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(Campi) Diseño y Nostalgia-El Consumo de La Historia
(Campi) Diseño y Nostalgia-El Consumo de La Historia
El consumo de la historia
Hace tan solo unas décadas escribir sobre la presencia del pasado en el
diseño y admitir que la nostalgia es un componente importante de su cultura
hubiera parecido una afirmación insólita. Se suponía que los diseñadores prac-
ticaban un método de proyecto de carácter científico que con el tiempo y la
investigación llegaría a formularse matemáticamente. A los estudiantes se les
instruía en una profesión que como, la ciencia, se suponía que sólo miraba ha-
cia el futuro y que no debía nada al pasado.
El objetivo principal del diseño es, innovar y aportar soluciones a pro-
blemas que tienen que ver con los objetos y los entornos de nuestra vida coti-
diana. Lo curioso es que ahora, y en el marco de un mercado altamente com-
petitivo, muchas de estas soluciones triunfan invocando la tradición y explo-
tando el sentimiento de nostalgia. Así los parques temáticos históricos atraen a
millones de turistas en todo el mundo, la “industria del patrimonio histórico”
reflota la economía de municipios y regiones deprimidas, las cafeterías y res-
taurantes con un diseño interior tematizado que evoca mercados de abastos y
ambientes “auténticos” se llenan a rebosar. Gracias a una serie de cadenas
especializadas en productos decorativos de importación podemos dar a nues-
tro hogar un estilo tradicional “victoriano”, “mediterráneo”, “chino” o “japo-
nés”. En los quioscos encontramos multitud de revistas de decoración que nos
aconsejan como escenificar en casa un ambiente rústico, country, provenzal,
atlántico, eslavo o pop —ahora que este estilo es para los jóvenes algo “anti-
guo”. La gente está dispuesta a pagar más y acudir a establecimientos que
ofrecen cosméticos, artículos de perfumería, alimentación o medicamentos,
elaborados mediante recetas “tradicionales”, empaquetados en frascos de ce-
rámica o vidrio (raramente de plástico), envueltos en cajas de cartón y etique-
tados con motivos figurativos y narrativos que evocan los herbarios, la campi-
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Isabel Campi Diseño y nostalgia. El consumo de la historia
1El coleccionismo de objetos industriales ha encontrado una buena vía de expansión en Internet
donde tienen lugar subastas online. Solo con poner antique o vintaje y a continuación el nombre de
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Isabel Campi Diseño y nostalgia. El consumo de la historia
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Isabel Campi Diseño y nostalgia. El consumo de la historia
danos del siglo XXI ansían es encontrar nuevas formas de relación con el pa-
sado. Y no debemos criticar a priori que estas formas de relación las propor-
cione el consumo ya que según los teóricos actuales de esta actividad –Miller,
Hebdige, Fisker y Certeau- el consumo es uno de los pocos espacios de auto-
rrealización y de libre expresión que todavía le quedan al ciudadano medio.3
Los ideólogos del Movimiento Moderno fracasaron en su loable intento
de ordenar el mundo del mercado y del consumo y terminaron por elaborar un
estilo racional que solamente fue comprendido y aceptado por una minoría. A
las visiones moralizantes o marxistas del consumo se oponen ahora visiones
más ponderadas y realistas que sugieren que el consumidor actual es sobe-
rano y por lo tanto “infiel” a las marcas pues transita de unas a otras en aras
de la creación de un lenguaje o de un modo de expresión personal y único.
Este comportamiento errático, que lleva de cabeza a los expertos en marke-
ting, incluye como no, una cierta voluntad de relación con el pasado. Pero esto
no es un fenómeno nuevo.
Desde el siglo XV la conciencia de la historia es un elemento caracterís-
tico de la cultura occidental y, como veremos más adelante, cada período ha
experimentado peculiares formas de admirar y de relacionarse con el pasado.
La imitación servil o la lección moralizante eran formas de admiración que aho-
ra
nos parecen anacrónicas, pero en un mundo en el que todo se tira y el tiempo
histórico transcurre a un ritmo vertiginoso preservar, restaurar y legar el pa-
sado a las futuras generaciones deviene una experiencia gratificante y una mi-
sión casi-patriótica. En eso no somos tan diferentes de nuestros antecesores
pues el pasado siempre ha estado presente. Como dice David Lowenthal a
quien a menudo citaré:
“El pasado está en todas partes. A nuestro alrededor encontramos formas que
al igual que nosotros y nuestros pensamientos, tienen antecedentes más o me-
nos reconocibles. Reliquias, historias y recuerdos cubren la experiencia huma-
2 Jonathan Woodham: “Nostalgia, Heritage and Design” En Twentieth Century Design, Oxford Uni-
versity Press, Oxford, 2000. pp. 205-219.
3 Ver Guy Julier: “The consumption of design” en The Culture of Design, SAGE Publications, Lon-
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na. A la larga, todas las huellas particulares del pasado acaban pereciendo; sin
embargo, si las consideramos de forma conjunta son inmortales. Da igual si lo
celebramos o lo rechazamos, si le prestamos atención o lo ignoramos: el pasa-
do se encuentra omnipresente”.4
La evocación nostálgica
4
David Lowenthal: El pasado es un país extraño, Ed. Akal, 1998 [1ª edición Cambridge, 1985] p. 5.
5 David Lowenthal: Op. Cit.p. 34.
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una actitud nueva ni exclusiva de nuestro tiempo. Los romanos creían que vi-
vían una época de decadencia de las artes y quedaron fascinados por el arte
griego el cual se apresuraron a robar, a coleccionar y a copiar. Petrarca y los
humanistas del Renacimiento buscaron en la antigüedad un consuelo frente a
una época, la suya, que consideraban oscura y desgraciada. En los siglos XVI y
XVII la añoranza o la melancolía podía llegar a ser diagnosticada como una
enfermedad. En 1817 Stendhal se puso enfermo de nostalgia al visitar Floren-
cia y tuvo recibir atención médica pues sufría alucinaciones viendo a Dante y a
Petrarca paseándose por la calle.
La nostalgia emerge allí donde hay una percepción negativa del presen-
te y una desconfianza hacia el futuro. Este sentimiento que, en otras épocas
era consuelo de estetas y de un reducido grupo de intelectuales, ahora aflige a
la mayoría de las clases sociales. “Cualquier pasado fue mejor” es un dicho
popular que expresa la tendencia de la gente a idealizar el pasado por el sim-
ple hecho de que no lo ha vivido.
A menudo me ha llamado la atención la actitud pesimista y nostálgica de
mis estudiantes de diseño. Ellos creen que sus padres, la generación que cre-
ció en los años sesenta y setenta, vivieron una época muy excitante y todo lo
relacionado con el mayo del 68, la cultura pop y los Beatles les llama podero-
samente la atención. El revival de los estampados cinéticos, de la cultura
hippy y el diseño “retrofuturista” no han hecho más que empezar. Sin embar-
go, si estos jóvenes pudieran escoger seguramente no desearían volver a una
época en la que no había ordenadores, ni teléfonos móviles, ni Internet, ni
MP3 y en la que los anticonceptivos eran imperfectos y difíciles de obtener
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por esta razón los ancianos prefieren vivir en su casa, por incómoda y anticua-
da que sea, antes que hacerlo en una residencia de diseño moderno, higiénico
y racional. A los niños, que no acumulan los recuerdos de toda una vida, no les
preocupa demasiado que su colegio esté diseñado de acuerdo con estrictos
criterios de funcionalidad y que en aras de la higiene sea un tanto inhóspito.
Pero para los ancianos el problema es exactamente el inverso y la falta de fa-
miliaridad con el entorno puede generar un rechazo que lleve hasta la muerte.6
Con el fin de sentirse rodeados de un espacio familiar, en los establecimientos
geriátricos se permite a los residentes que decoren su habitación con sus obje-
tos más queridos. Las fotos de la familia, los recuerdos de los seres desapare-
cidos y los regalos sentimentalmente significativos componen el microcosmos
de una vida que tiene más pasado que futuro. A la hora de decorar su casa
mucha gente prefiere la familiaridad de los objetos que presentan materiales y
formas “antiguos” aunque se sepa positivamente que se acaban de fabricar:
las chimeneas de gas, las ventanas que parecen vidrieras, los muebles de esti-
lo inglés realizados con aglomerado DM y revestidos por una finísima lámina
de madera “noble” están a la orden del día.
Esta actitud no es tan extraña como parece. Nuestro sentido de identi-
dad y de pertenencia se construye a partir de nuestros recuerdos. Pertenece-
mos a una familia, a una localidad a una cultura y a una nación porque com-
partimos recuerdos personales y colectivos. La falta de recuerdos compartidos
produce desarraigo y el desarraigo produce a su vez la necesidad de inventar
tradiciones. Tanto en América del Norte como en América del Sur existen sóli-
das tradiciones musicales como el Jazz o el Tango inventadas por las sucesivas
oleadas de emigrantes que llegaron al Nuevo Mundo con la esperanza de en-
contrar una vida mejor.
No hace falta insistir en las ventajas educativas de la historia y de la
sensación de crecimiento personal que produce un buen conocimiento de la
misma. El contacto con los vestigios del pasado nos acerca a aquellos que nos
precedieron y nos sitúa en el tiempo. Paradójicamente aquello que pone de
6Cuando, en contra de su voluntad, fue trasladada a una “higiénica” residencia de ancianos, mi tía
abuela Rosa me comunicó había decidido morir pronto. Y aunque gozaba de buena salud murió al
cabo de nueve meses.
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revelan hasta que punto el tiempo pasa, las modas y las costumbres cambian.8
La voluntad de preservar el pasado a toda costa puede convertirse en
una rémora. Muchos de las grandes obras del pasado no se hubieran podido
realizar en el marco de la obsesión conservacionista. Así por ejemplo para
plantar los jardines de Versalles hubo que expropiar a una serie de aldeas,
arrasar una buena cantidad de cultivos y realizar un considerable movimiento
de tierras. Por no citar muchas catedrales góticas para la construcción de las
cuales se derribó una catedral románica que a su vez se había levantado sobre
una basílica paleocristiana. La actitud excesivamente conservacionista puede
expresar una profunda inseguridad en la capacidad de renovación y de crea-
ción de discursos estéticos propios de nuestra época.
Así pues ¿La tradición es necesariamente un freno para el progreso? y
¿lo viejo debe dejar siempre paso a lo nuevo? La respuesta es …depende. El
legado cultural puede tener un efecto conservador o innovador. Depende de
cómo se tome. Ningún creador ha partido de cero y ningún diseñador podrá
ser nunca absolutamente original, ni hace falta que lo pretenda.
De hecho, los conservadores o los revolucionarios son como las dos ca-
ras de una misma moneda. Mientras los primeros mantienen una alianza rígi-
da con el pasado cuya alianza justifican rodeándose de símbolos e instituciones
tradicionales, los segundos deben rebelarse enérgicamente contra él para des-
embarazarse de la dependencia que conlleva. Por regla general los diseñado-
res han militado en el segundo bando.
Pero a finales de los años setenta, cuando los diseñadores llegaron al
convencimiento de que con su actividad no iban a cambiar el mundo, sino que
como mucho iban a proporcionar pequeñas parcelas de felicidad a los usuarios
de sus productos, su radicalismo se templó. En la actualidad ya no se dan
grandes disputas entre antiguos y modernos porque todo queda pacíficamente
integrado en el irreal y placentero mundo del consumo.
Sin embargo, las disputas entre antiguos y modernos y las diferentes
formas de relación con el pasado han sido un ingrediente fundamental de la
cultura de occidente. Así pues, en los próximos apartados me propongo hacer
8 Ibid. p.79.
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una breve relación de aquellos que me han parecido más sugerentes. Aquellos
de los que se pueden extraer lecciones útiles para el diseño.
El Renacimiento y la historia
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Isabel Campi Diseño y nostalgia. El consumo de la historia
9 Ibid. p.149.
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científico; en la cultura y en las artes, sin embargo, los grandes precursores pa-
recían amedrentar al genio moderno y novedad no significaba avance sino de-
clive. Ambos dominios reconocían el pasado para bien como para mal, pero en
la ciencia y la civilización material los hombres sentían que habían absorbido y
superado el pasado mientras que en las artes decadentes las glorias de la anti-
güedad inspiraban, pero también obsesionaban a los modernos que se sentían
a sí mismos como inferiores y atrasados. Seguir a los precursores había sido
una opción creativa en el Renacimiento, pero ahora no era mas que una señal
de subordinación: la imitación se había hecho incompatible con la innova-
ción”.10
10 Ibid. p.153.
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11 Ver Albert Boime: “La Guerra de los siete años y sus consecuencias (1756-1783)” en Historia
social del arte moderno. 1. El arte en la época de la Revolución 1750-1800, Alianza Editorial, Ma-
drid, 1994. pp.79-207.
12 Adrian Forty: “Neo-Clasicism. An antidote to progress” en Objects of Desire. Design and Society
Since 1750, Cameron Books, 1995 [1ª edición 1986] pp. 13-17
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El revival gótico
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“El mobiliario y los personajes de nuestra novela se buscarán… en los siglos que
declaramos haber sobrepasado en todo […] el arte que nos lleva a los tiempos
presentes se considera a la vez atrevido y degradado…En esto somos del todo
diferentes a las razas que nos precedieron…Los griegos y los hombres del me-
dioevo rendían honores a sus antepasados sin imitarlos; nosotros les imitamos
sin rendirles honores”.16
Ruskin no era favorable a la imitación servil del gótico sin embargo de-
fendió apasionadamente sus cualidades morales en su libro más famoso Las
16John Ruskin: Modern Painters, III, parte IV, Capítulo 16, sección 15, pp. 255. Citado por David
Lowenthal en Op. Cit. p. 158
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El eclecticismo
17 John Ruskin: “La naturaleza del gótico” en Las piedras de Venecia, Consejo General de Arqui-
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“Tenemos todas las épocas menos la nuestra propia […] a diferencia de cual-
quier otra época tomamos lo que encontramos: esto por su belleza, aquello por
su utilidad, aquello por su utilidad, lo otro por su antigüedad, esto incluso por
su fealdad; de este modo sólo vivimos entre escombros como si el final del
mundo estuviera al alcance de la mano”.19
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Isabel Campi Diseño y nostalgia. El consumo de la historia
puede interpretarse como el deseo sincero y optimista por parte de los más
jóvenes de construir un estilo moderno sin necesidad recurrir a un código este-
reotipado, aunque de ello se derivara el peligro de la confusión. Para ser un
gran ecléctico había que tener un toque de genialidad ya que de lo contrario se
caía en el mal gusto. Pero ya se sabe que el gusto es un concepto escurridizo
que se determina en cada época por un conjunto de normas que no son ni
eternas ni inmutables.
En efecto, lo que sorprende del período de la plena industrialización es
la proliferación, el trueque y la precipitación de revivals coexistentes y, antes
de condenarlos, Castelnuovo sugiere que es legítimo preguntarse por su signi-
ficado.20
Este autor afirma que la sociedad industrial, orgullosa y confiada de su
potencial tecnológico atribuía virtudes morales a cada período histórico y vio
en los nuevos recursos tecnológicos, sobretodo en las posibilidades de seria-
ción, un medio de divulgación para dichas virtudes. Así el griego podía repre-
sentar la pureza, la dureza y la precisión, el gótico la profundidad y la religiosi-
dad, el renacimiento el civismo y la cultura, el egipcio la inmortalidad. Y así
sucesivamente. La aplicación de los estilos en los edificios y los objetos tenía
entonces un contenido moral, pero a su vez, hay que admitirlo, se prestaba a
la parodia. Castelnuovo defiende la interesante tesis de que la mentalidad y la
moral decimonónica fueron la causa del historicismo y la mecanización su ins-
trumento y no al revés como a menudo se acostumbra a afirmar.
Un magnífico y poco conocido compendio de eclecticismo industrial, es
el Álbum enciclopédico-pintoresco de los industriales de Luis Rigalt publicado
21
en Barcelona en 1857. Rigalt fue profesor y director de la Escuela Gratuita
de Diseño (La Llotja) creada en 1775 para dar formación a los dibujantes de
estampados de tejidos de indianas. Consciente del reto que planteaba la aboli-
ción del sistema gremial y la llegada de la industrialización, Rigalt elaboró un
20 Enrico Castelnuovo: “Arte y revolución industrial” en Arte, industria y revolución, Temas de histo-
ria social del arte, Ediciones Península, Barcelona, 1988.p. 133.
21 Luís Rigalt: Álbum enciclopédico-pintoresco de los industriales, 1857. Edición facsímil del Cole-
gio Oficial de Aparejadores y Arquitectos técnicos, Galería Yerba, Consejería de Cultura y Educa-
ción de la Comunidad Autónoma, Caja de Ahorros y Departamento de Historia del Arte de la Uni-
versidad de Murcia, Murcia, 1984. Con prólogo de Ignasi de Solà-Morales.
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comprender porque las obras de los diseñadores del Art Nouveau, a pesar de
compartir un ideario parecido, se manifestaban en el terreno formal de una
manera tan diversa. 22
Así por ejemplo los franceses se dedicaron a subvertir el rococó. El so-
fisticado estilo aristocrático proscrito por la Revolución cuando en la segunda
mitad del siglo XVIII ya se había puesto de moda en todas las cortes euro-
peas. Para los diseñadores franceses de 1900 la recuperación del lujo y de las
líneas sinuosas del rococó simbolizaba el recuerdo del esplendor y la autoridad
en materia de gusto que Versailles y París habían ostentado durante siglos. Y
no es casual que el mejor Art Nouveau francés fuera elaborado por la alianza
de fabricantes de industrias artísticas de Nancy. La llamada École de Nancy. La
capital de Lorena, además de poseer un magnífico palacio rococó, había sido el
escenario de la guerra de Prusia, durante la cual, poco faltó para que fuera
anexionada a Alemania. Algunos fabricantes de Nancy, ponían en sus produc-
tos de estilo Art Nouveau la cruz de Lorena como acto de reivindicación nacio-
nalista en protesta por la anexión forzosa de una buena parte de su territorio
al país vecino.
Para los diseñadores austriacos del llamado Jugendstil el repertorio a
subvertir era el Biedermeier. Dicho estilo era la versión centroeuropea y pe-
queño-burguesa del neoclásico. Mientras que el neoclásico británico era gran-
dioso y el francés pomposo, el Biedermeier aspiraba simplemente a la dignidad
y el confort. Los edificios, muebles y objetos Biedermeier eran simétricos,
geométricamente simples y bien construidos y en ellos no encontramos aquella
profusión de elementos decorativos del Imperio Romano que tanto gustaban a
Napoleón y a los nuevos ricos británicos. Para los arquitectos y diseñadores
vieneses de 1900 las efusiones curvilíneas del Art Nouveau francés o belga
eran empalagosas y anti-constructivas y los excesos neo-barrocos de la corte
imperial, en la que triunfaba el decorador Hans Makart, una auténtica pesadi-
lla. La contención e idoneidad de los objetos Biedermeier llamaban la atención
de los diseñadores más jóvenes justo en la época en que se procedía a su es-
22Paul Greenhalgh: “Alternative Histories” en Art Nouveau, 1890-1914. Victoria and Albert Museum
Publications, Londres 2000, pp. 39-53.
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Modernos y postmodernos
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“El espíritu nuevo, que rige ya casi todos los aspectos de la vida moderna, re-
chaza la espontaneidad animal (lirismo), el dominio de la naturaleza y los esti-
los complicados que recuerdan la peluquería o los virtuosismos del repostero”
Theo Van Doesburg/ KorneliusVan Eesteren: Hacia una construcción colectiva,
1923.
“Se afirma que las formas antiguas son importantes y que sólo unos necios no
reconocerían el valor que tiene para el proletariado ¿Pero, qué hacer con el
avión o incluso con el automóvil? ¿Cómo se puede manifestar la técnica moder-
na en formas antiguas? Kasimir Malevich: Manifiesto suprematista Unovis,
1924.
25Ver: Hereu/ Montaner/ Oliveras: Textos de arquitectura de la modernidad, Ed. Nerea, Madrid,
1994.
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arte en general. En vez de utilizar e imitar estilos anteriores como modelos de-
be plantear completamente de nuevo el problema de la arquitectura” Theo Van
Doesburg: Hacia una arquitectura plástica, Ca. 1924.
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26 Robert Venturi: Complejidad y contradicción en la arquitectura, Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 1972
[1ª edición USA, 1966]
27 Denise Scott Brown y Robert Venturi: Aprendiendo de todas las cosas, Tusquets editor, Barcelo-
na, 1971
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“Lo que pronostico, sin esperar que ésta sea mejor que otras profecías es que
las actuales tendencias hacia la complejidad y el eclecticismo continuarán y que
podríamos ver surgir una arquitectura similar a la neo-Reina Ana y al eduar-
diano de hace ochenta años. […] El eclecticismo es la evolución natural de una
cultura en la que es posible elegir.”29
28 Jean Baudrillard: Le système des objets, Editions Gallimard, Paris, 1968; La société de consom-
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30 Andrea Branzi: La casa calda, Esperienze del Nuovo Design Italiano, Idea Books Edizioni, Milan,
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a) Uso y desgaste
Los seres humanos aplicamos a la vida de los objetos una serie de me-
táforas que tienen que ver con nuestro ciclo biológico. Lo nuevo y lo joven es
agradable y bello y lo preferimos a lo viejo que vemos como decadente y feo.
No nos gusta la decrepitud y en mi opinión una de las decrepitudes más
horribles es la de los objetos industriales. A diferencia de los objetos artesana-
les que admiten rugosidades y defectos derivados de la impronta manual, se
supone que los objetos industriales salen de la fábrica totalmente idénticos y
sin mácula. Con el más pequeño rasguño, oxidación o abolladura empiezan a
perder su atractivo. Los materiales que se emplean en los procesos industria-
les envejecen especialmente mal. La plancha de las carrocerías de los coches y
de los electrodomésticos se abolla con una gran facilidad y devolverla a su es-
tado original resulta muy caro. Peor aún, cuando su fina capa de esmalte,
cromado o pintura se agrieta empieza a oxidarse. El aluminio teóricamente no
se oxida, pero si se expone insistentemente al calor, a la humedad y a la sal
acaba recubriéndose de unas manchas blanquecinas muy persistentes.
Muchos muebles que parecen de madera maciza no lo son. Por regla
general son de aglomerado revestido de chapa o en el peor caso de un lami-
nado artificial que imita las vetas de la madera. El aglomerado se desintegra
con el agua y los adhesivos de la chapa resisten muy mal el calor y los cam-
bios de temperatura. Cuando la chapa empieza a desprenderse descubriendo
el soporte de aglomerado es como si se rompiera una ficción. El mueble no era
lo que parecía.
El material industrial que envejece peor es el plástico. La razón es muy
sencilla. Como se trata de un polímero (una larga cadena de moléculas) que es
el resultado de la reacción química entre monómeros (cadenas de moléculas
cortas) a la larga los componentes tienden a separarse. Los plásticos suelen
soportar bien la humedad, pero en cambio soportan mal las altas temperaturas
y la exposición al sol. Los rayos ultravioletas hacen que el plástico envejezca
prematuramente y bajo su exposición éste pierde la elasticidad, el brillo y se
1984, p.127.
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Lowenthal observa que somos más tolerantes con los desperfectos que
ocasiona la naturaleza que con los que ocasionan los seres humanos. Así se
comprende que no nos importe ver las piedras desgastadas por la intemperie,
los líquenes que se adhieren a las tejas o las hiedras que invaden una ruina y
que en cambio nos horrorice ver la destrucción ocasionada por el vandalismo o
la guerra.
De todos modos, a diferencia de los edificios, no solemos dejar nuestros
objetos a la intemperie y su envejecimiento es más o menos digno en función
del material con que están construidos. Como dice Manzini, los materiales tra-
dicionales extraídos de la naturaleza y trabajados artesanalmente o de modo
pre-industrial envejecen mejor porque poseen el “espesor cultural” que otorga
la mano del hombre y el paso de los siglos.32
Los materiales naturales o tradicionales soportan bien el deterioro y la
pátina del tiempo. La pátina es una capa de suciedad que confiere a los obje-
tos antiguos el carácter de auténticos y no todos los responsables de la con-
servación del patrimonio están de acuerdo que se debe eliminar. La pátina es
lo que garantiza o simboliza el paso del tiempo. Además de su condición de
prueba de antigüedad, la pátina es una especie de categoría estética ya que
añade a la superficie de los objetos texturas y matices inesperados. La apre-
ciación estética de la pátina aparece documentada ya en el siglo IX en China
por los coleccionistas de urnas Chang y Cheu que se deleitaban con los colores
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cubre con una capa de óxido natural que cuanto mas tiempo pasa más gruesa
y homogénea es.
El mosaico hidráulico también mejora con el tiempo. Realizado a base de
capas de cemento prensado a presión, cuando está recién instalado los colores
presentan un aspecto blanquecino, pero a las pocas semanas de uso ya em-
piezan a brillar. El mosaico hidráulico fue un tipo de baldosa muy usada duran-
te el Modernismo y la mayoría de los pisos del Ensanche de Barcelona están
pavimentados con este bonito material. Actualmente sólo se usa para restau-
rar edificios antiguos ya que la gente que compra una vivienda nueva no está
dispuesta a esperar que transcurra su período natural de envejecimiento.35
Por regla general desechamos las prendas de vestir incluso antes de que
presenten un aspecto deteriorado, pero hay una excepción: los pantalones
vaqueros. Cuando el tejido con el que están confeccionados, el denim, es nue-
vo presentan un aspecto duro y rígido que con el uso y el paso del tiempo me-
jora y lo hace más agradable al tacto. Los vaqueros actuales se venden artifi-
cialmente deteriorados hasta el extremo de presentar rotos y descosidos, de
tal modo que su envejecimiento, mas allá de lo lógico, se ha convertido en una
moda. Ahora las estrellas del rock y los millonarios que viajan en jet particular
o limusina no tienen inconveniente en presentarse en público con unos panta-
lones dignos de un pordiosero.
La barrera que separa lo viejo indeseable de lo antiguo deseable es muy
sutil. Si en determinados objetos artísticos y decorativos aceptamos los signos
de envejecimiento, en los objetos de carácter más utilitario y de producción
industrial ocurre exactamente al revés. Por regla general los diseñadores no
logran que los objetos construidos con materiales artificiales o derivados in-
dustriales de productos naturales (perfilerías, planchas, aglomerados, etc) en-
vejezcan bien. En ese caso la naturaleza no obra en su favor. Tanto si los de-
fectos han sido causados por los seres humanos como si han sido causados
por la intemperie estos materiales presentan una decrepitud que no tiene nada
34 Ibid. p.226.
35 Pilar Soler García y Rosa Soler García: “Mosaic hidraulic ara? Història d’un intent” a Jornades
internacionals casa i art. GRACMON, Grup de Recerca en Historia de l’Art i del Disseny Contempo-
rani. Universitat de Barcelona, 2006
<http://www.ub.edu/art/recerca/JORNADES/comunicacions.htm>
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36
Ian Colquhoun: Design Out Crime: Creating Safe and Sustainable Communities, Architectural
Press, Burlington, 2004.
37 Paola Antonelli (Ed): Safe. Design takes on Risk, Museum of Modern Art, Nueva York, 2005.
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38Reid Bishop: The perception and Importance of Time in Architecture. Tesis leída en la Universi-
dad de Surrey, 1982. Citado por David Lowenthal, Op. Cit. p. 418
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Mercè Vidal Jansà: “Diseño contemporáneo y recepción museológica. Un caso concreto: la silla
BKF” en Historiar desde la periferia: historia e historias del diseño. Actas de la 1ª Reunión Científi-
ca Internacional de Historiadores y estudiosos del Diseño, Barcelona, 1999, pp.294-303.
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Isabel Campi Diseño y nostalgia. El consumo de la historia
copias fraudulentas por lo que llegaron a la conclusión que era un honor que
tantos ciudadanos se interesaran por aquel diseño.40
Tanto en el caso de las sillas de Breuer como en el caso de la BKF se
hace realmente difícil decir cuales son las piezas “auténticas” y cuales no. Nin-
guna puede aspirar al calificativo de “genuina” porque no fue hecha con las
manos del autor y, en todo caso, se puede considerar que las auténticas son
las que fueron fabricadas por una marca que firmó una licencia de explotación
con el diseñador. Lo cual es una condición de tipo jurídico. Es decir, para au-
tentificar una pieza seriada de autor hay que contrastarla con los planos cons-
tructivos que constan en el contrato de edición entre la empresa y el diseña-
dor. Pero este contrato es muy difícil de obtener ya que suele ser privado y no
público.
La disponibilidad de los “clásicos” en el mercado hace dudar a los mu-
seos y coleccionistas de hasta qué punto es necesaria su restauración. Si po-
demos encontrar en el mercado un taburete “auténtico” diseñado por Alvar
Aalto y fabricado por Artek, la empresa que él y su esposa crearon ¿qué senti-
do tiene gastar tiempo y dinero para devolverle el aspecto de nuevo? En reali-
dad, los auténticos se fabrican continuamente y los genuinos nunca existieron.
Conclusión
40 George H. Markus: Design in the Fifties. When Everyone Went Modern, Prestel, Munich-Nueva
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Isabel Campi Diseño y nostalgia. El consumo de la historia
York, 1998. p. 70
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