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INDEMNIZACIONES PECUNARIAS

Las indemnizaciones, primero en animales y más tarde de dinero pue no es fácil


que los tribunales romanos acostumbraran a servirse de otros para obligar a
indemnizar sino de aquellos que se empleaban generalmente como medida de los
valores, formaron parte, desde los tiempos antiguos, del derecho penal, así del
público como del privado, y ni en el uno ni en el otro fueron consideradas jamás
como pena accesoria, sino siempre, y si excepción, como principal. Revestían tres
formas estas indemnizaciones, pues o las imponían los magistrados, o la ley, o los
tribunales: cuando las imponían los magistrados, esos determinaban a su arbitrio
la cantidad que había de ser indemnizada; cuando eran impuestas por la ley, esta
tenia fijado de antemano, y de una vez para siempre, el importe de la
indemnización; y cuando la imponía el tribunal, su importe había de fijarlo a su
arbitrio el jurado en cada caso concreto. El lenguaje no tenía palabra para
designar técnicamente más que las indemnizaciones a la comunidad. La vos
multa significaba propiamente la indemnización impuesta por el magistrado en
virtud de su potestad coercitiva y en favor de la comunidad, indemnización que era
más antigua que la impuesta con carácter penal y la única a que correspondía la
importancia capital que las indemnizaciones llegaron a adquirir por el hecho de
poderlas aplicar en forma de múltiplos y por el hecho de poder irlas aumentando
sucesivamente. En el derecho penal se hacía un uso perfectamente exacto de
esta palabra, limitándola con razón a las indemnizaciones impuestas por el tribunal
del magistrado con los comicios; y decimos con razón, porque semejantes
indemnizaciones dependían del libre arbitrio del magistrado, carácter que era de
esencia en la multa impuesta por este ejerciendo sus facultades coercitivas y que,
en cambio, no acompañaba a las indemnizaciones. Sin embargo, según un uso,
muy lato, es cierto, pero también muy antiguo y general, se llamaba multa a toda
indemnización pecuniaria impuesta a favor de la comunidad, incluso, por tanto, las
legales y las judiciales.

Ya en el libro primero hemos dicho que a la indemnización en favor del


perjudicado por un delito o por un hecho ajeno se le daba en un principio el
nombre de damnum
Cuando fijaba su importe el tribunal, y que cuando lo fijaba la ley se le daba el
nombre con que los griegos designaban los préstamos, esto es ……… , o poena
que es el que usaban las Doce Tablas. Que las indemnizaciones de carácter
privado fijadas por los tribunales eran más antiguas que las fijadas por la ley, es
cosa que resulta de esta misma terminología y que, además, parecerá muy
probable a quien examiné un poco detenidamente la materia. Pero ambos modos
de designar mentadas indemnizaciones perdieron bien pronto su significación
primitiva; la voz damnum, en el sentido dicho, solamente se siguió empleando en
algunas fórmulas técnicas, mientras que a la de poena, sin la forma plural, que era
la originaria, empezó a dársele un concepto y un contenido penal muy amplio y
general, significándose con ella toda clase de retribución o reparación impuesta en
nombre del Estado del autor de cualquier delito, ora público, ora privado. A la
indemnización que hubiera que pagar a los particulares nunca se la designaba con
el nombre de multa; luego que se cambió el significado de la palabra damnum,
estas indemnizaciones se quedaron sin una voz que sirviera para llamarlas
técnicamente; es, lo que acontecía en el derecho de épocas posteriores.

INDEMNIZACIONES IMPUESTAS POR EL MAGISTRADO CON LOS COMICIOS

Si se prescinde de la coerción, difícilmente podrá afirmarse que en el proceso


penal público de los primitivos tiempos se hiciera uso de las indemnizaciones
pecuniarias. Como quiera como los más antiguos delitos públicos eran todos
capitales, claro está que ni los duunviros de la perduelion ni los cuestores de los
parricidios ejercían otra jurisdicción más que la capital, siendo probable que ni uno
ni los otros tuvieran competencia para imponer multas. En las noticias dignas
demás crédito del uso de la provocación, no se habla de esta sino con relación a
la pena capital. también parece que el único procedimiento permitido por el código
delas Doce Tablas era el procedimiento capital, y que ese código no atribuía el
conocimiento de las causas d las multas al concilium de los plebeyos, sino que, en
general, no las admitía.

Del propio modo que toda condena publica había de tener por fundamento una ley
o una costumbre con fuerza de ley, eso mismo hay que decir de toda condena
penal en que se impusiera una multa. Sin embargo, hemos de entender este
principio en el sentido de que, a diferencia de lo que pasaba en el antiguo
procedimiento criminal patricio, cuando la ley tuviera señalaba pena capital, el
tribuno que interviniera en la causa seguida por el moderno procedimiento
plebeyo, tenia, por la costumbre, facultades discrecionales para elegir el tribunal
ante el que había de sentenciarse el juicio y la clase de procedimiento que había
de seguir, pudiendo escoger al efecto, bien el procedimiento capital seguido ante
la ciudadanía plebeya. Las demás autoridades que tenían, en general,
competencia para intervenir en las causas seguidas ante los comicios, es decir,
los ediles curules, los ediles plebeyos y el pontífice máximo, solo ejercían su
jurisdicción en procesos de multas.

Por lo que toca a las modalidades de las multas impuestas por los magistrados
con los comicios, diremos que el magistrado podía elegir entre una multa en favor
del erario romano y una multa a favor dela caja de un templo romano (in sacrum
iudicare). En uno y otro caso dependía del arbitrio del magistrado el fijar el importe
de la multa, igual que cuando esta la imponía el mismo haciendo uso de sus
facultades de coerción; la ley no le podía obligar a imponer la multa en tal o cual
cantidad, pero si podía ponerle restricciones relativas a la materia. Parece que no
se señalaban limitaciones de estas con carácter general; sobre todo, a los tribunos
no se les impusieron jamás restricciones generales de esta clase. Las cifras que la
tradición nos ha trasmitido como indicadores de los limites aludidos oscilan entre
un mínimum inferior al señalado para las multas impuestas por vía de coerción, y
un máximum de hasta un millón de ases (250.00pesetas), considerado como pena
de deshonrosa. Para las multas impuestas por los magistrados encontramos
también límites máximos relativos, v. gr., la mitad del patrimonio del multado, o
1000 sestercios menos de la mitad de este patrimonio; estos límites los señalaban
leyes especiales, en las cuales tenían su fundamento las acciones concedidas por
los ediles. La facultad de resolver en la última instancia cerca de las multas
impuestas le correspondía a la ciudadanía reunida en comicios por tributo, pues es
difícil que pudieran ser llevados los procesos por multas ante la ciudadanía
reunida en comicios por centurias. La ciudadanía se congregaba siempre en estos
casos para confirmar o casar la sentencia penal dada por el magistrado, mas no lo
era permitido modificar dicha sentencia.

ACCIONES PRETORIAS PARA PEDIR UNA INDEMNIZACION FIJA

Las indemnizaciones pecuniarias fijadas por la ley en favor de la comunidad se


encuentran ya en al más antiguo orden jurídico, y bien pronto se empezó a hacer
también uso de ellas en el procedimiento privado; no tenemos, sino que recordar
en el primer respecto el sacramentum, y en el segundo las penas de las doce
tablas.

En todo tiempo se aplicaron con grandísima amplitud. Pero, según advertimos ya


en el libro primero dichas indemnizaciones pecuniarias pertenecían al derecho de
obligación más bien que al penal, por cuanto no se compadecían bien con un
fundamento ético que a este último le sirve de base. Aun cuando era una
exigencia del orden político el que toda culpabilidad moral, en general quedara
extinguida mediante el pago de una suma pecuniaria, sin embargo, este pago no
revestía forma penal, como nos lo demuestra con claridad meridiana la
equivalencia exacta de la cantidad pagada con la culpa o deuda considerada en sí
misma, y sin tener en cuenta las condiciones personales del penado. Pero sobre
todo, el hecho de hallarse amenazada la prohibición de realizar un acto con una
indemnización pecuniaria fija, dejando, sin embargo, en libertad al agente para
ejecutar el acto prohibido con tal de pagar la cantidad fijada, nos demuestra que
en cierto modo la ley penal se convertía en una ley de impuestos. Para poder
incluir en la esfera del derecho penal los actos ejecutados no obstante estar
prohibidos bajo la amenaza de indemnizaciones fijas, fue preciso recurrir al
carácter moral dela acto prohibido a las propósitos de ley; pero los límites entre el
acto moralmente indiferente, el acto moralmente reprobable y el acto punible eran
muy indecisos, y las leyes buscaron a menudo el doble propósito de perseguir la
realización de ciertos actos y además procurar que la comunidad sacara provecho
de ellos. Pero eso se hacía poco uso de las penas pecuniarias fijas en el círculo
aquel, dentro del cual había de tener aplicación completa y plena validez el
derecho penal, y las que se permitía imponer fueron abolidas posteriormente,
como sucedió en los primeros tiempos con la pena impuesta por el delito privado
de injuria, y en época posterior con la pena del delito público de robo de hombres.
En el derecho penal ya bien desarrollado nos hacía uso de las penas pecuniarias
fijas sino para caso de subordinada importancia.

Estas penas pecuniarias fijas tenían siempre por base una ley especial que
regulaba el delito, el procedimiento que se debía emplear y la mediada de
indemnización que el tribunal podía imponer. En el caso de que no se anticipase la
ejecución de tales multas, como sucedía con el sacramentum, podía sustanciarse
la cuestión como una deuda condicional de dinero, igual que pasaba en los casos
de préstamo, siendo al efecto indiferente que la indemnización fuese de las que
habían de recaer en beneficio de un particular o de las que pasaban a poder de la
comunidad; la demanda se designaba con la vos petere, simple o calificada, y la
prestación con la voz, también simple o calificada, daré, sin que se hiciera
mención del carácter delictuoso que tenía la acción. De la propia manera que los
particulares ejercían las acciones privadas que les correspondían por causa de
delito, asi también la comunidad, como ya se ha dicho en el libro II reclamaba el
juicio civil, por medio de sus representantes, las indemnizaciones pecuniarias a
que creyera tener derecho, pudiendo ejercer de tales representantes según lo que
la respectiva ley especial dispusiera, ya un magistrado, ya un simple ciudadano
autorizado para ello. En el primer caso, la ley facultaba a menudo al magistrado
para elegir entre imponer el pago de una indemnización discrecional, quedando
reservada a los Comicios la resolución definitiva sobre el asunto, o bien demandar
en juicio civil la entrega de la multa fijada por la ley. Mientras que para la materia
de impuesto y para todas las demás reclamaciones semejantes que tuviese que
hacer la comunidad no podía hacerse uso del procedimiento civil, debiendo
ventilarse por la vía administrativa cuantas contiendas pudieran suscitarse sobre
estos asuntos, en cambio, tratándose de indemnizaciones pecuniarias, la decisión
de las mismas correspondía al pretor y a los jurados, en lo cual precisamente
residía la importancia política de este procedimiento, ya que, gracias a él ,
encontraba en ciudadano una garantía legal contra la arbitrariedad administrativa.
Cuando se suprimió la institución del jurado, el conocimiento y la resolución de los
asuntos referentes a indemnizaciones pecuniarias debidas a la comunidad –
indemnizaciones con que todavía en los tiempos posteriores se conminaba a los
autores de muchos delitos, especialmente los cometidos por funcionarios públicos
en el ejercicio de su cargo- se verificaba por la vía de la cognición, es decir, por el
procedimiento administrativo. El importe de las indemnizaciones pecuniarias fijas
lo determinaban las correspondientes leyes especiales. Las que habían de ser
entregadas al a comunidad eran a veces tan considerables que el individuo que
tenía que pagarles veía con ello comprometida su existencia de ciudadano, y
parece que no era raro que se usa y abusara de este procedimiento, seguido a
casi siempre por los magistrados, ya ante un solo jurado, ya ante las
recuperatores. El máximum de las indemnizaciones pecuniarias que podía
imponerse en favor dela comunidad era, según nuestros informes de un millón de
sestercios, lo mismo, que en las multas irrogadas, según hemos visto poco ha.
En las leyes municipales encontramos multas de hasta cien mil sestercios, cuando
la aristocracia romana andaba comprometidas en ellas; en otro caso no es fácil
que subieran de la mitad de esta suma. En las decisiones de los tiempos
posteriores, las multas que encontramos se imponían sobre todo a los funcionarios
públicos y a sus ofíciales o subordinados y las cuales se decretaban
ordinariamente en talentos de oro, son muy crecidas la mayoría de las veces.

ACCIONES PRETORIAS PARA PEDIR IMDEMNIZQCIONES ESTIMATORIAS

El tribunal del magistrado con los comicios no podía funcionar como árbitro para
fijar el importe de las indemnizaciones pecuniarias; en cambio sí se podía
proceder a esa regulación discrecional, tanto en el juicio privado como en el
procedimiento por quastiones. De esta manera se imponían algunas veces las
indemnizaciones en favor de la comunidad; mas no era cosa frecuente. En
cambio, esta era la base en que estribaba esencialmente el juicio privado por
cauda del delito. La determinación del importe de la multa se hacía conforme a
ciertas normas legales que implicaban y regulaban el arbitrio discrecional de los
jurados. Es preciso distinguir, tocante a este particular, los daños punibles
causados en bienes ajenos y el procedimiento estimatorio cuya base no fueran
tales daños. En caso de daños causados por delitos de una persona en los bienes
de otra, y, por consiguiente, en caso del juicio privado por causa de hurto o de
daño en las cosas, y en caso de procedimiento por quastiones a acusa de
peculado, de sacrilegio y de repetundis, el tribunal, una vez convencido de la
realidad elementos constitutivos del delito, tenía que proceder a la apreciación
(aestimatio) de la cuantía del daño producido, ósea lo que en términos romanos se
expresaba diciendo cuanti ea res est.

La correspondiente ley especial determinaba el ulterior procedimiento que había


de seguirse con el importe ya fijado.

La indemnización podía limitarse al rembolso de la cantidad estimada en la


manera dicha invirtiendo que a veces no se atendía para ser la estimación del
valor de la cosa, exclusiva ni principalmente, al que esta tuviera al tiempo de
cometerse el delito, sino que se ampliaba más el campo de los juzgadores, los
cuales podían fijarse en el mayor valor que la cosa hubiera tenido dentro de un
periodo terminado tiempo; mas también era posible disponer que el condenado,
además rembolsar el importe del daño causado, pagara una cantidad fija a
manera de multa. Por regla general, en el procedimiento privado por causa de
delito se fijaba como cuantía de la indemnización un múltiplo del importe del daño
causado, ya cuando hubieran concurrido determinadas, sobre todo cuando se
negará maliciosamente el hecho punible cometido, o ya de un modo general, que
es lo que sucedía en caso de hurto. La legislación romana no fue jamás más allá
del cuádruplo del daño producido que es la indemnización fijada para el caso de
hurto privado manifiesto, para el caso de hurto público y para el caso de usura de
dinero. Disposiciones relativas a estos diferentes delitos, disposiciones cuyo pleno
y total desarrollo corresponde al derecho civil y no al penal, nos hemos ocupado,
dentro de los limites indispensables, al tratar particularmente de los mentados
delitos.

Cuando no había la posibilidad de fijar la cuantía de la indemnización teniendo en


cuenta la entidad del daño causa, que es lo que sucedía especialmente con
relación a la injuria, era preciso, luego que cayó en desuso la práctica de que la
ley tuviese fijado el importe de estas indemnizaciones por causa de injuria, era
preciso decimos, que el demandante , al interponer su acción, determinase el
importe de la reparación pecuniaria que pedía ,importe que después el pretor
incluía en la formula, según el rigoroso procedimiento establecido para estos
casos por la ley Cornelia , tal fijación e inclusión del importe indemnizable en la
pretoria tenía un valor absoluto de manera que al tribunal del jurado no le quedaba
más marguen donde elegir sino entre condenar al reo a pagar la suma fijada en la
demanda o absolverlo, quedando por lo tanto este procedimiento en uno de
aquellos ordinarios y que existía una taxatio con máximum infranqueable, más
arriba del cual no podía subir la condena aunque si podía, en cambio, esta bajar
de dicho máximum.

La sustanciación de las confiscaciones en favor de la comunidad y el percibo de


las multas impuestas en beneficio de la misma o en el de un particular estaban en
lo esencial sujetos a las leyes que regían en el derecho civil para la sucesión
universal para las demandas o acciones de créditos deudas ; y en cuanto toca a la
ejecución de las penas pecuniarias privadas, podemos remitirnos a este derecho
civil, por lo que respecta a las ejecución en favor de la comunidad nos fijaremos
ante todo en el aspecto formal de las mismas, y después examinaremos a donde
iba a parar el importe de ellas. Por regla general, la realización de las concesiones
patrimoniales que a la comunidad se le hubieran hecho por vía de pena era una de
las obligaciones de aquel magistrado que hubiera dado validez legal a las mismas;
por lo tanto, si esas concesiones tenían su origen en un juicio en que hubiesen
intervenido los comicios, debía llevarlas a ejecución el magistrado que las hubiera
propuesto a dicha asamblea; sobre todo tratándose de multas irrogadas, cuya
imposición hubiera defendido ante los comisión un magistrado, él era el que las
debía ejecutar; y cuando se tratase de confiscaciones o indemnizaciones cuyo
importe estuviese fijado en un fallo del jurado, ya ejecutado, la ejecución
correspondía al magistrado que hubiera tenido la dirección del juicio. Dentro de la
ciudad de roma, lo general era que la ejecución de las condenas de indemnización
pecuniaria impuestas por el juicio civil la efectuase el pretor urbano, y las
impuestas en el procedimiento por quastiones el magistrado que lo hubiera
dirigido; y por lo que hace a los juicios análogos seguidos fuera de roma, no
podían menos de existir también disposiciones semejantes, aun cuando no
sabemos nada seguro respecto del particular. Claro está que para proceder a la
ejecución era requisito indispensable que el fallo fuera plenamente ejecutivo;
parece que constituyo una agravación especial de los procesos de repetundis el
que comenzarse el periodo ejecutivo de los mismos tan pronto como los jurados
hubiesen respondido afirmativamente a la cuestión de hecho y antes que hubiera
sido fijada, mediante la aestimatio, la cantidad que había de entregar al reo en
concepto de pena.

En los casos de confisccaancion del patrimonio, la toma de posesión delos bienes


por el estado seguía las conocidas reglas generales; y en el supuesto de que la
confiscación recayera sobre una parte tan solo del patrimonio, el procedimiento
debía de ser también el mismo, puesto que no tenemos noticia de las fuentes
hablen de variación alguna. tratándose de indemnizaciones pecuniarias, la
ejecución tenía lugar requiriendo el magistrado correspondiente al condenado para
que depositase la totalidad de la suma, sobre cuyo importe y suficiencia resolvía el
dicho magistrado a su arbitro; en los procesos de repetundis, el tribunal fijaba el
importe que debía depositar, calculando lo que podía necesitarse para responder
de la resultas del juicio; esto era lo que se llamaba prestar fianza (praevides-
praedes). Recibía está el magistrado encargado de la dirección del erario, que era,
en la época republicana, el cuestior, y en lis tiempos posteriores el pretor o los
prefectos del erario. Según el sistema romano, esta constitución de fianza
equivalía al pago. Si el condenado no la prestaba, entonces, según el
procedimiento antiguo, que todavía se aplicó en el juicio de la multa seguido
contra L. Escipion el año 570-184, se le sometía a la prisión personal por deudas.
Ya las leyes de la época de los gracos parece que no conocían esta prisión por
deudas, que quizás fuese abolida en el plazo intermedio por una ley que dulcifica
el procedimiento ejecutivo por causa de peticiones hechas en favor de la
comunidad, si bien es de advertir que todavía continuaba aplicándose en el
derecho privado, aun cuando dentro de reducidos limites, la adictio, de la cual no
se habla jamás, que yo sepa, en los tiempos posteriores como impuesta por causa
de créditos públicos. Por el contrario, en la época del imperio se aplicaron a las
reclamaciones o créditos fiscales de toda especie los medios coactivos contenidos
en el derecho de coercicion de los magistrados, a saber, el arresto, la multa y la
prenda.

Tanto la confiscación de bienes como el hecho de no cosntituir fianza, dando lugar


con ello a que se tomara posecion del patrimonio y la declaración del corcurso. La
sustanciación d este concurso, que preparaba y regulaba el magistrado encargado
de la ejecución, encomendado al cuestor la resolución del mismo, no se
diferenciaba de la sustanciación general de los demás concursos; en la época
republicana se llevaba a afecto, regularmente, por medio de una venta total de los
bienes que se anunciaba al público (procriptio bonorum). Pero como, con esto, la
principal ganancia iba a caer, ordinariamente, en beneficio del licitador, en los
tiempos de los emperadores, cuando se había implantado una administración más
celosa de la hacienda pública, hubo de prescindirse a menudo de la subaste. En
todo caso, al embargar el patrimonio en una persona era preciso tener en cuenta
para respetarlas, las pretensiones y reclamaciones de otra índole que se pudieran
entablar contra el mismo, siendo también de advertir que, además de las reglas
concerniente a todo concurso, habían de tenerse presentes estas dos: primera,
que en las causas de repetundis, y quizá también en las algunas otras, el estado
no llevaba a efecto la ejecución en su propio beneficio, sino en el concepto de
representante de las personas a quienes el reo hubiera perjudicado, por lo que si
recibía en pago las cantidades respectivas, o se hacía cargo, en caso preciso, de
las rentas o intereses del patrimonio embargado, era con el fin de ponerlas en
manos de las personas con derecho a ellos; segunda, que de la suma obtenida
por la ejecución había que detraer el importe de los premios o recompensas
ordenados ´por la ley o concedidos libremente por el tribunal a los acusadores.

Estos preceptos generales no se aplicaron a las indemnizaciones procedentes de


los juicios seguidos con arreglo a las antiguas costumbres, ni tampoco a las
multas por vía de pena, impuestas por los ediles.
El sacramentum, ósea la indemnización publica procedente del procedimiento
privado, es bien sabido que, según el primitivo orden jurídico, donde se imponía el
pago de las multas en animales, no se le tomaba por medio de embargo a la parte
vencida en juicio, sino que, como era una condición de esta el que ambas partes
litigantes habían de prestar de antemano dicho sacramentum a modo de fianza
para estar a las resultancias de la causa, es claro que, terminado el asunto, se le
devolvía al litigante vencedor lo entregado. Cuando las multas en animales fueron
remplazadas por las en dinero, la regla a que nos acabamos de referir continuo sin
experimentar, en principio, variación alguna, pues ambos litigantes tenían que
prestar fianza por el importe de la cantidad que se ventilara (praedes), lo que
equivalía jurídicamente a la prestación del sacramentum. Pero en este nuevo
procedimiento era preciso detraer, de la fianza que hubiera constituido la parte
vencida en el pleito, el importe de la indemnización, y esta detracción no la
realizaban los cuestores, sino unos magistrados de orden inferior, los triunviros
capitales, debido indudablemente a que el jefe de la caja de la comunidad no
debía tener a cargo suyo el cobro de estas cantidades de tan pequeña
importancia.

Según ya se ha dicho en el libro segundo, en las causas por acciones de que


conocían los ediles con los comicios, las leyes penales especiales que trataban
del asunto dejaban en libertad al magistrado que ganaba el litigio para que,
excepcionalmente y como compensación de su trabajo, que si era beneficioso
para la comunidad también era muy ingrato y penoso, en vez de entregar al Erario
el dinero procedente de las multas, lo destinara a fines sacrales, pero de manera
que mediante tal judicacion in sacrum, viniera a quedar empleado en beneficio del
propio magistrado, lo mismo que lo hacían los jefes del ejército con el botín de
guerra. Haciendo los ediles uso de estas atribuciones suyas, embellecieron
frecuentemente o construyeron con el producto de estos fondos procedentes de
procesos, los templos de la ciudad de Roma, y también organizaron y dieron
muchas veces con dicho dinero fiestas populares en honor de los dioses. En las
ordenanzas municipales estaba precisamente mandado que los magistrados
habían de dar el destino de que acabamos de hablar a los dineros procedentes de
las referidas multas penales o una parte de ellos durante el principado ya no se
hacía uso de esta autorización, condicionada por la demanda interpuesta ante los
comicios.

Quédanos todavía por decir a que cajas públicas iba a parar el producto de las
multas penales de referencia, o lo que es igual, hasta qué punto ese dinero, en
vez de ser entregado en el Erario, ingresaba en las cajas especiales de los
templos, y posteriormente en el físico imperial.

Tocante al empleo en fines sacrales de las adquisiciones pecuniarias o


patrimoniales que por causas de delito hiciera la comunidad, podemos remitirnos a
lo que ya tenemos expuesto. En los tiempos antiguos, la comunidad dedicada
regularmente a los dioses estas ganancias poco agradables. Pero en los tiempos
históricos ya no se hacía uso de la aplicación para fines sacarles. Los dineros
penales que los ediles retenían con el propósito de aplicarlos a estos fines había
que emplearlos en algo conforme s su destino, y en los tiempos antiguos
posteriores del Imperio, una parte cuando menos de las multas impuestas
violación de sepulturas y otros actos análogos iba a parar a la caja de los
pontífices; sin embargo, lo más corriente era que los intereses adquiridos por el
Estado por motivos de delitos ingresaran en la caja del Estado.

Según el régimen propio del principado, el príncipe no tenía derecho a percibir


ninguno de los ingresos d la comunidad sino en cuanto los mismos le estuvieran
destinados especialmente a él, lo cual no sucedía con los fondos procedentes de
adquisiciones penales. Era un efecto del carácter odioso de tales ingresos el que,
si bien en los casos concretos se destinaba a menudo al emperador del producto
de las multas penales, sin embargo, nunca se decretaba este destino de una
manera directa y general. No hay nada más cierto que el ingresar en la caja
privada (fiscus) del emperador los bienes hechos efectivos y los dineros
procedentes de sentencias penales, aun cuando en realidad no fuese una cosa
que saltara mucho a la vista ni tuviera demasiada importancia, sin embargo, no
dejaba de ser una usurpación bajo el respecto jurídico. Augusto se abstuvo, por
excepción, de semejantes usurpaciones, lo mismo que hizo también Tiberio
durante los mejores años de su reinado. Respetaron el principio también Trajano,
Adriano y aun Marco; si Tiberio lo quebranto durante la época de su mando
despótico, y a partir de entonces faltaron a él innumerables veces los soberanos,
incluso los mejores, sin embargo, el principio continuó sin ser derogado. Esta
derogación del mismo es probable que la llevara a cabo aquel emperador, cuyas
confiscaciones colectivas superaron los límites a que habían llegado las de todos
sus antecesores y a que llegaron las de sus sucesores, esto es, el emperador
Severo. La jurisprudencia de os tiempos posteriores a él enseña regularmente que
los bienes procedentes de multas y sentencias penales deben ir a parar al fisco.
Lo opuesto a este, o sea el Erario, perdió inmediatamente después su anterior
importancia, descendiendo al rango de una caja local del estado, de índole
asesoría, y en cambio la caja del emperador, que nominalmente era una caja
privada, vino a convertirse en realidad en la caja del reino.

En los casos de ejecución de las penas de confiscación de bienes en beneficio del


Estado, los directores del Erario tenían alguna participación durante la época
republicana, según ya hemos visto, supuesto que ellos eran los que tenían que
reclamar y percibir los créditos líquidos de esta especie que hubiera, lo mismo que
todos los demás créditos de la comunidad, y a ellos les incumbía también la
realización de los bienes del concursado una vez declarado el concurso por el juez
penal. En principio, cuando hemos durante la primera época del imperio, el estado
de cosas acerca de particular continúo siendo el mismo. Pero una vez establecido
el principado, hubo de trasladarse los nuevos monarcas y a sus procuradores el
derecho de percibir los créditos de la comunidad, lo que trajo consigo una
agravación muy sensible, aun cuando solo fuera de hecho y no de derecho, del
procedimiento a que nos referimos, ya de por si fuertemente gravoso y opresor,
contribuyendo esto seguramente a despertar la odiosidad que, que sobre todo en
los tiempos posteriores, se sentía hacia los procuradores subalternos del
emperador, o sea hacia los Caesariani, de tan mala fama. Para los casos peores,
los d embargo o confiscación de bienes, ya fuese decretado ese embargo por
sentencia judicial, ya originado por insolvencia del obligado a hacer una
prestación, parece que el procedimiento se modificó en principio, al menos en el
derecho de los posteriores tiempos del Imperio. Los bienes de las personas vivas
no podían ser embargados tampoco ahora sino en virtud de una providencia
judicial que implícita o expresamente decretase dicho embargo, providencia que, a
lo que parece, el juez penal que ya hubiera dictado ponía oficialmente en
conocimiento del correspondiente procurador. Por el contrario, para proceder al
embargo de bienes después de la muerte del culpable, sobre todo si este se
hubiera suicidado después de estar confeso o pendiente todavía la causa , y
principalmente cuando se llevan a efecto las consecuencias de la perduelion
después de la muerte del perduellis, y , por lo tanto no se imponía efectiva y
realmente la pena capital, prese que No se dictaba sentencia penal de ninguna
clase, sino lo único que hacía era proceder a la confiscación del caudal relicto por
el difunto, sencillamente como si se tratara de un proceso fiscal en que fueran
partes, de un lado, los herederos del reo o cuales quiera otras personas que
poseyeran sus bienes, y de otro lado los funcionarios imperiales de Hacienda a los
cuales correspondía de derecho la facultan de resolver el asunto.

Además, aun en los casos en que estos funcionarios solamente les competía la
facultad de proceder a incautarse de las cantidades impuestas por vía de pena o
del patrimonio de sujeto, eran ellos realmente los que se arrogaban el derecho de
dar la resolución, siendo tantos y tan extensos los abusos cometidos en la materia,
que llegaron a convertirse en sistema y a hacerse perdurables, como nos lo
demuestran las repetidas leyes que se promulgaron con el intento de reprimirlos.

Cuando la pena de privación de bienes patrimoniales no pudiera ser ejecutada por


carecer de ellos el culpable, se la sustituía regularmente, según las prescripciones
de la época posterior, por la de castigos corporales, si los reos fueran individuos
no libres y pobres, y algunas veces por la condena a las minas.

Toda pena de privación de bienes, lo mismo las de derecho público que las de
derecho privado, quedaba extinguida si el culpable moría antes que fuera
interpuesta la correspondiente acción. Exceptuabanse los casos de perduelion y
herejía, por cuyos delitos se podía ejercer la oración penal aun después de muerto
el delincuente, y también se exceptuaban aquellas acciones que entraban en el
campo del derecho penal sin pertenecer a él propiamente, por no tener su origen
en delitos, las acciones en causas de repetundis, las cuales, por su esencia,
entraban en la esfera de la condictio, y todas las demás acciones semejantes
enlazadas anómalamente con el furtum. Pero si los herederos del culpable no
tenían obligación de prestar la indemnización correspondiente al delito cometido
por este, en cambio podía ejercer contra ellos una acción civil de índole no
delictiva, para pedirle la devolución de los bienes que hubieran adquirido del
premuerto, y los cuales procedieran del delito ejecutado por el mismo. De igual
manera podía también quedar obligada la comunidad a hacer entrega de las
adquisiciones que hubiera hecho por causa de delito.

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