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Había una vez un afluente de agua, tan hermoso y fresco como una melena larga y hermosa del

ángel más cercano a Dios. Era tan profundo como cualquier abismo, pero sus aguas maquillaban
cualquier imperfección o riesgo al verlo de frente.

Un día, como todos, el afluente se mostraba fuerte, hermoso y lleno de vida. En ese momento,
recibió la visita de un gusano, un gusano cualquiera que no tendría por qué marcar una diferencia
en su presencia. Ningún pez del estanque bañado por el afluente tendría apetito por él.

El estanque nacía en un lago donde Dios y sus ángeles limpiaban sus pies. Atravesaba los bosques
donde las ninfas se bañaban en sus aguas, engalanando aún más las propiedades hermosas del
afluente. Era bello, puro y dulce como el aguamiel que bajaría por las mejillas de la luna si llorara
por quedarse sin el sol.

Reventaba fiera y agresivamente sobre el estanque, donde hasta el más experimentado de los
animales nadadores no se atrevería ni por un segundo a saltar. Era tan fiero y bello que el águila,
en su majestuosidad, luchaba por evitar acercarse siquiera a los brazos de agua que el viento, en
alguna ocasión, se atrevía a rociar. Era tan fiero como útil, brindando refugio en su base y curando
la sed del viajero angustioso que, aunque con respeto, se atrevería a nadar en sus aguas sin evitar
admirarlo y, de ser posible, robarle un beso dentro de una botella para seguir su camino y llevarle
algo dentro de sí del hermoso afluente.

Por otro lado, teníamos al gusano. Aunque dentro de la comunidad del estanque y sus sindicatos
nadie le conocía, su procedencia era dudosa. No sabían si se convertiría en mosca o mariposa, pero
su aspecto no brindaba la confianza absoluta para siquiera cruzar palabras o mostrar un gesto
agraciado que pareciera egoísta a la vez.

El gusano había emprendido un largo camino entre hojas y ramas, entre arena y lodo, entre lluvias
y ausoles, para poder ver con sus propios ojos la majestuosa curva al sol del afluente cayendo y
reventando sobre las rocas. Las rocas, bañadas por su cuerpo, las veían tan hermosas y
majestuosas solamente por ser y nada más.

Pero un buen día, la sociedad del estanque se organizó, ya que el afluente, en su hermosura, había
conquistado a todos los animales del bosque. Dios, acompañado de su ángel más hermoso, fue a
aconsejar a los animales, instándoles a desistir, pues no había creación más hermosa que el
afluente. Y dentro de su hermosura y soberbia, las consecuencias de intentar poseerle solo harían
que los valientes sufrieran por dolor.

Siendo así, el siervo, en su bella y esbelta figura, se rehusó a seguir en la impronta. Manifestó que
él, por sí mismo, era hermoso, que sus cuernos y su pelaje le hacían el animal más bello y elegante
del bosque. Según él, nadie podría quitarle su puesto, aunque si se tratara del bello afluente.

La liebre desistió también, manifestando que no podría correr peligro por el amor de alguien más
lento que ella. El lobo intentó convencer a Dios de que él era capaz, con su fuerza, bravura y
astucia, de conquistar al afluente. Pero no sería capaz de rogar por el amor de nadie. El águila,
aunque valiente y firme, indicó que al ver al estanque desde arriba, no parecía tan hermoso unos
metros más arriba. Y no se distinguiría más allá que como un charco de lluvia común y corriente.
No valdría la pena luchar por algo que, visto desde otra perspectiva, dejaría de ser hermoso.
Ese día, la valiente intención de conquistar al afluente se disolvió entre los consejos sabios de Dios
y su ángel. Pero faltaba alguien más. Sobre las piedras, de manera peligrosa y curiosa, se
encontraba el gusano, luchando por no caer tras los fuertes vientos del agua cayendo sobre las
rocas. Entonces, ahí se acercó el ángel y le preguntó: "¿No escuchaste lo que dijo Dios sobre lo
peligroso de intentar acercarte al estanque?". Respondió el gusano: "Sí, lo escuché, pero no espero
conquistarlo. Verlo me hace sentir la serenidad de que no estoy perdido, verlo me hace feliz, sentir
sus fuertes y peligrosos vientos que casi me vuelcan de la roca me hace sentir vivo".

El ángel, perplejo ante el razonamiento del gusano, siguió su consulta: "¿Por qué, a pesar de que
pueda hacerte daño, insistes en acercarte?". Respondió el gusano: "Porque no puedo rendirme sin
antes intentar. No sé si sea amor, pero me da paz verlo. Siento escuchar sus risas cuando por las
noches suelo tropezarme entre las piedras buscando calor, y eso me da paz".

Transcurrió un tiempo y el gusano siguió frecuentando al afluente en su estanque lleno de vida.


Hasta que un día, el estanque le consultó al gusano: "Llevas días entre mis rocas, semanas en que
te empujo con mis vientos y amenazo ahogarte con mis frías aguas, pero ¿por qué insistes en
quedarte?". El gusano respondió: "No busco importunarte ni incomodarte. No soy quien para
oponerme, y no tendría ni la mínima oportunidad de luchar contra ti si propusieras acabar con mi
vida. Pero aunque sé que puedes hacerlo, sentir hasta la más mínima gota tuya me hace sentir
amado". El afluente no pudo responder ante tal argumento y procedió a fluir más fuerte.

Pasaron días y el gusano, con el corazón roto, se posaba siempre sobre la misma roca donde el
afluente, aunque de manera lastimosa, lo bañaba con sus aguas. El gusano lloraba y lloraba. Había
días en los que podía lidiar con el duro castigo de ver al afluente caer, pero las noches frías, donde
los truenos amenazaban su sueño, lo hacían llorar desconsoladamente.

Entonces, un día, Dios se apiadó de él y envió a su ángel a hablar con el gusano. Bajó así el ángel y
encontró a su amigo viendo perdidamente al afluente y llorando desconsoladamente. Preguntó el
ángel: "¿Qué pasa, amigo? ¿Por qué lloras? Te advertí que sería peligroso intentar conquistar al
afluente". Contestó el gusano: "No intenté conquistarlo, respeté cada una de sus aguas, cuidé y
limpié cada una de sus rocas, admiré y respeté su rocío, y esperé pacientemente que se diera
cuenta de mi existencia. Pero simplemente dijo no amarme". Consultó el ángel: "¿Cómo pretendías
que algo tan hermoso te amara de la misma forma en que tú lo haces?". Respondió el gusano:
"Porque no quise en ningún momento poseerlo, no intenté siquiera ensuciar su agua como lo
hicieron otros que sí pudieron tener siquiera un día de su gracia. Pero no tuve ni la mínima
oportunidad de mostrar mi belleza y cuidado".

Sin quererlo, el ángel derramó una lágrima, donde surgió una flor tan hermosa, pero con tantas
espinas, que al tocarla sufrirías el mayor de los dolores jamás experimentados. "¿Por qué lloras?"
exclamó el gusano. El ángel respondió: "Un día me sentí como tú, me enamoré perdidamente de
una mujer mortal. En su belleza efímera, en su libre albedrío y en su decisión de amar su condición
humana, me enamoré de ella, amándola y, con miedo a perderla, no pude renunciar a mi deber de
servir a Dios. Aunque Dios, en su gracia, me brinda la paz que necesito, mi corazón no ha vuelto a
ser el mismo". "¿Qué pasó con ella?" consultó el gusano. El ángel dijo: "La cuidé, la admiré durante
toda su vida. Y aunque el tiempo para ustedes es una vida, para mí no existe el tiempo. A veces voy
a mis recuerdos y viajo en el tiempo solo para verla correr sobre los verdes campos, cortando
flores para adornar su mesa. Y aunque hoy vive en el paraíso, considero mi amor de baja categoría,
pues no conozco otro amor más grande que el amor de Dios". "El amor es una decisión", respondió
el gusano. "Tienes razón", dijo el ángel.

Entonces, el ángel preguntó: "¿Por qué decidiste sufrir a pesar de saber que no podrías tener al
afluente?". El gusano respondió: "No lo sé. Hoy solo pienso que me queda la felicidad de haber
amado, de haber hecho, y no tener el sentimiento de no haber intentado poder siquiera beber de
sus aguas, sabiendo que representaría un grave peligro para mí".

Y así, charlaron toda la noche, embriagándose con la esencia frutal que el bosque proveía. Al día
siguiente, el ángel exclamó al gusano: "Te regalo esta flor. Por favor, descansa dentro de ella, y si te
sirven las espinas para escalar, por favor, tómala como tu hogar y úsala para curar tu alma".
"Gracias", exclamó el gusano.

Siendo así, el gusano descansó sobre la flor durante días, llorando a Dios para que, por favor,
terminara con su vida y así acabar con su dolor. No podría seguir así. Sus ojos se secaron tanto de
llorar que Dios reunió a su consejo para explorar alguna alternativa sobre cómo sanar el corazón
del pequeño gusano, pues sus reglas le impedían entrometerse, sabiendo que él había advertido y
el gusano había desobedecido. Por suerte, su amigo el ángel le pidió a Dios que lo hiciera dormir
durante días. El sueño ayudaría a que el corazón del gusano sanara poco a poco, y su cuerpo
necesitaba el descanso adecuado para poder retomar su camino. Y así fue. El gusano durmió
durante días.

Pasaron semanas y el ángel fue en busca de su amigo. Solo encontró un caparazón hinchado sobre
la flor, donde temía encontrar al gusano sin vida o quizá colgado románticamente de alguna hoja
con un mensaje escrito en algún pétalo de una rosa. Pero se encontró con todo lo contrario. El
gusano, a la llegada del ángel, despertó de su sueño. Pero no pudo evitar la mirada perpleja del
ángel. "¿Qué pasa?", preguntó el gusano. "¿No te has visto?", exclamó el ángel. "¿Quién querrá ver
a un simple gusano si hay flores de todos los colores, siervos hermosos y elegantes, liebres
atléticas y veloces, lobos fuertes y furiosos o águilas majestuosas y voladoras?". El ángel se quedó
perplejo. No pudo siquiera articular una palabra ante la presencia del gusano durante un par de
minutos hasta que, a penas, pudo exclamar: "Debes verte". "¿Cómo?". Exclamó el gusano. "No
puedo sacarme los ojos y verme desde fuera". Dijo el ángel, pero se le ocurrió una idea y le dijo:
"Ve hasta el estanque y aprecia tu reflejo. Pero debes volar". "¿Cómo voy a volar?", dijo el gusano.
"Ahora vienes tú a reírte de mi desgracia. Por favor, cállate y solo acompáñame", dijo el gusano. El
ángel solo sonrió.

Partieron entonces a la orilla del estanque, aunque para el gusano era más difícil hacerlo.
Sospechaba que era por el largo tiempo que había dormido, pero al fin logró llegar. Al llegar al
estanque, que bañaba el afluente, y asomarse, gritó despavoridamente y juró que había alguien
debajo del agua viéndole fijamente. "¿Qué ves?", dijo el ángel. "Veo un ser hermoso, con alas tan
grandes como una hoja de un gran árbol, con colores hermosos que pueden confundirse con el
cielo del atardecer y una figura delgada y bella". "Eres tú", respondió el ángel. "¿Cómo he de ser
yo?", dijo el gusano. "Si soy feo, me arrastro y como del lodo. No tengo forma, y todos me llaman
asqueroso por no poder volar ni correr". Entonces respondió el ángel: "Eres tú, porque la flor que
te brindé te dio cobijo y seguridad. Y el largo sueño que tomaste te ayudó a convertirte en lo que
amabas del estanque: su belleza y majestuosidad. Es que tú siempre fuiste bello, solamente no
habías podido transformarte en ello por creer que solo podías ser bello con el afluente".
El gusano se quedó perplejo. Pensó en todas las veces que lloró por la belleza del afluente y no
pudo ver la arrogancia, soberbia y lo peligroso del estanque que el afluente había cavado a través
de las rocas. Creían que el afluente sería capaz de amarle, sabiendo que las rocas intentaron
cuidarle para amortiguar su caída, pero fueron desprendidas por la furia del afluente.

Siendo así, nuestro amigo el gusano se convirtió en la mariposa macho más bella que el bosque
haya visto. Cuando el afluente le vio, quedó admirado e intentó conquistarle, ya que hoy era bello.
Pero este le respondió: "¿Por qué me buscas ahora que soy bello? Siempre fui así, solo no me diste
la oportunidad de demostrar que había algo más allá de mi escamosa y sucia piel. Solamente me
juzgaste por cómo me arrastraba, pero no pudiste ver cuánto te cuidé, cuánto te observé o cuántos
poemas te escribí solo en el lodo". El afluente no pudo responder ante tal argumento y procedió a
fluir más fuerte.

Nuestro amigo siguió su camino, pero ahora sí, volando, mostrándose hermoso, radiante y
rejuvenecido. No recordaba lo roto que su corazón estaba, y aunque ansiaba el amor, no había
quien pudiera entender cómo había rechazado la propuesta del tan bello y envidiable afluente
para amarle. Pero el ángel supo que la respuesta se encontraba en el amor que, a través del dolor,
llanto y desilusión, pudo encontrar únicamente para sí mismo.

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