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Del propio modo que toda condena publica había de tener por fundamento una ley
o una costumbre con fuerza de ley, eso mismo hay que decir de toda condena
penal en que se impusiera una multa. Sin embargo, hemos de entender este
principio en el sentido de que, a diferencia de lo que pasaba en el antiguo
procedimiento criminal patricio, cuando la ley tuviera señalaba pena capital, el
tribuno que interviniera en la causa seguida por el moderno procedimiento
plebeyo, tenia, por la costumbre, facultades discrecionales para elegir el tribunal
ante el que había de sentenciarse el juicio y la clase de procedimiento que había
de seguir, pudiendo escoger al efecto, bien el procedimiento capital seguido ante
la ciudadanía plebeya. Las demás autoridades que tenían, en general,
competencia para intervenir en las causas seguidas ante los comicios, es decir,
los ediles curules, los ediles plebeyos y el pontífice máximo, solo ejercían su
jurisdicción en procesos de multas.
Por lo que toca a las modalidades de las multas impuestas por los magistrados
con los comicios, diremos que el magistrado podía elegir entre una multa en favor
del erario romano y una multa a favor dela caja de un templo romano (in sacrum
iudicare). En uno y otro caso dependía del arbitrio del magistrado el fijar el importe
de la multa, igual que cuando esta la imponía el mismo haciendo uso de sus
facultades de coerción; la ley no le podía obligar a imponer la multa en tal o cual
cantidad, pero si podía ponerle restricciones relativas a la materia. Parece que no
se señalaban limitaciones de estas con carácter general; sobre todo, a los tribunos
no se les impusieron jamás restricciones generales de esta clase. Las cifras que la
tradición nos ha trasmitido como indicadores de los limites aludidos oscilan entre
un mínimum inferior al señalado para las multas impuestas por vía de coerción, y
un máximum de hasta un millón de ases (250.00pesetas), considerado como pena
de deshonrosa. Para las multas impuestas por los magistrados encontramos
también límites máximos relativos, v. gr., la mitad del patrimonio del multado, o
1000 sestercios menos de la mitad de este patrimonio; estos límites los señalaban
leyes especiales, en las cuales tenían su fundamento las acciones concedidas por
los ediles. La facultad de resolver en la última instancia cerca de las multas
impuestas le correspondía a la ciudadanía reunida en comicios por tributo, pues es
difícil que pudieran ser llevados los procesos por multas ante la ciudadanía
reunida en comicios por centurias. La ciudadanía se congregaba siempre en estos
casos para confirmar o casar la sentencia penal dada por el magistrado, mas no lo
era permitido modificar dicha sentencia.
Estas penas pecuniarias fijas tenían siempre por base una ley especial que
regulaba el delito, el procedimiento que se debía emplear y la mediada de
indemnización que el tribunal podía imponer. En el caso de que no se anticipase la
ejecución de tales multas, como sucedía con el sacramentum, podía sustanciarse
la cuestión como una deuda condicional de dinero, igual que pasaba en los casos
de préstamo, siendo al efecto indiferente que la indemnización fuese de las que
habían de recaer en beneficio de un particular o de las que pasaban a poder de la
comunidad; la demanda se designaba con la vos petere, simple o calificada, y la
prestación con la voz, también simple o calificada, daré, sin que se hiciera
mención del carácter delictuoso que tenía la acción. De la propia manera que los
particulares ejercían las acciones privadas que les correspondían por causa de
delito, asi también la comunidad, como ya se ha dicho en el libro II reclamaba el
juicio civil, por medio de sus representantes, las indemnizaciones pecuniarias a
que creyera tener derecho, pudiendo ejercer de tales representantes según lo que
la respectiva ley especial dispusiera, ya un magistrado, ya un simple ciudadano
autorizado para ello. En el primer caso, la ley facultaba a menudo al magistrado
para elegir entre imponer el pago de una indemnización discrecional, quedando
reservada a los Comicios la resolución definitiva sobre el asunto, o bien demandar
en juicio civil la entrega de la multa fijada por la ley. Mientras que para la materia
de impuesto y para todas las demás reclamaciones semejantes que tuviese que
hacer la comunidad no podía hacerse uso del procedimiento civil, debiendo
ventilarse por la vía administrativa cuantas contiendas pudieran suscitarse sobre
estos asuntos, en cambio, tratándose de indemnizaciones pecuniarias, la decisión
de las mismas correspondía al pretor y a los jurados, en lo cual precisamente
residía la importancia política de este procedimiento, ya que, gracias a él ,
encontraba en ciudadano una garantía legal contra la arbitrariedad administrativa.
Cuando se suprimió la institución del jurado, el conocimiento y la resolución de los
asuntos referentes a indemnizaciones pecuniarias debidas a la comunidad –
indemnizaciones con que todavía en los tiempos posteriores se conminaba a los
autores de muchos delitos, especialmente los cometidos por funcionarios públicos
en el ejercicio de su cargo- se verificaba por la vía de la cognición, es decir, por el
procedimiento administrativo. El importe de las indemnizaciones pecuniarias fijas
lo determinaban las correspondientes leyes especiales. Las que habían de ser
entregadas al a comunidad eran a veces tan considerables que el individuo que
tenía que pagarles veía con ello comprometida su existencia de ciudadano, y
parece que no era raro que se usa y abusara de este procedimiento, seguido a
casi siempre por los magistrados, ya ante un solo jurado, ya ante las
recuperatores. El máximum de las indemnizaciones pecuniarias que podía
imponerse en favor dela comunidad era, según nuestros informes de un millón de
sestercios, lo mismo, que en las multas irrogadas, según hemos visto poco ha.
En las leyes municipales encontramos multas de hasta cien mil sestercios, cuando
la aristocracia romana andaba comprometidas en ellas; en otro caso no es fácil
que subieran de la mitad de esta suma. En las decisiones de los tiempos
posteriores, las multas que encontramos se imponían sobre todo a los funcionarios
públicos y a sus ofíciales o subordinados y las cuales se decretaban
ordinariamente en talentos de oro, son muy crecidas la mayoría de las veces.
El tribunal del magistrado con los comicios no podía funcionar como árbitro para
fijar el importe de las indemnizaciones pecuniarias; en cambio sí se podía
proceder a esa regulación discrecional, tanto en el juicio privado como en el
procedimiento por quastiones. De esta manera se imponían algunas veces las
indemnizaciones en favor de la comunidad; mas no era cosa frecuente. En
cambio, esta era la base en que estribaba esencialmente el juicio privado por
cauda del delito. La determinación del importe de la multa se hacía conforme a
ciertas normas legales que implicaban y regulaban el arbitrio discrecional de los
jurados. Es preciso distinguir, tocante a este particular, los daños punibles
causados en bienes ajenos y el procedimiento estimatorio cuya base no fueran
tales daños. En caso de daños causados por delitos de una persona en los bienes
de otra, y, por consiguiente, en caso del juicio privado por causa de hurto o de
daño en las cosas, y en caso de procedimiento por quastiones a acusa de
peculado, de sacrilegio y de repetundis, el tribunal, una vez convencido de la
realidad elementos constitutivos del delito, tenía que proceder a la apreciación
(aestimatio) de la cuantía del daño producido, ósea lo que en términos romanos se
expresaba diciendo cuanti ea res est.
Quédanos todavía por decir a que cajas públicas iba a parar el producto de las
multas penales de referencia, o lo que es igual, hasta qué punto ese dinero, en
vez de ser entregado en el Erario, ingresaba en las cajas especiales de los
templos, y posteriormente en el físico imperial.
Además, aun en los casos en que estos funcionarios solamente les competía la
facultad de proceder a incautarse de las cantidades impuestas por vía de pena o
del patrimonio de sujeto, eran ellos realmente los que se arrogaban el derecho de
dar la resolución, siendo tantos y tan extensos los abusos cometidos en la materia,
que llegaron a convertirse en sistema y a hacerse perdurables, como nos lo
demuestran las repetidas leyes que se promulgaron con el intento de reprimirlos.
Toda pena de privación de bienes, lo mismo las de derecho público que las de
derecho privado, quedaba extinguida si el culpable moría antes que fuera
interpuesta la correspondiente acción. Exceptuabanse los casos de perduelion y
herejía, por cuyos delitos se podía ejercer la oración penal aun después de muerto
el delincuente, y también se exceptuaban aquellas acciones que entraban en el
campo del derecho penal sin pertenecer a él propiamente, por no tener su origen
en delitos, las acciones en causas de repetundis, las cuales, por su esencia,
entraban en la esfera de la condictio, y todas las demás acciones semejantes
enlazadas anómalamente con el furtum. Pero si los herederos del culpable no
tenían obligación de prestar la indemnización correspondiente al delito cometido
por este, en cambio podía ejercer contra ellos una acción civil de índole no
delictiva, para pedirle la devolución de los bienes que hubieran adquirido del
premuerto, y los cuales procedieran del delito ejecutado por el mismo. De igual
manera podía también quedar obligada la comunidad a hacer entrega de las
adquisiciones que hubiera hecho por causa de delito.