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Ediciones Destino Coleccién imago mundi Volumen 105 No sabria decir si el espfritu del presente libro responde més al titulo o al subtitulo, ni si alienta mas en el cuerpo del volumen o en los excursos. Para mi, el punto de partida fue sin duda el texto del Quijote; el punto de legada quisiera ser un estilo mas rigu- oso y pertinente de editar las grandes obras del Siglo de Oro. Con un carril para los cervantistas (yo no lo soy) que quieran acompafiarme a lo largo del camino: Ia consideracién de los pro- blemas textuales se impone como labor previa a cualquier género de estudio sobre el Quijote. La fatigosa minuciosidad de muchas paginas no debiera encu- brir que mi propésito ha sido menos resolver esos problemas {que situarlos en los terrenos que les son propios. Pocas de las cuestiones que abordo se examinan aqui de manera suficiente, no digamos exhaustiva. En bastantes casos, mi intencién y mis fuerzas han llegado tnicamente a desbrozar los mgteriales y deli- near el marco en que hay que contemplarlos. Porque es instil, por ejemplo, preguntarse por el plan primitivo del relato de 1604 y por sus vicisitudes, sin recorrer uno a uno los pasos que usualmente seguia entonces una obra desde la pluma del escritor hasta las manos del lector: borradores, original (es decir, copia en limpio por un amanuense), revisién o revisiones del autor, cen sura, manipulaciones de la imprenta... A cuento de la elaboracin del Ingenioso bidalgo en concreto, he razonado un par de hipstesis (de primero y de segundo grado) que podrn ser acertadas 0 no. No pongo en ello mayor empelio, pero si expreso mi seguridad de que cl asunto sélo se deja enfrentar con éxito dentro de las coordenadas que trazo, restituyendo los datos literales y los indi- cios literarios particulares a las eircunstancias hist6ricas de unos modes de escritura y produccién, Este libro, asi, va y viene como buenamente puede entre el titulo y el subtitulo. Para hacer justicia al titulo, muchos temas que toco y muchos més que postergo (en especial relativos al Ingenioso cabatlero) tendria que haberlos tratado en el cuerpo del volumen ya la misma escala de los excursos, con la misma lente 10 PL TEXTO DEL «oUNOTES de aumento que es ineludible aplicar a todas y cada una de las paginas y las lecciones del Quijote, En los excursos més llamati- vamente, se notari que apenas paso de los prédromos de la Pri- ‘mera parte: la confeccién en los talleres de Juan de la Cuesta; el primer pliego, con las dos composiciones de la Tasa y la dedica- toria apécrifa; el titulo de la novela, el apellido del protagonista cen las primeras lineas... No obstante, incluso cuando pongo el acento en puntos aparentemente menudos y muy circunscritos, mi esperanza es orientarlos hacia una perspectiva més vasta: sciialarlos en unos lugares del Quijote para poder reconocerlos y valorarlos en otros lugares del Quijote y en otras obras maestras. ‘Todo aqui se queda en preliminares, a la vez al texto de Cervan- tes ya una buena ecdética del Siglo de Oro. Por euitica entiendo (diselpese que me cite) «una vsién com- pleta y articulada, por mas que siempre provisional, reajustable y reajustada caso a caso, del conjunto de operaciones intelectuales yy materiales anejas al designio de transvasar un diseurso desde un Sistema de referencias hasta otro, desde los cédigos de una cultura hasta los de otra, y de cuales son las implicaciones de cada una de tales operacionés para cl comprometido e imprescindible equili- brio entre la voluntad del escritor, las singularidades de la obra y las conveniencias de los receptores». En un hecho ecdético confluyen siempre elementos de diversa entidad, y al editor le es necesario tomarlos en cuenta todos, y Jos unos en funcién de los otros. Un factor textual puede estar en __cualquier parte. No cabe dudar, pongamos, de que la dispor “Tidad y el precio del papel (que Cervantes consignaba con pun- tualidad cuando comisario de abastos, y que hasta introduce en Ja trama, «en las entrafias de Sierra Morena») condicionaron en mas de un aspecto la composicién literaria del Ingeniaso bidalgo (bastaria recordar que el novelista escribia sin puntos y aparte), como condicionaron luego poderosamente la composicién tipo- grifica, con todo su cortejo de consecuencias textuales. Pero la disponibilidad y el precio del papel siguen condicionando hoy el caricter de las ediciones del Quijote, que pueden y deben ofrecer soluciones textuales distintas segiin los destinatarios a quienes se dirijan y, por lo mismo, segiin los planteamientos econdémicos que las hagan viables. La disponibilidad y el precio de! papel son PROLOGO 1" datos ecd6ticos: cémo y en qué medida en cada momento, ha de decidirlo el editor. ih ~~ Cuando digo ecdética, pues, pienso antes en una actitud que en 1una diseiplina que por ahora habita menos en la realidad que en el, deseo y que, en cualquier caso, tendrfa que ser « miento eedético pleno, porque su concentracién en una parcela diminuta ha cegado para mirar a horizontes mayores. ‘También ha tenido sus periodos de miopia y ensimismamiento Ia que Fredson Bowers bautiz6 en 1952 como «textual bibliography». La bibliografia textual (ctiqueta que en romance parece opor- tuno ir alternando con tipofilologia) procede directamente de la «analytical »ibliography>, hereda de ella la atencién microse6- pica a la materialidad del libro y la extiende a inquirir ademés sus implicaciones para jento del texto, La averiguacién de las transformaciones especificas que el transito por el taller acarrea al manuscrito, y especialmente de las alteraciones mas tipicas a que lo somete, es un logro fundamental de la admira- ble corriente angloamericana y brinda la herramienta primaria (@mi me gusta hablar de ratio typographica) para haberselas con. hos particulares del Quijove. Pero, al comprobar la fecundi- dad de sus anilisis arqueal6gicos, la La forma regular de remitir al Quijote es por parte (en romanos), capitulo y folio o folios de las primeras ediciones. El vuelto se distingue con una" volada, en tanto el recto no lleva marca alguna. Por ejem- plo, «1, 33) 194». Por las primeras ediciones se citan asimismo, sin mas advertencia, las otras obras de Cervantes. & Cuando de una edicién antigua hay que tomar especialmente en cuenta la situacién de una plana dertro de un pliego 0 cuaderno, ademas 0 en lugar del folio se dan la sigmura y la referencia a la plana. Por ejemplo, identifiea la entrada del aparato exitico correspondiente a las lineas 5-6 de la pagina 548. Un asiento como «813, n. Bo» refiere a la nota 8o al pie de la pégina 813 y asimismo a la nota complementaria a aquélla asociada. Cuando es preciso dar las piginas, QC designa el volu- men del texto y QC* el volumen complementario; por ejemplo, «QC, pig. xxvitte, 0 «QC", pigs, 27-28>. & QC se cita normalmente por la edicién de 2004. Dado que por la fecha de publicacién, y pese a su extraordinaria difusidn en Espaiia, esa edicion es todavia poco accesible en el extranjero, al final del libro se haa incluido una tabla de correspondencias con la edicién de 1998, que puede encontrarse en la mayoria de las bibliotecas universitarias. = Los pies de las liminas se limitan a lamar escuetamente la atencién sobre alguno de 6s aspectos de ésta, por mas que muchas sean también relevantes a otros propésitos. Los principales detalles bibliogréficos sobre cada na se hallarin en el «Indice de liminas». & El objeto de la (I, pig. x11x). «Mayor atin que lade Schevill y Martin de Riquer> queria ser diez afios después la «fidelidad» con que un notable intelectual, Vicente Gaos, «reproduce... las ediciones prin cipe> (, pag. xxi), De hasta qué punto se agrava la sitaacién con los editores del fin de siécle es muestra excelente la declaracién del Ainico que justamente habfa ensayado aproximarse al Quijote por tuna via (ya que no meta) innovadora: pues Robert M. Flores ase- guta haber basado su edicién de 1988 «exclusively en las principes, ‘«taking no account of other editions of this, or of any other work of Cervantes’, nor of any non-Cervantine material of any period in the history of the Spanish language» (I, pig. xxtx). La absoluta clau- sura de horizontes se erige en precepto para la edicién del Quijote. ‘Claro esti que ninguno de esos ni de otros notorios editores deja de curarse en salud seftalando, con Fitzmaurice-Kelly, que rechaza Ja enmienda cuando piensa que «el texto primitivo expresa mejor la intencién del autor». Que es decir bien poco, porque, obviamente, nadie obraria de otra manera. La cuestién estriba en c6mo cer y sanar en lo posible los «errores de imprenta» no tes> sino también laentes, Pero, en ver. de afrontar la lidad con un ejercicio ecdético informado y riguroso, los editores finiseculares han tenido como norma critica mas acentuada cerrar los ojos ante las deficiencias de los impresos de 1604 y 1615, para superar a sus predecesores en la sumisién a la princeps (o mas bien, con frecuencia, a los deturpados facs‘miles de la princeps) y en la proscripcién de cualquier otra senda. Tedricanente, buscando una ‘mayor cercania al original cervantino; de hecho, confundiendo tal empefio con la duplicacidn de las primeras ediciones." En el periodo aludido, es muy represemtativa al respecto la persistencia dle estopendi tipo que fue José M. Casssayas, desde «La edicidn definitiva de Jas obras de Cervantes, Cervantes, VI (1986), pigs. 141-190 (donde se destaca 20 INTRODUCCION La trayectoria editorial del Quijote se ha convertido asf en un auténtico culto de la corruptela? y en una competicién por salvar iis pasajes desfigurados de la princeps, por encontrar algain sen- tido a mas momentos sospechosos de yerro, por admitir mas lugares sobre cuya inadmisibilidad nunea se habia vacilado.s Los ejemplos se cuentan por centenares. Dar unos pocos es Pemba ras du choix. Los elijo breves y obvios. Vicente Gaos reputa lec- ciones vilidas los deslices de la princeps en formas y frases como - o «tan bienandantes sean ellos para castigo como lo han sido para conmigo».s Robert Flores mantiene «como si mal alguno buuisen tenido», an del Quijote Hega a echarle en cara no atenerse a la princeps, frente a Flores, cuando aquélla imprime la trivial muletilla «con perdén sea dicho» como «con perdén se ha dicho»? Por ese camino, la materialidad de una princeps se prefiere hoy a la raz6n y la pericia, y en 1996 Sevilla y Rey, «sin que haya forma ~conceden- de descifrar el sentido del término>,* estampan que don Quijote se puso el sobrenombre de la Mancha -«por Hepila famosa», donde desde la segunda edici6n y hasta la fecha se ha corregido «por hacerla famosa»? Por ese camino, ‘Tom Lathrop, en 1997-1998, construye toda una teoria de la ficcién cervantina para no reconocer la errata perpetua de los libros antiguos y defender que « por «XLV», en el correspon- diente capitulo del Ingenioso bidalgo, 0 los dos capitulos del Ingenioso caballero no son errores en la numeracién sino una burla deliberada del novelista.'® No hay aspecto del Quijete, ni en la comprensién literal ni en la interpretacién literaria, que no haya sufrido al sacrificarse la plausibilidad del texto en las aras dela princeps. Es fenémeno en verdad sin paralelo que la orientacién tex- tual creciente en los dos pasados decenios haya sido precisamente el repudio de la critica y la investigacién textual." En ese periodo el afiejo instrumental de la filologia se ha enriquecido con pertrechos y perspectivas que nos permiten ver a través y més allé de los voli- ‘menes de 1604 y 1615. Estudiando su gestacién y su descendencia, ‘estamos ahora en condiciones de valorarlos mejor y hacerles jus- ticia como testimonio primario y esencial, por supuesto, pero en 7, 46, 280% QC, 585.26 vid. JB. de Avalle-Ares, , en A. Close etal, Cervantes, Madrid, 1995, pigs. 75-135, y estin respectivamente en I, pigs. vn, yl, pigs. Vex. Para otros puntos que aqui no toco, vid. abajo, V, pags. 280-282, y VI, pag. 311, € Historia del texto™, pi 26 itRopucci6N ha de introducir ~dice— en el texto del autor variante alguna o leceién distinea, a no ser que se adopte de c6iices mss. o que sea clara y mani~ fiesta». La primera regla no tiene lugar en nuestro eas0 por la razén dicha, pero le comprehende la segunda. Explica y exorna admirablemente esta segunda regla Ricardo Béntley enel prologo de su Horacio, donde significa que ademas de suponerse en el corrector o editor la suficiencia conveniente, ¢s necesario que no carezca de cierta sagacidad y de cierto espiritu de combinacién, con que cestudiando el sentido del autor y la indole de su estilo le enmiende por atinadas conjeturas, restituyendo las palabras y la sentencia con la luz. dela razén. Al que corrigiese un autor y le publicase asi enmendado se le podria aplicar aquel dicho encarecido del jurisconsulto Tartagnino, que dice: ‘, en Bl Lie alencan de 1840, que no he poido ver. °s Asta propdsto de, 2 5 QC, 527-8 La primera enregn deh reseha sali ‘en El Laberinto, Madrid, 1 de noviembre de 1843, y se reproduce en J. Givanel Mas ed, El omemari de Clomensn, Pbicacines Cervantinas Patrocinadss por J Sede Beris-Mencheta, Barcelona, 944, pis. 54-6 DE LA ILUSTRACION AL DESASTRE 29 le confirmaba «que aquello no habis sido falta de memoria del autor, sino culpa de los impresores».* Ete. etc., ete. Unmundo nnevo se abria ante sus 0.05. Hartzenbusch no dudé en desplazar a otra pigina, zurcido cor unas palabras de engarce, el «trozo ... fuera de su lugar», ni en correr dos capitulos mis allé el hurto del rucio.”” Acertadas 0 no, tales decisiones no eran sin embargo insensatas. Pero, comprobada la falibilidad de las ediciones originarias y poseido por el entusiasmo del descubri- dor, tampoco vacil6 ya en introducir ea las dos partes del Quijote cuantas modificaciones se le pasaron por la cabeza Gefiakindolas siempre, eso si, pese a no dar registro cabal de variantes), ni en adoptar diversas soluciones en cada wio de los dos Quijutes que en 1863 hizo imprimir en Argamasill de Alba. Entre sus cen- tenares de propuestas, no podian faltar algunas 6ptimas,® pero quiza las mas responden seneillamentea la incomprensi6n oa las, dotes creadoras de don Juan Eugenio. Quien, por no pasar del comienzo del Ingeniaso hidalge, no sabiendo qué diantres fueran las «cartas de desafios» (I, 1, 1), lee una vez.«cartas de amorios» y otra «cartas de desvarios». Es obligado decir, no obstante, que Hartzenbusch no-se agota en esos «esvarios». En su haber no faltan otras contribuciones que Je aseguran una posicidn relevante en a historia del cervantismo (por ejemplo, él fue el primero en hablar de la oralidad esencial del Quijote, enlazarlo con la tradici6n carnevalesca o descubrir la pro- cedencia de la ap6crifa dedicatoria al Duque de Béjar), pero en la historia del texto el lugar que ocupa es sencillamente el central. Lo es negativamente, de hecho, porque la embriaguez correctora de sus Quijotes de 1863 ha sido desde entonces Ia principal piedra de toque para el «supersticioso respeto»a las principes que los edito- res han observado ex comtrario.? Lo es positivamente, de derecho, 61, pigs exten, en Is edctin en dozavo de 1863 © Vid. abajo, I, pigs. 143-144, y V, pag. 249. ° Vid un par de eermplas en QC, 318.4 y ¢24.27. »» «Convengo enteramente con el comentador en que por un supersticoso sespeto a hs ediciones primera del Que, muy defecuosas en vodos eoncep- ‘0s, 10s hallamos todavia sin tna edn de esta admirable obra corcegida de ratios defectos que sin duds son yerros de copia o de imprenta, yno de Cer- 30 mv TRODUCCION porque después de 1863 don Juan Eugenio marcé la direccién en sustancia correcta para editar criticamente la novela, abriendo el camino por el que habria bastado ir progresando mas tarde. La oportunidad de volver a la brecha textual con el inimo y el saber mejor templados se la dio, en Barcelona, el coronel don Francisco Lépex Fabra, inventor de la excelente técnica de Ia «foto-tipografia», que perfeccionaba los sistemas de grabado fotogrifico existentes, y con la cual reprodujo entre 1871 y 1879 las dos principes y una abundante Iconografia del «Quijote». E volumen tercero (1874) lo constituyeron Las 1633 notas puestas por el Exmeo. ¢ limo. Sr. D. Juan Eugenio Hartzenbusch al pionero faesfmil.2° Consisten éstas en el repertorio integro, sin excluir las crratas, de las diferencias entre los Quijotes de Robles, actecen- tadas muchas veces con las propias de Bruselas, 1607, Madrid, 1636 y sucesoras inmediatas, Londres, 1738, y otras ediciones notables, de la Academia a Clemencin. Hay, cierto, faltas meno- res, pero la colacién es mayormente vilida, y tanto los textos de donde se toman las variantes como la seleccién que de ellas se ofrece, cuando no era el caso de recogerlas todas, muestran un tino sin parang6n hasta la fecha. En buena parte de Las 1633 notas, Hartzenbusch aduce ademis autoridades, referencias y antes, eerie Hartzenbusch en la citada reset, pig. 62. Ea efecto, ya Cle- Inencin crticaba el «excesvo y superstciosorespotoa ls ediciones primitivas, que estin muy lejos de merecerlo asf en nora aI, 12, paraaseadaInego por “Tomis Gorchs, eyo Onijte de Barcelona, 1959 leva el mejor aparao crhico «que hasta entonces se habfa preparado (I, pig. 419). Pero vid. también en nota 11, 15 (eHlubiera sido de apetecer que los modernos editores, mirando, sein ra jut, las primera ediciones come copias defeeross, ubiesen hecho en tas ls correecionescorrespondientes, al modo que lo pracicaron ls lteratos {que en los principios de I mprenta,y aun después, publicaron los libros de_ los lisicos antiguos,yrestiniyron con disereta libertad muchos de sus passes ‘icados, no so sin censura, sno también con aplauso de los doctos»),y en EL Camemario de Clemenci, pigs. 18-19, donde aeaso se haga presente el recuerdo de Pellicer + «Lo que no puedo omitresladecaracin ce que el situlo que leva mi libro no es obra mia, y que yo no le hubiera puesto ése de Las 1633 nota», revela Hartzenbusch en «Unasnotas mis a ET ingenia bidalgor, en Aten. Perio de Literatura espaol y estranjor, Ciencesy Bellas Artes, nim. 1, 1 de diciembre de 18745 pgs. 1-3 (0. DE LA ILUSTRACION AL DESASTRE 3 explicaciones que echan luz para entonces no usada sobre los problemas textuales de la obra. ‘Admira la ponderacién que exhibe ahora el bueno de don Juan Eugenio. No sdlo descarta de modo implicito o explicito bastan- tes de sus lecturas de 1863 inequivocamente descarriadas (otras las retird Inego en varios articulos), sino que incluso cuando persiste en alguna (como los amarfas 0 descarios de marras) lo hace con una mesura, cautela y ciencia que antafio no gastaba, alegando tazo- nes y paralelos, considerando todas las posibilidades que conoce ose le ocurren. Hartzenbusch no era fldlogo, pero la curiosidad y la pasién le acercaron a serlo, enseiidndole multitud de cosas con frecuencia ignoradas por los editores mis recientes: desde la necesidad de compulsar directamente Jas impresiones primitivas, estudiar Ia escritura del autor o sacar partido de los datos tipo- grificos hasta el justiprecio de la «sustitucién silenciosa ingerida por un modesto regente de imprenta»." Es verdad que nunca perdi la fantasia (ni una irreprimible tendencia a mezclar berzas con capachos), pero Las 1633 notas nos ponen ante un conjunto de materiales, modos de trabajar y observaciones textuales que el cervantismo moderno ha incrementado en una magnitud menor que Hartzenbusch en felacién con quienes lo precedieron. EL faestmil de Lépez. Fabra, uno de los mas dignos que se han publicado, y Las 1633 notas, con su acopio de datos, mostra- bban con claridad los fundamentos minimos para acometer una edi- ion critica del Quijote: una edicion, vale decir, que tomara ¢ sino la totalidad, lo mas primordial d eiindicios disponibles y, tras analizarlos metédicamente, proci- ara easo por caso argumentar y determinar Ia leceura quer por el eseritor, incorporando toda Ta documentation necesatia Para que, sin més, cualquier experto pudiera aprobar orectiicar las soluciones adoptadas. Pero en los afios de la Res tauracida no soplaban vientos propicios a la del Quijote: basta hojear la edicién (Cadiz, 1877-1879) perpetrada por Ramén Leén Mainez, director de la representativa Crinica de los cervan- tistas. Por ineptitud o cerrazén, los cervantistas de la Crénica y » Lar 1633 nots, pig. vin aa INTRODUCCION aledaiios desdefiaron esos fundamentos minimos 0 los utiliza~ ron torcidamente, Las 1633 notas (y no digamos las ulteriores aportaciones de Hartzenbusch) fueron olvidadas, cuando no ticitamente saqueadas con Ia falta de eseriipulos de Fitzmau- rice-Kelly, y en cambio se abultaron las faltas de las ediciones argamasiflescas.** A su vez, el antagonismo frente a don es Engenio exacerbé no ya la veneracién por las principes, sino la apreciacién del facsimil de Lépez Fabra. ‘Que los palmarios excesos de Hartzenbusch en 1863 (y @ pesar de su posterior camino de Damasco) provocaran wna reac Gién a favor de las primeras ediciones cra legitimo, como sana habia sido en su momento la reaccién de Bowle y los académicos de 1780 contra Pineda, porque después de tanta contaminacién salvaje y después de titubeos como los de Navarrete y Clemencin hacfa falta una referencia firme, cuando menos un pulcro texto de cotejo, y para tenerlo era preciso volver a las fuentes. Que 7 cl apego a las principes entrara un factor de fetichismo es discul- pablemente humano: al fin y al cabo son tesoros bibliogréficos, y uno entiende que no s6lo Azorin haya pensado que « Por otro lado, por ajenos que fueran a la filologia (y lo eran mucho), a los cervantistas se les alcanzaba que desde hacia un siglo las ediciones del Quijote més sobresalientes habfan venido apoysindose en diversos textos y alegando diver- sos criterios, pero que por encima de cualquier discusién el papel bisico correspondia a las principes. Al ponerlas Lopex Fabra en sus manos, les daba la impresi6n de que teniendo al aleance lo mas 50 podian prescindir de todo lo subsidiario y menos asequi- ble, y en particular de todas las demds ediciones. Disponer de ese lemento capital alimentaba en ellos un sentimiento de seguridad, de dominio del asunto, y aumentaba por ende su fe en la princeps, Ja presuncién de que a cualquier razonamiento y autoridad bas- taba oponer un Ipsa divit. A falta de los conocimientos ecdéticos imprescindibles, esa fe, ciega y sin obras, resolvia el problema de editar el Quijote con una pudibunda pero falsa apariencia de rigor, Cririca TEXTUAL ¥ «cRETICA LITERARLA> ‘Tal era la situacién el afio del Desastre, cuando aparecié la edicién de Fitamaurice-Kelly,y, segiin apuntaba, pasma quea lo largo del siglo xx el estado de cosas haya perdurado y aun ido a peor. Por una parte, la restriceién de perspectivas de los edivores se ha acen- tuado hasta el extremo; por otra, la mengua de la preparacidn y de las exigencias filol6gicas se ha aliado a menudo con anas concep- ciones de la literatura por definicién extrafias a Cervantes. Pare- ceria que fue hace siete dias, y no setenta afios, cuando Michele Barbi denunciaba que los dos grandes impedimentas a la buena edicién de los clisicos eran «le nuove tendenze della critica lette- raria in genere ¢ le improvvisazioni degli incompetenti».* La unova fblegia eedivione dei ust scritorida Dante a Manzoni, Floren ia 1938) pigs xxi 34 mvTRODUCEIGN Acabo de evocar el deslumbramiento que en su dia produjo el invento del coronel Lopez Fabra. Después de 1871, la proli- fracién de los facsimiles no ha hecho sino agravar el espejismo. Entendemos que Hartzenbusch albergara el convencimiento de que «la fotograffa aplicada a la imprenta es tip6grafo que no sabe hacer sino exacta la copia».>s Todavia hace cincuenta afios no fal- taban expertos que la creyeran «a very exact reproduction of the original». Pero desde las mismas fechas se multiplicaron también. las voces de alarma sobre las deficiencias generalizadas en los fac~ similes al uso, unas veces por imperfecciones del sistema y otras por la intervencién de los impresores en los fotolitos 0 negativos."” Los facsimiles del Quijate, nunca confeccionados con los métodos, idoneos, han sido especialmente prédigos en tales tachas. La ape- Jaci6n exclusiva a ellos por parte de los editores (con escasas excep- ciones) ha llevado asf a introducir en la novela y defender como cervantinas distorsiones de la forma y del sentido que en realidad no son sino retoques, defectos o injerencias de las reproduccio- nes. ;Hasta un rotulillo o membrete con un nombre de mujer en inconfundibles caracteres modernistas ha legedo a colarse en el texto del Quijize como remate destacado de un capitulo!” »s Lar 1533 nots, pig. vt ¥G. Hodgson, Tie Uc of Nomgraphy in Libraries (2952), ctalo por GT. ‘Tanselle, «Reproductions and Sebolarship>, Studies in Bibiggraphy, XLIL (ag89), pigs. 26-54, que ese estudio cisco sobre la evestia. Enre la biblio= srafa reciente, resltaré el estudio de C. Urehuegua, «Edion und Faksimile. Versuch iber die Subjelivitit des Objeltivs», en Text un Bivion. Pstionen tind Pespektiven, ed, R. Nute-Kofloth et al, Belin, 2000, igs. 323-352 © Dal sonado artical de Fredson Bowers «The Yale lio Facsimile and Scholarship», Modern Philelogy, LIM (195 el primer eco en dominio hispinico parece set mérito de Stephen Recker, Gil Vicente: eprint iy tra , Maid, 1977, pgs. 197-223. Los vicos de los f-similes cervantinos fueron bien ejemplificados por Jaime Mall, «Problomas bibliogrficos del libro del Sigh de Oro», Bolin dela Real Aeadomia Espa, LIX (1979), igs. 49-107 (68-69); yo vole ala carga en «Por Hlepila famose», en Babelia, nim. 255, suplemento de BI Pai, 14 de septiembre de 1996, y con mas dealle lo hace ahora Jorge Garcia Lopez, ed, Novela iomplare,Baréelona, 2005 (id. pig.) ‘Asu ver, Daniel Eisenberg, «On Editing Don Quisoe>, pig. By. gr, sabrays Ja necesidad de reproducciones (pag. xt1x). Pero el examen de las técnicas de imprenta y de los hébitos editoriales de Juan de la Cuesta y sus contempotaincos dice exactamente lo contrario (CarireLo TID), y Ia confrontacién de las lecturas que dos cajistas distintos hicieron de los mismos fragmentos del original nos descabre un alto porcentaje de divergencias e incluso da pie a cuantificar los, desvios (Carfruto IV). Schevill recalcaba que «Cervantes no intervino para nada en ninguna edicién» (pag. 9) y Gaos rema- cha que «Cervantes no corrigié ninguna de las ediciones del Quijote (pag. xv). Pero tal prejuicio jamés intent6 fundarse en un anilisis minucioso: y, en efecto, cuando éste se acomete, ¢s facil demostrar sin sombra de duda que al autor se deben los cambios més importantes que el Ingenioso hidalgo conocid en la segunda y en la tercera edici6n madtilefias (Carftvt0 V). En fin, si Schevill rehuia «toda enmienda», el ttimo editor del Novecientos se precia de haber sido «even more conservative than Schevill» (Lathrop, pag. x). “fir die analytizche Drckforscoung, Exlangon-Nurenberg, 2003, pigs. 36-56). A Tos archivos hipertextuales me referiré en el capitulo VI RETICA TEXTUAL ¥ ),0 de La Celestina, («Faz to que bien digo y nolo que mal hago»; ed. FJ. Lobera cea Barcelone, 2000, pig. 37, y vid. 191 y las notas comrespondientes). La situacién recuerda por otra parte un pasaje del Ingeniar caballo: «Seiwor don Quijote, ‘perdéneme vuesa merced, que yo eonfieso queanduve mal yno die bien en decir «que apenas igualara la sefora Dulin ala sefiora Belerma> (Ul, 23, 88°. 4) aE passe es ciertamente ambiguo, pues el antecedente del pronombre cencitico a puede ser tanto bien como mai, por lo que afiadir una negecién (Feferida a bien) no hace sino anadit problemas y rulilicar innecesariamente [as posibilidades de lectura. Creo prefeible leer Ia respuesta de Sancho como 38 INTRopUceI6N cia alguna al dictamen de un revisor coetineo y tan alerta como el de Bruselas, se despacha con un retintin irdnico, implicando que salvar una errata producida por haplografia es una obsesién pintoresca de Rodriguez Marin. Lo llamativo no es ya que se desconozean, sino que ineluso se tilden de extravagantes, cuando alguien los esgrime, los rudimentos mismos de Ia eritica textual Si de suyo el sentido no denunciara el lugar problematico, los datos de la transmisién, con la enmienda de Bruselas, bastarfan para ponernos sobre aviso; y seria inconcebible que el sentido pidiera el adverbio no, la transmisién lo avalaray, sin embargo, la leccién contrapuesta a esos dos indicadores coincidiera por azar con una haplografia quimicamente pura, Ocurre también que la falta de conocimientos filolégicos, como en el anterior botén de muestra, se ha suplido porfiadamente con Jas querencias de unas t ritica literarias que venido a excitar persticioso respeto> ala princeps. Cada edad ha leido el Quijote como un espejo de sf misma y lo ha asimi- ladlo siempre a los ideales del gusto, el arte y el pensamiento de la época. Precisamente porque asi ha sucedido con el Quijote mis que con cualquier otra obra maestra, la Tectura digamos que ‘arqueo- légica’ resultaré siempre insuficiente, antes bien ser anacrénica, sino aclara por qué la novela de Cervantes ha permanecido viva durante mis de tres siglos al margen de cualquier arqueologéa.'s Con todo, una cosa es leer el Quijote y otra editarlo. Aesenlace de la anterior dispta con su seiior, a cuya Tue cobra un sentido cabal ‘yevidente: Sancho es consciente de que sus vituperios contra Duleinea son tan. infondados como los elogios de don Quijote, por lo que los pone en la misma balanzay asi, entenderemos: ‘Dios, que ve las mentiras, juzgars quifé|n de los dos miente mis: yo hablando bien (de Duleinea), 0 usted clogiindela’» («La cedicidn de las obras...» pigs. 93-04). No es cosa de discutirlo. uez Marin recurre, como de costumbre, a explicar la supuesta isin de dos letras iguales a otras dos inmedias"» (, pig. 619) ‘© He insistido en ello en «as dos interpretaciones del Quijoe», en Breve Uiblioteca de autres espaiales, Barcelona, 1990, pigs. 139-161; «Metafsico estas, (el sentide de los elisicas)», Bolevén de la Real Academia Expaiale, LXXWIL (2997), pigs. 141-164, y en mis Retudios de lireraturay otras cosas, Barcelona, 2003, pigs 251-272; y en Quiotinas, Aldeamayor de San Martin, Valladolid, 2005 (accesible en wow.ccce.edies) ORITICA TEXTUAL ¥ «GRITICA LITERARIA® 39 A nadie se le oculta que el simbolismo y las vanguardias culminaron el detribo de lo que el romanticismo habia dejado er pie del sistema literario del Antiguo Régimen, que era en sustan- cia el sistema de Cervantes. Explicando magistralmente las con- vicciones intelectuales y estéticas que encauzaron en el siglo 20¢ las mas influyentes interpretaciones del Quijote, Anthony Close las ha resumido en una «poética de la anarquia», que concede -libertad de interpretacién> tanto a los personajes como a los lec- tores, apoysindose en la «naturaleza polisémica», «plurivalente>, fructiferamente ambigua, del texto literario, Un libro de la infinita riqueza del Quijote por fuerza habia de verse alineado con las grandes narraciones del Novecientos que, por ejemplo, «renun- cian a la exposicién clara y omnisciente de un destino conclusc para presentarlo como un enigma que el lector debe deseifrar y que o bien admite més de una interpretacién o se le oftece en versiones divergentes>tantas como personajes y lectores, y por encima incluso de esa mera funcién del texto, de la “obra en si”, cerrada y aut6noma, a que en teoria se reduce al autor. Aqui no puedo sino remitir al hicido panorama de Close y, dndolo esen- ialmente por vilido, apostillar que tales orientaciones han gober- nado también, ahora sin duda para mal, los recientes avatares tex- tuales del Quijote” En efecto, una «poética de la anarquia» o, si se quiere, de Jaindeverminacién y la ambigiiedad ests inerme frente aun texto inseguro o incomprensible. «It may be said that the text at a par- ticular point does not make sense; but perhaps it was not meant to make sense; perhaps the character was meant to be mad, or AJ. Close, La anceps roménsce del «Qe», Barcelona, 2005, pgs 299, 256 27een lon rescasos se trata de adiciones al traduecn espafiols, con mis © menos equisalenteen el original, The Rrmantc pproad to «Dun Quiz», Cam- bridge, 1978, en especial pigs. 221-223; en cualquiera de ambas versiones, lox capitulos6 yj de Close son imprescndibles. Vid. ambién J. Montero Reguera, HI sQuijte yt ritcaontenpornea, Neal de Henares, 1996, pigs. 95-995 7 sajo, Pot wipe al Excurso 3. ‘Ba sintomético que Close, que con tanta ncidee a dingnostice y contra- dice, no acabe sin embargo de reconocer ls , «not Cervantes’ or a typographer mistake» ** Asi, sila princeps pone en boca de Sancho una mencién de . Si en 1605 se cuela un , Gaos con- cede que «Cervantes emplea siempre tenteroso, pero aqui habla el cura... quien unos renglones atris, cuando no asomaba ningiin «, Lathrop, a su ver, imprime «tangerino», por més que en el folio 21, pgs. xv1-xv 1 a cursive de Lathrop), pero la tia fase la saco del articulo «Contraditions or Typical Exaggeraions? Mare About Psychology in Don Quijoten,en prensa en los Stulies in Honor of Jobn Jay Allen, que Tom me haaclantado amablemente, ra que no nes quedemos sin tema de amena conversacin, Lasexplicaciones de Gaos y Lathrop (enre tants) no careeen de precedentes en a historia dl eerantismo: vid. Excuno 3, pags. 426-437. Otro tanto hacen lasmés das ediciones del siglo pasado que he mencio= nado en los primeros prrafosy exo tanto ocurre cos las leciones que stale Th, pig $14 ll, 35, 138% QC, r0rr.x0-13) I, pig. 9:8 (48, 2931 QC, 608.30),9 ls pig- 645 (ll, 47,175: QC, 1098.3) e INTRODUCCION 2143” vuelva a escena el «tagarino que habfa dicho» y se glose que -tagarins \laman en Berberia a los moros de Aragon». A la letra, el folio 131" afirma que a Roldén «no le podia matar nadie si no era metigndole un alfler de a blanca por la puuzta del pie». No es eso lo que se desprende del Orlando fariaso («ferito esser potea sotto le ‘piante»; XII, 490), y don Quijote se lo sabia de memoria: «se cuenta que no podia ser ferido sino por la planta del pie izquierdo» GH, 32, 125°) Pero Lathrop se atiene a 1605 y lo explica como «one of Don Quijote’ own frequent mistakes» enderezados a «making fan of the classical literary knight», sin que se le ocurra que pueda haber ahi, para empezar, la frecuente confusién de una a y una w.* En fin, porno alargarlo: que el folio 94" lame «sobrino» al huma- hista pirado a quien todas las dems veces se llama «primo> entra en la inmensa categorfa de los «errors and contradictions» preme- ditados por Cervantes, no de los errores que a cada paso registra la cr ‘a sustitucién de una palabra por otra regularmente asociada a ella por contigitidad, contraste, analogia.’ En ver del trillado y previsible cortejo de Jectiones faciliores, atracciones del contexto y demés explicaciones ecdéticas ~las explicaciones que esperarfamos y que ni se nos insintan-, nos encontramos, pues, con que las erratas flagrantes se vuelven muestras del absoluto dominio artistico que Cervantes des- pliega para desafiar al lector desprevenido. Uno de los princi pales apoyos de tal posici6n esta en un bellisimo artfculo de Leo Spitzer que presenta «la inestabilidad y variedad de los nombres ‘dados a algunos personajes» como «un deseo de destacar los dife~ + Como en mujer por mayor (QC, 311.13), fortena por fentana (318.4), © rampantes por rampantes (588.1 3). mT pl. 330-334 40,242 QC, 516.2% Lig. 199 a 26,130 OG 317-24), 9 Il, pig. 390 UL, 24, 94%: QC, 912.13), Descart, pero no doy por iimposibie que en los dos tlkimos ejemplos (que he elegido precsamente por cllo mismo) haya un lapsus de Cervantes; porque, aunque no se haya advertido, Inerrata de, 26,131" ela punta del pie) se deja relacionar con el contexto de I, 32, 125° (ano podia ser ferido sino por la planta del pie izquierdo,y que esto ida dese con pt de aller oo) sesopne quel oni de este segundo pasaje tondaba por la cabeza del novelist al redactar el primero y Theol ie enre dan ens alces un, tabi que petit eh. tn lapsus de obligaa correceién, incluso slo leyéramos en un auto hapax .e9 fUicoginpin @ en Critien Tatar, vor Ve STA Rem sola Wa ts tan lenge , & 9 evar ot un tent” y cRiTICA TEXTVAL ¥ 3B rentes aspectos bajo los que puede aparecera los demas el perso- naje en cuestién>.** El ensayo del gigantesco maestro austrfaco ha ocupado en el cervantismo moderno un lugar estratégico, a medio camino entre don Américo y Bajtin.” La contrapartida de Ja justa ventura que ello le ha proporcionado esté en que ciertos enfoques suyos han desembocado en una patente de corso tex- tual: cualquier distorsion, cualquier improbable hapax, cualquier forma 0 construccién posible en castellano pero diversa de ka Sinica continuamente documentada en Cervantes, se ha dado por buena sin entrever siquiera que la leccién anémala se aclara a la tuz de la mas elemental fenomenologia de la copia. Es la alu- ida transferencia de atributos del escritor a la imprenta, Vale la pena corroborarlo con un par de ejemplos de «los nombres Yadotia algunos persorajes*'y que ponen tn juego precaamente los ejemplares originales y las ediciones primitivas. ~ Para resaltar el «perspectivismom, lingiistico y no lingiifstico, que «informa la estructura de la novela en su conjunto», Spitzer partfa del mismo capitulo primero, allé donde «dice Cervantes que el protagonista era llamado por “los autores desta tan ver- dadera historia” alternativamente “Quijada’, “Quesada” o “Qui- jana”, siendo esta altima, a juicio de Cervantes, la “conjetura” ‘mais verosimib», Aunque los razonamientos y las conclusiones que le siguen no siempre son de recibo, esa obseivacion inicial es inob- jetable, No obstante, una errata transitoria de la primera edicién del Ingenioso bidalgo ha dado pie a amplificar indebidamente las polionomasias que sefialaba el gran romanista, afiadiéndoles un espurio que abulta en el Quijote~por no citar sino a dos de nuestros editores-la inteneién de «vaguedad> y «contra diccién» y «las dudas sembradas a todo lo largo del diseurso>.* + sPerspectiviamo lingistico en el Quer (p48, en Lingo ebisaria ‘teravia Madd, 1935, pig. 161-225 (todas mis Ges son de 161-163). CE AJ. Close, a concn romintca ded Quy», pig 363. * TA, Lathrop, «Avellaneda y Cervaaues el nombre de don Quijoce>, Journal of Hispanic Phivingy, X (1986) pigs. 203-209 (206). y R.M, Flores, ué hay de los epellidos Quijada, Questda y Quijana? Puenteshistrica, tcorfn narrtol6gic y bibliogratiaanaiticn en la ent lverariam, Belen Hic panique, XCIX (1997), pigs 400-432 (42). 44 inTRopucci6N Los facsfmniles corrientes de la princeps reflejan un estado del cuademo A de acuerdo con el cual don Quijote podia Ila~ marse, en efecto, «Quixada», «Quesada» 0 « omnipresente en la dicionesdelsiglo x. Otro caso de presunto «perspectivismo» es el del seductor de Leandra (I, 52, 304'-308). Las dos primeras veces, el nombre del galin aparece en Ia princeps como «Vicente de la Rosa»; Ia tercera, com, «de la Roca». Los editores de las tiltimas hor- nadas conservan la divergencia a costa de afirmar o implicar que «this is another intentional Cervantine contradiction», «another “Quijada, Quesada, Quijana” wordplay», «an effort by Cervantes to confuse names on purpose».‘° No parece que los tiros puedan ir por ahi Rosa se lee en los folios 305° y 306 (Qty Qq2), es decir, en la forma interna del pliego; Roca en el 306° (Qq2’), en la forma externa. Como tendremos oportunidad de ver mis despacio, cada forma se componia toda de una vez, Separadamente de la ira, y era normal que dos cajistas se repar~ ficran la composicion de un pliego preparando una forma cada lino: Probablemente bastaria esa observacion para reconocer ya “ina causa de la variante y negarle aleance significativo. Pero contamos con otros indicios. - $7 Para todo ello, vid. el Excurs 5. ‘= TA. Lathrop, en Cervantes, XXII (2002), pig. 1795 ¢n Balti of Hipa nic Studies (Liverpool), LXXVTI (2000), pi. 299 (en un context» sumamente tgeneroso, yen su edicin I, pig. 408 OPE CODICUM, OPE INGENII> 45 La segunda edicién madriledia se atiene a la leecién de la ‘princeps (Rosa, Rosa, Roc), pero las dos que la siguen inmediatamente (Valencia, 1605, y Bruselas, 1607) concuerdan en regularizar el apellido @ favor de la versién del nombre que aparece primero y en mayoria (Rose, Rosa, Rosa). La tercera edicion de Robles (1608), hecha a la vista de la segunda, nos sorprende en cambio adoptando siempre la versin minoritaria que asoma a zaga (Roca, Roca, Roca), no s6lo contra la secuencia de leccura que habia invi- tado a uniformar en Rosa, sino asimnismo contra el orden comin en la composicién de un pliego, que iba de dentro hacia afuera. “Tenemos la certeza de que la edicién de 1608 introduce retoques del autor* y se hizo en ef barrio en que Cervantes vivia y en el taller al que lo Hlevaba su cola ditorial con Robles: en Gircunstancias, pues, en que el corrector o el regente podia ficil- surgiera en el trabajo, te consultarle una duda ocasional g como la alternancia de Rasa y Roc suyo, ningu (08 elementos de juicio es tal vez defi- nitivo; juntos, creo que tienen el peso suficiente para dar por cer- vantina la leccién Roca y, en cualquier caso, para arzinconar las, potéticas polionomasias. De un lado est, convertido en poé- tica del error voluntario, el dogma de la princeps (entiéndase: un / facsimil de la princeps) y del nulo valor de las ediciones antiguas. Del otro lado, unos datos textuales y contextnales que responden a las practicas y las concepciones de la época. Elija cada cual la explicacién mas plausible. «OPE copIcuM, OFF INGENII» Frente a semejante panorama, quiza no debamos llamarnos a escndalo, o ni una pizca més de lo legitimo, y si tener bien pre- sente que hasta en Ja més ruin de las ediciones el Quijre sigue © Vide abajo, pig. 86, ne 59 y Exeurso 2 pig. 376 n. 10. Tn 1608, Ror se halla en los folios 267° (13>), 268 (Li) y 268° (L1g), No tuve en cuenta la variane de Valencia, :6os, ene aporato eri de GC (632.0), donde se halla- in algunas sugerencss complementarss. © Vease V, pig. 283.

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