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La Muerte de la Familia
Antes de que comencemos a hacernos preguntas cósmicas sobre la naturaleza de Dios o del
Hombre, surgen ante nosotros históricamente otras cuestiones más concretas y personales: «¿De
dónde he venido?», «¿De dónde me han traído?», «¿De quién soy?» (Todas ellas antes de
preguntarnos «¿Quién soy?». Vienen luego otras preguntas, que raramente conseguimos articular,
pero que presentimos, como: «¿Qué www.lectulandia.com - Página 13 pasaba entre mis padres
antes y durante mi alumbramiento?» (Por ejemplo, «¿He nacido de un coito con orgasmo o qué
pensaban que estaban haciendo?»); «¿Dónde estaba yo antes de que uno de los espermatozoides
de él rompiera uno de los óvulos de ella?»; «¿Dónde estaba yo antes de ser yo?»; «¿Dónde estaba
yo antes de poder preguntar quién soy a mí mismo?».
En resumen, es necesario revisar todo nuestro pasado familiar; recapitularlo todo para liberamos
de una manera personalmente más eficaz que quedar apresados por un amor ambiguo, que
convierte en víctimas por igual a los padres y a los hijos.
Si no dudamos nos convertimos en dudosos ante nuestros propios ojos y nuestra única opción es
perder la visión y contemplarnos con los ojos de los demás, los cuales, atormentados por la misma
irreconocible problemática, nos verán como personas debidamente seguras de sí mismas y que
dan seguridad a los demás. En realidad nos convertimos en las víctimas de un exceso de seguridad
que deja a un lado la duda, y en consecuencia destruye la vida, sea cual fuere la forma en que la
vivamos. La duda hiela y hace bullir al mismo tiempo la médula de nuestros huesos, los mueve
como dados que nunca se arrojan, toca una secreta y violenta música de órgano entre las
diferentes calibraciones de nuestras arterias, retumba ominosa y afectuosamente en nuestros
tubos bronquiales, en la vejiga y en los intestinos. Es la contradicción de toda contracción
espérmática y es la invitación y el rechazo de cada fluctuación muscular vaginal. En otras palabras,
la duda es real si podemos encontrar el camino de retorno hacia esa especie de realidad. Pero
para ello hay que eliminar los falsos caminos del atletismo y del yoga ritual; rituales que lo único
que hacen es confirmar el complot familiar para externalizar la experiencia corporal a través de
actos que pueden llevarse a cabo al margen de una relación auténtica y según un horario que
evoca esa disciplina del retrete a que nos sometían en el segundo año de nuestra vida, o incluso
antes, cuando «nos sentaban», y que tiene como objetivo hacernos olvidar el equilibrio exacto
entre la posibilidad de evacuar o retener una caca que sentimos claramente.