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Por estos días me ha tocado escribir mucho y decir frases que. Creo que nadie
que conozca seriamente nuestra disciplina puede ignorar que, de forma
manifiesta o evidente, la filosofía guarda una relación con los movimientos
sociales, al menos si hemos de considerar a estos, como la síntesis de un
conjunto de ideas, teóricas y prácticas, que devienen acción social,
movimiento, transformación. Es decir, se trata de entender y dejar en claro de
una buena vez, contra toda asepsia académica, el carácter histórico social e
ideológico del discurso filosófico.
En lo que voy a exponer, dada la brevedad del tiempo, trataré de marcar tres
aspectos que quiero compartir con ustedes:
Sobre el primer aspecto, entiendo, con Kant y con toda una tradición anclada a
la modernidad, a la filosofía como ontología del presente 1; Una ontología del
1
...Lo que hace que yo no sea filósofo en el sentido clásico del término –quizá, no sea filósofo en
absoluto, en todo caso, no soy un buen filósofo-es que no me interesa lo eterno, lo que no cambia; lo
que permanece estable bajo lo cambiante de las apariencias, me interesa el acontecimiento. El
acontecimiento nunca fue una categoría filosófica, excepto, quizá, para los estoicos, para quienes era un
problema lógico. Pero una vez más. Nietzsche fue el primero en definir la filosofía como actividad que
pretende saber lo que pasa y lo que pasa ahora (...) Se trata de responder a las preguntas: ¿quiénes
somos? Y ¿qué es lo que ocurre? que son dos cuestiones muy diferentes de las cuestiones tradicionales:
¿qué es el alma?, ¿qué es la eternidad? Filosofía del presente, filosofía del acontecimiento, filosofía de lo
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que ocurre.
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“Desde Platón y, todavía más, desde Descartes, una de las cuestiones filosóficas más
importantes fue saber en qué consiste el hecho de mirar las cosas, o más bien saber si lo que
vemos es verdadero o ilusorio; si estamos en el mundo de lo real o en el mundo de la mentira.
La función de la filosofía es delimitar lo real de la ilusión, la verdad de la mentira”, Michel
Foucault, “La escena de la filosofía”, en Dits et ecrits [traducida al español como Obras
esenciales], Estética, ética y hermenéutica, Paidós, 1999, p.149.
3
Ángel Gabilondo, El discurso en acción: Foucault y una ontología del presente, Barcelona,
Anthropos, 1990.
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Las dos grandes doctrinas o proyectos políticos del siglo XIX, el socialismo
“científico” y el liberalismo “democrático”, estructuraron sus proyectos de
cambio social sobre ideas en torno a la naturaleza y fines del hombre. ¿Cómo
podemos entender estos tópicos sin una perspectiva filosófica?
Más allá del debate sobre el destino de las dos grandes utopías de la
modernidad, lo que nos interesa ahora es volver a poner en cuestión la
compleja relación entre la filosofía y los movimientos sociales. Entendiendo por
estos no sólo aquellos que reivindican la transformación radical de la sociedad,
sino causas menos universales, pero igualmente necesarias -y, sí reparamos,
también implican cierto deseo de universalidad- como el ecologismo, el
feminismo o el pacificismo, por mencionar sólo algunos de los movimientos
sociales que hoy poseen un carácter global, pero que también se singularizan
en acción local.
Una de las preguntas que quizás aparece como transfondo de todo cuanto se
ha hablado hoy quizás refiera una inquietud singular y colectiva en los tiempos
de la post-verdad y que acaso cuestione su carácter político: ¿Incide o puede
incidir la filosofía en la realidad social? ¿Puede la filosofía ofrecer un servicio
de esclarecimiento para la transformación práctica de las relaciones sociales?
Las respuestas tienen que ver, entre otras muchas líneas explicativas, con la
concepción de la filosofía que se asuma. Si la filosofía es considerada mero
discurso teórico, conocimiento ligado a los espacios cerrados de la académica -
la “Torre de Marfil” que enuncian sus críticos, la filosofía no puede fundamentar
ninguna acción real, pues es incapaz de conectar el saber teórico con la
necesidad práctica. Además, si esta o estas filosofías se encuentran
encerradas en sí mismas y no son capaces de ver más allá, de vincularse con
otras disciplinas que explican lo social, la imposibilidad es evidente.
Se trataría, en este caso, de una función comunicativa, pero, más allá de eso
de un posicionamiento político desde la dialogicidad propia de sus
fundamentos. Si en el mundo de la sociedad-red, sociedad de la información o
cualquiera de sus metáforas, un programa de talk show o un noticiero puede
ser un orientador moral o político, ¿porqué la filosofía no podría reivindicar su
derecho a la palabra? Romper nuestro auto-aislamiento, origen de gran parte
de nuestra frustración, es quizás una de las primeras tareas antes de pensar en
encabezar la futura revolución. Ni pensar que la universidad o las instituciones
educativas sean el motor definitorio de ese cambio. La filosofía se juega en
otros espacios pues, de vez en vez, es capaz de romper el dispositivo y
generar novedades.