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UNA PSICO-TECNOLOGÍA PARA LA CRISIS:

EL CASO DE LA RESILIENCIA

Eduardo Apodaka
Jordi Morales i Gras
Mikel Villarreal 1

Texto de la Comunicación Oral presentada en el Congreso de la Asociación de Sociología Vasca


¿Qué dicen las ciencias sociales de la crisis?
Bilbao 2014/07/14

Resumen:

En un escenario de alta incertidumbre la percepción de auto-eficacia se ve afectada de


manera que las personas tienden al fatalismo, la pasividad, la frustración, etc. Con el
supuesto fin de disipar los efectos negativos de los fenómenos que amenazan la auto-
eficacia de las personas se han diseñado, inventado y fabricado numerosas psico-
tecnologías para el apoyo psicológico que en algunos casos sirven de sustitutos psico-
funcionales de las redes y dispositivos socio-comunitarios. Entre ellos en contextos de
crisis destaca la resiliencia, una supuesta capacidad psicológica para afrontar situaciones de
crisis y traumas, que se presenta de manera que pueda ser medida, evaluada, aprendida y
entrenada. Esta comunicación presenta un análisis contextual de esta expresión
psicotecnológica en el marco de la crisis y dentro del paradigma de la sociedad
hipermoderna. Analizaremos su origen, función y sus formas de distribución y
comercialización, con particular hincapié en el mundo del trabajo.

1
Sección departamental de Psicología Social, Bizkaia, UPV/EHU. Esta investigación es parte del programa
de investigación de InnoLab: Innovación, Cambio y Complejidad, grupo de investigación del sistema
universitario vasco 2013-2018
PRESENTACIÓN

En un escenario de alta incertidumbre la percepción de auto-eficacia se ve afectada de


manera que las personas tienden al fatalismo, la pasividad, la frustración... La auto-eficacia,
entendida bajo los estándares del psicólogo cognitivo Albert Bandura (1982), no es un
fenómeno reducible a la accesibilidad de un individuo a protocolos de actuación ante
situaciones venideras, sino que es una capacidad generativa que involucra habilidades
cognitivas, sociales y de comportamiento con un gran componente de adaptación a lo
desconocido.

Con el supuesto fin de disipar los efectos negativos de los fenómenos que amenazan
la auto-eficacia de las personas se han diseñado, inventado y fabricado numerosas psico-
tecnologías (i.e. según Nikolas Rose [2007], formas de trabajo eminentemente prácticas que
devienen dispositivos de para la intervención en los cuerpos, emociones, creencias y
conductas de los individuos para su transformación y rectificación), para el apoyo
psicológico que en algunos casos sirven de sustitutos psico-funcionales de las redes y
dispositivos socio-comunitarios. Entre ellos en contextos de crisis destaca la resiliencia,
una supuesta capacidad psicológica para afrontar situaciones de crisis y traumas, que se
presenta de manera que pueda ser medida, evaluada, aprendida y entrenada.

Partimos de una idea central: la resiliencia objeto de cursos, libros y otras formas de
distribución, eje de terapias, entrenamientos, capacitaciones, etcétera, se “vende” bajo la
forma de “disposición personal” que puede ser elaborada y capitalizada por el sujeto
psicologizado. De ese modo, la resiliencia se convierte en una habilidad o competencia
personal conseguida o elaborada en entrenamientos ad hoc, en cursos de asesoramiento, en
coaching especializado, en terapia psicosocial, en libros de autoayuda y otras formas de
"mercantilización" del apoyo psicosocial. Una forma, en definitiva, de acrecentar el vacío
social y cultural de un sujeto supuestamente autosuficiente, pero al mismo tiempo
necesitado de psico-expertos. No obstante, el concepto de resiliencia puede ser útil siempre
que se entienda como característica de ciertos sistemas socioculturales.
Esta comunicación presenta un análisis contextual de esta expresión tecnológica de
la psico-ideología del emprendurismo en el marco de la crisis y dentro del paradigma de la
sociedad hipermoderna. Analizaremos su origen, función y sus formas de distribución y
comercialización, con particular hincapié en el mundo del trabajo.

LAS PSICOTECNOLOGÍAS EN EL PARADIGMA HIPERMODERNO

Las características de nuestra época histórica (i.e. la posmodernidad, la hipermodernidad, la


modernidad tardía o avanzada, etc.) han sido objeto de intenso estudio y debate para la
Ciencia Social de las últimas décadas. Siendo conscientes de las diferentes perspectivas o
enfoques que existen, entendemos que podemos tomar los siguientes posicionamientos
como supuestos descriptivos válidos para el presente estudio:

•Nos encontramos en un plano histórico de alta institucionalización del individualismo. Se


trata de un individualismo no rutinizado, reflexivo, inestable incluso en su etapa de
madurez y precariamente libre—característico de sociedades altamente diferenciadas como
las de esta segunda modernidad que habitamos (Beck y Beck-Gernsheim, 2002).

•Vivimos también una época de alta atomización social dónde imperan la creciente pérdida
de capital social, con los problemas psicosociales, políticos y económicos que tal cosa
implica (Putnam, 2002) y la desincronización de las relaciones sociales (Beck et alia, 1997;
Bauman, 2002; Apodaka, 2012).

•De forma simultánea y complementaria, asistimos a una progresiva merma de las


capacidades normativas y socializadoras de las instituciones sociales características de la
primera modernidad (Dubet y Martuccelli, 2000), y a una creciente responsabilización
individual de los itinerarios y carreras morales particulares (Giddens, 1991; Gergen, 1991).

•Hay que sumar al proceso de individualización el proceso de psicologización, consistente


en la transformación de los problemas sociales en problemas y dilemas personales (Crespo
y Serrano, 2012). Dicho proceso refuerza una pujante cultura terapéutica que dispone el
sujeto hacia un enfrentamiento emocional ante cualquier tipo de problema que éste o ésta
tenga que afrontar (Furedi, 2004).
•La inseguridad se instaura como parte de la lógica sistémica debido a la necesidad humana
de hallar en lo social un mundo instituido estable, confiable y, hasta cierto punto, previsible
(Giddens, 2000). A la incertidumbre psicosocial cabe sumar la incertidumbre “macrosocial”
generada por factores como la crisis económica de estos últimos años, la desafección y
desconfianza hacia las instituciones y el sistema político, etcétera.

•En ese marco la pérdida de las redes de apoyo social y comunitario se intenta compensar
por medio de psicotecnologías ad hoc, que son en buena parte productos de consumo que
hay que publicitar y propagar para que sean rentables, y por medio de instrumentos de
poder, que redundan en los proceso de pérdida de autonomía personal.

Como contrapunto crítico-hermenéutico entendemos la autonomía personal como


un aspecto de la relación entre las personas y las redes comunitarias o sociales, no una
estructura psicológica intra-individual que pueda ser construida y almacenada
independientemente del entorno social. Junto con la capacidad de control y dirección de la
propia conducta, es decir, la autonomía personal, consideramos que lo psicológico es
producto de la relación constante entre los individuos y su entrono social, de manera que
permanece siempre a flor de "piel psicológica" (Anzieu 1995). La interiorización o
incorporación debe ser entendida como metáfora de la configuración de la capacidades
orgánicas de relación con el entorno, pero esa configuración depende en su funcionalidad y
valor psicosocial precisamente de la adecuación al entorno. Las potencias, capacidades, o
competencias individuales deben ser constantemente activadas y adaptadas al juego social y
deben ser trabajadas para su mantenimiento. Sin esa activación (constante) y el soporte
externo (sociocultural) que constituye, estructura y da valor (funcional) y sentido
(psicocultural), las "capacidades psicológicas" pierden funcionalidad, de sentido y aun más,
se desestructuran e incluso se atrofian. Por tanto, las variaciones socioestructurales y
socioculturales acarrean variaciones en la estructuración, configuración y capacitación
"psicológica" de los sujetos sociales, esto es, de la estructuración, configuración y
capacitación de su actividad de relación con el medio social.

Nuestra tesis es que en la lógica de la sociedad hipermoderna, los conglomerados sociales


se encaminan progresivamente a la disolución de las redes sociocomunitarias clásicas,
estables, locales y sincronizadas, y van siendo sustituidas por redes de intercambio según
fines expresos, parciales y opcionales. Ese tendencia supone asimismo el debilitamiento de
de la integración estable y durable en círculos comunitarios o societarios que ha sido
habitualmente traducida en lenguaje psicológico como carácter, personalidad, capacidad o
capital psicológico, y va siendo sustituida por dispositivos externos ad hoc, en cierto modo
confeccionados como medidas paliativas, en los que adquirir recursos para la relación y la
interacción psicosocial, recursos que en numerosas ocasiones son producto de expertos
especializados en su producción, comercialización, distribución e inoculación. En una
palabra, dispositivos externos de tipo psicotecnológico: ya sea por el apoyo experto de
terapeutas, coachs, asesores, o incluso por productos químicos (e.g. antidepresivos y otras
drogas).

EL PSIQUISMO MODERNO Y SUS ÉPOCAS

Por tanto, la resiliencia objeto de cursos, libros y otras formas de distribución, eje de
terapias, entrenamientos, capacitaciones... se “vende” bajo la forma de “disposición
personal” que puede ser elaborada y capitalizada por el sujeto psicologizado. Una
disposición personal, en contraste con un dispositivo social, sociocultural o semiótico-
material, es una práctica usual en el complejo de la “psicología positiva”, que desplaza
sistemáticamente las bases estructurales y su influencia en la conducta social hacia las
disposiciones psicológicas, dejándolas en el aire, como si pudieran sustentarse en sí
mismas, o en última instancia reduciéndolas a lo biológico, lo neurológico y en general lo
fisiológico. De ese modo, la resiliencia ser convierte en una disposición, en una
estructuración de las actividades de interacción, que puede ser entendida como capacidad,
es decir, como recurso y capital. A lo que se suman las tecnologías varias de descripción,
medición y evaluación de esa capacitación, de su resultados y de su valor. Toda esa
"construcción" psico-tecnologica propicia que se pueda considerar la resiliencia como
habilidad o competencia personal conseguida o elaborada en entrenamientos ad hoc.

Por un lado, podemos considerar que los psico-expertos ayudan a sujetos que se
encuentran en un entorno altamente desocializado, con una atomización social enorme; y
que sus intervenciones sirven como medidas paliativas para hacer frente a las
consecuencias perversas de esas tendencias. Pero, por otro lado, sus intervenciones y en
general, las prácticas de la psicotecnociencia y la cultura del "complejo psi" (Ingleby, 1985)
son prácticas performativas que acrecentan el vacío social y cultural de un sujeto
supuestamente autosuficiente, pero al mismo tiempo necesitado de psico-expertos. Es
círculo vicioso en el que el sujeto sin referencias, certidumbres, ni soporte psicosociales
claros, se vinculan a prácticas y relaciones "sustitutivas" que incrementa su dependencia de
las mismas asilándole aún más del trabajo y del aprendizaje psicosocial que tiene lugar en
las interaccione sociales no formales. Tanto la desinstitucionalización sociocultural como la
desregulación económica y política precisan un nuevo sujeto que cargue con algunas de las
vinculaciones “socializantes” de la Modernidad Institucional (Dubet 2002), por lo menos
durante el interludio que probablemente tenga lugar entre las generaciones socializadas en
la Modernidad institucional u organizada y las que se socialicen en la Hipermodernidad.
Estas últimas seguramente aprenderán a vivir sin esas cargas (o programas) socializantes.
Pero, de momento, estamos en tal interludio y vivimos rodeados de ofertas de
“seguridades” y “certidumbres” con las que hacer frente a las necesidades psicosociales de
confianza y esperanza. Aunque que como señala Frank Furedi (2003) son los promotores de
dichas ofertas los que se encargan de extender el miedo, la desconfianza y la desesperanza.

Para entender el cambio de paradigma en la configuración del psiquismo debemos


volver la vista hacia el psiquismo moderno. El psiquismo moderno es un apertura a lo
desconocido en la que el proyecto (i.e. la planificación y la anticipación) se regulan
mediante lo que se ha llamado razón instrumental—la adecuación de los medios a los fines,
anticipación de los riesgos y prevención o aseguramiento de los mismos. No es una
aventura abierta tanto como una apertura "proactiva" que pretende determinar los
escenarios de acción futuros, las consecuencias de las acciones y sus derivaciones.
Evidentemente esto no fue así desde los inicios de la modernidad, es una tendencia que se
ha ido afianzando y acrecentando; la “sociedad del riesgo” contemporánea no es sino el
resultado de la hipermodernización, que lleva al extremo la reflexión, anticipación y
evaluación de consecuencias en un entorno precariamente previsible., acrecentado así la
sensación de incertidumbre y la necesidad de recuperar el automonitoraje y la autoeficacia.
La aventura moderna se inicia con la apertura basada en la fe en las "energías" humanas, en
su creatividad y en su propia plasticidad—la creencia en que el mundo es dinámico, abierto
al azar; o por otro lado, en que dios ha dejado al mundo a su albur, y no se preocupa por
una constante regulación del mismo. La incertidumbre se instala entre los modernos no
como fatalismo cerrado, si no como ignorancia a superar; cuanto más sepamos sobre el
mundo, más capacidad de anticipación.

Es la ideología del cambio activo, dinámico y creador, la que impregna el psiquismo


moderno: el ser humano puede en todos los aspectos "crear" (arte) su propia realidad.
Incluso esto es lo moral, puesto que el sujeto debe responsabilizarse de la tarea de crearse sí
mismo y de crear el mundo. Los modernos se afanan por crear un "nuevo" mundo, o por
"mejorar" (i.e. santificar, progresar) el mundo dado, pero de hacerlo con método es
consecuencia del refinamiento tecnológico y epistemológico que conduce la modernidad a
una programación exhaustiva de las actividades y acciones en entornos supuestamente
controlables y predecibles. Esta especie de ideología o antropología del proyecto (Boutinet,
1990) es sobre todo una apertura intencional al cambio y precisa de "atractores"—las
utopías tardomedievales y renacentistas se van secularizando y transformando hasta llegar a
los grandes programas de acción e intervención. La "visión" de final se desdibuja y se
trunca por "visiones" más cercanas; por ejemplo, el gobierno (o imperio como se decía...)
se transforma de planificación de poblaciones, en el "gobernamiento" de Foucault, por
ejemplo. El liderazgo preciso se convierte de "profeta" a "proyector"—no comunica lo que
viene, indica lo que hay que hacer, enciende y activa intenciones, y todo a base de
ficciones, de ilusiones. El mundo de la racionalidad instrumental debía perder la ilusión de
los fines, pero sin embargo, parece que por lo menos desde la perspectiva posmoderna, las
ilusiones pasaron de las grandes apuestas de los metarrelatos, de las grandes narraciones a
las ilusiones cotidianas, del consumo y a las ilusiones cotidianas o cercanas de los pequeños
proyectos "inmanentes". Y los grandes programas de intervención se han visto sustituidos
por los proyectos, los protocolos y las agendas. Así, en líneas generales, la modernidad fue
transcurriendo desde la apertura al cambio como aventura a la programación acotada. La
modernidad fue configurando el psiquismo como una especie de contenedor de capacidades
interiorizadas, de habilidades personales y capitales de intervención en el mundo.

Una de las dos grandes líneas de inversión de energías sociales y psíquicas en


proyectos de futuro, en anticipación, es precisamente la de crear psiquismo
"automonitorizado" y "endógeno" (Sloterdijk, 2007); la otra es claro, la de crear Sociedad,
o Comunidad. La aventura psíquica y los modelos de autosuperación personal han conocido
dos grandes épocas: 1) la de la carga psíquica personal, o bien la del "carácter"; y 2) la de
la descarga en dispositivos externos, o bien la de la “auto-ayuda”. Si bien estas (psico-)
lógicas han coexistido, cada una ha tenido su tiempo hegemónico. La época del carácter ha
tenido el tiempo de los escenarios de conducta, no solo inciertos y poco controlados, en los
que las comunidades, empresas o asociaciones e instituciones debían "incorporarse
psíquicamente" para afrontar los fracasos, los cambios no programados y en general las
adversidades. La época de la auto-ayuda sin embargo, pertenece al tiempo en que la
incertidumbre se ha instalado como lógica general del sistema—los escenarios de conducta
no son imprevisibles por sí mismos (i.e por un azar incontrolado, por ignorancia, por no
disponer de sistemas de control) sino porque el propio sistema se basa en la obsolescencia
programada de los escenarios de conducta, de las instituciones que los amparaban y de las
propias empresas que debían implementarlos y anticiparlos regularmente, en parte por la
creciente interdependencia de cada vez mayor número de posibles factores y jugadores. No
hay azar trascendental, sino azar inmanente, endógeno.

Las formas de hacer frente al fracaso varían. En la época del carácter, la institución
socio-comunitaria proveía de seguros y de medidas paliativas ante el fracaso. A medida que
se fue "individualizando" el carácter los seguros se trasladaron al interior del sujeto
psíquico: héroe o villano de su propia salvación mundana. El ascetismo se trasladó como
ejercicio de superación desde la comunidad (i.e. institución o empresa) al psico-capital
propio (i.e. a la capacidad o habilidad para transformar los fracaso en prueba hacia el éxito).
En la época de la auto-ayuda esas capacidades no pertenecen al sujeto que se va
"despsicologizando" (o descargando), ya que no puede adquirir habilidades o competencias
basadas en entrenamientos de larga duración y empeño personal, no hay tiempo para
inversiones en psique, en carácter—hay que recurrir a dispositivos externos y todo tipo de
psico-prótesis. Se produce una descarga en dispositivos externos:

•La psicoideología del sujeto hipermoderno y su entrenamiento consiste en hacer frente a


inciertas inversiones a corto plazo con beneficios inmediatos e inmanentes vía dispositivos
externos, en tránsito itinerante por campos de experiencia psicosocial.
•Los psico-métodos de hoy en día son principalmente la ideología del emprendedor y del
amor precario como tecnología psico-ergonómica.

•Las psicotecnologías se renuevan y aparecen caracterizadas como dispositivos de descarga


psíquica—se trata de dispositivos de ayuda y/o sustitución de las “competencias psíquicas”,
en vez de dispositivos psicologizantes (o cargantes) creadores de carácter.

•La psicagogia (o arte de conducir el alma) se entiende como outsourcing de las


disposiciones (i.e. kénosis, vaciamiento, en el flujo de acciones).

•Se consuma la hipertrofia del yo externo: los dispositivos extrapsíquicos sobre-elaboran el


Yo no como contenedor de disposiciones sino como consumidor (pre)dispuesto a la
infrahabituación, a la vinculación precaria y al goce inmanente. Más que de un Yo que es o
hace se trata de hacer o ser un yo en esto o aquello.

EMPRENDIZAJE Y FRACASO DESDE LOS MECANISMOS DISPOSICIONALES


DE LA ÉPOCA DEL CARÁCTER

Medido desde los mecanismos disposicionales que compondrían la época del carácter, el
fracaso en la esfera de la actividad individual humana marcaría en cierta medida el límite
de la actividad individual, la distancia entre los objetivos que se pretenden adquirir y los
objetivos alcanzados. Un individuo psicológicamente sano superaría sus fracasos; si bien se
contemplaría también que en determinados individuos los fracasos marcarían tan
profundamente al sujeto de forma que se dispararían lo que se podría denominar como
“conductas de fracaso”.

En el discurso psicoanalítico, desde una perspectiva “pulsional” (i.e. trieb) se habla


de “complejo de predestinación”—el individuo se pone inconscientemente en tales
condiciones que su acción acaba dirigiéndose indefectiblemente hacia el fracaso. Como
contrapartida cabría una reacción en forma de “mecanismos de compensación” (i.e.
fabulación, proyección, auto-enaltecimiento, rechazo del mundo, posiciones nihilistas, etc).

Una indagación no muy exhaustiva de una Psicología Académica mainstream a


propósito del fracaso nos va a llevar a la noción de Motivación. Es interesante destacar el
denominado “motivo de logro” de McClelland, que sería definido como el impulso de
superación en relación a un criterio de excelencia establecido, “el éxito en la competición
con un criterio de excelencia” (McClellnad et al. 1953: 110-111). Este motivo controlaría
toda la actividad racional o cognitiva. La persona con un fuerte “motivo de logro” desea
triunfar en una tarea que supone un desafío. Los criterios de excelencia pueden estar
relacionados con la tarea, con uno mismo o con otros, pero en todos los casos la persona
conoce con antelación que una evaluación favorable o desfavorable conllevaría una
reacción emocional de vergüenza ante el fracaso o de orgullo ante el éxito. Para los autores
de este modelo motivacional, la activación de un “motivo de logro” prepara a las personas
para que 1) realicen tareas moderadamente desafiantes, 2) persistan en estas tareas, y 3)
persigan el éxito laboral y la actividad empresarial innovadora e independiente
(McClelland, 1985).

Esta formulación de esta disposición interna de las personas pondría en serio aprieto
y peligro a las personas a quienes se aplica. De hecho deja al sujeto en situación de
anhaltecimiento, de alta autoestima ante el éxito o de depresión, de hundimiento ante el
fracaso. Sugiere, como propone Richard Sennett (2003), que si la gente fracasa en el
aprendizaje es por incapacidad, o, esencialmente, por falta de voluntad o de deseo. “Si
fracaso algo malo tiene que haber en mí, aunque ese algo pueda ser difícil de definir” (ibid:
77).

McClelland encuentra una fuerte correlación entre las personas con alta Motivación
de Logro y el patrón de conducta que caracteriza la actividad empresarial independiente
(i.e. innovación y mejora). A su vez Atkinson (1957, 1964) va un punto más allá,
proponiendo que las conductas de logro se guiaban no sólo por la tendencia de
aproximación al éxito, sino por la tendencia a evitar el fracaso. La tendencia a evitar el
fracaso movilizaría a la persona a defenderse de la pérdida de auto-estima y de respeto
social, y a defenderse del castigo social y de la vergüenza pública. La evitación del fracaso,
por lo tanto sería una fuerza disposicional de las personas tan poderosa como el motivo de
logro.

Estirando más allá el dispositivo motivacional a lo que llamaríamos “motivación de


expectativa”, nos hallamos con la forma en que los psicólogos suelen hacer uso del término
“expectativa”. La forma en que la moderna psicología cognitiva define la expectativa
refiere a la evaluación subjetiva de la probabilidad de alcanzar una meta concreta. Lo que
permitiría a un individuo predecir la probabilidad de que se dé un acontecimiento o una
consecuencia es una estructura de conocimiento basada en la experiencia previa. Cuando
alguien inicia un proyecto empresarial, evalúa la probabilidad de que se alcancen unos
mínimos objetivos.

Bandura (1982) propuso en su día distinguir entre tipos de expectativas, cuando


expresó la diferencia entre la “expectativa de eficacia” y la “expectativa de resultado”. La
expectativa de eficacia representa el análisis que hace una persona sobre la seguridad que
tiene de realizar una conducta determinada. Por su parte la expectativa de resultado
representa el juicio que hace una persona de que la conducta, una vez realizada tendrá un
resultado concreto. Una expectativa de eficacia es la estimación de la persona de la
probabilidad de que pueda realizar un acto. Las personas con una autoeficacia atlética
pueden prolongar en mayor grado su esfuerzo físico que las personas con una baja
autoeficacia (Gould y Weiss, 1981). La expectativa de una mala actuación estaría asociada
con una autoevaluación negativa y un peor resultado. Esta conducta interpersonal también
se ve afectada por el sentimiento de la autoeficacia respecto a las interacciones sociales.
Una de las razones por las que tenemos una baja autoestima social es la carencia de una
competencia social, y las consecuencias incluyen ansiedad y evitación de esta situaciones.

La Psicología nos proporciona otros constructos con los que abordar el fracaso
individual. Lo hace desde la Teoría de la Atribución de Causalidad. En relación con esta
teoría nos topamos con la noción de “Locus de Control” (Rotter, 1966), un término general
en Psicología Social que se refiere a una fuente de control percibido sobre la conducta de
uno mismo. Se mediría “el sentimiento de control percibido” en un rango cuyos polos se
situarían de un alto control percibido interno a un alto control percibido externo. Las
personas de alto control interno serían aquellas que tienden a tomar responsabilidad de las
propias acciones y que se verían a sí mismas como tenedoras de su propio destino. Por el
contrario, las personas de alto sentimiento de control externo serían aquellas que tienden a
creer que el control está fuera de ellos mismos y que tienden a atribuir los éxitos o los
fracasos a fuerzas exteriores (situación, suerte, poderes fácticos, fuerzas mágicas). La
cuestión que se plantea en el Locus de Control, no está en el análisis del control objetivo de
su conducta, o de las situaciones, sino en las percepciones individuales. Los estudiantes de
alto nivel académico que han llegado a cursar estudios en universidades prestigiosas
tenderán a alcanzar puntuaciones altas en el “Locus de Control Interno” frente a los
estudiantes de estudios medios o de formación profesional, que se destacarían por medidas
más cercanas al “Locus de Control Externo”.

Seligman destacó, por su parte, que las personas que tienden a considerar sus
propios eventos, sus situaciones y conductas negativas y adversas como causados por
factores internos, estables y generales, presentan un estilo atributivo “depresivo” e insidioso
respecto a sí mismos. Las personas con esta disposición a realizar estilos atributivos
“insidiosos” se atribuyen a sí mismo los fracasos y todas las consecuencias negativas de sus
circunstancias, mientras que tienden a atribuir cualquier cosa positiva que se relacione
consigo mismo a factores externos o situacionales. Estas personas tienden a padecer
trastornos depresivos, somatización de su estado psíquico, mala salud de origen psicógeno.
Los psicólogos sociales tardíamente han vinculado estos estilos atribucionales a las culturas
“inidividualistas”. En contraposición, esta línea de conocimiento psicosocial propone un
“estilo atribucional egótico”, como el propio de la “normalidad”, de las personas sanas y
capaces de adaptarse al mundo social competitivo en el que viven. El estilo atribucional
“egótico”, tiende a atribuir los éxitos de su vida y de sus circunstancias positivas a factores
internos (habilidad, capacidad, voluntad, autorreponsabilidad), mientras tienden a atribuir
sus propios fracasos y circunstancias negativas a factores externos a su persona.

Las atribuciones acerca del fracaso social están afectadas también por la
autoeficacia social. Si realizamos un comportamiento social determinado y obtenemos unos
resultados negativos, los individuos de elevada autoeficacia percibirían la causa como algo
externo (i.e. la situación, circunstancias sociales o de otro tipo adversas, etc.), mientras que
los individuos con una baja autoeficacia hacen atribuciones internas (i.e. baja capacidad,
poca voluntad de entrenamiento, etc.)

LA RESILIENCIA, UNA PSICOTECNOLOGÍA PARA EL SUJETO


DESCARGADO
El concepto de resiliencia deriva del latín (i.e. resilio) y significa “saltar hacia atrás” o
“rebotar”. En ingeniería se conoce como la capacidad cuantificable de un material de
recuperar la forma inicial después de la aplicación de una fuerza deformante sobre el
mismo. En tecnología de sistemas se conoce como la capacidad de un sistema de soportar y
recomponerse de una perturbación. En derecho, la resiliencia jurídica es la capacidad de las
personas de recuperar sus derechos después de haber sido sometidas a la fuerza del estado,
y en psicología la resiliencia suele ser la capacidad para sobreponerse a contratiempos,
situaciones traumáticas y potencialmente destructoras. Decimos “suele ser”, porque en el
marco de la psicología, la palabra clave para definir “resiliencia” no siempre es
“capacidad”: a veces es un “proceso dinámico”, otras un “conjunto de procesos”, aunque
también es una “habilidad”, una “respuesta global”, un “conjunto de factores” e incluso un
“concepto genérico”.

Aldo Melillo, Mirta Estamatti y Alicia Cuestas (2001: 86-87) concluyen que todas
las distintas perspectivas sobre la resiliencia psicológica convienen en enfatizar las
siguientes características del sujeto resiliente: “habilidad, adaptabilidad, baja
susceptibilidad, enfrentamiento efectivo, capacidad, resistencia a la destrucción, conductas
vitales positivas, temperamento especial, habilidades cognitivas”, al igual que en señalar
que ésta depende tanto de procesos sociales como intrapsíquicos, y que no se trata de un
rasgo congénito ni transmisible genéticamente, de adquisición contingente . En el marco
general de la psicología del desarrollo, la profesora Edith Henderson Grotberg (2001)
destaca ocho descubrimientos que suscitan enfoques y aproximaciones diferentes hacia la
resiliencia psicológica:

•La resiliencia está ligada al desarrollo y el crecimiento humano, dependiente del


género y la edad.

•Promover conductas y factores de resiliencia requiere diferentes estrategias.

•La resiliencia no está relacionada con el nivel socioeconómico de las personas.

•Factores de riesgo y de protección no es igual a resiliencia.

•Puede ser cuantificada y es parte de la salud y la calidad de vida.


•Mayor capacidad de valorar ideas nuevas disminuye las diferencias culturales entre
adultos.

•Prevención y promoción son conceptos relacionados a la resiliencia.

•Es un proceso. Hay factores de resiliencia, comportamientos resilientes y


resultados resilientes.

Desde el pensamiento estructural-funcionalista se trata, en última instancia, de


responder a la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que los individuos o los grupos no
devengan disfuncionales ante una situación de riesgo? Según Michael Rutter (1987), para
estudiar las variaciones que presenta la resiliencia psicosocial entre individuos hay que
entender (i.e controlar estadísticamente) qué implican los factores de riesgo ante los que
ésta se sobrepone. El estudio de la resiliencia psicosocial debe centrarse entonces en el
estudio de 1) los factores de riesgo y los mecanismos de 2) vulnerabilidad y 3) protección
que alteran los primeros. Así, la investigación dedicada a responder a la gran pregunta
estructural-funcionalista ha derivado en la implementación de políticas sociales y prácticas
profesionales dirigidas a extender las condiciones de vida objetivas promotoras de
conductas resilientes (Luthar et alia, 2000; Lacharité, 2005)

Sin embargo, existe una mirada alternativa que concibe el riesgo y la adversidad no
como un factor social objetivo a gestionar desde la ingeniería social tradicional, sino como
un factor subjetivamente experienciable. La perspectiva fenomenológica concibe riesgo,
vulnerabilidad y protección como experiencias inherentemente subjetivas (Soulet, 2003).
Desde esta perspectiva, experienciar vulnerabilidad implica: 1) el deterioro de los
escenarios futuros de acción de una persona y el consiguiente aumento de la incertidumbre
y la impredecibilidad sobre el propio futuro, lo que nos lleva a una pérdida de auto-
confianza, 2) la percepción creciente de ausencia de recursos disponibles para cambiar la
situación, y 3) la imposibilidad de actuar dentro de este marco experiencial (Lacharité,
2005). En éste marco analítico, la resiliencia psicosocial se entiende como la
reinterpretación personal o también comunitaria de la situación, y como el esfuerzo para
reconocer, validar y reforzar la nueva interpretación de lo experienciado. Conceptos clave
en la narrativa resiliente serán la “conversión” (más allá de la “movilización”) de recursos,
la “revitalización” de recursos latentes o sin explorar, la “rehabilitación” de los recursos
desacreditados, y la “actualización” de los mismos para resultar útiles en el nuevo contexto.
Los individuos psicosocialmente resilientes son aquellos que se empoderan y redefinen así
su propio marco de acción; de éste modo, se deriva del pensamiento más fenomenológico
que la “victoria-superación” o la “derrota-hundimiento” ante la adversidad no depende
tanto de una adaptación positiva a las condiciones que esta impone sino de la
(re)construcción de un universo de significado donde es posible actuar y desplegar los
recursos de los que se dispone.

La articulación de la resiliencia psico(socio)lógica como psicotecnología requiere de


una nueva psico(eco)nomía del fracaso. El fracaso pasa a ser considerado como índice
positivo para la visión emprendedora—solo los fracasados triunfan, porque son los que lo
intentan:

«El fracaso es una parte casi inevitable de probar cosas nuevas, pero nuestra
cultura lo ha estigmatizado. Day for Failure es un encuentro internacional
que reivindica el fracaso como vía para aprender, una propuesta que se
celebró también en Bilbao.»

Las tecnologías para (la superación de) el fracaso se integran en el complejo de


autoayuda y en la “psicología positiva”. Tal y como un surfista, en un mundo incierto, el
yo-emprendedor sólo se mantienen a flote sobre su escasa tabla si se apoya en “buenas
olas” y se rodea de buenos coachers. El sujeto (precario) contemporáneo, carente de las
disposiciones psíquicas del sujeto moderno, puede salirse del círculo del fracaso mediante
dispositivos extra-psíquicos. Es así como la psicología positiva (i.e. la autoayuda, los
coachers, los cursillos para la adquisición o mejora de habilidades psico-sociales) se vende
y performa como fuente de empoderamiento. El sujeto empoderado es a la vez un atleta
psíquico, capaz de aprender y desaprender habilidades breve pero intensamente
funcionales.
LA RESILIENCIA EN EL MERCADO DE PRODUCTOS PSICO-
TECNOLÓGICOS

El papel de la resiliencia en el mercado psicotecnológico y la cultura de la autoayuda se liga


a la comercialización de capacidades psicológicas vinculadas al afrontamiento a situaciones
de crisis, incertidumbre , trauma,. etc., en las que los sujetos precisan de soporte y ayuda
psicosocial. En un contexto de crisis económica como el actual la resiliencia, la capacidad
de recuperarse en situaciones de pérdida crítica de referencias y relaciones, se entiende
como una ventaja competitiva y un valor "psicológico" que se exige a las personas, sobre
todo en el ámbito laboral, y más aún en la "psico-ideología" del emprendizaje o
empredimiento.

El empredizaje, por supuesto, es el resultado de un conjunto disposicional, que se presenta


la mayoría de las veces como resultado de unas competencia o capacidades psicológica que
habilitan al sujeto para la interacción en cursos nuevos de acciones (emergencia de cursos o
tendencias debidas a los efectos aleatorios de múltiples "causas" o factores). Se ha
relacionado con el llamado "tercer espíritu del capitalismo" (Boltanski & Chiapello, 1999)
que sobrevalora la fluidez, la autonomía, la creatividad, la flexibilidad... En Psicología se
ha configurado una "personalidad emprendedora" (como conjunto de rasgos y
competencias), que se puede desarrollar (training o formación en esas competencias) pero
que también tiene un componente personal "innato" (los rasgos...). En todo caso, esa
"personalidad emprendedora" ha sido relacionada con el autocontrol, la autoeficacia
percibida y la resiliencia.

Para entender el papel de estos constructos, podemos figurar un continuo en de “formas de


relación” respecto al control de las situaciones (nos inspiramos para ello en A. Hernando,
2012). En el supuesto de una necesidad universal de control cognitivo-emocional
(certidumbre y sentido), de control efectivo de amenazas, peligros y riesgos (inmunidad:
defenderse del mundo) y de control efectivo de recursos, oportunidades (tecnología, magia,
etc., eficacia del actor sobre el mundo), ese continuo nos daría cuenta de los modos de
conseguir esas "certidumbre-seguridad-eficacia". Los modos polares serían dos:
• Modo relacional: convierte las relaciones en estructuras estructurantes de sujetos, es
decir, que habilitan, capacitan o empoderan, pero siempre en relación -no al sujeto
individual por su cuenta, fuera de la relación, ya que así carece de esa capacidad de
resistencia-cooperación-reorganización (a no ser que mantenga vínculos imaginados
y se auto sitúe en ellos, lo que podría darle “motivación” pero no “competencia”:
somos conjuntos de hábitos, es decir, de formas más o menos estables y aprendidas
de hacer y relacionarse. Algunos de esos hábitos son hábitos o prácticas “capaces
de”, “competentes para”… según el contexto o situación, que siempre es un
contexto social, muchas veces institucional (de manera que son los puestos,
combinación de estatus y rol, los que determina la competencia institucional a la
que debe añadirse la competencia “(inter)personal")
• Modo individual: despoja, oculta u obvia las bases socio-estructurales de las
capacitaciones, las considera meramente “intrapsíquicas”, individuales, o como
mucho entiende lo social como contexto de activación. En la cultura de las
(des)psicologización hipermoderna las asienta sobre una relación muy particular: la
terapia, en sus variadas formas.
• Hay además un modo pseudo-relacional: el grupo de training y a veces el grupo de
autoayuda, que puede no obstante llegar a ser una estructura estructurante y a
ocupar el lugar de las relaciones e interacciones socializantes, de modo que sí
soporte "disposiciones psicológicas personalizadas".

El que hemos denominado mercado de productos psicotecnológicos, de dispositivos exo-


psíquicos, tiene lugar en el modo individual de adquisición de control y seguridades y se
contrapone al mundo sociocomunitario donde esas seguridades se conseguían a través de la
integración en sistemas de relación y construcción comunitaria de las certidumbres,
seguridades.

Así como la modernidad trató de construir psiques al amparo del ideal del yo-mundo, del
yo autosuficiente, conduciendo las disposiciones y competencias psíquicas desde el espacio
psicosocial al "interior" imaginado de la persona, la hipermodernidad balancea entre la
psicoideología moderna y una exteriorización de esas disposiciones psíquicas, no de vuelta
a las redes y estructuras sociales, sino a lo que hemos denominado dispositivos
psicotecnológicos, entre los que abundan "constructos" como el que hemos analizado
someramente.

Dichos constructos van extendiendo nuevas formas de heteronomía “externalizadas” en las


que se va sustituyendo lo social “directo” por mediaciones expertas y tecnológicas. Se
sobreentiende que el complejo “psi” y el complejo de autoayuda han cumplido y cumplen
un papel promotor en el desarrollo del proceso de concentración psicoegótica y de su actual
externalización. Todo ello dentro de un vasto movimiento hacia la desconexión social,
hacia la desvinculación de lazos, redes o círculos de relaciones inmediatas, espontáneas,
sincrónicas y localizadas. Aunque siguen y es de suponer que seguirán existiendo, las
relaciones no opcionales surgidas de los tiempos y los lugares comunes están
sobredeterminadas por modelos de relaciones preseleccionadas, en las que la elaboración de
comunidad está previamente acotada y altamente formalizada. La fragmentación de los
vínculos sociales es general, pero su consumo opcional sigue siendo patrimonio de quienes
poseen buen capital económico y cultural. Y lo mismo se puede decir de todos los
dispositivos exopsíquicos presentados como servicios externos o bienes fungibles.

En definitiva, el complejo de autoayuda comercializa un modelo de Yo operativo y


funcional en un mundo de densas interdependencias mediadas, de laxas instituciones
“abiertas” y de consecuentes riesgos psicosociales. Faltan escenarios informales donde
adquirir la competencia psicosocial necesaria para moverse en la inseguridad y la
incertidumbre y, de momento, las generaciones que inauguran la Hipermodernidad siguen
demandando algún sustituto funcional de los vínculos y la competencia psicosocial.

CONCLUSIONES

Entendemos que el concepto de resiliencia puede ser útil siempre que se entienda como
característica de ciertos sistemas socioculturales. Como característica sociocultural la
resiliencia “habilita” sujetos psicosociales. Por tanto, no es tanto que los sujetos
psicológicos deban trabajar sus disposiciones a fin de ser resilientes, como que deban
construir estructuras socioculturales que les doten de resiliencia.
La psicología positiva puede convertirse en psico-tecnología porque supone que las
actitudes, marcos de percepción-cognición, sentimientos, prácticas... son disposiciones
personales, intra-psíquicas, cuya modificación ad hoc capacita al sujeto en nuevas y más
eficaces estrategias de afrontamiento. Sin embargo, cualquier disposición psíquica es una
forma de relación, es una estructura psicosocial. Un “dispositivo” psicosocial resiliente es
un conjunto de estructuras socioculturales capaces de resurgir y retomar su forma previa
para afrontar traumas, o bien de utilizar dicha forma, para innovar y crear estrategias de
afrontamiento nuevas.

Lo demás es un fraude—vender como disposición durable y permanente lo que es


una sesión de influencia precaria y superficial. O peor aún: la constitución, estructuración o
articulación de redes no socio-comunitarias (i.e. redes de interacción basadas y creadoras de
comunidad de hábitos y modos de hacer, pensar o sentir, de formas de vida y formas de
creación y de cuidado donde se crean sujetos) ni meramente sociales, como redes de
interdependencia, de intercambio o de soporte en red no mutuo pero si interdependiente, es
decir mediante terceros o intermediarios de todo tipo (i.e. simbólicos o semióticos,
institucionales grupales, etc., donde se coparticipa), sino de pura dependencia, externa al
propio sujeto, donde se es dependiente, cliente o paciente.

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