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Derek Thomas
A menos que se indique algo distinto, las citas bíblicas están tomadas de La Santa Biblia, Nueva
Versión Internacional ©1986, 1999, 2015 por Biblica, Inc.
Las citas bíblicas marcadas con RVC están tomadas de La Santa Biblia, Versión Reina Valera
Contemporánea ©2009, 2011 por Sociedades Bíblicas Unidas.
Las citas bíblicas marcadas con RV95 están tomadas de La Santa Biblia, Reina-Valera ©1995 por
Sociedades Bíblicas Unidas.
Las citas bíblicas marcadas con NTV están tomadas de La Santa Biblia, Nueva Traducción
Viviente ©Tyndale House Foundation, 2010. Todos los derechos reservados.
Las citas bíblicas marcadas con NBLH están tomadas de la Nueva Biblia Latinoamericana de
Hoy ©2005 por The Lockman Foundation.
La transformación a libro digital de este título fue realizada por Nord Compo.
A
Reconocimientos
Prólogo
Prefacio
Introducción
Día 3 - Jerusalén
Día 6 - Rodeados
Día 15 - La bendición
Notas
Reconocimientos
“Sean agradecidos”, nos insta Pablo (Col 3:15), y aquí corresponde decir algunas palabras de
reconocimiento por la ayuda de otros. Ningún libro está exento de errores de gramática y estilo
en su primer borrador (¡es decir, al menos ningún libro mío!), y agradezco la aguda visión de mi
Becario Thornwell, Marshall Brown, y mi secretaria, Ruth Benett, por sus alegres esfuerzos en mi
favor. Cabe mencionar a aquellos que emplean a estas buenas personas (¡y a mí!): el Seminario
Teológico Reformado. Estoy profundamente agradecido por la amistad que me brindan mis
colegas y el apoyo de la administración del seminario que proporciona el tiempo y el incentivo
para escribir.
EP Books ha publicado varios de mis libros y estoy agradecido con ellos por su entusiasmo
respecto a esta ofrenda. Deseo agradecer en particular a Sue Holmes por sus extraordinarias
habilidades como editora.
Solo he llegado a conocer personalmente a Don Whitney en los últimos años, pero
compartimos una carga común por la “formación espiritual”. Debido a su conocida pericia en
esta área, sus gentiles palabras de respaldo en la portada de esta edición me dan el incentivo de
que voy por buen camino. Sinclair Ferguson ha sido mi amigo y mentor por más de treinta años,
y aprecio profunda y humildemente su disposición a asociarse con estas mis palabras. El
ministerio del Dr. Ferguson a ambos lados del Atlántico es elogiado con justicia, y considero un
especial honor que él aceptara escribir el prólogo.
¿Qué sería de mí sin mi familia? A mi esposa, Rosemary, y mis dos hijos, Ellen y Owen, les
ofrezco un extendido “abrazo” de gratitud y amor. Junto con mi amoroso Señor, ustedes son las
luces de mi vida.
Estas páginas fueron entregadas originalmente en forma de sermones en la hora de oración y
estudio bíblico de mitad de semana en la Primera Iglesia Presbiteriana de Jackson, Mississippi,
donde ahora sirvo como Ministro de Enseñanza. Estoy profundamente agradecido con la
paciente gente de “La Primera”, especialmente con el ministro principal, el Dr. Ligon Duncan.
Ligon es tanto mi jefe como mi amigo personal, y servir con él en esta bella e histórica iglesia ha
sido el mayor honor de mi vida. A Ligon y su querida esposa, Anne, les dedico este libro.
Prólogo
H ace algún tiempo me encontré con un conocido al que no veía hacía varias semanas. De
inmediato fue obvio que había bajado de peso y lucía una figura mucho mejor. Cuando le
comenté al respecto, respondió con entusiasmo: “Sí, he estado siguiendo una dieta diseñada por
la Clínica Mayo”. Al continuar la conversación, resultó que la dieta abarcaba un periodo de dos
semanas y le proporcionaba un disciplinado fundamento para que tuviera mejor salud en el
futuro. Ese, desde luego, es —o debe ser— el sentido de una dieta: proporcionar una
reestructuración básica de los hábitos que, si se mantiene, mejorará la salud, el bienestar, y
nuestro rendimiento general. En este caso, al parecer había sido muy exitosa, como uno esperaría
de una dieta cuidadosamente investigada y probada por un hospital de renombre internacional.
En este libro, Thomas Derek nos proporciona el equivalente espiritual de la Dieta de la
Clínica Mayo. En estas páginas encontrarás un programa de dos semanas cuidadosamente
investigado, diseñado para ayudarte a reconfigurar y redisciplinar un tiempo diario de estudio
bíblico, meditación y oración.
Tendemos a confiar en programas tales como la Dieta de la Clínica Mayo porque sabemos
que han sido elaborados por médicos confiables y han sido probados. Aquí ocurre lo mismo.
Derek Thomas es un confiable, ampliamente respetado y experimentado estudiante de la
Escritura y la vida espiritual, pastor de las ovejas de Cristo, académico, teólogo, y maestro de
estudiantes de teología. Así que aquí tienen un médico del alma en quien podemos confiar que
nos brinde orientación confiable y sólida sabiduría bíblica.
Pero, más que eso, el programa básico que aquí nos prescribe el Dr. Thomas —los Cánticos
Graduales, Salmos 120-134— ha pasado por la más rigurosa prueba de campo. Él mismo lo ha
probado. Además, ha recibido el uso más riguroso de parte de innumerables creyentes a lo largo
de tres milenios.
Por sobre todo, este programa fue probado por el “iniciador… de nuestra fe” (Heb 12:2),
Jesús mismo. Él debió cantarlos desde los doce años, ya fuera camino a Jerusalén, o durante los
días que estuvo allí, haciendo preguntas en el templo, asombrando a los eruditos judíos con su
conocimiento del Señor y su Palabra. Me parece que la manera en que el Dr. Lucas registra ese
acontecimiento refleja las maravillosas palabras del Salmo 27:4 y 8:
Una sola cosa le pido al Señor,
y es lo único que persigo:
habitar en la casa del Señor
todos los días de mi vida,
para contemplar la hermosura del Señor
y recrearme en su templo…
El corazón me dice: “¡Busca su rostro!”.
Y yo, Señor, tu rostro busco.
Esta es, pues, una invitación a pasar dos semanas en un ejercicio espiritual que le ha traído
innumerables bendiciones al pueblo de Dios en cada época, y uno que el mismísimo Señor Jesús
comprobó y encontró plenamente confiable. Al igual que la Dieta de la Clínica Mayo, el ejercicio
requiere compromiso; implica disciplina; incluso puede haber algo de dolor. Pero de esto puedes
estar seguro, si se me permite parafrasear un poco al apóstol Pablo: si bien el apetito, la disciplina
y el entrenamiento de la Dieta de la Clínica Mayo tiene cierto valor, este entrenamiento espiritual
ayudará a reconfigurar toda tu vida y traerá beneficios abundantes y duraderos.
Sinclair B. Ferguson
Glasgow
Julio 2001
Prefacio
Si existe una consideración más aleccionadora que cualquier otra para un creyente con
mentalidad espiritual, es que, después de todo lo que Dios ha hecho por él; después de
las abundantes demostraciones de su gracia, la paciencia y la ternura de sus
instrucciones, la reiterada disciplina de su pacto, las muestras de amor recibidas, y las
lecciones aprendidas por experiencia; con todo, aún existe en el corazón un principio,
cuya tendencia es hacia un secreto, perpetuo y alarmante alejamiento de Dios.
Octavius Winslow
Libros tales como Ejercicios espirituales de Loyola suelen contener elementos objetables.
Obras similares diseñadas para integrar a los cristianos decaídos en “la vida más profunda”
contienen doctrina que no es lo bastante ortodoxa ni clara; a veces las meditaciones son místicas
en el sentido de ser esotéricas y buscar experiencias a expensas de la verdad. La escritura de tales
obras a través de la historia de la iglesia es un testimonio de que un proceso estructurado de
autoevaluación y reflexión espiritual ha resultado provechoso para restaurar una comunión más
cercana con Dios.
Consideremos, por ejemplo, los himnos cristianos. Muchos cristianos han descubierto que
meditar en himnos conocidos conlleva un beneficio particular y distintivo para la vida espiritual.
Muchos himnos (¡y salmos también!) tratanespecíficamente lo que Richard Baxter llamó “las
enfermedades y achaques del alma”. Son especialmente útiles para abordar las causas del
deterioro espiritual.
Los Salmos Graduales funcionan de un modo muy similar. Ya sea que haya algo de verdad
en las diversas teorías acerca de su recopilación, estos salmos efectivamente parecen poseer una
particular cualidad que insta al lector a avanzar y a subir, desde las angustias de Mésec (Sal
120:5) a la belleza y las alturas de la adoración en Jerusalén (Sal 122:2) y el gozo de la presencia
de Dios (Sal 134). A lo largo del camino, descubrimos que contemplan los peligros mientras
ascienden a las colinas de Sión (Sal 121). Más adelante, al contemplar la belleza de Jerusalén, el
escritor del Salmo 125 prorrumpe en una canción de seguridad:
Tal como se puede discernir un progreso geográfico, así también hay valiosas lecciones que
aprender: lecciones acerca del sufrimiento y su lugar en el peregrinaje que conduce a la ciudad
eterna:
El aprendizaje de estas lecciones está muy próximo a lo que aludía Pablo cuando escribió
que “participamos abundantemente en los sufrimientos de Cristo” (2Co 1:5). La participación en
estos sufrimientos (1P 4:13) está en el centro de nuestro peregrinaje al cielo. Calvino escribió a
modo de comentario sobre un pasaje similar en 1 Pedro: “La iglesia de Cristo ha sido constituida
desde el principio de manera tal que la cruz ha sido el camino a la victoria, y la muerte un pasaje
a la vida” 5 . El secreto que debemos aprender es “esperar al Señor” (Sal 130:5).
Uno de mis objetivos al escribir este libro es proveerles a los cristianos una
guíadistintivamente reformada a la espiritualidad, un libro que, por un lado, distingala
espiritualidad del misticismo, y, por otro lado, las teologías ambiguas y eclécticas. La iglesia no
solo necesita una renovación de la espiritualidad, sino una espiritualidad reformada y bíblica.
¿Pero qué es eso? ¿Podemos identificar la espiritualidad reformada como algo distinto a la
espiritualidad en general? ¡Sí, podemos! De partida, las cualidades que identifican y distinguen la
fe reformada en general son igualmente válidas como distintivos en el ámbito de la piedad y la
devoción. ¿Cuáles son esas cualidades? Son muchas, pero cinco en particular configuran el
carácter esencial de la espiritualidad bíblica.
Primero, la espiritualidad debe ser completamente teocéntrica. Si Dios —es decir, el Dios
que se revela en la Biblia— no está en el centro de nuestra espiritualidad, entonces lo que
tenemos es un híbrido. Esto significa, en efecto, lo siguiente: debemos considerarnos
naturalmente corruptos, sin interés en las cosas verdaderas, e inclinados a aquello que desvirtúa y
oscurece al verdadero Dios. La mente humana es una continua fábrica de ídolos, planteó
Calvino, y tenía razón 6. Por naturaleza somos totalmente depravados, tan adaptados a los
caminos pecaminosos que solo un renacimiento soberano “desde arriba” —para citar las palabras
de Jesús a Nicodemo (Jn 3:31)— puede encaminarnos en una dirección distinta. Lo que
necesitamos es ser convertidos en “una nueva creación” (2Co 5:17), ser levantados de la muerte
espiritual a la vida espiritual y la resurrección, en unión con Jesucristo (Ro 6:4-11; Ef 2:1-10).
Esto nos libera de nuestro pasado, de manera que lo que ahora somos “en Cristo” es radicalmente
distinto a lo que éramos antes “en Adán”. Esta obra soberana de Dios en la conversión constituye
el primer principio de lo que podemos llamar una visión reformada de la espiritualidad.
Para ser teocéntrico es necesario ser trinitario. Dios es tres personas y Dios es un solo Señor.
Mantener esta cualidad de “tres en uno” a la vista nos mantendrá en el centro de la revelación
que Dios hace de sí mismo. ¡La Trinidad no es algún artilugio urdido por la iglesia en
Constantinopla con el fin de ofuscar la mente de todos de ahí en adelante! De hecho, es el
cuidadoso pronunciamiento de los descubrimientos de la iglesia a medida que examina el
testimonio en múltiples niveles de la Escritura acerca del ser de Dios. Para citar a Hilario de
Poitiers, del siglo IV: “Solo Dios es un testigo idóneo de sí mismo”, y en este caso, su testimonio
es de tres personas en un Dios. Necesitaremos el testimonio de la Escritura para las tres personas,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, a fin de conseguir una espiritualidad bien fundada. Al mismo
tiempo, cualquier desviación hacia el politeísmo nos condenará.
En segundo lugar, la espiritualidad debe estar basada en la Biblia y ser guiada por la Biblia.
La expresión sola Scriptura, uno de los lemas de la Reforma, insistirá en que en la espiritualidad,
como en cualquier otra cosa, la Biblia debe definir y controlar. Dios nos da a conocer su
voluntad por medio de su Palabra leída, explicada y entendida. Pablo podía decir acerca de la
Escritura inspirada por Dios que ella es “útil para enseñar, para reprender, para corregir y para
instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena
obra” (2Ti 3:16-17). Una de estas “buenas obras” es el cultivo de la vida y la vitalidad espiritual,
y aquí la Escritura debe informar, motivar, alentar y modelar. Esto significará, en el nivel más
básico, que los cristianos que desean la renovación espiritual deben, para citar a Cranmer, “leer,
marcar, aprender y asimilar internamente” lo que la Biblia tiene que decir.
El “momento de quietud” puede desvirtuarse fácilmente y convertirse en algo individualista
y subjetivo, ignorando así las demás dimensiones de la vida y la responsabilidad corporativas. La
lectura de los Salmos Graduales, con su persistente atmósfera de vida comunitaria, corregirá en
buena medida este problema. Pero, como suele ocurrir, el hecho de que exista una desvirtuación
no significa que la cosa sea mala en sí misma. Realmente necesitamos pasar tiempo a solas con
Dios y su Palabra. Una espiritualidad que falla en poner la Biblia (es decir, la lectura y el estudio
de la Biblia) en el centro mismo falla en apreciar la manera en que Dios nos habla. Nunca se
puede lograr el crecimiento en la gracia sin someterse seriamente a las Escrituras ni experimentar
el dolor de su efecto correctivo y transformador sobre la totalidad de nuestra vida.
Tercero, la espiritualidad debe ser bíblicamente realista; realista en cuanto a lo que se puede
y lo que no se puede alcanzar en este mundo en lo que respecta a nuestra conformidad a Cristo y
su imagen. Esto es lo que generalmente se denomina santificación. ¿Realista? Sí, porque en esta
área abunda la irrealidad. Es vital para nuestra cosmovisión como cristianos reconocer que
vivimos en un campo de batalla, rodeados por dentro y por fuera de enemigos implacables
empeñados en destruirnos.
Aquí es vital la parte final de Romanos 7. Tenemos que considerarnos involucrados en una
guerra donde no se puede obtener la victoria total mientras no lleguemos a la gloria. La veracidad
nos obliga reconocer que, a medida que progresamos, a menudo también perdemos terreno: la
lucha contra el mundo en el exterior, la carne en el interior, y contra el diablo que manipula los
dos anteriores para truncar nuestro progreso. Cualquier presunción de haberlo “alcanzado” será
considerada como un puro disparate. Será importante también un realismo acerca de qué o
quiénes somos: ¡que Romanos 7 sigue a Romanos 6! Eso significa entender que estamos muertos
al pecado y vivos en Cristo; que hemos sido sepultados y levantados a una nueva vida en Cristo.
Así como el proceso se verá obstaculizado, también se verá incentivado al recordar que
estamos “en Cristo” en el sentido de que hemos sido espiritualmente levantados de los muertos
para unirnos al mismísimo Señor Jesús resucitado y ascendido. Esta verdad nos brindará una
plataforma donde progresar en la santificación porque ahora podemos hacerlo. Ya no estamos
“en Adán”, obstaculizados por la incapacidad espiritual; estamos “en Cristo” potenciados por el
Espíritu Santo. Esta es la lógica ineludible de Romanos 8:10-14, donde Pablo razona que, a)
estamos en Cristo (o que Cristo está en nosotros); b) en nosotros habita el mismo Espíritu que
habitó en Cristo; y c) tenemos la obligación de mortificar el pecado y vestirnos de las virtudes
que reflejan la semejanza de Cristo. Esto nos protegerá, por una parte, de una visión antinomiana
y perezosa de la santificación, y por otra, de una visión psicológicamente paralizante de una
justicia inalcanzable.
Cuarto, la espiritualidad debe tener un doble enfoque; es decir, debe enfocarse tanto en este
mundo como en el venidero. Debe tener un doble enfoque por causa del peligro de un pietismo
que pasa por alto o niega la importancia de la vida vivida en este mundo, y por causa del peligro
igualmente importante de pasar por alto el enfoque de todo lo que se vive aquí, en cuanto
preparación para el mundo venidero. La espiritualidad reformada se preocupa de preparar las
almas para llevar vidas útiles y productivas en este mundo, apreciando todo lo que Dios concede
en común con todos los demás que viven en la tierra.
El apreciar la mano creadora y sustentadora de Dios en todas las cosas, que “toda buena
dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre” (Stg 1:17), asegurará que
no abandonemos nuestra vocación de ser “sal” y “luz” en este mundo (Mt 5:13-14). Asimismo,
recordar que en este mundo “no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos la ciudad
venidera” (Heb 13:14), es el enfoque básico del cristianismo del Nuevo Testamento. Esto no es
— como se cataloga tan a menudo que resulta irritante— pietista, como si “vivir cada día como si
fuera el último”, como expresa Thomas Ken, de algún modo fuera una equivocación. Más bien
así es como debería ser. Debemos vivir, como le dijo un Canciller puritano a su aterrado alumno,
como los que están “listos para morir”. Una espiritualidad que no nos prepara para el cielo no
tiene mérito alguno.
Quinto, la espiritualidad debe involucrar un esfuerzo de parte nuestra así como el poder de
parte de Dios. La relación entre soberanía y responsabilidad dentro de las expresiones reformadas
de Cristianismo a veces ha sido problemática; se ha enfatizado una u otra en desmedro de la otra
o negándola. El quitarle importancia a la necesidad del esfuerzo de parte nuestra conduce a la
pasividad. El resultado de ello son las perspectivas de la santificación y el crecimiento en la
gracia que se alcanzan por absorción más bien que por esfuerzo. Actualmente existen
perspectivas de la meditación en boga que están muy próximas a dicha postura.
La espiritualidad reformada no dudará en aplicar el tercer uso de la ley según Calvino: que
debemos ser motivados e impulsados a buscar a Dios con todo el corazón, la mente y las fuerzas,
porque Dios lo dice. Somos culpables si no lo hacemos. Asimismo, necesitamos la potenciación
del Espíritu Santo para hacerlo. Y aquí la espiritualidad tendrá en consideración las distintas
condiciones posibles del alma en relación con Dios. Algunos tienen buena salud y otros se han
vuelto atrás —para usar una expresión de Jeremías (Jer 15:6). En cualquier caso (y todo lo que
hay en medio en el espectro del diagnóstico espiritual), el Espíritu Santo debe venir y
capacitarnos para hacer aquellas cosas que promueven y profundizan nuestra relación con Dios.
“Si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán” (Ro 8:13). Somos
nosotros los que tenemos que mortificar el pecado; pero al mismo tiempo, es “por medio del
Espíritu”. El hecho de clamar a Dios para que nos ayude de ninguna manera disminuye nuestra
responsabilidad. Pero sí nos protege de un legalismo que se arroga los triunfos personales, por
una parte, y por otra, de una mente fracturada que se frustra por lo imposible.
Estos Salmos Graduales siguen proveyendo instrucción espiritual para los viajeros cansados.
Sus lecciones poseen una calidad intemporal. Hace veinte años, Eugene Peterson escribió un
libro acerca de estos salmos que tituló A Long Obedience in the Same Direction 7 (Una larga
obediencia en la misma dirección). En mi libro yo he intentado abordar los salmos desde un
punto de vista distinto, aunque la intención general de ambos títulos es el mismo: promover una
visión bíblica del discipulado. A medida que examinamos estos salmos uno por uno, su fuerza
acumulativa puede cambiar la vida y reformarla. Ellos apuntan en dirección opuesta a la
introspección y el egocentrismo, hacia el Dios de Sión cuya gloria debe consumir nuestra visión.
En el juego del golf, una lección esencial es mantener la mirada en la bola. Aquí una falla
trae resultados trágicos y bochornosos. Asimismo, en estos salmos la lección es mantener la
mirada en el Señor y su gloria (ver Heb 12:2). Si se toma un salmo al día, ellos nos proveen poco
más de dos semanas para ponernos en forma.
¡Dos semanas! Desde la oscuridad de Cedar en el primer salmo (120:5; Cedar significa
“negro”), somos conducidos a una noche completamente distinta de adoración en el templo en el
último salmo (134:1).
Cada día dedicaremos tiempo a uno de estos salmos. Lee el salmo, ora a través de él, toma
nota de lo que creas que Dios podría estar enseñándote. Mientras lees el capítulo para cada día,
lleva un registro en un diario. Donald Whitney ha escrito:
Un diario es uno de los mejores lugares donde registrar tu progreso en las Disciplinas
Espirituales y para hacerte responsable de tus objetivos… 8
Al final de cada capítulo he incluido algunas preguntas para “remover las aguas”, por así
decirlo. No hay reglas estrictas, salvo la necesidad de honestidad. Escribir la manera en que
respondemos a la enseñanza de Dios puede remover los afectos como nada más puede hacerlo.
Así que ahí está el bosquejo del desafío que te traigo.
1
En mi angustia invoqué al Señor,
y él me respondió.
2
Señor, líbrame de los labios mentirosos
y de las lenguas embusteras.
3
¡Ah, lengua embustera!
¿Qué se te habrá de dar?
¿Qué se te habrá de añadir?
4
¡Puntiagudas flechas de guerrero,
con ardientes brasas de retama!
5
¡Ay de mí, que soy extranjero en Mésec,
que he acampado entre las tiendas de Cedar!
6
¡Ya es mucho el tiempo que he acampado
entre los que aborrecen la paz!
7
Yo amo la paz,
pero si hablo de paz, ellos hablan de guerra.
DÍA 1
Salmo 120
Es interesante que el salmista sea el objeto de pláticas maliciosas. Así le ocurrió a John
Bunyan. Camino a un servicio montado a caballo bajo una lluvia torrencial, vio a una muchacha
que él percibió que se dirigía al mismo servicio. Al llevarla en su caballo ciertas personas
chismorrearon, acusando al predicador de conducta impropia. El cuento lo persiguió durante
muchos años y le causó gran angustia.
Lamentablemente, en la iglesia también encontraremos cuentistas. Este es uno de los
motivos por los que Santiago nos advierte que la lengua es “un fuego, un mundo de maldad.
Siendo uno de nuestros órganos, contamina todo el cuerpo y, encendida por el infierno, prende a
su vez fuego a todo el curso de la vida” (Stg 3:6).
Hostilidad es precisamente lo que experimentó Jesús: una familia que no lo entendía, un
gobierno insensible, e incluso amigos que lo traicionaron. Mentiras y engaños fueron la causa de
su crucifixión. Y es solo este hecho —que al experimentar la hostilidad del mundo al mismo
tiempo estamos siguiendo las pisadas de nuestro Maestro— lo que nos fortalece y nos motiva a
perseverar.
2. La seducción del mundo. Al quejarse de que ha vivido demasiado tiempo entre los paganos
(vv. 5-6), el salmista al parecer plantea un problema bastante distinto. El mundo es más que
solamente hostil y antagónico hacia el creyente. Existe un peligro bastante distinto y mucho más
sutil: el de ceder a la seducción del mundo. Uno de los ardides del diablo es socavar la santidad
del creyente comprometiendo su estilo de vida. Los creyentes deben buscar la santidad, una
conformidad interna y externa a la semejanza de Cristo. La presión constante del mundo es tal
que impide que ocurra este proceso de cambio, y es probable que el salmista estuviera consciente
de la estampa del mundo sobre su actual estilo de vida. El efecto santificador de codearse con
otros creyentes le había sido quitado.
El propósito eterno del Dios trino es conformar a su pueblo a la imagen de Cristo. Nadie lo
vio más claramente que Pedro, quien, habiéndole fallado a Cristo rotundamente en varias
ocasiones, insistía en que los creyentes han sido escogidos “según la previsión de Dios el Padre,
mediante la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser redimidos por su
sangre” (1P 1:2). A modo de incentivo él añade que Dios mismo es santo y que debemos ser
como él (v. 15), que Cristo murió para adquirir santidad para nosotros (vv. 18-19), y que todos
debemos enfrentarnos a Dios como nuestro Juez y rendir cuenta de nuestra vida (v. 17). Vivir
una vida mundana frustra el consejo del Dios trino cuyo propósito es purificarnos y hacernos
como su Hijo.
Quizá el salmista está consciente de que las cualidades distintivas de la santidad están
ausentes en su vida. Al evaluar su actual condición espiritual advierte elementos de transigencia.
Es un tiempo de flaqueza. Él piensa en el gozo de adorar a Dios en Jerusalén ¡y lo extraña!
Precisa decir de inmediato que esta es una buena señal. Las personas que no extrañan las
cosas espirituales cuando algún motivo u otro los ha obligado a alejarse están en una mala
condición. Si podemos estar ausentes de la adoración sin un buen motivo y no la extrañamos,
estamos en una peligrosa situación, al borde de la catástrofe. ¿Por qué el salmista estaba lejos de
Jerusalén? Puede que haya tenido una muy buena razón, pero quizá se había trasladado hasta allá
deliberadamente a causa de algún beneficio mundano. Tal vez abrigaba la idea de que era lo
bastante fuerte para sobrevivir sin visitas regulares al lugar de adoración. Tal vez, al igual que
algunos cristianos hebreos en el Nuevo Testamento, el congregarse con otros creyentes era algo
que había comenzado a considerar innecesario (Heb 10:25). Tales nociones, desde luego, están
completamente equivocadas.
El camino de la recuperación
Cuando nos encontramos en circunstancias similares a las del salmista, ¿cómo podemos
afrontarlas? ¿Qué podemos hacer para remediar la situación? Al parecer la respuesta radica en
reconocer cinco importantes verdades.
En primer lugar, es importante reconocer que existe un enemigo. Siempre es fatal subestimar
el poder de un enemigo que está empeñado en destruirnos. El salmista no estaba cerca de
cometer ese error. Su enemigo era mentiroso, uno que le había declarado la guerra. Ignorar sus
amenazas sería una insensatez. Es una lección que los cristianos no logran aprender para su
propio perjuicio. Es muy fácil quitarle importancia a la amenaza del mundo, o del pecado
residente, o del mismo diablo. Pretender que las fuerzas de las tinieblas son intrascendentes
puede resultar ser el medio de nuestra destrucción. Al abordar el pecado residente, por ejemplo,
Pablo asume que hemos reconocido nuestra necesidad de lidiar con el pecado y que contamos
con los medios para hacerlo cuando exhorta a sus lectores: “Porque si ustedes viven conforme a
ella [la carne], morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo,
vivirán” (Ro 8:13).
Segundo, es igualmente importante reconocer nuestra incapacidad de vencer a nuestro
enemigo. Así como Pablo incentiva la mortificación por el poder del Espíritu que mora en
nosotros en Romanos 8, así también el salmista se halla incapaz de luchar. Él está “angustiado”
(v. 1). La vida cristiana nunca es fácil, y los santos a través de las épocas han confesado su
debilidad frente al enemigo. El Nuevo Testamento advierte al que se crea fuerte que “tenga
cuidado de no caer” (1Co 10:12). Jesús dijo: “No son los sanos los que necesitan médico sino los
enfermos” (Mt 9:12).
Esto nos lleva a una tercera verdad: un reconocimiento de que la fuente de toda nuestra
esperanza radica en el poder de Dios. Es en el nombre del “Señor” (v. 1) que el salmista renueva
sus fuerzas y la motivación en su melancolía. Este es precisamente el nombre que había revivido
la fe de Moisés cuando se le pidió que regresara a Egipto sabiendo que había un precio por su
cabeza (Éx 3:15). Hay un himno que incluye estos versos:
George Duffield Jr
1818-1888
Es por eso que el salmista comienza con una súplica a Dios para que venga en su ayuda:
“En mi angustia invoqué al Señor” (v. 1). Puesto que está consciente de su debilidad, él clama al
Señor para que lo salve y lo libre.
En un punto del salmo él confronta a su enemigo y le advierte sobre las consecuencias de su
malicia. Sus palabras de enemistad bien pueden haber lastimado al salmista, pero no son nada en
comparación con el juicio que este enemigo recibirá de Dios. El enemigo del salmista ha usado
las palabras como armas, semejantes a “puntiagudas flechas” y “ardientes brazas” (v. 4; al
parecer las raíces de la “retama” arden bien y producen buenas brasas). Estas metáforas recogen
alusiones de otro lugar del Antiguo Testamento: “Un mazo, una espada, una aguda saeta, ¡eso es
el falso testigo contra su amigo!” (Pr 25:18); “El perverso hace planes malvados; en sus labios
hay un fuego devorador” (Pr 16:27). En el juicio, la justicia de Dios se encargará de que cada
cosa se encuentre con su similar: las flechas se encontrarán con flechas y el fuego con fuego.
Algo parecido encontramos en un salmo anterior:
(Sal 64:7-8).
PARA TU DIARIO…
1. ¿Por qué algunos salmos te resultan más atrayentes que otros? Mientras piensas en esto,
considera si tal vez se ha filtrado un desequilibrio en tu vida porque no has logrado
apreciar la amplitud de la espiritualidad que expresa el libro de los Salmos.
2. ¿Sabes lo que significa estar desalentado? ¿Hay asuntos específicos que continuamente te
desaniman? ¿Cuáles son?
3. Si el lema Vincit qui patitur (el que sufre, vence) es cierto, ¿cómo debería afectar la forma
en que ves tu vida como cristiano?
1
A las montañas levanto mis ojos;
¿de dónde ha de venir mi ayuda?
2
Mi ayuda proviene del Señor,
creador del cielo y de la tierra.
3
No permitirá que tu pie resbale;
jamás duerme el que te cuida.
4
Jamás duerme ni se adormece
el que cuida de Israel.
5
El Señor es quien te cuida,
el Señor es tu sombra protectora.
6
De día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
7
El Señor te protegerá;
de todo mal protegerá tu vida.
8
El Señor te cuidará en el hogar y en el camino,
desde ahora y para siempre.
DÍA 2
Necesidad de ayuda
Salmo 121
(Sal 102:1-2).
La respuesta a este clamor (uno que aparece más de cincuenta veces en los Salmos) es un
clamor centrado en Dios: “Mi ayuda proviene del Señor” (121:2). Este también es un clamor que
escuchamos en más de una ocasión:
Esto sugiere la idea de que en este salmo hay dos “voces”. Por una parte, está el clamor de
un creyente asustadizo e inexperto, temeroso de que su pie resbale, temeroso del sol del
mediodía, de la luna y especialmente de los ladrones. Por otra parte, está el clamor reconfortante
de una voz más confiada que apunta a verdades acerca de Dios que tienen un impacto directo
sobre tales temores. El creyente experimentado y más maduro responde a los clamores temerosos
del creyente inexperto y más inmaduro. Aquel le dice a este último: Confía en Dios, ¡en cada
paso del camino! ¡Aprende a apreciar el tipo de Dios que él es!
Además, Dios le dijo a Moisés: “Diles esto a los israelitas: ‘El Señor, el Dios de sus
antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me ha enviado a ustedes’. Éste
es mi nombre eterno; éste es mi nombre por todas las generaciones”
(Éx 3:15).
A veces nuestra culpa duele tanto que locamente queremos hacer algo extraordinario
para detener el dolor. ¿Pero qué exige Dios de nosotros para nuestra recuperación
espiritual? Simple: una renovada obediencia en sus medios de dar muerte a la carne.
Sus medios son los que se delinean a través de su Palabra y son conocidos: lectura
constante de su Palabra, oírla en la predicación, y reflexionar sobre ella; oración
ferviente; vigilar atentamente contra la tentación; y fijar siempre la mente en las cosas
de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.
Creador soberano
Dios no solo se identifica como una presencia del pacto; él es también el “creador del cielo y de
la tierra” (121:2). Las amenazas que surgen en el viaje a Jerusalén surgen en un mundo que el
Señor ha creado y que él sostiene. En este mundo —no en un mundo imaginario, idealista— Dios
reina supremo y triunfante. Nada en el mundo amenaza su dominio.
En las abundantes discusiones sobre la relación entre la ciencia y la religión, especialmente
en el ámbito de la edad de la tierra, es fácil perder de vista las enormes implicaciones pastorales
de la doctrina de la creación. El poder soberano que crea el universo en toda su complejidad es el
poder que ahora ofrece sustento en las dificultades en que nos hallamos. En el principio, no había
nada aparte de Dios en toda su gloria insondable. Él le dio ser a todo lo que existe de la nada (ex
nihilo). El Dios que hizo al hombre lo sostiene en cada circunstancia. No hay ningún conjunto de
contingencias que amenace a Dios en absoluto.
Seis veces dice Dios que nos mantendrá seguros y a salvo. Cualquiera que sea la amenaza,
Dios mantiene a salvo a su pueblo del pacto, en un sentido personal y colectivo (121:1-4). Dios
protege a los suyos el día entero de peligros reales e imaginarios (121:5-6). Él cuida “para
siempre” (121:8).
¿Por qué temer al sol y a la luna? La amenaza de un golpe de calor por el exceso de sol es
un problema serio en un viaje como este. ¿Pero qué hay con la luna? ¿Podría ser que aquí los
peligros eran más imaginarios que reales? Sabemos muy bien que a veces nuestra imaginación
puede complicarnos más que la realidad. Imaginamos peligros inexistentes. La industria
cinematográfica ha aprovechado este temor hasta el extremo, y ha introducido oscuridad y
sombras, ruidos espeluznantes, y expectativas percibidas que nos pueden hacer temblar de
miedo. La luna también se asociaba, entonces como ahora, con la demencia. Dios nos protege de
aquellas fuerzas que desquician la mente. Él nos mantiene cuerdos en un mundo demencial.
Dios proveerá el refugio que nos asegurará un viaje a casa a salvo. Este es el clamor del
salmista una y otra vez.
El Señor te protegerá;
de todo mal protegerá tu vida.
¿Has notado que el salmo ha progresado desde los pequeños pasos (el pie que resbala en el
verso 3) a la totalidad de la vida (las idas y vueltas en el verso 8)? En la vida entera no hay
oposición que pueda aplastarnos definitivamente.
Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni
lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en
toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo
Jesús nuestro Señor
(Rom. 8:38-39).
Se cuenta la historia de un cruce del Atlántico en el siglo XIX desde Liverpool, Inglaterra, a
Nueva York. En medio de la noche, el barco era sacudido por una fuerte tormenta que despertó a
todas las personas abordo, incluida una pequeña niña. Muchos habían comenzado a vestirse
temiendo lo peor, pero la niña le preguntó a un camarero que había entrado a su cuarto: “¿Está
papá en la cubierta?”.
“Sí”, fue la respuesta, momento en el que ella volvió a la cama y se quedó profundamente
dormida nuevamente.
Esta es la confianza de todos los que conocen a su Padre celestial. Él vela por nosotros
desde lo alto; y en sus brazos estamos seguros.
PARA TU DIARIO…
1. Reflexiona sobre el pacto de Dios y escribe cada bendición resultante en la que puedas pensar.
Dedica un tiempo a alabar a Dios por estas bendiciones.
2. “Al perder la percepción de la presencia de Dios el viaje a Jerusalén se volvía más difícil”.
¿Cómo se aplica esto a tu propia vida?
3. Piensa en la inmensidad del universo. Recuerda que Dios lo hizo todo, ¡y te hizo a ti! ¿Cómo
deberías responder a este conocimiento?
4. ¿Puedes pensar en algunas de las formas en que Dios te ha librado de caer últimamente? ¿Qué
has hecho para reconocer esta bondad?
Salmo 122
Cántico de los peregrinos.
De David.
1
Yo me alegro cuando me dicen:
“Vamos a la casa del Señor”.
2
¡Jerusalén, ya nuestros pies
se han plantado ante tus portones!
3
¡Jerusalén, ciudad edificada
para que en ella todos se congreguen!
4
A ella suben las tribus,
las tribus del Señor,
para alabar su nombre
conforme a la ordenanza que recibió Israel.
5
Allí están los tribunales de justicia,
los tribunales de la dinastía de David.
6
Pidamos por la paz de Jerusalén:
“Que vivan en paz los que te aman.
7
Que haya paz dentro de tus murallas,
seguridad en tus fortalezas”.
8
Y ahora, por mis hermanos y amigos te digo:
“¡Deseo que tengas paz!”.
9
Por la casa del Señor nuestro Dios
procuraré tu bienestar.
DÍA 3
Jerusalén
Salmo 122
“La vista jamás será borrada del libro de la memoria”, escribió un visitante del siglo XX al
ver Jerusalén por primera vez. Recordando algunas palabras de Wordsworth, continúa: “Espero
que en los días venideros esa imagen ‘destelle ante el ojo interior que es la dicha de la soledad’, y
cuando eso suceda, el corazón una vez más se arrobará por el placer que esto brinda” 17.
De esta ciudad se diría:
bella colina,
es la alegría de toda la tierra
(Sal. 48:2).
Durante el exilio en Babilonia, un escritor pudo exclamar al ver las ruinas de Jerusalén:
Cuesta imaginar las emociones que se habrán desatado cuando estos peregrinos llegaron a
Jerusalén, la ciudad de Dios. Para los peregrinos del país, y especialmente de la diáspora, la vida
de la ciudad tenía un grado de entusiasmo y energía que era totalmente distinto al de la tranquila
existencia de la vida rural. La vida real está en la ciudad, piensa la gente. En el Antiguo
Testamento, eso era más cierto de lo que podemos imaginar. La presencia divinadel pacto, que el
salmo anterior había anticipado, había de encontrarse en Jerusalén de un modo particular. ¡El
templo estaba ahí!
Para el creyente del Antiguo Testamento, Jerusalén era el lugar donde residía Dios. Ningún
otro lugar de la tierra podía atribuirse esta distinción: “El lugar donde el Señor su Dios decida
habitar” (Dt 12:11; comparar 26:2). Jerusalén (anteriormente la ciudad cananea de Jebús) fue
capturada por David (2S 5:6-10), y después de que Salomón construyó el templo en su sitio más
prominente, la ciudad cobró una significación espiritual única: “Por la casa del Señor nuestro
Dios procuraré tu bienestar” (Sal 122:9). Esto explica por qué los creyentes anhelaban estar ahí.
Dios había “escogido a Sión” (Sal 132:13). “Escogió… el monte Sión, al cual amó. Edificó su
santuario a manera de eminencia, como la tierra que cimentó para siempre” (Sal 78:68-69).
Cuando David trajo el arca del pacto desde Silo hasta Jerusalén (2S 6), se aseguró de que
Jerusalén se convirtiera en la Ciudad de Dios. El arca contenía las Tablas de la Ley (Dt 10:5;
31:9), y su posición dentro del templo en Jerusalén era un vívido recordatorio del pacto hecho
con Israel en Sinaí (Éx 25:22). ¡En el corazón mismo de la ciudad de Jerusalén había un
recordatorio de que Dios había hablado!
La significación de Jerusalén no desapareció con la división de Israel en tiempos de
Jeroboam. A pesar de sus esfuerzos por convertir Dan y Betel en centros de adoración para el
reino del norte, los fieles seguían yendo en masa a Jerusalén, adonde “suben las tribus, las tribus
del Señor, para alabar su nombre conforme a la ordenanza que recibió Israel” (Sal 122:4). Como
sugiere este salmo, Jerusalén era el centro de la vida de Israel; aquí era donde se realizaban los
juicios y se impartía justicia (v. 5); aquí era donde se celebraba la mayoría de las fiestas sagradas;
era aquí donde Dios había hecho su casa. Una oración que habría podido pronunciar un israelita
era: “Una sola cosa le pido al Señor…: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida,
para contemplar la hermosura del Señor y recrearme en su templo” (Sal 27:4).
Durante los cuatro siglos desde David a Nabucodonosor, Jerusalén conoció tiempos de
prosperidad, aunque ninguno llegó a igualar las glorias de los días de Salomón. Hubo un
acontecimiento que sobresalió, un suceso que en algunos generó la creencia de que la ciudad
sería defendida a cualquier precio. Cuando Senaquerib sitió la ciudad, el ejército asirio recibió un
golpe severo y fatal que lo envió de vuelta a casa (2R 19:35-37). Algunos llegaron a la
conclusión de que Jerusalén era invencible y se jactaron de ello (Jer 7:7). La arrogancia —pues
no era otra cosa— se derrumbó rápidamente. Poco después, Jerusalén quedó sometida primero a
Asiria y luego a Babilonia, la que finalmente asoló la ciudad y envió a sus habitantes al exilio
(2R 25; Jer 52).
Jerusalén y su templo se habían convertido en materia de superstición. En lugar de confiar
en el Señor, la gente había entregado su corazón a los ladrillos y la argamasa, las piedras y la
madera. Esto era una desviación que Dios sin duda iba a enderezar. Y cuando llegó la
destrucción, la reacción del pueblo de Dios fue sentirse desolado. Se oyó a Asaf clamar: “Oh
Dios, los pueblos paganos han invadido tu herencia; han profanado tu santo templo, han dejado
en ruinas a Jerusalén” (Sal 79:1; cf. 74:5-8). Tales lamentos se convirtieron en oración: “Te
levantarás y tendrás piedad de Sión, pues ya es tiempo de que la compadezcas. ¡Ha llegado el
momento señalado! Tus siervos sienten cariño por sus ruinas; los mueven a compasión sus
escombros” (Sal 102:13-14); y nuevamente: “Ah, Jerusalén, Jerusalén, si llegara yo a olvidarte,
¡que la mano derecha se me seque! Si de ti no me acordara, ni te pusiera por encima de mi propia
alegría, ¡que la lengua se me pegue al paladar!” (Sal 137:5-6).
Pero, ¿cómo deberíamos ver todo esto nosotros? ¿Cuál es la relevancia de Jerusalén para
nosotros?
Jerusalén adquiere un significado aún más profundo en el Nuevo Testamento. Nosotros
también estamos fascinados con una ciudad llamada Jerusalén, no la antigua ciudad del tiempo
del Antiguo Testamento, o la que visitó Jesús, la que los romanos destruyeron en el 70 d. C. Es
una “nueva Jerusalén” lo que buscamos, una “ciudad venidera” (Heb 13:14), “la Jerusalén
celestial… nuestra madre” (Gá 4:26). Es una ciudad celestial sin templo: “No vi ningún templo
en la ciudad, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no
necesita ni sol ni luna que la alumbren, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su
lumbrera. Las naciones caminarán a la luz de la ciudad, y los reyes de la tierra le entregarán sus
espléndidas riquezas” (Ap 21:22-24).
En el rostro de un amigo hay una dulce visión de Dios. Porque aunque el consuelo que
brindan los mensajeros de Dios sea normalmente más efectivo, así como la bendición
de los padres, quienes están en lugar de Dios, es más efectiva que la bendición de otras
personas sobre sus hijos; no obstante, Dios ha prometido una bendición para los
servicios de comunión de los santos que un hombre efectúa para otro en privado.
San Columba, un misionero irlandés del siglo VI que fue al oeste de Escocia,
oraba de esta forma:
Padre todopoderoso, Hijo, y Espíritu Santo,
EternoDios de gracia, bendito por siempre,
A mí, el menor de los santos, concédeme
Que cuide una puerta en el paraíso;
Que cuide aun la puerta más pequeña;
La puerta más lejana, la más oscura, la más pesada,
¡Con tal de que sea en tu casa, oh Dios!
Con tal de que vea yo tu gloria,
¡Aun desde lejos, oh Dios, y escuche tu voz!
Y sepa, oh Dios, que estoy contigo. Amén..
PARA TU DIARIO…
1. ¿Qué quiere decir el Nuevo Testamento cuando sugiere que busquemos la “ciudad venidera”
(Heb 13:14)? ¿De qué manera estás buscando esta ciudad?
2. ¿Cómo puedes mostrar tu gratitud con Dios por la diversidad de su pueblo? Piensa en lo que el
salmista ha estado diciendo, especialmente en el verso 4.
3. ¿Qué cosas específicas puedes pedir en oración que concedan “paz” a la iglesia de Dios?
Piensa en lo que dice el salmo en el verso 6.
Salmo 123
Cántico de los peregrinos.
1
Hacia ti dirijo la mirada,
hacia ti, cuyo trono está en el cielo.
2
Como dirigen los esclavos la mirada
hacia la mano de su amo,
como dirige la esclava la mirada hacia la mano de su ama
así dirigimos la mirada al Señor nuestro Dios,
hasta que nos muestre compasión.
3
Compadécenos, Señor, compadécenos,
¡ya estamos hartos de que nos desprecien!
4
Ya son muchas las burlas que hemos sufrido;
muchos son los insultos de los altivos,
y mucho el menosprecio de los orgullosos.
DÍA 4
Ojos correctos
Salmo 123
L a miopía es una enfermedad del ojo que afecta la visión, y el que la padece es corto de
vista. A cierta distancia, las cosas aparecen borrosas e indefinidas, mientras que las cosas
cercanas son claramente visibles. Sin lentes correctivos, la miopía es peligrosa.
Fijemos la mirada en Jesús, exhorta el autor de Hebreos (cf. Heb 12:2), y este salmo hace lo
mismo precisamente. El problema que relata es bastante común. Es la miopía espiritual, por la
cual los cristianos no logran mantener a Jesús en el centro de la visión y se desvían del camino
por donde él quiere que vayan.
El salmista, habiendo llegado finalmente a Jerusalén y contemplado la grandeza de la ciudad
(Sal 122), ¡ahora súbitamente pone los pies en la tierra! “Ya son muchas las burlas que hemos
sufrido; muchos son los insultos de los altivos, y mucho el menosprecio de los orgullosos” (Sal
123:4). Nada nos recuerda más la vida en este mundo que el ridículo. Ser insultados por nuestra
fe es algo que muchos hemos tenido que soportar, y eso es un recordatorio de que la vida entre
las dos venidas de Jesús está marcada, como solía decir Calvino, por la carga de la cruz y la
negación de uno mismo. ¡No solo eso, sino que da la impresión de que el salmista ya no aguanta
más! “Compadécenos, Señor, compadécenos, ¡ya estamos hartos de que nos desprecien!” (Sal
123:3). Parece extraño, ¿no es cierto?, que apenas el salmista ha llegado a Jerusalén, comienza a
quejarse. ¡Las cosas deben haber sido realmente difíciles! La inclusión de esta queja en su
conjunto de salmos es un recordatorio de que la oposición es una cualidad de la vida de la fe.the
greatness of the city (Ps. 122), is now brought down to earth with a bump! ‘Our soul has had
more than enough of the scorn of those who are at ease, of the contempt of the proud’ (Ps.123:4).
¿Qué hace él al recordar su padecimiento? Es la transitada senda de la oración:
Joseph Scriven
1820-1886
Y aquí hay otra: “Hacia ti, Señor, levanto mis ojos…” (Sal 123:1, RVC). ¡Qué sencilla
elocuencia comunican estas palabras! Son una mirada hacia Dios, una mirada de fe al Señor
Soberano. El compositor de himnos moravo escocés capturó acertadamente esta idea en el que es
uno de los mejores himnos de oración:
1771-1854
“Un ojo que mira hacia lo alto…”. ¡Eso es precisamente! Es la mirada de fe que echa el
ancla sobre el Dios de la promesa del pacto. Los padres pueden entender esto cuando ven la
mirada anhelante de un hijo, con ojos suplicantes, sin decir palabra alguna. Esas miradas son
irresistibles.
La oración
La oración se enfoca en Dios. No hace falta decirlo, pero es interesante que Jesús enseñara a los
discípulos a orar recordándoles que, en primer lugar, debían dirigirse a su Padre celestial,
santificar su nombre y desear que su reino y su voluntad fuera lo primero en sus vidas (Mt 6:9-
13). Al hacerlo, Jesús estaba reafirmando una lección a menudo ignorada: deberíamos pensar
primero en Dios antes de pensar en nosotros o nuestras necesidades. La vida centrada en Dios
producirá oración centrada en Dios. La vida centrada en el hombre producirá oración centrada en
el hombre. Así como el problema llega por apartar la mirada de Dios, así también el problema se
resuelve al mirarlo a él. Tal como afirma el Padrenuestro, el salmista se recuerda a sí mismo que
el trono de Dios “está en el cielo” (123:1).
A partir de este recordatorio, hay dos cosas que llaman nuestra atención. Una tiene que ver
con la reverencia. Dios está en el cielo y eso va a configurar nuestro lenguaje de oración. No
puede haber cabida para la ligereza o la falta de respeto. Lo que aquí está en etapa embrionaria
está plenamente desarrollado en otros lugares. Pensemos en las oraciones de Esdras, Daniel, o
Pablo (Neh 9:5-38; Esd 9:6-15; Dn 9:4-19; Ef 3:16-19). Tales oraciones, al ser examinadas,
producen una disciplina en la que el pensamiento de la majestad de Dios está, como habrían
dicho los puritanos, “ramificado”; es decir, genera varias formas de pensar cómo se manifiesta
precisamente la grandeza de Dios en diversas situaciones. Como pudo haber dicho el anglicano
de Northamptonshire, Thomas Fuller, en el siglo XVII, tales oraciones pueden ser como la ropa
que los padres podrían comprar para sus hijos: varias tallas más grande para que estos crezcan y
se adapten a ella. Aquí, en este salmo, la idea viene en forma de cápsula: el trono terrenal de Dios
bien podría estar en Jerusalén, pero este era un reflejo del lugar donde está su verdadero trono:
¡el cielo! Ese pensamiento tiene la finalidad de hacernos humildes. Debemos quitar de nuestra
mente aquello que limite su grandeza: “Grande es el Señor, y digno de suprema alabanza en la
ciudad de nuestro Dios. Su monte santo…” (Sal 48:1).
Pero aquí esta no es la principal preocupación. No es la majestad, sino el poder, lo que el
salmista tiene en mente. Su “trono” está en el cielo. Para alguien que está bajo amenaza, lo que lo
reconforta no es tanto la majestad como el poder: Dios es capaz de lidiar con cualquier enemigo.
Su poder no conoce límites. Nada es demasiado difícil para el Señor (ver Gn 18:14). El
pensamiento que reconforta al salmista es que Dios “puede hacer muchísimo más que todo lo
que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros” (Ef 3:20).
Este conocimiento, que Dios “tiene poder para guardar hasta aquel día lo que le he confiado”,
nos mantiene perseverando (2Ti 1:12). No hay ninguna hostilidad que enfrentemos que no
podamos llevar a él y darnos cuenta de que, en comparación, no es nada. Su poder disipa las
tinieblas. Su soberanía no tiene límites.
Y estoy convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la
muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras
preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno pueden separarnos del
amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las profundidades, de hecho, nada en
toda la creación podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo
Jesús nuestro Señor.
Graham Harrison
1935-
La batalla
La oración siempre es una lucha. Está presente en este mismo salmo; la lucha es el contexto de
su oración. Al parecer está diciendo que ha estado mirando al Señor tal como un esclavo podría
haber mirado a su amo, o una sierva a su ama (123:2); pero hasta ahora no ha habido ninguna
señal de socorro. Su ojo ha estado atento a la primera señal de movimiento pero todo ha
permanecido quieto.
Si bien el conflicto es con el mundo, hay otro nivel en el que se lleva a cabo este conflicto,
¡y es con Dios mismo! Hasta aquí Dios se ha estado conteniendo, prolongando la prueba, y de
esa forma ha suscitado la lucha que el salmista siente en el corazón.
¿Has estado en esta situación? A veces Dios se abstiene de responder rápidamente con el fin
de escribir en nuestro corazón la lección que desea que aprendamos. ¿Cuál es esa lección? Que a
veces la oración es contestada, como habría dicho John Newton, “con cruces”. Dios sigue
haciendo que nos estiremos para que alcancemos las alturas de lo que es la verdadera fe (y la
oración): ¡confiar solo en Dios!
El crecimiento espiritual rara vez es un proceso uniforme. Al igual que los niños, crecemos
en estirones repentinos que hacen que los demás digan: “¡Mira cómo has crecido!”. Las duras
pruebas a menudo pueden causar la aceleración del crecimiento tal como la oscuridad puede
hacer brotar la vegetación. Hay épocas en las que florecemos. En Mississippi, donde vivo ahora,
primero hay que poner los bulbos de tulipán y narciso en el refrigerador durante varias semanas
para “engañarlos” y hacerlos creer que el invierno de Mississippi ha llegado y ha pasado. Tal
como ciertos bulbos no crecerán si primero no sienten el frío de la escarcha, así también los
cristianos no crecen si primero no enfrentan pruebas.
A veces la prueba es la oración misma. La perseverancia es difícil cuando no parece que las
respuestas estén cerca. Estas pruebas, como nos relata la parábola de Jesús del amigo que llega a
media noche, también tienen el propósito de incitar la persistencia en nuestras peticiones (Lc
11:2-8). Debemos ser, como dicen algunas traducciones, “impertinentes” en nuestra insistencia.
“Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá la puerta. Porque todo el que
pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre” (Lc 11:9-10).
La providencia de Dios tiene un cronograma que necesitamos descubrir. Un creyente mira a
Dios “hasta que nos muestre compasión” (123:2, énfasis añadido). La oración reconoce este
cronograma y se somete a él. Hay un “si es tu voluntad” que la oración pronuncia en cada paso.
No se debería pensar que esto es algo inmaduro, como si la oración madura expresara cosas de
formas más confiadas acerca del resultado. Hay una disciplina en la oración tanto como hay una
disciplina de oración. La diferencia entre confianza y presunción en la oración es saber lo que
Dios ha prometido dar y lo que no ha prometido. La oración solo pide aquello que Dios ha
prometido.
Puede resultar muy difícil esperar pacientemente el tiempo de Dios, desde luego. Tales
tardanzas (y solo son tardanzas desde nuestra perspectiva, pero no para Dios) nos mantienen en
pie (¡o mejor dicho de rodillas!). Aseguran que nuestra fe se fortalezca en lugar de que se
adormezca. La abstinencia crea un apetito. Crecer en la gracia implica sumisión a Dios en cada
nivel y las lecciones aquí aprendidas recibirán dividendos.
PARA TU DIARIO…
1. Escribe dos cosas que puedes hacer para mejorar tu vida de
oración.
2. Piensa de qué manera podrías tomar este salmo y convertirlo en tu propia oración. ¿Qué forma
tomaría esa oración?
4. “Puede resultar muy difícil esperar pacientemente el tiempo de Dios…”. ¿Cómo vas a mejorar
tu capacidad de esperar en la dirección de Dios?
Salmo 124
Cántico de los peregrinos.
De David.
1
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
—que lo repita ahora Israel—,
2
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
cuando todo el mundo se levantó contra nosotros,
3
nos habrían tragado vivos
al encenderse su furor contra nosotros;
4
nos habrían inundado las aguas,
el torrente nos habría arrastrado,
5
¡nos habrían arrastrado las aguas turbulentas!
6
Bendito sea el Señor, que no dejó
que nos despedazaran con sus dientes.
7
Como las aves, hemos escapado de la trampa del cazador;
¡la trampa se rompió,
y nosotros escapamos!
8
Nuestra ayuda está en el nombre del Señor,
creador del cielo y de la tierra.
DÍA 5
Salmo 124
¡Imagine! (imagina). Es el título de una conocida canción de John Lennon. Pero solo imagina por
un momento cómo sería la vida sin la intervención de Dios. Imagina cómo sería si no fueras
cristiano. Imagina qué podría sucederte si Dios no lo previniera providencialmente. Imagina
dónde podríamos estar, qué podríamos hacer, qué podrían hacernos los demás.
Eso es precisamente lo que hace el Salmo 124. Está imaginando qué habría pasado si el
Señor no hubiera intervenido como lo hizo. El salmista pide liberación de un enemigo, pero al
hacerlo, reconoce que Dios ya lo ha protegido de innumerables formas.
Las palabras culminantes al final del salmo a menudo han sido citadas como un llamado a la
adoración en las liturgias reformadas, especialmente por los protestantes franceses:
Supongamos
El salmo comienza con la pregunta “¿qué tal si…?”. “Si el Señor no hubiera estado de nuestra
parte…” (124:1).
• ¿Qué tal si Dios no hubiera intervenido como lo hizo?
• ¿Qué tal si todo hubiera dependido de nuestros planes?
• ¿Qué tal si la providencia se hubiera desplegado de otra forma?
Hay millones de preguntas como estas. Consideremos los posibles escenarios en los que
podríamos hallarnos si la historia hubiera seguido un curso distinto, si Dios no hubiera ordenado
el rumbo de nuestra vida como lo hizo. Esta es, por una parte, la observación de que nuestras
vidas están ordenadas y gobernadas por una providencia soberana. La mano de Dios está en el
arado. El Creador continúa ejerciendo un poder en el mundo asegurazndo que todas las cosas
acontezcan según un plan y un propósito divinos. Nada ocurre por un ciego azar; aun la caída de
los dados es por decreto suyo. “Las suertes se echan sobre la mesa, pero el veredicto proviene
del Señor” (Pr 16:33). Cuando Acab fue fatalmente herido por una flecha disparada al azar en el
desarrollo de la batalla, su consiguiente muerte estaba en conformidad con la profecía de
Miqueas (2Cr 18:33). José pudo decir acerca de la malvada intención de sus hermanos de
matarlo: “Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien”
(Gn 50:20). La mano de Dios puede estar oculta, pero su gobierno es absoluto. No hay nada que
quede al margen de su decreto y su involucramiento personal. Él “hace todas las cosas conforme
al designio de su voluntad” (Ef 1:11).
Nadie vio esta verdad con mayor claridad que Calvino en el curso de la historia de la
Reforma. Al escribir la Institución, cuando alude a las pruebas que los cristianos suelen enfrentar
en esta vida, él tiene esto que decir:
Cuando el cielo está cubierto de espesísimas nubes y se levanta alguna gran tempestad,
como no vemos más que oscuridad y suenan truenos en nuestros oídos y todos
nuestros sentidos están atónitos de espanto, nos parece que todo está confuso y
revuelto; y sin embargo, siempre hay en el cielo la misma quietud y serenidad. De la
misma manera debemos pensar, cuando los asuntos del mundo, por estar revueltos, nos
impiden juzgar que estando Dios en la claridad de su justicia y sabiduría, con gran
orden y concierto dirige admirablemente y encamina a sus propios fines estos revueltos
movimientos 21.
Algunos piensan que el contexto del Salmo 124 está en el relato de la coronación de David
en Hebrón, registrado en 2 Samuel 5. Después de esta ceremonia, David toma Jerusalén de los
jebuseos, y en respuesta a ello, los filisteos vienen contra David y sus hombres “con todas sus
fuerzas” (2S 5:17, NTV).Los filisteos son conquistados en una gran batalla en Perasín. Ellos
intentan una vez más en el valle de Refayin y nuevamente son derrotados: “Así lo hizo David, tal
como el Señor se lo había ordenado, y derrotó a los filisteos desde Gabaón hasta Guézer” (5:25).
¿Es esta la victoria que señala nuestro salmo? Tal vez. Pero la belleza de los salmos radica en
que no conocemos el contexto exacto en el que fueron escritos, y eso es así porque se espera que
nosotros los situemos en nuestro propio contexto. Su propósito es ser expresiones de fe para
nosotros en nuestras luchas, y en nuestras victorias (¡y derrotas!). El escenario del verso 2,
“cuando todo el mundo se levantó contra nosotros”, es uno que se aplica muy fácilmente a
nuestra propia situación. En nuestras pérdidas y cruces, conocemos demasiado bien lo que
Shakespeare llamó “los golpes y las flechas de la injusta fortuna”. Pero también sabemos que
nada ocurre si Dios no quiere que ocurra; si no quiere que ocurra tal como ocurrió; si no quiere
que ocurra de antemano.
En lo profundo de insondables
minas de infalible destreza,
Él atesora sus brillantes designios,
y labra su voluntad soberana.
William Cowper
1731-1800
En el momento en que tomamos conciencia de que somos el pueblo de Dios, y que él pelea
“por nosotros”, llega una apreciación de que todos los aspectos de nuestra vida están en sus
manos. Esta apreciación hace que Pablo exclame: “Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede
estar en contra nuestra?” (Ro 8:31). Al parecer Pablo está proclamando la verdad del
compromiso del pacto de Dios citando otro salmo:
Ten compasión de mí, oh Dios,
pues hay gente que me persigue.
Todo el día me atacan mis opresores,
todo el día me persiguen mis adversarios;
son muchos los arrogantes que me atacan.
Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza.
Confío en Dios y alabo su palabra;
confío en Dios y no siento miedo.
¿Qué puede hacerme un simple mortal?
Todo el día tuercen mis palabras;
siempre están pensando hacerme mal.
Conspiran, se mantienen al acecho;
ansiosos por quitarme la vida,
vigilan todo lo que hago.
¡En tu enojo, Dios mío, humilla a esos pueblos!
¡De ningún modo los dejes escapar!
Toma en cuenta mis lamentos;
registra mi llanto en tu libro.
¿Acaso no lo tienes anotado?
Cuando yo te pida ayuda,
huirán mis enemigos.
Una cosa sé: ¡Dios está de mi parte!
Confío en Dios y alabo su palabra;
confío en el Señor y alabo su palabra;
confío en Dios y no siento miedo.
¿Qué puede hacerme un simple mortal?
He hecho votos delante de ti, oh Dios,
y te presentaré mis ofrendas de gratitud.
Tú, oh Dios, me has librado de tropiezos,
me has librado de la muerte,
para que siempre, en tu presencia,
camine en la luz de la vida.
“Dios está de mi parte”. Estas palabras sacan a la luz aquello que está en el centro de nuestra
relación con Dios: él está comprometido con nosotros. Así ha sido desde el comienzo mismo.
Los sucesivos pactos que él hizo con Abraham, Moisés y David se han tratado de esto: él quiere
formar una relación de amor con nosotros. Y cuando esto es así, no tenemos motivo para tener
miedo —¡a nada! “Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los
demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna
en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús
nuestro Señor” (Ro 8:38-39).
En el Salmo 124, ¡el salmista ha captado algo realmente muy precioso! Si Dios no hubiera
estado de su parte, la catástrofe que Israel habría sufrido no tiene límites. El salmo menciona
cuatro posibilidades: un terremoto (124:3), una inundación (124:4), una bestia de presa (124:6),
y una “trampa del cazador” (124:7). Cada una captura vívidamente el desastre inminente que les
espera a aquellos por quienes el Señor no pelea.
Nosotros debemos aferrarnos a la misma verdad. En Jesucristo (¡y solo en él!), Dios está “de
nuestra parte”. Sin la fe en su Hijo, él está implacablemente en nuestra contra.
La fuente de este himno bien puede estar en las palabras de Isaías 63, ¡uno de los capítulos más
impactantes de la Biblia! Comienza con estas palabras: “¿Quién es este que viene… con sus
ropas teñidas de rojo?” (Is 63:1, NTV). Es una imagen del Ungido que llega en la consumación
de las cosas como un guerrero cuyas ropas están manchadas con la sangre de sus víctimas: “Su
sangre salpicó mis vestidos, y me manché toda la ropa” (Is 63:3). El poderoso guerrero ha venido
para juicio y ejecución.
Este tema del “Dios de las batallas” es el que hemos visto aquí en el Salmo 124. Es un tema
que la Biblia nos presenta en más de un lugar. Anteriormente, en Éxodo, se nos dice: “El Señor
es un guerrero; su nombre es el Señor” (Éx 15:3). En su profecía, Isaías ya había señalado su
venida: “El Señor marchará como guerrero; como hombre de guerra despertará su celo. Con
gritos y alaridos se lanzará al combate, y triunfará sobre sus enemigos” (Is 42:13; comparar Jer
14:9; 20:11; Sof 1:14). Es un tema que también recorre el Nuevo Testamento. Jesús viene para
hacer guerra contra poderes hostiles y malignos. Viene como el Poderoso Guerrero para entrar en
conflicto contra el antiguo enemigo. Él ha venido a destruir a Satanás.
El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo
(1 Jn 3:8).
Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público
al exhibirlos en su desfile triunfal
(Col. 2:15).
Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza
humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es
decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a
esclavitud durante toda la vida
(Heb. 2:14-15).
A lo que aluden estos versos es una batalla que sale a la superficie por primera vez en
Génesis 3:15, el denominado protoevangelio, o la primera promesa del evangelio. La promesa
consiste en que de la simiente de la mujer (Eva) vendría uno que aplastaría la cabeza de Satanás,
si bien Satanás lograría herirlo en el talón en el proceso. El príncipe de la muerte es derrotado por
la muerte sustitutiva y propiciatoria de Cristo en favor de los pecadores. Calvino escribe: “No sin
causa San Pablo ensalza tanto el triunfo de Cristo en la cruz, como si la cruz, objeto de deshonra
y de infamia, se hubiera convertido en carro triunfal” 23. Como Jesús mismo había dicho, la casa
del “hombre fuerte” ha sido saqueada (Mt 12:29; Mr 3:27; Lc 11:21).
Es de este triunfo de Dios, que culmina en la victoria obtenida en la cruz, que este salmo
habla en última instancia. Por medio del grito de victoria “todo se ha cumplido” (Jn 19:30), Jesús
ha logrado la liberación última que nos permite decir: “Si Dios está de nuestra parte, ¿quién
puede estar en contra nuestra?” (Ro 8:31). Esta es la seguridad que nos mantiene perseverando.
PARA TU DIARIO…
1. Tómate algunos momentos para reflexionar sobre dónde podrías estar hoy si Dios no hubiera
intervenido en tu vida. ¡Asegúrate de agradecerle por haber intervenido!
3. Piensa de qué manera Dios ha demostrado estar “de tu lado” en tu experiencia reciente. Al
pensar en ello, pregúntate por qué piensas que estas cosas demuestran que Dios está “de tu lado”.
4. La frase “alaba al Señor” ¡aparece más de siete mil veces en la Biblia! ¿De qué manera te
afecta esta estadística?
Salmo 125
Cántico de los peregrinos.
1
Los que confían en el Señor
son como el monte Sión,
que jamás será conmovido,
que permanecerá para siempre.
2
Como rodean las colinas a Jerusalén,
así rodea el Señor a su pueblo,
desde ahora y para siempre.
3
No prevalecerá el cetro de los impíos
sobre la heredad asignada a los justos,
para que nunca los justos extiendan
sus manos hacia la maldad.
4
Haz bien, Señor, a los que son buenos,
a los de recto corazón.
5
Pero a los que van por caminos torcidos
deséchalos, Señor, junto con los malhechores.
¡Que haya paz en Israel!
DÍA 6
Rodeados
Salmo 125
“M iren, el Señor omnipotente llega con poder… Como un pastor que cuida su rebaño,
recoge los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién
paridas” (Is 40:10-11).
Así habló el profeta Isaías en el siglo VIII a. C., y al hacerlo pronunció uno de los temas más
reconfortantes que desarrolla la Biblia: que Dios es nuestro protector soberano.
El compositor de himnos Augustus Toplady (1740-1778) lo expresó sucintamente con estas
palabras:
Este es el tema del Salmo 125. El contexto nos es familiar. El salmista está afligido por el
hecho de que está rodeado de maldad. Aparentemente sus enemigos ocupan áreas que
legítimamente le pertenecen al pueblo del Señor (125:3). Esto quizá indica que este salmo
proviene de un periodo posterior, probablemente del tiempo del exilio babilónico. El salmista
trata de cantar la canción del Señor en una tierra extraña sabiendo que “extraños” ocupan la
suya. En el espacio de solo cinco versos, escuchamos el estribillo de “impíos”, “maldad”,
“caminos torcidos”, y “malhechores”, lo que indica lo preocupado que él está por el problema
que enfrenta. Pero este no es uno de esos salmos de lamentación. Aquí no hay indicios, como en
otros lugares, de desesperación y tristeza ante la expectativa del avance del mal (cf. Sal 13, 42,
43, 73, 102). Este no es un salmo en que se sospeche del abandono y la partida de Dios. Al
contrario, el salmista se goza en la certeza de la protección divina. Él se siente sostenido y
afirmado.
Lo que está diciendo este salmo es algo como esto: “Aquí es donde yo, el Señor, he puesto
mis pies; ahora sigue mis pisadas. Sígueme en el viaje de tu vida y descubre estas verdades
acerca de Dios que pueden sostenerte y guardarte. Tal vez la oscuridad te rodee, pero debes tener
por seguro, como hijo de Dios, que abundan realidades más grandiosas. Yo, el Señor, estoy a tu
alrededor. Mis brazos te envuelven”.
Realismo y la lucha de la fe
Existe considerable confusión acerca de la naturaleza de la vida cristiana. Debido a la falta de
realismo acerca del sufrimiento y las pruebas, algunas presentaciones de la vida del reino resultan
extravagantes y destinadas al colapso psicológico. Una creencia de que Dios no pretende ningún
sufrimiento para sus hijos tuerce la perspectiva de algunos hacia una de dos direcciones: algunos,
que fantasean con expectativas optimistas de santificación, esperan niveles de vida que están por
encima de la lucha común. Como aviones que ascienden por sobre las nubes, así los cristianos
pueden vivir en alturas vertiginosas tales que los problemas ya no los afectan (no deberían
hacerlo). Aquellos que descubren que las pruebas realmente aún los afectan mucho, se afligen
todavía más. Al rehusar reconocer que su teología no es realista, o pretenden que el problema no
existe, o bien caen víctimas de la presión y acaban como desastres emocionales. Otros llegan a la
conclusión lógica de su postura —que Dios no pretende ningún sufrimiento para sus hijos— y
sugieren que todo sufrimiento es demoníaco. Convierten a Dios en una figura de extraordinaria
impotencia y pasividad, y el sufrimiento se describe como la actividad de Satanás. Para citar una
forma moderna de esta postura: cuando a las personas buenas les ocurren cosas malas, Dios no
tiene nada que ver en ello.
Los salmos nos llegan como un respiro de aire fresco en las pestilentes reclusiones que
presentan estas perspectivas. Aquellos son completamente realistas en su representación de la
vida. Nadie puede leerlos sin quedar impresionado por la osada forma en que comunican la
frustración y el temor, la duda y la desesperación. Calvino lo expresa de esta forma:
[Los salmistas] exponen sus pensamientos y afectos más íntimos, nos llaman, o más
bien nos impulsan, a cada uno de nosotros al examen personal, a fin de que ninguna de
las muchas debilidades a las que estamos sujetos, y de los muchos vicios que abundan
en nosotros, pueda permanecer oculto 24.
Imagina al salmista en Jerusalén, rodeado de los grandes sitios y olores de la ciudad y el templo.
¿Y qué está haciendo? ¿Qué pensamientos vienen a su mente? ¡Sus problemas! Este es uno de
los motivos por los que los Salmos nos resultan tan cautivantes, ¿no es así? Porque no pretenden
sugerir alguna espiritualidad nada realista con la cual no podamos identificarnos. Aquí hay una
impresionante honestidad que es bienvenida. Esto es lo que también nosotros hemos conocido.
En medio de un servicio de adoración, hemos encontrado que nuestra mente divaga y se enfoca
en las cuestiones que nos preocupan. En el acto mismo de la oración hemos descubierto que por
algún tiempo hemos estado preocupados por algo que nos inquieta y hemos dejado de hablar con
Dios para pensar en nuestro problema.
Nos encontramos en este mundo, en este mundo caído en el que Satanás reina en cierta
medida, donde él es “el que gobierna las tinieblas” (Ef 2:2). Mientras escribía estas líneas, recibí
noticias de dos ministros con los que compartí brevemente algunas clases en el seminario.
Entonces me enteré de que uno había perdido a sus dos hijos adolescentes en un accidente, y el
otro tenía un hijo de catorce años que se disparó accidentalmente y tiene muerte cerebral. Las
teologías que no toman en cuenta estas posibilidades y no ofrecen palabras de consejo y apoyo
son inútiles. Peor aún, ¡son demoníacas! Así como Satanás miente, estas teologías distorsionan y
roban en el momento de mayor necesidad. Los salmos nunca hacen eso. La realidad misma de la
guerra en la que se encuentra el creyente es una cosmovisión con la que los Salmos están prestos
a solidarizar.
Sea cual sea el género de tribulación que nos aflija, siempre debemos tener presente
este fin: acostumbrarnos a menospreciar esta vida presente, y de esta manera incitarnos
a meditar en la vida futura. Porque como el Señor sabe muy bien hasta qué punto
estamos naturalmente inclinados a amar este mundo con un amor ciego y brutal, aplica
un medio aptísimo para apartarnos de él y despertar nuestra pereza, a fin de que no nos
apeguemos excesivamente a este amor. Ciertamente, no hay nadie entre nosotros que
no desee ser tenido por hombre que durante toda su vida suspira, anhela y se esfuerza
en conseguir la inmortalidad celestial.
El recurso de la oración
Joseph Scriven
1820-1886
Es importante que captemos lo que el salmista está haciendo a medida que pasa de un verso a
otro en este salmo:
El verso 3 es difícil, pero lo que está diciendo esencialmente es esto: la tierra de Israel había
sido ocupada por ejércitos extranjeros (los asirios, o probablemente los babilonios). Pero ellos no
iban a ocupar “la heredad” para siempre. ¿Por qué no? Porque Dios había hecho ciertas promesas
respecto a “la heredad” o la tierra y sus habitantes. “La heredad” era parte de la promesa hecha a
Abraham (Gn 17:8). Aun cuando Dios había amenazado con el exilio desde “la heredad” a causa
de la desobediencia de parte de Israel, la duración de ese exilio era limitada. Como iba a
descubrir Daniel al leer en Jeremías 29:10, ese tiempo sería de setenta años (Dn 9:2). Es
importante, por lo tanto, que luego de la declaración de la promesa en el verso 3, haya una
oración en el verso 4 que llama a su cumplimiento. Así como Daniel convirtió esta promesa en la
gran oración de Daniel 9, así también el salmista aquí hace lo mismo.
En la Biblia, las promesas jamás llevan al fatalismo; ¡jamás! Los escritores de la Biblia no
llegaron a la conclusión de que, como Dios ha dado su palabra acerca de algo, y como los planes
de Dios nunca pueden ser frustrados, en consecuencia ellos no tenían nada que hacer más que
mirarlo mientras él los cumple. ¡Eso es fatalismo, no cristianismo! Los escritores de la Biblia
convirtieron las promesas en oraciones. Ellos entendían que la manera en que Dios cumple sus
promesas es en respuesta a nuestra oración. Él recibirá peticiones antes de entregar. Él ordena los
medios así como los fines.
Aquí hay un vínculo entre meditación y oración.A medida que el salmista piensa en Dios y
su Palabra, convierte sus pensamientos y descubrimientos en una oración. Las promesas de Dios
en las que medita forman el combustible que enciende su intercesión. Esta siempre es una buena
forma de orar. “Convierte la Biblia en una oración”, decía Robert Murray M’Cheyne. “Las
promesas de Dios son la tapa que impide que la fe naufrague al orar”, decía Thomas Watson. “La
oración”, escribió John Bunyan a un nivel más formal, “es un sincero, sensible y afectivo
derramamiento del alma a Dios, por medio de Cristo, con la fortaleza y la asistencia del Espíritu,
por aquellas cosas que Dios ha prometido” 26.
¿Qué es exactamente lo que él pide en oración? Al parecer lo que se pide en el verso 4 se
afirma en el verso 5, ¡como si el salmista recibiera una seguridad inmediata de que ha sido
escuchado! El orar para que Dios bendiga a los rectos de corazón (125:4) lleva al salmista a
afirmar que: “…a los que se apartan tras sus perversidades, Jehová los llevará con los que hacen
maldad” (125:5, RV95).
Aquí se reconoce que Dios actuará en conformidad con cierta regla o estándar. La
aseveración que sigue a la oración no es acerca de los justos, sino de los malvados. Esta no es
una de esas oraciones oscuras que a veces se abren camino entre los Salmos, y con las cuales
algunas personas tienen problemas, especialmente cuando no toman en serio lo que Dios dice
acerca de su santidad y lo que eso significará para el que no se arrepiente. No; esta es una
aseveración basada en el hecho de que Dios siempre actúa de esta forma. El trato de Dios con el
malvado nunca es errático, o irregular; la forma en que Dios actúa es predecible, y eso es porque
él siempre actúa conforme a su Palabra, a su pacto. Eso es lo que hace al Dios de Israel distinto a
todos los dioses de las naciones circundantes: se puede confiar en que el Señor del pacto de
Israel hará lo que ha prometido.
Recientemente ha surgido una crítica de parte de aquellos que desean ver en Dios una
“apertura” acerca del futuro. Ellos sugieren que Dios está sujeto a cambio igual que nosotros. “A
fin de cuentas”, dicen ellos, “¿no habla la Biblia que Dios se ‘arrepiente’?”. ¡Efectivamente, así
dice! Pero en lugar de sugerir, como ha estado diciendo la iglesia durante siglos, y como Calvino
dijo elocuentemente en el siglo XVI, que estos son “antropomorfismos” —“balbuceos”, si se
prefiere, con el fin de hablar a nuestro nivel—, los críticos han dicho que esto confina
innecesariamente a Dios. ¡Así es, en efecto! Y qué bendiciones resultan de ello; y una que no es
menor es que sabemos en qué situación estamos con Dios. Nunca pensamos que Dios actúa de
esta forma hoy y de otra forma mañana. En todos sus tratos con nosotros existe conformidad con
los principios, con la ley revelada, con la norma bíblica que hace que nuestra relación con él sea
comprobable y segura. El salmista sabía cuál era el fin de los malvados, porque Dios lo había
dicho. Ese era el fin del asunto. Él no iba a descubrir que Dios había cambiado de parecer acerca
de algo que había revelado siglos antes. Eso nos da ánimo para descansar en sus promesas y
tomar en serio su palabra. Y más que cualquier otra cosa, ese es el mejor consuelo de todos.
¿Pero cuál es esa promesa en relación con el creyente? ¿De qué puedo estar seguro?
Rodeado de amor
Los primeros versos del salmo usan una imagen gráfica de lo que significa confiar en el Señor y
sus promesas.
Como rodean las colinas a Jerusalén
así rodea el Señor a su pueblo,
desde ahora y para siempre
(Sal. 125:2).
En el aspecto topográfico, entonces como ahora, Jerusalén está rodeada de una cadena de
montañas. Sión, el monte sobre el cual estaba construida la ciudad, es un monte entre otros. Es
una imagen de envolvimiento y protección. Y se dice que esto refleja la relación que Dios tiene
con su pueblo. Él los rodea y los protege.
Deuteronomio retrata a Dios como alguien que sostiene sus manos por debajo, por así
decirlo, listo para sujetar al que tropieza y cae: “El eterno Dios es tu refugio, y debajo están los
brazos eternos” (Dt 33:27, NBLH). Isaías retrata a Dios como Pastor, que envuelve suavemente
con sus brazos a un cordero y lo lleva a casa: “Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los
corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas” (Is
40:11). Estas imágenes comunican la noción de que Dios dice acerca de aquellos que carga:
“¡Estos son míos, yo los amo!”. Correspondeal mismo pensamiento que la idea que expresa Jesús
cuando se describió a sí mismo como una gallina que ansía que sus polluelos vengan y se
refugien bajo sus alas (Mt 23:37; Lc 13:34). Así es Dios esencialmente, dice Jesús.
George Matheson
1842-1906
Es por ello que el salmo concluye con una bendición: “¡Que haya paz en Israel!” (Sal 125:5).
Independientemente de lo que ocurra a nuestro alrededor, jamás estamos fuera de la protección
de Dios, ¡jamás! Estamos resguardados por esta paz. “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4:7).
Durante las secuelas de la ruina financiera que siguió a los grandes incendios de Chicago en
1873, Horatio Spafford envió a su esposa y sus hijas a Inglaterra, solo para enterarse de que sus
hijas se habían ahogado en una colisión accidental en el mar. Él hizo el mismo recorrido y se
detuvo en el sitio donde ellas fallecieron, y escribió las palabras que expresan, con sencillez y fe
conmovedoras, lo que este salmo nos está diciendo:
Horatio Spafford
1828-1888
PARA TU DIARIO…
1. Cuando piensas en ti mismo, o tu familia, o tus amigos, ¿qué luchas de fe vienen a tu mente?
2. ¿Qué promesas de la Biblia te resultan especialmente consoladoras? Escribe dos de ellas que
sean especialmente preciadas para ti. ¿Hay alguna otra promesa que hayas descubierto en la
lectura de hoy que pudieras añadir a tus promesas favoritas?
1
Cuando el Señor hizo volver a Sión a los cautivos,
nos parecía estar soñando.
2
Nuestra boca se llenó de risas;
nuestra lengua, de canciones jubilosas
Hasta los otros pueblos decían:
“El Señor ha hecho grandes cosas por ellos”.
3
Sí, el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros, y eso nos
llena de alegría.
4
Ahora, Señor, haz volver a nuestros cautivos
como haces volver los arroyos del desierto.
5
El que con lágrimas siembra,
con regocijo cosecha.
6
El que llorando esparce la semilla,
cantando recoge sus gavillas.
DÍA 7
Salmo 126
E s casi una perogrullada decirlo, pero el pueblo del Señor aún está en este mundo. La
“lágrimas” están a la orden del día (126:5).
Mientras solo damos una mirada somera a este salmo, es interesante que comienza con
lágrimas y concluye con risa. Eso nos indica uno de los motivos por los que a tantos de nosotros
nos parece que este salmo refleja nuestra propia experiencia personal de vida en este mundo.
También nosotros encontramos la vida mezclada con lágrimas y risa.
Este salmo se sitúa en un contexto definido. Tras el salmo yace la experiencia del exilio, la
cual debe haber sido traumática de un modo que a nosotros nos cuesta incluso imaginar y
contemplar. Y no obstante, este salmo tiene algo muy personal con lo cual nos identificamos de
inmediato. Cada uno de nosotros puede testificar que conoce la liberación de Dios de tal manera
que cuando llega, decimos: “Nos parece estar soñando” (126:1). ¡Tan grandes y abrumadoras son
las poderosas obras de la liberación de Dios que apenas podemos comprenderlas!
El trasfondo de este salmo sin duda corresponde al periodo de historia registrado para
nosotros en los libros de Esdras y Nehemías. Tras setenta años de cautividad en Babilonia, Dios
trajo a su pueblo de vuelta a la tierra de la promesa. La mayoría de los que regresaron no habían
conocido otra cosa que la vida en Babilonia. Había excepciones; hombres como Daniel, por
ejemplo, gente ya de ochenta o noventa años que habrían sido transportados a Babilonia siendo
adolescentes. Ahora debían volver a una tierra que solo se había mantenido viva en las historias
que les habían contado. Nunca habían conocido, o cuando mucho solo recordaban vagamente, lo
que era caminar en las regiones de la Alta Galilea, o las planicies de Palestina central, o, lo que es
más importante, las colinas del monte Sión. Ellos solo tenían un conocimiento muy tenue de
cómo era Jerusalén. No sabían nada del templo y su adoración; los sacrificios y fiestas que
habían marcado su calendario habían estado ausentes de su adoración en Babilonia. ¿Logras
imaginar la sensación de gozo mientras regresaban a Canaán y los muros en ruinas de la ciudad y
el templo?
El salmo se divide en tres secciones: una canción, una oración, y una promesa. La canción
se encuentra en los versos 1-3, la oración en el verso 4, y la promesa concluye el salmo en los
versos 5-6.
Comienza con una canción: un canto de liberación. Se trata de un breve retrato de la historia
de la iglesia en el Antiguo Testamento. Hay cautividad y hay restauración o liberación, y esto se
repite. Está Egipto y está Canaán. Está Babilonia y está la restauración que le siguió. Y, como
hemos sugerido, lo que está detrás de este salmo es la deportación que ocurrió en el 586 a. C.,
cuando el Señor levantó a Nabucodonosor para castigar a su pueblo, y dos generaciones después
levantó a Darío para volver a restaurarlos. Hubo un decreto del Rey de Babilonia para destruir el
templo y hubo un decreto del Rey de Persia para reconstruirlo. Y de muchas formas, esa es toda
la historia del Antiguo Testamento.
Es importante que entendamos la perspectiva de la historia que adopta el salmista. Se trataba
de historia sagrada; era la actuación del Señor. El salmista esencialmente está diciendo: “Es el
Señor el que nos ha traído de vuelta; y es el Señor el que ha hecho grandes cosas” (126:1-3). Los
hombres pueden hacer lo peor y pueden hacer lo mejor, pero en última instancia es Dios quien
entreteje la historia. Es la perspectiva de que la historia es surelato. Es por su providencia que
Dios ordena todos los sucesos y detalles de todo lo que nos acontece, individual o
colectivamente, por un propósito divino que puede que entendamos o no.
La mayoría de nuestros problemas surgen de la incapacidad de advertir este hecho. No
importa lo que sea, ni lo enorme o maligno que pueda ser un suceso: el desarrollo de la historia
acontece como consecuencia de una mano soberana en los controles.
Los problemas pueden variar, desde luego. Algunos tienen relación con el trabajo, algunos
amenazan la salud, y otros involucran las relaciones de comunidad en el matrimonio, el hogar y
la familia. Algunos los causamos nosotros mismos, a consecuencia del orgullo, los celos, y la
frustración. Y cuando llega la liberación a alguna de estas situaciones, pareciera que estamos
soñando.
¿Has hablado alguna vez con alguien que ha sido librado de la amenaza del cáncer, con una
persona que ha vivido en medio del temor a la enfermedad y la muerte? Es como un sueño, ¿no
es así? ¡Cuesta creer que es cierto! Hay un momento en el retrato que hace Cecil B. DeMille de la
vida de Moisés en The Ten Commandments cuando describe una figura ansiosa y preocupada.
Cuando Moisés manda que las aguas del Mar Rojo se acumulen a ambos lados de modo que la
gente pueda pasar por en medio, hay un pequeño hombre que le dice a su familia mientras pasan
por el espacio entre las aguas: “¡De prisa, de prisa!”. Apenas puede creer que sea cierto, o que
vaya a durar mucho tiempo.
De hecho, el salmo indica una reacción doble, la primera de parte del pueblo de Dios en la
que ellos están llenos de canciones y risa, y dicen: “¡El Señor ha hecho esto!”, y la segunda,
departe de las naciones que dicen algo similar (v. 2). Una de las razones por las que Dios envía
las plagas sobre Egipto y sobre el faraón en particular, fue que los egipcios dirían acerca del
éxodo de los judíos: “¡Esto lo ha hecho Dios!” (cf. Éx 7:5).
En cierto sentido, cada cristiano ha conocido esta liberación. ¿Qué otra cosa significa ser
cristiano sino que hemos sido librados de la noche oscura del pecado y llevados a la libertad de
la adopción como hijos de Dios? Y en ese sentido, cada uno de nosotros debe llenarse de un
gozo inexpresable y lleno de gloria.
En segundo lugar, en este salmo no solo hay una canción; también hay una oración. “¡Haz
volver nuestra cautividad, Jehová, como los arroyos del Neguev!” (126:4, RV95). El Neguev
estaba en el sur, un desierto seco y yermo que se extendía desde los pies de Jerusalén hasta las
regiones de Beerseba. Hoy es un terreno inhóspito, como sabrá cualquiera que haya visitado
Israel y haya seguido las rutas turísticas hasta el Mar Muerto, las regiones de Masada, y más allá.
Lo que el salmista está pensando aquí es la realidad de la vida como él la había conocido,
quizá, luego de volver de Babilonia. No todos regresaron, desde luego. Algunos prefirieron
quedarse en Babilonia en lugar de arriesgarse a una vida de existencia incierta en Israel
nuevamente. Pero aquellos que lo hicieron, como nos dicen en detalle los primeros capítulos de
Esdras, enfrentaron reveses y hostilidad. La experiencia de gozo y alegría pronto se tiñó de
amargura y lágrimas nuevamente (v. 5). Hubo decepciones, algunas de las cuales provendrían de
las inconsecuencias del pueblo del Señor. Y lo que ahora hace el salmista en esta oración es
emplear una imagen gráfica conocida por muchos que habían vivido en estas regiones del sur de
Israel. El terreno, tostado por el calor del sol, se había endurecido. Sin advertencia, cada vez que
las lluvias caían en las laderas del norte del país, el agua descendía de prisa y llenaba los arroyos
del Neguev muy rápidamente. La inundación era una amenaza muy real cuando llegaba la lluvia.
Lo que el salmista pide en su oración es precisamente una inundación así, una inundación de la
gracia de Dios que descendiera de súbito y arrastrara sus pies.
PARA TU DIARIO…
1. El salmo de hoy se ha enfocado en la historia de Israel. Piensa en tu propio pasado y
reflexiona sobre los actos de la providencia de Dios que han operado para llevarte adonde estás
hoy.
2. ¿Qué tan sincero eres al querer que las inundaciones de la gracia de Dios se derramen en tu
alma? ¿Qué aspectos de tu vida podrían cambiar a consecuencia de ello?
3. ¿Por qué el dolor debería conducir a la gloria? ¿Eso siempre es cierto? Reflexiona sobre lo que
podrías estar aprendiendo del dolor en tu vida.
Salmo 127
Cántico de los peregrinos.
De Salomón.
1
Si el Señor no edifica la casa,
en vano se esfuerzan los albañiles.
Si el Señor no cuida la ciudad,
en vano hacen guardia los vigilantes.
2
En vano madrugan ustedes,
y se acuestan muy tarde, para comer un pan de fatigas,
porque Dios concede el sueño a sus amados.
3
Los hijos son una herencia del Señor,
los frutos del vientre son una recompensa.
4
Como flechas en las manos del guerrero
son los hijos de la juventud.
5
Dichosos los que llenan su aljaba
con esta clase de flechas.
No serán avergonzados por sus enemigos
cuando litiguen con ellos en los tribunales.
DAY 8
Edificación duradera
Salmo 127
L as primeras palabras de este salmo en latín son Nisi Dominus frustra, y son la base del
lema de la ciudad de Edimburgo, Escocia. Significan “sin el Señor es en vano”, y condensan el
punto central de este salmo.
“¡Tengo problemas para dormir!”. Es un problema que a todos nos aflige en algún momento
u otro. Razones hay muchas; a menudo se debe a la acción de complejos factores psicológicos y
fisiológicos que requieren diagnóstico y tratamiento precisos.
Pero también a veces las causas son bastante simples: preocupación, ansiedad, desconfianza
en la providencia de Dios, o su cuidado, o ambos. Y aparentemente eso es a lo que apunta
Salomón en este salmo. Es un salmo que dice “¡no te preocupes!”.
¿No es odioso cuando alguien dice eso? Uno piensa: “¿Qué sabe él de mi situación? ¡Tengo
cosas de que preocuparme!”. A veces el mundo puede ser cruel y desdeñoso respecto a nuestras
preocupaciones; la Biblia nunca es así. Nunca sugiere que vivamos en una negación de la
realidad. Evadir el asunto que nos causa ansiedad nunca es un camino a la paz. Lo que hace la
Biblia es tomar el asunto en serio, sugiriendo que consideremos una cosmovisión más amplia en
la que la providencia de Dios ordena todas las cosas. El problema es bastante real, pero Dios es
más grande que el problema, y ese hecho les brinda a los cristianos cierta perspectiva que los
demás no tienen.
Recuerda las palabras de Jesús: “Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá
sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas” (Mt 6:34). O, como lo expresa un conocido
himno:
Fanny Crosby
1823-1915
…el crecimiento en la gracia siempre es crecimiento por gracia y bajo la gracia, nunca
más allá de la gracia; y gracia significa que Dios enriquece a pecadores. Eso es lo que
somos. No crecemos más allá de la gracia. Jamás llegamos a un punto donde podamos
dejar de agradecer a Dios por el Calvario diariamente, o de humillarnos ante él como
pecadores que merecen el infierno.
Debemos tomar nuestra posición sobre este principio: “Que se haga tu voluntad”. Esa fue la
posición que tomó Jesús, ¿no es así? “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. ¡Eso hizo
Jesús! Mientras pensaba en el Calvario y el dolor de la crucifixión y las implicaciones que tenía
para el pacto su muerte sustitutiva como el siervo de Dios, ¡él temblaba! ¡Él luchó con esto y eso
es profundo! ¡Él preguntó si había alguna otra forma! ¿No es eso sorprendente? Que él haya
podido hacer eso sin llegar a caer en el pecado de incredulidad o renuencia es demasiado
grandioso para comprenderlo. Pero él llegó a descansar en el contentamiento en la providencia
divina que se desplegaba para él: ¡que se haga tu voluntad! Y tan pronto como dijo eso, les dijo a
sus discípulos en el Huerto de Getsemaní: “¡Levántense, vámonos de aquí!” (Jn 14:31).
Eso es lo que está diciendo este salmo. No discutas con la voluntad de Dios, no batalles con
ella, no la resistas, sino que entrégate a ella. Procura que en todo lo que hagas, cada día de tu
vida, Dios esté a tu alrededor, cuidándote, sosteniéndote y defendiéndote.
Dios defiende y protege. ¿Te fijaste en esa adorable imagen del verso 2? Es aquí
precisamente que él usa una bella imagen de conceder el sueño a sus amados. Algunos de
ustedes saben de esto; Dios causa que no tengamos miedo a lo que pueda acechar en la
oscuridad, o a la amenaza de la enfermedad y la muerte. Ahora bien, puede que lo que el
salmista está diciendo sea algo levemente distinto a lo que puede parecer en un principio. No es
tanto que él nos haga dormir,sino que sigue dando, proveyendo, y velando por nosotros mientras
dormimos.
¿No es maravilloso?
Mientras duermes, ¡Dios está despierto y sosteniendo el universo, y el curso de tu vida! ¡Esta
es la imagen de un hombre tan angustiado que come pan de tristeza! ¡Se alimenta de depresión!
Está melancólico y mira el lado oscuro de todas las cosas. Y el salmista dice: “¡Alto, alto! ¡Él les
da el sueño a sus amados!”. O tal vez, él da (provee) mientras duermen.
¿Conoces aquel verso de Deuteronomio 32:11? Se trata del águila, y la forma en que a veces
obliga a los polluelos a volar, empujándolos del nido y dejándolos caer al suelo. ¡Luego el águila
desciende en picada y los atrapa antes de que toquen el suelo!
Adoniram Judson escribió una vez: “El futuro es tan brillante como las promesas de Dios”.
Tenía razón.
Hay un punto más que debemos ver en este salmo: es que Dios nos ama. La prueba de esto
se encuentra en la maravillosa expresión al final del verso 2, “amados”. ¡Somos amados por
Dios! ¿Te has puesto a pensar en ello? ¡Lo que estás diciendo cada vez que estás ansioso o
preocupado es que no crees que Dios te ame o que tú seas uno de sus amados! Estás diciendo
algo muy distinto; estás diciendo que no se puede confiar en él, que es impredecible, irascible e
inestable.
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?” (Ro 8:32).
PARA TU DIARIO…
1. ¿Hay circunstancias en tu vida que podrían llevarte a concluir que Dios te ha abandonado?
¿Cuáles son? ¿Por qué crees que estas circunstancias demuestran que es así?
2. ¿Cuáles son las principales cualidades de los pactos de Dios con nosotros? ¿Qué implicaciones
puedes deducir de la naturaleza de estos pactos divinos?
1
Dichosos todos los que temen al Señor,
los que van por sus caminos.
2
Lo que ganes con tus manos, eso comerás;
gozarás de dicha y prosperidad.
3
En el seno de tu hogar,
tu esposa será como vid llena de uvas;
alrededor de tu mesa,
tus hijos serán como vástagos de olivo.
4
Tales son las bendiciones
de los que temen al Señor.
5
Que el Señor te bendiga desde Sión,
y veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.
6
Que vivas para ver a los hijos de tus hijos.
¡Que haya paz en Israel!
DÍA 9
Salmo 128
Horatius Bonar
1808-1889
A trabajar…
Observa el verso 2: “Lo que ganes con tus manos, eso comerás; gozarás de dicha y prosperidad”.
Suena como el evangelio de salud y riquezas, ¿no es cierto? Es fácil ver por qué algunas
personas podrían tomarlo de ese modo. Si andas en los caminos de Dios, si te consagras a él,
serás prosperado. ¡Todo depende de cómo se entienda esta palabra “prosperar”!
El creyente que anda en los caminos de Dios descubrirá que el trabajo es en sí mismo una
bendición. El trabajo es la prosperidad. Encontrarás deleite en lo que Dios te ha dado para hacer.
“Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón” (Sal 37:4). Cuando llega el
éxito, y a veces llega de manera sorpresiva e inesperada, es algo que Dios ha dado. Él ha
bendecido nuestros esfuerzos. Cuando vemos la vocación en este sentido amplio, es algo
liberador: cualquier cosa que hagamos, la hacemos para el Señor, y para su gloria. Al menos en
un sentido, nada es secular. Todo en la vida se vive coram Deo, ¡delante del rostro del Señor!
La felicidad de aquellos que temen al Señor no solo se experimenta en el trabajo, sino también en
el matrimonio.
Es una triste realidad de la vida en este mundo que los hogares se están convirtiendo cada
vez más en lugares de conflicto y agitación en vez de paz y tranquilidad. Para muchos, entrar al
hogar es entrar a una escena de batalla y conflicto. Muchos pueden entender las cicatrices que
deja un pasado de ese tipo.
¿Alguna vez has envidiado el testimonio de los que son criados en “hogares cristianos”
donde la vida parental parece totalmente idílica, con historias de padres que oran y situaciones
encantadoras? Sin embargo, debemos darnos cuenta de que Dios nos ha llevado hasta él de
diferentes formas. En su buena providencia él ha moldeado y ha configurado nuestras vidas
conforme a un plan totalmente sabio y soberano que implica una singularidad respecto a cada
uno de nosotros. Hay una razón por la que él nos ha puesto en las familias que integramos.
Lo que tenemos en este salmo es una imagen de la familia. Es “hogar dulce hogar”. Esta
imagen está idealizada, como lo está la imagen del trabajo que se presenta en el verso 2. Aquí
hay un esposo y la esposa, y los hijos. Todo aquí es ideal y pintoresco. Dios ama la familia. Él
envió a su Hijo a un hogar familiar donde había amor.
A algunos estas palabras les resultarán difíciles. Desearían que esta fuera una imagen de sus
vidas, pero no lo es. ¿Quiénes son? Son aquellos que no están casados, y aquellos que están
casados, pero no tienen hijos; ¡no pueden tener hijos! Ellos se torturan a sí mismos con
preguntas como: ¿hay algo mal en mí? ¿Habré cometido algún pecado? ¿Será algún tipo de
castigo divino?
Jesús fue un solterón, y no debemos olvidarlo. ¡Pablo también! La palabra para algunos es:
ten paciencia; y para otros: aprende a rendirte a su soberana providencia. Él nunca le pide a
alguien que lleve una carga que no pueda soportar. Él te ha escogido para completar los
sufrimientos de Cristo. Cuando Dios pide que se realice una tarea, él provee los medios para
cumplirla.
El punto de este salmo es la bendición de una esposa fructífera. Algunos esposos necesitan
hacer una pausa y reflexionar al respecto un momento. ¿Has perdido de vista la bendición que es
tu esposa? ¿Cuándo fue la última vez que realmente le agradeciste a Dios por ella? Las esposas
pueden hacer lo mismo por sus esposos, desde luego, aun cuando este salmo reflexiona sobre la
maternidad. La Biblia le atribuye un gran honor al tener hijos: “Pero la mujer se salvará siendo
madre y permaneciendo con sensatez en la fe, el amor y la santidad” (1Ti 2:15).
¿Puedes recordar la bendición que sentiste cuando comenzaron a aparecer esos primeros
hijos, y vivías en un departamento sin saber dónde poner todo? Tal vez las cosas sean distintas
ahora. ¡Puede que estés residiendo en mayores comodidades, de partida! ¿Pero crees que el
salmista realmente es tan insensible como para sugerir que piensa que donde realmente deberías
estar viviendo es una mansión? Algunos podemos mirar al pasado y recordar con especial afecto
la gran bendición y felicidad que disfrutamos en el primer hogar donde vivimos cuando
estábamos recién casados y esperando hijos. ¡Y solo había dinero suficiente para sobrevivir una
o dos semanas!
Adorar al rey
En los versos 4 y 5, el salmista ha pasado del presente al futuro. Estos versos reconocen que, a
fin de cuentas, todas las bendiciones vienen “desde Sión” o “de Jerusalén”. ¿Qué significa esto?
Estos son nombres asociados con el lugar donde Dios era adorado. Recuerda que estos son
Salmos Graduales en los que muy probablemente el salmista estaba en Jerusalén, asistiendo a
uno de los grandes servicios de adoración del calendario del Antiguo Testamento. Mientras
estaba en ello, llegaría a darse cuenta de que todas las bendiciones vienen de una relación con el
pueblo de Dios y con el lugar donde él es adorado. Cuando el pueblo de Dios se reúne para
adorar, él comunica sus bendiciones.
“¡Cuán bueno, Señor, es darte gracias y entonar, oh Altísimo, salmos a tu nombre!” (Sal
92:1). La principal finalidad del ser humano es glorificar a Dios y gozar de él para siempre. Los
pecadores restaurados a la comunión con Dios están conscientes de un sentido de satisfacción
que nada de lo que ofrece este mundo puede igualar.“Te bendeciré mientras viva, y alzando mis
manos te invocaré. Mi alma quedará satisfecha como de un suculento banquete, y con labios
jubilosos te alabará mi boca” (Sal 63:4-5).
El gozo brota desde el conocimiento de que ya no somos lo que éramos: somos una nueva
creación (2Co 5:17). El pecado ha sido perdonado, la justificación ha sido alcanzada, y la
adopción concedida. El gozo emana de lo que cada cristiano siente cada vez que adora a Dios:
de alguna forma está participando de los poderes venideros (Heb 6:5). A veces estamos
conscientes de estar en otro mundo: en la mismísima presencia de Dios. En ese sentido, el
salmista hace eco de las palabras de John Newton, “Cosas gloriosas de ti se cuentan, Sión”,
cuando dice: “Solo los hijos de Sión conocen el gozo y los tesoros duraderos”. En comparación,
todas las demás experiencias de gozo y felicidad son efímeras y transitorias.
John Newton
1725-1807
Thomas Brooks, el puritano autor de Remedios preciosos contra las artimañas de Satanás,
nos inculca la importancia de hacer lo que Dios nos dice en la Biblia. Si no pones en práctica lo
que sabes, ¿entonces para qué escuchar la Palabra de Dios? Si sus palabras para ti hoy hablan de
perdón y de su ayuda para el pecador arrepentido, entonces estas palabras te azotarán si no las
obedeces.
Cuando al orador griego Demóstenes le preguntaron cuál era el primer requerimiento de un
orador, él respondió: “Acción”. Cuando le preguntaron cuál era la segunda parte, respondió:
“Acción”. Y la tercera parte, respondió nuevamente: “Acción”.
Así es al escuchar sermones. ¿Cuál es la parte más importante?
PARA TU DIARIO…
1. Dedica algunos momentos para pensar en tu hogar. ¿Por qué cosas estás agradecido? ¿Cuáles
son las cosas que más te preocupan?
2. ¿Qué has aprendido acerca de temer a Dios? Haz una lista de las áreas de tu vida que resultan
afectadas por tu respuesta a esto.
3. ¿Estás aplicando principios bíblicos a la forma en que haces tu trabajo diario? ¿Hay formas en
que podrías mejorar tu testimonio en este ámbito?
4. Si tienes hijos, pasa tiempo extra orando por ellos hoy. Haz un pacto con Dios de orar por
ellos a cada hora del día. (Si no tienes hijos propios, entonces ora por tus hermanos).
Salmo 129
Cántico de los peregrinos
1
Mucho me han angustiado desde mi juventud
—que lo repita ahora Israel—,
2
mucho me han angustiado desde mi juventud,
pero no han logrado vencerme.
3
Sobre la espalda me pasaron el arado,
abriéndome en ella profundos surcos.
4
Pero el Señor, que es justo,
me libró de las ataduras de los impíos.
5
Que retrocedan avergonzados
todos los que odian a Sión.
6
Que sean como la hierba en el techo,
que antes de crecer se marchita;
7
que no llena las manos del segador
ni el regazo del que cosecha.
8
Que al pasar nadie les diga:,
“La bendición del Señor sea con ustedes;
los bendecimos en el nombre del Señor”.
DÍA 10
El Señor es justo
Salmo 129
¿ Qué debemos hacer con los últimos versos de este salmo? El salmista parece estar
haciendo una oración de imprecación; es decir, él pide que una maldición caiga sobre aquellos
que lo han estado persiguiendo. ¿Son realmente “diabólicas” las oraciones de este tipo, como
escribió C. S. Lewis, por ejemplo? 31. Otros comentaristas insisten firmemente en que semejantes
oraciones “no son oráculos de Dios”, y son “bastante inapropiadas para la iglesia”. ¿Qué
debemos hacer con ellas?
Por supuesto, lo que se dice aquí es bastante suave comparado con algunos otros salmos
(109 y 137, por ejemplo), pero de cualquier forma, el salmista no quiere que nadie pronuncie una
bendición sobre estas personas. ¿Qué hacemos con eso? ¿Cómo puede un salmo así ser material
para nuestras devociones? ¿No es acaso algo que deberíamos pasar de prisa, excusando al
salmista por sus exabruptos y diciendo: “Bueno, a fin de cuentas todos somos humanos”? ¡Esa es
la última forma en que deberíamos responder!
Desde luego, los comentaristas bíblicos han dedicado páginas a estas cosas. Algunos han
sugerido que estos versos no son la Palabra de Dios, sino la venganza y el resentimiento de un
hombre que ha sido lastimado. Podemos entender tales sentimientos, por supuesto, pero de
ningún modo podemos respaldarlos. Jesús nos dice que pongamos la otra mejilla y perdonemos
hasta setenta veces siete (Mt 5:39; 18:22). Otros señalan que Dios “permite” que todo tipo de
prácticas inmorales (por ejemplo, la poligamia) queden impunes en el Antiguo Testamento. Estas
imprecaciones no son más que otro ejemplo de la calidad primitiva de la ética
veterotestamentaria. La expresión más madura de lo que Dios pretende debe hallarse en las
páginas del Nuevo Testamento. ¿Pero esto resistirá un análisis? ¿Qué decir del libro de
Apocalipsis? Allí también hay clamores de venganza similares. “¿Hasta cuándo, Soberano
Señor…?” claman los mártires (Ap 6:10). Ellos quieren que Dios venga y juzgue a sus
ejecutores. Tales “oraciones” implicarán que también será necesario quitar el Apocalipsis del
canon “aceptable”.
¿Qué debemos hacer con estas oraciones? ¿Debemos desechar estos versos como una
expresión de venganza personal, en la que el salmista “solo pierde la calma” y suelta algo que no
debería. Si es así, nuestra tarea consiste en intentar discernir lo que es realmente inspirado y lo
que no. No es tan simple, desde luego; los intérpretes evangélicos no niegan la inspiración aquí
más que cuando la Escritura cita las palabras de Satanás en Génesis 3. El asunto no es la
inspiración, sino la interpretación; ¿aprueba Dios lo que está escrito aquí, aun si el Espíritu Santo
registró fielmente cada detalle de la venganza personal del salmista? El problema, si es que hay
uno, ¡es que el propio Nuevo Testamento cita estos mismos salmos sin ningún atisbo de
vergüenza! Pedro, por ejemplo, cita el Salmo 109, que es imprecatorio, y lo aplica a Judas
cuando están designando a su sucesor (Hch 1:20). ¿Podemos decir con Spurgeon: “Si esta es una
imprecación, que se mantenga; porque nuestro corazón dice ‘amén’ a ello”?
La respuesta a este “problema” se descubre mejor abordando el salmo completo en su
propio contexto. Al mirar el salmo en general, vemos de inmediato que se divide en dos
secciones. En los versos 1-4, los verbos están en tiempo pasado. En los versos 5-8, los verbos
están en tiempo futuro. Obviamente, el salmista está mirando hacia atrás y luego hacia adelante.
Está mirando al futuro y expresa algo basado en lo que ha ocurrido en el pasado.
Lo primero que hay que observar en este salmo es la manera en que los primeros versos parecen
sugerir algún tipo de contexto litúrgico.
Mucho me han angustiado desde mi juventud
—que lo repita ahora Israel—,
mucho me han angustiado desde mi juventud,
pero no han logrado vencerme.
Solo es conjetura, desde luego, ¿pero estaba el salmista animando a la congregación a unirse
a él y hacer propia esta canción, como lo era para él? De cualquier forma, este es un salmo, no
simplemente de un individuo, sino de toda la comunidad del pueblo de Dios. En tal caso, lo que
se dice forma parte de la historia de Israel más bien que de la historia personal del salmista. Por lo
tanto, el uso de la primera persona es estilístico.
Estas palabras dan testimonio del hecho de que la “angustia” ha sido un factor de la
existencia de Israel desde el comienzo. Desde el tiempo cuando Israel había sido tratado con
“crueldad” (Éx 1:13) hasta ahora, la vida había sido difícil para el pueblo de Dios. El salmo está
explicitando el principio bíblico básico de que dondequiera que se manifieste el reino de Dios,
siempre hay oposición. Es la repercusión del principio que encontramos por primera vez en
Génesis 3; la simiente de la serpiente está en guerra con la simiente de la mujer. Así es como
debemos entender lo que acontece en las páginas del Antiguo Testamento; y, más aún, en toda la
Biblia.
El salmo utiliza una sorprendente metáfora en el verso 3: “Sobre la espalda me pasaron el
arado, abriéndome en ella profundos surcos”. Esto bien puede referirse a la experiencia de los
latigazos que recibían los esclavos en Egipto. Menos probable es la sugerencia de que este salmo
describe el periodo del exilio de Israel en Babilonia donde semejante trato quizá era
comúntambién.
El sufrimiento fue parte de la historia de la iglesia en el Antiguo Testamento como lo ha sido
para la iglesia en el Nuevo Testamento. La cruz es el camino a la vida, el sufrimiento el camino a
la victoria. No nos sorprendemos cuando pasamos por muchas tribulaciones. Varios libros del
Nuevo Testamento, tales como 1 y 2 Pedro y Apocalipsis, están escritos específicamente para
advertir a la iglesia acerca de la dificultad inminente para aquellos que siguen los pasos de
Jesucristo.
¿Pero qué liberación podemos esperar de las dificultades? Los problemas vendrán, ¿pero
hay alguna palabra de seguridad y esperanza? Escuchemos al salmista: “Mucho me han
angustiado desde mi juventud, pero no han logrado vencerme”. Y luego en el verso 4 dice: “Pero
el Señor, que es justo, me libró de las ataduras de los impíos”.
Pese a lo grande que ha sido el problema (versos 1 y 2: “mucho”), ha habido grandes
liberaciones. Esa es la lección de la historia de Israel. Pero, desde luego, es más que eso. Había
habido liberaciones de Egipto, de los palestinos, de Asiria, de Babilonia, y más tarde de Roma;
pero el enfoque no está en la liberación. El enfoque está en aquel que libera: “El Señor, que es
justo” (v. 4).
Todos nuestros problemas emergen de nuestra incapacidad de enfocarnos en Dios. Eso es
cierto en lo que respecta a nuestra vida personal, así como la vida corporativa de la iglesia. Una y
otra vez, la Biblia nos lleva de vuelta a este simple hecho: nuestra principal finalidad es glorificar
a Dios.
¿Puedes cantar este canto en tu corazón? Es una nueva canción de liberación y victoria en
batalla (ver Sal 40:3). ¿Puedes cantar una canción aún más grandiosa, de la cual se hallan ecos en
el libro de Apocalipsis? Es la canción de los redimidos que han triunfado, porque Dios es justo.
Él saldrá victorioso sobre todo enemigo: la bestia del mar y la bestia de la tierra, el anticristo y el
falso profeta. “¡Ha caído! ¡Ha caído la gran Babilonia!” (Ap 18:2).
¡Amén!
La alabanza, la gloria,
la sabiduría, la acción de gracias,
la honra, el poder y la fortaleza
son de nuestro Dios por los siglos de los siglos.
¡Amén!
(Ap. 7:12).
¿Puedes hacer ese tipo de oraciones cuando cobras conciencia de todo esto?
Es una señal de madurez.
PARA TU DIARIO…
1. Explica tan detalladamente como sea posible qué significa decir “el Señor es justo”.
1
A ti, Señor, elevo mi clamor
desde las profundidades del abismo.
2
Escucha, Señor, mi voz.
Estén atentos tus oídos a mi voz suplicante.
3
Si tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados,
¿quién, Señor, sería declarado inocente?
4
Pero en ti se halla perdón,
y por eso debes ser temido.
5
Espero al Señor, lo espero con toda el alma;
en su palabra he puesto mi esperanza.
6
Espero al Señor con toda el alma,
más que los centinelas la mañana.
Como esperan los centinelas la mañana,
7
así tú, Israel, espera al Señor.
Porque en él hay amor inagotable;
en él hay plena redención.
8
Él mismo redimirá a Israel
de todos sus pecados.
DÍA 11
Desde lo profundo
Salmo 130
La primera sección señala la condición del salmista. Está marcado por la expresión “desde las
profundidades”, y la palabra al final del verso 2: “suplicante” o “súplica” (RVC).
Aquí hay un hombre en dificultad. ¡Está en las profundidades! Y la razón de su
desesperación se nos comunica en los versos 3 y 8; es por causa de sus pecados. Puede que no
apreciemos esto plenamente, en especial si tenemos el hábito de tomar nuestros pecados con
ligereza. Tomar el pecado en serio es una perspectiva con la que los lectores de la Biblia se
acostumbran. Un libro escrito por uno de los puritanos, Ralph Venning, a quien le quitaron la
vida en 1662, una vez tuvo el título The Plague of Plagues. ¡Ahora se llama The Sinfulness of Sin
(La pecaminosidad del pecado)! Eso lo dice todo, ¿no es así? El pecado tiene una pecaminosidad
que necesitamos percibir.
Cuando J. C. Ryle escribió su libro éxito de ventas, Holiness (Santidad), comenzó con un
capítulo sobre el “pecado”. Las palabras iniciales son: “Quien desee adquirir una visión correcta
de la santidad cristiana, debe partir por examinar la vasta y seria cuestión del pecado” 34. Ahí es
donde comienza este salmo.
“El pecado”, dice el Catecismo Menor de Westminster, “es la falta de conformidad conla ley de
Dios o la transgresión de ella”. ¡Es la más mínima infracción de la ley! ¡Es la más ínfima
deficiencia en reflejar la imagen de Dios!
Este salmista es alguien que percibe el hecho de que delante de la justicia de Dios, él es injusto.
Ambos, Dios y el hombre, no pueden vivir lado a lado, a menos que se haga algo respecto al
pecado. El pecado merece castigo. Y eso es lo que está diciendo este salmista: es culpable ante
Dios y lo sabe.
De esto se siguen tres cosas.
Primero, solo Dios tiene el remedio para este problema del pecado. En cierto sentido, ¡el
Señor es el problema! ¿Lo ves? Es la propia justicia e integridad del Señor lo que causa el
problema. Si Dios pasara por alto el pecado; si Dios simplemente lo ignorara, o lo tratara con
menos severidad; si no amenazara con un Día del Juicio, entonces no habría un problema de
pecado.
¡El pecado es un problema que necesita ser tratado! ¿Has llegado a ese punto en tu relación
con Dios? Si es así, ¿has observado, como demuestra tan bellamente este salmo, que este es un
problema que uno le lleva a Dios? ¡Sí, Dios es el problema y Dios es la solución! Lo que necesita
el salmista es misericordia. Y esto es algo que solo puede venir de Dios. Él es quien se ofende
por nuestro pecado, y él es quien concede misericordia. ¡Debemos llevar nuestros pecados al
Señor!
En segundo lugar, Dios escucha el clamor más apagado. Observa que el salmista dice en el
verso 2: “Escucha, Señor, mi voz”. ¿No te sugiere eso que Dios está escuchando el sonido mismo
de su oración? ¿Qué tipo de oración (sonido) pronuncia un hombre que está en las
profundidades? Cuando uno está desesperado, cuando se siente tan bajo que se pregunta si
alguna vez será rescatado, ¿qué tipo de clamor crees que brota? ¡Puede que solo sea un suspiro o
un gemido! ¡Pero Dios escucha el clamor más apagado del alma más desesperada! No hay
susurro que Dios no pueda oír.
Tercero, no hay abismos demasiado profundos para el Señor. Hay otro salmo que dice que
“un abismo llama a otro abismo” (Sal 42:7). Retrata a un hombre casi en total desesperación. Y
no obstante, no importa lo decaído que se sienta, lo pecador que pueda ser, lo grande que sean
sus pecados, el salmista aún siente que puede venir delante del Señor y pedir misericordia. Aquí
ocurre lo mismo.
¿Te acuerdas de las misiones espaciales Apollo a la luna? Había momentos en que la señal
de radio se perdía porque la nave estaba en el “lado oscuro” de la luna. Durante varios minutos,
no había comunicación. En nuestra época, hay ocasiones cuando el teléfono móvil no puede
captar una señal. Eso nunca ocurre con el Señor. Cualquiera que sea nuestra condición, podemos
estar seguros de que Dios lo sabe. Podemos llevárselo a él. Podemos orar por ello. Por horribles
que sean nuestros pecados, ¡podemos llevarlos al Señor e implorar misericordia!
La seguridad de perdón
Su sabiduría la ha planificado,
luego la cargó en su corazón;
con amor dejó la parte más leve
sobre tu espalda aún intacta.
Recuerda lo que le dijo Jesús a una mujer descubierta en adulterio con estas impresionantes
palabras: “Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar” (Jn 8:11).
¿Qué decir del homicidio? ¿Recuerdas las bellas palabras al ladrón agonizante: “Te aseguro
que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23:43)? ¿Habrá algo más sublime en toda la
Escritura?
He dicho que este es un salmo paulino. ¿Recuerdas que Pablo pudo decir en un momento
que él era el “mayor” de los pecadores (1Ti 1:15)? ¿Puede ser perdonado un blasfemo de
Jesucristo? ¡Sí, puede! ¿Puede ser perdonado un persecutor de la iglesia, que ha sido una persona
infame y ofensiva? ¡Sí, puede! ¡En Dios hay perdón!
“Espero al Señor, lo espero con toda el alma… Espero al Señor con toda el alma” (vv. 5-6).
Los intérpretes difieren en cuanto al significado de estos versos. Dado que piensan que el
perdón es seguro y ya ha sido adquirido en este punto del salmo, algunos quieren ver que aquí el
salmista espera confiado. Él disfruta de la gracia de Dios. Hay algo atractivo en esto, ¿no es
verdad? Debemos disfrutar de la bondad de Dios hacia nosotros. Debemos esperar en él,
pacientemente reconociendo su bondad y misericordia por nosotros en el evangelio. Debemos
hacer mucho más que eso.
Otros piensan que el salmista está diciendo algo un poco distinto. Él está seguro de que Dios
perdona; pero el perdón aún no ha sido recibido. Él tiene que “esperarlo”. En cierto sentido,
siempre tenemos que esperarlo, porque el perdón no se puede dar por sentado. Ese es el
problema de la iglesia de hoy, ¿no es cierto? El perdón es barato. Es tan fácil de conseguir, que
cuando llega no significa mucho. Podemos seguir pecando tal como lo hemos hecho, con la
certeza de que siempre podemos regresar y conseguir un poco más de perdón más tarde.
El salmista parece estar especialmente consciente del precio del perdón. Él usa el lenguaje
de la “redención” (v. 7). En hebreo hay dos palabras que se traducen como “redención”, o
redimir, y esta se enfoca en el costo de la redención. Su costo es la muerte de Jesús, el Hijo de
Dios.
No había otro lo bastante bueno
Que pagara el precio del pecado;
Solo él pudo abrir las puertas
Del cielo, y nos hizo entrar.
(Cecil Alexander
¿Crees que eso es lo que está diciendo el salmista? El perdón está en el centro del trato de
Dios con nosotros mediante el pacto. Antes de que podamos recibirlo, debemos esperar en que el
Señor soberano lo conceda. El perdón es algo que Dios concede.
¿Notaste como lo expresa? “Espero al Señor, lo espero con toda el alma… Espero al Señor
con toda el alma” (vv. 5-6). Y en el verso 5 él usa la palabra “esperanza” de un modo similar.
¿Recuerdas aquellos magníficos versos de la Biblia que hablan de “esperanza”?
En la Biblia, “esperar” significa exactamente lo que dice aquí en el Salmo 130:5. Significa
tener confianza en las promesas de la Palabra de Dios. Mira las palabras que él usa en el verso 7,
que NVI traduce como “amor inagotable”. Es un intento de verter una palabra hebrea muy
preciosa, chesed. Es la palabra que más se asocia con el amor del pacto de Dios. Este es un
hombre que ha leído las promesas de Dios acerca de la salvación y el perdón y tiene seguridad.
¡Él está confiado! Él toma sus pecados y descansa en la promesa de Dios de que será perdonado.
Dios perdona porque, en su Hijo, ha prometido perdonar. ¡Él perdona por causa de Jesús!
Pero luego hay “vigilancia”. La imagen en efecto es muy gráfica. Es la figura de un hombre
que mira al horizonte buscando los primeros atisbos de luz, lo que indicará que su turno ha
terminado. Él quiere irse a casa donde su familia y quizá a su cama. Él espera con ansias las
primeras señales del alba. El salmista espera con aún mayor expectación. ¡Él espera el perdón de
su Padre celestial!
Quizá aquí esté operando algo aún más profundo. La imaginería de la mañana es lo que los
teólogos llaman escatológica. Él espera la plenitud, aquella experiencia de perdón total que solo
puede llegar en la otra vida. Él está esperando que amanezca el Día del Señor: la venida de
Jesucristo en gloria y triunfo al final de la era, y el comienzo del cielo nuevo y la tierra nueva.
Eso está esperando.
Él sabe que va a estar allí.
Redención corporativa
“Así tú, Israel…” (v. 7). Piensa en esto como un llamado de alguien que ha llegado a
experimentar la gracia del evangelio, por el bien de otros para que también puedan
experimentarlo. Hay esperanza para todos los que vienen a Dios así como el salmista ha venido a
él. ¿Cómo lo sabemos? Lo sabemos porque Dios siempre tiene dos acompañantes a su lado:
¡amor inagotable y plena redención! Ahí está el amor de Dios y el sacrificio eficaz de Cristo.
¡Todo está listo! Jesús lo dijo en aquella parábola donde él manda a sus siervos a salir a los
caminos y los senderos, y obliguen a aquellos que encuentren a venir a la cena preparada: “Todo
está listo” (Mt 22:4). Dios no podría ser más amoroso y Cristo no podría haber ofrecido más: ¡la
disposición de Dios y los recursos de Dios!
(Charles Wesley
PARA TU DIARIO…
1. Pasa algún tiempo pensando en pecados particulares respecto a los cuales hayas tenido poco
progreso. ¿Por qué es así? ¿Qué pasos has dado para destruir estos pecados?
2. “Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido” (v. 4). Piensa en formas en que esto
pueda ser aplicable a tu vida.
1
Señor, mi corazón no es orgulloso,
ni son altivos mis ojos;
no busco grandezas desmedidas,
ni proezas que excedan a mis fuerzas.
2
Todo lo contrario:
he calmado y aquietado mis ansias.
Soy como un niño recién amamantado en el regazo de
su madre.
¡Mi alma es como un niño recién amamantado!
3
Israel, pon tu esperanza en el Señor
desde ahora y para siempre.
DÍA 12
Un alma satisfecha
Salmo 131
A primera vista, este salmo parece un poco extraño. Al igual que los Salmos 133 y 134, el
Salmo 131 solo tiene tres versos. Lo que sea que esté diciendo este salmo, ¡lo dice en términos
muy concisos!
Pero no es simplemente su brevedad lo que destaca; lo que dice también es un poco
peculiar. Considera, por ejemplo, la declaración del primer verso: “No busco grandezas
desmedidas”. ¿Podría estar sugiriendo el salmista que preocuparse en exceso por dificultades
teológicas es algo malo? ¿Está expresando el salmo el tan ovacionado espíritu de nuestra época,
que la piedad consiste en hacer más bien que en conocer; que el problema con la iglesia de hoy
es que quiere demasiados estudios bíblicos y no suficiente vida práctica? ¡Eso es muy
improbable! La biblia en ningún lugar pone la teología contra la práctica de la manera en que
tendemos a hacerlo los modernos.
Tendremos que ir un poco más a fondo que eso para descubrir el verdadero significado de lo
que el salmista está diciendo aquí. En el proceso descubriremos que en su vida ha ocurrido cierta
crisis. Hay un vínculo entre este salmo y el anterior, y tiene relación con la palabra “esperar”
(130:5, 7; 131:3). En el Salmo 130, la confianza emerge de lo que es verdadero acerca del Señor,
a saber, su “amor inagotable” (130:7). En este salmo, la confianza emerge de algo que el salmista
experimenta en forma personal. Él ha comprobado que algo es cierto en su propia vida; ahora
insta a otros a que también lo conozcan.
¿Conoces esto en tu propia vida? ¿Has experimentado algo acerca del carácter del Dios
todopoderoso que te haya afectado tanto que deseas que tus amigos también lo conozcan?
El Salmo 131 es un salmo acerca de la madurez cristiana. Nos dice que la vida cristiana es
de crecimiento y desarrollo, y que la esencia de la madurez es una experiencia de estar
“calmado” y “quieto”. El salmista nos está diciendo que ha emergido de una etapa de la vida en
la que era dependiente, a otra en la que se describe a sí mismo como un “niño recién
amamantado” o “destetado” (RV95).
En la sociedad hebrea, los niños a menudo eran destetados a los cuatro o cinco años. El
proceso implicaba cierta medida de dificultad consciente en la que el niño aprendía el
contentamiento valiéndose por sí mismo. El proceso requería un cambio en la dieta de la leche a
los alimentos sólidos; pero también requería un grado de ajuste social en el que un niño aprendía
a hacer ciertos juicios y tomar decisiones por sí solo. Es este proceso de madurez lo que provee
el foco de atención en este breve pero instructivo salmo.
La experiencia del contentamiento es espiritual, pero también hay otros factores que inciden en
él. El temperamento es uno de ellos, por ejemplo. Algunos son naturalmente serenos, mientras
que la personalidad de otros es frenética. Todos somos distintos y eso en cierta forma refleja la
gloria de la creación de Dios. Algunos casi no se molestan por nada; otros caen de prisa en un
estado de frustración o ira por los más mínimos contratiempos. Las personalidades varían de
manera muy similar a los hogares de las personas. Algunos vivimos en hogares que tienen todas
las señales de un robo de fin de semana. Otros consiguen vivir en hogares dignos de fascinantes
artículos para un gran libro ilustrado titulado Casa y jardín ideal.
Lo que se describe aquí en el Salmo 131 es un proceso de destetado, pero que tiene poco
que ver con el temperamento. Tiene que ver con fe y madurez. Se espera que imaginemos parte
de lo que eso podría involucrar: rabietas, gritos de desesperación, repentinos estallidos de
rebeldía, etc. Aprender a ser independiente puede ser un proceso realmente difícil.
La intención de Dios es lograr que sus hijos reflejen la imagen de su Hijo Jesucristo. La vida
cristiana se trata de llegar a ser “como él” (1Jn 3:2). Es interesante que para Pablo esto
significaba especialmente “llegar a ser semejante a él en su muerte” (Fil 3:10). Todo lo que
acontece en el despliegue de la providencia de Dios es parte de ese plan general para
conformarnos al modelo de los atributos y cualidades semejantes a Jesús. Los pecados tienen que
ser mortificados; los patrones de rebelión adámica tienen que ser cambiados; el modelo de la
belleza de Cristo necesita ser impreso en el alma. Todo esto puede ser un proceso difícil y
doloroso. Dios usa todo tipo de armas con el fin de conseguirlo. El proceso de esculpir una
imagen implica dolorosos golpes. El camino a la madurez está plagado de obstáculos.
Es precisamente por esta razón que Pablo pudo decir, cuando les escribe a los filipenses, que
él había “aprendido” a estar satisfecho en cualquier situación que se hallara (Fil 4:11). Es
interesante que se diga que Jesús “mediante el sufrimiento aprendió a obedecer” (Heb 5:8). Él
aprendió a calcular el costo de obedecer a su Padre celestial. Es interesante, además, la forma en
que vemos a Jesús poner en práctica las disciplinas de la gracia (oración, lectura de la Biblia,
memorización de la Escritura, comunión, por nombrar algunas).
Los niños talentosos que se muestran promisorios en el deporte o la música deben practicar
ciertas habilidades continuamente para asegurarse de alcanzar la madurez a la que aspiran, con lo
cual forman hábitos y reflejos que tendrán recompensa cuando estén bajo presión. La rutina es
ardua, pero la única forma de asegurar la destreza es hacer las cosas una y otra vez.
La santidad se logra de un modo similar. El hecho de que Pablo pudiera decir que
“aprendió” el contentamiento nos da una pista de lo doloroso que es el proceso de la madurez.
Yo pienso que el contentamiento no era algo natural en Pablo. Lo que sabemos de su carácter nos
dice que pudo haber sido algo irascible por naturaleza. Por cierto, al leer sus cartas, ¡da la
impresión de que no toleraba con gusto a los necios! Eso bien puede explicar por qué Dios le
envió una “espina… en el cuerpo”, una que no sería quitada, a pesar de la triple sesión de
oración con esa finalidad (2Co 12:1-10). ¡Dios intentaba mantenerlo humilde!
Asimismo, para el salmista, el camino a la madurez iba cuesta arriba, y se necesitaba de la
ayuda del Espíritu Santo para alcanzarla.
En segundo lugar, la madurez cristiana es una disposición del corazón y la voluntad. El salmista
retrata a un niño que se está adaptando a su nuevo entorno. Aprender a vivir sin la seguridad del
abrazo de una madre y una abundante provisión de comida es una batalla que obliga un cambio
desde el interior.
Sería fácil, por ejemplo, imaginar que el contentamiento se logra siempre que se presenten
ciertas condiciones:
El camino a la madurez
En este salmo encontramos dos declaraciones extraordinarias que parecen desconcertantes, al
menos al principio.
La primera es una declaración sobre el estado del corazón. “Mi corazón no es orgulloso”,
dice el salmista (131:1). Es una especie de declaración paradójica, ¿no es cierto? Al decirlo,
¡suena como si hubiera una medida de orgullo! El paralelismo hebreo nos permite captar lo que
quiere decir el salmista::
Señor, mi corazón no es orgulloso,
ni son altivos mis ojos.
Es una confesión que indica que él ya no aspira a ser algo que no es. Él conoce su posición; es
inclinarse ante el Señor soberano reconociendo el gobierno de Dios. Las ambiciones del salmista
han sido moldeadas para que se conformen a las del Señor.
Una bella ilustración de lo anterior se puede apreciar en la vida del Rey David. La ambición
de David era ser rey de Israel. Esa ambición no tenía nada de malo; a fin de cuentas, Samuel lo
había ungido como rey mucho antes de la muerte de Saúl. Lo fascinante en David no es que
aspirara a ser rey, sino que rehusara tomar esa aspiración en sus propias manos y cumplirla por
medios contrarios a la voluntad de Dios.
En 1 Samuel 24, cuando Saúl había perseguido a David hasta el Desierto de Engadi, David y
sus hombres se escondieron en una cueva (¡conocida localmente como Peñascos de las Cabras!).
Llegó aquel momento, que la Escritura relata con toda la circunspección que muy a menudo se
permite en su descripción histórica, cuando Saúl entró en la cueva “para hacer sus necesidades”
(1S 24:3). En la oscuridad, David podría haber matado fácilmente al rey y haber tomado lo que
estaba destinado para él, pero rehusó hacerlo. No permitió que sus propias ambiciones lo
dominaran. Él sería rey, pero a la manera de Dios, y en el tiempo de Dios. Aprendió a controlar
las ambiciones de su corazón y así a esperar en el Señor.
El segundo aspecto de este salmo que merece atención es la forma en que sugiere que él no
solo gobernó su corazón, sino que también controló las preocupaciones de su mente. Es aquí
precisamente que el salmo expresa una curiosa declaración: “No busco grandezas desmedidas, ni
proezas que excedan a mis fuerzas” (131:1). ¿A qué podrá referirse? Como se dijo anteriormente,
suena como un testimonio de la muerte de toda reflexión teológica. ¡Pero es muy improbable que
signifique eso!
Lo que el salmista quiere decir tiene dos aspectos: él no se preocupa de las cosas que
escapan a su control o a su capacidad de comprender.
No tiene sentido preocuparse por cosas que no podemos cambiar. Y no obstante, ¡nos
involucramos en gran medida en actividades sin sentido! Sembramos la semilla de lo que Jesús
llamó una vez “las preocupaciones de esta vida” (Mt 13:22).
Suceden cosas que no tenemos la capacidad de cambiar. A menudo nos sentimos como
pequeños granos de arena en la playa frente a la subida de una marea incontenible. Lo mejor que
se puede hacer, lo que hace un cristiano, es entregarlo todo al Señor y descansar y confiar en él.
Pero aparte de eso, hay cosas que escapan a nuestra capacidad de comprender. Esto no
debería extrañarnos, porque escapa a nuestras capacidades el comprender a Dios. Lo que
conocemos de Dios no solo es poco. Solo tenemos conocimiento en la medida que a él le ha
placido revelárnoslo. Y lo que Dios ha revelado es solo una diminuta fracción de las infinitas
riqueza y gloria que él posee. No podríamos absorber todo lo que hay por conocer en Dios. Una
y otra vez nos vemos forzados a clamar: “¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del
conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos! (Ro 11:33).
Dios es incomprensible. No es que no se le pueda conocer en absoluto. No, la gloria del
evangelio es que sí llegamos a conocerlo y reconocerlo en el rostro de Jesucristo. Jesucristo “nos
lo ha dado a conocer” (literalmente “exégesis”, Jn 1:18). Reconocer esto es el camino a la
madurez. No podemos sondear lo insondable.
Esto no significa que no hagamos ningún intento por entender a Dios. Debemos examinar la
Biblia, leer todo lo que nos sea posible leer, sondear las profundidades del amor divino, y llegar a
conocer todo lo que podamos de lo que a Dios le ha placido revelarnos. “Por eso, dejando a un
lado las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez…” (Heb 6:1).
Estamos llamados a entender tanto como podamos; pero también debemos tener presente que
algunas cosas, en realidad la mayor parte de las cosas, están fuera de nuestra comprensión.
Esto significa que quizá no entendamos todo lo que Dios está haciendo en nuestras vidas;
pero no estamos llamados a entenderlo. Estamos llamados a confiar y creer que él lo entiende, y
que tiene un propósito bueno y benéfico en mente (ver Ro 8:28).
En los capítulos finales de Job está aquel momento notable cuando Job se cubre la boca con
la mano (Job 40:4). Es un emotivo momento de renuncia a sí mismo. Él ya no hablará más, ¡ni
una palabra! Guardará silencio ante la majestad de Dios. Es un momento de absoluta confianza.
Es un bello momento en que la historia llega a su resolución, no por comprender, sino por la fe.
Eso es lo que está diciendo este salmo. Voy a confiar y no temeré. No me preocuparé por
cosas que me superan.
Esta es, como expresó una vez el puritano Jeremiah Burroughs en el título de un libro que
escribió, la “escasa joya del contentamiento cristiano”.
PARA TU DIARIO…
1. Escribe dos áreas de tu vida donde exista poca evidencia de madurez cristiana.
2. ¿Es la preocupación un área de inmadurez que reconozcas en ti mismo? Piensa en un área que
te inquiete en este momento, y escribe dos verdades teológicas que te informen que la
preocupación ¡es un ejercicio fútil, innecesario (y pecaminoso)!
Salmo 132
Cántico de los peregrinos.
1
Señor, acuérdate de David
y de todas sus penurias.
2
Acuérdate de sus juramentos al Señor,
de sus votos al Poderoso de Jacob:
3
“No gozaré del calor del hogar,
ni me daré un momento de descanso;
4
no me permitiré cerrar los ojos,
y ni siquiera el menor pestañeo,
5
antes de hallar un lugar para el Señor,
una morada para el Poderoso de Jacob”.
6
En Efrata oímos hablar del arca;
dimos con ella en los campos de Yagar:
7
“Vayamos hasta su morada;
postrémonos ante el estrado de sus pies”.
8
Levántate, Señor; ven a tu lugar de reposo,
tú y tu arca poderosa.
9
¡Que se revistan de justicia tus sacerdotes!
¡Que tus fieles canten jubilosos!
10
Por amor a David, tu siervo,
no le des la espalda a tu ungido.
11
El Señor le ha hecho a David
un firme juramento que no revocará:
“A uno de tus propios descendientes
lo pondré en tu trono.
12
Si tus hijos cumplen con mi pacto
y con los estatutos que les enseñaré,
también sus descendientes
te sucederán en el trono para siempre”.
13
El Señor ha escogido a Sión;
su deseo es hacer de este monte su morada:
14
“Éste será para siempre mi lugar de reposo;
aquí pondré mi trono, porque así lo deseo.
15
Bendeciré con creces sus provisiones,
y saciaré de pan a sus pobres.
16
Revestiré de salvación a sus sacerdotes,
y jubilosos cantarán sus fieles.
17
“Aquí haré renacer el poder de David,
y encenderé la lámpara de mi ungido.
18
A sus enemigos los cubriré de vergüenza,
pero él lucirá su corona esplendorosa”.
DÍA 13
Salmo 132
L os pactos son llaves que abren el mensaje de la Biblia. Los pactos nos ayudan a ver la
unidad de los tratos de Dios con su pueblo. Ellos nos ayudan a enfocarnos en la centralidad del
evangelio. Los pactos mantienen nuestros ojos fijos en Jesucristo.
Uno de los pasajes más bellos del Antiguo Testamento es 2 Samuel 7. Es un pasaje en el que
David propone construir una casa (el templo) para el Señor solo para enterarse de que Dios
pretende construirle una a él (un linaje fiel que culminará con la venida del Salvador). En este
pasaje, Dios celebra un pacto con David. La palabra “pacto” no aparece en este pasaje, pero más
adelante la Escritura hace hincapié en que lo que ocurrió aquí tuvo forma de pacto (ver 2S 23:5;
Sal 89:3). ¡Este salmo en particular testifica lo mismo! (vv. 11-12).
Los peregrinos en Jerusalén, al estar en el magnífico templo del Señor, están conscientes de
su significación para el presente y el futuro. El templo les recordaba bendiciones pasadas; pero
también hablaba de bendiciones que, hasta ese entonces, no se habían cumplido. De ahí la
oración del primer verso: “Señor, acuérdate de David…” (132:1).
Antes de la llegada del Redentor, aparecieron varias prefiguraciones que mostraron uno u
otro aspecto del carácter y la función del Redentor. David, por ejemplo, demostró el oficio real
del Mesías. Jesús sería un rey según el modelo de David. El rey que viene es heredero del pacto
hecho con David..
Este salmo es una meditación sobre el pasaje de 2 Samuel 7. Se enfoca en el reinado de
David y su significación en cuanto a lo que Dios prometió que haría a través de él. Es una
oración por la bendición de Dios sobre el trono de David. Y como siempre en los pactos bíblicos,
hay dos partes involucradas que hacen promesas (juramentos) solemnes y vinculantes. En este
caso, es David quien hizo un voto al “Poderoso de Jacob” (132:2), y el Señor que “le ha hecho a
David un firme juramento” (132:11). El salmo muestra una notable similitud en estas dos
secciones donde se consideran el juramento de David y luego el juramento del Señor. Se está
realizando algo intensamente personal en el pacto de gracia: Dios se está acercando a su pueblo,
está entrando en una relación con ellos que durará para siempre.
El mensaje sobre una corona de flores de un esposo a su esposa fallecida decía: “Estás
eternamente con Cristo y por siempre en mi corazón”. Eso es precisamente lo que prometía el
pacto con David. Respecto al hijo de David, Salomón, Dios diría: “Yo seré su padre, y él será mi
hijo” (2S 7:14).
El salmo abarca el progreso de la historia de la redención. Dios trabaja en el tiempo y el
espacio. Él se propone salvar a un pueblo para sí mismo por medio de un Redentor que está por
venir. Hasta el momento, solo ha habido atisbos de quién será ese Redentor, pero hay dos puntos
focales en el pasaje de 2 Samuel. El primero es cuando Dios le habla a David de su muerte, y de
Salomón, su hijo, quien será entronizado para continuar el cumplimiento de los propósitos de
Dios. La casa de David se vincula con la de Abraham, y la promesa que se le hizo a él: “Yo
pondré en el trono a uno de tus propios descendientes, y afirmaré su reino” (2S 7:12; comparar
Gn 15:15), es parte de la continua historia de redención que se ha estado desplegando desde el
primer libro de la Biblia. Dios no está haciendo algo nuevo; él está cumpliendo su antigua
promesa.
Todo el mensaje de la Biblia se está configurado en torno al hecho de que Dios se nos
acerca en… amor de pacto. La historia de los propósitos de salvación de Dios se centra
en los pactos que él hizo con varios individuos, y con sus familias y la posteridad.
Encontramos a Dios haciendo su pacto con Noé, Abraham, Moisés, David, y
finalmente en Jesucristo. En cada uno de estos pactos descubrimos quién es Dios, y que
podemos confiar total y absolutamente en él. En efecto, el mensaje que se espera que
escuchemos es este: a través de los siglos, Dios ha sido completamente fiel a sus
promesas. Si él ha cumplido su palabra todos estos años, ¿no puedes confiar tú también
en él total y absolutamente? Él ha demostrado su confiabilidad y fidelidad.
Dos oraciones por David marcan el comienzo de dos secciones distintas (vv. 1, 10). La primera
sección consiste en los versos 2-9. En ambas oraciones, David es central. No obstante, el salmo
comienza con algo mucho más concreto. Se había pagado un precio terrible por tener un templo
en Jerusalén. Había costado la vida de uno de los hijos de Israel, Uza. El incidente en que Uza
había extendido su mano para sostener el arca que había tropezado en algunas rocas, lo cual
provocó que Dios le diera muerte, fue una dolorosa lección sobre reverencia y presunción (2S
6:5-9,12-23).Es este incidente en particular, o al menos la historia que lo rodea, alo que se refiere
el verso 6. El arca del pacto había estado en Quiriat Yearín (Yagar del verso 6) durante unos
veinte o treinta años. Los israelitas habían recurrido a ella usándola como un mero talismán
contra los filisteos. En consecuencia, ¡Dios se la quitó!
Pero para David también habría dificultades. No se le permitiría que él construyera el
templo. Ese privilegio se le daría a su hijo Salomón. ¡No extraña mucho, entonces, que el salmo
comience pidiéndole a Dios que “recuerde” todas las dificultades que soportó David! (132:1).
Nuestro discipulado tiene un costo, y no es errado pedirle a Dios que lo tome en cuenta. El
salmo no espera que Dios recompense los pesares de David, como si las bendiciones de Dios se
tuvieran que ganar de alguna forma. Más bien desea que Dios tenga en cuenta la sinceridad de
David. Había una autenticidad en su compromiso. Cuando menos, David estaba entregado de
lleno al Señor. David juró no descansar “antes de hallar un lugar para el Señor, una morada para
el Poderoso de Jacob” (132:5).
C. H. Spurgeon escribió una vez: “Créanme, hermanos y hermanas, si nunca tienen horas de
insomnio, si nunca tienen lágrimas en los ojos, si su corazón nunca se inflama como si fuera a
estallar, no pueden esperar que se los llame fervientes; ustedes no conocen el comienzo del
verdadero fervor, porque el fundamento del fervor cristiano está en el corazón. El corazón debe
estar cargado de tristeza y no obstante debe latir fuerte con santo ardor; el corazón debe tener un
deseo vehemente, y ansiar de continuo la gloria de Dios… El fervor, cuando es genuino, se
manifiesta, debo decir quesiempre es visible, en un vehemente amor y apego a la persona del
Salvador” 38.
Cuando el templo estuvo construido, Salomón declaró en la ceremonia de su apertura y
dedicación que Dios no necesitaba templo: “Si los cielos, por altos que sean, no pueden
contenerte, ¡mucho menos este templo que he construido!” (1R 8:27). No obstante, los
adoradores de la época del Antiguo Testamento necesitaban un lugar donde reunirse. El
tabernáculo tenía todas las señales de una morada temporal, apta para ese periodo en el que Israel
deambulaba de un lugar a otro como una tribu nómade. Pero ahora que Israel se había
establecido como nación, se necesitaba algo más sustancial y permanente. David dio todo lo que
tenía por su deseo. Su juramento registrado aquí no tiene trabas. Nada va a detener la
consecución de su objetivo por el Señor. Esto en ningún lugar se aprecia con mayor belleza que
en la disposición de David de apoyar a Salomón en el cumplimiento de este proyecto, aun
después de que él había sido rechazado. La obra del Señor es demasiado importante para que los
celos y la decepción personales la interrumpan.
Es un enorme desafío para nuestro compromiso hacer la voluntad del Señor, ¡aun cuando
enfrentemos el aparente rechazo de nuestros planes! Nos sentimos fácilmente lastimados. Nos
encontramos diciendo: “Si servir al Señor me trae ese tipo de respuesta, entonces no le serviré.
Me retiraré a mi pequeño rincón, agraviado y enojado”. Esta suele ser nuestra respuesta cuando
Dios dice “¡no!” a alguna idea nuestra que nos parece loable y meritoria. Aquí hay una lección
que debemos aprender, una que se refleja en el ministerio de Jesús y su determinación de cumplir
las tareas que se le habían asignado, a pesar de la oposición. Él dijo: “Mi alimento es hacer la
voluntad del que me envió y terminar su obra” (Jn 4:34).
Es a partir del ejemplo de David que el pueblo respondió de un modo similar haciendo un
pacto de llevar el arca a Jerusalén, la morada que le correspondía. Al ser el símbolo de la
presencia de Dios, no era pertinente que permaneciera donde estaba.
Es en respuesta atodo esto que ahora el salmo intercala una palabra de determinación desde
otra época: “Vayamos hasta su morada” (132:7). Así como David y sus hombres estaban
decididos a que Dios fuera adorado de la forma correcta y en el lugar correcto, así también los
demás debían decidirse a hacer lo mismo. A fin de cuentas, ¡Dios estaba allí! Este era el sitio
donde él manifestaba su presencia. Este era su “estrado”. Era el lugar donde los pies soberanos
tocaban el suelo, por así decirlo. Siempre debe haber un deseo de estar donde Dios puede ser
hallado.
¡Dios está en todas partes, es cierto! Ese es el mensaje del Salmo 139. Pero Dios está
especialmente presente en los medios de gracia, y especialmente (en tiempos del Antiguo
Testamento) en el tabernáculo/templo. Esta es una verdad que se traspasa también al nuevo pacto.
Jesús pudo decir, por ejemplo, en el contexto de una de las tareas más difíciles de la iglesia, la
disciplina eclesiástica, que dondequiera que hay dos o tres reunidos en su nombre, él está
presente (Mt 18:20). Es esa misma verdad la que se refleja en el consejo del apóstol Pablo a los
corintios respecto al uso de la profecía. Si se realiza de una manera ordenada, y no todos a una
vez como sucedía en Corinto, los incrédulos se convencerán de pecado a causa de lo que
escuchan y tendrán ocasión de decir: “¡Realmente Dios está entre ustedes!” (1Co 14:25).
Nosotros debemos tener una pasión similar por estar en los medios de gracia. Debemos ser
capaces de decir, como decían los adoradores: “Vayamos hasta su morada”. ¿Y con qué fin
deberíamos hacerlo? La oración le pide dos cosas a Dios: ¡que los ministros del templo se
caractericen por la “justicia” y que los santos canten con júbilo! Probablemente lo primero, dado
el uso paralelo de la salvación en el verso 16, apunta a que los ministros del templo hablen
palabras que conduzcan a la salvación, la salvación que llega solo por la fe, en la cual se imputa
una justicia ajena. Palabras que den vida y palabras llenas de vida son lo que caracteriza a la casa
de Dios. Cantar el pacto en el que los pecadores son justificados a ojos de Dios es la esencia de la
verdadera adoración.
Estamos llamados a hacer un viaje desde la oración a la alabanza.
Si la primera mitad de este salmo celebraba el juramento de David al Señor (vv. 2-9), la segunda
mitad celebra el juramento de Dios concerniente a David (vv. 11-18). El rey venidero es un
heredero del pacto del Señor. Dios pondrá a Salomón en el trono de Israel. A pesar del hecho de
que los hijos de David no causaban ninguna impresión, esta era la promesa de Dios.
¡Siempre habrá un trono davídico! Alguien se habrá de sentar en el trono davídico “para
siempre” (132:2). Ya se nos está presentando una idea que va a madurar y a crecer a medida que
progresa el Antiguo Testamento. La promesa en este salmo, y aquella que refleja, en 2 Samuel 7,
contempla mucho más que meramente la línea de sucesión que continuó durante 400 años en
Jerusalén. Aquí hay una semilla de otra promesa, una que alcanza su cumplimiento en la venida
de Jesús como el Salvador del mundo. Como el “hijo mayor” de David, Jesús es aquel que ahora
reina sobre Sión. Varios elementos de la promesa del pacto del futuro Salvador ahora encuentran
expresión.
La promesa/pacto de Dios es irrevocable. Su palabra es totalmente digna de confianza. Es
“un firme juramento que no revocará” (132:2). El pacto de Dios es inviolable. No puede ser
anulado, porque “todas las promesas que ha hecho Dios son ‘sí’ en Cristo” (2Co 1:20).
El corazón de su pacto es que Dios habita en medio de su pueblo. Es una relación. Es como
lo expresan los versos 13 y 14 (ver también v. 8), la morada de Dios, su lugar de reposo en
medio de su pueblo. El arca representaba el hecho de que Dios vivía y habitaba en medio del
pueblo de Dios. En última instancia, esta es la imagen que se nos da acerca del cielo. En
Apocalipsis 7, tenemos la iglesia triunfante en el cielo en pie ante el trono de Dios, viendo a Dios
en el rostro de Jesucristo. Esto implica una intimidad consumada. El Cordero está allí,
alimentándolos, guiándolos a las fuentes de aguas vivas. El lenguaje de la Escritura que describe
esta relación es muy rico: Dios es nuestro pastor que nos guía (Sal 23:1), un soldado que nos
protege (Jos 5:13), un ejército que nos rodea y batalla por nosotros (Is 63:1-2), un guardia a la
puerta (Jn 10:3), una gallina clueca que cuida celosamente a sus polluelos (Mt 23:37).
Dios provee. La promesa de pan y salvación en el verso 15 nos recuerda que Dios provee para
todas nuestras necesidades en el pacto. No es la promesa de enormes riquezas (como podrían
llevar a pensar algunas traducciones) sino de necesidades y carencias diarias. “He sido joven y
ahora soy viejo, pero nunca he visto justos en la miseria, ni que sus hijos mendiguen pan” (Sal
37:25).
Dios es triunfante. Un cuerno (poder) que renace y una corona indican la autoridad y el
triunfo total del mediador del pacto (132:17-18). Cualquiera que haya sido la gloria del reinado
de David y luego de Salomón, no fue nada comparada con el esplendor del reinado de Cristo:
“Para ser en todo el primero” (Col 1:18). El salmo que comienza con una cruz (las penurias de
David) concluye con la corona del Rey Jesús.
Edward Perronet
1726-1792
Corónenlo:
Nadie puede entrar en contacto con Jesús y no ser influenciado por él de algún modo.
PARA TU DIARIO…
1. ¿Qué infería en particular el salmista del pacto de Dios con David?
2. Este es un salmo mesiánico. ¿Qué implicaciones deriva de ello el salmista? ¿De qué manera
esto afecta la forma en que lees el Antiguo Testamento?
Salmo 133
Cántico de los peregrinos.
De David.
1
¡Cuán bueno y cuán agradable es
que los hermanos convivan en armonía!
2
Es como el buen aceite que, desde la cabeza,
va descendiendo por la barba,
on the beard of Aaron,
hasta el borde de sus vestiduras.
3
Es como el rocío de Hermón
que va descendiendo sobre los montes de Sión.
Donde se da esta armonía,
el Señor concede bendición y vida eterna.
DÍA 14
Salmo 133
Lección geográfica
En tanto que las animosidades nos dividan, y prevalezcan los resentimientos entre
nosotros, sin duda aún podemos ser hermanos por una relación común con Dios, pero
no se puede considerar que seamos uno en tanto que presentemos la apariencia de un
cuerpo quebrado y desmembrado. En la medida que somos uno en Dios el Padre, y en
Cristo, la unión se debe ratificar entre nosotros con armonía recíproca y amor fraternal.
El Monte Hermón se ubica en las regiones del norte de Israel. Un viajero moderno, por
ejemplo, podría ver su cumbre desde las orillas del norte del Mar de Galilea. La cima suele estar
cubierta de nieve, y su repentina aparición constituye una de las espectaculares vistas del Israel
moderno. Este escritor recuerda vívidamente cuando, al ver por primera vez el Monte Hermón
desde el confinamiento de un bus turístico, ¡un ministro presbiteriano de la Iglesia Libre de
Escocia prorrumpió a interpretar un solo de este salmo en gaélico! Está claro que la vista lo
conmovió profundamente, porque le habló con gran significación.
Aparentemente, la fría cima del Monte Hermón formaba una alfombra de condensación en
las laderas más bajas, lo que hacía que este macizo fuera conocido por su rocío.
El Monte Sión, por otra parte, está al sur del Hermón, donde está construida Jerusalén, y su
importancia geográfica es mucho menor. Pero el punto no es la altura del Hermón comparada
con la de Sión; es más bien la atmósfera húmeda frente a la seca que caracteriza a ambas
localidades. Jerusalén es un ambiente seco. A algunos kilómetros de la antigua ciudad, un viajero
moderno puede encontrarse en un desierto árido. Galilea, por otra parte, es un lugar húmedo y
los viajeros modernos lo notan de inmediato.
¿Captas la idea? Por incómoda que suene la metáfora, el salmista está diciendo que adorar
en Jerusalén (el Monte Sión) es como despertar en la mañana para descubrir que uno está
cubierto de rocío (como estaría si durmiera en las laderas del Monte Hermón). ¿Qué puede
comunicar esto? Debo confesar que la idea de despertar completamente mojado no es mi noción
de un buen tiempo, pero tal vez esa sea una comprensión un tanto errada. Así que veámoslo de
esta forma: piensa en tu lugar favorito, el sitio a donde te gusta ir de vacaciones. La bendición de
Dios es como estar allí.
Es como estar en otro mundo. Uno está en Jerusalén, pero es como si estuviera cerca de las
laderas del Hermón. Estar con el pueblo de Dios para las festividades celebrativas, participar en
la adoración a Dios, es como ser transportado a otro lugar. Uno pierde la noción del tiempo y el
lugar. ¡Eso hacen las bendiciones de Dios! Cuando cae el rocío del cielo, transforma todo lo que
toca. Cuando cae el rocío sobre la predicación de la Palabra de Dios, uno es transportado a otro
mundo. Uno pierde la noción del entorno.
¿Alguna vez te has imaginado a ti mismo caminando tras los pasos de algún gran santo de la
Biblia, y te has preguntado cómo habrá sido estar en su compañía? ¿Alguna vez has caminado
con Jesús mientras él iba de un lugar a otro predicando y realizando milagros? En cierta forma,
eso es lo que se relata aquí con esta alusión geográfica.
Pero aquí hay mucho más que un relato de alguna experiencia mística. Hay verdades
bíblicas que nos subrayan el significado de estos versos. Pablo, por ejemplo, puede decir en
Efesios que los cristianos están “sentados” con Cristo “en las regiones celestiales” (Ef 2:4-7). En
tanto que estaban en Éfeso, ¡ellos estaban sentados con Cristo en los cielos! Esa es una idea
asombrosa, ¿no es verdad? Con una observación que es casi improvisada, Pablo introduce su
carta a la iglesia filipense diciendo: “A todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos” (Fil
1:1). ¡Ellos están en Cristo y en Filipos!
De un modo aún más sorprendente, Pablo puede referirse a los creyentes como aquellos
sobre quienes ha amanecido el fin del mundo (1Co 10:11), y como aquellos que ya han
comenzado a probar los poderes del mundo venidero (Heb 6:5). Isaac Watts lo expresa de esta
forma:
Los hombres de gracia han hallado
que la gloria comienza aquí abajo;
los frutos celestiales pueden crecer
en suelo terrenal por la fe y la esperanza.
(Isaac Watts
“Vengan, los que amamos al Señor”, 1707)
Esto es lo que deberíamos pedir en oración y anhelar en nuestras iglesias, en las comunidades de
la comunión del pacto que disfrutamos: que Dios sea entronizado sobre las alabanzas de su
pueblo, y que el rocío de su presencia celestial se derrame en lluvias de bendición.
Lección teológica
Al trabajar en reversa en este salmo se revela otra metáfora, que esta vez explica la bendición de
Dios, no en términos de la geografía local, sino en términos de la práctica y la teología del
Antiguo Testamento. La bendición de Dios es como el aceite de la unción que fluía sobre la barba
de Aarón hacia sus prendas ricamente coloreadas de sumo sacerdote (133:2).
El trasfondo de esta ilustración es Éxodo 29, donde se describe el ungimiento de un sumo
sacerdote: “Luego lo ungirás derramando el aceite de la unción sobre su cabeza” (Éx 29:7;
comparar 30:25; Lv 8:12). Por extraño que esto nos parezca, el ritual tenía un profundo
significado. Aarón fue ungido para representar al pueblo de Dios. Él debía ejecutar su ministerio
en lugar de otros. En sus hombros y en su pectoral llevaba piedras preciosas en las que estaban
inscritos los nombres de las familias del pueblo de Dios (las tribus). Cuando él entraba a los atrios
interiores del templo, donde a nadie se le permitía la entrada excepto al sumo sacerdote, él
simbolizaba de un modo visible y emotivo el acceso que tenía el pueblo de Dios a través de las
ministraciones de Aarón.
El sumo sacerdote representaba en particular al pueblo de Dios en tres formas distintas:
primero, oficiaba en un sacrificio que hacía a favor de ellos; en segundo lugar, oraba por la
salvación del pueblo; y en tercer lugar, salía de la presencia de Dios y llevaba consigo al pueblo
de Dios al lugar más santo de todos, para encontrarse con Dios en la gloria de su presencia. Si
uno le hubiera preguntado a alguien: “¿De dónde viene la bendición de Dios?”, la respuesta
habría sido: “Viene del sumo sacerdote. Él la recibe por mí. Él me la trajo y la compartió con
todo el pueblo de Dios”.
Al parecer dos cosas exigen algún comentario.
Primero, está la extravagancia del ungimiento. La cantidad de aceite y perfume que se usaba
significaba que aquel corriera por el rostro y la barba del sumo sacerdote hacia sus vestimentas.
Era un profundo simbolismo de las bendiciones de Dios que llegaban a través del sumo
sacerdote, porque ellas nunca son casuales. “La misericordia de Dios es vasta”, cantamos, y aquí
la idea es la misma. Dios pretende bendecir ricamente a su pueblo bendiciendo ricamente a su
siervo el sumo sacerdote.
Pero, en segundo lugar, es el sumo sacerdote, y solo él, quien es el centro de atención.
Ninguna bendición llega aparte de él. Dios bendice a través de él. Y tenemos que captar el
cumplimiento de esto en el Nuevo Testamento; porque también nosotros tenemos un Sumo
Sacerdote, Jesucristo. El libro de Hebreos, por ejemplo, atrae la atención hacia él en este oficio.
En un momento revelador, el escritor exhorta a sus lectores de esta forma: “Por lo tanto,
hermanos, ustedes que han sido santificados y que tienen parte en el mismo llamamiento
celestial, consideren a Jesús, apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos” (Heb 3:1). En
cierta forma, eso es lo que está haciendo este salmo: instarnos a mirar a Jesucristo en su glorioso
oficio de Sumo Sacerdote.
¿Has sentido últimamente las bendiciones de Dios inundando tu alma mientras adoras entre
el pueblo de Dios? ¿Por qué ha sido así? ¿A qué se debe? Es que Jesús ha ido como nuestro
representante, como nuestro gran Sumo Sacerdote, al santuario interior del templo, y ha llevado
consigo la sangre del pacto eterno (Heb 8-9). Él ha adquirido redención para nosotros. Él ha
expiado nuestros pecados, ha propiciado la ira de Dios, nos ha redimido de la maldición, y ha
satisfecho la ley de Dios, ofreciéndose como sustituto.
¡Considera a Jesús!
Ninguna bendición llega aparte de él. Quizá esto explica por qué a veces nos perdemos la
bendición: apartamos la mirada de Jesús. No lo ponemos en el centro de nuestra vida. No
meditamos en su gloria.
Es porque el Padre lo amó tanto que podemos comenzar a entender cuál pudo haber sido el
costo de estas bendiciones.
Todas nuestras bendiciones vienen en Jesucristo: las bendiciones de la elección eterna, de la
justificación gratuita, de la adopción y el perdón, de la perseverancia, y de la glorificación final.
Cada uno llega en virtud de su obra consumada por nosotros.
Cada marca de una verdadera iglesia es por virtud de nuestro Sumo Sacerdote.
• Es la voz de Jesús la que oímos en la fiel predicación de la Palabra de Dios (Jn 10:4).
• Es la voz de Jesucristo la que dirige los cantos los domingos por la mañana y por la noche
(Heb 2:12). ¡Él canta con nosotros, compartiendo nuestros himnarios!
• Es Jesucristo quien se revela, como en un espejo, en la celebración de los sacramentos
(1Co 10:16).
• Es Jesucristo quien está presente en la iglesia, distribuyendo dones (Ef 4:7) y, tal vez
sorpresivamente, en la disciplina de un hermano ofensor (1Co 5:3-5).
• “Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también ustedes tengan comunión
con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1Jn 1:3).
Pero hay un modo muy específico en que el ministerio de Cristo como Sumo Sacerdote tiene
la finalidad de confortarnos. El escritor a los Hebreos hace un revelador comentario cuando alude
al hecho de que Jesús desempeñó el oficio de Sumo Sacerdote en debilidad. De esta forma, él es
capaz de compadecerse de nosotros en nuestra debilidad (Heb 4:14-16). En la única referencia
directa al Salmo 133 en el Nuevo Testamento, se alude a este asunto. Pablo dijo cuando escribió a
los corintios: “Pues así como participamos abundantemente en los sufrimientos de Cristo, así
también por medio de él tenemos abundante consuelo” (2Co 1:5). Así como el aceite que fluía
sobre la cabeza de Aarón y bajaba por sus vestiduras, los sufrimientos y el consuelo de Cristo
descienden hacia nosotros.
Enfocarnos en Jesús nos recordará lo que debemos esperar en nuestra vida: sufrimiento y
consuelo. Ninguno sin el otro. ¡Nunca!
Lección eclesiástica
Emerge una tercera cualidad de este salmo, y se expresa en el primer verso. El salmista reflexiona
sobre las bendiciones, y cuando vienen las bendiciones de Dios, el pueblo de Dios convive en
una amorosa unidad. La unidad es (objetivamente) buena, y (subjetivamente) agradable. Pero
hay un sutil giro que nos recuerda que esta unidad no siempre se manifiesta como debería ser. Es
el Señor quien ordena la bendición (133:3) y no nosotros; pero somos nosotros los que
practicamos la convivencia, el habitar juntos, y no el Señor (133:1).
Cada vez que experimentamos la bendición del Señor en la adoración, debemos saludarnos
unos a otros como el pueblo del Señor. Las bendiciones del pacto deben inspirar el
reconocimiento del pacto. En tiempos del Nuevo Testamento, era un “beso santo” (1Ts 5:26).
Cualquiera que sea la forma que tome esto hoy, se nos recomienda que demostremos esa unidad
que es el resultado de recibir su bendición.
Es como si el Señor les dijera a sus asambleas congregadas: “Bendición, bendición,
bendición… esto es lo que les doy”. Y cuando lo recibes —anticipos de su gloria—, ¿puedes
luego dañar la unidad del pueblo de Dios con alguna palabra ofensiva, algún motivo egoísta,
algún gesto malicioso?
El salmo de hecho lo expresa a la inversa. Donde se percibe esta unidad, es allí donde “el
Señor concede bendición” (133:3).
James Montgomery
1771-1854
PARA TU DIARIO…
1. Pregúntate hoy: “¿Promuevo la verdadera unidad o la desunión en la iglesia de Dios?”. ¿Hay
cosas que puedas cambiar a fin de asegurarte de promover la unidad?
2. Escribe cuatro cosas que estén causando dificultades en la iglesia a la que perteneces, y ora
específicamente por cada una.
Salmo 134
Cántico de los peregrinos.
1
Bendigan al Señor todos ustedes sus siervos,
que de noche permanecen en la casa del Señor.
2
Eleven sus manos hacia el santuario
y bendigan al Señor.
3
Que desde Sión los bendiga el Señor,
creador del cielo y de la tierra.
DÍA 15
La bendición
Salmo 134
E ste último salmo de la serie conocida como Salmos Graduales tiene algo adecuadamente
culminante. ¡Es un llamado a adorar y una bendición! En cierta forma, es un “amén” a todo lo
que se ha dicho antes en los quince Salmos Graduales.
En la iglesia donde sirvo, por ejemplo, este salmo se recita frecuentemente los domingos por
la noche como un llamado a adorar.
En la historia de la adoración, los reformadores (quienes estaban mirando deliberadamente a
las raíces patrísticas de la adoración) enseñaban que la adoración formal debía estar contenida
entre dos “sujetalibros” que la separaran claramente de cualquier otra cosa que hiciéramos. Esos
dos “sujetalibros” eran el llamado a adorar al comienzo y la bendición al concluir. Uno de los
efectos inmediatos de esto es obvio. Establece un punto después de que nos hemos reunido
cuando toda la conversación y la comunión personal dan paso a la adoración del Dios
Todopoderoso. Intenta anunciar un himno cuando todos aún están hablando y será evidente lo
que cuesta establecer cierto decoro y reverencia. El llamado a adorar anuncia que es el momento
de terminar toda charla ligera ¡y concentrarse en el Dios vivo!
El Salmo 134 también es una “bendición”: “Que desde Sión los bendiga el Señor”. Por lo
tanto, podría igualmente ser apropiado como una bendición final. Martín Lutero, por ejemplo,
enfatizaba la importancia de la bendición al concluir la adoración. Él sugería que debería ser la
bendición aarónica de Números 6:24-26:
Recordemos que, tras la resurrección, después de que Jesús se encontró con los discípulos
junto al Mar de Galilea los llevó a la región de Betania donde “alzó las manos y los bendijo” (Lc
24:50). Fue mientras hacía esto que él ascendió al cielo (24:51). Las bendiciones son un
recordatorio de la bendición de Jesús. Sitúa la adoración en un contexto de pacto; las bendiciones
de Dios se conceden a su pueblo que adora.
Una de las cosas que necesitamos observar en la forma de las palabras usadas en la
bendición aarónica, o las muchas otras que han sido destacadas en la Escritura (p. ej., la
bendición apostólica de 2 Corintios 13:14, incluido el último verso de este salmo), es que se trata
de una bendición y no una oración. Es por eso que muchos cristianos mantienen los ojos
abiertos durante la bendición. El ministro está pronunciando la bendición de Dios sobre su
pueblo más bien que orando a Dios por ello.
El concepto del pacto está bellamente retratado en este salmo. El pueblo del Señor está
bendiciendo a Dios y Dios está bendiciéndolos a ellos. En algunas versiones esto no es evidente,
pero la palabra que algunos traducen como “alabar” en el verso 1 es exactamente la misma de
“bendecir” en el verso 3. ¡Nosotros bendecimos al Señor, y el Señor nos bendice a nosotros! ¡No
hay nada más maravilloso que eso! Es para eso que fuimos creados; para eso fuimos redimidos.
El salmo consta de dos secciones: el llamado inicial a alabar/ bendecir (vv. 1-2), seguido de
la bendición del Señor (v. 3).
¡Alaben al Señor!
La orden de bendecir o alabar al Señor no se da a todos los adoradores presentes, sino a un grupo
específico de adoradores: los “siervos del Señor”. Se dice que ellos sirven (literalmente, “están de
pie”) de noche en la casa del Señor. Estos son los sacerdotes levíticos que servían en el templo,
realizando detalladas ministraciones dirigidas por la legislación ritual del Antiguo Testamento. El
hecho de que lo hicieran “de noche” sugiere que esto bien pudo haber sido la vigilia de toda la
noche que se hacía durante la fiesta de la Pascua (ver Éx 12:42). En 1 Crónicas 9 leemos de
ciertos levitas que dormían en el templo. Su tarea era abrir y cerrar las enormes puertas, mantener
limpios los vasos, encargarse de la provisión de harina y vino, y atender los hornos que cocían el
pan de la proposición; algunos incluso estaban empleados como porteros y guardias nocturnos
para apresar a los vagabundos. Tal vez el salmista está pensando en estas personas en su deber
nocturno.
Algunos han sugerido que las dos secciones del salmo, los versos 1-2 y el verso 3, son los
llamados y las respuestas entre los trabajadores de los turnos nocturnos cuando uno termina y el
otro comienza su turno de labor en el templo.
Tal vez el adorador estaba presente en los atrios exteriores del templo y ahora llama a los
sacerdotes a alabar al Señor. Parte de su labor era “llevar el arca del pacto del Señor y estaren su
presencia, y para ministrar y pronunciar bendiciones en su nombre” (Dt 10:8).
¿Pero qué se les llama a hacer exactamente? ¿Qué significa bendecir al Señor? A veces
significa simplemente “alabar”. Ciertamente es pertinente para los sacerdotes, así como para
cualquier otro creyente, alabar al Señor. Pero esto no representa cabalmente la palabra que se usa
aquí. Bendecir entraña un cúmulo de connotaciones que “alabar” no tiene.
Conocemos bien la palabra usada gracias al amanuense de Jeremías, Baruc. Su nombre
significa o que él era un receptor de la bendición, o más probablemente, que él era la fuente de la
bendición (específicamente para sus padres, quienes lo llamaron Baruc). La palabra aparece en
sus diversas formas más de 400 veces en el Antiguo Testamento, y está entre una de las palabras
más comunes que se encuentran en las páginas de la Escritura. En algunas ocasiones se traduce
como “arrodillarse” y algunos han argumentado que bendecir y arrodillarse están fuertemente
ligados. Si no se debe dar tanto énfasis a la idea de arrodillarse físicamente (y probablemente no
se debe), ciertamente las connotaciones de reverencia y humildad sí merecen énfasis.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
¡Bendiga todo mi ser su santo nombre!
Bendecir a Dios implica examinar sus excelencias, y responder a ellas como corresponde, en
adoración reverente. (Cuando Dios nos bendice, él estudia nuestras necesidades y responde a
ellas, como veremos). En el Salmo 103, una conocida frase nos recuerda que no olvidemos
“ninguno de sus beneficios” (Sal 103:2). A continuación el salmo enumera las razones para
bendecirlo, lo que incluye el perdón, la sanidad, la preservación, y la idea de que “toda
bendición espiritual” es nuestra por su gracia.
La adoración a Dios —una implicación de bendecirlo— es primordialmente teológica: es
una respuesta a lo que conocemos de Dios y sus caminos. Lo bendecimos porque él nos bendice;
como ya nos ha recordado el Salmo 133, “el Señor concede bendición” (Sal 133:3). Así como los
matrimonios se vuelven distantes por falta de respuesta afectiva, así también nuestra relación con
Dios pierde equilibrio cuando no lo bendecimos por todo lo que él ha hecho por nosotros. Tal
como la adoración implica exaltar la dignidad de Dios, así también bendecir a Dios implica loar
su maravilloso ser.
De este último salmo de la serie podemos deducir algunas cosas valiosas acerca de la
adoración.
En primer lugar, la adoración consiste en gran medida en agradecimiento. Según
Shakespeare, en su obra Como gustéis, la ingratitud es una de las expresiones más crueles del
egoísmo humano.
Jamás podemos alabar a Dios lo suficiente, y aquellos que dirigen la adoración a Dios, cuya tarea
es supervisar los servicios del templo, deben asegurarse de que el Señor sea debidamente
alabado.
1793-1847
Segundo, la adoración de los sacerdotes levíticos debía continuar mucho después de que los
adoradores presentes se hubieran ido a casa. Sería interesante pensar que estos adoradores que
ahora llaman a los levitas a bendecir al Señor, y que están retomando su viaje de vuelta a Mesec
y Cedar (Sal 120:5), necesitan que esa alabanza continúe mientras ellos viajan a casa. Viajar de
noche habría sido mucho más fresco, y sería coherente imaginarlos reunidos “por última vez” en
los recintos del templo antes de volver a casa. “Sigan haciendo su trabajo mientras nosotros
retornamos a casa”, quizá estén diciendo.
Si eso es efectivamente lo que está sucediendo aquí, entonces sería pertinente ver un
cumplimiento de esta imagen en el Nuevo Testamento. Tenemos un gran Sumo Sacerdote cuyas
intercesiones nos traen bendiciones continuamente desde la derecha de Dios (ver Heb 4:14-
15;5:1; 6:20; 7:26). A medida que nosotros también hacemos nuestro viaje a casa, necesitamos
de sus intercesiones y ofrendas en nuestro favor. Es Jesús quien nos asegura continuamente las
bendiciones del pacto de gracia.
Tercero, aquí hay una lección acerca de postura y adoración. “Eleven sus manos hacia el
santuario” (134:2) se podría tomar fácilmente como un argumento a favor de esta práctica cada
vez que se ofrece adoración a Dios. Al parecer esto se practicaba en tiempos del Nuevo
Testamento. Pablo pudo instruir: “Quiero, pues, que en todas partes los hombres levanten las
manos al cielo con pureza de corazón…” (1Ti 2:8). En referencia a este pasaje, Calvino dice que
Pablo “usa el signo externo de la realidad interna, porque nuestras manos indican un corazón
puro”. De hecho, la Escritura usa una variedad de posturas y gestos en la oración, incluyendo el
estar de pie y arrodillarse (lo que se parecía más a una postración de lo que tendemos a
imaginar). En consecuencia, los levitas llamaban al pueblo: “¡Levántense y alaben al Señor su
Dios, porque él vive desde la eternidad hasta la eternidad!” (Neh 9:5, NTV). Al estar de pie, era
común o levantar las manos o extenderlas ante el Señor (Sal 28:2; Lm 3:41; comparar Éx 9:29;
17:11-12; 1R 8:22; Neh 8:6; Sal 63:4; 143:6). La mirada podía estar elevada, expectante (p. ej.,
Sal 25:15; 121:1; 123:1-2) o hacia el suelo en penitencia (Lc 18:13). ¡Encorvarse no es la postura
correcta para adorar!
Como ya hemos observado, la respuesta de los levitas al llamado que se les hace a bendecir al
Señor es pronunciar la bendición del Señor sobre el pueblo. ¡Qué alentador habrá sido eso, y qué
oportuno, para los que estaban a punto de retomar su camino a casa! Se irían con la bendición de
Dios sobre ellos.
Es costumbre concluir un servicio de adoración con una bendición, pronunciada por un
ministro de la Palabra de Dios. El rito ha sido guardado cuidadosamente como una función
exclusiva de un ministro de la Palabra ordenado. Aún es costumbre, por ejemplo, en el servicio
de ordenación de un ministro, luego de su ordenación, conducirlo al púlpito y pedirle que
pronuncie la bendición. Aunque todos los cristianos son sacerdotes en el nuevo pacto, no todos
los cristianos son ministros de la Palabra y los sacramentos.
¿Pero qué significa pronunciar una bendición sobre la congregación del pueblo de Dios?
Pronunciar:
Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con
todos ustedes
(2 Cor. 13:14)
o bien:
El Dios que da la paz levantó de entre los muertos al gran Pastor de las ovejas, a nuestro Señor
Jesús, por la sangre del pacto eterno. Que él los capacite en todo lo bueno para hacer su
voluntad. Y que, por medio de Jesucristo, Dios cumpla en nosotros lo que le agrada. A él
sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén
(Heb. 13:20-21)
Thomas O. Chisolm
1866-1960
Eso lo dice todo, me parece, salvo esto: que el verbo en el verso 3 es singular, mientras que en
los versos 1 y 2 es plural. ¿Qué significa eso? Puede que simplemente signifique esto: que la
bendición de Dios nos encuentra dondequiera que estemos, quienquiera que seamos.
PARA TU DIARIO…
1. Al llegar al final de este libro, escribe todas las cosas que puedas pensar que confirmen que
has progresado en la disciplina de la devoción espiritual.
2. Escribe planes que expresen las formas en que pretendes continuar esta disciplina durante los
próximos meses.
Notas
Prefacio
1. Alec Motyer, Journey: Psalms for Pilgrim People (Nottingham, England: IVP, 2010).
Motyer sugiere una fascinante compilación a modo de triada.
Introducción
2. Confesiones, 1:1.
3. Se encuentra en su principal obra, de Spiritualibus Ascensionibus (“sobre ascensos
espirituales”).
4. The Banner of Truth, 1978, p.9.
5. Comentario sobre 1 Pedro 1:11.
6. Juan Calvino, Institución de la religión cristiana,I.xi.8.
7. Eugene H. Peterson, A Long Obedience in the Same Direction, IVP, USA, 2000 (1980).
8. Donald S. Whitney, Spiritual Disciplines for the Christian Life, Scripture Press, 1991,
p.195. Whitney escribe un extraordinario capítulo en este libro sobre los beneficios de la
escritura de un diario a modo de disciplina.
9. Commentary on The Book of Psalms, Vol. 2, Baker Book House, 1981, p.207.
10. J. I. Packer, prólogo a Leyland Ryken’s Worldly Saints: The Puritans as They Really
Were, Academie Books, 1986, p.xi.
11. The Banner of Truth, 1968, p.153.
12. El himno comienza: “Levántate, levántate por Jesús”, de George Duffield, Jr, (1858).
Traducción para este libro.
13. Citado por John Piper, Desiring God, IVP, 1989, p.29.
14. Las líneas finales del himno de Oswald Allen, “Tu misericordia hoy me llama a lavar mi
pecado”, escrito en 1861. Traducción para este libro.
15. Es importante tener presente que este es el nombre propio de Dios, y no un título, y por
lo tanto, la mejor forma de describir la intención del Antiguo Testamento en este punto es
“SEÑOR” más bien que “el SEÑOR”. Él es “SEÑOR” más bien que “él es el SEÑOR”.
16. Presbyterian and Reformed Publishing, 2000, pp.193-94.
Día 3: Jerusalén
Día 6: Rodeados
24. Juan Calvino, Psalms, Baker Book House, 1981 reprint, 1571, xxxvii.
25. Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, III.9.1.
26. John Bunyan, Prayer, The Banner of Truth, 1965 reprint, 1662, p.13.
27. 163, Job 38:31. Lectura para la noche del 21 de marzo, MacDonald Publishing Co.,
1973.
28. Himno “Todo el camino me guía el Salvador”, de Fanny Crosby, escrito en 1875.
Traducción para este libro.
29. Eagle Publishing, 1995, p.92.
30. Himno “Cosas gloriosas de ti se cuentan”, de John Newton, 1779. Traducción para este
libro.
34. J. C. Ryle, Holiness, James Clark & Co., 1956, p.1. Ahora disponible en inglés en EP
Books.
35. The Banner of Truth, 1989, p.37. Traducción para este libro.
40. Commentary on the book of Psalms, trans. Rev. James Anderson, Baker Book House,
1981, p.164.
Día 15: La bendición
41. Henry Scougal, The life of God in the Soul of Man, Christian Heritage Series, Christian
Focus Publications, 1996, pp.139-59. Esta oración viene en la sección III:14.