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El modo de producción, en otras palabras, hace referencia a las distintas formas en las que puede
organizarse la actividad económica dentro de una sociedad determinada. En este sentido,
encontrando el escenario óptimo para satisfacer las necesidades ilimitadas de los agentes
socioeconómicos.
Los modos de producción son las diferentes maneras en que se organiza la actividad económica en
una sociedad particular, en un momento determinado, es decir, cambian a lo largo del tiempo, junto
con la evolución de las sociedades y de los avances tecnológicos.
El concepto “modos de producción” fue utilizado por primera vez en el libro La ideología alemana
(1932), de Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895), considerados los padres del
socialismo científico y el comunismo moderno.
Según el transcurso de la historia de la humanidad, los modos de producción han cambiado, es decir,
la productividad y su relación con la actividad económica han cambiado. Algunos modos de
producción fueron: el sistema de producción agrícola, el sistema feudal, el sistema socialista, el
sistema capitalista.
Sus dos rasgos principales y definitorios son: la propiedad privada de los medios de producción y el
libre ejercicio económico. Su nombre proviene de la idea del capital, esto es, del rol central del dinero
en las relaciones de producción y de consumo.
El capitalismo propone que el dinero marque la medida del intercambio de bienes y servicios, y que
sea obtenido de diferentes formas:
Para que todo ello sea posible, es necesario que exista la propiedad privada, y que el ejercicio
productivo y comercial sea libre, o sea, que cada quien invierta en lo que quiera y coseche los frutos
o las pérdidas que el mercado le depare.
En las sociedades capitalistas, por lo tanto, las relaciones de producción y trabajo, y de consumo de
bienes y servicios, están determinadas respectivamente por un sistema salarial y un sistema de
precios. De esa manera, los individuos consumen lo que la cantidad de dinero que producen les
permite.
La sociedad entera funciona, entonces, buscando obtener un beneficio, esto es, un ingreso
económico mayor a los egresos, que permita un excedente de capital (con el cual consumir, invertir
o ahorrar).
En el capitalismo es central la “autorregulación” del mercado que marca la relación entre la oferta y
la demanda: los productos más demandados (y por ende más escasos) encarecen, mientras que los
menos demandados (y por ende más abundantes) se abaratan. Esta idea es objeto de numerosos
debates. A menudo es conocida como la “mano invisible” del mercado.
El modo de producción capitalista es una de las formas en las que puede presentarse la forma de
organizar la producción de bienes y servicios en una economía.
Esta teoría fue desarrollada por Karl Marx, el cual clasificó la historia en distintos modos de
producción en orden cronológico.
El modo de producción capitalista, de acuerdo con Marx, la historia cuenta con una cronología por
la que han pasado una serie de distintos modos de producción. Todos ellos, basados en las fuerzas
productivas y las relaciones de producción. Al modo de producción capitalista, de acuerdo con Marx,
le sigue el modo de producción socialista.
El modo de producción capitalista fue definido por Karl Marx y Friedrich Engels.
Aunque el modo de producción capitalista está considerado un sistema económico, los marxistas lo
definen como un modo de producción.
El protocapitalismo
Cuando las tecnologías agrícolas mejoraron, hubo un excedente en la producción. Para aprovecharlo,
comenzaron a formarse mercados y, en torno a estos, burgos (ciudades) con fuerte actividad
comercial y dinero circulante. Pronto surgió una nueva clase social: la burguesía (mercaderes,
profesionales, banqueros y prestamistas).
Así comenzó la decadencia del feudalismo y surgió el protocapitalismo, es decir, el capitalismo
temprano o incipiente, basado en el intercambio de mercancías por dinero.
El mercantilismo
El nuevo sistema, basado en circulación del capital, se vio potenciado con las exploraciones
marítimas, el descubrimiento de América en el siglo XV y la colonización del siglo XVI. Fue la era en
que nació el comercio trasatlántico y, con él, el mercantilismo.
Sus consecuencias fueron el acceso a nuevas mercancías, la formación de nuevas rutas comerciales
y la expansión del imperialismo occidental.
El capitalismo moderno
El capitalismo moderno surgió en la segunda mitad del siglo XVIII junto la revolución industrial, en
un contexto profundamente influido por las ideas del liberalismo. En esto, fue fundamental el aporte
del filósofo Adam Smith. Su obra La riqueza de las naciones (1776) asentó las bases del libre mercado
y lo consagró como padre de la economía moderna.
A finales del siglo XIX se registró una concentración de la propiedad privada de los medios de
producción. Es decir, las grandes industrias absorbieron a las pequeñas y se generó una tendencia al
monopolio. Esta tendencia se vio debilitada con el estallido de las dos guerras mundiales del siglo
XX. Desde el fin de la Segunda Guerra mundial, se desarrolló un capitalismo planificado, con una
mayor presencia del Estado. Poco a poco se desarrollaron nuevas tendencias a la luz de los cambios
venideros.
Una de las más influyentes en la actualidad es el capitalismo financiero. En este modelo, donde
predominan las instituciones bancarias y financieras, las ganancias se basan en la especulación, los
tipos de cambio, el movimiento de capital y el comercio de productos financieros (bonos, créditos,
etc).
El capitalismo no siempre ha operado de la misma forma en que hoy lo hace. Aunque sus inicios
formales datan del siglo XVI y XVII, hubo importantes antecedentes en diversos momentos y lugares
de la historia.
Su antecedente más directo se ubica hacia el final del Medioevo, a medida que surgía de la sociedad
feudal una nueva clase social dominante: la burguesía, cuya actividad comercial permitía la
acumulación de dinero u otros activos (mercancía, y después maquinaria), lo cual es un rasgo
fundamental para el surgimiento de la lógica capitalista.
El origen del capitalismo estuvo fuertemente determinado por la expansión de la industria textil
inglesa a partir del siglo XVII, gracias a la masificación del trabajo. En el siglo XVIII, con las primeras
máquinas artesanales, comenzó el modo industrial de producción.
El espíritu del capitalismo clásico de la época fue comprendido por el economista y filósofo escocés
Adam Smith (1723-1790). Fue plasmado en su La riqueza de las naciones (1776), de donde surgió el
fundamento central del libre mercado, que aconsejaba la menor intromisión del Estado posible.
Sus ideas fueron luego parte de la filosofía del Liberalismo del siglo XIX, época que presenció el
desarrollo del sistema de fábricas, y el gigantesco éxodo de las regiones rurales a las urbanas que
éste ocasionó, dando origen así a la clase obrera o proletariado.
Por otro lado, el capitalismo construye una sociedad dividida en clases sociales de acuerdo a su
ingreso económico y posesión de capitales (o propiedades). Dichas clases sociales son, de acuerdo
a la mirada marxista del capitalismo:
La burguesía y alta burguesía. Dueña de los medios de producción (fábricas, tiendas, etc.), o de los
grandes capitales de inversión.
El Laissez-faire (del francés “dejar hacer”). Que limita al máximo las intromisiones del Estado y
permite la mayor cuota de libertades al mercado, sin regulaciones de ningún tipo.
Economía social de mercado. Totalmente contrario al anterior, plantea que el ejercicio económico
debe ser guiado y planificado por el Estado, sin llegar al extremo de asfixiar las libertades económicas
fundamentales.
Capitalismo corporativo. En el cual el mercado está dominado por corporaciones jerárquicas y
grandes grupos económicos que ejercen el poder y determinan el mercado.
• Propiedad privada, que permite a las personas poseer bienes tangibles, como tierras y viviendas,
y activos intangibles, como acciones y bonos.
• Interés propio, por el cual las personas persiguen su propio bien, sin considerar las presiones
sociopolíticas. No obstante, el comportamiento descoordinado de esos individuos termina
beneficiando a la sociedad como si, según aseveró Smith en 1776 en La riqueza de las naciones,
estuviera conducido por una mano invisible.
• Competencia, la cual, gracias a la libertad de las empresas para entrar y salir de los mercados,
maximiza el bienestar social, es decir: el bienestar conjunto de productores y consumidores.
• Intervención limitada del Estado, para proteger los derechos de los ciudadanos privados y
mantener un entorno ordenado que facilite el correcto funcionamiento de los mercados.
Las diversas formas de capitalismo se distinguen por el grado en que funcionan esos pilares. En las
economías de libre mercado, o de laissez-faire, los mercados operan con escasa o nula regulación.
En las economías mixtas, donde se combinan los mercados y el Estado, los primeros tienen un papel
dominante, pero están regulados en mayor medida por el segundo, para corregir sus fallas, como la
polución y la congestión de tránsito; promover el bienestar social, y por otras razones, como la
defensa y la seguridad pública. Actualmente predominan las economías capitalistas mixtas.
A Adam Smith lo que lo llevaría a la cima sería ‘La Riqueza de las Naciones’, que casualmente fue
publicada el mismo año de la independencia de Estados Unidos. Aquí toca temas como la división
del trabajo, el origen y cómo suele ser usado el dinero o el sueldo de los trabajadores. También,
sobre la fijación de precios. Para continuar con su teoría escribió cinco ediciones más. En ellas, habló
sobre el trabajo productivo e improductivo, historia, políticas económicas de los países europeos y
la recaudación de impuestos y la administración de la justicia.
Esta es una de las teorías más conocidas de Adam Smith, a pesar de que está ligada más a la
economía marxista. Para él, el precio de cualquier mercancía está ligado a la cantidad de trabajo que
es necesario para comprarlo, lo que ejemplifica lo que tiene que trabajar una persona para obtener
ese producto. En esta teoría, también habla acerca de las herramientas como una forma para facilitar
la adquisición de este bien. Es decir, el valor de un vehículo para transportarnos incluye además todo
lo que hemos trabajado para adquirirlo.
Aquí, Smith señala que el trabajo es la medida de mayor precisión para determinar el valor de
cualquier producto. Mientras que el valor lo define como el trabajo que tendría a cambio de ese
bien. Esta visión argumenta que en toda mercancía interviene el trabajo de muchos hombres que
realizan el proceso de creación de un artículo. Es por ello que la fuerza de trabajo tiene un precio
que debe ser remunerado para costear el esfuerzo de la mano de obra.
Sin embargo, en esa teoría hubo un gran vacío y es que el valor del esfuerzo no siempre se toma en
cuenta por el consumidor. Esto genera un gran conflicto a la hora de llegar a un precio final. El cliente
casi nunca puede saber cuánto trabajo lleva una mercancía para ser creada. Además de que hay
oficios que requieren mucho esfuerzo, pero históricamente han sido los peores pagados, como los
obreros. Estas incongruencias lo obligaron a crear la teoría de los costes de producción.
De esta manera surge la teoría de los costes de producción, para responder así a todas las
interrogantes que generó la teoría del valor. Aquí Adam Smith señala que el precio es igual a la suma
de tres elementos: la ganancia, la renta y el salario, así que incluye muchas más variables que en la
teoría inicial. El economista llega a esta conclusión, ya que a su juicio el valor de un bien dependerá
del gasto que haya que invertir en su elaboración.
Para poder justificar lo que explicaba en la teoría anterior, Smith indicó que todas las ganancias
realmente provenían de pequeñas comisiones que iban destinadas a los salarios, el coste principal
de cualquier empresario. Sin embargo, después de mucho tiempo acabó aceptando una situación
que se convirtió en norma general. Esa situación implica que un aumento en el capital de inversión
incrementa el valor de la mercancía y no disminuye el porcentaje dirigido a salarios. Esto generó
muchas discusiones entre sus críticos.
Esta teoría no estuvo exenta de críticas, ya que el filósofo dejó por fuera muchas variantes que
pueden surgir a la hora de fijar el precio de cualquier producto. Entre ellas, la ley de oferta y
demanda, libre competencia y calidad de un bien. A pesar de esto en las demás publicaciones de ‘La
Riqueza de las Naciones’ intenta explicar parte de su pensamiento. Esta obra generó un movimiento
que aún puede verse en las aulas de clase de diversas facultades de economía a nivel mundial.
La idea principal de Adam Smith era que a través de la economía de mercado se puede alcanzar un
bienestar integral, donde cada individuo lucha por lograr sus propios objetivos. Esto ha sido motivo
de crítica de muchos autores. Especialmente, los de corte izquierdista que tienen en Karl Marx su
máximo exponente. Hay países donde se ha aplicado el libre mercado y aún tienen problemas de
desigualdad y pobreza. Estos países son ejemplo para el argumento de estas personas, que siguen
buscando el sistema perfecto para crecer.
Sin embargo, también hay algo de incongruencia en sus conceptos. Ya que en algunas ocasiones
señaló al ser humano como una especie egoísta y fría, que solo se interesa por sus propios objetivos.
No obstante, en uno de sus libros menciona como el hombre es un ser empático que puede forjar
relaciones con otros para poder lograr las metas planteadas. A tal punto que dio clases de Filosofía
Moral en la Universidad de Glasgow. Estas incongruencias son algunas de las críticas que aún
prevalecen en su contra.
Con toda esta información podemos decir que Adam Smith fue uno de los teóricos más influyentes
de la economía moderna, destinando gran parte de su vida a idear una serie de conceptos que
permitieron entender el comportamiento de los agentes económicos. Fue precursor del capitalismo
y del libre mercado como el sistema ideal, algo que ha sido replicado por múltiples casas de estudio,
siendo toda una escuela de pensamiento liberal. Su aporte a la comunidad académica es incalculable
y día a día se lo hacen saber.
Adam Smith.
Es considerado por muchos como el padre del capitalismo. Publicó un libro en 1776 titulado Una
investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, que se considera la base
donde se apoya el capitalismo moderno.
Smith exhortaba que las decisiones económicas estuvieran determinadas por el libre juego de las
fuerzas que autorregulan el mercado.
John Locke.
Su obra Dos tratados sobre el gobierno civil (1689) estableció los principios que posteriormente
sirvieron para identificar el capitalismo como sistema productivo.
David Ricardo.
Mostró que el libre comercio beneficiaría tanto a los industrialmente débiles como a los fuertes, en
su famosa teoría de la ventaja comparativa.
Gran Bretaña abrazó el liberalismo alineándose con las enseñanzas de los economistas Adam Smith
y David Ricardo, alentando la competencia y el desarrollo de una economía de mercado.
Este economista desafió la noción que las economías capitalistas podían funcionar bien por sí solas,
sin la intervención del Estado para combatir el alto desempleo y deflación observada durante la Gran
Depresión de la década de 1930.
En su Teoría general del empleo, el interés y el dinero de 1936, Keynes cuestionó que el capitalismo
luchara por recuperarse de la desaceleración de la inversión, porque podía durar indefinidamente
con alto desempleo y sin crecimiento.
Keynes no buscaba cambiar la economía capitalista por otra distinta, sino postulaba que para sacar
a la economía de una recesión era necesaria una intervención reiterada del gobierno, recortando
impuestos y aumentando el gasto público.
Propiedad privada de los medios de producción. Consiste en las tierras, fábricas, herramientas y
demás sistemas productivos que pertenecen a capitales privados, no al Estado ni a las comunidades.
Libertad de mercado. Consiste en que cualquier persona tiene derecho a comprar o vender, incluso
su trabajo como servicio, y a negociar el precio que le convenga.
La mano invisible del mercado. Consiste en que las acciones e intereses económicos individuales
contribuyen al bienestar de la sociedad en su conjunto y que el Estado debe intervenir lo menos
posible en el mercado.
Libertad de empresa. Consiste en que cualquier persona puede iniciar un negocio, siempre y cuando
asuma los riesgos, y obtener beneficios. Esto propicia la competencia y la mejora en la calidad de la
producción y de precios.
Se sostiene en base a la idea de oferta y demanda: los bienes y servicios son demandados por su
público consumidor, y ofertados por sus productores. Dependiendo de cómo se dé esa relación, los
productos serán más o menos costosos y más o menos abundantes.
Dada la flexibilidad del capitalismo, existen muchas clasificaciones, y no hay un consenso entre los
investigadores. Por eso, a continuación veremos tres clasificaciones basadas en diferentes criterios:
1) según la iniciativa empresarial; 2) según las formas de coordinación, y 3) según los modelos
institucionales.
Según la iniciativa empresarial
La clasificación según la iniciativa empresarial ha sido propuesta por los investigadores Baumol, Litan
y Schramm. Se requiere a quién tiene la iniciativa de crear empresas o cuál es la motivación para
apoyarlas.
Capitalismo dirigido por el Estado. Es aquel donde el Estado tiene la iniciativa de la inversión y el
desarrollo como parte de su política de crecimiento económico. El Estado elige las empresas a las
que apoyará, en la expectativa de que serán exitosas.
Capitalismo de grandes empresas. Es aquel en que las empresas ya establecidas promueven las
actividades económicas más importantes. Por norma general, estas empresas se basan en la
reducción de costos a través del aumento de la producción.
La clasificación del capitalismo según los modelos de coordinación fue propuesta por Peter Hall y
David Soskice. Se refiere a cuál es el agente protagónico en la dinámica de promoción económica.
En otras palabras, cómo se coordinan los diferentes actores económicos en una sociedad capitalista.
Una de las más clasificaciones más aceptadas es la del economista francés Bruno Amable. Este
propone una tipología basada en los modelos institucionales de diferentes países. Amable describe
cada tipo identificando en ellos cómo se concibe el mercado de producción, el mercado laboral, el
sistema financiero, el Estado de Bienestar y la educación.
Por ejemplo: Suiza, Alemania, Austria, Irlanda, Bélgica, los Países Bajos, Noruega y Francia.
La seguridad laboral es posible solo a través de las grandes corporaciones. No hay una política de
empleo y la negociación salarial está centralizada. Hay concentración de la propiedad. El sector
universitario es predominantemente público.
• Ignorar los costos consecuentes del sistema productivo, como la contaminación y el abuso
de recursos naturales.
• Promover la igualdad de condiciones, pero no de oportunidades para ancianos o
discapacitados.
• Limitar la diversidad y la innovación como consecuencia de la desigualdad social.
• Aumentar la competencia por el dinero debido a que es el único motor de interés.
• Inducir al monopolio en sistemas de gobiernos corruptos.
14. INTERVENCIÓN DEL ESTADO EN EL CAPITALISMO – WENDY
La intervención del Estado en el sistema capitalista es necesaria para gestionar la defensa nacional
y regular el comercio exterior, siempre y cuando intervenga de manera moderada.
El Estado legisla para evitar la formación de monopolios, en especial, de empresas que brindan
servicios básicos de agua, energía y telecomunicaciones, y para fomentar la producción nacional a
fin de mantener una economía estable y competente con otros países.
En los casos en los que el Estado interviene en la mayoría de las decisiones del mercado a fin de
tener en su poder la mayor parte de los medios de producción y su consecuente ganancia, se
considera un sistema comunista.
Existen muchas variantes de sistemas económicos y políticos como cantidad de países en el mundo.
Ni el comunismo ni el capitalismo han logrado implementar sus ideologías puras, debido a la
corrupción de la política partidaria que deriva en monopolios que absorben todo el control y poder.
Tal y como se ha indicado, el capitalismo de Estado en su nivel conceptual más básico establece que
el Estado, por medio de su gobierno, sus instituciones y medios de control dirige la vida económica,
comercial y empresarial del país como si este fuera una gran empresa.
Así, los gobiernos de este tipo buscan el aumento del beneficio nacional y el aumento de riqueza del
país para, en adelante, invertir estas ganancias en nuevos puntos de producción.
Esto se realiza por medio de empresas o sociedades de tipo estatal que participan en los mercados
en forma de empresas públicas, buscando obtener beneficios económicos y no dejando a empresas
privadas asumir esa actividad por completo (capitalismo monopolístico de estado), o al menos
compitiendo con ellas.
También es frecuente que el Estado absorba o nacionalice empresas, las rescate tras quiebra o las
expropie por diversos motivos y asuma su control. Los sectores más proclives a esto son los recursos
energéticos (compañías petroleras de carácter estatal), materias primas o distribución de bienes y
servicios (servicios estatales de correos, por ejemplo).
Alemania
Austria
Bélgica
Dinamarca
España
Finlandia
Francia
Grecia
Holanda
Irlanda
Italia
Malta
Noruega
Portugal
Reino Unido
Suecia
Belice
Bolivia
Brasil
Canadá
Chile
Colombia
Costa Rica
Ecuador
El Salvador
Estados Unidos
Francesa
Guatemala
Guyana
Guyana
Honduras
Nicaragua
Panamá
Paraguay
Perú
Surinam
Uruguay
Hong Kong
Singapur
Taiwán
Vietnam
Japón
India
Angola
Argelia
Egipto
Etiopía
Ghana
Kenia
Libia
Marruecos
Nigeria
Senegal
Sudáfrica
Sudán
Túnez
Uganda
Yibuti
Zambia
La principal tarea del gobierno según el capitalismo es controlar los fallos de mercado. Además, debe
evitar que el sistema derive en situaciones de abuso y debe fomentar la competencia. Bajo este
concepto existen diferentes tipos de sistema derivados, como el capitalismo monopolístico, el
capitalismo financiero o el neocapitalismo.
En ese sentido, la escasa presencia e influencia del poder político en el mercado destaca
especialmente, pues permite a propietarios o empresarios operar con un alto grado de libertad e
independencia para la consecución de beneficios. Con estos, los empleadores logran la reinversión
en las empresas y el pago a los trabajadores. Al mismo tiempo, supone la reducción de poder que el
estado tiene en el día a día financiero y empresarial. Dando, de este modo, mayor peso a los agentes
privados y ocupándose de la supervisión de los mercados.
Los liberales defienden que en un mercado en el que hay competencia, las empresas son capaces de
mejorar los productos y servicios, cambiando la estructura de costes para poder ofrecer más calidad
a precios más reducidos. Reducir el papel del estado y su injerencia en los mercados es una de las
bases del capitalismo y de la economía occidental más reciente.
El crecimiento económico en un régimen capitalista quizás haya superado con creces el de otros
sistemas económicos, pero la desigualdad sigue siendo uno de sus atributos más controvertidos. ¿Es
que la dinámica de acumulación de capital privado lleva inevitablemente a la concentración de la
riqueza en menos manos, o que el equilibrio resultante de crecimiento, competencia y progreso
tecnológico reduce la desigualdad? Los economistas han adoptado diversos enfoques para explicar
la desigualdad económica. En el estudio más reciente se analiza una colección única de datos que se
remontan al siglo XVIII para descubrir patrones económicos y sociales de importancia clave (Piketty,
2014), y se observa que en las economías de mercado contemporáneas la tasa de rentabilidad de la
inversión con frecuencia supera al crecimiento general. Si esa discrepancia persiste, a valores
compuestos, la riqueza en manos de los propietarios del capital aumentará mucho más rápidamente
que otros tipos de ganancias (salarios, por ejemplo), para finalmente sobrepasarlos por amplio
margen. Aunque ese estudio tiene tantos críticos como admiradores, ha sumado elementos al
debate sobre la distribución de la riqueza en el capitalismo y ha reforzado en muchos la creencia de
que una economía capitalista debe ser orientada en la dirección correcta por las políticas estatales
y el público en general para garantizar que la mano invisible de Smith siga operando a favor de la
sociedad.
O sea, que el trabajo de los obreros es capitalizado por la burguesía, que extrae de ello una plusvalía
o ganancia, eximiéndose así de tomar parte en el trabajo.
Esta mirada, nacida en el seno de la brutal sociedad capitalista del siglo XIX, proponía que el
capitalismo reproducía la pobreza, yendo en beneficio únicamente de las clases pudientes, que
necesitaban de grandes cantidades de trabajadores que explotar.
El capitalismo del siglo XX logró un desarrollo económico y un estado de bienestar que elevó
inmensamente los estándares de vida en Europa y Estados Unidos, suavizando allí los efectos nocivos
del capitalismo y desplazándolos hacia las naciones subdesarrolladas, creando así un mundo
desigual. Además, este desarrollo se logró gracias al colonialismo y el saqueo de los recursos
naturales del llamado Tercer Mundo.
Por otro lado, la crítica ecológica apunta a que la actividad industrial y el consumo de energía que
sostiene el modelo capitalista de producción es inviable e insostenible en el tiempo, ya que impone
un altísimo costo ecológico al planeta. El cambio climático, la contaminación ambiental y la
destrucción de ecosistemas son parte de las responsabilidades que se le achacan al modelo
capitalista mundial.