienestar.
DÍA 3

Jerusalén

➢ Comienza leyendo el Salmo 122.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 122

¡Por fin el salmista ha llegado a Jerusalén!

¡Jerusalén, ya nuestros pies


se han plantado ante tus portones!
(Sal. 122:2).

“La vista jamás será borrada del libro de la memoria”, escribió un visitante del siglo XX al
ver Jerusalén por primera vez. Recordando algunas palabras de Wordsworth, continúa: “Espero
que en los días venideros esa imagen ‘destelle ante el ojo interior que es la dicha de la soledad’, y
cuando eso suceda, el corazón una vez más se arrobará por el placer que esto brinda” 17.
De esta ciudad se diría:

bella colina,
es la alegría de toda la tierra
(Sal. 48:2).
Durante el exilio en Babilonia, un escritor pudo exclamar al ver las ruinas de Jerusalén:

Cuantos pasan por el camino


aplauden burlones al verte.
Ante ti, bella Jerusalén, hacen muecas,
y entre silbidos preguntan:
“¿Es ésta la ciudad de belleza perfecta?
¿Es ésta la alegría de toda la tierra?”
(Lm. 2:15).

“¡La ciudad de belleza perfecta!”. Mayor afirmación no puede hacerse.

La ciudad, ¡por fin!

Cuesta imaginar las emociones que se habrán desatado cuando estos peregrinos llegaron a
Jerusalén, la ciudad de Dios. Para los peregrinos del país, y especialmente de la diáspora, la vida
de la ciudad tenía un grado de entusiasmo y energía que era totalmente distinto al de la tranquila
existencia de la vida rural. La vida real está en la ciudad, piensa la gente. En el Antiguo
Testamento, eso era más cierto de lo que podemos imaginar. La presencia divinadel pacto, que el
salmo anterior había anticipado, había de encontrarse en Jerusalén de un modo particular. ¡El
templo estaba ahí!
Para el creyente del Antiguo Testamento, Jerusalén era el lugar donde residía Dios. Ningún
otro lugar de la tierra podía atribuirse esta distinción: “El lugar donde el Señor su Dios decida
habitar” (Dt 12:11; comparar 26:2). Jerusalén (anteriormente la ciudad cananea de Jebús) fue
capturada por David (2S 5:6-10), y después de que Salomón construyó el templo en su sitio más
prominente, la ciudad cobró una significación espiritual única: “Por la casa del Señor nuestro
Dios procuraré tu bienestar” (Sal 122:9). Esto explica por qué los creyentes anhelaban estar ahí.
Dios había “escogido a Sión” (Sal 132:13). “Escogió… el monte Sión, al cual amó. Edificó su
santuario a manera de eminencia, como la tierra que cimentó para siempre” (Sal 78:68-69).
Cuando David trajo el arca del pacto desde Silo hasta Jerusalén (2S 6), se aseguró de que
Jerusalén se convirtiera en la Ciudad de Dios. El arca contenía las Tablas de la Ley (Dt 10:5;
31:9), y su posición dentro del templo en Jerusalén era un vívido recordatorio del pacto hecho
con Israel en Sinaí (Éx 25:22). ¡En el corazón mismo de la ciudad de Jerusalén había un
recordatorio de que Dios había hablado!
La significación de Jerusalén no desapareció con la división de Israel en tiempos de
Jeroboam. A pesar de sus esfuerzos por convertir Dan y Betel en centros de adoración para el
reino del norte, los fieles seguían yendo en masa a Jerusalén, adonde “suben las tribus, las tribus
del Señor, para alabar su nombre conforme a la ordenanza que recibió Israel” (Sal 122:4). Como
sugiere este salmo, Jerusalén era el centro de la vida de Israel; aquí era donde se realizaban los
juicios y se impartía justicia (v. 5); aquí era donde se celebraba la mayoría de las fiestas sagradas;
era aquí donde Dios había hecho su casa. Una oración que habría podido pronunciar un israelita
era: “Una sola cosa le pido al Señor…: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida,
para contemplar la hermosura del Señor y recrearme en su templo” (Sal 27:4).
Durante los cuatro siglos desde David a Nabucodonosor, Jerusalén conoció tiempos de
prosperidad, aunque ninguno llegó a igualar las glorias de los días de Salomón. Hubo un
acontecimiento que sobresalió, un suceso que en algunos generó la creencia de que la ciudad
sería defendida a cualquier precio. Cuando Senaquerib sitió la ciudad, el ejército asirio recibió un
golpe severo y fatal que lo envió de vuelta a casa (2R 19:35-37). Algunos llegaron a la
conclusión de que Jerusalén era invencible y se jactaron de ello (Jer 7:7). La arrogancia —pues
no era otra cosa— se derrumbó rápidamente. Poco después, Jerusalén quedó sometida primero a
Asiria y luego a Babilonia, la que finalmente asoló la ciudad y envió a sus habitantes al exilio
(2R 25; Jer 52).
Jerusalén y su templo se habían convertido en materia de superstición. En lugar de confiar
en el Señor, la gente había entregado su corazón a los ladrillos y la argamasa, las piedras y la
madera. Esto era una desviación que Dios sin duda iba a enderezar. Y cuando llegó la
destrucción, la reacción del pueblo de Dios fue sentirse desolado. Se oyó a Asaf clamar: “Oh
Dios, los pueblos paganos han invadido tu herencia; han profanado tu santo templo, han dejado
en ruinas a Jerusalén” (Sal 79:1; cf. 74:5-8). Tales lamentos se convirtieron en oración: “Te
levantarás y tendrás piedad de Sión, pues ya es tiempo de que la compadezcas. ¡Ha llegado el
momento señalado! Tus siervos sienten cariño por sus ruinas; los mueven a compasión sus
escombros” (Sal 102:13-14); y nuevamente: “Ah, Jerusalén, Jerusalén, si llegara yo a olvidarte,
¡que la mano derecha se me seque! Si de ti no me acordara, ni te pusiera por encima de mi propia
alegría, ¡que la lengua se me pegue al paladar!” (Sal 137:5-6).
Pero, ¿cómo deberíamos ver todo esto nosotros? ¿Cuál es la relevancia de Jerusalén para
nosotros?
Jerusalén adquiere un significado aún más profundo en el Nuevo Testamento. Nosotros
también estamos fascinados con una ciudad llamada Jerusalén, no la antigua ciudad del tiempo
del Antiguo Testamento, o la que visitó Jesús, la que los romanos destruyeron en el 70 d. C. Es
una “nueva Jerusalén” lo que buscamos, una “ciudad venidera” (Heb 13:14), “la Jerusalén
celestial… nuestra madre” (Gá 4:26). Es una ciudad celestial sin templo: “No vi ningún templo
en la ciudad, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no
necesita ni sol ni luna que la alumbren, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su
lumbrera. Las naciones caminarán a la luz de la ciudad, y los reyes de la tierra le entregarán sus
espléndidas riquezas” (Ap 21:22-24).

En el rostro de un amigo hay una dulce visión de Dios. Porque aunque el consuelo que
brindan los mensajeros de Dios sea normalmente más efectivo, así como la bendición
de los padres, quienes están en lugar de Dios, es más efectiva que la bendición de otras
personas sobre sus hijos; no obstante, Dios ha prometido una bendición para los
servicios de comunión de los santos que un hombre efectúa para otro en privado.

Richard Sibbes, ‘The Soul’s Conflict with Itself’, in Works 18.

También nosotros deberíamos conocer el gozo de pertenecer a esta ciudad, la emoción de


entrar al lugar donde se conoce la presencia de Dios, se provee su Palabra, y se promete su
gracia. Esteconocimiento en parte es nuestro por la fe en Cristo, pero su plena realización espera
el amanecer del cielo nuevo y la tierra nueva, donde el pueblo de Dios se reunirá para adorar al
rey davídico, a Jesucristo. Cada vez que nos reunimos para adorar en la iglesia de Jesucristo,
anticipamos un poco de esa plenitud. Con los santos del Antiguo Testamento, también nosotros
nos “alegramos” mientras esperamos (122:1).
• ¿Conoces tú este gozo?
• ¿Ha menguado el gozo de ser cristiano?
• ¿Se ha desvanecido el gozo de la adoración?
Cuando llegó el avivamiento a Jerusalén en los días posteriores al exilio, y el pueblo lloró a
causa de sus pecados, Nehemías los instó a alegrarse, diciendo: “El gozo del Señor es nuestra
fortaleza” (Neh 8:10). Cuando Pablo trató de dar una explicación de sus propios problemas y las
perplejidades que estaban experimentando sus queridos amigos filipenses al pensar en el
encarcelamiento de Pablo, él también los instó a alegrarse: “Alégrense siempre en el Señor.
Insisto: ¡Alégrense!” (Fil 4:4). Cuando los teólogos de Westminster intentaron condensar el
objetivo de la vida cristiana en una oración (¡una tarea abrumadora!), insistieron en decir que el
gozo era parte de ella: “El fin principal del hombre es el de glorificar a Dios y [al hacerlo] gozar
de él para siempre”. ¡El gozo fue el plan de Dios desde el comienzo mismo!
Es por esto que la oración del Señor por nosotros es tan reveladora: “Ahora vuelvo a ti, pero
digo estas cosas mientras todavía estoy en el mundo, para que tengan mi alegría en plenitud” (Jn
17:13). ¡Jesús ora para que experimentemos alegría!, alegría en la adoración, alegría en la
comunión con los hermanos, alegría en saber que Dios nos ama, alegría en la seguridad de su
presencia permanente con nosotros, alegría en saber que jamás nos separaremos de él.

Calles, muros y edificios


Uno puede imaginar fácilmente al salmista haciendo lo que haría cualquier turista en una ciudad,
admirando la arquitectura y la disposición de sus grandes edificios. En este caso, lo que resulta
fascinante es la estructura misma de la ciudad. Los formidables muros del templo, similares a los
de una fortaleza, deben haber sido impresionantes para la gente de campo, acostumbrada a las
tiendas de tela y las aldeas. Destacan tres cualidades: densidad, diversidad, y dirección.
Densidad. “Jerusalén, que está edificada como ciudad compacta, bien unida” (Sal 122:3,
NBLH). La economía del espacio en la ciudad era visible para un hombre de campo,
acostumbrado a los espacios totalmente abiertos. Es algo que los campesinos aún perciben
respecto a la vida citadina, la proximidad en que vive la gente. La ciudad de Jerusalén parecía
firmemente unida. La disposición misma de la ciudad parecía hablar de la unidad de propósito y
finalidad. Como tal, actuaba como modelo de la manera en que siempre debe ser el reino de
Dios. Es la unidad de la ciudad lo que aquí parece dominar.
Diversidad. Es especialmente interesante que el salmo subraye dos cualidades de la ciudad
que parecieran contradictorias. Luego de observar su unidad, destaca su diversidad: “A ella
suben las tribus, las tribus del Señor” (Sal 122:4). ¡Las tribus de Israel eran un conjunto muy
dispar! Estaban los habitantes de la costa de Zabulón, los montañeses de Dan, los agricultores de
Efraín, y los habitantes del desierto de Rubén. ¡Jerusalén habría sido tan fascinante de observar
por sus diversos acentos como lo era por su variada arquitectura! La igualdad o total uniformidad
es algo que solo han buscado las sectas; dentro de la comunidad del pueblo de Dios siempre ha
habido un reconocimiento del valor de la diversidad. Para citar a Pablo, dentro de la iglesia de
Dios hay manos y pies, rodillas y codos: “Todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y
ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro” (Ef 4:16). Esta
diversidad asegura, como él nos dice anteriormente en esta carta, la manifestación de la
multiforme sabiduría de Dios (Ef 3:10).
Dirección. Los asuntos de justicia solían ser resueltos a las puertas de la ciudad en el mundo
antiguo. Allí se reunían los ancianos para deliberar y dar su veredicto. A esto alude el salmo en el
verso 5: “Allí están los tribunales de justicia, los tribunales de la dinastía de David”. Se resolvían
las querellas, se zanjaban las disputas, y se buscaba la justicia dentro de estos antiguos muros. Y
aquí en Jerusalén, como en ninguna otra ciudad, ¡residía el rey! ¡Es como visitar la capital del
país y conducir hasta el palacio de gobierno; o como visitar Londres y tomar un tour en bus al
Palacio de Buckingham! El trono de David coincidía con la ciudad de Jerusalén. Desde allí se
emitía su palabra y se daba a conocer su voluntad.
Desde un punto de vista anterior al exilio, Isaías describe un día cuando los peregrinos
regresarán del exilio a Jerusalén y hallarán seguridad dentro de la “ciudad fuerte” (Is 26:1). Ellos
clamarán para que sus puertas se abran de par en par y los reciban (26:2). También nosotros
tenemos nuestros pies puestos en esta ciudad, según la perspectiva del Nuevo Testamento. “Por el
contrario, ustedes se han acercado al monte Sión, a la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios
viviente” (Heb 12:22). Nosotros venimos a una ciudad distinta; pero al igual que los antiguos
israelitas, observamos la unidad y la diversidad del pueblo de Dios que conforman los habitantes
de la ciudad y esperamos con ansias la Palabra del Rey. Fue la belleza del otro mundo de esta
ciudad lo que capturó John Newton (1725-1807) en su himno “Cosas gloriosas de ti se cuentan”,
y especialmente estos versos:
Pues de la ciudad de Sión
Soy un miembro por gracia,
Aunque el mundo me desdeñe,
En tu nombre me glorío, Salvador.
Fugaz es el placer del mundano,
Sus galas y esplendores altaneros;
Solo los hijos de Sión conocen
El gozo y los tesoros duraderos.

¿Tenemos este sentido de pertenencia a lo que Agustín llamó La ciudad de Dios?

¡Paz, perfecta paz!


“Pidamos por la paz de Jerusalén” (Sal 122:6). Estas palabras constituyen una oración para que,
según un comentarista, Jerusalén “pueda vivir de acuerdo a su nombre”. El segmento “salén” del
nombre de la ciudad es una forma de shalom, que significa “paz”. En el corazón del salmo
emerge un deseo del bienestar de la ciudad. Es interesante pensar que quizá fue este salmo lo que
Jesús tenía en mente cuando expresó el deseo de que la ciudad pudiera conocer las cosas que le
brindarían paz, a saber, él mismo (Lc 19:42).
¿Qué es lo que pide el salmista exactamente? La palabra “dentro” (v. 7) nos da la pista. Al
parecer en su mente lo más importante es la paz interior, una libertad de la división dentro de la
ciudad más bien que el temor de lo que pueda venir desde fuera. Es el temor de la discordia y la
división internas. Es el bienestar de “hermanos y amigos” (122:8) y “la casa del Señor nuestro
Dios” (122:9) lo que le preocupa. La división lastima al pueblo de Dios individualmente; pero
también lastima al cuerpo. Lo que parece decir es que debemos estar preocupados por la unidad
de la iglesia de Jesucristo.
El salmo concluye con una resolución: “Procuraré tu bienestar” (122:9). Es la dedicación de
un corazón tocado por las misericordias de Dios, y el gozo de la comunión que de ello resulta. Es
la decisión de alguien que está dispuesto a darlo todo por causa del reino de Dios. Aquí hay
abnegación y resolución orientadas hacia Dios. Es el adorador que dice: “Yo quiero ser la
respuesta a mi oración: yo trabajaré por el bien del reino de Dios. Yo viviré y moriré con la
mirada en la gloria de Dios”.

San Columba, un misionero irlandés del siglo VI que fue al oeste de Escocia,
oraba de esta forma:
Padre todopoderoso, Hijo, y Espíritu Santo,
EternoDios de gracia, bendito por siempre,
A mí, el menor de los santos, concédeme
Que cuide una puerta en el paraíso;
Que cuide aun la puerta más pequeña;
La puerta más lejana, la más oscura, la más pesada,
¡Con tal de que sea en tu casa, oh Dios!
Con tal de que vea yo tu gloria,
¡Aun desde lejos, oh Dios, y escuche tu voz!
Y sepa, oh Dios, que estoy contigo. Amén..

¿Es esto lo que deseamos?

PARA TU DIARIO…
1. ¿Qué quiere decir el Nuevo Testamento cuando sugiere que busquemos la “ciudad venidera”
(Heb 13:14)? ¿De qué manera estás buscando esta ciudad?

2. ¿Cómo puedes mostrar tu gratitud con Dios por la diversidad de su pueblo? Piensa en lo que el
salmista ha estado diciendo, especialmente en el verso 4.

3. ¿Qué cosas específicas puedes pedir en oración que concedan “paz” a la iglesia de Dios?
Piensa en lo que dice el salmo en el verso 6.
Salmo 123
Cántico de los peregrinos.

1
Hacia ti dirijo la mirada,
hacia ti, cuyo trono está en el cielo.
2
Como dirigen los esclavos la mirada
hacia la mano de su amo,
como dirige la esclava la mirada hacia la mano de su ama
así dirigimos la mirada al Señor nuestro Dios,
hasta que nos muestre compasión.

3
Compadécenos, Señor, compadécenos,
¡ya estamos hartos de que nos desprecien!
4
Ya son muchas las burlas que hemos sufrido;
muchos son los insultos de los altivos,
y mucho el menosprecio de los orgullosos.
DÍA 4

Ojos correctos

➢ Comienza leyendo el Salmo 123.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 123

L a miopía es una enfermedad del ojo que afecta la visión, y el que la padece es corto de
vista. A cierta distancia, las cosas aparecen borrosas e indefinidas, mientras que las cosas
cercanas son claramente visibles. Sin lentes correctivos, la miopía es peligrosa.
Fijemos la mirada en Jesús, exhorta el autor de Hebreos (cf. Heb 12:2), y este salmo hace lo
mismo precisamente. El problema que relata es bastante común. Es la miopía espiritual, por la
cual los cristianos no logran mantener a Jesús en el centro de la visión y se desvían del camino
por donde él quiere que vayan.
El salmista, habiendo llegado finalmente a Jerusalén y contemplado la grandeza de la ciudad
(Sal 122), ¡ahora súbitamente pone los pies en la tierra! “Ya son muchas las burlas que hemos
sufrido; muchos son los insultos de los altivos, y mucho el menosprecio de los orgullosos” (Sal
123:4). Nada nos recuerda más la vida en este mundo que el ridículo. Ser insultados por nuestra
fe es algo que muchos hemos tenido que soportar, y eso es un recordatorio de que la vida entre
las dos venidas de Jesús está marcada, como solía decir Calvino, por la carga de la cruz y la
negación de uno mismo. ¡No solo eso, sino que da la impresión de que el salmista ya no aguanta
más! “Compadécenos, Señor, compadécenos, ¡ya estamos hartos de que nos desprecien!” (Sal
123:3). Parece extraño, ¿no es cierto?, que apenas el salmista ha llegado a Jerusalén, comienza a
quejarse. ¡Las cosas deben haber sido realmente difíciles! La inclusión de esta queja en su
conjunto de salmos es un recordatorio de que la oposición es una cualidad de la vida de la fe.the
greatness of the city (Ps. 122), is now brought down to earth with a bump! ‘Our soul has had
more than enough of the scorn of those who are at ease, of the contempt of the proud’ (Ps.123:4).
¿Qué hace él al recordar su padecimiento? Es la transitada senda de la oración:

¿Vives débil y cargado


de cuidados y temor?
A Jesús, refugio eterno,
dile todo en oración.

Joseph Scriven

1820-1886

“La oración es el lenguaje de un hombre cargado de una sensación de necesidad”, escribió


E. M. Bounds. Otra definición más precisa y teológica de la oración es la del Catecismo Menor
de Westminster:

La oración es un acto por el cual manifestamos a Dios, en nombre de Cristo, nuestros


deseos de obtener aquello que sea conforme a su voluntad, confesando al mismo
tiempo nuestros pecados y reconociendo con gratitud sus beneficios 19.

Y aquí hay otra: “Hacia ti, Señor, levanto mis ojos…” (Sal 123:1, RVC). ¡Qué sencilla
elocuencia comunican estas palabras! Son una mirada hacia Dios, una mirada de fe al Señor
Soberano. El compositor de himnos moravo escocés capturó acertadamente esta idea en el que es
uno de los mejores himnos de oración:

La oración es el deseo sincero del alma,


expresado o contenido;
un fuego que arde oculto,
y se estremece en el pecho.

La oración es la carga de un suspiro,


una lágrima que se derrama;
un ojo que mira hacia lo alto,
cuando nadie más que Dios está cerca.
James Montgomery

1771-1854

“Un ojo que mira hacia lo alto…”. ¡Eso es precisamente! Es la mirada de fe que echa el
ancla sobre el Dios de la promesa del pacto. Los padres pueden entender esto cuando ven la
mirada anhelante de un hijo, con ojos suplicantes, sin decir palabra alguna. Esas miradas son
irresistibles.

La oración

La oración se enfoca en Dios. No hace falta decirlo, pero es interesante que Jesús enseñara a los
discípulos a orar recordándoles que, en primer lugar, debían dirigirse a su Padre celestial,
santificar su nombre y desear que su reino y su voluntad fuera lo primero en sus vidas (Mt 6:9-
13). Al hacerlo, Jesús estaba reafirmando una lección a menudo ignorada: deberíamos pensar
primero en Dios antes de pensar en nosotros o nuestras necesidades. La vida centrada en Dios
producirá oración centrada en Dios. La vida centrada en el hombre producirá oración centrada en
el hombre. Así como el problema llega por apartar la mirada de Dios, así también el problema se
resuelve al mirarlo a él. Tal como afirma el Padrenuestro, el salmista se recuerda a sí mismo que
el trono de Dios “está en el cielo” (123:1).
A partir de este recordatorio, hay dos cosas que llaman nuestra atención. Una tiene que ver
con la reverencia. Dios está en el cielo y eso va a configurar nuestro lenguaje de oración. No
puede haber cabida para la ligereza o la falta de respeto. Lo que aquí está en etapa embrionaria
está plenamente desarrollado en otros lugares. Pensemos en las oraciones de Esdras, Daniel, o
Pablo (Neh 9:5-38; Esd 9:6-15; Dn 9:4-19; Ef 3:16-19). Tales oraciones, al ser examinadas,
producen una disciplina en la que el pensamiento de la majestad de Dios está, como habrían
dicho los puritanos, “ramificado”; es decir, genera varias formas de pensar cómo se manifiesta
precisamente la grandeza de Dios en diversas situaciones. Como pudo haber dicho el anglicano
de Northamptonshire, Thomas Fuller, en el siglo XVII, tales oraciones pueden ser como la ropa
que los padres podrían comprar para sus hijos: varias tallas más grande para que estos crezcan y
se adapten a ella. Aquí, en este salmo, la idea viene en forma de cápsula: el trono terrenal de Dios
bien podría estar en Jerusalén, pero este era un reflejo del lugar donde está su verdadero trono:
¡el cielo! Ese pensamiento tiene la finalidad de hacernos humildes. Debemos quitar de nuestra
mente aquello que limite su grandeza: “Grande es el Señor, y digno de suprema alabanza en la
ciudad de nuestro Dios. Su monte santo…” (Sal 48:1).
Pero aquí esta no es la principal preocupación. No es la majestad, sino el poder, lo que el
salmista tiene en mente. Su “trono” está en el cielo. Para alguien que está bajo amenaza, lo que lo
reconforta no es tanto la majestad como el poder: Dios es capaz de lidiar con cualquier enemigo.
Su poder no conoce límites. Nada es demasiado difícil para el Señor (ver Gn 18:14). El
pensamiento que reconforta al salmista es que Dios “puede hacer muchísimo más que todo lo
que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros” (Ef 3:20).
Este conocimiento, que Dios “tiene poder para guardar hasta aquel día lo que le he confiado”,
nos mantiene perseverando (2Ti 1:12). No hay ninguna hostilidad que enfrentemos que no
podamos llevar a él y darnos cuenta de que, en comparación, no es nada. Su poder disipa las
tinieblas. Su soberanía no tiene límites.

Y estoy convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la
muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras
preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno pueden separarnos del
amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las profundidades, de hecho, nada en
toda la creación podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo
Jesús nuestro Señor.

(Ro. 8:38-39, Nueva Traducción Viviente).

Evitar pequeños males, pequeños pecados, pequeñas inconsecuencias, pequeñas


debilidades, pequeñas necedades, pequeñas indiscreciones e imprudencias, pequeñas
manías, pequeñas indulgencias del ego y la carne, pequeños actos de indolencia,
indecisión, dejadez o cobardía, pequeñas equivocaciones o desviaciones de una
elevada integridad, pequeños asomos de vileza y malicia… pequeñas indiferencias
hacia los sentimientos o deseos de los demás, pequeños estallidos de temperamento,
enfado, egoísmo, o vanidad; evitar semejantes pequeñeces contribuye bastante a formar
al menos la belleza negativa de una vida santa.

Horatius Bonar, God’s Way of Holiness 20.

La oración es la expresión de nuestro desvalimiento. Cuando el salmista pide “compasión”


(123:3), pereciera que bien podría estar diciendo: “No hay nada que yo pueda hacer respecto a
este desprecio que enfrento. Señor, solo tú puedes ayudarme a enfrentarlo”. En su debilidad, él
invoca al Señor.
Este salmo está bellamente ilustrado en los actos del rey Ezequías cuando recibió una carta
de amenaza de parte del rey asirio Senaquerib. Él llevó la carta al templo y “la desplegó delante
del Señor” (Is 37:14). Es como si Ezequías hubiera estado diciendo: “Yo no tengo el poder para
enfrentar a este enemigo. En realidad es a ti, no a mí, a quien está amenazando. Vindica tu
nombre viniendo a defenderme”. ¡Fue muy astuto lo que hizo! Dios tiene un interés personal al
defender su nombre y su reputación, porque su Palabra está en juego. Él no puede negar su
promesa y su pacto más de lo que puede negarse a sí mismo: “De Dios nadie se burla” (Gá 6:7).
El desvalimiento es una señal de verdadera espiritualidad. Su opuesto es el orgullo que,
según Agustín, es la esencia misma del pecado. “Los hombres más grandiosos deben volverse
mendigos cuando tienen que tratar con Cristo”, dijo Matthew Henry.
La oración apela a la misericordia de Dios. “…dirigimos la mirada al Señor nuestro Dios,
hasta que nos muestre compasión. Compadécenos, Señor, compadécenos…” (Sal 123:2-3). Lo
que el salmista sabe aquí es una verdad característica de Dios: “Tu mayor placer es amar” (Mi
7:18). Él jamás rechazará a quienes le piden misericordia. Dios no está obligado a mostrar
misericordia. Si fuera obligatoria dejaría de ser misericordia.
La mano extendida que no contiene otra cosa que una petición de misericordia es
característica de la vida cristiana. Nuestros días están llenos de oraciones de este tipo. Hay mil
asuntos respecto a los cuales deseamos que Dios venga y muestre misericordia. No osamos
pedirle a Dios que nos dé lo que merecemos, sino que le suplicamos aquello a lo cual no tenemos
derecho.

Escucha, Señor, por gracia, este clamor;


Ten misericordia, es mi súplica:
Que tu ira no esconda tu rostro
Lejos, muy lejos de mí.
Solo tú has sido mi ayuda;
No me abandones, te imploro;
Alza tu rostro de amor, y haz brillar
Su hermosura desde lo alto.

Graham Harrison
1935-

La batalla
La oración siempre es una lucha. Está presente en este mismo salmo; la lucha es el contexto de
su oración. Al parecer está diciendo que ha estado mirando al Señor tal como un esclavo podría
haber mirado a su amo, o una sierva a su ama (123:2); pero hasta ahora no ha habido ninguna
señal de socorro. Su ojo ha estado atento a la primera señal de movimiento pero todo ha
permanecido quieto.
Si bien el conflicto es con el mundo, hay otro nivel en el que se lleva a cabo este conflicto,
¡y es con Dios mismo! Hasta aquí Dios se ha estado conteniendo, prolongando la prueba, y de
esa forma ha suscitado la lucha que el salmista siente en el corazón.
¿Has estado en esta situación? A veces Dios se abstiene de responder rápidamente con el fin
de escribir en nuestro corazón la lección que desea que aprendamos. ¿Cuál es esa lección? Que a
veces la oración es contestada, como habría dicho John Newton, “con cruces”. Dios sigue
haciendo que nos estiremos para que alcancemos las alturas de lo que es la verdadera fe (y la
oración): ¡confiar solo en Dios!
El crecimiento espiritual rara vez es un proceso uniforme. Al igual que los niños, crecemos
en estirones repentinos que hacen que los demás digan: “¡Mira cómo has crecido!”. Las duras
pruebas a menudo pueden causar la aceleración del crecimiento tal como la oscuridad puede
hacer brotar la vegetación. Hay épocas en las que florecemos. En Mississippi, donde vivo ahora,
primero hay que poner los bulbos de tulipán y narciso en el refrigerador durante varias semanas
para “engañarlos” y hacerlos creer que el invierno de Mississippi ha llegado y ha pasado. Tal
como ciertos bulbos no crecerán si primero no sienten el frío de la escarcha, así también los
cristianos no crecen si primero no enfrentan pruebas.
A veces la prueba es la oración misma. La perseverancia es difícil cuando no parece que las
respuestas estén cerca. Estas pruebas, como nos relata la parábola de Jesús del amigo que llega a
media noche, también tienen el propósito de incitar la persistencia en nuestras peticiones (Lc
11:2-8). Debemos ser, como dicen algunas traducciones, “impertinentes” en nuestra insistencia.
“Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá la puerta. Porque todo el que
pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre” (Lc 11:9-10).
La providencia de Dios tiene un cronograma que necesitamos descubrir. Un creyente mira a
Dios “hasta que nos muestre compasión” (123:2, énfasis añadido). La oración reconoce este
cronograma y se somete a él. Hay un “si es tu voluntad” que la oración pronuncia en cada paso.
No se debería pensar que esto es algo inmaduro, como si la oración madura expresara cosas de
formas más confiadas acerca del resultado. Hay una disciplina en la oración tanto como hay una
disciplina de oración. La diferencia entre confianza y presunción en la oración es saber lo que
Dios ha prometido dar y lo que no ha prometido. La oración solo pide aquello que Dios ha
prometido.
Puede resultar muy difícil esperar pacientemente el tiempo de Dios, desde luego. Tales
tardanzas (y solo son tardanzas desde nuestra perspectiva, pero no para Dios) nos mantienen en
pie (¡o mejor dicho de rodillas!). Aseguran que nuestra fe se fortalezca en lugar de que se
adormezca. La abstinencia crea un apetito. Crecer en la gracia implica sumisión a Dios en cada
nivel y las lecciones aquí aprendidas recibirán dividendos.

¡Enséñame tu camino, Señor,


¡enséñame tu camino!
Concédeme tu ayuda por gracia,
¡enséñame tu camino!
Ayúdame a andar en rectitud,
menos por vista y más por fe;
guíame con luz celestial;
¡enséñame tu camino!

Benjamin Mansell Ramsey


1849-1923

PARA TU DIARIO…
1. Escribe dos cosas que puedes hacer para mejorar tu vida de
oración.

2. Piensa de qué manera podrías tomar este salmo y convertirlo en tu propia oración. ¿Qué forma
tomaría esa oración?

3. ¿Qué motivos puedes dar que podrían estar causándote


luchas en la oración?

4. “Puede resultar muy difícil esperar pacientemente el tiempo de Dios…”. ¿Cómo vas a mejorar
tu capacidad de esperar en la dirección de Dios?
Salmo 124
Cántico de los peregrinos.
De David.

1
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
—que lo repita ahora Israel—,
2
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
cuando todo el mundo se levantó contra nosotros,
3
nos habrían tragado vivos
al encenderse su furor contra nosotros;
4
nos habrían inundado las aguas,
el torrente nos habría arrastrado,
5
¡nos habrían arrastrado las aguas turbulentas!

6
Bendito sea el Señor, que no dejó
que nos despedazaran con sus dientes.
7
Como las aves, hemos escapado de la trampa del cazador;
¡la trampa se rompió,
y nosotros escapamos!
8
Nuestra ayuda está en el nombre del Señor,
creador del cielo y de la tierra.
DÍA 5

Si Dios es por nosotros…

➢ Comienza leyendo el Salmo 124.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 124

¡Imagine! (imagina). Es el título de una conocida canción de John Lennon. Pero solo imagina por
un momento cómo sería la vida sin la intervención de Dios. Imagina cómo sería si no fueras
cristiano. Imagina qué podría sucederte si Dios no lo previniera providencialmente. Imagina
dónde podríamos estar, qué podríamos hacer, qué podrían hacernos los demás.
Eso es precisamente lo que hace el Salmo 124. Está imaginando qué habría pasado si el
Señor no hubiera intervenido como lo hizo. El salmista pide liberación de un enemigo, pero al
hacerlo, reconoce que Dios ya lo ha protegido de innumerables formas.
Las palabras culminantes al final del salmo a menudo han sido citadas como un llamado a la
adoración en las liturgias reformadas, especialmente por los protestantes franceses:

Nuestra ayuda está en el nombre del Señor,


creador del cielo y de la tierra
(Sal. 124:8).
El salmo forma una especie de emparedado en el que las capas exteriores (vv. 1-2 y 8) dicen lo
mismo, pero desde un punto de vista negativo y positivo, mientras que el centro del salmo (vv. 3-
7) nos da cuatro ejemplos de liberación.

Supongamos

El salmo comienza con la pregunta “¿qué tal si…?”. “Si el Señor no hubiera estado de nuestra
parte…” (124:1).
• ¿Qué tal si Dios no hubiera intervenido como lo hizo?
• ¿Qué tal si todo hubiera dependido de nuestros planes?
• ¿Qué tal si la providencia se hubiera desplegado de otra forma?
Hay millones de preguntas como estas. Consideremos los posibles escenarios en los que
podríamos hallarnos si la historia hubiera seguido un curso distinto, si Dios no hubiera ordenado
el rumbo de nuestra vida como lo hizo. Esta es, por una parte, la observación de que nuestras
vidas están ordenadas y gobernadas por una providencia soberana. La mano de Dios está en el
arado. El Creador continúa ejerciendo un poder en el mundo asegurazndo que todas las cosas
acontezcan según un plan y un propósito divinos. Nada ocurre por un ciego azar; aun la caída de
los dados es por decreto suyo. “Las suertes se echan sobre la mesa, pero el veredicto proviene
del Señor” (Pr 16:33). Cuando Acab fue fatalmente herido por una flecha disparada al azar en el
desarrollo de la batalla, su consiguiente muerte estaba en conformidad con la profecía de
Miqueas (2Cr 18:33). José pudo decir acerca de la malvada intención de sus hermanos de
matarlo: “Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien”
(Gn 50:20). La mano de Dios puede estar oculta, pero su gobierno es absoluto. No hay nada que
quede al margen de su decreto y su involucramiento personal. Él “hace todas las cosas conforme
al designio de su voluntad” (Ef 1:11).
Nadie vio esta verdad con mayor claridad que Calvino en el curso de la historia de la
Reforma. Al escribir la Institución, cuando alude a las pruebas que los cristianos suelen enfrentar
en esta vida, él tiene esto que decir:

Cuando el cielo está cubierto de espesísimas nubes y se levanta alguna gran tempestad,
como no vemos más que oscuridad y suenan truenos en nuestros oídos y todos
nuestros sentidos están atónitos de espanto, nos parece que todo está confuso y
revuelto; y sin embargo, siempre hay en el cielo la misma quietud y serenidad. De la
misma manera debemos pensar, cuando los asuntos del mundo, por estar revueltos, nos
impiden juzgar que estando Dios en la claridad de su justicia y sabiduría, con gran
orden y concierto dirige admirablemente y encamina a sus propios fines estos revueltos
movimientos 21.

Algunos piensan que el contexto del Salmo 124 está en el relato de la coronación de David
en Hebrón, registrado en 2 Samuel 5. Después de esta ceremonia, David toma Jerusalén de los
jebuseos, y en respuesta a ello, los filisteos vienen contra David y sus hombres “con todas sus
fuerzas” (2S 5:17, NTV).Los filisteos son conquistados en una gran batalla en Perasín. Ellos
intentan una vez más en el valle de Refayin y nuevamente son derrotados: “Así lo hizo David, tal
como el Señor se lo había ordenado, y derrotó a los filisteos desde Gabaón hasta Guézer” (5:25).
¿Es esta la victoria que señala nuestro salmo? Tal vez. Pero la belleza de los salmos radica en
que no conocemos el contexto exacto en el que fueron escritos, y eso es así porque se espera que
nosotros los situemos en nuestro propio contexto. Su propósito es ser expresiones de fe para
nosotros en nuestras luchas, y en nuestras victorias (¡y derrotas!). El escenario del verso 2,
“cuando todo el mundo se levantó contra nosotros”, es uno que se aplica muy fácilmente a
nuestra propia situación. En nuestras pérdidas y cruces, conocemos demasiado bien lo que
Shakespeare llamó “los golpes y las flechas de la injusta fortuna”. Pero también sabemos que
nada ocurre si Dios no quiere que ocurra; si no quiere que ocurra tal como ocurrió; si no quiere
que ocurra de antemano.

En lo profundo de insondables
minas de infalible destreza,
Él atesora sus brillantes designios,
y labra su voluntad soberana.

William Cowper
1731-1800

Misericordias del pacto

Esta no es solo una afirmación de confianza en la providencia en general, sino que es un


testimonio de la relación de pacto entre Israel y Dios en particular. El Señor estaba “de nuestro
lado” (124:1), dice el salmista con confianza. Como si eso fuera demasiado bueno para ser cierto,
David (el autor en este caso) lo reitera en el verso 2 animando a “todo Israel” a decir con él: “Si
el Señor no hubiera estado de nuestra parte —que lo repita ahora Israel—, si el Señor no hubiera
estado de nuestra parte cuando todo el mundo se levantó contra nosotros…” (124:1-2).
La victoria había sido un acto de Dios. Si el contexto aquí es la batalla contra los filisteos,
entonces David y sus hombres mostraron gran ingenuidad al atacarlos por la retaguardia (2S
5:23). Sin embargo, la estrategia se la había dado Dios, y David simplemente hizo “tal como el
Señor se lo había ordenado” (5:25). Él no podía darse ningún crédito, sino que solo podía
atribuirle la victoria a Dios.
Esta había sido la promesa hecha a Israel en las planicies de Moab mientras consideraban la
toma de Canaán: “El Señor tu Dios está contigo; él peleará en favor tuyo y te dará la victoria
sobre tus enemigos” (Dt 20:4). Fue el testimonio de Jefté en su victoria sobre los amonitas: “El
Señor los entregó en mis manos” (Jue 15:18). “El Señor da grandes victorias a su rey” fue la
promesa que Dios le hizo a David (2S 22:51), algo que David y otros evidentemente recordaron
con gratitud cuando compusieron sus salmos mientras repetían y recordaban la promesa
(comparar Sal 18:50; 21:1, 5; 44:4; 108:13; 144:10).

La verdad es que no tengo un lenguaje lo bastante débil para describir la debilidad de


mi vida espiritual. Si lo debilitara lo suficiente dejaría de ser lenguaje; como cuando
uno trata de bajar la llama del gas todavía un poco más, y simplemente se apaga.

C. S. Lewis, Letters to Malcolm: Chiefly on Prayer 22.

En el momento en que tomamos conciencia de que somos el pueblo de Dios, y que él pelea
“por nosotros”, llega una apreciación de que todos los aspectos de nuestra vida están en sus
manos. Esta apreciación hace que Pablo exclame: “Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede
estar en contra nuestra?” (Ro 8:31). Al parecer Pablo está proclamando la verdad del
compromiso del pacto de Dios citando otro salmo:
Ten compasión de mí, oh Dios,
pues hay gente que me persigue.
Todo el día me atacan mis opresores,
todo el día me persiguen mis adversarios;
son muchos los arrogantes que me atacan.
Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza.
Confío en Dios y alabo su palabra;
confío en Dios y no siento miedo.
¿Qué puede hacerme un simple mortal?
Todo el día tuercen mis palabras;
siempre están pensando hacerme mal.
Conspiran, se mantienen al acecho;
ansiosos por quitarme la vida,
vigilan todo lo que hago.
¡En tu enojo, Dios mío, humilla a esos pueblos!
¡De ningún modo los dejes escapar!
Toma en cuenta mis lamentos;
registra mi llanto en tu libro.
¿Acaso no lo tienes anotado?
Cuando yo te pida ayuda,
huirán mis enemigos.
Una cosa sé: ¡Dios está de mi parte!
Confío en Dios y alabo su palabra;
confío en el Señor y alabo su palabra;
confío en Dios y no siento miedo.
¿Qué puede hacerme un simple mortal?
He hecho votos delante de ti, oh Dios,
y te presentaré mis ofrendas de gratitud.
Tú, oh Dios, me has librado de tropiezos,
me has librado de la muerte,
para que siempre, en tu presencia,
camine en la luz de la vida.

(Sal. 56, énfasis añadido).

“Dios está de mi parte”. Estas palabras sacan a la luz aquello que está en el centro de nuestra
relación con Dios: él está comprometido con nosotros. Así ha sido desde el comienzo mismo.
Los sucesivos pactos que él hizo con Abraham, Moisés y David se han tratado de esto: él quiere
formar una relación de amor con nosotros. Y cuando esto es así, no tenemos motivo para tener
miedo —¡a nada! “Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los
demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna
en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús
nuestro Señor” (Ro 8:38-39).
En el Salmo 124, ¡el salmista ha captado algo realmente muy precioso! Si Dios no hubiera
estado de su parte, la catástrofe que Israel habría sufrido no tiene límites. El salmo menciona
cuatro posibilidades: un terremoto (124:3), una inundación (124:4), una bestia de presa (124:6),
y una “trampa del cazador” (124:7). Cada una captura vívidamente el desastre inminente que les
espera a aquellos por quienes el Señor no pelea.
Nosotros debemos aferrarnos a la misma verdad. En Jesucristo (¡y solo en él!), Dios está “de
nuestra parte”. Sin la fe en su Hijo, él está implacablemente en nuestra contra.

El Señor de las batallas


Christopher Wordsworth (1807-1885), un pariente del famoso poeta del siglo XIX, escribió un
himno que contiene la siguiente estrofa:

¿Quién es este que viene en gloria


con el júbilo del triunfo?
Señor de las batallas, Dios de los ejércitos,
Él ha ganado la victoria;
aquel que sufrió en la cruz,
que se levantó de la tumba,
ha vencido el pecado y a Satán,
con su muerte despojó a sus enemigos.

La fuente de este himno bien puede estar en las palabras de Isaías 63, ¡uno de los capítulos más
impactantes de la Biblia! Comienza con estas palabras: “¿Quién es este que viene… con sus
ropas teñidas de rojo?” (Is 63:1, NTV). Es una imagen del Ungido que llega en la consumación
de las cosas como un guerrero cuyas ropas están manchadas con la sangre de sus víctimas: “Su
sangre salpicó mis vestidos, y me manché toda la ropa” (Is 63:3). El poderoso guerrero ha venido
para juicio y ejecución.
Este tema del “Dios de las batallas” es el que hemos visto aquí en el Salmo 124. Es un tema
que la Biblia nos presenta en más de un lugar. Anteriormente, en Éxodo, se nos dice: “El Señor
es un guerrero; su nombre es el Señor” (Éx 15:3). En su profecía, Isaías ya había señalado su
venida: “El Señor marchará como guerrero; como hombre de guerra despertará su celo. Con
gritos y alaridos se lanzará al combate, y triunfará sobre sus enemigos” (Is 42:13; comparar Jer
14:9; 20:11; Sof 1:14). Es un tema que también recorre el Nuevo Testamento. Jesús viene para
hacer guerra contra poderes hostiles y malignos. Viene como el Poderoso Guerrero para entrar en
conflicto contra el antiguo enemigo. Él ha venido a destruir a Satanás.

El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo

(1 Jn 3:8).

Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público
al exhibirlos en su desfile triunfal

(Col. 2:15).

Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza
humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es
decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a
esclavitud durante toda la vida
(Heb. 2:14-15).

A lo que aluden estos versos es una batalla que sale a la superficie por primera vez en
Génesis 3:15, el denominado protoevangelio, o la primera promesa del evangelio. La promesa
consiste en que de la simiente de la mujer (Eva) vendría uno que aplastaría la cabeza de Satanás,
si bien Satanás lograría herirlo en el talón en el proceso. El príncipe de la muerte es derrotado por
la muerte sustitutiva y propiciatoria de Cristo en favor de los pecadores. Calvino escribe: “No sin
causa San Pablo ensalza tanto el triunfo de Cristo en la cruz, como si la cruz, objeto de deshonra
y de infamia, se hubiera convertido en carro triunfal” 23. Como Jesús mismo había dicho, la casa
del “hombre fuerte” ha sido saqueada (Mt 12:29; Mr 3:27; Lc 11:21).
Es de este triunfo de Dios, que culmina en la victoria obtenida en la cruz, que este salmo
habla en última instancia. Por medio del grito de victoria “todo se ha cumplido” (Jn 19:30), Jesús
ha logrado la liberación última que nos permite decir: “Si Dios está de nuestra parte, ¿quién
puede estar en contra nuestra?” (Ro 8:31). Esta es la seguridad que nos mantiene perseverando.

“Bendito sea el Señor… ¡nosotros escapamos!”.

En 1582, un ministro encarcelado, John Durie, fue liberado en Edimburgo y mientras


caminaba hacia la ciudad descubrió que doscientos de sus amigos salieron a su encuentro. Se
dice que el número aumentó a dos mil, los cuales, mientras avanzaban por la calle principal
comenzaron a cantar las palabras de este salmo: “Diga ahora Israel…”. Se dice que uno de sus
persecutores estaba más alarmado por esto que por cualquier otra cosa que hubiera visto en
Escocia.

PARA TU DIARIO…
1. Tómate algunos momentos para reflexionar sobre dónde podrías estar hoy si Dios no hubiera
intervenido en tu vida. ¡Asegúrate de agradecerle por haber intervenido!

2. Medita en las cualidades “guerreras” de Dios. ¿Necesitas acomodar tu visión de Dios a


consecuencia de lo que enseña la Biblia y lo que nos enseña este salmo?

3. Piensa de qué manera Dios ha demostrado estar “de tu lado” en tu experiencia reciente. Al
pensar en ello, pregúntate por qué piensas que estas cosas demuestran que Dios está “de tu lado”.

4. La frase “alaba al Señor” ¡aparece más de siete mil veces en la Biblia! ¿De qué manera te
afecta esta estadística?
Salmo 125
Cántico de los peregrinos.

1
Los que confían en el Señor
son como el monte Sión,
que jamás será conmovido,
que permanecerá para siempre.
2
Como rodean las colinas a Jerusalén,
así rodea el Señor a su pueblo,
desde ahora y para siempre.
3
No prevalecerá el cetro de los impíos
sobre la heredad asignada a los justos,
para que nunca los justos extiendan
sus manos hacia la maldad.
4
Haz bien, Señor, a los que son buenos,
a los de recto corazón.
5
Pero a los que van por caminos torcidos
deséchalos, Señor, junto con los malhechores.
¡Que haya paz en Israel!
DÍA 6

Rodeados

➢ Comienza leyendo el Salmo 125.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 125

“M iren, el Señor omnipotente llega con poder… Como un pastor que cuida su rebaño,
recoge los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién
paridas” (Is 40:10-11).
Así habló el profeta Isaías en el siglo VIII a. C., y al hacerlo pronunció uno de los temas más
reconfortantes que desarrolla la Biblia: que Dios es nuestro protector soberano.
El compositor de himnos Augustus Toplady (1740-1778) lo expresó sucintamente con estas
palabras:

Un protector soberano tengo,


invisible, pero siempre cercano;
invariablemente fiel para salvar;
poderoso en su gobierno y su mando.
Sonríe y me llena de consuelo;
su gracia como el rocío desciende,
y muros de salvación rodean
al alma que él con gozo defiende.

Este es el tema del Salmo 125. El contexto nos es familiar. El salmista está afligido por el
hecho de que está rodeado de maldad. Aparentemente sus enemigos ocupan áreas que
legítimamente le pertenecen al pueblo del Señor (125:3). Esto quizá indica que este salmo
proviene de un periodo posterior, probablemente del tiempo del exilio babilónico. El salmista
trata de cantar la canción del Señor en una tierra extraña sabiendo que “extraños” ocupan la
suya. En el espacio de solo cinco versos, escuchamos el estribillo de “impíos”, “maldad”,
“caminos torcidos”, y “malhechores”, lo que indica lo preocupado que él está por el problema
que enfrenta. Pero este no es uno de esos salmos de lamentación. Aquí no hay indicios, como en
otros lugares, de desesperación y tristeza ante la expectativa del avance del mal (cf. Sal 13, 42,
43, 73, 102). Este no es un salmo en que se sospeche del abandono y la partida de Dios. Al
contrario, el salmista se goza en la certeza de la protección divina. Él se siente sostenido y
afirmado.
Lo que está diciendo este salmo es algo como esto: “Aquí es donde yo, el Señor, he puesto
mis pies; ahora sigue mis pisadas. Sígueme en el viaje de tu vida y descubre estas verdades
acerca de Dios que pueden sostenerte y guardarte. Tal vez la oscuridad te rodee, pero debes tener
por seguro, como hijo de Dios, que abundan realidades más grandiosas. Yo, el Señor, estoy a tu
alrededor. Mis brazos te envuelven”.

Realismo y la lucha de la fe
Existe considerable confusión acerca de la naturaleza de la vida cristiana. Debido a la falta de
realismo acerca del sufrimiento y las pruebas, algunas presentaciones de la vida del reino resultan
extravagantes y destinadas al colapso psicológico. Una creencia de que Dios no pretende ningún
sufrimiento para sus hijos tuerce la perspectiva de algunos hacia una de dos direcciones: algunos,
que fantasean con expectativas optimistas de santificación, esperan niveles de vida que están por
encima de la lucha común. Como aviones que ascienden por sobre las nubes, así los cristianos
pueden vivir en alturas vertiginosas tales que los problemas ya no los afectan (no deberían
hacerlo). Aquellos que descubren que las pruebas realmente aún los afectan mucho, se afligen
todavía más. Al rehusar reconocer que su teología no es realista, o pretenden que el problema no
existe, o bien caen víctimas de la presión y acaban como desastres emocionales. Otros llegan a la
conclusión lógica de su postura —que Dios no pretende ningún sufrimiento para sus hijos— y
sugieren que todo sufrimiento es demoníaco. Convierten a Dios en una figura de extraordinaria
impotencia y pasividad, y el sufrimiento se describe como la actividad de Satanás. Para citar una
forma moderna de esta postura: cuando a las personas buenas les ocurren cosas malas, Dios no
tiene nada que ver en ello.
Los salmos nos llegan como un respiro de aire fresco en las pestilentes reclusiones que
presentan estas perspectivas. Aquellos son completamente realistas en su representación de la
vida. Nadie puede leerlos sin quedar impresionado por la osada forma en que comunican la
frustración y el temor, la duda y la desesperación. Calvino lo expresa de esta forma:

[Los salmistas] exponen sus pensamientos y afectos más íntimos, nos llaman, o más
bien nos impulsan, a cada uno de nosotros al examen personal, a fin de que ninguna de
las muchas debilidades a las que estamos sujetos, y de los muchos vicios que abundan
en nosotros, pueda permanecer oculto 24.

Imagina al salmista en Jerusalén, rodeado de los grandes sitios y olores de la ciudad y el templo.
¿Y qué está haciendo? ¿Qué pensamientos vienen a su mente? ¡Sus problemas! Este es uno de
los motivos por los que los Salmos nos resultan tan cautivantes, ¿no es así? Porque no pretenden
sugerir alguna espiritualidad nada realista con la cual no podamos identificarnos. Aquí hay una
impresionante honestidad que es bienvenida. Esto es lo que también nosotros hemos conocido.
En medio de un servicio de adoración, hemos encontrado que nuestra mente divaga y se enfoca
en las cuestiones que nos preocupan. En el acto mismo de la oración hemos descubierto que por
algún tiempo hemos estado preocupados por algo que nos inquieta y hemos dejado de hablar con
Dios para pensar en nuestro problema.
Nos encontramos en este mundo, en este mundo caído en el que Satanás reina en cierta
medida, donde él es “el que gobierna las tinieblas” (Ef 2:2). Mientras escribía estas líneas, recibí
noticias de dos ministros con los que compartí brevemente algunas clases en el seminario.
Entonces me enteré de que uno había perdido a sus dos hijos adolescentes en un accidente, y el
otro tenía un hijo de catorce años que se disparó accidentalmente y tiene muerte cerebral. Las
teologías que no toman en cuenta estas posibilidades y no ofrecen palabras de consejo y apoyo
son inútiles. Peor aún, ¡son demoníacas! Así como Satanás miente, estas teologías distorsionan y
roban en el momento de mayor necesidad. Los salmos nunca hacen eso. La realidad misma de la
guerra en la que se encuentra el creyente es una cosmovisión con la que los Salmos están prestos
a solidarizar.

“En este mundo afrontarán aflicciones” (Juan 16:33).

Sea cual sea el género de tribulación que nos aflija, siempre debemos tener presente
este fin: acostumbrarnos a menospreciar esta vida presente, y de esta manera incitarnos
a meditar en la vida futura. Porque como el Señor sabe muy bien hasta qué punto
estamos naturalmente inclinados a amar este mundo con un amor ciego y brutal, aplica
un medio aptísimo para apartarnos de él y despertar nuestra pereza, a fin de que no nos
apeguemos excesivamente a este amor. Ciertamente, no hay nadie entre nosotros que
no desee ser tenido por hombre que durante toda su vida suspira, anhela y se esfuerza
en conseguir la inmortalidad celestial.

Juan Calvino, Institución de la religión cristiana 25.

El recurso de la oración

Vale la pena repetirlo porque es muy cierto:

¿Estás débil y cargado


De cuidados y temor?
A Jesús refugio eterno
Dile todo en oración.

Joseph Scriven

1820-1886

Es importante que captemos lo que el salmista está haciendo a medida que pasa de un verso a
otro en este salmo:

No prevalecerá el cetro de los impíos


sobre la heredad asignada a los justos,
para que nunca los justos extiendan
sus manos hacia la maldad.
Haz bien, Señor, a los que son buenos,
a los de recto corazón
(Sal. 125:3-4).

El verso 3 es difícil, pero lo que está diciendo esencialmente es esto: la tierra de Israel había
sido ocupada por ejércitos extranjeros (los asirios, o probablemente los babilonios). Pero ellos no
iban a ocupar “la heredad” para siempre. ¿Por qué no? Porque Dios había hecho ciertas promesas
respecto a “la heredad” o la tierra y sus habitantes. “La heredad” era parte de la promesa hecha a
Abraham (Gn 17:8). Aun cuando Dios había amenazado con el exilio desde “la heredad” a causa
de la desobediencia de parte de Israel, la duración de ese exilio era limitada. Como iba a
descubrir Daniel al leer en Jeremías 29:10, ese tiempo sería de setenta años (Dn 9:2). Es
importante, por lo tanto, que luego de la declaración de la promesa en el verso 3, haya una
oración en el verso 4 que llama a su cumplimiento. Así como Daniel convirtió esta promesa en la
gran oración de Daniel 9, así también el salmista aquí hace lo mismo.
En la Biblia, las promesas jamás llevan al fatalismo; ¡jamás! Los escritores de la Biblia no
llegaron a la conclusión de que, como Dios ha dado su palabra acerca de algo, y como los planes
de Dios nunca pueden ser frustrados, en consecuencia ellos no tenían nada que hacer más que
mirarlo mientras él los cumple. ¡Eso es fatalismo, no cristianismo! Los escritores de la Biblia
convirtieron las promesas en oraciones. Ellos entendían que la manera en que Dios cumple sus
promesas es en respuesta a nuestra oración. Él recibirá peticiones antes de entregar. Él ordena los
medios así como los fines.
Aquí hay un vínculo entre meditación y oración.A medida que el salmista piensa en Dios y
su Palabra, convierte sus pensamientos y descubrimientos en una oración. Las promesas de Dios
en las que medita forman el combustible que enciende su intercesión. Esta siempre es una buena
forma de orar. “Convierte la Biblia en una oración”, decía Robert Murray M’Cheyne. “Las
promesas de Dios son la tapa que impide que la fe naufrague al orar”, decía Thomas Watson. “La
oración”, escribió John Bunyan a un nivel más formal, “es un sincero, sensible y afectivo
derramamiento del alma a Dios, por medio de Cristo, con la fortaleza y la asistencia del Espíritu,
por aquellas cosas que Dios ha prometido” 26.
¿Qué es exactamente lo que él pide en oración? Al parecer lo que se pide en el verso 4 se
afirma en el verso 5, ¡como si el salmista recibiera una seguridad inmediata de que ha sido
escuchado! El orar para que Dios bendiga a los rectos de corazón (125:4) lleva al salmista a
afirmar que: “…a los que se apartan tras sus perversidades, Jehová los llevará con los que hacen
maldad” (125:5, RV95).
Aquí se reconoce que Dios actuará en conformidad con cierta regla o estándar. La
aseveración que sigue a la oración no es acerca de los justos, sino de los malvados. Esta no es
una de esas oraciones oscuras que a veces se abren camino entre los Salmos, y con las cuales
algunas personas tienen problemas, especialmente cuando no toman en serio lo que Dios dice
acerca de su santidad y lo que eso significará para el que no se arrepiente. No; esta es una
aseveración basada en el hecho de que Dios siempre actúa de esta forma. El trato de Dios con el
malvado nunca es errático, o irregular; la forma en que Dios actúa es predecible, y eso es porque
él siempre actúa conforme a su Palabra, a su pacto. Eso es lo que hace al Dios de Israel distinto a
todos los dioses de las naciones circundantes: se puede confiar en que el Señor del pacto de
Israel hará lo que ha prometido.
Recientemente ha surgido una crítica de parte de aquellos que desean ver en Dios una
“apertura” acerca del futuro. Ellos sugieren que Dios está sujeto a cambio igual que nosotros. “A
fin de cuentas”, dicen ellos, “¿no habla la Biblia que Dios se ‘arrepiente’?”. ¡Efectivamente, así
dice! Pero en lugar de sugerir, como ha estado diciendo la iglesia durante siglos, y como Calvino
dijo elocuentemente en el siglo XVI, que estos son “antropomorfismos” —“balbuceos”, si se
prefiere, con el fin de hablar a nuestro nivel—, los críticos han dicho que esto confina
innecesariamente a Dios. ¡Así es, en efecto! Y qué bendiciones resultan de ello; y una que no es
menor es que sabemos en qué situación estamos con Dios. Nunca pensamos que Dios actúa de
esta forma hoy y de otra forma mañana. En todos sus tratos con nosotros existe conformidad con
los principios, con la ley revelada, con la norma bíblica que hace que nuestra relación con él sea
comprobable y segura. El salmista sabía cuál era el fin de los malvados, porque Dios lo había
dicho. Ese era el fin del asunto. Él no iba a descubrir que Dios había cambiado de parecer acerca
de algo que había revelado siglos antes. Eso nos da ánimo para descansar en sus promesas y
tomar en serio su palabra. Y más que cualquier otra cosa, ese es el mejor consuelo de todos.
¿Pero cuál es esa promesa en relación con el creyente? ¿De qué puedo estar seguro?

Rodeado de amor

Los primeros versos del salmo usan una imagen gráfica de lo que significa confiar en el Señor y
sus promesas.
Como rodean las colinas a Jerusalén
así rodea el Señor a su pueblo,
desde ahora y para siempre
(Sal. 125:2).

En el aspecto topográfico, entonces como ahora, Jerusalén está rodeada de una cadena de
montañas. Sión, el monte sobre el cual estaba construida la ciudad, es un monte entre otros. Es
una imagen de envolvimiento y protección. Y se dice que esto refleja la relación que Dios tiene
con su pueblo. Él los rodea y los protege.
Deuteronomio retrata a Dios como alguien que sostiene sus manos por debajo, por así
decirlo, listo para sujetar al que tropieza y cae: “El eterno Dios es tu refugio, y debajo están los
brazos eternos” (Dt 33:27, NBLH). Isaías retrata a Dios como Pastor, que envuelve suavemente
con sus brazos a un cordero y lo lleva a casa: “Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los
corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas” (Is
40:11). Estas imágenes comunican la noción de que Dios dice acerca de aquellos que carga:
“¡Estos son míos, yo los amo!”. Correspondeal mismo pensamiento que la idea que expresa Jesús
cuando se describió a sí mismo como una gallina que ansía que sus polluelos vengan y se
refugien bajo sus alas (Mt 23:37; Lc 13:34). Así es Dios esencialmente, dice Jesús.

“…para siempre” (125:2).

La promesa nunca acaba.

Oh amor que no me dejará,


¡en ti reposa mi alma agotada!

George Matheson
1842-1906

Es por ello que el salmo concluye con una bendición: “¡Que haya paz en Israel!” (Sal 125:5).
Independientemente de lo que ocurra a nuestro alrededor, jamás estamos fuera de la protección
de Dios, ¡jamás! Estamos resguardados por esta paz. “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4:7).
Durante las secuelas de la ruina financiera que siguió a los grandes incendios de Chicago en
1873, Horatio Spafford envió a su esposa y sus hijas a Inglaterra, solo para enterarse de que sus
hijas se habían ahogado en una colisión accidental en el mar. Él hizo el mismo recorrido y se
detuvo en el sitio donde ellas fallecieron, y escribió las palabras que expresan, con sencillez y fe
conmovedoras, lo que este salmo nos está diciendo:

De paz inundada mi senda ya esté,


o cúbrala un mar de aflicción,
cualquiera que sea mi suerte, diré:
¡Estoy bien, tengo paz, gloria a Dios!

Horatio Spafford

1828-1888

Es el consuelo que cada cristiano puede conocer.

¡Dios nos mantiene a salvo, sin importar lo que suceda!

PARA TU DIARIO…
1. Cuando piensas en ti mismo, o tu familia, o tus amigos, ¿qué luchas de fe vienen a tu mente?

2. ¿Qué promesas de la Biblia te resultan especialmente consoladoras? Escribe dos de ellas que
sean especialmente preciadas para ti. ¿Hay alguna otra promesa que hayas descubierto en la
lectura de hoy que pudieras añadir a tus promesas favoritas?

3. El hecho de que el salmo concluya con “Israel” es un recordatorio de la dimensión corporativa


de nuestra fe. Haz una lista de personas por las que quieras orar hoy.
4. ¿Aprendiste algo en particular de este salmo? Explícalo.
Salmo 126
Cántico de los peregrinos.

1
Cuando el Señor hizo volver a Sión a los cautivos,
nos parecía estar soñando.
2
Nuestra boca se llenó de risas;
nuestra lengua, de canciones jubilosas
Hasta los otros pueblos decían:
“El Señor ha hecho grandes cosas por ellos”.
3
Sí, el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros, y eso nos
llena de alegría.

4
Ahora, Señor, haz volver a nuestros cautivos
como haces volver los arroyos del desierto.
5
El que con lágrimas siembra,
con regocijo cosecha.
6
El que llorando esparce la semilla,
cantando recoge sus gavillas.
DÍA 7

Lágrimas santas y risa santa

➢ Comienza leyendo el Salmo 126.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 126

E s casi una perogrullada decirlo, pero el pueblo del Señor aún está en este mundo. La
“lágrimas” están a la orden del día (126:5).
Mientras solo damos una mirada somera a este salmo, es interesante que comienza con
lágrimas y concluye con risa. Eso nos indica uno de los motivos por los que a tantos de nosotros
nos parece que este salmo refleja nuestra propia experiencia personal de vida en este mundo.
También nosotros encontramos la vida mezclada con lágrimas y risa.
Este salmo se sitúa en un contexto definido. Tras el salmo yace la experiencia del exilio, la
cual debe haber sido traumática de un modo que a nosotros nos cuesta incluso imaginar y
contemplar. Y no obstante, este salmo tiene algo muy personal con lo cual nos identificamos de
inmediato. Cada uno de nosotros puede testificar que conoce la liberación de Dios de tal manera
que cuando llega, decimos: “Nos parece estar soñando” (126:1). ¡Tan grandes y abrumadoras son
las poderosas obras de la liberación de Dios que apenas podemos comprenderlas!
El trasfondo de este salmo sin duda corresponde al periodo de historia registrado para
nosotros en los libros de Esdras y Nehemías. Tras setenta años de cautividad en Babilonia, Dios
trajo a su pueblo de vuelta a la tierra de la promesa. La mayoría de los que regresaron no habían
conocido otra cosa que la vida en Babilonia. Había excepciones; hombres como Daniel, por
ejemplo, gente ya de ochenta o noventa años que habrían sido transportados a Babilonia siendo
adolescentes. Ahora debían volver a una tierra que solo se había mantenido viva en las historias
que les habían contado. Nunca habían conocido, o cuando mucho solo recordaban vagamente, lo
que era caminar en las regiones de la Alta Galilea, o las planicies de Palestina central, o, lo que es
más importante, las colinas del monte Sión. Ellos solo tenían un conocimiento muy tenue de
cómo era Jerusalén. No sabían nada del templo y su adoración; los sacrificios y fiestas que
habían marcado su calendario habían estado ausentes de su adoración en Babilonia. ¿Logras
imaginar la sensación de gozo mientras regresaban a Canaán y los muros en ruinas de la ciudad y
el templo?
El salmo se divide en tres secciones: una canción, una oración, y una promesa. La canción
se encuentra en los versos 1-3, la oración en el verso 4, y la promesa concluye el salmo en los
versos 5-6.
Comienza con una canción: un canto de liberación. Se trata de un breve retrato de la historia
de la iglesia en el Antiguo Testamento. Hay cautividad y hay restauración o liberación, y esto se
repite. Está Egipto y está Canaán. Está Babilonia y está la restauración que le siguió. Y, como
hemos sugerido, lo que está detrás de este salmo es la deportación que ocurrió en el 586 a. C.,
cuando el Señor levantó a Nabucodonosor para castigar a su pueblo, y dos generaciones después
levantó a Darío para volver a restaurarlos. Hubo un decreto del Rey de Babilonia para destruir el
templo y hubo un decreto del Rey de Persia para reconstruirlo. Y de muchas formas, esa es toda
la historia del Antiguo Testamento.
Es importante que entendamos la perspectiva de la historia que adopta el salmista. Se trataba
de historia sagrada; era la actuación del Señor. El salmista esencialmente está diciendo: “Es el
Señor el que nos ha traído de vuelta; y es el Señor el que ha hecho grandes cosas” (126:1-3). Los
hombres pueden hacer lo peor y pueden hacer lo mejor, pero en última instancia es Dios quien
entreteje la historia. Es la perspectiva de que la historia es surelato. Es por su providencia que
Dios ordena todos los sucesos y detalles de todo lo que nos acontece, individual o
colectivamente, por un propósito divino que puede que entendamos o no.
La mayoría de nuestros problemas surgen de la incapacidad de advertir este hecho. No
importa lo que sea, ni lo enorme o maligno que pueda ser un suceso: el desarrollo de la historia
acontece como consecuencia de una mano soberana en los controles.
Los problemas pueden variar, desde luego. Algunos tienen relación con el trabajo, algunos
amenazan la salud, y otros involucran las relaciones de comunidad en el matrimonio, el hogar y
la familia. Algunos los causamos nosotros mismos, a consecuencia del orgullo, los celos, y la
frustración. Y cuando llega la liberación a alguna de estas situaciones, pareciera que estamos
soñando.
¿Has hablado alguna vez con alguien que ha sido librado de la amenaza del cáncer, con una
persona que ha vivido en medio del temor a la enfermedad y la muerte? Es como un sueño, ¿no
es así? ¡Cuesta creer que es cierto! Hay un momento en el retrato que hace Cecil B. DeMille de la
vida de Moisés en The Ten Commandments cuando describe una figura ansiosa y preocupada.
Cuando Moisés manda que las aguas del Mar Rojo se acumulen a ambos lados de modo que la
gente pueda pasar por en medio, hay un pequeño hombre que le dice a su familia mientras pasan
por el espacio entre las aguas: “¡De prisa, de prisa!”. Apenas puede creer que sea cierto, o que
vaya a durar mucho tiempo.
De hecho, el salmo indica una reacción doble, la primera de parte del pueblo de Dios en la
que ellos están llenos de canciones y risa, y dicen: “¡El Señor ha hecho esto!”, y la segunda,
departe de las naciones que dicen algo similar (v. 2). Una de las razones por las que Dios envía
las plagas sobre Egipto y sobre el faraón en particular, fue que los egipcios dirían acerca del
éxodo de los judíos: “¡Esto lo ha hecho Dios!” (cf. Éx 7:5).
En cierto sentido, cada cristiano ha conocido esta liberación. ¿Qué otra cosa significa ser
cristiano sino que hemos sido librados de la noche oscura del pecado y llevados a la libertad de
la adopción como hijos de Dios? Y en ese sentido, cada uno de nosotros debe llenarse de un
gozo inexpresable y lleno de gloria.

Gracia que inunda el alma

En segundo lugar, en este salmo no solo hay una canción; también hay una oración. “¡Haz
volver nuestra cautividad, Jehová, como los arroyos del Neguev!” (126:4, RV95). El Neguev
estaba en el sur, un desierto seco y yermo que se extendía desde los pies de Jerusalén hasta las
regiones de Beerseba. Hoy es un terreno inhóspito, como sabrá cualquiera que haya visitado
Israel y haya seguido las rutas turísticas hasta el Mar Muerto, las regiones de Masada, y más allá.
Lo que el salmista está pensando aquí es la realidad de la vida como él la había conocido,
quizá, luego de volver de Babilonia. No todos regresaron, desde luego. Algunos prefirieron
quedarse en Babilonia en lugar de arriesgarse a una vida de existencia incierta en Israel
nuevamente. Pero aquellos que lo hicieron, como nos dicen en detalle los primeros capítulos de
Esdras, enfrentaron reveses y hostilidad. La experiencia de gozo y alegría pronto se tiñó de
amargura y lágrimas nuevamente (v. 5). Hubo decepciones, algunas de las cuales provendrían de
las inconsecuencias del pueblo del Señor. Y lo que ahora hace el salmista en esta oración es
emplear una imagen gráfica conocida por muchos que habían vivido en estas regiones del sur de
Israel. El terreno, tostado por el calor del sol, se había endurecido. Sin advertencia, cada vez que
las lluvias caían en las laderas del norte del país, el agua descendía de prisa y llenaba los arroyos
del Neguev muy rápidamente. La inundación era una amenaza muy real cuando llegaba la lluvia.
Lo que el salmista pide en su oración es precisamente una inundación así, una inundación de la
gracia de Dios que descendiera de súbito y arrastrara sus pies.

Señor, termina con mi invierno y da paso a mi primavera. Con todo mi anhelo, no


puedo elevar mi alma desde su muerte y letargo, pero para ti todo es posible. Necesito
la influencia celestial, el claro resplandor de tu amor, los rayos de tu gracia, la luz de tu
mirada, estas son para mí las Pléyades. Mucho sufro por el pecado y la tentación, estos
son mis signos invernales, mi terrible Orión. Señor, obra maravillas en mí y para mí.

C. H. Spurgeon, Morning and Evening 27.

Es una oración comprensible, ¿no es verdad? Es el anhelo de nuestro corazón cuando


pensamos en la condición de la iglesia de hoy. También nosotros anhelamos que desciendan las
aguas del avivamiento y arrastren el letargo y el desaliento que suele apoderarse de la iglesia de
Jesucristo. Pero la realidad es que vivimos nuestras vidas en la esfera de la dificultad. Es un
tiempo de flaqueza. Es un tiempo de presión y dolor. Esa es la realidad de la vida, ¿no es así?
¡Ahí es donde estamos algunos en este preciso momento! Tú puedes sentirte identificado. Esta es
una imagen de ti, anhelando que caigan las nubadas espirituales y se precipiten e inunden tu vida
otra vez.
Y aquí el sentimiento no es distinto al que se expresa en el Antiguo Testamento, y
particularmente en los profetas donde se dice que Dios desciende, regresa, y visita, de manera
que las conciencias son despertadas, los espíritus son reanimados, los corazones son alentados, y
la fe es revivida (ver Sal 44:23-26; 69:18; 80:14).

¿Es esta tu oración?

¡Taller en la planta baja, sala de exposiciones


arriba!
En este salmo también hay una promesa de gran significación, que aunque nos encontremos en
medio del llanto, esto es parte del proceso que lleva a la cosecha. La siembra dolorosa lleva a una
fructífera cosecha; es la regla del reino de Dios. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere…”,
dice Jesús que no habrá cosecha (Jn 12:24). Debe haber una muerte antes de que pueda surgir la
vida. La ley de la cosecha dicta que no puede haber una abundante cosecha a menos que primero
haya ocurrido una muerte. El dolor y el sufrimiento es el canal por donde emerge y florece la
verdadera vida. Cualesquiera que puedan ser las dificultades, Dios asegurará el resultado final de
la vida. Él añadirá minuciosamente todos los toques finales sobre el cuadro.
Tal vez no puedas unir todas las piezas ahora; la obra parece incompleta, a medias, pero el
pacto de gracia nos asegura, y la obra acabada de Cristo también nos asegura, y la continua
intercesión de Cristo nos asegura aún más que él completará lo que ha comenzado. Habrá un día
de cosecha. Quizá ahora mismo estés llamado a sufrir; puede que por ahora las lágrimas abunden
más que cualquier otra cosa. Suena deprimente, ¿no es cierto? Pero ten paciencia, porque el
Maestro aún no ha concluido su obra. Lo que ves ahora no es más que el taller; la sala de
exhibiciones está escaleras arriba.
Lo que aquí tenemos es la contraparte de lo que Pablo dice con tanta elocuencia en
Romanos 8, que si sufrimos con él (Cristo), seremos glorificados con él. Este es un provechoso
recordatorio de que el sufrimiento es una considerable parte de la experiencia de la iglesia en este
tiempo entre las dos venidas de Jesús. Hay una cosecha que se aproxima, ¡una cosecha tan
grande que cuesta concebirla!
Puede que nuestra siembra incluya lágrimas, pero Dios conoce nuestras lágrimas. El Salmo
56:8 nos dice que él las anota en un rollo y lleva un registro de ellas. ¿No es eso extraordinario?
Tenemos un Salvador que ha derramado lágrimas en la tumba de un amigo querido y que ahora
sabe compadecerse de las que ruedan por nuestras mejillas. ¡Un momento en el cielo secará toda
lágrima! Entonces el propósito de Dios habrá madurado y el plan de Dios habrá sido ejecutado y
ninguno de sus planes se habrá malogrado.
¿No es eso maravilloso?
Aférrate a esa promesa y ora para que parte de ella pueda venir a inundar tu alma mientras
meditas en ella.
La lección de este salmo es “seguir siguiendo adelante”. Es dar el siguiente paso, y luego el
otro, y luego el otro. Puede que el fruto no sea inmediato. Pero sé fiel… jamás te rindas.

PARA TU DIARIO…
1. El salmo de hoy se ha enfocado en la historia de Israel. Piensa en tu propio pasado y
reflexiona sobre los actos de la providencia de Dios que han operado para llevarte adonde estás
hoy.

2. ¿Qué tan sincero eres al querer que las inundaciones de la gracia de Dios se derramen en tu
alma? ¿Qué aspectos de tu vida podrían cambiar a consecuencia de ello?

3. ¿Por qué el dolor debería conducir a la gloria? ¿Eso siempre es cierto? Reflexiona sobre lo que
podrías estar aprendiendo del dolor en tu vida.
Salmo 127
Cántico de los peregrinos.
De Salomón.

1
Si el Señor no edifica la casa,
en vano se esfuerzan los albañiles.
Si el Señor no cuida la ciudad,
en vano hacen guardia los vigilantes.
2
En vano madrugan ustedes,
y se acuestan muy tarde, para comer un pan de fatigas,
porque Dios concede el sueño a sus amados.

3
Los hijos son una herencia del Señor,
los frutos del vientre son una recompensa.
4
Como flechas en las manos del guerrero
son los hijos de la juventud.
5
Dichosos los que llenan su aljaba
con esta clase de flechas.
No serán avergonzados por sus enemigos
cuando litiguen con ellos en los tribunales.
DAY 8

Edificación duradera

➢ Comienza leyendo el Salmo 127.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 127

L as primeras palabras de este salmo en latín son Nisi Dominus frustra, y son la base del
lema de la ciudad de Edimburgo, Escocia. Significan “sin el Señor es en vano”, y condensan el
punto central de este salmo.
“¡Tengo problemas para dormir!”. Es un problema que a todos nos aflige en algún momento
u otro. Razones hay muchas; a menudo se debe a la acción de complejos factores psicológicos y
fisiológicos que requieren diagnóstico y tratamiento precisos.
Pero también a veces las causas son bastante simples: preocupación, ansiedad, desconfianza
en la providencia de Dios, o su cuidado, o ambos. Y aparentemente eso es a lo que apunta
Salomón en este salmo. Es un salmo que dice “¡no te preocupes!”.
¿No es odioso cuando alguien dice eso? Uno piensa: “¿Qué sabe él de mi situación? ¡Tengo
cosas de que preocuparme!”. A veces el mundo puede ser cruel y desdeñoso respecto a nuestras
preocupaciones; la Biblia nunca es así. Nunca sugiere que vivamos en una negación de la
realidad. Evadir el asunto que nos causa ansiedad nunca es un camino a la paz. Lo que hace la
Biblia es tomar el asunto en serio, sugiriendo que consideremos una cosmovisión más amplia en
la que la providencia de Dios ordena todas las cosas. El problema es bastante real, pero Dios es
más grande que el problema, y ese hecho les brinda a los cristianos cierta perspectiva que los
demás no tienen.
Recuerda las palabras de Jesús: “Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá
sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas” (Mt 6:34). O, como lo expresa un conocido
himno:

Todo el camino me guía el Salvador,


¿qué más puedo pedir?
¿Podría dudar del gran amor,
de quien ha sido mi guía en la vida?
Paz celestial, consuelo divino,
al morar en él por fe;
pase lo que pase, yo sé:
Jesús todo lo hace bien 28.

Fanny Crosby

1823-1915

Esa es la confianza que satura este salmo.


En este salmo se destacan tres áreas de preocupación: doméstica, urbana, y familiar. Nuestro
hogar nos afecta profundamente porque aquí es donde vivimos y pasamos nuestra vida. La
ciudad es donde trabajamos y comerciamos, y la amenaza de colapso económico y violencia
urbana es demasiado real. Nuestra familia es aquello por lo que vivimos: su bienestar es lo
primordial en nuestra lista de prioridades. El salmo aborda cada esfera de nuestra vida; vocación,
matrimonio, seguridad económica: estas son las áreas que nos ocupan cada día de nuestra vida.
El salmo no podría ser más relevante. Hace referencia a todo lo que concierne a nuestra vida
personal, doméstica y civil. Si el Señor no está en el centro de esto, entonces no merece la pena
en absoluto. Su valor decae y como resultado quedamos empobrecidos y en bancarrota. Es aquí
precisamente donde las palabras de Abraham Kuyper parecen pertinentes: “No hay un centímetro
cuadrado del universo sobre el cual el Señor no diga “¡mío!”.
Prosperidad personal. ¡Podemos imaginar al salmista en Jerusalén con sus pensamientos
vueltos hacia su hogar! Quizá ha gastado gran parte de su tiempo y energías en conseguir un
buen hogar. Quizá está orgulloso de él, o incluso insatisfecho. Y ahora que está lejos de casa
comienza a pensar en su hogar y cae en la cuenta de algo de suma importancia: “Si el Señor no
edifica la casa…”. Los especialistas en estrés nos dicen que luego de un divorcio, la mudanza es
uno de los mayores factores de estrés que podamos experimentar.
Es muy probable que en lo que el salmista está pensando aquí es la seguridad económica.
En una economía agrícola, la seguridad financiera era notoriamente incierta. La enfermedad, por
ejemplo, podía acabar con toda la fortuna de una familia. Al no haber seguridad social o
programas de intervención del gobierno, era doblemente importante buscar la bendición del
Señor en los asuntos monetarios. También esta era un área donde Dios era primordial.
Seguridad personal. Pero hay una segunda área a la que el salmista se refiere, una que
también genera preocupación e inquietud. Es lo que él denomina la “ciudad”. Imagina al
vigilante, en la oscuridad tratando de permanecer despierto, pero no hay nada que pueda hacer si
no logra ver al enemigo infiltrándose. Puede que ya estén dentro del caballo de Troya. Imagina
cómo se sentía la gente en algunas de las ciudades de Iraq, por ejemplo, cuando pensaban que se
acercaba un bombardero furtivo, que es invisible a la detección del radar. ¿Logras ver lo que
estaba diciendo el salmista? Con toda nuestra sofisticación, aún necesitamos que el Señor guarde
la ciudad.
Nuestra ansiedad por asuntos de la vida y la muerte es inútil porque al final no tenemos
control sobre ellas. Quizá pensemos que lo tenemos, porque nos estamos volviendo muy
inteligentes y sofisticados en la intervención médica, pero sin la intervención de Dios, sin la
mano soberana de Dios, no tenemos esperanza.
En tiempos primitivos, la ciudad era un lugar de protección. Es el lugar adonde corría la
gente del campo en busca de refugio de un ejército invasor. Hoy es más probable que sea todo lo
contrario. Para evitar problemas, tendemos a huir de la ciudad. Ya se trate de la amenaza de un
ataque nuclear, o la desintegración moral, la ciudad está en el centro del blanco del enemigo.
Nuestras ciudades son el centro de la mayoría de nuestras preocupaciones sociales. La
pornografía, el consumo de drogas y el crimen… son cosas que asociamos con la gran ciudad.
Muchos comentaristas sociales de nuestro tiempo han visualizado la ciudad como el corazón de
nuestro problema. El pecado se concentra en las ciudades. Si bien en tiempos bíblicos la ciudad
pudo haber ofrecido protección, entonces no era menos cierto que ahora que son centros de
pecado, y el salmista reflexiona sobre la necesidad de intervención divina para prevenir el
colapso total de su propia sociedad.
Relaciones personales. También nos preocupamos por nuestros hijos. Puede que Salomón
esté pensando en su hogar, no tanto en el edificio como lo que hay dentro de este: ¡su familia! Y
él dice algo de profunda significación; que a menos que pensemos en nuestra familia en relación
con el Señor y su obra, entonces todo es en vano. Esto nos habla a niveles muy profundos.
Realmente nos preocupa nuestra familia; realmente nos preocupan nuestros hijos, lo que son y lo
que llegarán a ser. Esta es una importante inquietud de cualquier matrimonio que intente honrar a
Cristo. También las iglesias dedican una gran cantidad de energía al trabajo con jóvenes y se
aseguran de que se designen personas apropiadas para ministrar a este grupo etario. Pero este
salmo nos recuerda algo aún más profundo. Por encima de todo, nuestra preocupación debe ser
que Dios obre su gracia y propósito en nuestra familia. Todo lo que hacemos para proveer para
ellos, pasar tiempo con ellos, llevarlos a ver el fútbol, el tenis, los scouts o cualquier otra cosa, no
significa nada si no nos aseguramos de que Dios esté en el centro mismo de nuestra familia.
Junto con cualquier otra conclusión, queda claro que en el Antiguo Testamento hay una
preocupación por la familia cuando Dios trata con su pueblo mediante pactos. Cada pacto del
Antiguo Testamento tiene la familia como su estructura básica.
El pacto con Adán tiene esta estructura, según la exégesis de Pablo sobre Génesis 1-3 en
Romanos 5:12-21. La maldición del pacto que cayó sobre Adán cae sobre todos aquellos que
están en Adán; es decir, sobre Adán y su descendencia. La familia está incluida en la estructura
general del pacto.
El pacto con Noé también se hizo con su descendencia. Esto está implícito en Génesis 6:18
(pero se vuelve explícito en Génesis 9:8): “Pero contigo estableceré mi pacto, y entrarán en el
arca tú y tus hijos, tu esposa y tus nueras”.
El pacto con Abraham tiene las mismas características (Gn 15:18; 17:1-4). Lo mismo es
cierto del pacto hecho con Moisés, en el que Dios recuerda su pacto con Abraham, Isaac y Jacob
(Éx 2:24; comparar 6:2, 6; ese pacto se cumple en los israelitas contemporáneos y sus familias;
comparar Dt 29:9-14). Lo mismo es cierto del pacto davídico (Sal 89:3-4; comparar 2S 22:51;
23:5).
Es interesante ver que Pedro hace esta misma observación en el Día de Pentecostés, donde
afirma claramente que la “promesa” de Dios es “para ustedes, para sus hijos…” (Hch 2:39).
Queda claro que a Dios le preocupa la familia.
Quizá aquí el adorador pudo haber estado mirando a su familia mientras los llevaba a uno de
los grandes festivales en Jerusalén y pensaba: “Lo más importante para mi familia es que Dios la
edifique”. ¿Puedes decir “amén” a eso?
Ahora necesitamos apreciar algo que es una cualidad distintiva del Antiguo Testamento, y es
la imagen que se nos muestra en los últimos versos de este salmo, a saber, de un hombre que
tiene muchos hijos, su aljaba llena; ellos están en pie en el tribunal, donde están sus enemigos, y
se aseguran de que se haga justicia a favor de su padre. Es una bella imagen con la que muchos
de ustedes pueden identificarse al pensar en sus hijos. Pero el punto es que también esto es obra
de Dios. El énfasis está en la soberanía de Dios en la providencia: en el hogar, en la ciudad y en
la familia.
Pero si estas son tres áreas que causan ansiedad (y lo son), observa cómo el salmista inserta
en este escenario tres grandes verdades teológicas con el fin de subrayar este preciso punto: Dios
es soberano y debemos confiar en él con todo lo que concierne a nuestras vidas.

…el crecimiento en la gracia siempre es crecimiento por gracia y bajo la gracia, nunca
más allá de la gracia; y gracia significa que Dios enriquece a pecadores. Eso es lo que
somos. No crecemos más allá de la gracia. Jamás llegamos a un punto donde podamos
dejar de agradecer a Dios por el Calvario diariamente, o de humillarnos ante él como
pecadores que merecen el infierno.

J. I. Packer, Knowing Christianity 29.

El Dios que sostiene


Dios gobierna. Dios edifica, cuida y crea (vv. 1, 3). Dios tiene el control. Él no ha perdido nada
de su poder o capacidad. Su capacidad de hacer cosas no ha disminuido en grado alguno. La
voluntad de Dios es suprema. Es inquebrantable y su decreto irresistible.
¿Cómo se sentía Pablo en su interior que pudo decirles a los filipenses: “He aprendido a
vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a
tener de sobra como a sufrir escasez” (Fil 4:2). Estar contento significa literalmente “ser
independiente de mis circunstancias”, estar en paz conmigo mismo, con mi conciencia, con el
mundo, y con Dios. No hay salvedades, ni un conjunto de contingencias que pudieran hacerlo
cambiar de parecer. Es lo que vemos realizado en Hechos 16 donde Pablo y Silas están en una
prisión filipense a medianoche, ¿y qué están haciendo? ¡Cantando salmos! Este es un hombre
que sabía lo que era recibir treinta y nueve azotes, naufragar, ser desheredado por sus padres, ser
la burla de falsos profetas, y conocer un aguijón en la carne que lo aquejaba fuertemente; con
todo, ¡en esas circunstancias él estaba contento!
Esto tiene una sola explicación. Es la breve declaración en Filipenses 4, que se encuentra en
el mismo contexto de la expresión acerca del contentamiento: “El Señor está cerca” (Fil 4:5).
¡Dios está a su lado! Está cerca de él, vigilando su situación. Pablo estaba constantemente
consciente y pensando en la presencia del Señor y lo que eso implicaba.

¡Dios está cuidando de mí!

¡Dios tiene el control total!

Debemos tomar nuestra posición sobre este principio: “Que se haga tu voluntad”. Esa fue la
posición que tomó Jesús, ¿no es así? “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. ¡Eso hizo
Jesús! Mientras pensaba en el Calvario y el dolor de la crucifixión y las implicaciones que tenía
para el pacto su muerte sustitutiva como el siervo de Dios, ¡él temblaba! ¡Él luchó con esto y eso
es profundo! ¡Él preguntó si había alguna otra forma! ¿No es eso sorprendente? Que él haya
podido hacer eso sin llegar a caer en el pecado de incredulidad o renuencia es demasiado
grandioso para comprenderlo. Pero él llegó a descansar en el contentamiento en la providencia
divina que se desplegaba para él: ¡que se haga tu voluntad! Y tan pronto como dijo eso, les dijo a
sus discípulos en el Huerto de Getsemaní: “¡Levántense, vámonos de aquí!” (Jn 14:31).
Eso es lo que está diciendo este salmo. No discutas con la voluntad de Dios, no batalles con
ella, no la resistas, sino que entrégate a ella. Procura que en todo lo que hagas, cada día de tu
vida, Dios esté a tu alrededor, cuidándote, sosteniéndote y defendiéndote.
Dios defiende y protege. ¿Te fijaste en esa adorable imagen del verso 2? Es aquí
precisamente que él usa una bella imagen de conceder el sueño a sus amados. Algunos de
ustedes saben de esto; Dios causa que no tengamos miedo a lo que pueda acechar en la
oscuridad, o a la amenaza de la enfermedad y la muerte. Ahora bien, puede que lo que el
salmista está diciendo sea algo levemente distinto a lo que puede parecer en un principio. No es
tanto que él nos haga dormir,sino que sigue dando, proveyendo, y velando por nosotros mientras
dormimos.
¿No es maravilloso?

Mientras duermes, ¡Dios está despierto y sosteniendo el universo, y el curso de tu vida! ¡Esta
es la imagen de un hombre tan angustiado que come pan de tristeza! ¡Se alimenta de depresión!
Está melancólico y mira el lado oscuro de todas las cosas. Y el salmista dice: “¡Alto, alto! ¡Él les
da el sueño a sus amados!”. O tal vez, él da (provee) mientras duermen.
¿Conoces aquel verso de Deuteronomio 32:11? Se trata del águila, y la forma en que a veces
obliga a los polluelos a volar, empujándolos del nido y dejándolos caer al suelo. ¡Luego el águila
desciende en picada y los atrapa antes de que toquen el suelo!

Dios actúa en formas misteriosas…

Adoniram Judson escribió una vez: “El futuro es tan brillante como las promesas de Dios”.
Tenía razón.
Hay un punto más que debemos ver en este salmo: es que Dios nos ama. La prueba de esto
se encuentra en la maravillosa expresión al final del verso 2, “amados”. ¡Somos amados por
Dios! ¿Te has puesto a pensar en ello? ¡Lo que estás diciendo cada vez que estás ansioso o
preocupado es que no crees que Dios te ame o que tú seas uno de sus amados! Estás diciendo
algo muy distinto; estás diciendo que no se puede confiar en él, que es impredecible, irascible e
inestable.
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?” (Ro 8:32).

PARA TU DIARIO…
1. ¿Hay circunstancias en tu vida que podrían llevarte a concluir que Dios te ha abandonado?
¿Cuáles son? ¿Por qué crees que estas circunstancias demuestran que es así?

2. ¿Cuáles son las principales cualidades de los pactos de Dios con nosotros? ¿Qué implicaciones
puedes deducir de la naturaleza de estos pactos divinos?

3. “¡Dios tiene el control!”. ¿Qué implica esto para tu vida?


Salmo 128
Cántico de los peregrinos.

1
Dichosos todos los que temen al Señor,
los que van por sus caminos.
2
Lo que ganes con tus manos, eso comerás;
gozarás de dicha y prosperidad.

3
En el seno de tu hogar,
tu esposa será como vid llena de uvas;
alrededor de tu mesa,
tus hijos serán como vástagos de olivo.
4
Tales son las bendiciones
de los que temen al Señor.

5
Que el Señor te bendiga desde Sión,
y veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.
6
Que vivas para ver a los hijos de tus hijos.
¡Que haya paz en Israel!
DÍA 9

Bendice esta casa

➢ Comienza leyendo el Salmo 128.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 128

Bendice esta casa, Señor, oramos,


Hazla segura día y noche.
Bendice estos muros tan firmes y robustos,
Alejando la necesidad y los problemas.
Bendice el techo y la alta chimenea;
Que tu paz lo envuelva todo.
Bendice esta puerta, que esté abierta
Siempre a la dicha y el amor.

E stos pobres versos expresan extraordinariamente el sentimiento contenido en este salmo.


Al igual que el primer salmo, este comienza con la palabra “dichoso” o “bendito” (observa las
distintas referencias a la “bendición” o a “bendecir” en el salmo). Habla de la bendición en
primer lugar desde la perspectiva personal y presente (vv. 2-4), y luego respecto a lo público y lo
futuro (vv. 5-6).
En cierta forma, desde el Salmo 126 al 128 hay una progresión ya que el Salmo 126 clama
por bendición, el 127 nos dice que esta llega confiando en el Señor, y el 128 tiene un esquema
de cosas más amplio como referencia: las verdaderas bendiciones son las bendiciones del pacto
pues ellas vienen “de Sión” y “Jerusalén” (v. 5). Esto nos dice que solo aquellas bendiciones que
fluyen de la casa de Dios son bendiciones reales y sustanciales.
Este salmo tiene un mensaje oportuno para nuestra generación. La nuestra es una época
hedonista en que las “cosas”, las cosas materiales por las que luchamos y que intentamos ganar,
se consideran de suma importancia. Este salmo nos dice que la verdadera fuente de gozo y
contentamiento debe encontrarse en el reino de Dios. La fuente de todo verdadero hedonismo
está en la comunión con Dios. Esta es la verdadera bendición. Estas bendiciones se experimentan
en las ordenanzas de la creación del trabajo, el matrimonio y la adoración.
Si miramos este salmo un poco más de cerca, veremos que la primera sección se concentra
en lo personal y lo presente (vv. 1-4). Se enfoca en la esfera del trabajo y el matrimonio. Se
puede observar algo más que a menudo encontramos en los escritos bíblicos, y especialmente en
los Salmos: los versos 1 y 4 son casi idénticos y forman lo que los técnicos denominan un
inclusio. Esto actúa de manera similar a los sujetalibros: enmarcan los versos 2 y 3. Estos
sujetalibros nos dicen algo fundamental acerca de toda la vida cristiana: consiste, comienza y
continúa en el temor de Dios.
Como sabemos a partir de los Proverbios, el temor del Señor es el comienzo de la sabiduría,
el alma de la devoción (Pr 1:7; 9:10; comparar Job 28:28; Sal 111:10). El temor de Dios es la
esencia de la piedad. Las personas piadosas temen a Dios. La Biblia nos lo dice más de 150
veces. Al describir la esencia de la piedad de Job cuando soporta gigantescos ataques de dolor,
pérdida y sufrimiento, dice que era un hombre que temía a Dios (Job 1:1; 2:3). Es extraño,
entonces, que esta sea la característica que tan a menudo está ausente en el cristianismo
contemporáneo.
El temor de Dios consiste en una correcta apreciación y respuesta frente a lo que Dios es. Es
la respuesta de un creyente a la naturaleza y el carácter de Dios como él se ha revelado. Es
principalmente una respuesta a esa cualidad en Dios que identificamos como su “deidad”, es
decir, su grandeza y majestad. Es el sentido de asombro y maravilla que viene cuando nos damos
cuenta de que el Dios del cielo nos llama a la comunión con él.
Los salmos están en gran medida conscientes de este hecho. Ellos exaltan la grandeza de
Dios y responden adecuadamente: “Oh Señor, ¡cuán imponentes son tus obras!… Sólo tú, Señor,
serás exaltado para siempre” (Sal 92:5, 8). “Señor mi Dios, tú eres grandioso; te has revestido de
gloria y majestad” (Sal 104:1).
Dios no solo es grande, ¡sino incomprensible! No es que él no pueda ser conocido en
absoluto, sino que no puede ser conocido exhaustivamente. Lo que conocemos de él es solo un
poco. Para citar un dicho medieval: finitum non capax infiniti (lo finito no puede contener lo
infinito). Lidiar con esta verdad es llegar al punto donde apreciamos que todo verdadero
hedonismo llega por medio de nuestra respuesta a la revelación del Dios todopoderoso. Este es
un tema tan generalizado que Pedro nos dice que vivamos nuestra vida “con temor reverente
mientras sean peregrinos en este mundo” (1P 1:17). “El temor de Dios es el principio de la
sabiduría, y aquellos que carecen del principio no tienen ni el medio ni el fin”, dijo John Bunyan.
¿Por qué el Salmo 128 comienza y termina con el temor de Dios? El paralelo en el primer
verso lo explica: el temor de Dios nos mantendrá “yendo por sus caminos”. “La forma en que
podemos conformar nuestro estilo de vida a su estilo de vida”, dice el salmista, “es temer al
Señor”.
Necesitamos pensar en esto de la siguiente forma: en casa y en el trabajo surgen todo tipo de
asuntos que nos desconciertan y nos afligen. ¡Y aquí es donde puede ayudarnos Job! ¿Qué
significó para Job temer a Dios cuando estaban ocurriendo todo tipo de cosas en su familia y en
sus negocios? Al parecer la respuesta está en su fe. Él confió en Dios absolutamente. Le entregó
todo a él. “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo he de partir. El Señor ha dado; el
Señor ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor!” (Job 1:21).
Eso es precisamente a lo que se refiere Jesús cuando dice en Juan 14:15: “Si ustedes me
aman, obedecerán mis mandamientos”. Son precisamente las mismas categorías de pensamiento:
temor, amor, andar en los caminos de Dios, guardar los mandamientos de Dios… Si realmente
temes a Dios entonces estás comprometido a andar en sus caminos pase lo que pase; aunque las
cosas se vuelvan oscuras. Aun si la luz se apaga completamente.

Tu camino, Señor, no el mío,


¡aunque se torne muy oscuro!
Guíame con tu propia mano,
Escoge por mí el sendero.

Horatius Bonar

1808-1889

Esto se desarrolla en tres áreas específicas.

A trabajar…
Observa el verso 2: “Lo que ganes con tus manos, eso comerás; gozarás de dicha y prosperidad”.
Suena como el evangelio de salud y riquezas, ¿no es cierto? Es fácil ver por qué algunas
personas podrían tomarlo de ese modo. Si andas en los caminos de Dios, si te consagras a él,
serás prosperado. ¡Todo depende de cómo se entienda esta palabra “prosperar”!
El creyente que anda en los caminos de Dios descubrirá que el trabajo es en sí mismo una
bendición. El trabajo es la prosperidad. Encontrarás deleite en lo que Dios te ha dado para hacer.
“Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón” (Sal 37:4). Cuando llega el
éxito, y a veces llega de manera sorpresiva e inesperada, es algo que Dios ha dado. Él ha
bendecido nuestros esfuerzos. Cuando vemos la vocación en este sentido amplio, es algo
liberador: cualquier cosa que hagamos, la hacemos para el Señor, y para su gloria. Al menos en
un sentido, nada es secular. Todo en la vida se vive coram Deo, ¡delante del rostro del Señor!

Oh feliz hogar donde todos te sirven con humildad,


Cualquiera que sea su labor asignada,
¡Cada tarea común parece grande y santa,
Cuando se cumple, oh Señor, como para ti!

Himno de Carl Johann Philip Spitta:

“Oh feliz hogar donde te aman y estiman”


¿Recuerdas cómo reprende Pablo a aquellos tesalonicenses que habían comenzado a pensar que
como la venida del Señor estaba “cerca” no tenían necesidad de trabajar? ¿Qué les dice Pablo?
“El que no quiera trabajar, que tampoco coma” (2Ts 3:10). ¡No te atrevas a disfrutar del fruto del
trabajo si tú mismo no estás dispuesto a involucrarte en la labor!
¿No es una bendición disfrutar de los frutos del propio esfuerzo? Es maravilloso cuando
nuestro llamado coincide con nuestra inclinación. Debemos ver la provisión del pan diario como
“prosperidad”, porque lo vemos como la recompensa de Dios por el trabajo. Los creyentes que
trabajan con integridad y honestidad tal vez no consigan los contratos que otros obtienen porque
rehúsan ofrecer sobornos; y Dios bendice eso. ¿No es eso prosperidad? ¿No es un magnífico
ejemplo de cómo Dios cuida a los suyos? ¡Ser cristiano no es garantía de riqueza! ¡Esa es una
exégesis torcida! Niega la experiencia de hombres como Job, José y Pablo, y, por cierto, de
Jesús.
¡Dios provee! Él recompensa la labor de nuestras manos, una y otra vez. Más de lo que
podríamos haber imaginado.
Es por eso que la traducción de la Reina Valera Contemporánea de este verso me parece
mucho mejor. “Te irá bien”. Toma en consideración la idea de que las cosas andan bien para mí,
aun cuando a mi alrededor se esté desatando el infierno mismo.

Hogar, dulce hogar

La felicidad de aquellos que temen al Señor no solo se experimenta en el trabajo, sino también en
el matrimonio.
Es una triste realidad de la vida en este mundo que los hogares se están convirtiendo cada
vez más en lugares de conflicto y agitación en vez de paz y tranquilidad. Para muchos, entrar al
hogar es entrar a una escena de batalla y conflicto. Muchos pueden entender las cicatrices que
deja un pasado de ese tipo.
¿Alguna vez has envidiado el testimonio de los que son criados en “hogares cristianos”
donde la vida parental parece totalmente idílica, con historias de padres que oran y situaciones
encantadoras? Sin embargo, debemos darnos cuenta de que Dios nos ha llevado hasta él de
diferentes formas. En su buena providencia él ha moldeado y ha configurado nuestras vidas
conforme a un plan totalmente sabio y soberano que implica una singularidad respecto a cada
uno de nosotros. Hay una razón por la que él nos ha puesto en las familias que integramos.
Lo que tenemos en este salmo es una imagen de la familia. Es “hogar dulce hogar”. Esta
imagen está idealizada, como lo está la imagen del trabajo que se presenta en el verso 2. Aquí
hay un esposo y la esposa, y los hijos. Todo aquí es ideal y pintoresco. Dios ama la familia. Él
envió a su Hijo a un hogar familiar donde había amor.
A algunos estas palabras les resultarán difíciles. Desearían que esta fuera una imagen de sus
vidas, pero no lo es. ¿Quiénes son? Son aquellos que no están casados, y aquellos que están
casados, pero no tienen hijos; ¡no pueden tener hijos! Ellos se torturan a sí mismos con
preguntas como: ¿hay algo mal en mí? ¿Habré cometido algún pecado? ¿Será algún tipo de
castigo divino?
Jesús fue un solterón, y no debemos olvidarlo. ¡Pablo también! La palabra para algunos es:
ten paciencia; y para otros: aprende a rendirte a su soberana providencia. Él nunca le pide a
alguien que lleve una carga que no pueda soportar. Él te ha escogido para completar los
sufrimientos de Cristo. Cuando Dios pide que se realice una tarea, él provee los medios para
cumplirla.
El punto de este salmo es la bendición de una esposa fructífera. Algunos esposos necesitan
hacer una pausa y reflexionar al respecto un momento. ¿Has perdido de vista la bendición que es
tu esposa? ¿Cuándo fue la última vez que realmente le agradeciste a Dios por ella? Las esposas
pueden hacer lo mismo por sus esposos, desde luego, aun cuando este salmo reflexiona sobre la
maternidad. La Biblia le atribuye un gran honor al tener hijos: “Pero la mujer se salvará siendo
madre y permaneciendo con sensatez en la fe, el amor y la santidad” (1Ti 2:15).
¿Puedes recordar la bendición que sentiste cuando comenzaron a aparecer esos primeros
hijos, y vivías en un departamento sin saber dónde poner todo? Tal vez las cosas sean distintas
ahora. ¡Puede que estés residiendo en mayores comodidades, de partida! ¿Pero crees que el
salmista realmente es tan insensible como para sugerir que piensa que donde realmente deberías
estar viviendo es una mansión? Algunos podemos mirar al pasado y recordar con especial afecto
la gran bendición y felicidad que disfrutamos en el primer hogar donde vivimos cuando
estábamos recién casados y esperando hijos. ¡Y solo había dinero suficiente para sobrevivir una
o dos semanas!

Adorar al rey
En los versos 4 y 5, el salmista ha pasado del presente al futuro. Estos versos reconocen que, a
fin de cuentas, todas las bendiciones vienen “desde Sión” o “de Jerusalén”. ¿Qué significa esto?
Estos son nombres asociados con el lugar donde Dios era adorado. Recuerda que estos son
Salmos Graduales en los que muy probablemente el salmista estaba en Jerusalén, asistiendo a
uno de los grandes servicios de adoración del calendario del Antiguo Testamento. Mientras
estaba en ello, llegaría a darse cuenta de que todas las bendiciones vienen de una relación con el
pueblo de Dios y con el lugar donde él es adorado. Cuando el pueblo de Dios se reúne para
adorar, él comunica sus bendiciones.
“¡Cuán bueno, Señor, es darte gracias y entonar, oh Altísimo, salmos a tu nombre!” (Sal
92:1). La principal finalidad del ser humano es glorificar a Dios y gozar de él para siempre. Los
pecadores restaurados a la comunión con Dios están conscientes de un sentido de satisfacción
que nada de lo que ofrece este mundo puede igualar.“Te bendeciré mientras viva, y alzando mis
manos te invocaré. Mi alma quedará satisfecha como de un suculento banquete, y con labios
jubilosos te alabará mi boca” (Sal 63:4-5).
El gozo brota desde el conocimiento de que ya no somos lo que éramos: somos una nueva
creación (2Co 5:17). El pecado ha sido perdonado, la justificación ha sido alcanzada, y la
adopción concedida. El gozo emana de lo que cada cristiano siente cada vez que adora a Dios:
de alguna forma está participando de los poderes venideros (Heb 6:5). A veces estamos
conscientes de estar en otro mundo: en la mismísima presencia de Dios. En ese sentido, el
salmista hace eco de las palabras de John Newton, “Cosas gloriosas de ti se cuentan, Sión”,
cuando dice: “Solo los hijos de Sión conocen el gozo y los tesoros duraderos”. En comparación,
todas las demás experiencias de gozo y felicidad son efímeras y transitorias.

Pues de la ciudad de Sión


soy un miembro por gracia,
aunque el mundo me desdeñe,
en tu nombre me glorío, Salvador.
Fugaz es el placer del mundano,
sus galas y esplendores altaneros;
solo los hijos de Sión conocen
el gozo y los tesoros duraderos 30.

John Newton

1725-1807

Thomas Brooks, el puritano autor de Remedios preciosos contra las artimañas de Satanás,
nos inculca la importancia de hacer lo que Dios nos dice en la Biblia. Si no pones en práctica lo
que sabes, ¿entonces para qué escuchar la Palabra de Dios? Si sus palabras para ti hoy hablan de
perdón y de su ayuda para el pecador arrepentido, entonces estas palabras te azotarán si no las
obedeces.
Cuando al orador griego Demóstenes le preguntaron cuál era el primer requerimiento de un
orador, él respondió: “Acción”. Cuando le preguntaron cuál era la segunda parte, respondió:
“Acción”. Y la tercera parte, respondió nuevamente: “Acción”.
Así es al escuchar sermones. ¿Cuál es la parte más importante?

¡Es hacer lo que se nos ha dicho que hagamos!

¿Cuál es la siguiente parte importante?

Es también hacer lo que se nos ha dicho que hagamos.

¿Y cuál es la siguiente parte más importante?

Es seguir haciendo lo que se nos ha dicho que hagamos.

PARA TU DIARIO…
1. Dedica algunos momentos para pensar en tu hogar. ¿Por qué cosas estás agradecido? ¿Cuáles
son las cosas que más te preocupan?

2. ¿Qué has aprendido acerca de temer a Dios? Haz una lista de las áreas de tu vida que resultan
afectadas por tu respuesta a esto.

3. ¿Estás aplicando principios bíblicos a la forma en que haces tu trabajo diario? ¿Hay formas en
que podrías mejorar tu testimonio en este ámbito?

4. Si tienes hijos, pasa tiempo extra orando por ellos hoy. Haz un pacto con Dios de orar por
ellos a cada hora del día. (Si no tienes hijos propios, entonces ora por tus hermanos).
Salmo 129
Cántico de los peregrinos

1
Mucho me han angustiado desde mi juventud
—que lo repita ahora Israel—,
2
mucho me han angustiado desde mi juventud,
pero no han logrado vencerme.
3
Sobre la espalda me pasaron el arado,
abriéndome en ella profundos surcos.
4
Pero el Señor, que es justo,
me libró de las ataduras de los impíos.
5
Que retrocedan avergonzados
todos los que odian a Sión.
6
Que sean como la hierba en el techo,
que antes de crecer se marchita;
7
que no llena las manos del segador
ni el regazo del que cosecha.
8
Que al pasar nadie les diga:,
“La bendición del Señor sea con ustedes;
los bendecimos en el nombre del Señor”.
DÍA 10

El Señor es justo

➢ Comienza leyendo el Salmo 129.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 129

¿ Qué debemos hacer con los últimos versos de este salmo? El salmista parece estar
haciendo una oración de imprecación; es decir, él pide que una maldición caiga sobre aquellos
que lo han estado persiguiendo. ¿Son realmente “diabólicas” las oraciones de este tipo, como
escribió C. S. Lewis, por ejemplo? 31. Otros comentaristas insisten firmemente en que semejantes
oraciones “no son oráculos de Dios”, y son “bastante inapropiadas para la iglesia”. ¿Qué
debemos hacer con ellas?
Por supuesto, lo que se dice aquí es bastante suave comparado con algunos otros salmos
(109 y 137, por ejemplo), pero de cualquier forma, el salmista no quiere que nadie pronuncie una
bendición sobre estas personas. ¿Qué hacemos con eso? ¿Cómo puede un salmo así ser material
para nuestras devociones? ¿No es acaso algo que deberíamos pasar de prisa, excusando al
salmista por sus exabruptos y diciendo: “Bueno, a fin de cuentas todos somos humanos”? ¡Esa es
la última forma en que deberíamos responder!
Desde luego, los comentaristas bíblicos han dedicado páginas a estas cosas. Algunos han
sugerido que estos versos no son la Palabra de Dios, sino la venganza y el resentimiento de un
hombre que ha sido lastimado. Podemos entender tales sentimientos, por supuesto, pero de
ningún modo podemos respaldarlos. Jesús nos dice que pongamos la otra mejilla y perdonemos
hasta setenta veces siete (Mt 5:39; 18:22). Otros señalan que Dios “permite” que todo tipo de
prácticas inmorales (por ejemplo, la poligamia) queden impunes en el Antiguo Testamento. Estas
imprecaciones no son más que otro ejemplo de la calidad primitiva de la ética
veterotestamentaria. La expresión más madura de lo que Dios pretende debe hallarse en las
páginas del Nuevo Testamento. ¿Pero esto resistirá un análisis? ¿Qué decir del libro de
Apocalipsis? Allí también hay clamores de venganza similares. “¿Hasta cuándo, Soberano
Señor…?” claman los mártires (Ap 6:10). Ellos quieren que Dios venga y juzgue a sus
ejecutores. Tales “oraciones” implicarán que también será necesario quitar el Apocalipsis del
canon “aceptable”.
¿Qué debemos hacer con estas oraciones? ¿Debemos desechar estos versos como una
expresión de venganza personal, en la que el salmista “solo pierde la calma” y suelta algo que no
debería. Si es así, nuestra tarea consiste en intentar discernir lo que es realmente inspirado y lo
que no. No es tan simple, desde luego; los intérpretes evangélicos no niegan la inspiración aquí
más que cuando la Escritura cita las palabras de Satanás en Génesis 3. El asunto no es la
inspiración, sino la interpretación; ¿aprueba Dios lo que está escrito aquí, aun si el Espíritu Santo
registró fielmente cada detalle de la venganza personal del salmista? El problema, si es que hay
uno, ¡es que el propio Nuevo Testamento cita estos mismos salmos sin ningún atisbo de
vergüenza! Pedro, por ejemplo, cita el Salmo 109, que es imprecatorio, y lo aplica a Judas
cuando están designando a su sucesor (Hch 1:20). ¿Podemos decir con Spurgeon: “Si esta es una
imprecación, que se mantenga; porque nuestro corazón dice ‘amén’ a ello”?
La respuesta a este “problema” se descubre mejor abordando el salmo completo en su
propio contexto. Al mirar el salmo en general, vemos de inmediato que se divide en dos
secciones. En los versos 1-4, los verbos están en tiempo pasado. En los versos 5-8, los verbos
están en tiempo futuro. Obviamente, el salmista está mirando hacia atrás y luego hacia adelante.
Está mirando al futuro y expresa algo basado en lo que ha ocurrido en el pasado.

El Dios que bendice

Lo primero que hay que observar en este salmo es la manera en que los primeros versos parecen
sugerir algún tipo de contexto litúrgico.
Mucho me han angustiado desde mi juventud
—que lo repita ahora Israel—,
mucho me han angustiado desde mi juventud,
pero no han logrado vencerme.
Solo es conjetura, desde luego, ¿pero estaba el salmista animando a la congregación a unirse
a él y hacer propia esta canción, como lo era para él? De cualquier forma, este es un salmo, no
simplemente de un individuo, sino de toda la comunidad del pueblo de Dios. En tal caso, lo que
se dice forma parte de la historia de Israel más bien que de la historia personal del salmista. Por lo
tanto, el uso de la primera persona es estilístico.
Estas palabras dan testimonio del hecho de que la “angustia” ha sido un factor de la
existencia de Israel desde el comienzo. Desde el tiempo cuando Israel había sido tratado con
“crueldad” (Éx 1:13) hasta ahora, la vida había sido difícil para el pueblo de Dios. El salmo está
explicitando el principio bíblico básico de que dondequiera que se manifieste el reino de Dios,
siempre hay oposición. Es la repercusión del principio que encontramos por primera vez en
Génesis 3; la simiente de la serpiente está en guerra con la simiente de la mujer. Así es como
debemos entender lo que acontece en las páginas del Antiguo Testamento; y, más aún, en toda la
Biblia.
El salmo utiliza una sorprendente metáfora en el verso 3: “Sobre la espalda me pasaron el
arado, abriéndome en ella profundos surcos”. Esto bien puede referirse a la experiencia de los
latigazos que recibían los esclavos en Egipto. Menos probable es la sugerencia de que este salmo
describe el periodo del exilio de Israel en Babilonia donde semejante trato quizá era
comúntambién.
El sufrimiento fue parte de la historia de la iglesia en el Antiguo Testamento como lo ha sido
para la iglesia en el Nuevo Testamento. La cruz es el camino a la vida, el sufrimiento el camino a
la victoria. No nos sorprendemos cuando pasamos por muchas tribulaciones. Varios libros del
Nuevo Testamento, tales como 1 y 2 Pedro y Apocalipsis, están escritos específicamente para
advertir a la iglesia acerca de la dificultad inminente para aquellos que siguen los pasos de
Jesucristo.
¿Pero qué liberación podemos esperar de las dificultades? Los problemas vendrán, ¿pero
hay alguna palabra de seguridad y esperanza? Escuchemos al salmista: “Mucho me han
angustiado desde mi juventud, pero no han logrado vencerme”. Y luego en el verso 4 dice: “Pero
el Señor, que es justo, me libró de las ataduras de los impíos”.
Pese a lo grande que ha sido el problema (versos 1 y 2: “mucho”), ha habido grandes
liberaciones. Esa es la lección de la historia de Israel. Pero, desde luego, es más que eso. Había
habido liberaciones de Egipto, de los palestinos, de Asiria, de Babilonia, y más tarde de Roma;
pero el enfoque no está en la liberación. El enfoque está en aquel que libera: “El Señor, que es
justo” (v. 4).
Todos nuestros problemas emergen de nuestra incapacidad de enfocarnos en Dios. Eso es
cierto en lo que respecta a nuestra vida personal, así como la vida corporativa de la iglesia. Una y
otra vez, la Biblia nos lleva de vuelta a este simple hecho: nuestra principal finalidad es glorificar
a Dios.

—Niñas —dijo el León—, siento que la fuerza vuelve a mí.

¡Niñas, alcáncenme si pueden!


Permaneció inmóvil por unos instantes, sus ojos iluminados y susextremidades palpitantes, y
se azotó a sí mismo con su cola. Luego saltó muyalto sobre sus cabezas y aterrizó al otro lado de
la Mesa. Riendo, aunque sin saber por qué, Lucía corrió para alcanzarlo. Aslan saltó otra vez y
comenzó una loca cacería que las hizo correr, siempre tras él, alrededor de la colina una y mil
veces. Tan pronto no les daba esperanzas de alcanzarlo como permitía que ellas casi agarraran su
cola; pasaba veloz entre las niñas, las sacudía en el aire con sus fuertes, bellas y aterciopeladas
manos o se detenía inesperadamente de manera que los tres rodaban felices y reían en una
confusión de piel, brazos y piernas. Era una clase de juego y de saltos que nadie ha practicado
jamás fuera de Narnia. Lucía no podía determinar a qué se parecía más todo esto: si a jugar con
una tempestad de truenos o con un gatito.

C. S. Lewis, El león, la bruja y el ropero 32.


¿Qué significa la palabra “justo” cuando se aplica a Dios? Seguramente recuerdas el debate
que tuvo Lutero, por ejemplo, en tiempos de la Reforma por la expresión “la justicia de Dios” en
el capítulo 1 de Romanos, y que en un momento él llegó a decir que “odiaba” la justicia de Dios.
Lutero había percibido la justicia de Dios como algo que Dios exigía de él pero que él, Lutero, no
podía proveer. La respuesta a este dilema fue una comprensión de las grandes doctrinas bíblicas
de la sustitución y la imputación. ¡Dios imputa a favor del que ejerce fe en Jesucristo la justicia
que él exige!
¿Qué significa la justicia de Dios en el Salmo 129?
En el Salmo 129, la justicia de Dios llena al salmista con la confianza de la liberación de sus
enemigos. ¿Cómo lo hace? La idea de que Dios es justo, ¿no aumentaría su sensación de
inquietud e incomodidad? Él no solo está rodeado de sus enemigos, sino que también Dios
amenaza con destruirlo con su justicia. ¿Cómo puede el salmista hallar consuelo en esta
afirmación del carácter de Dios?
La respuesta está en entender que el salmista no habla de su propia justicia, sino de la de
Dios. “Dios es justo” implica que él se conforma a un estándar, ¡su propio estándar! Él es digno
de confianza. Él cumple su pacto con su pueblo. Tras haberse revelado como el Salvador de su
pueblo y conquistador de sus enemigos, jamás se aparta de ese estándar. Pase lo que pase, Dios
jamás va a abrogar su promesa. Eso es algo en lo que podemos confiar absolutamente.
Dios le había hecho la promesa de un Mesías a Israel. Es por eso que él cuidaba y protegía a
Israel. Es por eso que lo castigaba cada vez que se revelaba contra él. Y Dios va a cumplir esa
promesa. Es por eso que Daniel podía orar como lo hizo en Daniel 9. Él acababa de leer una
promesa en Jeremías en sus devociones personales. “Señor, haz lo que dijiste que harías”; ¡de
eso se trata la gran oración de Daniel 9!
La primera parte de este salmo nos está diciendo que nuestro sentido de gratitud suele
disminuir a causa de nuestra incapacidad de responder al carácter de Dios. ¡El Señor libera a su
pueblo porque él es justo!
Piensa en ello. Como hijos de Dios, hemos sido liberados de la esclavitud del pecado por el
poder emancipador del evangelio de Jesucristo. Dios ha roto las cuerdas que nos aprisionaban.
En las palabras de Charles Wesley:
Largamente estuvo mi espíritu encadenado
preso en la noche de la naturaleza y el pecado.
Tu ojo difundió un haz de luz vivificante,
yo desperté, el calabozo ardía, radiante;
rotas mis cadenas, mi corazón fue libre,
me levanté y anduve para seguirte.

¿Puedes cantar este canto en tu corazón? Es una nueva canción de liberación y victoria en
batalla (ver Sal 40:3). ¿Puedes cantar una canción aún más grandiosa, de la cual se hallan ecos en
el libro de Apocalipsis? Es la canción de los redimidos que han triunfado, porque Dios es justo.
Él saldrá victorioso sobre todo enemigo: la bestia del mar y la bestia de la tierra, el anticristo y el
falso profeta. “¡Ha caído! ¡Ha caído la gran Babilonia!” (Ap 18:2).

Digno eres, Señor y Dios nuestro,


de recibir la gloria, la honra y el poder,
porque tú creaste todas las cosas;
por tu voluntad existen
y fueron creadas
(Ap. 4:11).

¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado,


de recibir el poder,
la riqueza y la sabiduría,
la fortaleza y la honra,
la gloria y la alabanza!
(Ap. 5:12).

¡Amén!
La alabanza, la gloria,
la sabiduría, la acción de gracias,
la honra, el poder y la fortaleza
son de nuestro Dios por los siglos de los siglos.
¡Amén!
(Ap. 7:12).

El Dios que maldice


Hemos observado que la expresión “el Señor es justo” asegura la liberación para su pueblo. Dios
recuerda sus promesas del pacto y rescata a su pueblo de la esclavitud y la tiranía. Él lleva a cabo
la salvación prometida de la cual la Biblia habla desde Génesis en adelante.
Pero esto implica una comprensión de doble filo de la justicia. El pacto de Dios tiene
bendiciones y maldiciones. Si la salvación ha de ser ganada, un enemigo debe ser derrotado. Si el
pecado ha de ser perdonado, la justicia debe ser satisfecha. Si un Salvador es enviado al mundo,
Satanás es derrotado. El pacto siempre es de dos filos. Esa es la parte tan conmovedora de la
oración de Cristo en el Getsemaní. Si Jesús iba a salvarnos, si la voluntad y la promesa de Dios se
iban a cumplir, él tendría que convertirse en el maldecido. La maldición del pacto caería sobre él
y sería separado de la comunión con su Padre. Es por eso que Jesús se estremecía. ¡Él no le temía
tanto a la muerte como le temía a la ira de Dios! Él le temía a la justicia retributiva de Dios.
Getsemaní no tiene sentido sin esta comprensión.
Es bajo esta luz que debemos darle sentido a estas imprecaciones en los versos 5-8. No
debemos considerarlas como expresiones de venganza personal. ¡No! La Biblia es muy clara
acerca de lo improcedente que es la venganza personal. ¡Siempre está mal! Es un pecado. Es una
transgresión de la ética bíblica de ser un buen prójimo. Debemos volver la otra mejilla. Debemos
andar la segunda y la tercera milla. Debemos perdonar setenta veces siete. Esa es la ética bíblica
para la conducta individual. Si alguien me causa un agravio, jamás tengo derecho a hacer justicia
por mis propias manos y tratar de causarle mal a esa persona. Al contrario, debemos amar a esa
persona aun si eso nos causa más dolor. La Biblia es muy clara al respecto.
¿Qué ocurre aquí, entonces? Hay dos cosas en particular:
a. Esta es una expresión corporativa y no individual. El salmista está adoptando una
perspectiva mucho más amplia. Aquí tiene en consideración la vida y el testimonio de
toda la comunidad.
b. Él está expresando su fervor, no porque él haya sido ofendido o lastimado; el nombre de
Dios ha sido cuestionado. Su honra está en juego. El salmista está angustiado y
preocupado porque la gente no honra a Dios como debería. Esa es su máxima inquietud.
Nuestro problema es que a menudo estamos tan preocupados por nosotros mismos y
nuestra reputación que pasamos por alto el cuadro general: el honor de Dios. Nada es más
importante que eso; ¡nada!
Lo que escribe el salmista es que aquellos que rehúsan honrar a Dios deberían ser
castigados. En última instancia, la maldición de Dios debería caer sobre ellos. Eso es lo que está
diciendo el salmista en estos versos. ¿Es incorrecto decir eso, orar de esa forma?
Considera lo que hacemos cuando oramos el Padrenuestro. Tal vez lo recitamos sin pensar.
Algunos han rechazado su uso frecuente en la adoración pública debido a este peligro
precisamente. Piensa en esa petición: “Venga tu reino…” (Mt 6:10; Lc 11:2). ¿Qué estamos
pidiendo exactamente? ¡Piensa en ello! Estamos pidiendo que el reino de Dios venga en toda su
plenitud, que los propósitos de Dios se cumplan. Esa no es solo una oración para el crecimiento
de la iglesia y para que se salven personas. Es una oración para que Cristo regrese, que sea
inaugurado el Día del Juicio; que las ovejas sean separadas de las cabras; que los salvados
encuentren el descanso eterno en el cielo; y que los no convertidos sean arrojados al infierno.
Eso es lo que pedimos en esa oración. Ese es el propósito de Dios, ¡y jamás debemos olvidarlo!
Hay un infierno, y no va a estar vacío. Los malvados que se han puesto en contra de Dios y sus
propósitos estarán allí. Ellos están bajo el control de su amo Satanás. Es por esto que Jesús vino
al mundo, para poder destruir las obras del diablo (1Jn 3:8). Quizá no pensamos en ello de esa
forma, pero eso es lo que estamos orando cuando deseamos la consumación de los propósitos de
Dios respecto a su reino.
Si eso es así, ¿por qué el Nuevo Testamento nunca expresa imprecaciones de la misma
forma que el Antiguo Testamento? Considera algunos versos del Nuevo Testamento: “Si alguno
no ama al Señor, quede bajo maldición” (1Co 16:22). ¿No es eso precisamente lo que el salmista
está diciendo? “Que no reciban ninguna bendición”.
Considera lo que Pablo dice de Alejandro el herrero, quien le había causado mucho daño:
“El Señor le dará su merecido” (2Ti 4:14). ¿A qué se refiere con “el Señor le dará su merecido”?
A continuación Pablo advierte a Timoteo acerca de este hombre, porque se ha opuesto al mensaje
de Timoteo tanto como al de Pablo.
Lo que tenemos aquí puede resumirse en tres líneas de pensamiento:
a. Las imprecaciones forman parte de nuestro deseo de justicia cada vez que se ha causado
un agravio. Dios desea la justicia, y en absoluto es inapropiado desear la justicia. Cada
vez que se ha cometido un gran agravio contra una persona, no necesariamente la
respuesta cristiana es solo decir “¡te perdono”! Eso puede dejar a la persona que ha
cometido la ofensa sin una clara impresión del agravio que se ha cometido. El perdón y el
arrepentimiento van unidos, como la mano y el guante. Queremos reconciliación, pero no
a cualquier precio. Debe haber un reconocimiento del perjuicio. La justicia y el amor
siempre van unidos. Dios perdona nuestro pecado, pero no sin castigarlo en su propio
Hijo en lugar nuestro.
b. La venganza le pertenece a Dios. Ese es el claro testimonio de la Escritura. Estas son
oraciones para que Dios actúe, no para que el salmista o algún vigilante tome las cosas en
sus propias manos. Un cristiano poseído por el resentimiento personal que pasa el tiempo
tramando y conspirando venganza es un triste espectáculo. “‘Mía es la venganza; yo
pagaré’, dice el Señor” (Ro 12:19).
c. Debe haber un deseo de que el nombre de Dios sea glorificado en la salvación de su
pueblo así como el juicio de sus enemigos. ¡Estamos involucrados en una guerra! Como
cristianos, declaramos guerra sin cuartel contra Satanás y su reino. El reino de Dios no
puede venir sin la destrucción del reino de Satanás. Si los pecadores se interponen en el
camino del propósito de Dios de salvar, serán destruidos.
“Estudia un capítulo del libro Foxe’s Book of Martyrs”, escribió Spurgeon, “y ve si no te
sientes inclinado a leer un salmo imprecatorio contra el Obispo Bonner o María la Sanguinaria.
Puede que algún sentimentalista del siglo XIX te condene; si es así, ¡lee otro contra él!” 33.

¿Puedes hacer ese tipo de oraciones cuando cobras conciencia de todo esto?
Es una señal de madurez.

PARA TU DIARIO…
1. Explica tan detalladamente como sea posible qué significa decir “el Señor es justo”.

2. Piensa cómo podrías responder a la imprecación de este salmo.


¿Puedes orar algo similar? Escríbelo, obsérvalo y pregúntate: “¿Es algo que Dios querría que yo
dijera en oración?”
Salmo 130
Cántico de los peregrinos.

1
A ti, Señor, elevo mi clamor
desde las profundidades del abismo.
2
Escucha, Señor, mi voz.
Estén atentos tus oídos a mi voz suplicante.

3
Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados,
¿quién, Señor, sería declarado inocente?
4
Pero en ti se halla perdón,
y por eso debes ser temido.

5
Espero al Señor, lo espero con toda el alma;
en su palabra he puesto mi esperanza.
6
Espero al Señor con toda el alma,
más que los centinelas la mañana.
Como esperan los centinelas la mañana,

7
así tú, Israel, espera al Señor.
Porque en él hay amor inagotable;
en él hay plena redención.
8
Él mismo redimirá a Israel
de todos sus pecados.
DÍA 11

Desde lo profundo

➢ Comienza leyendo el Salmo 130.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 130

E n una ocasión, en Coburgo (durante la Dieta de Augsburgo, donde la relación entre la


iglesia protestante y la iglesia de Roma estaba quedando clara), Lutero les dijo a sus amigos:
“¡Escuchen, cantemos ese salmo ‘De lo profundo…’ como una burla para el diablo!”.
Hay una conexión entre este salmo y el anterior: es la justicia de Dios (129:4). Si Dios está
del lado de su pueblo, entonces todo está bien y en definitiva nada puede apartarlos de su
comunión con él. Lo que sea que tramen sus enemigos, sus maquinaciones no tienen ningún
valor: “…no han logrado vencerme” (129:2).
Pero hay otra preocupación. Si Dios está en medio de su pueblo en toda su radiante justicia,
¿eso no expondrá su pecado y les causará aun más problemas de los que sus enemigos pueden
causarles? ¿No serán condenados en la presencia de Dios?
De profundis.
Así se denomina a menudo este salmo, frase que en latín significa “de lo profundo”. Una
vez le preguntaron a Lutero en la mesa cuál podría ser a su parecer el mejorsalmo. ¿Su respuesta?
Los “salmos paulinos” fue su réplica. Cuando se le pidió que los identificara, respondió: “Salmos
32, 51, 130 y 143”.
De inmediato podrás ver por qué pudo haber identificado el Salmo 130 como “paulino”. Se
trata de un hombre convencido de su pecado delante de la justicia de Dios y descubre que “hay
perdón”. Ese es el mayor descubrimiento de todos.
El salmo consta de cuatro secciones, cada una marcada por una palabra (o palabras) clave:

¡En las profundidades!

La primera sección señala la condición del salmista. Está marcado por la expresión “desde las
profundidades”, y la palabra al final del verso 2: “suplicante” o “súplica” (RVC).
Aquí hay un hombre en dificultad. ¡Está en las profundidades! Y la razón de su
desesperación se nos comunica en los versos 3 y 8; es por causa de sus pecados. Puede que no
apreciemos esto plenamente, en especial si tenemos el hábito de tomar nuestros pecados con
ligereza. Tomar el pecado en serio es una perspectiva con la que los lectores de la Biblia se
acostumbran. Un libro escrito por uno de los puritanos, Ralph Venning, a quien le quitaron la
vida en 1662, una vez tuvo el título The Plague of Plagues. ¡Ahora se llama The Sinfulness of Sin
(La pecaminosidad del pecado)! Eso lo dice todo, ¿no es así? El pecado tiene una pecaminosidad
que necesitamos percibir.
Cuando J. C. Ryle escribió su libro éxito de ventas, Holiness (Santidad), comenzó con un
capítulo sobre el “pecado”. Las palabras iniciales son: “Quien desee adquirir una visión correcta
de la santidad cristiana, debe partir por examinar la vasta y seria cuestión del pecado” 34. Ahí es
donde comienza este salmo.
“El pecado”, dice el Catecismo Menor de Westminster, “es la falta de conformidad conla ley de
Dios o la transgresión de ella”. ¡Es la más mínima infracción de la ley! ¡Es la más ínfima
deficiencia en reflejar la imagen de Dios!
Este salmista es alguien que percibe el hecho de que delante de la justicia de Dios, él es injusto.
Ambos, Dios y el hombre, no pueden vivir lado a lado, a menos que se haga algo respecto al
pecado. El pecado merece castigo. Y eso es lo que está diciendo este salmista: es culpable ante
Dios y lo sabe.
De esto se siguen tres cosas.
Primero, solo Dios tiene el remedio para este problema del pecado. En cierto sentido, ¡el
Señor es el problema! ¿Lo ves? Es la propia justicia e integridad del Señor lo que causa el
problema. Si Dios pasara por alto el pecado; si Dios simplemente lo ignorara, o lo tratara con
menos severidad; si no amenazara con un Día del Juicio, entonces no habría un problema de
pecado.
¡El pecado es un problema que necesita ser tratado! ¿Has llegado a ese punto en tu relación
con Dios? Si es así, ¿has observado, como demuestra tan bellamente este salmo, que este es un
problema que uno le lleva a Dios? ¡Sí, Dios es el problema y Dios es la solución! Lo que necesita
el salmista es misericordia. Y esto es algo que solo puede venir de Dios. Él es quien se ofende
por nuestro pecado, y él es quien concede misericordia. ¡Debemos llevar nuestros pecados al
Señor!
En segundo lugar, Dios escucha el clamor más apagado. Observa que el salmista dice en el
verso 2: “Escucha, Señor, mi voz”. ¿No te sugiere eso que Dios está escuchando el sonido mismo
de su oración? ¿Qué tipo de oración (sonido) pronuncia un hombre que está en las
profundidades? Cuando uno está desesperado, cuando se siente tan bajo que se pregunta si
alguna vez será rescatado, ¿qué tipo de clamor crees que brota? ¡Puede que solo sea un suspiro o
un gemido! ¡Pero Dios escucha el clamor más apagado del alma más desesperada! No hay
susurro que Dios no pueda oír.
Tercero, no hay abismos demasiado profundos para el Señor. Hay otro salmo que dice que
“un abismo llama a otro abismo” (Sal 42:7). Retrata a un hombre casi en total desesperación. Y
no obstante, no importa lo decaído que se sienta, lo pecador que pueda ser, lo grande que sean
sus pecados, el salmista aún siente que puede venir delante del Señor y pedir misericordia. Aquí
ocurre lo mismo.
¿Te acuerdas de las misiones espaciales Apollo a la luna? Había momentos en que la señal
de radio se perdía porque la nave estaba en el “lado oscuro” de la luna. Durante varios minutos,
no había comunicación. En nuestra época, hay ocasiones cuando el teléfono móvil no puede
captar una señal. Eso nunca ocurre con el Señor. Cualquiera que sea nuestra condición, podemos
estar seguros de que Dios lo sabe. Podemos llevárselo a él. Podemos orar por ello. Por horribles
que sean nuestros pecados, ¡podemos llevarlos al Señor e implorar misericordia!

La seguridad de perdón

¡El salmista se está predicando a sí mismo! Él se encuentra en esta condición, consciente de la


justicia de Dios y su propia pecaminosidad, y se dice a sí mismo algo acerca de Dios. Piensa en
la posibilidad de que Dios lleve un registro de sus pecados. “Si tú, Señor, tomaras en cuenta los
pecados…” (v. 3).
Dios sí lleva un registro, ¡de todo! Hay libros de contabilidad y bases de datos que contienen
registros de todos nuestros pecados: nuestros pecados públicos y privados, nuestros pecados
habituales y nuestros pecados “secretos” (es decir, secretos para los demás, pero no para Dios).
Dios sabe todo lo que hacemos y viene un día cuando todo esto será revelado. Lo que el salmista
está pensando aquí no es que Dios conozca y registre los pecados, sino que Dios lleve un registro
en contra nuestra. En ese caso, no hay nada que podamos hacer. Estamos condenados. No hay
lugar donde esconderse de la mirada de su santidad que todo lo examina.
Oh hijo de Dios, esta angustia
que postra tu espíritu abatido
solo es tuya en parte, pues Cristo
aún comparte el pesar de su pueblo.

Su sabiduría la ha planificado,
luego la cargó en su corazón;
con amor dejó la parte más leve
sobre tu espalda aún intacta.

Por tanto, recíbela con gozo,


carguen juntos la cruz,
pues mientras tú sufres él forja
un cielo de tu desventura.

Bajo su secreta voluntad,


escribe con pluma resuelta;
a esta pena que Dios ha enviado,
añade un decidido “amén”.

Cada día vivido por la fe


demuestra que su obra no es en vano;
sigue echando en Cristo tu carga,
solo él la puede sostener.

Faith Cook, Grace in Winter: Rutherford in Verse 35.

Esto es lo sorprendente: ¡Dios perdona a los pecadores penitentes! “Pero en ti se halla


perdón” (Sal 130:4).
John Owen, el puritano congregacionalista del siglo XVII, en un momento muy difícil de su
vida, escribió un tratado (un comentario) sobre este salmo, y en particular sobre este verso: “Pero
en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido” (v. 4). Es una de las más brillantes
exposiciones disponibles sobre este salmo. En un tiempo cuando Owen dudaba de su salvación y
no tenía seguridad, cuando el diablo le sugería que sus pecados eran tan grandes que no era
posible que Dios lo perdonara, las palabras de este salmo le resultaron de enorme ayuda.
Dios perdona todo tipo de pecados, cualquiera que sea la cantidad. Pensemos en ello un
momento. ¿Qué hay con el adulterio? Es un pecado vil. Es la traición de la confianza y de la
propia palabra. No tiene excusa. Es un pecado contra un cónyuge y contra Dios. No obstante,
para el pecador penitente, como David, hay perdón. Escúchalo a él en el Salmo 32, y observa el
gozo que siente en el perdón de Dios.
Dichoso aquel
a quien se le perdonan sus transgresiones,
a quien se le borran sus pecados.
Dichoso aquel
a quien el Señor no toma en cuenta su maldad
y en cuyo espíritu no hay engaño
(vv. 1-2).

Recuerda lo que le dijo Jesús a una mujer descubierta en adulterio con estas impresionantes
palabras: “Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar” (Jn 8:11).
¿Qué decir del homicidio? ¿Recuerdas las bellas palabras al ladrón agonizante: “Te aseguro
que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23:43)? ¿Habrá algo más sublime en toda la
Escritura?
He dicho que este es un salmo paulino. ¿Recuerdas que Pablo pudo decir en un momento
que él era el “mayor” de los pecadores (1Ti 1:15)? ¿Puede ser perdonado un blasfemo de
Jesucristo? ¡Sí, puede! ¿Puede ser perdonado un persecutor de la iglesia, que ha sido una persona
infame y ofensiva? ¡Sí, puede! ¡En Dios hay perdón!

Esperar con paciencia

“Espero al Señor, lo espero con toda el alma… Espero al Señor con toda el alma” (vv. 5-6).
Los intérpretes difieren en cuanto al significado de estos versos. Dado que piensan que el
perdón es seguro y ya ha sido adquirido en este punto del salmo, algunos quieren ver que aquí el
salmista espera confiado. Él disfruta de la gracia de Dios. Hay algo atractivo en esto, ¿no es
verdad? Debemos disfrutar de la bondad de Dios hacia nosotros. Debemos esperar en él,
pacientemente reconociendo su bondad y misericordia por nosotros en el evangelio. Debemos
hacer mucho más que eso.
Otros piensan que el salmista está diciendo algo un poco distinto. Él está seguro de que Dios
perdona; pero el perdón aún no ha sido recibido. Él tiene que “esperarlo”. En cierto sentido,
siempre tenemos que esperarlo, porque el perdón no se puede dar por sentado. Ese es el
problema de la iglesia de hoy, ¿no es cierto? El perdón es barato. Es tan fácil de conseguir, que
cuando llega no significa mucho. Podemos seguir pecando tal como lo hemos hecho, con la
certeza de que siempre podemos regresar y conseguir un poco más de perdón más tarde.
El salmista parece estar especialmente consciente del precio del perdón. Él usa el lenguaje
de la “redención” (v. 7). En hebreo hay dos palabras que se traducen como “redención”, o
redimir, y esta se enfoca en el costo de la redención. Su costo es la muerte de Jesús, el Hijo de
Dios.
No había otro lo bastante bueno
Que pagara el precio del pecado;
Solo él pudo abrir las puertas
Del cielo, y nos hizo entrar.

(Cecil Alexander

‘Hay una verde colina muy lejana’, 1847)

¿Crees que eso es lo que está diciendo el salmista? El perdón está en el centro del trato de
Dios con nosotros mediante el pacto. Antes de que podamos recibirlo, debemos esperar en que el
Señor soberano lo conceda. El perdón es algo que Dios concede.
¿Notaste como lo expresa? “Espero al Señor, lo espero con toda el alma… Espero al Señor
con toda el alma” (vv. 5-6). Y en el verso 5 él usa la palabra “esperanza” de un modo similar.
¿Recuerdas aquellos magníficos versos de la Biblia que hablan de “esperanza”?

Pon tu esperanza en el Señor;


ten valor, cobra ánimo;
¡pon tu esperanza en el Señor!
(Sal. 27:14).

En la Biblia, “esperar” significa exactamente lo que dice aquí en el Salmo 130:5. Significa
tener confianza en las promesas de la Palabra de Dios. Mira las palabras que él usa en el verso 7,
que NVI traduce como “amor inagotable”. Es un intento de verter una palabra hebrea muy
preciosa, chesed. Es la palabra que más se asocia con el amor del pacto de Dios. Este es un
hombre que ha leído las promesas de Dios acerca de la salvación y el perdón y tiene seguridad.
¡Él está confiado! Él toma sus pecados y descansa en la promesa de Dios de que será perdonado.
Dios perdona porque, en su Hijo, ha prometido perdonar. ¡Él perdona por causa de Jesús!
Pero luego hay “vigilancia”. La imagen en efecto es muy gráfica. Es la figura de un hombre
que mira al horizonte buscando los primeros atisbos de luz, lo que indicará que su turno ha
terminado. Él quiere irse a casa donde su familia y quizá a su cama. Él espera con ansias las
primeras señales del alba. El salmista espera con aún mayor expectación. ¡Él espera el perdón de
su Padre celestial!
Quizá aquí esté operando algo aún más profundo. La imaginería de la mañana es lo que los
teólogos llaman escatológica. Él espera la plenitud, aquella experiencia de perdón total que solo
puede llegar en la otra vida. Él está esperando que amanezca el Día del Señor: la venida de
Jesucristo en gloria y triunfo al final de la era, y el comienzo del cielo nuevo y la tierra nueva.
Eso está esperando.
Él sabe que va a estar allí.

Firme en la promesas de Cristo mi rey,


Que su alabanza resuene por tiempos sin fin;
Gloria en las alturas, gritaré y cantaré,
Firme en las promesas de Dios…

Su adoración lo ha llevado a esa esperanza.

Redención corporativa

“Así tú, Israel…” (v. 7). Piensa en esto como un llamado de alguien que ha llegado a
experimentar la gracia del evangelio, por el bien de otros para que también puedan
experimentarlo. Hay esperanza para todos los que vienen a Dios así como el salmista ha venido a
él. ¿Cómo lo sabemos? Lo sabemos porque Dios siempre tiene dos acompañantes a su lado:
¡amor inagotable y plena redención! Ahí está el amor de Dios y el sacrificio eficaz de Cristo.
¡Todo está listo! Jesús lo dijo en aquella parábola donde él manda a sus siervos a salir a los
caminos y los senderos, y obliguen a aquellos que encuentren a venir a la cena preparada: “Todo
está listo” (Mt 22:4). Dios no podría ser más amoroso y Cristo no podría haber ofrecido más: ¡la
disposición de Dios y los recursos de Dios!

No tenemos otro argumento,


No precisamos otro ruego;
Suficiente es que Jesús murió,
Y que murió por mí.

(Charles Wesley

‘Jesús, el nombre exaltado sobre todo’, 1749)

PARA TU DIARIO…
1. Pasa algún tiempo pensando en pecados particulares respecto a los cuales hayas tenido poco
progreso. ¿Por qué es así? ¿Qué pasos has dado para destruir estos pecados?

2. “Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido” (v. 4). Piensa en formas en que esto
pueda ser aplicable a tu vida.

3. ¿Qué aprendiste acerca de “esperar” en el Señor hoy?


Salmo 131
Cántico de los peregrinos.
De David.

1
Señor, mi corazón no es orgulloso,
ni son altivos mis ojos;
no busco grandezas desmedidas,
ni proezas que excedan a mis fuerzas.
2
Todo lo contrario:
he calmado y aquietado mis ansias.
Soy como un niño recién amamantado en el regazo de
su madre.
¡Mi alma es como un niño recién amamantado!

3
Israel, pon tu esperanza en el Señor
desde ahora y para siempre.
DÍA 12

Un alma satisfecha

➢ Comienza leyendo el Salmo 131.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 131

A primera vista, este salmo parece un poco extraño. Al igual que los Salmos 133 y 134, el
Salmo 131 solo tiene tres versos. Lo que sea que esté diciendo este salmo, ¡lo dice en términos
muy concisos!
Pero no es simplemente su brevedad lo que destaca; lo que dice también es un poco
peculiar. Considera, por ejemplo, la declaración del primer verso: “No busco grandezas
desmedidas”. ¿Podría estar sugiriendo el salmista que preocuparse en exceso por dificultades
teológicas es algo malo? ¿Está expresando el salmo el tan ovacionado espíritu de nuestra época,
que la piedad consiste en hacer más bien que en conocer; que el problema con la iglesia de hoy
es que quiere demasiados estudios bíblicos y no suficiente vida práctica? ¡Eso es muy
improbable! La biblia en ningún lugar pone la teología contra la práctica de la manera en que
tendemos a hacerlo los modernos.
Tendremos que ir un poco más a fondo que eso para descubrir el verdadero significado de lo
que el salmista está diciendo aquí. En el proceso descubriremos que en su vida ha ocurrido cierta
crisis. Hay un vínculo entre este salmo y el anterior, y tiene relación con la palabra “esperar”
(130:5, 7; 131:3). En el Salmo 130, la confianza emerge de lo que es verdadero acerca del Señor,
a saber, su “amor inagotable” (130:7). En este salmo, la confianza emerge de algo que el salmista
experimenta en forma personal. Él ha comprobado que algo es cierto en su propia vida; ahora
insta a otros a que también lo conozcan.
¿Conoces esto en tu propia vida? ¿Has experimentado algo acerca del carácter del Dios
todopoderoso que te haya afectado tanto que deseas que tus amigos también lo conozcan?
El Salmo 131 es un salmo acerca de la madurez cristiana. Nos dice que la vida cristiana es
de crecimiento y desarrollo, y que la esencia de la madurez es una experiencia de estar
“calmado” y “quieto”. El salmista nos está diciendo que ha emergido de una etapa de la vida en
la que era dependiente, a otra en la que se describe a sí mismo como un “niño recién
amamantado” o “destetado” (RV95).
En la sociedad hebrea, los niños a menudo eran destetados a los cuatro o cinco años. El
proceso implicaba cierta medida de dificultad consciente en la que el niño aprendía el
contentamiento valiéndose por sí mismo. El proceso requería un cambio en la dieta de la leche a
los alimentos sólidos; pero también requería un grado de ajuste social en el que un niño aprendía
a hacer ciertos juicios y tomar decisiones por sí solo. Es este proceso de madurez lo que provee
el foco de atención en este breve pero instructivo salmo.

La naturaleza del contentamiento

La experiencia del contentamiento es espiritual, pero también hay otros factores que inciden en
él. El temperamento es uno de ellos, por ejemplo. Algunos son naturalmente serenos, mientras
que la personalidad de otros es frenética. Todos somos distintos y eso en cierta forma refleja la
gloria de la creación de Dios. Algunos casi no se molestan por nada; otros caen de prisa en un
estado de frustración o ira por los más mínimos contratiempos. Las personalidades varían de
manera muy similar a los hogares de las personas. Algunos vivimos en hogares que tienen todas
las señales de un robo de fin de semana. Otros consiguen vivir en hogares dignos de fascinantes
artículos para un gran libro ilustrado titulado Casa y jardín ideal.
Lo que se describe aquí en el Salmo 131 es un proceso de destetado, pero que tiene poco
que ver con el temperamento. Tiene que ver con fe y madurez. Se espera que imaginemos parte
de lo que eso podría involucrar: rabietas, gritos de desesperación, repentinos estallidos de
rebeldía, etc. Aprender a ser independiente puede ser un proceso realmente difícil.
La intención de Dios es lograr que sus hijos reflejen la imagen de su Hijo Jesucristo. La vida
cristiana se trata de llegar a ser “como él” (1Jn 3:2). Es interesante que para Pablo esto
significaba especialmente “llegar a ser semejante a él en su muerte” (Fil 3:10). Todo lo que
acontece en el despliegue de la providencia de Dios es parte de ese plan general para
conformarnos al modelo de los atributos y cualidades semejantes a Jesús. Los pecados tienen que
ser mortificados; los patrones de rebelión adámica tienen que ser cambiados; el modelo de la
belleza de Cristo necesita ser impreso en el alma. Todo esto puede ser un proceso difícil y
doloroso. Dios usa todo tipo de armas con el fin de conseguirlo. El proceso de esculpir una
imagen implica dolorosos golpes. El camino a la madurez está plagado de obstáculos.
Es precisamente por esta razón que Pablo pudo decir, cuando les escribe a los filipenses, que
él había “aprendido” a estar satisfecho en cualquier situación que se hallara (Fil 4:11). Es
interesante que se diga que Jesús “mediante el sufrimiento aprendió a obedecer” (Heb 5:8). Él
aprendió a calcular el costo de obedecer a su Padre celestial. Es interesante, además, la forma en
que vemos a Jesús poner en práctica las disciplinas de la gracia (oración, lectura de la Biblia,
memorización de la Escritura, comunión, por nombrar algunas).
Los niños talentosos que se muestran promisorios en el deporte o la música deben practicar
ciertas habilidades continuamente para asegurarse de alcanzar la madurez a la que aspiran, con lo
cual forman hábitos y reflejos que tendrán recompensa cuando estén bajo presión. La rutina es
ardua, pero la única forma de asegurar la destreza es hacer las cosas una y otra vez.
La santidad se logra de un modo similar. El hecho de que Pablo pudiera decir que
“aprendió” el contentamiento nos da una pista de lo doloroso que es el proceso de la madurez.
Yo pienso que el contentamiento no era algo natural en Pablo. Lo que sabemos de su carácter nos
dice que pudo haber sido algo irascible por naturaleza. Por cierto, al leer sus cartas, ¡da la
impresión de que no toleraba con gusto a los necios! Eso bien puede explicar por qué Dios le
envió una “espina… en el cuerpo”, una que no sería quitada, a pesar de la triple sesión de
oración con esa finalidad (2Co 12:1-10). ¡Dios intentaba mantenerlo humilde!
Asimismo, para el salmista, el camino a la madurez iba cuesta arriba, y se necesitaba de la
ayuda del Espíritu Santo para alcanzarla.

Un asunto del corazón

En segundo lugar, la madurez cristiana es una disposición del corazón y la voluntad. El salmista
retrata a un niño que se está adaptando a su nuevo entorno. Aprender a vivir sin la seguridad del
abrazo de una madre y una abundante provisión de comida es una batalla que obliga un cambio
desde el interior.
Sería fácil, por ejemplo, imaginar que el contentamiento se logra siempre que se presenten
ciertas condiciones:

Si tan solo tuviera un trabajo distinto, entonces estaría conforme…


Si tan solo tuviera un grupo distinto de hijos…
Si tan solo viviera en una casa distinta…
Si tan solo tuviera más dinero…
Si tan solo tuviera otras habilidades…
Si tan solo…

Pero el salmista ha aprendido el contentamiento con sus circunstancias. El entorno no ha


cambiado, ¡pero él sí! Dios cambia nuestro corazón y nuestra voluntad.
Tal vez esto plantea la pregunta de si estamosinvolucrados o no en una batalla de voluntades
con Dios, en la que decimos “que no se haga tu voluntad sino la mía…”. No hay paz al final de
ese camino, solo una conciencia permanentemente agobiada.
El contentamiento será puesto a prueba. Es una regla del reino; los hijos de Dios no están
exentos de las pérdidas y cruces que acompañan la vida en la huella del Salvador. Es
relativamente fácil ser cristiano cuando todo va bien: cuando nuestro matrimonio es simplemente
maravilloso, el mercado bursátil hace lo imposible por ser benéfico, nuestro empleo es
gratificante y satisfactorio. ¿Pero qué tal si perdemos todo esto? ¿Qué sucederá entonces?
Esa fue, desde luego, la acusación de Satanás respecto a Job. Él creía que Job se volvería y
maldeciría a Dios por causa de las pruebas (Job 1:11; 2:5). ¡Estaba equivocado, por supuesto!
Job nunca maldijo a Dios, aunque se acercó peligrosamente a ello. Job sí pecó a consecuencia de
sus pruebas, algo que al final tuvo que confesarle a Dios (Job 42:6). Las pruebas pueden sacar lo
mejor y lo peor de nosotros.
A fin de aprender a nadar o andar en bicicleta, en algún momento alguien tiene que soltar su
mano. Eso es precisamente lo que expresa el salmista en este salmo; todos los apoyos, las zonas
de comodidad, los entornos familiares, las expectativas de cada día fueron cambiados. Él se
encuentra solo y tiene que valerse por sí mismo. Y es en estas circunstancias y no aparte de ellas
que él aprende el contentamiento.

Pues si bien la gracia ha rectificado en gran medida el alma y le ha dado un ánimo


habitual y celestial, no obstante, el pecado suele alterarla nuevamente. Por tanto,
incluso un corazón benigno es como un instrumento musical que, aunque nunca está
afinado con tanta precisión, un pequeño asunto lo desafina nuevamente. Sí, dejémoslo
de lado solo un poco y habrá que afinarlo nuevamente para tocar otra lección en él. El
caso es el mismo con los corazones benignos. Si están en condiciones para un deber,
no obstante, serán torpes, mortecinos y desordenados cuando pasan a otro. Por lo tanto,
cada deber necesita una preparación especial del corazón..

John Flavel, Keeping the Heart 36.

El camino a la madurez
En este salmo encontramos dos declaraciones extraordinarias que parecen desconcertantes, al
menos al principio.
La primera es una declaración sobre el estado del corazón. “Mi corazón no es orgulloso”,
dice el salmista (131:1). Es una especie de declaración paradójica, ¿no es cierto? Al decirlo,
¡suena como si hubiera una medida de orgullo! El paralelismo hebreo nos permite captar lo que
quiere decir el salmista::
Señor, mi corazón no es orgulloso,
ni son altivos mis ojos.

Es una confesión que indica que él ya no aspira a ser algo que no es. Él conoce su posición; es
inclinarse ante el Señor soberano reconociendo el gobierno de Dios. Las ambiciones del salmista
han sido moldeadas para que se conformen a las del Señor.
Una bella ilustración de lo anterior se puede apreciar en la vida del Rey David. La ambición
de David era ser rey de Israel. Esa ambición no tenía nada de malo; a fin de cuentas, Samuel lo
había ungido como rey mucho antes de la muerte de Saúl. Lo fascinante en David no es que
aspirara a ser rey, sino que rehusara tomar esa aspiración en sus propias manos y cumplirla por
medios contrarios a la voluntad de Dios.
En 1 Samuel 24, cuando Saúl había perseguido a David hasta el Desierto de Engadi, David y
sus hombres se escondieron en una cueva (¡conocida localmente como Peñascos de las Cabras!).
Llegó aquel momento, que la Escritura relata con toda la circunspección que muy a menudo se
permite en su descripción histórica, cuando Saúl entró en la cueva “para hacer sus necesidades”
(1S 24:3). En la oscuridad, David podría haber matado fácilmente al rey y haber tomado lo que
estaba destinado para él, pero rehusó hacerlo. No permitió que sus propias ambiciones lo
dominaran. Él sería rey, pero a la manera de Dios, y en el tiempo de Dios. Aprendió a controlar
las ambiciones de su corazón y así a esperar en el Señor.
El segundo aspecto de este salmo que merece atención es la forma en que sugiere que él no
solo gobernó su corazón, sino que también controló las preocupaciones de su mente. Es aquí
precisamente que el salmo expresa una curiosa declaración: “No busco grandezas desmedidas, ni
proezas que excedan a mis fuerzas” (131:1). ¿A qué podrá referirse? Como se dijo anteriormente,
suena como un testimonio de la muerte de toda reflexión teológica. ¡Pero es muy improbable que
signifique eso!
Lo que el salmista quiere decir tiene dos aspectos: él no se preocupa de las cosas que
escapan a su control o a su capacidad de comprender.
No tiene sentido preocuparse por cosas que no podemos cambiar. Y no obstante, ¡nos
involucramos en gran medida en actividades sin sentido! Sembramos la semilla de lo que Jesús
llamó una vez “las preocupaciones de esta vida” (Mt 13:22).
Suceden cosas que no tenemos la capacidad de cambiar. A menudo nos sentimos como
pequeños granos de arena en la playa frente a la subida de una marea incontenible. Lo mejor que
se puede hacer, lo que hace un cristiano, es entregarlo todo al Señor y descansar y confiar en él.
Pero aparte de eso, hay cosas que escapan a nuestra capacidad de comprender. Esto no
debería extrañarnos, porque escapa a nuestras capacidades el comprender a Dios. Lo que
conocemos de Dios no solo es poco. Solo tenemos conocimiento en la medida que a él le ha
placido revelárnoslo. Y lo que Dios ha revelado es solo una diminuta fracción de las infinitas
riqueza y gloria que él posee. No podríamos absorber todo lo que hay por conocer en Dios. Una
y otra vez nos vemos forzados a clamar: “¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del
conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos! (Ro 11:33).
Dios es incomprensible. No es que no se le pueda conocer en absoluto. No, la gloria del
evangelio es que sí llegamos a conocerlo y reconocerlo en el rostro de Jesucristo. Jesucristo “nos
lo ha dado a conocer” (literalmente “exégesis”, Jn 1:18). Reconocer esto es el camino a la
madurez. No podemos sondear lo insondable.
Esto no significa que no hagamos ningún intento por entender a Dios. Debemos examinar la
Biblia, leer todo lo que nos sea posible leer, sondear las profundidades del amor divino, y llegar a
conocer todo lo que podamos de lo que a Dios le ha placido revelarnos. “Por eso, dejando a un
lado las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez…” (Heb 6:1).
Estamos llamados a entender tanto como podamos; pero también debemos tener presente que
algunas cosas, en realidad la mayor parte de las cosas, están fuera de nuestra comprensión.
Esto significa que quizá no entendamos todo lo que Dios está haciendo en nuestras vidas;
pero no estamos llamados a entenderlo. Estamos llamados a confiar y creer que él lo entiende, y
que tiene un propósito bueno y benéfico en mente (ver Ro 8:28).
En los capítulos finales de Job está aquel momento notable cuando Job se cubre la boca con
la mano (Job 40:4). Es un emotivo momento de renuncia a sí mismo. Él ya no hablará más, ¡ni
una palabra! Guardará silencio ante la majestad de Dios. Es un momento de absoluta confianza.
Es un bello momento en que la historia llega a su resolución, no por comprender, sino por la fe.
Eso es lo que está diciendo este salmo. Voy a confiar y no temeré. No me preocuparé por
cosas que me superan.
Esta es, como expresó una vez el puritano Jeremiah Burroughs en el título de un libro que
escribió, la “escasa joya del contentamiento cristiano”.

PARA TU DIARIO…
1. Escribe dos áreas de tu vida donde exista poca evidencia de madurez cristiana.

2. ¿Es la preocupación un área de inmadurez que reconozcas en ti mismo? Piensa en un área que
te inquiete en este momento, y escribe dos verdades teológicas que te informen que la
preocupación ¡es un ejercicio fútil, innecesario (y pecaminoso)!
Salmo 132
Cántico de los peregrinos.

1
Señor, acuérdate de David
y de todas sus penurias.
2
Acuérdate de sus juramentos al Señor,
de sus votos al Poderoso de Jacob:
3
“No gozaré del calor del hogar,
ni me daré un momento de descanso;
4
no me permitiré cerrar los ojos,
y ni siquiera el menor pestañeo,
5
antes de hallar un lugar para el Señor,
una morada para el Poderoso de Jacob”.

6
En Efrata oímos hablar del arca;
dimos con ella en los campos de Yagar:
7
“Vayamos hasta su morada;
postrémonos ante el estrado de sus pies”.

8
Levántate, Señor; ven a tu lugar de reposo,
tú y tu arca poderosa.
9
¡Que se revistan de justicia tus sacerdotes!
¡Que tus fieles canten jubilosos!
10
Por amor a David, tu siervo,
no le des la espalda a tu ungido.

11
El Señor le ha hecho a David
un firme juramento que no revocará:
“A uno de tus propios descendientes
lo pondré en tu trono.

12
Si tus hijos cumplen con mi pacto
y con los estatutos que les enseñaré,
también sus descendientes
te sucederán en el trono para siempre”.

13
El Señor ha escogido a Sión;
su deseo es hacer de este monte su morada:
14
“Éste será para siempre mi lugar de reposo;
aquí pondré mi trono, porque así lo deseo.
15
Bendeciré con creces sus provisiones,
y saciaré de pan a sus pobres.
16
Revestiré de salvación a sus sacerdotes,
y jubilosos cantarán sus fieles.
17
“Aquí haré renacer el poder de David,
y encenderé la lámpara de mi ungido.
18
A sus enemigos los cubriré de vergüenza,
pero él lucirá su corona esplendorosa”.
DÍA 13

Yo canto de la misericordia del pacto…

➢ Comienza leyendo el Salmo 132.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 132

L os pactos son llaves que abren el mensaje de la Biblia. Los pactos nos ayudan a ver la
unidad de los tratos de Dios con su pueblo. Ellos nos ayudan a enfocarnos en la centralidad del
evangelio. Los pactos mantienen nuestros ojos fijos en Jesucristo.
Uno de los pasajes más bellos del Antiguo Testamento es 2 Samuel 7. Es un pasaje en el que
David propone construir una casa (el templo) para el Señor solo para enterarse de que Dios
pretende construirle una a él (un linaje fiel que culminará con la venida del Salvador). En este
pasaje, Dios celebra un pacto con David. La palabra “pacto” no aparece en este pasaje, pero más
adelante la Escritura hace hincapié en que lo que ocurrió aquí tuvo forma de pacto (ver 2S 23:5;
Sal 89:3). ¡Este salmo en particular testifica lo mismo! (vv. 11-12).
Los peregrinos en Jerusalén, al estar en el magnífico templo del Señor, están conscientes de
su significación para el presente y el futuro. El templo les recordaba bendiciones pasadas; pero
también hablaba de bendiciones que, hasta ese entonces, no se habían cumplido. De ahí la
oración del primer verso: “Señor, acuérdate de David…” (132:1).
Antes de la llegada del Redentor, aparecieron varias prefiguraciones que mostraron uno u
otro aspecto del carácter y la función del Redentor. David, por ejemplo, demostró el oficio real
del Mesías. Jesús sería un rey según el modelo de David. El rey que viene es heredero del pacto
hecho con David..
Este salmo es una meditación sobre el pasaje de 2 Samuel 7. Se enfoca en el reinado de
David y su significación en cuanto a lo que Dios prometió que haría a través de él. Es una
oración por la bendición de Dios sobre el trono de David. Y como siempre en los pactos bíblicos,
hay dos partes involucradas que hacen promesas (juramentos) solemnes y vinculantes. En este
caso, es David quien hizo un voto al “Poderoso de Jacob” (132:2), y el Señor que “le ha hecho a
David un firme juramento” (132:11). El salmo muestra una notable similitud en estas dos
secciones donde se consideran el juramento de David y luego el juramento del Señor. Se está
realizando algo intensamente personal en el pacto de gracia: Dios se está acercando a su pueblo,
está entrando en una relación con ellos que durará para siempre.
El mensaje sobre una corona de flores de un esposo a su esposa fallecida decía: “Estás
eternamente con Cristo y por siempre en mi corazón”. Eso es precisamente lo que prometía el
pacto con David. Respecto al hijo de David, Salomón, Dios diría: “Yo seré su padre, y él será mi
hijo” (2S 7:14).
El salmo abarca el progreso de la historia de la redención. Dios trabaja en el tiempo y el
espacio. Él se propone salvar a un pueblo para sí mismo por medio de un Redentor que está por
venir. Hasta el momento, solo ha habido atisbos de quién será ese Redentor, pero hay dos puntos
focales en el pasaje de 2 Samuel. El primero es cuando Dios le habla a David de su muerte, y de
Salomón, su hijo, quien será entronizado para continuar el cumplimiento de los propósitos de
Dios. La casa de David se vincula con la de Abraham, y la promesa que se le hizo a él: “Yo
pondré en el trono a uno de tus propios descendientes, y afirmaré su reino” (2S 7:12; comparar
Gn 15:15), es parte de la continua historia de redención que se ha estado desplegando desde el
primer libro de la Biblia. Dios no está haciendo algo nuevo; él está cumpliendo su antigua
promesa.

Todo el mensaje de la Biblia se está configurado en torno al hecho de que Dios se nos
acerca en… amor de pacto. La historia de los propósitos de salvación de Dios se centra
en los pactos que él hizo con varios individuos, y con sus familias y la posteridad.
Encontramos a Dios haciendo su pacto con Noé, Abraham, Moisés, David, y
finalmente en Jesucristo. En cada uno de estos pactos descubrimos quién es Dios, y que
podemos confiar total y absolutamente en él. En efecto, el mensaje que se espera que
escuchemos es este: a través de los siglos, Dios ha sido completamente fiel a sus
promesas. Si él ha cumplido su palabra todos estos años, ¿no puedes confiar tú también
en él total y absolutamente? Él ha demostrado su confiabilidad y fidelidad.

Sinclair Ferguson, A Heart for God 37.


El segundo punto focal del pasaje de 2 Samuel 7 llega cuando Dios le aclara a David que
habrá un linaje davídico eterno: “Tu casa y tu reino durarán para siempre delante de mí; tu trono
quedará establecido para siempre” (2S 7:16). Este tema iba a causar una potente influencia en el
resto del Antiguo Testamento. Se convirtió en uno de los pasajes al que hacían referencia los
fieles de la era del Antiguo Testamento. Cuando la vida se volvía difícil, cuando el futuro de
Israel parecía estar en riesgo, ellos se volvían a esta promesa. El Salmo 132 encuentra a los fieles
haciendo eso precisamente: orando por el cumplimiento de las promesas que Dios había hecho.

El juramento y la promesa de David

Dos oraciones por David marcan el comienzo de dos secciones distintas (vv. 1, 10). La primera
sección consiste en los versos 2-9. En ambas oraciones, David es central. No obstante, el salmo
comienza con algo mucho más concreto. Se había pagado un precio terrible por tener un templo
en Jerusalén. Había costado la vida de uno de los hijos de Israel, Uza. El incidente en que Uza
había extendido su mano para sostener el arca que había tropezado en algunas rocas, lo cual
provocó que Dios le diera muerte, fue una dolorosa lección sobre reverencia y presunción (2S
6:5-9,12-23).Es este incidente en particular, o al menos la historia que lo rodea, alo que se refiere
el verso 6. El arca del pacto había estado en Quiriat Yearín (Yagar del verso 6) durante unos
veinte o treinta años. Los israelitas habían recurrido a ella usándola como un mero talismán
contra los filisteos. En consecuencia, ¡Dios se la quitó!
Pero para David también habría dificultades. No se le permitiría que él construyera el
templo. Ese privilegio se le daría a su hijo Salomón. ¡No extraña mucho, entonces, que el salmo
comience pidiéndole a Dios que “recuerde” todas las dificultades que soportó David! (132:1).
Nuestro discipulado tiene un costo, y no es errado pedirle a Dios que lo tome en cuenta. El
salmo no espera que Dios recompense los pesares de David, como si las bendiciones de Dios se
tuvieran que ganar de alguna forma. Más bien desea que Dios tenga en cuenta la sinceridad de
David. Había una autenticidad en su compromiso. Cuando menos, David estaba entregado de
lleno al Señor. David juró no descansar “antes de hallar un lugar para el Señor, una morada para
el Poderoso de Jacob” (132:5).
C. H. Spurgeon escribió una vez: “Créanme, hermanos y hermanas, si nunca tienen horas de
insomnio, si nunca tienen lágrimas en los ojos, si su corazón nunca se inflama como si fuera a
estallar, no pueden esperar que se los llame fervientes; ustedes no conocen el comienzo del
verdadero fervor, porque el fundamento del fervor cristiano está en el corazón. El corazón debe
estar cargado de tristeza y no obstante debe latir fuerte con santo ardor; el corazón debe tener un
deseo vehemente, y ansiar de continuo la gloria de Dios… El fervor, cuando es genuino, se
manifiesta, debo decir quesiempre es visible, en un vehemente amor y apego a la persona del
Salvador” 38.
Cuando el templo estuvo construido, Salomón declaró en la ceremonia de su apertura y
dedicación que Dios no necesitaba templo: “Si los cielos, por altos que sean, no pueden
contenerte, ¡mucho menos este templo que he construido!” (1R 8:27). No obstante, los
adoradores de la época del Antiguo Testamento necesitaban un lugar donde reunirse. El
tabernáculo tenía todas las señales de una morada temporal, apta para ese periodo en el que Israel
deambulaba de un lugar a otro como una tribu nómade. Pero ahora que Israel se había
establecido como nación, se necesitaba algo más sustancial y permanente. David dio todo lo que
tenía por su deseo. Su juramento registrado aquí no tiene trabas. Nada va a detener la
consecución de su objetivo por el Señor. Esto en ningún lugar se aprecia con mayor belleza que
en la disposición de David de apoyar a Salomón en el cumplimiento de este proyecto, aun
después de que él había sido rechazado. La obra del Señor es demasiado importante para que los
celos y la decepción personales la interrumpan.
Es un enorme desafío para nuestro compromiso hacer la voluntad del Señor, ¡aun cuando
enfrentemos el aparente rechazo de nuestros planes! Nos sentimos fácilmente lastimados. Nos
encontramos diciendo: “Si servir al Señor me trae ese tipo de respuesta, entonces no le serviré.
Me retiraré a mi pequeño rincón, agraviado y enojado”. Esta suele ser nuestra respuesta cuando
Dios dice “¡no!” a alguna idea nuestra que nos parece loable y meritoria. Aquí hay una lección
que debemos aprender, una que se refleja en el ministerio de Jesús y su determinación de cumplir
las tareas que se le habían asignado, a pesar de la oposición. Él dijo: “Mi alimento es hacer la
voluntad del que me envió y terminar su obra” (Jn 4:34).
Es a partir del ejemplo de David que el pueblo respondió de un modo similar haciendo un
pacto de llevar el arca a Jerusalén, la morada que le correspondía. Al ser el símbolo de la
presencia de Dios, no era pertinente que permaneciera donde estaba.
Es en respuesta atodo esto que ahora el salmo intercala una palabra de determinación desde
otra época: “Vayamos hasta su morada” (132:7). Así como David y sus hombres estaban
decididos a que Dios fuera adorado de la forma correcta y en el lugar correcto, así también los
demás debían decidirse a hacer lo mismo. A fin de cuentas, ¡Dios estaba allí! Este era el sitio
donde él manifestaba su presencia. Este era su “estrado”. Era el lugar donde los pies soberanos
tocaban el suelo, por así decirlo. Siempre debe haber un deseo de estar donde Dios puede ser
hallado.

¡Dios está en todas partes, es cierto! Ese es el mensaje del Salmo 139. Pero Dios está
especialmente presente en los medios de gracia, y especialmente (en tiempos del Antiguo
Testamento) en el tabernáculo/templo. Esta es una verdad que se traspasa también al nuevo pacto.
Jesús pudo decir, por ejemplo, en el contexto de una de las tareas más difíciles de la iglesia, la
disciplina eclesiástica, que dondequiera que hay dos o tres reunidos en su nombre, él está
presente (Mt 18:20). Es esa misma verdad la que se refleja en el consejo del apóstol Pablo a los
corintios respecto al uso de la profecía. Si se realiza de una manera ordenada, y no todos a una
vez como sucedía en Corinto, los incrédulos se convencerán de pecado a causa de lo que
escuchan y tendrán ocasión de decir: “¡Realmente Dios está entre ustedes!” (1Co 14:25).
Nosotros debemos tener una pasión similar por estar en los medios de gracia. Debemos ser
capaces de decir, como decían los adoradores: “Vayamos hasta su morada”. ¿Y con qué fin
deberíamos hacerlo? La oración le pide dos cosas a Dios: ¡que los ministros del templo se
caractericen por la “justicia” y que los santos canten con júbilo! Probablemente lo primero, dado
el uso paralelo de la salvación en el verso 16, apunta a que los ministros del templo hablen
palabras que conduzcan a la salvación, la salvación que llega solo por la fe, en la cual se imputa
una justicia ajena. Palabras que den vida y palabras llenas de vida son lo que caracteriza a la casa
de Dios. Cantar el pacto en el que los pecadores son justificados a ojos de Dios es la esencia de la
verdadera adoración.
Estamos llamados a hacer un viaje desde la oración a la alabanza.

El juramento y la promesa del Señor

Si la primera mitad de este salmo celebraba el juramento de David al Señor (vv. 2-9), la segunda
mitad celebra el juramento de Dios concerniente a David (vv. 11-18). El rey venidero es un
heredero del pacto del Señor. Dios pondrá a Salomón en el trono de Israel. A pesar del hecho de
que los hijos de David no causaban ninguna impresión, esta era la promesa de Dios.
¡Siempre habrá un trono davídico! Alguien se habrá de sentar en el trono davídico “para
siempre” (132:2). Ya se nos está presentando una idea que va a madurar y a crecer a medida que
progresa el Antiguo Testamento. La promesa en este salmo, y aquella que refleja, en 2 Samuel 7,
contempla mucho más que meramente la línea de sucesión que continuó durante 400 años en
Jerusalén. Aquí hay una semilla de otra promesa, una que alcanza su cumplimiento en la venida
de Jesús como el Salvador del mundo. Como el “hijo mayor” de David, Jesús es aquel que ahora
reina sobre Sión. Varios elementos de la promesa del pacto del futuro Salvador ahora encuentran
expresión.
La promesa/pacto de Dios es irrevocable. Su palabra es totalmente digna de confianza. Es
“un firme juramento que no revocará” (132:2). El pacto de Dios es inviolable. No puede ser
anulado, porque “todas las promesas que ha hecho Dios son ‘sí’ en Cristo” (2Co 1:20).

La obra que inició su bondad,


completará la fuerza de su brazo;
su promesa es “sí” y “amén”,
y jamás ha sido incumplida.
Ni las cosas futuras ni presentes,
ni las cosas del cielo o de la tierra,
podrán desviarlo de su plan,
o apartar mi alma de su amor.
Augustus Toplady
1740-78

El corazón de su pacto es que Dios habita en medio de su pueblo. Es una relación. Es como
lo expresan los versos 13 y 14 (ver también v. 8), la morada de Dios, su lugar de reposo en
medio de su pueblo. El arca representaba el hecho de que Dios vivía y habitaba en medio del
pueblo de Dios. En última instancia, esta es la imagen que se nos da acerca del cielo. En
Apocalipsis 7, tenemos la iglesia triunfante en el cielo en pie ante el trono de Dios, viendo a Dios
en el rostro de Jesucristo. Esto implica una intimidad consumada. El Cordero está allí,
alimentándolos, guiándolos a las fuentes de aguas vivas. El lenguaje de la Escritura que describe
esta relación es muy rico: Dios es nuestro pastor que nos guía (Sal 23:1), un soldado que nos
protege (Jos 5:13), un ejército que nos rodea y batalla por nosotros (Is 63:1-2), un guardia a la
puerta (Jn 10:3), una gallina clueca que cuida celosamente a sus polluelos (Mt 23:37).
Dios provee. La promesa de pan y salvación en el verso 15 nos recuerda que Dios provee para
todas nuestras necesidades en el pacto. No es la promesa de enormes riquezas (como podrían
llevar a pensar algunas traducciones) sino de necesidades y carencias diarias. “He sido joven y
ahora soy viejo, pero nunca he visto justos en la miseria, ni que sus hijos mendiguen pan” (Sal
37:25).

Dios es triunfante. Un cuerno (poder) que renace y una corona indican la autoridad y el
triunfo total del mediador del pacto (132:17-18). Cualquiera que haya sido la gloria del reinado
de David y luego de Salomón, no fue nada comparada con el esplendor del reinado de Cristo:
“Para ser en todo el primero” (Col 1:18). El salmo que comienza con una cruz (las penurias de
David) concluye con la corona del Rey Jesús.

¡Aclamen el poder del nombre de Jesús!


Que los ángeles se postren ante él;
traigan la diadema real,
¡y corónenlo Señor de todo! 39

Edward Perronet

1726-1792

Corónenlo:

Al que habló al viento y al mar;


al que reprendió legiones de demonios;
al que multiplicó los panes y los peces;
al que convirtió vasijas de agua en cubas de vino;
al que desafió la muerte y dijo a Lázaro: “¡Sal fuera!”;
al que desafió su propia muerte y se levantó de los muertos; al que ahora está
sentado en esplendor real en la sesión de la derecha de Dios.

Nadie puede entrar en contacto con Jesús y no ser influenciado por él de algún modo.

PARA TU DIARIO…
1. ¿Qué infería en particular el salmista del pacto de Dios con David?

2. Este es un salmo mesiánico. ¿Qué implicaciones deriva de ello el salmista? ¿De qué manera
esto afecta la forma en que lees el Antiguo Testamento?
Salmo 133
Cántico de los peregrinos.
De David.

1
¡Cuán bueno y cuán agradable es
que los hermanos convivan en armonía!
2
Es como el buen aceite que, desde la cabeza,
va descendiendo por la barba,
on the beard of Aaron,
hasta el borde de sus vestiduras.
3
Es como el rocío de Hermón
que va descendiendo sobre los montes de Sión.
Donde se da esta armonía,
el Señor concede bendición y vida eterna.
DÍA 14

Cuando el agua y el aceite se mezclan

➢ Comienza leyendo el Salmo 133.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 133

¡ Yo detesto cuando el pueblo de Dios se pelea! ¿Y tú?


Hay algunos desacuerdos que son necesarios, desde luego. Cuando se niegan las verdades
esenciales, cuando dentro de la iglesia de Jesucristo ocurren prácticas que claramente transgreden
los principios de la Escritura, cuando de alguna manera se pone en cuestión el honor de Cristo,
discrepar es honorable. Incluso puede ser necesario ir a la ofensiva y librar una batalla, ¡incluso
dentro de la iglesia!
Pero los desacuerdos que muy a menudo dañan el testimonio de la iglesia son de otro tipo.
Ocurren por cuestiones insignificantes de celos y orgullo. Pablo, por ejemplo, escribió a sus
amados filipenses exhortando a Evodia y Síntique que se pusieran de acuerdo (Fil 4:2).
Cualquiera que haya sido la naturaleza exacta de su altercado, solo podemos imaginar el impacto
que debe haber causado cuando se leyó esta carta en la iglesia. ¡Se las menciona por nombre!
Para el apóstol, su conducta no reflejaba a Cristo y era reprensible. ¡El hecho de que el caso se
hubiera vuelto público ameritaba una reprensión pública!
El Salmo 133 es el testimonio de un hombre que se regocija en la bendición que Dios
concede a su pueblo: la bendición de la unidad. Una cosa es hablar de unidad, y otra es convivir
en harmonía (133:1). En cierta forma, el salmista está pensando en algo más que una lección
bíblica sobre unidad cristiana. Lo que tiene en mente es el costo cotidiano real de codearnos con
nuestros hermanos creyentes.
Siempre que pensamos en unidad, la mayoría de nosotros pensamos en la denominada
“oración sumosacerdotal” de Jesús en Juan 17. Jesús oró que “todos sean uno”, y, a modo de
una metáfora fundacional e ilustrativa, añade: “Padre, así como tú estás en mí y yo en ti” (Juan
17:21). La unidad del pueblo de Dios es un asunto estimado en el corazón de Jesús y está
arraigado en la relación que él tiene con su Padre en el cielo. Esta unión, entre Padre e Hijo, es
uno de los impenetrables misterios de la fe. Podríamos pasar la eternidad contemplando lo que
quiere decir Juan cuando dice en el prólogo a este Evangelio que “el Verbo estaba con [griego,
hacia] Dios” (Jn 1:1).
El Salmo 133 es una reflexión personal sobre la belleza de la unidad entre el pueblo de Dios.
Lo que se declara en el primer verso del salmo luego se ilustra teológica (133:2) y
geográficamente (133:3). Podría ser provechoso que tomemos esta descripción en el orden
inverso.

Lección geográfica

La naturaleza de la bendición de Dios sobre su pueblo que lo adora se describe en términos


geográficos. El salmo menciona dos grandes montes: Hermón y Sión. Para que entendamos estas
referencias necesitamos ocuparnos en cierto estudio de la geografía histórica y entender cómo es
que ciertos sitios se volvieron representativos de sucesos históricos.

En tanto que las animosidades nos dividan, y prevalezcan los resentimientos entre
nosotros, sin duda aún podemos ser hermanos por una relación común con Dios, pero
no se puede considerar que seamos uno en tanto que presentemos la apariencia de un
cuerpo quebrado y desmembrado. En la medida que somos uno en Dios el Padre, y en
Cristo, la unión se debe ratificar entre nosotros con armonía recíproca y amor fraternal.

Juan Calvino, Comentario sobre el Salmo 133 40.

El Monte Hermón se ubica en las regiones del norte de Israel. Un viajero moderno, por
ejemplo, podría ver su cumbre desde las orillas del norte del Mar de Galilea. La cima suele estar
cubierta de nieve, y su repentina aparición constituye una de las espectaculares vistas del Israel
moderno. Este escritor recuerda vívidamente cuando, al ver por primera vez el Monte Hermón
desde el confinamiento de un bus turístico, ¡un ministro presbiteriano de la Iglesia Libre de
Escocia prorrumpió a interpretar un solo de este salmo en gaélico! Está claro que la vista lo
conmovió profundamente, porque le habló con gran significación.
Aparentemente, la fría cima del Monte Hermón formaba una alfombra de condensación en
las laderas más bajas, lo que hacía que este macizo fuera conocido por su rocío.
El Monte Sión, por otra parte, está al sur del Hermón, donde está construida Jerusalén, y su
importancia geográfica es mucho menor. Pero el punto no es la altura del Hermón comparada
con la de Sión; es más bien la atmósfera húmeda frente a la seca que caracteriza a ambas
localidades. Jerusalén es un ambiente seco. A algunos kilómetros de la antigua ciudad, un viajero
moderno puede encontrarse en un desierto árido. Galilea, por otra parte, es un lugar húmedo y
los viajeros modernos lo notan de inmediato.
¿Captas la idea? Por incómoda que suene la metáfora, el salmista está diciendo que adorar
en Jerusalén (el Monte Sión) es como despertar en la mañana para descubrir que uno está
cubierto de rocío (como estaría si durmiera en las laderas del Monte Hermón). ¿Qué puede
comunicar esto? Debo confesar que la idea de despertar completamente mojado no es mi noción
de un buen tiempo, pero tal vez esa sea una comprensión un tanto errada. Así que veámoslo de
esta forma: piensa en tu lugar favorito, el sitio a donde te gusta ir de vacaciones. La bendición de
Dios es como estar allí.
Es como estar en otro mundo. Uno está en Jerusalén, pero es como si estuviera cerca de las
laderas del Hermón. Estar con el pueblo de Dios para las festividades celebrativas, participar en
la adoración a Dios, es como ser transportado a otro lugar. Uno pierde la noción del tiempo y el
lugar. ¡Eso hacen las bendiciones de Dios! Cuando cae el rocío del cielo, transforma todo lo que
toca. Cuando cae el rocío sobre la predicación de la Palabra de Dios, uno es transportado a otro
mundo. Uno pierde la noción del entorno.
¿Alguna vez te has imaginado a ti mismo caminando tras los pasos de algún gran santo de la
Biblia, y te has preguntado cómo habrá sido estar en su compañía? ¿Alguna vez has caminado
con Jesús mientras él iba de un lugar a otro predicando y realizando milagros? En cierta forma,
eso es lo que se relata aquí con esta alusión geográfica.
Pero aquí hay mucho más que un relato de alguna experiencia mística. Hay verdades
bíblicas que nos subrayan el significado de estos versos. Pablo, por ejemplo, puede decir en
Efesios que los cristianos están “sentados” con Cristo “en las regiones celestiales” (Ef 2:4-7). En
tanto que estaban en Éfeso, ¡ellos estaban sentados con Cristo en los cielos! Esa es una idea
asombrosa, ¿no es verdad? Con una observación que es casi improvisada, Pablo introduce su
carta a la iglesia filipense diciendo: “A todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos” (Fil
1:1). ¡Ellos están en Cristo y en Filipos!
De un modo aún más sorprendente, Pablo puede referirse a los creyentes como aquellos
sobre quienes ha amanecido el fin del mundo (1Co 10:11), y como aquellos que ya han
comenzado a probar los poderes del mundo venidero (Heb 6:5). Isaac Watts lo expresa de esta
forma:
Los hombres de gracia han hallado
que la gloria comienza aquí abajo;
los frutos celestiales pueden crecer
en suelo terrenal por la fe y la esperanza.

(Isaac Watts
“Vengan, los que amamos al Señor”, 1707)
Esto es lo que deberíamos pedir en oración y anhelar en nuestras iglesias, en las comunidades de
la comunión del pacto que disfrutamos: que Dios sea entronizado sobre las alabanzas de su
pueblo, y que el rocío de su presencia celestial se derrame en lluvias de bendición.

Lección teológica

Al trabajar en reversa en este salmo se revela otra metáfora, que esta vez explica la bendición de
Dios, no en términos de la geografía local, sino en términos de la práctica y la teología del
Antiguo Testamento. La bendición de Dios es como el aceite de la unción que fluía sobre la barba
de Aarón hacia sus prendas ricamente coloreadas de sumo sacerdote (133:2).
El trasfondo de esta ilustración es Éxodo 29, donde se describe el ungimiento de un sumo
sacerdote: “Luego lo ungirás derramando el aceite de la unción sobre su cabeza” (Éx 29:7;
comparar 30:25; Lv 8:12). Por extraño que esto nos parezca, el ritual tenía un profundo
significado. Aarón fue ungido para representar al pueblo de Dios. Él debía ejecutar su ministerio
en lugar de otros. En sus hombros y en su pectoral llevaba piedras preciosas en las que estaban
inscritos los nombres de las familias del pueblo de Dios (las tribus). Cuando él entraba a los atrios
interiores del templo, donde a nadie se le permitía la entrada excepto al sumo sacerdote, él
simbolizaba de un modo visible y emotivo el acceso que tenía el pueblo de Dios a través de las
ministraciones de Aarón.
El sumo sacerdote representaba en particular al pueblo de Dios en tres formas distintas:
primero, oficiaba en un sacrificio que hacía a favor de ellos; en segundo lugar, oraba por la
salvación del pueblo; y en tercer lugar, salía de la presencia de Dios y llevaba consigo al pueblo
de Dios al lugar más santo de todos, para encontrarse con Dios en la gloria de su presencia. Si
uno le hubiera preguntado a alguien: “¿De dónde viene la bendición de Dios?”, la respuesta
habría sido: “Viene del sumo sacerdote. Él la recibe por mí. Él me la trajo y la compartió con
todo el pueblo de Dios”.
Al parecer dos cosas exigen algún comentario.
Primero, está la extravagancia del ungimiento. La cantidad de aceite y perfume que se usaba
significaba que aquel corriera por el rostro y la barba del sumo sacerdote hacia sus vestimentas.
Era un profundo simbolismo de las bendiciones de Dios que llegaban a través del sumo
sacerdote, porque ellas nunca son casuales. “La misericordia de Dios es vasta”, cantamos, y aquí
la idea es la misma. Dios pretende bendecir ricamente a su pueblo bendiciendo ricamente a su
siervo el sumo sacerdote.
Pero, en segundo lugar, es el sumo sacerdote, y solo él, quien es el centro de atención.
Ninguna bendición llega aparte de él. Dios bendice a través de él. Y tenemos que captar el
cumplimiento de esto en el Nuevo Testamento; porque también nosotros tenemos un Sumo
Sacerdote, Jesucristo. El libro de Hebreos, por ejemplo, atrae la atención hacia él en este oficio.
En un momento revelador, el escritor exhorta a sus lectores de esta forma: “Por lo tanto,
hermanos, ustedes que han sido santificados y que tienen parte en el mismo llamamiento
celestial, consideren a Jesús, apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos” (Heb 3:1). En
cierta forma, eso es lo que está haciendo este salmo: instarnos a mirar a Jesucristo en su glorioso
oficio de Sumo Sacerdote.
¿Has sentido últimamente las bendiciones de Dios inundando tu alma mientras adoras entre
el pueblo de Dios? ¿Por qué ha sido así? ¿A qué se debe? Es que Jesús ha ido como nuestro
representante, como nuestro gran Sumo Sacerdote, al santuario interior del templo, y ha llevado
consigo la sangre del pacto eterno (Heb 8-9). Él ha adquirido redención para nosotros. Él ha
expiado nuestros pecados, ha propiciado la ira de Dios, nos ha redimido de la maldición, y ha
satisfecho la ley de Dios, ofreciéndose como sustituto.
¡Considera a Jesús!
Ninguna bendición llega aparte de él. Quizá esto explica por qué a veces nos perdemos la
bendición: apartamos la mirada de Jesús. No lo ponemos en el centro de nuestra vida. No
meditamos en su gloria.
Es porque el Padre lo amó tanto que podemos comenzar a entender cuál pudo haber sido el
costo de estas bendiciones.
Todas nuestras bendiciones vienen en Jesucristo: las bendiciones de la elección eterna, de la
justificación gratuita, de la adopción y el perdón, de la perseverancia, y de la glorificación final.
Cada uno llega en virtud de su obra consumada por nosotros.
Cada marca de una verdadera iglesia es por virtud de nuestro Sumo Sacerdote.
• Es la voz de Jesús la que oímos en la fiel predicación de la Palabra de Dios (Jn 10:4).
• Es la voz de Jesucristo la que dirige los cantos los domingos por la mañana y por la noche
(Heb 2:12). ¡Él canta con nosotros, compartiendo nuestros himnarios!
• Es Jesucristo quien se revela, como en un espejo, en la celebración de los sacramentos
(1Co 10:16).
• Es Jesucristo quien está presente en la iglesia, distribuyendo dones (Ef 4:7) y, tal vez
sorpresivamente, en la disciplina de un hermano ofensor (1Co 5:3-5).
• “Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también ustedes tengan comunión
con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1Jn 1:3).
Pero hay un modo muy específico en que el ministerio de Cristo como Sumo Sacerdote tiene
la finalidad de confortarnos. El escritor a los Hebreos hace un revelador comentario cuando alude
al hecho de que Jesús desempeñó el oficio de Sumo Sacerdote en debilidad. De esta forma, él es
capaz de compadecerse de nosotros en nuestra debilidad (Heb 4:14-16). En la única referencia
directa al Salmo 133 en el Nuevo Testamento, se alude a este asunto. Pablo dijo cuando escribió a
los corintios: “Pues así como participamos abundantemente en los sufrimientos de Cristo, así
también por medio de él tenemos abundante consuelo” (2Co 1:5). Así como el aceite que fluía
sobre la cabeza de Aarón y bajaba por sus vestiduras, los sufrimientos y el consuelo de Cristo
descienden hacia nosotros.
Enfocarnos en Jesús nos recordará lo que debemos esperar en nuestra vida: sufrimiento y
consuelo. Ninguno sin el otro. ¡Nunca!

Lección eclesiástica

Emerge una tercera cualidad de este salmo, y se expresa en el primer verso. El salmista reflexiona
sobre las bendiciones, y cuando vienen las bendiciones de Dios, el pueblo de Dios convive en
una amorosa unidad. La unidad es (objetivamente) buena, y (subjetivamente) agradable. Pero
hay un sutil giro que nos recuerda que esta unidad no siempre se manifiesta como debería ser. Es
el Señor quien ordena la bendición (133:3) y no nosotros; pero somos nosotros los que
practicamos la convivencia, el habitar juntos, y no el Señor (133:1).
Cada vez que experimentamos la bendición del Señor en la adoración, debemos saludarnos
unos a otros como el pueblo del Señor. Las bendiciones del pacto deben inspirar el
reconocimiento del pacto. En tiempos del Nuevo Testamento, era un “beso santo” (1Ts 5:26).
Cualquiera que sea la forma que tome esto hoy, se nos recomienda que demostremos esa unidad
que es el resultado de recibir su bendición.
Es como si el Señor les dijera a sus asambleas congregadas: “Bendición, bendición,
bendición… esto es lo que les doy”. Y cuando lo recibes —anticipos de su gloria—, ¿puedes
luego dañar la unidad del pueblo de Dios con alguna palabra ofensiva, algún motivo egoísta,
algún gesto malicioso?
El salmo de hecho lo expresa a la inversa. Donde se percibe esta unidad, es allí donde “el
Señor concede bendición” (133:3).

Envía tu bendición desde lo alto,


oh Dios, sobre los aquí reunidos;
míranos con amor paternal,
mientras te miramos con temor filial.

Envía tu bendición en esta hora,


Espíritu de verdad, y llena el lugar
con poder que humilla y exalta,
con gracia que revive y confirma.

Oh, tú, nuestro Hacedor, Guía y Salvador,


un Dios eterno y verdadero, confesamos;
que nada en la vida o la muerte divida
a tus santos en tu bendita comunión.

Que contigo y con ellos siempre unidos,


todos los que aquí oramos a una voz,
Rodeemos tu trono con arpas y cantos,
Descansemos en tu amor y reinemos en luz.

James Montgomery

1771-1854

PARA TU DIARIO…
1. Pregúntate hoy: “¿Promuevo la verdadera unidad o la desunión en la iglesia de Dios?”. ¿Hay
cosas que puedas cambiar a fin de asegurarte de promover la unidad?

2. Escribe cuatro cosas que estén causando dificultades en la iglesia a la que perteneces, y ora
específicamente por cada una.
Salmo 134
Cántico de los peregrinos.

1
Bendigan al Señor todos ustedes sus siervos,
que de noche permanecen en la casa del Señor.
2
Eleven sus manos hacia el santuario
y bendigan al Señor.
3
Que desde Sión los bendiga el Señor,
creador del cielo y de la tierra.
DÍA 15

La bendición

➢ Comienza leyendo el Salmo 134.


➢ Ora acerca de lo que has leído.
➢ Toma nota de lo que creas que Dios te está enseñando.
➢ Lee el capítulo.
➢ Responde las preguntas de la sección “Para tu diario”.

Salmo 134

E ste último salmo de la serie conocida como Salmos Graduales tiene algo adecuadamente
culminante. ¡Es un llamado a adorar y una bendición! En cierta forma, es un “amén” a todo lo
que se ha dicho antes en los quince Salmos Graduales.
En la iglesia donde sirvo, por ejemplo, este salmo se recita frecuentemente los domingos por
la noche como un llamado a adorar.
En la historia de la adoración, los reformadores (quienes estaban mirando deliberadamente a
las raíces patrísticas de la adoración) enseñaban que la adoración formal debía estar contenida
entre dos “sujetalibros” que la separaran claramente de cualquier otra cosa que hiciéramos. Esos
dos “sujetalibros” eran el llamado a adorar al comienzo y la bendición al concluir. Uno de los
efectos inmediatos de esto es obvio. Establece un punto después de que nos hemos reunido
cuando toda la conversación y la comunión personal dan paso a la adoración del Dios
Todopoderoso. Intenta anunciar un himno cuando todos aún están hablando y será evidente lo
que cuesta establecer cierto decoro y reverencia. El llamado a adorar anuncia que es el momento
de terminar toda charla ligera ¡y concentrarse en el Dios vivo!
El Salmo 134 también es una “bendición”: “Que desde Sión los bendiga el Señor”. Por lo
tanto, podría igualmente ser apropiado como una bendición final. Martín Lutero, por ejemplo,
enfatizaba la importancia de la bendición al concluir la adoración. Él sugería que debería ser la
bendición aarónica de Números 6:24-26:

El Señor te bendiga y te guarde;


el Señor te mire con agrado y te extienda su amor;
el Señor te muestre su favor y te conceda la paz.

Recordemos que, tras la resurrección, después de que Jesús se encontró con los discípulos
junto al Mar de Galilea los llevó a la región de Betania donde “alzó las manos y los bendijo” (Lc
24:50). Fue mientras hacía esto que él ascendió al cielo (24:51). Las bendiciones son un
recordatorio de la bendición de Jesús. Sitúa la adoración en un contexto de pacto; las bendiciones
de Dios se conceden a su pueblo que adora.
Una de las cosas que necesitamos observar en la forma de las palabras usadas en la
bendición aarónica, o las muchas otras que han sido destacadas en la Escritura (p. ej., la
bendición apostólica de 2 Corintios 13:14, incluido el último verso de este salmo), es que se trata
de una bendición y no una oración. Es por eso que muchos cristianos mantienen los ojos
abiertos durante la bendición. El ministro está pronunciando la bendición de Dios sobre su
pueblo más bien que orando a Dios por ello.
El concepto del pacto está bellamente retratado en este salmo. El pueblo del Señor está
bendiciendo a Dios y Dios está bendiciéndolos a ellos. En algunas versiones esto no es evidente,
pero la palabra que algunos traducen como “alabar” en el verso 1 es exactamente la misma de
“bendecir” en el verso 3. ¡Nosotros bendecimos al Señor, y el Señor nos bendice a nosotros! ¡No
hay nada más maravilloso que eso! Es para eso que fuimos creados; para eso fuimos redimidos.
El salmo consta de dos secciones: el llamado inicial a alabar/ bendecir (vv. 1-2), seguido de
la bendición del Señor (v. 3).

¡Alaben al Señor!

La orden de bendecir o alabar al Señor no se da a todos los adoradores presentes, sino a un grupo
específico de adoradores: los “siervos del Señor”. Se dice que ellos sirven (literalmente, “están de
pie”) de noche en la casa del Señor. Estos son los sacerdotes levíticos que servían en el templo,
realizando detalladas ministraciones dirigidas por la legislación ritual del Antiguo Testamento. El
hecho de que lo hicieran “de noche” sugiere que esto bien pudo haber sido la vigilia de toda la
noche que se hacía durante la fiesta de la Pascua (ver Éx 12:42). En 1 Crónicas 9 leemos de
ciertos levitas que dormían en el templo. Su tarea era abrir y cerrar las enormes puertas, mantener
limpios los vasos, encargarse de la provisión de harina y vino, y atender los hornos que cocían el
pan de la proposición; algunos incluso estaban empleados como porteros y guardias nocturnos
para apresar a los vagabundos. Tal vez el salmista está pensando en estas personas en su deber
nocturno.
Algunos han sugerido que las dos secciones del salmo, los versos 1-2 y el verso 3, son los
llamados y las respuestas entre los trabajadores de los turnos nocturnos cuando uno termina y el
otro comienza su turno de labor en el templo.
Tal vez el adorador estaba presente en los atrios exteriores del templo y ahora llama a los
sacerdotes a alabar al Señor. Parte de su labor era “llevar el arca del pacto del Señor y estaren su
presencia, y para ministrar y pronunciar bendiciones en su nombre” (Dt 10:8).
¿Pero qué se les llama a hacer exactamente? ¿Qué significa bendecir al Señor? A veces
significa simplemente “alabar”. Ciertamente es pertinente para los sacerdotes, así como para
cualquier otro creyente, alabar al Señor. Pero esto no representa cabalmente la palabra que se usa
aquí. Bendecir entraña un cúmulo de connotaciones que “alabar” no tiene.
Conocemos bien la palabra usada gracias al amanuense de Jeremías, Baruc. Su nombre
significa o que él era un receptor de la bendición, o más probablemente, que él era la fuente de la
bendición (específicamente para sus padres, quienes lo llamaron Baruc). La palabra aparece en
sus diversas formas más de 400 veces en el Antiguo Testamento, y está entre una de las palabras
más comunes que se encuentran en las páginas de la Escritura. En algunas ocasiones se traduce
como “arrodillarse” y algunos han argumentado que bendecir y arrodillarse están fuertemente
ligados. Si no se debe dar tanto énfasis a la idea de arrodillarse físicamente (y probablemente no
se debe), ciertamente las connotaciones de reverencia y humildad sí merecen énfasis.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
¡Bendiga todo mi ser su santo nombre!

(Sal 103:1, 2, 20, 21, 22 [dos veces], RVC).

¡Oh Jesús, mi Salvador, tu bendita humildad! Grábala en mi corazón, hazme más


sensible a tu infinita dignidad, y a mi propia vileza, para que pueda aborrecerme a mí
mismo como cosa sin valor, y esté dispuesto a ser despreciado, pisoteado por todos,
como el más ruin lodo de las calles; que, con todo, pueda yo retener estas palabras:
“Nada soy, nada tengo, nada puedo hacer, nada deseo excepto una cosa”.

Robert Leighton, ‘Rules and Instructions for a Holy Life’ 41.

Bendecir a Dios implica examinar sus excelencias, y responder a ellas como corresponde, en
adoración reverente. (Cuando Dios nos bendice, él estudia nuestras necesidades y responde a
ellas, como veremos). En el Salmo 103, una conocida frase nos recuerda que no olvidemos
“ninguno de sus beneficios” (Sal 103:2). A continuación el salmo enumera las razones para
bendecirlo, lo que incluye el perdón, la sanidad, la preservación, y la idea de que “toda
bendición espiritual” es nuestra por su gracia.
La adoración a Dios —una implicación de bendecirlo— es primordialmente teológica: es
una respuesta a lo que conocemos de Dios y sus caminos. Lo bendecimos porque él nos bendice;
como ya nos ha recordado el Salmo 133, “el Señor concede bendición” (Sal 133:3). Así como los
matrimonios se vuelven distantes por falta de respuesta afectiva, así también nuestra relación con
Dios pierde equilibrio cuando no lo bendecimos por todo lo que él ha hecho por nosotros. Tal
como la adoración implica exaltar la dignidad de Dios, así también bendecir a Dios implica loar
su maravilloso ser.
De este último salmo de la serie podemos deducir algunas cosas valiosas acerca de la
adoración.
En primer lugar, la adoración consiste en gran medida en agradecimiento. Según
Shakespeare, en su obra Como gustéis, la ingratitud es una de las expresiones más crueles del
egoísmo humano.

Sopla, viento invernal,


pues daño nunca harás
como la ingratitud.
Tu diente es menos cruel,
porque nadie te ve,
por rudo que seas tú.

Jamás podemos alabar a Dios lo suficiente, y aquellos que dirigen la adoración a Dios, cuya tarea
es supervisar los servicios del templo, deben asegurarse de que el Señor sea debidamente
alabado.

Alaba alma mía al Rey del cielo,


trae hasta sus piestu tributo;
redimida, aliviada, rehecha y perdonada,
¿quién más que tú debería loarlo?
¡Alábalo, alábalo!
Alaba al Rey eterno.

Henry Francis Lyte

1793-1847

Segundo, la adoración de los sacerdotes levíticos debía continuar mucho después de que los
adoradores presentes se hubieran ido a casa. Sería interesante pensar que estos adoradores que
ahora llaman a los levitas a bendecir al Señor, y que están retomando su viaje de vuelta a Mesec
y Cedar (Sal 120:5), necesitan que esa alabanza continúe mientras ellos viajan a casa. Viajar de
noche habría sido mucho más fresco, y sería coherente imaginarlos reunidos “por última vez” en
los recintos del templo antes de volver a casa. “Sigan haciendo su trabajo mientras nosotros
retornamos a casa”, quizá estén diciendo.
Si eso es efectivamente lo que está sucediendo aquí, entonces sería pertinente ver un
cumplimiento de esta imagen en el Nuevo Testamento. Tenemos un gran Sumo Sacerdote cuyas
intercesiones nos traen bendiciones continuamente desde la derecha de Dios (ver Heb 4:14-
15;5:1; 6:20; 7:26). A medida que nosotros también hacemos nuestro viaje a casa, necesitamos
de sus intercesiones y ofrendas en nuestro favor. Es Jesús quien nos asegura continuamente las
bendiciones del pacto de gracia.
Tercero, aquí hay una lección acerca de postura y adoración. “Eleven sus manos hacia el
santuario” (134:2) se podría tomar fácilmente como un argumento a favor de esta práctica cada
vez que se ofrece adoración a Dios. Al parecer esto se practicaba en tiempos del Nuevo
Testamento. Pablo pudo instruir: “Quiero, pues, que en todas partes los hombres levanten las
manos al cielo con pureza de corazón…” (1Ti 2:8). En referencia a este pasaje, Calvino dice que
Pablo “usa el signo externo de la realidad interna, porque nuestras manos indican un corazón
puro”. De hecho, la Escritura usa una variedad de posturas y gestos en la oración, incluyendo el
estar de pie y arrodillarse (lo que se parecía más a una postración de lo que tendemos a
imaginar). En consecuencia, los levitas llamaban al pueblo: “¡Levántense y alaben al Señor su
Dios, porque él vive desde la eternidad hasta la eternidad!” (Neh 9:5, NTV). Al estar de pie, era
común o levantar las manos o extenderlas ante el Señor (Sal 28:2; Lm 3:41; comparar Éx 9:29;
17:11-12; 1R 8:22; Neh 8:6; Sal 63:4; 143:6). La mirada podía estar elevada, expectante (p. ej.,
Sal 25:15; 121:1; 123:1-2) o hacia el suelo en penitencia (Lc 18:13). ¡Encorvarse no es la postura
correcta para adorar!

¡El Señor te bendiga!

Como ya hemos observado, la respuesta de los levitas al llamado que se les hace a bendecir al
Señor es pronunciar la bendición del Señor sobre el pueblo. ¡Qué alentador habrá sido eso, y qué
oportuno, para los que estaban a punto de retomar su camino a casa! Se irían con la bendición de
Dios sobre ellos.
Es costumbre concluir un servicio de adoración con una bendición, pronunciada por un
ministro de la Palabra de Dios. El rito ha sido guardado cuidadosamente como una función
exclusiva de un ministro de la Palabra ordenado. Aún es costumbre, por ejemplo, en el servicio
de ordenación de un ministro, luego de su ordenación, conducirlo al púlpito y pedirle que
pronuncie la bendición. Aunque todos los cristianos son sacerdotes en el nuevo pacto, no todos
los cristianos son ministros de la Palabra y los sacramentos.
¿Pero qué significa pronunciar una bendición sobre la congregación del pueblo de Dios?
Pronunciar:
Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con
todos ustedes
(2 Cor. 13:14)

o bien:

El Dios que da la paz levantó de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, a nuestro Señor
Jesús, por la sangre del pacto eterno. Que él los capacite en todo lo bueno para hacer su
voluntad. Y que, por medio de Jesucristo, Dios cumpla en nosotros lo que le agrada. A él
sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén
(Heb. 13:20-21)

o aun la forma más simple;

Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con ustedes


(1 Ts. 5:28)
es pronunciar palabras de la naturaleza más solemne que se pueda imaginar. En estas formas
del Nuevo Testamento, bendición equivale a gracia. Es un recordatorio de que al “contar
nuestras bendiciones”, cada una es una concesión cuyo origen es la gracia de Dios.
Si bien “bendición” es un término amplio, su significado, particularmente en el Antiguo
Testamento, es bastante específico. La bendición de Dios incluye hijos, propiedad, tierra, buena
salud, y particularmente su presencia (Gn 17:16; 22:17 y siguientes; Lv 26:3-13; Dt 28:2-14). Ya
hemos visto una alusión a la bendición aarónica de Números 6 en el Salmo 121, donde la
bendición aludida es que “el Señor te protegerá; de todo mal protegerá tu vida… en el hogar y en
el camino, desde ahora y para siempre” (Sal 121:7-8). El Salmo 67 es otro salmo que hace eco de
esta bendición, y allí la bendición incluye el hecho de que “la tierra dará entonces su fruto” (Sal
67:6).
Es “desde Sión” que viene la bendición de Dios (134:3). Y en términos del nuevo pacto, es
desde la Jerusalén celestial que descienden todas las misericordias (Heb 12:22-24). Pero el foco
no está totalmente orientado hacia el cielo. El que ahora bendice es Dios, el “creador del cielo y
de la tierra”. Los deliberados ecos de Génesis 1 son un recordatorio del poder de Dios. ¡El que
bendice tiene poder para bendecir! Su bendición no es algo ligero, sino una fuerza que se debe
considerar.
Pero más que eso, la bendición obviamente tiene las connotaciones de un pacto. Por este
pronunciamiento se nos considera parte del linaje espiritual de Abraham, Isaac y Jacob. Somos
parte del pueblo de Dios sobre el cual sigue siendo derramado el distintivo amor de Dios, sin
importar qué otra cosa pueda ser cierta. Es ese pensamiento lo que permite que estos adoradores
vuelvan a casa en paz. El amor de Dios los seguirá, hasta que vuelvan a reunirse en Jerusalén. Y
seguirá a cada hijo de Dios, para siempre.

Oh, Dios eterno, tu misericordia,


ni una sombra de duda tendrá;
tu compasión y bondad nunca fallan,
y por los siglos el mismo serás.

¡Oh, tu fidelidad! ¡Oh, tu fidelidad!


Cada momento la veo en mí.
Nada me falta, pues todo provees;
¡grande, Señor, es tu fidelidad!

La noche obscura, el sol y la luna,


las estaciones del año también,
unen su canto cual fieles criaturas,
porque eres bueno, por siempre eres fiel.

Tú me perdonas, me impartes el gozo,


tierno me guías por sendas de paz;
eres mi fuerza, mi fe, mi reposo,
y por los siglos mi Padre serás.

Thomas O. Chisolm
1866-1960

Eso lo dice todo, me parece, salvo esto: que el verbo en el verso 3 es singular, mientras que en
los versos 1 y 2 es plural. ¿Qué significa eso? Puede que simplemente signifique esto: que la
bendición de Dios nos encuentra dondequiera que estemos, quienquiera que seamos.

¡Esa es una idea digna de considerar por toda una vida!

PARA TU DIARIO…
1. Al llegar al final de este libro, escribe todas las cosas que puedas pensar que confirmen que
has progresado en la disciplina de la devoción espiritual.

2. Escribe planes que expresen las formas en que pretendes continuar esta disciplina durante los
próximos meses.
Notas

Prefacio

1. Alec Motyer, Journey: Psalms for Pilgrim People (Nottingham, England: IVP, 2010).
Motyer sugiere una fascinante compilación a modo de triada.

Introducción

2. Confesiones, 1:1.
3. Se encuentra en su principal obra, de Spiritualibus Ascensionibus (“sobre ascensos
espirituales”).
4. The Banner of Truth, 1978, p.9.
5. Comentario sobre 1 Pedro 1:11.
6. Juan Calvino, Institución de la religión cristiana,I.xi.8.
7. Eugene H. Peterson, A Long Obedience in the Same Direction, IVP, USA, 2000 (1980).
8. Donald S. Whitney, Spiritual Disciplines for the Christian Life, Scripture Press, 1991,
p.195. Whitney escribe un extraordinario capítulo en este libro sobre los beneficios de la
escritura de un diario a modo de disciplina.

Día 1: Un hombre piadoso en un mundo impío

9. Commentary on The Book of Psalms, Vol. 2, Baker Book House, 1981, p.207.
10. J. I. Packer, prólogo a Leyland Ryken’s Worldly Saints: The Puritans as They Really
Were, Academie Books, 1986, p.xi.
11. The Banner of Truth, 1968, p.153.
12. El himno comienza: “Levántate, levántate por Jesús”, de George Duffield, Jr, (1858).
Traducción para este libro.
13. Citado por John Piper, Desiring God, IVP, 1989, p.29.
14. Las líneas finales del himno de Oswald Allen, “Tu misericordia hoy me llama a lavar mi
pecado”, escrito en 1861. Traducción para este libro.

Día 2: Necesidad de ayuda

15. Es importante tener presente que este es el nombre propio de Dios, y no un título, y por
lo tanto, la mejor forma de describir la intención del Antiguo Testamento en este punto es
“SEÑOR” más bien que “el SEÑOR”. Él es “SEÑOR” más bien que “él es el SEÑOR”.
16. Presbyterian and Reformed Publishing, 2000, pp.193-94.

Día 3: Jerusalén

17. S. M. Houghton, ‘From Amman to Jerusalem’ in The Banner of Truth 49 (Julio/Agosto


1967), p.12.
18. 1862-64 reprint. The Banner of Truth, 1973, Vol. 1, p.192.

Día 4: Ojos correctos

19. Catecismo Menor de Westminster, Respuesta 98.


20. Christian Focus Publications, 1999, pp.109-10.

Día 5: Si Dios es por nosotros…


21. Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, I.17.1.
22. New York, Harcourt Brace Jovanovich, 1964, p.113.
23. Juan Calvino, Institución II.16.6.

Día 6: Rodeados

24. Juan Calvino, Psalms, Baker Book House, 1981 reprint, 1571, xxxvii.
25. Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, III.9.1.
26. John Bunyan, Prayer, The Banner of Truth, 1965 reprint, 1662, p.13.

Día 7: Lágrimas santas y risa santa

27. 163, Job 38:31. Lectura para la noche del 21 de marzo, MacDonald Publishing Co.,
1973.

Día 8: Edificación duradera

28. Himno “Todo el camino me guía el Salvador”, de Fanny Crosby, escrito en 1875.
Traducción para este libro.
29. Eagle Publishing, 1995, p.92.

Día 9: Bendice esta casa

30. Himno “Cosas gloriosas de ti se cuentan”, de John Newton, 1779. Traducción para este
libro.

Día 10: El Señor es justo


31. “Es monstruosamente ingenuo leer las maldiciones en los Salmos sin un sentimiento que
no sea el de horror por la crueldad de los poetas. Son diabólicos, en efecto”. C. S. Lewis,
Reflections on the Psalms, Collins/Fontana Books, 1957, p.27.
32. Editorial Andrés Bello, [1950] 2006, 4ª edición, pp. 175-176.
33. C. H. Spurgeon, Treasury of David, 7:60.

Día 11: Desde lo profundo

34. J. C. Ryle, Holiness, James Clark & Co., 1956, p.1. Ahora disponible en inglés en EP
Books.
35. The Banner of Truth, 1989, p.37. Traducción para este libro.

Día 12: Un alma satisfecha

36. Soli Deo Gloria, 1998, p.6.

Día 13: Yo canto de la misericordia del pacto…

37. The Banner of Truth, 1987, p.37.


38. C. H. Spurgeon, Spurgeon’s Expository Encyclopedia, Vol.15, p.421.
39. Himno “Que todos aclamen el poder del nombre de Jesús”, de Edward Perronet, 1779.
Traducción para este libro.

Día 14: Cuando el agua y el aceite se mezclan

40. Commentary on the book of Psalms, trans. Rev. James Anderson, Baker Book House,
1981, p.164.
Día 15: La bendición

41. Henry Scougal, The life of God in the Soul of Man, Christian Heritage Series, Christian
Focus Publications, 1996, pp.139-59. Esta oración viene en la sección III:14.

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