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15 septiembre, 2014
La presidenta del Colegio de Periodistas, Javiera Olivares, salió al paso de la columna de Carlos
Peña publicada ayer en El Mercurio y a la sección «La Semana Política» de la página editorial,
respecto de la inserción pagada que publicara el diario llamando a recordar el acuerdo de la Cámara de
Diputados de agosto de 1973 que apuntaba a la intervención militar.
Al respecto la dirigenta comunista aseguró que «las críticas, sin embargo, parten de un supuesto
equivocado. Se afirma, en la editorial, que la inserción se limitó a reproducir la declaración de la
Cámara de agosto de 1973. Por su parte, el columnista se pronuncia en similar sentido al señalar que se
trataría de la promoción de una interpretación de los hechos del pasado».
«Lo cierto es que el texto publicado hace mucho más que eso. Legitima, desde luego, el derrocamiento
del gobierno constitucional de Salvador Allende y el régimen dictatorial. Pero, más grave aún, se
desprende de él –con total claridad– una amenazante interpelación al actual gobierno. Allí los
firmantes, titulan: ‘1973: Allende gobierna fuera de la Constitución y las leyes y la Cámara de
Diputados llama a una intervención militar. Frente a los dichos de la Presidenta en Sudáfrica afirmando
que tiene los mismos objetivos que el régimen de Allende, es bueno recordar cómo evaluaba la Cámara
de Diputados a dicho gobierno en 1973’», agregó Olivares.
«Es preciso tener presente que, de acuerdo a la deontología periodística, en general, y al artículo
primero del Código de Ética de nuestro Colegio, en particular, los periodistas debemos estar al servicio
de la verdad, los principios democráticos y los derechos humanos», recalcó la timonel de la orden.
«Reafirmo, entonces, que es contrario a toda democracia la divulgación de amenazas través de los
medios al actual o a cualquier otro gobierno electo e insinuaciones que apuntan a que las diferencias
políticas se resuelven con intervenciones militares. Es un mínimo deseable que los periodistas y medios
de comunicación asumamos este debate con el ánimo de contribuir a una cultura que promueva un
profundo respeto a los principios democráticos», concluyó.
The clinic
16 de Septiembre de 2014
Carlos Peña a presidenta del Colegio de Periodistas: “¿No era el deber de
un periodista proteger la libertad de expresión?
El abogado y rector de la UDP, Carlos Peña, le respondió con vehemencia a la presidenta del
Colegio de Periodistas, Javiera Olivares, quien a través de una carta al director de El Mercurio lo
criticó por su posición frente a la inserción publicada en diversos medios para “recordar” la
posición de la Cámara de Diputados contra el gobierno de Salvador Allende, en 1973.
En su habitual columna del domingo, Peña había planteado que es “absurdo que de aquí en
adelante se proscribieran las interpretaciones o puntos de vista acerca de hechos históricos”,
criticando a quienes están tan “convencidos de cuán puras y verdaderas son sus convicciones, al
extremo que ya no siente la menor necesidad de asomarse a las ajenas”. Asimismo, ayer Olivares
insistió en que “el columnista señala que se trataría de la promoción de una interpretación de los
hechos del pasado”, cuando a su juicio el texto no solo “legitima, desde luego, el derrocamiento
del gobierno constitucional de Salvador Allende y el régimen dictatorial”, sino que también hace
“una amenazante interpelación al actual gobierno”.
Ante ello, y de nuevo a través de una carta al director de El Mercurio, el abogado arremetió
cuestionando la posición de la militante comunista. “Temo que la presidenta del Colegio de
Periodistas, al sostener que fue incorrecto publicar la declaración de la mayoría de la Cámara de
Diputados previa al once de septiembre de 1973 con los comentarios que formulaban paralelos
con la situación actual, confunde el contenido del discurso con la posibilidad de expresarlo”,
señaló.
Ella “tiene todo el derecho a oponerse a lo primero; pero no tiene ninguno a poner límites a lo
segundo. ¿No era el deber de un periodista proteger la libertad de expresión especialmente
política?”, sentencia Peña.
De inmediato la aludida respondió nuevamente al columnista del diario de Agustín Edwards. “El
fondo del asunto que se ha planteado, no tiene que ver con la publicación de este documento
histórico, sino con un emplazamiento de los adherentes del inserto pagado, situación que es
delicada, porque hace una extrapolación del gobierno de Salvador Allende con la actual
administración e insinúa la posibilidad de resolver desavenencias en un sistema democrático a
través de una intervención militar”, dijo a El Mostrador.
“Me parece contradictorio que si el argumento del profesor Peña es la liberad de expresión que a
él le inquiete tanto que una dirigente de un gremio haga uso de su libertad de expresión para
evaluar cómo cumple su rol los medios de comunicación, tal como podría hacerlo cualquier
ciudadano”, concluyó.
Hoy, el abogado vuelve a la carga subrayando que el secretario de Estado “elude el problema en el que está
envuelto (…) que él ocultó información relevante para evaluar los resultados de la encuesta Casen”.
“La ciudadanía, y la prensa, tienen derecho a formarse un juicio independiente de aquel que divulga el
Gobierno respecto de su propio quehacer; pero para eso necesita conocer toda la información y la manera
en que ella se obtuvo. Solicitar esos datos no es hostigar al Gobierno ni al ministro, sino simplemente
ejercer el escrutinio que es propio de la democracia”, sostiene Peña en su misiva.
“El problema no es, pues, cuánta fortaleza tiene la encuesta Casen, sino con cuánta veracidad se conduce el
ministro a la hora de cumplir con sus deberes públicos”, finalizó.
Uno de los temas que se han discutido, o se han comenzado a discutir,
en la Convención, es el de las iniciativas populares para modificar o
diseñar reglas constitucionales (o más ampliamente promover reformas
legales). ¿Es razonable admitir esas iniciativas que son, como se sabe,
modalidades de democracia directa? ¿Es bueno para la democracia que un número de ciudadanos
(al margen de los representantes electos) pueda forzar el cambio de reglas?
Suele creerse que la democracia directa funciona bien cuando se la ejercita en grupos más o menos
pequeños, cuyos miembros se sienten ligados por deberes recíprocos; pero, se agrega, ello no
ocurriría cuando se la ejercita a gran escala. En la cultura de masas (con la excepción, claro, de
Suiza) estos mecanismos siempre acabarían en un verdadero sorteo de resultados impredecibles o,
lo que es peor, en una artimaña para que los dictadores o los liderazgos carismáticos acaben Las iniciativas
legitimándose de mala manera.
populares
Hay, sin embargo, investigaciones (véase, por ejemplo, Altman, D., Direct Democracy Worldwide,
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Cambridge
Carlos Peña:University Press, 2011)
"¿Es correcto que iniciativas
admitir sugieren que hay una de
populares asociación
ley o de fuerte entre el nivel de la
preceptos
Las iniciativas populares
democracia y el uso de estos mecanismos, tanto de los que ascienden (como la iniciativa popular)
constitucionales? ¿Será mejor que sean siempre los representantes los que decidan?".
como de los que descienden (como ocurre con el plebiscito). La idea conforme a la cual este tipo de
mecanismos no suelen emplearse en las verdaderas democracias, las que serían alérgicas a ellos y
favorables, en cambio, solo a la democracia representativa, puede ser falsa y su persistencia deberse
a eso que Flaubert llamaba ideas recibidas.
Veamos.
De manera que si se atiende a las dictaduras o regímenes autoritarios (como Venezuela hoy, o
Cuba), no cabe la menor duda de que esos mecanismos son disfraces o pantomimas de democracia.
Pero ¿ocurrirá lo mismo cuando la democracia directa se establece en contextos democráticos, como
será, es de esperar, el que establecerá la nueva Constitución?
En el libro citado más arriba, el profesor Altman explica que en los treinta años que van entre fines del
XX y la primera década del XXI, hubo más de un centenar de votaciones directas (distintas a la mera
elección de autoridades) en la región. Solo seis países no habían tenido jamás una experiencia de
esta índole desde fines de los setenta. Del total de votaciones directas, el ochenta y cinco por ciento
de ellas corresponde a mecanismos iniciados desde arriba (se trata básicamente de plebiscitos) y el
quince por ciento restante fueron iniciados desde abajo (referendos, iniciativas populares, iniciativas
consultivas). ¿Cuáles fueron los resultados de esas votaciones directas? ¿Es verdad que la mayor
parte de las veces favorecieron a quien las convocaba, de manera que el uso de estos
procedimientos en vez de fortalecer a la ciudadanía la acaba deteriorando?
No.
Lo que ponen de manifiesto las cifras es que la tasa de aprobación de este tipo de mecanismos no
varía más que en un punto entre aquellos que son convocados desde arriba (referéndums
convocados por quien está en el poder, donde pudiera haber temores más fundados de
manipulación) y los que son convocados desde abajo (como las iniciativas de ley apoyadas en un
número de firmas, donde tampoco parece verificarse un triunfo irrestricto de quienes las impulsan). La
conclusión parece obvia: no es cierto que este tipo de mecanismos esté siempre expuesto a la
manipulación y que las más de las veces constituya una simple artimaña o engañifa mediante la cual
quienes los convocan, se convierten en césares, y tampoco es cierto que se trate de un simple
arbitrio a cuyo través la ciudadanía, organizada mediante grupos de presión, acaba imponiendo sus
intereses al proceso deliberativo.
Quizá haya, después de todo, algo útil en ese tipo de mecanismos si se los diseña bien.
Schumpeter dijo alguna vez que la democracia consistía en que las personas, cada cierto tiempo,
elegirían qué élite las gobernaría. Algunas formas de democracia directa —bien reguladas, y en un
contexto predominante de democracia representativa— pueden contribuir a que esa élite sienta y
recuerde una y otra vez que el poder lo tiene de prestado y los ciudadanos recuerden que es suyo.