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El lado oscuro del Amor

Eduardo Carvallo
Caracas, 27 sept 2.006

El amor, en todos los génesis de las diferentes cosmogonías, es


identificado como una fuerza vinculante, es decir, un impulso que tiende a
integrar los diferentes aspectos del Cosmos.
Para la Psicología Analítica, el Cosmos –un tema al que C. G. Jung le
dedicó buena parte de su obra- puede verse como una proyección de
nuestros contenidos inconscientes y por lo tanto cada uno de los
componentes del mismo tiene una representación en nuestra psique, así
como las fuerzas y leyes que lo regulan -entre ellas, por supuesto, el amor.
El amor es pues, desde una perspectiva psicológica, la fuerza que
vincula los diferentes componentes de nuestra psique, buscando una
integración entre los mismos. Integración que va dibujando la totalidad de
cada individuo, su mismidad, su particularidad, a lo largo del proceso
descrito por Jung como proceso de individuación, que va de la mano de lo
que pudiésemos entender como destino personal.
Resumiendo, el amor –en un sentido psicológico- es una fuerza
vinculante que tiene una representación en las fuerzas inconscientes, que
busca integrar de forma particular y única los diferentes aspectos de nuestra
psique –y por lo tanto sus proyecciones-, siguiendo el proceso de
individuación que enmarca el destino personal de cada uno de nosotros.

Mucho se ha hablado del aspecto “positivo” del amor: cómo nos


energetiza, cómo imprime un entusiasmo a nuestra cotidianidad, cómo
aligera el peso de la vida. Sin embargo, de la otra cara de la moneda -de su
aspecto destructivo- es poco lo que se dice, a pesar de que todos hemos
tenido experiencias directas, o a través de alguien cercano a nosotros, de los
estragos que pueden producir en la vida de cualquiera un “mal amor” o un
amor imposible.
Tanto el “mal amor” como el amor imposible, nos invitan a reflexionar
acerca de las paradojas que entrañan y de hacer un intento por reconocer
una posible función de éstos en nuestra psique, a pesar de la enorme fuerza
destructiva que puede acompañarlos.

Para desarrollar este punto, me voy a permitir utilizar como metáfora


la imagen del canto de sirenas.
Las sirenas forman parte del catálogo de seres fantásticos de
muchísimas culturas, lo que les da un carácter arquetipal.
En los orígenes de nuestra cultura occidental, las encontramos en el
canto duodécimo de La Odisea de Homero. En esta obra, están descritas
como seres con cabeza, torso y brazos de mujer y cuyo cuerpo termina en
cola de pez. Están dotadas de una voz musical que ejerce una atracción
irresistible para los mortales. Cuando se oye su canto, y logramos ubicarlas
visualmente, impresiona su belleza indescriptible que refuerza su poder de
atracción, pero una vez que nos acercamos, nos asalta una visión
monstruosa y destructiva: su verdadera esencia, y que es la última imagen
que se tiene antes de morir despedazados y devorados por ellas.
¿Cuántas veces hemos escuchado esta secuencia repetida una y otra
vez en boca de innumerables hombres y mujeres o lo hemos leído y visto en
protagonistas de personajes literarios y cinematográficos? La Odisea, Tristán
e Isolda, Abelardo y Heloísa, El Angel azul, El Gatopardo, Relaciones
peligrosas, Damage, Instintos básicos, El ingenioso Mr. Ripley.
Lo que se inicia con una enorme fascinación, con la certeza del
descubrimiento de nuestra alma gemela, de la persona que nos
complementa totalmente, en muy poco tiempo se transforma en un vínculo
que comienza a llevarse por delante todas las estructuras que sostienen el
mundo tal como es conocido en ese momento y nos precipita a los abismos
más oscuros e infernales. Vínculo que termina acompañándose por montos
de sufrimiento que se perciben como intolerables y que, al final, o nos
destruye o nos fortalece.
Es quizás en este punto donde encontramos su verdadera razón de
existir: nadie dijo que la integración de nuestros aspectos psíquicos siempre
tenga que resultar en un todo armónico. A veces, la ecuación que nos tocó
en suerte es una mezcla explosiva que puede terminar destruyéndonos.
Así como en nuestra psique existen los equivalentes creativos que
pueden garantizarnos los recursos para un bien-vivir, para un bien-estar,
también existen las fuerzas destructivas que pueden aniquilarnos -a nosotros
y a los que nos rodean- en un abrir y cerrar de ojos.
Poder aproximarnos y conocer estas fuerzas; a las polaridades que las
contienen; aprender a tolerar la tensión que nos producen; conocer de su
canto de sirenas… quizás nos ayude a identificar esa fatal melodía que se
acompaña de la ilusión de un amor verdadero y, como hizo Odiseo, frente a
la misma, amarrarnos a un mástil seguro y dejar que nuestros remeros
internos se hagan cargo del rumbo. Contenernos para que su influjo no nos
saque de nuestro camino.
O, de ser este nuestro destino, aprender a sobrellevar la tempestad
que representa el que la fuerza vinculante primordial, el amor, nos aproxime
a alguna de esas naturalezas destructivas en un momento de nuestra vida.

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