Está en la página 1de 4

2. Vanger, Milton. "El país modelo. José Batlle y Ordóñez. 1907-1915". Arca—E.B.O. Montevideo. 1980. Pág.

212-215.

La presidencia de Batlle ya estaba llegando a su término medio —más de la mitad si el Colegiado iba a cortar su
administración en un año— y aunque Batlle retenía algunas de sus más radicales propuestas hasta después de que se
estableciera el Colegiado, las líneas generales de su visión del Uruguay —país modelo— eran ahora más definidas
y más conocidas de lo que lo habían sido cuando su elección basada en la imagen de un Batlle 'maduro'. Estaba
utilizando la prosperidad de la nación para impulsar la transformación económica, rural y urbana. La estancia se
tornaría intensiva, la agricultura se expandiría; la industria crecería (la sustitutiva de importaciones y la nueva, como la
pesca, el alcohol industrial, la minería). Nuevas y ampliadas empresas del Estado detendrían el drenaje del oro a la
vez que reducirían los costos para los consumidores. El Estado, 'dueño de todas las fortunas y de gran parte de ellas',
por medio de los impuestos, estaría capacitado para proporcionar a todos una vida decorosa. La educación y la
cultura también estarían al alcance de todos. En contraste con revolucionarios posteriores que quieren eliminar la
distancia entre intelectuales y obreros forzando a los intelectuales a realizar trabajos manuales, Don Pepe quería
disminuir esa distancia dándole a los trabajadores una cultura intelectual. Las mujeres serían liberadas de la Iglesia y
de las constricciones de la dominación masculina. El proceso hacia el país modelo continuaría, bajo la creciente
democracia, dirigido por el Partido Colorado y asegurado por el Colegiado.
Este resumen de lo que Batlle estaba haciendo, difiere en la mayoría de los escritos recientes —comenzando en
la década de 1960— acerca de él. Esos escritores ven a un Batlle que, por falta de conocimiento sobre asuntos
rurales y por cálculo político, deja tranquilos a los estancieros, descuida al interior y concentra sus planes en
Montevideo donde estaba su respaldo político. Afirmaciones tales como 'el núcleo del problema — la tenencia de
la tierra— aún no había llegado al líder en la Presidencia' (J. P. Barran y B. Nahum); 'aunque Batlle adoptó una
postura reformista radical con respecto a un amplio sector de intereses e instituciones, ella no se extendió a la
cuestión de la propiedad de la tierra' (Henry Finch); 'el gobierno de Batlle operaba en un contexto casi
completamente urbano' (John Kirby), son ejemplos de lo que se ha convertido en conocimiento convencional.
'El arreglo de Batlle —reformas urbanas a cambio del statu quo rural' (Peter Winn) es visto como un 'camino
lateral' (Ricardo Martínez Ces) destinado a expandir el consumo urbano, 'resolver tensiones sociales' y así 'no
afectar las estructuras tradicionales que él quería preservar' (Henry Finch).
Tomados en conjunto, estos estudios interpretan mal las intenciones de Batlle, reducen el alcance de su política
y subestiman su radicalismo. En vez de aceptar el statu quo rural, se estaba moviendo para imponer el uso
intensivo de la tierra y reclamar las tierras fiscales. En lugar de operar en un contexto casi exclusivamente urbano,
su obra de gobierno y su política eran nacionales. Las estaciones agronómicas, casinos, ferrocarriles del Estado, un
nuevo puerto todavía no anunciado, sobre el Atlántico, cerca de Brasil, todo estaba destinado al desarrollo del
interior, el crédito y los seguros de los bancos del Estado servían al interior y a Montevideo, ahora tenía usinas en
todo el país; los nuevos liceos departamentales acercarían el nivel cultural del interior al de Montevideo.
Políticamente, Batlle presidía un partido nacional, no sólo montevideano.
Tampoco creo sea acertada la opinión de que Batlle quería preservar las estructuras tradicionales y aliviar
tensiones sociales a través de caminos laterales. Un hombre que estaba proponiendo hacer del Estado 'el dueño de
todas las fortunas o de gran parte de ellas', obviamente no quería preservar las estructuras tradicionales. Esta
interpretación errónea de las intenciones y de la política de Batlle surge por mirar el pasado del Uruguay desde el
punto de vista de la continuada crisis económica posterior a la década del 50, cuando el consumo excedía a la
producción, cuando el país tenía una enorme burocracia, y cuando las empresas del Estado producían déficit, paros
y apagones.
El argumento del 'camino lateral' ubica el camino de esta situación en la segunda presidencia de Batlle. Según este
argumento, Batlle incrementó intencionalmente el empleo público, especialmente en las empresas del Estado, para
aumentar la masa obrera, el consumo y el mercado de productos (Ricardo Martínez Ces). Una opinión similar en
Carlos Real de Azúa ("El impulso y su freno. Tres décadas de batllismo y las raíces de la crisis uruguaya"). Pero el
propio Batlle, como lo demuestra el análisis de sus presupuestos, fue muy cuidadoso en mantener bajo el
crecimiento del empleo público. Hasta he sostenido que las empresas proyectadas por Eduardo Acevedo tenían
menos empleados de los necesarios para llevar adelante sus propósitos. Para Batlle, la función primordial de esas
empresas era restringir el drenaje del oro y proporcionar servicios nuevos y más baratos dentro del programa de
desarrollo económico que estaba imponiendo al Uruguay. Llenar las empresas con demasiados empleados elevaría
los costos y les impediría ofrecer servicios baratos. El éxito justificaría la creación de otras; la ineficiencia, no.
Cuando las Usinas Eléctricas extendieron sus servicios a todo el país, se le dio a su Directorio el derecho de
despedir trabajadores aun cuando, normalmente, los empleados públicos sólo podían ser despedidos con venia del
Senado. Los legisladores se opusieron. El Ministro de Hacienda, José Serrato, contestó que el Estado quería que
sus empresas tuvieran éxito y tenía que 'organizarlas (...) en igual forma en que las organiza la industria privada'."
• Louis, Julio A. "Batlle y Ordóñez. Apogeo y muerte de la democracia burguesa". Natura Libros.
Montevideo, 1969. Pág. 183-116 y 189-90.

Carácter radical, progresista y zigzagueante del batllismo

"El batllismo mantiene el carácter burgués del Estado ampliando su estructura democrático—burguesa y la
apropiación privada de los medios de producción y de cambio. Sostiene el sistema burgués y propagandea
entre las masas la confianza hacia el régimen democrático—burgués. El punto principal del batllismo
ideológicamente consiste en valorar la democracia y la ley, como factores supremos, estables y condicionantes de
los demás (... )
La burguesía industrial inteligentemente conducida por BatIle y Ordóñez, propagandea, posibilitada
por la situación económica, la democracia, consciente de que es la forma más sutil de enfrentar la política
revolucionaria del proletariado. Un proletariado, por otra parte, sumamente débil social, política e
ideológicamente.
Favorecida por esas circunstancias, la burguesía permite que dentro del batIlismo se hable de conquistar
una auténtica libertad y justicia a través de la colectivización, se manifiesten propósitos antiimperialistas y
hasta socializantes. Permite que el Estado se mantenga 'neutral' en los conflictos obrero—patronales, aunque
ejerciendo el papel de sostenedor jurídico del orden burgués, y hasta llega a tolerar que el representante más
radical de la pequeña burguesía, el 'obrerista' Domingo Arena, declare que debe dejarse de lado la simple
neutralidad estatal en los conflictos obrero—patronales para colocarse de parte del más débil.
Tan liberal es que, por boca de ese batllista, se denuncia duramente a la sociedad capitalista: 'esta sociedad
capitalista, para poder seguir marchando como marcha, para poder seguir utilizando como utiliza al pobre
rebaño humano, necesita forzosamente mantenerlo en un estado de abyección, de embrutecimiento, de
abandono en que hoy vive'.
O se plantea, para un futuro indefinido, la colectivización de la tierra y de los restantes medios de
producción.
Pero en el fondo, la burguesía industrial se siente expresada y segura por el batIlismo, a pesar de los pujos
radicales de la pequeña burguesía, expresados sobre todo a través de Arena. Y eso en la medida en que el
batIlismo descarga todos sus dardos contra la lucha de clases, verdadero motor de donde el proletariado extrae
en la práctica su ideología revolucionaria, socialista y comunista. Ataca, primero sutilmente, la lucha de
clases, propagandeando la conciliación; y siempre, muchas veces ya no sutilmente, blandiendo el garrote o la
pluma contra las ideas revolucionarias.
El gradualismo reformista es posible mientras se exprese el propósito (¡y hasta Domingo Arena lo hace!) de
aplicar la ley contra los que inciten a la violencia.
De esta forma, hábilmente, el batIlismo actúa como antídoto contra la revolución proletaria. Su
práctica es la siguiente: cuando el proletariado forcejea para romper sus cadenas, le dirige palabras dulces
convenciéndole de que no apele a la violencia, de que dirija sus argumentos a convencer al patrón, o se dirige
al patrón pidiéndole que no sea cruel. Y por fin, mientras le asegura que algún día todos serán iguales,
permite que el patrón mantenga las cadenas de la esclavitud asalariada.
Por fin es preciso estimar la significación política interna de José Batlle y Ordóñez. Su aguda
inteligencia, su habilidad para maniobrar entre ami gos y enemigos, su penetrante visión psicológica, puesta
sagazmente de relieve por Arena, al servicio de la unidad del partido. Es la expresión más alta, más definida,
de lo que es su partido. Con sus virtudes y defectos. Cobija bajo su atenta mirada intereses contradictorios
pero no antagónicos. Está siempre listo a inclinarse, se gún las circunstancias, a desplegar el progresismo
social, económico y político del partido hacia el cual parece predispuesto, e igualmente a replegarse, en aras
de la unidad partidaria, en aras de seguir siendo expresión política de la burguesía industrial en los períodos
de crisis, como ocurre con el 'alto de Viera'.
Su progresismo de los años de apogeo económico poco a poco se va apagando, a medida que la burguesía
industrial retrocede y, junto a él, en primera fila, retrocede el partido en su conjunto.
Cumple en el Uruguay, y dentro de su partido, similar papel al de Luis Bonaparte, que Marx pone de
relieve. Su papel `bonapartista' consiste en otorgar leyes avanzadas a los obreros, favorecer a los pequeños
propietarios, proteger a las mujeres, ancianos y niños, impulsar el desarrollo de la burguesía industrial,
serenar a los grandes propietarios de tierras y de comercios, nacionalizar resortes básicos y otor gar
concesiones a los imperialistas. A diferencia de Luís Bonaparte, tuvo la suerte de morir a tiempo, como muy
lúcidamente afirma Martínez Ces, antes de que su creación estallara en mil pedazos como consecuencia de la
crisis del sistema.
Batlle y Ordóñez es imagen y reflejo de una época, de un país: de un Uruguay que quiso y no pudo ser."
Real de Azúa, Carlos. "El impulso y su freno. Tres décadas de batllismo y las raíces de, la la
crisis uruguaya-. E.B.O. Montevideo, 1964.

"El Batllismo contribuyó a modelar, en esfuerzo dominante o más egregio que otros factores
concurrentes, una sociedad y un Estado muy superiores a casi todos los otros hispanoamericanos
según pautas determinadas. Unas pautas que, ni exclusivas ni intemporales, cabe llamar, más
localizadamente 'modernas' y 'progresistas'.
Todas las dimensiones del país dieron un salto hacia adelante y seguirían creciendo un
tiempo, siendo los guarismos decisivos de la población y la producción los que antes se detuvieron.
(...)

Con todo, si hubiera que ceñir las debilidades más globales, más conspicuas, de más efecto a
largo plazo, es especialmente a dos que hay que hacer referencia.
La del móvil filosófico cultural podría ser una de ellas, pues es dable pensar que la filosofía
'progresista' de que el Batllismo se reclamó ha entrado en proceso definitivo de disgregación y
caducidad y que sus ingredientes racionalistas, individualistas, hedonistas, ético–inmanentistas,
romántico–populistas o han seguido la suerte del compuesto que los integraba o han entrado —lo
que en cierto modo es más seguro— en nuevas, en muy disímiles y hasta casi siempre
irreconocibles recomposiciones.
Ceguera al contexto podría registrarse por fin; olvido, por ejemplo, de las restricciones que
imponía al desenvolvimiento industrial la pequeña magnitud de la comunidad y de su
mercado, desprecio a las constricciones a que sujetaría el crecimiento de la clase media y
obrera una estructura aguada del tipo de la uruguaya, desatención a los fenómenos y
desequilibrios de una situación de marginalidad en un medio cultural tan intensamente
europeizado como ya era el nuestro. La falta de conocimiento de las condiciones americanas y
de la naturaleza y significación del imperialismo que hizo a Batlle, en 1904, acariciar la idea
de la intervención de la marinería yanki en nuestra guerra civil, no es, en cierto sentido, más
que el corolario verosímil de una situación ambigua, de la residencia en un limbo en el que no
éramos ni americanos ni europeos.
(...)
En realidad, entre no haber conseguido hacernos una nación 'central' y no 'periféri ca' (una tarea
de la magnitud de parar el sol) y este habernos diferenciado de lo específicamente rioplatense y
americano; entre haber querido dotarnos de todos los órganos y tejidos de una nación madura y
haberse conformado con el destino y la magnitud de una pequeña comunidad económica e
ideológicamente mediatizada, se deslinda con suficiente precisión la falacia batllista. Una falacia
que en cierto modo era inevitable: el despejarla hubiera reclamado esas grandes energías históricas
de eslora, de aliento universal que recién las naciones del Tercer Mundo están, como un todo, en
condiciones de potenciar y planear. La situación desde la que tal empresa quiso acometerse en
nuestro país es de las que están más allá de la mera culpa o mala fe subjetivas: cualquier solu ción
de fondo sólo podría haber vencido la precariedad de lo que se logró (dejando, por obvio, de lado el
no haber hecho nada) por medio de un giro copernicano del destino de Latinoamérica entera.
(...)
Y aún otra cosa podría resultar más grave: una sociedad a la que se estancó en una suerte de
radicalismo verbal básicamente conservador y a la que se limó de toda energía revolucionaria
incómoda, trabajosa, dura al fin, haciéndole creer que con algunas elecciones ganadas, algún
impuesto más, algunas medidas legislativas, los privilegios de los grupos superiores caerían al suelo
como hojas secas y el feliz imperio de la igualdad sería alcanzado. No se necesita ser un
revolucionario cabal para pensar que si en algún país el 'evolucionismo' social ha tenido un sentido
enervador, ese país es el Uruguay."
Finch, Henry. "Historia económica del Uruguay contemporáneo". E.B.0. Montevideo, 1980,
págs. 16-21.
“Los propietarios rurales tuvieron claro, a partir de 1904, que el Partido Colorado no planea atacar el
principio de la propiedad privada de la tierra ni rescatar tierras fiscales que los propietarios habían ocupado.
La autonomía del sistema político era. en verdad, un privilegio del que la naciente clase política no podía
arriesgarse a abusar atacando las bases mismas del sector rural. Un pacto implícito se estableció entonces
entre ambos sectores. Sin embargo, la paradoja de la vulnerabilidad política de la clase alta rural —el hecho
de que un grupo económicamente dominante no pudiese controlar el sistema político— fue reconocida en
1916 cuando los propietarios rurales se unieron para formar la Federación Rural como un grupo de presión
que actuase en el seno de ambos partidos tradicionales en defensa de los intereses del campo.
A pesar de todas las ideas peligrosas que se proclamaban en Montevideo, los intereses rurales tenían poco que
temer. La política agropecuaria de Batlle fue, en realidad, neutral. Su propósito era lograr la transformación gradual
de una estructura insostenible. pero las medidas que puso en práctica —elevación de los impuestos sobre la tierra,
impuestos a la herencia y al ausentismo, salarios mínimos para el medio rural, planes de colonización, créditos a los
pequeños productores— fueron fácilmente evadidas o tuvieron escasos resultados. A largo plazo, el fracaso del
batIlismo en reformar la estructura agraria iba a tener serias consecuencias para el futuro desarrollo del Uruguay.
El rápido crecimiento de las exportaciones y las demostradas habilidades en el difícil arte de la conciliación política
constituyeron —por otra parte — razones de peso para evitar un enfrentamiento de fondo con los intereses rurales.
Además, en lo que respecta al corto plazo, existía un argumento concluyente: la economía urbana —cuyos
intereses Batlle representaba directamente— tenía margen para crecer sin entrar en conflicto con las arcaicas
estructuras rurales 1...)
La política económica de Batlle no logró ningún cambio importante en la estructura económica del país. Se
concedieron beneficios impositivos a las nuevas empresas industriales que se sumaron a la protección arancelaria
ya existente. Pero al faltar una política fiscal progresista, el mercado se mantuvo sin desarrollarse y tuvo que
ser el socialista Emilio Frugoni quien señalase el carácter regresivo del proteccionismo aplicado a los
artículos de primera necesidad.
El crecimiento del sector público —otro rasgo del batIlismo-- lejos de perjudicarlo, favoreció indudablemente
al capital nacional. El monopolio por parte del Estado en algunos tipos de seguros se realizó a expensas de
empresas extranjeras, no de las uruguayas.
Por otra parte, la hostilidad de Batlle hacia el capital extranjero, si bien era sincera, distaba mucho de ser
una actitud de enfrentamiento a la intromisión imperial. (…)
Si bien los resultados económicos de la política batllista fueron en verdad modestos, sus logros sociales y
políticos fueron realmente importantes. La inmigración masiva introdujo nuevos intereses en Montevideo —
instituciones e ideologías de base social— que empezaron a entrecruzarse con las fidelidades partidarias
tradicionales que hasta entonces no habían tenido una base social homogénea. Las organizaciones obreras se
fortalecieron a partir de 1895 y el descontento laboral se intensificó durante la década de rápido crecimiento que
precedió a la Primera Guerra Mundial provocando alarma entre los sectores empresarios más poderosos. Los
partidos políticos tradicionales, tan mal equipados para registrar y articular los nuevos reclamos se sintieron
igualmente amenazados por la militancia de los obreros. La respuesta de Batlle fue elevar al Estado —y con él al
sistema político— al plano de una benevolente neutralidad desde la que se podía mediar en los conflictos sociales
que se convirtiesen en un peligro para el orden que el Estado quería salvaguardar. Las leyes consagraron una
aspiración primaria del movimiento obrero —la jornada de 8 horas— en 1915. Posteriores actos legislativos
fueron anticipando los reclamos laborales y, de esa manera, los viejos partidos políticos se fortalecieron a expensas
del movimiento sindical y —más aún— de la eventual temática de los partidos de izquierda. Mientras los clubes
políticos cumplían el papel de agentes para la integración de los inmigrantes montevideanos, la aprobación de
leyes sobre pensiones a la vejez, jubilaciones, descanso semanal para los trabajadores. seguros de accidentes de
trabajo y salarios mínimos consolidaba la lealtad de los trabajadores al aparato estatal que los protegía. La
legislación era el precio que debían pagar los pequeños industriales en ascenso por la estabilidad política y social.
La ideología del batllismo fue, fundamentalmente, una ideología de clase media. Aunque ningún sector
social fue excluido de la alianza batllista, los mejor representados fueron el de la pequeña industria y el de
los empleados públicos y privados. Un sentimiento igualitario combinado con la defensa de la propiedad, la
creencia en el valor de la movilidad social manifestada a través del apoyo a la educación y a la igualdad de
oportunidades y la afirmación del Estado por encima de los intereses de las distintas clases sociales, fueron
rasgos característicos de la temática del movimiento. La política batllista consistía, entonces, en mantener
mediante concesiones el equilibrio entre fuerzas sociales crecientemente antagónicas, mientras conservaba y
fortalecía la independencia del sistema político a través de su capacidad de mediar entre ellas"

También podría gustarte