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Dominique Duval

Clarita y
su sabueso
Un cuento espeluznante salpicado
de valiosas enseñanzas

Argentina
2021
Diseño y contenido: Dominique Duval
Material de distribución gratuita
Rep. Argentina. Diciembre 2021
Instagram: @dominiqueduvaloficial
Prólogo
Si uno pensara cómo iniciar un prólogo rápidamente se le
viene a uno la pregunta principal de todo libro: “¿Por qué
debería usar tiempo de mi vida en leerlo?”; a eso ha de
añadirse un plus: “¿Por qué debería leer esta obra a mis
hijos?”.
Ciertamente la respuesta es más simple de lo que uno cree.
En estas pequeñas palabras se hallan grandes verdades que
la autora entrega al mundo, pero no cualquier mundo, sino al
mundo de los padres. En un mundo colapsado por la presencia
de lo virtual es bueno tener un momento para volver a lo
real. Es importante separarse la velocidad desenfrenada de la
presente sociedad para valorar esos pequeños espacios que
son lo que duraran en el espíritu por toda la eternidad; el
contacto vívido, cuando un padre y una madre se sientan a
narrar una historia a sus hijos, es lo que deja en el niño esa
semilla tan profunda de amor. Hoy los niños en el mundo se
sienten desplazados por computadores y celulares que les han
quitado a sus padres; qué bondad habría entonces si cada
padre lograra dejar de lado las preocupaciones mundanas y
entendiera que cada hijo no necesita ni los juguetes ni las
ropas más caras, sino que su principal necesidad es el tiempo
compartido con aquellos a quienes tanto ama.

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Si uno repasa la propia vida notará que los momentos más
grabados en el corazón nunca transitaron por experiencias
onerosas, sino que se albergó en uno aquellos momentos de
amor y compañía con los padres, seres maravillosos que han
sido co-creadores del milagro de la vida.
Además, y sabiendo que muchos piensan en las utilidades
para invertir su valioso tiempo, vale la pena remarcar los
grandes beneficios que aporta leer una historia sana a los
niños; a saber: estimular la imaginación, ayudar a encausar la
empatía ante conflictos, fomentar la creatividad, reconocer
los miedos, fortalecer la memoria, desarrollar un buen
lenguaje, enriquecer la comunicación, ampliar la comprensión,
tranquilizar los estados de ánimo, adquirir buenos hábitos de
lectura y, principalmente, crear un hermoso vínculo familiar.
Por ello es que es sumamente útil leer esta obra, y tantas
más que vendrán, a sus hijos; se recomienda pues que a toda
edad ya comience una narración personalizada, casi actuada,
para que desde temprana edad el niño entre a un mundo que,
si bien parece una ficción, es algo muy real, es la realidad de
tener a un padre y una madre amándolo y ayudando a su
correcto desarrollo.

Horacio Giusto Vaudagna

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É rase una vez una pareja de
huraños campesinos que vivían en un
gran bosque repleto de cuevas, animales
peligrosos y ladrones.
Estos habían construido su casa
en el lugar más recóndito del
bosque porque querían
vivir aislados del
resto de los
habitantes que
vivían allí.

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Cada mañana Jacinto salía a pescar o
a cazar animales para traer a la casa y
tener qué comer, mientras su compañera,
Irina, se encargaba de recoger frutas y de
guisar lo que Jacinto traía.
Por la tarde, ambos se sentaban junto al
arroyo que pasaba a pocos metros de su
preciosa casona a comer los pasteles que
Irina horneaba, y mientras comían, reñían
por todo.
Nadie imaginaba que, además de tener
muy mal genio, entre bocado
y bocado, criticaban a
todos sus vecinos y
aldeanos. Pues ellos
creían que no existía en
todo el bosque gente tan
buena y generosa
como ellos.

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Vivir aislados no había sido una decisión
azarosa. Después de vivir toda su infancia
y su juventud en la misma aldea que el
resto de los habitantes del lugar, un día
encontraron a un grupo de ermitaños que
les dijeron que ellos eran especiales y que
debían aislarse de los aldeanos para no
contaminarse y volverse ordinarios y
malvados como ellos.
Irina y Jacinto, que siempre fueron muy
engreídos, creyeron de inmediato en el
mensaje de los ermitaños y se unieron a su
reducida comunidad que habitaba del otro
lado del bosque.

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Vivieron durante años en esa pequeña
comunidad que buscaba mantenerse
apartada de todo lo que ocurría a su
alrededor. Allí aprendieron a vivir
de manera distinta a lo que ellos
estaban acostumbrados.
Para empezar, solo leían los libros que los
ermitaños les proporcionaban. Leer
otros libros no estaba prohibido,
pero nadie se atrevía a hacerlo
porque era mal visto. Luego,
realizaban sus trabajos
habituales y, en su tiempo
libre, solo se juntaban con
gente de la comunidad porque
tener amigos de afuera de ella era
considerado peligroso.

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Al llegar el fin de semana, se congregaban
en una gran reunión donde cada uno debía
rendir cuentas de todo lo que había hecho
durante la semana. Sus planes, sus anhelos,
todo debía ser expuesto en la comunidad.
Su líder era muy bueno, pero no debían
olvidar detalle ni ocultarle nada sino
recibirían una grave reprimenda. En su
plática, este les machacaba su profunda
preocupación por el bienestar de cada uno
de ellos, por eso quería saber
los pormenores de su vida
para asegurarse de que
no se desviaran del camino
de la verdad. Así, Irina y
Jacinto aprendieron a pensar
y a comportarse como ellos,

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entrometiéndose en la vida de sus
compañeros para vigilar que no se desviasen
de las enseñanzas de su líder, de la misma
manera que ellos eran vigilados por otros.
Con el paso de los años, Irina y Jacinto se
convencieron de que eran privilegiados por
pertenecer a esa distinguida comunidad a la
cual no cualquier aldeano tenía la posibilidad
de pertenecer.
Las puertas de la comunidad estaban
abiertas para todos, les había enseñado su
líder, pero solo las buenas personas eran
capaces de reconocer que allí se enseñaba
la verdad. Por eso,
Irina y Jacinto se sentían
especiales y superiores
al resto de los aldeanos.

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Llegó el momento en que Irina y Jacinto
decidieron aislarse un poco más e ir a vivir
juntos a lo más recóndito del bosque. Allí
construyeron su
magnífica casona de piedra
y madera adornada con
helechos, violetas y lirios,
pero cada tanto visitaban
a sus amigos ermitaños del otro lado
del bosque.
Se sentían muy orgullosos de lo que
habían sido capaz de construir y del lugar
selecto que ocupaban en la comunidad de
ermitaños y ante los aldeanos. Puesto que
estos últimos, aunque desconocían las
prácticas de dicha comunidad, los
consideraban personas muy respetables
porque habían escuchado rumores sobre lo
honrados y altruistas que eran.

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Al cabo de un tiempo de vivir solos en
su magnífica casona de piedra y madera,
Irina dio a luz una niña a la cual llamó
Clara. De repente, la enorme y sombría
casa de los campesinos ermitaños
se vio iluminada por la presencia
de la pequeña Clarita
que con sus llantos
y risas llenaba de vida
la solitaria vivienda.

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Pero la huraña Irina no estaba contenta
con tanto alboroto, y un día, cuando
Jacinto no se encontraba en la casa,
cansada de que la niña llorara, la metió
bajo la regadera fría hasta que se
cansara de llorar y se callara. Al cabo de
un largo rato, cuando la pequeña
Clarita quedó entumecida y
temblando por tanto llanto,
la quitó de la regadera y la
acostó en su cunita para que durmiera.
Y al fin la huraña Irina disfrutó del
silencio que ella tanto deseaba.
Así, la niña aprendió desde bebé a callar
ante el dolor, la incomodidad o el hambre,
pues sabía que nadie vendría en su ayuda.

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Aquella lección que Clarita aprendió sin
saberlo la acompañó durante toda su
infancia. Día tras día atravesaba solita
lugares tenebrosos del bosque cuando aún
era pequeña y no tenía edad para hacer
los mandados que su madre le encargaba.
Caminaba atemorizada hacia la aldea con
su canasta de mimbre sin protestar. Y
como era de esperarse, en más de
una oportunidad, se encontró con
personajes siniestros que amenazaron
con hacerle daño.
Pero milagrosamente, aunque
parezca mentira, logró
escapar sana
y salva en cada
una de esas
ocasiones.

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La pequeña Clarita, se acostumbró a
andar por la vida aterrorizada, pensando
que detrás de cada árbol se hallaba una
posible amenaza y nadie la ayudaría.
Y cada noche, al intentar
conciliar el sueño en su
camita del altillo,
pesadillas terribles
interrumpían su descanso.
Luego de varias horas de desvelo, se
volvía a dormir, pero por la mañana, al
salir el sol, su mamá Irina la despertaba
con un salpicón de agua helada que la
dejaba asustada por un buen rato.
Así comenzaba el penoso día de Clarita
que estaría lleno de peligro y
desagradables sorpresas.

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Un día, mientras Clarita volvía de la
aldea con las compras que su madre le
había encargado, un pequeño sabueso le
salió al encuentro y la acompañó hasta su
casa. Nunca antes se había sentido tan
acompañada y protegida como esa tarde.
Entró en la casona, dejó su canasta
con las compras sobre la mesa, saludó
respetuosamente a sus padres campesinos
con una reverencia, y sin que ellos se dieran
cuenta, tomó un pedazo de pan de la
alacena y volvió a salir para recompensar a
su pequeño guardián que la esperaba
afuera moviéndole la cola.
Ese día, Irina y Jacinto, no descubrieron
que Clarita tenía un
nuevo amigo y
protector, pero
pronto lo descubrirían.

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Cierto día, mientras Clarita se
encontraba en el altillo jugando con sus
muñecas viejas, los llantos de un
animal la sobresaltaron y bajó
corriendo las escaleras en su ayuda.

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Se trataba de su pequeño sabueso.
Irina había logrado arrinconarlo en una
esquina del jardín, y sin que el animal
pudiera escapar, lo golpeaba con el mango
de una escoba lastimándole las costillas.
Clarita sintió como si le estuviera
haciendo daño a ella misma, puesto
que el sabueso era su amigo.
Al ver al indefenso animal que
no podía defenderse, Clarita
no dudó en meterse en el
altercado para ayudarlo. Y
al entrar a liberarlo, le tocó
a ella misma recibir unos escobazos en su
pequeña espalda escuálida y frágil.

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Algunos vecinos que pasaban por el
camino a unos metros de la vivienda
alcanzaron a oír el griterío, pero no vieron
lo ocurrido porque Irina se marchó
ofuscada a ocultarse en su
magnífica casona para no ser
vista por ellos. Lo único que vieron fue a
Clarita llorando desconsoladamente en el
suelo junto a su sabueso que aullaba de
dolor, y aunque pensaron que necesitaba
ayuda, no se atrevieron a acercarse
porque, en ese mismo momento, llegaba
Jacinto de cazar.

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Este extendió el brazo y los saludó
sonrientemente, como si todo estuviera
en orden, mientras por lo bajo,
reprendía a la niña y al cachorro para
que se callaran de una vez.
Los vecinos se alejaron por el camino
escuchando los llantos desgarradores
de fondo, pero tranquilos pensando
que Clarita y su sabueso se
encontraban bien junto a su
intachable familia.

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Algunas tardes, Irina y Jacinto llamaban
a la niña que se encontraba en el altillo, y
la invitaban a sentarse junto a ellos a
comer pasteles de fruta a la vera del
arroyo. Pero, aunque a la niña le gustaban
mucho los pasteles, le aterrorizaba
sentarse junto a ellos porque era grande
el miedo que les tenía a ambos.
Especialmente a Irina que,
cuando se encontraba
en su cercanía,
siempre la
regañaba por
cualquier cosa.

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Además, la había visto
muchas veces torturar y matar animalitos
del bosque injustificadamente. Irina decía
que era para correrlos del jardín porque le
arruinaban las plantas, pero aunque la niña
tenía solo ocho años de edad, se daba
cuenta de que aquello era solo una excusa
para hacerles daño. Y en verdad era
muy cruel.

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Esa tarde el instinto a Clarita no le falló,
sabía que algo malo le ocurriría.
Mientras permanecían a la orilla del
arroyo, cuando la niña se levantó a tomar
un pedazo de pastel, unas migas cayeron sin
querer sobre la larga pollera de Irina.
Esta ofuscada por el incidente, empujó a
Clarita de manera brusca haciéndola caer
al arroyo que corría a una velocidad
considerable.
— Niña tonta — le gritó mientras ella era
arrastrada por la corriente.

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La niña perdió el
conocimiento, y
cuando se despertó
del trance, se
encontró presa del
pánico gritando
desesperadamente
en medio del agua y dando manotazos para
no hundirse.
Afortunadamente, al cabo de unos
metros, quedó atascada en una piedra que
evitó que la corriente se la llevara. Allí fue
Jacinto con una rama y se la extendió para
que ella se sujetase y así sacarla del
caudaloso arroyo que se llevaba con él todo
lo que cayera en sus aguas.

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Clarita se tomó con fuerza de la rama y
Jacinto la arrastró hacia la orilla. Pero al
salir, no podía mantenerse en pie del pánico
y el dolor que invadía todo su cuerpo. Las
piedras filosas del arroyo, que a simple
vista no se veían, le habían lastimado las
piernas y tenía algo de sangre en diferentes
partes del cuerpo.
Quiso tumbarse sobre el césped para
reponer el aliento, pero la huraña Irina la
obligó a ponerse de pie, limpiarse la sangre y
dirigirse a la aldea para hacer los
mandados. Clarita debía cumplir con sus
obligaciones pasara lo que pasara.

25
Con la mente aun perturbada por el
infortunio que acababa de vivir, Clarita
caminó temblando el largo trayecto que
separaba la amplia casona de la aldea.
Muchas veces sintió desfallecer, pues las
rodillas le fallaban y aún sentía el enorme
peso del agua sobre su pequeño y frágil
cuerpecito. Además, sus latidos eran tan
acelerados que pensaba que el pecho le iba
a estallar.
Pero su compañero de siempre,
que nunca le fallaba, la
acompañaba y le lamía las
heridas cada vez que
se detenía a
descansar. Era
su manera de ayudarla y darle ánimo.

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Ese día muchos aldeanos
vieron a Clarita pálida, con
moretones en sus brazos y
manchas de sangre en su
vestido, pero nadie se
preocupó por saber que le había ocurrido.
Todos estaban demasiado ocupados en
sus asuntos. Solo una señora de la tienda
notó que Clarita no se encontraba bien,
estaba más rara que de costumbre.
Entonces acudió a preguntarle al panadero
si conocía a la familia de Clarita y si sabía
algo del asunto. Este le contó que ella era
la hija de Irina y Jacinto, los ermitaños
respetables de la casona de piedra y
madera que a su vez pertenecían a la
selecta comunidad de los buenos ermitaños
del otro lado del bosque.

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La señora tendera se sintió sumamente
aliviada al saber que Clarita pertenecía a
una buena familia y contaba con un grupo
de buenas personas que la protegían.
Porque era un hecho conocido por todos
los aldeanos que los personajes malvados
que asechaban en el bosque buscaban niños
solos y desamparados para convertirlos en
sus presas.
Sin embargo, según la señora
tendera, nadie se atrevería a
meterse con una niña que
contaba con tanta gente que
velaba por su bienestar. Por eso,
se despreocupó y olvidó el asunto
completamente.

28
De camino a casa, al pasar cerca de una
cueva cubierta de telas de araña, Clarita
encontró a un sujeto sentado sobre una
piedra. Este, al ver sus heridas, se le
acercó de inmediato a preguntarle que le
había ocurrió y ofreció curárselas. Era un
desconocido de aspecto extraño, pero de
palabras muy dulces. Clarita rechazó el
ofrecimiento y le dijo que debía volver a la
casona.

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Pero en ese momento, los camaradas del
desconocido salieron de la cueva vestidos
con ropas llamativas y de colores. Y de
manera sorpresiva, tanto estos como el
extraño, se pusieron a bailar de manera
graciosa alrededor de Clarita y su sabueso,
al punto de hacerla reír a carcajadas. Al
terminar su ridículo baile, le ofrecieron
algunos dulces y, por un momento, Clarita
olvidó todo lo malo que había sufrido ese
día y los días anteriores. Esa fue la última
vez que Clarita fue
vista.

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En las semanas siguientes, Irina comenzó
a frecuentar la aldea para hacer las
compras que acostumbraba hacer Clarita,
y a nadie se le hizo raro que la niña no
apareciera más por la aldea. Pues
imaginaban que ella debía estar bien,
seguramente jugando en el jardín de la
casona de piedra y madera con su
simpático sabueso.

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Nadie sospechaba lo que ocultaban Irina y
Jacinto. Ellos sabían que la niña no había
vuelto más a la casona y que
probablemente algo malo le había ocurrido,
pues estaba muy débil cuando la obligaron a
adentrarse en el bosque. Aunque, por otro
lado, pensaban que quizás la desagradecida
niña había escapado y algún día volvería a
vengarse de ellos por lo ocurrido en el
arroyo.

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Era tal el miedo que sentían Irina y
Jacinto a perder su reputación de buena
familia y a que se descubriera la verdad,
que prefirieron callar y esconder su
desaparición para siempre. Por lo tanto,
como nadie en el pueblo sabía de su
desaparición, jamás la buscaron, e Irina
y Jacinto vivieron
atemorizados
por el resto de sus
vidas aguardando
su regreso y
segura venganza.

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@dominiqueduvaloficial

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