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SOCIOLOGÍA

LECTURA
Los orígenes del capitalismo o la fábula de la cigarra y la hormiga
Al principio del capítulo que dedicó a ‘la acumulación originaria’, Marx reserva recomendada por Franklin con extrema prudencia. Para su persona
comienza discutiendo -con una cuota de indignación y fina ironía- las ‘nada’ le destina a su riqueza; únicamente es dueño del sentimiento irracional
explicaciones ‘idílicas’ respecto a los orígenes del capitalismo, que encumbren de ‘cumplir llanamente en su profesión’.
el verdadero proceso histórico para resaltar los méritos de los capitalistas: Weber, Max, La ética protestante y el espíritu del capitalismo
‘Los orígenes de la primitiva acumulación pretenden explicarse relatándolos
como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos -se nos dice-, había,
de una parte, una élite trabajadora, inteligente y sobre todo ahorrativa, y de ACTIVIDAD
la otra, un tropel de descamisados, haraganes, que derrochaban cuanto tenían Estos textos contienen dos versiones diferentes sobre el origen del
y aún más. Es cierto que la leyenda del pecado original teológico nos dice capitalismo.
cómo el hombre fue condenado a ganar el pan con el sudor de su rostro; pero Indica con tus palabras cuál es la diferencia entre las dos explicaciones.
la historia del pecado original económico nos revela por qué hay gente que
no necesita sudar para comer. No importa. Así se explica que mientras los
primeros acumulaban riqueza, los segundos acabaron por no tener ya nada
que vender más que su pelleja. De este pecado original arranca la pobreza de
la gran masa que todavía hoy, a pesar de lo mucho que trabaja, no tiene nada
que vender más que a sí misma y la riqueza de los pocos, riqueza que no cesa
de crecer, aunque ya haga muchísimo tiempo que sus propietarios han dejado
de trabajar.’
Marx, Karl, El Capital, cap. XXIV, ‘La acumulación originaria’

El tipo ideal de empresario capitalista


Weber, en cambio, exalta las virtudes personales de los primeros capitalistas:
Entre los empresarios capitalistas, el ‘tipo ideal’ encarnado en algunos
individuos dignos de ser considerados, en nada puede compararse con este
tipo común o afinado del ricachón despreciable. Uno detesta la ostentación,
el lujo superfluo y la satisfacción que pudiera darle su poder: siente aversión
hacia las señales externas de la consideración social que se le brinda, debido
a que lo hacen sentir incómodo. Su conducta ofrece más pronto signos de un
ascetismo (insistiremos reiteradamente en el significado histórico de este
fenómeno al que nosotros consideramos de tanta importancia), demandados
imperiosamente por Franklin en su ‘amonestación’. De manera especial, no Max Weber realizó
asidua, pero sí fácil, hallamos en él una modestia un tanto más franca que la un retrato muy positivo de los primeros empresarios capitalistas

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