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Notas sobre la actualidad de la historia intelectual en América Latina

Martín Bergel

Centro de Historia Intelectual / CeDInCI

En la última década, la historia intelectual se afirmó como subdisciplina dentro de los


estudios históricos latinoamericanos. Ese hecho se advierte en la multiplicación de espacios
institucionales que han surgido o se han expandido bajo esa orientación en países como
Brasil, Argentina, Colombia o México. El desarrollo de ese fenómeno tuvo una de sus más
patentes expresiones en la realización del I Congreso de Historia Intelectual de América
Latina en Medellín en 2012, que se replicó dos años después en Buenos Aires, y que anuncia
para 2016 su tercera edición en la ciudad de México.1 Poco antes, la publicación en dos
tomos de la Historia de los Intelectuales en América Latina, que bajo dirección de Carlos
Altamirano reunió colaboraciones de varias decenas de especialistas, había mostrado un
primer resultado que evidenciaba la maduración de la historia intelectual en la región.2 La
empresa que dirigió Altamirano, en rigor, es sólo el proyecto colectivo más reconocido
surgido del seno del Centro de Historia Intelectual de la Universidad de Quilmes, el espacio
institucional que ha impulsado de modo más sostenido la subdisciplina en el continente.3

El campo de estudios que hoy se identifica bajo el nombre de historia intelectual se alimenta
de un conjunto amplio de estímulos proveniente de orientaciones como la sociología de los

1
Un compendio que reúne algunas presentaciones salientes del Congreso de Medellín puede hallarse en
Selnich Vivas Hurtado, Utopías Móviles. Nuevos caminos para la historia intelectual en América Latina,
Diente de Leon Editor, Universidad de Antioquía, Medellín, 2014.
2
Carlos Altamirano (dir.), Historia de los intelectuales en América Latina, 2 vols., Buenos Aires, Katz, 2008-
2010.
3
Fundado en 1994 por Oscar Terán, el Centro de Historia Intelectual (llamado en su origen Programa de
Historia Intelectual) celebró recientemente sus dos décadas de vida con el encuentro “20 años de Historia
Intelectual”. Las intervenciones de ese encuentro, dedicadas a explorar el estado actual de la disciplina y a
revisitar la obra de Terán, fueron publicadas en el último número de Prismas. Revista de Historia Intelectual,
no. 19, Centro de Historia Intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, 2015.
intelectuales, los estudios literarios, la historia de los conceptos y la historia cultural, entre
otros. Si la relativa heterogeneidad de esa serie de perspectivas torna difícil delimitar un
terreno de confines acabados para la historia intelectual, un rasgo más fácilmente
advertible de su constitución es el deslinde que manifiesta en relación a otra tradición: la
de la historia de las ideas. En efecto, marcados aspectos distinguen a la subdisciplina
emergente de la constelación que, encabezada por exponentes como Leopoldo Zea, Arturo
Andrés Roig, o Arturo Ardao, dominó durante décadas el horizonte de pesquisas sobre la
trayectoria de las ideas en el continente. Señalemos dos. En primer lugar, una preocupación
de tinte sociológico que excede el registro puramente simbólico, para adentrarse en los
ámbitos de actuación de las elites letradas, sus mecanismos de reclutamiento y de
distribución de poder, y sus formas de sociabilidad y prácticas. Así, espacios y objetos del
quehacer intelectual han comenzado a reclamar la atención de los estudiosos: los ateneos,
los ámbitos universitarios, los círculos partidarios, las revistas culturales, las conferencias,
la prensa periódica, etc. En segundo lugar, a diferencia de la historia de las ideas, a menudo
preocupada por radiografiar tradiciones estables de pensamiento y líneas de continuidad
ideológicas, la historia intelectual se muestra especialmente sensible a los contextos
específicos de actuación de los grupos letrados y a los “usos pragmáticos” de las ideas.

A los fines de propiciar una discusión de tipo teórico-metodológica acerca del estado actual
y el rumbo de la historia intelectual en el continente, en este texto me propongo repasar
tres tendencias experimentadas por las humanidades en el último tiempo que han afectado
el derrotero de la subdisciplina que nos compete. Llamaré a esos tres desplazamientos,
sucesivamente, giro material, giro espacial/transnacional y giro contextual, y aquí me
propongo simplemente exponer sus trazos gruesos. Finalmente, a manera de cierre haré
algunas consideraciones finales.

Giro material

Así como hace ya tres décadas las humanidades se vieron profundamente impactadas por
el llamado giro lingüístico, en los últimos años se asiste a un auge de la llamada cultura
material. Si el desafío fundamental implícito en el linguistic turn estribaba en el principio
según el cual el conjunto de prácticas que constituyen el tejido de la sociedad son
inteligibles necesariamente a través de la mediación de hechos de discurso (esto es, si lo
que acordamos en llamar lo real en última instancia sólo se constituye ante nosotros
mediante el auxilio del registro simbólico), hoy presenciamos un movimiento en algún
sentido inverso: a la hora de reconstruir el horizonte ideológico y cultural de una época
pretérita, no podemos escindir un supuesto orden de puras ideas de la trama material que
lo vehiculizó y supo darle soporte. Dicho de otro modo, se trata de buscar aprehender el
espectro de significados y sentidos públicos movilizados en una época determinada,
considerando el conjunto de objetos y escenarios materiales en que fueron producidos y
que los determinaron.

Desde el interior mismo del campo de la historia de las ideas, fue Anthony Grafton quien
advirtió, en un texto de balance y conjeturas acerca del futuro de la subdisciplina, las
implicancias de lo que él mismo denominaba “giro material” de las humanidades. Según
este historiador, uno de los editores del célebre Journal of the History of Ideas creado en
1940 por Arthur Lovejoy, “durante la década de 1990, la historia intelectual dio su propio
giro material (…) La historia intelectual del tercer milenio no solo tiene un nuevo carácter
técnico, sino también una nueva base material, que sirve para distinguirla –así como a
muchos de los artículos aparecidos recientemente en el Journal- de formas anteriores de la
misma búsqueda”.4

Para la historia intelectual, esta preocupación por la dimensión material de objetos y


prácticas culturales conllevó colocar en primer plano la pregunta por las condiciones
empíricas en las que las ideas son concebidas y se desplazan por el espacio social. El análisis
de la vida histórica de las ideologías y conceptos debe contemplar los dispositivos en que
esa existencia tiene lugar, puesto que es a partir de la reconstrucción de los usos de esos
dispositivos que el mundo de las ideas puede ser efectivamente comprendido en su

4
Anthony Grafton, “La historia de las ideas. Preceptos y prácticas, 1950-2000 y más allá”, en Prismas.
Revista de Historia Intelectual, no. 11, Buenos Aires, Centro de Historia Intelectual, Universidad Nacional de
Quilmes, 2007, pp. 144-145.
dinámica histórica. Dentro de la historia intelectual y cultural, uno de los terrenos que más
tempranamente y con mayor profundidad desarrolló esas premisas fue el de la historia del
libro. De matriz originalmente francesa, esa orientación cobró fuerza suficiente como para
recortarse como subdisciplina autónoma (y hoy goza de vitalidad en diversos ámbitos, entre
ellos América Latina).5 No es exagerado señalar que esta perspectiva operó una verdadera
revolución en el estudio de los textos, al punto de afectar disciplinas diversas como la
historia, la crítica literaria, la sociología de la cultura o la antropología. La clave de esa
renovación descansó en un ataque radical a la soberanía enunciativa del texto. Los objetos
impresos y los artefactos escritos en general dejaron de ser elementos autónomos, para
pasar a ser ponderados en las estrictas condiciones materiales e históricas en que existen y
circulan. Esa apertura conllevó la incorporación de un horizonte de investigación atento a
una multitud de actores. Como señalaba Robert Darnton en 1982 en “¿Qué es la historia
del libro?”, un texto que sintetizaba tempranamente los alcances de las transformaciones
contenidas en ese campo, el escrutinio histórico de la cultura impresa llevaba implicada la
visibilización de un conjunto de agentes que intervienen en el devenir de los textos, desde
los imprenteros y editores a los libreros y finalmente los lectores.6 En el centro de esa
mutación hay que ubicar el pasaje del análisis de los enunciados impresos al de las prácticas
de producción, circulación y recepción de esos objetos. En suma, la investigación de los
libros y otros artefactos impresos a partir de las coordenadas materiales que determinan
su existencia, arroja nueva luz sobre la vida efectiva de las ideas, que ya no puede disociarse
de los aspectos tangibles que condicionan su trayectoria histórica.

Pero el giro material es detectable también en otras facetas reconocibles en la actividad


de los intelectuales a lo largo de la historia. Permítaseme remitir, a modo de ilustración, al
trabajo de la Historia de los Intelectuales en América Latina en el que, junto a Ricardo

5
Uno de los ámbitos institucionales que auspicia la historia del libro y la lectura (o, más genéricamente, de
la cultura impresa), la Society for the History of Autorship, Reading and Publiching (SHARP), realizó sus dos
primeros congresos latinoamericanos en Río de Janeiro en 2013 y Guadalajara 2015. Asimismo, en el ámbito
argentino se realizó en 2012 el I Coloquio Argentino de Estudios del Libro y la Edición. Una segunda edición
tendrá lugar en Córdoba en septiembre del presente año.
6
Robert Darnton, “¿Qué es la historia del libro?”, Prismas. Revista de Historia Intelectual, no. 12, Centro de
Historia Intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, 2008.
Martínez Mazzola, tratamos de dar cuenta de lo que allí denominamos materialidad de la
idea latinoamericanista. Frente a un terreno privilegiado por la historia de las ideas, que
desarrolló en esa sede sus aportes más notables –me refiero al del análisis de la literatura
de ideas de corte latinoamericanista cultivada por la tradición que va de Pedro Henríquez
Ureña a Arturo Ardao-, en ese esfuerzo procuramos reconstruir las prácticas intelectuales
constituyente de un imaginario continentalista en el ciclo que va del modernismo literario
al reformismo universitario de matriz antiimperialista. Optamos allí por recortar tres tipos
de prácticas intelectuales que colaboraron en el impulso de ese imaginario: la
correspondencia, las revistas culturales, y los viajes intelectuales, con su estela de
conferencias y “escenas americanistas” (en el sentido de situaciones históricas en las que la
presencia de una figura intelectual de prestigio coadyuvó a producir un saldo de sentido
latinoamericanista –por caso, la “gira hispanoamericana” del argentino Manuel Ugarte,
ritmada por una estela de conferencias y rituales conmemorativos, a comienzos de la
década de 1910-). En el límite, llegamos a postular, en referencia al denodado esfuerzo del
uruguayo Rodó por tejer redes a escala continental, que era necesario “dejar de aludir al
fenómeno que en años y décadas siguientes se esparció por el continente bajo el nombre
de arielismo apenas como un conjunto influyente de orientaciones estéticas y político-
culturales. Arielismo es también la elaborada urdimbre de relaciones y vínculos materiales
que hizo posible que las ideas y concepciones presentes en el libro de Rodó alcanzaran el
éxito que finalmente tuvieron”. 7

Giro espacial/transnacional

7
Martín Bergel y Ricardo Martínez Mazzola, “América Latina como práctica. Formas de sociabilidad intelectual
de los jóvenes reformistas universitarios latinoamericanos (1918-1930)”, en Carlos Altamirano (dir.), Historia
de los Intelectuales en América Latina, op. cit. Con posterioridad, he seguido trabajando en esa dirección.
Véase al respecto Martín Bergel, “América Latina, pero desde abajo. Prácticas y representaciones intelectuales
de un ciclo histórico latinoamericanista (1898-1936)”, Cuadernos de Historia, no. 36, Santiago de Chile, 2012.
En relación al lugar de las cartas en la historia intelectual, las VII Jornadas de Historia de las Izquierdas del
CeDInCI, realizadas en 2013, tuvieron por tema “La correspondencia en la historia intelectual y política
latinoamericana”. Un dossier que recoge algunas de las presentaciones desarrolladas en esa ocasión puede
hallarse en Políticas de la Memoria, no. 14, Buenos Aires, CeDInCI, 2014.
La preocupación por la circulación material de ideas y bienes culturales se ha visto casi
naturalmente acompañada por un replanteamiento de la dimensión espacial atinente a la
praxis de los intelectuales. La historia de las ideas por lo general tendió a ocluir la pregunta
por los ámbitos físicos y los circuitos que se ven afectados en el quehacer de las elites
letradas. La historia intelectual y cultural de reciente factura, en cambio, ha sido hospitalaria
en relación a la cuestión del espacio. Los trabajos sobre redes intelectuales, por caso, a
menudo se han acompañado de una inquietud por precisar los mapas y las rutas que fueron
diseñándose conforme se desarrollaban esas conexiones entre grupos y figuras letradas.

Esa recolocación de la dimensión espacial comportó un ejercicio de desnaturalización de


los Estados-nación como ámbito que debía necesariamente enmarcar el accionar de los
intelectuales. La cuestión del espacio vino en efecto asociada a la crítica al llamado
nacionalismo metodológico, esto es, la crítica a la asunción tácita e inmediata de las
fronteras nacionales como trazas delimitantes de los fenómenos intelectuales y culturales.8
Frente a la actitud tradicional de asociar la labor de los intelectuales a sus respectivas
naciones –actitud que se ha verificado con especial énfasis en América Latina-, de lo que se
trataría ahora es de reconstruir las formas más inestables y menos previsibles en las que la
intelligentsia ha intervenido en la cambiante geografía cultural de la modernidad. Así, si las
ideas han sido especialmente proclives a circular a escala trasnacional, a la hora de
preguntarnos por las modalidades de vinculación de los intelectuales con la arena
internacional nos situamos ante una amplia agenda de problemas.9 Por caso, en las últimas
décadas hemos asistido a una expansión de los trabajos que se han entregado a la tarea de
reconstruir los viajes de los intelectuales.10 Y si la cuestión idiomática resulta una limitación
objetiva que tiende a acotar el terreno de acción de los grupos letrados (un aspecto que
refuerza su asociación con el espacio dispuesto por los confines de los Estados-nación), el

8
Hay una amplia bibliografía crítica del nacionalismo metodológico. Véase, por ejemplo, Andreas Wimmer y
Nina Glick Schiller, “Methodological Nationalism, the Social Sciences, and the Study of Migration: An Essay in
Historical Epistemology”, International Migration Review, no. 37, 2003.
9
David Armitage, “The International Turn in Intellectual History”, en Darrin McMahon y Samuel Moyn (ed.)
Rethinking European Intellectual History, Nueva York, Oxford University Press, 2013.
10
Para el espacio argentino, puede consultarse provechosamente el reciente volumen compilado por Paula
Bruno, Visitas Culturales. Argentina, 1898-1936, Buenos Aires, Biblos, 2014.
nuevo vigor que ha adquirido la búsqueda por desentrañar las conexiones transnacionales
ha colocado en el tapete el problema de la traducción. La historia y la sociología de los
intelectuales se han así internado en las aristas de esa actividad, entendida como práctica
que involucra a escritores, editores y público lector.11

En suma, este conjunto de asuntos ha llevado a algunos a postular, en consonancia con la


actual fortuna de la llamada global history, la pertinencia de un terreno específico para una
historia intelectual global. En la introducción al volumen que bajo ese título coordinaron
Samuel Moyn y Andrew Sartori, la invocación de una arena global conlleva tres sentidos
distintos. Por un lado, el del ejercicio de un tipo de historia intelectual abierto a formas de
comparación entre figuras distantes en tiempo y espacio. Por caso, los cotejos sugeridos
entre Rabindranath Tagore y José Enrique Rodó, a partir de sus análogas posturas
espiritualistas y antimaterialistas. En segundo lugar, la alusión a una dimensión global
referiría ya no a un nivel metahistórico dispuesto por el investigador que construye
analíticamente un terreno para la comparación, sino a las conexiones e interrelaciones
efectivas que en el pasado pudieron darse, de modos diversos, entre intelectuales.
Finalmente, una tercera posibilidad para lo global en la historia intelectual residiría en las
representaciones o formas de conciencia supranacionales desplegadas por las elites
letradas. Una global intellectual history así dispuesta, según la exposición programática de
Moyn y Sartori, no se vería en la necesidad de elegir por alguna de las tres opciones, sino
que se compondría de la suma de todas ellas.12

Pero la importancia otorgada al espacio ha conducido también a que se preste atención


a los intelectuales locales –en algunas formulaciones llamados intelectuales de provincia.
Se trata en este caso de producir otro tipo de quiebre en la asociación entre letrados y
nación, en favor ahora de vías de análisis de lo subnacional. En las perspectivas más
sofisticadas y de mayor nivel de reflexividad, se procuraría evitar un tipo de historia
intelectual localista y reactiva a los fenómenos nacionales y globales. Por el contrario, la

11
Giséle Sapiro (dir.), Translatio. Le marché de la traduction en France a l´heure de la mondialisation, París,
CNRS éditions, 2008.
12
Samuel Moyn y Andrew Sartori (eds.), Global Intellectual History, Nueva York, Cambridge University Press,
2013.
tarea es tratar de precisar los circuitos y dinámicas culturales que, en interacción con
ámbitos más amplios, imprimieron tonalidades a distintas ciudades, provincias y regiones
específicas.13

Giro contextual

En evidente vínculo con los desplazamientos hasta aquí referidos, quizás la


transformación más acusada experimentada por la historia intelectual en las últimas
décadas tiene que ver con la preocupación por los contextos. Allí donde la historia de las
ideas tendía a construir tradiciones de pensamiento relativamente estables, y a menudo
ajenas a los avatares históricos extratextuales, un nuevo énfasis en los regímenes de
historicidad, en las periodizaciones rigurosas, y en la inestabilidad de las ideas, ganó relieve
a la hora de estudiar los hechos de discurso. Como es sabido, esta disposición contextualista
reconoce una de sus principales fuentes de inspiración en la Escuela de Cambridge de
Quentin Skinner y John Pocock, pero no se agota en ella ni se ciñe estrictamente a su influjo.

En la perspectiva propiciada por Skinner, se trata de desmontar una serie de “mitologías”


que han rodeado a la historia de las ideas y, en particular, a los estudios del pensamiento
político. Pero no solo eso. La historia intelectual debe propender a reconstruir los
escenarios específicos en los que las figuras de la intelligentsia tuvieron actuación. Y con
ello, debe mostrarse sensible a la pragmática de los discursos, esto es, a tratar de
desentrañar los sentidos que los enunciados pudieron tener en distintas situaciones, y las
intencionalidades que informaron la praxis de los intelectuales en tanto actores históricos.14
Así, la historia intelectual debe volver sobre las preguntas clásicas de algunos cultores de la
historia de las ideas: ¿Para qué escribe o actúa un intelectual? ¿A qué público aspira,
quienes son sus interlocutores imaginarios? ¿En qué tramas institucionales, y bajo qué

13
Ana Clarisa Agüero y Diego García (eds.), Culturas interiores. Córdoba en la geografía nacional e
internacional de la cultura, La Plata, Al Margen, 2010.
14
Un compendio de los escritos de corte metodológico de Skinner puede hallarse en Quentin Skinner,
Lenguaje, política e historia, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes (colección Intersecciones,
dirigida por Carlos Altamirano), 2007.
lógicas sociales, deben ubicarse y tratar de comprenderse sus intervenciones?15 No es difícil
imaginar que una orientación de tal orden se encuentra en sintonía con los principios de la
sociología de los intelectuales de la escuela de Pierre Bourdieu, sobre todo en cuanto a la
preocupación histórico-social por relevar los mecanismos de adquisición de prestigio y de
autorización de la palabra letrada en diversos planos institucionales y sociales.16

En este punto, resulta interesante resaltar que estas perspectivas encuentran un ancho
campo de acción en el estudio de las ideas en América Latina. El peso de la tradición
ensayística y de las inflexiones clásicas de la historia de las ideas en el continente, confieren
a los enfoques contextualistas un venturoso camino histórico-crítico. Las imágenes aún
dominantes de las más célebres polémicas ideológicas, por caso, invitan a ensayar
aproximaciones que se ocupen de reponer el teatro histórico que las enmarcó. Desde ese
punto de vista, quizás pueda afirmarse que en nuestra región la historia intelectual apenas
ha dado sus primeros pasos.

A modo de cierre

Por lo que se ha podido observar, los tres desplazamientos metodológicos que hemos
sumariamente referido en este texto se encuentran notoriamente entrelazados. Lo que
hemos llamado giro material, giro espacial y giro contextual no son sino estribaciones
confluyentes dentro de la reorientación más general experimentada por la historia
intelectual en tiempo reciente.

Y sin embargo, quisiera concluir señalando que todo lo dicho no debe implicar una actitud
de desdén hacia la historia de las ideas tal como fue practicada secularmente en el pasado.
Hay que anotar al respecto que en algunos espacios de formación de nuevas camadas de
historiadores intelectuales, es dable percibir una virtual desconexión o ignorancia de la

15
En sus últimos textos, Oscar Terán hizo un esfuerzo, de inspiración pedagógica y con fines de alta
divulgación, por exhibir “el taller” de la historia intelectual. Consúltese por ejemplo su Para leer el Facundo
(Buenos Aires, Capital Intelectual, 2008), además de su Historia de las ideas en Argentina. Diez lecciones
iniciales, Buenos Aires Siglo XXI, 2008.
16
En América Latina, el principal esfuerzo en esa dirección ha sido capitaneado por el grupo liderado por el
sociólogo brasileño Sergio Miceli, de la Universidad de San Pablo.
propia historia de la literatura de ideas del continente. Frente a esa situación, sólo cabe
decir que una historia intelectual latinoamericana solamente es posible a través de una
actitud de diálogo y de recuperación de las ricas nervaduras estéticas y filosóficas que
informaron la tradición del ensayo y el cultivo de la historia de las ideas. Al fin y al cabo –y
esto es lo que una vertiente en exceso sociologizante a menudo olvida-, la materia prima
principal de la historia intelectual siguen siendo los conceptos, y las modalidades
argumentativas y las estrategias persuasivas con las que las elites letradas del pasado
procuraron movilizarlos.

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