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All content following this page was uploaded by Horacio Muñoz Fernández on 17 July 2020.
Pierre Klossowski
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como un monomaniaco: “hablando con propiedad no soy ni un filósofo,
ni un novelista; tan solo un simple particular, que bajo la coerción de
una monomanía, antaño se puso a describir su experiencia con la única
ambición de comunicarla de la manera más precisa”.1 Esta manía en la
obra de Klossowski tiene nombre propio: Roberte. Como escribió en el
posfacio que cierra la edición de Les lois de l’hospitalité (Las leyes de la
hospitalidad), sus pensamientos giran alrededor de esa palabra conver-
tida en signo único de su obra que conforma el fondo de su pensa-
miento monótono.2 El nombre de Roberte se sitúa en la frontera entre
el azar y la necesidad, el deseo y el signo: “remite a la puesta en escena
de una significación que se niega en cuanto es comprendida, un conte-
nido que solo conserva su valor cuando el significado es vano”.3 A partir
de este nombre, Klossowski trata de exorcizar “la conspiración del si-
lencio” que anula la experiencia singular en la generalidad del lenguaje
cotidiano. Este es el tema que recorre su obra: la oposición entre el có-
digo general y la experiencia singular e incomunicable del deseo. El pen-
samiento de Nietzsche será fundamental para Klossowski a partir de
los años ‘60. Con él, y a través de él, descubrirá la posibilidad de comu-
nicar lo incomunicable. Debemos entender el concepto de incomuni-
cabilidad como el principio según el cual el ser de un individuo no
puede atribuirse a varios. Los únicos momentos en los que se deshace
son o bien cuando el individuo muere, y el alma y el cuerpo se disocian,
o en situaciones en las que la persona alcanza un éxtasis sublime, como
el orgasmo. La trilogía de Roberte trata de manera paródica el tema te-
ológico de la incomunicabilidad entre identidades personales.4 Y lo hace
vinculando la teología con la pornografía, mostrándonos lo pornográ-
fico y lo perverso que siempre ha acechado al pensamiento teológico.5
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La obra de nuestro autor se coloca en las coordenadas nietszche-
anas de la muerte de dios. Una catástrofe que en la obra de Klossowski
conlleva la pérdida de la identidad como garantía de la integridad del
yo.6 La finalidad de los protagonistas de la trilogía de Roberte es conse-
guir disolver el yo, “asegurar la perdida de la identidad personal como
si fuese un espléndido trofeo. Pero precisamente la disolución del yo
deja de ser una determinación patológica para convertirse en la poten-
cia más elevada, rica en promesas positivas y saludables”.7 Pero la
muerte de Dios también tiene que ver con la desaparición de la distin-
ción entre lo verdadero y lo falso. En Klossowski se produce una inver-
sión del platonismo donde el original ha cedido su sitio a la copia de
una copia en un movimiento de eterno retorno que borra la posibilidad
de un original. La idea del eterno retorno en Nietzsche enuncia la idea
de un retorno de lo mismo en el que cada instante es a la vez único y a
la vez repetición infinita. En la lectura klossowskiana, la experiencia del
eterno retorno desbarata la idea de un yo ligado al curso irreversible
de la vida. Al suprimir la continuidad teleológica, con sus principios de
inicio y fin, el cuerpo se convierte en “la historias de los impulsos que
van y vienen.” Por lo que el cuerpo de Roberte ya no se representa “en
calidad de propiedad del yo, sino en calidad de lugar de los impulsos.8
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de prostitución de la esposa donde la mirada del otro aumenta su valor
al mismo tiempo que su fondo, como signo único, continua incomuni-
cable y oculto.
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perverso sino también actor. En este juego de espejos, lo que se pone
en marcha es que el invitado sea el reflejo del esposo, pero también él
mismo. Las esencias del esposo y el invitado se mezclan de manera que
entre ellos aparezca “una relación ya no relativa, sino absoluta” después
de haberse confundido el dueño con el extranjero.11 Con la ayuda del
invitado, Octave trata de revelar la esencia indeterminada de su esposa:
“Con ese fin, el anfitrión se actualiza en el invitado o, si quieres, actua-
liza una posiblilidad del invitado, tanto como tú, el invitado, una posi-
bilidad del anfitrión. La más eminente delectación del anfitrión tiene
por objeto la actualización en la señora de estos lares de la esencia in-
actual de la anfitriona”.12 La función de las leyes consiste en algo más
que orquestar un dispositivo teatral para sorprender a la esposa en bra-
zos de otro hombre. Su papel, como explicaba Gilles Deleuze, “es mul-
tiplicar la esencia de Roberte para crear tantos simulacros y reflejos de
Roberte como personas entren en relación con ella, y de imprimir en
Roberte una especie de emulación con sus propios dobles gracias a los
cuales Octave-voyeur la posee y la conoce mejor que si la tuviese para
él solo”.13 Pero para disolver el yo de su esposa y lograr la pérdida de
su identidad personal que le permita unirse a otra naturaleza, Octave
tiene que denunciar a su esposa al puro espíritu porque reconoce que
hay algo en Roberte que desconoce y que solo este espíritu, al que ha
llamado Roberte, puede revelarle lo que oculta: “Lo que yo he denun-
ciado al puro espíritu no es la actividad banal de nuestra vida común,
sino sobre todo la inactualidad misma que el puro espíritu comparte
con Roberte”.14
La erótica perversa de Octave trata de actualizar lo incomunica-
ble y lo oculto de Roberte a través de un fantasma que consiga abolir
los límites corporales llevándola al orgasmo, ese momento de éxtasis
en el que se produce una abolición del principio de incomunicabilidad
del sujeto. Esto queda perfectamente retratado en el capítulo central
de toda la trilogía, y que da título a la primera novela, en el que Roberte
es violada por dos espíritus, un coloso y un enano. Después de salir de
una sesión de censura en el Ministerio en la que ha decidido prohibir
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la obra de Octave, la esposa llega a casa y se mete en el baño. Pero
cuando está allí, en lugar de papel higiénico descubre las páginas de un
capítulo de la obra de Octave que acaba de censurar titulado “Tacta, el
coloso y el jorobado”. Sentada en el asiento del retrete, relee las guarras
elucubraciones de su marido, pero en el momento en el que está ori-
nando aparece por la puerta un coloso con casco, un látigo en la mano
y la bragueta abierta dejando salir un gigantesco miembro, y después
un enano jorobado que la agarra por las piernas. Estos dos espíritus que
penetrarán a Roberte, uno analmente y otro con su lengua, son demo-
nios sin carne que actualizan la inactualidad de Roberte, provocando el
deseo sexual que ella esperaba pero también ignoraba. Los espíritus
demoniacos, como explicaba el propio Klossowski en un texto sobre
Gide, “toman prestado un ser distinto del suyo porque niegan el ser,
pero solo lo consiguen en criaturas que sin ser para sí mismas han reci-
bido el ser, a las cuales trata de asociarse el espíritu para conocer sus
propias contradicciones”.15 Para nuestro escritor, el demonio “es la ex-
presión de la cohabitación en un mismo individuo de personalidades
contradictorias o antagónicas, o bien la exteriorización de una de esas
personalidades gracias a una influencia que sufre o se ejerce”.16 Debe-
mos entender este acto de violación casi como un acto de profanación
de la integridad de Roberte. Una transgresión batailleana que trata de
desintegrar al ser para que se le aparezca al espíritu aquella esencia que
se oculta.17 El espíritu transgresor busca la transustanciación de aquello
que el perverso Octave más codicia: lo incomunicable y lo invisible de
su mujer. El demonio en El baño de Diana es un intermediario entre los
dioses y los hombres que permiten que la diosa pueda aparecerse a Ac-
teón. El demonio permite que Diana se convierta en el objeto de la ima-
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ginación del cazador convertido en ciervo. La diosa, escribe Klossowski,
“impasible por naturaleza, asume la pasabilidad del demonio en cuanto
refleja su divinidad femenina en un cuerpo que quiere visible, y tanto
palpable como inviolado; pero tanto violable como casto. Gracias al dis-
fraz que le proporciona el demonio, la diosa puede experimentar emo-
ciones que por principio estarían excluidas de su cuerpo invisible”.18
Cuerpo/lenguaje/imagen
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con el código de los signos cotidianos, y sobre la cual la fijeza del
lenguaje nos engaña: en la medida en que dependemos de ese có-
digo concebimos nuestra continuidad, aunque no vivamos más que
como discontinuos”.21 Para Nietzsche, el desarrollo de la conciencia en
el ser humano resultaba perjudicial para la verdadera comunicación de
nuestras vivencias subjetivas porque la conciencia trabaja con promedios
de vivencia. Para el filósofo alemán, el lenguaje, la conciencia y la comu-
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nicación establecían un espacio común, vulgar, mediocre y gregario.22
Para nuestro artista, el lenguaje tiene la función de llevar al otro
a ese momento en el que se pone fuera de sí, disolviendo su identidad.
Las palabras deben hacer estremecer al sujeto mostrando silenciosa-
mente su fantasma. En ese momento, la palabra cede al gesto como
instante en el que aparece el signo único y desaparecen los signos ge-
nerales. El gesto, en términos nietzscheanos, solo surge cuando los
hombres son invadidos por las fuerzas dionisiacas, que en la obra de
Klossowski son representadas por los puros espíritus que actualizan la
esencia oculta de la mujer. Esta obsesión por el gesto, como momento
en el que aparece cifrado de manera silenciosa el momento incomu-
nicable de la conciencia, aparece de manera clara en La revocación del
Edicto de Nantes en los cuadros de Tonnerre, el pintor desconocido, e
inventado, que colecciona Octave. Los cuadros de Tonnerre realizan,
confiesa él mismo, lo que no puede hacer con Roberte en la vida aun-
que no dude en intentar practicarlo. Las pinturas del maestro desco-
nocido consiguen expresar “la simultaneidad de la repugnancia moral
y la irrupción del placer en una misma alma, en un mismo cuerpo” a
través del gesto y las actitudes de las manos de sus protagonistas.23 Lo
que le atrae a Octave es ese solecismo del gesto en el que un movi-
miento de una mano o una cabeza da entender lo contrario de lo que
dice. La definición oficial de solicismo remite a una falta de sintaxis:
“error cometido contra las normas de un idioma”. Con tal definición
surge un problema vinculado a la relación entre el gesto pintado y la
palabra. En la obra de Klossowski, el solecismo intenta relacionar aque-
llo que es incompatible: “la imagen y la palabra, lo singular y lo grega-
rio, lo inmediato y lo diferido”.24
A lo largo de la obra de Klossowski siempre hay una oposición
entre lo textual y lo icónico, entre lo verbal y lo visual. Como reza el tí-
tulo del documental de Alain Fleischer, Klossowski fue un escritor de
imágenes que intentaba expresar a través de las palabras los cuadros
que tenía en la cabeza y que concebía la literatura como un teatro y el
libro como un escenario. La escritura procedía de visiones que le dicta-
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ban o bien las imágenes o bien las palabras; por este motivo, en su
etapa final, nuestro escritor abandonará la literatura para entregarse
por completo a la pintura. En todas las entrevistas en las que le pregun-
taban por ese hecho, Klossowski contestaba que ya no pensaba de otra
forma que lo que piensan sus cuadros. El problema para él estaba en
que “cuando escribía lo hacía para ciegos que veían al leerme, mientras
que los que sabían leerme no veían lo que yo muestro. Ahora, y en par-
ticular la crítica parisina, no puede olvidarse que yo escribí, y ¡creen
que deben remitirse a mis libros para comprender mis cuadros!”.25 La
respuesta trasmite cierta indignación y malestar, porque para Klos-
sowski la lectura de un cuadro es diferente de la de un libro. “La palabra,
la escritura, explican una serie de hechos que aparentemente se enca-
denan. Mis cuadros toman el hecho consumado sin explicación”.26
En Klossowski siempre hay una incompatibilidad entre ver y
decir, tal y como queda retratado en su relectura del mito de Diana y
Acteón. El drama al que se enfrenta el cazador que intenta ver a la diosa
desnuda es que no puede decir lo que ve: “Pues, en efecto, el baño de
Diana es un acontecimiento imprevisible y exterior a Acteón; el baño
de Diana está fuera: para descubrirlo, Acteón no tiene que situarlo en
tal o cual lugar, sino salir de su propia mente; y lo que entonces ve se
produce más allá de toda palabra: ve a Diana bañándose y no puede
decir lo que ve. Incluso si deambula con la intención de sorprenderla,
su vagabundeo es como una vuelta al estado anterior de la palabra; el
avanzar por el bosque y encontrarse de repente la escena, siempre
inesperada, aunque su espera misma determinará la marcha por el bos-
que, puede formularse así: el acontecimiento absorbe lo que de expre-
sable había aún en la aprehensión. No puedo decir qué era lo que yo
veía. No se trata de que lo que no pueda decirse no pueda compren-
derse en mayor medida: ni que no pueda verse lo que no pueda com-
prenderse. Acteón, en la leyenda, ve porque no puede decir lo que ve:
si pudiera decir, dejaría de ver”.27 Actéon ha intentado profanar el mis-
terio de la diosa, ha querido ver lo que no puede verse. La visión a la
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incomunicable puede divulgarse con las normas de comunicación, sin
confundirse con ellas.
La diosa, con provocación e ironía, parece animarle, después de
transformarlo en ciervo, a que cuente lo que ha visto: “¡Cuenta ahora que
me has visto sin velo!—Si puedes hacerlo, ¡allá tú! ¡Vete a decirlo—vete
a describir la desnudez de Diana—vete a describir mis encantos—es sin
duda lo que estas esperando, lo que a tus semejantes les gustaría
saber!”.28 Esa última visión de Acteón, cuya emoción según Pascal Quig-
nard es la del espanto29, es un ejemplo más de ese solecismo gestual que
tanto obsesiona a Octave. Con una mano, Diana le echaba agua al cazador
en la cara para transformarlo en ciervo, pero con la otra entre sus muslos
la diosa le descubría su vulva sonrosada y sus labios secretos: “Acteón ve
cómo estos labios infernales se abren en el momento mismo en que el
agua sobre sus ojos lo ciega y lo yergue”.30 Diana y Acteón son el emblema
del fantasma porque cifran en silencio el goce de aquel que se hace mi-
rada. El artista Bernardí Roig ha realizado exposiciones con esculturas y
vídeos a partir del mito de Acteón y su lectura klossowskiana. Como ha
explicado Fernando Castro, comisario habitual de Roig y lector de Klos-
sowski, lo más importante de la interpretación plástica del mito de Acteón
por parte de Bernardí es que permite que el cazador consiga cumplir su
deseo.31 Las obras de Roig insisten en ver lo que no puede verse. Esta será
la función del arte entendido como simulacro klossowskiano: comunicar
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aquello que permanece oculto, transmitir el deseo que se ha quedado
mudo y ciego después de traspasar el umbral de aquello que no puede
ser visto. La mirada transgresora representa el papel del arte en su des-
afío a la prohibición. Pero el papel como artista de Klossowski no es el de
Actéon, sino “la de ese entre exterior a lo mostrable y lo decible, habitado
por un demon solitario que entretiene su espera interminable urdiendo
la enmarañada trama del fantasma. Los simulacros klossowskianos, a
pesar de su tenaz renegación de la identidad, parecen mostrar o decir
siempre lo mismo, son máscaras que ostentan las muecas de un solo pen-
samiento obsesional, figuras de un teatro de sombras que ponen en es-
cena los múltiples avatares de un único fantasma”.32
La escena de la caza se reproduce en el primer tableau vivant de
La hipótesis del cuadro robado (L’hypothèse du tableau volé, 1979) la
película de Raúl Ruiz. El coleccionista que nos acompaña en nuestro re-
corrido por las reproducciones vivientes de una serie de enigmáticos
cuadros se acerca a la ventana de la mansión para ver con unos pris-
máticos la representación del mito. Diana sostiene un espejo como si
fuese un extravagante accesorio de caza que sin embargo parece ofre-
cer un hilo conductor que asegura la continuación de la historia oculta
de los cuadros. El espejo refleja el sol y proyecta sus rayos, que se diri-
gen hacia el siguiente cuadro de la escena de ajedrez. La relación de los
cuadros parece regida por un juego de espejos. Por eso el coleccionista
señala en un primer momento que podríamos entender la obra como
una reflexión sobre el acto de reproducir. Los tableaux vivants son una
reproducción de una reproducción, de la misma forma que la imagen
en el cine de Raúl Ruiz siempre es la imagen de una imagen. El tableau,
escribía Klossowksi, nunca es la contemplación misma, sino solo su si-
mulacro, “y a esto se debe que la vida fijada sobre su superficie ejerza
tal fascinación; el tableau no tiene ser en sí, sino que gracias al no-ser
del simulacro lo que nos hace ver es el ser en el que las cosas no pueden
morir porque no viven ya, son; el tableau, más que ofrecernos un ob-
jeto de contemplación, nos sitúa en la espera del espectáculo, que sin
embargo vemos, pero que animan los démones intermediarios entre
el artista y el espectador”. 33 El género del cuadro vivo, decía Octave en
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La revocación del edicto de Nantes, no es más que una forma de inten-
tar comprender el “espectáculo que la vida se da a sí misma”.34 La vida
se refleja como Diana en el espejo demónico y se convierte en el objeto
de nuestra imaginación. El cuadro en cuanto simulacro copia la estra-
tegia demónica, donde reproducir es una manera de exorcizar la obse-
sión. La pintura para Klossowski es una afirmación de lo múltiple que
permite concretar fantasmas. El tableau vivant no sería una simulación
viva de cuadros, sino la actualización de aquello que ha sido censurado
porque es incomunicable o indecible. En el caso de la película de Ruiz,
los cuadros esconden el culto prohibido del Baphomet, “el demonio an-
drógino, el principio de la no definición, del desafío al tiempo, del
cuerpo inmaculado sin alma”, mito sobre el que Klossowski escribiría
una novela en 1965. Sin embargo, cuando el coleccionista, después del
ejercicio detectivesco y hermenéutico a través de los cuadros vivientes,
parece haber descubierto el culto que estos esconden, descubrimos
que el objeto de toda la puesta en escena de la película no era tanto
desvelar el presunto escándalo que los cuadros ocultan como mostrar
que el verdadero objeto de los cuadros de Tonnerre radica, como en la
obra de Klossowski, en el instante menos pictórico, en esos gestos si-
lenciosos que comunican de manera instintiva porque, como decía
Nietzsche, no han pasado por la conciencia.35 La película de Raúl Ruiz
muestra esa tensión entre la imagen como gesto y la imagen como
signo que atraviesa la obra de Klossowski.
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Si Dios está muerto…
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corporal que permite comunicar lo incomunicable; si Dios está muerto,
lo único sagrado, como en Sade, es el mismo acto de copulación, y el
placer corporal un refugio.37
36. PAZ, Octavio, Los hijos del limo: Del romanticismo a la vanguar-
dia, Barcelona: Seix Barral, 1990, p.76.
37. SAFRANSKI, Rüdiger, El mal o el drama de la libertad, Barcelona:
Tusquets, 2013, pp.174-175.
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