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EDUARDO GALEANO
-
Palabras a modo de introducción.
Esta introducción tiene dos apartados, casi sin relación entre ellos,
pero transparentan dos componentes desde los cuales me puse en la
tarea de escribir este texto. Uno, el que se relaciona con el relato de
Galeano, arraiga en la tristeza ante su muerte y el deseo de hacerlo
presente, una vez más. Fue él, desde la palabra y la acción, uno de los
que nos acompañó en nuestros encuentros con los fueguitos que las
mujeres, los hombres y los niños de nuestra América, encienden todas
las noches para alimentar sus ilusiones. Con sus pequeños relatos,
pudimos descubrir a esos seres anónimos que recuperan en la escritura
de Galeano su nombre, su rostro, sus manos, sus amores y tristezas.
Como docente, muchas veces usé el texto con que inicio este artículo,
para comunicarle a los estudiantes que la evaluación educativa es algo
más y bien diferente a medir, controlar, certificar y poner notas. Lo usé
para invitarlos a que se apropien y desplieguen las herramientas de la
evaluación para ayudar a mirar y mirarse, intentando valorar lo que se
descubre, que por hermoso o infinito, nos cuesta conocer. Por eso, mi
agradecimiento al compañero y enorme escritor por prestarme su palabra
en mi tarea de ejercer artesanalmente, la enseñanza.
El segundo, tiene que ver con volver la vista atrás y recuperar una
intervención que realicé en un panel en el que me invitaron a participar.
Fue en la Universidad Nacional de Rosario, durante el VIII Congreso
Iberoamericano de Docencia Universitaria y de Nivel Superior (III CIDU)
que se desarrolló entre el 21 y el 23 de abril del 2014. Expuse allí algunas
ideas referidas a prácticas evaluativas que se están difundiendo en
algunas universidades argentinas. Dicha exposición se originó en dos
experiencias de evaluación vividas en los últimos meses del año pasado
que me preocuparon hondamente por su carácter burocrático. Dichas
experiencias iban a contracorriente de los sentidos que muchos hemos
acordado respecto al lugar que las universidades públicas de Argentina
deben ocupar, junto a otros colectivos institucionales, para contribuir a la
construcción de los saberes científicos y el pensamiento crítico en el
contexto de las políticas educativas del país. Aludía, en ese evento, a dos
prácticas referidas, como dije antes, al campo de la evaluación. Una tenía
como objetivo evaluar proyectos de investigación y la otra, evaluar el
desempeño de los profesores, en el marco de la denominada carrera
docente. Ambas forman parte de las prácticas frecuentes en la
universidad pública, pero esta vez, se hacían bajo un formato que llevaba
implícita una finalidad que no dudé en calificar de burocrática. Se trata,
pensé, de pseudo evaluaciones, que se resuelven y concretan mediante el
llenado de unos formularios creados desde la lógica de constatación, la
verificación y el control. En ellas están ausentes los sujetos, no estaban
los profesores ni físicamente ni en sus narrativas; solo las palabras
solicitadas en cada ítem. Tampoco estaban los sentidos con los que
intentaron abordar cada situación educativa y construyeron el encuentro
con los otros. El formulario no permitía recuperar los itinerarios propios
de la acción educativa e investigativa. Era un papel opaco para la
inscripción de reflexiones surgidas a partir de esas prácticas.
En esa intervención pensé que era nuestra obligación construir
pensamiento crítico sobre lo que se estaba instalando bajo el formato,
aparentemente neutro, de cumplir con el mandato institucional de evaluar
esos procesos, producciones y sujetos. Estoy convencida que hay que
someterlos a crítica porque no solo instituyen sentidos, sino que instalan
y consolidan, a través de dispositivos técnicos una concepción
tecnocrática de lo universitario, que poco tiene que ver con el espacio de
libertad, creación, transmisión y apropiación del saber humano, indagado
en situaciones concretas de una sociedad y unos sujetos particulares.
Pero creo que el tema quedó en esa exposición, a mitad de camino.
Había que retomar y profundizar de qué hablamos cuando hablamos de
evaluar las prácticas académicas. Por eso, en este artículo, me propongo
retomarlo desde un punto específico, que no fue abordado en esa
oportunidad: Por qué es valioso e imprescindible evaluar las prácticas,
como espacio privilegiado de trabajo con el conocimiento. Para ello, me
propongo detenerme, en primer lugar, en presentar algunos ejes de
argumentación acerca de la importancia de analizar la evaluación
educativa desde las prácticas que se construyen histórica y socialmente.
Una salvedad: No pretendo con este anunciado, separar teorías y
prácticas; muy por el contrario, creo que ambas se constituyen
dialécticamente, especialmente en el campo educativo.
Presentaré, luego, algunas aproximaciones a diferentes acepciones
del concepto de práctica, intentando mostrar la diversidad en dicho
campo semántico.
En tercer lugar, abordaré el tema de la evaluación de las prácticas
académicas, desde un enfoque que pretende posibilitar su comprensión y
valoración desde los sujetos que las construyen en situaciones
particulares.
Finalmente, expondré una propuesta exenta de neutralidad.
1
F. Beltran Llevador “Diseñar la coherencia escolar, bases para el proyecto
educativo”. Morata. 2000
del documento escrito, dándole a ambos una importancia singular y
permitiendo, con estas categorías, dar cabida a lo que sucede en la
práctica cuando se intentan comprender las acciones educativas
escolarizadas, concretas y particulares.
Gimeno Sacristán2, en el capítulo “El curriculum en la acción: los
resultados como legitimación del curriculum”, nos propone inicialmente,
pensar el Curriculum como partitura. Alude así a su cercanía con el texto
escrito de una obra musical, en el que se anotan los sonidos que han de
ejecutar los distintos instrumentos o voces y el modo en que han de
hacerlo. Si analizamos esta definición, se hace evidente como primer
componente, que se trata de algo que está anotado para que otros lo
ejecuten y que dicha anotación refiere tanto al contenido –notas, lugar y
valor- como al modo de ejecutarlas. Sin embargo, ningún músico ejecuta
la partitura de idéntico modo; todos la interpretan, aún aquellos que
desean ser fieles a quien la escribió. Emerge, entonces, en este desarrollo
un nuevo componente: la interpretación, que, más allá del campo musical,
consiste en el intento de explicar o declarar el sentido de algo. El
currículum en acción es, entonces, la interpretación que hacen unos
sujetos de aquella propuesta curricular, para incorporarla a la vida
educativa de instituciones concretas. Incluye, por ende, todas las
modificaciones o innovaciones que se concretan sobre la marcha.
La evaluación del curriculum requiere, desde la postura antes
enunciada, pasar de valorar las reproducciones del formato curricular, a
hacer foco en las resonancias, significaciones, apropiaciones de los
sujetos intervinientes, de esas finalidades y contenidos previamente
seleccionados, organizados y estructurados para ser enseñados.
“El curriculum previsto no genera por sí solo la experiencia que
significa la práctica, por muchas recomendaciones que su diseño
incorpore”3. Aún cuando se ha intentado elaborar “paquetes” que
contienen una serie de desarrollos didácticos que ofician sugerencias
para ponerlo en práctica, los profesores, al hacerlo, lo cambian, lo
2
J. Gimeno Sacristán (comp.) “Saberes e incertidumbres sobre el curriculum”.
Morata, 2010-
3
Ídem. Pág. 317
modifican, lo actualizan, lo transforman en función de sus propias
actuaciones.
Por su parte, Alicia de alba, al referirse a la evaluación curricular, la
define como:
4
A. De Alba “Crisis, mito y perspectivas” 1991 Pág. 133
situación particular. Hace décadas ya, Parlett y Hamilton hablando de la
Evaluación Iluminativa, decían que cuando un Proyecto ( Sistema de
Instrucción) se ponía en acción en un Medio de Aprendizaje, si dicha
interacción había sido potente, al poco tiempo, ambos habían cambiado:
ni el currículo era el mismo ni el medio en el que se incluyó permanecía
igual. Por ese motivo, la evaluación debía pensarse desde una propuesta
iluminativa, lo que les permitiera ver, a los sujetos intervinientes, qué era
en realidad lo que se estaba produciendo en ese encuentro, por qué
ocurrían esos procesos, qué significaciones les atribuían sus actores, etc.
Los referentes epistemológicos en los que se sustentaba este enfoque
eran, citados por ellos, la antropología cultural, la lingüística, la
etnometodología, el interaccionismo simbólico, la investigación
cualitativa. Estos autores que significaron junto a otros (Scriven, Stake,
Stenhouse, Mc Donald, por citar algunos) un importante quiebre con las
concepciones evaluativas vigentes en su época, siguen hoy siendo
referentes valiosos para los teóricos del campo.
La incorporación de estas miradas evaluativas, no solo al currículo sino a
los diferentes componentes de otros objetos educativos complejos que
se resignifican en las prácticas sociales, nos exige adoptar una
perspectiva singular respecto a las acciones y a los procesos de carácter
evaluativo. Si aceptamos que la educación como acción y como proceso,
es del orden de lo singular intersubjetivo que se construye en un espacio
demarcado por coordenadas históricas y culturales, si deseamos
comprender lo educativo para valorarlo, tomar postura y definir
decisiones, entonces, debemos hacer foco en evaluar las prácticas,
porque es allí donde los sujetos en situación, construyen acciones con
sentidos.
5
Diccionario Manual de la Lengua Española. Vox 2007 Larouse Edit.
En el campo de la educación, el tema de las prácticas es crucial. En mi
caso personal, uno de los primeros artículos publicados en la Revista del
IICE de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional
de Buenos Aires, se tituló: “La tensión teoría – práctica en la educación
superior”. En él, planteaba ya estas tensiones que observaba en este
ámbito, producidas por un particular modo de abordar la enseñanza de
las asignaturas.
6
Edelstein, G. (2011) “Formar y formarse en la enseñanza”. Edit. Paidós, Buenos
aires.
7
Ídem. Pág 29
8
J.Lave. Web site:
http://www.rafaelcastellano.com.ar/Biblioteca/ARTICULOS/JEAN%20LAVE.pdf visto:
28 de abril de 2015.
“La actividad situada siempre implica cambios en el conocimiento y la
acción y estos cambios son centrales para lo que entendemos por
aprendizaje”9. Una cambiante participación en los ambientes
culturalmente determinados, implica una cambiante comprensión de la
práctica, es decir, implica aprendizaje. El aprendizaje es central en la
comprensión de la práctica por el carácter permanente de improvisación y
creación que ésta tiene.
La autora rechaza la idea de que el aprendizaje se estudie como
algo que ocurre en la mente de las personas, así como que se investigue
el contexto en forma aislada, para relacionarlo luego con las prácticas de
las personas. El enfoque del aprendizaje in situ, por el contrario, trata la
persona, las acciones y el contexto social como una sola entidad.
Para Lave, el concepto de “contexto”, tradicionalmente pertenece a
una posición dualista, se lo considera como el recipiente estático,
residual para la acción social. Por el contrario, ella cree que el análisis del
contexto empieza con las contradicciones que surgen históricamente y
caracterizan a todas las instituciones y relaciones sociales concretas. Las
diferencias de poder, intereses y posibilidades de acción son
omnipresentes, sostiene Lave, diferenciándose así de los postulados del
enfoque dualista mencionado anteriormente.
Si toda acción particular se constituye socialmente y recibe su significado
de su ubicación en sistemas de actividad generados social e
históricamente, creemos que es imposible pretender comprender dichas
acciones –prácticas- sin conocer y atender a los sistemas de actividad
construidos grupalmente en esa sociedad. Las redes de significados no
se crean por acciones individuales sino que se constituyen mutuamente
en las relaciones entre sistemas de actividad y personas que actúan y
tienen un carácter relacional.
Retomando el eje de este apartado y apropiándonos de los aportes
de los autores citados, podríamos intentar anudar, provisoriamente,
algunas ideas que nos permitan abordar el siguiente punto. En el campo
semántico de las prácticas encontramos concepciones no solo diversas
9
Ídem. Pág. 1
sino antagónicas, que van desde las definiciones dualistas que
consideran la práctica como la aplicación y verificación empírica de la
teoría, a las que, como en el caso de la autora citada en los últimos
párrafos, estudia el aprendizaje generado en la acción social como algo
imposible de ser comprendido fuera del sistema de actividad que les
otorga significados.
10
Ídem. Pág. 1
menor, pero pueda evocar, por cercanía temporal, sus propias vivencias
de estudiantes como anclaje experiencial y referencial importante al
momento de pensar en el diseño de la enseñanza para sus alumnos. Sin
embargo, en ambos casos, hay algo que se escapa a lo previsto, a lo
conocido por ejemplo, en los tiempos que corren, las diferencias
culturales, subjetivas y cognitivas de los jóvenes hacen difícil la
aplicación automática de las propuestas didácticas. Además, la dinámica
particular que se genera en cada clase, grupo, curso e institución, desata
el intenso juego entre lo previsto (políticas educativas, diseño curricular,
programa de la asignatura, tiempos y espacios educativos, niveles de
logros esperados, etc.) que pretenden dar cuenta de los lineamientos
generales de la educación y la infinita variedad de procesos que ocurren
al interior de las prácticas de enseñanza y de aprendizaje. Dichas
prácticas, impactan de modo sustantivo en las interacciones que los
sujetos despliegan en torno al conocimiento. Pero no solo el encuentro
con los estudiantes genera estos movimientos. Las prácticas docentes se
instalan en instituciones que tienen su cultura, su matriz de aprendizaje,
sus valoraciones acuñadas en experiencias colectivas, sus modos de
relación con el conocimiento. Parafraseando a Lave, el docente no llega
solo a un mundo deshabitado. Se incorpora a instituciones cargadas de
significados y donde posiblemente encontrará a otros que lo ayuden a
transitar su proceso de inclusión y los movimientos que en él y en la
institución, esto genere.
Por eso, mi intención es hacer foco en la importancia de la
evaluación de las prácticas docentes como una construcción situada en
relación con otras prácticas sociales y, por ende, cambiante, no solo en
una dimensión histórica mayor, sino dentro de la cotidianeidad de la vida
universitaria. Si la tarea docente es concebida de este modo, el desafío es
pensar cómo evaluar lo cambiante, lo inesperado, lo que no se puede
prever con antelación, que no es de la incumbencia exclusiva de uno sino
de muchos que habitaron ese espacio antes que él. Espacio de
interacción que, además, ahora se transforma en el juego situacional
actual con el encuentro de, nuevos sujetos.
Intentaré a continuación, plantear algunos ejes para pensar el diseño
de la evaluación de las prácticas universitarias.
En primer lugar, si recuperamos el concepto de práctica
desarrollado más arriba, se hace evidente que su evaluación no
puede referirse sólo a las conductas y producciones de un sujeto
individual. Lo que cada profesor se proponga y construya, es parte
de un proceso complejo que va tomando formas en situaciones
particulares y circunstancias que lo provocan y modifican. En estas
situaciones se está en relación con otros que también intervienen
en ese mismo espacio. Intervenciones que no se agotan en las
acciones e interacciones, sino que construyen significados. Por
eso la evaluación comprensiva requiere de las perspectivas
históricas y culturales que actúan como referentes del proceso
evaluativo. Será importante, entonces, sistematizar los relatos que
los actores institucionales hayan formulado a través de la
transmisión oral, los documentos y las producciones académicas,
para echar luz sobre el por qué y el para qué de sus acciones en
esos contextos que no estuvieron nunca vacíos sino colmados de
significaciones atribuidas por ellos mismos.
En segundo lugar, el intento de evaluar las prácticas no puede ser
pensado como una acción de un evaluador o un grupo reducido- de
técnicos externos- a dichas prácticas. Requiere, posiblemente, de
la participación de personas con saberes específicos del campo de
la evaluación educativa, pero especialmente, necesita de todos los
que intervienen en dichas prácticas. Cada sujeto colectivo, desde
su situación, intereses, experiencias y necesidades, observa y
valora determinados componentes de esas prácticas. Recuperar
estos puntos de vista permitirá un conocimiento y comprensión
mayor del objeto en cuestión. Además, cada uno tiene el derecho,
como integrante de la comunidad educativa y como ciudadano, a
emitir su juicio de valor respecto a cuestiones que lo involucran.
Aprenderá, de este modo democrático, a construir argumentos que
resulten válidos y convincentes para otros. También, el hecho de
participar en la evaluación, facilita los procesos de apropiación y
transferencia de los resultados de la evaluación, a otras prácticas.
En tercer lugar, la evaluación de las prácticas educativas debería
constituirse en una producción de actos públicos, siempre que no
se lo confunda con un informe técnico, de carácter primordialmente
jerárquico y competitivo. Debería ser una invitación a pensar, con
otros, los proyectos, los aconteceres, los significados atribuidos a
las prácticas educativas. Como las universidades públicas forman
parte de las políticas públicas en el ámbito educativo, deben ser
evaluadas también desde ese lugar. Si observamos el mapa de la
desigualdad educativa y social del mundo y en especial de América
del Sur, ¿cómo no evaluar las prácticas universitarias desde su
incidencia en este antiguo y doloroso problema? Si tomamos nota
de las diferencias entre los saberes de los jóvenes de sectores
populares con los que requieren las carreras universitarias ¿cómo
no evaluar las prácticas de estas instituciones en relación a este
otro problema? Si se observa cuáles son las preguntas que los
distintos colectivos sociales se formulan en cuanto a las políticas
públicas ¿cómo no evaluar lo que se crea en las universidades
como aporte a estos temas?
En cuarto lugar, considero que las herramientas privilegiadas de
esta evaluación, coherentes, pertinentes y sensibles para captar la
información cualitativa, cambiante, construida artesanalmente en
situación por sujetos sociales colectivos, son aquellas que nos
permitan observar, conocer, registrar, comprender e interpretar
esos procesos dinámicos. Necesitamos reconocer y recoger, para
la evaluación, las perspectivas, referentes, criterios y valoraciones
de quienes están construyendo esas prácticas. Debemos reconocer
el diseño inicial de la propuesta educativa, para confrontarlo con lo
que realmente se fue construyendo y logrando, no para medir las
diferencias y distancias, sino para intentar reflexionar qué, cómo y
por qué surgieron las distintas interpretaciones. Para eso, la
observación, el registro sistemático, las entrevistas individuales y
grupales, la devolución como forma de validación pero también de
profundizar en el conocimiento del objeto, el informe sometido a
consideración de los actores, son, ciertamente instrumentos
valiosos para trabajar en la evaluación de y desde las prácticas.
Finalmente, es difícil pensar en esta evaluación en solitario. Si mis
prácticas no son solo una construcción individual, si los sentidos
que le atribuyo a lo que hago son, también, una construcción
emergente en los social y cultural que me incluye, si, al ser
prácticas educativas, desatan procesos con otros y en otros,
entonces, el carácter colectivo o grupal de la evaluación es
necesario y pertinente. No niego con esto los componentes y los
momentos de decisión personales en las construcciones prácticas
del quehacer educativo, pero creo que es en la reflexión compartida
con el otro que podremos construir procesos y juicios valorativos
sin la carga de la violencia del poder que otorga su ejercicio desde
ciertos lugares. La argumentación valorativa es una práctica
importante en una sociedad democrática y democratizante, porque
en ella se aprende a enlazar información e interpretación,
exponiéndola y exponiéndose en el espacio de lo público, cuando
el objeto de que se trate, sea de interés para ese colectivo.
Como decía Galeano en el relato con que inicié este texto,
necesitamos que otro nos ayuden a mirar.
Bibliografía: