Está en la página 1de 49

Capítulo 3

La modernización
por medio del ejército
A principios de slgio, Los ejércitos nacionales de la mayoría
de los países del continente sufren un salto cualitativo. Bajo la
influencia de diversos factores, el “viejo ejército** desaparece
y surge un “ejército nuevo”. La modernización mili tai, que es
total, comienza por la “piafeskmalizacíón” de la oficialidad.
Fórmula ambigua y mistitific adora de aquí en adelante en
boca de civiles enfrentados a ejércitos insubordinados, pero
constitucionalmente “profesionales, apolíticos,no deliberantes”.
En 1973, se creía en Europa a fuerza de oírlo en boca de los
dirigentes de la Unidad Popular, que el chileno era un ejército
profesional. Vale decir, distinto de los nuestros. Desgracia­
damente se demostró lo contrario. Pero este malentendido
resulta muy elocuente en cuanto a las razones políticas de una
mutación que consiste en hacer de los oficiales auténticos
profesionales de las armas, con lo cual se sobreentiende que de
ahí en adelante no se ocuparán de otra cosa que su profesión.
En síntesis, la reforma mediante la cual se busca organizar a la
1‘nación en armas” hace del oficio militar una profesión perma­
nente, de tiempo completo, remunerada, que requiere estudios
y una prolongada preparación física e intelectual sujeta, en su
desenvolvimiento, a normas burocráticas estrictamente codifi­
cadas.
Esta transformación más o menos completa o dramática
según la situación anterior de la institución militar nacional
sólo puede parecer anodina a quienes busquen comprender
el poder militar ignorando al ejército, su historia y sus estructuras.
Si el objetivo es aclarar el cómo para responder al por qué,
difícilmente se puede pasar por alto la especificidad de los
ejércitos modernos. Como tampoco se puede dejar de lado las
particularidades nacionales. El papel político permanente,
incluso aplastante, de los ejércitos del subcontinente, su pre­
torianismo que aparentemente tiende a desmilitarizarlos, en
ocasiones hace que se subestime su naturaleza militar. De ahí
a considerarlos meras fuerzas políticas, que compiten con las
85
demás por el poder, hay un soto paso. Dar ese paso significa
resignarse a no comprenda, na fiólo a Los "partidos militares’
sino tampoco el funcionamiento de la mayoría de los sistemas
políticos latinoamericanos desde hace medio siglo.
Es por ello que a continuación estudiaremos cómo se
organizan esos ejércitos que tanto pesan en la historia del conti­
nente, qué son esos militares que los componen y dirigen y,
en fin, cómo llega la política a los o5 dales. Poique aquí se
presenta una paradoja: el proceso de modernización que, ex­
plícitamente o no, tenía por objeto separar a los militares
de la política, significó el fin de La. hegemonía de los civiles
en casi todos los países de La región. Las medidas defensivas
destinadas a estabilizar la vida política y reglamentar el funcio­
namiento armonioso del Estado provocaron, por el contrario,
quebrantos institucionales que condujeron a la usurpación
militarista. Al emanciparse de la sociedad civil y laclase dirigente,
las fuerzas armadas se repolitizan sobre nuevas bases, de acuerdo
a su propia lógica organizativa.

Organización militar y “profesionalización”


Todos los ejércitos se organizan de acuerdo al mismo
modelo y se mantienen más o menos próximos al mismo. El
grado de “militarización” de las instituciones defensivas es
variable. No obstante, es sorprendente la similitud de comporta­
miento y “mentalidad” de militares separados por el tiempo
y el espacio. No postulamos la existencia de una esencia militar
universal, pero debemos reconocer que los ejércitos son institu­
ciones cuyo funcionamiento corresponde a sus funciones.
Las fuerzas militares, organizaciones complejas de tipo
particular, tienen todas como norte, si no como razón de ser,
el empleo de la violencia legítima. De esta misión que las define,
derivan normas y un sistema de organización. Sus valores
corresponden, por un lado, al funcionamiento de la institución
y, por el otro, a sus funciones, es decir, los objetivos que se fija.
Los valores organizativos derivan de la estructura piramidal,
la centralización del mando, que posibilitan la toma de decisio­
nes en el combate. Los valores operativos responden a la finalidad
y necesidad del combate: ¿en nombre de quién combatimos?
¿Por qué aquél es nuestro enemigo? Estos dos subsistemas
están inextricablemente ligados, peí o uno puede predominar
sobre el otio y Los ejércitos se diferencian entre si por el peso
relativo de uno y otro cuerpo de normas,
Los ejércitos difieren de todas las demás organizaciones
por el hecho de ser instituciones absoluta o casi absolutamente
‘■•totalizantes5', Si bien los militares se hacen con civiles, el oficio
de las armas no puede compararse con los demás. La distinción
entre civiles y militares, valorizada en alto grado en el seno de
la institución, en modo alguno se limita a la significación dis­
criminatoria y unificad ora de vestir el uniforme. Organización
coercitiva en la cual la autoridad descansa sobre una coacción
tanto física como simbólica, el ejército es una burocracia en la
cual no existen mecanismos formales de contrapoder y limitación
de La autoridad central. Para decirlo en pocas palabrs y de forma
gráfica: dado que la concentración del mando corresponde
a las necesidades del combate, ¡oficiales y suboficiales deben
solicitar autorización al coronel para poder casarse! La autosu­
ficiencia del ejército, su capacidad de no necesitar recurrir
a la sociedad —como lo demuestra la existencia de capellanes,
médicos, músicos, peluqueros y veterinarios “militares”—
obedece al mismo fin. Esta particularidad, este aislamiento
voluntario que supuestamente prefigura la autonomía del
ejército en campaña, tiene una función adicional, simbólica:
a través de ritos y mitoLogías, imágenes y métodos de identi­
ficación, busca imponer el monopolio de La violencia y la nece­
sidad del aparato de defensa.
Estos valores organizativos pueden parecer relativamente
universales. Las normas que hemos llamado operativas, conocidas
generalmente como ética militar o “sistemas simbólicos”
de los ejércitos,1 en cambio, están condicionadas por el entorno
sociop olítico; más precisamente, corresponden al tipo de re­
clutamiento, el armamento, la estrategia del período, en fin,
a la civilización de que se trata. Así, a un ejército de masas
reclutado entre sectores rurales de bajo nivel cultural, correspon­
de la exaltación del heroísmo, el honor y la abnegación con el
fin de inculcar obediencia y disciplina a la tropa. Estos eran los
valores vigentes en los ejércitos occidentales cuando los Estados
latinoamericanos los adoptaron como maestros. La importan­
cia de la formación del carácter y la “apostura militar” de
los oficiales, reflejo del abismo que separa a la tropa —los
1 Véase Etienne Sehweisguth, “L'institution militaire et son systeme de valeuis",
Revue frangaise de sociologie, XIX, L978, págs. 385-390.
87
hombres— del mando —Los Jefes—, demra.de la misma necesidad.
Éste es el modelo militar q_ue loa países de América latina
tratarán de adoptar o, según los malintencionados, de imitar.
En la mayoría de los casos lo hacen en frío, es decir, por fuera
de toda eventualidad de conflicto armado. Esto ayuda a acie-
centa? la rigidez institucional y la retórica justlficatorla de
estas singulares burocracias dotadas de valores heroicos. La
construcción de semejante organización requiere un buen nivel
de autosuficiencia, una socialización especifica y inerte de sus
miembros permanentes la institucionalización de una carrera
militar mediante una formación técnica continua, impartida en
una red de escuelas propias: otros tantos factores que coadyuvan
a una insularidad normativa que, como veremos, cerró el ejército
a la sociedad para mejor abrirle el camino del poder,
Vimos en el capítulo anterior que la modernización obede­
ció a distintos imperativos, de acuerdo a los países. Pero es
evidente que en todos los casos, incluso en aquellos donde los
grupos dominantes lo permitieron a regañadientes, como en
Brasil, la formación de los ejércitos modernos reviste un carácter
eminentemente funcional en relación al nuevo papel de las
periferias latinoamericanas en la economía mundial. Los ejércitos
modernizados son instituciones estatales que garantizan el orden
interior y permiten la explotación pacífica de las riquezas
mineras y agrícolas que Europa necesita. Como instituciones
modernas, de elevado nivel técnico de acuerdo a los criterios
internacionales, es decir, europeos, de la época, transmiten al
exterior una imagen de seriedad y competencia que infunde
confianza a los inversionistas. Son de alguna manera el comple­
mento para “consumo externo” de ese parlamentarismo de
fachada westminsteriana que las elites latinoamericanas finise­
culares se complacen en asumir,
Con todo, no es verdad que la creación de esos ejércitos
haya sido inducida por las metrópolis económicas mundiales
para mejor controlar sus fuentes de materias primas. Debido a
que Inglaterra, primera potencia mundial en la época de la trans­
formación, primer inversionista en el subcontinente y su primer
proveedor de bienes manufacturados, no constituye un modelo
militar y es sólo un proveedor secundario de cañones. Al mismo
tiempo, Francia, que comparte con Alemaniaun cuasi-monopolio
de la exportación de tecnología militar, aparte del rubro arma­
mentos ocupa un lugar modesto en el comercio exterior de las
naciones latinoamericanas. Dada la permanente rivalidad entre
88
dichos' países europeos, cío puede postularse la existencia de
una. entente o una división del trabajo cayo principal beneficiario
sería Gran Bretaña. Se trata de un proceso, dependiente, sí,
paro dirigido desda adentro y en respuesta a necesidades in­
ternas. El ejército moderno, símbolo de progreso, es un instru­
mento de centralización y, p oí consiguiente, de fortalecimiento
e incluso construcción del Estado. Su perfeccionamiento y
expansión, en tanto ejército nacional, presuponen la unificación
de La clase dirigente. Cuanto más tardía la unificación, más
demorado es el proceso de profesionalización, en algunos
casos en beneficio de un poder civil inestable y en otros para
ceder a un poder dictatorial de facto.
Dado que el prestigia de un ejército bien organizado y
entrenado se refleja sobre el propio Estado, no es casual que
estas naciones extravertidas busquen instructores entre los dos
ejércitos más prestigiosos del mundo de aquel entonces, entre
L880 y 1920: el francés y el alemán. Esos dos países enemigos,
sucesivamente vencedores y vencidos en dos guerras, ofrecen
sus servicios a todas las naciones en trance de reorganizar sus
aparatos de defensa. Están enjuego sus influencias diplomáticas
y comerciales, la expansión de su industria armamentista. Su
rivalidad ultramarina es una forma de guerra por otros medios.
En -esta áspera lucha militar y comercial, todos los medios son
lícitos. Agentes secretos libran campañas a través de la prensa
local y recogen información sobre el “enemigo”.2 En Brasil,
Los alemanes no vacilan en desacreditar el material francés,
mientras que los franceses denuncian el racismo de los oficiales
alemanes, que se sienten a disgusto en una nación mestiza.3 La
lucha por la influencia y preponderancia militar coloca a los
Estados latinoamericanos en una situación privilegiada, que
éstos aprovechan en función de sus propias necesidades geoes-
tratégicas. No obstante, es necesario enfatizar que La moderni­
zación extrovertida, mediante la adquisición de técnica y
armamentos, produce una estrecha dependencia. Estos ejércitos,
símbolos de la emancipación, portaestandartes de la soberanía,
son “europeos” sólo en apariencia. La falta de industria pesada
2 Véanse sobre todo los informes secretos del capitán Salats al ministro de Marina
francés (París, Archivos, SHM serie BB7 136), citados por Manuel Domingos Neio
en su tesis L 'influencc étrangére sur k modernisation de l'armée brésilienne (1889-
1930), Universidad de París-III, 1979, págs. 140-150.
3 Manuel Domingos Neto, ob. cit, pág. 199.
89
local Jos hace depender por completo de Krupp o Schneidei,
Necesariamente deben integrarse al juego d ípLomático y tienen
voz en las decisiones de política exterior que afectan. el comercio.
Ésa es una de la razones por las cuales los militares de los paúes
más ricos del continente han sido en muchos casos la punta
de lanza del desarrollo industrial, con el fin de paliar las “de­
pendencias criticas'’ que atenían contra la capacidad operativa
de estas fuerzas armadas miméticas.

Una modernización extrovertida

Si bien los tres adversarios de la guerra del Pacífico —el


vencedor Chile y los vencidos Perú y Bolivia— no fueron los
primeros Estados que se volvieron hacia Europa para reorgani­
zar sus ejércitos, sí lo hicieron de manera más completa y
total que otros. Chile adoptó la escuela alemana y aún hoy se
observan rastros prusianos en su ejército. Es verdad que los
oficiales han desechado, junto con los uniformes prusianos, los
monóculos y loe bigotes a la Kaiser; pero los cadetes del Colegio
Militar siguen usando el casco con punta y los desfiles se efectúan
al paso de ganso. En 1885, el gobierno chileno resuelve contra­
tar a una misión alemana para “profesionalizar” la fuerza de
tierra. La guerra victoriosa ha puesto al desnudo las debilidades
del aparato militar nacional y los peligros siguen latentes. Chile
se siente rodeado de enemigos. El irredentismo peruano y
boliviano preocupa a Santiago. Perú no acepta la pérdida de
la provincia de Tarapacá ni la ocupación de Tacna y Arica.
Bolivia, convertica en nación mediterránea, mantiene los ojos
puestos en el puerto pacífico de Antofagasta, su salida al mar
perdida. El enorme vecino argentino, que prosigue su expansión
en territorio patagónico, aparece hostil a los ojos de la estrecha
nación, arrinconada tras una cordillera de límites imprecisos.
El coronel Kómer, jefe de la misión de 1886 a 1910, trans­
formará al ejército de veteranos del Pacífico en una fuerza
moderna, dotada de un cuerpo de oficiales a la prusiana, de alto
nivel y poseedor de gran prestigio en todo el continente. Con­
sumada la independencia, el libertador O’Higgins había creado la
primera escuela militar de América latina (1817); ahora, en
1886, Kórner crea una Escuela de Guerra según el modelo de la
90
Kriegídkadernie, con un programa de estudios de tres años.
Les mejores elementos se incorporan, a regimientos alemanes e
incluso a la guardia imperial. A comienzos ele siglo, hay más
de treinta oficiales alemanes sirviendo de instructores en Chile,
En 1906 culmina el programa. de reformas organizativas y de
régimen interno, y el ejército chileno se ha vuelto un auténtico
reflejo del ejército alemán. EL coronel Korner, ascendido a ge­
neral, se Incorpora al ejército nacional y en 1891 es nombrado
jefe del Estado Mayor. Cuando se producen los enfrentamien­
tos entre el presidente nacionalista Balmaceda y la oligarquía
parlamentaria, Korner y sus partidarios se enrolan en las filas
de los adversarios del Presidente, aunque el ejército en su
conjunto permanece leal, Algunos ven en ello la prueba de una
orientación antinacional estrechamente vinculada a intereses
europeos. Es inegable que la misión alemana benefició enor­
memente a La industria de allende el Rin, en especial a Krupp.
En 1898, a instancias de Korner, el gobierno solicita y obtiene
un préstamo de monto elevado para la adquisición de armas
y, dada la carrera armamentista en curso en el Cono Sur, no
vacila en ofrecer a sus acreedores, en prenda de garantía, los
ingresos aduaneros del país.4
Para la misma época, e indudablemente en respuesta al
desafío chileno, Perú contrata una misión militar francesa.
Un primer equipo, comandado por el capitán Paul Clément,
llega a Lima en 1896. Los franceses reorganizan e instruyen
a los peruanos hasta 1940, con una interrupción en 1914-
1918. A diferencia de sus pares alemanes en Chile, los oficia­
les franceses se mantienen al margen de la vida política perua­
na, ejerciendo, no obstante, una influencia nada despreciable.
El ejército francés de la época, que pone el acento en la defen­
sa, la fortificación y la vigilancia de fronteras, interesa a los
peruanos principalmente por sus aportes a la ciencia militar. En
sus informes y directivas, inspiradas en su experiencia colonial,
los franceses insisten sobre todo en los transportes y comuni­
caciones, la presencia militar en el seno de la población y el
conocimiento del país. Hay quienes ven en dicha influencia
una de las causas de la orientación “populista” y social de Ja
oficialidad peruana, tal como se manifiesta en la década del
4 Alain Joxe, Las fuerzas armadas en el sistema político de Chile. Santiago, 1970,
pág. 50.
91
sesenta.5 Parece improbable que exista una filiación directa.
No obstante, la influencia francesa tiene consecuencias muy
distintas de Jas de los oficales prusianos en la uecina República
enemiga.
Bolivia tarda más en te ponerse de los trastornos de la
guerra y sus decisiones son más eclécticas. En 1905, una. mi­
sión militar francesa privada, reíorma Los programas de La Es­
cuela Militar y 1a Escuela de Guerra. Pero a partir de 1910,
La Paz imita a Santiago y contrata a instructores alemanes.
El coronel Hans Kundt, jefe de la misión, es nombrado jefe
del Estado Mayor. Con su equipo de doce oficiales y subofi­
ciales alemanes, germaniza el sistema de instrucción de cuadros
y tropa e introduce los reglamentos del ejército alemán. Su
contrato inicial, de tres años, se prorroga hasta 1914, En. 1921,
Kundt, ascendido a general, vuelve a Bolivia, adquiere la ciuda­
danía boliviana y participa en la vida política del país, convir­
tiéndose en uno de los pilares más firmes del Partido Republi­
cano. Esta “politización” a la antigua de un militar destacado,
va en detrimento de los intereses de la máquina de guerra. Cuan­
do Bolivia enfrenta a Paraguay por la cuestión del Chaco (1932-
1935), el ejército de Kundt es derrotado por los paraguayos,
tal como el viejo ejército había sido vencido por Chile en el
Pacífico. La derrota y la difícil amalgama entre los jóvenes
oficiales formados en la escuela y los generales, veteranos y
políticos, estarán presentes por mucho tiempo en el espíritu
de los militares bolivianos-
En la cosmopolita Argentina, que trata desde el comien­
zo de “profesionalizar” al cuerpo de oficiales, las preferencias
extranjeras se caracterizan por b u eclecticismo. Los primeros
directores del Colegio Militar, encargado de formar a los oficia­
les y fundado por Sarmiento en 1869, son un coronel austro-
húngaro y un mayor de caballería francés. El ejército francés
es el espejo del argentino hasta 1904, pero el armamento del
viejo ejército es alemán: cañones Krupp desde 1884, fusil
Mauser modelo 1891. En 1900, se impone el prestigio del Gran
Estado Mayor Imperial. La Escuela Superior de Guerra nace
bajo auspicios alemanes. Los profesores son oficiales prove­
nientes del ejército alemán. Esta escuela, de donde egresan los
5 Tesis expuesta por Frederick Nunn, en “An OverView oí the European Military
Missiuns in Latín America’’, en Bryan Loveman y Thomas M. Davis, The Politks
of Antipolitics. Lincoln (Nebtaska), 1978.
92
“diplomados” deL Estado Mayor, será, hasta la víspera de la
Segunda Guana Mundial, el bastión de la tradición militar
geiafánica. Los admiradores argentinos de la máquina, militar
prusiana siguen analizando la guerra de 1870 desde el punto
de vista alemán incluso deapués del 18, como si Alemania no hu­
biese sido üa vencida en la Gran Guerra.
El proceso de germanización se completa a partir de 1904
cpn el envío masivo de oficiales, argentinos a efectuar prácticas
en Los regimientos del ejército imperial. La incorporación a las
unidades alemanas no afecta sólo a una minoría de oficiales.
En 1920, un agregado militar brasileño sostiene que “la mitad
de Los oficiales argentinos ha pasado por la escuela o la tropa
alemana**. La influencia del Offizier Korps no tiene rival.
La mitad de los ciento veinte títulos publicados entre 1918
y 1930 poi la “Biblioteca del Oficial'’, colección de textos
militares, son traducciones del alemán, La admiración por el
modelo alemán no conoce límites. En 1914, pocos oficiales
argentinos pensaban que la más formidable maquinaria bélica
de la historia pudiese ser derrotada. Se dice que el general
José Uriburu, que en 1930 se convertirá en el primer presiden­
te militar de la Argentina contemporánea y que, desde su
paso por la guardia del Kaiser, era conocido con el sugestivo
mote de “von Pepe”, anunció ante el Círculo Militar, mapa
en mano, la ineluctable victoria de los ejércitos imperiales en
La guerra mundial. No les faltaba razón a los elementos ais-
lados que se preocupaban por la “tutela mental”7 producto de
la imitación mecánica del modelo alemán y denunciaban sus
peligros.
En Brasil, los oficiales aspiran a fortalecer el ejército na­
cional. Muchos civiles no comparten los temores de las oli­
garquías regionales respecto de un ejército fuerte, instrumento
del Estado Federal. El mal desempeño de éste frente a los
campesinos rebeldes de Canudos, la desconfianza hacia la Ar­
gentina —su eterno rival en el subcontinente— exigen la reorga­
nización y puesta al día del equipo militar. Para ello, es nece­
sario apelar a Europa. Es lo que buscan alemanes y franceses.
Desde fines de siglo, ambos países compiten en la venta de
‘ Mayor Armando Duval, A Argentina, potencia militar. Río de Janeiro, 1922, tomo
II, pág. 368.
1 Teniente coronel A. Maligne, “El ejército en octubre 1910", Revista de derecho,
historia y letras. Buenos Aires, marzo 1911, pág. 271.
93
cañones al Brasil. En 1906, eL estado de Sáo Paulo contrata una
misión francesa, paca reorganizar e instruir ]a “fuerza pública” ,
que se vuelve así un ejército local temible. Sin embargo, parece
que Alemania se impondrá, gracias a una hábil campaña propa­
gandística. Entre 1905 y 1912, una treintena de oficiales bra­
sileños pasa por Las filas del ejército alemán para recibir instruc­
ción. En 1_908, el mariscal Hermes de Fonseca, ministro de
Guerra y el más prestigioso e influyente militar brasileño,
es invitado por el gobierno imperial a asistir a Las grandes ma­
niobras; inicia negociaciones en vista de contratar una misión
militar. Pero en 1910, el mismo mariscal, invitado por el go­
bierno francés, colmado de honores y atenciones, entierra el
proyecto alemán aunque sin contratar una misión francesa.
La competencia entre ambas naciones corresponde a los altos
intereses en juego: los pedidos de la industria bélica incluyen
el reequipamiento de la artillería, un programa de defensa cos­
tera y la creación de una fuerza aérea.
Los practicantes del ejército alemán vuelven a su país
para constituir una “misión indígena”, encargada de instruir a
los cadetes de la Escuela Militar conforme al modelo germáni­
co. Los oficiales más viejos, que deben su promoción al padri­
nazgo político más que a su instrucción y capacidad militar,
son hostiles a las misiones extranjeras. Las innovaciones les ha­
cen temer por sus carreras y no todos se sienten capaces de
adaptarse al modelo europeo. Con todo, la victoria de las ar­
mas zanja la cuestión entre Francia y Alemania, y en 1919
se contrata a una misión francesa. Dirigida por el general Game-
lin, permanecerá en Brasil hasta 1939 y transformará el ajér-
cito de arriba abajo.
Las compras de armas (francesas, claro esta) permiten,
en primer término, cerrar la enorme brecha entre el ejército
brasileño y los de los demás países industriales. Pero la influen­
cia francesa se nota sobre todo en la organización, la enseñan­
za y las carreras. A la dispersión de los efectivos a lo ancho
de todo el territorio, a la manera de un cuerpo policial, su­
cede la formación de grandes unidades con capacidad de manio­
bra, coordinadas por un Estado Mayor concebido de acuerdo a
un plan francés. Los oficiales, que hasta ese momento reci­
bían, en el mejor de los casos, una educación libresca y muy
intelectual, reciben a partir de entonces una sólida formación
militar a todos los niveles, incluso, a partir de 1924, en la
Escuela Militar, bajo la batuta de los instructores franceses.
94
Se crea_n escuelas de logística y servicios auxiliares. El viejo
ejército, puesto al día por los franceses, sufre una verdadera
revolución, sobre todo en el terreno de las promociones, estric­
tamente codificadas por ley y por eL sacrosanto escalafón,
sustraído a las influencias poLíticas. El mérito y la formación
profesional rigen las carreras.
La influencia francesa es profunda y duradera. En 1937,
todos los miembros del alto mando del ejército de tierra han
sido instruidos por los franceses, lo mismo que todos los minis­
tros de Guerra de 1934 a 1960. El general Goes Monteiro, que
domina la escena militar dé 1930 a 1946, es el primero de su
promoción en el curso de perfeccionamiento que organiza la mi­
sión en Rio, en 1921. Los discípulos brasileños del ejército
francés no pierden ocasión de recordar la deuda que han con­
traído con sus instructores, ni de expresar su admiración par los
prestigiosos oficiales que comandan la misión. Así, la imagen del
general Gamelin en Brasil dista mucho de aquella que posee
en Francia el Jefe del Estado Mayor de la débácle. He aquí
lo que dice de él una revista militar brasileña en 1926:8 “Fun­
dó nuestra doctrina de guerra, cuyos principios dejo asentados
en nuestros reglamentos básicos, y nos familiarizó con ella a
través de sus magníficas lecciones prácticas y teóricas, en el
campo de maniobras y en la sala de conferencias”. Y aún en
1940, el ministro de Guerra, general Gaspar Dutra, afirmaba, en
discurso pronunciado en presencia del presidente Vargas, al
iniciarse las maniobras de la III Región Militar: “Recuerdo las
grandes maniobras de 1922, al frente de las mismas se hallaba la
figura excepcional del general Gamelin, nombre que merece hoy
admiración universal y que nosotros pronunciamos siempre con
nostalgia y veneración.”9
El galicismo mental de estos admiradores del ejército de
Foch y Pétain suscita el asombro de sus contemporáneos.
El gemelo del von Pepe argentino y, sin duda, no menos real
que éste, es el personaje de una novela de Jorge Amado, carica­
tura de general francófilo, vejestorio henchido de su propia
importancia y aspirante a la Academia—, destacado discípulo de
la misión francesa, invencible en el campo de maniobras. Este
general Waldomiro Moreira, a quien sus adversarios llaman
5 A defesa nocional (10 octubre 1926), citada por Manuel Domingos Neto en Alain
Rouquié y col.. Les Pañis militaires au Brésil. París, 1980, pag, 60.
* Revista do clube militar (abril 1940), pág. 35.
95
sig3iL£icativamente “línea M agm at” „ co m en ta en. la. piensa,
los sucesos de la Segunda Guerra Mundial con absoluta falta,
de ésito, ya que las Pamer División en de HrütT, “sin el menor
respeto por tas reglas esiablecidas d.e la ciencia militar, desmien­
ten nochtí a noche sus vaticionios de la mañana ’\ L®
Dejando de lado Los ejércitos ne oc okmialLsfcas creado &por
Estadas Unidos, que serán tema, de un próximo capítulo, en
casi “todos los países encontramos el mismo afán por integrarse
a La escuela europea., en condiciones diferentes y en función
de distingos parámetros; nivel de desarrollo, situación geopo­
lítica, grado de consolidación del Estado Nacional. Evidente­
mente, no todos los países pueden contratar a las costosas
misiones europeas. En este sentido, debemos remarcar ese
curioso fenómeno de prusiñcación de “segunda mano” que se
produce en numerosos países de] continente por intermedio del
ejército chileno. Ecuador, Colombia, E] Salvador y Venezuela
contratan misiones militares chilenas para reorganizar y “euro­
peizar” sus ejércitos nacionales. En Colombia, en 1907, es un
equipo de oficíales chilenos el que crea una Escuela Militar
digna de ese nombre. Lo mismo sucede en Venezuela en 1910,
pero ahí se imponen los rivales peruanos y es a ese país donde
van a formarse los aspirantes a oficiales; en 1920, una misión
francesa crea la aviación militar e instruye al ejército de tierra.
Este despliegue de la presencia extranjera no deja de sus­
citar problemas en los ejércitos anfitriones. Al principio, mu­
chos se resisten a las misiones europeas. Algunos, por favorecer
a una influencia militar distinta —los germanófílos en Brasil,
por ejemplo—, pero también hay muchos oficiales del “viejo
ejército” que no ven con agrado la perspectiva de volver a la
escuela, ni de tener bajo su mando a elementos que saben más
que ellos, ni, sobre todo, de que unos extranjeros vengan a
inmiscuirse en los resortes internos de poder de la institución.
Por su parte, los “misioneros” vienen con el ánimo de transfor­
mar y dirigir todo, e incluso de ejercer directamente el mando
para aplicar mejor sus reformas. Sólo esto explica la plena
integración de los jefes de las misiones alemanes en Chile y
Bolivia. El general Gamelin se queja del jefe del Estado Mayor
del ejército brasileño, a quien, dice, “le disgusta nuestra tute­
la” (sic) y “sueña con una misión militar francesa completa­
mente subordinada a él”.11 Es verdad que las tareas de la misión
10 Jorge Amado, Fardo, fardSo, camisola de dormir. Río de Janeiro, 1978, pág. 66.
u General Gamelin, Notes sur Vaction de ¡a mission militáire franfaise au Brésil.
96
extranjera no &e limitan a la. traneierenda de tecnología. $ el
ases oramiento. La. preparación de la defen&a nacional y la. ela­
boración de una “doctrina, de guerra'3 ya son cuestiones polí­
ticas. De ahí Los fie cuentes conflictos y la impaciencia que acom­
paña a La admiración de los discípulos por el ejército mentor.
Ésta es una de las paradojas de la moderniüación extrovertida,
que muchos olvidan cuando los ejércitos del continente cambian
de aína.

Reclutamiento y formación de cuadros


El eje de La modernización militar es la reforma del reclu­
tamiento de oficiales. Se trata, evidentemente, de loimai cua­
dros más Instruidos y elevar eL nivel ptofesionaL y técnico
del conjunto de los graduados. Para ello se prevé, en La mayo­
ría de los casos, una fuente única de reclutamiento. Se impone
la obligatoriedad de pasar por La escuela militar para obtener
el galón de oficial o, al menos, ésa es la aspiración de todos
Loe ejércitos, aun cuando no siempre puedan alcanzarla. La for­
mación de un molde único busca acrecentar la homogenei­
dad y el espíritu de cuerpo de los cuadros. Esta homogeneidad
es justamente lo que más admiran los reformadores militares
argentinos en el Offizier Korps: “Sus oficíales provienen de un
solo y mismo origen, pertenecen a la misma clase social y,
para ser admitidos, se someten a las mismas pruebas. Constitu­
yen una verdadera familia,”12 declaraba, a propósito de los
oficiales alemanes, un general argentino defensor del “viejo
ejército”. Pero la supresión de las fuentes alternas de recluta­
miento no se consuma en todas partes. Un oficia] brasileño,
en un informe a su ministerio acerca del ejército peruano
de 1922, señala con desaprobación que, en virtud de una ley
de 1901, la tercera parte de los puestos de oficiales están
reservados para la promoción de suboficiales debido a la falta
de aspirantes a la Escuela Militar. “Existe una falta de homoge-
Río, abril 1925, Archivos SHA, París. Gtado por Eliezer Rizzo de Oliveira, La parti-
cipation politique des militaires au Brésil (1945-1964), tesis IEP, París, 1980, pág. 80.
11 Argentina, Cámara de Diputados, Diario de sesiones, Buenos Aires, tomo I, pág.
620.
97
neidad —comenta— que origina una cierta, rivalidad interna" 13
La extinción o supresión de las antiguas modalidades de
reclutamiento de oficiales es maso menos todia. En Guatemala,
a pesar de que La Escuela Politécnica, donde se forman los
“ oficiales de catrera/', data de 1873, Los ofieiaLes ascendidos
desde la Ir opa desaparecen apemas en 1944. La existencia
prolongada de dichos oficiales es una fuente importante de
divisiones en el interior de La institución.14
La barrera entre oficiales y suboficiales se vuelve más o
menos infranqueable de acuerdo al país que se trate. Es per­
meable en Bolivia y absolutamente estanca en la Argentina.
En la mayoría de le» casos, tras un período de transición»
los suboficiales ya no pueden aspirar aL galón de teniente, o
bien deben realiza* el examen de ingreso a la Academia Militar
(Perú). Esto engendra entre los sargentos un vivo sentimiento
de frustración, y entre los oficiales La conciencia de pertenecer
a una elite, lo cua] conlleva el germen de un auténtico espíritu
de casta. En estos ejércitos formados en tiempos de paz, alta­
mente burocratizados, la estratificación social interna está
perfectamente definida, y el mito del soldado que lleva en su
mochila el bastón de mariscal no tiene posibilidades de realizarse,
Pero estas reformas, cualquiera sea su grado de rigidez,
tienen una consecuencia adicional. A la cohesión nueva que
adquiere un cuerpo de oficiales que pasan por la misma escuela,
se agrega la autonomía en el reclutamiento, que en principio
lo pone a salvo de las presiones poLíticas directas. El paso
obligado por un tipo de formación único implica una selección
basada en criterios teóricamente objetivos y universalistas.
Los oficíales de escuela son cooptados por sus pares en función de
la imagen que tienen del oficial y de las necesidades de la
institución. El control por “padrinos” civiles, el reclutamiento
por recomendación de los “soldados distinguidos” o los “oficia­
les promocionados” son cosas del pasado. Al incrementar la
independencia de la corporación, la reforma en el reclutamiento
sienta las bases del poder militar.
La fuer7a de la socialización o resocialización específica
13 Bertoldo Klinger, "Apontamentos sobre a organisajjlo militar do Perú”, Fundado
flettilio Vargas, CPDOC, Archivos B. Klin?.cr, 22.02.07 GER, pág. 6.
u Para el caso de Guatemala, véase Jerry L, Weaver, "La clite política de un régimen
dominada por militares-, el ejemplo de Guatemala”. Revista latinoamericana de socio­
logía (I, 1969), págs. 21-37.
98
otoigada. por ]a institución acrecienta no sólo el espíritu de
cuerpo de Los cuadros sino también su sentimiento de pertenecer
a la rama militar del Estado. La influencia de esta formación
es tanto mayor poi cuando se-realiza, en un relativo aislamiento,
se inicia a tempiana edad y es de prolongada duración. Por
ejemplo, en Guatemala, los futuros oficiales ingresan a la
Escuela Politécnica a los catorce años y el curso dura cinco.15
En la Argentina, La edad de Los ingresantes oscila entre los
catorce y Los dieciocho años; en la mayoría de los países está
entre los dieciséis y diecisiete, según se exija o no que el aspi­
rante haya completado estudios secundarios. En semejantes
condiciones se produce una fuerte interiorización de los valores
y modelos de conducta propuestos, lo cual garantiza una
acabada socialización particularista y un espíritu de cuerpo
fuertemente arraigado.
¿Quién puede ser oficial, quién llega a serlo realmente?
Las exigencias de determinado nivel de escolaridad constituyen
aparentemente los únicos límites de un reclutamiento amplio.
Si sé exige estudios secundarios completos, se puede suponer
que la familia del cadete posee un nivel de ingresos relativamente
alto. En realidad, en los países de elevada tasa de analfabetismo
(Guatemala, Perú, Solivia, etcétera) el mero acceso a los estudios
secundarios supone una fuerte discriminación. Las clases popu­
lares poseen escasa representación en esas escuelas militares,
sobre todo en las sociedades donde ocupan un lugar marginal.
No es menos cierto que muchos oficiales eligen la carrera de las
armas por razones económicas, porque los estudios militares
son de breve duración y en general gratuitos. Lo cual no sig­
nifica que los oficiales sean reclutados entre las clases más
desposeídas ni que el ejército constituya un medio de ascenso
social en todos los países. El sistema de cooptación cerrada
da lugar a una selección escasamente democrática con rasgos
sociales e incluso étnicos. Así, la exigencia de una talla mínima
a los aspirantes a las Escuela Militar (1,60 ó 1,65 metros, esta­
tura que sólo el 16 por ciento de la tropa alcanza en Perú)
elimina prácticamente a todos los indígenas en los países
andinos. En Bolivia, el concepto vago y aparentemente anodino
de “familia distinguida”16 implica una estricta selección social.
15 R. S. Adams, El problema del desarrollo político a la luz de la reciente historia
sociopolítica de Guatemala”, Revista latinoamericana de sociología (N° 2,, 196 8),
pág. 183.
18 Lo cual en principio significa simplemente hijo legítimo. Véase Guillermo Bedregal,
99
En la Argentina, se aplica. eLmlsnso emerlo en las investigaciones
de rnoraLidad efectuadas a Las familias de los aspirantes, <jua
eliminan implacablemente a los hijos cuyos padres no se encuen­
tran en “situación familia» regular” o no gocen de reputación
honorable en sus barrios. A ello se agregan las entrevistas a los
aspirantes y los exámenes médicos eLimlnatorio s e inapelables,
donde la fisonomía y eL coLoi de la piel son más importantes
que la talla y la capacidad torácica. Así, la elite militar preserva
su imagen. No todos los regímenes poseen la franqueza del
Estado nouo brasileño que, en 1942, prohíbe oficialmente
el ingreso a la Escuela MiLitar de Los no católicos (los judíos en
particular), ios hijos de inmigrantes y opositores, Los negros
y los hijas de padres divorciados o unidos en concubinato.11
El problema del origen social de La oficialidad ha hecho
correr ríos de tinta. Observadores y periodistas tienden a
acordarLe una importe.ncia excesiva, hasta el punto de explicar
La actitudes políticas de los ejercitos poi esta única variable
que, sin embarga, ha sido bastante mal estudiada. La doble
inserción de los militares en la sociedad y el Estado y la influen­
cia de la socialización específica, factor cuya importancia es
imposible exagerar, permiten reducir esta dimensión de la
sociedad militar a sus justas proporciones. Es dable pensar
que, como consecuencia del “adiestramiento” autoritario
a que se lo somete y de Las características específicas de la
institución a la que pertenece y que lo ha formado, el oficial
se sitúa y se determina en relación al ejército, más que a su
grupo familiar de origen. Ésto nu significa que la familia de
origen no debe tenerse en cuenta: este factor condiciona la
inserción del oficial en la saciedad civii en lamedida en que, pues­
to que vive en simbiosis con la institución que él ha elegido como
marco de existencia, la familia constituye su principal y a veces
única fuente de contactos con el medio civil. Aquí se incluye
la familia política de los oficiales casados.
Las coordenadas socioprofesionales de los padres de los
oficiales no son los únicos factores significativos en las socie­
dades de contrastes regionales muy acentuados. A las diferencia-
Los militares en Bolivia. Ensayo de interpretación sociológica. La Paz, 1971, pág. 40.
11 Boletim do exército, N° 40 (1942) y 18 (1943), citados por José Murilo de
Carvalho, Forjas armadas e política ¡1930 ]945). Río de Janeiro, FGV-CPDOC
(mtmeogr.), 39SO, pág. 25. Véase también Wemeck Sodré, Memorias de um soldada.
Río de Janeiro, 1967, págs. 185-186.
100
ciones geográficas y ecológicas se agrega frecuentemente un
matiz social y a veces político. Muchos au tares han señalado,
e ínclu 10 sob restañad o, e] contraste entre raedlo rural y medio
urbano. Un autor, al observar el origen mayoritaríamente uibano
de una muestra plurinacianal de oficíales latinoamericanos,
algunos de los cuales provenían de países escasamente urbani­
zados (Honduras, Nicaragua), concluye que el reclutamiento
en e] seno del sector/‘moderno” de la sociedad implica actitudes
'‘reformistas”, incluso progresistas, de parte de Las fuerzas'
armadas. No hay nada que demuestre que el medio urbano
induzca actitudes líber aLes o reformistas, si bien la ecuación
ruial-conservadoi resulta admisible, con algunas reservas.18
Con todo, es interesante constata! que, en el ejército peruano,
cada vez son menos los oficiales provenientes de Lima y de la
dinámica región costeña y más los cuadros nacidos en los peque­
ños centros urbanos del ‘‘interior” e incluso de la sierra indígena,
en vías de despoblación.*9 En el período 1955-1965, de los
generales del ejército de tierra, cadetes en los años treinta, sólo
el dieciocho por ciento eran limeños, mientras el cincuenta y
seis por ciento provenían de la sierra o de la selva amazónica.
Al mismo tiempo, según señala Luigi Einaudi,20 el 94 por ciento
de los jefes de empresa más importantes de Peiú soti limeños
o costeños. En 1968, diez de los quince miembros de la junta
de gobierno eran provincianos.
En Brasil, donde las guarniciones están distribuidas de
manera desigual y se concentran esencialmente en las fronteras,
sobre todo en la meridional, y en las ciudades costeras, no
es de extrañar que haya numerosos oficiales provenientes del
estado de Rio Grande do Sul, Undante con el Uruguay, mientras
que Sao Paulo, la capital económica, provee pocos militares.
En 1930, ocho de los treinta generales de división eran gauchos
“ Steve C. Ropp, “The Military and Uibanization in Latin America: Some Impli-
cations of Trends in Reemitment”, Inter-American Affairs, 24 (2) (otoño 1970),
pagj. 27-36.
19 Véase Carlos A. Astiz y José García, “El ejército peruano en el poder", Aportes
(París, 26 octubre 1972). Luigi Einaudj y Alfred Stepan, Latin American Institutio-
nal Development: Changing Military Perspéctives, Santa Momea (California), 1971,
pág. 56.
10 Luigi Einaudi, ob. cit., y V. Villanueva, Nueva mentalidad militar en el Perú,
Buenos Aires, 1966, págs. 232 y ss.
101
^nativos de Rio Grande do Sul) y ninguno paulista.2’ Los
estados del nordeste, pobres, económicamente atrasados,
proveen un fuerte contingente de oficiales. Un testigo militar
señala que a principios de sigLo los cadena de la Escuela Militai
de Realengo (Rio de Janeiro) se agrupaban de acuerdo a su
estado de origen y que los grupos más nutridos eran los de
Sergipe y Alagoas, dos de los estados más débiles y pobres del
país.” Un diplomático francés, jefe de protocoLo en el Quai
d’Orsay, observa en 1945, a propósito de una recepción en
honor del Estado Mayor del cuerpo expedicionario brasileño
que había combatido eti Italia junto a las tropas norteamerica­
na en la Segunda Guerra Mundial, y cuyo jefe era el futuro
presidente Castello Blanco: “Tuve el placer de conocer a estos
oficiales sólidos, de porte discreto, mirada penetrante, el cráneo
aplanado hacia atrás (cabera chata) lo que demuestra el cruce
con el indio. Casi todos provienen de los estados del norte (Piuaí,
Ceará, Pernambuco) y . constituyen los cuadros tradicionales,
eficientes y meritorios del ejército brasileño. Estos ex discí­
pulos de los generales Gamelin y Hufczitiger de nuestra misión
de instrucción, han combatido con modestia e inteligencia
en Italia” .23 Valga lo que valga la hipótesis antropológica, la
observación estadística es válida. Desde el punto de vista polí­
tico, el hecho de que la mayoría de los oficiales provenga de
los estados más pequeños y pobres (Alagoas, Sergipe, Ceará,
Pernambuco, Piuaí) o bien de un estado próspero pero margi­
nado del centro de poder representado por la alianza Sao Paulo-
Minas Gerais, posee la mayor importancia.
Los aspirantes de estas dos zonas preponderantes siguen
dos itinerarios sociales diferentes. En la región meridional,
zona dinámica de ganadería y colonización agraria que ha
recibido una inmigración italiana masiva, muchos hijos de
inmigrantes, atraídos por el prestigio de las armas, ingresan a la
Escuela Militar de Porto Alegre, consumando así el proceso de
asimilación de la familia en la nación anfitriona. Porque, salvo
21 De acuerdo a Joseph Love, Rio Grande do SuI and Brazilian Regionalism (1882-
1930), Stanford, 1971, pág. 117. Citado por José Muiilo de Caivaiho, ob. cit., pág.
147.
M Jasé Ibaré Costa Dantas, O tenentismo en Sergipe. Petropolis, 1974, pág. 71,
basado en Dctmcval Peixoto, Memorias de um velho saldado. Río, 1960, pág., 180.
13 Jacques Dumaine, Quai d'Orsay (1945-1951). París, 1955, pág. 19.
102
en eL período de! Estado- nouo^eL-ejército brasileño resulta acce­
sible a los hijos y nietos de extranjeros, En el nordeste, centro
de gravedad económica del país en La época, en que reinaba su
majestad el azúcar, son las- familias de la aristocracia rural
pauperizada Jas que envían a sus vastagos al ejército, para editar
su degradación. El menino de engenho, nieto o bisnieto de
barón, azucarero cuya familia no puede pagar sus estudios,
ingresa a La Escuela Militar. El abanico de profesiones honora­
bles no es muy amplío. Estas dos trayectorias de sentido inveiso
constituyen el cuerpo de ofíciaLes brasileño.
En la Argentina, como hemos demostrado anteriormente,
la extracción geográfica aparentemente predominante a partir
de La gran transformación de principios de siglo, corresponde
ai medio urbano y a Las regiones de conomia moderna. Por
ejemplo, pocos oficiales superiores provienen de Las familias de
la aristocracia rural de las viejas provincias coloniales norteñas.
En este país de inmigrantes, en la alta oficialidad militar hay
un elevado porcentaje de hijos de extranjeros. El deseo de
arraigarse en La sociedad nacional mediante una profesión
patriótica parece ser un factor de importancia, en momentos
en que el ascenso social, en las regiones en expansión, podía
seguir vías diversas y más seguras. En todo caso, el cuerpo de
oficiales es un grupo abierto, no una casta hereditaria, reservada
a las antiguas familias de ascendencia “militar” o consular.
Veamos ahora quién tiene acceso a esta profesión.
Ante la escasez de documentación —debida a las dificul­
tades del acceso a la información directa—, así como la hetero­
geneidad social que reina en casi todos los ejércitos del conti­
nente, se ha acuñado un lugar común: la mayoría de los oficia­
les latinoamericanos provienen de las clases medias. Esta afir­
mación, aunque correcta, es de dudosa utilidad. El concepto
de clase(s) media(s), categoría residual y globalizante, sirve
para ocultar un vacío más que orientar la investigación. Algunos
datos escuetos y sin duda insuficientes servirán para precisarla
mejor.
En términos generales, las clases populares tienen escasa
representación en los cuerpos de oficiales por las razones arriba
señaladas, pero no están ausentes. El lugar oficial que se auto-
asignan los militares en la sociedad varía en función del papel
político y el prestigio social del ejército, pero per lo general
se identifican con las capas superiores. La idea de que la autori­
dad social heredada predispone para el mando goza de acepta­
103
ción general, si. bien a los grupos dominantes de la nación Les
repugna enviar a sus Mjos a los cuarteles. No obstante, los
estado &mayoies se esfuerzan por adecuar la personalidad de Los
futuros oficiales a sus aspiraciones sociales. Esto no significa
que lo logren. En la. Argentina anterior a. 1945 solo se conocía
un caso de m coronel prestigioso proveniente de La clase obrera:
era un compañero de Perón, hijo de un obrero ferroviario,
Un. estudio de los cadetes aigen tinos realizado a fines de los
años sesenta arroja un 2,4 por ciento de hijos de obreros indus­
triales; pero si se agregan todas las categorías pertenecientes
a las capas “Lníeriores” o populares de la clase media (técnicos,
pequeños funcionarios, comerciantes), se obtiene una ciíra
cercana aL 25 por ciento de los efectivos en eL mismo período.*4'
Lo cual refleja una innegable democratización del acceso a las
funciones del oficial.
En Brasil, los hijos de obreros industriales o rurales y de
artesanos constituían el 3,8 por ciento de los efectivos de La
Academia Militar en 1941-194325 y el 15 por ciento en 1962-
1966; en este estudio, los comerciantes estaban incluidos en la
clase raedla atricto sensu. En Chile, la única investigación
existente, basada en una muestra muy pequeña de treinta y siete
generales retirados, muestra un 9 por ciento de hijos de emplea­
dos.24 Es sabido que en Perú, donde el acceso siempre ha sido
más íácll que en otros ejércitos del continente, los oficiales
provienen cada vez menos de las clases “blancas” de la cúspide
de la pirámide social, y cada vez más de “las clases inferiores
y de tez oscura”.2,7 A fines de los años sesenta se señaló que,
u Alain Rouquié, Pouvoir militaire et sociétc politique en République argentine.
París, 1978, pág. 647. (Edición en español, Poder militar y sociedad política en la
Argentina. II. 1943-1973, Buenos Ajíes, Iimccé Editores, 1982, tomo 11, capítulo
8, pág. 337). !
15 AJfred Stepan, The Military in Polilics. Changing Patterns in Brazil Prínceton,
1971, págs. 32 y 33.
3Í De acuerdo a un estudio de R.A. Hansen, Military Culture and Organisational
Decline: a Study of the Chinean Army. Ann Arbor (Michigan), microfilm, 1967.
Véase R.A. Hansen, ‘‘Carecr Motivation and Military Ideology: the Case of Chile”,
en Morris Janowitz y Jacques Vaji Doorn, eds., On Military Ideology. Roterdam,
1971, págs. 119-136. Los resultados de la investigación de Hansen son analizados en
Líisa Noríh, The Military in Chilean Politics. York University, Toronío, 1974, pájs.
11 y ss.
21 Luigi Einaudi y A. Stepan, ob. cit., pág. 14.
104
enere Los Impulsores deL unovomen to re\olu clonar5» de 1968,
había. oficiales de origen netamente popular: un hijo de maestro
(Leónidas Rodríguez), hijas de campesinos (Hoyos y Gallegos),
un hijo de telegrsdisiiL [Fernández Maldonado ).28 El presidente
Velasco Alvaiado, de rasgos fuertemente mestizos, se ha hecho
una imagen de hombre de modesto origen de la lejana y septen­
trional ciudad de Piura.
Las clases superiores tradicionales no han dejado la carrera
de las armas por completo en manos de la plebe. En el mismo
Perú, dos de ios quince miembros de la junta “revolucionaria’’
de 1968 eran hijos de “grandes familias” (uno de ellos, nieto
de un presidente, llegará a la presidencia en 1975: Morales
Bermúdez).29 En Brasil, las clases superiores tradicionales
(grandes propietarios, profesional es liberales, altos funcionarios),
constituían en 20 por ciento de los efectivos de la Escuela
Militar entre 1941 y 1943, y el 6 por ciento en 1962-1966.30
En la muestra chilena, el 6 6 poi ciento son hijos de profesiona­
les liberales y hombres de negocios o agricultores, pero estas
categorías son, por cierto, demasiado vagas.
En la Argentina abundan los grandes nombres en al alta
oficialidadd y no están ausentes en las promociones dei Colegio
Militar. En los últimos años, las aristocracias locales o nacionales
se encuentran bien representadas en los grados superiores,
junto a los hijos de inmigrantes. En efecto, el reclutamiento
sufre variaciones y mutaciones en función de los avatares de la
vida política y la participación de los militares en ella. Después
de 1930, la “reacción de la nobleza” impulsa a los hijos de la
oligarquía hacia el Colegio Militar. Por el contrario, a principios
de los años cincuenta, Perón trata de democratizar el acceso a
los institutos mil tares. La apertura y la democratización no son
lineales ni universales.
En cambio, el reclutamiento endógeno y el acrecentamiento
del número de hijos de militares es un fenómeno mundial,
perceptible también en América latina. La presocialización
familiar facilita la elección de una profesión cuyas “servidum-
1 * Según Daniel Van Enwen, Pouvoir militaire et Mutation de la sociétépéruvienne,
tesis en ciencias políticas, Aix-Marseílle, 1979, pág. 50.
“ Véase James Petras, “Los militares y la modernización del Pcru”, Estudios Inter­
nacionales nro. 13 (Santiago, junio 1970), págs, 122-123.
30 A Stepan, ob. cit.
105
bies” y valores parecen contradecir la evolución de la sociedad
global. Por la misma razón, las dificultades crecientes del reclu­
tamiento en el medio civil e incluso, a veces, e] desapego délos
hijos de oficiales por la carrera de las armas, obligan, a la apertura
del cuerpo de oficiales a los hijos de suboficiales, pata quienes
constituye un medio de promoción social. En 1967-1968, el
porcentaje de hijos de militares entre Los alumnos de las escuelas
militares era del cuarenta y dos en la Argentina y el treinta y
cinco en Brasil. 31 Las familias de tradición militar veiiíicable
a tres o cuatro generaciones abundan en ambos países, al igual
que en Perú y Chile. El fenómeno de reclutamiento endógeno
podría reflejar un fenómeno de repliegue de la sociedad militar
sobre sí misma, la formación de una casta, sí el acceso a la pro­
fesión no estuviera abierto en la mayoría de los países del
su be on tmen te. Pero en todo caso tiene como consecuencia la
militarización de la vida militar, su reconocida insularidad,
fomentada y aprobada por la sociedad.
El código no escrito del ejército chileno reprueba las
relaciones con los civiles. La mención ‘‘frecuenta el medio
civil ” en la cartilla de calificaciones de un joven oficial argentino
constituía anteriormente un mal augurio para su carrera. En
la citada muestra de oficiales chilenos, 17 de los 37 no tenían
un solo amigo civil durante su último año en actividad y 7
tenían uno solo .12 El contenido de la enseñanza, de importancia
cardinal en una profesión en la cual, a falta de guerra, las
promociones se efectúan por mérito a través de exámenes,
trabajos prácticos y cursos de reciclaje, se modifica a principios
de siglo en el sentido de una militarización creciente y el des­
precio —transmitido por las misiones europeas— por los estudios
civiles. La enseñanza, hasta el momento poco diferenciada, en
ocasiones incluso enciclopédica, como en Brasil, con la cual
se formaban, al decir de la época, “abogados en uniforme”,
se vuelve especializada y las materias civiles son mal vistas.
Recién en los años cincuenta, en la Argentina, la obtención de
un diploma universitario será mencionada en la foja de servicios
de un oficial como un mérito para la promoción, no, como
objeto de reprimenda o sanción. Hoy, por el contrario, los
programas se han “civilizado” a través de disciplinas tan poco
31 A. Rouquié, Poder militar. . ,, (edición en español citada, tomo II, capíiulo 8)
32 R.A. Hansen, ob. ext., pág. 135.
106
marciales como La economía política, y La administración pú­
blica, vinculadas, por cierto, a las responsabilidades efectivas
da un sector importante de La oficialidad.
SL hubiera que resumir el leclutamierrto social de Los
oficiales de los. países latinoamericanos, diríamos que, aparte
de los países donde la cañera militar está desprestigiada por
razones históricas que luego veremos (Bolivia, México), los
oficiales provienen en su mayoría de las capas intermedias
acomodadas, las clases medias bajas en ascenso o las clases
altas en decadencia, aunque las clases superiores y populares
no están.ausentes, sí bien aquéllas acceden a los grados superiores
con mayor ffacilidad que éstas. Para ilustrar estos orígenes
sociales, veamos algunos ejemplos.
En primer término, dos activos oficiales brasileños que
se combatieron entre sí. El general Goes Monteiro, ministro
de Guerra y comandante en jefe bajo el régimen de Vargas
(1930-1945), y el teniente Luis Carlos Prestes, que abandonó
el ejército para convertirse en secretario general del Partido
Comunista. El primero, nacido en el Estado de Alagoas, hijo
de un médico que murió dejando nueve hijos, pertenece, en sus
propias palabras, “a La plutocracia rural. nordestma en decaden­
cia. , Nació “en una etapa de pauperización progresiva
de su familia” .33 A pesar de su falta de vocación, ingresa en
1903 a la Escuela Militar de Realengo y luego a la de Porto
Alegre, y realiza una brillante carrera de oficial político. Prestes,
futuro “caballero de la esperanza”, jefe, en 1924, de la Larga
marcha de los militares rebelados contra el poder y el orden
establecido, que atraviesa eL país combatiendo, proviene de la
burguesía de Porto Alegre, capital de Rio Grande do Sul.34 Su
abuelo paterno era juez, su abuelo materno era un. rico comer­
ciante que perdió su fortuna antes del nacimiento del nieto.
El padre de Luis Carlos, nacido en 1898, es oficial del ejército
de tierra. Muere en 1908, a los treinta y nueve años de edad,
dejándoles a su viuda y cinco hijos una magra pensión de capitán.
Como hijo de militar, Luis Carlos obtiene una beca para la
Escuela Preparatoria Militar de Rio de Janeiro, donde su madre
se instala en un barrio obrero. Ella se gana la vida dando leccio­
nes de música y francés y, a veces, se dice, como costurera.
33 Lourival Coutinho, O General Iloes DepGe, Río de Janeiro, 1955, pág. XII.
M Según Neil Macaulay, A Coluna Prestes, Río de Janeiro, 1977, pág. 43.
107
De ahí la leyenda de Prestes Hijo deL pueblo, hijo de una cos­
turera .
La biografía, del general Roberto Viaux, “galpiste.” chileno
que tuvo su momento de gloria a fin de los años sesenta, es
muy ilustrativa. Nació en 1917 en Talca, su padre era mayor
del ejército. Engrasa al liceo alemán de Santiago, como preludio
natuiaL, después del cuarto año a La Escuela Milita?; se gradúa
como oficial de artillería. Se casa, corno es común en Chile, con
La hiia de un. coronel, él también conocido poi sus ideas antide­
mocráticas” .35
Last bui not least, veamos el origen familiar del futuro
geneiaL Perón, envuelto en el misterio. Dejando de Lado el
carácter excepcional de su catrera, es muy representativo del
perfil familiar medio de los cadetes argentinos. Juan Domingo
Perón pertenece a una “ buena” familia de la provincia de
Buenos Aires. Su. abuelo Tomás, médico, era un destacado
político conservador. Su padre, contra los deseos de la familia,
rehuye la carrera universitaria y se dedica a la explotación de
un establecimiento rural en Lobos, provincia de Buenos Aires.
Sus negocios no prosperan y no hace un buen casamiento.
El hijo siempre prefiere hablar de su abuelo35 en lugar de su
padre y su madre, gracias a lo cual sus enemigos lanzarán eL
rumor de un origen muy humilde (un mayordomo y una sir­
vienta semiindígena) para desacreditarlo socialmente. Tras
varios añofi con su familia en La lejana Patagonia (Chubut),
ingresa, por influencia, según se dice, de su abuelo paterno,
en un colegio distinguido de un barrio residencial de Buenos
Aires. En síntesis, una buena familia en decadencia: una de las
vías de acceso a la clase media y fuente de vocaciones militares
en la Argentina y otros países.

La instauración del servicio militar obligatorio

Paradójicamente, en los llamados ejércitos “profesionali­


zados”, la tropa está integrada por civiles. Mientras que en
35 Florencia Vaia, Conversaciones con Viaux (Primeras exclusivas revelaciones del
general Roberto Viaux desde la prisión), Santiago, 1972.
36 Hecho que percibimos en la entrevista personal que él nos concedió en Madrid,
en marzo de 1969.
108
e] viejo ejército los soldados eran militares, de cañera y muchos
de Los cuadros eran aficionadas, en eL nueva sucede lo contrario:
cuadros piofesionaLes per mar. entes, tropa transitoria 5/ civil.
En La mayoría de los casos, fueron Los militares quienes abo?
garon por la instauración de] servicio universal. El ideal de la
“ nación en armas” s.úbyace en Las reformas del aparato miLitar
de principios de siglo. La. universalización, siquiera teórica,
de la obligación de la defensa está inscripta en todas las refor­
mas emprendidas. Los oficiales 7 jefes de Estado Mayor, cons­
cientes de la mediocridad del “material” humano enrolado
mediante la Leva, consideran necesario mejorar el reclutamiento,
ampliándolo para obtener ana mejora tanto cualitativa, como
cuantitativa. El ejército* con su tropa de elementos marginales,
está apastado de la sociedad y la nación; Los militares “moder­
nistas” reivindican, según la fórmula de José Murillo de Carvalho,
“la apertura de La sociedad al ejército ” .37 Pero reformar un
ejército de ciudadanos no es un mero problema técnico. El
servicio universal tiene implicaciones poLíticas y sociales eviden­
tes. El ejército, pox donde deben pasar en principio todos los
ciudadanos, quiere ser la escuela de la nación, el crisol del
sentimiento nacional.
En muchas ocasiones se ha señalado la función del servicio
militar como escuela de formación cívica y moral. Los oficiales
de los nuevos ejércitos latinoamericanos la recuerdan en todo
momento. Recientemente, un general brasileño, alto funcionario
del gobierno, afirmó que muchos brasileños aprenden a usar
el cepillo de dientes... . ¡en los cuarteles! En el marco de La
conscripción, el papel y responsabilidades deL oficial adquieren
una dimensión nacional y, por consiguiente, política. En estas
sociedades heterogéneas, el ejército cumple una función de
integración nacional, de formación de la ciudadanía. No fue por
ingenuidad que, en la discusión sobre la Ley de conscripción de
1901 en la Argentina, un diputado torpe y sincero exclamó:
“éste será el ejército deL sufragio universal”, siendo ésta una
de las banderas de la oposición, que se efectivizará apenas diez
años más tarde. En el espíritu del legislador, es decir, del grupo
dirigente, el ejército conscripto será el encargado de moldear la
mentalidad de los futuros electores. El soldado-ciudadano será
miles antes que civis.
Chile inaugura el servicio militar obligatorio en 1900;
31 José Murilo de Caivaiho, ob. cit., pág. 24.
109
lo siguen Perú y Argentina, en 1901, Ecuador en 1902, Bolivia
en 1907 y Brasil apenas en 1916. El retraso brasileño merece
ser analizado. La debilidad del Estado central, unida a la aver­
sión que profesan tanto las cLases populares como la oligarquía
por el ejército federal no permiten antes de esa lecha que se
sancionen leyes de conscripción poi saeteo. Fue necesaria una
intensa campaña, realizada por elídales y civiles prestigiosos en
la coyuntura favorable de la guerra mundial, para imponer el
servicio obligatorio y suprimir la guardia nacional destinada al
servicio de los privilegiados, hecho que se produjo en 1918.
Los argumentos cívicos y militaristas utiLizados por la
“Liga de la Deíensa Nacional” en favor del servicio'universal
no carecen de interés. Bajo la pluma de Olavio Bilac, poeta
patriótico, una suerte de Déroulede local que puso su prestigio
literario al servicio de la propaganda por un “ejército nacional,
democrático, libre, civil, de defensa y cohesión. , un ejército
de “ciudadanos soldados” “que sea el pueblo” ,38 aparecen
proclamas grandiosas con argumentos socíopolíticos que no son
extraños al poder militar contemporáneo, Bilac sostiene que La
“ militarización de todos los ciudadanos” será la salvación de
Brasil, que la conscripción significará el “triunfo total de la
democracia, la nivelación de las clases sociales”, constituirá una
“escuela de orden, de disciplina [. . .], laboratorio déla digni­
dad individual y el patriotismo De acuerdo a este poeta,
“es la educación cívica obligatoria, el aseo obligatorio, la higiene
obligatoria, la regeneración física y muscular.' Las ciudades
están llenas de holgazanes, descalzos y harapientos, enemigos
de alfabeto y del baño, animales que del hombre sólo tienen la
apariencia y la maldad. Para esta hez de la sociedad, el cuartel
será la salvación.” 39 Para la misma época, los portavoces milita­
ristas de la clase política argentina emplean el mismo lenguaje.
Un profesor civil del Colegio Militar declara, en una conferencia
de 1915: al oficial se le confía “ia redención del conscripto
inculto, ignorante y perverso [. . .], argentino de nacimiento
pero bárbaro de condición, constituye un peligro para la esta-
J" Olavio Bilac, A Defesa nacional (Discursos), Río de Janeiro, 1965, (Ira. edición,
1917), -págs. 107 y 70.
” Olavio Bilac, ob. cit, págs. 26-27 y 108-109. Citado por Frank MacAnn, “Origins
of the ‘New Profcssionalism’ of the Braziüan Military”, Journal of Inter-American
Srvdies and World Affain (noviembre 1979), pá». 513.
110
bilí dad soclaly una amenaza a nuestra cultura. Con semejantes
definiciones, se comprende que los oficiales se sientan investidos
de derechos especiales en relación a la comunidad nacional: la
función de control social del servicio milita! tiene mucho de
política en sentido amplio.
La introducción del servicio militar obligatorio, aunque
por sorteo y con muchas ascenciones, aumenta rápidamente el
número de efectivos en todos los países. Por simple aplicación
de La nueva ley, el ejército chileno se triplica de 1900 a 1901.41
Entre 1889 y 1920, el ejército brasileño pasa de 12.000 a
43,000 hombres. Sin embargo, el servicio dista de ser universal
y sólo es obligatorio para los que no pueden escapar. El sistema
socialmente selectivo coi responde a la lógica de sus funciones
morales y cívicas: es a las clases desfavorecidas a quienes se
debe educar a integrar a la nación, no a los hijos de los ricos.
En todos los países existen numerosos motivos de eximición:
un diploma aquí, la inscripción en un club de tiro o de gimnasia
allá, el carné de piloto en otra parte, bastan para eximir al hombre
de su año en el cuartel. En la mayoría de los países, los estu­
diantes se incorporan durante algunos meses en pelotones
especiales. Las excenciones, basadas en criterios sociales, cuen­
tan con la oposición de los oficiales. Es significativo que fuesen
suprimidas en la Argentina en 1943, estando el ejército en el
poder. En el mismo país, a principios de siglo, un jefe de cuerpo,
exasperado por la discriminación social, exclamaba ante la
incorporación de cada contingente nuevo: “ ¡Qué extraño,
este año sólo los pobres parieron ! ” 42 Indudablemente, la elevada
tasa de deserción obedece a esta delimitación social institucio­
nalizada y al tipo de disciplina que deriva de ella; asimismo, las
limitaciones presupuestarias no permiten incorporar sino a un
porcentaje muy bajo de cada clase afectada por la obligación
militar. Y por esa misma razón hasta el día de hoy se sigue prac­
ticando las redadas de conscriptos, hasta el punto que algunos
países han institucionalizado una suerte de suboficiales recluta­
dores locales (como los comisionados militares en Guatemala).
40 Manuel Cailés, “Diplomacia y estrategia (Conferencia dada en el Colegio Mili­
tar)”, suplemento de la Revísta Militar nro. 270 (Buenos Aíres, junio 1915), pág. 13.
41 Según Alain Joxe, ob. cit., pág. 53.
42 XX, El Ejército argentino por dentro. Estudio para contribuir al restablecimiento
de nuestras instituciones militares arruinadas, Buenos Aires, 1904, pág. 9.
111
Todo esto entraña una. biecha comideiahle entie la tropa,
y los oficiales, la coa!, unida a. los objetivos expresos del servicio’
militar, no carece de matices políticos y consecuencias iocíaJes»
sobre todo en las sociedades multiétnieas. Un estudio realizado
por el servicio de alfabetización del ejército guat eroalteco entre
los conscripto» bajo bandera en 1960, reveló que eL 62,5 por
ciento eran analfabetos, que sólo el 30,6 por ciento consideraba
al español su Lengua materna, mientras que el 14 por ciento
ni siquiera conocía el idioma,43 Comentando el monolingüismo
indígena en Los países andinos, un autor comenta que e] ejército
boliviano parece un ejército colonial, con sus soLdados indígenas
de pequeña talla y sus robustos oficiales blancos,44 De su con­
tacto con La tropa, Los oficiaLes derivan un innegable sentimiento
de superioridad paternalista hacia el pueblo, por lo cual gravitan
hacia las clases diligentes y los elementos hostiles a La igualdad
política y la democracia representativa. En una encuesta efec­
tuada entre cadetes de la Escuela Militar guatemalteca, más
del 50 por ciento dijo que consideraba a los indios como seres
inferiores.45 Con todo, no se debe pensar que La institución del
servicio miLitar obligatorio, que en la mayoría de los países
sólo afecta a los sectores más pobres de la población, ejerce
sobre los oficiales una influencia puramente unilateiaL. El
contacto con una tropa cuyos efectivos se renuevan año a año
permite a los oficiales constatar la evolución socioeconómica
del país y descubrir la miseria o La opresión, a la vez que da una
dimensión profesional y corporativa a sus inquietudes sociales.
De ahí la ambigüedad de las actitudes militares, y el muy co­
mentado juego pendular de las intervenciones.
Para completar este panorama de los ejércitos estatales
modernos, habría que analizar la situación de los suboficiales,
siempre sometidos a la oficialidad y cuyos status suele ser,
como en Brasil, precario con una relación laboral de tipo
contractual. Habría que detenerse en la carrera deL oficial,
su lentitud a principios de siglo y los cuellos de botella que se
forman en el escalafón: “el puesto de capitán es tan vitalicio
,J Richard N. Adams, The Development of the Guatemalan Military, Umversity of
Texas at Austin, Offprmt series nro. 90, (s/f), pág. 100.
** Guillermo Bodregal, op. cit., págs. 42-45.
45 Mario Monteforte Toledo, Guatemala. Monografía sociológica. México, 1965,
cap. XIX, “El ejército", pág, 360,
112
corno el de senador”, se decía en Brasil aliñes del siglo pasado,4'4’
y las- leEounas «-□han alterado esta situación. Finalmente, habría
que estudiar a ]&. marina, esa desconocida que ingresa tan
-tardíamente a La vida política. Los marinos, más civiles que
saldados, están marginados de La sociedad.militar; son, asimismo ¡
más cosmopolitas, sus modelos y equipos dependen, de Gran
Bretaña primero y Juego, poco a poco, pasan a depender de
Estados "Unidos. Peto su participación en el poder militar es de
escasa significación aún lioy, salvo en algunos países como
La Argentina, donde toma cuerpo en la década de! cincuenta.

*s John Schultz, op. cit., t. II, pág. 237.


113
Capitulo 4

El surgimiento del poder militar

Adquiridas sus nuevas responsabilidades cívicas y nacionales,


conquistado un mayor margen de autonomía a través de su reor­
ganización modernizante, los nuevos ejércitos estatales no están
dispuestos a seguir desempeñando el papel de “convidados de
piedra”. Sus funciones, tanto como su historia, los incitan a
participar en los asuntos públicos. A partir de ese momento,
el sector militar de la burocracia estatal tiene en sus manos
una triple responsabilidad: centralización del poder, poniendo
fin a su dispersión geográfica o a su impotencia frente a la
insumisión indígena; control de todo el territorio mediante sus
guarniciones, representantes (a veces únicos) del Estado, y defen­
sa de la soberanía; integración de los distintos componentes
étnicos, sociales y regionales, imbuyéndoles el sentimiento de
pertenecer a una comunidad. Estas tres tareas de construcción
de la nación y el Estado, no lo predisponen a la neutralidad
y la indiferencia cívica. Tanto más por cuanto la tradición
política de los ejércitos partidistas en las guenras civiles no es
cosa de un pasado lejano, y su misión inmediata y cotidiana no
se limita a la protección de las fronteras. La importancia de las
funciones de defensa interior en naciones que rara vez participan
en conflictos internacionales facilitan de algún modo la inter­
vención política, que aparece más como una prolongación
de la actividad específica que como una dramática perversión
de sus funciones debido a la excesiva politización de los inte­
grantes de la institución.
En efecto, los ejércitos del subeontinente no aguardaron al
Pentágono y las instrucciones de MacNamara o Kennedy para
dar prioridad al enemigo interior. A pesar de los modelos euro­
peos de defensa nacional, vigilancia de fronteras y movimiento
del centro hacia la periferia, son los problemas internos, los
peligros sociales o políticos locales los que suscitan la acción
militar de los ejércitos latinoamericanos. En Brasil —donde los
oficiales no conocen otra guerra que la del Paraguay, finalizada
en 1870, y sin remontarnos a las “conmociones” regionales que
114
jalonan eL pasado imperial, desde la sabinade de Bahía (1837)
a las insurrecciones praieim y farroupiiha (1840 a 1850] de
Pernambuco y Rio Grande do SuL—. es el ejército el que aplasta,
no sin dificultad, las insurrecciones campesinas del Contestado
$ Canudos. Al iniciarse Ja. década del treinta, eLejército argentino
no ha tenido otros enemigos que los indios, arrollados en el
Sur y pacificados en el Norte, los obreros metalúrgicos de
Buenos Aires en 1919, los trabajadores estacionales de la Pata-
gonia en 1920 y los anarquistas, provenientes, también ellos,
de Europa. En Chile, los batallones de la Prusia sudamericana
sólo han podido poner en práctica las lecciones de los herederos
de Moltke y Scharnahoist contra los huelguistas de las minas
de nitrato de Iquique en 1907 y las trescientas y tantas huelgas
que jalonan los primeros pasos del sindicalismo chileno entre
1911 y 1920. Podríamos abunda): en los ejemplos. Estos ejércitos
no son órganos de la diplomacia y el poderío exterior sino
instrumentos esenciales para imponer el oiden interno y la paz
social.
Algunos autores sostienen que la influencia de los ejérci­
tos europeos contribuyó en gran medida a fomentar el activismo
político de sus discípulos de ultramar. Asimismo, la tradición
aristocrática de los ejércitos brasileño y peruano, su desprecio
por el sistema representativo, derivaría de su papel de “convida­
do de piedra ” .1 Se acusa al Offizier Korps de haber transmitido
a los ejércitos prusificados de América un espíritu de casta y
una mentalidad Junker escasamente conciliables con la demo­
cracia. En realidad, no se ha demostrado que exista una estricta
correlación a nivel individual entre la influencia francesa o ale­
mana y el activismo político. En cuanto al nivel colectivo,
basta un ejemplo: el ejército chileno, cuya germanización
profunda se inició veinte años antes que la del argentino y el
boliviano, se mantiene al margen de la vida política desde 1932
hasta 1973. Evidentemente, este tipo de interpretación lineal
no permite definir la influencia del modelo europeo y su impor­
tancia política. Es necesario buscar por otra parte.
Debe remarcarse que el prestigio de la formidable maqui­
naria bélica alemana repercute en los discípulos sudamericanos.
Para los Frederic Thomas Graindorge y los Prudhomme de la
época, el Gran Estado Mayor alemán constituye una de las
‘ Según sostiene Víctor Villanueva en su libro 100 años del ejército peruano. Frustra­
ciones y cambios. lima, 3971, pág. 64.
115
“ cumbres” insuperables de la. '‘civilización” europea., junto,
claro está, a ]a Cámara de los Lores y la A.cademia. Francesa.
La reconocida excelencia del modelo es un factor de orgullo
y cohesión del cuerpo. El espejo devuelve una imagen halagüeña.
Poi otra parte. La asimilación de ciertas característica propias
del ejército alemán —la ñtualización de La vida. militar, el énfasis
en los signos exteriores de la disciplina y la unidad corportiva—
tiende a hipertiotiar los valores institucionales y acrecentar las
distancias sociales internas y externas. En síntesis, lo que se
transmite no es tanto al autoritarismo Junker como la caballero­
sidad teutónica —el orden en sentido religioso—y La mística del
honor. Lo cual no carece de importancia.
Distinta ha sido la influencia deL ejército francés, con su
rica experiencia colonial, sobre los ejércitos por él instruidos.
En Perú, el énfasis puesto en la misión civilizadora de la insti­
tución militar en un país de comunidades indígenas no integra­
das guarda relación con la influencia de la misión francesa. Las
grandes concepciones de nuestros ejércitos de ultramar también
están presentes en Brasil, Lyautey ha hecho escuela. En 1937,
un oficial brasileño, en un artículo publicado en una revista
militar, meditaba acerca de la forma de aplicar el programa del
“gran africano” respecto de la “función social del oficial”
y concluía: “ En razón de la extensión de su territorio, el aban­
dono de sus hijos en las provincias del interior, el bajo nivel
intelectual de sus poblaciones, el problema de su unidad, el
enorme esfuerzo que requerirá para transformarse en un país
de hombres sanos y alfabetizados, económicamente fuerte y
políticamente instruido, en aras de la paz continental, Brasil,
quizá más que cualquier otro país, tiene derecho a exigirle
a su ejército que cumpla su función de educador” .2 De ahí
podría deducirse que la influencia francesa tiende a sensibilizar
al ejército a los problemas sociopolíticos, mientras que el
modelo prusiano tiende a concentrarlo en sus propias normas y
rituales. En realidad, por distintas vías, los dos modelos acre­
cientan el prestigio, fomentan la cohesión y refuerzan el peso
del aparato militar en La vida nacional. Pero su imitación no
basta para la adquisición de nuevos recursos políticos por los
ejércitos renovados.

’ Capitán Severino Sombra, “Lyautey e o Brasil”, Revista do Clube miUur_ (Río


26 junio 1937), págs. 241-244.
116
Loe factores organizativos del podei militar

La modernización y las nuevas tareas otorgan a los ejérci­


tos un peso específico en el Estado y la sociedad, que les per­
mite hacerse oír y luego obedecer. Una de Jas particularidades
del proceso político latinoamericano —excepción hecha de los
sera ¡protectorados caribeños y centroamericanos— radica en
la modernización asincrónica del Estado, en La cual los militares
desempeñan conscientemente el papel de pioneros. En efecto,
en muchos casos, el proceso se inicia a partir de exigencias pro­
pias del ejército. Dicho de otra manera la modernización del
Estado comienza por la rama militar. Las demás no siempre la
siguen, La instauración del servicio militar obligatoria precede
a la alfabetización y el sufragio universal; se elaboran doctrinas
de guerra sin haber estudiado los problemas del crecimiento
económico y la administración del territorio. El aumento de
los gastos militares debido a la reorganización y pertrechamiento
del ejército en todos los países que transforman su aparato
militar amplía el papel del Estado; su militarización está ins­
cripta en filigrana en esta tendencia.
Por otra parte, los métodos de selección y promoción de
oficiales a base del mérito otorgan a éstos un lugar privilegiado
en el aparato estatal. En las sociedades donde la tradición liberal
y el interés de las elites mantienen un Estado débil y poco
respetado, y el “sistema del despojo” hace del servicio público
una recompensa política circunstancial más que una carrera que
exige preparación, los militares constituyen un cuerpo de
funcionarios estables, de alguna manera profesionales entre los
aficionados más o menos esclarecidos que pueblan la adminis­
tración pública. Dicho de otra manera: en el seno del Estado, el
cuerpo de oficiales “profesionales” constituye un núcleo duro
en un cuerpo fofo e informe.
En contraposición a los funcionarios civiles intercambia­
bles, los oficiales dan la imagen de una élite estructurada que se
perfecciona constantemente a través de una red de escuelas
y los requerimientos intelectuales y morales exigidos por la
promoción. En la mayoría de los países, los oficiales se enorgu-
117
lleeen del eleva.do nivel de La en.seiiaun.sa militar. 3 Anteriormente
se decía en Perú que un cdicia! superior podía pasar hasta. La
tercera parte de sus treinta y «inca arios de servicia activo en las
escuetas, en cursos de Ascenso o especializadón.. A falta de
guerra, los ejércitos se transforman en cuerpos burocráticos
en los cuales los valores institucionales eclipsan a los valores
“heroicos” . La vida del oficial se limita a la aplicación de los
“reglam entosE n efecto, una de Las principales tareas de las
misiones extranjeras había sido la de dotar a los ejércitos del
continente de ese abanico total de normas que no deja nada al
azar ni a la fantasía del ejecutante. En fin, la codificación de los
ascensos como mecanismo burocrático superior moldea La
mentalidad de los militares y la diferencia de la de los funcio­
narios civiles de la misma época. El escalafón regula Ja carrera
y las esperanzas de los oficiales. La estructura de grados esti­
pula la antigüedad requerida con absoluta precisión, y cada año
ias juntas de calificación, integradas por oficiales superiores,
estudian las promociones individuales. A partir de entonces,
los oficiales son muy conscientes de que no dependen de los
caprichos de la autoridad política sino de las calificaciones
otorgadas por sus superiores. La independencia burocrática de la
institución militar, reforzada por estos mecanismos, es preser­
vada celosamente por sus miembros. La sociedad militar repele
la intromisión extema, aun cuando la constitución La requiere
para el acceso a los grados superiores.
Este sentimiento de superioridad de los militares, fruto
de su conciencia de pertenecer a un cuerpo de elite dentro del
Estado, es reforzado por otros elementos. En estos países no
industrializados, La existencia de una enseñanza técnica y
científica de alto nivel para la formación de oficiales instruidos
e ingenieros militares, da a los militares una evidente “con­
ciencia de su eficiencia”. Frente a los doctores, abogados o
médicos de la clase política, los oficiales, antes ignorantes, no
se sienten inferiores sino todo lo contrario. Más importante
aún, los métodos de reclutamiento y promoción basados en
criterios universalistas hacen del ejército una verdadera contra­
sociedad donde reinan, a los ojos de sus integrantes, la justicia,
3 Así lo demuestran numerosas publicaciones. Por ejemplo, pata el caso de Guatema­
la, véase el libro de Benjamín Paniagua Santizo, publicado para el primer centenario
de la Escuela Politécnica: Vida y obra de militares ilustres, primer centenario de ¡a
Escuela Politécnica (1873-1973), Guatemala, 1973.
118
la jerarquía legítima y la solidaridad orgánica. Así» en 1944
el coronel Perón justificaba, la intervención, del ejército argenti
no en la sociedad cíuil degradada y su Estado sobre la base de ecti
peifección de La sociedad militar: “La organización interna de
ejército [. . .] nos ofrece una lección ejemplar de disciplina
de camarade?ía, de patriotismo, de jerarquía y de respeto. El
su seno no hay promociones inmerecidas ni sanciones ínjusti
ideadas. El escalafón se respeta sin excepciones ni privilegios
conforme a un muy estricto sentido de la justicia, lo cual nc
es ni debe ser un. beneficio exclusivo de las fuerzas armadas sine
que debe ser una conquista social para todos los argentinos.” 4
Un conocimiento del país, superior al que posee cualquier
otra institución, debido a su red de guarniciones a todo Lo
ancho de un territorio por lo general desatendido por el po- -
der civil, refuerza esta responsabilidad social que otorga el
servicio universal. No sólo es el ejército la escuela de una nación
que le confía sus jóvenes, sino que los oficiales conocen los
problemas del pueblo y, por lo tanto, de la nación, mejor
que Los políticos y los poseedores. Nuevamente, un discurso
de Perón es elocuente al respecto. Un año después del golpe
de Estado de 1943, el coronel declara: “Nosotros no hablamos
de los trabajadores a base de conocimientos teóricos. Recibi­
mos a vuestros hijos y hermanos. Conocemos vuestras penas
y desdichas. Sabemos cómo viven Los hombres de nuestro
país. » , ” 5
Este sentimiento no deriva necesariamente en posturas
sociales progresistas o actitudes revolucionarias, pero entraña
siempre una dimensión mesiánica. El ejército, encargado de
“educar al soberano” y, sobre todo, inculcarle el patriotismo,
sólo puede estar integrado por ciudadanos puros, vigorosos,
patriotas, enfrentados a una sociedad civil, ¡ay!, corrupta,
afeminada y cosmopolita. Los trabajos de una vida militar
sin hechos heroicos, reducida a un oficio de mera ejecución,
abonan el terreno para la retórica purificadora. El oficial,
“sacerdote del culto de la nación” a la cual consagra su exis­
tencia, se siente tanto más dispuesto a ofrecer sus servicios para
“regenerar” el cuerpo social, cuanto más se siente desconocido
y despreciado por los poderosos. En estas economías extra-
4 Discurso de Juan D. Perón del Io de mayo de 1944, en J.D. Perón, El pueblo
quiere saber de qué st’ trata, Buenos Aires, 1944.
5 Discurso del 25 de junio de 1944, en op. cit.
119
rertidas, el. cosmopoLitísmo de Jas «lites, que hacen íu s for-
■tunas en inglés y gozan de La vida en francés, los ojos puestos
en eL Viejo Continente y luego en el Norte, ayuda a desarrollar
entre los oficiales ese sentimiento de superioridad espiritual
y moral que compensa la inferioridad social.
EL aislamiento de la sociedad global, y la cohesión y pres­
tigio del grupo le imponen a La vida militar una altivez, on
repligue celoso sobre la institución, horizonte absoluto que
entraña la conciencia de] papel importante a desempeñar.
La propia sobre stimacíón del grupo distinto y cerrado acre­
cienta La autonomía de la sociedad militar irespecto a los po­
deres y a la vez sus recursos para intervenir en la vida polí­
tica. Los oficiales profesionales de los nuevos ejércitos creen
servir al Estado reservando su lealtad para la institución mi­
litar. Esa actitud conduce directamente a la usurpación mili­
tarista. Para los ejércitos estatales, la toma del poder por la
rama militar del aparato estatal constituye tan solo una especie
de ajuste de cuentas interno. El golpe de Estado no es más que
una intervención del Estadoen sí mismo que provocaunaruptura
que podríamos Llamar metonímica, en la cual una parte se
toma por el todo, un sector de la burocracia, “clase universal”,
deviene en gobierno. Es por ello que, frecuentemente, los pro­
blemas corporativos se entremezclan inextricablemente con
las determinaciones sociales y nacionales. Sea como fuere,
1a modernización militar origina un nuevo militarismo cuyas
primeras manifestaciones nos permitirán discernir sus meca­
nismos y finalidades.

Los nuevos ejércitos irrumpen en escena

Las relaciones de los militares con la política pueden asu­


mir variadas formas. Los problemas militares son siempre pro­
blemas políticos y, en el nivel más bajo, las presiones corpora-
tivistas constituyen modalidades de expresión del poder del
ejército. Pero aquí nos interesa otra cuestión: la acción extra-
militar, por consiguiente antídisciplinaria, de ejércitos en vías
de lograr objetivos políticos y sobre todo la quiebra del orden
institucional. En ese marco, es necesario diferenciar las inicia­
tivas militares propiamente dichas del apoyo de ciertos oficiales
120
0 unidades a movimientos civiles que eLlos no dirigen. El nuevo
ralUiarismo cone 3p 0n.de evidentemente a. La primeja categoría:
el ejézrcito interviene como institución suprapartidista e incluso
antipolítica. Pero al menos en un caso, e] de La Argentina de
principios de sigLo, las primeras ma.niíeitacjones políticas de
loi oficiales de escuela están al servicio de un movimiento
cívico de oposición. -Nos detendremos en él porque prefigura
el putschismo que convulsiona a numerosos países del conti­
nente a mediados de la década de) veinte.
En la Argentina, desde iinee de siglo y hasta 1912, cuando
se instaura el sufragio universal, secreto y obligatorio, La Unión
Cívica Radical asume la tarea de poner fin al Estado oligárqui­
co “exclusivista” y ampliar la sociedad política. Este partido
no descarta la táctica insurreccional. Laa “revoluciones radi­
cales” movilizan a grupos de militantes que, armas en mano,
tratan de abri.de el camino al libre sufragio. Los militares de
carrera y el ejército en general no se mantienen al margen de
esas puebladas y, con el correr de los años, participan en ellas
en número creciente. En 1890, 1893 y, sobre todo, 1905,
numerosos oficiales jóvenes participan en los “putschs demo­
cráticos”. En la última sublevación, la primera después de la
reforma militar, un millar de oficiales participa en las opera­
ciones, de acuerdo a Yrigoyen, líder de la UCR.6 Más adelan­
te, uno de los partícipes sostendrá que las dos terceras partes
del ejército participaron en el movimiento revolucionario.7 No
debe olvidarse, además, que a partir de 1912, a pedido de la
oposición radical, la confección de las listas electorales es con­
fiada a la autoridad militar, que de esa manera garantiza la pu­
reza del sufragio. En 1915, un dirigente radical escribe: “Las
dos fuerzas con que cuenta el partido radical son la juventud y
el ejército, porque ambas han sabido conservar su integridad
en medio del derrumbe general.”8
Pero en los putschs radicales los militares están sometidos
a los civiles. El ejército sale de los cuarteles al mando de los
políticos. Un destacado radical remarcaba con gran exactitud
* Hipólito Yrigoyen, Pueblo y gobierno, t. W'.Mensajes. Buenos Aires, 1953, pág. 322.
1 Francisco Reynolds, La revolución del 6 de septiembre de 1930. Acción militar.
Buenos Aíres, 1969, pág. 11.
* Ernesto Carvalán, “Pensamientos radicales”, Revista argentina de ciencias polí­
ticas, (12 julio 1915), pág. 412,
121
La singularidad de esta participación militar: “La acción mili­
ta» del radicalismo [. . .1 difiere fundam entalmente de las revolu­
ciones que han anarquizado a tantas repúblicas americanas.
Lejos de ser morimientos de cuarteL han sido inspirados por
reclamos de la opinión [.. su &dirección es eran civiles, al Lado
de! ejército ha luchado el pueblo por ideales cívicos comunes
[. . No ha. movido al ejército la ambición del ascenso ni ha co­
rrido feas los prestigios de ningún jefe prepotente [. .
Pero quince años más tarde, cuando los ejércitos entran en
escena en otros países del continente, son Las "rebeliones de
cuartel” las que indican él nacimiento de un militarismo nue­
vo, en el cual los “reclamos de La opinión” y Los problemas cor­
porativos ocupan un Jugar más importante que las ambiciones
y prestigio de algún jefe prepotente. Así es como en ios años
veinte, los militares como cuerpo se pronuncian de manera más
o meuos romántica o espectacular contra el statu guo en Brasil,
Chile y Ecuador.
En Brasil, las sublevaciones de los oficiales jóvenes, ferien­
tes, absolutamente minoritarios, representan una posición ar­
mada cuya significación simbólica supera largamente su magni­
tud, su eficiencia y sus causas inmediatas. La gesta heroica
de una decena de tenientes idealistas que se sublevan en el
fuerte de Copacabana, de Río de Janeiro, el 5 de julio de
1922, adquiere rápidamente la envergadura de mito político.
Las causas directas del motín son una sucesión presidencial
embrollada y muy disputada y el “agravio” hecho al ejército
en unas cartas (que resultarán apócrifas) atribuidas al presidente
electo. La trágica muerte de los jóvenes ferientes hace olvidar
la debilidad de su organización y motivaciones. En julio de
1924 se produce una nueva sublevación de tenentes en Sao Pau­
lo, apoyada por la oposición paulista; aunque de mayor enverga­
dura que la dé Copacabana, también es derrotada. Su programa
político, aunque confuso, es relativamente explícito. Exige
la aplicación de la Constitución contra la usurpación del ejecu­
tivo. Uno de sus manifiestos declara que “las fuerzas armadas1’
toman las armas para “defender los derechos del pueblo, resta­
blecer el respeto por la Justicia y limitar los poderes del ejecu­
tivo.”10 Otra malhadada sublevación tenentista en Rio Grande
9 Vicente C. Gallo, “Aspectos y enseñanzas de una chía”, Revista argentina de cien­
cias políticas (12 julio 1915), pág. 334.
10 Véase Mana Cecilia Spina Forjaz, Tenentismo e Política, Río de laneiro, 1977,
págs. 31-68.
122
do Sul, bajo la dirección de Luis Carlos. Prestes, apoya a los
rebeldes paulistai, que se baten en retirada para conformar la
famosa columna Prestes-Costa, que arrastra a dos mil hombres
en una larga marcha de Etio Grande do Sul hacia el Nordeste,
para terminar en Bolivia tres años más tarde, después de haber
recorrido más de 20,000 kilómetros, perseguida por el ejército
regular, sin haber podido sublevar a los cal)oclos del interior
ni “regenerar” al Brasil.11
El tenentismo* producto de un difuso sentimiento de
malestar político-militar, no derriba el régimen oligárquico
de La “vieja República” pero, aL proporcionar los héroes, sím­
bolos trágicos de un renacimiento factible y de la purificación
de la vida política, mezquina y corrupta, el movimiento de los
jóvenes oficiales canaliza las aspiraciones de todos los sectores
conservadores autoritarios como sobre la izquierda revolucio­
naria: Luis Carlos Prestes, el “caballero de la esperanza” canta­
do por Jorge Ainado, será el secretario general del Partido
Comunista, mientras que otros tenentes inspirarán y dirigirán
el régimen militar nacido en 1964.. .
En Chile, el ruido de botas en los pasillos del Parlamento
se oye por primera,vez en septiembre de 1924. Un comité
militar conformado por oficiales jóvenes exige al Congreso
la aprobación inmediata de tina serie de leyes sociales que se
discuten desde hace meses. Así se aprueban las leyes relati­
vas a accidentes laborales, cajas de jubilaciones y contratos
de trabajo. A continuación, los militares exigen la disolución
del Parlamento. El presidente Alessandri abandona el país
al comprender que los oficiales con quienes había pactado
para obligar a un reticente parlamento conservador a apro­
bar las leyes sociales, han dejado de obedecerle. Una junta
militar toma el poder. Se inicia un período de inestabilidad,
agitación y reformas que sólo culminará en 1932.
La junta —integrada por dos almirantes y un general—,
apoyada en la Marina, representa los intereses de la oligar­
quía. El 23 de enero de 1925, los oficiales jóvenes toman el
Palacio de la Moneda, arrestan a los miembros de la junta y
convocan al presidente Alessandri para que termíne su manda­
to. Pero quien encarna los intereses de los oficiales putschistas
de 1924 y 1925 es Carlos Ibáñez. Después de participar en el
11 Véase Neil Macaulay, A Cohina Prestes, Río de Janeiro, 1977. Fetei Flynn, Brazil:
A JPolítical Analyiia. Londies, 1978, págs. 47-50.
123
Comité Militar del pronunciamiento de septiembre de 1924
con el grado de mayoi, entra en. el ya.bin.ete de .Alessandri y de
su sucesor títere, Luego desempeña, la función de jefe de go­
bierno de hecho hasta que, en 1927, lLega. a la presidencia a
través de un pLebiscito en e] cual obtiene el 98 por ciento de los
votos. Como general y ministro de Guerra bajo dos presidentes»
Ibáñez separa del ejército a los elementos más conservadores
y promueve a los oficiales reformistas, pero debido a su “ma­
no dura” y su autrartarismo para con los morhnientos popu­
lares, los conservadores Lo consideran el último baluarte del
orden. Ibañez gobierna con poderes dictatoriales, para gran
alivio de la derecha, pero apoyado por ]a izquierda civil y mi­
litar. Organiza eL cuerpo de carabineros, especie de policía
militarizada dependiente del Ministerio del Interior, para
sustituir las policías comunales, demasiado sensibles a los
intereses políticos locales. La creación de esta institución
centralizadla va acompañada de la política económica diri­
gís ta del ministro Pedro Ramírez, que no es objeto de elogios
por parte de la oligarquía. Este reíorma el Tesoro y La Aduana,
para dotar al Estado de los medios paia intervenir financiera­
mente en la minería y la industria, e inicia una política de gran­
des obras públicas que haré época, Las dificultades económicas
provocadas por La Gran Crisis obligan a eliminar estos gastos
y, en 1931, Ibáñez renuncia tras una oleada de manifestaciones
estudiantiles y de la clase media en favor de la restauración de
las libertades públicas.
Pero la agitación no cesa y se ¿nicia un breve período
que los historiadores conservadores12 llaman la “anarquía”.
El golpe de Estado antipailamentario de 1925 habría sido pro­
vocado por el malestar producido en las filas del ejército por la
inflación, el retraso en el pago de salarios y la lentitud, o direc­
tamente la languidez, de los debates sobre presupuesto. En
1931, el gobierno provisional que sucede a Ibáñez resuelve
disminuir los salarios de los funcionarios públicos y militares en
un 50 por ciento, lo cual provoca nuevas sublevaciones. La flota
de Coquimbo se amotina en septiembre de 1931 bajo la direc­
ción de los suboficiales. Pero los émulos del acorazado Potemkin
son derrotados rápidamente por el ejército y la aviación mili­
tar, que bombardea las unidades amotinadas.
El 4 de junio de 1932, los aviones de ]a fuerza aérea
11 Véase Francisco Frías, Manual de historia de Chile, Santiago, 1969, págs. 485-493.
124
efectúan vuelos rasantes sobre Santiago y lanzan panfletos para,
anunciar la creación de la República. Socialista de Chile, ''que
pondrá fia a la crisis y ayudará a los más desfavorecidos con­
tra la explotación de Los oligarcas nacionales y los imperia­
listas- extranjeros ’*.Li Grupos de socialistas, civiles y militares,
partidarios de Ibáñez y populistas vinculados a la. masonería
{el propio 1báñez era. masón), Ge agrupan en torno al ex coman­
dante de la fuerza aérea, comodoro Marmaduke Grove, para de­
rrocar al presidente electo Montero, El ejército no participa,
Los caxabineios simpatizan con el movimiento. Nace la repú­
blica socialista, bajo la divisa de pan, techo y abrigo, que pone
el acento en la asistencia social a las masas paup erizadas por la
depresión mundial. Sus dirigentes, que rechazan tanto el capi­
talismo como el comunismo, se proponen aliviar la miseria
popular, reduciendo el desempleo y ampliando el papel del
Estado a través de La planificación de la economía. Pero este
socialismo tecnocrático y militar, que “pone el acento en la pla­
nificación, más que en La lucha de clases”, dura apenas trece
días.14 Si algunos sectores de las clases medias expresan una
tibia simpatía por él, al mismo tiempo cuenta con la oposi­
ción de los grandes intereses, los partidos políticos, incluido
el Comunista, y Estados Unidos, preocupado por sus inversio­
nes. Convencido de que el Gobierno está infiltrado por comu­
nistas, el ejército toma nuevamente el Palacio de la Moneda
y deporta a Grove a la lejana Isla de Pascua. Se forma una
nueva junta, presidida por un periodista ibañista, Dávila, que
reprime vigorosamente las manifestaciones de protesta contra
el derrocamiento de Grove. Dávila anuncia la continuación
de la “República socialista”, pero es derrocado cien días más
tarde, debido a sus pretensiones dictatoriales, y reemplazado
por el general Blanche Espejo. Éste promete responder nueva­
mente a las “aspiraciones socialistas” del pueblo y convocar
a elecciones generales para que los militares vuelvan a sus cuar­
teles. Para siempre, dicen en el Estado Mayor.
No cabe dudar de la aceptación de que goza la bandera
socialista en las fuerzas armadas. A pesar de su breve duración,
la República socialista del comodoro Grove no es tan solo un
intervalo tragicómico en un período de convulsiones intensas
13 Según Paul W. Drake, Sociaüsm and Poputism in Chile (1932-1952). Urbana
(Illinois). 1978, pág. 74.
M Paul W. Drake, ob. cit., pág. 76.
125
pero pasajeras: en un año, Chile pasa por cuatro goLpes de
Estado y siete gobiernos. En esa aventura, que no deja de tener
secuelas, nace el Partido Socialista chileno con sus particulari­
dades —que algunos llaman debilidades— populistas y naciona­
listas. Groue. a quien, sus admiradores llaman el Luis Carlos
Prestes, chileno, candidato fracasado a la presidencia en 1932,
se cuenta entre sus fundadores. Las buenas relaciones entre al
Partido Socialista, que i espeta el juego democrático sin par
esto rechazar la conquista del poder por la fuerza, y ciertos secto­
res de las fuerzas armadas será una contante hasta 1973. Por
otra parte, ante la obstrucción parlamentaria de la derecha,
Aguírre Cerda, presidente por Frente Popular en 1938, buscará
en La legislación frustrada de la fugaz República Socialista los
textos que le permitirán aplicar las reformas inscritas en su
programa; lo propio hará Salvador Allende, presidente por La
Unidad Popular en 1970.
El militarismo reformista llega a Ecuador en 1925. La
burguesía exportadora y financiera de Guayaquil en el poder,
debiLtada por La crisis del cacao de la inmediata posguerra,
reprime duramente las agitaciones sociales provocadas poi la
recesión. En 1922, el gobierno liberal aplasta a sangre y fuego,
mediante La milicia, ya que el ejército no era de confiar, las
huelgas contra Lamiseria y la inflación que estallan en Guayaquil.
Hay un millar de muertos. En la región serrana de Ambato,
los campesinos resisten al despojo de sus tierras por una gran
empresa; se los masacra en septiembre de 1923. Las elecciones
fraudulentas de 192415 y la debilidad del presidente provocan
la intervención de los jóvenes oficiales. Al iguaL que en Chile,
los mueve la determinación de no dejarse utilizar para imponer
una solución represiva a los problemas sociales que el gobierno
no ha sabido resolver. El 9 de julio, la Liga de Jóvenes Oficiales
Revolucionarios de Ecuador depone al presidente y conforma
una junta, para entregarle el poder a Isidro Ayora, gran burgués
esclarecido, proveniente de la Costa. Así comienza lo que la
historiografía ecuatoriana llama la revolución juliana.
Durante seis años, el poder quedará fuera del alcance de
La bancocracia guayaquileña, dominante bajo los regímenes
Liberales. Por primera vez se promulgan leyes en favor de los
15 El candidato de la oposición pierde ¡as elecciones debido a “su excesiva populari­
dad”. Véase Fiederick B. Pike, The United State!, and the Andean Republics, Peni.
Boliv¡a and Ecuador. Cambridge (Mass.), 1977, pág. 190,
126
ira.ba.jadotes y se crean Instituciones que permiten a] Estado
intervenir en la. vids económica. y social. El primer golpe de
Estado de la historia ecuatoriana, que no tiene un carácter
caudillista y cuyo objetivo manifiesto es “ la igualdad para todos
y la protección del proletariado”,16 da lugar a La creación de
un Ministerio de Trabajo con un cuerpo de inspectores encar­
gados de velar por la aplicación del paquete de leyes sociales.
Aparecen las primeras cajas de jubilación y se crea el Banco
Nacional. Se efectúan reformas fiscales y se aplica un impuesto
a las ganancias para hacer frente a los gastos ocasionados por la
nueva política y el acrecentamiento del número de funcionarios
púbLicos. Se introduce el hábeas corpus y el reconocimiento
de los hijos ilegítimos, con lo cual se moderniza la sociedad
en su conjunte, mientras que las medidas de protección de La
industria favorecen el desarrollo nacional.
Para el reformismo de la revolución juliana es tímido y
sólo beneficia a los trabajadores estables y urbanos, a la clase
media en sentido amplio. No afecta lo esencial. En Guayaquil
sigue dominando el vellocino de oro: el Banco comercial y agrí­
cola, odiado por los jóvenes oficiales y que bajo el régimen
liberal hacía y deshacía a los gobiernos, permanece intacto a
pesai de su boicot al nuevo gobierno. Los campesinos indíge­
nas, que componen más de la mitad de la población reducidos
a un estado de semiservidumbre a través del “sistema de la hacien­
da”, no son afectados por las reformas: la oligarquía serrana forma
parte del gobierno de la revolución. Los grandes propietarios
del Banco Central hasta la comisión redactora de la constitu­
ción de 1929. Los “oficiales de julio” entregan el poder a los
conservadores para deshacerse de la “plutocracia liberal” ,
y en 1931 un nuevo golpe de Estado pone fin a la experiencia
reformista, en beneficio de las fuerzas más reaccionarias de la
Sierra.

Autonomía militar y liberación del Estado

Hoy resulta asombroso constatar que los ejércitos latinoa­


mericanos hayan irrumpido en escena por la izquierda. Sin em­
16 De la proclama revolucionaria del 9 de julio. Véase Agustín Cueva, El proceso de
dominación política en Ecuador. Quito, 1974, pág. 19.
127
bargo, no se puede negar el matiz reformista del nuevo milita­
rismo. Sí bien estos ejércitos no son, como pretendía un oficial
brasileño en 1931, la “vanguardia del pueblo" —la t; revolución
de Los claveles” no inventó nada—, los mili tajes activistas de
principios de siglo defienden. Las medidas democráticas, toman
partido por los trabajadores, luchan por la representación y la
juti-áa, imponen leyes sociaLes. Algunos autores explican este
progresismo atribuyendo al ejército la repíesentatividad polí­
tica de la clase media en vías de integrarse al sistema político.1^
Esta hipótesis explicaría el viraje antípopulai de las actitudes
militares una vez lograda La participación de los sectores me­
dios.18
Semejante interpretación podría explicar la participación
militar en corrientes de opinión civiles que aspiran a una demo­
cracia amplia, como sucede en la Argentina. Pero, cómo expli­
car la intervención independiente, estrictamente militar, de
oficiales que desconfían de Los civiles, mantienen escasos
vínculos con ellos y de ninguna manera comparten los valores
liberales de La clase media? Antiiiberales, centralistas, autorita­
rios y nacionalistas, Los oficiales reformadores no tienen nada
que ver, ideológicamente, con las clases que supuestamente
representarían, El carácter de empleados públicos asalariados
de los cuadros deL ejército, que los asimilaría a los sectores
medios de la sociedad, no es exclusivo de los oficiales jóvenes
ni de los reformadores. Por otra parte, es sabido que el tenentis-
mo, al igual que las otras formas de militarismo progresista
de la época, sólo abarca a sectores minoritarios de las “clases
medias” en uniforme. De hecho suele oLvidarse que los milita­
re, aunque asalariados, deben lealtad al Estado y que el in­
tervencionismo transformador de los jóvenes militares no
obedece a móviles institucionales muy distintos de los de
II Hipótesis muy difundida, sobre todo en Brasil, a partir de la obra pionera de
Virgilio Santa Rosa, O que foi o teñentismo Río, 1936 (reeditado en L963). La cues­
tión es analizada en Spina Fotjaz, ob cit, sobre todo en la introducción de Francisco
YVtffort.
*' Tesis defendida principalmente por Stepan, ob cit., pág. 269.
III Para el caso de Brasil, véanse los argumentos deDecio Saes, Cl/isses medias e polí­
tica na primeva República brasileira (1889-1930), Petrópolis, 1975, págs. 15 yss.,
y en la clásica obra de Boris Fausto, A R evoluto de 1930. Historiografía ehistoria.
SJo Paulo, 1979, ( Ia ed. 1970).
128
esos putschs conservadores que les ponen fin o les suceden.
En este análisis de loa detonadores corporativos de los
golpes de los años veinte, es necesario mencionar (y explicitar)
ciertas variables nacionales. En Brasil, los militares son muy
sensibles al papel deLejército como guardián.de las instituciones
republicanas, puesto que ha ayudado a instaurarlas. Podría
pensarse que los oficiales jóvenes son más sensibles que los
demás, Peio más allá de estas particularidades, los recursos
creados por la modernización y las orientaciones normativas
transmitidas condicionan mecanismos y moldean actitudes
que trascienden las fronteras. La intervención militar está ins­
crita hasta en el espacio que ocupan los modernos ejércitos
latinoamericanos en la nación y el Estado. Pero su orientación
no está determinada. Deriva principalmente del papel estabili­
zador que se arrogan las fuerzas armadas, producto principal­
mente de su formación. "Hoy —escribe un teniente coronel
argentino en 1915— el ejército es la nación, es como su arma­
dura metálica exterior que garantiza la cohesión de las partes
y la resguarda de choques y caídas.”20 Veinte años más tarde,
en la Revista militar de Buenos Aires, se dice, a proposito del
papel del oficial frente a los problemas sociales contemporáneos,
que “la misión esencial del ejército es mantener el equilibrio
colectivo contra viento y mareas.”21 En Brasil, la influyente
revista A Defensa nacional, en el editorial de su primer núme­
ro, en 1913, define así las responsabilidades de la "clase militar”:
“El ejército debe prepararse para su función conservadora y
estabilizadora de los elementos sociales en marcha. Debe estar
dispuesto a corregir las perturbaciones internas, tan frecuentes
en la tumultuosa vida de las sociedades en formación.”22
Recuérdense bien estas citas, que expresan proyectos
similares de elites “esclarecidas” al servicio del Estado que
tienen por misión defender. No definen una orientación polí­
tica. El mesianismo suprasocial y metasocial que revelan no
expresa una adhesión tenaz a la ley y el orden sino una clara
voluntad de defender lo existente, no a pedido de la sociedad
J“ Teniente coronel A. Maligne, “El ejército en octubre de 1910”, Revista de derecho,
historia y letras (Buenos Aires, marzo 1911), pág. 397.
}t Juan Ramón Beltrán, “Misión del oficial fíente a los problemas sociales contem­
poráneos”, Revista militar (Buenos Aires, septiembre 1936), pág. 508.
” A Defesa nacional (Ríe, 1), 1913.
129
sino para preserva* los intereses de la nación, que los militares
se atribuyen la íacultad de interpretar. Esto puede sigrríficar
oposición a la participación en el gobierno de un grupo o
dase que haría peligrar el “equilibrio colectivo” o, por el
contrario, tomar las armas para salvar al sistema contra sus
propios beneficiarios. Cerrar oatorir la sociedad política, imponer
las reformas necesarias o negada en nombre de la cohesión
nacional, es decir, de la defensa. El reformismo militar hace
suyos estos imperativos. De alguna manera, los ejércitos latinoa­
mericanos buscan “liberar al Estado del laslíe de las clase6
sociales’’ para hacerlo más autónomo y dejarlo en mejores
condiciones para cumplir con su misión.23 Este es también el
objetivo del nuevo militarismo antioligárquico que hemos
analizado. Pero el Estado no es tan neutral ni autónomo como
cree o sueña la burocracia militar. La historia desmiente esta
ilusión burocrática.
En efecto, basta ver cómo el militarismo reformista es
liquidado o asimilado a partir de 1930, ante la 'gran crisis, para
comprender que el Estado no está por encima de las clases,
sino que es la “síntesis de una relación de fuerzas” que puede
cambiar y en la cual las clases no son iguales, como presume la
lógica organicista de los soldados profesionales.
Hemos visto cómo murió la revolución juliana en Ecuador.
En Chile, el proceso es más democrático pero no menos tajan­
te. En 1932 se realizan elecciones donde triunfa el ex presidente
Alessandri, con el apoyo de todos los partidos tradicionales.
El ex jefe del liberalismo de izquierda, llevado al poder por los
oficiales putschistas de 1925, gobierna esta vez con una orienta­
ción derechista. Su segunda presidencia (1932-1938) significa
el retorno al conservadurismo. Más importante aún, para contra­
rrestar un eventual resurgimiento de la izquierda militar, Ales-
sandri emplea las Milicias Republicanas, especie de guardia
blanca paramilitar, desmilitarizando así por mucho tiempo el
sistema político chileno. Al punto tal que, desde su presidencia
hasta 1969, Chile constituye una excepción democrática y
civil en el marco inestable del continente. El mito del ejécito
apolítico y “profesional”, que durará casi cuarenta años, nace
en ese momento para poner fin al activismo radical de los ofi­
ciales filosocialistas.
23 Irving Louis Hoiowitz, Ellen Kay Trimbergei, “State Power and Military Nationa-
Usm in Latín America”, Comparative Politics. 8 (2) (enero 1979), págs. 223-243.
130
Mientras Brasil, como veremos, presenta.un cierto desfasaje
en el tiempo en cuanto a ]a puesta en vereda de los elementos
progresistas —o su conversión a. un conservadurismo aceptable—,
el militarismo restaurador o simplemente antipopular se pone
en marcha en numerosos países del continente a partir de
1930. En la democrática Argentina, donde el ejército se mantie­
ne al margen de la vida política desde 1903, el presidente radica]
Yrigoyen es denrocado en septiembre de 1930 pot el general
Uribum, quien, contra los “advenedizos” del radicalismo,
busca devolver el poder a las eliies tradicionales, de ‘'probada
capacidad” debido a su familiaridad con la cosa pública: contra
la voluntad general y la “aritmética electoral”, entrega el poder
■a la “razón colectiva54 de los más esclarecidos. Las nuevas
autoridades asumen la conducción de la economía nacional,
ponen en vereda a los trabajadores y podan la función pública,
que bajo el régimen democrático constituía un medio impor­
tante para redistribuir el ingreso nacional en favor de las clases
medias. Asimismo tratarán de reducir los gastos del Estado y
reformar el sistema político para impedir que los “plebeyos”
y demagogos vuelvan legalmente al poder.
En Perú, donde el ejército jamás cayó en el reformismo
(a pesar de lo cual cuenta con la desconfianza de los sectores
dirigentes), el golpe de Estado del coronel Sánchez Cerro que
derroca a Leguía, en el poder desde hace once años, parece
un retorno al caudillismo militar tradicional. Pero ante el as­
censo inquietante del APRA,24 movimiento popular revolucio­
nario y violento, las clases dominantes, “civilistas” desde tiempo
atrás, dejan de lado su menosprecio por los militares para apoyar
al coronel putschista. Las masacres de Trujillo, que enfrentan
al ejército con los militantes del APRA en 1932, sellarán una
duradera alianza defensiva entre los militares y la gran burguesía.
El ejército peruano aparece entonces como el, “perro guardián
de la oligarquía”.25
La situación es más compleja en Brasil, donde los tenentes,
minoritarios, derrotados en los años veinte, parecen tomarse
M Alianza Popular Revolucionaría Americana, cicada y dirigida por Haya de la To­
rre, partido de vocación popular e indigenista., muy arraigado en el norte del Perú,
Véase Peter F. Klaren, Modemization. Dislocation and Aprismo (Origins of the Poa-
vian Aprist Party, 1870-1932), Austin, 1967, cap. VII.
15 Véase Fran?ois Bourricaud, Pouvoir et sociéié dans lePérou contemporain, París,
1967, págs. 280-287.
131
revancha en la. revolución de 1930, que pone fin a. la ‘‘viaja
República” oligárquica y Lleva a Getulio Vargas al poder. La
victoria de esta revolución, originada ea un conflicto intet-
oligárquico, se debe a ima serie de factores militares, entre los
cuales Los tenantes ocupan un lugar menor. La participación
del sector antiten entista del ejército, la deserción in extremis
de los oficiales que toman partido por los estados disidentes
(Rio Grande do Sul, Minas Gerai3 y Paraiba) contra el presi­
dente Washington Luis, que desea imponer un sucesor paulista
y, finalmente, la alianza contra, natura de un sector de los
teñe rites -^contra la opinión de Luis Carlos Prestes— con los
jefes de la vieja clase política, sus.adversarios de ayer, muestran
en qué clase de coalición heterogénea y victoriosa se irá a pique
el tenentismo. Getulio Vargas se apoya, ora en el autoritarismo
reformista y centralizador de los tenentes, ora en los políticos
locales “para evitar el retomo al Estado oligárquico y la milita­
rización”,26 y en poco tiempo logra dominar al tenentismo
y recuperar sus aspiraciones políticas. Hasta el día de hoy nadie
sabe si el Estado novo de inspiración mussoliniana, instaurado
por él en 1937, constituye la realización o la liquidación defini­
tiva de los ideales confusos de los jóvenes oficiales revolu­
cionarios.
Es necesario remarcar dos rasgos de este singular episodio
de la historia político-militar del continente: uno es permanente
y el otro obedece, sin duda, a la modernización reciente. En
todas estas experiencias de militarismo progresista existe una
clara tendencia al fortalecimiento del Estado. Pero es propia,
tanto de los militares filosocialistas como de sus adversarios,
igualmente radicalizados. En la vertiente más totalitaria que
populista, un oficial brasileño adversario del tenentismo, el
general Goes Monteiro, sintetiza su ideal político en estos térmi­
nos: “El Estado debe tener el poder de intervenir para regular
toda la vida colectiva y disciplinar a la nación. . .”27 La estatola-
tría es uno de los elementos constitutivos de la ideología militar
desde principios de siglo.
Otro rasgo notable del militarismo de la época, aunque
sin entrar en generalizaciones, es la división generacional y
jerárquicas entre las tendencias políticas internas. Esta configu-
16 Según Peter Flyrrn, ob. cit., pág. 61.
” General Pedro Goes Monteiro. A R evoluto de 30 e a Finalidade política do
exército (esbofo histórico). Rl'o, s/f, pág. 183.
132
is.ci.ctfi desaparece posteiiorm ente, no porque los ca.pita.nes y
lo; generales coincidan siempre en sus apreciaciones sobre las
coyunturas, sino porque Ies interven dones no permiten, que
afloren los conflictos jerárquicos y porque las txansifonnaciones
organizativas y técnicas hacen cada, ves más impensables los
pronunciamientos de Los oficiaLes jóvenes. A partir de entonces,
como señala, un general brasileño que se considera un “profe-
sionalista” estricto: “Hay que hacer la política del ejército y
no política en el ejército. ” 28 Sea como fuere, de esta época
data la cree encía, hoy refutada por la guerra contrarrevoluciona­
ria —como lo demuestra la evolución del ejército chileno de
197 0 a 1973—de quelos generaLes son siempre más conservadores
que los capitanes y que éstos, no integrados al establiskment,
tienen cierta tendencia a cuestionar el statu quo.

“ Goes Monteiro, ob. cit., pág. 163.


133

También podría gustarte