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NADA ES PARA SIEMPRE


de Verónica Bujeiro

ESTA OBRA ESTÁ REGISTRADA ANTE INDAUTOR MÉXICO CON EL


NÚMERO 03-2011-062912383900-01
PARA DERECHOS DE MONTAJE, FAVOR DE CONTACTAR A LA
AUTORA EN EL CORREO: vbujeiro@gmail.com
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Personajes
JENNIFER VILLANUEVA
JUAN DE DIOS VILLANUEVA
ESTELA BEATRIZ VILLAVIEJA
JOSÉ MANUEL VILLAVIEJA
CITLALI VILLAPOSIBLE
TENOCH VILLAPOSIBLE
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A la izquierda, una puerta que da al patio.


Al centro un comedor clasemediero, con muebles caros de mal gusto y
decoraciones recargadas que pretenden ocultar la falta de nobleza de sus
dueños y encubrir los desperfectos varios y muy visibles que la casa ostenta.
En el medio de la mesa, entre botanas, pollos rostizados y refrescos, se
encuentra una figura partida por la mitad de un águila posada en un nopal
comiendo una serpiente.
Del lado derecho, por ridículo y extraño que parezca, reposa una estufa con
la tapa del horno abierta.

Se oyen gritos de niños jugando afuera.

Desplegando su puesto como jefe de la casa, Juan de Dios Villanueva está


sentado en la cabecera de la mesa y departe alegremente con los Villavieja,
Estela y José Manuel, quienes están sentados a su derecha.
En el perímetro de la puerta, Jennifer Villanueva recibe a Citlali Villaposible,
mientras que sostiene con visible disgusto un molcajete.

Jennifer: No te hubieras molestado.


Citlali: No es ninguna molestia.
Jennifer:¡Que chistoso! Tú lo hiciste.
Citlali: Con mis propias manos. Éstas morenas y llenas de callos.
Directamente del corazón de la tierra a tu mesa.
Jennifer: Digo que es una lástima, porque ya había comprado uno
congelado, directamente del Mal Mart de acá al lado.

Jennifer señala sobre la mesa un envase de plástico con una sustancia verde
que parece guacamole y que muy probablemente brilla en la oscuridad.

Estela: Es bueno ése, aunque de vez en cuando no está mal ensuciarse las
manos.
José Manuel: ¿Y tu qué sabes de eso, Estela? Si tú ni cocinas.
Estela: Desde luego. De eso siempre te has encargado tu, Joselo.
Jennifer: Yo no veo el por qué del trabajo, si ya viene hasta envasado.
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Citlali: El mío está hecho con aguacate puro del estado de Michoacán.
Jennifer: ¿Y estará todo bien lavado? Porque el del Mal Mart está hasta
pasteurizado.
Citlali: ¡Claro!
Juan: ¿Y Tenoch?
José Manuel: ¿En dónde está ese revoltoso? Dile que entre, ya lo
extrañamos.
Estela: Sí, como no…
Citlali: Ahora entra. Viene con el niño.
Estela: Y como su andar es lento.
Jennifer: Estela, por favor no empecemos. Pasa Citlali, pasa. Eres
bienvenida.

Citlali toma lugar en la distante izquierda, mientras que Jennifer intenta


buscar un lugar para el molcajete en su mesa repleta de comida desechable.

Jennifer: Tenemos tanto que ofrecer ahora que somos los nuevos dueños de
la casa. Miren, hay botanas de todo tipo, pollos rostizados, refrescos de todos
los sabores.
Juan: ¡Eso! Que se diga que en casa de los Villanueva hay abundancia.
Estela: También la hubo antes.
Jennifer: Pero ya casi no se notaba.
Estela: Bueno, es que también fueron otros tiempos. Juan de Dios venía con,
¿cómo se llamaba?
Juan: Berta.
Estela: Ah, sí, Berta. Su ex esposa.
José Manuel: Cierra el pico, mujer.

José Manuel intenta agarrar algo, pero Jennifer lo detiene de un manotazo.

Jennifer: ¡Debemos esperar a que estén todos sentados en la mesa!


Juan: Mi mujer siempre tan perfecta.
Citlali: ¿Y qué cocinaste tú, Jennifer?.
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Jennifer:¿Cocinar yo? Imposible. No tengo tiempo. Con la mudanza, las


reparaciones de la casa y el niño.
Citlali: Es que la puerta del horno todavía está abierta.
Juan: Desde que llegamos así estaba.
Jennifer: Aún no he tenido tiempo de llegar a eso.
Estela: ¿Así estaba? Yo no recuerdo haberla dejado abierta.
José Manuel: Si nunca la usaste.
José Manuel ríe en complicidad con Juan. Jennifer sigue sin encontrar un
lugar para el molcajete en la mesa.

Jennifer: Por aquí debe de haber un rinconcito para tu… ¿cómo se llama?
Citlali: Mol-ca-je-te.
Estela: Ay, Jennifer. No te hagas.
Jennifer: En verdad que no lo sé. Como fui educada en colegios privados
bilingües y también en el extranjero, hay cosas que se me olvidan.
Citlali: Pues qué lástima que olvides algo tan nuestro.
José Manuel: Déjenla, no todas son tan autóctonas como ustedes.
Juan: ¡Por fortuna!

José Manuel y Juan de Dios se carcajean.

Estela: (A José Manuel.) Ríe ahora, ya verás después.

Citlali se levanta de su asiento molesta y grita hacia fuera.

Citlali: ¡Tenoch! ¿Qué haces? ¡Ya entra!


Jennifer: No, pues no le encuentro lugar en mi mesa a tu piedrota. ¿Crees
poder sostenerla así toda la comida?
Citlali: ¿Qué?

Silencio de todos los presentes.

Jennifer: No, ¿verdad? Mejor lo pongo en una silla y ya está.


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Jennifer acomoda el molcajete en una de las sillas vacías de la izquierda.

Juan: ¿Qué le pasa a Tenoch? ¿Por qué no entra?


Citlali: Está acomodando la silla de ruedas de Tláloc Ehécatl para que no lo
molesten los otros niños. Es que la última vez que vinimos le dieron un
pedazo de vidrio y le dijeron que era un chicle mágico.
Jennifer: Ay, que raro. ¿Quién habrá sido?
Citlali: También intentaron hacerle cosas indebidas con la flauta de carrizo
que le regalamos.
Estela: ¿Hablas de nuestros hijos?
Citlali: ¿Y de quién más?
Jennifer: Será del tuyo, Estela. Elton Jonathan del Sagrado Corazón de
Jesús sería incapaz. Aún no aprende del todo la malicia y el lenguaje
humanos.
José Manuel: Ustedes los Villanueva siempre tan humanitarios. Miren que
recoger a un pobre niño, abandonado y desahuciado.
Jennifer: Nos ha dado muy buen resultado. Ya cuenta hasta 10 en inglés y
hasta 5 en español.
Estela: ¡Un milagro! Digo, considerando cómo lo encontraron.
Juan: Como padres estamos orgullosos. Creemos que a ese ritmo,
aprenderá a comportarse como humano en unos dos años.
Jennifer: Ay, Citlali, qué pena, pero sin duda debió de haber sido Manuelito
José. Como está tan adelantado… Mírenlo, ya hasta bigote tiene.
Estela: ¿De qué hablas, Jennifer? Lo heredó del padre. La familia de Joselo
es un poco peluda. Mi hijo es de la misma edad que los de ustedes. Seis
años recién cumplidos.
Juan: ¡Ya, ya! Dejémonos de cosas de niños.
José Manuel: Y de viejas.
Juan: Dile a Tenoch que venga para que empecemos. Me muero de hambre
y no puedo empezar a comer en mi propia casa.
José Manuel: ¿Y eso? Si acá tú mandas, Juan. Cuando yo vivía en esta
casa…

José Manuel vuelve a querer agarrar algo de la mesa y Jennifer lo detiene.


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Jennifer: Los Villaposible no están completos, y para mí, si falta uno en la


mesa no podemos empezar.
José Manuel: ¿Pues qué le pasa a Tenoch, entonces?, ¿no piensa entrar?
¿Qué? ¿Todavía es herida abierta?

Todos ríen, menos Citlali.

Citlali: Pensé que esta reunión era bien intencionada, pero ya veo que me
equivoco. Jennifer: Por favor Citlali, hay que dejar el pasado pasar.
Estela: No seas tan sensible, mujer. Ríe un poco, te hará bien. (Para sí.) Es
lo que me digo todos los días al espejo, desde el día que perdimos la casa.

Tenoch llega al quicio de la puerta. Todos guardan silencio.

Jennifer: Pasa, Tenoch. Pasa. Bienvenido.

Tenoch no se mueve de la puerta.

Juan: Los estábamos esperando para comenzar.


Jennifer: Ahora sí ya estamos completos.
José Manuel: ¡Llegaron los Villaimposible!

Estela y José Manuel se carcajean.

Tenoch: Veo que los Villanueva ya están completamente instalados.


Juan: Se hace lo que se puede.
Tenoch: Debe de ser curioso para los Villavieja, ¿no?
Estela: ¿Qué?
Tenoch: El hecho de que muy pronto se olvida lo que por tanto tiempo ocupó
este espacio.

Estela toma un pañuelo y se seca una falsa lágrima.


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Estela: Sí, es difícil. Sobre todo si tomamos en cuenta que varias


generaciones de nuestras familias crecieron aquí. Pero ni modo, la casa no
era nuestra y algún día se tenía que acabar.
Citlali: Nada es para siempre.
Estela: ¡Nada!
Jennifer: Mejor pasemos a la mesa, ya todo está servido.
Tenoch: Creo que prefiero quedarme con Tláloc Ehécatl acá afuera.
Citlali: ¿Ya vas a empezar?
Jennifer: No sé qué haya ocurrido antes con los niños, Tenoch. Pero son
tonterías infantiles.
Tenoch: No pienso en los niños, sino en nosotros. En lo que recién vivimos.
Juan: ¡Pero si el remate ya pasó, Tenoch! La casa es nuestra por ahora.
Ustedes ya tendrán su oportunidad.
José Manuel: Bueno… Eso quién sabe.
Juan: Algún día, ¿por qué no?. Se vale soñar.
Tenoch: No me parece correcto.
Juan de Dios: Como veas. Si quieres te mandamos de lo mismo que les
vamos a dar a los niños.
Jennifer: Pero no podemos empezar si no están todos sentados a la mesa.
Juan: ¡Ay, mujer!
Citlali: Gracias, Jennifer. Te agradezco que nos tomes en cuenta. Pese a la
dura actitud de mi marido. Aunque nuestras razones tenemos.
Juan: Mándale algo allá afuera, Jennifer. No seas tan terca.
José Manuel: Sí, ya déjalo. Hace mucho que llegamos y ya hace hambre.
Estela: No muestres miseria.

Jennifer va hacia Tenoch.

Jennifer: Tenoch. Por favor pasa. Ya hay que dejar el pasado pasar.
Tenoch: Las frases hechas no muestran la sinceridad de las personas,
Jennifer.
Juan: Oye, oye. A ver si tratas con más respeto a mi actual esposa.
Jennifer: No te metas, Juan de Dios.
José Manuel: ¡Uy! ¿Así te habla?
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Juan: Sólo cuando se enoja.


José Manuel: En mis tiempos…
Estela: Cá-lla-te.
Jennifer: Tenoch, por favor. Quizás mi educación no me permita expresarme
por mis propios medios, pero en verdad que esta cena es de carácter
conciliador y formal. Mi marido y yo no queremos habitar este espacio si al
abrir la ventana lo único que podemos ver es el rencor de nuestros vecinos.
Yo creo que todos estamos aquí con la idea de hacer un mejor vecindario,
porque sabemos que unidos podemos lograrlo. Y yo siempre me digo “si lo
puedes imaginar, lo puedes lograr”.
Silencio.

José Manuel: ¿Al menos podemos probar las botanas?


Citlali: Considéralo, Tenoch. Parece sincera.
Tenoch: ¿Y qué hace nuestro molcajete sentado en una silla en vez de estar
en la mesa?
Jennifer: ¿Es eso lo que te molesta? ¡Pues quitamos algo y ya está!

Jennifer corre a la mesa y tira al piso algunas bolsas de frituras para colocar
el molcajete.
Tenoch da un paso al interior de la casa.
Jennifer, complacida, toma una bandeja y ofrece botanas al resto de los
invitados.

Jennifer: Ahora sí. Sírvanse lo que quieran. Hay mucho de dónde escoger.
Citlali trajo un guacamole hecho por ella misma y yo, como soy una mujer
ocupada, hice trampa y compré uno ya hecho. Es del Mal Mart, sale muy
bueno.
José Manuel: A ver.
Juan: Si pica, acá hay Cola.
Estela: Pásame el de molcajete.
Citlali: Pruébenlo. Está buenísimo.

Jennifer toma el molcajete, pero Juan la detiene y lo regresa a su sitio.


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Estela se queda con el totopo en el aire.

Juan: No es por nada, pero las encuestas se inclinan más por el sabor del
congelado de Mal Mart.
Citlali: ¿De qué encuestas hablas? Para nada.
Tenoch: Las encuestas mienten.
José Manuel: Sólo algunas veces. Sólo cuando les conviene.

Tenoch va hacia la mesa, toma el molcajete y lo ofrece a todos para que


coman.
José Manuel y Estela inmediatamente se sirven.

Tenoch: La competencia es desleal e insana, el guacamole congelado del


Mal Mart está hecho con material transgénico probablemente contaminado.
Citlali: No hay como lo hecho en casa y a mano.
José Manuel: La verdad no veo la diferencia. Los dos pican bastante.
Pásame la Cola.

Jennifer toma el envase de plástico y ofrece a su vez.

Jennifer: Yo sí encuentro la diferencia, y no es el sabor. El de Mal Mart


ayuda a las colonias de trabajadores que como hormigas trabajan de sol a sol
sin pedir aumento de salario. Es un guacamole humanitario.
Estela: Tú siempre pensando en los más necesitados, Jennifer.
Citlali: ¿Y qué hay de los que cultivan con sus manos morenas y llenas de
callos? ¿Del corazón de la tierra?
Jennifer: A esos les damos lo que nos sobra del cambio, los centavos.
Tenoch: ¿Y por qué no mejor ir al mercado y comprar los productos? A
precio justo y sin regateos. Las trasnacionales ya nos hecho suficiente daño,
sometiéndonos como animales de carga para pagarnos con “lo que les sobra
del cambio”.
Jennifer: ¿No quieres probarlo, Tenoch? En verdad que es muy bueno.
Estela: Es humanitario.
Tenoch: Preferiría no hacerlo.
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Citlali: Para eso trajimos el nuestro.

Citlali toma el molcajete de las manos de Tenoch y ofrece.


Estela y José Manuel vuelven a servirse.

Citlali: Prueben y comprueben.


José Manuel: Yo todavía no les encuentro la diferencia.
Juan: Ya la encontrarás.
Estela: La verdad es que hay que educar para que se coma de todo,
transgénico y con callos, moreno y contaminado. Lo que necesitamos es
comer para crecer, si no, y como pasa siempre, nos quedaremos enanos.
José Manuel: Ya no sé cuál es el que pica más, pero necesito más Cola. Y
creo que mi mujer tiene razón, tenemos que pensar en crecer. Ya estuvo bien
de comer en la mesa de los niños, tiene que llegar el día en que comamos
con los grandes.
Juan: Estoy completamente de acuerdo.
Tenoch: ¿A qué precio?
Juan: Al que pidan.
Tenoch: ¿Vendiéndonos en partes? ¿Primero un riñón, luego una córnea
para terminar con el corazón?
Citlali: ¡No! Lo que quieran, ¡pero el corazón no!
José Manuel: Vale la pena.
Estela: Es un riesgo que hay que correr. Aunque no podamos vivir para
disfrutarlo.
Tenoch: Más vale mantener lo que es nuestro.
Citlali: Especialmente el corazón.
Juan: ¿Y seguir comiendo en la mesa de los niños?
Tenoch: Hay otras formas de crecer.
Estela: ¿Colgándonos?
Tenoch: No necesariamente. Por ejemplo, esta casa.
Juan: ¡Ah! Ya va a hablar de qué hubiera hecho si se hubiera ganado la casa
en el remate…
José Manuel: Déjalo, déjalo. Total, soñar no cuesta nada.
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Tenoch toma asiento a la izquierda y aleja su silla del centro de la mesa.

Tenoch: Es mi derecho en caso de que se descubra que el fallo del remate


fue un fraude.
Juan: ¿Fraude?
Jennifer: Tenoch, esa palabra me impide la digestión.
Citlali: Pero tiene razón.
José Manuel: ¿Se lo vas a permitir, Juan de Dios?

Juan se encoge de hombros y disfruta de las viandas.

Estela: ¡Ponlo en su lugar! Ahora eres el dueño de esta casa y se te tiene


que respetar. En nuestros tiempos el que alzaba la voz en esta casa acababa
muy mal.
Jennifer: Déjalo, Juan. Hay que permitir la libre expresión para hacer una
diferencia.
Estela: Uy, sí los diferentes.
Tenoch: Gracias, Jennifer. Y les decía, esta casa tiene buenos cimientos,
mal gastados por los ocupantes pasados y presentes, pero al fin fuertes. Si
tiramos algunas partes y se reconstruyera con materiales y mano de obra del
país, puede recuperar el esplendor que tuvo algún día, ése que nunca vimos,
del que sólo nos contaron y del que nos despojaron a nosotros, a nuestros
hijos y hasta a nuestros antepasados.

Citlali aplaude.
Los demás guardan silencio.

Juan: En definitiva, el compañero Tenoch quiere quedarse para siempre en


la mesa de los niños.
Jennifer: ¿Le entramos al pollo?

Los primeros en servirse son los Villavieja, los Villaposible declinan la oferta.
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José Manuel: Entiende, Tenoch. Ya es momento de que alcancemos la


mesa y comamos con los grandes.
Tenoch: Ustedes no hablan de crecimiento, sino de muerte.
Jennifer: ¡No hables así, Tenoch! Nos acaban de bendecir la casa. Hasta
trajimos al cura del Vaticano.
Estela: ¿Qué? ¿Encontraron algo malo?
José Manuel: ¡Se las dejamos en muy buen estado!
Juan: Define “buen estado”.
Estela: Bueno, habremos dejado hoyos y caños destapados, pero fantasmas
y muertos no dejamos.
Juan: Cuestión de enfoques.
Estela: (A José Manuel.) ¡Te dije que había que remodelar antes de salirnos!
Siquiera taparle unos hoyos con yeso.
José Manuel: (Saca un pañuelo y se seca una falsa lágrima.) No hubo
tiempo. Todo fue tan rápido.
Jennifer: Pero no tiene que ver con eso, Estela. Fue más bien una cuestión
personal, para bendecir estos terrenos que el Señor tan amablemente nos ha
designado.
Tenoch: ¿El Señor? ¿Te refieres al que sobornaron para que fallara a su
favor en el remate de la casa?
Jennifer: Tenoch, eso pasa la línea de la libre expresión hacia la vil falta de
respeto a mis creencias religiosas.
Tenoch: Fue un fraude, un vil fraude. Llegaron más tarde que nosotros a la
subasta y ganaron.
Citlali: Ya todo estaba arreglado.
Juan: Ustedes representaban un peligro para este vecindario.
Tenoch: Eso fue lo que le hiciste creer a todos.
Citlali: Hasta los niños en la escuela maltrataban de más al pobre Tláloc.
Jennifer: ¿Más pollo?

Los Villaposible toman de la bandeja al unísono.

Estela: Y a la casa nada más hay que trabajarle un poquito y ya queda. Con
unas reformas que le hagas en la estructura te quedará como nueva.
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Juan: ¿Sólo un poquito? ¿Después de como nos la dejaron?


Estela: ¿De qué hablas, Juan de Dios? Esta casa es perfectamente
funcional.
Juan: Habitable, quizá, pero funcional para nada. Los materiales tan baratos
con los que fue construida ya no soportan ni un estornudo. Si por algo se ve
en pie es por esos materiales de importación del Mal Mart con los que
estamos remodelando
Tenoch: Yo no veo las mejorías.
Estela: Ni yo. Así no la dejamos.
Juan: Habría que estar ciego para no distinguirlas.
Tenoch: Todos los cimientos parecen estar en ascuas, esperando el
inminente desastre.
Juan: Pues los daños hechos a la casa no se hicieron de la noche al día,
¿verdad?
José Manuel: A nosotros qué nos dices. La tratamos siempre como si fuera
de la familia.
Estela: Más bien, quién sabe qué le movieron ustedes al llegar. Así no
estaba.
Citlali: Hasta huele raro. Debe ser esa estufa abierta. ¿Por qué no la han
arreglado?
Jennifer: Tiempo. Tiempo es lo que necesitamos.
Tenoch: ¿Como cuánto?
Juan: Pues..ahorita. Dame 15 minutos y vemos.
Jennifer: Ya era necesario un cambio.
José Manuel: ¿Necesario? No sé si esa era la palabra. ¿Tú qué crees,
Estela?
Estela: Creo que más bien la palabra “cambio” es incorrecta, pero ahora no
me viene ninguna a la mente, con todo y que soy maestra.
Tenoch: Yo no veo ese “cambio”. Más bien veo una carrera de relevos.
Citlali: Yo sí lo veo.
Jennifer: ¿Verdad? Ha sido difícil, pero me da gusto que lo hayas notado,
Citlali.
Tenoch: ¡¿Cuál es?!
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Citlali: El centro de mesa. ¿Ya te diste cuenta, Tenoch? ¡Está trozado! ¿Por
qué no lo conservaron como estaba?
Tenoch: ¡¿Cómo pudieron hacer eso?!
Jennifer: ¿Te refieres a esa pieza de tan mal gusto?
Tenoch: ¿En dónde está la otra parte?
Jennifer: Debe de estar por algún lado. Quizás junto con el cascajo que ya
sacamos.
Juan: Nunca entendimos qué significaba. ¿Ustedes sabían?
José Manuel: Mi mujer lo sabe. Como es maestra…
Estela: Claro, es la cadena alimenticia del águila que reposa en un nopal
mientras devora su serpiente.
Citlali: ¡Es un símbolo del corazón de esta casa!
Jennifer: ¿Y eso qué significa?
Tenoch: Tenemos que recuperar la otra parte para Tláloc Ehécatl, y que con
ella haga una composición y hable de su importancia a los otros niños.
Jennifer: No nos juzguen tan a la ligera. En realidad no quisimos tirarlo. Sólo
pensamos que si traíamos invitados no habría suficiente espacio en la mesa,
como para poner los refrescos y esas cosas.
Juan: La Cola de tres litros ocupa mucho espacio.
José Manuel: A diferencia de ustedes, a nosotros nunca nos molestó.
Cabían los refrescos, las ollas y hasta el molcajete.
Citlali: ¿Qué va a ser de los niños del futuro sin este órgano vital?
Estela: ¿Futuro? Ese tiempo gramatical e histórico ya no se enseña en las
escuelas. Al menos no en la mía. No tiene caso.
José Manuel: Para nosotros era bueno inspirarse cada mañana en la cadena
alimenticia del águila. Le da a uno ánimos de comerse al pez más chico y
cuidarse bien del grande. Además siempre nos han gustado los nopales.
Citlali: ¡Sentimientos y significados trastocados! Nadie entiende el corazón
de esta casa, por eso se está cayendo a pedazos.
Juan: Los únicos trastornados aquí son ustedes. Nunca aceptarán que les
ganamos la casa en el remate.
Tenoch: Por poquito…
Estela: Y por pendejos…
José Manuel: Cállate, Estela.
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Estela: A mí nadie me calla. Y menos tú, Joselo.


Jennifer: ¡Basta ya! No abusen sólo porque los niños juegan afuera.
Citlali: ¡Los niños! Voy a ver qué hacen. Siempre tenemos que estar al
pendiente de Tláloc Ehécatl.
Estela: Como lo dejaste caer…
Citlali: ¿De qué hablas, Estela? No entiendo.
Jennifer: Yo te acompaño, Citlali. No vaya a ser que Elthon Jonathan
escape. Ya lo ha hecho otras veces…
Citlali: Pero Estela no me ha contestado.
Estela: Yo sólo me preguntaba si tu “Huichilopochtli” podrá caminar algún
día.
Citlali: Tláloc, Tláloc Ehécatl. Nos dan esperanza los doctores. Pero de la
cabeza está muy bien. Toca la flauta, compone poemas en lenguas originales
y se sabe todos los estados de la República con todo y capitales. Eso es más
de lo que se puede decir de tu hijo.

Silencio incómodo, llenado por los gritos de los niños que juegan afuera.

Jennifer: Citlali, ¿vamos afuera a ver en qué andaban nuestros niños?


Citlali: Sí, vamos.

Jennifer y Citlali se levantan para ver a sus críos desde la puerta.

Tenoch: ¿De qué te preocupas, mujer? Corremos más peligro aquí dentro
con esa estufa abierta.
Juan: Hemos intentado cerrarla, pero no lo hemos logrado.
José Manuel: Ah, que caray. Así no la dejamos, ¿verdad?
Estela: ¡Jamás! Todo estaba en buen estado.
Juan: A ver, Estela, tú que eres maestra , define “buen estado”.
Estela: Pues, todo depende del cristal con que se mire o lo que es lo mismo,
a dónde estés sentado.

Citlali y Jennifer en la puerta, miran a sus hijos.


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Citlali: Al menos no abusan de la silla de ruedas de Tláloc Ehécatl.


Jennifer: Se están riendo.
Citlali: Eso parece.
Jennifer: No sé de qué, pero ríen.
Citlali: ¿Nos señalan?
Jennifer: Sí.
Citlali: ¿Se reirán de nosotros?
Jennifer: Quizás están imitando a tu hijo.
Citlali: O al tuyo.
José Manuel: (A Estela.) Deberías de ver qué hace el niño. Ya ves que luego
se le va la mano con los otros.

Estela se incorpora para unirse a las otras dos mujeres en la puerta.

José Manuel: (Hacia Juan y Tenoch.) Tiene mucha fuerza nuestro chamaco.
Salió al padre.
Tenoch: Ya es todo un hombre, recuerdo sus peludas espinillas pateando la
silla de ruedas de Tláloc.
José Manuel: Para nada. Le falta mucho para esas cosas. Apenas cumplió
los seis años.
Juan: Como Elthon Jonathan. El mes pasado, o al menos eso era lo que
decían sus papeles.

Estela se une a las otras.

Estela: Mira, Manuelito José nos está señalando. ¡Hola, hijito! (Para sí.) Se
nos olvidó rasurarle el bigote.
Jennifer: Siguen riendo.
Citlali: Su risa es malsana. Me da miedo. Deberíamos meterlos.
Tenoch: ¿Cómo vas a traerlos aquí adentro con esa estufa abierta?
Jennifer: ¿No le estará aconsejando algo tu hijo? Con eso de que es más
grande…
Estela: ¿Por qué le temen a Manuelito José? Se ve más grande, pero su
inocencia sigue intacta. ¿Qué les puede enseñar a esos dos pelados?
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Citlali: A hurtar, mentir y tocarse las partes privadas para obtener favores.
Estela: Mi hijo está bien preparado para la vida. Tiene pasos firmes con qué
hacerlo, a diferencia del tuyo.
Citlali: Mejor voy por mi hijo. Nunca lo había visto así.
Jennifer: Por Elthon Jonathan no temas, Citlali. Con esa carita llena de jiotes
y la desnutrición a la que fue sometido en sus primeros años de vida, pocas
fuerzas tiene para hacer daño. De Manuelito José no sabría decirte.
Estela: Mi hijo no conoce la maldad. Al menos no de nosotros.
Citlali: ¿Y esa risa? Parecía que se burlaban de nosotros.
Jennifer: Nosotros los juzgamos con nuestros ojos de adultos, pero ellos se
divierten sanamente. Apenas tienen seis años.
Estela: Ay, que así siempre nos quedáramos.
Tenoch: Sería lo ideal para muchos. Conservaríamos la alegría y la
inocencia para siempre. Seríamos fácilmente manejables por los grandes y
se nos podrían dar órdenes sin siquiera preguntar.
Juan: ¿De qué hablas, Tenoch?
José Manuel: No te seguimos.
Tenoch: Nada. Nada. De las mentiras que nos gusta contarnos. Creo que es
hora de irnos.
Citlali: ¡Tan rápido!
Tenoch: Pensé que temías por el niño.
Citlali: Sí, pero…
Jennifer: Ay, no, Tenoch. Dales un respiro. Y además mira, tu guacamole
todavía no se acaba. Si me dejas esta piedrota no sabría qué mandarte a
cambio. Ya sabes, esa tradición rara de ustedes.
Estela: ¡La extranjera!
Citlali: Bueno, podrías enviarnos algo que te salga bien. Algún platillo.
Juan: Eso va a estar difícil.
Jennifer: ¡Juan!
José Manuel: ¡Qué buen chascarrillo!
Estela: No te metas, Joselo.
Tenoch: ¿Entonces, mujer? ¿Nos vamos o qué?
Citlali: Ay, Tenoch. Quedémonos otro ratito. Todo sea por la diversión del
niño. Deberías de verlo. Se está divirtiendo como nunca.
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Tenoch: Convive poco con niños. Eso es verdad.


Estela: Con niños normales, dirás.
Tenoch: ¿Normales, Estela?
Estela: Normales, Tenoch. Con dos pies y piernas que funcionan a la
perfección.
Tenoch: Tu hijo es claramente un menor infractor.
Estela: Pero camina.
Citlali: Además como lo han educado ustedes, ya me imagino.
Estela: ¡Pero camina!
Jennifer: ¡Nadie ha tocado la ensalada! Por favor sigan, sigan comiendo.

Jennifer ofrece el plato.


José Manuel y Estela no pierden oportunidad.
Jennifer ofrece a los Villaposible.

Citlali: Gracias, Jennifer, pero creo que el olor a gas me quitó el hambre.
Jennifer: ¡Que pena!. Con todo y que eché varios aromatizantes. De los más
caros que encontré en el Mal Mart.
Juan: ¡Esa estufa! El olor por momentos nos marea y nos desvía de las
obligaciones que tenemos para con la casa.
José Manuel: ¿Ah, sí? Pues, ¡vamos a echarle una mano! Anda Juan de
Dios, no le dejes todo al azar y a los materiales extranjeros. Trabaja un poco
en tu nueva casa.

Juan de Dios hace intentos por levantarse, pero no lo consigue.

Tenoch: ¿Qué te pasa? ¿Te da miedo?


Juan: Mejor explícales, Jennifer.
Jennifer: Ay, José Manuel, tendrás que disculparlo, pero desde que llegamos
a esta casa Juan no puede moverse de la cabecera de la mesa.
Estela: ¿En serio?
Tenoch: ¿Y por qué será?
Juan: Parece que algo me detiene.
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Jennifer: El cura que trajimos del Vaticano nos dijo que son fuerzas ocultas
las que le impiden moverse y hacer algo.
Juan: ¡No me dejan!
Tenoch: Será la culpa. El rumor del fraude.
Estela: No, no. Creo que le está pasando lo mismo que a ti, Joselo.
José Manuel: Ah, claro. (Hacia Juan.) ¿Cuando te sentaste allí todavía
estaba caliente?
Juan: Algo.
José Manuel: ¡Eran mis nalgas las que estuvieron allí!

José Manuel y Estela se carcajean.

Tenoch: ¡Que descaro!


Jennifer: (A Juan.) ¡Te dije que había que limpiarlo primero!
José Manuel: No te voy a decir que yo quería levantarme. Pero tuve que
hacerlo. Remates son remates y hay que obedecerlos.
Tenoch: Yo no estaría tan de acuerdo con eso que acabas de decir.
José Manuel: Vamos Tenoch, luego discutimos, mejor échame una mano
con la estufa.
Tenoch: No tendría por qué hacerlo. Me parece que esas tareas le
corresponden al actual dueño de la casa. Aunque claramente no puede ni
con eso.
Juan: Hablen. Hablen. Si pudiera levantarme haría de esto un lugar
absolutamente irreconocible. Con torres como de castillo, rampas para bajar
y subir sin tener que caminar. Con fauna y flora paradisíaca de colores vivos
que te harían vibrar a cada paso, columpios que te impulsaran hasta el cielo,
fuegos artificiales todos los días del año y un señor grandote vestido como
ratón dando la bienvenida en la puerta.

Silencio.

Jennifer: Discúlpenlo. Así se pone a veces por el gas.


Citlali: Hazlo, Tenoch. Ayuda con esa estufa. Para marcar una diferencia en
el tiempo que estemos aquí dentro.
21

Estela: Que no será mucho.


Tenoch: No me parece que sea el camino correcto. Aunque…
Citlali: ¡Hay que demostrarles de qué estamos hechos! Y sobre todo, que no
somos iguales a ellos.

Tenoch va hacia la estufa con decisión.

Tenoch: Ahora te ayudo, José Manuel. Vas a ver si no cerramos esa estufa.

Tenoch y José Manuel forcejean por cerrar la puerta de la estufa, pero todos
los intentos que hacen parecen vanos.

José Manuel: Debe de estar vieja.


Tenoch: Más bien fue el uso que le dieron.
Estela: ¿Uso? Jamás supimos qué hacer con ella.
José Manuel: Un tiempo sí la ocupamos.
Estela: Cierto, pero luego nos desesperamos y mejor comprábamos todo
importado y congelado. Preferíamos el microondas que este cacharro.
Tenoch: ¿Como los Villanueva?
José Manuel: No, ellos lo sacaron de otro lado.
Tenoch: Ahora que lo pienso hay muchas similitudes entre ustedes.
José Manuel: ¿Te parece? Yo no encuentro ninguna. Qué vamos a tener en
común con estos adoradores de lo extranjero, que no saben ni la lengua de
sus padres ni la del país que habitan. Católicos, pero bien divorciados.
Estériles como barriles de cera, que si no saben qué hacer con lo que traen
puesto, cómo van a reconocer la oportunidad que tienen enfrente.
Jennifer: ¿Juan de Dios, no le vas a decir algo?
Estela: ¿Pues no que permiten la libre expresión?
Citlali: ¿Y perdonan a los que los ofenden?
Jennifer: ¡Juan, haz algo! Levántate, siquiera.
Juan: ¿Yo?
Tenoch: Como que les veo un aire de familia a ambos bandos.
Juan: De familias mejor no hablamos, Tenoch. Acuérdate que a los Villavieja
y a los Villaposible los une un lejano pasado.
22

Tenoch: Pero yo tuve la decisión de separarme por diferencias


irreconciliables. A ustedes los une el gusto por cosas como la hipocresía, el
cinismo, la doble moral, la mentira, el fraude.

Jennifer se acerca a ellos y cierra la puerta de la estufa de golpe.

Jennifer: ¡Basta!
Tenoch: Lo lograste, Jennifer. Con todo y que parecía imposible.
Citlali: No la hubieras dejado, Tenoch.
Jennifer: ¿Por qué? Si esta es mi casa.
Estela: El contrato sólo dura unos años, Jennifer.
Citlali: Acuérdate que nada es para siempre.
Jennifer: Así pasa con toda la casa, vieja y desvencijada. No hay producto
que nos salve de semejante desastre y encima tienen que recordármelo.
José Manuel: Y bueno, Juan de Dios. Tu mujer ya expresó su punto, pero
quieres decirnos cuál es el objetivo de esta agradable reunión. Además, claro
está, de compartirnos tus escasos logros y mejorías a la casa de la cual
fuimos arbitrariamente despojados por un remate innecesario.
Tenoch: Más que innecesario, ¡frau-du-len-to!
Juan: Hablar de fraude es muy grave, Tenoch. Acuérdate que nunca nos han
podido comprobar nada.
Citlali: Eso es verdad, Tenoch.
Tenoch: ¿De qué lado estás, mujer?
Juan: ¡Anda compruébamelo!
Tenoch: ¡Que se levante y se lo demuestro!
Jennifer: No lo hagas, Juan.
Juan: ¿Cómo me voy a parar? ¡No puedo! Y menos hoy que estamos de
fiesta.
Tenoch: ¡Anda, anda! El miedo no te deja levantarte, cobarde. Ven acá y
demuéstrame que ganaste la casa por la buena y que no hubo fraude.
Jennifer: No te dejes caer en tentación.
Juan: A ver. Vamos a ver.

Juan hace un intento flojo por levantarse.


23

Juan: No. No se puede.


Tenoch: Sabía que no podías.
Juan: Y yo sabía que no tenías nada para probarlo.
Citlali: Eso es cierto, Tenoch.
Tenoch: ¿De qué lado estás, carajo?

Jennifer solloza con falsedad.

Jennifer: ¿Así nos pagan con todo y que esta reunión la hicimos por sus
hijos?
José Manuel: ¿A qué te refieres con eso?

Jennifer sigue sollozando.

Estela: Que se explique.


Tenoch: Demandamos una respuesta.
Citlali: ¡Y ahora!
Jennifer: Pues, sentimos mucha lástima por el niño de los Villaposible y
como ahora tenemos la mejor casa de la cuadra, pensamos que podría pasar
un buen rato aquí.
Citlali: ¿Ah, sí?
Jennifer: Todos sabemos que tras el descuido de Citlali, quedó incapacitado.
Citlali: ¡Jennifer!
Tenoch: Tiene razón. Lo dejaste caer.
Citlali: ¿Cómo te atreves? ¿Vas a inculparme aquí, frente a toda esta gente?
Tenoch: Es bien sabido, Citlali. Tú tiraste al niño.
Estela: Te lo dije.
Jennifer: Tampoco quise olvidarme del niño Villavieja.
Estela: ¿Qué?
Jennifer: Con esos padres enfermos que se rehúsan a dejarlo crecer.
Estela: ¡Pero si acaba de cumplir los seis años!
Jennifer: Desde hace veintitantos, Estela. Y lo peor es que han contagiado
de su locura al niño, porque miren su tamaño, ¡es un enano!. Con bigote y
24

patillas, pero apenas y alcanza el uno-cuarenta de estatura. Es


verdaderamente terrible.
José Manuel: Eso lo sacó a la familia de Estela Beatriz. Son todos un poco
deformes.
Estela: El trato que le damos me lo aconsejó tu madre. Así lo hizo contigo
hasta que te casaste conmigo.
José Manuel: No es lugar para discutir nuestros problemas, Estelita. Menos
frente a quien estamos. Calla, calla esa boca.
Estela: A mí nadie me calla, pendejo.
José Manuel: Contrólate. No hables así. ¿No ves que eres maestra?
Citlali: ¿Y qué hay de tu hijo Juan de Dios?
Estela: ¡Es cierto!
Juan: ¿Qué con él?
Jennifer: No se atrevan a meterse con Elthon Jonathan que ya trae encima
su desgracia. Sólo que a diferencia de ustedes, no fue causada por nosotros.
Estela: Bueno, para empezar no es su hijo. Y eso ya es bastante.
José Manuel: Deja mucho qué decir con respecto del aparato reproductivo
de sus padres.
Jennifer: ¿Nos critican porque preferimos darle buena vida a los que ya
están y no traer a los propios a este corrompido y absurdo valle de lágrimas?
Juan: ¿Qué hay de malo en negarse a tener hijos propios? ¿Para que luego
salgan tontos o enanos y esté buscando uno a los culpables dentro de la
familia? No, no. Además Jennifer no es mi esposa legítima.
Jennifer: ¿Cómo te atreves, Juan de Dios?
Juan: No ante la santa iglesia y lo sabes. Esa es Berta.
Jennifer: ¿Me pagas así después de todo lo que he hecho para estar aquí
contigo? (Solloza.) Esto es una pesadilla. ¡Deberías de levantarte y al fin
hacer algo, Juan de Dios!
Juan: ¡Pero ya sabes que no puedo! Fuerzas ocultas me lo impiden.
Jennifer: ¡Pendejadas!
Juan: ¡Jennifer, contrólate! Yo creo que mi parálisis está provocada por todos
aquellos que nos ofendieron, nos ofenden y que probablemente nos seguirán
ofendiendo por aquello del fallo del remate.
Tenoch: ¡Basta de pretextos! ¡Levántate!
25

Tenoch intenta hacer que Juan se levante, pero éste se aferra a la silla.

Jennifer: ¡No, no! ¡Violencia, no! Déjalo así, ya se levantará algún día. Hay
que tener paciencia.
Citlali: A veces es la única salida.
José Manuel: Ay, Tenoch. Sólo conoces la vía de la violencia.
Estela: Ayúdale, Joselo. No estamos para andar criticando. En una de esas
sacamos algo.

Sin siquiera pensarlo, José Manuel se une a la lucha de Tenoch, pero Juan
de Dios se aferra a tal grado que sólo logran tirarlo al piso con todo y silla.

Tenoch: Es más terco que la estufa.


José Manuel: Y de eso nosotros no tenemos la culpa, ¿eh?
Juan: ¡Nunca podrán lograrlo!
Tenoch: ¡Levántate, cobarde!
Jennifer: ¡Ya, ya déjenlo!
José Manuel: Cede un poco, Juan de Dios.
Citlali: ¡No desistas, Tenoch!
Juan: ¡Nunca!

Tenoch y José Manuel forcejean un poco más, hasta que desisten.


Un silencio incómodo llena la estancia y no es sofocado por ningún otro
sonido que provenga del exterior.

Citlali: ¿Ya se dieron cuenta?


Jennifer: ¿Y ahora qué pasa, Citlali?
Citlali: Hay mucho silencio.
Tenoch: Demasiado.

Silencio para escuchar el silencio.

Jennifer/ Citlali/ Estela: ¡Los niños!


26

Juan: Ash, ¡lo que nos faltaba!

Todos, menos Juan de Dios que aún sigue tirado en el piso, se asoman a la
puerta.
Tenoch: No se ven por ningún lado.
Citlali: ¡Creo que se han ido!
Tenoch: ¡Te lo dije! ¿Para qué venimos?
Estela: No se preocupen. De seguro fueron a la tienda y van con Pepito
José, que es un poco más grande.
Jennifer: Entonces hay que esperar lo peor. ¿Trae placa de identificación su
hijo?
Citlali/ Estela: ¡No!
José Manuel: Deben de estar cerca. Van con el paralítico. Muchos pasos no
pueden dar.
Citlali: Va en silla de ruedas, tarado.

Jennifer se separa del grupo y va hacia Juan, mientras que los otros gritan a
sus hijos para encontrarlos.

Estela: ¡Ven acá, Manuelito José! Es tu mamá quien te habla. ¿No quieres
comer? Mira todo lo que tenemos en la mesa. Es para ti solito.
José Manuel: Ya sabes qué pasa cuando te portas bien, Joselito. Papá y
mamá te dejan prenderles su cigarro y darle sorbitos a su copa de tequila.
Citlali: ¡Tláloc!. ¡Tláloc chiquito! ¡Regresa! Somos papá y mamá. No temas.
Ya no te haremos cantar el himno nacional.
Tenoch: Hablaremos en español de aquí en adelante. No más lenguas
naturales, ni estados, ni capitales. Lo prometemos.

Jennifer levanta del piso a Juan.

Jennifer: (A Juan.) Te dije que teníamos que identificarlo con una placa de
perro. Por si algún día se le ocurría volver con su madre y delatarnos.
Juan: Y yo te dije que escogiéramos otro. Uno menos tirado a la lástima,
menos estúpido y más rubio. Uno que hablara inglés.
27

Jennifer: ¿Ahora vas a culparme? ¿Después de todo lo que he hecho por ti?

Jennifer vuelve a tirar a Juan al piso y regresa al grupo de dolientes.

Jennifer: ¡Elthon Jonathan del sagrado corazón de Jesús! Regresa por


caridad de Dios y la Virgen que te observan. Acuérdate que pueden darte un
feo e imponente castigo si no vienes en este momento.

José Manuel aparta a Estela del grupo.

José Manuel: (A Estela.) ¿Ya ves? No podemos seguir así. Ya déjalo crecer.
¿Quién dijo que manteniéndolo de seis años sería joven e inocente? ¿De
dónde lo sacaste?
Estela: No me culpes, no sólo es idea de tu madre, también es la ideología
de algunos partidos políticos.
Citlali: ¡Tláloc Ehécatl, regresa con el viento que te bautizó! Hijo mío no
hagas sufrir así a tu madre. (Hacia el cielo.) ¿Es que no existe la justicia para
la familia Villaposible?¿Hasta cuándo vamos a seguir pasando por esto?

Tenoch toma a Citlali por el brazo.

Tenoch: Si estuviera sano podría defenderse de esos dos, pero como lo


dejaste caer…
Citlali: ¿Vas a volver a eso? Una madre primeriza no sabe lo que hace.
Actúa por amor, por impulso.
Tenoch: Todos lo saben, lo dejaste caer. No fue un juego, ni un accidente.
Jennifer/ Estela: ¿No?
Citlali: ¡Ya basta de gritos y reclamos! Tenemos que hacer algo.
Tenoch: Y tenemos que hacerlo juntos.
Juan/ José Manuel: ¡¿Juntos?!
Jennifer: ¿Funcionará si hacemos algo juntos?
Estela: No hay de otra.
Jennifer: ¿Y si llamamos a la policía? A veces hacen algo.
Tenoch: No, mejor vamos a dividirnos.
28

José Manuel: ¡Vaya!


Tenoch: Yo busco hacia la avenida y que José Manuel lo haga dentro de la
colonia. Las mujeres tienen que quedarse aquí por si regresan.
Jennifer/ Citlali/ Estela: ¿Juntas?
Tenoch: Pero haciendo distintas tareas.
Jennifer/ Citlali/ Estela: ¡Vaya!
Tenoch: Que Citlali llame a los vecinos.
Citlali: En seguida.
Tenoch: Estela…
Estela: ¿Y a mí por qué me tienes que venir a dar órdenes, pendejo?
José Manuel: Estela, por favor coopera. ¿Qué no ves que la solución somos
todos? ¿Qué la solidaridad entre nosotros es el bienestar para tu familia?
Estela: Tú mejor te me vas a chingar a la madre que me aconsejó como
cuidar a ese niño.
Tenoch: ¡Que Estela haga lo que quiera!
Jennifer: ¿Y yo?
Tenoch: ¿Tú? Pues no sé, ponte a rezar.
Jennifer: Para eso me pinto sola. Virgencita, plis, plis. Holly mother of god,
me pongo de rodillas ante ti para que nos regreses con bien a nuestros hijos.
José Manuel: ¿No vienes, Juan de Dios? Es una emergencia.

Juan sigue tirado en el piso.

Juan: Quisiera, pero ya saben cuál es mi problema.


Tenoch: ¿Ni siquiera por tu hijo dejarías de hacer tu teatrito?
Citlali: Parece que no le importa.
Juan: No es mi hijo.
Jennifer: ¡Juan! No digas eso y menos cuando estoy rezando.
Tenoch: Vámonos.

José Manuel y Tenoch salen.

Juan: Asegúrense de buscar en el crucero por donde pasan más coches. A


Elthon Jonathan le gusta ir a jugar allá.
29

Oscuro.

Varias horas después.


Mismo lugar, misma mesa, mismos personajes y la puerta de la estufa está
nuevamente abierta.
Citlali cuelga un teléfono.

Citlali: Nada.

Jennifer prende una veladora.

Jennifer: Nada.

Estela alza en lo alto un collar de ajos y un crucifijo al revés que


inmediatamente voltea.

Estela: Nada.

Juan de Dios se columpia en su silla y come totopos con guacamole.

Juan: Ya no se preocupen tanto, es cuestión de un rato que regresen. Así le


pasa a nuestro pequeño chiquipillo. Escapa de vez en cuando y regresa
cuando tiene hambre.
Jennifer: ¿Y si se fue de nuevo al crucero a bailar como payasito? Seremos
la burla del vecindario.
Juan: Pues, hasta eso, no le fue tan mal al pelado. Regresó con algo de
dinero.

Suena el teléfono. Citlali contesta.

Citlali: ¿Bueno?
Jennifer: ¡Holly Mother of God!
Estela: ¿Son ellos?
30

Citlali: (Al teléfono.) Por ahora no necesitamos de sus servicios. Sí, sí. Si sé
de alguien yo le aviso. (Cuelga.) ¡Qué mal gusto! Eran los de “Adopta a un
niño en línea”. ¿Quién pudo haberlos llamado?
Jennifer: Quizás fui yo.
Citlali/Estela: ¡Jennifer!
Jennifer: Por equivocación.
Estela: ¿Tan rápido estás pensando en reemplazar a tu hijo?
Juan: Dicen que es lo mejor, ¿no?
Estela: Cuando se trata de perros, gatos o aves cantoras.
Citlali: ¿Cómo puedes olvidar tan rápido a tu hijo? Yo casi puedo oír su voz
diciendo: “Mamá, ¿por qué si el ave canta y levanta el vuelo para anunciarle
al aire que ha comenzado un día nuevo, por qué a mí no me funcionan las
piernas?”
Estela: ¡No sigas, Citlali! Yo tengo tan presente a mi Manuelito José con sus
chistes. El otro día me llegó a decir: “Mamá, ¿qué son estos pelos que tengo
en…?”. ¡Ay! ¿No es gracioso?
Citlali: No. Pero te entiendo. ¿Y tú Jennifer? ¿No oyes a tu hijo dentro de ti?
Jennifer: Pues… la mayor parte del tiempo no sé qué es lo que dice.
Citlali: ¿Por eso querías reemplazarlo?
Jennifer: ¡Ay, no! Es que…
Estela: ¡Tú le hiciste algo a nuestros hijos, Jennifer!
Citlali: Detesto decirlo, pero creo que tienes razón, Estela.
Jennifer: ¿Y yo por qué?
Juan: No les hagas caso, mujer. De todo tienen que culparnos. Hasta de lo
que hacen sus hijos.
Citlali: La manera en la que se reían no era normal.
Estela: De seguro les puso algo en la comida.
Citlali: A mí esas cajitas jamás me han parecido felices.
Jennifer: ¡Ya estoy harta! Todo son ofensas, todo son sospechas, reparos
interminables. ¿Qué más? Pónganse en mi lugar. Si la casa fuera de ustedes
y lo mismo hubiera pasado, ¿qué harían?.

Silencio.
31

Citlali: Nada de esto hubiera pasado si no hubiéramos venido.


Estela: Ya es muy tarde para lamentarnos.
Jennifer: ¿Qué harían? ¡Díganme!

Tenoch entra a la estancia. Trae consigo unas maletas.


Citlali se pone de pie para recibir a su marido.

Citlali: ¿Viste algo?


Tenoch: Ni rastro. Nada.
Juan: ¿Y esas maletas?
Tenoch: Lo mismo me preguntaba. Estaban allá afuera. ¿Qué?, ¿pensaban
huir Juan de Dios? ¿Tanto les pesa el fraude que hicieron con el remate de la
casa?
Citlali: Ay, Tenoch. Volvemos con esas. Ahorita no.
Juan: A mí no me veas. No son mías.
Tenoch: ¿Entonces? ¿Por qué estaban escondidas en tu patio?
Estela: Son nuestras.
Citlali: ¿En serio?
Tenoch: ¿Iban a cohabitar tan pronto?
Jennifer: ¡Jamás!
Juan: No seas grosera, Jennifer.
Jennifer: ¿Qué? ¿Ya les ofreciste un cuarto? Sólo eso me faltaba.
Estela: Desde que perdimos la casa no tenemos a dónde ir. Y además, el
contrato sólo dura unos años. Nada es para siempre.
Citlali: Nada, nada es para siempre. Ni siquiera los hijos.
Tenoch: Aunque no me puedes negar que esta maleta sí es de ustedes.
Tiene evidencia.
Citlali: ¡¿Evidencia?! Sería un milagro. ¿Al fin les encontraste algo?
Juan: ¡Demuéstralo!

Tenoch abre una de las maletas y saca la otra mitad del centro de mesa.

Citlali: ¿Eso es evidencia? Ay, Tenoch. Cada vez vamos peor.


32

Tenoch deja caer el centro de mesa y termina de partirlo.


Juan se sigue columpiando en la silla.

Juan: Pensándolo bien, las maletas no nos vienen tan mal. Es probable que
tengamos que dejar la casa. Ya hay quien quiere comprarla.
Tenoch: ¡¿Qué?! Esta casa no se vende, es propiedad pública. Sólo
arrendataria.
Juan: ¡Pero mira cómo nos la dejaron! ¿Qué podemos hacer con esto?
¡Tenemos que reconstruir desde las cenizas, carajo! ¿Crees que eso es fácil?
Jennifer: Ya diles, Juan.
Juan: Recurrimos a la inversión de un capital privado para la reconstrucción.
Citlali: ¿Y eso qué significa?
Tenoch: ¡Es ilegal!
Estela: Ya no.
Juan: El contrato nos lo heredaron los Villavieja. Ellos hicieron el arreglo para
que todo fuera perfectamente legal.
Citlali: ¿Y al final quién se quedará con la casa?
Juan: Quien logre reconstruirla. Levantarla desde las cenizas.
Estela: Pero quien esté al mando queda como socio igualitario. No te hagas,
Juan de Dios. Conozco bien ese contrato. Yo misma lo hice.
Tenoch: Esto no se va a quedar así. En cuanto aparezca el niño
comenzamos la protesta. Movilizaremos a todos los vecinos. Les cortaremos
la luz, el agua, hasta el gas que corre por esa estufa y los envenena.
Citlali: Yo diré que secuestraron a mi hijo y que quieren vender la casa a
extranjeros. Correré el rumor de que la casa será el comienzo, porque más
tarde nos venderán a todos en partes. Primero un riñón, luego las córneas
hasta llegar al corazón. El dolor de madre me hará rompérselas todita.
Estela: No conseguirán mucho.
Citlali: ¿Cómo puedes estar tan segura?
Estela: Porque viví demasiados años en esta casa como para no conocer a
los revoltosos como ustedes. Si he abatido a otros peores, con seguridad
puedo decirte que con unas tortas el hambre y la sed de protesta se les
acaban a todos.
Tenoch: Son otros tiempos, Estela.
33

Juan: La cosa ya no es tan fácil.


Estela: Eso es lo que tú crees.

José Manuel entra cargando el cadáver de un niño.

Jennifer: ¡Ay, no! ¡No!


Estela: ¡Mi Manuelito José! Con ésta pagamos todas.
Citlali: ¡Mi Tláloc chiquito!
Jennifer: ¡Dios mío no me castigues así! ¡Llévate a Juan de Dios, pero no a
Elton Jonathan!
Juan: ¿Y a mí por qué?
Jennifer: ¡Juro que lo empezaré a querer!

José Manuel pone el cuerpo en la mesa.


Citlali y Estela se tapan los ojos a la vez que sollozan.

Estela: ¡No quiero ver! ¡No quiero ver!


Citlali: Prefiero quedarme ciega antes que ver esto.
Jennifer: Seamos fuertes. Mantengamos el corazón en alto. Si nos
recuperamos de ésta, podemos pasar cualquier prueba.

Tenoch es el primero en asomarse.

Tenoch: El nuestro no es.


Citlali: ¡Gracias, madre tierra!
Juan: Mío tampoco.
Jennifer: ¡Bendito sea el cadáver de tu hijo! Gracias, Virgencita.
Estela: Entonces, ¿nos tocó otra vez perder?
José Manuel: Este chamaco no es de nosotros. Me di cuenta desde que lo
recogí.
Estela: ¿Y entonces para qué lo trajiste, imbécil?
José Manuel: Pues me dio la impresión de que se parecía al tullidito de los
Villaposible.
Estela: No lo nieguen. Se parece a su figurilla de museo.
34

Citlali: Pero no es.


José Manuel: Luego, ya que lo traía para acá, me dio la impresión que se
parecía al recogido. Al Elthon Jonathan del sagrado corazón de la luz.
Jennifer: ¡De Jesús!
Juan: Como que podría ser... Son todos tan iguales.
Jennifer: No. Definitivamente no es. Aunque se parece un poco a ti, Juan de
Dios.
Juan: ¡Imposible!
José Manuel: Y bueno, más tarde, ya casi a la entrada de la casa, con gran
pesar y dolor me di cuenta que guarda cierto parecido con Manuelito José.
Estela: ¡Es cierto! En algunas cosas. La estatura, ciertos rasgos, hasta bigote
tiene.
José Manuel: Pero no es.

Las tres parejas miran el cadáver sobre la mesa.

Citlali: ¿Quién es este niño?


Tenoch: ¿Y por qué se parece a todos nosotros?
José Manuel: ¿Es nuestro?
Estela: Es difícil decirlo. Con eso de que los cadáveres carecen de virtudes.
Juan: Seguramente es un vándalo.
Jennifer: ¿Y qué hace en mi mesa?

Las tres parejas examinan al niño de cerca.

Juan: Bueno, hay que reconocer que Tenoch está ligado


consanguíneamente a los Villavieja, y eso puede hacer que tanto el
Huichilopochtli como el Manuel José se parezcan.
Tenoch: Mi familia ya nada tiene que ver con ésos. Eso fue hace mucho. Yo
ya los borré de mi historia.
José Manuel: Saliste de esta casa. Te habrás cambiado el nombre, pero
aunque a ambos nos duela, guardamos cierto parentesco.
Juan: ¿Ya ven? Este niño es de alguno de ustedes.
Jennifer: Hay un cadáver en mi mesa. Ahora tendré que cambiarla.
35

Ausente de lo que sucede a su alrededor, Jennifer comienza a amortajar al


niño muerto con el mantel de la mesa. Cuando termina lo rocía con totopos
cual si fueran flores frescas. El trozado centro de mesa funciona como
veladora.

Tenoch: También existe la posibilidad de que el añejo amor que existió entre
Juan de Dios y Estela haya rendido sus frutos.
Estela: La difamación es un delito muy grave que se castiga con penalidades
mayores como la cárcel, Tenoch.
Tenoch: No es ninguna difamación.
José Manuel: Acéptalo, Estela. Si lo sé yo que soy tu marido que el mundo
lo sepa.
Jennifer: ¡¿Es cierto eso que dice, Juan de Dios?!
Juan: Fue sólo una vez. Te lo juro. Lo hice por la casa, también en parte por
nosotros.
Estela: Pero aún estabas con Berta. Y bueno, luego ya con ésta.
Jennifer: ¿Después de todo lo que hice por ti, Juan de Dios? Las palabras
robar, mentir y falsificar no significaban nada hasta que te conocí.
Juan: Y también eras virgen, ¿no?
Jennifer: Ni el vaticano nos va a poder sacar de ésta, Juan de Dios.
Estela: Este chamaco no puede ser mío. Yo me quité la matriz después de
Manuelito José. Con un niño y un retrasado mental como marido tenía
suficiente. Podría ser de Citlali.
Citlali: ¿Me quieres embarrar también a mí, Estela?
Estela: Le has pedido y hecho favores a mi marido.
Jennifer: ¡Qué horror! ¡Holly mother of god! Lo que tiene uno que ver…
José Manuel: ¡Nos han descubierto, prieta!
Tenoch: ¡¿Prieta?! Además de engañarme con este despojo de hombre,
¿permites que utilice la más baja forma de racismo al llamarte “prieta”?
Citlali: Aunque no lo quieras, son de tu familia, Tenoch.
Tenoch: Ya no.
José Manuel: La sangre no se niega.
Estela: Y no olvidemos que también ha hecho lo suyo con Juan de Dios.
36

Tenoch/ José Manuel/ Jennifer: ¡¿Qué?!


Citlali: No me juzguen tan a la ligera. Estábamos tan desamparados cuando
perdimos la casa en el remate que no tuve otra opción. ¡Pero les juro que
sólo le di la vagina y no el corazón!
Jennifer: ¡Esa si no te la paso, catatónico de mierda!
Juan: Cálmate, Jennifer. Yo sólo le estaba ofreciendo mi apoyo por la
derrota. Quería ver qué podíamos hacer juntos, ya sabes por la casa y la
colonia, pero al vernos no se nos ocurrió nada más que….
Jennifer: ¡¿Es tuyo este cuerpo inerte, Citlali?! Porque lo quiero fuera de mi
mesa en este instante, junto con tu estúpida piedra
Citlali: No. Ese hijo no es mío. No después del miedo que me quedó tras el
accidente de Tláloc Ehécatl
José Manuel: Hasta podría ser de Jennifer en una de esas.
Jennifer: ¿Mío? ¡Jamás!
Juan: Imposible. Es más estéril que un barril de cera.
Jennifer: ¡No lo soy! Confundes esterilidad con el hecho de que cuando
quieres tener sexo yo cruzo las piernas.
Juan: ¿Y qué no era eso la esterilidad? Eso me dijeron en el catecismo,
desde mi más tierna edad.
Tenoch: Nunca nos han dicho de dónde sacaron a ese niño.
Estela: ¿Cuál es el origen de Elthon Jonathan?
Jennifer: Pues ya que estamos en esas…
Juan: ¡No lo digas! ¡No te atrevas!
Jennifer: ¿No quieres que se enteren de que...?

Juan se levanta de la silla y sienta a Jennifer de un manotazo.

Juan: Guardemos un minuto de silencio.


Tenoch: ¡¿Qué?!
José Manuel: ¿De cuándo acá?
Citlali: Tiene razón. Hay que guardar silencio. Debemos reflexionar.

Silencio incómodo que no dura ni un segundo.


37

Juan ¡Este niño es nuestro!


Jennifer: ¡Bien sabes que eso no es cierto, Juan de Dios!
Juan: Éste niño es de todos nosotros.
José Manuel: ¡Ya valimos, Estela!
Tenoch: Ésta es tu casa, tu mesa.
Juan: Muerto frente a nosotros y sin poder explicar su procedencia. ¿Qué no
se dan cuenta?
Tenoch: Esta es tu casa. Tú la ganaste en el remate. Este niño es tuyo.
Juan: Por primera vez te da gusto no haber sido el ganador, ¿verdad? En
ésta estamos todos juntos, Tenoch.
Estela: ¡Vámonos, José Manuel! Agarra las maletas. Ya nos las
ingeniaremos para salir y Manuelito José ya nos encontrará. Hay que poner
lo que queda de los pollos y las botanas por delante y verás que nadie nos
nota.
Juan: Este niño se parece a todos nosotros. Por lo tanto se quedan.
Jennifer: ¿Pero qué hice? ¿Qué hice para merecer esto? ¿Cuál fue mi
ofensa para que me des este castigo, Señor?
Tenoch: No puedes obligarnos. Yo nada tengo que ver en esto. Vámonos,
mujer.
Citlali: ¿Y el niño?
Estela: ¡Vámonos, José Manuel!

El rumor de niños que gritan regresa.

Citlali: Son ellos.


Estela: ¡Han vuelto!
Jennifer: ¿Tan pronto?

Citlali y Estela corren a la puerta.


El rumor de gritos de niños crece hacia el sonido de una horda enfurecida.

Citlali: No los veo.


Estela: Hay demasiada gente.
38

Jennifer se une a las mujeres en la puerta.

Jennifer: ¿Quiénes son? ¿Por qué vienen directo a mi casa? Yo no los


invité.
Tenoch: Citlali, te ordeno que vayamos afuera. ¡Unámonos a esa protesta!
Citlali: Primero hay que ver si traen al niño.

Una piedra irrumpe en la estancia.

Jennifer: ¡Ay, no! ¿Qué es esto, Dios mío?


Juan: ¡Jennifer, cierra esa puerta! ¡Apaga la luz! ¡Todos al piso!

Jennifer sigue las instrucciones de su marido.


Todos se agachan al nivel del piso, menos Tenoch.

Tenoch: No tenemos nada que temer, mujer. Vamos afuera.

Juan jala a Tenoch hacia el piso.

Juan: ¡Tú te quedas!


Tenoch: No puedes obligarme. Yo nada tengo que ver en esto.

Citlali quiere asomarse por la ventana.

Estela: ¿Qué haces, idiota?


Citlali: ¡Quiero ver qué hace mi hijo! ¡Cómo lo agreden, sin que pueda
defenderse!
Jennifer: ¿Qué no entiendes que pueden volver a atacarnos?
Citlali: ¡Tengo que ir afuera! Ver qué es lo que pasa. No puedo dejar a mi
hijo así. Ya lo dejé caer una vez y…

José Manuel toma a Citlali y la hace bajar al piso.

José Manuel: ¡Cálmate, prieta!


39

Tenoch se quiere levantar, pero Juan nuevamente lo detiene.

Tenoch: No puedes detenerme. Será peor para ti.


Juan: ¿Qué no entiendes? Tenemos que encontrar la forma de arreglar esto.
¿Cómo les vamos a explicar lo del muerto? ¡Capaz que es de ellos! Y
además, mira la escena: hay un collar de ajos en el piso, crucifijos tirados
por todas partes…
Jennifer: ¡Somos un hogar católico!
Juan:…gallinas muertas, la estufa abierta, veladoras. ¡Si hasta parece que
celebramos una misa negra!

Tenoch le escupe en la cara a Juan.

Tenoch Esa es la forma de proceder de los Villanueva. Embarrando de


mierda a todo el que se le acerca.
Citlali: Nunca debimos de haber venido.
Jennifer: Ni nosotros debimos de haberlos invitado.
Estela: Pero qué bien venimos corriendo por un taco, ¿no?
José Manuel: No podemos evitarlo. Yo creo que lo traemos en la sangre.

Golpes enfurecidos en la puerta.


Juan se limpia el escupitajo de la cara.
Juan: Pues quieran o no, tenemos que encontrar una solución, porque ya
estoy viendo la casa en peligro.
Tenoch: ¡¿Qué?!
Juan: Si nos descubren con ese cadáver aquí adentro la perdemos todos y
de un solo golpe.
Estela: ¡Cierto!
Juan: El capital privado para la renovación puede encontrar en esto el mejor
pretexto para despojarnos como siempre lo han querido.
Jennifer: ¿Perderíamos todo? ¿Todo?
Tenoch: Tenemos que explicar lo que pasó y así…
Juan: ¿Y quién va a creernos?
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José Manuel: Quedaríamos como unos ineptos. Incapaces de manejar una


situación tan simple como ésta. ¡Sería el mejor pretexto para despojarnos!
Juan: Si se quedan las cosas entre nosotros, hasta los Villaposible podrían
ver su suerte en el siguiente remate. ¿No crees, Tenoch?
Tenoch: Si me callo ahora sería cómplice no sólo del fraude del que fuimos
víctimas.
Juan: ¿Qué piensas hacer entonces?
Tenoch: Iré afuera y veré qué es lo que quieren esas personas. Quizás me
vienen a apoyar.
José Manuel: ¿También les vas a decir cómo me ayudaste a poner a este
niño sobre la mesa?
Tenoch: ¡Pensábamos que era nuestro!
Citlali: Y quizás lo es. Nada más que hasta ahora todos nos hemos negado a
reconocerlo.
José Manuel: ¡Piensa, caray! Capaz que nuestros hijos tienen que ver con
su muerte.
Citlali: Hablarás por el tuyo. Mi Tláloc tiene los valores humanos bien
plantados.
Jennifer: Y el mío no conoce la malicia ni el lenguaje humano.
Estela: ¿Tan pronto olvidamos?
José Manuel: Eso tampoco podemos evitarlo. También lo traemos en la
sangre.
Juan: ¿Quieres sentarte acá para que lo pienses mejor, Tenoch?
Tenoch: ¡No voy a caer en tus provocaciones, Juan de Dios! ¡Voy afuera!

Tenoch se levanta y Juan lo sienta en la silla de golpe.


Citlali: ¡No! ¡No podemos hacer eso! No estamos de acuerdo, ¿verdad,
Tenoch?

Tenoch guarda silencio y acaricia la silla.

Juan: ¿Qué tal se siente, eh?

Los golpes ya amenazan con tirar la puerta.


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Estela se levanta del piso, toma un pollo rostizado, las botanas que quedan y
algunos refrescos de cola.

José Manuel: ¿Qué haces, Estela? ¿Estás loca?


Estela: ¡Cállate, Joselo! ¡Yo sé lo que hago!

Estela va hacia la puerta.

Jennifer: Estela, detente. Por Dios bendito te lo pido.

Estela toma una maleta y se cubre con ella, abre la puerta y arroja las
viandas hacia afuera.
Los golpes a la puerta cesan.
Los gritos bajan de intensidad.

Estela: ¿Ya ven? Se los dije. Ahora sí. ¿Qué vamos a hacer con ese
chamaco?
Citlali: ¿Tenoch? Habla, di algo, por favor.

Tenoch sigue absorto en la silla.

Juan: Yo digo que por ahora podemos esconderlo y luego lo desaparecemos


en algún tiradero lejos de aquí.
Citlali: ¿Qué?
Estela: Si ya sabes hasta el método, Juanito.
Juan: No será la primera vez que lo hacemos.
José Manuel: ¡Ni la última!
Jennifer: ¡Juan de Dios, eso no es cristiano! Dios que todo lo mira...
Estela: Entenderá nuestros motivos. Como ya lo ha hecho antes. Tu casa
está bendita, ¿qué no?
Jennifer: Yo sólo digo que aunque sea deben de darle sagrada sepultura. No
importa que sea en un basurero.

Jennifer se levanta, pone un crucifijo sobre la mortaja que ella misma


42

improvisó
y comienza a rezar en voz baja.

Citlali: ¡Levántate , Tenoch! ¡Vamos a buscar a nuestro hijo!


Juan: Dale unos minutos.

Tenoch sigue callado.

Citlali: ¡Tenoch, por favor!


José Manuel: Cálmate, Prieta. Parece que por ahora eso no es su prioridad.
Citlali: ¡Pero…!
Estela: Calla, calla. Que va a hablar.
Tenoch: Ciertamente que estamos en una situación complicada. Con la casa
en riesgo, todo cambia.
Juan: ¿Ya ves? No era tan difícil reconocerlo.
Citlali: ¡Recuerda nuestro compromiso! ¡Lo que le prometimos a la gente!
Tenoch: Sí, sí. Lo tengo muy presente y por eso vamos a ocultar a este niño.
Les haremos un bien.

Juan palmea la espalda de Tenoch.

Citlali: ¿Qué va a ser de nuestro hijo?


Jennifer: ¿Y de todos nosotros?
Juan: ¿Pues qué va a pasar? ¡Seguiremos adelante!
Tenoch: No tan rápido. Tendremos que negociar entre nosotros.
José Manuel: ¿Cómo siempre lo hacemos?
Tenoch: Pero esta vez tendrán que ser más justos. Tienen que garantizarme
algo a cambio. Quiero ver ese contrato.
Juan: Pues... ya veremos.
Tenoch: Estamos en esto juntos, ¿qué no?

El esqueleto del pollo rostizado rompe un vidrio.


43

Jennifer: La comida ya se acabó.


Estela: Eso indica que es hora de dar la cara.
Ciltali: ¿Vas a mentir, Tenoch?
Tenoch: Ocultar, no es lo mismo que mentir.
Citlali: ¿Ahora hablas como ellos?
José Manuel: Ay, Prieta. Por favor. Recuerda los buenos tiempos.
Tenoch: La casa está en riesgo. ¿Qué no entiendes?

Los golpes a la puerta regresan.

Juan: Voy a hablar con ellos y veré qué podemos hacer.


Estela: Juan de Dios, deja esa puerta. Tú no sabes cómo hacerlo. Las masas
no son lo tuyo, mejor deja a Tenoch.

Tenoch se levanta de la silla.

Citlali: ¡Tenoch, no!


Tenoch: Desaparezcan a ese niño. Yo voy afuera.

Jennifer comienza a rezar en voz baja.


Citlali se lanza sobre Tenoch.

Citlali: ¡No lo hagas!

José Manuel y Juan frente al niño. Se miran sin saber qué hacer.

Citlali: ¿Qué hay de nuestro hijo?

Juan carga al niño y corre hacia Citlali.

Juan: Sostenlo así, nada más tantito. En lo que encontramos qué hacer con
él.
Jennifer: (rezando)….líbranos de todo mal y de toda sospecha…
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Citlali mira al niño muerto y lo toma en sus brazos.


Tenoch se acerca a la puerta, se acicala y sonríe a los presentes.
Finalmente abre la puerta.

Tenoch: ¿Compañeros, qué es lo que pasa? ¿Por qué tanto ruido?

Sobre la puerta del horno abierta se enciende un letrero que dice “EXIT”, en
caso de que alguien quiera escapar y no encuentre la puerta.

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