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Palabra uno
Haya vivido bien hasta el día de hoy, haya vivido mal, pero
he experimentado mucho. Había de todo en esta vida: y disputas,
y cotilleos penosos, y lucha, y riñas indignas... Pero ahora,
cuando ya se ve el final del camino, cuando estoy agotado y
cansado con el alma, me quedo convencido de la infructuosidad
de mis buenas aspiraciones, de la vanidad y fugacidad de la vida
humana.
Y me tortura la duda: ¿a qué dedico el resto de mis días?
¿De qué me ocupo?
¿Intentar a aliviar los sufrimientos del pueblo? Imposible. El
pueblo es incontrolable. A esto sólo se arriesga uno a quien el
destino le tiene preparadas la ingratitud y maldiciones de la gente
o los jóvenes que tienen el corazón caliente y desconocen todavía
la amargura de un fracaso. Y a mí, ya que conozco esta verdad,
sálvame Alá de esta tentación.
O tal vez, ¿criar las manadas? No quiero. Que los hijos
críen el ganado, si les hace falta. Sería un pecado gastar las
últimas fuerzas en aligerar la existencia de los ladrones, malvados
y pordioseros.
¿Seguir penetrando la ciencia? No me sale. No hay nadie a
quién le pueda pasar mis conocimientos y tampoco hay quien que
me las pueda dar. ¿Para qué sirve lo de estar tumbado en el
desierto sobre un trozo de tela cara y con un arshín en las manos?
Si no hay uno con quién pueda compartir las penas y las alegrías,
la ciencia se convierte en una carga y te hace envejecer más
rápido.
Quizá, ¿dedicarme a dios? No lo consigo. Para la fe, ante
todo, es necesaria la calma. ¿De dónde puede surgir la piedad, si
ni en mis sentimientos, ni en mi vida cotidiana no hay quietud ni
por asomo? Esta tierra no soporta a los rezadores.
¿Ocuparme de la educación de los niños? No puedo. Lo
haría si supiera qué y cómo hay que enseñarles y si en general lo
necesita la gente que veo hoy día. No me imagino el futuro de los
niños, ni la aplicación digna de su enseñanza y sus fuerzas, por
eso desconozco los caminos de educación.
Por fin decidí: papel y tinta serán mis compañeros e iré
anotando todos mis pensamientos. Tal vez, a alguien le agrada
alguna de mis Palabras y él se lo apunta o simplemente guarda en
la memoria; y si no – mis palabras se quedan conmigo, según se
dice.
En ello me quedé y ahora no tengo otra ocupación que el
escribir.
Palabra dos
En mi niñez en varias ocasiones escuché sobre los kazajos
que se reían de los uzbekos al verlos: ¡Ay, vosotros, vestidos de
faldones y con su charloteo incomprensible en vez de la lengua
normal! ¡No vais a dejar ni un brazado de junco podrido!
Vosotros, que por la noche confundís un arbusto con un enemigo,
hacéis la pelota en la cara y a espaldas calumniáis a la gente. Por
eso su nombre sea ―sart‖, que significa ―golpeteo‖ o ―crujido
alto.‖
También se reían los kazajos de los nogayos-tártaros. ―Eh,
tártaros, tenéis miedo a los camellos, en un corcel os cansáis,
descansáis cuando vais a pie. Sois hábiles como los osos, y su
nombre no debe ser nogayos, sino ―nokayos‖ – torpes. Por esta
razón, en todas partes veo eso: soldado – tártaro, prófugo –
tártaro, abacero – tártaro‖.
Se reían de los rusos también. ―Los pelirrojos lo hacen todo
que se les de la gana. Al ver una yurta en la estepa infinita, se
acercan a todo correr y creen en todo lo que les dicen. Hasta
pedían mostrarles el ―uzun kulak[1]‖ y en cuanto uno lo ve, ya se
conoce sobre él en el otro lado de estepa…
Me reí con alegría y orgullo al escuchar estos relatos. ―O,
Alá, -pensaba yo, entusiasmado, - resulta que mi gran pueblo no
se puede compararlo con nadie.‖
Y ahora veo, que no hay planta que no la cultivara un
sart[2], no hay fruto más delicioso que el del jardín de un sart. No
hay país donde no hubiera estado un sart con negocios, tampoco
hay cosa que él no pueda maniobrar. En la ciudad las personas
están demasiado ocupadas para vigilar una a otra y por eso son
más unidas que nosotros. Antes fueron ellos quienes vestían a los
kazajos. Incluso cambiábamos a nuestro ganado por sus mortajas
para los muertos, y por el ganado estábamos a matar tontamente
uno a otro. Cuando vinieron los rusos, los sartes nos adelantaron
de nuevo, adoptando su artesanía. Y riqueza, y piedad, y destreza,
y cortesía – todo lo tienen ahora los sartes.
Miro a los tártaros. Aguantan el servicio militar, resisten a
la pobreza, superan la desgracia y siguien queriendo a dios. Saben
trabajar sudando la gota gorda, saben cómo se gana la fortuna y
cómo se vive con lujo. Echan de su casa incluso a nuestros
ricachones más selectos: ―¡Nuestro suelo luce y no es para que tú,
kazajo, lo manches con tus zapatos sucios!‖
Y de los rusos no vale la pena mencionar. No podemos
compararnos ni con su servidumbre. ¿Dónde está nuestra
jactancia, nuestro orgullo por la estirpe, sentimiento de
superioridad sobre nuestros vecinos? ¿Dónde está mi risa alegre?
Palabra tres
¿Por qué los kazajos se miran uno a otro con miradas
malignas? ¿Por qué no tienen compasión por sus familiares, no
tienen sinceridad? ¿De dónde y cómo entraron la holganza y la
pereza a la sangre de un estepario orgulloso?
Hace tiempo los grandes sabios notaron: cada perezoso es
cobarde y abúlico; y un abúlico es siempre vanaglorioso; un
vanaglorioso además de ser cobarde es tonto también; y tonto
siempre es ignorante y deshonroso. Los deshonrosos se
convierten en los seres tacaños, insociables e incapaces, inútiles
para todo el mundo.
Esto es lo que pasó con nosotros. Y la causa de ello es el
abandono de labranza, comercio, artesanía y ciencia. Pensamos
solo en cómo incrementar nuestros rebaños e manadas, abastecer
con ganado no solamente a nosotros mismos, sino también a
nuestros hijos. En cuanto lo logramos, los rebaños se entregan a
los pastores y nosotros, ricachones recién aparecidos, no hacemos
nada más que llenar el buche con la carne, hasta hartarse y
bebemos el kumís[3] embriagante, nos divertimos con las
guapetonas, disfrutamos de la carrera de corceles. Si empieza a
faltar el espacio en nuestros invernaderos, empezamos a regatear
o pelearnos con los vecinos: se ponen en uso los pliegos,
sobornos, venganza sangrienta. El afectado, en su turno, oprime a
algún otro vecino.
Y una vez nació la idea: es mejor que la gente se ponga más
pobre, ya que cuanto más pobres hay, más barata es su mano de
obra, más espaciosos son los pastaderos y más indefensos son sus
invernaderos. Soñamos con que nuestros enemigos empobrezcan
y ellos nos desean que nos arruinemos. Y entonces, decidme, ¿es
posible que deseemos lo bueno uno a otro?
Nos enemistamos uno con otro, empezamos a pelearnos,
separamos en grupos y, para guardar nuestras riquezas y
pastaderos, pusimos a reñirnos por el poder. Nadie se quedó
aparte de este torbellino. La gente no dejaba sus tierras natales
para aprender menesteres desconocidos, no trabajaba en los
campos, no procuraba sacar el provecho del comercio. Se
comerciaba sólo consigo mismo, uniéndose a un partido o a otro.
Los ladrones no desaparecían- eran necesarios para las disputas.
En cambio la mejor gente fue calumniada, contra ella se iniciaban
los casos criminales, se buscaban los testigos falsos. Y todo esto
les cerraba a los honestos el acceso al poder.
Algunas personas calumniadas y humilladas pedían la ayuda
a los todopoderosos, y en este caso la estepa perdía a un hijo
honesto más. Y una persona más orgullosa tenía solo un camino -
vivir el resto de la vida en un calabozo.
Los regentes de vólost[4] lograban su posición con astucia y
perfidia y apoyaban a los injustos, ya que es mejor ser amigos con
gente semejante que estar a malas. La astucia no tiene límites – no
es posible determinar quién te engaña mañana.
Ahora se usa mucho el proverbio: ―No juzgas la persona por
sus hechos, sino por sus intensiones‖. Resulta que la gente cree
que no se puede conseguir nada con el trabajo honesto, pero todo
puede ser logrado con un engaño.
¿Qué es la causa de origen de esta desgracia?
Un regente del vólost se elige cada tres años. El primer año
pasa con los enfados ligeros de la gente que lo había elegido, con
los reproches mutuos y trapacerías. El segundo año pasa en la
lucha del regente con el candidato a su cargo: hay que intentar de
vencerlo mucho antes de las elecciones. El tercer año está lleno
con promesas, ya que cada uno quiere guardar el puesto del
regente para siguiente período.
Veo como en este alboroto mi pueblo degrada y con cada
año se pone más inmoral.
Es difícil verlo.
¿Por qué, por ejemplo, no elegimos el regente de vólost de
la gente que obtuvo la educación en ruso? Si no hay tales, el
regente debe ser designado por el jefe de distrito o por el
gobernador militar. Habría menos intrigas. Sería bueno, si
tampoco nosotros eligiéramos a los jueces, sino éstos fueron
delegados; no andarían ellos con pies de plomo con miedo a los
cabecillas esteparios. Había menos calumnias.
Los beyes[5]- jueces esteparios - traen daño, ya que han
perdido totalmente las buenas tradiciones antiguas. No cada bey
recuerda ahora las ―verdades viejas‖, legadas por el Esin – kan, o
―el buen camino‖, hecho por el Kasym-kan, o ―siete códigos de
leyes‖, dejados por el sabio Tauke. Y eso que hay que saber
también cuales de estas leyes y reglas son prescritas y no
corresponden al espíritu del tiempo, impidiendo al camino de una
nueva vida. ¿Dónde buscar a los buenos beyes? Casi no quedaron.
Con razón decían nuestros abuelos: ―Dónde hay dos beyes,
nacen cuatros disputas‖. El sentido de estas palabras es que el
número par de los beyes nunca conlleva a una opinión común. Se
piensa que es mejor elegir tres beyes de cada vólost. Escoger los
más dignos y para un plazo permanente. Entonces, la sustitución
de cualquiera de ellos sería un acontecimiento significante y una
advertencia sobre justicia para el resto de ellos. Pero los beyes no
deben resolver pleitos directamente. Yo lo veo así: las partes
reñidas eligen a un defensor para cada una y un intermediario y
estos tres llevan un caso concreto. Si el caso no es resuelto, les
ayuda uno de los beyes, que podemos elegir por el sorteo, por
ejemplo.
Podríamos resolver muchas disputas en nuestra vida por tal
método, ¿no?
Palabra cuatro
Se ha notado mucho tiempo atrás que la risa es como una
borrachez. La risa tonta – es una señal de despreocupación, ella
hace doler la cabeza como las charlas de un borracho. La
despreocupación conlleva a ruina, a empobrecimiento de la mente
y hechos deshonrados. Pienso que esta gente que se ríe de manera
tonta es de igual infeliz tanto en este mundo, como en el otro.
La razón y la atención llevan al bienestar y la gente que
posee estas cualidades es, como regla, de otro carácter. Por cierto,
esto no debe significar que hay que estar siempre triste, rendirse a
los pensamientos tristes y sufrir fuertemente por cada fracaso.
Esto es una carga insostenible para un ser humano. Simplemente
hay que olvidarse en un trabajo sensato y no en la risa tonta. Hay
gente y gente, y para aquellos que se encierran en su desgracia,
sufren en su pena, como en cautiverio, para ellos el trabajo es el
único salvamento.
No os alegréis de las acciones malas de la gente. Es lo
moismo que ver una desgracia y vuestra risa debe ser amarga. La
risa amarga es siempre dócil.
Alegráos cuando la persona comete un buen hecho, ya que
habéis visto un buen ejemplo. El sentido de este hecho
determinará la duración de vuestra risa. Pero hay risa de la cual os
quiero advertir. No nace en el pecho, no va del corazón, sino solo
cambia la cara. Puede ser linda y sonora, pero es una risa falsa y
multiforme. ¡Desechadlo, gente!
Uno nace llorando y muere enfadado. Sin saber dónde está
la felicidad, la gente destruye su vida, cazando moscas. La gente
va persiguiendo uno a otro, se pavonea, acumula la riqueza y
cuando llega la última hora de su vida está dispuesta a dar todas
sus pertenencias por un día de vida. ¿Por qué la revelación llega a
la gente tan tarde?
¿Y sería mejor desde el principio creer en su destino y
dedicarse a la labor? Entonces la tierra más escasa nos regalaría
sus frutos. En fin, ése es su propósito.
Palabra cinco
Cuando el pecho está lleno de tristeza, uno no puede
controlar a sí mismo. Y controlar la lengua - es aún más difícil.
Vi a los kazajos que suplicaban: "¡O, Allá! Conviértenos en
unos tan despreocupados como son los bebés". ¿Por qué
la adultez se convirtió en un peso para los kazajos? ¿Qué
inquietud les dobló?
Esta pena puede ser reconocida por varios proverbios. Aquí
están: ―Si te queda vivir medio día, reserva alimentos para todo el
día‖, ―Para un pobre, su padre es una carga‖, ―Para un hombre, su
ganado es más importante que su vida‖, ―El rico tiene una cara
brillante, la del mendigo es oscura‖, ―En el camino no tienen
hambre solo el valiente y el lobo‖, ―El generoso no tiene
enemigos‖, ―La mano que toma, aprende a dar‖, ―La razón es de
aquél, quién tiene la fortuna‖, ―El que no honra al hombre rico,
dará espaldas a Dios‖, ―Cuando tienes hambre, vete a la casa en la
que hay funerales‖, ―No vivas cerca del lago, donde no hay peces,
ni vivas en la casa, donde no conocen la misericordia‖.
¿Se menciona en estos proverbios el mundo, la ciencia, los
conocimientos y la justicia?
¿Quién está seguro que esta gente no le va a robar incluso a
su propio padre por el ganado?
Entonces, ¿por qué un adulto es más prudente que un bebé?
El niño tiene miedo al fuego, y a un adulto, no le asusta y el
castigo de dios. Los niños, cuando tienen vergüenza, están
capaces de hundirse en la tierra, y los adultos, por lo que yo sé, en
tales minutos ni siquiera esconden los ojos. Ellos están dispuestos
a renunciarte, si eres diferente. Y esto es mi pueblo que me
encanta y estoy en busca de una ruta a su corazón...
Palabra seis
Los kazajos tienen un proverbio: ―El principio del arte es la
concordia, el principio de la riqueza es la vida‖.
Pero, ¿qué es la unidad y cuándo nace un acuerdo?
Los kazajos creen que la unidad – es tener en común el
nombre, la comida, la ropa y la riqueza. Pero si es así, entonces
¿de qué sirve la riqueza y qué daño da la pobreza? Si uno tiene la
riqueza, a ti te unirán no sólo los familiares, sino también los
forasteros, personas de otras religiones. Las personas dejan de
buscar el pan en otros sitios. Pero te van a competir en tu primera
bocanada de fracaso, demostrar sus méritos y derechos, y luego
engañar uno a otro. ¿Qué unidad es esta? No, tal vez es la unidad
de la mente, pero no de la riqueza.
―Comienzo del bienestar en la vida‖... Vamos a especificar
¿qué vida es esa? ¿Carnal? ¿La que se llama vida en el cuerpo y
es determinada por el consumo de comida y la digestión? Pero
ella convierte a un hombre en un amante de vida y le hace tener
miedo de la muerte más que nada. Salvando su vida, está listo
para huir de los enemigos y obtener la fama de un traidor,
evitando el trabajo – convertirse en un perezoso.
Existe esta poesía:
Palabra siete
Desde el nacimiento, la vida de un bebé se compone de dos
diferentes inclinaciones.
Primera – es la necesidad de comer, beber y dormir, sin lo
cual el cuerpo del bebé no podrá constituir un refugio para el
alma, no podrá crecer y fortalecerse.
Segunda – es el deseo de conocer. Un niño se precipita a
todo lo que ven los ojos y escuchan las orejas: tiende las manos a
todo lo que luce, lo quiere tocar y probar su sabor, intenta
acercarse a una dombra[6] o a un flautillo al oír sus sonidos
inusuales. Al crecer, a él le interesa prácticamente todo: ladrido
de un perro, sonidos del aúl al atardecer, risa o llanto de la gente.
El bebé se pone intranquilo. ―¿Qué es esto?‖ ―¿Por qué resulta
así?‖ ―¿Para qué lo hacen?‖ Las preguntas de los niños hacen
perder la tranquilidad a los adultos.
El hombre se establece en la tierra, conociendo los secretos
de los fenómenos de la naturaleza o haciendo ciertas
conclusiones. Esto lo difiere del animal, le da el alma, significa
que tiene intelecto y voluntad.
Pero ¿por qué, al crecer, nosotros perdemos esta alta
aspiración a conocer el mundo? ¿Por qué no olvidamos a comer y
dormir si nos interesa algo desconocido, como a los niños? ¿Por
qué no seguimos a aquellos que crean la ciencia y descubren o
desconocido?
Debemos ampliar nuestro horizonte intelectual, multiplicar
las riquezas, acumuladas con un gran esfuerzo en las primeras
etapas de nuestra vida. Nos dominaban las ansias de saber y todo
lo demás se subordinaba a los impulsos del alma. Pero no
pudimos hacerlo. Alborotábamos y charlábamos como una
bandada de cuervos y no llegamos más allá de los conflictos de
nuestro aúl. Aterrizamos nuestras almas, dejamos de creer en
nuestros sentimientos, nos bastaba con la contemplación, sin
hundirnos en la esencia de las cosas. Lo justificamos con que con
los otros que vivían como nosotros, no les sucedió todavía nada
malo. Con el tiempo ya tuvimos las respuestas preparadas a unos
reproches razonables: ―Tu mente es para ti, la mía - para mí‖, ―En
vez de ser rico por cuenta ajena, es mejor vivir el propio escaso
intelecto‖, ―A cada uno lo suyo‖...
No hay más calor en el pecho, no hay más fe en el corazón.
Y los lejanos días de niñez ahora parecen más bellos.
Aquello era como una mañana y nosotros intentamos conocer el
alrededor. Y ahora somos adultos. Pero ¿Con qué somos mejores
que los animales que ven el mundo y no lo entienden? Nosotros
tampoco sabemos nada, pero apreciamos nuestra ignorancia y
defendemos nuestro derecho a quedarnos en la ignorancia.
Palabra ocho
¿Quién de nosotros es capaz de seguir un consejo sabio?
¿Quién está dispuesto a dar oídos a un precepto?
El bey y el regente de vólost están sordos.
No aspirarían al poder si apreciaran la sabiduría y quisieran
adquirir conocimientos. Pero no, ellos se creen el colmo de la
perfección y están seguros de que tienen el derecho de enseñar a
la gente. Y, claro está, en esto a un bey o un regente de vólost le
ayuda su poder. Al ponerse grandes, ahora, según piensan ellos, le
queda hacer grande su pueblo. ¿Cómo pueden permitirse escuchar
los consejos de otros y cómo pueden encontrar tiempo para ello?
El estatus les obliga a no meter la pata ante los jefes, no
agravar las relaciones con los perturbadores del aúl, no permitir
desordenes en el pueblo. Y siempre hace falta patrocinar a
alguien, salvar a alguien, y a alguien – tenerlo en el puño. ¿Será
fácil esto?
No, los elegidos por el pueblo están demasiado ocupados.
Los ricachones se creen dueños de, por lo menos, mitad del
mundo. Su mirada no baja a la tierra y sus pensamientos vuelan
incluso más alto. Según su opinión se puede comprar todo por el
ganado. Incluso el dios puede ser seducido por los regalos. El
honor, el deshonor, la razón, la ciencia, la fe, la gente no les
parece más cara que el ganado. ¿Es que la gente como ésta es
capaz de dar oídos a buenos consejos?
Hace falta pastar y abrevar las manadas, proteges contra
malvados, lobos e intemperie. Para ello son necesarios pastores
honestos y concienzudos y a tales no vas a encontrar ni a la luz
del día con una linterna.
No, los ricachones tampoco tienen tiempo para ello.
Y, por cierto, no van a escuchar tus consejos los ladrones,
malhechores y pícaros.
Quedan los pobres que tiran piedras por el rabo. ¿Cómo les
vas a enojar con la necesidad de obtener conocimientos, si ellos
ven el gran ejemplo de necedad de los regentes de vólost, de los
beyes, de os ricachones? Al pobre ya le basta de pena y tristeza
que desconocen estos bribones.
Palabra nueve
Mi posición acerca de mi pueblo es rara. No puedo entender,
si le siento aversión o si le quiero.
Si lo quisiera, sin duda ninguna habría aprobado su carácter
y entre todos los rasgos encontraría uno, digno de elogio. Mi
amor no dejara que mi fe se apagara, como si mis compatriotas
disponen de las cualidades de un gran pueblo. Pero no tengo esta
fe.
Y si no lo quisiera, no hablaría con los parientes, no les
pediría consejos, no les confiaría mis pensamientos más
recónditos. Simplemente no podría comunicarme con ellos y me
daría igual qué les pasa. Me mudaría para quitarles de la vista.
Pero tampoco pude hacerlo.
Será que en vano me considero un habitante de la tierra.
Sano con el cuerpo, me parece que estoy muerto y no sé cuál es la
razón de la desolación del alma: bien el despecho por mi pueblo,
o bien la insatisfacción con sí mismo, o cualquier otra cosa. Estoy
muerto con el espíritu. Me enfado, pero en mi pecho no nace
rencor, me río, pero mi corazón no se ahoga con alegría; hablo y
mis palabras me parecen ajenas.
En la juventud ni me imaginaba que podría dejar mi pueblo
y mudar a algún sitio: le quería y le tenía fe. Hoy día ya conocí
perfectamente a los kazajos y no veo ni rayo de esperanza para
futuro. Pero resultó que me faltaron fuerzas para irme al
extranjero y empezar una nueva vida. En fin, ¿para qué sirve este
intento?
Quizá, es para mejor cuando el pasado no te causa ni
tristeza: los últimos días podré vivir, confiando en el futuro y
teniendo esperanza de un milagro.
Palabra diez
La gente reza a Alá para tener hijos. Quieren que los hijos
les dieran de comer en la vejez, rezaran por ellos, no dejaran que
el hogar se apagara. ¿Son justos estos deseos?
No dejar que el hogar se apague...
O, tal vez, ¿la gente tiene miedo por el futuro de sus bienes
acumulados? El pensamiento de que uno se queda sin heredero, y
su propiedad sin dueño, remordía a mucha gente. Pero, ¿para qué
preocuparse de esto? ¿Para qué cubrir tus ojos con la niebla de
ansiedad antes de tu muerte? Hay un dicho: ―Un niño bueno es
una felicidad, un niño malo es una desgracia‖. ¿Será que uno
conoce qué hijo le mandará el altísimo? Y él pide a dios que
endorse sus sufrimientos y sueños fracasados a los hombros
débiles de su hijo. ¿Será capaz el hijo de aguantar esta
sobrecarga?
Y ¿son tan importantes los rezos del hijo?
Si durante tu vida hacías el bien para la gente, además de tu
hijo habrá mucha gente entristecida por tu muerte, y si cometiste
mucho mal, los rezos de tu hijo serán vanos. La gente muere
enfadándose y, de tal manera, sentencia a sus hijos a tareas
incumplibles. En esta tierra no había casos de que un padre
indigno educara una digna personalidad de su hijo.
Tampoco tiene sentido cuando dicen que el hijo dará de
comer a sus padres ancianos.
En primer lugar hay que saber vivir hasta la vejez, y esto
depende solamente de ti mismo. En segundo lugar, debe haber la
seguridad de que el hijo de verdad va a respetar las buenas
tradiciones de los esteparios. En tercer lugar, ¿quién no querrá
cuidarte si tienes el corral lleno de ganado?
Y un hijo que quiere a su padre no podrá alimentarlo si está
en la miseria, y también hay diferencia entre los hijos que saben
ganarse su pan e hijos que son capaces de compartir el último
pedazo con los padres. Dale gracias a Alá si tu hijo cuida de los
pobres e indigentes. ¿Y si no? ¿Vas a asumir el pecado de tu hijo
al cual le pediste a dios rezándote de día y de noche?
Los esfuerzos de la gente son graciosos.
Primeramente engañan a su hijo, prometiéndole juguetes o
dulces y se alegran si pueden divertir el bebé con ello. Luego lo
obligan a denigrar a sus vecinos- ya que los primeros que se
convierten en enemigos son los que están más cerca,- y se alegran
de nuevo. Pasa algún tiempo y la gente busca a un molá –
preceptor que no cobra mucho: les parece que es bastante que su
hijo solo aprende a leer y escribir. Durante esto al niño lo
convencer que los demás chicos solo le desean lo malo y lo
calumnian. Quisiera ver qué cosas buenas hará este chico a la
gente. No olvidéis: se lo pedía a Alá.
La gente ansia por la riqueza.
Pero no la piden al creador, ya que saben que el Altísimo les
dotó fuerza para trabajar e intelecto para aprender la ciencia. Pero
la fuerza no siempre se usa para el trabajo honesto y el intelecto a
menudo se derrocha en vano. Basta con ser prudente y saber
buscar y trabajar sin pereza, para que no desaparezca el bienestar
en la casa. Pero la gente desea la riqueza y se atreve a amenazas,
astucia, pordiosería.
Y así están derrotados el honor y la dignidad humana y
ganada la riqueza deseada. Usadla para obtener los
conocimientos. Si los mismos vosotros no sois capaces, pues que
lo hagan vuestros hijos, puesto que sin educación no hay vida ni
en este mundo, ni en aquél. Sin ella no valen nada sus rezos, ni
ayunos, ni peregrinaciones.
Pero tampoco conozco a una persona que, al ponerse rica
mediante la infamia, pueda encontrar una aplicación digna a sus
bienes.
Conocí a los ricachones que se alababan de una gran fortuna
y luego me encontraba con ellos como bancarrotas. No olvidaban
la pasada abundancia, pero no tenían vergüenza al andar con la
mano tendida.
Palanra once
La estepa se llenó con ladrones e instigadores.
Un ladrón intenta enriquecerse robando ganado y un rico,
como una víctima, trata de devolver su bien con creces. Los
servidores de justicia, por cierto, despellejan tanto al demandante,
prometiéndole compensar la pérdida, tanto al ladrón,
prometiéndole la libertad. Y los demás astutos tampoco pierden la
oportunidad de ganar. Y tienen varias posibilidades: pueden tanto
delatarle al ladrón, como ayudarle a esconderse o se puede
comprar lo robado a un ínfimo precio.
El robo prospera en el campo de incitación. Los
perturbadores entran a las casas como culebras y provocan la
gente a los pleitos. A unos les cuentas como convertirse en un
regente, a otros – como vengarse a sus enemigos y a terceros
como llenarse la bolsa. No tienen ni vergüenza, ni quietud y
corren hacia donde hay desafuero.
Se parecen mucho a los perturbadores los que tienen
poder. Para ellos es muy fácil azuzar la gente uno a otro y, como
si fueran vampiros, chupar la sangre de ellos. Lo hacen sin ningún
remordimiento. Y por esta bacanal sufre la gente simple. Ellos
siempre defienden a un pariente ofendido, tropiezan aúl contra
aúl, sangran, luego buscan a algunos aliados, en ciertas cosas van
contra la conciencia, venden el honor, la esposa, los parientes.
Con tiempo es difícil diferir por qué luchaban y con qué lo
pagaron.
Todos resultan ser atados con la pegajosa telaraña de
instigación e incorporados al latrocinio, olvidaron el trabajo
honesto. Los beyes olvidaron a pastorear el ganado, los pobres
pasan hambre. Los conceptos de juramento, amistad, honradez y
conciencia.
¿Cuandó habrá fin de todo esto? Se puede reprimir a los
ladrones, pero ¿cómo sujetar a los ricachones que multiplican a
los perturbadores?
Palabra trece
Ser pío significa creer en la omnipotencia y pureza de Alá y
aceptar el imán como la doctrina del profeta sobre la unidad del
Alá y la existencia terrestre.
Hay dos tipos de servicio a Alá.
Primero - cuando aceptan el imán sabiendo cómo se puede
protegerlo y reforzarlo con argumentos sensatos. Es la fe
consiente y podemos decir que los que la cumplen son píos.
Segundo - cuando la gente se pone beata por causa de los
sermones de molá o de lectura de los libros sagrados. Es una fe
ciega y la sigue la mayoría.
Debemos reconocer que la fe de los verdaderos creyentes no
puede ser vacilada ni la amenaza de la muerte, ni miles de razones
refinadas de miles de personas. No es difícil adivinar que tal gente
debe tener un corazón audaz, espíritu indómito, articulaciones
fuertes.
Y ¿cómo podemos llamar a los píos que desconocen los
secretos de la ciencia para propugnar el imán y no son tan fuertes
con el espíritu para seguir la fe ciegamente? ¿A los que hacen
pasar el negro por el blanco y el blanco por el negro y no sabe el
precio de un juramento? ¡Alá, sálvanos de tal gente! No hay
otra fe que la fe consiente y fe ciega y uno quien deforma al imán
que sepa: le espera un castigo. En esto se revelará la grandeza de
Alá y bondad del profeta.
Maldita sea la gente, cuya verdad consiste en este dicho
mentiroso que dice: ―No hay juramento que no sea roto con acero,
no hay pecado que no sea perdonado por Alá‖.
Palabra catorce
Lo más precioso que tiene la gente es su corazón. Para los
kazajos los conceptos como ―coraje‖ y ―cobardía‖ nacieron de la
palabra ―corazón‖. La gente dice que un batyr[7] es ―Zhu rekti‖ -
dzhiguit[8] con el verdadero corazón, a un cobarde lo llaman
―Zhureksiz‖ - una persona sin corazón.
Todas las mejores cualidades humanas, tales como
sensibilidad, compasión a la desgracia humana y filantropía nacen
en el corazón. Incluso el apuro sale del corazón. Y no hay mentira
cuando la lengua obedece al corazón y si la lengua miente, el
corazón está engañado simplemente.
Una persona con verdadero corazón da oídos a un consejo y
es fiel a su palabra dada; no podrá seguir caravana como un perro,
al revés, es capaz de traer a los perdidos a buen camino en las
condiciones más complicadas; está dispuesto a resignarse con la
verdad, por muy difícil que sea para él y sabe no aceptar la
injusticia. Así se imagina un batyr – una persona valiente y tenaz
que en su pecho no tiene un corazón de lobo, sino un apasionado,
humano.
Un kazajo también es un ser humano y a él ―al hombre es
errar‖, como a la demás gente. Pero no se equivoca porque es
tonto, sino porque le falta firmeza para escuchar la voz de razón.
Es la culpa del corazón.
No confío en uno que dice que cometió un mal por causa de
no entender.
Esto ocurre más bien por falta de voluntad y desdén a la
honra. Y al conocer el sabor de maldad, uno no se libera de ello
de golpe. Y no cada uno es para cumplir una hazaña de estas.
Además he notado que a los dzhiguitos a menudo les sumen
a desgracia, animándoles con apodos enfáticos: dzhiguito fuerte,
dzhiguito valiente, dzhiguito hábil... Pero está clarísimo que es
difícil decir que uno es un verdadero dzhiguito o simplemente un
hombre, si este había perdido la honra y no siente vergüenza,
perdió el control de sí mismo y comete una infamia.
Palabra quince
La diferencia entre una persona lista y una tonta para mi es, de
cierto modo, una medida para comparar lo contradictorio.
En realidad una persona lista intenta ser útil para la gente;
sus orejas están abiertas para consejos, y la memoria guarda la
tristeza. Ella siempre está buscando algo milagroso en el mundo,
algo inusual, y los días de esta búsqueda luego le parecen el mejor
período de su vida. Ella nunca se arrepiente de su pasado.
Una persona tonta no consigue encontrar su destino en la
vida. Se dedica sin pensar, a oficios vanos e inútiles. La juventud
no es para siempre, pero en tonto no piensa en ello. Rindiéndose a
las diversiones, se pone insaciable y una vez, cuando ya es muy
tarde, nota que el tiempo lo combatió. Así resulta que los mejores
años pasaron en faenas y la vejez es afligida con los arrepiento
amargos.
La tentación destruye a la gente. Ella enciende el fuego de
pasión en la sangre, y la pasión es una enfermedad, ya que le
emborracha a uno. El tonto que se rindió a la pasión es como un
imbécil que se pavonea y va sin gorra en un caballo salvaje,
cubriendo su quijote con los faldones de su bata.
El listo en este tiempo está logrando lo suyo sin hacer
mucho ruido, sin ponerse en berlina y sin perder la cabeza.
El que quiera ser considerado listo, debe una vez al día, una
vez a la semana o una vez al mes darse cuenta cómo había vivido
estos días, si había hecho algo útil para la gente, si ni le espera el
futuro arrepentimiento. Y puede resultar que no tiene nada que
recordar.
Palabra dieciséis
A un kazajo no le importa mucho su impecabilidad ante el
dios.
Él considera que es bastante con hacer lo que hacen los
demás. He aquí está cayendo sobre sus rodillas, orando, se levanta
y de nuevo se pone de hinojos. Podéis estar seguros que él honra a
dios.
Es interesante comparar esto con sus argumentos a un
comerciante que vino a aúl para recoger su deuda. ―Esto es todo
lo que pude encontrar, -dice, - si quieres, cógelo, si no - pues no
lo cojas. No puedo conseguir lo imposible sólo porque te tengo
una deuda‖. Con tal engaño puedes deshacerte del comerciante,
pero no podrás engañarle a dios. Pero, ¡qué tentativa!
Palabra dieciocho
Al hombre le conviene poner la ropa limpia, en buen estado
y bien hecha. Está mal cuando uno no se cuida y su ropa está
sucia y arrugada y es incluso peor cuando uno está obsesionado
con la pasión de vestirse por encima de sus medios y se pavonea
con su ropaje.
Existen dos categorías de currutacos.
Unos simplemente se preocupan mucho su aspecto: cuidan
su cara, pintan las cejas, arreglan el bigote y la barba sin parar, y
como si fueran unas coquetas, se timan y juegan con los dedos.
Otros sacan cierto provecho de la guapeza. Para ellos un
lindo vestido y unos buenos caballos son la fuente de existencia.
Por esto en las fiestas y banquetes estos currutacos están siempre
a la vista. Están acostumbrados a los elogios de mayores y las
amarguras de coetáneos y se alegran cuando los menores les
miran con envidia.
Todo esto es vergonzoso y tonto.
Uno no debe aficionarse por la guapeza ya que rindiéndose a
la tentación una vez, no es posible vencerla luego fácilmente y, en
consecuencia, uno pierde su cara. El intelecto, la educación, la
honra y el encanto. Nada más. Y tonto es el que quiera ascender
de otra manera.
Palabra diecinueve
El hombre no viene al mundo ya siendo inteligente. Se pone
así, escuchando a la gente, viendo sus hechos, trabajando con
sudor en la frente. Poco a poco empieza a diferenciar lo bueno de
lo malo, y si su destino es pasar por mucho, pues, sabrá mucho.
Uno adquiere conocimientos, memorizando las palabras de
los sabios. Pero cada conversación, por muy instructiva que sea,
por si misma, no da ningún resultado. De lo escuchado hay que
separar la verdad, de misma manera como un grano se libera de su
cáscara, y aplicarla con utilidad. Así se pule la mente de la
persona.
Pero existe otro lado de este proceso.
Si uno es presuntuoso y no pregunta al sabio sobre la parte
que no entiende, o, si uno es despreocupado y, al cruzar el umbral
de repente olvida lo escuchado, pues ¿qué provecho da lo que él
había escuchado las palabras sabias? Él resulta ser un desatento y
tonto, incapaz de apreciar la inteligencia. Tal vez, exactamente
sobre esta gente decía esto un sabio: ―En vez de enseñar a la gente
que no entiende las palabras, más vale pastorear los cerdos que te
reconocen‖.
1894
Palabra veinte
Como vosotros mismos sabéis, uno no puede cambiar su
destino. Y el destino, entre otras cosas, le obliga a experimentar el
sentido de saciedad. Este sentido es importuno y, al conocerlo una
vez, es difícil liberarse de él. Se puede renunciarlo al reunir
fuerzas, pero va a regresar infaliblemente y te vencerá al fin y al
cabo.
No hay cosa que no le aburra no solo a una persona
inteligente, sino también a una que por lo menos piensa. Todo
empalaga: y la comida, y los juegos, y la risa, y el elogio, y los
trajes, y banquetes, y amigos, e incluso mujeres. En todo uno
encuentra defectos y desorden, y su pasado sentido de afección
que parecía fuerte, se enfría. A ningún ser vivo se le dio la
permanencia. ¿Cómo después de eso se puede reprocharle a uno
su inconstancia?
Más a menudo encontramos la saciedad de la gente lista que
ha visto de todo en su vida y que experimentó más de una vez la
amarga vergüenza por los cercanos. Pienso que la gente se cansa
por la fugacidad de la felicidad. Y en tales minutos me parece
sobre todo que el destino de la gente tonta y despreocupada es
como una buena suerte.
Palabra veintiuno
No se puede evitar las alabanzas.
A unos les ensalzan porque ellos no alaban a sí mismos. Se
puede decir que estas personas tienen un alto nombre. Ellos
mismos consideran que pueden pasar por las picas de Flandes
ante de todo se preocupan por no pasar por tontos, imprudentes,
descarados, blanduchos e inútiles. Tienen miedo de tener la fama
de mentirosos, extorsionistas e chismosos, considerando que los
propietarios de tales rasgos son gente baja y, por supuesto, se
ponen por encima de ella. Es la propiedad de listos y
escrupulosos. Para ellos no es importante que no les van a alabar,
sino que no les atribuyan a la categoría de insignificantes.
Y otros, al revés, echan los hígados para obtener las
referencias halagüeñas. Están felices cuando les alaban y llaman
―bey‖, ―batyr‖ o ―gallardo‖. Y es raro que no quieran ni oír malas
palabras sobre sí, prefiriendo quedarse sordos.
Eso es una verdadera jactancia y los presos de ella se
dividen en tres categorías.
Primeros buscan las alabanzas que sorprendan a incluso a
los forasteros.
Representante de este tipo de fanfarrones, por cierto, es un
tonto, pero con esto sigue siendo un hombre.
Los segundos intentan obtener las alabanzas para lucir este
su pueblo. Sin duda, estamos hablando de una persona tonta por
completo y no muy válida.
Los terceros, reúnen las alabanzas como unos mezquinos
para que las valoren por lo menos en su propia casa. Estos,
indudablemente, son idiotas.
Y una cosa curiosa más. El que procura que su enemigo le
note, aspira a que la gente lo ponga por las nubes. El que quiere
ser respetado por la gente, lucha por tener elogios de sus paisanos.
Y entre los parientes cercanos el fanfarrón es el juez de sí mismo
y, por cierto, admira de sí mismo.
Palabra veintidós
¿Quién de los kazajos hoy en día merece el respeto y amor?
Los beyes son imposibles de respetar, ya que no los hay
como tales. Los beyes deben ser independientes y los que vemos
ahora no pueden manejar libremente ni su propia fortuna.
Peleándose con un rival, una persona rica contrata a una centena
de dzhiguitos para la defensa y les paga su servicio con el ganado.
Y con eso considera erróneamente que lo hace por su propia
voluntad. No, no se lo regala por su bondad, ni por su gratitud por
el favor. Por su naturaleza, el ricachón causa discordia y
disensión, multiplica a los granujas y caballeros de la noche y, en
al fin y al cabo, llega la hora de ajustar cuentas: el ricachón
mismo es la víctima de ellos y regala sus bienes a diestra y
siniestra.
Tampoco quedan los verdaderos mirzas – los nobles
hereditarios. La palabra ―mirza‖ en el lenguaje popular se
entiende como ―generoso‖. Pues hoy en día no encuentras a los
generosos y si tiras una piedra, infaliblemente vas a dar en un
mirza que lo único que sabe es tomar y dar sobornos. Verdadero
es el dicho: ―La mano que toma aprende a dar...‖
No, los mirzas de hoy tampoco merecen respeto.
Podríamos respetar a los beyes y los regentes de vólost, pero
ellos no recibieron su poder de dios. Lo compraron o lo
consiguieron a fuerza de pedir. Y después de esto, ¿cómo te
puedes obligar a inclinar la cabeza delante de ellos?
Es agradable respetar a la gente fuerte, pero entre ellos no
hay más los que se preocupen de hacer las cosas buenas. Y que
son fuertes en hacer lo malo nunca faltaban. ¿Acaso merecen ellos
el amor humano?
Hay ganas de respetar a los inteligentes, pero no quedaron
en la estepa los nobles y vergonzosos. Y para la astucia o perfidia
la gente siempre encontraba fuerzas. ¿Acaso esta gente merece la
atención humana?
Yo sí podría respetar a los testarudos desgraciados,
miserables y desgraciados, pero ellos a veces no se deciden a
sentarse sobre un camello tumbado y no por su timidez. Si se les
presenta esta oportunidad, pueden coger cualquier cosa mientras
el camello está levantándose
Quedan los pícaros y estafadores, pero éstos no se
tranquilizan hasta que te llevan a la tumba. Tú no les haces falta.
Entonces, ¿por quién preocuparse y a quién amar en este
mundo?
Resulta que sólo a los dóciles que siguen este proverbio: ―El
que desea la felicidad evita los pleitos‖ Ellos sufren unas
inauditas humillaciones de los ladrones, malvados y pícaros,
fallan incluso cuando ceden su propiedad sudada. El destino les
enseñó a dar con sumisión una mitad de su fortuna, para salvar la
otra mitad. No hay gente más modesta que ellos y, tal vez,
¡merece la pena desearles el bienestar!..
Palabra veintitrés
El hombre tiene una alegría y consuelo que no le rinden
honores.
Es la siguiente alegría: encuentra a un malvado en el pueblo,
o ve una acción mala de alguien, que el mismo nunca haría y se
siente estar en el séptimo cielo. ―Alá, ¡no me dejes a asemejarme
a esto! – nota con placer. – Y este uno se considera ser un
hombre. ¿Acaso no soy limpio en comparación con él? ¿No soy
radiante?‖
Pero, ¿será que el Altísimo le dijo que basta con ser mejor
de una mala persona? ¿Dónde está aquella mente lúcida que le
persuadió que él es bueno solo porque en el mundo hay gente
mala y tonta?
Cuando se reparten los premios de una carrera de unos cien
caballos, ¿tendrá sentido preguntarle al retrasado a cuántos rivales
él había adelantado? ¿Habrá alguna alegría de que después de él
llegaron, digamos, unos cinco o corceles?
¿Acaso el valor de una persona se define por compararlo
con gente mala y no con la mejor de toda?
A menudo uno encuentra el consuelo en lo que vive como
todos los demás. Часто человек находит утешение в том, что
будто бы живет как и другие. ―No hay nada vergonzoso si no
me destaco entre la gente, — piensa tranquilamente. – La fiesta
que se celebra con todos, es la mejor fiesta. Gracias al Altísimo
por el apaciguamiento.‖
Pero ¿acaso el Alá le hubiera dicho que basta con quedarse
atrás de la multitud? ¿O le contó que la multitud no se castiga por
él?
Quién sabe: ¿una sola persona está avanzando la ciencia o
ella es el patrimonio de todos?
Quién me responde: ¿la inteligencia es conjunto de
conocimiento de todos o una fuerza mental de una sola persona?
¿Y no será que la muchedumbre perdida necesita solo a una
persona —un clarividente?
¿Qué es mejo: cuando en una casa todos están enfermos o la
mitad de la familia está sana?
Qué es más fácil en un camino: ¿si todos los caballos están
agotados o si mitad de ellos es capaz de continuar la ruta?
¿Es mejor si por los pastaderos congelados se quiebra todo
el pueblo o solo un aparte de él?
¿Por qué, entonces, a un tonto le debe servir de consuelo la
existencia de unos imbéciles descerebrados?
¿Podrá un novio persuadir a su prometida, diciéndole que
tiene un olor malo de su boca solo porque así lo tienen todos en su
estirpe?
Es poco probable que su prometida será satisfecha y le dirá:
―Sé como todos en tu estirpe, no te destaques entre ellos‖.
Palabra veinticuatro
En el globo terrestre tiene más de dos billones de habitantes,
los kazajos representan acerca de dos millones.[9]
Los kazajos a su manera aspiran a la riqueza, a obtener
oficio y conocimientos, a su manera tienen amistades y
enemistades.
Los kazajos son completamente diferentes de otros pueblos:
sin quitar los ojos persiguen uno a otro, sin quitar los ojos se
pelean uno con otro, roban a sí mismos.
Ahora bien, en el mundo hay ciudades con la población que
supera tres millones de habitantes, se puede encontrar a muchas
personas que dieron una vuelta alrededor del mundo tres veces.
¿Por qué no nos interesa la vida de otros pueblos?
¿Será que nuestro destino es siempre andar a la greña uno
con otro? ¿Ser el hazmerreír para todo el mundo? O ¿tal vez
llegue un día cuando entre los kazajos desaparezca el robo,
mentira, chismes y discordia, y un día ellos aprendan a multiplicar
sus rebaños de manera honesta y asimilar los artes y menesteres
de otros pueblos, adquieran los conocimientos?
Cuesta trabajo creerlo, viendo unas doscientas personas
ansiando cien cabezas de ganado y sabes que no se tranquilizan
hasta que eliminen uno a otro.
Palabra veinticinco
Palabra veintiséis
Un kazajo está feliz a rabiar cuando en una carrera
complicada su corcel llega primero, cuando gana un luchador que
es su paisano, cuando un halcón que él había criado con éxito
derrota a un pájaro, cuando su galgo coge a un animal. Estoy
seguro que en la vida no hay más felicidad para él.
Pero, ¿cómo puede ser tan grande la felicidad por la
superioridad de un animal ante el otro o por predominio de un
hombre sobre su rival? Y además no el mismo y no es su hijo
quien ganó en el torneo de luchadores, y no ellos mismos son
quienes llegaron primeros en sus corceles. Así resulta que esta
felicidad es pasajera y asordece dentro de su pueblo. Esto produce
unos pensamientos amargos. Resulta que los kazajos no tienen
otros rivales y enemigos que los kazajos mismos y disgustan uno
a otro con las victorias en unas competiciones insignificantes. Y
¿se puede elevar al rango de heroísmo lo malo que se hace a un
cercano? Desearle mal a otro significa contradecir a las leyes de
chariá y perjudicar la hacienda propia y ajena, ir en contra de
juicio.
Me amarga que algunos aceptan la derrota de su corcel
como su propia y siente vergüenza por este fracaso.
No solo los kazajos tienen caballos de carreras veloces. Y un
pájaro de caza y un galgo pueden ser la fortuna de cualquiera: hoy
los tiene uno, mañana otro; y los dziguitos fuertes nacen en varios
aúles. Tampoco son constantes las victorias de un u otro luchador
en los torneos y no siempre los galgos halcones están en forma. Y
parece que en esto no hay nada vergonzoso. Pero yo conocía a la
gente que más bien quisiera que le tragase la tierra que ver el
fracaso de su aúl en una competición.
A partir de esto, concluyo que la gente ignorante se alegra
de lo que no debería. Y con eso se alegra de tal modo que en
realidad pierde la cabeza y, como si estuviera borracho, habla y
no entiende el sentido de sus palabras. Y siente vergüenza por lo
que no es nada vergonzoso y cuando al revés hay que levantar la
cabeza con orgullo, baja la mirada. Todos estos son frutos de
ignorancia.
Y cuando a esta gente le dicen sobre esta desgracia suya,
están de acuerdo con tus argumentos. ―Tienes razón, — te hacen
eco, — la tienes, no hay nada más que decir‖.
Yo no les creo, ya que sé que mañana volverán a hacer lo
mismo.
Es imposible demostrar a estas personas todo lo falso de sus
costumbres. Incluso si logras persuadirles, son incapaces de
cambiar. Son como los animales que no cambian sus hábitos.
Solo el miedo fuerte o la muerte liberan a los débiles de la
vergüenza. Yo, por ejemplo, nunca encontré a la gente que
regresara a la vida sensata, renunciando sus malas inclinaciones
con facilidad, que reconociera sinceramente su culpa ante sí
mismo y siguiera el juicio por su buena voluntad.
Palabra veintisiete
(Según Sócrates)
Palabra veintiocho
Palabra veintinueve
Palabra treinta