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Literatura apócrifa

Cuando alguien usa el sustantivo “apócrifo”, inmediatamente piensa en algo falso, lleno
de mentiras. En el lenguaje bíblico, apócrifo significaba texto no canónico (oficial) y, por
consiguiente, no inspirado. Tenemos apócrifos del Primer y del Segundo Testamento. Sin
considerar los numerosos fragmentos de textos, podemos hablar de 52 libros del Primer
Testamento y 60 del Segundo. Es verdad que los primeros cristianos y sus sucesores, usando
el sentido común, supieron seleccionar los testimonios escritos sobre la vida de Jesús y sus
seguidores. Un libro que no era usado por las comunidades tenía menos valor que otro que era
ampliamente conocido. La lista de los libros canónicos sólo fue definida en el Concilio de
Trento, en el año 1546, aunque ya en el siglo IV podemos hablar de un canon (lista de libros)
del Segundo Testamento. Sin embargo, antes ya habían sido propuestos los cánones de
Marción, en el año 150 de la E.C., y de Muratori, en el 200.

LA OTRA LITERATURA SOBRE PEDRO


Pedro fue un líder apostólico de incontestable valor en los comienzos del cristianismo.
A él debemos la herencia de una fe inquebrantable en Jesús, como una “piedra”. Discípulo y
apóstol, humano y santo, Pedro se convirtió en modelo del seguidor fiel del maestro Jesús. La
Biblia nos ha legado muchas informaciones sobre su perfil, tenemos también una vasta
literatura alternativa apócrifa que narra historias y hechos sobre su vida.
La literatura apócrifa nos ofrece reflexiones teológicas sobre temas importantes
del cristianismo emergente, así como otros datos sobre la pasión, muerte y
resurrección de Jesús. Muchas de esas enseñanzas, escritas siglos más tarde, se
atribuyen a Pedro o a las comunidades que estuvieron unidas al ministerio apostólico
de este prominente líder en los orígenes del cristianismo.

Pedro en los libros apócrifos


La literatura apócrifa sobre Pedro reúne varios libros y fragmentos de textos. Entre los
apócrifos que tratan de Pedro, destacan:
- Evangelio de Pedro. Apocalipsis de Pedro.
- Hechos de Pedro y los doce apóstoles. - Hechos de Pedro.
- Epístola de Pedro.
- Epístola de Pedro a Felipe.
- Fragmento La Hija de Pedro.
- Fragmento El primado de Pedro.
Otros apócrifos mencionan también a Pedro:
- Evangelio de Bartolomé.
- Evangelio de María Magdalena.
- Evangelio de los Hebreos.
- Pistis Sophia.
- Tránsito de María.
- Evangelio de la infancia Según san Pedro.
- Libro de san Juan Evangelista (el teólogo).
- Evangelio de Tomás.
- Libro de Juan, arzobispo de Tesalónica.
- Apócrifo de Santiago.
El hecho de que haya tantos escritos que hablan de Pedro y de su controvertida
actuación apostólica es señal de que este hombre tuvo un papel preponderante en el comienzo
del cristianismo.

El evangelio de Pedro, escrito posiblemente en Antioquía de Siria entre los años


120 y 130, es la tradición más antigua no canónica sobre la pasión de Jesús. Según esta
tradición, el Jesús resucitado se aparece a los discípulos solamente al final de la semana de la
Pascua. El Evangelio de Pedro fue encontrado en el año 1887, en la tumba de un monje, en
Akhmin (Egipto). Pedro aparece como narrador de los hechos ocurridos en torno a la pasión de
Jesús.
Apocalipsis de Pedro: en el fondo, se parece a la Epístola de Pedro a Felipe. En
el escrito tiene un papel preponderante la defensa del liderazgo apostólico de Pedro. Pedro es
un gnóstico perfecto; conoce la verdadera esencia de Jesús, el Salvador, y por eso es modelo
para los iniciados en la gnosis. Apocalipsis de Pedro fue escrito posiblemente al final del siglo II
o comienzos del III en Siria o en el norte de Palestina.
Hechos de Pedro y los doce apóstoles fue escrito, probablemente, por un judío
gnóstico en los inicios del siglo III. Pedro orienta a los discípulos para que permanezcan firmes
en la fe de Cristo, el Salvador del mundo e Hijo de Dios. Predica las prácticas evangélicas que
les llevarían, inevitablemente, al Reino de los Cielos, como por ejemplo el anuncio de la
Palabra, la pobreza, la mortificación, el ayuno, el rechazo de los deseos del mundo.

En Hechos de Pedro y los doce Apóstoles, Pedro y los otros diez discípulos reciben el
encargo de Jesús de curar a los que creían en él, sobre todo a los pobres. Los ricos deben ser
evitados en el trabajo misionero. Al relatar los hechos que culminan en esta petición de Jesús,
Pedro cuenta que los apóstoles, después de la resurrección y antes de la ascensión,
decidieron salir en misión para anunciar la Buena Noticia. Tomaron un barco y llegaron a una
ciudad llamada Deshabitada. Pedro estaba buscando alojamiento y encontró a un vendedor de
piedras preciosas. Pensando que era un habitante del lugar, le preguntó por la hospedería. El
vendedor de piedras, que era el propio Jesús disfrazado, le respondió que también era
forastero.
El vendedor estaba bien vestido, pero los ricos del lugar no hicieron caso de su presencia,
pensando que estaba bromeando con ellos, pues no se presentaba con los vestidos propios de
un verdadero vendedor de piedras. Sin embargo, los pobres y los mendigos fueron a su
encuentro y le pedían que, al menos, les mostrase una piedra para conocerla. El vendedor
invitó a los pobres y a los apóstoles a que le acompañaran hasta su ciudad, llamada Nueve
Puertas. Allí les regalaría una piedra. Los habitantes del lugar preguntan a Pedro sobre las
dificultades que tendría ese viaje. Pedro les dice que había oído hablar sobre los problemas
que encontrarían en ese viaje. Después, él mismo hace preguntas a Litorgoel, el vendedor,
sobre el significado de su nombre y sobre la dificultad del viaje a su ciudad. En cuanto al
nombre, Litorgoel le responde que significa “Dios de la piedra brillante”. Después, le enumera
varios problemas que pueden surgir en el viaje. Le dice que no tienen que preocuparse, pues él
conoce a Jesús. Pedro reúne a los apóstoles y se ponen en camino en dirección a Nueve
Puertas. El viaje transcurre de manera tranquila y superan todos los obstáculos. Al llegar al
lugar, Pedro pide a un médico, que era Litorgoel (Jesús) disfrazado de nuevo, que les lleve a
casa de Litorgoel. El médico les dice que les llevaría con mucho gusto, pero se muestra
admirado de que conozcan a Litorgoel, pues se revela a pocos, y añade: “Descansad un poco,
mientras curo a ese hombre y regreso”. Cuando volvió, llamó a Pedro por su nombre. Pedro se
asustó y preguntó cómo sabía su nombre. Litorgoel le respondido con otra pregunta: “¿Quién
te puso el nombre de Pedro?”. Pedro respondió:
“Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios vivo, es el que me dio el nombre”. Litorgoel le dijo: “Yo
soy, reconóceme, Pedro”. Litorgoel se quitó el disfraz. Los apóstoles lo adoraron y le
preguntaron qué debían hacer.
Jesús les pidió que volviesen a la ciudad de donde habían venido (Deshabitada) y
predicaran allí a los que creían en su nombre, y que entregasen a los pobres los bienes
necesarios para la supervivencia. Pedro le dijo a Jesús que, de acuerdo a sus enseñanzas,
habían dejado todo para seguirle. Jesús les dijo que su nombre era la “Piedra Preciosa”, la
riqueza que necesitaban. Les entregó una caja con medicinas y les dijo: “Curad a los enfermos
de la ciudad que crean en mí”. También les pidió que no comieran y que no se hicieran amigos
de Los ricos.

La Epístola de Pedro a Felipe fue escrita en griego y traducida después al saídico


(copto). Datada entre los siglos II y IV, la epístola proviene del ambiente cristiano gnóstico y
tiene como objeto defender el primado y el liderazgo de Pedro entre los apóstoles.

El Kerigma de Pedro es también un apócrifo del que tenemos sólo fragmentos


sueltos, que tratan sobre la misión de los Doce, las orientaciones de Pedro acerca de la
predicación y una invitación para no honrar a Dios a la manera de los griegos y hebreos.

El fragmento La hija de Pedro, según la opinión de la mayoría de los especialistas en este


texto, debe verse como una parte del apócrifo Hechos de Pedro. Posiblemente, el fragmento
fue extraído de la obra y circulaba entre las comunidades para reforzar el ideal del grupo de los
cristianos encratistas, quienes defendían la vida célibe y negaban el matrimonio y cualquier
relación sexual.
Pedro tenía una hija muy guapa, llamada Petronila. No era paralítica, sino que se
convirtió así por obra de Dios, a petición de Pedro. Cuando Petronila nació, Pedro tuvo una
visión en la que escuchó la siguiente revelación: “Pedro, hoy ha nacido para ti una gran
tentación. Tu hija causará mal a muchas almas si permanece con salud”. Pedro no dio
importancia a esa visión. Sin embargo, cuando Petronila cumplió diez años, comprendió todo.
Sucedió que ella y su madre estaban en un baño público mixto, como era la costumbre del
pueblo, cuando un joven hacendado, de nombre Ptolomeo, contempló la belleza de Petronila y
la deseó. Pedro y su mujer no aceptaron la petición del pretendiente. Ptolomeo raptó a la joven
y Pedro, al saber lo ocurrido, pidió al Señor que fuese preservada su virginidad. En el mismo
instante, Petronila se convirtió en paralítica. Ptolomeo, asustado con la situación, ordenó a sus
criados que depositasen a la joven, bella y paralítica, en la puerta de la casa de Pedro. Éste y
su esposa la recogieron y agradecieron a Dios por haber preservado a la joven del escándalo,
la pérdida de la virginidad. Ptolomeo, de tanto llorar por lo ocurrido, acabó ciego. Entonces
tomó la decisión de ahorcarse. Estando en su habitación, una gran luz envolvió la casa y una
voz le dijo: “Ptolomeo, los vasos de Dios no se han dado para la ruina y la corrupción. Era
necesario que tú, que has creído en mí, no profanases a la doncella, a la que deberías ver
como una hermana, pues yo soy para vosotros dos un solo espíritu. Levántate y vete en
seguida a casa de Pedro, el apóstol. Allí verás mi gloria y él te aclarará el asunto”. Y así
sucedió. Ptolomeo fue a casa de Pedro y, como dice el texto, comenzó a ver con los ojos de su
corazón y de su alma. Cuando Ptolomeo murió, dejó escrito en su testamento que una parte de
sus tierras fuera para Petronila. Pedro, responsable de la herencia, vendió la tierra y repartió el
dinero entre los pobres.
Según el escrito apócrifo, Pedro contó esta historia a una multitud que se reunió un domingo
para presentarle los enfermos y que los curase. Una persona se enfrentó a Pedro diciéndole
cómo podía curar a tanto enfermo mientras mantenía a una hija paralítica en su casa. Pedro
sonrió a quien le interrogaba y para que todos tuvieran la certeza de que podía curar a su
propia hija, dijo a Petronila: “Levántate de ese lugar sin que nadie te ayude, excepto Jesús;
camina, ya curada, ante todos los presentes y ven a mi encuentro”. Así pasó. Mientras la
multitud, maravillada con lo ocurrido, agradecía a Dios, Pedro dijo a los presentes que Dios
todo lo puede. En seguida, pidió a su hija: “Regresa a tu lugar, siéntate y vuelve nuevamente a
ser paralítica, pues eso es bueno para ti y para mí”. Y la hija de Pedro murió paralítica, pero
virgen.

Pedro y la hija del hortelano


En el apócrifo Pseudo-Epístola a Tito, perteneciente al ciclo de los Hechos de Pedro,
se encuentra la narración de un hecho también curioso en la vida de Pedro, en relación a las
mujeres, llamado La hija del hortelano. Se cuenta que un hortelano tenía una hija única y
virgen. Fue a Pedro y le dijo que rezase para que Dios hiciese por ella lo que fuera mejor para
su vida. Pedro rezó y la joven cayó muerta. El hortelano, como no comprendió que Dios había
hecho lo mejor para su hija, es decir, concederle la muerte y la virginidad eternas, pidió a Pedro
que la resucitase. Pedro atendió su ruego. Unos días después, un hombre, que se hacía pasar
por creyente, se hospedó en casa del viejo hortelano, sedujo a su hija y los dos huyeron juntos
y nunca más se les vio.

Hechos de Pedro es un texto de carácter piadoso, escrito entre los siglos III y IV
para satisfacer la curiosidad de los fieles respecto a Pedro, su actividad misionera y su muerte
en Roma.

A continuación ofrecemos un resumen de la obra, la cual comienza con la escena de


Pablo en Roma, en la cual ha convertido a mucha gente, y se marcha a España. (cap 1 al 3)
El capítulo cuarto de los Hechos de Pedro tiene el carácter de transición. Pablo se ha
marchado a España. Pedro no ha llegado todavía. El que sí ha llegado a Roma ha sido Simón
Mago, que cosechaba éxitos tan clamorosos como para que se le etiquetara con los títulos de
"dios de Italia" y "salvador de los romanos". Sus artes mágicas habían logrado embaucar a
gran parte de los cristianos, que se preguntaban incluso si no sería el Cristo esperado. El
hecho es que muchos habían apostatado de las enseñanzas de Pablo y se habían pasado al
bando de Simón. Clamoroso fue, sobre todos, el caso del senador Marcelo.
Pedro era el gran esperado. La comunidad cristiana estaba desconcertada. El
presbítero Narciso, el mismo que aparece citado en Rom 16, 11, resiste los embates de Simón
y de los suyos. Y con él resisten dos mujeres que residían en el albergue ( hospitium) de los
bitinios y otros cuatro cristianos que ya no podían moverse de casa. La situación de los fieles
era realmente desesperada. Entre los que se mantenían en la recta fe, Narciso era presbítero,
las dos mujeres eran extranjeras, los otros estaban impedidos. Estos pocos fieles a la
predicación de los Apóstoles se habían recluido para orar continuamente pidiendo a Dios por el
regreso de Pablo o de algún otro que pudiera neutralizar el efecto demoledor que la magia de
Simón estaba causando en la comunidad cristiana.

La llegada de Pedro está narrada de forma detallada a partir del capítulo quinto de los
HchPe. Todo empieza con el ruego que le hace Cristo en una visión intimándole que vaya a
Roma para deshacer la obra deletérea de Simón. El relato da detalles del viaje, de su trato con
el capitán Teón a quien bautiza en alta mar, del desembarco en Putéoli. Los hermanos le
informan de la situación creada por la predicación y las artes mágicas de Simón, y le ruegan
que ponga remedio a tanto desastre. El mismo Marcelo, amigo del emperador y modelo de
caridad para con los pobres, había caído en las redes del Mago, quien residía incluso en su
casa. Fue allá a donde se dirigió Pedro en persona para retarle a un debate. El portero
transmitió a Pedro las órdenes de Simón: Tengo el encargo de decirte tanto si vienes de día
como de noche: "No estoy en casa".
Ante la turba que le acompañaba, Pedro envió a un perro, que allí estaba atado, para
que fuera a comunicar a Simón un mensaje. El perro tomó milagrosamente voz humana y dijo
que Pedro había venido a Roma para contrarrestar la acción del Mago seductor de las almas
sencillas. El prodigio de las palabras del perro produjeron un efecto fulminante. Simón quedó
desconcertado, Marcelo se convirtió nuevamente a la fe de Pedro, y sus criados escarnecieron
a Simón y lo expulsaron de la casa de su protector. Pero Simón tuvo la osadía de presentarse
en la casa del presbítero Narciso, donde Pedro residía para retarle formalmente adelantándole
que le demostraría que había puesto su fe en un simple hombre judío, hijo de un carpintero.
Éste era el calificativo que le daban sus paisanos de Nazareth según el relato de la visita que
hizo Jesús a su pueblo (Mt 13, 55; Mc 6, 3).
Llegamos así al capítulo 15. Pedro realiza un nuevo milagro similar a otros de este
Apócrifo. Había allí una mujer que tenía un niño de pecho de siete meses a quien estaba
dando de mamar. Pedro se dirigió a ella y le dio un encargo muy simple: "Baja ahora mismo y
verás a uno que me busca. Tú no tienes por qué responderle, sino guarda silencio y escucha lo
que el infante, que llevas en tus brazos, le dice". En efecto, el infante, tomando voz de hombre,
espetó a Simón este alegato: "¡Oh ser detestable para Dios y para los hombres, oh exterminio
de la verdad y semilla pésima de corrupción; oh fruto estéril de la naturaleza! Durante breve
tiempo, aparecerás como un ser diminuto, pero después te aguarda una pena eterna. Nacido
de un padre sin pudor, nunca echas tus raíces en el bien sino en el veneno. Raza descreída y
desprovista de toda esperanza, no has quedado confundido por los argumentos del can; yo, un
infante, me veo obligado por Dios a hablar, y ni aún así enrojeces de vergüenza. Pero aunque
no quieras, el sábado que viene te conducirá otro al Foro Julio, para que quede demostrado
quién eres. Apártate, pues, de la puerta, donde se conservan los vestigios de los santos. Ya no
corromperás a las almas inocentes, a las que pervertías y contristabas, pues en Cristo se
mostrará tu perversísima naturaleza y se caerá toda tu maquinación. Y ahora digo mi última
palabra. Así te dice Jesucristo: “"Por el poder de mi nombre, cállate y sal de Roma hasta el
próximo sábado”".
Simón no respondió al contundente alegato del infante. Simón Mago se retiró de Roma
y residía en un establo. La mujer regresó con su hijo a donde estaba Pedro, y contó a todos los
presentes lo que su bebé había dicho al Mago. Ello sirvió para que los fieles vieran un ejemplo
más de lo que Dios puede hacer para revelar su voluntad a los hombres.

Embutida dentro de la historia de Simón Mago contada por Pedro se encuentra el


episodio de Eubula. Todo se desarrolla en Judea, concretamente en Jerusalén según todos los
indicios. (El encuentro de Pedro con el Mago Simón se realizó en Samaría según los Hechos
de Lucas (Hch 8, 18ss)). Pedro, consciente de que Simón "hacía mucho mal con sus
encantamientos", se encargó de ahuyentarlo de Judea. El Mago habitaba en casa de Eubula,
"mujer muy honorable en este mundo, poseedora de oro abundante y perlas de no escaso
valor". Con él vivían otros dos personajes a quienes nadie podía ver excepto el mismo Simón.
Sirviéndose de sus artes mágicas se llevaron todo el oro de la buena mujer.
Ella, que tenía a Simón por un "ser divino", sospechó de su servidumbre que la habría
despojado de sus riquezas aprovechando el revuelo que la presencia del personaje había
desencadenado. Eubula, en efecto, creyendo que sus criados eran los culpables de los hurtos,
empezó a atormentarlos diciéndoles: "Con ocasión de la llegada de este hombre divino me
habéis despojado porque visteis que había entrado a mi casa y honraba a una mujer sencilla"
Pedro, enterado de lo que pasaba en la casa de Eubula, ayuna y ora con intención de
esclarecer los hechos. Tiene una aparición de dos hombres, Itálico y Antulo y de un niño
desnudo. El niño declara que la desaparición de las joyas de Eubula es fruto de la magia de
Simón auxiliado por sus dos satélites. Y promete ofrecer una prueba irrefutable de los hechos.
En la puerta que lleva a Neápolis Pedro mismo será testigo de la venta de un satirisco de oro
con incrustaciones de piedras preciosas por parte de los colegas de Simón a un joyero de
nombre Agripino. Deberá llevar criados de Eubula que identifiquen la joya como perteneciente
a su señora. El niño de la visión estaba en todo.
Pedro en persona se dirige a la casa de Eubula, a la que encuentra desolada, con los
vestidos desgarrados, llorosa y desgreñada. Lo primero que le dice es que se levante de su
postración, arregle su rostro, ordene sus cabellos, tome vestidos decentes y ruegue al Señor.
Le comunica luego los resultados de su visión y le promete la recuperación de los objetos
perdidos. Le explica que Simón usa un lenguaje engañoso y melifluo que fácilmente enreda a
las personas sencillas. Su lengua estaba llena de palabras bonitas mientras su corazón lo
estaba de impiedad. Eubula cuenta que había hecho donación de cuantiosos bienes para que
los distribuyera entre los pobres. Simón los había usado para engrosar su propia bolsa. Así
explicaba su caso ella misma al apóstol Pedro: "Hombre, ignoro quién eres. Yo había acogido a
Simón como a un ministro de Dios, y todo lo que me pidió para socorro de los pobres lo he
dado por su mano en gran cantidad, y a él, personalmente, le entregué, además, muchas
cosas. ¿Qué daño le he podido hacer para que maquinase tanto mal contra mi casa?"
La maniobra de Pedro, sugerida por la visión, se realiza según los planes previstos.
Los dos amigos de Simón se presentan a la hora anunciada para vender el satirisco robado.
Reconocida la joya por los servidores de Eubula, son detenidos los cómplices de Simón y
sometidos a tormento. Confiesan que todo lo han hecho por insinuación del Mago que les
había prometido dinero. Y cuentan que junto a la puerta habían enterrado muchas de las
riquezas sustraídas a Eubula. Simón se acercó para comprobar la marcha del negocio.
Comprendió lo que ocurría y emprendió la huida de manera que no volvió a aparecer por
Judea. Eubula recuperó todo lo perdido, se lo entregó a los pobres, creyó en Jesucristo y se
fortaleció en la fe.

Convertido Marcelo a la doctrina de Pedro, purifica su casa para librarla de cualquier


vestigio del paso de Simón. No contento con eso, congrega a las viudas y a los ancianos para
que oren. Cada uno recibirá una moneda de oro. Pedro se presentó en la mansión del
magistrado y contempló el espectáculo de las ancianas viudas. Pero le llamó la atención una
ancianita ciega a quien su hija llevaba de la mano hacia la casa de Marcelo. Pedro se
compadeció, pronunció unas palabras sobre la luz que nos viene de Jesús, y devolvió la vista a
la anciana diciéndole: "Acércate, madre; desde hoy te ofrece su diestra Jesús, por el que
poseemos una luz inaccesible que no pueden cubrir las tinieblas. Él te dice por mi medio; Abre
los ojos, ve y camina sola”(AV 20, 1). La viuda alcanzó a ver "cómo Pedro le imponía las
manos" (AV 20, 2).
El Apóstol dirigió a los asistentes a la reunión un largo y profundo discurso como
exégesis del evangelio que se acababa de leer. Recordó en él su experiencia sobre el Tabor, la
gran luz que envolvió a los apóstoles testigos. Pedro pensó que quedaría ciego. Pero Jesús le
tomó de la mano y le levantó. Al referir que ya podía ver a Jesús como hombre sin los
resplandores de la transfiguración, desarrolló el tema de la polimorfía. Jesús es tan polifacético
y tan grande que cada cual puede verle según su propia y personal capacidad.

Pero había allí un grupo de viudas ancianas y ciegas que eran paganas. Pedro no
tenía conocimiento del dato. Pero ellas, conocedoras del milagro que el Apóstol había operado
en la ciega curada, levantaron la voz y se pusieron a gritar. Si Pedro había curado a una de
ellas, ¿por qué no extender a las demás el mismo beneficio? Ellas también tenían fe y
esperanza en Cristo. Lo confesaban abiertamente: "Estamos sentadas aquí juntas, Pedro,
esperamos en Cristo y creemos en Él. Lo mismo que has dado la vista a una de las nuestras,
te suplicamos, Pedro, señor, que extiendas también a nosotras la misma piedad y misericordia"
(AV 21, 1-2). El Apóstol respondió a su ruego diciendo: "Si vosotras tenéis fe en Cristo, si
estáis confirmadas en esa fe, ved con la inteligencia lo que no veis con los ojos; y si vuestros
oídos están cerrados, que se abran dentro de vuestro ánimo. Esos ojos, que no ven otra cosa
que hombres, bueyes, mudos animales, piedras y leños, se volverán a cerrar. Pues no todos
los ojos ven a Jesucristo. Pero ahora, Señor, que tu dulce y santo nombre socorra a estas
ancianas. Toca sus ojos, porque tú puedes hacer que vean con sus propias luces"
Fue así como Pedro imploró para todas ellas la gracia de la visión. En efecto, hubo un
relámpago en la sala que dejó deslumbrados y sin sentido a los asistentes. Y mientras los
demás yacían aterrados, las ciegas eran las únicas que se mantenían en pie. El relámpago de
luz había penetrado en sus ojos, de manera que todas habían recobrado la vista. Pedro les
preguntó qué era lo que habían visto. Unas respondieron que a un anciano; otras que a un
joven adolescente; otras que a un niño que tocaba sus ojos. La explicación está en la esencia
de Dios, "que es mucho más grande que nuestros pensamientos, tal como hemos comprobado
por estas viudas ancianas, que han visto al Señor unas de una forma, otras de otra".

El fragmento El primado de Pedro forma parte del bloque de textos que fueron
redactados en lengua copta. La fecha está entre los siglos V y VII. En ese fragmento, Pedro es
confirmado por Jesús en su papel de líder apostólico.

Pedro y su rechazo al liderazgo de Magdalena


Algunas comunidades conservaron textos apócrifos en los que se describe a Pedro
como misógino, es decir, alguien que siente aversión y desprecio por las mujeres. Su aversión
estaría relacionada propiamente con el liderazgo y el consiguiente poder que las mujeres
ejercían en los inicios del cristianismo. Muchas comunidades, influidas por el gnosticismo,
describían a Pedro de modos opuestos. Algunas lo presentaban como modelo de gnóstico,
otras fueron implacables con él, sobre todo en relación a la mujer. Algunos pasajes de los
evangelios apócrifos nos muestran esta relación conflictiva, sobre todo entre Pedro y
Magdalena.

Evangelio de Tomás
En el número 114 Pedro pide la palabra y le dice a Jesús que expulse a María
Magdalena del grupo, pues las mujeres no eran dignas de la vida. la respuesta de Jesús a
Pedro fue: “La convertiré en hombre para que sea un espíritu viviente como nosotros, los
hombres. Pues toda mujer que se hace hombre entrará en el Reino de los Cielos”.

Evangelio de María Magdalena


Pedro aparece aquí dialogando con María Magdalena. Primero le pide que le explique
el sentido del pecado en el mundo (MM 7,11-13). Pedro reconoce, más adelante, que María
Magdalena era la amada y la preferida del Maestro, con las siguientes palabras:
“Hermana, sabemos que el Maestro te amó de manera diferente a otras mujeres” (MM 10,1-3).
Pedro continúa y pide a Magdalena que relate las palabras que Jesús le dijo, las que recuerde,
de las cuales los discípulos no tuvieron conocimiento. Pedro escucha atento a Magdalena. Al
final, explota airadamente contra ella: “¿Es posible que el Maestro haya hablado así sobre
secretos que nosotros mismos ignorábamos?”. Y pregunta estupefacto: “¿Debemos cambiar
nuestros hábitos y escuchar todos a esta mujer? ¿Es cierto que la escogió y la prefirió a
nosotros?” (MM 17,14-20) María Magdalena comienza a llorar cuando se da cuenta de que
Pedro la tacha de mentirosa. Leví toma la palabra y advierte a Pedro con estas duras
palabras: “Pedro, siempre has sido impulsivo. Te veo ahora encarnizarte contra esta mujer
como hacen nuestros adversarios. Pues bien, si el Maestro la consideró digna, ¿quién eres tú
para rechazarla? Seguramente, el Maestro la conoce muy bien... La amó más que a nosotros”
(MM 18,7-14). Leví convoca a los discípulos para que se arrepientan y se transformen en seres
humanos íntegros.

Pedro y María, la madre de Jesús


Los apócrifos del Segundo Testamento narran varios episodios en los que Pedro y
María, la madre de Jesús, se encuentran juntos en la misma escena.
El Evangelio de Bartolomé cuenta que, en cierta ocasión, los apóstoles estaban reunidos en un
lugar llamado Chilturá, con María, la madre de Dios. Bartolomé invita a Pedro a que pregunte a
María “cómo concibió al Señor, cómo pudo llevarlo en su seno y dar a luz a alguien que no fue
engendrado”. Ni Pedro ni Andrés se arriesgaron a hacer la pregunta. El mismo Bartolomé se
encargó de hacerla. María respondió que si hablase de ese misterio saldría fuego de su boca y
consumiría toda la tierra. Ellos insistieron y María pidió que se pusiesen en oración. Los
apóstoles se pusieron de pie detrás de María. Al ver que Pedro se colocaba detrás, María le
preguntó: “Tú, Pedro, que eres jefe y el gran pilar, ¿estás detrás de mí? ¿No dice el Señor que
la cabeza del hombre es Cristo y la de la mujer el hombre?”. Los apóstoles le respondieron que
ella debería ser su guía en la oración. María, entonces, eleva a Dios su oración. Después,
antes de responder a la pregunta de los discípulos, les pide que se acerquen a ella. Pide que
Pedro se siente a su derecha y que con la mano izquierda le sostenga el brazo. Más adelante,
cuando los apóstoles van con Jesús y María al monte de los Olivos, Pedro le pide a María que
ruegue al Señor que les revele a los arcángeles celestiales. María responde enalteciendo a
Pedro como piedra escogida para edificar la Iglesia.
El Libro de san Juan Evangelista (el teólogo) narra que cuando María volvía a la mansión
celestial, le pidió a Dios que mandase su presencia a los apóstoles, que estaban en misión en
diversas partes del mundo: Roma, India, Tíbet y Jerusalén. Su petición fue atendida y todos
fueron arrebatados y devueltos a su casa a través de las nubes. Reunidos en casa de María,
Pedro organiza el encuentro de los apóstoles y dice: “Cada uno, de acuerdo con lo que nos ha
sido anunciado y ordenado por el Espíritu Santo, informe a la Madre de Nuestro Señor”. Según
el apócrifo Tránsito de la bienaventurada virgen María, ésta se sorprende con la presencia
de los apóstoles y pregunta: “¿Cuál es el motivo de vuestra presencia en Jerusalén?”. Pedro
toma la palabra y responde: “Nos preguntas a nosotros, pero nosotros deberíamos preguntarte
a ti. Estoy seguro de que ninguno de nosotros sabe el motivo por el que llegamos aquí de
modo tan veloz”.
Cuando María murió (adormeció), Pedro estaba sentado a la cabecera de su cama.
Entonó salmos. Mientras María dormía el sueño de la muerte, Jesús se apareció a los
apóstoles reunidos. Entonces Pedro le preguntó: “¿Quién tiene el alma tan blanca como la de
María?. Pedro ayudó a colocar el cuerpo de María en el ataúd y condujo el féretro hasta un
sepulcro nuevo, en Getsemaní. Desde allí, los ángeles llevaron el cuerpo al cielo, después de
tres días.

Pedro y las mujeres del prefecto de Roma, Agripa

El capítulo 33 de los Hechos de Pedro, o cuarto del Martirio introduce las causas reales
que llevarán a Pedro hasta la cruz. Como en los Hechos de Andrés, Pablo y Tomás, la
predicación sobre la castidad ha llegado a niveles sensibles. Mientras todo se desarrolle en los
ambientes populares, el problema será de tono menor. Pero cuando llega a personas
relacionadas con las más altas esferas de autoridad y de poder, la crisis es inevitable. Es lo que
sucede justamente en estos capítulos.

El capítulo cuarto del Martirio, equivalente al 33 de los AV(Hechos de Pedro), es el


principio del códice P de Patmos en griego (s. IX) que lleva el título de Martirio de San Pedro
Apóstol en Roma. Con los mismos sucesos empieza el Martirio de San Pedro Apóstol del
Pseudo Lino.
Pedro se encontraba en Roma rodeado de fieles que escuchaban su palabra. El texto
introduce sin contexto el dato de las cuatro concubinas de Agripa que también se habían
adherido a la causa de Pedro: Agripina, Nicaria, Eufemia y Doris. Habían escuchado el
discurso de Pedro sobre la castidad y habían quedado fuertemente impresionadas en su
corazón. En consecuencia, habían tomado de común acuerdo la decisión de abstenerse de
compartir el lecho de Agripa, quien empezó a molestarlas por su actitud.
Agripa, que estaba muy enamorado de ellas, no sabía qué partido tomar ni qué
acciones emprender para hacerlas volver a su vida anterior. Determinó investigar las causas de
tal mudanza. Fue entonces cuando se enteró de que visitaban a Pedro, en quien vio al
responsable de la situación creada. Ya sé, les dijo, que "ese cristiano os ha enseñado a no
tener relaciones conmigo" (HchPe 33, 4). Se desahogó en amenazas contra las mujeres y su
mentor. A ellas las exterminaría si no cambiaban; a Pedro lo quemaría vivo. El relato da
testimonio de la actitud generosa e inconmovible de aquellas mujeres: "Ellas se resignaron a
sufrir cualquier daño de parte de Agripa, con tal de no dejarse arrastrar por la pasión,
fortalecidas por la fuerza de Jesús" (Ibid. 33, 4).
En un breve capítulo aparecen estas cuatro mujeres, que reúnen las notas más
determinantes de las protagonistas femeninas de los Hechos Apócrifos. Son mujeres
socialmente elevadas, relacionadas con el Prefecto. Eran objeto de su amor, pues el Prefecto
"estaba muy enamorado de ellas", dice el texto. Escucharon la predicación de Pedro sobre la
castidad y sobre la doctrina cristiana. Quedaron profundamente impresionadas y tomaron
juntas la decisión de apartarse en adelante del lecho de Agripa. No se hizo esperar la reacción
del Prefecto. Vigiló sus movimientos, descubrió que se reunían con Pedro, las amenazó con la
promesa de castigar igualmente al responsable. Todo fue inútil. Ellas perseveraron en su
decisión.
No quedaron ahí las cosas. Otra mujer importante y "de gran belleza", de nombre
Jantipa, esposa de Albino, amigo del César, acudía en compañía de otras matronas a casa de
Pedro. Se mantenía también separada de su marido, que estaba locamente enamorado de
ella. En Jantipa se cumplen las notas características de muchas heroínas en los Hechos
Apócrifos: Era de clase ilustre, de gran hermosura, convertida a la vida de castidad, muy
amada por su marido. Sorprendido e indignado Albino con la actitud de su mujer daba vueltas a
la idea de quitar la vida a Pedro con sus propias manos. Pues supo que era él la causa del
alejamiento de su esposa. Pero el texto amplía la noticia afirmando que "muchas otras mujeres,
enamoradas del discurso sobre la castidad, se separaban de sus maridos, como también los
maridos abandonaban el lecho de sus propias mujeres por el deseo de vivir honrando a Dios
digna y castamente" (HchPe 34, 2).
En Roma se había levantado el consiguiente revuelo, lógico si hemos de entender al
pie de la letra las palabras del Apócrifo. Albino pidió a Agripa que tomase en su nombre
venganza de Pedro, de lo contrario, se vería obligado a tomarla por su propia mano. Agripa le
respondió que lo mismo le estaba sucediendo a él. Adoptaron, pues, la decisión común de
acabar con el culpable para vengar las ofensas que les infería tanto a ellos como a otros que
no tenían su misma capacidad de venganza.
Jantipa se enteró de los planes de los dos próceres y se apresuró a mandar recado a
Pedro intimándole a que huyera de Roma. No había acuerdo entre los cristianos. A unos no les
parecía bien que su Maestro huyera y abandonara el puesto. Otros creían que lo mejor era
preservar su vida para mayores servicios. Al final se impuso la opinión de la huida. Fue
entonces cuando Pedro, solo, fugitivo y disfrazado, se encontró con el Señor que se dirigía a
Roma. Después de la escena del Quo uadis?, Pedro comprendió que debía regresar a la
ciudad y arrostrar los peligros que pudieran presentarse. Como así sucedió. Condenado a
morir en cruz, solicitó la gracia de ser crucificado cabeza abajo con la intención de dar un giro a
la historia del mundo. Pedro explica las razones del gesto con un prolijo discurso, lleno de
ideas y fórmulas gnósticas. Otros autores suponen que así Pedro imitaba la forma del
nacimiento. Pero el Pseudo Lino da la explicación tradicional sobre una supuesta humildad de
Pedro que no quería ser crucificado como su Maestro y Señor. "Cambió así todas las señales
de la naturaleza" (HchPe 38, 2).
En el caso de Jantipa se cumplen puntualmente los rasgos de las mujeres
protagonistas de estos Hechos, y se llega a la solución por los mismos pasos. Mujer importante
y amada, convertida a la vida de castidad, causa de disgusto para su poderoso marido, motivo
definitivo de la persecución y la muerte martirial del Apóstol. Lo constata el redactor del relato.
De forma paralela Agripa, desesperado con la conducta de sus concubinas, "llevado de su
mala pasión, mandó crucificar a Pedro bajo la acusación de ateísmo". El sustantivo griego
nósos quiere decir enfermedad. Pero es obvio el sentido moral de tal enfermedad. La versión
latina lo interpreta traduciendo "por la enfermedad de su incontinencia". Como en otros casos
de la Historia, una es la razón real, verdadera y objetiva de un suceso, otra la razón "oficial" y
legal. La acusación de ateísmo era más elegante desde el punto de vista social. Un motivo que
preocupaba a los frustrados mucho menos que la verdadera raíz de su disgusto, que no era
otra que la rebelión y el alejamiento de sus mujeres. Una actitud inaceptable para hombres tan
poderosos como Agripa y Albino.

La autoridad apostólica y el poder de Pedro en los apócrifos

La elección de Pedro por Jesús para liderar el grupo apostólico se ha conservado en un


fragmento apócrifo, escrito en lengua copta, llamado Primado de Pedro. Dice el texto que,
cuando Jesús terminó sus días de soledad, llamó a los apóstoles y les dijo: “Hermanos míos,
está llegando el día de mi partida de este mundo. Lo que mi Padre me concedió, yo os lo
concedo. No os dejo sin haberos enseñado todas las cosas que deseáis”. Jesús continuó.
Llamó a Pedro y lo bendijo sobre una piedra, concediéndole los siguientes beneficios: - Dirigir
la multitud de los hermanos. - Ser una celebridad en todo el mundo. - Tener una cabeza que no
le haría mal. - Tener un sueño en el que los ojos no se desviarán de la luz. - Tener la
incorruptibilidad del cuerpo en la tumba, sin perder el cabello ni siquiera una uña. - Ser
ordenado arzobispo por la acción del Padre y ser el jefe de los apóstoles. - Recibir las llaves de
Dios. - Ser elegido por Dios. - Tener una lengua revestida de poderes celestiales. - Tener la
paternidad sobre millares de pueblos. - Tener el poder de unir y desunir. - Ser revestido para
siempre con una estola sin mancha. - Estar edificada la Iglesia sobre él.
La consagración de Pedro ocurrió de la siguiente forma: Pedro estaba en el monte.
Jesús le pregunta la opinión sobre él (Jesús). Pedro mira a lo alto y ve siete cielos abiertos y la
gloria del Padre con unos ejércitos celestiales que descendían sobre la tierra para su
consagración. Vio la derecha del Padre que venía sobre cabeza y, al mismo tiempo, sobre la
del Hijo para revestirlo del Espíritu Santo. Al ver todo esto, dio un grito, cayó a tierra y
respondió a la pregunta que Jesús le hacía, del siguiente modo: “Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios vivo”. Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no han sido la
carne y la sangre las que te han revelado estas cosas. Ahora aproxímate, a fin de que dé el
poder de mi lengua a tu lengua para que unas y desunas”. Jesús puso la mano sobre la cabeza
de Pedro y todos los ejércitos celestiales y los ángeles dijeron: “Santo, Santo, Santo es el
padre Pedro, sumo sacerdote”. El rostro de Pedro quedó radiante como el sol ante los
apóstoles, como otro Moisés. El Padre colocó las manos en su cabeza y lo bendijo diciendo:
“Ocuparás una alta posición en mi Reino. Serás especialmente elevado a la derecha de mi
Hijo. Yo, mi Hijo y el Espíritu Santo extenderemos la mano sobre quien tú la extiendas en la
tierra. Aquello que desunas en la tierra, nosotros lo desuniremos en el cielo; uniremos aquello
que tú unas. Nadie estará en el trono tan elevado como tú. La mano del que no esté en
comunión contigo será rechazada y no será acogida. Tu soplo vendrá del soplo de mi Hijo y del
Espíritu Santo, de tal modo que todo hombre que bautices y en cuyo rostro soples, recibirá el
Espíritu Santo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Después de estas
palabras, los querubines, los serafines y todos los ángeles respondieron: “Amén”.
En otro fragmento apócrifo escrito en copto, Jesús dice a Pedro que rezó por él para
que no desfalleciese. La afirmación de Jesús se produce en el momento en que los apóstoles y
Jesús bajan del monte y ven al diablo, disfrazado de pescador, junto con otros demonios,
lanzando las redes en el desierto. Pedro, entonces, pregunta a Jesús: “Señor nuestro, ¿qué
clase de hombre es ese que hace semejantes cosas en este desierto?”. Jesús responde
diciendo que ya había dicho que Satanás les quería cribar como el trigo, pero que él, Jesús,
había rogado por Pedro.

Pedro vence las adversidades y une el grupo de los apóstoles y la comunidad


La tradición apócrifa guardó una carta apostólica escrita por Pedro a Felipe en la que le
llama compañero en el apostolado. Al comienzo, Pedro se presenta como apóstol de Jesús y
con autoridad para llamar la atención a Felipe por estar separado del grupo apostólico. Pedro
dice: 'Tú estás separado de nosotros y no deseas que estemos juntos y aprendamos a
orientarnos para poder anunciar la Buena Noticia”. Así pues, le preguntó: ¿Es de tu agrado,
nuestro hermano, estar de acuerdo con el mandato de nuestro Dios Jesús?”. Felipe recibió la
carta y fue con alegría al encuentro de Pedro. Éste, por ser el jefe de los apóstoles, los reunió
en el monte de los Olivos. Allí rezaron y Jesús se les apareció y habló con ellos. Los apóstoles
le hicieron a Jesús cinco preguntas. Jesús respondió a cuatro. Regresando del monte, en la
subida a Jerusalén, los apóstoles se preguntaban: “Si nuestro Señor sufrió, ¿cuánto más
debemos sufrir nosotros?”. Pedro les respondió: “Sufrió por nuestra causa y nosotros debemos
sufrir por nuestra pequeñez”. Cuando Pedro terminó de hablar, una voz le dijo: “Ya os he dicho
muchas veces que es necesario que sufráis; que seréis conducidos a las sinagogas y ante los
gobernadores, de modo que sufriréis”. La laguna que sigue en el texto permite comprender que
se trata de una represalia contra los que no aceptan el sufrimiento. Después de lo ocurrido,
Pedro pronunció un discurso ante los apóstoles. Les llamó para que le escuchasen y, lleno del
Espíritu Santo, les expuso lo siguiente en relación a Jesús:
- Se encarnó, recibió una corona de espinas y un manto de púrpura. Fue crucificado en una
cruz, enterrado en una tumba y resucitó de entre los muertos.
- Jesús está por encima de todos esos sufrimientos, pero nosotros sufrimos por causa de la
transgresión de la madre.
- Sin embargo, Jesús se hizo semejante a nosotros en todo, porque es el autor de nuestras
vidas.
Pedro termina el discurso pidiendo a los apóstoles que no obedezcan a los impíos (fuerza del
mal) y que permanezcan en el camino de Jesús. Pedro congregó a los apóstoles con estas
palabras: “Señor nuestro Jesucristo, autor de nuestro descanso, danos el espíritu del
conocimiento, de modo que también realicemos obras maravillosas”. Pedro y los otros
discípulos, unidos en Jesús, quedaron llenos del Espíritu Santo y todos realizaron curaciones.

El Evangelio de los Hebreos, cuando relata la aparición de Jesús resucitado a los


apóstoles, llama la atención de que dirige la palabra a Pedro y a los que estaban con él. El
hecho demuestra que la presencia de Pedro, mencionado dos veces, es señal de testimonio
verdadero. Todos podían creer que Jesús era un fantasma sin cuerpo. Y así pasó. Tocaron a
Jesús y creyeron.
También en el Evangelio de los Hebreos (dicho 5) encontramos la narración de un
rico que pregunta a Jesús qué debe hacer para tener la vida. El detalle interesante en este
relato es que al final Jesús concluye la reflexión volviéndose hacia su discípulo Simón (Pedro),
que estaba sentado a su lado, y le dice: “Simón, hijo de Juan, es más fácil que un camello
entre por el agujero de una aguja que un rico en el Reino del Cielos
En el Apocalipsis de Pedro, Jesús se revela a Pedro en una visión. En el diálogo,
Jesús confirma la autoridad de Pedro y su poder para guiar al grupo apostólico. Jesús le dice:
“Pedro, sé firme y perfecto como el nombre que se te impuso, piedra, fundamento de la
perfección”. Además, Jesús lo confirma como escogido para entender y transmitir los misterios
de la gnosis (Apocalipsis de Pedro, 82,10). El Apocalipsis de Pedro termina con las
siguientes palabras de Jesús dirigidas a Pedro: “Estate siempre animado y no tengas miedo.
Estaré contigo, de modo que ninguno de tus enemigos tenga poder sobre ti. La paz esté
contigo. Sé fuerte” (84,9-10).

El Apócrifo de Santiago cuenta que Jesús, 50 días después de su resurrección y


antes de su ascensión, reveló a Santiago y a Pedro secretos que los otros discípulos no debían
saber. Los doce apóstoles estaban juntos recordando las palabras reveladas por Jesús cuando
se aparece y llama aparte a Santiago y a Pedro. Jesús se manifiesta en el texto como un
maestro que tiene autoridad para enseñar. Los maestros, en el gnosticismo, incluso en el
evangelio, reservan el derecho de revelar enseñanzas secretas a los discípulos. El hecho de
que Jesús revele la enseñanza a Santiago y a Pedro muestra la primacía sobre los demás
discípulos.

El Apocalipsis de Pedro trata con desprecio a la Iglesia, organizada de forma


jerárquica y revestida de poder divino y temporal. La comunidad que produjo este texto
reaccionó de forma violenta contra los eclesiásticos. Se ponen en voz de Jesús resucitado
palabras duras contra aquellos que se juzgan eclesiásticos dotados de poder divino. Ésos, dice
Jesús, “se denominan obispos y diáconos, como si hubiesen recibido autoridad de Dios. Esa
gente son como canales sin agua” (Apocalipsis de Pedro 79,26-31). Y más aún: “Son ciegos y
guías de ciegos” (83,1). “Creen que la salvación sólo es posible para quienes participan de su
grupo” (78,31-79,21), aunque no comprendan el misterio. Institucionalizan el perdón de los
pecados para fortalecer de esta forma su autoridad eclesiástica. “La Iglesia que sostienen es
una falsificación de la verdadera Iglesia cristiana” (79,10).

María y los apóstoles reconocen que Pedro es el jefe


En el Evangelio de Bartolomé, María dice a Pedro que es el jefe y el gran pilar. En ese
mismo evangelio, Bartolomé se dirige a Pedro llamándole “corifeo Jefe del grupo y maestro de
los apóstoles”. También María, en el Evangelio de Bartolomé, dice a Pedro lo siguiente, cuando
el propio Pedro le ruega que implore al Señor para que les revele los arcángeles celestiales:
“Oh tú, piedra escogida, ¿no prometió Él fundar sobre ti la Iglesia?” Cuando Pablo estaba en
casa de María preparándose para el momento de la muerte de ésta, Pedro le invitó a dirigir la
oración. Pablo le respondió que no podía ser de ese modo, pues apenas era un neóflto, y que
no era digno de seguir las huellas de Pedro, la columna luminosa y el padre de todos ellos.
Pedro es el que debería interceder por los apóstoles. De este modo, Pablo reconoce la
autoridad de Pedro en el grupo apostólico. También en casa de María, Pedro insta a los
apóstoles para que alguien dirija una palabra de edificación. Todos afirman unánimemente que
él es el indicado para eso, pues es el primero entre ellos. Pedro pronuncia un largo discurso a
los presentes. Juan se refiere a Pedro como padre y obispo en el momento en que se decidía
quién iba a conducir el féretro de María. Pedro había propuesto que Juan fuera al frente del
cortejo, cantando himnos, pues él era virgen.

El poder de Pedro en las visiones


En la Carta de Pedro a Felipe, Pedro, impregnado del Espíritu Santo, tiene visiones.
Jesús se manifiesta a Pedro y a los discípulos en una visión, y éstos, llenos del Espíritu Santo,
realizan curaciones. Pedro exhorta a los discípulos a permanecer firmes en la fe.
El Apocalipsis de Pedro relata la visión que Pedro tuvo de Jesús sentado en el templo y
enseñando. Ve a Jesús crucificado y resucitado, que le transmite enseñanzas. El libro es un
intento de poner en boca de Jesús los valores de la gnosis. Las enseñanzas se transmiten a
Pedro, el escogido, para que las difunda. A los enemigos de esta sublime misión se les trata
con desprecio.

Pasión de Jesús Según el evangelio apócrifo de Pedro


El evangelio de Pedro, en los 60 versículos de los que disponemos, comienza diciendo
que los judíos, a pesar del ejemplo de Pilatos, no se lavaron las manos después de la condena
de Jesús. Además, fueron el propio Herodes y sus jueces los que condenaron a Jesús. José,
amigo de Pilatos y de Jesús, sabiendo la decisión de la condena, pide permiso a Pilatos para
enterrar el cuerpo de Jesús. Pilatos le transmite la petición a Herodes, que la acepta
tranquilamente. Herodes entregó a Jesús al pueblo el día antes de la fiesta de los panes
ázimos. El pueblo en fiesta, Según el texto apócrifo, empujaba a Jesús y decía: “Arrastremos a
Jesús, pues finalmente cayó en nuestras manos”. Le vistieron con un manto de púrpura y le
sentaron en una silla del tribunal diciendo:
“Juzga con justicia, oh rey de Israel”. Uno de ellos trajo una corona de espinas y se la colocó
en la cabeza. Otros le escupían en la cara, le golpeaban en las mejillas, le fustigaban con una
vara e incluso le flagelaban, diciendo: “Éste es el honor que tributamos al Hijo de Dios”. Jesús
fue crucificado en medio de dos malhechores. Jesús no sentía dolor. Escribieron en su cruz:
“Éste es el rey de Israel”. El pueblo sorteó sus vestiduras. Uno de los malhechores reprendió al
pueblo y dijo que Jesús era el salvador de los hombres y que no había hecho ningún mal.
Recibió el castigo de no quebrarle las piernas para aliviar la muerte. En un gesto aún más
fuerte de crueldad contra Jesús, le ofrecieron hiel con vinagre. Era el comienzo de la noche y
muchos usaban antorchas. Cuando Jesús murió, gritó: “Mi fuerza, mi fuerza, me has
abandonado”. Mientras hablaba, fue asumido en la gloria. En aquel instante, el velo del templo
de Jerusalén se rasgó en dos partes. Sacaron los clavos de sus manos y lo tendieron en el
suelo. El sol brilló y todos se dieron cuenta de que eran las tres de la tarde. Por eso se
alegraron, por no haber violado la ley, es decir, lo bajaron de la cruz antes de la puesta del sol.
El cuerpo de Jesús se entregó a José, quien lo envolvió en una sábana y lo depositó en su
propio sepulcro, llamado huerto de José. El pueblo se arrepintió de lo que había hecho y se
pasaba el día dándose golpes en el pecho y lamentándose del mal que había hecho a Jesús.
Pedro y sus amigos también estaban tristes y vivían escondidos, pues se les buscaba como
malhechores y como personas que intentaban incendiar el templo. Por esa causa, ayunaban y,
lamentándose, lloraban noche y día.
Los escribas, los fariseos y los ancianos se reunieron y tomaron la decisión de ir a Pilatos para
pedir que los soldados vigilaran el sepulcro durante tres días, con el fin de que los discípulos
no robasen el cuerpo de Jesús y así evitar que después el pueblo, creyendo que había
resucitado de entre los muertos, pudiera hacerles mal. Pilatos les ofreció el centurión Petronio
y soldados. Juntos se dirigieron al sepulcro. Los soldados rodaron la piedra y taparon la
entrada del sepulcro con siete sellos. Levantaron tiendas e hicieron guardia. A la mañana
siguiente, vino de Jerusalén una gran multitud para ver el sepulcro sellado. Sin embargo, por la
noche, mientras los soldados mantenían la guardia de dos en dos, resonó en el cielo una voz
fuerte. Los cielos se abrieron y dos hombres bajaron y se aproximaron a la tumba. La piedra
del sepulcro rodó y entraron. Los guardias fueron a contar al centurión y a los ancianos lo que
había ocurrido. Mientras tanto, vieron salir del sepulcro a tres hombres. Dos de ellos sostenían
a un tercero y eran seguidos por una cruz. La cabeza de los dos tocaba el cielo y la del que
sostenían pasaba más allá de los cielos. Vino una voz del cielo que dijo: “¿Predicaste a los que
duermen?”. Desde la cruz se escuchó la respuesta: “Sí”. Ellos decidieron ir a Pilatos para
contarle lo ocurrido. Mientras deliberaban, los cielos se abrieron de nuevo. Un hombre bajó y
entró en la tumba. Partieron y fueron a hablar con Pilatos y le contaron lo ocurrido en relación
con Jesús: “Verdaderamente era Hijo de Dios”. Pilatos les respondió: “Soy inocente de la
sangre del Hijo de Dios, pues fuisteis vosotros quienes lo decidisteis así”. Todos llegaron a un
acuerdo, y suplicaron al centurión y a los soldados que no contasen a nadie lo que habían
visto. Tenían miedo de morir a manos de los judíos. Pilatos ordenó al centurión y a los
soldados que no dijesen nada.
A la mañana siguiente, María Magdalena, discípula del Señor, y su amiga fueron al sepulcro
para homenajearle. Mientras caminaban, iban preocupadas por la piedra grande y por quién la
movería. Cuando llegaron, encontraron el sepulcro abierto y a un joven guapo revestido con
una túnica de raro esplendor, sentado en él. Les preguntó: “¿Por qué habéis venido, a quién
buscáis? ¿Por casualidad buscáis al que crucificaron? Resucitó y se ha ido. Si no lo creéis,
inclinaos y mirad el lugar donde yacía. Ya no está. De verdad resucitó y regresó al lugar de
donde vino”. Las mujeres huyeron atemorizadas.
El Evangelio de Pedro termina diciendo que, acabada la fiesta de los panes sin levadura, todos
regresaron a sus casas. Ellos, los doce apóstoles del Señor, lloraban y se sentían tristes. Cada
uno, angustiado por todo lo que había pasado, volvió a su casa. Simón Pedro, su hermano
Andrés y Levi, hijo de AIfeo, por el contrario, tomaron las redes y fueron al mar.
El Evangelio de Pedro fue motivo de una carta pastoral escrita por Serapión, obispo de
Antioquía a los cristianos de Rosón. Aunque reconoce que él mismo había permitido la lectura
del Evangelio de Pedro en la comunidad, les recomienda reconsiderar el permiso, porque
descubre ideas heréticas en el texto

La muerte de Pedro según los apócrifos


Pedro, Según los apócrifos, después de la muerte de Jesús, vivió aún doce años en
Jerusalén y un año en Roma.
Hechos de Pedro cuenta que la muerte de Pedro sucedió así: persuadido por los
hermanos para que huyera de Roma, pues el prefecto Agripa y un tal Albino le perseguían a
causa de su predicación en favor de la castidad, Pedro huyó disfrazado y solo de Roma. Él
mismo dijo: “Que nadie de vosotros venga conmigo. Voy a salir solo después de cambiarme de
ropa”. Pero en la puerta de la ciudad se le apareció el Señor. Pedro le preguntó: “¿A dónde
vas, Señor?” El Señor le respondió:
“Vaya Roma para ser crucificado”. “¿Otra vez, Señor?”, preguntó Pedro. “Sí, Pedro, otra vez
seré crucificado”, dijo Jesús. Pedro cayó en sí y vio a Jesús volviendo hacia el cielo. Pedro,
entonces, regresó a Roma alabando y anunciando que Jesús había dicho: “Seré crucificado”.
Pedro no sabía que la crucifixión le iba a suceder a él. Hizo saber a los hermanos que había
vuelto. Ellos sintieron pesar y le dijeron: “Te habíamos suplicado que huyeras y has vuelto”.
Mientras Pedro justificaba su actitud ante los hermanos, que lloraban, llegaron cuatro soldados,
prendieron a Pedro y lo condujeron ante Agripa, que ordenó su crucifixión. Entonces, una
multitud de hermanos salieron en su defensa: pobres y ricos, huérfanos y viudas, poderosos y
humildes, todos vinieron corriendo para ver a Pedro y defenderle. Todo el pueblo gritaba al
unísono: “¿Qué mal ha cometido Pedro? ¿Qué ha hecho? Que nos lo digan los romanos”.
Pedro salió y fue al encuentro de la muchedumbre y la calmó, recordando los signos y milagros
que había realizado en nombre de Jesucristo, y les dijo: “Esperadlo; con su venida cada uno
pagará Según sus obras. No hagáis nada contra Agripa. Todo sucede Según lo que el Señor
me reveló que iba a pasar”.
Estando a punto de ser crucificado, Pedro profirió estas palabras: “Oh cruz, tú que eres
misterio oculto. Oh gracia inefable que se pronuncia en nombre de la cruz. Oh naturaleza
humana que no puede permanecer separada de Dios. Oh dulce comunión indecible e
inseparable, que no puede ser manifestada por labios impuros. Me apodero de ti ahora que
estoy al final de mi jornada. Declaré aquello que tú eres y no mantendré silencio ante el
misterio de la cruz, el cual desde hace mucho fue encubierto y oculto a mi alma. La cruz es
algo distinto de aquello que aparenta. Es la propia pasión Según la experimentó Cristo. Y ahora
que podéis escucharme, vosotros que tenéis fe, escuchadme en este momento final y supremo
de mi vida”. Pedro continuó el discurso. Al final pidió a los verdugos que lo crucificasen cabeza
abajo. No se creía digno de morir como Jesús63• Mientras se realizaba su deseo, Pedro tomó
de nuevo la palabra y pronunció a los presentes un largo discurso sobre el sentido místico de
esa forma de crucifixión, terminando con la siguiente oración de acción de gracias a Jesucristo:
“Tú eres para mí mi padre, mi madre, mi hermano, mi amigo, mi servidor. tú eres todo y el
Todo está en ti; eres el ser, y nada es excepto tú. Recurrid a él, hermanos, y entended que
vuestro ser sólo se encuentra en él. Entonces conseguiréis aquello a propósito de lo cual él dijo
que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó a ningún corazón humano. Te pedimos, pues, lo que
nos prometiste darnos, oh Jesús sin mancha. Te alabamos, te damos gracias. Como hombres
débiles, te reverenciamos Y reconocemos que solamente tú y nada más que tú eres Dios. tú
eres la gloria ahora y por toda la eternidad”.
La multitud presente exclamaba en alta voz: “Amén”.
Pedro entregó su espíritu al Señor. Marcelo, el senador romano que se había convertido al
cristianismo, lo bajó de la cruz, preparó su cuerpo con aromas y perfumes y lo enterró con
dignidad. El emperador Nerón se irritó con el prefecto por haber matado a Pedro sin que se lo
comunicase. Nerón no dirigió la palabra a Agripa durante mucho tiempo.
Pedro murió crucificado cabeza abajo, bajo el gobierno del emperador Nerón, en el circo de
Nerón, cerca del actual Vaticano. La tradición guardó dos fechas posibles: final del año 67 o el
13 de octubre del año 64.

LA OTRA LITERATURA SOBRE MAGDALENA

Basándonos en los evangelios canónicos (oficiales), de María Magdalena no podemos


decir lo mismo que de Pedro. Con seguridad, fue una líder apostólica en los principios del
cristianismo. Desgraciadamente, parte de la tradición cristiana prefirió crear y difundir su
imagen de prostituta arrepentida, en convertirla en modelo de fe para los que quieren dejar la
“vida impura” y seguir a Jesús. Los evangelios canónicos no afirman que Magdalena fuera
prostituta. Se ha creado una confusión entre las Marías que seguían a Jesús y la prostituta de
Lc 7,36-50, la que unge los pies de Jesús, de la que resultó el arquetipo colectivo Magdalena-
prostituta-arrepentida. La tradición apócrifa guardó de María Magdalena el evangelio que lleva
su nombre, así como Pistis Sophia, Evangelio de Tomás, Evangelio de Felipe, etc. ¿Cómo
rescatar de los apócrifos una u otra Magdalena? ¿Cómo fue la relación entre María Magdalena
y Pedro, entre Magdalena y Jesús?
Es cierto que la selección de los libros para incluir en la Biblia obedeció a criterios de
inspiración. Por otra parte, también entraron en juego los intereses de los líderes cristianos y
judíos. No exageramos cuando decimos que los apóstoles, humanos como nosotros, se
disputaron el poder de mando en la comunidad. En esa batalla, las mujeres quedaron al
margen. Aunque algunas habían hecho valer su opinión, fueron despreciadas. Hasta el siglo II
de la E.C., entre los grupos de cristianos gnósticos, las mujeres ejercían ministerios de
dirección en las comunidades (maestras, sacerdotisas). Después, se consideraba hereje a
quien concediese poder a las mujeres.

María Magdalena según los libros canónicos


María Magdalena, o Míriam de Magdala, es un personaje controvertido en la tradición
canónica. Dos imágenes de su personalidad se han transmitido en el inconsciente colectivo:
primera testigo de la resurrección y prostituta arrepentida. Esta segunda imagen es dominante
en el inconsciente colectivo. Las investigaciones recientes sobre María Magdalena han
colocado en jaque esa "no verdad establecida". Magdalena no era prostituta. Como su propio
nombre indica, es originaria de Magdala, ciudad portuaria y también colonia de pescadores,
situada en la orilla occidental del lago de Genesaret.
En el Segundo Testamento, sólo los evangelios (Marcos, Mateo, Lucas y Juan) nos
ofrecen informaciones sobre la personalidad y la actividad apostólica de María Magdalena.
Entre ellas, destacamos las siguientes:

1. Mujer apóstol de Jesús


Aunque la interpretación tradicional, en los canónicos, no identifica a María Magdalena
como apóstol, podemos percibir ese matiz en los textos. Veamos. Se cita a María Magdalena
en primer lugar entre las mujeres que acompañan a Jesús desde el inicio de su misión en
Galilea (Lc 8,1.3; Mt 27,55-56; Mc 15,40-41). Ser citada en primer lugar y "andar con" son datos
importantes para comprender el ministerio apostólico de María Magdalena. Magdalena estaba
con Jesús desde el comienzo de su ministerio en Galilea, lo que justifica su título de apóstol,
como les ocurre a Pedro, Juan y los demás hombres. También a Pedro se le cita el primero
entre los hombres apóstoles. Magdalena acompañó a Jesús y fue la primera que presenció su
resurrección. Jesús la llama por el nombre y le encarga que anuncie que resucitó.

2. Mujer poseída por siete demonios


(Mc 16,9; Jn 16,9; Lc 8,2
Adherirse a la llamada de Jesús significaba liberarse del demonio. Cristo vence al
demonio. Jesús expulsó siete de Magdalena, es decir, un número perfecto de opositores del
Reino. Cristo venció a todas las fuerzas del mal, que nos impiden estar con Dios. Después, ella
está preparada para el apostolado y ya no abandonará a Jesús: será fiel hasta la muerte.

3. Mujer que mantiene financieramente a Jesús


Igual que Juana, Susana y otras mujeres curadas por Jesús, (Lc 8,2).

4. Mujer sin lazos familiares


Magdalena aparece en los textos sin parentesco. Sólo se menciona su lugar de origen

5. Testimonia la muerte y el entierro de Jesús


Magdalena está a los pies de la cruz en el momento de la muerte de Jesús. Cuando
José de Arimatea preparó la sepultura de Jesús, Magdalena, junto con María, la madre de
Santiago, acompañó el desarrollo de los acontecimientos. Sentada cerca de la tumba, observó
que el cuerpo se colocaba en la piedra sepulcral.

6. Discípula amada de Jesús


Cuando Jesús muere en la cruz, tres mujeres, tres Marías, estaban allí contemplando
la trágica escena:
María, su madre; María, la mujer de Cleofás, y María Magdalena.

7. Testimonia la resurrección del Señor a los hermanos hombres : "He visto al


Señor"
La comunidad joánica conservó la memoria de que María Magdalena fue la mujer que
vio y habló con el Resucitado (J n 20, 1-18). Fue sola a la tumba para visitar el cuerpo de
Jesús. Por otro lado, los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas relatan que Magdalena fue al
sepulcro con María, la madre de Santiago, Juana, Salomé y otras mujeres (Mt 28,1; Mc 16,1;
Lc 24,10).

María Magdalena Según la leyenda


Las películas antiguas y las modernas no se cansan de explorar el imaginario colectivo
sobre el personaje de María Magdalena. Nunca ha faltado el calificativo de "prostituta" e incluso
el de "prostituta arrepentida". Hay una película sobre la saga de Magdalena. Cuenta que ella
huyó con el soldado romano y que, después, éste la repudió y fue violada por otros soldados.
Abandonada, fue acogida por Jesús, que expulsa los demonios de su cuerpo. En todo esto, es
evidente la unión de la posesión demoníaca con la sexualidad. Magdalena deja de ser
prostituta del ejército romano para seguir a Jesús.

A modo de conclusión
Aunque nuestra lista de datos del perfil de María Magdalena está llena de pormenores
sobre ella, es cierto que el Segundo Testamento habla poco de esta mujer, lo que justifica
tantas informaciones que vienen de los apócrifos y de la tradición cristiana posterior. Por otro
lado, tenemos que considerar que, entre las mujeres del Segundo Testamento, Magdalena es
la que más sobresale en los relatos. Se la cita 12 veces, más que a María, la madre de Jesús.
A partir de los textos bíblicos, no podemos decir que Magdalena estuviera casada, que tuviera
hijos, que fuera repudiada o que fuera viuda. Permanecerá siempre la incógnita. Tal vez tenía
propiedades, basándonos en su ayuda con bienes materiales al ministerio apostólico de Jesús.
Pese a que los evangelios han dicho que Jesús liberó a Magdalena de estar poseída,
devolviéndole la condición de mujer preparada para el seguimiento del Reino, la tradición
eclesial ha transmitido la imagen de "sagrario de los demonios", de mujer poseída por siete
demonios que la atormentaban con deseos inmundos.
El arte sacro la pintó como bella, hermosa, prostituta, solitaria y anunciadora del
Resucitado. La Iglesia ha hecho de ella una santa, modelo del cristiano que deja la prostitución
para seguir a Jesús. El calendario cristiano la recuerda el día 22 de julio. La Iglesia hizo de
María una santa, proclamándola patrona de una abadía de monjas benedictinas, en el año
1950. Esta actitud eclesial tenía como objeto reforzar la idea de que la conversión de
Magdalena fue tan grande que llegó a ser una eremita. Magdalena es también patrona de las
perfumistas y las peluqueras.

Magdalena en los libros apócrifos

Entre los apócrifos que hablan de María Magdalena destacamos los siguientes:

- Evangelio de María Magdalena.


- Pistis Sophia.
- Evangelio de Nicodemo o Hechos de Pilatos.
- El libro de la resurrección de Cristo del apóstol Bartolomé.
- Diálogo del Salvador.
- Preguntas de María.
- Evangelio árabe de la infancia del Señor.
- Evangelio de Felipe.
- Evangelio de Tomás.
- Exégesis del alma.

Evangelio de María Magdalena


Escrito posiblemente en el año 150, el evangelio en su versión copta (lengua de Egipto)
fue encontrado en unos vasos enterrados cerca de un monasterio en una localidad llamada
Nag Harnmadi, en el Alto Egipto.

Pistis Sophia (Fe Sabiduría)


Escrito aproximadamente en el siglo III, es un texto apócrifo estructurado en forma de
diálogo entre Jesús resucitado, María Magdalena, María la madre de Jesús, Salomé, Marta y
los once apóstoles. El contenido de la revelación es expresamente gnóstico.

Evangelio de Nicodemo
Escrito en el siglo V, presenta el sufrimiento de Magdalena por la crucifixión y muerte
de Jesús y su decisión de llevar a conocimiento del Imperio romano y del mundo las
atrocidades cometidas por Pilatos y los impíos judíos.

Evangelio de Felipe
Datado entre la segunda mitad del siglo II y la segunda del III, es un escrito gnóstico.
En él, igual que ocurre en Preguntas de María, se presenta a Magdalena como compañera de
Jesús.

El libro de la resurrección de Cristo del apóstol Bartolomé


Escrito entre los siglos VII y VIII. Al distinguir entre la multitud de mujeres que estaban
en el sepulcro la mañana de la resurrección, habla de Magdalena como de una mujer que fue
liberada por Jesús de la mano de Satanás y no como de una prostituta. A Salomé sí que se la
denomina "la tentadora". También en este evangelio, Jesús resucitado se le aparece a María,
la madre de Jesús, y no a Magdalena.
Otros escritos apócrifos, como Exégesis del alma, aunque no citan explícitamente el nombre de
María Magdalena, ofrecen reflexiones sobre su persona, como el mito de la pecadora
arrepentida.

La otra Magdalena según los apócrifos


A partir de los datos expuestos en los apócrifos podemos trazar el perfil de María
Magdalena del siguiente modo:

1. Compañera y amada de Jesús


La tradición apócrifa gnóstica guardó, en la relación entre María Magdalena y Jesús,
conceptos bastante controvertidos. La comunidad de Felipe escribe así:
"Eran tres, que acompañaban siempre al Señor: su madre María, la hermana de ésta, y
Magdalena, a la que se le llama su compañera. En efecto, María era su madre, su hermana y
su consorte.
La interpretación de este texto diverge entre los traductores. Unos entienden que María
era el nombre de la hermana de María, la madre de Jesús. Otros dicen que María era también
el nombre de una hermana de Jesús, tradición anotada por Epifanio. También los apócrifos
sobre María afirman que María, la madre de Jesús, tuvo otra hermana de nombre María, que
fue la esposa de Cleofás, información que se encuentra también en Jn 19,25. Las tres Marías
son importantes en la vida de Jesús: su madre, su hermana y su compañera. El último
apelativo se refiere a María Magdalena. En el Evangelio de María Magdalena, Pedro reconoce
que Jesús amaba a Magdalena de una forma diferente a otras mujeres (p. 10,1-3) y pregunta
preocupado: "¿Es que verdaderamente la escogió y la prefirió a nosotros?" (p. 17,20). Leví
sale en defensa de Magdalena; reconoce que era la amada del Señor, le da un tirón de orejas
a Pedro y le dice: "Pedro, siempre has sido un impulsivo. Te veo ahora encarnizarte contra esta
mujer como hacen nuestros adversarios. Pues bien, si el Maestro la consideró digna, ¿quién
eres tú para rechazarla? Seguramente, el Maestro la conoce muy bien... La amó más que a
nosotros.
En el Evangelio de Felipe, hay otra información que sorprende a los oídos menos
avisados: "La compañera de Cristo es María Magdalena. El Señor amaba a María Magdalena
más que a todos los discípulos y le besaba en la boca repetidas veces. Los discípulos le
dijeron: ¿Por qué la amas más que a nosotros? El Salvador les respondió diciendo: ¿Cómo es
posible que no os ame igual que a ella?" (p. 63,34-64,5)76.
El apócrifo Preguntas de María y otros escritos de la época revelan que ciertos
gnósticos admitían que Magdalena era amante, pareja sexual o esposa carnal de Jesús. Es
una opinión considerada exagerada que viene contestada en Pistis Sophia. Inevitablemente,
los textos nos introducen en la discusión en torno a la relación matrimonial entre Jesús y
Magdalena. La discusión sobre este tema se ha alargado en los últimos decenios. Se han
barajado muchas hipótesis. ¿Qué se puede decir de todo esto? De los evangelios sinópticos
se desprende que Jesús estaba muy próximo a las mujeres, despreciadas por las corrientes
machistas de la sociedad judía. Jesús fue muy humano con ellas, mostró su pasión por Marta y
María, liberó a Magdalena de la posesión diabólica, etc.
En los evangelios apócrifos se descubre a un Jesús que no sólo está próximo a las
mujeres, sino que las ama con su sexualidad, no necesariamente genital. Los gnósticos veían
la unión entre lo masculino y lo femenino en una esfera espiritual de superación de la división
corpórea. A Jesús y a Magdalena se les veía como ejemplo de esa integración. El beso entre
ellos era la expresión de ese deseo espiritual. Por eso se dice que el beso comunicaba el
saber. Uno se transformaba en el otro. Magdalena podía transmitir las enseñanzas del Maestro/
Amado.

2. No era prostituta
El papel que ejerció Magdalena en su relación con Jesús nos muestra que no podía ser
la prostituta de la interpretación errónea de los textos canónicos. El libro de la resurrección
de Cristo del apóstol Bartolomé nombra a María Magdalena como a una de las mujeres que
estaban junto al sepulcro. La distingue claramente de María de Betania y no la asocia con la
pecadora perdonada de Lucas. Por otro lado, en el Evangelio árabe de la infancia de Jesús
también constatamos la identificación de Magdalena con la pecadora de Lc 7,36-50 en una
historia extraña ocurrida en el momento de la circuncisión de Jesús. Se cuenta que la partera
que José encontró para el parto de María era una anciana hebrea que sufría parálisis. Cuando
llegó al pesebre, Jesús ya había nacido. Inició un diálogo con María, diciéndole que había
venido para buscar la curación. María le pidió que pusiera sus manos sobre Jesús y se curó.
Alababa a Dios por eso. Al octavo día, el niño fue circuncidado en aquella misma cueva. Tras
el rito, "la anciana tomó el prepucio de Jesús y lo colocó en un vaso con esencia de nardo.
Tenía un hijo perfumista. Entregó el vaso con la siguiente recomendación: 'Ten cuidado de no
venderlo a nadie, aunque te ofrezcan trescientos denarios'. La historia termina diciendo que
aquel vaso es el que María, la pecadora, compró y derramó sobre la cabeza y los pies de
nuestro Señor Jesucristo, enjugándolos con sus propios cabellos.

3. Personificación terrena de la gnosis/sabiduría


La relación amorosa de Jesús y Magdalena es perfectamente comprensible en el
pensamiento gnóstico, que decía que la sabiduría celeste estaría unida al Salvador, después
del arrepentimiento.
Jesús y Magdalena son las encarnaciones de esa realidad espiritual, prefigurada en el
amor humano. Magdalena representa el espíritu femenino que se une espiritualmente al
masculino, Jesús. De esta manera, la unidad que existía inicialmente en el Pleroma (Espíritu
perfecto) se restablece en el casamiento de los espíritus gnósticos.
Hay que considerar que había divergencias entre las escuelas gnósticas en relación a
la mujer y al matrimonio. El Evangelio de Felipe representa al grupo que no despreciaban el
casamiento. El apócrifo Diálogo del Salvador afirma que María Magdalena, para ser ejemplo
de grandeza espiritual, rechaza "las obras de la feminidad", es decir, las relaciones sexuales y
la procreación.

4. Mujer que hace preguntas


El apócrifo Pistis Sophia presenta 46 cuestiones que los discípulos le plantean a Jesús
después de la resurrección. De ellas, nada menos que 36 las formula María Magdalena, entre
las que destacamos: "Señor, revélanos cómo los demonios se apoderan de las almas, para
que lo sepan también más hermanos" (LIV, 4); "Señor, ¿cuáles son los secretos del camino del
medio?" (LIII, 3); "Señor, ¿cuántos años terrestres comprende un año de luz?" (XXXVIII, 1);
"Señor, las almas conducidas a esos lugares ¿deberán pasar por esas doce puertas para sufrir
los tormentos que merecen?" (XLVII, 1).
Después de las respuestas de Jesús, Magdalena daba casi siempre su parecer y
agradecía a Jesús por revelar esos secretos. En el Evangelio de Tomás, 21, Magdalena
pregunta a Jesús: "¿A quién se parecen tus discípulos?". Jesús responde: "Son semejantes a
los niños que se entretienen en un campo que no les pertenece. Cuando llegan los dueños del
campo dirán: 'Entregadnos nuestro campo'. Los niños serán despojados ante los dueños:
tendrán que abandonar y entregarles el campo que les pertenece".

5. Mujer que llora


En Pistis Sophia, Magdalena, maravillada con las exigencias del Maestro, llora a sus
pies implorando piedad. Llora con los discípulos y por ellos para que Jesús les tenga piedad
(XXXVII, 2; LXIII, 8). En el Evangelio de María Magdalena (1 8, 1), después de la intervención
misógina de Pedro dudando de que Jesús hubiera preferído a una mujer para revelar sus
secretos, Magdalena llora y le dice: "Hermano Pedro, ¿qué tienes en la cabeza? ¿Crees que
yo sola, en mi imaginación, he inventado esta visión o que he dicho mentiras a propósito de
nuestro Maestro?". Magdalena llora porque no se ve comprendida por los discípulos. Llora en
Pistis Sophia por los discípulos que no comprenden la enseñanza de Jesús. En el Evangelio de
Nicodemo, conocido también como Hechos de Pilatos, Magdalena llora y lamenta la muerte de
Jesús y declara: "Quién hará oír esas cosas en todo el mundo? Iré sola a Roma para hablar
con César y le haré saber qué grande fue el mal que hizo Pilatos al ponerse de acuerdo con los
judíos injustos".

6. Apóstol de Jesús
El Evangelio de Pedro (XlI, 50) llama a Magdalena discípula de Jesús. En Diálogo del
Salvador (139,12-13), Magdalena, Tomás y Mateo son los discípulos escogidos para recibir las
enseñanzas especiales de Jesús. Pero Magdalena tiene primacía sobre ellos. En el libro de
oración de los maniqueos, grupo religioso del siglo III, considerado herético recibe el encargo
del Resucitado para animar a los apóstoles, que estaban desanimados. Así está escrito:
"Mariam, Mariam, conóceme, no me toques. Resiste las lágrimas de tus ojos y reconóceme
como tu Maestro. Únicamente no me toques, porque todavía no he visto el rostro de mi Padre.
Tu Dios no se ha marchado, como piensas en tu pequeñez. Tu Dios no está muerto; antes
bien, venció a la muerte. No soy el jardinero. Yo di, yo recibí (…) no aparecí hasta que he visto
tus lágrimas y tu dolor por mí. Aleja la tristeza y cumple este ministerio. Sé mi mensajera para
estos huérfanos perdidos. Alégrate, date prisa para ir a los once. Los encontrarás reunidos en
la orilla de Jordán. El traidor les indujo a hacerse pescadores como eran antes y a tirar aquellas
redes con las que habían conquistado hombres para la vida. Diles: 'Levantaos y vamos, es
vuestro hermano quien os llama'. Si ellos desdeñan mi fraternidad, diles: 'Es vuestro Maestro'.
Pon en acción toda tu habilidad y tu consejo para que reconduzcas a las ovejas a los pastos. Si
percibes que su inteligencia desapareció, toma contigo a Simón Pedro y dile: 'Piensa en lo que
yo te dije. Piensa en todo lo que se dijo ante nosotros dos en el monte de los Olivos: Tengo
algo que decir, pero no tengo nadie a quien decírselo"'.

7. Intérprete y confidente de Jesús


Los apócrifos son solícitos en decir que María Magdalena recibe enseñanzas de Jesús
y las transmite a los discípulos, interpretándolas. Dice en su evangelio, dirigiéndose a los
discípulos (p. la, 8-10): "Aquello que no habéis escuchado yo os lo anunciaré: tuve una visión
del Maestro". Para los gnósticos, ver al Señor significa tener autoridad sobre los demás.
En Pistis Sophia, Magdalena tiene el papel principal en la discusión entre los discípulos y
Jesús. Comprende en seguida lo que Jesús explica, toma la palabra y hace muchas preguntas.
En el evangelio Preguntas de María, el papel de Magdalena, como confidente de Jesús, está
justificado por el hecho de ser su pareja sexual. En Pistis Sophia, Magdalena se muestra
preocupada por comprender las explicaciones que Jesús da. La expresión "Señor, no te
molestes si te pregunto por qué nosotros nos informamos con celo de todas las cosas",
aparece muchas veces en este apócrifo, en boca de Magdalena. Jesús responde: "Pregunta lo
que quieras preguntar y yo te responderé claramente, sin parábola, y diré todas las cosas
desde el interior de los interiores hasta el exterior de los exteriores, desde el Inefable hasta la
oscuridad de las tinieblas, para que tengas conocimiento completo de todo. Dime, María, lo que
deseas saber y te lo revelaré con satisfacción".
Magdalena interfiere varias veces en las conversaciones de Jesús e interpreta sus
palabras para los discípulos. Jesús, admirado de su explicación perfecta, dice: "Está bien,
María Magdalena. Has hablado con gran sabiduría, porque ésa es la explicación de mi
discurso" (Pistis Sophia, XXX, 5). Magdalena implora piedad para sus hermanos los apóstoles,
que estaban silenciosos y perturbados al saber que Jesús les iba a dar conocimiento del
misterio del Inefable (Pistis Sophia, XXXVII, 2).
En el Evangelio de María Magdalena, es alabada por Jesús por verlo en una aparición
y mantenerse en calma: "Bienaventurada, porque no te has turbado ante mi vista”
Pistis Sophia relata un diálogo entre María Magdalena y Salomé en el que Magdalena
le explica las enseñanzas de Jesús. Dice el texto: "Salomé se levantó y dijo: 'Señor, tú nos
dijiste: Quien no deja padre y madre para seguirme no es digno de mí'. Y nos dijiste después:
'Abandonad a vuestros padres para que os haga hijos del primer misterio por toda la eternidad'.
Pero, Señor, también está escrito en la ley de Moisés que aquel que abandone a sus padres
debe morir. ¿Está contra la ley el que abandona a sus padres y debe morir, está contra la ley lo
que tú nos enseñas?'. Cuando Salomé dijo estas palabras, María Magdalena, inspirada por la
fuerza que había en ella, dijo al Salvador: 'Señor, permíteme que hable a mi hermana Salomé
para explicarle tus palabras. 'Te permito, María, que expliques mis palabras a Salomé'.
Después de hablar el Salvador, María Magdalena se dirigió a Salomé y le dijo: 'Hermana
Salomé, has citado la ley de Moisés que dice que el que abandona a sus padres debe morir.
Pero la ley se refiere a los cuerpos y no al alma. La ley no se refiere a los hijos de los arcontes,
sino a la fuerza que sale del Señor, que hoy está en nosotros. Quien está fuera del Salvador y
de sus misterios, morirá de muerte y perecerá en la maldad'. En cuanto María Magdalena
terminó de hablar, se volvió hacia ella y le dijo: 'La potencia del Señor basta para igualarme a ti
en inteligencia'. Sucedió que cuando el Salvador oyó estas palabras de María Magdalena, la
felicitó calurosamente".
Después de hacer numerosas preguntas a Jesús y de haber discutido las respuestas
con el Salvador, Magdalena declara solemnemente: "Señor, creemos sinceramente que nos
has traído las llaves de todos los misterios del reino de la luz, que redimen los pecados de las
almas, para que las almas se purifiquen y, al hacerse dignas de la luz, sean llevadas a la luz "
(Pistis Sophia, L, 11).

El otro Pedro y la otra Magdalena somos todos nosotros


Las corrientes gnósticas defendían que no se necesitaba una institución eclesial para
vivir la fe en Jesucristo. Cada gnóstico podía hacer su camino interior y personal. Debemos ser
críticos con estas posiciones, pero sin olvidar que nuestra postura tiene que ser siempre de
diálogo con nuestro origen, aunque esto suscite polémicas. Por supuesto, la institución Iglesia
fue y sigue siendo importantísima para mantener vivas las enseñanzas de Jesucristo. Ningún
carisma se mantiene solo. Necesita recibir forma para sobrevivir en una institución, revestida
por la historia y por la tradición, que mantiene viva la fe. Los dos aspectos son importantes:
carisma y poder. Necesitan vivir fraternalmente. En caso contrario, caeremos en el
"carismatismo" o en el rigorismo. Y ninguno de estos "ismos" hace bien a la fe.
El Pedro canónico y el Pedro apócrifo nos muestran la humanidad que vive dentro de
cada uno de nosotros. Por ser humano, el humano está sujeto a errores. Somos Pedro y
piedra, poder y servicio. Una vez uno, otra vez otro. La Iglesia petrina inspirada en el Kephas,
donde viven los pobres, es siempre un desafío para todos. ¡San Pedro, ruega por nosotros! En
la praxis de su vocación, en el seguimiento de Jesús, Pedro fue gradualmente lapidado hasta
convertirse en la personificación de la fidelidad a Cristo y en un líder en la misión de propagar
el mensaje cristiano. ¡Qué así seamos nosotros, discípulos y discípulas de Pedro.
La Magdalena canónica y la Magdalena apócrifa nos dejan inquietos. ¿Quién fue esa
mujer? ¿Por qué despertó tanto interés en el cristianismo? ¿Fue la búsqueda de modelos, de
los arquetipos que necesita una cultura para sobrevivir, la que la hizo eterna? Por desgracia, la
imagen de la prostituta Magdalena sobresalió por encima de la de la mujer apóstol. Que el
movimiento de recuperación de su personalidad de mujer apostólica, humana y amada nos
ayude a vencer muchas barreras impuestas a nuestros cuerpos.
El conflicto entre el otro Pedro y la otra Magdalena, presente en los textos apócrifos,
hay que entenderlo de modo crítico. Más que revelar una oposición y un rechazo entre estos
dos importantísimos personajes del cristianismo emergente, esos hechos, verdaderos o no,
revelan la disputa política del poder eclesial de las comunidades que "crearon" esos textos y se
los atribuyeron a ellos.
Magdalena fue una mujer de fe. Afrontó desafíos. Estuvo al Iado de Jesús y lo amó
profundamente.
EVANGELIO DE MARÍA MAGDALENA
Por desgracia, el descubrimiento del Evangelio de María Magdalena en el año 1945 en Nag
Hammadi, en el Alto Egipto, tampoco consiguió ofrecernos el texto completo del evangelio.
Faltan las páginas iniciales, desde la 1 a la 6, y desde la 11 a la 14.
El texto que sigue es una traducción realizada por Jean-Yves Leloup, publicada en el libro
Evangelho de María. Míríam de Magdala (Vozes, Petrópolis 1998).

Página 7 1 (. •• ) "¿Qué es la materia? 2 ¿Durará siempre?" 3 El Maestro respondió: 4


"Todo lo que nació, todo lo que fue creado, 5 todos los elementos de la naturaleza, 6 están
estrechamente ligados y unidos entre sí. 7 Todo lo que es compuesto se descompondrá;8
Todo retornará a sus raíces: 9 la materia retornará a los orígenes de la materia. 10 El que
tenga oídos para oír que oiga" 11 Pedro le dice: "Ya que tú haces de intérprete 12 de los
elementos y de los acontecimientos del mundo, dinos: 13 ¿Qué es el pecado en el mundo?".
14 El Maestro dice: 15 "No hay pecado. 16 Sois vosotros los que hacéis que exista el pecado
17 cuando actuáis conforme a los hábitos 18 de vuestra naturaleza adúltera. 19 Ahí está el
pecado.
20 Es por eso por lo que el Bien vino entre vosotros; 21 participó de los elementos de vuestra
naturaleza 22 a fin de reunirla en sus raíces". 23 Continuó y dijo: 24 "Es por eso por lo que
estáis enfermos 25 y morís: 26 es la consecuencia de vuestros actos: 27 hacéis lo que os
aparta ... 28 Quien pueda, que comprenda".

Página 8 1 "El apego a la materia 2 genera una pasión contra la naturaleza. 3 Entonces
nace la perturbación en todo el cuerpo; 4 es por eso que os digo: 5 'Estad en armonía 6 Si
sois desreglados 7 inspiraos en representaciones 8 de vuestra propia naturaleza. 9 El que
tenga oídos 10 para oír que oiga". 11 Después de decir esto, el Bienaventurado 12 saludó a
todos diciendo: 13 "¡Paz a vosotros; que mi Paz 14 surja y se complete en vosotros! 15
Velad para que nadie os engañe, 16 diciendo: 17 'Aquí está, 18 allí está', 19 porque es en
vuestro interior 20 donde está el Hijo del Hombre; 21 id a Él: 22 los que lo busquen lo
encontrarán. 23 ¡En marcha! 24 Anunciad el Evangelio del Reino".

Página 9 1 "No impongáis más reglas 2 que aquellas de las que yo fui el testimonio.
3 No juntéis leyes a las que han sido dadas por Aquel que os dio la Torá, 4 a fin de que nos
os convirtáis en sus esclavos". 5 Habiendo dicho esto, partió. 6 Los discípulos estaban
afligidos y 7 derramaron muchas lágrimas, diciendo: 8 "¿Cómo vamos a ir hasta los gentiles
a anunciar 9 el Evangelio del Reino del Hijo del Hombre? 10 Si no han tenido con él
ninguna consideración, 11 ¿cómo la tendrán con nosotros?". 12 Entonces, María se levantó,
13 saludó a todos y dijo a sus hermanos: 14 "No os quedéis apesadumbrados e indecisos,
15 porque su gracia os acompañará y os protegerá. 16 Antes bien, alabemos su grandeza,
17 porque nos ha preparado y 18 nos ha invitado a ser plenamente humanos" 19 Dicho
esto, María orientó sus corazones hacia el Bien y 20 las palabras del Maestro se hicieron
claras para ellos.

Página 10 1 Pedro dijo a María: 2 "Hermana, sabemos que el Maestro te amó 3 más que
a otras mujeres. 4 Dinos las palabras que te dijo, 5 las que recuerdas 6 y de las que
nosotros no tenemos conocimiento …". 7 María les dijo: 8 "Aquello que no os fue dado
escuchar 9 os los anunciaré. 10 Tuve una visión del Maestro 11 y le dije: 12 'Señor, hoy
te he visto 13 en una visión'. 14 Él respondió: 15 'Bienaventurada, porque no te has
turbado ante mi vista. 16 Donde está el nous, allí está el tesoro'. 17 Entonces le dije:
18 'Señor, ahora, el que contempla 19 tu visión 20¿ve por la psique [alma]? 21¿0 por el
Pneuma [el Espíritu]?' 22 El Maestro respondió: 23 'Ni por la psique ni por el Pneuma;
24 el nous que se halla en medio de ellos 25 es él que ve y es él que (...)'"

Página 15 1 "No te vi descender, 2 pero ahora de veo subir", 3 dice la Concupiscencia.


4 "¿Por qué mientes, si me perteneces?" 5 El alma respondió: 6 "Yo te he visto, 7 pero tú
no me has visto 8 ni me has reconocido; 9 Por la vestimenta, que era tuya, 10 no me
reconociste". 11 Habiendo dicho esto, 12 ella se fue contenta. 13 Después se presentó a
ella el tercer clima, 14 llamado Ignorancia. 15 Ésta interrogó al alma preguntándole: 16
"¿A dónde vas? 17 ¿No estabas dominada por una mala inclinación? 18 Sí, estabas sin
discernimiento y en servidumbre". 19 Entonces, el alma dice: 20 "¿Por qué me juzgas a mí
si yo no te he juzgado? 21 Me dominaron, pero yo no dominé; 22 no he sido reconocida,
23 pero he sabido 24 que todo lo que es compuesto se descompondrá tanto 25 sobre la
tierra como en el cielo".

Página 16 1 Liberada de ese tercer clima, el alma continuó ascendiendo. 2 Vio al cuarto
clima, 3 que tenía siete formas. 4 La primera forma es la Tiniebla; 5 la segunda, la
Concupiscencia; 6 la tercera, la Ignorancia; 7 la cuarta, la Envidia de muerte; 8 la quinta,
la Dominación carnal; 9 la sexta, la Sabiduría borracha; 10 la séptima, la Sabiduría astuta.
11 Éstas son las siete manifestaciones de la ira 12 que oprimen el alma con preguntas:
13 "¿De dónde vienes, homicida? 14 ¿A dónde vas, vagabunda?". 15 El alma respondió:
16 "Lo que me oprimía fue condenado a muerte; 17 lo que me aprisionaba ya no existe;
18 mi concupiscencia se ha apaciguado 19 y he sido liberada de mi ignorancia".

Página 17 1 "Salí de un mundo gracias a otro mundo; 2 una imagen se apagó 3 gracias a
una imagen más elevada. 4 En adelante alcanzaré el reposo, 5 donde el tiempo reposa en
la eternidad del tiempo. 6 Voy hacia el Silencio". 7 Tras expresar esto, María permaneció
en silencio, 8 dado que el Maestro había hablado con ella. 9 Entonces Andrés tomó la
palabra y se dirigió a sus hermanos: 10 "¿Qué os parece lo que acaba de contar? 11 Yo,
por mi parte, no creo 12 que el Maestro haya hablado así; 13 estas ideas difieren mucho de
las que conocemos". 14 Pedro añadió: 15 "¿Es posible que el Maestro haya conversado
16; así con una mujer 17 sobre secretos que nosotros mismos ignoramos? 18 ¿Debemos
cambiar nuestros hábitos? 19 ¿Escuchar a esta mujer? 20 ¿Es que verdaderamente la
escogió y la prefirió a nosotros?" .

Página 18 1 Entonces María se echó a llorar. 2 y dijo a Pedro: 3 "Hermano Pedro, ¿qué
tienes en la cabeza? 4 ¿Crees que yo sola, en mi imaginación, 5 he inventado esta visión
6 o que he dicho mentiras a propósito de nuestro Maestro?" 7 Leví tomó la palabra:
8 "Pedro, siempre has sido un impulsivo; 9 Te veo ahora encarnizarte contra esta mujer
10 como hacen nuestros adversarios.
12 Pues bien, si el Maestro la consideró digna, ¿quién eres tú para rechazarla?”
13 Seguramente, el Maestro la conoce muy bien ... 14 la amó más que a nosotros.
15 Arrepintámonos, 16 revistámonos del hombre perfecto. 17 Dejémosle que eche sus
raíces en nosotros 18 y que crezca como él pidió. 19 Partamos a anunciar el Evangelio
20 sin establecer otras reglas y otras leyes 21 que aquellas de las que él fue el testigo".

Página 19
1 Después de que Leví dijo estas palabras,
2 se pusieron en camino para predicar el Evangelio,
3 Evangelio según María.

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