Está en la página 1de 3

Escribir, por ejemplo (monólogo de Emilio Carballido)

Despacho de abogado medianamente próspero. Comodidad indispensable, pero ningún lujo.


Escritorio, teléfono, anaqueles con libros. Un calendario que indica 1950.

Está Ernesto Beltrán Jr., consultando un diccionario enciclopédico. Suena el teléfono.

Ernesto.- Despacho del licenciado Beltrán.- No, no está, señorita. ¿Gusta dejarle algún recado? -
Habla el hijo del licenciado Beltrán. -Está muy bien. -De nada. (Cuelga.) -Vieja molona. (Vuelve al
diccionario.) Hasaní... hasta... hastial... hastiar... No, ya no. (Busca en otro tomo anterior.) A...
a... asondar... asperiego... aspercillo... asperón... aspesura... ¡áspid! Ajajá: áspid. (Va al teléfono y
marca un número.) -Quihubo. -¿La buscaste? ¿No? Pues es sin hache, sí, sin hache. -Claro que
sin hache, idiota. -Sí. -De todos modos ya quité ese verso. -Pues para convencerme. -Sí, estaba
yo seguro. -Oye cómo quedó:

Entre semillas de girasoles,

envuelto en papel azul turquí,

finamente guardado y envuelto

está el beso que nunca te di.

-Aquí venía lo de los áspides, pero desentona y lo corté. Luego sigue:

El beso, sí,

el que se fue poniendo amarillo,

el que pude perderlo pero no lo perdí...

-No, no. A mí me gusta más así. No, qué va a estar mejor antes. -¿Qué cosa? -A mí qué me
importa que no se use ya la rima. ¿Y quiénes no la usan? -Aaaah, es remalo. -Sí, una mugre.
Pura mugre destilada y quintaescenciada, sí. -En cambio, Neruda sí usa la rima. -¡N’hombre ¿Y
los veinte poemas? -Sí, los veinte. -Aaah, ¿verdad? -Oye, pero la carta... -Sí hombre, claro que
he estado escribiendo la carta. -No, si le doy los versos me va a decir que qué bonitos están y no
se va a imaginar que son para ella. -Me río de la intuición femenina. -Pero estoy hecho bolas,
oye. -¿Te leo lo que llevo? -No, no hagas esa voz de resignado. -Qué te importa. -No, no te
digo. -Porque no. -Sí, sí es del grupo, pero vas a empezar a molerme delante de ella, ya te
conozco. -No, no te digo quién es. -Pues, cláchame, a ver si puedes. (Suena el timbre de la
puerta.) -Espérame, están tocando. (Deja el teléfono y va a abrir. Se asoma a todos lados. Grita
hacia afuera.) Ya te vi, desgraciado, vas a ver. (Cierra, dando un portazo. Entre dientes.) -Maldito
escuincle, hijo de toda su... (Coge el teléfono.) -Era el desgraciado escuincle de arriba. Bueno...
Bueno... (Aprieta varias veces el llamador.) -Bueno... (Cuelga. Se sienta al escritorio y toma una
carta. Va a leerla cuando suena el teléfono. Descuelga.) -¿Por qué colgaste, idiota? -Perdón.
Creí que... -Es el despacho del licenciado Beltrán. -No, señor, no está él. ¿Gusta dejarle algún
recado? -De nada. (Va a colgar. Recuerda.) -Y perdone. Creí que... (Cuelga. Toma la carta y lee,
aprisa y bajo, para sí.) “María Luisa: Es torpe, según yo, que utilice una carta para decirte lo que
siento...” Siento no, siento... (Corrige.) -”lo que quiero decirte...” (Relee.) -”Decirte lo que
quiero decirte”. ¡Imbécil! (Tacha.) -”Decirte lo que...” “decirte lo que...” “poco a poco... me
liga... me ata... me aproxima...” Me aproxima hacia ti (Escribe). -Aja. (Sigue leyendo.) -”Pero el
trato diario en las clases, la clase de camaradería entre nosotros, hace que nuestro trato se
torne cada vez...” No, no, no, no. Trato y trato... (Tacha.) -Esto es un desgarriate... Chin... (La
rompe. Coge otra carta.) -”María Luisa querida:” (Despectivo.) -”María Luisa querida...”
(Tacha.) -”María Luisa: La lengua es débil y el lenguaje es fuerte. Una carta es...”
(Desalentadísimo.) -Ay, Dios, qué porquería. (La rompe también. Toma otra carta. Lee.) “María
Luisa Romaña: Quiero empezar con tu nombre completo, escribirlo así, con toda la música dulce
que encierra y que yo repito... entre dientes, paladeándola. María Luisa Romaña
(tímidamente)”: -”Estoy enamorado de ti”. (Se detiene, nervioso.) -No, creo que no suena bien.
(Relee, en grandilocuente y apasionado.) -”Quiero empezar con tu nombre completo, escribirlo
así, con toda la música que encierra y que yo repito entre dientes, paladeándola. María Luisa
Romaña: ¡estoy enamorado de ti!” (Se interrumpe. Mira a todos lados, avergonzado. Mueve la
cabeza. Rompe la carta, despacito, y la tira. Coge otra más. Lee.) -”María Luisa: Dos personas
pueden verse diariamente, muy próximas, y haber sin embargo...” Embargo... Embargo... (Va al
diccionario. Se detiene.) -Imbécil. Claro que sin hache. (Regresa. Lee en silencio.) -Sí... ajá... (Va
empezando a leer, de en silencio a entre dientes, de entre dientes a voz baja, hasta terminar,
conmovido, leyendo en voz alta.) -”... un sentimiento confuso primero, claro y resplandeciente
después. Me atrevo a llamarlo amor, y quisiera verte frente a frente y decírtelo, pero temo el
sonar de las palabras en mi voz torpe, y que dudes, y que no creas esto tan serio, tan violento
como en realidad es. Tu credencial no la perdiste: la robé yo y te lo confieso sin vergüenza...”
(Corrige aprisa.) -”Sin avergonzarme. Quería yo tener ese retrato tuyo, y en momentos ridículos
me he puesto a hablar con él, a decirle muchas cosas...” (Suena el teléfono.) -Chin... (Descuelga
y contesta.) -Bueno. -¿Con quién quiere hablar? -No, ningún licenciado. (Cuelga, violento.
Vuelve a leer, entre dientes.) -”Quería yo tener ese retrato tuyo, y en momentos ridículos me he
puesto a hablar con él, a decirle...” (Suena el teléfono. Lo ve con odio. Descuelga y dice un feroz):
-¡Bueno! -Sí, es Ernesto. -Ah, eres tú. ¿Por qué colgaste? -Cuándo no ha de estar hablando tu
hermana. Ya cómprale su teléfono. -Oye, ¿te leo la carta? -Qué te importa. -No, no te digo para
quién es. -Deja leerte. (La coge y lee.) Bueno, equis, ¿eh?, y digo: “Dos personas pueden verse
diariamente, muy próximas...” Sí, claro, que es la misma de hace un rato. -No, la segunda. Hice
otra, pero ésta está mejor. -Pues sí, ya te la leí, ¿y qué? -¿Verdad que sí? -Sí, yo creo que está
bien. Se la voy a dar con los versos, a ver si azota. -¿Cómo que depende? -¿Que cada cuál
requiere diverso tipo de cartas? -¿Y qué? -¿Tenga, qué? Lo que quieres es saber quién es ella. -
Uh, ni que me interesara tanto tu opinión. -Cuando se la haya dado te digo. -Pero deja leerte
este párrafo. -Oh, es un párrafo. -No me digas, a poco vas a estudiar ahorita. -Pues vente ya
para acá. -Oye, es que habíamos quedado. Hasta traje mi libro de latín. -Bueno, yo de todos
modos voy a estudiar toda la tarde. -No seas mula, si no vienes me va a dar flojera. -¿A bailar?
-¿Vas a bailar? -¿Con quién? -Ah, conque tú también. ¿A lo macho? -¡Suave! -Sí, ya sé que tú
eres rápido, yo no. ¿Quién es ella? -¿El mejor forrito del grupo? A poco. -Deja ver... ¿Eloísa? -
No, la mejor no, pero de las mejorcitas. -A poco la María Félix. -¿No?, ¿pues quién? (Deja de
escuchar. Se queda viendo al frente, con la boca abierta. Baja el audífono, ve con odio el teléfono.
Vuelve a escuchar, mecánicamente.) Sí, te oigo. -Azotó, claro. Sí. (De pronto cuelga ferozmente el
teléfono, con un violento golpe. No deja de sujetarlo, antes al contrario, lo aprieta con fuerza,
como queriendo estrangularlo. Afloja lentamente. Se frota los ojos. Lee, irónico, con la voz
estrangulada.) “María Luisa: Dos personas pueden verse diariamente, muy próximas...” (Hace
una mueca, que es una especie de sonrisa.) -Idiota. (Suena el teléfono. Descuelga. Tose.) -Nada.
Es que tocaron la puerta. El escuincle de arriba. -Pero ya me voy, oye. Es muy tarde. -Ah, sí
claro (sufre cuando empieza a oír, interrumpe). -Pero luego me cuentas mejor. -¿Qué cosa?
(Sigue escuchando.) -Espérate, están tocando otra vez. Y ya me voy. Sí, nos vemos. (Cuelga.
Relee.) “María Luisa: Dos personas pueden verse diariamente, muy próximas y haber, sin
embargo, llegado a un grado de...” (Rompe la carta con violencia, en menudos pedazos que
estruja y azota en el cesto. Toma los versos y lee con rabia irónica.)

Entre semillas de girasoles,

envuelto en papel azul turquí,

finamente guardado y envuelto

está el beso que nunca te di.

El beso, sí,

(Se va dejando conmover, un trémolo le invade la voz.)

el que se fue poniendo amarillo,

el que pude perderlo pero no lo perdí,

rayado con tenues hilitos de sangre...

Se interrumpe, a un paso del sollozo. Rompe casi, con cólera, el papel, pero se detiene. Lo
ve. Lo dobla con amoroso cuidado y lo guarda en su cartera. Sale.

Telón.

También podría gustarte