Está en la página 1de 1

LA ECONOMIA Y LA VIDA

Por Dolores Marcos


Profesora de Filosofía Social y Política de la Universidad Nacional de Tucumán

Las reflexiones que pueden lanzarse en estos días reflejan la incertidumbre de las horas. No hay doctrina. Hay
problemas, hay dudas, hay situación límite que impulsa las preguntas e invita a compartirlas.
Y de repente, un día, de la noche a la mañana, todo parece darse vuelta. El neoliberalismo hace vivir y deja
morir enseñaba Foucault. Hace vivir porque promueve la libre circulación del deseo, la persecución del interés
individual, forja subjetividades hiperproductivas en base al modelo del homo economicus. Deja morir porque
quien es incapaz de conseguir ser exitoso según las reglas del mercado quedará fuera, excluido, marginado.
Incluso, puede llegar a morir.
Hace rato sabemos que la política gobierna la vida, eso que llamamos la biopolítica, el control sobre las
variables de la vida humana. La controla vigilando y castigando, pero también la controla cuando incentiva que
cada uno persiga libremente su deseo, en competencia con los otros para alcanzar aquello que sus méritos le
permitan. Y el que no puede mostrar méritos suficientes, es desechable
Hoy el dejar morir se volvió literal. Se deja morir por la incapacidad de los sistemas públicos (estatales) de
salud para atender a los enfermos que la pandemia va atrapando. Se deja morir a los débiles, a los viejos, a los
descartables. La cara más cruel de un sistema hasta ayer enarbolado como el único viable. La vida gobernada
por el imperativo del crecimiento económico, de pronto se tornó inútil, no sólo para los perdedores sino para
todos aquellos que necesitan atención médica ante una enfermedad desconocida, que requiere alta
tecnología para ser combatida.
Lo más paradójico es que para evitar la propagación fue necesario parar todo. Dejar de producir, dejar de
circular, quedarnos quietos y quietas. De la noche a la mañana ser hiperproductivos y correr detrás del éxito
se volvió peligroso.
Pareciera que el imperativo de la economía de mercado ya no garantiza la vida, por el contario, la amenaza.
Por un momento la vida parece no depender de la meritocracia individual, sino de la solidaridad social. De
pronto se revela indispensable que nos organicemos para cuidarnos; y nos sorprendemos afirmando que ese
orden sólo puede provenir de los bastardeados Estados nacionales, dados por muertos tantas veces. Se
reclama su presencia, su fortaleza, su auxilio.
El desafío seguramente está en imaginar modos democráticos de gestionar el cuidado político de la vida y en
pensar modos más igualitarios de gestionar una economía que no tiranice las relaciones entre nosotros y con
el medio ambiente (que hoy respira mejor ante el parate humano). Una política y una economía al servicio de
la dignidad de las personas.

También podría gustarte