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Orgullo y prejuicio

¿Alguna vez se ha encontrado en una fiesta rodeados de amigos y


conocidos? las risas están llenando el aire mientras todos disfrutan de
la compañía mutua. En ese momento, la puerta se abre y una nueva
persona entra en la habitación. En un instante, sus ojos se posan en
esta figura desconocida y, sin previo aviso, un pensamiento cruza su
mente: "¿Quién es esta persona?".

En ese momento, el proceso de prejuicio se apresura a ponerse en


marcha. Aunque ni siquiera han hablado con esta persona ni saben
nada sobre ella, sus mentes han comenzado a tejer una historia basada
en la apariencia. Quizás su ropa es diferente a la de los demás o su
expresión facial es única. En ese instante, pueden sentir que conocen
algo sobre esta persona, aunque en realidad solo están respondiendo a
sus propios prejuicios inconscientes. El prejuicio se arraiga incluso
antes de que tengan la oportunidad de conocer a la persona de verdad.

Este juicio apresurado se basa en nuestra tendencia natural a


categorizar y simplificar la información. Nuestros cerebros buscan
patrones conocidos para procesar rápidamente lo que nos rodea.
Además, las experiencias pasadas, la cultura y los mensajes mediáticos
pueden influir en cómo interpretamos a los demás. Sin embargo, es
esencial recordar que este primer pensamiento no es la verdad
completa sobre esa persona.

Así como en este caso, muchas veces formamos opiniones rápidas


sobre las personas antes de conocerlas verdaderamente. En ocasiones,
estos prejuicios pueden influir en cómo nos relacionamos con los
demás y en cómo experimentamos la diversidad en nuestras vidas.
En la biblia hay un pasaje que creo nos da importantes lecciones y nos
invita a mirar profundamente dentro de nosotros mismos y cuestionar
cómo el prejuicio puede afectar nuestra relación no solo con los demás
sino especialmente con Dios. Estamos hablando de la historia del
fariseo Simón la cual nos brinda una valiosa oportunidad para
considerar cómo nuestras actitudes prejuiciosas pueden oscurecer
nuestra comprensión de los demás y afectar nuestra vida como iglesia.

Menos religiosidad

Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo
entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. 37 Entonces una mujer
de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en
casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; 38 y
estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con
lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y
los ungía con el perfume. 39 Cuando vio esto el fariseo que le había
convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué
clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. Lucas 7.36-39

Me llama la atención cuando leemos esta historia como Simón sin


detenerse a reflexionar va directo al ataque sobre la mujer. Esto puede
explicarse por varias razones relacionadas con la mentalidad y la
perspectiva de Simón como fariseo y líder religioso de la época.

Enfoque en las apariencias y el cumplimiento externo: Los fariseos


eran conocidos por su énfasis en el cumplimiento externo de las
normas religiosas, pero a menudo descuidaban las actitudes del
corazón y la compasión. Simón pudo haber estado más enfocado en las
apariencias y las reglas, lo que lo habría cegado a la realidad interior de
la mujer.

A menudo, podemos juzgar a las personas según su apariencia externa,


su vestimenta, su estatus social o incluso su presencia en las redes
sociales. Sin embargo, estas apariencias pueden ser engañosas y no
reflejar la verdadera esencia de una persona. Como cristianos, debemos
recordar que Dios mira el corazón, y debemos esforzarnos por ver más
allá de las apariencias y valorar a las personas por lo que realmente
son.

Falta de empatía: Simón podría no haber tenido la empatía necesaria


para entender la experiencia y las luchas de la mujer. Algunas de sus
actitudes y prejuicios podrían haberle impedido ponerse en el lugar de
la mujer y comprender sus acciones desde su perspectiva.

En un mundo acelerado y lleno de distracciones, es fácil pasar por alto


las luchas y desafíos que enfrentan las personas a nuestro alrededor.
Podemos estar tan centrados en nuestras propias preocupaciones que
no tomamos el tiempo para escuchar y comprender las necesidades de
los demás. Practicar la empatía significa estar dispuestos a escuchar,
entender y brindar apoyo a quienes nos rodean.

Orgullo y superioridad: La posición y el estatus de Simón como fariseo


podrían haberlo llevado a sentirse superior a otros, incluida la mujer
pecadora. El orgullo y la sensación de superioridad pueden oscurecer la
capacidad de ver la realidad de las personas y comprender sus
necesidades.
A veces, podemos sentirnos espiritualmente superiores a otros debido a
nuestras creencias, prácticas religiosas o conocimiento teológico. Esto
puede llevarnos a juzgar y desestimar a aquellos que no cumplen con
nuestros estándares. Sin embargo, Jesús nos enseñó a ser humildes y a
recordar que todos somos pecadores necesitados de su gracia.

En la era de la tecnología, nuestras interacciones personales pueden


volverse más superficiales. Las redes sociales y la comunicación digital
pueden dificultar la comprensión profunda de las personas y sus
experiencias. Debemos esforzarnos por construir relaciones
significativas y auténticas, basadas en el amor y la compasión que Jesús
mostró.

Mas misericordia

40 Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que


decirte. Y él le dijo: Di, Maestro. 41 Un acreedor tenía dos deudores:
el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; 42 y no
teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de
ellos le amará más? 43 Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a
quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado. 44 Y vuelto
a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me
diste agua para mis pies; mas esta ha regado mis pies con lágrimas, y
los ha enjugado con sus cabellos. 45 No me diste beso; mas esta,
desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. 46 No ungiste mi
cabeza con aceite; mas esta ha ungido con perfume mis pies. 47 Por lo
cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó
mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Lucas 7:40-
47
Por su parte, Jesús nos muestra un contraste de misericordia, ya que a
diferencia de Simón, cuya religiosidad no le permitía ver como Jesús
veía, Jesús sí tuvo misericordia de ella mostrándonos una serie de
cualidades y valores que contrastan con las actitudes que Simón
representaba.

Jesús mostró una profunda misericordia y compasión hacia la mujer


pecadora. En lugar de juzgarla y condenarla, la trató con amor y
comprensión. Esto nos enseña que el amor de Jesús se extiende a
todos, sin importar su pasado o sus errores. Nosotros también
podemos mostrar misericordia y compasión hacia aquellos que han
cometido errores. En lugar de juzgar y condenar, podemos recibir a las
personas con amor y comprensión, recordando que todos necesitamos
gracia.

Jesús tuvo empatía y entendimiento sobre las luchas internas y el


arrepentimiento genuino de la mujer. Su amor le permitió ver más allá
de las apariencias y conectarse con su corazón. Esto nos recuerda que
debemos esforzarnos por comprender las luchas y desafíos de los
demás. En lugar de juzgar basados en apariencias, podemos practicar la
empatía, poniéndonos en su lugar y mostrando interés genuino por sus
vidas.

A pesar de ser el Hijo de Dios, Jesús mostró humildad pero además


mostró apertura al permitir que la mujer lo ungiera con perfume y
lágrimas. Esto contrasta con la actitud de superioridad espiritual que a
veces mostramos. Nos enseña a ser humildes y abiertos a las
expresiones sinceras de amor y devoción.

Jesús demostró un profundo conocimiento espiritual al discernir la


verdadera naturaleza de la mujer y su arrepentimiento sincero. Su
amor va más allá de lo superficial y abraza la realidad interior de las
personas. Nos desafía a profundizar en nuestra relación con Dios y a
buscar su discernimiento en nuestras interacciones. A través de la
oración y el discernimiento, podemos ser guiados por el Espíritu Santo
para comprender las necesidades reales de las personas.

Jesús ofreció el perdón a la mujer pecadora y la restauró en una


relación transformadora con Dios. Su amor nos muestra que no
importa cuál haya sido nuestro pasado, siempre hay espacio para la
reconciliación y la restauración en Cristo. Debemos estar dispuestos a
perdonar y ayudar en el proceso de restauración de aquellos que
buscan una nueva dirección en sus vidas.

En la historia de Simón el fariseo y la mujer pecadora, encontramos un


poderoso recordatorio del amor incondicional de Jesús y su llamado a
reflejar ese amor en nuestras vidas. En un mundo donde a menudo
prevalece la rigidez de la religiosidad, estas narrativas nos desafían a
abrazar una mentalidad de menos religiosidad y más misericordia. A
través de la misericordia, empatía, humildad y perdón que Jesús
demostró, somos desafiados a superar nuestros prejuicios y actitudes
críticas. Al cerrar la puerta a los prejuicios y abrazar la amabilidad y el
amor de Jesús, no solo transformamos nuestras relaciones, sino que
también abrimos la puerta para que otros experimenten la gracia
transformadora de Cristo. Que nuestras vidas sean un testimonio vivo
del amor que trasciende prejuicios y restaura corazones.

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