Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
rural1
Eduardo Cortés Prieto
Resumen
En los círculos académicos y de política pública, la soberanía alimentaria tiende a interpretarse
como la decisión individual de las familias rurales sobre qué cultivar y qué consumir. A partir
de una investigación etnográfica con 15 familias campesinas en el municipio de Guasca,
Cundinamarca, en Colombia, este artículo da cuenta de la influencia negativa de la expansión
de plantaciones y de la gentrificación rural sobre la soberanía alimentaria campesina. Los
resultados sugieren que tanto las plantaciones como la gentrificación rural, no son fenómenos
necesariamente aislados. Por el contrario, en este caso se conectan por la apropiación del
agua bajo la narrativa de la fábrica de agua y van en detrimento de la soberanía alimentaria
campesina, pues sin agua no hay cultivos. Asimismo, es posible conectar este escenario con la
descampesinización expresada en este municipio en los fenómenos de proletarización de les
campesines, el limitado acceso a la tierra y la colonización del paladar. Siendo sus efectos
diferenciados para mujeres, niñes y adultes mayores.
Abstract
In academic and political scenarios, food sovereignty is usually interpreted as the rural
families’ individual choice of what to grow and what to eat. Using an ethnographic research
approach with 15 peasant families in the municipality of Guasca, Cundinamarca, Colombia,
the present paper shows the negative role of plantations and rural gentrification dynamics of
expansion over peasant food sovereignty. The present findings suggest that both plantations
and rural gentrification are not isolated phenomena. On the contrary, in this case they are
connected by water appropriation under the narrative of the water factory and are
detrimental to peasant food sovereignty, since without water there are no crops. Likewise, it
1
Artículo de investigación para optar por el título de Magíster en Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo.
Directora: Diana Carolina Ojeda, PhD, profesora asociada, Cider, Universidad de los Andes. Este articulo será
enviado para publicación a una revista indexada.
is possible to connect this scenario with a de-campesinization process expressed in this
municipality in the phenomena of proletarianization of the peasants, the limited access to
land and the colonization of the palate. Being its differentiated effects for women, children,
and older adults.
Key words: Rural gentrification, food sovereignty, plantations, water factory, de-
campesinization, Guasca
Introducción
“Ya no se cultiva y pues es que todo está tan caro, entonces para comprar todo lo que lleva
sale caro y no sabe igual”, me dijo Elsa, cuando conversamos sobre el plato de comida que
más añora: la mazamorra chiquita. Su relato, como el de muchas personas que se identifican
como campesines de Guasca – municipio ubicado al oriente del departamento de
Cundinamarca en la región del Guavio, Colombia – habla de las transformaciones dramáticas
que han tenido dos fenómenos sobre este municipio en las últimas cuatro décadas: la entrada
y expansión de plantaciones y la gentrificación de sus terrenos.
Este artículo investiga las relaciones entre las plantaciones y la Gentrificación Rural (GR) sobre
el ejercicio de la Soberanía Alimentaria (SOA) en familias campesinas en Guasca,
Cundinamarca. A través de investigación de corte etnográfico, es explicado cómo estas
relaciones son negativas. Este argumento contribuye a ampliar la discusión sobre el alcance
de la capacidad de decisión por parte de familias campesinas de qué cultivar y cómo cultivarlo
(Li, 2015). Así, los resultados de investigación sugieren que las capacidades de alimentarse y
alimentarse bien responden a presiones capitalistas de carácter global, nacional y regional,
expresadas localmente como descampesinización, proletarización de les campesines, limitado
acceso a la tierra y colonización del paladar. Todo esto como resultado del establecimiento de
plantaciones y procesos de GR, en donde mujeres y sujetos feminizados como niñes y adultes
mayores son quienes se ven mayormente afectades por estos procesos.
2 Nombre generalizado para referirse a ecosistemas de páramo tanto en el lenguaje popular como en medios
de comunicación: https://www.rcnradio.com/bogota/ambientalistas-rechazan-nueva-represa-en-chingaza
sustentan las plantaciones y la GR y cómo estos afectan de manera diferenciada a mujeres y
cuerpos feminizados en aspectos vitales como la alimentación.
De la misma manera, esta investigación concibe las plantaciones desde su inherente carácter
depredador agroextractivista, basado en la mercantilización y explotación de la naturaleza y
el trabajo, especialmente de cuerpos y sujetos feminizados necesarios para sostener este
modelo (Ojeda, 2021). Cabe resaltar el entendido de las plantaciones más allá de ser
monocultivos industriales que dominan paisajes y despojan recursos para acumular capital
(Prunier & León Araya, 2022). Pues es importante conocer como clave de la masificación de
las plantaciones su origen colonial y el uso del capital como herramienta para ordenar,
disciplinar, y (des)legitimar espacios, cuerpos, sujetos y paisajes (Li & Semedi, 2021). Esto es
relevante para este caso de estudio porque con la llegada de las plantaciones de flores en los
ochentas y su actual transición a arándanos en el municipio de Guasca les participantes del
estudio concuerdan en que existe un acaparamiento de aguas y suelos, bajo la premisa de la
generación de empleo. A su vez, las familias campesinas ven que esto es una afectación directa
al ejercicio de la SOA campesina, en parte por la pérdida de cultivos y semillas tradicionales,
pero también por el acaparamiento del agua necesaria para el sostenimiento no sólo de
cultivos tradicionales, sino de la vida misma. Tal y como lo relata José: "Esos cultivos de flores
y arándanos son importantes porque dan empleo, pero ese empleo no es para la gente de acá.
Nosotros nos damos cuenta de que eso enferma y pues, como le parece a usted que nosotros
no comemos ni flores ni arándanos. Necesitamos volver a cultivar la papita, las habas, el maíz
que sí comemos”.
La GR es definida por Phillips (2010) como un cambio económico, poblacional y cultural de los
entornos rurales en términos de clase (Clark, 2004); esto implica que les habitantes
tradicionales, sus visiones de naturaleza y modos de vida, son reemplazados por personas de
élites sociales con visiones de naturalezas enfocadas en la explotación y el goce. Este
fenómeno ha sido estudiado principalmente a través de análisis comparativos. Sin embargo,
es problemático limitarse a una comparación entre lugares, pues se rezaga el potencial de
realizar un análisis de la GR a través de escalas espacio temporales diversas y situadas. Esto
es, la posibilidad de interpretar la influencia del movimiento de personas, capital e ideas en
periodos de tiempo diferentes y cómo estos producen y reproducen los paisajes
contemporáneos (Nelson, 2018). Estos paisajes contemporáneos escenifican, principalmente,
nuevas geografías de acumulación de capital y dominación (Nelson & Hines, 2018). Frente a
la teorización de este fenómeno, López-Morales (2018) alude que esta se ha enfocado en
casos del norte global, dejando de lado su estudio en América Latina, el sur de Asia, Oriente
Medio y algunas partes de África.
No obstante, desde el sur global se han hecho aportes relevantes en el estudio de estos
cambios y dinámicas en los paisajes rurales bajo la conceptualización de Rururbanización
(Jiménez Barrado & Campesino Fernández, 2018; Sánchez Torres, 2018) también se ha
analizado la influencia del turismo como vector del proceso de GR (Gascón y Ojeda, 2019).
Pero además, Villamizar Santamaría (2022), señala las particularidades de estudiar el
fenómeno de la GR en Latinoamérica debido a que los lugares objeto de procesos de
gentrificación no son geográficamente remotos, en comparación a lo que sucede en el norte
global y porque en estos lugares es posible encontrar una composición heterogénea de
población, en términos de clase, en un solo lugar. Siendo esta última la razón de adoptar el
concepto de GR para esta investigación, pues en el caso de Guasca es evidente una
diferenciación entre campesines y gentrificadores en términos identitarios y de clase.
Así, en Latinoamérica, Gascón y Cañada (2016) muestran cómo procesos de gentrificación de
territorios rurales generan tensiones que llevan a que los habitantes rurales afronten procesos
de descampesinización, subordinación y migración. Lo anterior, a razón de la desposesión de
recursos naturales esenciales, la afectación de economías campesinas, nuevas dinámicas
laborales, especialmente de ocupación de pobladores tradicionales en las labores más bajas
de la nueva estructura social dominante, relacionadas con labores de cuidado, limpieza y
mantenimiento bajo la premisa de la estabilidad laboral. No obstante, el efecto de esta
gentrificación no se detiene solo en estas dimensiones, puesto que, al producir un cambio en
los modos de vida de los habitantes, existe un cambio en otras dimensiones poco exploradas
como la alimentación y el ejercicio de la SOA de los mismos.
Consideraciones metodológicas
El estudio se cobijó bajo el paradigma constructivista (Denzin & Lincoln, 2005) debido a que
el proceso investigativo y sus resultados se dieron en un ejercicio dialéctico, reflexivo y de
construcción continua entre investigador y les participantes. Basado en este paradigma, se
propuso la etnografía como principal método por su carácter dinámico, interactivo y de
inmersión atravesado por la reflexión del investigador para entender al sujeto-objeto
investigado (Barrera, 2016). Dicho trabajo implicó un ejercicio de reflexividad dinámica y
constante al ser el investigador un habitante del territorio estudiado, resaltando así el carácter
situado del estudio (Piazzini, 2014). El trabajo de campo tomó ocho meses y consistió en
actividades con 15 familias campesinas del municipio de Guasca, seleccionadas a través del
método de "bola de nieve".
Por cada familia, se realizó una entrevista en donde participaron entre una y tres personas.
Durante la actividad, a la persona de mayor edad se le pidió representar gráficamente un plato
de comida del pasado que no se preparara en la actualidad, con el propósito de tener una idea
amplia de la dieta en una escala temporal mínima de treinta a cuarenta años. Asimismo, se
realizó el ejercicio con un plato del presente y se invitó a imaginar un plato del futuro. Esta
actividad permitió guiar el diálogo sobre el origen de los alimentos, los cambios en la dieta, el
ejercicio del trabajo y cuidado en la producción y abastecimiento de alimentos, las causas de
los cambios en la producción y reproducción de esas recetas y los imaginarios de la comida en
el futuro.
Todas las interacciones de manera física fueron hechas bajo los protocolos de bioseguridad
necesarios para prevenir el contagio de COVID-19. La información obtenida en las entrevistas
fue transcrita, ordenada y codificada para el respectivo análisis. A cada participante del
estudio se le asignó un seudónimo para proteger su privacidad.
Resultados y discusión
Que los ecosistemas de páramos han sido reconocidos como áreas de especial
importancia ecológica que cuentan con una protección especial por parte del Estado,
toda vez que resultan de vital importancia por los servicios ecosistémicos que prestan
a la población colombiana, especialmente los relacionados con la estabilidad de los
ciclos climáticos e hidrológicos y con la regulación de los flujos de agua en cantidad y
calidad, lo que hace de estos ecosistemas unas verdaderas “fábricas de agua”, donde
nacen las principales estrellas fluviales de las cuales depende la mayor parte de la
provisión [85%] de agua para consumo humano, riego y generación eléctrica del país
(Resolución 886 de 2018, p. 1).
Igualmente, en medios de comunicación masivos es utilizado este término para referirse a los
páramos:
“Me debía conocer el Páramo de Sumapaz. Con orgullo los colombianos podemos decir
que tenemos el páramo más grande del mundo. Y los páramos son las fábricas de agua
para el planeta y toda la vida que lo habita. Muchos desconocen la importancia de
estos ecosistemas y la importancia que tienen para la existencia” (María Andrea Nieto,
2020).
Este proyecto de ruralidad minimiza la importancia del acceso y gestión del agua por parte de
la población campesina para la producción de alimentos y, por ende, el sostenimiento de la
vida. El acceso al agua en el municipio se da por dos mecanismos: participación en acueductos
veredales o privados, o por medio de concesiones aprobadas por la Corporación Autónoma
Regional del Guavio. En concordancia con los relatos de les participantes, es preocupante la
prelación que posee la asignación de concesiones y permisos de plantaciones para la
exportación como las flores y los arándanos.
El acceso al agua para uso doméstico se da por medio de acueductos veredales, los cuales
heredan infraestructura e historia comunitaria. En total, Guasca cuenta con 18 acueductos
veredales y un acueducto privado, que abastecen a la población gracias a captaciones en las
zonas altas del sistema de páramos. Esta manera de gestión está siendo objeto de presiones
a nivel institucional, de las plantaciones y de los finqueros, quienes argumentan que es
necesaria la privatización. Esto fue evidente en una de las reuniones de discusión sobre el EOT
a las que asistí; en ese espacio una mujer finquera tomó la palabra para afirmar que los
acueductos veredales en el municipio no funcionaban porque estaban a cargo de campesines
y que por eso era necesario privatizarlos para que fueran rentables (Diario de campo, abril de
2021).
Es un panorama complejo, pues el riesgo de inseguridad hídrica y, por ende, de pérdida de
SOA, no es un tema de infraestructura y disponibilidad de agua, sino de poder. Por un lado,
finqueros y plantaciones están estratégicamente ubicados en las partes altas del territorio con
acceso concesionado a afluentes y, además, a puntos de acueducto. Lo que implica para elles
el no tener fluctuación en el acceso al agua para mantener sus lagos, prados y jardines. Por
otro lado, les campesines, quienes están ubicades en las zonas con mayor estrés hídrico, con
dificultad de acceso a infraestructura y/o recursos para obtener concesiones, experimentan
de manera diferenciada la escasez hídrica en sus hogares, cultivos y huertas.
Evidencia de esto es lo reportado por Millán Cortés (2020), quien muestra como para el año
2019 se presentaron hasta 19 días sin agua en 12 de las 14 veredas, así como en el casco
urbano del municipio, consecuencia de una sobredemanda relacionada con la acelerada
llegada de gentrificadores. En este tipo de casos se percibe un efecto diferenciado de la
escasez del agua entre aquellos que pueden acceder a concesiones que permiten
contrarrestar el desabastecimiento (gentrificadores/plantaciones) y aquellos que no tienen el
poder para hacerlo. Este panorama pone en evidencia el riesgo sobre el ejercicio de la SOA y
la vida digna de las familias campesinas, porque sin agua no hay cultivos.
“Cultivos, ahora todo el mundo está sembrando arándano. Si hay mucho cultivo de
arándano va a bajar el precio. Va a pasar como con la fresa. Los cultivos que van a
haber van a ser de gente de plata. El campesino no va a poder hacer cultivos por los
insumos. El campesino no puede establecer estos cultivos porque son muy caros. Eso
se necesitan estudios de suelos y riegos y eso” - Carlos.
“En la alcaldía estaban molestando por los invernaderos, por lo del EOT. Porque
dañaban el paisaje. Porque no iban a dejar cubrir; sembrar sí, pero sin cubrir. Yo no veo
que eso sea contaminación. Pero los paisajistas sí. En las empresas nos dijeron que si
prohibían eso nos quedábamos sin trabajo. Porque ellos no iban a hacer esa inversión
para dejar al descubierto la fruta. Entonces crearon un impuesto por cubrir los
cultivos.” - Angie.
Situación que más adelante, en reuniones a puerta cerrada con el gobierno municipal,
terminarían en la supresión de dicho punto en el EOT. Este evento demuestra el poder que
tienen las plantaciones y les gentrificadores para llegar a influir a la escala de directrices de
ordenamiento territorial, además del presente racismo y patriarcalismo institucional que
deslegitima la opinión y propuestas del campesinado. Este escenario es complejo porque, bajo
el argumento del trabajo y la estabilidad económica, se encubre la proletarización del trabajo
campesino (Morales Zapata, 2021), y deja claro que la SOA no aparece dentro de la agenda de
gobiernos municipales ni en la planeación del territorio a futuro. Lo que corrobora que les
gentrificadores y las plantaciones no operan de manera aislada y que en conjunto hacen uso
del capital como herramienta para ordenar, disciplinar, y (des)legitimar espacios, cuerpos,
sujetos y paisajes (Li & Semedi, 2021).
Figura 1: Plato de comida del pasado. Dibujado por: Elsa, vereda Flores. Junio 20 de 2021.
Las conversaciones en torno a la comida con les participantes del estudio estuvieron llenas de
sentimientos y emociones, pues al hablar de sus comidas es como si se acariciara la memoria
de cada persona. Este ejercicio les permitió rememorar historias con sus abuelas, padres y
hermanos; recordar sabores y aromas, paisajes y cultivos. Todo aquello que fue y que no
regresará. La mayor parte de las recetas y platos de comida dibujados y descritos
corresponden a alimentos preparados, en su mayoría, por mujeres en estufas de leña y carbón
mineral, al agua de los nacederos y de los ríos y a la comida que se conseguía y transaba en
las veredas. Esas recetas se componían, en su mayoría, por sopas ricas en aportes calóricos
gracias a la inclusión mayoritaria de tubérculos, granos y cereales, pero también por la
presencia de amasijos a base de maíz, trigo y cebada junto a fermentos como el guarapo, la
chicha y el masato. Así lo recuerda Elsa:
“Nos alimentaban era con una sopa de maíz que llevaba habas, que la llamaban la
mazamorra de piste. Mi mamá la hacía y nosotros los hijos molíamos el maíz y le
sacábamos la masa para la sopa. Eso quedaba, pero rica; le poníamos frijoles, habas,
papa criolla, papa de año y arracacha. Ahorita ya no se hace, los molinos ya no existen
ya nadie hace sopa de maíz. Ya no se cultiva y pues es que todo está tan caro, entonces
para comprar todo lo que lleva sale caro y no sabe igual”. - Elsa.
Esta tradición de alimentos concuerda con la dieta tradicional andina, incluso remontada a la
época prehispánica (López Estupiñan, 2015), y es que estamos hablando de zona de páramo
en donde el trabajo tradicional de agricultura implicaba esfuerzos físicos altos y, por ende, se
necesitaba una carga calórica elevada. Sin embargo, para la década de 1990, los paisajes y las
dietas empiezan a cambiar, pues empieza a haber una crisis con la comercialización de la
cebada y el trigo, principales productos de la zona. Esto, por el aumento de las importaciones
de cereales y harinas, consecuencia de la apertura económica promovida por el gobierno
Gaviria (Álvarez Sánchez & Chaves, 2017).
Como resultado de este fenómeno, la producción alimentaria en esta zona migró hacia la
producción de papa mejorada para la agroindustria y leche de vaca. Siendo esta última una
de las actividades que sustentan en la actualidad los ingresos de gran parte de las familias
campesinas que aún poseen tierra. En cuanto a la producción agrícola campesina, esta se
especializó en los cultivos de papa, arveja, maíz y fríjol con prácticas de agricultura de la
Revolución Verde (Molina-Zapata, 2021), lo que incluye la mecanización de ciertos procesos,
la introducción de semillas genéticamente modificadas y la creciente dependencia en
agrotóxicos. Lo anterior, como resultado del disciplinamiento fundado en la retórica
institucional neoliberal de la empresarización del campesinado (Acuña, 2012). Pero además,
gestó el escenario ideal para la llegada, asentamiento y proliferación de las plantaciones de
flores en la zona (Patel-Campillo, 2010). Años después, este panorama trajo como
consecuencia la pérdida de prácticas de agricultura tradicionales, la desaparición de ciertas
variedades agrícolas, el agotamiento de los suelos, la migración de trabajadores de otras zonas
del país y el reemplazo del uso del suelo dedicado a la producción de alimentos tradicionales
por especies no alimentarias con fines de exportación. Lo que se relaciona con una
dependencia al trabajo en estas plantaciones y a los agroquímicos, siendo esta última una de
las mayores amenazas actuales a la producción convencional de alimentos y parte del
aumento de los costos de producción y, por ende, del aumento de precios de la canasta básica
en el país y de incertidumbre alimentaria (Mazoyer, 2008).
Ante este panorama, las alternativas y peticiones planteadas a la fecha para atender esta
situación van encaminadas a abaratar los costos de insumos fertilizantes y plaguicidas para
tratar de sostener ese modelo de revolución verde. Estas soluciones no atienden la verdadera
causa del problema: una agricultura dependiente del petróleo. Cuestionar esto implica
reconocer la inviabilidad de este modelo hegemónico, e incluso un cuestionamiento al
capitalismo mismo. Por esto, urge una transición energética (Roa Avendaño et al., 2018) y
alimentaria (Altieri & Nicholls, 2020). Esta última debe partir del reconocimiento de las
prácticas tradicionales y ancestrales de agriculturas alternativas históricamente desvirtuadas
por la obsesión de la evidencia y la tecnocracia. Y, asimismo, que apunten al ejercicio de la
SOA desde abajo, pues son las personas en condición de pobreza quienes son más vulnerables
a padecer hambre.
Figura 2: plato de comida del presente. Dibujado por: Dayana. Vereda Santa Bárbara. Mayo
15 de 2021
A partir de las ilustraciones y las entrevistas referentes a los platos de comida de la actualidad,
las familias participantes en la investigación concuerdan en que la producción propia de
alimentos solo representa alrededor del 20% de la dieta actual frente a la dieta del pasado;
convirtiendo a les campesines en compradores de alimentos que anteriormente producían.
Situación que hace parte de lo que Gascón y Cañada (2016) denominan como el fenómeno de
descampesinización, el cual en Guasca se expresa en procesos de hibridación de las dietas
actuales bajo la narrativa de lo saludable, la pérdida de semillas e identidad alimentaria
campesina, el ineficiente relevo generacional, la subutilización del suelo rural, la
proletarización del campesinado y el cambio de la propiedad del suelo rural. Todo lo anterior
es potenciado por la conjugación de las plantaciones y la GR.
Como se mencionó anteriormente, las familias campesinas que aún cultivan alimentos lo
hacen en una proporción baja. Las especies cultivadas corresponden principalmente a
aromáticas, maíz, fríjol y hortalizas de hoja. Siendo estas últimas, en su mayoría, especies
introducidas. Dentro del proceso de descampesinización acentuado por las plantaciones y la
GR, está la hibridación de la dieta tradicional influenciada por la narrativa de lo saludable, lo
que, a su vez, también refleja un proceso de colonización del paladar (Albán Achinte, 2010).
Lo anterior, dado que estos alimentos introducidos se implantaron bajo la idea de salud
hegemónica y muchas de estas personas adaptaron sus huertas tradicionales con base en lo
que la sociedad ha construido como “sano”. Lo que ha conferido un valor negativo a las dietas
y alimentos tradicionales y andinos al calificarlos como “harinas” poco saludables. Así como
lo expresa Francia cuándo explica los cambios en los ingredientes del plato del pasado frente
al del presente:
“a ver pues primero, no medía uno las harinas. Así fueran naturales, consumía uno
muchas harinas, pero en ese tiempo pues las harinas no eran dañosas como ahorita. Y
ahorita pues, uno como que trata de consumir más verduras, más fruta y menos harina
como tal” - Francia.
Aunque el debate entre las diferencias de aportes nutricionales por el cambio en los alimentos
del pasado y del presente supera el alcance de esta investigación, en las conversaciones con
les participantes se encontró que este cambio se relaciona con una problemática de acceso y
de riesgo de pérdida de identidad y memoria agroalimentaria asociada al abandono de las
semillas y recetas tradicionales. Lo anterior se suma a las secuelas de vulnerabilidad
económica profundizadas por la pandemia del COVID 19, tal y como lo menciona Elsa: “Ya no
se cultiva y pues es que todo está tan caro, entonces para comprar todo lo que lleva sale caro
y no sabe igual”. Además, representa un aumento del trabajo en las labores de cuidado de las
huertas y especies menores, adjudicado a mujeres y cuerpos feminizados al considerar las
huertas como espacios de mujeres cuidadoras y masculinidades subalternas (Kunin, 2021).
Tal y como lo menciona Ojeda (2021), el cambio de uso del suelo asociado al agroextractivismo
de cultivos tradicionales a plantaciones influye en que los agricultores se conviertan en
compradores netos de alimentos. Es importante resaltar que, además del cuidado de las
huertas y especies menores, las actividades de ordeño y cuidado de las vacas suelen asignarse
a mujeres y adultes mayores; mostrando así que dentro de las familias campesinas las cargas
laborales son distribuidas de forma desigual y recaen sobre mujeres y sujetos feminizados.
Esto concuerda con las cifras para Colombia del trabajo diario no remunerado en hogares
propios y particulares de mujeres rurales mayores a 10 años, el cual corresponde al 93%. Este
trabajo representa a su vez una dedicación de tiempo promedio de 8 horas y 12 minutos
frente a las 3 horas y 6 minutos dedicadas por hombres (Castaño & Romo, 2015). Lo anterior,
es evidencia de las pocas alternativas que quedan detrás de todas las presiones que ejerce
este modelo agroextractivista y rentista que se sostienen, en gran parte, gracias a la
explotación de mujeres y adultes mayores.
“Las fiestas de los campesinos eran eventos en los que trabajábamos mucho. Se hizo
una carroza en la que participamos todos los de este sector, pero también los de las
otras veredas. Se disfrazaba y representaba el trabajo de la lana hilándola hasta
transformarla en ruanas y cobijas. Se mostraba la chicha, la comida y los vestidos de
campesinos. Veo que con el tiempo no se han vuelto a hacer esas fiestas, los gobiernos
municipales no han seguido motivando para que el campesino salga y muestre su
cultura”. - Martha.
Antonio me contó, en una de las visitas a su casa al borde del río Aves, como hace diez años
era inimaginable que una fanegada de tierra llegaría a costar 100 millones de pesos o más y,
que esa situación, hace inviable que la gente de acá (campesines) pueda comprar tierra.
Además, comenta que se le hace difícil creer que les jóvenes, que han perdido su conexión
con el campo debido a la descampesinización, decidan quedarse pudiendo vender para irse a
la ciudad. De la misma manera, Nubia relata en una de las entrevistas:
“Han habido cambios en los dueños de la tierra, han muerto los abuelos y padres. La
gente vende, llega nueva gente, llegan los finqueros, fincas de descanso y recreo ya no
son fincas para trabajar […] Llegan (los finqueros) con sus nuevas edificaciones, son
mucho más modernas. Que lleguen a veces es positivo porque traen ideas, pero a veces
no, porque trancan lo que el campo y la gente quieren, tratan de hacernos a un lado
porque ellos se creen con más estudio, poder y más plata”. -Nubia
“Nosotros venimos con muchas ideas, experiencia y contactos. No nos creemos más
que nadie, pero hay que entender que nosotros buscamos descanso y no dependemos
económicamente de la producción de alimentos. Es más, damos empleo a los
campesinos de la vereda que lo necesitan y les damos regalos a los niños en diciembre”.
Paula
“Yo casi no contrato gente de acá para que cuiden la finca porque eso es un problema,
después salen con cuentos raros. Y cuando lo hago, contrato a gente mayor por
jornales, esa gente tiene experiencia y no ponen problema. Yo lo único que busco es
que me mantengan mis jardines y mis caballos al día. No me interesan los cultivos
porque eso es un foco de moscas y bichos”. Alan
Es posible observar cómo los finqueros conciben este territorio desde una perspectiva de
extracción del goce. Es decir, desde su posición de privilegio económico pueden elegir dónde
asentarse, decidir las labores y el pago de quienes habitan este territorio de manera
tradicional. En otras palabras, existe un proceso de proletarización del campesino (Ruiz Rivera
& Delgado Campos, 2008), pues el 70% de les participantes revelaron que por lo menos une
de les integrantes de su familia ha trabajado o trabaja para finqueros y que lo hacen porque
es una oportunidad de tener algo medianamente estable, ya que la agricultura es incierta.
Esto refuerza el alejamiento del campesinado de la producción de alimentos y por ende el
declive del ejercicio de la SOA campesina.
Figura 3: plato de comida del futuro. Dibujado por: Leonel. Vereda El Santuario. Agosto 3 de
2021.
De la misma manera, fue evidente el temor en sus ojos al preguntar por el futuro de su
descendencia. Les participantes ven con desesperanza como sus nietes están creciendo
alejades del campo, la huerta y las recetas campesinas. Visualizan que las ciudades serán más
grandes y los campos desiertos. Imaginan que habrá tierra, pero pertenecerá a unos pocos y
la gente no sabrá sembrar, cosechar ni cocinar lo que se hace en la actualidad y mucho menos
lo que hacían sus ancestros campesinos antes de la llegada de las plantaciones y los finqueros.
Temen por las enfermedades que vendrán consecuencia de cómo se produce y producirá la
comida en el futuro. Ven posible la aparición de nuevas pandemias y escenarios de escasez y
hambre. Tal y como lo relata Mariana mientras recoge las pocas aromáticas que no se han
secado porque ha estado enferma y nadie de la casa se ha acordado de la huerta:
“La comida del futuro será importada, yo creo. Porque imagínese, si los trabajadores,
nosotros los campesinos, nos estamos desapareciendo y las nuevas generaciones ya no
se ocupan en sembrar o no han aprendido a sembrar ni a cultivar, entonces no sé.
Imagino que todo vendrá de laboratorios a la compra y enlatado, todo serán
procesados, pastillas y enlatados. Y pues vendrán más enfermedades porque, de todas
maneras, serán solo conservantes esas comidas del futuro”. -Mariana
Sin embargo, hay quienes creen que aún se puede hacer algo en términos de soberanía
alimentaria campesina en Guasca y que esos cambios tienen que darse alejados de lo que les
trajo hasta este punto. Linda, una mujer llena de energía, reconocida en la vereda por su
liderazgo y que hace parte de una organización territorial llamada Fortaleza de la montaña
desde la que hacen resistencia a la descampesinización y proyectos extractivistas. Ella me
comentó en uno de nuestros encuentros en los que preparaba chicha para un evento familiar,
que las familias campesinas tienen que dejar de creerse inferiores a los finqueros. Pues, como
lo ve ella, esas personas dependen del campesinado no solo para mantenerles y vigilarles las
fincas, sino que para producir los alimentos que tienen en la mesa: “los finqueros podrán tener
plata, pero sin nosotros, los campesinos, ellos no comen. ¿Sumercé cree que esa gente va a
aguantar el trabajo del campo? Para el futuro, lo que tenemos es que organizarnos y
enseñarles a estos chinos a producir comida; pa’ que entiendan que la vida en el campo, si bien
es dura, es tranquila y que busquen la manera de quedarse”. Lo cual concuerda con Wolford
(2021) quien supone que, si las plantaciones son sitios agroextractivistas de gran magnitud,
capitalistas, dependientes de la explotación laboral racializada. Entonces las alternativas han
de ser a pequeña escala, intensivas en mano de obra, diversas y participativas.
Conclusiones
A lo largo de este artículo fueron analizadas las relaciones entre las plantaciones y la GR sobre
el ejercicio de la SOA en familias campesinas en Guasca, Cundinamarca. El ejercicio
etnográfico permitió identificar que la SOA de familias campesinas trasciende el límite de
elección individual de alimentarse y alimentarse bien; pues responde a presiones capitalistas
de carácter global, nacional y regional, expresadas localmente como resultado del
establecimiento de plantaciones y procesos de GR, en donde mujeres y sujetos feminizados
como niñes y adultes mayores son quienes se ven mayormente afectades por estos procesos.
Referencias