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Filosofía y movimientos sociales


Rolando Picos Bovio
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Autónoma de Nuevo Ldeón

Por estos días me ha tocado escribir mucho y decir frases que. Creo que nadie
que conozca seriamente nuestra disciplina puede ignorar que, de forma
manifiesta o evidente, la filosofía guarda una relación con los movimientos
sociales, al menos si hemos de considerar a estos, como la síntesis de un
conjunto de ideas, teóricas y prácticas, que devienen acción social,
movimiento, transformación. Es decir, se trata de entender y dejar en claro de
una buena vez, contra toda asepsia académica, el carácter histórico social e
ideológico del discurso filosófico.

La cuestión no es sólo coyuntural. Hace tiempo que la liquidez moderna


(Bauman dixit) alcanzó a la filosofía. Desde entonces el nihilismo que la
acompaña la desustancializó de sus fines más evidentes: servir de guía, de
orientación, para la existencia humana como lo refiere Pierre Hadot en ese
hermoso libro que es obligatorio leer: ¿Qué es la filosofía antigua?. Es cierto,
evocando el espíritu del 68, que, pese al conservadurismo académico que de
hoy se alimenta, el carácter político no ha abandonado la filosofía. Jamás lo
hizo. No podríamos entender el proceso mismo del desarrollo de la modernidad
sin la referencia a sus teóricos: occidente ha construido sus categorías políticas
fundamentales en una reflexión que imbrica la identidad y la alteridad.

La politicidad es entonces un rasgo fundamental de la filosofía. Por tal, la


referencia a la comunidad es insoslayable y, aunque el discurso filosófico
adopta generalmente un tono personal, subjetivo, existencial, la reflexión se
despliega en un fondo colectivo: el horizonte de vida de los sujetos en
contextos histórico-sociales determinados.

Entiendo que el marco general de referencia de este coloquio es la relación


entre la filosofía y los movimientos sociales. Para el imaginario posmoderno -no
me dejará mentir el profesor Bucci- tal cuestión no sólo es extraña, sino
enfermiza. El fin de los meta relatos entraña el fin de las utopías: la empresa
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moderna es vista en esa perspectiva y la política se reduce, en muchos


sentidos, a la voluntad individual y pragmàtica.

En la era de la virtualidad es verdad que el declive del actor político pràxico,


presencial y físico, ha modificado sustantivamente nuestra concepción de la
política, lo político y su utilidad. Las redes se han convertido en una extensión
del campo de la política y lo político y, al mismo tiempo, sometidas a toda
suerte de manipulación, han limitado su impacto real. En torno a la relación
clásica entre la teoría y la práctica, el actor social posmoderno genera intensos,
pero generalmente poco efectivos debates en la nueva aldea global. No
obstante, no puede afirmarse que la internet y las redes sociales no
constituyan, per se, un nuevo campo de la acción política.

La reflexión sobre la política es, cuestión filosófica, pero no puede pretender


exclusividad analítica. El análisis filosófico sobre lo político, fundamentado
como filosofía política o filosofía de lo político incorpora la esfera ética-
axiológica, epistemológica y metafísica en el análisis y funcionamiento de los
fines de la política. Sobre estas líneas, y otras más, puede trazarse, creo, la
relación entre la filosofía y los movimientos sociales considerados en su
dimensión histórica.

En lo que voy a exponer, dada la brevedad del tiempo, trataré de marcar tres
aspectos que quiero compartir con ustedes:

1.- La naturaleza política de la filosofía y la filosofía como “ontología del


presente”
2.- La filosofía como ideología y como proyecto político
3.- Las revoluciones filosóficas y las revoluciones políticas.

Sobre el primer aspecto, entiendo, con Kant y con toda una tradición anclada a
la modernidad, a la filosofía como ontología del presente 1; Una ontología del
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...Lo que hace que yo no sea filósofo en el sentido clásico del término –quizá, no sea filósofo en
absoluto, en todo caso, no soy un buen filósofo-es que no me interesa lo eterno, lo que no cambia; lo
que permanece estable bajo lo cambiante de las apariencias, me interesa el acontecimiento. El
acontecimiento nunca fue una categoría filosófica, excepto, quizá, para los estoicos, para quienes era un
problema lógico. Pero una vez más. Nietzsche fue el primero en definir la filosofía como actividad que
pretende saber lo que pasa y lo que pasa ahora (...) Se trata de responder a las preguntas: ¿quiénes
somos? Y ¿qué es lo que ocurre? que son dos cuestiones muy diferentes de las cuestiones tradicionales:
¿qué es el alma?, ¿qué es la eternidad? Filosofía del presente, filosofía del acontecimiento, filosofía de lo
3

presente trata de establecer ya no el valor o la legitimación del conocimiento de


lo real,2 (la senda epistemológica en que descansa la filosofía en Occidente),
sino de comprender la manera en que, a través de distintas prácticas, se han
consolidado y legitimado nuestros saberes. Ontología o filosofía del presente
donde la función de la filosofía es delimitar lo real de la ilusión, la verdad de la
mentira.

Lo que quiero subrayar, sin negar el valor que el conocimiento de la tradición


filosófica tiene, es que la naturaleza política de la filosofía implica, en tanto
análisis del presente y filosofía de la acción, como señala Julián Sauquillo
(1990), la posibilidad de: “…definir las condiciones en las que el hombre
problematiza lo que es y lo que hace, y el mundo en el que vive” (1990, p.36),
pues, -sigo con Sauquillo, “…no se trata de legitimar lo que ya se sabe y
saciarse con lo supuestamente pensado, ignorando el auténtico sentido que
para Foucault tiene la actividad filosófica: <<el trabajo crítico del pensamiento
sobre sí mismo>>.3

La filosofía es, independientemente de que la podamos asumir como


pretensión de verdad, al mismo tiempo expresión de intereses,
Weltanschauungen, concepciones del mundo y, en ese sentido, es ideológica.
Las ideas filosóficas entran en el campo de combate de lo político, de lo social,
de lo cultural. En sus dimensiones antropológicas, éticas, estéticas, etc.,
forman parte de las plataformas y proyectos de partidos políticos, asociaciones,
comunidades y toda forma colectiva de acción que busca incidir en la toma de
decisiones de la vida colectiva. Si la política es electiva es ideológica. ¿Quién
pudiera afirmar, por ejemplo, que la democracia moderna no se sustenta sobre
fundamentos ideológicos, o que las dictaduras o regímenes autoritarios, los
pasados y los presentes, han desterrado la ideología de sus normas de acción?

que ocurre.
2
“Desde Platón y, todavía más, desde Descartes, una de las cuestiones filosóficas más
importantes fue saber en qué consiste el hecho de mirar las cosas, o más bien saber si lo que
vemos es verdadero o ilusorio; si estamos en el mundo de lo real o en el mundo de la mentira.
La función de la filosofía es delimitar lo real de la ilusión, la verdad de la mentira”, Michel
Foucault, “La escena de la filosofía”, en Dits et ecrits [traducida al español como Obras
esenciales], Estética, ética y hermenéutica, Paidós, 1999, p.149.
3
Ángel Gabilondo, El discurso en acción: Foucault y una ontología del presente, Barcelona,
Anthropos, 1990.
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Las dos grandes doctrinas o proyectos políticos del siglo XIX, el socialismo
“científico” y el liberalismo “democrático”, estructuraron sus proyectos de
cambio social sobre ideas en torno a la naturaleza y fines del hombre. ¿Cómo
podemos entender estos tópicos sin una perspectiva filosófica?

En algún momento, sin embargo, la palabra “ideología”, comenzó a ser


desterrada del vocabulario social, al entenderse expresamente como falsa
conciencia o sinónimo de mentira. Filosofía e ideología se volvieron,
aparentemente, términos irreconciliables tanto en la tradición marxista como en
la positivista. Sin embargo, la filosofía marxista y su homóloga liberal, ambas
con pretensiones de verdad, nunca dejaron su núcleo ideológico. Hoy, por otra
parte, y en sentido peyorativo, se habla de “ideología de género”: ¿significa
todo ello que tal cuestión es mentira? El tema de las ideologías es motivo hoy
de un profundo debate.

Las revoluciones filosóficas siempre antecedieron a las revoluciones políticas.


La Ilustración es un claro ejemplo del proceso mediante el cual se construyen
los fundamentos de los movimientos sociales y políticos. Uno de los elementos
de análisis más interesante constituye, sin duda, la reflexión crítica del papel de
los intelectuales en el desarrollo de las ideas políticas en que se sustentan la
acción histórico-política en los procesos revolucionarios y/o de cambio social.
Una línea de comprensión sobre la relación dialéctica entre la teoría y la
práctica políticas la podemos encontrar, desde la perspectiva marxista, en los
trabajos de Antonio Gramsci que, como saben las y los pedagogos, tienen una
profunda repercusión en el campo educativo concebido como campo de lucha
político-ideológica. Desde una visión reductiva que, sin embargo vincula la
filosofía y la política, aunque subordina a la primera a las necesidades de la
segunda, la encontramos en Althusser, en su texto “La filosofía como arma de
la revolución”.

La filosofía, lo sabemos, se encuentra presente en la obra de Carlos Marx. De


los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 al Capital, una serie de textos
dan cuenta de los sentidos en que Marx asume el carácter de la filosofía en
relación con los movimientos sociales. En La miseria de la filosofía (1847) Marx
critica la filosofía contemplativa, ajena al mundo y la perfila más bien como
herramienta teórica al servicio de un proyecto emancipador. Ya anteriormente
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en su tesis XI sobre Feuerbach menciona lo que para muchos parece el quid


para juzgar un imaginario: “Hasta ahora los filósofos no han hecho más que
interpretar el mundo, de lo que se trata es de transformarlo”.

Más allá del debate sobre el destino de las dos grandes utopías de la
modernidad, lo que nos interesa ahora es volver a poner en cuestión la
compleja relación entre la filosofía y los movimientos sociales. Entendiendo por
estos no sólo aquellos que reivindican la transformación radical de la sociedad,
sino causas menos universales, pero igualmente necesarias -y, sí reparamos,
también implican cierto deseo de universalidad- como el ecologismo, el
feminismo o el pacificismo, por mencionar sólo algunos de los movimientos
sociales que hoy poseen un carácter global, pero que también se singularizan
en acción local.

La filosofía da elementos para entender la aparición de nuevos fenómenos


sociales en la línea de su continuidad y su cambio.

Una de las preguntas que quizás aparece como transfondo de todo cuanto se
ha hablado hoy quizás refiera una inquietud singular y colectiva en los tiempos
de la post-verdad y que acaso cuestione su carácter político: ¿Incide o puede
incidir la filosofía en la realidad social? ¿Puede la filosofía ofrecer un servicio
de esclarecimiento para la transformación práctica de las relaciones sociales?
Las respuestas tienen que ver, entre otras muchas líneas explicativas, con la
concepción de la filosofía que se asuma. Si la filosofía es considerada mero
discurso teórico, conocimiento ligado a los espacios cerrados de la académica -
la “Torre de Marfil” que enuncian sus críticos, la filosofía no puede fundamentar
ninguna acción real, pues es incapaz de conectar el saber teórico con la
necesidad práctica. Además, si esta o estas filosofías se encuentran
encerradas en sí mismas y no son capaces de ver más allá, de vincularse con
otras disciplinas que explican lo social, la imposibilidad es evidente.

Surge pues, la pregunta: ¿Bajo qué condiciones la filosofía es capaz de


conectarse a lo social, de abrirse finalmente a la otredad? No se trata, para no
confundirnos aquí, de prefigurar una noción de “utilidad” instrumental de la
filosofía, como se nos exige cada vez más en los programas educativos, o de
hacer de la filosofía la fundamentación del activismo político. La cuestión es
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tratar de entender el nexo de la reflexión filosófica con las necesidades y


problemas sociales en el sentido de la capacidad que esta tenga para describir
y analizar el mundo.

Es claro que el discurso filosófico contemporáneo aborda ampliamente los


fenómenos relativos a la política contemporánea, como lo muestran los amplios
análisis de la obra de Habermas y otros filósofos de la política, lo que es más
complejo en entender de qué forma las herramientas teóricas de la filosofía se
pueden convertir en herramientas prácticas para la acción política en el
contexto de nuestras sociedades hipercomunicadas, posmodernas y un tanto
desesperanzadas.

Este coloquio ha tenido como motivo central la alusión a los movimientos


sociales porque en el fondo, no se trata solamente de evocar con nostalgia los
heroicos, utópicos y románticos tiempos del 68, sino, sobre todo, tratar de
entender el sentido de los que hoy se suceden en México y en el mundo. No
porque la filosofía defina y guíe toda orientación de cambio social, sino que, por
lo menos, nos deje en la posibilidad de entender el eje de sus razones o
sinrazones.

Se trataría, en este caso, de una función comunicativa, pero, más allá de eso
de un posicionamiento político desde la dialogicidad propia de sus
fundamentos. Si en el mundo de la sociedad-red, sociedad de la información o
cualquiera de sus metáforas, un programa de talk show o un noticiero puede
ser un orientador moral o político, ¿porqué la filosofía no podría reivindicar su
derecho a la palabra? Romper nuestro auto-aislamiento, origen de gran parte
de nuestra frustración, es quizás una de las primeras tareas antes de pensar en
encabezar la futura revolución. Ni pensar que la universidad o las instituciones
educativas sean el motor definitorio de ese cambio. La filosofía se juega en
otros espacios pues, de vez en vez, es capaz de romper el dispositivo y
generar novedades.

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