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UNA FLOR, 1821

Doscientos años de la muerte de John Keats (Londres, 1795-Roma, 1821)

Viajar es una forma de conocimiento, sueño y memoria; pero también puede ser la

oportunidad para rendir un modesto homenaje. Cuando uno viaja a una ciudad infinita como

Roma, debe elegir qué Roma quiere ver. Si escoge la Roma de los poetas románticos ingleses,

visitará el cementerio de la vía Cayo Cestio y la Casa Keats-Shelley. Este museo ocupa la

casa en la que, el 23 de febrero de 1821, murió John Keats. Desde el pequeño cuarto donde el

poeta se despidió de este mundo, el viajero sentirá el bullicio de la plaza de España y tal vez

se pregunte qué oiría él en sus últimos días.

John Keats vivió tan solo veinticinco años. La tuberculosis, que destruiría su familia ―su

madre, sus hermanos Tom y George―, segó también su aliento. Una flor. (Como Shelley y

Byron, como Novalis, como Bécquer…). En tan breve tiempo, Keats escribió textos

memorables. Sus versos se alzan sobre el polvo del tiempo. Afirmar que el poeta poseía una

delicada sensibilidad y una vigorosa imaginación quizá sea no decir nada. Crucemos los

términos: Keats poseía una imaginativa sensibilidad, una vigorosa delicadeza. El rechazo del

yo ―trampa en la que cayeron muchos románticos― le permitía entrar en las cosas de una

forma muy libre, y luego regresar y traducir su experiencia en sugestivas imágenes.

Escojamos tres fragmentos de su poesía.

La limpia percepción de quien ha recibido los dones de la naturaleza:

Volviendo en el crepúsculo a su hogar ―ocupado su oído

en escuchar las aves, y su vista

en contemplar las nubes navegantes―

él lamenta que el día se deslice tan pronto hacia su término,

como ha de deslizarse la lágrima de un ángel

que cayese en silencio desde la eternidad.

(A un hombre que haya estado encerrado algún tiempo en la ciudad)


El perpetuo mensaje del arte:

Tú, silenciosa forma, logras ensimismarnos

como la eternidad. ¡Oh, fría pastoral!

Cuando la edad consuma a esta generación,

seguirás siendo, en medio de lamentos

distintos a los nuestros , de los hombres amiga, a los que dices:

«La belleza es verdad, la verdad es belleza». Eso es todo

lo que sabéis vosotros en la tierra. Y nada más necesitáis saber.

(Oda sobre una urna griega)

El lenguaje mudo del corazón:

… Nada dice. Ni una palabra. ¡Ay de ella

si hablara! Sin embargo, su corazón sí que habla,

tanto que su elocuencia hace sufrir al pecho

fragante que lo guarda, como le ocurriría

a un ruiseñor sin lengua que hinchiera inútilmente

su garganta y muriese, asfixiado en su valle.

(La víspera de Santa Inés)

Los hallazgos de los poetas equivalen a los de los grandes inventores de la humanidad. Si

estos favorecen el desarrollo tecnológico y el bienestar material, aquellos descubren lugares

desconocidos del corazón, posibilitan el avance del espíritu.

Se cumplen doscientos años de la muerte de John Keats. Ocasión propicia para

homenajearlo. Ojalá una elegante editorial española junte su poesía. Ojalá tú, anónimo lector,

deposites sobre su tumba el ramo de tu lectura. La vida del poeta fue corta, pero fecunda.

¿Qué hubiera escrito Keats de haber vivido más tiempo? A una flor no le preguntamos cuánto

durará, qué será de ella. La admiramos y damos gracias.

Antonio Pascual Pareja

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