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brían atado, y le dio igual con el hacha.

Tras la muerte de
ambos, aquellos que los habían traicionado vieron que el oro
de Clodoveo era falso, y se dirigieron a él. Se asegura que les
respondió: Aquel que de su propia voluntad, lleva a su señor
a la muerte sólo merece este oro, complementando el discurso
con el aviso de que debían contentarse con estar en vida, a
menos de que prefirieran expiar su traición en los tormen-
tos. Al oír esto, ellos deseosos de ganar su favor, le certifica-
ron que se daban por muy satisfechos si les dejaba la vida.
Los reyes de los que hablamos eran todos parientes de Clo-
doveo. A Renomir lo asesinaron por orden suya en la ciudad
de Mans. Y siempre después de las muertes, Clodoveo recu-
peraba los reinos y los tesoros. Mató a muchos otros reyes,
sus parientes, y aún a los más cercanos, de miedo que le qui-
taran su reino, logrando extender su dominio sobre toda la
Galia. Se comenta, sin embargo, como en cierta ocasión en
que había reunido a sus hombres, llegó a comentar respecto
al mundo de parientes que había hecho perecer: ¡Ay de mí!
Que me quede como un peregrino en país extranjero, sin pa-
rientes para socorrerme cuando venga la adversidad! Si bien
no hablaba así porque estuviera acongojado, sino para ver si
alguien le revelaba la existencia de algún pariente que pu-
diera aún matar.
XLIII - Las cosas sucedieron así y Clodoveo murió en París
donde se le enterró en la basílica de los Santos Apóstoles
cxv que él mismo había hecho construir junto con la reina
Clotilde. Murió cxvi cinco años después de la batalla de
Vouillé. Su reino tuvo una duración de treinta años y, de
cuarenta y cinco, su vida. Se cuentan ciento doce años de la
muerte de San Martín a la suya, acaecida en el onceavo año
del pontificado de Licinio, el obispo de Tours. Tras la muerte
de su marido, la reina Clotilde vino a Tours, y estableció su
residencia en la basílica de San Martín, aquí vivió hasta el fi-

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