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LA V O L U N T A D DE PO DER

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I ,a moral es un error útil, sobre todo para los más grandes En qué medida a negación de la moral es aún un trozo de
y libres de prejuicio de sus propugnadores, una mentira for­ su propia fuerza. Nosotros, los europeos, llevamos la sangre
zosamente estimada. de los que murieron por su fe. Hemos adm itido la moral de
m anera terrible y seria y no hay nada que no le hayam os
sacrificado. Por otra parte, nuestra d elicad eza espiritual
398 la hemos alcanzado precisam ente por una vivisección de la
conciencia. Todavía sigue siendo para nosotros un misterio el
Conquistem os la verdad de manera que no necesitemos «¿dónde?» al que nos sentimos em pujados después de haber
dem asiado la disciplina de la moral. En caso de que se ju z­ sido arrancados a nuestro antiguo suelo. Pero este mismo
gue la vida moralmente, rechazarla. suelo nos ha infundido la fuerza, que ahora nos impulsa a lo
No debemos crear personajes imaginarios y, por ejemplo, lejos, a la aventura, a las playas donde somos arrojados; no
decir: «La naturaleza es cruel». Se siente alivio, comprendien­ hay elección, tenemos que ser conquistadores, porque ya no
do que no hay tal ser central responsable. tenemos suelo donde podam os establecer nuestros lares,
Evolución de la humanidad. A) Lograr un cierto poder so­ donde nos podamos sustentar. Un oculto «sí» nos impulsa,
bre la Naturaleza y, por consiguiente, un inevitable poder so­ que es más fuerte que todas nuestras negaciones. Nuestra
bre el hombre. (La moral era necesaria para realizar al hom ­ mism a fortaleza ya no tolera aquel antiguo suelo cómodo:
bre en su lucha contra la Naturaleza y con la «bestia feroz».) nos atrevemos a ir más allá; a pensar que el mundo es aún
B) Una vez alcanzado el poder sobre la Naturaleza, puede rico e inexplorado, y aun irse a fondo es mejor que hacerse
utilizarse para conseguir el desenvolvimiento del hombre li­ indeciso y sentirse envenenado. N uestra propia fortaleza
bremente: la voluntad de poder com o elevación y vigoriza- nos lanza al mar, allí donde todos los soles se han puesto...
ción del individuo. Nosotros sospechamos un nuevo mundo...

399 VII

La moral, com o ilusión de la especie, para animar a los CRÍTICA DE LA FILOSOFÍA


individuos a que se sacrifiquen por el porvenir, concedién­
dole aparentemente un valor infinito para que con semejante 1. C ondiciones generales
conciencia de sí tiranice otros terrenos de su naturaleza y no
se contente fácilmente consigo mismo. 401
Profundo agradecimiento para todo aquello que la moral
nos ha proporcionado hasta ahora; pero ahora una nueva Procuremos alejar de nosotros alguna de las supersticio­
presión que sería fatal. Ella obliga, en cuanto es sinceridad, nes que han prevalecido hasta el momento en relación con
a la negación de la moral. los filósofos.
V
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402 tuye quizá el elemento moral en el conocimiento. Es preciso,


en fin, un escepticismo total ante los conceptos tradicionales
!,<>s lile «solos combatieron y com baten la apariencia, el (como el que poseyó Platón, naturalmente, el cual enseñó
cambio, el dolor, la muerte, lo corporal, los sentidos, el des- todo lo contrario).
lino y la lalta de libertad, contra la ausencia de finalidad.
I’ueslo que creen primeramente en: I) el conocimiento
absoluto; 2) el conocim iento por el conocimiento; 3) en la 405
alianza de la virtud y de la felicidad; 4) en la cognoscibili­
dad de las acciones humanas. Se sienten dirigidos por valo­ Poseído de profunda desconfianza contra los dogmas de
raciones instintivas, sobre las cuales rcllejan los estados «an­ la teoría del conocimiento, me gustaba asomarme a tal o cual
teriores» de cultura (más peligrosos). ventana, pero cuidaba de no detenerme mucho tiempo, pues
m e parecía muy perjudicial. Ultimamente, solía preguntar­
me: ¿es posible que un instrumento pueda criticar su propia
403 capacidad'? Pero, sobre todo, pensaba que nunca hubo un es­
cepticismo ni un dogmatism o en la teoría del conocimiento
¿Qué les falta en realidad a los filósofos?: 1) sentido his­ sin un pensamiento oculto; que esta teoría tiene solo un valor
tórico; 2) conocim iento de la psicología; 3) un fin futuro. de segundo orden cuando se piensa qué es lo que nos lleva a
Hacer crítica sin ninguna clase de ironía exenta de prejuicios esa posición.
morales. Idea fundamental; tanto Kant, com o Hegel o com o Scho­
penhauer — lo mismo la actitud escéptico-epogistica, que la
histórica y la pesimista— son de origen moral. No conozco
404 a nadie en realidad que se haya permitido hacer una crítica
de las valoraciones morales: y las contadas tentativas de lle­
Los filósofos: 1) han tenido siempre la más admirable ap­ gar a una historia del origen de estos sentimientos (las dar-
titud para la am rm dictio in adjecto; 2 ) han tenido tanta con­ winistas inglesas y alemanas) tan poco me gustaron, que
fianza en los conceptos abstractos como desconfianza en los pronto les volví la espalda.
sentidos: no han com prendido que concepto y palabra son La posición de Spinoza, su negación y refutación de los
bienes heredados de épocas en que los cerebros andaban juicios morales, solo tiene una explicación com o una conse­
muy cegados. cuencia de su Teodicea.
Los filósofos no deben dejarse regalar los conceptos, no
solo deben purificarlos y esclarecerlos, sino que deben ha­
cerlos, crearlos, establecerlos y persuadir con ellos. Siempre 406
se ha confiado que los conceptos suponían com o un presente
de los cielos; y en último término, que eran la herencia de La moral, como suprema desvalorización.— O nuestro
nuestros antepasados, tanto de los tontos com o de los hábi­ mundo es obra y expresión («modus») de Dios, y en tal caso
les. Esta piedad contra lo que nosotros encontram os consti­ debe ser com pletamente perfecto (Leibniz) — y nadie duda
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que sepamos lo que es la perfección— . y el mal solo una
aparii'iu i.i (más radicales en Spinoza los conceptos bien y
La marcha de la filosofía se ha visto siempre obstaculi­
mal), o del supremo fin debe ser deducido Dios (como con­
zada por los prejuicios morales históricos.
secuencia de un favor de Dios, que nos permite elegir entre
En todas las épocas se han tomado los «bellos pensa­
el bien y el mal: el privilegio de 110 ser autómatas; «Libertad»
m ientos» por argumentos; los «pechos hidalgos», por el fue­
del peligro, del error, de la elección falsa..., por ejemplo,
lle de la divinidad; la convicción com o «criterio de la ver­
Simplicio en su com entario a Epicteto).
tí dad»; la necesidad del adversario, com o signo interrogante
O nuestro mundo es imperfecto, el mal y el pecado son co­
de la sabiduría; esta falsedad, esta falsa m oneda la encontra­
sas reales; en este caso el mundo 110 puede ser verdadero, y el
m os por toda la historia de la filosofía. D escontados los es­
conocimiento es el único camino para negarlo, es un error
tim ables, pero raros escépticos, en ninguna parte encontra­
que, com o error, puede ser reconocido. Esta es la opinión de
mos un instinto de honradez intelectual. Últimamente, el
Schopenhauer, basándose en los supuestos de Kant. Todavía
mism o Kant, en toda su inocencia de esta corrupción de los
más desesperado es Pascal; puesto que entiende que com o el
pensadores, ha tratado de constituir científicam ente el con­
conocimiento también está corrompido y falseado, es necesa­
cepto tle «razón práctica», y hasta inventó una razón para
ria la revelación para comprender el valor negativo del mundo.
prescindir de la razón a ratos: a saber, las necesidades del co­
razón cuando hablan la moral y el «deber».
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409
La costumbre de las autoridades absolutas ha creado una
especie de necesidad de las autoridades absolutas, tan fuerte,
Hegel: su lado popular, la doctrina de la guerra y de los
que aun en épocas críticas como la de Kant, se muestra su­
grandes hombres. El derecho es de los victoriosos: de esta
perior a la necesidad crítica, y, en cierto sentido, se apodera
manera expone el progreso de la humanidad. Intento de ex­
del trabajo del entendimiento crítico y lo pone al servicio de
plicar el dominio de la moral por la historia.
sus fines. En la siguiente generación, que por su instinto his­
Kant: un reino de valores que se sustrae a nosotros, tan in­
tórico tiene un concepto relativo de la autoridad, se nota, a
visible com o real.
pesar de esto, su dominio, cuando también en la filosofía de
Hegel: una evolución dem ostrable, que se va haciendo vi­
la evolución de Hegel. la historia, bautizada en filosofía, se
sible, del reino de la moral.
pone al servicio de la idea moral y es considerada com o la
Nosotros no querem os engañam os con la manera kan­
realización progresiva de dicha idea m oral. Desde Platón,
tiana ni con la moral hegeliana; no creemos, com o les ocu­
la filosofía está bajo el dominio de la moral. Igualmente y en
rrió a ellos, en la moral. Por tanto, no tenem os que crear nin­
sus antecesores, se advierten destellos de interpretaciones
guna filosofía para fundam entar la moral. Tanto el criticismo
morales (en Anaximandro, la ruina de todas las cosas como
com o el historicismo se nos presentan carentes de interés en
castigo por su emancipación del Ser puro; en Heráclito, la re­
tal sentido. ¿En qué sentido lo tienen?
gularidad de los fenómenos com o prueba del carácter moral
de todo el devenir).
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410 1 ) Mis combates contra la decadencia y la creciente m en­


gua de la personalidad. Yo buscaba un centro nuevo.
1.a impai la m ia de la filosofía alem ana (Hegel).— Pensar 2) Reconocim iento de la imposibilidad de este esfuerzo.
un panteísm o en que el mal, el error y el dolor no se sientan 3) M ientras avanzo en la carrera de disolución, encuen­
c o m o argum entos contra la divinidad. Esta m agnífica inicia- tro para los individuos nuevos manantiales de fuerzas. ¡De­
liva lia sido utilizada en forma abusiva por los poderes exi­ bem os ser destructores!
gentes (Estado, etc.) para sancionar con ella la nacionalidad Yo conocía que el estado de disolución en que los seres
de dichos poderes. individuales se pueden perfeccionar com o nunca — un m o­
Schopenhauer aparece, por el contrario, com o hombre en ­ delo y un caso individual de la existencia universal— . Contra
carnizadam ente moral, que para conservar su tesoro moral el sentimiento paralizador de la disolución universal y de la
pide la negación del mundo. Por último, se hace «místico». im perfección universal, sostuve el «eterno retorno».
Yo mismo busqué una justificación estética: ¿cómo es ad­
misible la fealdad del m undo? Tomé la voluntad de la be­
lleza, de la persistencia en las m ism as formas, com o un m e­ 412
dio temporal de conservación y de salud; pero la eterna
creación, así com o la eterna destrucción, me parecen ligadas Se busca la imagen del m undo en la filosofía, que es
fundamentalmente al dolor. La fealdad es una m anera de con­ quizá lo más confortable; es decir, en nuestro instinto más
siderar las cosas bajo la voluntad, un sentido, un nuevo sen­ poderoso. ¡También a m í m e sucede eso!
tido. puesto en las cosas que han dejado de tenerlo: la fuerza
acumulada, que es el resorte de los creadores; sentir lo histó­
rico com o insostenible, abortado, digno de ser negado, feo. 413

L a filosofía alem ana en conjunto — Leibniz. Kant, Hegel.


411 Schopenhauer. para citar a los más im portantes— es el gé­
nero más profundo de rom anticism o y de m elancolía que se
Mi prim era solución: la sabiduría dionisíaca. Placer en la ha concebido: el anhelo hacia lo m ejor de otro tiem po. N in­
destrucción de lo más noble y en ver cóm o paso a paso se va gún lugar ya es nuestra patria; se ansia por tin volver atrás
corrom piendo; com o placer por lo que viene, por lo luturo. para encontrar un hogar, porque solo allí se podía encontrar:
que triunfa sobre lo existente. D ionisíaco: identificación ¡y estam os en el m undo griego! Pero precisam ente allí están
tem poral con el principio de la vida (com prendida la dicha todos los puentes rotos, si se exceptúa el arco iris de los c o n ­
del mártir). ceptos. ¡Conduciéndonos siem pre a todos los hogares y pa­
M is innovaciones: ulterior desarrollo del pesim ism o: el trias que ha habido para las alm as griegas! ¡Hay que ser m uy
pesim ism o del intelecto, la crítica m oral, disolución del úl­ fino, m uy ligero, m uy sutil, en efecto, para poder cam inar
tim o consuelo. C onocim iento de los signos de la decadencia: por estos puentes! Pero ¡qué felicidad es y a este deseo de es­
toda acción fuerte es velada por la quim era; la cultura aislada piritualidad, casi de esp ec ialid ad ! ¡Cuán lejos se está con
es injusta y por lo m ism o, fuerte. esto de la «presión y choque» de la m iopía m ecánica de las
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ciencias nal m ales, del estruendo de feria de las «ideas m o­ 414


dernas"! Se quiere volver atrás por los Padres de la Iglesia a
los griegos, por el Norte hacia el Sur, por las fórmulas a las No busco prosélitos para la filosofía: es necesario, resulta
formas; se goza aún con lo que fue el fin de la Antigüedad, deseable que el filósofo se convierta en una planta rara. Nada
el cristianism o, com o un acceso a ella, com o un buen trozo m ás contrario que el elogio didáctico de la filosofía, como lo
del vie jo m undo, com o m osaico resplandeciente de antiguos hacen Séneca o Cicerón. La filosofía no tiene que ver nada
conceptos y antiguos prejuicios. A rabescos, volutas, rococó con la virtud. Permítaseme decir que incluso el hombre cien­
de abstracciones escolásticas — siem pre mejorando; es de­ tífico no tiene nada que ver con el filósofo. Lo que yo desea­
cir, m ás finas y sutiles que la realidad plebeya y aldeana del ría es que en Alemania no se perdiese radicalmente el con­
Norte europeo; siem pre com o protesta de una espiritualidad cepto del filósofo. Bajo tan preclaro nombre, ¡existen tantos
m ás alta contra las guerras de aldeanos y las insurrecciones seres híbridos que quieren ocultar su fracaso en Alemania!
populares, que se enseñorearon del gusto espiritual en el
norte de Europa y que encontraron s u je te en aquel gran «an­
tiespiritual», en L utero— ; en este sentido, la filosofía ale­ 415
m ana es un fragm ento de la C ontrarreform a y, si se quiere,
el renacim iento o la voluntad de renacim iento, voluntad de Intento establecer el más difícil ideal del filósofo. El saber,
seguir en el descubrim iento de la A ntigüedad, en las excava­ no importa nada. El sabio es el animal de rebaño del conoci­
ciones de la antigua filosofía, ante todo de la filosofía preso- m iento, que investiga porque se lo ordenan y se lo enseñan.
crática, ¡el m ás soterrado de todos los tem plos griegos! Pro­
bablem ente, algunos siglos m ás tarde, se juzgará que toda
filosofía alem ana fundam ente su dignidad en una gradual re­ 416
con q u ista del antiguo terreno, y que toda aspiración a la
«originalidad» parece lam entable y ridicula con relación a Hay una superstición acerca de los filósofos: la de con­
aquella alta aspiración de los alem anes, el lazo con los grie­ fundirlos con los hom bres de ciencia. Com o si los valores se
gos, el tipo de hom bre m ás elevado que se h a conocido. O tra ocultasen en las cosas y hubiera que sacarlos de ellas. En qué
vez volvem os a acercam os a aquellas form as fundam entales m edida investigaban bajo el influjo de valores dados (su
de explicación del m undo que el espíritu griego halló en odio a las apariencias, al cuerpo, etc.). Schopenhauer, en re­
A naxim andro, H eráclito, Parm énides, Em pédocles, Demó- lación con la moral (burla del utilitarismo). La confusión es
crito y A naxágoras — nos hacem os m ás griegos de día en tan grande últim am ente, que hasta al darw inism o se le con­
día, últim am ente en los conceptos y valoraciones, com o fan ­ sidera filosofía, quizá por su dom ino entre los hombres de
tasm as helenizantes— , esperando que llegará un día en que ciencia. Los m ism os franceses. Taine entre ellos, investigan
ta m b ié n ac a e z c a con n u estro cuerpo. ¡En esto se fu n d a mi sin valerse de antem ano de la m edida de los valores. El res­
esp eran za en el carácter alem án! peto a los hechos se h a convertido en algo así com o un culto.
De hecho, se destruyen los valores existentes.
Explicación de este error. El destinado a m andar nace
raras veces, se interpreta mal a sí m ism o. Se trata de desor­
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bitar la autoridad y ponerla en las circunstancias. En A le­ nos, la economía, la acumulación de los tesoros logrados en
mania la valoración del crítico pertenece a la historia de la el terreno del conocim iento (es decir, de un nuevo hecho
creciente virilidad. L essing, por ejem plo (N apoleón sobre propio y manejable...).
(ioelhc). lis un hecho que el rom anticism o alem án hizo re­ La moral es una ciencia tan especial porque es práctica en
troceder este m ovim iento, y el llamamiento de la filosofía sum o graiio, hasta el punto de que ¡a posición del conoci­
alem ana hace referencia a aquel com o si con él se hubiera m iento puro, la probidad científica, es pronto abandonada en
conjurado el peligro del escepticismo y hubiera podido demos­ el m om ento que la moral exige sus respuestas. L a moral dice:
trarse la fe. En Hegel culm inan am bas tendencias: generaliza yo «necesito ciertas» respuestas; las razones, los argumentos
en el fondo el hecho de la crítica alem ana y el hecho del ro­ vendrán después, y si no quieren venir que no vengan...
m anticism o alem án — una especie de fatalism o dialéctico, « /C ó m o se debe obrar?» Si pensam os que desde hace m i­
pero en honor del espíritu y subordinando positivam ente los les de años nos hem os tenido que en co m iar con un tipo
filósofos a la realidad— . El crítico, nada m ás que prepara. soberanam ente desarrollado, en el que todo se ha hecho ins­
C on Schopenhauer declina el tem a de los filósofos: se tinto, oportunidad, autom atism o, fatalidad, la urgencia de se­
trata de una determ inación del valor: pero siem pre bajo el m ejante cuestión moral nos parecerá fatalmente cóm ica.
yugo del eudem onism o. El ideal del pesim ism o. ¿C óm o se debe obrar? La rnoral fue siem pre un equívoco;
en realidad, una especie a la que una fatalidad interior im ­
pulsaba a obrar de tal o cual m odo, «quería» justificarse ele­
417 vando su norm a de conducta a norm a universal.
¿C óm o se debe obrar?, no es causa, sino efecto. La moral
Teoría y prá ctica .— Distinción funesta, com o si existiese continua; el ideal llega al final. Por otra parte, la aparición
un instinto particular del conocim iento, que despreocupada del escrúpulo m oral (dicho de otro modo: la conciencia de
de los problem as de utilidad y de peligro, se precipitase cie­ los valores según los cuates se obra) es un cierto estado en ­
gam ente hacia la verdad: y luego, aparte de este instinto, ferm izo; las épocas fuertes y los tiem pos vigorosos no refle­
todo el m undo de los intereses prácticos... xionaban sobre sus derechos, sobre los principios de su co n ­
Al contrario, yo trato de m ostrar qué clase de instintos han ducta, sobre el instinto y la razón. L legar a ser consciente
actuado detrás de todos estos teóricos puros; cóm o los m is­ supone un signo de la verdadera m oralidad, es decir, la se­
m os, de m anera irrem ediable bajo el im perio de sus instintos, guridad instintiva en la acción, se la han llevado los dem o ­
se han precipitado sobre algo que para ellos, solam ente para nios... Los m oralistas son, com o cada vez que se crea un
ellos, suponía la verdad. La lucha de los sistem as, sin perder nuevo m undo de la conciencia, signos de una lección, de una
de vista la de los escrúpulos de la teoría del conocim iento, es depauperación, de una desorganización. Los hom bres p ro ­
una lucha de instintos determ inados (las form as de la vitali­ fundam ente instintivos tienen pánico a la ¡ogificación del
dad, de la regresión, de las clases, de las razas, etc.). deber; entre ellos encontram os adversarios pirrónicos de la
El llam ado instinto del conocim iento debe ser reducido a dialéctica y de la cognoscibilidad en general... U na virtud es
un instinto de apropiación y de dom inio: de acuerdo con este refutada com o un «para».
instinto se han d esarrollado los sentidos, la m em oria, los ins­ Tesis: la aparición de los m oralistas coincide con los
tintos, etc. La reducción m ás rápida posible de los fenóm e- iiem pos en qu e la m oralidad h a term inado.
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Tesis: vi m oralista es un elemento disolvente de los ins­ Yo me prevengo contra toda la poesía del espíritu cien­
tintos morillos, aunque él esté convencido de que es su res­ tífico:
taurador. 1) Respecto de la exposición, cuando no corresponde a
T e s i s : lo que realmente im pulsa a los m oralistas 110 son la génesis de las ideas.
l o s instintos morales, sino los instintos de decadencia, tradu­ 2) En las pretensiones del método, que quizá en una de­
cidos en las fórmulas de la moral (sienten la inseguridad de term inada época de la ciencia aún no es posible.
los instintos com o corrupción). 3) En las pretensiones de objetividad, de fría im persona­
Tesis: los instintos de decadencia que los m oralistas quie­ lidad, en las que. como en todas las dem ás valoraciones, des­
ren que prevalezcan sobre el instinto moral de las razas y las pachan nuestros hechos interiores con dos palabras. Hay for­
épocas fuertes, son: m as cóm icas, por ejem plo, la de Saint-Beuve. que siempre
1) Los instintos de los débiles y de los desheredados. se afanó por m ostraren cualquier lado, con pasión y color, el
2) Los instintos de las excepciones, de los solitarios, de «pro» y el «contra», y con gusto lo hubiera apartado de su vida.
los desarraigados, del abortus en grande y en pequeño.
3) Los instintos de los que sufren habitualm ente. que n e­ 419
cesitan una explicación noble de su estado y que por esto
tienen que ser lo m enos fisiólogos posible. «Objetividad» cu el filósofo.— Indiferentismo moral hacia
sí, ceguera frente a las buenas y m alas consecuencias, im pre­
418 meditación en el uso de medios peligrosos, perversidad y plu­
ralidad del carácter consideradas y utilizadas com o excelencia.
H ipocresía del espíritu científico .— No se debe aparen­ Mi profunda indiferencia conm igo mismo: no quiero sa­
tar espíritu científico allí donde no hay tiem po para ser car ningún provecho de mis conocimientos, ni tampoco apro­
científico; aunque tam bién el verdadero investigador tiene vecharm e de las consecuencias que puedan traerm e. A quí
la vanidad de presum ir de una especie de m étodo, que en el debe incluirse lo que pudiera llam arse corrupción del carác­
fondo aún pertenece a su tiem po. Igualm ente no debe fal­ ter; esta perspectiva está fuera del asunto: yo adm inistro mi
sear cosas e ideas a las cuales ha llegado de otro m odo, por carácter, pero no se me ocurre ni com prenderlo, ni variarlo;
el cálculo personal de la virtud no ha entrado ni por lo más
m edio de una falsa apariencia de deducción y dialéctica.
Así falseó K ant, en su m oral, sus inclinaciones psicológicas rem oto en mi cerebro. Me parece que se cierran las puertas
del conocim iento en cuanto se interesa uno por su caso par­
interiores; otro ejem plo m ás m oderno es la ética de H erbert
ticular, o bien por la «salvación de su alma»... No hay que
S pencer. N o d eb em o s d e sv irtu a r ni d isfraz ar la m anera
tom ar tan en serio la moralidad propia, y atender un poco
de cóm o llegaron a nosotros nuestros pensam ientos. Los
más a la contraria...
libros m ás profundos e inagotables tienen siem pre algo
Se cuenta dem asiado con una especie de patrim onio he­
del carácter aforístico e im provisado de los «pensam ientos»
redado de la m oralidad; intuyéndose que se puede dilapidar
de Pascal. Las fuerzas y valoraciones im pulsoras perm an e­
y tirar m ucho por la ventana sin p o r ello em pobrecerse en
cen largo tiem po b ajo la superficie; lo que aparece es el
exceso. N unca sienten la tentación de adm irar las «bellas al­
efecto.
I K IK D R IC H N IE T Z S C H F .
L A V O L U N T A D D E l’O D E R

«No os preciso ohrar». mantenían con m ayor consecuen­


este carácter. No les ocurre así a los filósofos, cuyas formas
cia sus hermanos; los budistas idearon una línea de conducta
de veneración por los m ism os fue hacer de ellos verdades
en virtud do la que se desprendían de la acción.
«a priori». incurriendo en cierto carácter falsificador de la
I•'orinar en la fila, vivir com o el «hombre sencillo», tener veneración
por verdadero y justo lo que este tiene por justo y verdadero,
supone la sumisión al instinto del rebaño. E s preciso sentir
el valor y la severidad hasta sus últimos límites, para consi­
455
derar esta sumisión com o una vergüenza. ¡No hay que vivir
con dos medidas...! ¡No es posible diferenciar la teoría de la
La veneración, sin em bargo, tiene algo de prueba superior
práctica!... de la lealtad intelectual, descontando que en toda la historia de
la filosofía, más que «lealtad intelectual», existe «am oral bien»...
De una parte, lo absoluto carece de método para examinar
453 el valor de esos valores; por otra parte, hay que contar con la
repugnancia a exam inar estos valores, a adm itir que son con­
En realidad, nada de lo que en otros tiem pos se estim aba dicionados. Bajo la ¡dea de los valores morales, se reunían to­
com o verdad lo es. Todo lo que además fue estim ado com o dos los instintos anticientíficos para excluir la ciencia...
profano, prohibido, despreciable, nefasto, son llores que actual­
mente crecen a la orilla de los sonrientes senderos de la verdad.
Sem ejante moral vieja no im porta ya lo m ás m ínim o; no 4. C onclusión df. i.a critica d i; la f i l o s o f í a
hay una idea en ella que m erezca ser estimada. La hemos en­
terrado, no somos ya ni lo suficientem ente ingenuos ni tan 456
groseros, para dejam os im poner de sem ejante m anera. Para
decirlo con suficiente cortesía; som os dem asiado virtuosos Los filósofos resultan en m uchas circunstancias calum ­
para esto... Y si la «verdad», en el sentido clásico, fue ver­ niadores. La ciega y pérfida enem istad de los filósofos res­
dad por que solía afirm arse por la moral antigua, porque la pecto de los sentidos, ¡cómo convierte en plebeyo y bravu­
moral antigua tuvo derecho a afirm arla, ninguna m oral de cón su odio conocido!
otro tiem po resulta en realidad ya necesaria... Vuestro criterio El pueblo siem pre ha considerado un abuso, cuyas conse­
de la verdad no es, de ningún m odo, la m oralidad: nosotros cuencias ha sentido, com o un argum ento contra aquello de
refutam os una afirm ación dem ostrando que es dependiente que se ha abusado; todos los m ovim ientos insurreccionales
de la m oral, inspirada por nobles sentim ientos. contra los príncipes, ya sea en el terreno de la política o en
el de la econom ía, se justifican presentando siempre un abuso
com o necesario e inherente al principio.
454 En esta historia lam entable, el hom bre busca un principio
sobre el cual pueda apoyarse para despreciar al hom bre; in­
Sem ejantes valores son em píricos y condicionados; quie­ venían un m undo para calum niarlo y salir de él; de hecho,
nes creen en ellos, aunque los veneren, no quieren reconocer o u ie n d e siem pre la m ano hacia la nada, y de esta nada saca
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un Dios, l;i «verdad», y en todo caso un juez y un condenado riores que tiene acreditados la moral. Basta dem ostrar que la
de osle ser... moral en sí es también inmoral, en el sentido en que la inmo­
Sí se quiere tener una prueba de la manera profunda y ralidad ha sido condenada hasta el presente. Cuando hayamos
fundamental com o las necesidades verdaderamente bárbaras destruido de esta forma la tiranía de los valores que han te­
del hombre tratan de sacrificarse, aun en su estado dom esti­ nido curso hasta aquí, cuando hayamos suprim ido el mundo-
cado y de acuerdo con su «civilización», es preciso buscar verdad, un nuevo orden de valores aparecerá naturalmente.
los «leilmotivs» de toda la evolución de la filosofía. De este El m undo-apariencia y el mundo-mentira: he ahí la con­
modo encontrarem os una especie de venganza de la reali­ tradicción. Este último fue llamado hasta aquí mundo-ver-
dad, una destrucción socarrona de las evoluciones, en medio dad, «verdad absoluta», «Dios». Este mundo. Naturalmente,
de las cuales vive el hom bre, un alm a insatisfecha que con­ es el que hem os suprimido.
sidera el estado de disciplina com o una tortura y que experi­ Lógica de mi concepción:
m enta una voluptuosidad particular en cortar, de un modo
enfermizo, todos los lazos que lo ataban a él. 1) La moral com o valor superior (dueña de todas las fa­
L a historia de la filosofía es una rabia secreta contra las ses de la filosofía, hasta del escepticismo). Resultado: este
condiciones de la vida, contra los sentimientos de valor de la m undo no vale nada, no es el «mundo-verdad».
vida, contra la decisión en favor de la vida. Los filósofos ja ­ 2) ¿Qué es lo que determ ina aquí el valor superior? ¿Qué
más dudaron en afirmar un mundo, a condición de que estu­ es exactam ente la moral? El instinto de decadencia; para los
viera en contradicción con este mundo, de que pusiera en sus agotados y los desheredados, es una m anera de vengarse.
manos un instrumento que pudiese servir para hablar nega­ Prueba histórica: los filósofos son siempre decadentes... al
tivamente de este mundo. La filosofía fue hasta aquí la gran servicio de la religión nihilista.
escuela de la calumnia, y de tal modo se impuso, que aun hoy 3) El instinto de decadencia que se presenta com o volun­
día nuestra ciencia, que se hacía pasar por intérprete de la tad de poder. Prueba: la inmoralidad absoluta de los medios
vida, ha aceptado la posición fundamental de la calumnia y en toda la historia de la mora!.
m anipula este mundo com o si no fuera m ás que apariencia,
y este encadenam iento de causas com o si no fuera m ás que No hem os reconocido en toda la corriente más que un
fenomenal. ¿Cuál es el odio que entra en ju eg o ? caso particular de la voluntad de poder: la moral m ism a es
Yo creo siem pre que la m oral, la «Circe» de los filóso­ un caso particular de inmoralidad.
fos, les juega siempre la m ala partida de obligarles a ser en
todo tiem po calum niadores. Creían en las «verdades» m o­
rales, encontraban allí valores superiores..., ¿qué les que­ 457
daba por hacer sino decir «non» a la existencia, en vista de
que la com prendían mejor?... Pues tal existencia es inmoral... Innoven iones fundam entales. —En lugar de valores m ora­
Esta vida reposa en hipótesis inmorales, y toda moral niega les, valores meramente naturalistas. Se asiste a la naturaliza­
la vida. ción de la moral.
Suprim am os el m undo verdadero: para llevar a cabo se­ En lugar de «sociología», una doctrina de los modelos de
m ejante supresión, tenemos que elim inar los valores supe­ señorío.
LA V O LU N TA D DE PO D ER 327
326 I H IIÍD R IC H N 1E TZSC H F.

F.n limar de "sociedad». el progreso de la cultura com o mi presente con dureza y violencia; una manera de pensar sin
interés preferido (primero en su conjunto, pero luego pre- escrúpulos, inmoral, que intentase adm inistraren grande las
íercnlem cnle en sus partes). buenas y malas cualidades del hombre, porque confía en sa­
1 .11 lugar ele la «teoría del conocim iento», una doctrina de ber em plearlas diestramente. Pero el que busca hoy filósofos
la perspectiva de los afectos (a la cual corresponde una je ­ de esta clase, ¿qué probabilidades tiene de encontrar lo que
rarquía de los afectos: los afectos transfigurados: su superior busca? ¿No es probable que, agarrado a la linterna de Dió-
ordenación, su «espiritualidad»), genes, se pasase día y noche buscando inútilmente? Esta
I-n lugar de la m etafísica y de la religión, la doctrina del época cam ina en dirección opuesta; quiere, en segundo tér­
eterno retorno (esta com o m edio de disciplina y selección). mino, la com odidad; desea, ante todo, publicidad y aquel ba­
rullo del m ercado que tanto le agrada; pretende, en tercer lu­
gar, que todos nos posternemos con el más vil de los
458 servilismos ante las más burdas patrañas: una de ellas es la
«igualdad de los hom bres», y honra exclusivam ente las vir­
E ntre m is p recursores figura S chopenhauer: en qué tudes dem ocráticas. Pero estas circunstancias son radical­
m ed id a he profu n d izad o el pesim ism o, im poniéndosem e mente opuestas a la producción del filósofo tal y com o yo al
ante todo por la evidencia de sus m ás elevadas contradic­ menos la entiendo. Sabido es que todo el m undo se lamenta
ciones. ile la conducta de los filósofos, enterrados entre autos de fe.
Luego, los artistas ideales, aquellos retoños del m ovi­ mala conciencia y arrogantes doctrinas eclesiásticas. Sin
em bargo, la verdad es que estas m ism as condiciones fueron
m iento napoleónico.
Luego, los europeos superiores, precursores de la gran más favorables para la producción de una espiritualidad po­
derosa y rica que las de la vida actual. Hoy reina otra clase
política.
Luego, los griegos y su nacim iento. do espíritu, a saber: el espíritu dem agógico, el espíritu de co ­
mediante. quizá tam bién el espíritu de las víboras y de las
hormigas, propio de los sabios o, por lo m enos, favorable a
459 la producción de los sabios. Sin duda alguna peor, desfavo­
rable para los grandes artistas. ¿N o se precipitan todos ellos
He citado a m is predecesores inconscientes. Pero ¿dónde cu el abism o por una falla interior de disciplina? A unque no
se ven exterionnente tiranizados por la im posición de un d e­
iría yo a buscar, con alguna esperanza filosófica de mi estilo,
filósofos que por lo m enos respondieran a m is pretcnsiones? cálogo cortesano o sacerdotal, desconocen la lbrm a de ed u ­
car a su «tirano interior», a su voluntad. Y lo que queda d i­
S olam ente allí donde im perase una m anera de pensar aristo ­
cho sobre los artistas, puede aplicarse igualm ente, en un
crática, que considerase la esclavitud y otra cualquier clase
sentido superior y fatal, a los filósofos. ¿En dónde eneontra-
de d ep endencia com o un su puesto de toda alta cultura:
icilios hoy espíritus libres? ¡Señálesem e, por ventura, un es­
donde reinase una m anera de pensar creadora que no viese
píritu libre!
en el m undo un lugar de paz, el «sábado de todos los sába
dos», sino ahora, y en estado de paz. el m edio para la gue
rra. U na m anera de pensar que m irase al futuro y tratara el
328 I R IE D R IC H N IE T Z S C H E

460

Quiero aclarar que con las palabras «libertad de espíritu»


aludo a algo muy concreto: a la capacidad de ser cien veces
superior a los filósofos y a otros adeptos de la «verdad», por
el rigor contra sí m ism o, por pureza y valor, por la voluntad
incondicional de decir no, allí donde el no es peligroso. Con­ LIBRO TERCERO
sidero a los actuales filósofos com o despreciables «liber-
lins» protegidos por la capucha de esa m ujer a la que cono­ FUNDAMENTOS DE UNA NUEVA
cemos por «verdad».
VALORACIÓN

LA VOLUNTAD DE PODER
CO M O CO N O CIM IEN TO

a) M étodo de la investigación

461

Lo que califica al siglo xix no es el triunfo de la ciencia,


sino el triunfo de los métodos científicos sobre la ciencia.

462

Historia de los métodos científicos de Augusto Comte


asi elevada a filosofía.

463

(iran d es m etodólogos: A ristóteles, Bacon, D escartes,


Augusto Comte.
I L A V O L U N T A D D K PO D H R
330 I K lliD R IC H N IE T Z S C H E

profunda aversión a descansar de manera definitiva en una


464
concepción general del mundo.
Los conocimientos más valiosos son los que han sido
conseguidos más tarde; pero los conocimientos más valiosos
466
son los métodos.
l otlos los métodos, todos los supuestos de nuestra ciencia
La suposición de que hay una moralidad en el fondo de las
aclual han tenido en contra, durante miles de años, el m e­
cosas, que la razón humana está justificada, es la suposición de
nosprecio de las gentes: su práctica hacía que el que los prac­
un carácter honrado y fiel, la consecuencia de la fe en la vera­
ticase fuera expulsado del com ercio con las personas honra­ cidad divina, de la idea de un Dios creador de todas las cosas.
das; se le tenía por enem igo de Dios, com o menospreciador
El concepto de una herencia, procedente de una vida anterior.
del más alto ideal, com o un «energúmeno».
Teníamos todas las pasiones de la humanidad contra nos­
otros; nuestro concepto de la «verdad», de lo que debe ser 467
el servicio de la verdad, nuestra objetividad, nuestro m éto­
do, nuestra conducta tranquila, previsora, desconfiada, eran Refutación de los supuestos «hechos de conciencia». La
com pletam ente despreciados... En el fondo, el más insalva­ observación es mil veces más difícil; el error es. quizá, con­
ble obstáculo que se opuso al avance de la humanidad fue su dición de la observación en general.
gusto estético: creía en el efecto pintoresco de la verdad, pe­
día al sabio que realizase un gran efecto sobre la fantasía.
Esto hace creer que se hubiera superado un contraste, como 468
si se hubiese dado un salto: en realidad, aquellas disciplinas
planteadas por las hipérboles morales prepararon paulatina­ El intelecto no puede criticarse a sí mismo, porque no puede
m ente nuestros actuales sentimientos más sensibles, nuestro compararse con otros intelectos conformados de otra manera y
carácter científico actual... porque su capacidad de conocer solo se revela frente a la «ver­
La conciencia de lo pequeño, el «control» personal de los dadera» realidad, es decir, porque para criticar el intelecto
hombres religiosos, fue una preparación para el carácter cien­ deberíamos ser seres superiores dotados de un conocimiento
tífico: ante todo, la propensión a estudiar los problem as in­ absoluto. Este supone que. descontadas todas las formas par­
dependientem ente de nuestros problem as personales... ticulares de conocimiento y asimilación sensible espiritual,
hay algo dado, algo «en sí». Pero la deducción psicológica de
la creencia en las cosas nos prohíbe hablar de «cosas en sí».
b) E l punto de partida de la teoría del conocimiento

465 469

El encanto de las maneras de pensar opuestas y el no de­ Q ue entre sujeto y objeto existe una cierta relación ade­
cuada; que el objeto es algo que, mirado por dentro, sería su­
jarse llevar por el atractivo del carácter enigmático, crea la
I
332 I K IIiD R IC H N IE T Z S C H E LA V O L U N T A D D E P O D E R 333

jeto a su ve/, es mi ingenioso expediente que, en mi criterio, placer y el desplacer son fenóm enos tardíos y derivados del
tuvo su época. La medida de aquello de que somos cons­ intelecto...
cientes depende de la burda utilidad de la conciencia. ¿Cómo La «causalidad» nos escapa: adm itir entre las ideas un
había de permitir esta perspectiva angular de la conciencia lazo inmediato y causal, com o hace la lógica, es la conse-
decir algo sobre «sujeto» y «objeto» que se relacionase de cuencia de observación más grosera y m ás torpe. Entre dos
algún modo con la realidad? pensamientos hay aún toda clase de pasiones que se entre­
gan a su juego; pero los m ovim ientos son dem asiado rápi­
dos, lo que hace que los desconozcam os, que los neguemos.
470 «Pensar», tal com o lo determinan los teóricos del conoci­
miento. es cosa que no existe; es una ficción com pletamente
La crítica de la nueva filosofía descubre la existencia de un arbitraria, realizada .separando del proceso general un solo
punto de vista deficiente, como si hubiera «hechos de concien­ elemento, sustrayendo todos los dem ás elem entos, un arre­
cia» y ningún fenomenalismo en la autoobservación. glo artificioso para entenderse...
El «espíritu», una cosa que piensa: a ser posible, el espí­
ritu absoluto, «el espíritu puro», esta concepción derivada de
471 la falsa observación de sí mismo, que cree en el procedi­
m iento que consiste en «pensar»: aquí se com ienza a im agi­
«Conciencia»: ¿en qué m edida las ideas representadas, la nar un acto que no se produce de ninguna manera: «pensar»,
voluntad representada, el sentimiento representado (lo único y se imagina, en segundo lugar, un «substratum». sujeto
que conocem os) es com pletam ente superficial'/ ¡Nuestro imaginario en el que cada acto de este pensam iento tiene su
m undo interior es también fenómeno! origen, y nada más: lo que quiere decir que tanto la acción
como el que la ejecuta son simulados.

472
473
Yo mantengo también la fenomenalidad del mundo inte­
rior; todo lo que no deviene sensible en la conciencia ha El fenom enalism o no hay que buscarlo en los sitios fal­
debido ser previam ente dispuesto, sim plificado, esquem a­ sos: nada es más fenomenal, o más exactamente, nada es tan
tizado, interpretado. El verdadero procedim iento de la «per­ ilusorio, com o ese m undo interior que observamos con ese
cepción interior», el encadenam iento de las causas entre lamoso «sentido interior».
los pensamientos, los sentimientos, los deseos, entre el su­ Hemos creído que la voluntad era una causa, hasta el
jeto y el objeto, está por com pleto oculto a nuestros ojos, y punto de que, según nuestra experiencia, hemos supuesto
quizá resulta, solamente en nosotros, motivo de imagina­ una causa todo lo que acontece (es decir, la intención como
ción. Ese «m undo interior en apariencia» es tratado con las causa de lo que sucede).
mismas form as y los mismos procedim ientos que el mundo Creemos que el pensamiento y los pensamientos, tales
«exterior». N osotros jam ás tropezam os con «hechos»; el com o acontecen en nosotros, se encuentran vinculados por
334 IK IL D K IC H NIETZ.SCTIC
I.A V OLUNTAD D E PODER

un encadenam iento de causalidad cualquiera: el lógico, en por las cosas exteriores, y es proyectado posteriormente so­
particular, que habla de casos que efectivam ente no han ocu­ bre nosotros al exterior en form a de «causa» prestada a di­
rrido en la realidad, el lógico se ha acostum brado al prejui­ cho efecto...
cio de creer que los pensamientos ocasionan pensamientos. En el fenom enalism o del «m undo interior» volvem os a
N o s o t r o s creemos — y nuestros filósofos lo creen todavía—
la cronología de la causa y del efecto. El hecho fundamental
que el sentido del dolor y del placer provoca reacciones. Du­ de la experiencia es que la causa se imagina una vez que el
rante miles de años se ha presentado al placer y el deseo de efecto tuvo lugar... Igualmente ocurre con la sucesión de las
sustraerse al desplacer como motivo de toda clase de acción. ideas...: buscamos la razón de una idea antes de que haya sido
Con un poco de reflexión, podemos admitir que todo pasa­ consciente para nosotros, y entonces la razón, y luego su
ría exactamente según el mismo encadenam iento de causas consecuencia, entran en nuestra conciencia... Todos nuestros
y efectos si estos estados de placer y de dolor no existieran: sueños consisten en interpretar sentimientos de conjunto,
engañándonos por creer que dan lugar a algún fenómeno. para buscar sus posibles causas, y tal suerte, que un estado
Son fenómenos secundarios, con una finalidad com pleta­ no deviene consciente sino cuando el encadenam iento de las
m ente distinta de la de provocar reacciones: son efectos que causas, inventado para interpretarlo, se ha hecho presente en
se integran en el proceso de reacción en curso... la conciencia.
«In somma»: todo lo que resulta consciente es un fenó­ Toda la experiencia interior está fundada sobre una irrita­
meno final, una conclusión que no produce ningún efecto; ción de los centros nerviosos, a la que se busca o adjudica
toda sucesión en la conciencia es absolutamente atomística. una causa; y solamente la causa de esta manera buscada pe­
Habiéndose tratado de com prender el mundo en nosotros a netra en la conciencia: esta causa no se adapta en absoluto a
base de concepciones contrarias com o si nada fuera activo, la causa verdadera: es algo así com o un tanteo basado en an­
com o si natía fuese real, sino el pensamiento, el sentimiento, teriores «experiencias interiores», es decir, en la memoria.
la voluntad. Pero la m em oria conserva igualmente el hábito de las inter­
pretaciones antiguas, es decir, de la causalidad errónea; de
suerte que la «experiencia interior» contendrá en ella todas
474 las antiguas falsas ficciones causales. Nuestro «m undo exte­
rior», tal com o suele proyectarse a cada momento, está es­
E l fenom enalism o del m undo ¡m enor.— La causa, por una trechamente unido a los viejos errores de las causas, trata­
inversión cronológica, llega a la conciencia después que el mos de interpretarlo por el esquematismo de los «objetos», etc.
efecto. Hemos averiguado que un dolor puede proyectarse La «experiencia interior» no aparece en la conciencia sino
en un sitio del cuerpo sano, sin ser este su sitio; sabem os que una vez encontrado cierto lenguaje que el individuo pueda
las sensaciones que ingenuamente consideram os com o con­ comprender, es decir, la transposición de un estado a otro
dicionadas por el mundo exterior están, en realidad, condi­ más conocido. «Com prender» es sim plem ente poder expre­
cionadas por el mundo interior; pues la verdadera acción del sar algo de nuevo en el lenguaje de alguna cosa antigua co­
m undo exterior se realiza siempre de una m anera incons­ nocida. Por ejemplo: cuando digo «yo m e siento mal», tal
ciente... El fragmento de mundo exterior de que som os cons­ juicio equivale a una grande y tardía neutralidad por parte
cientes ha nacido después del efecto ejercido sobre nosotros del observador: el hombre ingenuo dirá siempre: una cosa u
336 I RIUDR1CH N IETZSCH E LA V OLUNTAD D E PODER

otra hace que yo me sienta mal; no juzgará claram ente su c) La creencia en el «yo» sujeto
m alestar sino cuando descubra una razón para sentirse mal...
A eslo es a lo que yo llamo una falta de filología; porque po­ 476
der leer un lexlo es la form a más tardía de la «experiencia in­
ferior». quizá una form a probablemente apenas posible... En mi criterio, contra el positivismo que se limita al fe­
nómeno, «solo hay hechos». Y quizá, más que hechos, in­
terpretaciones. No conocem os ningún hecho en sí, y parece
475 I absurdo pretenderlo.
«Todo es subjetivo», os digo; pero solo al decirlo nos en­
No hay ni «espíritu», ni razón, ni pensamiento, ni concien­ contramos con una interpretación. El sujeto no nos es dado,
cia, ni alma, ni voluntad, ni verdad; las citadas, no son sino sino añadido, imaginado, algo que se esconde. Por consi­
ficciones inútiles. No se trata de «sujeto» y «objeto», sino de guiente, ¿se hace necesario contar con una interpretación d e­
una cierta especie animal que no prospera sino bajo el im­ trás de la interpretación? En realidad entramos en el cam po
perio de una justeza relativa de sus percepciones y, ante todo, de la poesía, de las hipótesis.
con la regularidad de estas (de m anera que le es posible ca­ El mundo es algo «cognoscible», en cuanto la palabra
pitalizar sus experiencias...). «conocimiento» tiene algún sentido; pero, al ser susceptible
C om o instrum ento del poder, trabaja el conocim iento. de diversas interpretaciones, no tiene un sentido fundam en­
Realidad que crece, en la m edida que aum enta el poder... tal, sino m achism os sentidos. Perspectivismo.
El sentido del conocimiento: en este caso, com o en el de
la idea de «bien» y de «belleza», la concepción de enten­
derse severa y estrechamente desde el punto de vista antro- 477
pocéntrico y biológico. Para que una especie concreta pueda
conservarse y crecer en su poder es preciso que su concep­ Donde nuestra ignorancia em pieza, donde ya no llegamos
ción de lo real abrace m uchas cosas calculables y constan­ con la vista, ponem os una palabra; por ejemplo, la palabra
tes. con el fin de levantar sobre sem ejante concepción un «yo», la palabra «acción», la palabra «pasión», que son quizá
esquem a de su conducta. La utilidad de la conservación — líneas del horizonte de nuestro pensamiento, pero de nin­
y no cualquier abstracta y teórica necesidad de no ser en ­ guna manera «verdades».
gañado— radicase com o m otivo tras la evolución de los
órganos del conocim iento..., estos órganos se desarrollan
de m anera que su observación baste para conservarnos. 478
De otro m odo, la m edida de la necesidad de conocer d e­
pende de la m edida del crecim iento de la voluntad de po­ El «yo» se encuentra determ inado por el pensamiento,
d er de la especie; una especie se apodera de una cantidad l>ero hasta ahora se creía en un plano más bien popular, que
de realidad para hacerse dueña de esta, para tomarla a su ser­ en el «yo pienso» había a manera de una conciencia inm e­
vicio. diata, a cuya analogía entendíamos todas, las demás reaccio­
nes causales. Pero por muy normal y necesaria que sea esta
l.A V O L U N T A D D E P O D E R 339
338 FR 1ED R 1C H N IE T Z S C H E

ficción. 110 es posible olvidar su carácter fantástico: puede Los grados en el sentimiento de vida y de poder (lógica y
haber una creencia que sea condición de vida y, a pesar de conexión en lo que ha sido vivido), damos la medida del
ello, falsa. «ser», de la «realidad», de la no apariencia.
Sujeto: se plantea la terminología de nuestra creencia en
una unidad entre los diversos momentos de un sentimiento
479 de realidad superior: entendemos semejante creencia como el
efecto de una sola causa — creemos en nuestra creencia hasta
«Si se piensa, es que hay algo que piensa»; a esto puede el punto de que, a causa de ella, imaginamos la «verdad», la
reducirse la argumentación de Descartes. Pero esto equivale «realidad», la «sustancialidad»— . «Sujeto» es la ficción que
a adm itir com o verdadero «a priori» nuestra creencia en la pretende hacernos creer que muchos estados similares son
idea de sustancia. Decir que. cuando se piensa, es preciso que en nosotros el efecto de un mismo «substratum»; pero somos
haya algo que piensa, es un poco la formulación de un há­ nosotros los que hemos creado la analogía entre estos dife­
bito gramatical que atribuye a la acción un actor. Aquí anun­ rentes estados. La equiparación y la aprestación de estos, he
ciam os, resum iendo, un postulado lógico m etafísico, sin aquí los hechos y no la analogía (es preciso, por el contrario,
contentam os con comprobar... Mientras que por el camino negar la analogía).
de Descartes no se llega nunca a una certidumbre absoluta,
sino solamente a un hecho de creencia muy pronunciada.
Si se redujese la proposición a esto: «se piensa, luego hay 481
pensamiento», estableceríamos una simple tautología, y lo
que precisam ente se pone en tela de juicio, la realidad del Es necesario saber lo que es el ser para decidir si esto o
pensamiento queda intacta — de suerte que, bajo esta forma, aquello son cosas reales (los hechos de la conciencia, por
nos sentimos obligados a reconocer la «apariencia» del pen­ ejemplo); y también para saber lo que es certeza, lo que es
samiento— . Sin embargo, lo que Descartes quería es que el conocimiento y cosas así. Pero com o no sabemos esto, re­
pensamiento no tuviese una realidad aparencial, sino que se sulta un tanto absurda cualquier crítica del conocimiento.
brindase com o algo en sí. ¿Cómo es posible criticar un instrumento que hay que utilizar
irremediablemente para la crítica? Ni siquiera puede defi­
nirse a sí mismo.
480

La idea de sustancia es el resultado de la ideal del sujeto, 482


pero no al contrario. Siempre que sacrifiquemos el alma, el
«sujeto», nos falta com o los elementos para imaginar una El deber de toda filosofía, ¿no es clarificar las suposicio­
«sustancia». Se obtienen grados del ser, se sacrifica al Ser. nes en que se funda el movim iento de la razón; nuestra fe en
C rítica de la «realidad»: ¿a qué viene el «m ás o m enos el «yo» com o en una sustancia, como en la única realidad
de realidad», la gradación de ese ser en el cual nosotros respecto a la cual nosotros atribuimos entidad a las cosas?
creemos? De nuevo, aparece el viejo realismo, al mismo tiempo que
340 F R IE D R IC H N IB T Z S C H E L.A V O L U N T A D D E P O D E R 341

toda la historia religiosa de la humanidad se reconoce com o guna cosa que, por sí misma, aspire a reforzarse, y que no
historia de la superstición del alma. A quí hay un límite: quiere conservarse sino indirectamente (quiere encarecerse).
nuestro mismo pensamiento envuelve aquella fe (con su di­
ferencia de sustancia, accidente, acción, sujeto de la acción, etc.;
llegar a él significa privarse de pensar). 484

Todo lo que se instala en la conciencia com o unidad es


483 algo enormemente complejo, y lo único que logramos es una
apariencia de unidad.
D educción psicológica de nuestra fe en la razón.— La El fenómeno coiporal es el más rico, el más evidente, el
idea de «realidad», de «ser», está tom ada de nuestro senti­ más palpable: adelantar metódicamente sin term inar algo so­
miento del «sujeto». bre su última observación.
«Sujeto»: lo que se interpreta partiendo de nosotros m is­
mos, de suerte que el yo pasa por ser la sustancia, la causa
485
de toda acción, el «agente».
Los postulados logicometafísicos, la creencia en la sus­
¿Quizá no sea necesaria la suposición de un sujeto; quizá
tancia, el accidente, el atributo, etc., aportar su fuerza per­
sea lícito adm itir una pluralidad de sujetos, cuyo juego y
suasiva de la costumbre de considerar todo lo que nosotros
cuya lucha sean la base de nuestra ideación y de nuestra
hacemos como la consecuencia de nuestra voluntad, de suerte
conciencia? ¿Una aristocracia de células en la que el poder
que el yo, en cuanto sustancia, no desaparece en la m ultipli­
radique? ¿Algo así com o «pares», acostum brados a gober­
cidad del cambio. Pero no hay voluntad.
nar unidos, con buen sentido del mando?
Nosotros no poseem os categorías que nos permitan sepa­
M i hipótesis: el sujeto com o pluralidad.
rar un «mundo en sí» de un m undo considerado com o re­
El dolor es intelectual y dependiente del juicio de «noci­
presentación. Todas nuestras categorías de la razón son de
vidad» proyectado. El efecto es siempre «inconsciente»; la
origen sensualista: deducidas del mundo empírico. El «alma»
causa deducida y pensada es proyectada, sigue en el tiempo.
el «yo»: la historia de estos conceptos muestra, en este caso,
L a constante caducidad y fugacidad del sujeto, «Alma
la antigua separación («soplo», «vida»)...
mortal».
Si no hay nada de material, no hay tam poco nada de in­
El núm ero com o form a de perspectiva.
material. El concepto no contiene ya nada...
Nada de sujeto «átomo». La esfera de un sujeto creciente
o decreciente constantemente, el centro del sistema despla­ 486
zándose sin cesar; en el caso en que el sistem a no pueda or­
ganizar la masa asimilada, la divide en dos. Por otra parte, Tener fe en el cuerpo es más importante que tener fe en el
puede, sin destruirlo, transform ar un sujeto más débil para alma; esta última nació de la observación anticientífica de
hacer de él su agente, y formar con su colaboración, hasta las agonías del cuerpo. (Algo que abandona a este. Creencia
cierto punto, una nueva unidad. No una «sustancia», sino al­ en la verdad del sueño.)
342 F R IE D R IC H N IE T Z S C H E »
LA V O L U N T A D DE PO D ER 343

487
II

Punió de partida del cuerpo y de la fisiología: ¿por qué?


BIOLOGÍA DEL INSTINTO DE CONOCIM IENTO.
Alcalizamos la auténtica idea de la clase de unidad de nues­
PERSPECTIVISM O
tro sujeto, concibiéndolo corno regente en la cúspide de una
comunidad de seres (no com o «almas» o «fuerzas vitales»),
488
así como la dependencia de estos regentes de sus regidos y
las condiciones de jerarquía y trabajo com o posibilidad del
La verdad es el error, sin el que no puede vivir ningún ser
individuo y del todo. Así como nacen y mueren constante­
viviente de determinada especie. El valor para vivires loque
mente las unidades vivas y al sujeto no le pertenece la eter­
decide en último término.
nidad, así la lucha se pone en evidencia en el acatamiento y
la vida tiene un límite variable. La ignorancia en que el re­
gente se mantiene sobre las funciones particulares y hasta
489
trastornos de la com unidad, es una de las premisas por las
cuales es posible la regencia. Conseguimos, en resumen, una
Resulta inverosímil que nuestro «conocer» pueda ir más
valoración incluso por el no-saber, por el ver en grande y
allá que lo estrictamente necesario para la conservación de
«grosso modo», por el sim plificar y el falsear, por el em pleo
la vida. La morfología nos enseña que los sentidos y los ner­
de la perspectiva. Pero lo que interesa es que nosotros con­
vios, lo mismo que el cerebro, se desarrollan en relación con
cebim os al regente y a sus súbditos com o semejantes, com o
I las com plicaciones de la alimentación.
seres que sienten, que quieren y que piensan, y que en todas
partes donde vemos o presumimos ver m ovim iento en los
cuerpos, colegim os una vida subjetiva invisible. El m ovi­
490
m iento resulta un sím bolo para los ojos: nos indica que algo
quiere, siente, piensa.
«El sentido de la verdad» cuando la m oralidad del «no
La interrogación directa del sujeto sobre el su jeto y toda
debes m entir» se rechaza, debe legitim arse ante otro foro:
reflexión del espíritu sobre sí m ism o tiene el peligro de
com o medio de conservación del hombre, com o voluntad de
que para su actividad puede ser útil e im portante interpre­
poder.
tarse falsam ente; por esto preguntam os al cuerpo y recha­
Nuestro am or a lo bello, igualmente, es tam bién una vo­
zam os de plano el testim onio de los sentidos excitados: si
luntad de crear formas. Los dos sentidos tienen una relación
se quiere, considérese si el súbdito puede com erciar con
mutua: el sentido de lo real es el m edio para entender las co­
nosotros.
sas a nuestro placer. El gusto por las formas y por las trans­
formaciones — ¡un placer imaginario!— . Solo podemos com ­
prender, en realidad, el m undo que nosotros hacemos.

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